NOMBRE DE LA PONENCIA: LA GASTRONOMÍA Y SU IMPORTANCIA COMO RECURSO CULTURAL PARA EL DESARROLLO DEL TURISMO EN MÉXICO. NOMBRE DEL(A) PONENTE: Dra. Rosa Mayra Ávila Aldapa Escuela Superior de Turismo / Sección de Estudios de Posgrado e Investigación Instituto Politécnico Nacional [email protected] [email protected] 1 LA GASTRONOMÍA Y SU IMPORTANCIA COMO RECURSO CULTURAL PARA EL DESARROLLO DEL TURISMO EN MÉXICO. Rosa Mayra Ávila Aldapa Escuela Superior de Turismo / Sección de Estudios de Posgrado e Investigación Instituto Politécnico Nacional Patrimonio cultural y turismo Hasta hace unos cuarenta años solo unos pocos disfrutaban su tiempo de ocio en forma de viaje. Se dieron entonces las condiciones económicas, tecnológicas y sociales necesarias para que, por primera vez en la historia de la Humanidad, la gente comenzara masivamente a desplazarse, no motivados por las guerras, el trabajo o la fe, sino por placer. Eran los turistas, gentes que pagaban por tomar el sol, por mojarse en el mar, por pasear por monte; gentes que vestían de maneras absurdas, se comportaban de forma diferente y gastaban dinero sin preocupación aparente. En un plazo relativamente corto, los espacios se modificaron, la geografía conocida se adaptó para explotar económicamente los deseos de aquellos recién llegados. Con ellos también arribaron, casi de la mano, grupos cada vez más numerosos de gentes con esperanzas de encontrar un futuro laboral prometedor o, al menos, una fuente de ingresos capaz de permitir la acumulación de capital a corto plazo. Llegaron también inversores de todas partes que, en la necesidad tal vez inducida, preparaban el entorno para satisfacer el ansia de los visitantes y ofrecían, para conseguirlo, salarios por trabajo y plusvalías por tierra. En su complejidad, se entiende que el turismo es el movimiento de gente a destinos fuera de su lugar habitual de trabajo y residencia, las actividades realizadas durante su estancia en estos destinos y los servicios creados para atender sus necesidades1 implicando e interrelacionando las motivaciones y experiencias de los turistas, las expectativas y los ajustes hechos por los residentes del área receptora y los roles jugados por las numerosas agencias e instituciones que interceden entre ellos, además del importante grupo de culturas2 y sus optimizaciones para el encuentro cara a cara de los diferentes actores. Pero la actividad turística no ha sido, ni mucho menos, estática a lo largo del tiempo. Inicialmente vinculada a las clases sociales que disponían de economías saneadas y que 1 2 Mathieson y Wall, 1990 1986 Santana Talavera,1997 2 hacían de los lugares de vacación una prolongación de su residencia habitual., su popularización hizo necesaria la creación de estándares tanto en lo que se refiere al alojamiento como a las actividades y servicios que se lo ofrecían para su disfrute. Era el turismo de masas, fundamentalmente atraído por el sol y las playas de fina arena. Impulsando un movimiento de millones de personas que, como riadas, llegaban a las limitadas áreas de acogida ( la costa mediterránea europea, algunos puntos de México y el Caribe, y poco más) sin más pretensiones que disfrutar de su viaje enlatado, comprado como un paquete que incluía prácticamente todo lo necesario, promovió un sistema casi industrial para abastecerle de recuerdos, souvenir, comida rápida, alojamiento de baja calidad, transportes, excursiones al por mayor, y otros muchos bienes y servicios. Denostado por los impactos que ocasionaba, por la congestión turística de algunas áreas, por las condiciones laborales, por sus estacionalidad, generó importantes beneficios económicos tanto al empresariado como a la fuerza de trabajo implicada directa o indirectamente en el mismo. Con él, el término turista magnificado por el estereotipo del individuo con camisa hawaiana, pantalón corto estampado, gafas oscuras, sandalias y calcetines, adquirió un sentido peyorativo que aún perdura. Los años ochenta abrieron paso a la consolidación de nuevas formas mas sofisticadas y, en principio, más elitistas de turismo. Se iniciaron entonces de forma intermediada por tour operadores y centrales de reserva el turismo rural, los viajes de aventura y riesgo aparente, la pasión por la naturaleza y por lo exótico de otras culturas. Para este nuevo turista, la parte central de su viaje está determinada por la posibilidad de participar en nuevas y profundas experiencias culturales, tanto en lo estético como en lo intelectual, emocional o psicológico, de experimentar la cultura en el sentido de una forma distintiva de vida. Las actividades llevadas a cabo para satisfacer tal curiosidad podrán consistir en la participación en eventos locales, en el encuentro cara a cara con gentes exóticas, con culturas distantes - en el espacio o en el tiempo- a la propia, en la observación directa de monumentos, edificios, pueblos o ciudades distintivos por su pasado real o hiper real. El sistema turístico se adaptó a las nuevas demandas al tiempo que las creaba. En muchos destinos consolidados empezaron a tañer las campanas de los nuevos tiempos. Serían capaces de rejuvenecer su imagen o caerían arroyados por el surgimiento de 3 otras muchas áreas que ya no necesitaban de playas y paraísos aunque el referente de este concepto también se ha post modernizado y ahora casi todo el mundo puede ofrecer y disfrutar de un paraíso casi a medida de las necesidades. El mercado comenzaba a mostrar su flexibilidad y segmentación, el énfasis se puso sobre la experiencia satisfactoria y la calidad del turista un eufemismo para referirse al alto poder adquisitivo y posibilidad de fasto en el destino. El turismo alternativo, con subproductos como el turismo rural, el ecoturismo o el turismo cultural, es hijo de tal situación, generando turistas-cliente de un carácter marcadamente heterogéneo determinado, entre otras cuestiones, por sus preconcepciones específicas del entorno cultura de acogida y su capacidad para variarlas según la realidad percibida en el destino. Muchas veces identificado de manera solemne con la herencia, el patrimonio alude a la historia, que entronca con la esencia misma de la cultura y es asumido directamente por los grupos locales. El patrimonio es considerado por muchos como la síntesis simbólica de los valores identitarios de una sociedad que los reconoce como propios3 y relaciona una sociedad o cultura con su ambiente4. Ello implica un proceso de reconocimiento, generalmente intergeneracional, de unos alimentos (desde el territorio hasta la genealogía) como parte del bagaje cultural y su vinculación a un sentimiento de grupo. Sin embargo la historia es selectiva y cambiante, las cronologías son interpretables y recreables, los hechos objetivos solo existen en la mente de los científicos, y el patrimonio, como historia procesada a través de la mitología, la ideología, el nacionalismo, el orgullo local, las ideas románticas o los planes de marketing5 no lo es en menor grado. Alguien- persona o grupo social- selecciona unos elementos y momentos determinados, y no otros. Alguien les dota de contenidos más o menos esquemáticos, más o menos complejos, que lo acercan a quienes serán sus usuarios. Ni siquiera es necesario que se trate de una serie de episodios conectados en el tiempo pasado, basta con que el resultado se muestre coherente y responda a la visión presente y preconcebida del ayer. Esta elección sociocultural implica que el elemento tomado como patrimonio cultural será teóricamente conservado y protegido, en tanto que será valorado por un significado que traspasa su función material, su cosificación, siendo entonces asumido como algo propio. 3 Iniesta González, 1991:2 Casasola 1990:31 5 Schouten, 1995:21 4 4 Paradójicamente se puede observar como el sitio o el hecho patrimonial varían de significado dependiendo de múltiples intereses y condiciones, viéndose envueltos en complejos procesos sociales que tienen que ver con la formación recreación de las identidades, la educación, la política, la economía y el disfrute del tiempo de ocio. Cada forma de asumirlo y consumirlo derivará en comportamientos diferenciales ante el objetosujeto del patrimonio cultural. Tales comportamientos, usos al fin y al cabo, son los que podrían degradar y subvertir el patrimonio cultural, o todo lo contrario. Precisamente por ello existen instituciones dedicadas a la preservación patrimonial, leyes que promulgan limitaciones y formas de uso, campañas de concienciación de la importancia social y cultural de mantener ese legado. Resulta, cuanto menos, chocante que alguien deba venir a enseñar o descubrir lo que es nuestro. Tal vez lo que suceda es que ese nuestro es tomado como una propiedad colectiva y por tanto, salvo excepciones, con menos reparos para su utilización y consumo que aquellas propiedades consideradas como privadas. Tal vez lo que sucede es que la práctica cotidiana político – económico educativa conduce a una separación de los grupos sociales y lo que algunos conceptualizan como patrimonio. Un patrimonio cultural para el turista Frente al resto de las activaciones patrimoniales6, de las formas de poner en valor un bien o conjunto de bienes con un fin y unos destinatarios determinado, el uso turístico de ese recurso que conocemos como patrimonio cultural destaca por la facilidad para seleccionar y combinar elementos de una amplio stock con el objetivo de conseguir un producto fácilmente aceptable por el mercado. De manera que, lejos del cientificismo, es sencillo encontrar un monumento o yacimiento arqueológico vinculado a supuestas pervivencias en la cultura local desde artesanías hasta la gastronomía, el vestido, y cómo no, los rituales religiosos a través de argumentaciones más o menos idealizadas y creíbles. Como refiere Schouten7, una buena interpretación está basada en conexiones realizadas con ideas y experiencias que ya sean familiares y sobre el aumento de la curiosidad de los visitantes. 6 7 Prats 1997;1998 1995;11 5 La ventaja de este tipo de interpretaciones patrimoniales, que lo son y tan válidas como cualquier otra, radica en la adaptación de esas realidades a sus destinatarios, ofreciendo una apropiación estética y una experiencia emocional en un lapso de tiempo extremadamente corto de unas horas a unos días. La práctica cotidiana nos muestra que el turista de lo cultural es curioso por naturaleza y, pese al exotismo que pueda mostrar el destino, necesita tanto como su homónimo de masas, algunos rasgos conocidos que le den confianza e inspiren seguridad. Se trata de clientes que pueden estar ávidos de conocimiento, se entiende que no científico pero sí basados aparentemente en hechos objetivos, y dispuestos a intentar mirar en la limitada profundidad que la visita y la información ofertada permita, entender el cómo y porqué de los elementos mostrados, de maravillarse del conjunto y sorprenderse con los detalles. Preocupado por la naturaleza y por las culturas que, intuitivamente, considera en la frontera del cambio o pérdida inminente, busca las señas de identidad y exalta lo autóctono, inmerso en un sentimiento nostálgico que le lleva a despertar el apego hacia recuerdos, espacios y tiempos más imaginados que vividos, y por ello, promotores de cualquier elemento que pueda ser incluido en su experiencia. Sin embargo, muchos consumidores ociosos del patrimonio cultural no lo buscan en primera opción. Son visitantes que utilizan el sistema turístico para relajarse, disfrutar del clima, descansar, o simplemente cambiar el ritmo impuesto en su vida cotidiana. Estos llegan al patrimonio simplemente porque está en su camino o, más aún, por lo que en prestigio social supone hablar y/o demostrar la visita o tal o cual entidad de valor sociocultural reconocido. Es preciso ser sinceros y reconocer que este tipo de turista es el más numeroso visitante del patrimonio cultural a nivel global. Los álbumes de fotos, los videos y las estanterías están repletos de esas demostraciones, imágenes que muestran al turista junto o abrazado al nativo, la misma persona en pose ante las pirámides, un cañón o un castillo, cuando no ataviada con las mejores galas indígenas supuestamente participando de un ritual o una tarea productiva. El ansia de fijar la memoria, de materializarla en un formato que permita compartirla, está ampliamente generalizado. No es extraño encontrar múltiples y variadas reproducciones miniaturizadas de construcciones (pirámides egipcias o mayas, templos y catedrales con solera medieval, torres y obras escultóricas) que, aunque lleven la inscripción Made in Taiwán, China o 6 cualquier otra área con mano de obra barata, ésta se vuelva invisible a los ojos del que adquiere su prueba de estar allí. La autenticidad como experiencia Algunos de los bienes y servicios son específicamente turísticos y los productos están diseñados e implementados bajo las condiciones impuestas por la demanda presente y las perspectivas futuras. El caso extremo podría estar representado por los espacios y parques temáticos, en los que supuestamente todo puede ser controlado, desde el índice de humedad al tiempo de permanencia del visitante en un área dada. En estos se reduce un ambiente determinado, existente o ficticio, a una serie de iconos y elementos clave que se presentan como un producto completo que debe mostrar un exotismo diferencial generalmente asociado a la necesidad de visitarlo, promesas de variedad infinita y un juego de estereotipos limitado. La persona que abona una cantidad de dinero para acceder al recinto es, salvo patologías psiquiátricas, consciente de que aquello que se le exhibe es una escenificación, una articulación de elementos, construcciones, artefactos y actores que, con algo de fortuna, se presentan con coherencia. El comprados del ticket de entrada es cómplice del simulacro y la experiencia vivida en ese ejercicio de la imaginación no deja de ser auténtica. Algo similar ocurre con el consumo y disfrute de la aventura que puede representar cualquiera de los grandes carnavales celebrados en el mundo. Combinando el caos aparente con imágenes que subvierten la realidad, la permisividad, el erotismo y sueños varios, el turista parece integrase, conocer las claves para entender lo que sucede en medio de la multitud y sentirlo como un ritual propio, hecho a su medida, auténtico. Jugando con la lectura del científico social y la ambigüedad de la mirada, en la mayor parte de los casos el ritual ha sido, como puede serlo cualquier otro elemento cultural, comercializado, mediatizado y asociado con las modas vivas en un tiempo determinado, la autenticidad vivida lo será dependiendo de la habilidad de aquellos que construyen y promueven imágenes y expectativas. El resultado será un participante turístico en medio de una escenificación casi mística para sus participantes-locales, rasgos maximizados y estilizados al efecto de una ceremonia inventada8. 8 Hobsbawm y Ranger, 1983 7 Al fin y al cabo, la autenticidad buscada por el turista no necesariamente tiene que coincidir con la materialidad forjada en un área. La autenticidad tiene más que ver con el cómo se percibe una experiencia y artefacto – que valores admirables se contemplan encarnados en ellos y con que estética son expresados – que con la cosificación de la experiencia y el artefacto mismo. Aunque algunos se empeñen en venderla, es creada individualmente como un constructo9 contextualizado en las propias experiencias del sujeto. Las relaciones de esa autenticidad con sus actores y consumidores muestran una amplia gama de manifestaciones, muchas de ellas directamente relacionadas con el mercado. Cuando no existe simplemente se inventa, y no se puede afirmar alegremente, que con este proceso de recreación se esté erigiendo una cultura bastarda. Antes bien es una muestra del dinamismo cultural de la gran imaginación y recursos de algunos –cultura brokers o mediadores de respuestas tan enérgicas como impredecibles para aprovechar las ansias de lo escaso y lo exótico demandado. El turismo alienta la creación de muchas simulaciones culturales para un supuesto postturista, de gustos sofisticados y de eufemística calidad, buscando cubrir, en el mejor de los casos, los segmentos ocultos y poco explotados del mercado. Esto ha facilitado el crecimiento de una oferta, en principio, independiente de los tour-operadores, combinando una amplia variedad de productos culturales – pequeños y flexibles- que hacen viable el ajuste a la demanda y la compatibilización con tareas productivas tradicionales. En esta línea, la explotación turística del recurso patrimonial posibilitó la incorporación del turismo a las estrategias económicas de unidades domésticas, grupos locales, empresariado e instituciones, muchas veces bajo el marco protector bienintencionado de la conservación cultural y natural con el beneplácito de los grupos locales. Otras, sin embargo, a espaldas de los habitantes que de esta forma, pasan a formar parte de museos vivos, ciudadanos de burbujas medioambientales y actores involuntarios de los diferentes escenarios para el turismo nacional-urbano e internacional. El sistema turístico no funciona al modo de una organización benéfica, es una actividad económico empresarial desde que Thomas Cook organizara la primera agencia de viajes 9 Cohen, 1988;374 8 y creara los traveler’s checks en 1874. Obviamente hay muchas formas de conducir una empresa y, alguna de ellas, podría redundar en el beneficio común. Parece ser que este es el sentido que debemos dar a las distintas formas turísticas – alternativas- implicadas en programas de desarrollo y recuperación de áreas y pueblos deprimidos, culturas aparentemente ajenas a la modernización y gentes con una especial relación con el entorno natural en que les toco vivir. Es sobre todo en estos casos cuando muchos se cuestionan el uso de los rasgos y artefactos culturales para el temporal consumo turístico, lo que Greenwood (1977) denomino “comercialización de cultura”. Estas culturas, escasas, extrañas y atractivas a la mirada pueblos indígenas, grupos étnicos específicos y poco numerosos junto a campesinos y pescadores artesanales, son comercializadas tanto o más que los bienes patrimoniales que sirven de conexión directa con el pasado. Repitiendo en gran medida los procesos y actuaciones que se llevaron a cabo para el disfrute del patrimonio cultural singular por los turistas convencionales, los bienes y espacios cotidianos, transformados en productos de representación son sistemáticamente reorientados, construidos y/o readaptados para obtener el beneplácito de sus consumidores, satisfacer sus esperanzas y expectativas. La cultura misma o una selección no neutral de la misma, es objetivada y despersonalizada, sacada de contexto, a fin de obtener un producto presentable como auténtico, fuera de tiempo, que debe infundir la idea de experiencia inolvidable y única (Makwell, 2001)para su consumidor y , a la vez , ser repetible y estandarizada para el conjunto. Turismo, cambios y patrimonio cultural Una consecuencia directa y no intencionada de esta forma de producción turístico patrimonial y su consumo ha sido su intervención en la reconstrucción de las identidades locales10, generando un proceso constante de creación y recreación del sentido de pertenencia, pasado, lugar, cultura y posesión. Una vez más el turismo se desenvuelve como un motor de cambios, no necesariamente negativos, que obliga a releer el pasado y el presente, a adaptar los significados no tanto a los hechos supuestamente objetivos como a la consideración que de los mismos tienen sus usuarios permanentes. Este tipo de procesos nos muestra una cultura dinámica cuyos sujetos no pueden ser considerados elementos pasivos de la misma. Sus experiencias y vivencias, sus 10 Franklin y Crang, 2001:10 9 pequeñas y grandes adaptaciones, sus estrategias productivas y su imaginación, los hacen agentes de la innovación y el cambio. A través de ellos, sus acciones y construcciones, con todas las influencias externas turísticas entre otras muchas, los rasgos, ritos y elementos constitutivos, lo que la gente hace, dice y piensa, podrá verse modificado u olvidado y ello no tiene porque implicar que la cultura en cuestión desaparezca. Más turismo, más cambios y el mismo patrimonio cultural Pero en estos tiempos que corren la cultura, cualquier cultura, es apropiada por instituciones y empresas, por organizaciones y científicos, que al menos sobre el papel declaran la necesidad de una protección a ultranza, auto-reproduciendo estereotipos, normándola y defendiendo el sostenimiento de las semejanzas y diferencias establecidas en la diversidad todo en paralelo al cierre de fronteras, el aumento de la xenofobia, el rechazo a los inmigrantes, el miedo a las religiones diferentes, etc. Los rasgos culturales se rescatan, los edificios se rehabilitan y campañas publicitarioinformativas dicen a los pueblos cual es su patrimonio cultural e incluso cual es su carácter y motivación histórica, en no pocas ocasiones sin oír su voz y leer su memoria. Y esto también conduce a experiencias auténticas. Para terminar, y en resumen, el pasado, los hechos y eventos objetivos ocurridos tiempo atrás, no existe en tanto que no sea cargado de valor y significado. Son las diversas interpretaciones, las heterogéneas estrategias ligadas a los nacionalismos, la construcción de las identidades, los intereses político-económicos y el mercado los que determinan las lecturas del patrimonio cultural. Se trata de discursos coherentes y bien fundados en las academias, que explican las afinidades de los vivos presentes con los muertos de ayer. Se trata de idearios que, sin concretar, indican las pautas posibles para mirar los bienes y la naturaleza cultural. El turismo es, en el aprovechamiento, sólo un promotor de aquellas estrategias de lectura, simplificándolas y abriendo las fronteras de la imaginación. El turismo marca una forma de ver y sentir el mundo mediatizada por una determinada sensibilidad estética y unas predisposiciones que podrían considerarse únicas. No se trata de la lógica curiosidad y comparación por los otros, propia de todo ser humano. Antes bien su relación más 10 cercana se encuentra en el espectáculo, resultado de múltiples procesos de transformación consustanciales a la cultura, a cualquier cultura en cualquier entorno. Pero, esta vez, los cambios vienen determinados externamente. Se producen así, a modo de performance, unas variaciones que se apartan de lo corriente y dirigen el conjunto cultural, el patrimonio cultural -sea cual sea este- hacia la representación para el consumo satisfactorio de los visitantes temporales. En términos generales, el producto turístico-patrimonial basa su efecto en el encuentro con el pasado y lo exótico a través de elementos materiales (artefactos, edificaciones o medio ambiente), un pasado recreado e inducido ex profeso con el cual se puede, imbuido en la ambientación del escenario, trascender la vida cotidiana durante un periodo predeterminado. La experiencia auténtica dependerá del buen hacer de los promotores del patrimonio, de la imagen que construyan y vendan, de su capacidad para planificar los contrastes y no ofertar un bricolaje cultural (Edensor, 2001:64), de su facilidad para ocultar las contradicciones que en todo destino existen. Se podría pensar que los cambios culturales, a veces dramáticos, que los científicos sociales relacionan con el desarrollo turístico serán contemplados como efectos negativos por las poblaciones locales. Pero, salvo excepciones justificadas en destinos sin éxito o totalmente controlados externamente, los residentes manifiestan que el turismo aporta beneficios11, mejora la calidad de vida, el aspecto de y la conciencia sobre sus entornos y, lo más llamativo, promociona su cultura. Ello indica que, en general, las poblaciones están muy abiertas a las modificaciones culturales, o son inconscientes de tales efectos, o se encuentran muy necesitadas económicamente. Lo cierto es que las poblaciones residentes locales, inmersas en este proceso de mercantilización patrimonial, no suelen estar al margen. Su integración al proceso de creación y venta de los bienes culturales se muestra en una intensificación de la producción, inicialmente complementaria a las tareas productivas tradicionales para posteriormente suplantarlas, al menos estacionalmente. El éxito del área como destino y el exotismo-tipismo de la cultura promueven la llegada de turistas y con ellos una espiral de consumo que demanda más y más objetos, ignorando la riqueza cultural, los significados y consecuencias de lo consumido. 11 Andereck y Vogt, 2000 11 En no pocas ocasiones los problemas surgen a partir de la excepción antedicha, esto es, la creación de patrimonios que son impuestos y explotados externamente. Como vendedor de patrimonio, el empresariado foráneo escogerá, entre todas, la interpretación más al uso, la más llevadera para la sociedad en que se pretenda proyectar la imagen construida. No se cuestionará si es acertada o no, si tiene matices erróneos o tintes holliwoodenses, tan solo si genera suficientes beneficios. El índice que determina su acierto e importancia es la rentabilidad. De hecho gran parte del patrimonio turístico se corresponde a la imagen preconfigurada de sus consumidores, construida a través de los estereotipos, que, bien le son ofrecidos desde el destino, bien sintetizados (inducidos) de lo emitido por los medios de comunicación de masas y del contacto con ex turistas. Es importante la descentralización de la administración patrimonial, pero fundada sobre nuevas fórmulas que garanticen la responsabilidad de los implicados locales, una buena gestión donde ellos tengan algo que decir. El turismo ya no es algo externo a las sociedades. El patrimonio cultural las ha vinculado en la globalización pudiendo llegar a ser promovido desde la propia identidad, no como una reliquia sino como un recurso dinámico y multipropósito. La gastronomía y el turismo Aunque el turismo masivo está lejos de haberse agotado, ya no es suficiente para satisfacer la demanda que su propio crecimiento le solicita. Pero, al mismo tiempo que ha crecido, se ha visto en la necesidad de ampliar sus horizontes porque ha ido surgiendo un turista cada vez más exigente. Por ello es que, recientemente, el turismo ha vuelto sus ojos a lo que hoy se conoce como el turismo cultural, que, a pesar de ser insistentemente nombrado, todavía no logra ser definido de manera cabal. Podemos, sin embargo, considerar que el turismo cultural es aquel que tiene como eje central de motivación la cultura de un país o región, que está integrada por su historia, sus costumbres, sus creaciones artísticas y, desde luego, por sus costumbres gastronómicas. La gastronomía es el resultado de la historia de un pueblo. La gastronomía mexicana es el resultado de la influencia culinaria de diversas tradiciones, entre las que destacan, por supuesto la indígena y la española. De estas influencias ha resultado una riquísima y variada tradición gastronomía, que incluye desde la cocina tradicional cotidiana, que consumimos diariamente millones de mexicanos, hasta la alta cocina internacional, que se 12 consume sólo en los restaurantes de alto nivel. Esto forma parte de un Patrimonio Cultural en el más estricto sentido de la definición de la UNESCO (1998), “un conjunto de creaciones que emanan de una comunidad cultural fundada en la tradición”, conjunto en el que los diversos grupos sociales de nuestro país reconocemos nuestra identidad, pero que al mismo tiempo está en constante proceso de mejora y enriquecimiento. Todo el patrimonio cultural representa un gran potencial de desarrollo turístico. Sin embargo, lo se necesita para ese desarrollo, es que este potencial se convierta en un producto turístico que esté perfectamente definido como tal. El recurso cultural es la materia prima; el producto es el recurso elaborado y puesto en valor en el mercado turístico. Y este proceso de elaboración y puesta en valor de los recursos se realiza a través de la actividad empresarial. Otro aspecto es delimitar el componente turístico de este producto cultural. No conocemos estudios sobre este tema ni sobre las motivaciones que ejerce en el turista, pero nos atrevemos a decir que éste ha sido un segmento de crecimiento constante e ignorado. La participación de la industria restaurantes en el turismo tiene gran importancia y ha sido un importante motor de desarrollo económico-social, a pesar de encontrase actualmente en una etapa de crisis. La industria restaurantera mexicana genera, aproximadamente 130 mil millones de pesos al año por concepto de ventas en 221 mil establecimientos en todo el país12 y en donde laboran más de 800 mil personas en forma directa y aproximadamente 4 millones en forma indirecta13 y esta industria se eslabona a una gran cantidad de actividades económicas y comerciales vinculadas a la vida restaurantera como lo demuestran los más 51 millones de pesos gastados por los restaurantes en productos agropecuarios. Sólo para tener una idea del comportamiento de los recursos destinados al renglón de compras de todo tipo de productos relacionados con la gastronomía, se puede puntualizar que del total gastado de $51,879,960.00, el 23.57% se destinó al rubro de carnes; el 14.69% a refrescos y cervezas; el 14.02% a vinos y licores y el 12.40% para frutas y 12 13 Esta cifra sólo incluye los establecimientos restauranteros que se encuentran afiliados a la CANIRAC. Boletín de la CANIRAC, núm. 28 13 verduras. Importantes gastos se registraron también en el campo de los abarrotes que fue por 11.98%, el sector de aves ocupó el 7.95%; mariscos, 5.71%; lácteos, 5.68% y ultramarinos el 4%. Con estas compras, la CANIRAC registró en 2002, ventas por 145 mil 200 millones de pesos, los cuales se obtuvieron de la siguiente manera: 77.5% en alimentos que equivale a 112 mil 530 millones; 13.5 en bebidas alcohólicas, por 19 mil 575 millones de pesos y el 9% en bebidas no alcohólicas, que fue por 13 mil 50 millones de pesos. El año 2002, la industria restaurantera inició con un nuevo impuesto, llamado “Suntuario”, que se aplicó con un 5% más a los importes de consumo en establecimientos con venta de bebidas alcohólicas. El impacto en las ventas fue contundente, éstas se vinieron abajo. Y aunque también fue implantada la deducibilidad de gastos en restaurantes, ésta fue tan sólo del 50%, además de que fue inhibida por la miscelánea fiscal y también por el exceso de regulación para los procedimientos. La recesión económica, la inseguridad, la aplicación del impuesto suntuario del 5%, y el impuesto sustitutivo de crédito al salario, así como el incremento en los costos de los servicios públicos; agua, luz, energéticos, y los altos costos por el manejo de tarjetas de crédito, impidieron en 2002 el crecimiento de la Industria Restaurantera. Toda esta situación provocó que el sector presentara signos de deterioro: 18% menos en ventas con respecto al 2001, en el mismo periodo; se perdieron cerca de 12 mil empleos; alrededor de seis mil restaurantes vendidos, traspasados o cerrados en el país. Estos son indicadores palpables de la adversidad que enfrentaron los restauranteros en el 2002, cuyos efectos aún impactaron en el 2003 y que empiezan a revertirse en el 2004. Al inaugurar en Villahermosa, Tabasco, el Primer Congreso Internacional de la Industria Restaurantera, el secretario de Turismo reconoció que la gastronomía mexicana es un elemento básico para el turismo, por la cantidad de restaurantes que existen en el país (220 mil) que generan empleo y poseen un alto valor de la infraestructura de servicios. Auque se reconoció que son pobres los resultados más recientes en el sector turismo, se tiene una perspectiva alentadora para México y se reforzarán las estrategias para reactivar el mercado interno. 14 El turismo pretende convertirse en un sector prioritario, ya que éste contribuye con el 8.3% del PIB y genera 1.88 millones de empleos directos. De enero a julio de este año la llegada de turistas internacionales fue de 10.9 millones, con un gasto promedio de 657.5 dólares, lo que representa que el ingreso de divisas aumentó 6.9% comparado con el mismo periodo en el año anterior. El Estado mexicano en materia de turismo prevé impulsar la competitividad internacional de la riqueza gastronómica, turística y cultural de México. El gobierno federal se ha comprometido a garantizar que el turismo sea considerado un asunto prioritario por su alto impacto económico y social. Pero, más allá de las políticas y precisando un poco más, podríamos afirmar que la industria gastronómica es un producto turístico “imprescindible”, a menos que el turista se provea en su lugar de origen de todos los alimentos que va a consumir en el viaje, lo cual es impensable. Además, es necesario considerar que la alimentación es algo fisiológicamente necesario. Sin embargo, deben distinguirse los aspectos cualitativos y los valores gastronómicos de la producción en la industria restaurantera y debemos hacerlo críticamente, es decir, para distinguir lo mejor de lo menos bueno y potenciar lo que realmente pueda ser un factor que le de calidad al turismo mexicano. En la producción restaurantera hay de todo un poco: la alta gastronomía de los mejores restaurantes de México, los menús de los restaurantes modestos, las comidas que ofrecen los restaurantes de cocina rápida o los antojitos que podemos encontrar en cada esquina. Por eso, cuando estamos hablando de alimentación de turistas extranjeros y mexicanos, debemos tener una idea que comprenda todo tipo de comida y no pretender, de forma excluyente, que toda la oferta sea de alta gastronomía o de antojitos de nuestra cocina tradicional. Existen turistas a los que gustan las hamburguesas, aunque sus principales actividades sean las visitas a las zonas arqueológicas. Lo que debe hacerse para lograr que la gastronomía se convierta en un producto turístico o simplemente sea un valor agregado del turismo mexicano es: 15 1) Potenciar la gastronomía como parte genérica y sustancial de los diferentes productos turísticos, y 2) Potenciar la creación de un turismo específicamente gastronómico. El destino está en el origen de la decisión del turismo. Lo primero que el turista considera y decide es adónde quiere ir y porqué. Y de esta decisión básica depende, pero también en ella está, la elección del resto de los productos turísticos: el transporte, el alojamiento, la comida, las diversiones, etc. La percepción de este hecho ha llevado a la concepción de que “el producto es el destino”. Pero en el marco del destino la gastronomía destaca por su importancia, pues forma parte de la cultura que define ese destino. Sin su gastronomía, el destino queda sustancialmente incompleto o imperfecto como producto turístico. Es indudable, por ejemplo, que la ciudad de Puebla tiene un importante papel como destino turístico, en lo que pesa tanto su carácter de ciudad Patrimonio de la Humanidad, como su gastronomía, basada en el famosísimo mole poblano, sus chiles en nogada o sus tradicionales y famosos dulces. Y, si es impensable la promoción turística de Puebla con olvido de su centro histórico, también lo sería con olvido de su gastronomía, o con una minusvaloración o postergación de ésta. Hay que reconocer que en lo que se refiere a la promoción turística de la gastronomía ha avanzado bastante. Pero, para que podamos seguir aprovechando esta gran riqueza turística a largo plazo se ha de dar un paso más: y es defenderla, declarándola, primero que nada, Patrimonio Nacional de México y dedicando financiamiento para su protección, fomento y divulgación nacional e internacional. Esto es especialmente necesario en el actual proceso de globalización, que junto con sus innegables aspectos positivos de integración de todos los pueblos del mundo en una sociedad internacional más igualitaria, puede conllevar también la pérdida de valores culturales que son signos de identidad de las distintas comunidades, tales como los valores gastronómicos. Un ejemplo en este sentido lo puede ofrecer Portugal, país en el que se ha aprobado un Decreto Ley en el que se declara su gastronomía Patrimonio Nacional y se articula, en coordinación de los poderes públicos con las organizaciones empresariales y profesionales de la Industria Restaurantera, una amplia serie de medidas de recuperación, protección y ayuda para su desarrollo. Y en España, se están estudiando 16 medidas semejantes por parte de los Parlamentos de Extremadura y Cataluña14. Incluso en países que no cuentan con una tradición gastronómica tan rica y variada como la nuestra, se han dado pasos para impulsar el llamado Turismo Gastronómico15. Es necesario hacer una breve referencia a la gran capacidad creativa en el campo de la gastronomía16 y de la industria restaurantera17 que se ha desarrollado en México, en varios estados de la república que utilizan como parte de su promoción tu5rística, usando precisamente lo mejor de sus cocinas regionales. Por otro lado, es importante destacar que el turismo que se desarrolla en nuestro país, siempre ha tenido como uno de sus componentes principales al patrimonio cultural. Sin embargo, creemos firmemente que es mucho más lo que podría realizarse en este sentido y particularmente en cuanto a la gastronomía se refiere. Ya se han realizado propuestas para la creación de Rutas Gastronómicas18, pero que no se han constituido en verdaderos productos turísticos. El empeño de la UNESCO es y ha sido, alentar la comprensión a través de los lazos interculturales entre los pueblos, lograr que el contacto con el patrimonio histórico monumental y natural sea una experiencia cognoscitiva y fuente de elevación espiritual. Uno de los temas que la UNESCO ha impulsado en este campo es el de la Gastronomía, pero ésta no ha sido considerada en su verdadero potencia, ni utilizada convenientemente como recurso turístico. Incluso son escasas las referencias que mencionan esta importante expresión cultural como recurso turístico dentro del marco cultural. 14 En Barcelona se están organizando los eventos que celebrarán el próximo año 2005 como el Año de la Gastronomía. 15 Tal es el caso de Argentina, que está implementando y ofreciendo como productos turísticos Rutas gastronómicas en la región de las Pampas. 16 Aquí es necesario citar los exitosos Congresos de Gastronomía y Patrimonio Cultural que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en conjunto con el gobierno del estado de Puebla y otras instituciones de carácter privado han realizado para la difusión del patrimonio gastronómico mexicano. Asimismo es necesario citar el esfuerzo que se está realizando para lograr que la cocina tradicional mexicana sea nombrada Patrimonio Intangible de la Humanidad por la UNESCO. 17 Podríamos citar muchos ejemplos, pero baste mencionar los esfuerzos que se realizan actualmente en este sentido en Yucatán, en donde se está desarrollando una nouvelle cuisine yucateca, para impulsar el turismo en el estado, logrando al mismo tiempo el rescate de las antiguas hacienda henequeneras del siglo XIX, que hoy son sofisticados restaurantes de alta cocina. 18 Alicia Bernard y Patricia Domínguez, Gastronomía. La herencia olvidada, en Gastronomía. Revista digital. Buenos Aires, Centro de Investigaciones y Estudios en Turismo, N° 3, p. 11-22 17 La gastronomía de México está basada en ingredientes prehispánicos, tales como el maíz, el chile, el frijol, la calabaza y otros más que se han combinado con algunos ingredientes europeos. En el centro de México están presentes los restos de la cultura mexica, importantes monumentos de la era colonial y modernas urbanizaciones. En su gastronomía están presentes los muchos estados del país, además de una creciente influencia extranjera que aumentó en la época del reinado de Maximiliano y Carlota. Dentro de la variedad gastronómica que el centro de México ofrece se encuentran restaurantes de auténtica cocina prehispánica, de cocina mexicana local y regional, de nouvelle cuisine mexicana y de cocina internacional. La gran diversidad gastronómica de las diferentes regiones de México constituye un área de gran riqueza que, lamentablemente ha permanecido poco explorada. Como importante recurso cultural y dada la carencia de museos relacionados con la cocina, los alimentos y su preparación y la escasez de material bibliográfico sobre el tema con un enfoque histórico-antropológico, la gastronomía debe y merece ser integrada en los productos turísticos que diferentes ciudades del centro de México ofrecen. Mientras tanto, una figura clave para ofrecer este conocimiento a los visitantes, es el guía de turistas, cuyo perfil debiera incluir un razonable nivel cultural y sólidos conocimientos de la gastronomía, de la historia y del arte de la zona donde trabaja. Lo cual, lamentablemente, no sucede hoy en día. El aprovechar los recursos gastronómicos regionales, combinándolos con el legado artístico cultural y los recursos naturales permitiría ofrecer a los turistas, nuevas experiencias, sobre todo a aquellos que están inclinados a realizar el turismo cultural. Ayudando a preservar las antiguas tradiciones y modos de vida, muchas veces expresados a través de los alimentos y de su preparación y promoviendo la utilización de ingredientes locales, se fomentaría indudablemente un tipo de turismo que sin duda es sustentable. ¿Porqué no interpretar la gastronomía? 18 Desde hace algunos años se constata un creciente interés de la sociedad hacia el patrimonio tanto natural como cultural. Esta demanda de una sociedad cada vez más instruida y exigente ha puesto de manifiesto la necesidad de plantearse un uso social de este patrimonio que coopera con el progreso general. Fruto de diversas experiencias desarrolladas en los países anglosajones a lo largo de las últimas décadas es el nacimiento de una nueva técnica, la interpretación, que se ha revelado como un método válido e innovador para propiciar el contacto cualificado de la ciudadanía con el patrimonio. Más que tratarse de lo que come un pueblo, los alimentos son el vivo testimonio de su entorno geográfico, social, de sus valores y de su historia económica y cultural. El mexicano visto a través del arte culinario, posee rasgos y características culturales que aparecen hasta en la sopa. La gastronomía juega un papel importante en la construcción de identidades y el reconocimiento del entorno de una región y de un país. Los ingredientes reflejan de alguna manera el ecosistema del que fueron obtenidos, ya sean producto de la tierra o animales. Son largos procesos los requeridos para una simple tortilla, unos frijoles, un mole, un filete de pescado o un chilpachole. Tres generaciones son necesarias para que la comida adquiera el rango de gastronomía, 150 años en promedio y haber surgido en un territorio determinado; es decir insumos y materiales deben ser originarios del lugar así como las técnicas y maneras propias de cocinar. La comida se desarrolla en diferentes tipos de ambientes sociales y culturales. En la vida cotidiana su preparación es sencilla y con recursos de la región. La comida festiva es más elaborada, tiene ingredientes propios así como otros de comunidades cercanas. En México, en muchos casos, es el sostén de las fiestas y de la estructura social popular. Es importante tratar de reconstruir aspectos de la historia y la antropología relacionados con la vida cotidiana, como las festividades de la cosecha o el día de muertos, además de contribuir a legitimar la cocina mexicana en nuestro país y promoverla en el extranjero. 19 El trinomio maíz, frijol y chile, base de la alimentación del pueblo mexicano, es sin duda un signo cultural que forma parte de su identidad. Por ejemplo en la literatura prehispánica existe el mito del Popol Vuh, que narra, cómo los hombres y mujeres quichés fueron hechos de maíz19. El arte culinario nos rodea desde la infancia. Cualquier pequeño pasa horas enteras en la cocina pegado a las faldas de la madre, de la abuela o de la tía. La estructura de la gastronomía mexicana es femenina y refleja una característica de los mexicanos, el amor a la madre. El potencial y la importancia de la gastronomía mexicana en el desarrollo del turismo cultural Las rutas culturales-gastronómicas Desde el punto de vista turístico, una ruta cultural es un recorrido que, con un argumento temático basado en los recursos patrimoniales y con un oferta de servicios apropiada, facilita al visitante una experiencia satisfactoria de viaje, superior a la que alcanzaría con la visita individualizada de dichos recursos. La creación de una ruta necesita de un complicado proceso de producción que permita ensamblar correctamente todos los elementos que la componen, garantizar la calidad necesaria y generar los correctos sistemas de comercialización. Cada uno de los elementos debe ser analizado a la hora de la puesta en marcha de esta tipología de producto. En primer lugar debemos considerar la fuerza y el rigor del tema que soporta la ruta. Éste debe ser de la suficiente entidad y significado para captar la atracción del público sobre aspectos culturales de trascendencia en la cultura del territorio que ocupa la ruta a elaborar. Asimismo, debe estar soportada sobre un patrimonio real y concreto. En este sentido queremos matizar que la ruta debe apoyarse en un patrimonio con clara vinculación al argumento central de la misma. Esto no excluye, claro está, la posibilidad de poder recurrir a otros elementos patrimoniales de interés cuya visita enriquezca el producto, 19 Popol Vuh. El libro del Consejo, 1992. 20 pero hay que tener siempre muy presente que el objetivo del itinerario cultural es ofrecer una interpretación del patrimonio a partir de un eje argumental. Ni qué decir tiene que ese argumento tiene que encontrarse en las idóneas condiciones de uso para el público, tanto en lo que se refiere a las garantías de conservación como a los correctos sistemas de visita e interpretación. Un aspecto poco trabajado en nuestro país es el de la oferta básica asociado a rutas culturales. Los servicios, además de ser la base del negocio turístico, juegan un papel fundamental a la hora de alcanzar los niveles apropiados de satisfacción en el turista. Es necesario garantizar una apropiada cantidad de homogeneidad en los servicios que se ofrecen al visitante durante todo el itinerario. Pero, además la oferta básica puede jugar un papel en el propio contenido de la ruta mediante una apropiada tematización de la misma. Recuperación de inmuebles singulares, decoración gastronomía, ambientaciones, etc., pueden hacer de estos servicios un elemento de refuerzo de la experiencia cultural del viaje. Por último, la ruta tiene que tener posibilidades reales y claras de ser recorrida. Los diferentes hitos deben estar unidos entre sí mediante un sistema racional de comunicación que permita su recorrido sencillo y con las mínimas dificultades. Al igual que sucede con el tema de la oferta básica, el camino en sí puede jugar un papel importante en el itinerario, o al menos generar algún valor añadido que contribuya a reforzar la imagen del producto. Incluso puede llegar a ser el “elemento” fundamental. En todo caso, la puesta en marcha de las rutas culturales es un proceso técnicamente complicado que debe realizarse mediante una correcta labor de planificación e intervención. En su diseño deberían tenerse en cuenta aspectos como: 21 a) Su creación no es un proceso gratuito ni espontáneo. Necesita un responsable organizativo y planificar y abordar las inversiones necesarias para su correcto funcionamiento. b) Su existencia debe facilitar el descubrimiento y el disfrute del patrimonio tanto para residentes como para turistas. c) Hay que prever las repercusiones económicas, culturales y sociales de su puesta en marcha. d) El resultado final de una ruta debe ser superior a la suma de individualidades que la componen, es decir, tiene que generar ventajas competitivas, tanto en lo que se refiere a la satisfacción final del cliente, como a aspectos promocionales comerciales. e) Debe buscarse el mínimo impacto y el máximo beneficio. f) Una ruta tiene que ser sostenible en el tiempo. Y esa sostenibilidad necesita de una organización y unos mantenimientos apropiados. g) Debe aprovechar el recorrido en sí como recurso Nos encontramos, pues, ante una estrategia de producción de grandes posibilidades en el mercado, pero sin duda también de gran complejidad técnica. A esto hay que añadir las dificultades de la organización de un viaje itinerante, como pueden ser la organización correcta en los diferentes puntos, la coordinación de señalización turística o la posible competencia entre destinos que forman parte del mismo producto. Así, es necesario establecer garantías de calidad a la hora de lanzar al mercado una ruta cultural. Algunos de los itinerarios que se presentan al público en realidad tienen escaso contenido y reducida infraestructura, no son en realidad rutas culturales. En ocasiones son poco más que un folleto o un pequeño plan de señalización. Tenemos que ser conscientes de que no basta con el buen nombre, una buena idea o un buen recurso. Una ruta cultural debe buscar la difusión del patrimonio y su conservación como factor de desarrollo para un turismo de alta calidad. La creación de rutas o itinerarios culturales ofrece grandes posibilidades dentro de los productos emergentes de turismo cultural. Pero no es sino una más de las estrategias posibles. Y es que no debemos caer en la simpleza de considerar que todo recurso cultural puede o debe ser transformado en ruta o en recurso turístico. 22 México debe convertirse, a corto plazo, en un destino preferente dentro del panorama del turismo cultural mundial. Nuestra historia, nuestra diversidad de cultura y nuestro ingente patrimonio así nos lo permiten. Sin embargo, queda mucho por hacer, trabajo en el que deben participar de manera compartida todos los agentes involucrados en el turismo, tanto públicos como privados. 23
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