Cómo escribir una novela y convertirla en un best seller - Transición

El Mollete Literario
www.grupotransicion.com.mx
Director: Carlos Ramírez
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Enero 15, 2013 , Número 3, Segunda Época
$10.00 pesos
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El Mollete Literario
15.01.2013
El Mollete Literario
En la mira
Por Luy
Mtro. Carlos Ramírez
Presidente y Director General
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Oscar Dávalos
Coordinador de Producción
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Supervisor Editorial
Consejo Editorial:
Roberto Bravo, René Avilés Fabila.
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El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el
Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de
Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo
Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez
Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus
autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.
Índice
Cómo escribir
una novela y convertirla en un best
seller
3
Por René Avilés Fabila
Fragmento
El suicidio
de una
mariposa
11
Por Isaí Moreno
El cuestionario Bravo
Entrevista por
David Martín del
Campo
6
Por Roberto Bravo
De periodista a
escritor sin pasar por
el Boom
Manuel Becerra
Acosta
(1881-1968)
12
Por Raúl Urbina
A contracorriente
Breve recuento
histórico de la
lírica
7
Por Óscar Wong
Libros-Libros
El sueño del celta
y la obsesión
por el conflicto
moral
13
Por Porfirio Romo L.
Cosecha Roja
Una visita a los
rincones oscuros
de James Ellroy
8
Por Mauricio Leyva
Y las mujeres
¿qué?
9
Por Margarita Ruiz de V.
Pico de Gallo
Morir más de
una vez, novela
de Álvaro Uribe
o de cómo no
naufragar en la
memoria
10
Por Citlali Ferrer
Diccionario
Noche
Arte ahora
Una cosa entre las
cosas
Por Mónica Contreras
14
Teleras
Prime Suspect
Por Elsie Méndez B.
15
Por Mauricio Carrera
No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo
Oscar Wilde (1854-1900)
El Mollete Literario
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Cómo escribir una novela y
convertirla en best seller
por René Avilés Fabila
L
a persona que desee convertirse
en novelista deberá buscar
papel y pluma o máquina de
escribir, según sus posibilidades
económicas. En seguida elaborará un guión
de autores que serán utilizados como
influencias. Para no equivocarse, las de rigor:
Joyce y Proust y Dos Passos y Faulkner y
las infaltables glorias del fenecido boom
latinoamericano (que a su vez han asimilado
influencias europeas y estadunidenses). Esta
primera acción colocará al joven narrador en
inmejorable postura, o, para decirlo en jerga
moderna, estará in y alejado de lo out.
Una vez seleccionadas las influencias, se irá capturando el material de la obra. Puede y debe hacerse un esquema. Veamos,
tema de la novela: problemas psicológicos de una joven pareja,
el regreso a la naturaleza, la nostalgia por el paraíso perdido
(la temática política crea problemas serios, así que es desechada); extensión: doscientas cuartillas; material: quince poemas
de Saint-John Perse, estratégicamente distribuidos a lo largo de
la obra con un total de treinta cuartillas; unos cuatro o cinco
ensayos sobre problemas de actualidad. Hay que citar cineastas (Bergman, Fellini, Godard, Buñuel, Visconti): es elegante y
muestra no solo que el cine es una manifestación de la cultura
del siglo XX, sino que el autor es experto en la materia. Para darle el toque histórico, son indispensables las citas de Bernal Díaz
del Castillo y Hernán Cortés; además del juego o la relación de
lo viejo y lo nuevo, lo prehispánico y lo actual: Xicoténcatl-De
Gaulle, Malinche-Jackie Onassis, Moctezuma-Ford... Y para lo
filosófico, estudiar a Octavio Paz, quien sabe cómo incorporar
pensadores a su obra sin citarlos.
Parrafadas de William Faulkner llenarán espacio, quizás
unas cincuenta cuartillas; depende de la habilidad para manejarlas. Ejemplifiquemos:
Yony leía un libro de Faulkner, sentado en un cómodo sillón
forrado de misteriosa tela negra, negra como una perla oriental
de esos cuentos que cuando niños escuchamos de labios maternos que en vano arrullaron inquietos sueños telúricos provenientes del más oscuro fondo de la historia donde la cultura
indígena aparece grandiosa en el espacio –tiempo gestador–,
nada más unos cuantos siglos antes de su choque con la recia
civilización europea. Frente a él, recargada en un inmenso san
Bernardo con una garrafa de coñac al cuello, lo contemplaba
desde sus ojos azules Yeny, la bella Yeny que lo amaba desde
largo rato y que por ese amor sin límites comprometido con el
Parnaso, había renunciado a las frivolidades del mundanal ruido
instalándose en el paupérrimo departamento de Yony.
La cosa debe quedar más o menos así: con tipos
de distintos tamaños la palabra amor debe
llenar diez páginas.
–Escucha esto –le pidió Yony a Yeny–, escucha esta maravilla: “Así pues, cuando una voz desconocida me despertó y la
madre de Licurgo volvió a colocarme el calcetín de montar en mi
mano herida, tal y como lo tenía antes de caer dormido sobre mi
plato, y salí al patio, estaban ya todos allí. Distinguí un birloche
junto a la puerta…” (después de largo espacio de lectura, el novelista retorna a sus personajes). Ya la maravillosa Yeny, con sus
grandes ojos inmensos de noche azulosa y absoluta con brillos
de Minerva boquiabierta y
..blanca...
blanca...
blanca...
blanca, escuchaba embobada las palabras telepáticas e insinuantes, de cadencias sonoras que envuelven los sentidos.
Yony piensa mientras lee o mientras lee piensa: no debo interrumpir la lectura.
(Y otra vez páginas y páginas del norteamericano.)
Si la larga cita está en el idioma original, la novela gana:
Los lectores quedarán altamente impresionados por la capacidad
políglota del joven narrador y se sentirán avergonzados por no
comprender nada.
Antes de seguir adelante, hay que dejar en claro algo: el
principio de la novela sí debe ser producto del novelista, aunque
luego siga armando el collage con piezas de otros rompecabezas.
He aquí un modelo:
Yeny tardó mucho en seleccionar un hombre, pero cuando lo
supo escoger con inteligencia elaborada de mujer occidental sin
yugo, Yony fue el afortunado y recibió la herencia de generaciones. Todos los hombres al encontrarse con ella por vez primera
le veían las piernas, el busto, las caderas. Yony fue distinto: simplemente le miró el rostro, larga y amorosamente el rostro. Sin
pensar en el sexo.
Después, en silencio, se tomaron de la mano y dirigieron sus
titubeantes pasos en duro asfalto de ciudad rígida y deshumanizada al departamento de Yony, que la soledad mostraba desnudo
como cuchillo sin funda; allí Yony tomó la virginidad que Yeny –
princesa azteca, todas las diosas del Anáhuac– le ofreció a modo
de sacrificio precortesiano.
La tarde llegaba con lentitud implacable. Desconcertante.
Las notas de Tannhäuser salían del estéreo de Yony; La poesía
estaba en el aire, en sucesivas ráfagas de luz tenue, y casi podía
oírse la voz de Pound:
Y bajamos a la nave,
Enfilamos quilla a los cachones, nos desliza­mos en el mar divino e
Izamos mástil y vela sobre aquella nave oscura.
Ovejas llevamos a bordo y también nuestros
/cuerpos.
Desechos en llanto, y los vientos soplaban de
/popa.
Impulsándonos con hinchadas velas
De Circe esta nave, la diosa bien peinada.
Yony dejó de escuchar a Pound y en el recinto de paredes
verdes resonó la poesía de Saint-John Perse. (A continuación vienen los poemas de este autor y acto seguido se sigue mostrando
la enajenación de Yony, su conflicto con la sociedad.)
–Oh, Yeny, ah. Dime que me seguirás amando hasta el fin
del mundo. La humanidad es imbécil
–Simón, Yony, te seguiré amando.
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El Mollete Literario
Yony se dirige al estéreo y cambia de Wagner a los Rolling
Stones con la misma frialdad que un asesino mata a sus semejantes.
Tampoco deben faltar las innovaciones tipográficas, que le
dan a la novela el toque moderno y convencen al lector del talento y la originalidad del escritor. La cosa debe quedar más o
menos así: con tipos de distintos tamaños la palabra amor debe
llenar diez páginas. En otros casos habrá que usar coma y aparte,
punto y coma y aparte (como Vargas Vila), sangrar a distancias
siempre cambiantes y poner algunos renglones al revés para evidenciar profundidad;
suprimir la puntuación
una frase invertida en toda una página y varias palabras juntas, sin dejar espacios, son cuestiones fundamentales.
Ejemplo:
Yenydebesdejarestafalsasociedadaburridaysolemnequenadateproduceylanzartedellenoalaculturaqueeslaverdaderavida.
Jardiel Poncela utilizó el recurso de dejar páginas en blanco,
o ponerlas negras en caso de que el tren donde viaja el personaje
central cruzara un largo túnel. Esto sigue vigente y es eficaz para
ganarle terreno al mar, como dicen los holandeses, para alcanzar
las doscientas cuartillas previstas.
El sexo importa. Por lo tanto, Yeny y Yony pasarán por cuatro o cinco escenas sexuales muy fuertes, que atraigan la atención de los morbosos y, además, le den argumentos a la censura
para que hostilice a la novela. Yeny y Yony harán el amor entre
recursos tipográficos, innovaciones técnicas, párrafos de Faulkner, poemas de Pound, citas de Susan Sontag y ladridos del san
Bernardo.
La estructura de la novela tiene que ser sumamente compleja: dislocación temporal (es fácil: los capítulos son numerosos y luego el orden es sorteado, o se pone la historia al revés),
flashbacks, secuencias cinematográficas, es decir, la técnica del
montaje, recursos dramáticos, diálogos en contrapunto mezclados caóticamente con líneas de Joyce; el lenguaje moderno es
utilizado y encoctelado con palabras inventadas, frases en latín,
en francés, en inglés, en alemán. El empleo de las distintas personas gramaticales, todas revueltas, le dan a la novela un toque
de erudición lingüística; por supuesto, el largo monólogo interno no puede faltar...
El título es fundamental. Se recomienda algo rebuscado, que
impresione a primera vista. Modelos: Desdoblamientos intempora-
…se tomaron de la mano y dirigieron sus
titubeantes pasos en duro asfalto de ciudad rígida
y deshumanizada al departamento de Yony, que la
soledad mostraba desnudo como cuchillo sin funda…
les en el espacio, o: Largas sucesiones agotantes, o: Rumores entre el
viento y la piel, o: La muerte del sol, ámame en el cañaveral. Tanto
el título como la temática de la novela deben ser, como decía
Hegel, oscuros por razones de claridad, así el público y la crítica
hablarán de la profundidad y la seriedad de la obra que nunca
entendieron.
Mientras el autor va tomando de aquí y de allá sus materiales; es decir, va plagiando (no se emplea el término en sentido
peyorativo: Cfr. “En defensa del plagio”, Cuentos y descuentos),
hay que discurrir dos cosas: un epígrafe y una dedicatoria que,
como sea, significan, en el reino inobjetable de los números, dos
hojas más. La dedicatoria “a mis amados padres” queda descartada: es obvio y vulgar y está en todas las tesis que circulan
impunemente por el mundo. O la novela es dedicada a un personaje de talla internacional o a la familia (esposa, hijos, padres), pero de manera antisolemne, ruda, violenta: “A mis hijos,
quienes jamás comprenderán esta obra de arte”, u: “Ofrezco este
libro a la memoria de mis padres, afortunadamente muertos”.
Tales dedicatorias introducirán al lector en el mundo de la lucha
generacional: en el conflicto entre padres e hijos, entre adultos y
jóvenes, tan de moda en nuestros días.
Por lo que atañe a epígrafes, las lecturas de los clásicos pueden proporcionar un buen número de ellos. Si el autor inventa
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una frase adjudicándosela a una falsa celebridad, mejor que mejor. Quizás alguna variante de algo familiar: “no te preguntes
qué puede darte la literatura, pregunta qué puedes darle tú a la
literatura”, Felipe Jones: Estética Profunda. Ahora bien, en definitiva habrá que dedicarle la novela a tres, cuatro o cinco personalidades. A la larga tal hecho beneficiará al escritor, quizás en
notas críticas, quizás en becas o en empleos bien remunerados.
Entre los mencionados uno puede corresponder. La ley de probabilidades.
Antes de llevar el original de la novela al editor, no debe
olvidarse estampar la firma: sería un error costoso no hacerlo. A
estas alturas, muchos podrían pensar lo fácil que resulta escribir
una novela. No hay que irse con el engaño: se requieren cultura
y preparación, conocimientos idiomáticos capaces de “revitalizar el lenguaje y dinamizar las estructuras convencionales” se
requiere una buena dosis de originalidad para acomodar el material recopilado; saber en qué momento funcionan los recursos
tipográficos; dónde entran las citas, dónde quedan las páginas
en blanco, etcétera, etcétera. Uff. Una labor titánica.
Cómo obtener editor
Desde luego, cuando principia la elaboración de la novela,
el escritor debe lanzar rumores y permitirles crecer, ensancharse. Está escribiendo una novela sensacional, como nadie lo ha
hecho en español. Los periodistas amigos comienzan a pagar
favores Y así el rumor se generaliza, adquiere proporciones mayúsculas. El escándalo no será previo a la aparición de la novela,
sino posterior, para que el momento en que aparezca en escena,
las librerías estén colmadas de ejemplares.
Como el editor es hombre ansioso de nuevos valores, de
sensacionales descubrimientos en el campo de las letras, el problema del novel escritor se reduce a mínimas expresiones. De
cualquier manera es recomendable la amistad con varios dueños
de editoriales o con escritores muy importantes y muy publicados que puedan influir en los primeros en caso de negativa. Si
el editor presenta ciertas objeciones –falta presupuesto, necesita
dictamen, cerrado el programa de este año–, el novelista tiene
que aceptar, sumiso, y tratar de aligerar las dificultades. Falta
presupuesto, da dinero; falta tiempo, espera. Lo importante es
publicar.
Pero casi es seguro que el editor, gracias al rumor sobre la
genialidad de la novela, aceptará publicarla. Entonces la tarea
del escritor consiste en ayudar a seleccionar la portada: algo
atrevido, incluso audaz. Que el lector se enamore del libro a pri-
mera vista. Una portada que haga pensar en sexo, en conflictos
sociales, en choque emocional... Para salvar esta barrera es importante acudir a pintores renombrados: ellos conseguirán que
la portada vaya acorde con la importancia del texto.
¿La solapa? Quién mejor que el propio autor de la novela
para redactarla: ¿alguien pondrá en duda su capacidad para autoelogiarse inmisericordemente?
Otra manera menos arriesgada para darle publicidad
a la novela, es enviar cartas firmadas con seudónimos
a todos los periódicos insultando al libro, acusándolo
de subversivo, pornográfico, inmoral, ateo…
Formas de publicitar una novela
Aquí aparece el verdadero trabajo, el que hará padecer al
novelista y pondrá a prueba su talento y su capacidad de negociación. Formas de publicitar una novela.
Realizar dos o tres escándalos (ya sugeridos con anterioridad) convenientemente organizados con fines publicitarios.
Verbi gratia: un maestro de primaria recomienda la novela a
sus alumnos, niños entre los siete y los ocho años de edad (el
profesor, desde luego, es amigo del novelista y en caso de éxito
recibirá recompensa); como el libro está inscrito en una lista de
obras prohibidas por la Sagrada Mitra, la Sociedad de Padres
de Familia, formada por responsables e imbéciles ciudadanos
cuyas ocupaciones son fáciles de adivinar, protestan ante las
autoridades correspondientes, y éstas, para evitar problemas,
cesan al maestro. Ávidos de material amarillista, los periódicos
recogen la noticia a paletadas, obviamente alertados por el autor
de la novela. Las ventas aumentan y también el número de profesores sin empleo.
Otro ejemplo: quemar varios ejemplares de la novela en la
Alameda Central, en forma un tanto inquisitoria (Cfr. Los juegos,
p. 87, novela donde el autor de estas lecciones convirtió en realidad sus teorías, producto de concienzudas observaciones del
medio intelectual mexicano con encapuchados y discursos sobre
la salvación del alma). Los inquisidores pueden ser contratados a
bajo costo, pues es evidente el desempleo que priva en la popu-
El Mollete Literario
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Otra manera menos arriesgada para darle publicidad
a la novela, es enviar cartas firmadas con seudónimos
a todos los periódicos insultando al libro, acusándolo
de subversivo, pornográfico, inmoral, ateo…
losa capital mexicana. Y los ejemplares no deben ser demasiados
para evitar pérdidas totales, o mejor dicho, solo basta con incinerar las pastas.
Si los amigos del novelista tienen motocicletas, recorrerán
las principales calles capitalinas haciendo un ruido infernal con
las máquinas de 650 cc portando pancartas con el nombre de la
novela. Es casi un hecho que los periodistas y la policía, atraídos
por ciudadanos honorables, llegarán al lugar donde los émulos
de los Hells Angels corren sus máquinas aterrorizando personas. Los periodistas tienen que llegar después, para presenciar
el arresto y notificar al mundo del suceso asaz violento contra
la libertad de expresión y contra la novela de una futura gloria
nacional.
Otra manera menos arriesgada para darle publicidad a la
novela, es enviar cartas firmadas con seudónimos a todos los
periódicos insultando al libro, acusándolo de subversivo, pornográfico, inmoral, ateo, de envenenar las mentes limpias y en
blanco de los jóvenes nacionales (los más sanos del mundo, según la propaganda oficial), de tergiversar los valores patrios, de
socavar la nacionalidad, de oscurecer los méritos de los héroes,
de importar doctrinas exóticas y de todas esas cosas que preocupan tanto al mexicano elemental (mayoría absoluta) que, en
vista de su ignorancia, de alguna manera despiertan cierta curiosidad. Inmediatamente publicada la primera serie de cartas,
es preciso enviar otra andanada replicando, diciendo justamente
lo contrario: que la novela exalta a la patria, etcétera. Luego más
cartas, hasta que el libro comience a desaparecer de las bodegas.
Tampoco se corren riesgos de la siguiente forma: sale la novela y el autor va a todos los antros donde se reúnen intelectuales, estudiantes, especímenes similares, y les dice a cada uno: ¿Ya
compraste mi novela? Pues hazlo enseguida, te menciono varias
veces. De utilizarse este método, los personajes del libro deben
llevar nombres comunes.
Tómese el camino que sea, siempre hay que enviar a los familiares y amigos a las librerías a preguntar por la novela. En
caso de que la tengan, excusarse de la compra por falta de dinero. Pero si no la tienen hay que gritar, exaltarse, insultar a los
pobres libreros por carecer de la obra maestra. Y al final de este
número teatral, dejar encargados unos veinte ejemplares.
Críticos
La amistad con críticos es fundamental, de vida o muerte.
De vez en cuando es conveniente visitarlos; en navidad, enviarles una cariñosa tarjeta y un regalo (botella de coñac). Y si el
escritor cuenta con monedas de sobra, invitarlos a comer, procurando tener a la mano una excelente cocinera (ha trascendido
que un escritor ganó la animadversión de un crítico debido a los
chiles rellenos que la esposa del primero preparó para agasajar
al segundo; como el crítico se intoxicó gravemente, pensó que
trataron de envenenarlo e impidió con su voto que el novelista
obtuviera un premio literario: el Zempasúchil de plata y cinco mil
pesos en bonos del abono escolar).
El libro, de preferencia, no debe ser enviado por correo, sino
que debe entregarlo personalmente, sin olvidar una cálida dedicatoria en forma de corazón. Pelearse con los críticos no trae
consigo más que calamidades: el silencio o la agresión. Lo sano,
lo mexicano, es ser amigo de la crítica y procurar que funcione
el clásico cuatachismo.
En algunos casos es pertinente hacer creer al crítico que se
le obedece, que se le escucha; dejarlo suponer que el novelista
es su descubrimiento. Todo valor mexicano que no es lanzado
por este tipo de críticos no puede existir en sus artículos, en sus
suplementos literarios, en sus revistas culturales: es una mera
ficción. Así que es aconsejable que el joven novelista finja estar
en sus manos, pero a la vez el novel autor tiene que ponerse
simpático con las docenas de enemigos que el falso crítico ha
acumulado con paciencia religiosa a lo largo de su vida. Tarea
difícil que muestra, en caso de triunfo, la capacidad literaria del
nuevo valor.
No hay que pensar que las críticas favorables son las únicas
convenientes al éxito de la novela. No, también la publicidad
negativa hace que el lector –permanentemente despistado– se
fije en la obra. (Recuérdese el escándalo que originó una actitud
ramplona contra Los hijos de Sánchez y que provocó ventas increíbles para un libro cuyos valores literarios y sociológicos no están
claros, aun a distancia.)
Ahora, y retomando la segunda lección, nadie debe ser áspero con un editor: hay que ser humildes, rehacer la novela si él lo
pide. ¿La causa? Muchos editores pasan por críticos, y si el joven
escritor gana un editor, consecuentemente obtiene un críticoeditor, o viceversa, que le solicita cambios en la novela y supone
que algunos capítulos están flojos, débiles. Entonces el novelista
dice que sí, le llama benefactor de las letras y solo modifica unas
cuantas palabras al principio de cada capítulo. Sin mayores trámites, la novela entra en prensa.
Cuando el libro está por ver la luz, el autor selecciona varios capítulos, los más atrevidos, digamos donde Yony le hace el
amor a Yeny sobre el perro san Bernardo; el dibujante de moda
hace las ilustraciones más eróticas posibles, aunque sin llegar a
excesos. Estos capítulos deben ser entregados a los suplementos
y revistas culturales más prestigiados para crearle un clima favorable a la novela.
Aquí es donde aparecen entrevistas y fotografías del autor:
preguntas sobre su vida, su formación, sus aficiones, sus ideas;
fotos delante de un librero colmado de volúmenes, con un cigarro entre los labios, la mirada perdida, el aspecto descuidadamente literario. Claro que las respuestas deben ser falsas (la típica historia del hombre que se hace a sí mismo, que de niño fue
muy pobre), no importa, lo que cuenta es el resultado: el triunfo.
Asimismo es recomendable la amistad de los libreros. En el
preciso momento en que salga la novela, ellos la pondrán por docenas a la vista del público en la mesa de Novedades Formidables.
Por último, llegan las traducciones y las siguientes ediciones,
también auspiciadas por el novelista, que de tal suerte buscará
la inmortalidad. El modo de promover una segunda edición o
una traducción es anunciándola aunque ninguna esté en puerta.
Pero realizadas con éxito las primeras lecciones, esto ya es automático. Y el joven novelista queda transformado en un clásico de
la literatura mexicana.
P.D.: Al concluir el cursillo, el profesor Avilés Fabila hizo
entrega de bonitos diplomas a los alumnos más destacados y
concluyó exhortándolos a escribir muchas novelas exitosas por
el bien de México.
*Publicado en Material de lo inmediato. René Avilés Fabila. Obras
completas. Nueva Imagen, 2005
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El cuestionario Bravo
Entrevista con David
Martín del Campo
por Roberto Bravo
…
David Martín del Campo nació en la ciudad de México en 1952. Es
egresado de la carrera de Periodismo y Comunicación en la UNAM.
Cursó estudios de cinematografía en el Centro Universitario de Estudios
Cinematográicos (CUEC). Ha ejercido el periodismo en distintos
medios (unomásuno, La Jornada, Reforma) y ha colaborado igualmente en la radio y la televisión
culturales (Radio–UNAM y Canal Once). Fue corresponsal en Madrid durante dos años. Ha
David Martín del Campo
obtenido diversos galardones, entre ellos el Premio “José Rubén Romero” de Novela 1987, el
Premio Internacional Diana de Novela (1990), el Premio Nacional de Literatura Monterrey, 1996,
y el Premio Mazatlán de Literatura 2012. Ha publicado más de 20 libros, en su mayoría novelas.
Entre ellas cabe destacar: Las rojas son las carreteras, (1976); Isla de lobos, 1987; Dama de noche,
1990, Alas de Ángel, Novela, 1990, Las viudas de Blanco, 1991; El Año del Fuego, 1996; Cielito
lindo, 2000; Después de muertos, 2003; La noche que murió Freud, 2010; Las siete heridas del
mar (Premio Mazatlán de Literatura 2012) y No desearás (2012). También ha incursionado en la
literatura infantil, en la biografía y en el género de la crónica, como es el caso de su volumen Los
mares de México / Crónicas de la tercera frontera), ed. ERA, 1989.
Esta por concluir una novela que inició en octubre de 2011 y que lo tiene viviendo, como viajero
esquizoide, la mitad del tiempo en Orizaba, Veracruz.
1.- ¿Cuando has sido más feliz?
Cuando aprendí a nadar, en el Casino de la Selva, un sábado
de 1959 en el que, en otra mesa del hotel, estaba sentada María
Félix. Mi padre, con toda discreción, me la señaló. Yo dejé todo
y regresé a la piscina con mi visor. “¿María qué?”
2.- ¿A qué sientes más miedo?
A no ser capaz de escribir. Entonces, ¿qué sentido tendría todo?
3.- ¿Cuál es tu primer recuerdo?
La melodía “Ai Lili” tocada por el radio. Una canción alemana, supongo. Debo haber tenido cuatro cinco años. La canturreaba mi madre, y mis primas.
4.- ¿Quién es la persona viva que admiras más y por qué?
Mario Vargas Llosa (y no es rollo), porque superó sus traumas
infantiles y se construyó como el mejor escritor vivo de nuestra
lengua. Sus caprichos son novelas, y siempre dice lo que piensa.
5.- ¿Qué rasgo de ti deploras más?
La flojera de pensar en un viaje. Se me complica todo. Boletos, pasaportes, divisas, ¿cerraste el gas?
6.- ¿Cuál es el rasgo que más deploras en otras personas?
La introspección en las reuniones. Digo, si vas a convivir en
una mesa, ¿por qué permanecer alicaído y con cara de pendejo?
7.- ¿Cuál ha sido tu momento más embarazoso?
Cuando fui sorprendido en la calle del brazo de una mujer ajena.
8.- ¿Cuál de tus cosas aprecias más poseer?
Mi coche. Un sedán automático de 1997 que no circula los
lunes (y que no se entere mi MacBook, que es muy celoso).
9.- ¿Qué gran poder quisieras tener?
Que desapareciera ese 7% de la población que participa en
los actos de criminalidad y corrupción. Como por arte de magia,
“Campanita” (la de Peter Pan) al servicio de la PFP.
10.- ¿Qué te hace infeliz?
Retornar a sitios que fueron de alborozo y que hoy no son
ni sombra de aquel gozo. Parques invadidos por los vendedores
ambulantes, cafeterías transformadas en salones unisex de belleza, playas tragadas por el crecimiento urbano.
11.- ¿Cuál es tu aroma favorito?
El de una mandarina recién mondada. Una mujer que quise mucho, bastante mayor, contaba que durante la ocupación
de París los nazis solo permitían en Navidad la entrada de esas
frutas a la ciudad. “Las mandarinas me recuerdan la Navidad de
mi infancia”, decía, y a mí me recuerdan la nariz de ella, que se
llamaba (o se llama) Eleine.
12.- ¿Cuál es tu libro favorito?
“Huckleberry Finn”, de Mark Twain.
13.- ¿Qué disfraz elegirías en caso de necesitar uno?
De El Santo, el luchador. Por lo menos la máscara, y entrar
así al banco. ¿Me cambiarán el cheque?
14.- ¿Qué es lo peor que han dicho de ti?
Que no sé conversar, que yo solo “entrevisto” a las personas.
15.- ¿Perro, loro, gato, canario?
Perro, indudablemente, porque nos acompañan desde hace
25 mil años (o al revés).
16.- ¿Es mejor dar que recibir?
Me das pena con tu pregunta; ¿recibiste el mensaje?
17.- ¿A quién invitarías a la fiesta que has soñado hacer?
No he soñado hacer una fiesta. La última que hice, realmente divertida, fue cuando cumplí 21 años. Alguien llevó a unas
primas, las Castilla, que merecerían otra pregunta más precisa.
18.- ¿Qué palabras, frases, muleta, usas frecuentemente?
“Tú, qué piensas”. Cualquier cosa por adentrarme en el pensamiento y la vida de los demás. Soy un sicoanalista frustrado.
19.- ¿Qué trabajo te ha resultado más pesado hacer?
Talar un árbol de yuca que había en el patiecito posterior de
la casa donde nos mudamos. Le quitaba mucho sol y se me hizo
fácil cortarlo yo mismo, con serrote y machete. Tardé todo un
día, el tronco y las ramas debían pesar una tonelada. Sudé y sudé
y en algún momento creí desistir. Imaginé, en un momento, que
me venía el infarto. Pero no.
20.- ¿Cuándo lloraste por última vez y por qué?
En el aeropuerto de Santiago de Chile. Mi hija volaba hacia
Buenos Aires, donde cursaba un semestre de la carrera, y nosotros hacia México, luego de la vacación. La imagen de verla subiendo la escalera eléctrica, hacia su puerta de migración, toda
seriecita, me quebró.
21.- ¿Cuál ha sido tu mayor logro?
Después de contestar este cuestionario, supongo que hacer
el amor con tres mujeres distintas en un solo día. Tenía yo 23
años y ninguna responsabilidad.
22.- ¿Qué te provoca insomnio?
El café después de las cinco de la tarde. También el futuro de
la Patria. Y la posible extinción del sol en un futuro insondable.
23.- ¿Qué palabras te gustaría dijeran en tu funeral?
“¿Nos vemos en el bar del Sanborns al rato, para echarnos
unos drinks?”
24.- ¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como el escritor que una tarde de septiembre de 2012 dedicó 15 minutos a responder esta encuesta, y como un hombre que
rascaba la espalda muy sabroso.
25.- ¿Cuál ha sido la lección más grande que la vida te ha dado?
Mi padre, trabajando de sol a sol, para sostener el nivel de la
familia. Tanto que no supo darse los premios que habría merecido. No conoció Europa, pero se leyó de cabo a rabo las novelas
de Dashiell Hammet.
26.- ¿Dónde te gustaría estar en este momento?
En el Hipódromo de las Américas, apostándole a primer lugar al caballo que esté marcado como “segundo”. A veces paga tres a uno.
El Mollete Literario
15.01.2013
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A Contracorriente
Breve recuento histórico
de la lírica
por Óscar Wong
C
omo expresión estética y comunicativa, la poesía
constituye un espacio, un territorio donde las
palabras y las frases se transforman en sentimientos y
emociones. Se penetra a un universo, a otra dimensión,
“Y, no queriendo Amor que libre fuera,
dejó otro lazo entre la flor tendido,
y otro cebado fuego así encendido
que arduo y difícil evitarlo era”
Fragmento CCLXXI, Cancionero
de Francesco Petrarca
donde el poeta, de acuerdo con la antigua tradición, metamorfoseado
en mago o hechicero –puesto que nace con ese don– extrae la realidad
y la modifica. Al igual que la civilización, la poesía tiene su origen en
los pueblos de levante. Puede destacarse que en general, las literaturas
orientales son muy ricas en dicho género literario. Es rica la historia
de la Poesía. En el ámbito grecolatino, autores como Homero, Ovidio,
Virgilio y sobre todo Horacio, dotaron de contenidos míticos la manera
de entender a la poesía. Siempre desde la perspectiva ritualista, éste
fue asumiendo diversidad de expresiones, exaltando la belicosidad
y heroísmo de los dioses y guerreros; de manera que la poesía fue
clasificada en épica, dramática y lírica
Como expresión estética y comunicativa, la poesía constituye un espacio, un territorio donde
las palabras y las frases se transforman en sentimientos y emociones. Se penetra a un universo,
a otra dimensión, donde el poeta, de acuerdo
con la antigua tradición, metamorfoseado en
mago o hechicero –puesto que nace con ese
don– extrae la realidad y la modifica. Al igual
que la civilización, la poesía tiene su origen en
los pueblos de levante. Puede destacarse que en
general, las literaturas orientales son muy ricas
en dicho género literario. Es rica la historia de la
Poesía. En el ámbito grecolatino, autores como
Homero, Ovidio, Virgilio y sobre todo Horacio,
dotaron de contenidos míticos la manera de entender a la poesía. Siempre desde la perspectiva
ritualista, éste fue asumiendo diversidad de expresiones, exaltando la belicosidad y heroísmo
de los dioses y guerreros; de manera que la poesía fue clasificada en épica, dramática y lírica.
Los primeros temas y composiciones de
la lírica grecolatina fueron himnos, banquetes,
eróticos, muerte, conducta humana... en Roma
la poesía lírica contó con brillantes cultivadores,
si bien se halló restringida a círculos eruditos.
Catulo (82 a. C.–52 a. C.), por ejemplo, mostró
gran variedad temática en epigramas y cartas;
fue el máximo representante. Sus fuentes fueron
helenísticas. Arte nuevo y docto, abunda el tema
erótico y refleja la realidad, de la que surgen los
sentimientos. Su expresión es culta, pero su lenguaje es cotidiano. Fue el fundador del género
autobiográfico, que distingue la elegía romana
de la griega.
En la Edad media, los reinos cristianos europeos dan a luz sus propias líricas y epopeyas,
sobre todo en el Mediodía francés, en la zona
conocida como Occitania y Galia Narbonense, donde se desarrolló una lengua románica,
conocida como “provenzal” o “lengua de oc”,
que pronto fue apta para la expresión poética.
El infaltable Robert Graves, en La diosa blanca
nos habla del Alfabeto de los árboles, la lengua
inventada por el dios Ogma, u Oc, de donde
viene esta relación con los trovadores provenzales, quienes inventaron el fine amour, conocido en la historia como amor cortés –aunque la
traducción correcta debería ser amor cortesano
o, según la expresión de los cantores, el amor
de caballero–.
Denis de Rougemont, en Amor y Occidente
(1938) establece la relación entre los cátaros y
trovadores y su repercusión en las cortes medievales del sur de Francia, donde se genera el con-
cepto cultural del amor. Se manifiesta entonces
una poesía popular cantada por juglares y una
lírica caballeresca. Es capital esta época porque
aquí se gesta la lírica europea y, desde luego,
la castellana, que es la que nos corresponde.
Conviene distinguir la figura del “trobador”, el
poeta, de la del “joglar”, quien cantaba la poesía, aunque la línea no aparezca siempre clara.
A partir del siglo XI y sobre todo en los siglos
XII y XIII los trovadores aparecen protegidos
en castillos y palacios, componiendo canciones
sujetas a férreos esquemas estróficos sin ningún
tipo de libertad, de temas muy variados. Entre
los numerosos trovadores de los que se tienen
constancia cabe destacar a Ghilhen de Peitieu,
Bernart de Ventadorn, Bertran de Born, Giraut
de Bornelh, Raimon de Miravalh, y de manera
especial a Arnaut Daniel (S. XII) máximo exponente del “trobar clus”, una poesía hermética dirigida a un público muy selecto. La figura
de Eleanor de Aquitania y la de Guillaume de
Portier son capitales. Este último delimita: “La
mujer que inspira amor es una diosa y merece
culto como tal”. Graves concilia esta tradición
bárdica precisando: el poeta le sirve a la musa y
el hombre a la mujer.
Más tarde, Dante y Petrarca revolucionan
la poesía europea durante el renacimiento. Las
nuevas formas clásicas perduran hasta derivar
en el manierismo del XVI. Posteriormente viene
la etapa del barroco y a finales del siglo XVI y en
el siglo XVII la lírica alcanza cumbres literarias
en los reinos más poderosos, como España, Inglaterra o Francia. En el Neoclasicismo la lírica
recurre al formalismo y contención de los clásicos greco-latinos, renunciando al barroquismo
en que derivó el siglo XVII y “racionalizándose”
en el siglo XVIII.
En la primera mitad del siglo XIX se apuesta
por el subjetivismo y la espontaneidad del romanticismo. Desde Alemania se extiende con
diferentes matices por toda Europa. A finales del
siglo XIX se genera el simbolismo y la poesía se
preocupa fundamentalmente por innovar y los
poetas por ser originales. Ya en el inicio del siglo XX pesan poetas orientales como Tagore, o
la activa literatura americana, añadiéndose a las
tradicionales “canteras” europeas. En la primera mitad del siglo XX, un periodo marcado por
dos guerras mundiales, surgen movimientos de
vanguardia, presentándose múltiples formas en
el arte, y por supuesto en la poesía, floreciendo
así una renovación que rompe con los esquemas
conocidos.
Es evidente que la literatura hispanoamericana tuvo periodos muy marcados que generaron cambios relevantes en la poesía: Es en la
época colonial, cuando se escribe la primera
poesía en castellano en América, después de
la ocupación española. Del siglo XVI al XVIII
alejados de Europa, los poetas mantienen las
corrientes del Renacimiento y el Barroco con
particularidades. En el siglo XIX durante el Romanticismo surgieron muchos autores sudamericanos formando varias generaciones de poetas.
El modernismo es la versión hispana del decadentismo europeo. Los grandes promotores del
modernismo fueron: Martí y sobre todo Rubén
Darío. En el siglo XX surgen otras tendencias
con el posmodernismo, nuevas voces reaccionan contra el modernismo apostando por una
poesía intimista y personal; del mismo modo
se inician otros estilos como la poesía pura y la
poesía negra. Además de numerosas resonancias
surrealistas en Neruda, Octavio Paz o César Vallejo, los poetas hispanoamericanos crearon sus
propios “ismos” como el creacionismo de Vicente Huidobro o el ultraísmo (importado de España) de Borges. En la segunda mitad del siglo XX
poetas ciertamente transcendentes en la poesía
en español se dan a conocer como Juan Gelman
o Mario Benedetti.
En la actualidad, en pleno siglo XXI, la poesía se encuentra ligada a las innovaciones, van
surgiendo nuevas corrientes literarias y nuevas
formas de manifestación. Es notorio que en la
poesía actual hay una diversidad de líneas poéticas o estéticas que se van afianzando unas más
fuertes que otras. No hay que dejar de destacar
que la rica y extensa poesía mexicana contemporánea cuenta con una buena lista de autores como: Ramón López Velarde (1881-1921),
Carlos Pellicer (1899-1977), Jaime Torres Bodet (1902-1974), José Gorostiza (1901-1973),
Octavio Paz (1914-1998), Margarita Michelena
(1917- 1998), Alí Chumacero (1918–2010),
Rosario Castellanos (1925-1974), Jaime Sabines (1926-1999), Eduardo Lizalde (1939),
José Emilio Pacheco (1939), Orlando Guillén
(1946), Coral Bracho (1950), entre otros.
http://poesiadewong.blogspot.com
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El Mollete Literario
15.01.2013
Cosecha Roja
Una visita a los rincones
oscuros de James Ellroy
por Mauricio Leyva
J
ames Ellroy es un escritor quirúrgico.
Cada palabra la coloca de manera
exacta, con precisión y limpieza.
Cuando uno lo lee como lo es el
caso de la novela Mis rincones oscuros, tiene
la impresión de estar viendo una cirugía de
cortes impecables, como los que realiza el
forense en el cuerpo de la pelirroja Jean Ellroy
en esta pieza literaria.
En ella, los Ángeles California son el escenario real de la
muerte de la madre del propio escritor, y James Ellroy nos revela
la manera en la que, años después de que su madre apareciera
asesinada en una carretera en 1958, develó el misterio de su asesinato. Pero su revelación es pura, pertenece a la más aguda de las
observaciones y a la sensibilidad de una persona acostumbrada a
carearse consigo misma.
Lo que James Ellroy tiene en sus manos es la historia de su
propia historia, el preámbulo de su adolescencia y el borrascoso
camino de su formación. Aritmética compleja, difícil de explicar;
la madre del autor fue la duodécima víctima cuando él tenía diez
años de edad y, en su narrativa no necesita echar mano de ningún
artificio porque la realidad está allí, amoratada, tendida sobre el
asfalto, con un cordón anudado en el cuello, con las piernas extendidas y abiertas, tan jodida como hermosa.
Tú huida a la seguridad fue un breve respiro. Me
llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena
suerte. Te fallé como talismán…
Cada frase acompaña a la siguiente con naturalidad, lo mismo
que el lector acompaña las pesquisas de la investigación desde
el Desert Inn pasando por El Monte hasta el corazón mismo de
Los Ángeles. Los cambios de voz narrativa, de tercera a primera
persona sorprenden, tanto por su agilidad como por la capacidad
de mantener la tensión y el ritmo.
La situación que en la trama se presenta es realmente escalofríate para cualquiera ya que es el mismo James Ellroy quien años
más tarde retoma el caso de su madre ultimada. En esta escabrosa
retrospectiva, Ellroy no solo no hurga y expurga los expedientes
al respecto, sino que viaja a sus propias cavernas y de allí, desde
el estómago mismo de sus miedos y de sus odios, saca las vísceras
a sus demonios.
Para esta catarsis Ellroy utiliza el filo del lenguaje y cada frase
contiene un golpe dramático que conmociona: Angela Rojas tenía
James Ellroy
cara de desconcierto. El fondo desértico de sus fotografías estaba bellamente iluminado. Shirley Ann Bridgeford era consciente de que había
llegado al final de su vida. La cámara de Glatman recogía sus lágrimas
y sus contorsiones, así como el grito que la amordazaba le impedía emitir. Esto nos dice cuando nos habla asesino Glatman y en el curso,
el padre de la novela negra usa recursos tales como el cuestionario
o el testimonio de las cartas, recurso bastante literario por cierto y
que aquí se muestra en un manejo impecable.
Sin embargo, Mis rincones oscuros no es nada más auto referencial, en él se perciben los rincones sin luz, del alma de su pelirroja
atractiva, por quien llega a sentir una atracción malsana; lo mismo
ocurre con su viejo e inútil padre; y una ciudad vuelta excitante y
salvaje: Los Ángeles. Una ciudad que, además respira, huele y se
aprecia como una gran tipa. Burlesca a veces igual que las putas de
las que habla Ellroy, pero otras aguda y extraordinaria ajustándose
al modelo de la prosa negra de James.
En el transcurso de su obra Ellroy nos presenta a Bill, un
agente dispuesto a ayudarlo y a promoverse resolviendo el caso
de su madre.
La investigación durante la obra es cambiante, plástica. Se
complica y gira, se enreda, se nubla, se opaca. La densidad de
sus influencias policiacas, sus absurdas conductas de racismo y
su peculiar modo de fastidiar a la gente, ponen en evidencia el
lado débil de su ser, ese lado que, luego de descubrir la verdadera
identidad de su madre cambiará por completo. Esto último ocurre
porque Ellroy tiene un arco de transformación a la inversa, en vez
de quedarse con el coraje contenido –al que se refiere siempre
cambia por completo la visión de la madre y de su padre. Después de tanto tiempo de rechazarla, Ellroy confiesa: Te he robado
la tumba. Te he revelado, Te he mostrado en momentos vergonzosos. He
aprendido cosas de ti. Todo lo que he aprendido ha hecho que te ame
más profundamente. Con estas palabras el autor cierra el círculo
que abrió al principio: Tú huida a la seguridad fue un breve respiro.
Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé
como talismán; por eso ahora me presento como tu testigo. Tu muerte
define mi vida. Y James tiene razón, es un escritor intenso, fuerte,
duro; contundente como un derechazo a la mandíbula o un gancho al hígado, entiende qué es la muerte de la madre y el periplo
que ésta le impone desde la ida con el padre, lo que al final viene
a moldearlo y también a redimirlo.
Para concluir es necesario señalar que esta pieza de la literatura negra, con luz para los escritores, tiene mucho que enseñarles a los aspirantes a literatos ya que todo está allí y a veces, solo
a veces, el arte mayor que significa la vida, se inspira demasiado
y termina revelándonos lo maravillosa y escalofriante que es a
veces, solo a veces, el arte mayor que significa la vida, se inspira
demasiado y termina revelándonos lo maravillosa y escalofriante que es.
El Mollete Literario
15.01.2013
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Y las mujeres ¿qué?
por Margarita Ruiz de Velasco
H
ablar de Literatura, en cualquiera de sus géneros, ya
de entrada es difícil, pero, hablar de las mujeres en
Literatura es una cosa bastante más difícil. Se te puede
tachar de feminista y con eso pasas a un plano no muy
fácil de superar. Se te puede tachar de vieja conservadora, amante de la
cocina o de los trastos, porque ahora ser cocinera es un plus. También
te pueden decir desubicada y, eso sí esta horrible porque ¿dónde me
ubico? Seguro, seguro, no voy a dar una pero voy a hablar de las mujeres
en Literatura porque a mí me gusta, porque me parece, siempre me ha
parecido que las mujeres se han tenido que partir el lomo para buscar un
… pero, también,
representa un
mundo que no ha
desaparecido del todo,
que está ahí y que no
sabemos qué hacer
con él.
lugar en el espacio literario y que, muy pocas veces, lo han logrado. Y sí,
me parece que hablar de las mujeres, digan lo que digan, es importante.
En un momento en que España vivía
una de las sociedades más conservadoras y puritanas que se recuerdan, tocar
este tema fue muy valiente.
El siglo pasado, el XX, fue propicio para la
aparición de las mujeres en la novela española e
iberoamericana. En el caso de España, la guerra
civil y la posguerra franquista fueron caldo propicio, sobre todo la posguerra, para la aparición
de escritoras, jóvenes, educadas y ambiciosas.
La mayoría fueron hijas de familias acomodadas, mucho más que burguesas, con una buena
formación académica y muy buenas relaciones.
Ni hablar, chicas con suerte.
De esa generación, ahora llamada de los 50s,
de la que forman parte Carmen Laforet, Elena
Quiroga; Dolores Medio, Carmen Martín Gaite,
Ana María Matute, quien da la salida es Carmen
Laforet (1921-2004) con su novela Nada que
obtiene el primer Premio Nadal.
La novela fue un verdadero éxito, de veras
causó conmoción que una muchacha de 22
años pudiera escribir así y, sobre todo eso. Una
muchacha canaria que llega a casa de su abuela
y tíos en Barcelona porque va a estudiar en la
Universidad y se encuentra una casa de locos
y luego, se hace amiga de una burguesita que
se enamora del tío. Bueno la cosa está fatal, no
tiene ni para dónde hacerse la pobre. Parece de
risa, pero la novela es buena, de veras buena.
Ágil. Muy bien estructurada y fresca. Aún hoy,
sesenta años después es fresca. Y sí, Nada abrió
el camino a otras escritoras igualmente jóvenes,
no todas exitosas, pero muy ambiciosas.
¿Qué pasó con Carmen Laforet? El éxito de
Nada la perdió. Le pasó algo así como a Francois
Sagan con Buenos días tristeza. Fue tal el impacto
de la primera novela que hiciera lo que hiciera
nunca iba a superarla. Eso dijeron los críticos,
esos señores de sombrero, esos que elevan o
hunden.
En ese mundo del franquismo que siempre, digan lo que digan fue horrible, surgieron
esas mujeres valientes. De sus personajes, a
veces acartonados, muy sensibleros (no sé por
qué razón han dado por decir que femenino es
“sentir”) sobresalen las protagonistas rebeldes,
inconformes, solas y, claro, desubicadas.
Me gustaría rescatar Entre visillos de Carmen
Martin Gaite (1925-2000). La novela transcurre
en un pueblo español con ínfulas de ciudad en
donde se dan las cosas normales. Muertes, aburrimiento, snobismos, costumbres estúpidas, incomprensión y unas ganas horribles de huir de
todo eso como si así, huyendo, se solucionaran
las cosas. La novela es espléndida, el tiempo le
ha hecho el favor de rejuvenecerla, de darle su
verdadera importancia.
Carmen Martín Gaite obtuvo el premio Nadal, el Premio Nacional de Literatura, el Prín-
cipe de Asturias. Fue reconocida como una de
las grandes escritoras de la lengua española.
Escribió mucho, trabajos académicos, novelas,
cuentos y siempre bien.
Elena Quiroga (1921-1995) es una escritora al que el tiempo tiene que darle su lugar,
no importa que haya sido miembro de la Real
Academia de la Lengua y obtenido premios. Elena Quiroga tiene que ser reconocida como una
escritora de la mesura, de lo quieto, de lo que
no hace ruido y que perdura. Dueña de una de
las plumas más poéticas de la lengua española
contemporánea y con mucho oficio, Quiroga no
ha sido valorada en todo su tamaño.
En su novela Lo que pasa en la calle enfrenta
el tema de las dos familias. En un momento en
que España vivía una de las sociedades más conservadoras y puritanas que se recuerdan, tocar
este tema fue muy valiente. Es muy posible que
ahora nos parezca tocado muy superficialmente,
a lo mejor sí. Pero no hemos vivido una sociedad
semejante ni una censura como la del franquismo. Para su época fue una novela tres x y, a pesar
…hiciera lo que hiciera nunca iba
a superarla. Eso dijeron los críticos,
esos señores de sombrero, esos que
elevan o hunden.
de todo, es una novela muy buena. Ese tono,
mesurado, quieto diría yo, será el tono Quiroga.
A Dolores Medio (1911-1995) no le fue tan
bien. De familia de pocos recursos, de los perdedores, tuvo que luchar siempre para hacerse
un lugar. Premio Nadal con Nosotros, los Rivero, novela costumbrista, muy del siglo XIX, con
personajes estereotipados llenos de sensibilidad
pegajosa, es una digna representante de una particular forma de ver el mundo. Es verdad que
no tuvo la formación de sus contemporáneas, ni
sus posibilidades, pero, también, representa un
mundo que no ha desaparecido del todo, que
está ahí y que no sabemos qué hacer con él.
Le toca el turno a Ana María Matute, la única
viva de su generación. Premio Cervantes 2011 y
toda una diosa y, ustedes me perdonarán, con
una producción muy desigual. Ana María Matute es capaz de lo más cursi y lo más metafísico en
una página. No tiene el sentido de la proporción
y la mesura de Elena Quiroga, ni de lo atingente
y fugaz de Martín Gaite pero tiene páginas bellísimas y ha sido muy valiente. Ha sido la única
capaz de no soslayar lo personal en la literatura
y si su obra es así es porque así le ha ido en la
vida y, para eso, se necesita mucho coraje.
Escritoras como la ahora revisadas muy lateralmente hicieron posible que generaciones
posteriores existieran, sin ellas, Carmen Riera,
Nuria Amat, Ana María Moix, Montserrat Roig,
Maruja Torres, Rosa Montero, Lucía Etxebarria
tendrían que hacer lo que ellas y todo se atrasaría una vez más.
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El Mollete Literario
15.01.2013
Pico de Gallo
Morir más de una vez, novela de Álvaro Uribe
o de cómo no naufragar en la memoria
por Citlali Ferrer
C
uando hablamos de memoria
aparece junto a ella el tiempo.
La literatura parece navegar
entre la memoria y el tiempo.
En la obra de Borges, es posible observar su
interés por abordarlas desde distintos ángulos:
rencor, miedo, dolor y esplendor: pero siempre
sitiando a sus personajes en un laberinto
Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo
de formas inconstantes, ese
montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges
del que difícilmente podrán salir. Sin duda,
la memoria ha sido tema de interés desde la
antigüedad; ya San Agustín sabía que no se
podía hablar de memoria sin hablar de tiempo.
En su obra, retoma y repiensa concepciones
anteriores de la filosofía antigua de una
manera tan original que su pensamiento
aún sigue vivo, ya que los filósofos vuelven
a las Confesiones cuando reflexionan sobre
tiempo y memoria. Quizá por eso resulte
imprescindible hablar del tiempo antes que de
memoria y de memoria para urdir la historia.
Los hombres hemos vivido atrapados en el tiempo y a su vez la
memoria siempre se reduce a un determinado instante; pero la
sociedad actual parece tan preocupada en evadirse a partir de toda
clase de excesos, como si de esta manera pudiese librase de la
temporalidad que le atañe.
El tiempo para Platón es la imagen móvil de lo eterno, la cual
está en perfecta consonancia con la estructura de su pensamiento:
el tiempo es una idea, un original, que tendrá su reflejo en el mundo sensible. Mientras que para Aristóteles es la sucesión temporal
donde se hallan incluidos los conceptos del ahora, antes y después.
Pero en la posmodernidad donde ya no hay casi creencia en un mundo
mejor, es obsoleto pensar en futuro y mucho menos en el pasado.
Recordemos por un momento que en la posmodernidad lo
exterior ha dejado de ser representable, debido a la supeditación
real del mundo. Si trasladamos esa carencia a la representación del
tiempo, nos encontramos con que el futuro moderno, entendido
como un exterior trascendente, ha perdido toda su densidad.
Parece que la obsesión por la memoria solo pretende atrapar
el sentido de la historia, dicho de otra manera, la pérdida de nuestra conciencia de esta estriba en nuestra incapacidad de representar históricamente nuestro presente.
Si analizamos las relaciones entre literatura y memoria desde
la perspectiva de los escritores, llama la atención que la noción de
memoria no se restringe al pasado, sino que se abre hacia el presente e incluso hacia el futuro. Desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, los escritores estaban convencidos de que sus obras
eran para el futuro; para que hubiera memoria de sus obras y
memoria de las cosas que relataban.
Una de las herramientas portentosas de los escritores es, sin duda;
la memoria. Todo yace en la infancia, ahí es de donde parten sus obsesiones, sus miedos y su grandes pasiones. De esa memoria que guardan en retazos y que van reconstruyendo en cada una de sus obras.
Por eso, cuando un autor dice que su obra no tiene nada de
autobiográfico: miente. Aunque cabe decir que la autobiografía
tiene que valerse de la ficción. Ya que si la memoria aparece fragmentada siempre habrá de reconstruirse y solo es posible hacerlo
a partir de la invención. De tal suerte que la memoria para un
escritor brinda la posibilidad de imaginar.
El escritor mexicano Álvaro Uribe, con su novela: Morir más de
una vez, publicada en 2011 por Tusquets, quizá la más personal,
escribe con una prosa puntual que atrapa al lector de principio a
fin. Ubicada en el legendario París de los años setenta. Entretejiendo historias, permite que afloren vidas, amores, envidias y amistades; donde el personaje principal es precisamente la memoria y la
fragmentación del yo.
Se trata de un texto que transita por el tiempo sin tropiezos.
Es la mirada atenta a un grupo de jóvenes que iban tras sus sueños, en una época donde los latinoamericanos pensaban que solo
en la Ciudad Luz encontrarían sentido para sus quehaceres.
Tras su lectura vinieron a mi memoria dos novelas en donde
París es importante, Paris no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas
y Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa, las dos autobiográficas, pero a diferencia de estas, Morir más de una vez, no
solo explora el género autobiográfico sino que va más allá; ya que
brinda la posibilidad de postrarse muchas veces ante la muerte
que termina por cambiar la vida.
Álvaro Uribe plantea que solo existen tres vías para conocer a la
gente: lo que captamos de ellos, lo que nos dicen de ellos y lo que otros
nos cuentan de ellos. Así, el autor construye su novela, a partir de
distintos puntos de vista, de tal suerte que es el lector quien habrá
de ir completando lo que haga falta. Morir más de una vez, tiene
que ver con la reflexión filosófica de que todo pasado es inexistente igual que el futuro es incierto. Ya desde el título se anuncia esa
posibilidad, de multiplicidad de realidades. Morir más de una vez,
qué gran paradoja, aunque solo en la Literatura es posible morir
más de una vez. ¿Qué queda entonces?
En el diccionario de María Moliner las acepciones que da al
término memoria son: facultad de recordar; narración autobiográfica de acontecimientos e impresiones vividas; y rememoración
del pasado; y es probable que para Álvaro Uribe sea la más importante la que se refiere a la rememoración del pasado; es decir,
la memoria de acontecimientos pasados que definen el significado
del presente.
Pero, cómo no naufragar en la memoria si estamos hechos
de fragmentos de tiempo; hay timón pero la barcaza se va hundiendo; somos intervalos de la identidad como fusión temporal.
Mezcla de tiempos en un sólo cuerpo. El carácter convulso de
la identidad: como construcción en un tiempo de metamorfosis.
Si el único asidero con el que podríamos contar es la memoria,
por qué nos empeñamos en dividir el espacio en tiempos para
agruparlos en un único lugar donde inexorablemente habrán de
convivir. Pero cómo no naufragar en la memoria si a veces parece
que hemos perdido interés en ella.
Dice Juan Villoro que sólo es real lo que se siente. Y en Morir más
de un vez, vaya que se siente. Si hemos de construir la realidad,
debemos llenar el pozo para contar con un buen acervo que nos
permita sentir y dialogar con el arte. Dice Borges que no hay nada
nuevo bajo el sol y que lo que puede hacer que una obra sea única
e irrepetible es la perspectiva desde la que se mira. Pero, ¿qué es
la mirada? Una forma de lenguaje no verbal que puede estar cargado de burla, enigma, enojo, amor, etc. Pero a partir de distintas
perspectivas ineludibles.
Lo que propone Álvaro Uribe en Morir más de una vez, es que
terminemos de armar la historia que nos cuenta, que no permanezcamos indiferentes ante el corpus mientras nos aproxima a la
fantasía del futuro o la de él mismo, capaz de contener la vida en
una novela lo que resulta sorprendente y entrañable ya que como
un sueño antiguo habrá de sobrevivirle. Porque además seguramente una manera de retomar el rumbo estético es a partir de la
propia memoria.
El Mollete Literario
15.01.2013
11
Fragmento
El suicidio de una mariposa
por Isaí Moreno
C
ada vez que Antonino visitaba
el departamento de su tío,
corría adonde aquél guardaba
sus ejemplares del Alerta!
Movido por el asedio de morbo, un escozor
que no cedía hasta dejar saciada su curiosidad,
contaba ansioso los días faltantes para,
acompañado de su madre sus hermanas, tocar
Tú huida a la seguridad fue un breve respiro. Me
a la puerta del tío. En el cuarto de trebejos,
llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena
el asunto se reducía a buscar entre cajas de
suerte. Te fallé como talismán…
cartón el sitio de los impresos apilados. Luego
de acomodarse en un sofá raído y sucio,
hojeaba los periódicos, cuidando que su madre
no se percatara.
Resultaba impresionante que la publicación hiciera hincapié en
la exhibición de la tragedia, que sus encabezados fuesen del tipo:
Oh, Dios! (notificando el asesinato de una mujer cuyo cuerpo
había aparecido, mas no su cabeza), u: Horror! (al hablar de una
extorsión a mano armada), o: Que Dios los perdone! (en referencia a los individuos horrorosos que, tras violar a una jovencita,
la habían estrangulado). Tanto los titulares como el nombre de
la publicación empleaban un único signo de admiración, hecho
que intrigaba a Antonino al contravenir las reglas de sintaxis
del colegio. Lo más llamativo no eran los retratos de los criminales capturados, blandiendo sus armas con sonrisas cínicas,
sino las fotos en primer plano de las víctimas de tanta atrocidad.
¡Siempre había cadáveres entre las páginas!, resultado de lo que
fuera: disputas familiares, asaltos bancarios o aparatosos accidentes aéreos o automovilísticos. ¿Debía ser la muerte tan trágica
y violenta? ¿Tenía que infiltrarse en todas partes y a cualquier
hora? Al parecer, sí. Luego llegaba la narración detallada de los
hechos y Antonino solía repetir su lectura una y otra vez, pasmado. Con los ojos fijos en los retratos de cuerpos incrustados entre
hierro retorcido, era capaz de sentirse al lado de los autobuses
volcados en las autopistas, contemplando las caras ensangrentadas y, a veces, sus ojos entreabiertos, tal como si los cadáveres
estuviesen echando un vistazo desde el más allá para reafirmar
el testimonio de la sorpresa fatal, o el fotógrafo hubiese buscado
el mejor ángulo antes del disparo de la cámara. ¿Cómo era posible todo aquello? A lo largo de la semana, Antonino dormía con
aquellas imágenes que se mezclaban con la sustancia inasible de
sus sueños, haciéndolo sentir impresionado, sucio por dentro.
Muchas veces se figuró cómplice de esas muertes por el hecho de
mirarlas con tal avidez. A veces se despertaba agitado, sudoroso,
y percibía los latidos de su corazón palpitándole en las sienes.
Según dice recordar ahora, la primera vez que se sintió atraído
por tales horrores fue unos años atrás, cuando, al pasar por el
puesto de periódicos, tomado de la mano de su madre, alcanzó a
distinguir en la portada del Alerta! un auto volcado en la autopista. Creyó que se trataba de un juego, un divertimiento de adultos
a los que también les gustaba destrozar sus coches, como él y sus
compañeros de escuela hacían con sus carros de juguete. Quizá
por la lectura de los periódicos —que con el tiempo poblaron
su cabeza con multitud de imágenes de lo trágico—, quizá por
el sitio al que se mudó la familia entera, en el que abundaban
hechos violentos y las madres resguardaban a sus hijos apenas
llegado el crepúsculo, el de la muerte fue un tema que empezó
a nublar la cabeza de Antonino. Juró muchas veces que en las
próximas visitas al tío ya no volvería a tomar los periódicos. No
pudo cumplir sus votos y promesas; sólo ocurrió así hasta que en
el Alerta! apareció narrado, con abundancia en los pormenores,
una tragedia de la que Antonino fue, en parte, responsable. Se
trataba de la muerte de Saúl Castellán. Todo mundo sabe que
las tragedias son precedidas por signos rara vez interpretados.
Entre los incidentes que con mayor nitidez rememora Antonino
de esa época, está la aparición de un perro sucio y fiero que caminó por las calles de Ciudad del Valle. Fue digno de atención
que ocurriese cuando su padre salió de casa sin avisar, como a
veces acostumbraba, tardando semanas en volver de nadie sabía
dónde. Aquello obligó a su madre a recurrir a los ahorros para
no hacer pasar hambre a la familia. El padre se fue.
El can apareció. Igual que los lugareños de Ciudad del Valle,
Antonino se apartó del animal, temeroso de ser mordido. Con
la mirada enrojecida, contempló aquél a los habitantes que a su
vez lo escrutaban; llevaba el hocico lleno de espuma y nadie lo
reconoció. No era extraño que en las fechas de canícula pasasen
por la ciudad multitud de canes con el hocico espumeante, los
ojos fijos en ninguna parte, pareciendo dirigirse al galope, ensimismados, al sitio definitivo de su muerte. Ciudad del Valle no
les interesaba para morirse. Ese perro permaneció en el sitio y se
introdujo en negocios del mercado, haciendo que la gente trepa-
ra a las sillas tras los escaparates. Asomó también por las puertas
abiertas de las casas. De calle en calle iba. Se le vio intentar beber
infructuosamente del agua de un charco. No poder hacerlo, estar
muriéndose de sed lo hizo enfurecerse y arremeter contra otros
perros, animales que después, por orden de la municipalidad,
serían sacrificados. Los policías de la ciudad fueron llamados
para auxiliar. Dispararon. Volvieron a disparar y Antonino se
estremeció al mirar los estertores del animal abatido, sufriendo
en sus intentos por dar los últimos aullidos. Tras liquidarlo, los
gendarmes se ufanaron, celebraron mirando a la bestia vencida
como trofeo y se marcharon a beber cervezas. A los pocos días
aparecieron en el diario del lugar como ídolos, con el can inerte
a sus pies, bajo el encabezado de la publicación que resaltaba:
Valientes policías ultiman animal rabioso. Eran los héroes del ridículo. A Ciudad del Valle no le importa el ridículo, lo olvida con
facilidad. Sin embargo, la ciudadanía aún recuerda que tanto en
el periódico local como en el amarillista Alerta!, de circulación
nacional, apareció la foto trágica de Castellán, amigo de Antonino, a quien éste vio morir a manos de terceros. Él tampoco lo
olvida. En una anotación reciente, Antonino admite que pudo
haber evitado la ruina de Castellán. Aún se bate en duelo contra el silencio que guardó ese día. Silencio cómplice, escribe. Lo
cierto es que desde aquella ocasión se volvió tan callado que hay
quienes lo consideran mudo. Dado que nunca conoció con precisión quién fue ese personaje misterioso, en la actualidad intenta
representarlo con dibujos de su bolígrafo, en su mayoría burdos, donde aparece la mayoría de las veces con una chaqueta al
hombro. Ciudad del Valle ha hecho circular múltiples versiones
acerca de Castellán, todas contradictorias, y que él no pudiese
redondear una propia se debió en parte a esas intermitencias
(también de silencio) que surgieron en sus últimos encuentros.
Silencio y sangre, se lamenta Antonino al recordar el suceso que
amenaza con perderse en la bruma de lo pretérito y despedir a
su vez raudales de claridad cegadora.
*Fragmento de El suicidio de una mariposa de Isaí Moreno, Ediciones Terracota
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El Mollete Literario
15.01.2013
De periodista a escritor sin pasar por el Boom
Manuel Becerra Acosta
(1881-1968)
por Raúl Urbina
A
ntes de que apareciera la
generación del boom en los
años sesenta, y de la cual
Gabriel García Márquez ha
sido uno de los exponentes más connotados,
al que se le reconoce su excelente trabajo
periodístico, que le dio la base de inspiración
en la narrativa plasmada en su obra en las
que cuenta las historias de sus vivencia de
juventud, aparecieron en Mexico periodistas
que también bordaron en la narrativa y dieron
obras que merece la pena rescatar.
…de ahí que deduzco que también se debió a su
pasión de llegar a ser un periodista completo, la cual
cumplió siendo director del viejo Excelsior…
Desde hace unas semanas se han hecho referencias al libro
Gabo periodista en el que se rescata parte de las crónicas, reportajes
y columnas publicadas en los periódicos, El Universal de Cartagena, El Espectador, El Heraldo de Barranquilla y la revista de Cambio,
hoy desaparecida; libro que por cierto no se encuentra en ningún
lado, pese a que con bombos y platillos lo dieran a conocer en la
26 Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Desgraciadamente, como sucede a menudo, siempre hablamos de lo nuevo pero nunca del pasado, hablamos de otros pero
nunca de los nuestros, y aquí es donde nos olvidamos de que
antes del boom, en nuestro país hubo grandes periodistas que se
dieron a la tarea de escribir y ofrecernos historias de la vida “corriente”, de personajes de la política, del espectáculo, empresarios
y de la gente común.
Estos periodistas, que iniciaron la transición del periodismo
a la literatura –como lo hizo García Márquez–, escribieron historias que permitieron desarrollar nuestra concepción inicial de lo
que era esa vida “corriente” de los personajes de nuestra ciudad,
como los retrata en su libro “Los Mexicanos se pintan solos” don
Ricardo Cortés Tamayo, de quien en próxima ocasión hablaremos
de su obra
Y estos periodistas-narradores, que escribieron las historias,
no lo hicieron por imaginación desbordada o “cazaron” a personas
comunes en circunstancias extraordinarias, sino que poseían un
conocimiento profundo de los personajes de la calle, cuyo entorno compartían y nosotros los extraños lectores desconocíamos y
seguimos desconociendo.
De este grupo de periodistas-escritores,se encuentra Don Manuel Becerra Acosta (padre) quien fuera director de Excélsior de
1962 a 1968, originario de la ciudad de Chihuahua, donde vio
la primera luz en 1881, se inició en el periodismo dirigiendo los
periódicos El Universo y El Norte, en su ciudad natal.
Fue también director del Southern Magazine y después el
Graham´s Magazine del cual en algunos meses subió su circulación de nueve mil a 40 mil ejemplares, cifra fabulosa para esa
época; fue propietario del Broadway Journal de New York, en si
Becerra Acosta fue un periodista de raza y genio como señalaran
sus contemporáneos.
Manuel Becerra Acosta “Fiodor” como le decían los periodistas Alberto Ramírez de Aguilar y Manuel Becerra Acosta Ramírez (hijo), hoy nos sería difícil investigar por qué llamarlo así;
sin embargo en algo tiene que ver el libro Diario de un Escritor de
Fiodor Dostoyevski, de ahí que deduzco que también se debió a
su pasión de llegar a ser un periodista completo, la cual cumplió
siendo director del viejo Excélsior cuna de grandes periodistas
hasta el nefasto 8 de julio de 1976.
Se le llegó a comparar con Edgar Alan Poe a raíz de la aparición de su libro Los Domadores y Otras Narraciones, excelente
texto de 18 cuentos e ilustrado por Rafael Freyre. Refiere Luis Lara
Pardo en un editorial publicado en Excélsior el 5 de diciembre
de 1945: Cuando hube vuelto la última página del volumen, que
hubiera yo querido fuera más grueso, sobre el episodio El Negro
que se pintó de negro, lo consiguió mediante un tratamiento y
después lamenta su loco error cantando: “Yo soy un insecto que
en una noche pretendí llegar al cielo para bañarme en los rayos de
la luna…”, mi pensamiento voló hasta Edgar Alan Poe, el de las
maravillosas Historias Extraordinarias.
“No porque piense yo que Manuel Becerra Acosta haya querido imitar ese género de narraciones, brotadas de la pluma de
aquel bardo genial y desventurado. No: Becerra Acosta no ha querido seguir los vuelos fantásticos del norteamericano ni copiar su
estilo ni marchar detrás de sus pasos. Hay diferencias fundamentales que los separan y marcan de una manera inequívoca la originalidad completa del cuentista mexicano que acaba de revelársenos en este volumen. Más hay entre ambos, puntos de contacto
interesante. Poe, como Becerra Acosta, fue periodista”.
Los cuentos de Becerra Acosta esbozan, plantean problemas
morales y espirituales. Podrían ser parábolas, apólogos griegos o
alegorías. Su ironía es volteriana: aguda y sabrosa a la vez. Palpitan allí ansiedades hondas que el hombre moderno siente y lo
atormentan porque las sabe fatales y no encuentra para ellas alivio
fuera del espíritu mismo. El hombre lleva en sí mismo la fuente de
la dicha y el bálsamo de sus ansias.
El dramatismo de las narraciones está en los asuntos mismos.
Son problemas hondos, crueles, torturantes. Son hojas de la época. Reflejan las angustias de los hombres y las sociedades modernas, sacudidas por convulsiones tremendas. O bien incidentes
que revelan, de un golpe horizontes nuevos, dulzuras insospechadas para la generalidad, resortes íntimos de emotividad profunda.
El estilo es breve, punzante, robusto. Nada de divagaciones,
nada de oropeles. Golpes de cincel que labran figuras. Soplos de
pasión que animan las situaciones. Estilo periodístico, dirán algunos. Pero ¡ay!, en el periodismo caben todos los estilos, y lo que
abunda es precisamente la falta de estilo; Becerra Acosta lo tiene
–como lo tendría su hijo años después– muy personal y definido.
El famoso cuento de El Negro que se pintó de Negro, texto que
siempre recordaba Manuel Becerra Acosta (hijo), y al contarlo en
su oficina del viejo UnomásUno, volteaba hacia el cuadro con la
fotografía de “Fiodor”, colgado en una de las paredes, y discretamente ocultaba las lagrimas que le brotaban de sus ojos, pocos las
vimos en aquellos brindis de aniversario del Uno.
El Mollete Literario
15.01.2013
Libros-Libros
El sueño del celta y la obsesión
por el conflicto moral
por Porfirio Romo L.
S
in duda que hubo justicia
cuando en 2010 le fue otorgado
el premio Nobel a Mario Vargas
Llosa, peruano de nacimiento
y español por decisión. Con una basta
obra publicada, que abarca principalmente
narrativa con novelas y cuentos, este autor
igualmente ha incursionado en el teatro
y el ensayo literario. Su primera novela
fue La ciudad y los perros, obra con la que
ganó el premio Biblioteca Breve, publicada
originalmente por Seix Barral en España,
en 1962, cuando apenas contaba con 26
años de edad.
Este fue el punto de partida de una exitosa carrera como
escritor, pues al poco tiempo llegó La casa verde y a esta le
siguió una obra monumental de la narrativa hispanoamericana: Conversación en La Catedral. Prolijo y constante, Vargas
Llosa ha publicado más de treinta libros, de los cuales 16
son novelas de una amplitud considerable. Los temas que ha
abordado son diversos, como la violencia juvenil en el caso
de La ciudad y los perros, cuyo centro de acción es la escuela
militar Leoncio Prado, de Lima, donde los jóvenes de reciente
ingreso, llamados perros por los alumnos que los reciben,
tienen que hacer valer su respeto a base de astucia y fuerza
física para ganarse el nombre de cadetes. Vargas Llosa afirmaba que no era sino la recreación de un microcosmos que
en realidad refleja las relaciones humanas en todos los niveles, plagadas de violencia, principalmente en países de escaso
desarrollo como el Perú. Una lectura actual nos deja claro
que esta violencia escolar que ahora tanto alarma a las autoridades educativas y a los padres de familia, conocida como
bullying, no es sino una un viejo fenómeno que ha existido
siempre, acaso con ciertas variaciones propias de la época y
con un nuevo nombre. En muchos casos, las novelas de este
autor ponen a sus protagonistas en una encrucijada moral,
como fue el caso de esta primera novela, donde Alberto, cadete más ubicado que el resto de sus compañeros, es testigo
de cómo uno de ellos dispara en una práctica de tiro a otro
alumno, dándole muerte. El dilema entre denunciar y sufrir
por una serie de trámites engorrosos, presionado por condiscípulos y autoridades o simplemente dejar pasar las cosas
como son, está en el centro de la narración como el punto
neurálgico. Finalmente el personaje se retracta cuando las
autoridades escolares descubren que era el autor de textos
pornográficos, los mismos que escribía para venderlos entre
sus compañeros del Leoncio Prado.
Luego habría de abordar, en su siguiente obra, el salvajismo
vigente en las comunidades caucheras del Perú, en donde emerge
La casa verde, prostíbulo protagónico por donde pasan las historias de personajes increíbles, tanto por sus historias de tragedia
y dolor, como por la audacia con la que consiguen hacerse de un
poder enorme. Nuevamente, en todo ese complejo entramado
que nuestro autor construye en la extensa narración, el conflicto
moral vuelve a aparecer en el caso del práctico Nieves, que huye
de un pasado violento del que tiene que dar cuentas a la justicia. Está también la historia de las monjas que rescatan niñas
de las prácticas tribales de las profundas selvas peruanas, entre
los indios Aguarunas y Huambisas, que las someten a prácticas
sexuales y servidumbre obligatorias entre los caciques; sin embargo, cuando las niñas han crecido con las monjas, instruidas y
bien educadas, no tienen ningún futuro en la sociedad esclavista
de los caucheros, por lo que terminan regalándolas a las familias para que se conviertan en sirvientas o terminen, como fue
el caso, en el prostíbulo de la casa verde. Hay más situaciones
comprometidas entre los personajes de la novela, como el caso
del aborrecible Fushía o el sargento Lituma, solo que en su afán
de hacer un rompecabezas con las historias de sus personajes,
Vargas Llosa le resta impacto a cada uno de esos conflictos.
Más adelante, en la prolífica obra de Vargas Llosa, nos habremos de encontrar con Zavalita, ese personaje de Conversación en
La Catedral, que al escuchar el relato de las tropelías de su padre,
un político poderoso que participa en el gobierno corrupto en
turno, se hace aquella pregunta que nos identifica a todos los latinoamericanos cuando tratamos de explicar el presente a través
de la historia reciente: “¿cuándo se jodió el Perú”? Es evidente
que en esta novela la política aparece como tema protagónico, no
solo en el caso de la oficial y corrompida, sino en los movimientos clandestinos de orientación comunista, que en la década del
70 se creía que eran la única salida posible a un poder opresivo,
que con algunos matices, se repetía de forma similar en toda
la América Latina. Sin embargo, Zavalita encuentra su verdadero conflicto cuando se entera, conversando con el antiguo
guardaespaldas de su padre, que también fue un político que
participó de la corrupción y además gustaba de tener prácticas
sexuales aberrantes.
De las tres primeras novelas de Mario Vargas Llosa nos vamos a la más recientemente publicada, El sueño del celta (2010).
Aparece publicada el mismo año en que su autor es reconocido
con el premio Nobel, solo con unos meses de antelación. Es una
obra espléndida sobre la historia de un personaje complejo y
contradictorio, Roger Casement, irlandés que divide su juventud
entre la sólida estructura del progreso británico y el sentimiento nacionalista por otro. No obstante, es la primera, y la admiración que siente hacia los imperialistas ingleses, lo que le va
dando sentido a su propia vida. Trabaja como empleado de una
naviera en la misma Inglaterra, hacia finales del siglo XIX, cuando la explotación del caucho y su comercialización movieron de
manera importante la economía de la Europa finisecular. Justo
en la época en que el rey Leopoldo II de Bélgica, aquel que fuera
hermano de nuestra recordada emperatriz Carlota, consiguió la
creación de un territorio dominado por su corona en África, el
Congo, que luego explotó con rapacidad, sin necesidad de tener
que poner un pie en aquella lejana tierra. Casement se traslada
justo a Leopoldville, ciudad fundada por los caucheros franceses
que primero admira y luego detesta, cuando ve las atrocidades
que cometen con los naturales de la región, a quienes esclavizan y, sin ningún remordimiento, masacran cuando ya no les
son útiles. Entonces el dilema moral transforma al personaje en
un defensor a ultranza de los derechos de estos hombres, que
primero son despojados de sus tierras y luego de su propia
libertad, y lo hace con tanta notoriedad que la corona británica le encomienda hacer una investigación a fondo. El resultado fue un reporte que alcanzó celebridad en Londres,
pero nulos efectos en el Congo, donde las atrocidades continuaron igual. Roger Casement pasa luego a hacer una inspección a Sudamérica, concretamente a las caucheras del
Putumayo, en las selvas de Perú y Colombia. Encuentra un
cuadro similar y lo denuncia, provocando la caída de la poderosa compañía de Julio Arana, un peruano encumbrado
radicado entonces en Londres. El conflicto aparece cuando
al personaje le resurge el nacionalismo irlandés, cuya principal característica es el odio visceral a los británicos, justo
los que habían reconocido su trabajo como defensor de los
derechos humanos nombrándolo Sir. No obstante, considera que sus esfuerzos deben ser reorientados a la causa independentista y en automático se convierte en traidor. Justo
con esto arranca la novela, con un Casement encarcelado
y filosófico, seguidor de Kempis, el autor de La imitación de
Cristo, y esperando el veredicto de la justicia inglesa. Pero si
faltara poco para hacer de este un personaje abrasado por el
conflicto moral, también está el antecedente de su homosexualidad, que carga como una daga de dos filos, pues el placer lo arrebata siempre fuera de Inglaterra o Irlanda, pero
igualmente lo condena y lo hace sentir humillado frente a
los despiadados ingleses, que si antes lo premiaron, como
traidor será despojado del más mínimo sentido del honor:
su propia hombría.
Mario Vargas Llosa es un extraordinario narrador, aunque persiste en su técnica de confundir a sus lectores, que
deben cultivar la vena de la paciencia para ir descubriendo
el perfil de sus personajes, mucho más oscuros en esta última novela fuera del personaje principal. Las perversiones
o diversidades sexuales tienen cabida en muchas de sus
obras, y en las cuatro comentadas juegan un rol importante, pues hacen caer a Alberto de La ciudad y los perros por
ser escritor pornográfico, en La casa verde es el prostíbulo el motivo central, el padre de Zavalita es bisexual y en
Roger Casement hay este estigma de la homosexualidad
cargado como un pecado inconfesable para él. Algunos elementos no dejan de repetirse, como el caso de las monjas
que rescatan a las niñas indias de la tiranía caciquil, para
entregarlas al sometimiento del hombre “civilizado”, que
igual aparece en El sueño del celta, cuando Casement pasa
por Sudamérica. Pero sobre todo, el autor reserva una importancia preponderante en el conflicto moral, no es casual
que aparezcan de manera recurrente estos dilemas que sus
personajes tienen que resolver, a veces en forma fatídica,
como en el caso de su última novela. Tal vez la sexualidad
fue en décadas pasadas el detonador más fuerte para llegar
a la médula de un conflicto moral (recuérdese Lluvia, de
Somerset Maugham); sin embargo, los tiempos han evolucionado. Hoy es políticamente incorrecto criticar la homosexualidad, con lo que este elemento escandaloso para el
Roger Casement ejecutado en 1916, ya no tiene la misma
fuerza humillante que los ingleses explotaron al examinar
el ano del cadáver del traidor para demostrar su dilatación
anormal. Como tampoco es la virginidad el terrible tabú
que desarrolla Vargas Llosa en La señorita de Tacna (pieza
teatral). Tal vez por eso, el celta de Vargas Llosa centra más
el conflicto en el patriotismo, el valor y la traición, pero no
por ello deja de ser una obra impregnada de la obsesión
evidente del escritor.
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El Mollete Literario
15.01.2013
Arte ahora
Teleras en serie
Una cosa entre Prime Suspect
las cosas
Por Elsie Méndez Baillet
D
por Mónica Contreras
edico este espacio a la series de televisión
debido a la gran calidad con que hoy se
producen. Por otro lado, es posible verlas
fácilmente gracias a las múltiples opciones
que en casa se tienen sin importar su fecha de exhibición.
D
esde un punto de vista pragmático el arte siempre ha
tenido un desarrollo de indiscutible servicio social al
hombre, ya sea como en la edad media un instrumento
pedagógico para la instrucción religiosa, como un
gran amasijo de la riqueza cultural de un país, como instrumento
ideológico, como un objeto de culto y portador de estatus, botín de
guerra e inclusive como gran emancipador de preocupaciones utópicas
de diversa índole; incluidas las espirituales, es sin duda sujeto y
objeto de manipulaciones de la más diversa índole, pero en realidad el
objeto artístico es solo una cosa entre las cosas y por este solo hecho
responde a la mecánica más elemental de las mismas, son en realidad
las intenciones las que definen sus funciones, aunque en éste aspecto
también hay distinciones, ya que, una cosa son las intenciones que un
creador tiene cuando hace una obra y otra muy distinta para lo que es
arte en general es utilizado.
El arte tiene una función en nuestro mundo
contemporáneo y debe estar inscrita en las
cualidades primigenias del hombre que están
ligadas a su sensibilidad y a su capacidad de
asombro, creo que el arte y su diferenciación
con otras disciplinas radica en que a que a pesar de que el hombre vive entre las cosas y se
ha saturado de ellas y tiene mil nuevos caminos
para aproximarse al entendimiento de las mismas no existe ninguna relación que tenga una
capacidad para generar conocimiento como el
arte, en él la capacidad creativa (incluídas en
ella la intuición y el pensamiento mágico), la
razón lógica y el conocimiento racional y científico pueden entremezclarse y generar una
capacidad que pueda recrear en las facultades
del ser humano su realidad desde un punto de
vista que de otra forma le sería completamente
inaccesible, crear otro mundo posible, a éste
respecto, lo que a mi parecer cabría destacar
es que, como una rama del conocimiento humano que requiere una preparación y destrezas
específicas para su ejecución también requiere
a diferencia de lo que muchas corrientes políticas quisieran una instrucción para poder ser
entendido, especialmente el arte contemporáneo, por supuesto que es inaccesible entre más
complejo, el hecho de que requiera de la sensibilidad para ser aprehendido no exime a los espectadores de más herramientas para acercarse
a él, la sensibilidad debe ser educada y el arte
también es un asunto de la mente compleja.
Creo que el si el arte sigue teniendo una función más allá de todos los pragmatismos posibles
puede estar ahí donde radica el compromiso y la
diferencia que marca el trabajo del artista: que es
básicamente crear la conciencia sobre la existencia de un objeto o de una acción, donde el espectador se encuentra una vez más con las cosas más
allá de la simple relación de uso.
El televisor se ha convertido en una pantalla más
porque también se cuenta con la computadora y
puede verse material audiovisual a través de la internet o los canales de paga. Sitios como www.cuevana.tv y www.cuevana2.tv, –por mencionar los de
más fácil entrada–, no cobran y no es necesario
“bajar” el material y llenar de datos la memoria
del cepeu. También, las series pueden comprarse y su costo es ya muy asequible. La competencia de las televisoras por el auditorio, las ha
comprometido a invertir mejor calidad en la
producción de sus series. Por eso han apostado
a la contratación de buenos escritores pues es la
garantía de obtener los mejores resultados.
A diferencia de algunos años atrás, son los
escritores quienes tienen el crédito principal.
Después, la productora deberá buscar la venta
de su producto a partir del cartel de los actores
y, sin duda alguna, del oficio de los directores.
Del resultado hemos visto: historias maravillosas,
atractivos personajes de múltiples dimensiones
y magníficos diseños de arte, sonido, edición y
producción. Por estas razones, quiero hablar de
Granada Television y su diseño de producción de
la soberbia Prime Suspect –Primer sospechoso, aunque no se le conoció por su nombre en español–.
Obra no comercial de bajo presupuesto dirigida por Christopher Menaul y escrita por Lynda
La Plante. Lynda es una escritora de trayectoria
únicamente televisiva. Obtuvo por este trabajo el
prestigioso Edgar Awards de los Mystery Writers
of America que honra a los mejores escritores de
novela, obra teatral, televisión y cine con género
de misterio, crimen, suspenso e intriga.
En años anteriores, el premio fue otorgado
a grandes personalidades como Agatha Christie,
Alfred Hitchcock, Raymond Chandler, Mary
Higgins Clark, y Michael Connelly, entre otros.
La calidad de Prime Suspect se debe sin duda a
la calidad de los guiones. Lynda tiene una gran
experiencia en historias policiacas pero también
en la construcción de personajes femeninos. Prime Suspect fue producida durante siete años. De
esta manera, los involucrados tuvieron suficiente tiempo para diseñar, escribir y producir cada
uno de los guiones que conformaron la serie.
Generalmente, ocurre lo contrario, los escritores de televisión son prácticamente perseguidos por los tiempos de rodaje al encontrarse
muy cerca, quizá a dos semanas de distancia o,
en la mayoría de los casos como sucede en México, a dos o tres días del rodaje del capítulo que
escriben. Esta premura los obliga a rasguear los
guiones con apresuramiento como puede comprobarse constantemente en la tele mexicana
y en algunas series gringas. Granada Television
hizo todo lo contrario, produjo trece capítulos
a lo largo de siete años. Es probable que desde
un inicio se tomara la decisión de asignar a la
serie la calidad de cine para televisión para apoyar a la actriz Helen Mirren porque la historia se
basa en un personaje femenino sumamente fuerte. El director, Christopher Menaul, logra crear
una atmósfera aparentemente apacible, de grave
quietud. Sus planos, de tiros largos, son prácticamente contemplativos, construyendo así un
ambiente sórdido, desabrigado, que mantiene
el suspenso, pero al mismo tiempo transmite el
carácter del Jane Tennison, la teniente policiaca
que interpreta Helen. La fotografía de Ken Morgan es de una pureza desnuda sin concesiones,
está despojada de artilugios, parece simple, sencilla, sus claras imágenes son limpias, sin embargo, se aprietan dramáticamente en función de
Tennison, de sus inseguridades y certezas, y sin
que luzcan como un alarde, el fotógrafo edifica imágenes sorprendentes. Todos los creadores
de la serie fueron ampliamente reconocidos con
nominaciones y premios: la edición de Edward
Mansell, la música de Stephen Warbeck y la
construcción escénica, sin contar la dirección, el
guión y las actuaciones.
La historia, centrada en la detective, es una
mujer madura con ambiciones y se le acusa de
obtener su ascenso debido al romance que mantiene con uno de sus superiores. Jane se encuentra no solamente luchando contra los criminales
sino también con sus subalternos y compañeros
de trabajo en un ambiente dominado por los
hombres en el Departamento de Policía de Crímenes de Londres. Este espacio desconocido,
cerrado como una familia, sofocante como su
alcoholismo, es un sitio al que realmente no
desea pertenecer. Es un lugar masculino hasta
extremos indecibles. Sufre humillaciones y denostaciones constantes a los que responde con
inteligencia y destemplanza. De esta manera, la
solución de los crímenes se encuentra equilibrada a las oposiciones que la teniente encuentra
entre sus colaboradores. La tensión dramática
se estira así de forma sigilosa e imprudente. Los
errores cometidos por Jane, aunados a su ansiedad por superarlos y por demostrar su capacidad, son el núcleo de la historia. La narración
a través del personaje, produce en el espectador
una gran simpatía e interés.
El Mollete Literario
15.01.2013
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Diccionario
Noche
Por Mauricio Carrera
L
a oscuridad es su aliada. Por
eso la noche es propicia para el
robo, el miedo y lo clandestino.
De entre sus sombras aparece el
embozado asaltante, el caco hijo de su, que nos
conmina a entregar la bolsa o la vida armado
de una fusta o una navaja.
De su penumbra nacen, en nuestra imaginación, los monstruos, y
sus primos, los brujos, el coco y los fantasmas. De sus recovecos
nocturnos surge el entramado de la trampa, lo ruin de la celada,
los políticos que pactan la corruptela, los amores piratas y los no
tanto. La noche es también el sueño, y para los que sufren, la vigilia. La noche es inspiración de poetas y suspiro a la luna de los
enamorados. Su sino es lo oculto, la negritud, la posibilidad de los
amores que no se atreven a decir su nombre, sitio de espanto y de
alegría. Noche de panteón y de discoteca. Noche joven que aún
empieza y noche vieja, la que termina el año o la que ha pasado
inmisericorde sin apenas darnos cuenta. Hay noches blancas, donde la oscuridad se ausenta por meses en ciertas latitudes más frías
y nevadas, y noches oscuras como boca de lobo, como tumba sin
sosiego, como la noche de los tiempos en que todo es confuso y
todo se pierde. Hay noches de Veracruz, a ritmo del músico poeta,
y noches de Cabiria, a la manera de Fellini y Giulietta Massina.
Las noches son para el asombro de las estrellas. Es para preguntarse cosas del alma y para sentirse diminuto al mirar a la magnífica
y oscura bóveda y perderse en lo infinito e intimidador del universo.
La noche es para contemplar mejor el fuego, el de las estufas, el
de las teas ardientes, el de las fogatas y las hogueras. La noche es
para vernos en otros espejos, aún más profundos y primitivos. Lo
dijo George Brassai: “La noche sugiere, no enseña. La noche nos
encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros
las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón”.
En su libro La silla de Karpov, Javier García Galiano nos ofrece
un certero retrato del principio de la noche: “es algo que se ignora
porque, como su final, ocurre subrepticiamente y sólo se reconoce
cuando ya ha sucedido. Puede sobrevenir durante una conversación o como un eco artificioso procedente de un programa de televisión o acaso de una telenovela de bajo presupuesto. No depende
del sol, aunque su ocaso puede suponer un presagio. Algunos rezos suelen anunciarla y el estruendo de los pájaros y los faros de los
automóviles y las farolas de la calle parecen un indicio de que ha
llegado. Se dice, sin embargo, que un silencio siempre la precede”.
Hay, por supuesto, otras formas en que la noche se anuncia. Lo
hace como sueño, aunque no necesariamente el sueño de los justos, y como pesadilla. Sufrir de noche es lo peor. Pregúntenselo a
los niños, a los celosos o a los que tienen deudas con su conciencia
o con los bancos. Uno parece más solo que nunca. Las enfermedades son más terribles de noche, así como el llanto de los recién
nacidos. Lo decía Ovidio, y no sin razón: “La noche es más triste
que el día”. Es un aullido, una queja.
La noche es vampírica, apta para ritos macabros y para esa otra
manera de lo zombi que es el sonambulismo.
La noche, además, aunque se vista de oscuridad y luna, no es
la misma siempre. Los viernes, por ejemplo, es por completo diferente. Esa noche las adolescentes se pintan los labios y se ajustan la
minifalda para salir al encuentro de su educación sentimental y de
las candilejas de la vida. Los hombres, por su parte, se acicalan con
lociones y camisas recién planchadas para salir en busca de copas
y de aventuras momentáneas. La noche es perdición, es pecado, es
baile. Por eso los antros son oscuros, porque son un remedo chispeante de la noche que todo lo abarca en sus pasiones. Las serenatas
son eso: cantar nuestro amor al cobijo de la ausencia de luces que
nos intimiden. Y por eso se reza antes de irnos a la cama: porque en
el sigilo de la noche los ángeles de la guarda nos escuchan mejor;
como la noche es peligrosa, pedimos protección y cobijo celestial.
Fue Lord Byron el que dijo: “la noche muestra a las estrellas
y a las mujeres bajo una luz mejor”. Es cierto, porque de noche
todos los gatos son pardos. “Todo en la noche”, como decía Xavier
Villaurrutia, “vive una duda secreta”.
Por eso la noche es también calentura, deseo. Es el gato sobre
el tejado caliente de zinc, a la manera de Tenessee Williams, y las
camas deshechas de los amantes, el resguardo del amor que no
puede decir su nombre y la pasión de la piel y las hormonas, que
en las sombras es por fuerza más incontenible, más desatada. “Noche, no te vayas”, como dice la canción. Porque la noche es el gozo
y la posibilidad del feliz encuentro de los besos o de las pieles bajo
las sábanas, como en este verso de Jorge Guillén: “Noche mucho
más noche: el amor ya es un hecho”.
La noche es asimismo el reposo de quienes trabajan, ese asidero de mínima esperanza ante las tiranías de la vida. Otra vez, Javier García Galiano: “Con la noche también llegan los trabajadores
que salen de las fábricas. Con desidia y la corbata desanudada, los
oficinistas regresan a su casa, donde suele esperarlos la merienda
de los niños y una esposa abúlica, a la que se le han podrido las
ilusiones”. Con excepción de los veladores, las prostitutas y los
bohemios, la noche es nuestro descanso, el premio a nuestros avatares de guerreros de la vida.
Será nuestro descanso, pero la noche, como es tentación y pretexto para gozar de la vida, hace que muchos lleven una larga noche cargando a cuestas. Salvador Elizondo se preguntaba: “¿Quién
es ese hombre que lleva la noche consigo donde quiera que va?”.
Ese hombre, esa mujer, son los miembros de una delicada y digna
estirpe: la de los noctámbulos. Bonita palabra. “Los noctámbulos”,
decía Danikaze, “son aquellos que viven de noche porque no se
sienten satisfechos con lo que hicieron durante el día”. Son los caminantes de la noche. Sus exploradores. Se les encuentra detrás de
una copa, detrás de un maquillaje corrido, detrás de un vestido de
lentejuelas, detrás de un cigarro a medio consumir, detrás de una
honda pena que no puede apagarse, detrás de la vida fácil (que es
la más difícil), detrás de un pasito de baile, detrás de la puerta de
un cuarto de hotel, detrás de quien sólo admira a la luna, detrás de
quien se considera romántico y bohemio, detrás de una angustia
que no puede apagarse, detrás de una borrachera que augura una
magnífica cruda.
Los noctámbulos son felices hasta que llega el día. Y es que la
noche cobija, oculta, pone en penumbra nuestras miserias. Por eso
la noche es noche, porque es la posibilidad de un sueño y de una
vida no saciada que busca en su oscuridad quimeras más inmediatas.
Johann Wolgang Goethe, que por enamorado fue otro gran
noctámbulo, dijo lo siguiente, que sin duda es cierto: “La noche es
la mitad de la vida y la mejor mitad”.