Cómo citar: RODRÍGUEZ AGÜERO, Eva (2013) Feminismos del sur. Mujeres, política y cultura en la Argentina de los ’70, Málaga, Servicio de publicaciones de la Universidad de Málaga (en prensa). CAPÍTULO II. Mujeres, feminismos e izquierdas Muchos/as autores/as han coincidido en caracterizar a la serie de transformaciones que -entre las décadas del ’60 ’70- afectarían el funcionamiento del mundo occidental como una verdadera “revolución cultural”. Se trató de un período en el que había en el aire una cierta idea de porvenir que toda una generación estaba decidida a sostener con una energía inaudita. La idea de confianza en “lo nuevo” y el “malestar por lo viejo”, fueron un signo de la época1. Para el triunfo de lo primero y la superación definitiva de lo segundo había que actuar, y la acción no tuvo una sola cara o modalidad. En Argentina, uno de los rasgos destacados fue la división entre el sistema de poder y la sociedad civil. Esta brecha fue acentuándose hacia fines de los años ‘60, momento en que el autoritarismo y represión política fueron acompañados por un notorio proceso de modernización, tanto económico como cultural (Svampa, 2003). Esta modernización cultural tuvo como actor central a las clases medias urbanas y abarcó numerosos aspectos de la vida cotidiana que incluían desde nuevos hábitos de consumo -especialmente orientados al sector juvenil- el cuestionamiento de la moral sexual y familiar tradicional, el nuevo rol de las mujeres y la divulgación del psicoanálisis, hasta aquellas dimensiones asociadas a las vanguardias y la experimentación artística. En relación a los marcos culturales que se conformaron en el período puede considerarse que, desde finales de los ’50, habían comenzado los primeros indicios de una cultura contestataria que –nutrida de diferentes vertientes e imaginarios comunes- apostaba a la acción directa y adoptaba diversas formas según los actores específicos, hasta llegar -en algunos sectores juveniles- a posiciones insurreccionales. Pronto la apertura cultural iría articulándose con la exigencia del compromiso político, que invadió no sólo la discusión política, sino también la producción académica, literaria, artística y musical. Eran los años de descolonización de los países del Tercer Mundo, y en ese clima la agresión militar de EE.UU sobre Vietman provocaba el repudio del mundo. Además florecían las rebeliones estudiantiles (el Mayo Francés, la Primavera de Praga); así como los movimientos de liberación llevados adelante por feministas, negros y negras en el Primer 1 En Argentina el período ha sido ampliamente estudiado desde diversos campos disciplinares. Esta breve introducción al presente capítulo no pretende ser un estudio en profundidad, sino más bien un breve panorama de aquel complejo contexto histórico. Para ampliar ver: Anguita y Caparrós (2006); Ansaldi (1998); Anzorena (1998); Argumedo (2004); Asborno (1993); Aspiazu, Basualdo y Khavisse (2004); Balvé y Balvé (2003); Balvé, Murmis, Marín, Aufgang y otros/as (2005); Bonavena ( 1998); Campos y Juncal (2003); Canelo (2003); Casullo (2005); Diana (1996); Eltit (1996); Gillespie (2003); Hilb y Lutzky (1984); James (2003; 2006); Peralta Ramos (1972); Ponza (2007); Pozzi (2004, 2007); Pucciarelli (1999); Pujol (2003); Salas (2006); Sidicaro (2003); Silver (2005); Svampa (2003); Torre (1983); entre otros/as. Mundo. En América Latina, el peso de la Revolución Cubana (1959) o de experiencias como la de la guerrilla boliviana, fueron instalando el debate en torno de la revolución y contribuyendo al proceso de radicalización ideológica y política. Las movilizaciones de universitarios recorrían numerosos ciudades a lo largo y ancho del mundo y constituían un claro signo de la politización creciente del estudiantado. En América Latina se producían movilizaciones estudiantiles y, en el caso argentino obrero-estudiantiles2. En Argentina, la década que va de 1966 a 1976, se vio signada por una intensa actividad política, por el auge de masas y el crecimiento de la izquierda marxista y peronista. Este período se inició, a grandes rasgos, con la instauración de la autodenominada Revolución Argentina, inaugurada con una feroz represión (a cargo general Juan Carlos Onganía) a estudiantes y profesores universitarios, conocida como la “Noche de los bastones largos”. El período termina con el fin del gobierno de María Estela Martínez de Perón, a partir del golpe militar instaurado en marzo de 1976 (Pozzi, 2004). Fueron años de fuerte conflictividad social en los que se produjeron, entre otros hechos, sucesivos golpes de Estado, intensas pujas de los sectores dominantes con un movimiento obrero numeroso y muy bien organizado y la proscripción electoral de Juan Domingo Perón. La crisis de hegemonía del régimen se tradujo en levantamientos urbanos en los que confluyeron obreros y estudiantes (principalmente universitarios). El punto más alto y el primero de estos levantamientos fue el “Cordobazo” - el más agudo de los levantamientos en las provincias - al que le sucedieron distintas luchas, algunas de las cuales tuvieron características de “azos” 3 (rosariazo, mendozazo, viborazo, etc). Se abrió de este modo una situación de agudización de la lucha de clases, en la que la “lucha de calles”4 hegemonizó la acción de las masas. 2 La matanza de Tlatelolco, ocurrida en esa ciudad, el 2 de octubre de 1968, consistió en una sangrienta represión perpetrada contra una manifestación pacífica de estudiantes de la UNAM, por parte del gobierno mexicano. La fuente oficial reportó en su momento 20 muertos, pero las investigaciones actuales deducen que los muertos podrían llegar a varias centenas. Algunos/as autores/as coinciden en señalar que este movimiento y su terrible desenlace - inserto en un contexto planetario de luchas sociales- incitó a una más activa actitud crítica y opositora de la sociedad civil, principalmente en las universidades públicas, así como a alimentar el desarrollo en Latinoamérica de guerrillas urbanas y rurales en los ‘70. 3 La denominación “azos” hace alusión “a un tipo de protesta en la cual la sociedad se divide organizándose en dos grandes fuerzas sociales contrarias, enfrentadas, y este tipo de organización refiere a una sociedad desarrollada donde empieza a expresarse el antagonismo alcanzado entre las dos grandes clases sociales en el capitalismo” (Balvé, Bonavena, 1998:62). 4 Bonavena entiende por lucha de calles: “al enfrentamiento social que las masas desarrollan contra el régimen en las calles, saliéndose de los carriles institucionales e instalándose en el escenario urbano, recuperando así la calle como territorio social de disputa” (Bonavena, 1998: 66). Es que el impacto de la Revolución Cubana y la extensión de los procesos de liberación nacional en diferentes partes del mundo habían abierto un espacio para que la lucha armada fuera considerada como una alternativa políticamente viable en muchos países de América Latina. Libros, revistas y películas difundieron nociones tales como “liberación nacional”, “guerra de guerrillas”, “lucha armada” y “hombre nuevo”. En Argentina, la opción por la lucha armada se configuró tempranamente y tuvo como precipitador el gobierno de facto de Onganía dando paso a un proceso de conformación de organizaciones armadas provenientes de diferentes vertientes político-ideológicas. Las había de origen peronista: Montoneros y de origen marxista: el PRT-ERP. El ascenso favoreció también la influencia de corrientes de la izquierda trotskista, como el PRT-La Verdad, después PST. Para Pablo Pozzi se trató de “agrupaciones que si bien al principio eran pequeñas, fueron incrementando su caudal de adherentes y su influencia en la vida política. Cada una de éstas fue producto de la época, y todas se esforzaron por conectar las reivindicaciones populares a su visión del socialismo. Comunistas, trotskistas, maoístas, guevaristas y peronistas revolucionarios atrajeron la atención e imaginación de una generación de jóvenes argentinos conocida como la generación del 70” (Pozzi, 2004). Durante estos años hubo por lo menos diecisiete grupos armados, de los cuales cinco tuvieron alcance nacional: las Fuerzas Armadas Peronistas, las Fuerzas Armadas de Liberación, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, los Montoneros y el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (Pozzi, 2003). Los repertorios de acción abarcaban desde las tradicionales manifestaciones populares hasta la violencia guerrillera, pasando por las guerras de consignas y las pintadas. Luego del Cordobazo ocurrió que estas organizaciones comenzaron a perfilarse para varios sectores (sobre todo para los sectores juveniles) como una alternativa política viable hacia el acceso al poder, volviéndose “aceptables” algunos de los argumentos que éstas sostenían en relación con la transformación social y política5. De hecho, el Cordobazo marcó el fin de un ciclo y a la vez el comienzo de una nueva etapa caracterizada por la irrupción masiva de la protesta social, por el crecimiento de distintas organizaciones político-militares, por una acelerada radicalización política y por el repliegue de la autodenominada Revolución Argentina, con la renuncia de Onganía primero y Levingston después. También fue el momento de la aparición de posiciones antiburocráticas en el movimiento obrero que, a fines de los ‘60, 5 Autores como Gordillo sostienen que si bien la situación abierta con el Cordobazo dotó de mayor legitimidad a la opción por la lucha armada es necesario no ver en el primero la génesis de la segunda (Gordillo, 2003). tuvo como principales exponentes a la Confederación General del Trabajo de los Argentinos y al clasismo y el sindicalismo de liberación, ya entrada la década del ´70. Todo ello en un marco de transformaciones culturales sin precedentes en la Argentina y en el mundo. El cierre de este ciclo de alta conflictividad social, signado por la inestabilidad institucional, se ve precipitado por la irrupción de un triste episodio como fue la represión ejecutada por el gobierno militar, conocida como masacre de Trelew6. En ese marco se levantó la proscripción del peronismo, que luego de 18 años gana las elecciones de la mano de la fórmula Cámpora-Solano-Lima, en marzo de 1973. Sin embargo la “paz social” duraría poco ya que las tendencias opuestas que se habían desarrollado al interior de este partido estallaron con toda virulencia una vez que Cámpora asume como presidente. Meses más tarde, el retorno de Perón al país, en el marco de lo que se conoce como la masacre de Ezeiza7, desencadenó la caída de Cámpora marcando el comienzo de un proceso en que la izquierda empezó a perder poder. A su vez, el frustrado “pacto social, la repentina muerte de Perón, el fracaso del plan económico del ministro Rodrigo -a raíz de dos masivas huelgas generales- sumado al creciente accionar del grupo paramilitar de extrema derecha autodenominado Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) prepararon el terreno para que en marzo de 1976, las Fuerzas Armadas interrumpieran nuevamente el orden institucional. Si el período 1971-1973 había implicado el pasaje a la acción política, entre 1973 y 1976 la Argentina vivió uno de los períodos más complejos de la historia reciente; aquel que muestra el trágico pasaje de una sociedad movilizada a una sociedad desarticulada, sumergida en una profunda crisis social, económica y política. Este climax –signado por el desencuentro que se produce entre la sociedad civil movilizada y el líder recién vuelto del exilio, y la imposibilidad de implementar con éxito el modelo populista del “pacto social”- registra tres 6 Ocurrida el 22 de agosto de 1972, ésta tuvo lugar en la base naval “Almirante Zar”, ubicada en esa ciudad, cuando fueron asesinados 16 presos políticos que habían sido trasladados allí seis días antes, luego de que se efectivizara una acción conjunta de las organizaciones Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros, que permitió la fuga de seis jefes guerrilleros recluidos en la cárcel de Trelew. El objetivo trazado - la fuga masiva de 110 militantes - no pudo concretarse con total éxito, razón por la cual un contingente integrado por 19 de ellos, que no logró arribar a tiempo al aeropuerto, decidió rendirse el 16 de agosto ante un juez, autoridades militares y la prensa, no sin antes exigir que se garantizara su seguridad. Violando sus promesas, los marinos sometieron a los prisioneros a un régimen de terror y finalmente dispararon contra los detenidos. 7 La masacre de Ezeiza fue un enfrentamiento armado que tuvo lugar el 20 de junio de 1973 entre las diferentes fracciones del peronismo que se habían dado cita en el aeropuerto internacional de la ciudad de Buenos Aires con motivo del regreso definitivo de Perón al país, luego de casi 18 años de exilio. Los sectores de izquierdas y derechas de este partido se disputaban allí la hegemonía del movimiento. El triste saldo sería 13 muertos y cientos de heridos. Poco tiempo después el viejo líder brindaría su apoyo a los sectores de la derecha. momentos de inflexión insoslayables, marcados por las presidencias constitucionales del período. El primero es el de la breve presidencia de Héctor Cámpora (entre el 25 de mayo y el 12 de julio de 1973) y corresponde a la movilización generalizada de las fuerzas sociales que asocian el regreso de Perón con la posibilidad de introducir cambios mayores. Aunque los sectores movilizados no coincidían en los modelos de cambio que postulaban, todos ellos se alimentaban de una contracultura que impugnaba el régimen político, así como los modelos sociales y los estilos culturales. En síntesis, en el centro de la escena se encuentra la imagen de una sociedad movilizada para el cambio que tiene por actores principales a la juventud, a los sectores del sindicalismo combativo y a intelectuales ligados a la modernización desarrollista. El segundo momento se extiende hasta el mandato provisional de Raúl Lastiri, una vez concretada la renuncia de Cámpora, en julio de 1973, hasta la muerte de Juan Domingo Perón, el 1º de julio de 1974. Esta fase se caracteriza, más que ninguna otra, por las crecientes contradicciones dentro del partido y una suerte de “guerra interna: peronistas versus peronistas” (Svampa, 2003: 384). El árbitro de este dramático juego es el propio Perón. El tercer momento (julio de 1974-marzo de 1976) corresponde a la etapa de la agonía y disolución del modelo populista, durante la gestión de Isabel Perón. Éste tiene lugar luego de la desaparición física del líder, la rápida desarticulación de las fuerzas sociales anteriormente movilizadas y el golpe de Estado instaurado en marzo de 1976. Dicho golpe de Estado hace las veces de bisagra en el tiempo, es el desenlace de un largo ciclo de inestabilidad política, declive económico y conflictividad social. En el plano cultural la Argentina había transitado en esos años una serie de procesos de enorme densidad. Era un momento en que los intelectuales de izquierda trataban de compensar el carácter de clase de las instituciones culturales mediante la difusión de temas culturales destinados al gran público. En un país con un sistema educativo sumamente eficiente y con una amplia base material para el consumo de bienes simbólicos (debido a la distribución de PBI) florecería una industria cultural que produjo libros, revistas, discos, cine, espectáculos. En ese clima de expansión de expectativas, esperanzas y debates, la Argentina conocería un momento de auge cultural en el que diversas voces hallarían espacios de canalización y escucha. Así, en sintonía con el clima cultural mundial, fue adquiriendo forma una cultura masificada y comercializada en la que los medios de comunicación como el cine, la televisión, la prensa, las revistas de moda y de opinión; así como las compañías discográficas, desempeñaron un papel fundamental en las transformaciones de las normas y los estilos de vida. Al calor de esos acontecimientos también comenzaron a tener lugar una serie de transformaciones en la vida cotidiana, que implicaron profundos cambios. Enmarcado en ese proceso de ebullición social se comienza a dibujar el esbozo de la Argentina “moderna”: sociedad de consumo, realineamiento de fuerzas políticas, cambios en la vida cotidiana y transformaciones en las relaciones intergenéricas; sobre todo en cuanto al rol que hasta el momento habían jugado las mujeres, ligado más bien a las crianza de los hijos y la ejecución de tareas reproductivas y domésticas. Estas transformaciones –que venían abriéndose camino desde la década anterior- estaban directamente relacionadas con el ingreso de las mujeres al mundo del trabajo, la posibilidad de acceder a la formación universitaria, la activa participación en la vida política y la posibilidad de regular la fertilidad y disfrutar de una sexualidad más libre, a partir del uso de anticonceptivos. Aunque en diferentes grados y modalidades, de acuerdo al sector social del que se tratara, eran sin duda transformaciones que traían aparejadas profundas consecuencias y que daban lugar a una revolución cultural tangible. Por otra parte, es imposible referirse a este período sin aludir a lo que se conoció como “cultura juvenil”. En este espacio generacional se amalgamaron tanto una línea influida por los parámetros que se definían en el campo internacional –caracterizada por nuevos códigos y estilos que conformaron una cultura de la rebelión más gestual y simbólica-, como otra, si se quiere más ideológica, que anidó en las universidades, pero también se materializó en la formación de nuevos modelos de acción política, encarnados por las agrupaciones de izquierda y los grupos armados, a los que recién aludíamos. Si bien las transformaciones estuvieron presentes en toda la sociedad argentina, fue en el ámbito de la universidad donde los cambios se experimentaron con mayor intensidad. En la universidad –transformada en un campo de batalla por las ideas- la cultura de la rebelión no era sólo gestual, sino que estaba más claramente asociada a la política. Se trató sin duda de un momento histórico en el cual los diferentes actores políticos y sociales pudieron imaginar que era posible hacer realidad los sueños de transformación y resolver las contradicciones existentes en la sociedad. Según la particular visión que Luis Alberto Romero era un punto de vista compartido que todos los males de la sociedad se concentraban en un punto: el poder autoritario. Y los grupos minoritarios y privilegiados que lo apoyaban eran los responsables directos y voluntarios de todas y cada una de las formas de opresión, explotación y violencia de la sociedad. Frente a ellos se alzaba el pueblo, hermandad solidaria y sin fisuras, que se ponía en movimiento para derrotarlos (…) pues la realidad toda parecía ser transparente y lista para ser transformada por los hombres y mujeres impulsados a transitar el camino entre las reivindicaciones inmediatas y la imaginación de mundos distintos (Romero, 1994: 178). Lo cierto es que la aceptación de la necesidad del cambio de estructuras se convirtió en “un lugar común”. Cuáles eran los mundos imaginados y cómo se llegaba a ellos, eran cuestiones que empezaban a discutirse y a pregnar el campo político, social, intelectual, y artístico8. 1. El tiempo de las mujeres 1.1 Las chicas sixties Con este telón de fondo -aunque en diferentes grados y modalidades de acuerdo al sector social del que se tratara- venían también abriéndose camino profundas transformaciones en las relaciones entre varones y mujeres. Es que la de las mujeres fue también parte de esa revolución cultural, e implicaba cambios bien tangibles, pues quizás pocos descubrimientos científicos cambiaron de manera tan radical la vida de las mujeres como los anticonceptivos hormonales. La posibilidad de regular la fertilidad y, por ende, de escindir el erotismo y la sexualidad de la función reproductiva, abrió las puertas al disfrute de una sexualidad más libre. Desde la minifalda hasta el “unisex”, desde las ideas de Herbert Marcuse a favor del “fortalecimiento de los instintos vitales” (Eros y civilización) hasta la posterior consigna del “amor libre” de los hippies, el sexo ya no fue entendido con la mojigatería de antaño (Pujol 2003). 8 Precisamente por tratarse de una época en la cual existía un fuerte debate acerca de qué tipo de sociedad era deseable y, probablemente por el trágico cierre que tuvo el período, con el golpe de Estado instaurado el 24 de marzo de 1976, se trata de uno de los momentos de la historia argentina más sujeto a polémica. A ello hay que sumar la escasa distancia temporal: muchos/as de los protagonistas de la época están aún vivos/as y forman parte de las discusiones teóricas y políticas por la interpretación de ese momento histórico. Las consecuencias de lo sucedido son aún palpables en la sociedad lo que hace dificultosa la elaboración de un relato sobre lo acontecido. Por otro lado, el ingreso masivo de las mujeres al mercado de trabajo9 implicó también que pudieran ganar un salario e incluso irse a vivir solas. La vida matrimonial ya no se presentaba como la opción obligada10. El universo referencial de las jóvenes educadas de clase media urbana estaba constituido por “el Di Tella, la Revolución Cubana, la píldora y un poco después los Beatles, el Mayo Francés y el Cordobazo. Bergman y Antonioni. Vietnam, Gelman, Cortázar, también Borges. Vino, Piazzolla y, las más lanzadas ginebra. Pelo lacio, minifalda y botas. Sartre y Simone de Beauvoir, modelo amoroso. Mucho marxismo, poco LSD, el Che y Mao. Las más intelectuales: Rosa Luxemburgo, Macedonio, Girondo y Lacan” (Fernández, 1999a:7). 1.2 Una vida distinta para las mayorías Junto a estas experiencias transformadoras, vividas en su mayoría por mujeres de clase media, coexistían otros modelos femeninos. Los límites de lo “antiguo” y de lo “nuevo” por momentos se desdibujaban. La guerrillera, la hippie, la intelectual y el ama de casa rodeada de electrodomésticos, o la madre “moderna”, eran hebras que formaban parte del mismo tejido social (Feijoó, Nari, 1982). Es preciso señalar, además, que más allá del campo intelectual y político, ciertos discursos pseudo-científicos/ pseudo-modernos, tuvieron una enorme capacidad de penetración sobre un público no profesionalizado de capas medias. Temas como: “la pareja”, “la sexualidad”, “el control de la natalidad”, “la maternidad”, “el síndrome del ama de casa” fueron abordados desde múltiples enfoques y divulgados en revistas, programas de televisión y filmes. El surgimiento de la “problemática privada” como tema pasible de discusión en el espacio público, el papel desempeñado por las mujeres en relación con el desarrollo de un mercado de bienes de consumo durable; los cambios en la organización doméstica y la influencia de los medios de comunicación de masas, también impactaron la relación entre géneros en las capas menos politizadas. Esta difusión a través de medios masivos de cierta vulgata psicoanalítica y de los nuevos planteos en el campo de la pedagogía implicaron en ciertos sectores de la sociedad argentina nuevas formas de asumir la maternidad/paternidad. Desde su famoso programa 9 “El empleo femenino aumentó particularmente entre 1960 y 1970, en el que la tasa neta de actividad pasó del 23% al 27%, pero entre las fechas censales de 1947 y 1960 se mantuvo la tendencia iniciada en las décadas precedentes, pues la ocupación en la industria ocupó el primer lugar seguido del sector comercio y servicios, en cambio en los períodos intercensales de 1960-1980 los servicios absorbieron el grueso del crecimiento ocupacional” (Lobato, 2007:59). 10 En Argentina, en términos demográficos, los cambios en las relaciones familiares y la sexualidad se reflejaron en el aumento de la consensualidad (que creció del 7% en 1960 al 9,5 en 1970) y de los nacimientos ilegítimos que saltaron del 24% en 1960 al 30% en 1980 (Torrado, 2003). Escuela para Padres, Eva Giberti posicionaba a la educación como un proceso interactivo entre padres y madres e hijos/hijas; no sólo determinado en base a líneas generacionales. Al mismo tiempo, en las librerías comenzaba a circular una gran cantidad de obras sobre las etapas de crecimiento del ser humano. Los roles parentales se vieron puestos en cuestión: la presencia del varón en el parto, los grupos de padres, la posibilidad de embarazo psíquico en el hombre y la condena a la madre “sobreprotectora” se sumaban a los nuevos signos de la época11 (Feijoó y Nari, 1982, Giberti, 1990). Además, para un sector cada vez más extenso de la población –capas superiores de la clase obrera y clase media baja- durante esta década también fue posible el acceso a un conjunto de bienes de consumo, en su mayoría ligados al confort del hogar, que reformularon la vida cotidiana, sobre todo de las mujeres. Si bien los teleteatros dirigidos a estos sectores ofrecían ilusiones románticas al precio de desparramar estereotipos sexistas, existieron honrosas excepciones: De todo corazón y Paloma a domicilio. Ambas novelas marcaron el debut televisivo, como guionista, de una figura fundamental en cuanto a la introducción de ideas feministas por estas tierras: me refiero a María Elena Walsh12. Al tocar temas como el trabajo de ambos miembros de la pareja, modificaba las convenciones del género. Por su parte, una revista dedicada exclusivamente al público “femenino”, como Claudia, abordaba ya en 1960 temáticas “difíciles”, como la infidelidad, las relaciones extramatrimoniales y el placer sexual de la pareja (Pujol, 2003). Estos nuevos modelos de mujeres, difundidos desde los medios, postulaban una mujer más deseosa de concretar sus propios proyectos que de satisfacer a su marido. Y entre esos deseos “propios”, el de integrarse más activamente al mercado cultural, ocupó un lugar sumamente importante. No casualmente una revista como Primera Plana tuvo en cuenta las modulaciones que se estaban operando en la dialéctica masculino-femenino y se dirigió tanto a lectores como lectoras, aunque en su planta de redacción hubiera una abrumadora mayoría de periodistas varones (Pujol, 2003). Todos estos cambios también impactaron fuertemente sobre las imágenes que de sí mismas tenían las mujeres de las capas medias de la sociedad, colocándolas en un 11 Habría que mencionar aquí el rol que cumplió la revista Primera Plana, funcional al proceso modernizador experimentado por las capas medias de la sociedad argentina en los ‘60. Para ampliar sobre el particular ver Breve Historia Contemporánea de la Argentina (Romero, 1994:160). 12 Ver capítulo IV posicionamiento subjetivo con respecto a los varones, muy diferente al de aquellas que sólo deseaban realizar una buena performance en la carrera matrimonial. La autonomía conquistada por aquellas jóvenes hubiera sido “impensable” para la generación anterior. Fue tan radical el corte, que incluso se podría decir, que la vida de las mujeres de los años ’50 –aún la de aquellas incorporadas al espacio público, vía inserción en el mercado laboral- era mucho más parecida a la de décadas precedentes, que prefiguradora de la que habría de venir. 1.3 El ingreso a la militancia Para muchas de las mujeres jóvenes de clase media “la política estaba en la calle” y sobre todo en las movilizaciones estudiantiles que comenzaron en 1967 y 1968. Al decir de Rodolfo Walsh ‘las mujeres estaban haciendo la revolución dentro de la revolución, eligiendo un papel protagónico en la primera línea’ (Walsh en Sapriza, 2005: 42). No sólo la noche y los bares, sino también la militancia y la universidad se volvieron mixtos. En este sentido, cabe destacar que el creciente ingreso de las mujeres a la formación universitaria, registrado a partir del ’60, significó para éstas la apropiación del capital simbólico antes exclusivamente reservado a los varones de clase media y alta. El siguiente dato habla a las claras al respecto: el Censo Nacional realizado en 1963 arrojó como resultado una notable feminización de la matrícula universitaria. El 41% de la población universitaria eran mujeres (Sapriza, 2005). Tanto la universidad como los partidos políticos fueron puentes para que muchas de ellas ingresaran a la militancia política. Sin embargo no se trataba de un fenómeno inaugural, puesto que ya desde los orígenes mismos del peronismo –marcado por la fuerte presencia de Eva Perón- comienza a impulsarse la incorporación de las mujeres a la vida política. En la década del ’40 las mujeres conquistan el sufragio (1947) y en 1952 acceden por primera vez a la representación política formal, tanto en el Congreso Nacional como en las Legislaturas provinciales. El Estado de Bienestar peronista (1946-1955) las incorpora masivamente a sus estructuras administrativas (...). Tal situación posibilita la inserción significativa en la militancia gremial y sindical del sector público (Ferro, 2005). Desde el propio gobierno se comienza a agitar la movilización de las mujeres, que culmina con la organización del Partido Peronista Femenino, en 194913. 13 Las causas de esta movilización han sido vastamente explicadas por varios/as autores/as y muchos/as de ellos/as coinciden en que se asentaron fundamentalmente en las necesidades del peronismo de ampliar las bases de su sustentación social. Susana Bianchi y Norma Sanchis sostienen que “de esta manera, la movilización de mujeres –dentro de una ampliación constante de la movilización política- Si bien esta no fue la primera experiencia de ingreso de las mujeres a la participación política en Argentina; quizás sí la más masiva. Desde los albores del siglo XX, las sufragistas ligadas al Partido Socialista –encolumnadas tras Alicia Moreau- habían roto la “clausura” impuesta a las mujeres en cuanto a la intervención en este ámbito. También, desde 1948, existía un grupo de mujeres denominado Unión de Mujeres Argentinas (UMA), que si bien no era parte orgánica del Partido Comunista, quienes ejercían su conducción sí lo eran (Di Liscia, 2009). Pero fue a mediados de los ’60 cuando el número de militantes de todas las organizaciones políticas de izquierda se incrementó, y un porcentaje mayor de mujeres ingresó al activismo político. Hacia la década del ’70 hubo un salto cuanti y cualitativo constituyendo un punto de inflexión histórico, trascendente para la comprensión de su protagonismo político (Ferro, 2005). Impulsadas por el clima de compromiso social imperante, participaron intensamente de agrupaciones estudiantiles, barriales, sindicatos, estructuras partidarias y organizaciones armadas. A modo de ejemplo, según Pablo Pozzi, el PRT-ERP incrementó notablemente el número de militantes mujeres. Pozzi señala que hacia 1975 el 40% de los/as adeptos/as eran mujeres (Pozzi, 2001). En consonancia con este fenómeno, tanto el PRT-ERP como Montoneros decidieron crear sendos frentes de masas de mujeres como: el Frente de Mujeres y la Agrupación Evita respectivamente. Esta última fue conformada en el propio seno de la conservadora Rama Femenina, tras el objetivo de ganar terreno por sobre los espacios en los cuales la derecha conservaba algún predominio (Grammático, 2005). Habría que señalar, sin embargo, que en ninguno de los dos casos, el aumento de la presencia femenina, se vio reflejado a nivel de la composición de la dirigencia de estos partidos. De acuerdo al color de la ideología del grupo, las militantes debieron sobrellevar la pesada carga que constituía la imagen de “las ejemplares”. A menudo imágenes idealizadas como: la “militante heroica”, Eva Perón, las soldadesas de la independencia, las guerrilleras cubanas, las mujeres vietnamitas. A estos modelos se asociaba el de la “pareja militante”, con amplio consenso. De hecho, muchas de las militantes setentistas se incorporaban a lo público junto con sus parejas. La militancia, el amor, el cuidado de los/as hijos/as y la vocación profesional eran dimensiones puestas al servicio de una causa trascendente, excluyentemente política. Este modelo de “compañeros-pareja” fue el discurso más conscientemente difundido. puede ser inscripta en la táctica de evocar fuerzas sociales nuevas que equilibrarían a las viejas”. Señalan las autoras que la respuesta a la apelación lanzada desde el peronismo fue masiva por parte de las mujeres, “respuesta que puede medirse a través del 64% de los votos femeninos al peronismo y por la incorporación al PPF de un importante número de mujeres, sobre todo de extracción popular y sin ninguna –o muy escasa- experiencia política” (Bianchi, Sanchis, 1988: 109). Los poemas de Juan Carlos Viglietti o de Mario Benedetti, ilustran fielmente este compromiso básico necesario para la revolución. Más que percibir lo personal como político –lema que las feministas enarbolaban por esos años en otros lugares del mundo- se trataba de vivir la política como algo que impregnaba todos los aspectos de la vida privada. Algunas de ellas pusieron sus vidas en juego, también sus proyectos de vida y familiares. Los grandes cambios en la dimensión cotidiana que se viven en esta década quizás puedan pensarse a partir de uno de los tópicos fundantes de la identidad femenina: la maternidad. De hecho, maternidad y militancia revolucionaria, tanto en el campo institucional como en las organizaciones armadas, no eran visualizadas como contradictorias. Para las mujeres militantes no había una opción o delimitación entre la vida pública y privada, entre un proyecto colectivo y personal, todo era parte de la misma decisión14 (Ferro, 2005). El concepto, resumido en: “todo por el proyecto político”, resultó en que los cuerpos de las militantes –sobre todo de aquellas que integraron organizaciones armadas- fueran moldeados por el discurso político dominante en estas agrupaciones. En este sentido, la escritora chilena Diamela Eltit define el contexto de inserción de las mujeres en el proceso (que se percibía) revolucionario, como el escenario donde el cuerpo de las mujeres quebraba su prolongado estatuto cultural de inferioridad física, para hacerse idéntico al de los hombres, en nombre de la construcción de un porvenir colectivo igualitario, donde la teatralización paródica de la masculinidad pospuso lo íntimo frente a lo primordial de lo colectivo público (Eltit, 1996). Esto implicaba por parte de las militantes encarnar valores vinculados al coraje, la valentía y la no fragilidad, así como a desvincularse de aquellas características con las cuales históricamente se había asociado a las mujeres, tales como: delicadeza, ternura, debilidad. Tenían, quizás sin saberlo, una decisión política: desalojar de sus cuerpos la fragilidad (Fernández, 1999b). Existe un rasgo recurrente en los relatos de las ex-militantes -probablemente vinculado al proceso de militarización que atravesaban estos grupos- y que consiste en posicionarse desde una perspectiva épica masculina. También está presente en los relatos el tema de la 14 Esto puede observarse claramente en el hecho de que Ana María (Sayo) Villarreal, esposa de Mario Roberto Santucho (integrante junto a su esposo del Comité Central del PRT) con un embarazo avanzado formó parte de operativos armados, fue encarcelada en Trelew y –contando con cinco meses de embarazo- fue una de las y los 16 fusilados y fusiladas en la masacre que lleva el nombre de esa ciudad (ver introducción a este capítulo). ‘igualdad’ en relación a los varones, lo cual colaboró en el desalojo del estereotipo del varón luchador y la mujer ajena al mundo público de su compañero (Bellucci, 1997). Si bien las organizaciones juveniles “movimientísticas” y guerrilleras no sólo buscaban radicales transformaciones sociales, sino también concretar cambios al interior de sí mismas, y poner en cuestión algunos de los “viejos” estereotipos de género, cabe peguntarse: ¿en qué medida lo hacían?, ¿en qué medida eran más equitativas sus valoraciones en cuanto a las mujeres, la distribución del poder, la participación y toma de decisiones? Muchos de los testimonios de las ex militantes dan cuenta de que en la experiencia, sin embargo, existía una “división sexual de la militancia”, que relegaba a las mujeres a tareas secundarias y a posiciones de segunda línea. En un testimonio recogido por María del Carmen Feijoó, una militante señala: “las mujeres que actuábamos en la izquierda de aquella época no nos sentíamos discriminadas (…). Aún cuando el problema de la mujer era otro de los tantos que sólo la revolución resolvería” (Feijoó y Nari, 1982). Pero mas allá de las particularidades que revistió la militancia de las mujeres en este período, y que es indudable que estas décadas implicaron una “bisagra” en el sentido en que marcan una participación política inédita, me interesa señalar que las chicas sixties y las militantes - de los ’60 y ’70- no fueron todas las mujeres. Ni siquiera todas las universitarias. Su importancia no estuvo en el número, sino en un particular modo de operar nuevas prácticas de sí. Como advierte Ana María Fernández, más que nuevos discursos sobre la femineidad, se trataba de nuevas mujeres en acto (Fernández, 1999b). 1.3.1 Moral y revolución Si bien es cierto –como señalaba anteriormente- que los ’70 fueron el escenario que permitió un marcado quiebre en cuanto al modo de percibir el lugar de las mujeres en el espacio público, y en la política específicamente, el ingreso de las mujeres a la militancia en la izquierda no siempre fue posible en condiciones de igualdad. Las transformaciones en el ámbito de la vida cotidiana provocaron la reacción de los sectores más conservadores de la sociedad que –herederos de la línea marcada por la Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas (FAEDA)- se expresaban a través de organizaciones como Tradición, Familia y Propiedad (Feijoó, Nari, 1982). Pero estas transformaciones no eran vistas como amenazantes sólo por la derecha, sino que por aquellos años también se iba consolidando en el seno de los grupos progresistas una moral revolucionaria. Ésta tendía a concebir todo lo referente a la liberación de la sexualidad como una distracción banal, respecto del imperativo de construir una sociedad nueva. Lo cual exigía que el deseo fuera sometido a los imperios de la política y los asuntos privados postergados, en favor de los públicos. Quizás sea este uno de los ejes que nos ayude a comprender el solapamiento de la especificidad del conflicto ligado a la subalternidad femenina y el rechazo –por parte de la mayoría de los grupos de izquierda- a incluirlo en la agenda política de los años ’70. En los últimos años, varias investigaciones publicadas coinciden en apuntar que existía hacia el interior de estos grupos cierta dificultad para percibir las consecuencias políticas derivadas de las diferencias entre los sexos. Karin Gramático señala que en los testimonios brindados por mujeres militantes de diversas agrupaciones políticas de la época, se puede identificar el malestar por el rol secundario que cumplían en sus organizaciones y a su vez, el rechazo ante cualquier tipo de cuestionamiento de raigambre feminista, por considerarlo expresión de una conciencia burguesa y pro imperialista (Grammático, 2005). Leonor Calvera, por su parte, también advierte acerca de la estrechez de los umbrales de tolerancia del patriarcado (Calvera, 1990), asunto del cual los grupos de izquierda no eran ajenos. En su libro La creencia y la pasión. Privado y público en la izquierda revolucionaria, María Ollier sostiene que en la vida privada de esa izquierda la política era el eje de la identidad individual; por eso, amigos, pareja y trabajo debían estar al servicio de la causa (Ollier, 1998). En la misma dirección, Carlos Brocato, en un polémico artículo titulado Crisis de la militancia, notas sobre la sexualidad (escrito ya en años de democracia) arriesga algunas puntas para la comprensión de los canales a través de los cuales discurrían erótica y política en los grupos militantes del setenta. El autor habla de la presencia –en algunas agrupaciones- de “comportamientos sexuales enajenados” tendientes a reproducir los modelos burgueses dominantes. “La eyaculación boba, la genitalización del erotismo (reducción y empobrecimiento), la ausencia de vivencias en el contacto con los cuerpos, la incomunicación y la desafectivización del encuentro, (remitían) en su mayor parte al modelo patriarcal represivo, y al coito legal reproductivo (…)” (Brocatto, 1986:72). El autor dice que se trataba de postular: (una) práctica sexual transparente, vale decir, carente de misterio, de contraluces, de ocultamientos y desnudamientos (…). Esta sexualidad transparente, que se vive por ello como opaca, está relacionada con la visión ideológico-doctrinaria típica de la izquierda, por la que los fenómenos sociales resultan transparentes, tiene explicación unívoca y siempre reducible al mismo repertorio módico de certezas. Una visión, en fin, que opaca la realidad social, la desdialectiza y la priva de complejidad, de duda, de contradicción; la desnutre. (…) sólo tiene misterio para el sentido común; el revolucionario por el contrario la atraviesa con su visión científica” (Brocatto, 1986:64). Es de este modo como el autor introduce la explicación de la “teoría del vaso de agua”, con amplio consenso en la Revolución de Octubre, y a partir de la cual se concibe que tener sexo es tan simple y transparente como tomar un vaso de agua. Según Brocato, sin ese nombre y con renovadas consignas, tal teoría era reactualizada por la izquierda de los ’70 Lo cierto es que las diferentes organizaciones de izquierda tenían ciertas normas, ya sea implícitas o explícitas, sobre la pareja y el sexo. Incluso, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), contó con un manual de moral revolucionaria15. Éste era de un ascetismo estricto y monogámico que reunía regulaciones propias de la moral judeo-cristiana indicando “lo correcto” aún en la crianza de los/as hijo/as y los modos de encarnar la vida sexual (Stolkiner, 1999). Al respecto Vicente Zito Lema, abogado por aquellos años del militante Mario Roberto Santucho y Ana María Villareal de Santucho, así como de varios integrantes del PRT-ERP, señala: Hay cosas todavía que no puedo hacer públicas pero yo doy testimonio fiel que ese documento no era un documento oficial, era un documento en elaboración (...) como en toda organización que quiere hacer un cambio revolucionario (algunos) compañeros quisieron hacer un aporte e hicieron eso, que responde a un grupo pequeño, no a toda la organización, y circula, pero para el debate. No quiere decir que la mayoría estuviera de acuerdo (...) También es difícil de juzgar, como sucede siempre 30 o 40 años después, por fuera de la realidad concreta... por ejemplo no hay que perder de vista, en relación al ERP-PRT, la influencia del Viet-Cong, los vietnamitas, (que) eran en esas cosas muy estrictos (...) El hecho de participar en un grupo político revolucionario, no implica que uno se modifique de un día para otro (Zito Lema, 2009). 15 Su nombre era: Moral y Proletarización. Fue un documento interno de PRT, elaborado por Luis Ortolani quien, bajo el seudónimo de Julio Parra, lo escribió mientras se hallaba preso en el penal de Rawson. Fue publicado por primera vez en la revista de los presos del PRT, La Gaviota Blindada, en julio de 1972. En relación a si este documento adquirió carácter oficial, o si sólo circuló como iniciativa de algunos/as militantes, existen diversas opiniones (Oberti, 2005; Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005). El Moral, suerte de catálogo de virtudes revolucionarias, apuntaba a aunar fuerzas en la consecución del único proyecto posible e inminente: la revolución. La paradoja se hallaba también allí: se apostaba a la construcción de un sujeto revolucionario en la vida cotidiana, sin embargo esa vida cotidiana estaba marcada por el ineludible deseo de la construcción de la Revolución (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005). Pensado como herramienta para la construcción del partido revolucionario el Moral estaba orientado a transformar a los sujetos interpelándolos en cuanto revolucionarios y militantes, de allí la minuciosidad con la que se establece la distinción entre moral burguesa y moral proletaria a la vez que se proporcionan las herramientas intelectuales para comprender las bases objetivas de la moral burguesa (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005). Dice el Moral: Nuestra conducta moral tiene profundas bases objetivas. El individualismo no es otra cosa que el efecto encarnado, en la propia subjetividad, de las relaciones sociales promovidas por el capitalismo. Una sociedad que considera a los seres humanos como predicados y los vincula sólo a partir del intercambio y el consumo de mercancías produce como efecto necesario el individualismo y la competencia salvaje de todos contra todos. El individualismo no opera solamente en el nivel de los pensamientos conscientes de las opiniones o ideas corrientes sobre las cosas, sino también en el nivel de las emociones, los sentimientos y los reflejos condicionados... (es) una verdadera avanzada de las fuerzas enemigas, que opera en nuestras propias mentes y en nuestros propios corazones” (Moral y proletarización, 1972:18). De allí la importancia de producir modificaciones desde la práctica misma: la proletarización distaba de ser una consigna ingenuamente obrerista: se trataba de “compartir la práctica social de la clase obrera, su modo de vida, y su trabajo” (Moral: 21). Una ascética vigilancia de sí puesta en práctica a través de la internalización de las virtudes de la clase y de las reuniones de crítica y autocrítica constituían un arma poderosa que era preciso ejercitar (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005). También se plantea que “así como la sociedad socialista sólo puede aparecer como superación dialéctica de la sociedad capitalista, la moral socialista y su embrión, la moral revolucionaria, sólo puede aparecer como superación dialéctica de la moral burguesa” (Moral y proletarización, 1972:17). Se destaca la importancia de sostener estas concepciones en un momento en que “la moral burguesa tradicional aparenta revolucionarse a sí misma (…) algunos comentaristas la han dado en llamar revolución sexual. Esta falsa revolución consiste en volver del revés los conceptos burgueses tradicionales sobre la familia, la pareja y el amor (…); pero siempre dentro del terreno de la hegemonía burguesa”. Realiza una severa crítica al “amor libre”, señalando que si bien “aparentemente liberaría a los miembros de la pareja, lo que en realidad hace es despojar al amor de su carácter integral (…) para osificarlo y unilaterizarlo en un sólo aspecto: el del sexo y sus manifestaciones más elementales” (Moral, 1972:19). En relación a la familia y la crianza de los hijos, en un apartado especial titulado El Papel de la Mujer se establece que si bien se debe “socializar” tal tarea, “durante el embarazo y la lactancia, la maternidad plantea obligaciones especiales” (Moral, 1972:19). En contra de una supuesta concepción ‘pro-imperialista’ que busca promover la destrucción de la familia, la anticoncepción, la homosexualidad, el aborto y el placer por sí mismo, reinaba la idea de que se debe aumentar el número de hijos, pues serán los futuros hombres y mujeres nuevos. Otro ejemplo de estas concepciones se ve plasmado en la tensa relación que existía entre el incipiente Frente de Liberación Homosexual Argentino y los grupos de izquierdas16. Ocurre que en ese agitado contexto social, cultural y político, no sólo obreros, estudiantes, militantes de izquierda alzaban la voz denunciando las injusticias, producto de las desigualdades de clase, sino también feministas –como veremos en el próximo apartado- y homosexuales decididos a denunciar el sexismo y la heteronormatividad reinante. Aunque de modo marginal, pero orgánicamente, se comenzaba a dar forma a la lucha vinculada a la necesidad de reconocimiento de las diferencias. En 1969 surge el grupo Nuestro Mundo y en 1971, el Frente de Liberación Homosexual Argentino. Estos grupos tuvieron como cabezas visibles a los por entonces militantes de izquierda Néstor Perlongher (Partido Obrero) y al sindicalista Héctor Anabitarte (Partido Comunista), quienes fueron blanco de las más duras condenas de tipo moral por parte de sus partidos17. Probablemente el hecho de que muchas de las agrupaciones hubiesen comenzado un camino hacia la militarización arroja algunas pistas. El poeta Carlos Moreira, crítico con respecto a la fuerza con la que se descargó la represión sobre los homosexuales durante la 16 Esa tensión no sólo se hacía presente en los partidos y organizaciones armadas vinculadas a las izquierdas, sino también en el ámbito del campo intelectual. Por otra parte, es conocido el caso del escritor Manuel Puig –quien por haber declarado abiertamente su homosexualidad fue no sólo amenazado por la Triple A, sino cuestionado duramente por su colega David Viñas. “Hay una anécdota, nunca desmentida por su protagonista, que muestra a un Viñas llamando indignado a la editorial Casa de las Américas para que impugnaran la novela La traición de Rita Hayworth, de Puig, porque estaba escrita por un maricón” (Bazán, 2004:279). 17 El primero renuncia al PO y el segundo es expulsado del PC. Revolución Cubana, arriesga que “quizás el meollo de toda la problemática a la que se entregaron los dirigentes no recaiga demasiado en las prácticas homosexuales, sino en el terror al hombre femenino (…) En una sociedad militarizada y con un solo fin, el homosexual simboliza una opción insoportable, la de alguien que desprecia el espíritu castrense, castrista y el legado de la paternidad, evidenciando que la sexualidad es un fin en sí misma (y, por lo tanto, una afirmación de individualidad). Sentimentalizar la relación entre varones enternece al soldado, sabotea el deber del centinela, ridiculiza la virilidad asumiendo supuestos valores femeninos antisociales: frivolidad, inconstancia, falta de espíritu de sacrificio, búsqueda de placer, irresponsabilidad. Y la tendencia al cosmopolitismo lo hace sospechoso de quintacolumnista”18. Lo cierto es que gran parte de los trabajos consultados coinciden en señalar que, entre los grupos de izquierdas de la época, si la palabra homosexual aparecía era a propósito del juicio contra Heriberto Padilla, en Cuba, y la promocionada protesta de Jean-Paul Sartre19. En el contexto de los ’70 los canales por los que discurrían las contradicciones entre erótica y política en tiempos de inminencias revolucionarias eran de una enorme complejidad: píldora, pero no revolución sexual al estilo del “liberalismo burgués”, como señalan muchos textos de la época, pareja igualitaria, pero contradictorios ideales de feminidad. En cuanto al lugar de las mujeres en la militancia se infiere que éstas estaban en condiciones de plantear y discutir su situación de subordinación bajo los términos de acceso igualitario a derechos, espacios de poder y responsabilidades. Sin embargo, la idea de apropiarse del mundo masculino en el estilo propuesto, en todo caso, por Beauvoir no contemplaba el planteo acerca de las sexualidades, concebidas “de hecho” de manera tradicional, en el contexto de fuertes enfrentamientos políticos y militares. Si el feminismo “según el modelo norteamericano o el europeo” se presentaba a menudo como amenazante, la cuestión de la heterosexualidad ni siquiera entraba en la disputa. 18 Esas ideas están expresadas en un artículo inédito de Carlos Moreira, citado por María Moreno en el prólogo a Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura (Rapisardi y Mondarelli, 2001). 19 Padilla no era homosexual, pero hay que apuntar que comienza en Cuba una persecución sistemática contra intelectuales que si lo son, y cuya condición es utilizada para denostarlos, recuerda el poeta y periodista Carlos Moreira (Rapisardi y Mondarelli, 2001). 2. ¿Feminismos en la Argentina de los ‘70? Tal como señalaba anteriormente, los años ’60 y ’70 fueron a nivel mundial -y luego de años de repliegue- un momento en que el feminismo resurge en los países centrales bajo el nombre de segunda ola. Pero cómo fue que esas ideas echaron raíces en la Argentina de los ’70. Desde la perspectiva que aquí se sostiene considero que se trató de un proceso productivo que puede leerse a partir de dos modalidades: apropiación en sentido estricto, por parte de las feministas, y apropiación en sentido amplio, por parte del campo cultural ligado a las izquierdas. Ambos procesos de recepción, implican resignificaciones contextuales, si es que se comparte la tesis de que una misma idea, transferida desde los centros de producción de la teoría hacia la periferia, se vuelve -en interrelación con ese ‘nuevo’ contexto- necesariamente otra cosa. A continuación me ocuparé de caracterizar brevemente el mapa de la irrupción del feminismo argentino en aquel contexto. Las actoras, los grupos, las relaciones entre éstos, los modos en que éstas encarnaban aquello de que “lo personal es político”, los vínculos con los partidos y la relación con las políticas pro-natalistas –en boga por esos años-. Desde principios de siglo hasta la actualidad en Argentina, así como en Europa y Estado Unidos, las luchas feministas han atravesado períodos de actividad intensa y lapsos de calma relativa. La sanción del derecho al sufragio, lograda en forma paulatina en distintos países, y en Argentina en 1947, produjo un repliegue del movimiento y un impase en la lucha. En los países centrales, a mediados de los ’60, y bajo el nombre feminismo de la segunda ola, el movimiento feminista vive un resurgir. Aprovechando el espacio libertario abierto por las diversas luchas sociales, la política albergó también la lucha de las mujeres. En Argentina, el año 1970 abre una década con un marco inusual de violencia bajo la forma de revolución política. La sociedad argentina pasaba por una fase de grandes excitaciones, cambios y cuestionamientos. Las esperanzas políticas se centran en el regreso de Perón, derrocado en el ’55 por la revolución libertadora, quien desde el exilio en España, se había convertido en una pieza clave de la vida política argentina. Inaugurando esta década, la ciudad de Buenos Aires se convierte en tierra fértil para que germinen un puñado de grupos autodefinidos como feministas. Si en los países centrales adquiría características de movimiento de masas, aquí, en cambio, se trató más bien de grupos pequeños, pero muy activos. Las flamantes organizaciones eran: la UFA (Unión Feminista Argentina) que se inicia en 1970, el MLF (Movimiento de Liberación Feminista) que comienza a actuar en 1971. Los fundamentos de este último eran similares a los sustentados por los movimientos feministas de Europa y Estados Unidos y ese mismo año inauguran una campaña por el aborto libre y gratuito. Su fundadora fue María Elena Oddone. Este grupo edita la primera revista feminista de la época: Persona20. Dentro de esta orientación también estaban ALMA (Asociación para la Liberación de la Mujer Argentina), nacida en 1974 a partir de desprendimientos de UFA y el MLF. También en 1970 comienza a actuar Nueva Mujer, un grupo editorial que se abocó principalmente a la traducción y edición de obras fundamentales para el feminismo. Dos de sus pioneras fueron Marta Míguelez y Mirta Henault. Cuando Nueva Mujer se disuelve por causa de divergencias ideológicas, algunas de sus integrantes pasan a formar parte de UFA. Nueva Mujer publica el libro Las mujeres dicen basta21. Además estaban Eros (agrupación de universitarios provenientes de la izquierda que promovía el amor libre), Safo (agrupación de lesbianas) y el FLH (Frente de Liberación Homosexual). Paralelamente, en la periferia de los partidos políticos de izquierda, algunas mujeres comenzaron a reunirse y discutir “sus” problemáticas, son el caso del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) y del FIP (Frente de Izquierda Popular). Las mujeres del PST formaron una revista llamada Muchacha22, que tenía como centro de reunión el mismo local que usaban UFA, y la Comisión de Lucha de la Mujer. En 1974 se creó el MOFEP (Movimiento Feminista Popular) como un desprendimiento del FIP, que manifestaba las preocupaciones de ese partido por la “doble jornada” de trabajo y por la socialización de las tareas domésticas que las mujeres deben asumir de manera exclusiva en las sociedades capitalistas. La presencia de mujeres en la izquierda, incluso armada, era tan importante que organizaciones como el PRTERP y Montoneros instituyeron en esos años frentes de mujeres23. En 1975 también hizo su aparición AMS (Asociación de Mujeres Socialistas) que ese mismo año formó con el MLF, UFA y ALMA el Frente de Lucha por la Mujer con motivo de la conmemoración -por iniciativa de las Naciones Unidas- del Año Internacional de la Mujer24. 20 Ver capítulo IV Ver capítulo IV 22 Ver capítulo IV 23 En la actualidad la cuestión de los vínculos entre feministas e izquierdas en los ’70 es objeto de agrias disputas por parte de quienes se ocupan de la historia de las mujeres y los feminismos en Argentina. Se han producido varios libros: Andujar y otras 2005; Andújar y otras 2009 y el pionero testimonio de Leonor Calvera (1990) 24 En 1975 tuvo lugar la I Conferencia Mundial de la Mujer en México. Cabe recordar que ésta fue el evento principal que Naciones Unidas planificó con motivo del Año Internacional de la Mujer. Fue la 21 2.1 La experiencia de UFA 2.1.1 Concienciación y “doble militancia” Me detendré brevemente en la experiencia de la Unión Feminista Argentina (UFA), quizás una de las colectivas más significativas de la época. Su origen se remonta a 1970, a partir de las repercusiones que generaran las declaraciones públicas de la recordada cineasta María Luisa Bemberg. Con motivo de que el director Raúl de la Torre filmara su guión de Crónica de una Señora- ésta fue entrevistada y aprovechó la temática del filme para declararse abiertamente feminista y preocupada por la postergación de la mujer en todas las áreas. “Al poco tiempo recibí varias cartas y llamadas telefónicas de mujeres que manifestaban compartir mis inquietudes” (Cano, 1982), contaba Bemberg25. Al contacto inicial de Gabriela Christeller se sumó Nelly Bugallo y las tres (con Bemberg) realizaron las primeras reuniones en el viejo café Tortoni. Luego se acercaron: Alicia D’Amico, Leonor Calvera, Sara Torres, Marta Miguelez y Mirta Henault. En cuanto al nombre, UFA –señala Calvera- cumplía con varios propósitos: recuperar el genérico “unión” usado por las pioneras de principios del siglo XX; superar el temor a denominarse “feminista” y, a través de “Argentina”, se buscaba dotar a la agrupación de características locales. Abrieron un lugar propio en el barrio de Chacarita y (al menos en la versión de Calvera) se abocaron a la lectura y discusión de los textos que desde 1967 producían las feministas norteamericanas (Calvera, 1990). Entre la duda y la admiración las integrantes de UFA, se propusieron adoptar la técnica del consciusness-raising, devenido entre las feministas norteamericanas en instrumento fundamental de sus prácticas. “Elevación de la conciencia” –tal es la traducción literal- les resultaba algo laxa y, a su vez, hallaban al término “concientización” demasiado ligado a la militancia de las agrupaciones de izquierda. Entonces decidieron utilizar el neologismo “concienciación”, que se adecuaba cómodamente a la descripción “del proceso, casi mayéutico de sacar de sí, de dar nacimiento, a la propia identidad” (Calvera, 1999:37). Éste constaba de tres etapas básicas. Proponer al grupo un tema determinado sobre el cual exponer testimonios personales. Luego relacionarlos para extraer la raíz común y así evaluar el grado de opresión primera iniciativa de Naciones Unidas respecto de la problemática de la mujer. Tan significativos resultaron los estudios y documentos que se elaboraron y la experiencia acumulada en ese año, que se declaró al período 1976-1985, Década de la Mujer de las Naciones Unidas (el Decenio de la mujer se aprobó en el trigésimo cuarto período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, el 15 de diciembre de 1975). Asimismo debemos señalar que la Conferencia inauguró una práctica que ha devenido en un aceitado sistema de conferencias decenales, intermedias, preparatorias y de seguimiento (Grammático, 2004). 25 Ver capítulo IV. provocada por las pautas culturales internalizadas. Por último, proponer los cambios posibles e incorporarlos a los distintos estratos de la vida. La práctica –que se realizaba en grupos de seis a ocho integrantes y contaba con la presencia de una coordinadora- buscaba encontrar el subyacente social de la problemática individual, para luego modificar el entorno. De esta manera, cada mujer que participara podía vivenciar una de las premisas fundantes del feminismo de los ’70, aquello de que: lo personal es político. Por otra parte, entre las actividades pensadas hacia “afuera” Sara Torres recuerda: Hacíamos volanteadas. Hubo una muy importante, que se volanteó en diversos lugares de Capital y Provincia. […] Que fue de gran impacto el mensaje y la gráfica. Denunciaba: “Madre, esclava o reina, pero nunca una persona”. Recuerdo tres actividades significativas: 1) cuando vino Carlos Castilla del Pino; 2) la Conferencia con Jorge Grissi (sociólogo); 3) la reunión plenaria del 22/08/72 (Torres, 2006:86). 2.1.2 La ruptura Una de las características que definió a ese feminismo de los ’70 en Argentina, fue el ejercicio, por parte de sus adherentes, de lo que ellas mismas llamaban la doble militancia (partidaria y feminista a la vez). Esta forma de militancia fue evaluada por algunas de ellas como una forma de “entrismo” de las organizaciones políticas de izquierda en el terreno feminista, lo cual generó tensiones, que se presentaban bajo la forma de conflicto de lealtades (Gramático, 2005). Estas contradicciones –marcadas por la tensión entre clase y género- iban in crescendo en la medida en que también lo hacía la agudización de los conflictos políticos y sociales. Si la versión del feminismo de los ’70 construida por Leonor Calvera (en el libro Mujeres y feminismo en Argentina, 1990) señala como fundadoras de UFA a mujeres ligadas a la alta burguesía porteña, a poco de andar, y en vistas de la alta movilización política del momento, no tardaron en incorporarse a las filas de esta colectiva mujeres provenientes de otras extracciones de clase y con experiencias de militancia sindical o en la izquierda partidaria. Así lo indica Sara Torres, quien cuenta que alrededor de 1971, ingresan a UFA algunas socialistas como: Ladis Alanis, Susana Ferretti, Juanita Pereyra, Regina Peña, Mirta Henault. Pertenecían a diferentes líneas de trotskismo (Torres, 2006: 84), lo cual aumenta los puntos de fricción hacia el interior de la agrupación. Señala Torres: Eran mujeres que sentían que era importante trabajar en el feminismo, pero se planteaban la posibilidad de acercar militantes para sus partidos. Recuerdo a una de ellas que decía que se sentía muy bien en UFA porque se había cansado de darle vuelta a la manija del mimeógrafo, estar en las luchas, pero nunca en la conducción, y de no decidir nada. También se acercaron mujeres del Partido Comunista, de la UMA, del FIP y de otros movimientos partidarios políticos (Torres, 2006: 84). Por su parte, Ladis Alanis señala que en UFA había mujeres como María Luisa Bemberg, pertenecientes a familias de gran poder económico y que presentaban dificultades a la hora de comprender la perspectiva clasista: Un día ella (María Luisa Bemberg) vino muy angustiada y nos dijo que la llamaron desde ‘los escritorios’ (de la empresa) y le dijeron que en el fondo nosotras estábamos en su contra, porque ella era capitalista. Pero también se metieron en UFA muchas mujeres de izquierda (...) Nosotras las mujeres de izquierda, planteábamos el problema de la clase (Alanis, 2006:80). Una clara muestra del “parteaguas” que significaba la integración de una perspectiva feminista con más anclaje en lo político y social, es la discusión que se suscitó en el marco de lo ocurrido en el plenario que UFA había programado para el 22 de agosto de 1972, día en que se llevó a cabo la masacre de Trelew26. Ocurre que entre los militantes que se hallaban presos en el penal de Rawson se encontraba el hijo de Gabriella Christeller, quien se había unido a la lucha revolucionaria a finales de los ’60. Relata la investigadora Alejandra Vasallo que cuando Christeller llegó al plenario desesperada porque no sabía si su hijo estaba vivo o muerto se produjo una fuerte discusión para decidir si UFA debía continuar con la reunión, tal como estaba planeada -teniendo en cuenta lo que les había costado llegar hasta allí- o si debía recanalizarse para responder a la acción gubernamental con acciones concretas27. Relata Sara Torres que hubo otro episodio que tendió a dividir más aun las aguas: Hubo otra crisis importante con el derrocamiento de Allende. No podíamos quedar ajenas, pero no encontrábamos como poner lo específico. No sabíamos como articular las cuestiones de género con las de clase. El comunicado de la comisión de prensa de UFA, realizado un día después del 26 27 Sobre la masacre de Trelew ver la introducción a la Segunda Parte de este libro. Unos días más tarde, Christeller supo que su hijo había sido uno de los tres sobrevivientes. golpe en Chile, en el cual se denunciaba que la junta militar había cambiado el nombre del edificio “Gabriela Mistral” por “Diego Portales”, puesto que consideraba impropio reunirse en un edificio con nombre de mujer, reanudó la polémica al interior de la agrupación, alejándose muchas compañeras. (Torres, 2006:87). Estos dos acontecimientos se convirtieron en catalizadores de las tensiones subyacentes en UFA. Éstas no sólo provenían del enfrentamiento del feminismo argentino con una cultura política que establecía los parámetros de movilización exclusivamente en torno a cuestiones de clase y dependencia, y que para 1972 había dicotomizado las opciones entre una política electoral tradicional o la revolución social. También dejaban al descubierto las discusiones internas entre las militantes de UFA en cuanto a cómo insertar la lucha por la liberación femenina en el contexto general de la política28. Producto de estas tensiones, la unidad del grupo comenzaba a resquebrajarse. Ya hacia 1973 el país se sumergía en una realidad sumamente compleja, el ascendente proceso de politización que vivía la sociedad se había trasladado al grupo. El problema de la doble militancia se planteó de manera explícita después de 1973, año que colocó a las dobles militantes en una encrucijada definida por el fin de la dictadura militar y el llamado a elecciones en el mes de marzo (Nari, 2006). La vertiginosidad de los acontecimientos y los malos entendidos internos produjeron a mediados de ese año, un comienzo de disgregación. El testimonio de una militante -relevado por Inés Cano- da cuenta de la desconfianza que por entonces reinaba en el grupo: “Debido a su estructura no jerárquica y abierta no existían restricciones para ingresar a UFA. El resultado fue que, para esa época, había en nuestras filas mujeres cuyas preocupaciones poco y nada tenían que ver con el feminismo: la lucha contra el sexismo”. El testimonio busca dar cuenta del accionar de algunos partidos que -deseosos por atraer a las feministas a sus estructuras- tuvieron como política infiltrarse en las agrupaciones de éstas (Cano, 1982). Por su parte, Leonor Calvera explica su retiro de UFA de la siguiente manera: Nosotras ya les habíamos advertido: ojo que las luchas políticas se tragan a las mujeres, era algo que decíamos tomando el ejemplo histórico de la primera Guerra Mundial, que absorbió al feminismo cuando las militantes se convirtieron en enfermeras. En ese momento el regreso del general, la 28 Estos datos provienen de entrevistas realizadas por Alejandra Vasallo a Gabriella Christeller y Sara Torres y recogidas por Alejandra Vasallo (Vasallo, 2005:78). izquierda, la revolución, Cuba…era algo muy fuerte (…) Estaba muy presente aquello de la doble lealtad. No digo que la política no deba existir, pero cada cual debe ver cual es el eje más importante en cada momento y hacia quien es nuestra lealtad. De esa manera vamos a ser más políticas y más feministas. Era sumamente difícil seguir con la idea del feminismo, esa fue la razón por la que yo, con María Luisa Bemberg, Gabriella Christeller y Alicia D’Amico nos retiramos29. Calvera destaca que cuando se produce la fractura de UFA, las que se quedaron –“en su mayoría incorporadas tardíamente” (Calvera, 1990) deslumbradas por el horizonte que el feminismo abre, creyeron que si no se había llegado a las vastas masas populares y si el mundo no se había transformado había sido porque la organización había fallado. “Pensaron también que no habíamos captado las particularidades latinoamericanas, sino que habíamos trabajado sobre esquemas extranjerizantes” (Calvera, 1990). Las acciones públicas de UFA se habían circunscripto a una volanteada (realizada junto a otras agrupaciones feministas) con motivo del Día de la madre, algunas conferencias, debates y la aparición en medios de prensa. En este sentido, años después, Marta Miguelez saldría al cruce de las acusaciones que afirman que las feministas de esa generación se habían quedado en la “queja” para defender el particular modo de experimentar la militancia que ellas tenían: Las feministas de los ’70 descubríamos la opresión en la acción, es decir, en la reivindicación activa del principio del placer. Al menos para mí, el eje más atractivo del feminismo fue que, como lucha política, implicaba divertirnos, descubrir nuestros cuerpos y descubrir el clítoris como nuestro centro orgásmico, negado por toda la cultura y reivindicado por nosotras (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). Sobre la dispersión de la colectiva, Calvera señala que hacia fines de 1975 y principios de 1976 “UFA estaba integrada por mujeres que no eran sólo feministas, sino que pertenecían 29 Estas declaraciones fueron obtenidas del desgrabado del Coloquio Feminista de los ’70, que tuvo lugar en Buenos Aires, en octubre de 2002. Creo importante señalar el aporte fundamental que estos testimonios recogidos por Claudia Anzorena han significado para la elaboración del trabajo. La idea de realizar este encuentro surge en el marco de las Jornadas Feministas realizadas ese mismo año en el Colegio Ward. Fueron invitadas como panelistas: Leonor Calvera, Mirta Henault, Marta Miguelez y Sara Torres. La coordinación y presentación recayó sobre Mónica Tarducci y Libertad Schuster. a partidos políticos y tenían algunos niveles de militancia algo “peligrosos”; aludiendo a la participación de feministas en organizaciones armadas (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). Dadas las características de la represión que se estaba desatando, las feministas estábamos fichadas como grupos de ultraizquierda... Así, el temor se apodera del ambiente, las reuniones comienzan a hacerse clandestinamente y, a partir de 1976, con el advenimiento de un nuevo régimen de facto, las integrantes de UFA en reunión plenaria deciden el cese de actividades (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). UFA fue un espacio más complejo de lo que las primeras rememoraciones de esa experiencia revelaron, lugar de confluencia de mujeres de procedencias muy distintas, policlasista y cruzado por las urgencias de un momento sumamente conflictivo en la historia del país, conserva aún para las feministas argentinas el encanto de esos hitos en los múltiples recomienzos de los feminismos. A ella pertenecieron feministas de la talla de Bemberg y Henault, de Calvera y Torres, de Christeller, D’Amico y Miguélez. Algunas de ellas han insistido en la narración de sus experiencias, otras las han escrito inclusive sentando con firmeza sus propias opiniones. Lo cierto es que se hallaban lejos de compartir una versión unívoca acerca de en qué cosa consistía la emancipación de las mujeres 2.2 Construir alianzas en contra de la maternidad forzada En 1975 la prohibición de la venta de anticonceptivos, por el decreto-ley 659-1974 impuesto por el entonces presidente Juan Domingo Perón, indujo a las feministas a movilizarse para pedir la abolición de la disposición. La campaña posibilitó la organización del Frente de Lucha para la Mujer. Las agrupaciones UFA, ALMA, el MLF y AMS redactaron un volante que decía: “No al Plan Mc Namara, no a la maternidad forzada, venta libre de anticonceptivos”. Vale aquí una digresión sobre este asunto, que me lleva a mostrar, brevemente, el complejo escenario en el que se había decretado la restricción de la venta de anticonceptivos. Pese al voluntarismo de los núcleos modernizadores, la realidad nacional no hacía sino mostrar la inestabilidad de los cambios, así como las resistencias que éstos despertaban en los grupos más tradicionales de la sociedad. Con la vuelta del peronismo al poder en 1973, la persistente caída demográfica volvió a instalarse como preocupación. La tasa bruta de natalidad que en la década de 1960 había sido de un 24,3%, en los setenta bajó a 22,6%. Esta tendencia declinante sólo se revirtió momentáneamente en 1975 (23,4%) por la llegada a la edad de casamiento y nacimiento del primer hijo, de las generaciones comparativamente más numerosas del baby boom (Torrado, 2003:326). En el Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional (1974-1977) del gobierno peronista, se advertía sobre el peligro de esta situación, que contrastaba con las características demográficas del resto de los países latinoamericanos. Un informe oficial, presentado por Perón a los dirigentes partidarios provinciales, demostraba que Argentina estaba siendo sometida a un “sutil plan exterior de largo alcance para despoblarla de hombres y mujeres en edad útil”, apoyado en una campaña psicológica y material que promovía las esterilizaciones femeninas (Clarín, 1974 en: Feletti, 2006). “Para contrarrestar esta situación, el gobierno oficiaría medidas que permitieran cumplir con el objetivo de alcanzar los 50 millones de habitantes en el año 2000” (Feletti, 2006:47). Remontándonos unos años atrás, los antecedentes de esta reacción del gobierno de Perón se vinculan a la respuesta a la tesis difundida desde los Estados Unidos, en los ‘60, acerca de la necesidad de implementar el control de la natalidad en los países subdesarrollados. De acuerdo a esta teoría se asistía a un crecimiento ‘explosivo’ de la población como resultado de la rápida caída de la mortalidad, sin paralelo del lado de la natalidad. Se buscaba explicar el subdesarrollo y la miseria de los países periféricos a partir del “irracional comportamiento reproductivo del Tercer Mundo”. A partir de estas teorías apocalípticas acerca de la explosión demográfica, Naciones Unidas buscó introducir en América Latina ciertas políticas tendientes a controlar la situación. La cronología sería –a grandes rasgos- la siguiente: En 1962 se declara a la superpoblación como “problema mundial número uno”. En 1969, Mc Namara, al frente del Banco Mundial, decide centralizar las políticas de población de la ONU y crea el Fondo de Naciones Unidas para la Población (FNUAP) en un intento de imponer medidas coercitivas de control de la natalidad en el tercer mundo. En ese marco, en 1964, se lanza también la ‘Alianza para el Progreso’; especie de pacto continental que aseguraba la ayuda para el desarrollo, por parte de los EE.UU., supeditando incluso la ayuda económica, a la implementación de planes de esterilización forzada (Torrado, 2003). En 1972, en el marco de la Conferencia de Estocolmo, la ONU instala un discurso tendiente a señalar el aumento de la población mundial como la principal causa del impacto negativo sobre el medioambiente. En 1974, por iniciativa de los países industrializados, la ONU organiza su Primera Conferencia Internacional sobre Población, en Bucarest. Lo que subyace a esta cadena –que se prolonga hacia el futuro- de conferencias internacionales tendientes a intervenir en las políticas poblacionales del tercer mundo, es cierta idea que ve en la “superpoblación” (término acuñado por Rockefeller, creador del Consejo de Población en 1950) una amenaza para el desarrollo (Falquet, 2004). En este contexto algunas instituciones norteamericanas trataron de implementar en la Argentina estas ideas de control, a pesar de que, obviamente, el país no sólo estaba lejos de experimentar una explosión demográfica, sino que se enlentecía su crecimiento. Además, los gobiernos militares que se suceden en el país a partir del golpe del ’66, añaden otro argumento en contra del control de la natalidad: en virtud del rápido crecimiento de la población en otros países latinoamericanos y la disminución del ritmo del crecimiento en Argentina. El tema comenzó a ser percibido como un elemento geopolítico de primer orden. Se concibe así a las políticas de natalidad como una cuestión relativa a la Seguridad Nacional30. En Argentina, 1969 es un año en que el tema adquiere singular presencia. Se realiza un simposio sobre política de población, organizado por el Instituto Torcuato Di Tella. Participan expertos multidisciplinarios; del sector público y del sector privado, nacionales e internacionales. El Simposio concluyó que: Se considera negativa la introducción de campañas de control de la natalidad. Es indispensable desarrollar una acción más eficiente planificada, orientada a proteger la fecundidad de las familias y a reducir la mortalidad infantil y el aborto. De manera tal que, al debate nacional acerca de las políticas de planificación familiar, se agrega un nuevo motivo de rechazo: la percepción de éstas por parte de los grupos de izquierdas como medidas promocionadas por el ‘imperialismo yanqui’ (según el lenguaje de la época), que se aprovechaba una vez más de la situación de dependencia de los países latinoamericanos. Así, la adición de este nuevo componente al debate sobre la regulación de la fecundidad vino acompañada de un hecho paradójico: desde mediados de la década del ’60, movidas por distintas razones y buscando diferentes objetivos políticos, la derecha católica nacionalista y la izquierda agnóstica marxista coincidieron en el rechazo iracundo, no ya de la intervención norteamericana, sino de toda acción favorable a la regulación de la fertilidad. Tras todos estos antecedentes, quizás se pueda contextualizar mejor la medida adoptada durante el tercer gobierno justicialista, a partir de la cual la óptica geopolítica es 30 En cuanto a Seguridad Nacional se comprendía “una situación en la cual los intereses vitales de la nación se hallarían a cubierto de interferencias, perturbaciones, daños, peligros, etc.”. Esta era considerada una variable a la que debía estar subordinado el desarrollo económico y social. (Torrado, 2003) llevada más lejos aún31: por primera vez en Argentina, de manera explícita, se sancionaban medidas coercitivas respecto al derecho individual de regulación de la fecundidad. Hasta ese momento se habían establecido “incentivos”, pero con la promulgación en 1974 el mencionado Decreto 659 (durante la presidencia de Perón y con López Rega como ministro de Salud y Acción Social) se dispone concretamente la prohibición de la comercialización y venta de anticonceptivos, así como el desarrollo de actividades relacionadas directa o indirectamente con el control de la natalidad (Romero, 1994). Años más tarde, en el marco del Coloquio Feminista de los ’70, Leonor Calvera afirmaría: “Ellos (en una tercera persona que parece incluir tanto a los sectores de izquierda como al gobierno de Perón) consideraban que era necesario poblar el país para que los imperialistas no nos coparan” (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). Lo cierto es que la lucha política del feminismo no era algo “incómodo” sólo para las políticas de Perón, o para los grupos de ultra derecha asociados a las fuerzas militares y a la iglesia católica, sino también para la izquierda. Las incitaciones a tener hijos con el objeto de poblar el vasto territorio latinoamericano y de ese modo evitar el avance imperialista, eran moneda corriente en los discursos de esta última32. Sobre este asunto Mirta Henault señalaría: “para la política de los varones, estén bajo el signo ideológico que estén, el cuerpo de las mujeres es un cuerpo de uso, del que se apropian en función de sus intereses. En aquel entonces había, entre los militantes de izquierda, una fuerte línea a favor de la reproducción que sostenía que sus hijos, es decir el nuevo hombre y la nueva mujer, iban a ser quienes finalmente tomarían el poder” (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). De este modo, las estrategias desplegadas por las feministas de los ’70 en contra de la prohibición de la venta de anticonceptivos se realizaban en un contexto de extrema tensión. Así, volanteadas, construcción de alianzas y manifestaciones públicas eran experiencias que se realizaban en un contexto de violencia política creciente y que se interrumpirían en muy breve tiempo, con el golpe de marzo de 1976. 31 Algunos antiguos postulados de Alejandro Bunge acerca del “envejecimiento demográfico” comienzan a usarse –incluso irreflexivamente- para caracterizar la evolución demográfica argentina. (Torrado, 2003). 32 Ejemplo de esto son los conceptos vertidos en el Manual de Moral Revolucionaria del PRT (acerca del cual me he referido en el punto 3.1 de este capítulo) que insiste en que “las futuras generaciones revolucionarias son las que las que tendrán sobre sus hombros la tarea de construir el socialismo” (Moral y proletarización, 1972:33). 2.3 Feminismos e izquierdas El Movimiento de Liberación Femenina es una ideología revolucionaria, no exprimida de libracos apolillados sino del cotidiano martirio de la mitad de la humanidad. Nace en las ferias y junto a las bateas, a la vera de las camillas de ginecólogos carniceros y a contrapelo de los viejitos célibes del Vaticano... No es un entretenimiento destinado a distraer de la liberación de los pueblos, sino que esa liberación es mentira mientras la determinen exclusivamente los varones. María Elena Walsh Este texto de M. E. Walsh –figura clave en cuanto a la introducción de ideas feministas en el período- probablemente sea capaz de condensar gran parte de las tensiones que signaban la “incómoda” presencia del feminismo (pensado ya sea como “ideas” o como “praxis”) en la arena política y cultural de esos años33. Como señalábamos anteriormente, el feminismo era responsabilizado –tanto por izquierda como por derecha- por ser introductor de “ideas extranjeras” en relación a la liberación de las costumbres sexuales. Era una etapa histórica de profundas transformaciones. Los cambios y las intenciones de provocarlos involucraron no sólo al espacio social y político, sino también al de la vida privada. Si bien la revolución de la vida cotidiana fue parte importante del impulso transformador del período, no obstante, la interrelación entre el aspecto político y social tuvo características distintas de las que revistió en Europa y EE.UU, donde los movimientos contraculturales hicieron suyos los discursos que denunciaban la “opresión sexual y la discriminación de género” (Cosse, 2009:171). Si por aquellos años, el Socialist Workers Party (SWP) estadounidense, hermano del PST argentino, intervenía activamente en el Movimiento de Liberación Femenina -incluyendo la presencia de destacadas dirigentes como Evelyn Reed, que intentaba dotar de una teoría y un programa a dicho movimiento- desde la izquierda argentina, que progresivamente devenía insurreccional, muchas de las transformaciones planteadas por el feminismo eran registradas como peligrosos mecanismos de desviación respecto del eje “correcto” de las luchas. Nos interrogamos entonces ¿cuáles fueron los procesos de recepción y resignificación de las ideas feministas por parte de las izquierdas en general (y del campo político cultural, en particular) a la luz de la realidad argentina de aquellos convulsionados años? 33 Sobre María Elena Walsh ver capítulo IV A nivel mundial, las condiciones de movilización social y política de esa época permitieron poner en cuestión algunas de las tesis de la concepción transmitida por la vulgata marxista poniendo sobre el tapete un asunto crucial para la vinculación entre feminismo y marxismo: “el carácter heterogéneo de los sujetos de la revolución y las relaciones entre las condiciones estructurales y la división sexual del trabajo entre el mundo público y el privado, entre lo personal y lo político, entre capitalismo y patriarcado”(Ciriza, 2007:38). En ese clima es que se produjo un amplio debate acerca de la noción de patriarcado. La pregunta por el patriarcado obligaba a pensar la cuestión planteada por Engels, los orígenes de la familia monogámica estaban ligados a la apropiación privada de los excedentes socialmente producidos, al ingreso en la historia escrita y a la imposición de relaciones de dominio de los varones sobre las mujeres. La pregunta por la relación entre propiedad privada y organización familiar, entre relaciones de producción y reproducción de la vida humana, que durante mucho tiempo había sido objeto de respuestas más o menos automatizadas, pues se suponía (a partir de una lectura simplificada del texto de Engels) que la cuestión de las mujeres se resolvería con el ingreso masivo de las mujeres al mundo del trabajo productivo, se puso a la orden del día” (Ciriza, 2007:39). El fondo del malentendido no es tan sencillo de dilucidar. El del patriarcado34 es un nudo gordiano y feministas e izquierdas han tirado de él de manera desigual35. Así, las tensiones inherentes a la cuestión del patriarcado: enmarcadas por un lado en determinaciones económicas y sociales, y por el otro, por cuestiones mucho más complejas y difíciles de percibir y teorizar: como son las experiencias y los rituales cotidianos que comenzaban a erosionar las relaciones de dominación hasta entonces hegemónicas, operan como un obstáculo para la visualización de las posibles articulaciones entre izquierda y feminismos. Sin pretensiones de ahondar, es preciso agregar que el carácter sexuado de la experiencia humana (las determinaciones de la corporalidad) uno de los intereses teóricos y políticos nodales para las feministas, constituye a la vez uno de esos atolladeros de la teoría que contribuyen a hacer del espacio de los feminismos un lugar de debates que parecen no 34 La categoría patriarcado proporcionaba herramientas para dar cuenta del control que los varones ejercen sobre el conjunto de la reproducción humana, esto es: la sexualidad (pues el dominio patriarcal, a través de complejos dispositivos de poder establece determinadas relaciones de parentesco que, como dirían las italianas, clasifican a las mujeres entre putas y santas)” (Ciriza, 2007:39). 35 Por esos años se producía un debate en torno de la noción de patriarcado que involucró tanto a teóricas inscriptas en la tradición marxista como a Zillah Eisenstein (1978) o autoras ligadas a la tradición del feminismo radical, como Shulamith Firestone (1970) y Kate Millet (1995). tener fin. Baste entonces decir que, por entonces, las consignas de las feministas francesas e italianas expresaban con nitidez en la lucha callejera el nudo de este conflicto que resuena, desde entonces, con tonos y en lenguas diversas urbe et orbis: “io sonno mia”, “avortement libre et gratuit”; “sisterhood is powerfull” y en nuestras tierras: “no al plan Mc Namara, no a la maternidad forzada, venta libre de anticonceptivos“36. 2.3.1 Antecedentes de un matrimonio infeliz. Las lecturas sobre Engels Los antecedentes de la relación entre crítica feminista y tradición marxista son vastos y vienen de larga data. Al respecto existe una extensa bibliografía (Hartman, 1980; Calvera, 1990; Paramio, 1998; Bellucci y Rapisardi, 1997; Ciriza, 2007). Quien inaugura esta tradición dentro del marxismo es Federico Engels, que utilizó las notas de Carlos Marx sobre las investigaciones de Morgan para justificar la confluencia de intereses entre la lucha por los derechos de las mujeres y la emancipación del proletariado. A partir de su célebre El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, publicado en 1884, Engels circunscribe el origen de la opresión de las mujeres al surgimiento de la propiedad privada -y su confinamiento al ámbito doméstico donde realiza un trabajo no remunerado por el capitalista- a la vez que desarrolla un cuidadoso análisis de las consecuencias que esto tiene sobre la organización familiar y el establecimiento de formas de control no sólo sobre el producto del trabajo de las mujeres, sino sobre sus cuerpos y sexualidades. El escrito de Engels abre el camino para una serie de interpretaciones y lecturas posteriores que, en muchas ocasiones, promovieron una lectura acotada de un texto bastante más complejo que se transformó luego en la lectura dominante: el problema de las mujeres se reduce a la dominación capitalista. La relación entre marxismo y feminismo ha sido caracterizada por Ludolfo Paramio como padecedora de un complejo edípico mal resuelto, en referencia a la tendencia de la izquierda a conservar -a cualquier precio- al feminismo bajo su égida (Paramio, 1998). En pos de mantener la hegemonía del movimiento obrero, la izquierda ha intentado mostrar la existencia de una relación esencial entre el problema de la mujer y la explotación de clase dentro del sistema capitalista. Por su parte, Heidi Hartman, apunta sobre la dificultad de la izquierda para visualizar la especificidad del problema de la subordinación de las mujeres, que históricamente ha 36 Las consignas indicadas fueron construidas entre los 60 y los 70 reclamando el derecho sobre el propio cuerpo, poniendo nombre al nacimiento de una nueva relación entre mujeres. intentado absorber la problemática feminista bajo “la lucha más amplia contra el capital” (Hartman, 1980:113-159). Éste tipo de análisis pone el acento en la relación establecida entre: mujeres y sistema económico, subordinando la relación mujer-varón a la relación trabajocapital, de lo que se desprendería –como consecuencia política- el carácter innecesario de una lucha específica para revertir las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos. En el contexto argentino de los ’70, desde las perspectivas de la amplia gama de las izquierdas, el pensamiento feminista –identificado a partir de una lectura reductiva, como la reivindicación de la liberación de la sexualidad- era percibido como un peligroso mecanismo de desviación del “eje correcto” de la lucha. Todas las agrupaciones políticas, sobre todo las armadas, fueron reticentes al debate sobre la sexualidad como un elemento central de la subordinación femenina e interpelaron a las mujeres en pos de objetivos sociales y nacionales. En todo caso, si había que discutir la cuestión de la mujer se lo hacía dentro de los márgenes que permitía una lectura estrecha del texto de Engels. Desde las izquierdas, los términos bajo los cuales se incluía la emancipación de las mujeres implicaban una articulación fuerte entre opresión de clase y subordinación de sexo. Para esta perspectiva, la transformación de la relación entre los sexos se produciría a través de la generación de relaciones igualitarias entre varones y mujeres. El ideal de la pareja militante, pareja de compañeros iluminados por el sueño de la revolución, el de la guerrillera heroica y el de la madre luchadora ilustraba con claridad los modos de inclusión de la cuestión de las mujeres por parte de las izquierdas de la época. Como vemos, los puntos de tensión en relación a los orígenes del patriarcado entre feministas y grupos de izquierda, nos hablan a las claras de cómo un mismo significante puede revestir distintos significados, según los diversos horizontes de recepción; lo cual refuerza la idea planteada anteriormente acerca de la necesidad de estar atenta a contemplar la no univocidad o polisemia del término feminismo, que adquiere diversas significaciones, según la “apropiación” de que se trate. Por otro lado, el eje marcado por las disyuntivas igualdad/diferencia, suman dificultad al asunto. Si como dice Gargallo, la lucha de las mujeres reviste dos etapas, una emancipadora, cuando las mujeres piden ingresar en condiciones igualitarias en la historia del hombre, y otra de liberación y reivindicación de la diferencia, cuando las mujeres cuestionan y se separan del modelo masculino planteado como universalmente válido (Gargallo, 2004); las apropiaciones del feminismo por parte de las izquierdas de los ’70, no tendrían dificultad en relación a aceptar la primera lectura. El problema estaría en la reivindicación de la diferencia. 2.3.2 Algunas experiencias de confluencia Si bien la idea de que la liberalización de las costumbres privadas buscaba seguir un modelo impuesto por las sociedades imperialistas atentó contra el establecimiento de puentes entre las luchas feministas y otras experiencias políticas, existieron algunos intentos de tender lazos entre mujeres feministas y ‘mujeres políticas’; por tomar la terminología utilizada por Grammático (Grammático, 2004). Una de ellas fue la formación del Frente de Lucha por la Mujer, que aglutinaba a feministas y mujeres de partidos políticos de izquierda. Tal como mencioné anteriormente, 1975 es declarado por Naciones Unidas Año Internacional de la Mujer inaugurando, también por iniciativa de ese organismo, la Década de la Mujer. En nuestro país se crea una Coordinadora que, a poco de andar, se fracciona a causa de las diferencias internas entre las feministas y las mujeres pertenecientes a distintos partidos políticos. Más precisamente, ante la imposibilidad de incluir reivindicaciones feministas en las comisiones de igualdad, desarrollo y paz. A partir de la fractura se conforman dos frentes claros, uno de los sectores compuesto por: UFA (Unión Feminista Argentina), MLF (Movimiento de Liberación Femenina), ALMA (Agrupación para la Liberación de la Mujer Argentina), AMS (Asociación de Mujeres Socialistas). Todas aglutinadas en el Frente de Lucha por la Mujer, primer frente integrado por feministas y mujeres políticas. El otro sector de la Coordinadora, liderado exclusivamente por mujeres pertenecientes a partidos políticos, finalmente concreta el Congreso del Año Internacional de la Mujer, el 25 de agosto de ese año. Según cuenta la militante feminista, Marta Miguélez, la Unión de Mujeres Argentinas (UMA) -que no era parte orgánica del Partido Comunista pero quienes ejercían su conducción sí lo eran- opta por quedarse en el bando “oficial”. Por su parte, Leonor Calvera relata que en un lamentable episodio, ciertamente revelador de las tensas relaciones entre feministas y grupos de izquierda, se prohíbe a las primeras la entrada al evento realizado en el Teatro General San Martín (Calvera, 1990). Miguélez afirma que el día del Congreso la UMA, junto al resto de las organizadoras, prohíben la entrada a las agrupaciones feministas”37. Otra experiencia que de algún modo integró mujeres que adherían a esta doble identidad política fue la revista Muchacha. Sus impulsoras eran mujeres del PRT La Verdad38 37 Según Miguélez este grupo tuvo, en cuanto a los derechos de las mujeres, una postura sumamente conservadora y no se diferenció en absoluto de la perspectiva oficial del PC. (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). 38 En 1972 el PRT La Verdad, se fusiona con el PSA dando origen al PST. que distribuían la revista entre universitarias, bancarias, maestras y algunas fábricas con personal femenino. Dice Bellotti: Llegaron a publicar tres números (…) Tiene un lenguaje accesible, se plantea como un órgano de ‘todas las jóvenes que tengan algo que decir sobre la liberación de la mujer, sea cual fuere su posición ideológica, política o religiosa’ (…) Trata temas como las diferencias de posibilidades entre chicos y chicas, las amas de casa, un reportaje a una obrera, la mujer como objeto sexual y publica el Manifiesto de UFA. Su tono general es feminista y no se identifica públicamente como una expresión del partido” (AA.VV, Bellotti, 2006). Por otro lado, en cuanto a la política del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) las investigadoras del periodo difieren. Para Grammático la doble militancia no fue la única experiencia que permitió vincular a las feministas con las “políticas”, sino que también hubo lugar para relaciones más bien institucionales, como por ejemplo los lazos tendidos entre las mujeres del PST39 y el movimiento feminista, en especial con la UFA, quien prohijó durante algún tiempo a un grupo de jóvenes mujeres de ese partido nucleadas en la agrupación Muchacha. Señala Grammático que esos lazos se tradujeron en acciones conjuntas como el recibimiento de la feminista norteamericana y dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores, Linda Jenness, en 1972, y la participación “en la tarea de construir el Frente de Lucha por la Mujer en ocasión del Año Internacional de la Mujer”. Las militantes del PST consiguieron incorporar algunas de las demandas feministas en el ideario del partido y en sus publicaciones sindicales y políticas se “han destinado en forma permanente parte de las páginas al tema de la opresión de la mujer’” (Grammático, 2007:24). Sin embargo para Bellotti, las militantes de PST –a diferencia de sus colegas norteamericanas- “veían al partido como única herramienta y la clase obrera como la única capaz de llevar a cabo la revolución”40 (Bellotti, 2006:65). Gran parte de los estudios y testimonios de las ex militantes feministas41 de ese período rondan alrededor de la cuestión de si existió en las mujeres de izquierda una cierta 39 En las elecciones de marzo de 1973, el PST presentó como candidata a la vicepresidencia a Nora Ciapponi. Fue el único partido que presentó a una mujer en su fórmula. 40 El reflejo de ese posicionamiento de las mujeres de PST que marca Bellotti queda plasmado en los documentos del partido, sobre los que nos abocaremos en el capítulo IV, cuando veamos las apropiaciones de ideas feministas por parte de las mujeres pertenecientes a los grupos de izquierdas. 41 Hay que señalar que entre las opiniones transcriptas en este apartado se encuentran las de militantes feministas del período (Marta Miguélez, Sara Torres, Ladis Alanis) y las de algunas investigadoras (Gramático, Nari, Feijjó). En el primer caso, se trata de reconstrucciones memoriales, y en el segundo, de interpretaciones académicas. De entre ambos tipos de relatos, el libro de Leonor Calvera, Mujeres y feminismo en Argentina, una construcción testimonial escrita en 1990, al constituirse en una de las ‘sensibilidad feminista’, o si ésta estuvo en estado ‘larvado’ y se desarrolló recién en el exilio de esas militantes42 y si, en el contexto de los 70, existieron puntos de encuentro entre las feministas y las mujeres de los partidos políticos. Mientras que para una militante feminista de ese momento, como es Leonor Calvera, entre feministas y partidos de izquierda casi no hubo puntos de diálogo, la investigadora Karin Gramático señala la existencia de lazos entre la Unión Feminista Argentina (UFA), las jóvenes del PST y el Movimiento Feminista Popular (MOFEP). Estas últimas –a diferencia de las mujeres del PST- en 1974 abandonaron el partido y en 1975 dieron vida al Centro de Estudios Sociales de la Mujer (CESMA) (Calvera, 1990). “A la figura del Nuevo Hombre que proponía el Che, con una fuerte presencia dentro del imaginario de la izquierda, nosotras queríamos sumarle la de la Nueva Mujer”, cuenta Mirta Henault, militante feminista en ese momento y en la actualidad. El tema es qué entendían por “mujer nueva” los grupos ligados a la izquierda (Henault, 2002). Por su parte, las investigadoras Marcela Nari y María del Carmen Feijóo sostienen que en Argentina, la mayor parte de los grupos feministas fueron creciendo –a diferencia de lo que ocurría en el primer mundo- con una independencia relativa, en relación al resto de los movimientos sociales. No en su interior o como producto de sus prácticas, sino entre las brechas que quedaban en un escenario político y social en el que cada problemática específica -de clase o de sexo- se correspondía con un grupo de interés determinado (Feijoo, Nari, 1999). Formas organizativas diferentes (que en la izquierda incluían la lucha armada, tan distante de los grupos de concienciación); temas de interés distintos (la liberación nacional, la lucha de clases y el socialismo de un lado y el derecho a la anticoncepción, la tematización del placer y las orientaciones sexuales, por el otro); lenguajes en algunos puntos mutuamente intraducibles (el referido matrimonio infeliz entre explotación capitalista y dominación patriarcal) hacían difícil la articulación entre feministas e izquierdas. Si desde un lado se incitaba a la lucha desde la totalidad -evocada desde un universalismo abstracto- propiciando procesos de liberación nacional o socialista, desde el otro se demandaba por la liberación de las mujeres. Ciegos a la diferencia sexual los unos, se decía; irremediablemente particularistas las otras, replicaban. primeras versiones sobre el feminismo de los ’70, funciona no tanto como lo que es, un testimonio, sino como una investigación histórica con autoridad. 42 Esta segunda cuestión es planteada por Karin Gramático (Grammático, 2007) Para Alejandra Vasallo, en un contexto signado por la polarización de los enfrentamientos, donde las contradicciones se analizaban exclusivamente en términos de clase, dependencia e imperialismo, el pensamiento y la acción feministas no tenían demasiada cabida. (…) Los partidos y las organizaciones políticas, mayoritariamente consideraron que las reivindicaciones propuestas por el movimiento de liberación de las mujeres distraían los verdaderos objetivos de la lucha revolucionaria (Vasallo, 2007: 64). En este sentido la frase de Ana María Fernández que asegura “fuimos feministas sin saberlo” resulta altamente reveladora del posicionamiento de muchas militantes de izquierda, puesto que pone de manifiesto que todas las transgresiones en cuanto a la liberación de la sexualidad y la superación de estereotipos sexistas que esas mismas muchachas militantes encarnaban –tanto en sus ideas como en acto- no tenían correlato en la concreción de una militancia feminista. En aquella coyuntura, los discursos contra-hegemónicos se articulaban en torno a lo que entonces era considerada la contradicción principal de las sociedades dependientes: pueblo vs. oligarquía. Por estas razones el Women’s Lib (al menos en sus expresiones más radicalizadas, según Bellucci y Rapisardi) se plasmó más que nada en las lecturas realizadas por un grupo reducido de feministas, para recién asomar “con esplendor” diez años más tarde (Bellucci, Rapisardi, 1997). Por su parte, Gramático sostiene la tesis de que “la experiencia militante de los años ’70 dio lugar a un singular recorrido político posterior que involucró particularmente a las mujeres” (…) Si bien, para la mayoría de ellas, un cierto cuestionamiento de género se inició durante el período de militancia política (pero más bien “en estado larvado”; para otras el acercamiento al feminismo se dio luego, en condiciones de exilio (Gramático, 2007:19). 3. La segunda ola desde el sur Sobre el final del capítulo me gustaría abordar algunas cuestiones que hacen a la especificidad de las prácticas feministas de los ’70, en Argentina. Se trata de la pertinencia, o no, de hablar de “segunda ola” o de “movimiento social”, referido al contexto argentino de los ‘70. Entre los testimonios brindados por las ex militantes feministas43 está presente la discusión sobre si el feminismo de los ’70 constituyó un “movimiento” o si más bien sólo hubo 43 La mirada retrospectiva sobre experiencias personales y el hecho de trabajar con testimonios, hace necesario prestar atención a los mecanismos “selectivos” de la memoria. Creo con Philippe Joutard que, algunos grupos, mientras que la constitución de un movimiento llegaría recién con la democracia. En este sentido, en el marco del Coloquio Feminista de los ’70 realizado en 2001, Marta Miguélez declaraba: “en Argentina, contrariamente a lo que se suele sostener, la segunda ola del feminismo no nace en la segunda mitad de los ’80, sino a fines de los ’60 y principios de los ’70” (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). En cambio, para Susana Gamba, otra feminista que inició su militancia en esa época, si bien se trató de una coyuntura sumamente fértil, que implicó la gestación de numerosos grupos, no tuvo la fuerza de una nueva ola (Coloquio Feminista de los ’70, 2002). Y agrega: “no se trató, como en otros lugares del mundo, de un feminismo en tanto que movimiento social”, sino que esto recién ocurrió en Argentina con la llegada de la democracia. Por su parte, en una serie de testimonios recogidos por Inés Cano, una de las actoras del momento revela: “En esos primeros tiempos (de UFA) la experiencia que vivimos tuvo reminiscencias de las catacumbas. Nos sentíamos inmersas en un verdadero apostolado, con un fervor todavía no compartido por la mayoría de las mujeres” (Cano, 1982; 86). Las palabras de esa militante muestran a las claras cuan distanciada se sentía en relación al resto de las mujeres y de los demás movimientos sociales, en general. En relación a este punto –y aunque no es mi intensión clausurar el debate- creo que si bien es cierto lo que dice Miguélez, acerca de que probablemente nunca hubo en el país tantos grupos feministas como en los ’70 (Coloquio Feminista de los ’70, 2002), también es verdad, como apunta Gamba, que la conformación de un movimiento más orgánico –semejante en cuanto a su impacto a lo que significó la segunda ola para el primer mundo- llegaría con el retorno de la democracia, en 198444. Como no podía ser de otra manera, el fin del accionar en la arena política de este resurgir del feminismo cesa a partir de 1974, momento en que se enrarece el clima político con un aumento de la represión ya anunciado por la Masacre de Ezeiza. Comienzan a actuar grupos paramilitares de extrema derecha (la Triple A y el Comando Libertadores de América) que asesinan y amenazan a militantes políticos, activistas sindicales, periodistas, artistas. Las feministas no estuvieron excluidas de esta situación. Sara Torres cuenta cómo la revista así como no podemos interpretar el olvido como una falla, tampoco podemos concebir la memoria como una simple reproducción de la realidad pasada (Joutard, 1986). 44 Este año es fundamental para la emergencia en la arena social de la problemática de las mujeres. En ese momento, en pleno fervor post recuperación de la democracia y con Zita Montes de Oca al frente de la Secretaría de la Mujer, tuvo lugar la primera conmemoración importante en Argentina del Día Internacional de la Mujer. nacionalista de derecha Restauración lanzó, hacia fines del año 1975, una proclama contra las propuestas feministas declarándolas antinacionales, servidoras del imperialismo internacional y agentes de la destrucción de la familia. Por su parte, Mirta Henault da cuenta de haber recibido un aviso de la Triple A amenazándola de muerte. Otras feministas también recibieron amenazas. En 1976, el golpe de Estado produce la disolución de las agrupaciones, continuando pequeñas reuniones dedicadas al estudio y la concienciación, y registrándose muy pocas actividades (AA.VV, Bellotti, 2006). Sin lugar a dudas la irrupción de la dictadura militar es otro elemento crucial que singulariza la historia del feminismo argentino de aquel momento; del mismo modo que los avatares de la historia política de Estados Unidos, signada por la alternancia entre demócratas y republicanos, hace a la especificidad del feminismo norteamericano y la relación entre feminismo y socialismo hace a la especificidad del francés. Las vicisitudes que a partir de allí atravesó este país no permitieron una evolución lineal y constante de esas reivindicaciones y operó un nuevo quiebre en la tradición, que no se restablecería hasta finalizada la dictadura. Considero que ninguna de estas particularidades (ni la dispersión, ni los quiebres en la tradición, ni la no masividad de sus experiencias) resta trascendencia a este resurgir del feminismo; rico en debates, grupos e incluso personalidades. Así como tampoco deberían desmerecerse los intentos (frustrados o no) por parte de algunos grupos feministas, en relación a tender lazos con agrupaciones políticas, fundamentalmente de izquierda. Finalmente, las frágiles experiencias de feminismo en los ’70 en el sur, caracterizadas por su ubicación periférica (previa al proceso de institucionalización por parte de organismos como la ONU, en 1975 y a la academización de la problemática en 1980) resultan difíciles de reconstruir. Principalmente si se tiene en cuenta que existe cierta tendencia a encasillarlas en categorías rígidas y esquemáticas, omitiendo dar cuenta de la especificidad de las mismas, necesariamente improntadas por una ubicación espacio-temporal concreta. Desde mi perspectiva, intentar homogenizar, sobre la base del abstracto “el feminismo”, a los feminismos realmente existentes, así como postular que la segunda o la tercera ola tuvieron características homogéneas en los distintos lugares del mundo, constituye un equívoco. Tal vez la forma más conveniente de pensar las ideas “fuera de lugar” sea recurrir al carácter situado de la mirada, por decirlo en los términos de Haraway. En todo caso, ese era pues el feminismo “posible” en el “sur del sur”; en un momento en que por primera vez en la historia, las luchas que se desarrollaban en Latinoamérica eran percibidas como el ejemplo de que “otro mundo era posible”. CAPÍTULO IV. Recepción, traducción y apropiaciones de ideas feministas en la Argentina de los ‘70 En este capítulo, el último, me ocuparé de dar cuenta de los procesos de recepción/ resignificación/ apropiación de ideas feministas producidas en el norte, a partir del seguimiento de los itinerarios trazados por el tráfico, la preservación, la traducción y las experiencias de escritura llevadas a cabo por las feministas, en la Argentina de los tempranos ‘70. El espacio y el tiempo se dispersan, fragmentados por las discontinuidades temporales y las diferencias en los lugares desde los cuales se traducía e importaba, se leía, se escribía. Si el espacio de Crisis presenta una cierta apariencia de homogeneidad (que no es tal), concebido como el centro imaginario del campo político-cultural de los’70, los lugares de las ideas feministas se presentan, en cambio, como una multiplicidad de pequeños fragmentos localizables en los sitios más diversos: Sur, la biblioteca de UFA, los proyectos editoriales como Persona o Las mujeres dicen basta (revista y libro feministas respectivamente), las traducciones de las grandes editoriales o las traducciones artesanales realizadas por algunas militantes. Como es sabido, en virtud de las asimetrías entre norte y sur en cuanto a la producción y circulación de textos, las políticas de la traducción forman parte de las prácticas feministas en las periferias, e implican habitualmente traslados y tráficos de ideas desde sus lugares de origen hacia destinos diversos. Esto tiene que ver con lo que describe Immanuel Wallerstein en relación a que la expansión material de occidente, la imposición de relaciones de coloniaje urbe et orbis tuvo y tiene efectos sobre la configuración del, por así decir, mundo de las ideas: La mayor parte de los estudiosos y la mayor parte de las universidades (aunque por supuesto no todos) estaban en esos cinco lugares (Gran Bretaña, Francia, las Alemanias, las Italias y Estados Unidos). Las universidades de otros países no tenían el prestigio internacional y el peso numérico de las situadas en esos cinco (Wallerstein y otros 2001: 17). De allí que las operaciones de traducción y la migración de ideas se cumpla a partir de un centro claramente establecido: Europa y Estados Unidos. Así, las ideas, “los seres más migratorios del mundo”, viajan hacia las periferias (africana, asiática, euro-oriental, latinoamericana) a través de libros, folletos, revistas, (Tarcus, 2007a) para ser puestas en acto por una cadena de viajeras/os, traductoras/es, lectoras/es, editoras/es. Tal como señalaba en el capítulo I, a grandes rasgos, el proceso de recepción de ideas consta de cuatro momentos. Estos son: el momento de la producción de una teoría; el momento de la difusión de un cuerpo de ideas a través de su edición en libros, traducciones, folletos, periódicos, revistas, cursos, debates; el momento de la recepción propiamente dicha, que define la difusión de un cuerpo de ideas en un campo de producción diverso del original, desde el punto de vista del sujeto receptor/a (Tarcus, 2007a). Por último, Tarcus señala el momento de la apropiación, que corresponde al consumo de un cuerpo de ideas en determinado contexto de recepción; lo cual, a su vez, implica resignificaciones, “contaminaciones”, hibridaciones complejas, producto de las interacciones de esa idea con un escenario diferente45. El llamado proceso de recepción, desde la perspectiva que busco sostener, es un proceso activo en el cual determinados grupos sociales se sienten interpelados por una teoría producida en otra localización, e intentan adaptarla a (‘recepcionarla’ en) su propio lugar produciendo a menudo importantes transformaciones del sentido. Las operaciones llamadas de recepción son, desde mi punto de vista, operaciones de diálogo cultural que se cumplen en condiciones asimétricas y se hallan social e históricamente situadas. Ellas suponen, por una parte, el cuestionamiento de la distinción entre original y copia y, por la otra, procesos de resignificación y reelaboración sumamente complejos que suelen ser simplificados bajo la idea de “influencia”, como si fuera posible una operación de producción de efectos a la distancia. El Diccionario de la Real Academia Española establece para influir las siguientes significaciones: “(Del lat. influĕre).1. intr. Dicho de una cosa: Producir sobre otra ciertos efectos; como el hierro sobre la aguja imantada, la luz sobre la vegetación... Dicho de una persona o de una cosa: Ejercer predominio, o fuerza moral...Contribuir con más o menos eficacia al éxito de un negocio,,, Dicho de Dios: Inspirar o comunicar algún efecto o don de su gracia”46. La “influencia” de la que se trata en los procesos culturales de recepción de ideas es algo más que una acción a distancia, se cumple en el terreno de las relaciones asimétricas 45 Si bien tomo la clasificación que propone Horacio Tarcus en relación a los momentos que involucra el proceso de recepción (producción/difusión/recepción, propiamente dicha/ apropiación) sostengo que la línea que divide las dos últimas es a menudo borrosa, pues “recepción y apropiación” se producen a menudo de manera simultánea. 46 Extractado de: Diccionario de la Lengua española. Vigésimo segunda edición http://www.rae.es/RAE/Noticias, consultado el 22 de diciembre de 2009. entre los/las sujetos y las culturas implicadas en los procesos materiales de difusión y traducción. Me parece interesante recurrir a la reflexión de Rada Ivekovic acerca de la traducción como una mediación y una práctica, como una operación incompleta, y una promesa de traspaso de frontera y como un diálogo, en el sentido de que toda operación de lenguaje está dirigida de alguna manera a “otro”, esto es, tiene una estructura dialógica, pero es a la vez algo más que lenguaje, pues implica la corporalidad, las condiciones específicas, los contextos, y las relaciones de desigualdad (Ivekovic, 2005). La traducción supone asimetría y diferendo, en el sentido de que el proceso por el cual se traduce desde una lengua a otra implica exceder el original, traspasarlo, pero a la vez traicionarlo, en la medida en que aquello que se traduce a menudo debe ser explicado, interpretado, convertido e incluso mudado. Traigo a colación los sentidos de la noción de traducción: “Traducir: Del lat. traducĕre, hacer pasar de un lugar a otro... Expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra... Convertir, mudar, trocar... Explicar, interpretar47. En el caso de este trabajo, los procesos de recepción y traducción que tuvieron lugar en la Argentina de los ’70 se dieron en el marco de un proceso más general de mediación que involucró: - medios: tanto orales (los grupos de concienciación fueron en ese contexto también grupos de lectura) como escritos (las traducciones de Beauvoir por parte de las grandes editoriales o las más ‘artesanales’ que realizaron las propias feministas). - revistas (tal es el caso de Persona) o los libros (se editó Las mujeres dicen basta). - sujetos (intelectuales, editores/as, traductores/as, grupos culturales y académicos; partidos políticos, militantes, viajeros/as, migrantes) que a través de diversas rutas y redes intelectuales, buscaron introducir las temáticas. Apelaré también aquí a las biobibliografías, de modo de cruzar las intervenciones feministas con las trayectorias vitales de sus introductoras, con el objeto de recomponer, a partir de estas relaciones, las tramas y los procesos efectivos de recepción. - discursos en tanto instancias socio-históricas de producción y circulación de sentidos (Tarcus, 2007a). Es decir, siempre soportes, actores, instituciones y agentes anclados a condiciones sociales, culturales e históricas específicas. 47 Extractado de: Diccionario de la Lengua española. Vigésimo segunda edición http://www.rae.es/RAE/Noticias, consultado el 22 de diciembre de 2009. En ese contexto, las ideas feministas circularon y se difundieron por fuera de los lugares o instituciones hegemónicas del saber: no hubo para ellas universidades ni instituciones consagratorias. De hecho, su admisión por parte de la academia vendría más tarde, promediando los años ’80, y aggiornada bajo el nombre menos conflictivo de “estudios de género”. Fue sin dudas un proceso activo de recepción, que se jugó en un terreno cruzado por conflictos políticos soterrados (el que se produce en el campo de las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos), desplazado respecto de los debates que llevaban a cabo los partidos o grupos de izquierda de la época, más bien agitado desde los márgenes, por el ímpetu y la voluntad de algunas. Involucró los caminos, a menudo densos, de las experiencias personales y los recorridos singulares: reuniones de concienciación, grupos de estudio de la teoría feminista, viajes y conexiones entre feministas argentinas y de los países del norte, o virajes desde la militancia de izquierda hacia la militancia feminista. Esta última parte está organizada de la siguiente manera: por un lado me interesa especificar cuáles eran los medios para la difusión de textos feministas en el campo políticocultural de la época (tema del que me ocuparé en la primera parte de este capítulo) siguiendo el hilo de las siguientes interrogaciones: ¿qué estrategias de traducción y discusión utilizaron sus introductoras?; ¿qué trayectorias siguieron libros e ideas?48 En la segunda parte, trabajaré sobre las experiencias de apropiación de ese cuerpo de ideas -dispersas y fragmentarias- que llegaban a Argentina desde los países centrales, por parte de los grupos que se reconocían a sí mismos como feministas: Es decir: ¿cómo fueron los procesos de reapropiación y recuperación de esas ideas a la luz de la realidad argentina en aquellos convulsionados años?;¿cuáles eran las apropiaciones/ lecturas/ resignificaciones posibles que circulaban, y en alianza (o en tensión) con qué otros debates de la época? 48 La distinción entre difusión/traducción y apropiación fue pensada con fines analíticos, pues considero que los procesos de traducción implican mudanzas, explicaciones, interpretaciones, es decir, transformaciones. 1. Editoriales y traducciones En los inaugurales sesentas la irrupción del feminismo en los países capitalistas avanzados había dado lugar a transformaciones en el campo intelectual: la emergencia de los Women’s Studies en Canadá y Estados Unidos y de los estudios feministas en Europa, sobre todo en Inglaterra, Francia, Italia49. Profundamente ligados a los movimientos feministas y de mujeres, estos estudios tenían un sentido militante y procuraban elaborar respuestas a las preguntas surgidas de las prácticas y demandas de las mujeres (Bellucci, 1993, Vassallo, 2005, Bellotti, 2006). ¿Pero cómo fue que arribaron a nuestro país esas ideas feministas que en los países centrales se denominaron de la segunda ola? La pregunta que me guía no es si las ideas feministas fueron leídas “correctamente” en la Argentina de los ’70, sino más bien: qué textos y cómo eran leídos en el marco de un clima político marcado por los objetivos de lo que entonces se llamaba la liberación nacional y social. Y cuando digo leerlos, no lo hago sólo en el sentido estricto de si se hallaban disponibles traducciones –cuestión que no es menor- sino si existían revistas, sujetos sociales, grupos intelectuales, agrupamientos políticos que leyeran, discutieran, tradujeran, pusieran en práctica estas disruptivas ideas. Es decir, ¿qué significaban las ideas feministas en nuestro país, donde lo que se debatía en el campo intelectual –cómo veíamos en el capítulo II y III- estaba más cerca de las luchas por el cambio del conjunto social y el enfrentamiento contra el imperialismo que de las transformaciones que planteaba el Women’s lib? Y, en todo caso, ¿porqué editar traducir, traficar esos textos?, ¿para quienes? ¿cómo divulgar esas ideas? ¿en sintonía/conflicto con qué otras ideas de la época? Aunque excede el recorte temporal que se propone este trabajo, y referido a la circulación en Argentina del término “feminismo”, me parece pertinente señalar que hacia finales del siglo XIX, éste fue introducido por Ernesto Quesada50 (Barrancos, 2008; Denot, 49 Habría que señalar que en los países centrales, antes del surgimiento de los women’s studies, existían trabajos de algunas antropólogas y teóricas en general difundidos por fuera de la academia, a partir de panfletos o ediciones más bien artesanales. 50 Ernesto Quesada fue un intelectual singular. Algunos autores lo han ubicado como un actor central de la naciente sociología en Argentina, un “típico polígrafo de la generación del ochenta, para quien la vastedad y lo diverso no fueron obstáculo”. También como el introductor de Marx en los estudios universitarios, así como de la cuestión obrera en el seno de una elite de intelectuales liberales reformistas (Denot, 2008:203). Fue también un especialista en Derecho y se dedicó al análisis del pasado histórico. Si bien sus posiciones iniciales permitirían caracterizarlo como un “liberal radicalizado”, sus ideas de madurez adquirieron un tinte notablemente conservador (Barrancos, 2008: 49). 2008). Hacia 1898 la voz “feminismo” –oriunda de otras latitudes- se introdujo en la prensa gráfica a raíz de la propuesta de una sección especializada “en las contribuciones femeninas”. Realizada por las mujeres del Patronato de la Infancia, en el marco de la Exposición Internacional llevada a cabo ese año en Buenos Aires, rápidamente los grande diarios –La Nación y La Prensa- y magazines –como Caras y Caretas- comenzaron a designar a esta iniciativa como la “Sección feminista”, o en ocasiones la “Sección femenil” de la Exposición Nacional, construyendo una extraña sinonimia entre: femenino-femenil-feminista (Barrancos, 2008: 48-49). Ese mismo año Quesada, “Invitado a cerrar la sección aludida, hizo un esfuerzo por traducir el espíritu que originó el concepto y consiguió trasmitir su acuerdo con el programa feminista". Sin embargo, quince años más tarde, en una conferencia realizada ante el Consejo Nacional de Mujeres, éste “revisaba su posición y titubeaba frente al crédito abierto a los derechos femeninos (...)”. (Barrancos, 2008:53). Hacia los años ’40-‘50 una serie de textos que incursionaban en el tema de la “diferencia sexual” habían comenzado a circular trazando itinerarios difusos y diversos, pasando por las traducciones de las novelas de Beauvoir, realizadas por Silvina Bullrich, hasta las intervenciones de Victoria Ocampo - portavoz indiscutida de la temática en el seno del grupo Sur. Además, tal como Marcela Nari afirmaba, se advertía “(...) la existencia, aunque en los márgenes, de un campo de discusión acerca de los sexos, su ‘naturaleza’ o su ‘carácter’ (…)” (Nari, 2002: 59) ya fuera que se tomara como perspectiva la psicología, la medicina o la filosofía. Circulaban profusamente autores y autoras como Gregorio Marañón (su difusión data de los años ‘30), Otto Weininger (Sexo y carácter, de 1903 fue editado en Buenos Aires por Losada en 1942), Wilhelm Steckel (existe una edición porteña de La mujer frígida de 1941), o Helene Deutsch (La psicología de la mujer, editada por Losada en 1947), e incluso Margaret Mead había arribado a nuestras tierras. Adolescencia y cultura en Samoa y Sexo y temperamento, fueron editados en Argentina en 1946 y 1947 respectivamente. El carácter femenino, de Viola Klein -que tomaba los aportes de Mead- se publica en Buenos Aires en 1951, antes que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, cuya edición argentina, a cargo de Psique con traducción de Pablo Palant, data de 1954. De este texto, publicado en su idioma original en 1949 en Francia, nos ocuparemos en el siguiente punto. Es importante señalar que la edición castellana del libro de Klein obtuvo cierta repercusión en el medio local. El prestigioso sociólogo Gino Germani fue su presentador. Nari refiere que, sin embargo, éste parecía más interesado en comentar al prologuista de la obra (Karl Manheim) que a su autora (Nari, 2002:60)51. Iniciados los ’70 comenzaron a sentar presencia en librerías de Buenos Aires –y, por ende, en los debates de revistas y círculos de discusión de la época- textos más específicamente vinculados con las ideas feministas, como por ejemplo Para la liberación del segundo sexo, compilado y prologado por Otilia Vainstok, editado por La Flor, en 1972 (Feijoó y Nari, 1982). También tuvo amplia difusión Las mujeres, una compilación realizada por la escritora norteamericana -radicada por aquellos años en Méjico- Margaret Randall. Editada en Buenos Aires por Siglo XXI en 1970, es una antología -publicada originalmente en Méjico en agosto de 1969- que reúne doce trabajos. Entre ellos: declaraciones, análisis, ensayos y programas de diversa índole, pertenecientes a militantes, artistas e intelectuales norteamericanas “comprometidas con el movimiento de liberación femenina” (Randall, 1970). En un intento por dar cuenta de una posición que busca integrar feminismo y marxismo, Randall destacaba en su introducción: La profundidad y la significación histórica de la opresión de mujer quizás nunca ha sido planteada tan claramente como en El Origen de la Familia, la propiedad privada y el Estado, de Engels. La obra de Engels fue terminada (después de la muerte de Marx) hace casi un siglo; sin embargo, en la mitad del mundo, el cambio de la situación de las mujeres apenas ha comenzado; y en la otra mitad, no ha habido cambio alguno. Las naciones socialistas aún tienen que examinar el problema de las mujeres de un modo completo y significativo (para las mujeres). En el otro extremo, la mal llamada revolución sexual en Estados Unidos carece casi por completo de cualquier tipo de conciencia política; la libre fornicación, por cualquier imaginativo que se haga, no es libertad (Randall, 1970:14-15). De este modo, da cuenta de una intención manifiesta: dejar sentado que defiende un feminismo que busca aunar fuerzas con el socialismo. Pero no sólo eso. También advertir 51 También es posible encontrar repercusiones –aunque escuetas- de la cuestión de las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos en los debates desatados en algunas revistas culturales de los ’50. Por ejemplo, en los escritos de Gibaja en Contorno. En La mujer: un mito porteño, un artículo publicado en 1954, la periodista denunciaba la anulación intelectual de las mujeres (Nari, 2002). Otra excepción en cuanto al abordaje de la temática se encuentra precisamente en el mismo número en que apareció el citado artículo de Gibaja y es una nota de Gigli sobre Victoria Ocampo. Con palabras de Victoria Ocampo, Gigli había cerrado su artículo afirmando que la real liberación de la mujer consistía “...en responsabilidad absoluta de sus actos y en autorrealización sin trabas” (Nari, 2004:68). sobre la necesidad de una lucha específica del primero: “En Estados Unidos la liberación de las mujeres ha explotado en la cara –ahora independientemente de ella- de la nueva izquierda”. Y hacia el final de la Introducción, luego de decir que dedicaba el libro a las mujeres de Vietnam: “nuestras hermanas que ya son ‘nuevas mujeres’” (Randall, 1970:21) señala la necesidad de que los procesos revolucionarios contemplen la especificidad de la liberación de las mujeres: En Cuba después del asesinato de Ernesto Guevara, un pueblo entero gritó al unísono:’ ¿cómo queremos que sean nuestros hijos? ¡Cómo el Che!’ Para el Che Guevara, la creación de un ‘hombre nuevo’ era esencial para el proceso revolucionario. Me apasiona una revolución en la que sean esenciales tanto un hombre como una mujer nueva (Randall, 1970:21). Uno de los artículos que integran la antología y que adquirió más repercusión en el período (Calvera, 1990; Vassallo, 2005, Henault, 2006) es Las mujeres: la revolución más larga, de la psicoanalista inglesa Juliet Mitchell. Publicado originalmente en el número 40 (noviembre-diciembre de 1966) de New Left Review, desnudaba la realidad de las mujeres en los grupos de izquierda. Se ponían en tela de juicio las bases de la teoría marxista que cuestionaba el capitalismo depredador, pero ignoraba a las mujeres como personas y como actoras del cambio. Mitchell expresaba: La situación social de las mujeres difiere de la de cualquier otro grupo social. Esto es porque no constituyen una de las varias unidades aislables, sino la mitad de una totalidad. La especie humana. Las mujeres son esenciales e irremplazables, por ende no pueden ser explotadas del mismo modo que los otros grupos sociales. Son fundamentales para la condición humana y, sin embargo, en sus funciones económicas, políticas y sociales, son marginadas. Es precisamente esta combinación fundamental y marginal a la vez la que les ha sido fatal (Mitchell, 1970:67). En la misma línea –y publicado por Ediciones Pluma, la editorial del PST- hacia el 1974 circulaba la versión en castellano de Problemas de la liberación de la mujer de Evelyn Reed, militante de Socialist Workers Party. Se trataba de un discurso pronunciado en 1969, en la Universidad de Emory (EEUU) (Bellotti, 2006). La breve descripción recién presentada permite advertir que las referencias al término “feminismo” y sus usos, así como los debates sobre los efectos de la diferencia sexual, las alusiones a las ideas feministas, o su puesta en circulación en el marco de los debates propios de la nueva izquierda en los ’70, son cuestiones cuya recolección resulta trabajosa pues la presencia del tema se halla dispersa en campos disciplinares diversos (la ensayística sociológica, el psicoanálisis, la literatura, la antropología, la filosofía e incluso la medicina), constituyendo un corpus fragmentado por la discontinuidad temporal y disgregado en lugares muy diversos en el campo cultural, tan pronto en la prensa masiva como en presentaciones académicas vinculadas a intereses disciplinares específicos, como los que guiaran a Germani en su lectura de Klein. Discontinuos en el tiempo, además, resulta difícil establecer los nexos entre los debates de los años ‘30 sobre la sexualidad femenina y los intereses que impulsaran las polémicas de los ’70. La dispersión del corpus de ideas relativas a las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos se materializa de alguna manera en la suerte que ha corrido el término mismo “feminismo” desde que fuera introducido por Quesada. Polisémico y portador de acentos muy diversos, se halla sujeto a discontinuidad tanto temporal como semántica, unas veces asimilado a “femenino” (tal como vimos en el caso de su primera introducción en Argentina) otras asociado a la “crítica de la dominación masculina”, otras dejado de lado, y reemplazado por la cuestión de las diferencias anatómicas entre los sexos, e incluso por la metafísica de las diferencias esenciales, durante los momentos de repliegue del movimiento feminista. 1.2 Notas sobre la recepción de Simone de Beauvoir Al desarrollar la noción de recepción en el capítulo I, vimos que tal como apunta Bourdieu “las ideas circulan de un espacio social a otro sin sus contextos, los receptores las reinterpretan según las necesidades dictadas por su propio campo de producción” (Bourdieu, 1999) y (agregaría) por la necesidad de poner palabras y conceptos a las propias experiencias. De este modo, un texto no es sino la historia de sus lecturas. Tal como apunta Horacio Tarcus, no existe una vía recta de acceso directo, objetivo, neutro, al texto original, pretender eso equivale a cancelar la historicidad. Un texto no existe como cosa en sí, sino para nosotros/as, lectores/as, puesto que la lectura es en sí misma un acto de interpretación. Somos los/as lectores quienes realizamos, actualizamos y recreamos los textos en cada lectura (Tarcus, 2007a). Es en ese sentido que hallo productiva la pregunta por cuáles eran los límites del horizonte de lectura de la obra de quien es considerada una figura señera para los feminismos, como lo es Simone de Beauvoir. Para ello, habría que recapitular hacia finales de los ’40 y las décadas del ’50 y ’60, momento en que es posible advertir cierta difusión de la obra y la figura de la francesa en determinados círculos políticos, literarios, intelectuales en Argentina. Esto es así porque, en ese país, las editoriales más prestigiosas emprendieron la traducción de la obra beauvoiriana antes que el resto de los países hispanoamericanos; incluso mucho antes que España, sumida en el contexto político del franquismo (Nari 2002; Cagnolati, Gentile, Forte Mármol y Vieguer, 1999; Sarlo, 2007; Tarducci, 1999)52. Aquí, en cambio, el clima favorable a los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial promovió la rápida traducción y edición de sus textos. De hecho, suele decirse que el primer encuentro del público hispanohablante con Simone de Beauvoir se produjo en Buenos Aires. En los años ‘50 Emecé lanzó las traducciones de Todos los hombres son mortales y La invitada, a cargo de Silvina Bullrich, que luego haría para Sudamericana las de Los mandarines, Memorias de una joven formal y La plenitud de la vida. En la década del ‘60 Sudamericana publicó las versiones castellanas de La fuerza de las cosas (traducida por Ezequiel de Olaso), Una muerte muy dulce (por María Elena Santillán), Hermosas imágenes (por José Bianco), La mujer rota (por Dolores Sierra y Néstor Sánchez) y, en 1970, La vejez (por Aurora Bernárdez). Siglo XXI también edita La sangre de los otros (por Hellen Ferro), El existencialismo y la sabiduría popular (por Juan José Sebreli) y Jean-Paul Sartre vs. Merleau-Ponty (por Aníbal Leal). La editorial también publica, en 1962, la obra más significativa de la autora: El segundo sexo. En realidad, la de Siglo XXI, es una re-edición de la traducción que Pablo Palant, realizara en 1954 para la editorial Psique (Cagnolati, Gentile, Forte Mármol y Vieguer, 1999). 1.2.1 Beauvoir en algunas revistas culturales argentinas En la revista Sur - espacio dirigido por Victoria Ocampo53 por el que pasaban gran parte de las importaciones de la “cultura alta”- es posible detectar a partir de finales de los ’40 y mediados de los ’50 la presencia de una serie de artículos y comentarios sobre las obras de 52 A diferencia de lo que ocurrió en Buenos Aires, donde el interés por la cultura francesa de la mayoría de los intelectuales durante la Segunda Guerra Mundial favoreció la difusión de la obra de Beauvoir, en el contexto político del franquismo (salvo por la solitaria aparición de un tomo de Obras publicado por Aguilar en 1972), hasta los años ‘80 sus libros no aparecieran en España, donde aún hoy en las numerosas reediciones de su obra, Simone y sus personajes siguen hablando el castellano con acento porteño. (Fuente: Susana G. Artal, “Primeras traducciones al español”, en ADN Cultura, diario La Nación, www.lanacion.com.ar) 53 Ocampo, una intelectual reconocida que provenía de la aristocracia argentina, era una feminista declarada. En los años ‘30, había sido una de las fundadoras de la sufragista Unión de Mujeres Argentinas. Beauvoir. No obstante, ni El segundo sexo, ni ninguno de los textos de la filósofa, fueron temas relevantes para los intelectuales reunidos en Sur (Nari, 2002). En un número de 1947 se publica una traducción de María Rosa Oliver sobre un artículo de Simone de Beauvoir: Literatura y metafísica. Era un número que Ocampo definía como “dedicado a escritores poco conocidos entre nosotros o no traducidos aún”54 (Nari, 2002: 62). En 1950 se publica en Sur un comentario sobre El segundo sexo de Emilie Noulet “moderado, prolijo, bastante inexpresivo”, quizás colocado como “por compromiso” (Nari, 2002: 62). Seis años después, y a propósito de la aparición de La invitada, se da difusión a una reseña tardía sobre El segundo sexo; a cargo de Rosa Chacel. La comentarista -una exiliada del franquismo en Brasil que pasó varias temporadas en Buenos Aires- confirma los “silencios y parquedades” acerca de las lecturas públicas-publicadas de Beauvoir: al menos en determinados medios intelectuales “aparentemente Simone era leída pero no comentada (...)” (Nari, 2002:62). Hacia 1959 Alicia Jurado firma una reseña de Los mandarines. Por otro lado, en una nota sobre La fuerza de las cosas hecha en 1965 por Marta Gallo, puede leerse un lugar común: Simone de Beauvoir era una difusora de las ideas del hombre que amaba (Nari, 2002). Más allá de Sur, la obra de Beauvoir es referida en otras publicaciones de la época como El grillo de papel. Pero en este caso, subrayada sobre todo como militante en favor de la causa argelina, o entrevistada como literata. Por otro lado, en 1952, Regina Gibaja publicaba en la revista Centro, del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, un comentario sobre El segundo sexo (Sarlo, 2007). Lo abordaba como “un tratado de psicología influido por los conceptos sartreanos haciendo hincapié en una suerte de planteo ético-existencialista alrededor de la libertad, más que en el problema de la mujer. La familiaridad con que Gibaja abordaba este libro indica una repercusión –que no implica necesariamente una lectura- en círculos 54 Nari arriesga que el juicio de Ocampo puede estar vinculado a que ésta tenía debilidad por lo ya consagrado, o lo que venía de la mano de un consagrado. Años después, entre enero y junio de 1971, Sur publica algunos “números especiales dedicados a la mujer”. Victoria Ocampo aclaraba en las primeras páginas de la revista, que no lo había hecho antes por tratarse de un tema no literario y que interesaba poco a los hombres que con ella trabajaban. Ocampo y Oliver conocieron y trataron a la filosofa francesa. Si la relación de Beauvoir con la primera puede calificarse de “tensa”, hay que señalar que por el contrario –según relata Sebrelli- la francesa y Oliver establecieron lazos de amistad (Nari, 2002). estudiantiles (Sarlo, 2007). Unos meses después, Gibaja, desde esa misma revista, se sumaba a la polémica desatada entre Ocampo y Sábato en Sur. Sobre esto me explayaré más adelante. En Contorno las mujeres tuvieron un lugar minoritario y además de algunas contribuciones de Gibaja, escribieron Adelaida Gigli y Susana Fiorito. No es descabellado pensar que el consenso del que, por aquellos años, gozaba Sartre entre los/as jóvenes integrantes del grupo Contorno haya servido de ‘puerta de entrada’ para la lectura de Simone. De hecho, Sartre era para todos ellos “un lugar de encuentro generacional y renovación crítica” (Sarlo, 2007:126). Lo mismo ocurría en Sur, dónde el nombre de éste era una referencia permanente a la hora de hablar de la francesa, ya fuera como escritora, intelectual, filósofa o mujer (Nari, 2002). 1.2.2 El segundo sexo: lecturas desde la periferia Los dos tomos de El segundo sexo habían sido publicados por primera vez en París, en 1949, “habiendo anticipado ya algunos capítulos en Les tempes modernes”. Promediando la década del ’50, el libro era anunciado en nuestro medio como: “La obra capital de Simone de Beauvoir y uno de los libros capitales de nuestro tiempo”. Al decir de María Moreno, significó algo así como “el libro rojo de la nueva femineidad”. Pero ¿qué sucedía con lo que la publicidad de 1954 definía como el “texto capital” de Simone de Beauvoir entre los y las lectores/as más involucrados/as con los debates del campo político cultural? Según Tarducci y Nari, el escándalo que produjo en París no parece haberse reproducido en Buenos Aires. Se trataba de un libro ¿incómodo? ¿maldito? Nari describe que el itinerario de recepción de esta obra forma una trama sinuosa y difusa, marcada más bien por una presencia latente. Señala que gran parte de las tesis de Simone de Beauvoir estaban presentes en el debate local, pero sin citar a la autora ni a sus textos. Sugiere también que incluso el nombre de Woolf aparece comentado y citado en los ‘60/‘70 más asiduamente que Beauvoir (Un cuarto propio fue publicado en Argentina por Sudamericana en 1935). (Nari, 2002). En 1952 un artículo de Ernesto Sábato, La metafísica de los sexos55, provoca la furia de Victoria Ocampo en un álgido debate que tuvo lugar en las páginas de Sur. Desde posturas radicalmente enfrentadas ambos construyen sus argumentaciones tomando como base las tesis de El segundo sexo, aunque curiosamente no se lo cita, ni se menciona a Beauvoir56. En el 55 Publicado en los Nº 209-210. Las opiniones vertidas por el intelectual despertaron la indignación de la directora de la revista. En un artículo titulado “La metafísica de los sexos”, éste lanzaba una propuesta que consistía en “feminizar el 56 mismo número un artículo de Álvaro Fernández Suárez, “El sexo y la técnica” ronda también varios de los tópicos de El segundo sexo, aunque tampoco lo nombra (Nari, 2002). Nari arriesga que uno de los motivos del modo latente –y no expreso- que adquirió la primera recepción de El segundo sexo entre mediados de los ‘50 y la década del ’60 en Argentina, además de estar vinculado a la disruptividad de sus tesis, pudo haber sido la ausencia de figuras relevantes del existencialismo en el campo universitario local: “Ella en su primera época era existencialista y esto fue repudiado por las izquierdas nacionales. Salvo por las intervenciones de Regina Gibaja, quien en 1952 la trae a cuento en la revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía de la UBA, después del ’55, en la Universidad de Buenos Aires se impone el funcionalismo. El período de Gino Germani estaba fuera del horizonte de Sartre y Simone de Beauvoir. Después viene el psicoanálisis, que es irreconciliable con El segundo sexo” (Nari, 2002). En lo que concierne a los espacios feministas -las ideas de Beauvoir, El segundo sexo y su participación en el movimiento de liberación femenina- parecen haber circulado de modo mucho más claro: en un texto de María Elena Walsh titulado “Carta a una compatriota” (1973) -y del que nos ocuparemos más adelante- se alude a las tesis de la francesa. En un fragmento del mismo dice: (...) las mujeres nunca hemos sido hermanas sino entes aislados, parias sociales, menores de edad instigadas a traicionarse. A pesar de todo, nos ha hermanado nuestra común condición de sombras, nuestro condicionamiento como satélites sujetas a implacables reglamentos (Walsh, 1973). Por su parte la revista Persona, publicación feminista del período, también es ejemplo de la presencia de la francesa en las discusiones entre feministas. Si las ideas feministas hallaban espacios estrechos en el campo cultural y en revistas relevantes como Sur y Contorno, ellas circularían en un mundo que comenzaba a gestarse, un mundo situado en una zona que podríamos llamar periférica. 2. Viajeras, textos y traducciones marginales Habida cuenta de que quien traduce transmite ideología y de que no hay modo de que una traducción se pretenda neutral es que, en ocasiones, las traductoras eligen traducir a otra mundo”. Apelando a un discurso esencialista, sus palabras estaban lejos de apuntar a la liberación de las mujeres, al menos como la entendía el feminismo de la época. Sábato además no dudaba en calificar al movimiento feminista como un “monstruoso mito” (Nari, 2002). mujer por motivos que a menudo son éticos y políticos (Sales Salvador, 2006). De hecho, como señalaba en el capítulo I, los feminismos están marcados por proyectos traductológicos (Sales Salvador, 2006). En los años ’70, en Argentina, algunas feministas (escritoras, militantes, periodistas) atentas como estaban a las transformaciones de la cultura y al pulso de los tiempos, no se conformaron sólo con los materiales que traducían y distribuían las editoriales; tomaron las riendas y se ocuparon ellas mismas de traducir y poner a circular las producciones de las “hermanas del norte”, que las más viajeras de ellas traían del exterior. “Traficaban” y traducían en procura de la ampliación de sus mundos, intentaban con ello, muy probablemente, la construcción de un mundo en común con otras que, en otros lugares, se proyectaban como hermanas en la lucha contra la opresión patriarcal. Los recorridos trazados por los traslados de estos textos estaban marcados por las identidades culturales y políticas de quienes, en el marco de la práctica de la concienciación, no sólo intercambiaban experiencias personales de opresión, a los fines de encontrar sus raíces políticas más profundas, sino que traducían, leían y discutían los materiales que, desde 1967, las feministas del norte no cesaban de producir. Al mirar los escasos archivos que han quedado de la mítica biblioteca de UFA57, la investigadora Alejandra Vassallo corrobora la presencia de numerosas colecciones de documentos elaborados por los colectivos feministas de Estados Unidos, Italia y Francia, a fines de los sesenta y principios de los setenta. Este material da cuenta de que algunas de las lecturas de las feministas argentinas se realizaron casi en simultáneo a su elaboración. Se trataba de lo producido por grupos como: Rivolta Femminile, Women’s Liberation Basement Press Collective, The Feminists, Redstockings, October 17 Movement, Cell 16, New York Radical Feminists –entre otros- y que se publicaron en It Ain’t Me Babe, New England Free Press, Notes on Women’s Liberation, The Militant, Rat, Everywoman, Off Our Backs. Las antologías de los primeros escritos pueden encontrarse en Notes From the First Year, (New York, 1968); Notes From the Second Year (New York, 1970) Notes From the Third Year (New York, 1971); Sisterhood is Powerful: An Anthology of Writings from the Women’s Liberation Movement (New York, 1970) (Vassallo, 2005:84). 57 Vassallo dice que desafortunadamente, y como una más de las consecuencias desatadas a partir de la instauración de la última dictadura militar, la mayor parte del material del archivo de UFA se ha perdido. Algo del material se ha podido rescatar a partir de las bibliotecas del Centro de Investigación y Conexiones sobre la Comunicación Hombre-Mujer (C.I.C.) y gracias a los manuscritos encontrados en los archivos de la Fundación Pío Roncoroni, de la familia de Christeller (Vassallo, 2005:84). En los escritos publicados por los grupos de las feministas norteamericanas encontrados en el archivo de UFA se leen nombres clave del feminismo radical y político, como por ejemplo Roxanne Dunbar, con un feroz análisis de la problemática racial y de clase. También Ester Serrano, que incorporaba la dimensión de la difícil integración étnica en el movimiento y Mary Ann Murphy, que analizaba la problemática relación del Women’s Lib con la izquierda (Vassallo, 2005), tal como veíamos que ocurre en la compilación realizada por Margaret Randall. Las traductoras de UFA habían titulado el artículo “El MLM y la izquierda: Un análisis desde el interior”, y originalmente había sido editado bajo el título “Analysis from de inside”, en Notes on Women’s Liberation (Detriot, 1970) (Bellotti, 2006). Me interesa aquí realizar una breve digresión para dar cuenta de un interesante señalamiento que hace Vassallo: Resulta difícil (...) medir la influencia concreta de otros grupos feministas sobre la conformación de la ideología grupal, ya que no hay forma de establecer una relación directa entre la disponibilidad de los escritos recopilados de distintos movimientos y la forma en que fueron apropiados por los miembros de UFA en su conjunto. En ese sentido la memoria de las protagonistas difiere en cuanto a la importancia de las lecturas, o al hecho mismo de que UFA fuera un grupo preocupado por la formación teórica. Sin embargo lo que importa destacar (...) es que las militantes de UFA se reconocían en una serie de escritos emblemáticos de los sectores más radicalizados del feminismo contemporáneo –aquel que había tenido que lidiar con la práctica y la teoría de la izquierda y la nueva izquierda – y fue en diálogo con ellos que elaboraron su propio programa (Vassallo, 2005:70). Lo cierto es que Gabriella Christeller, María Luisa Bemberg (de cuyas trayectorias nos ocuparemos en el próximo punto) feministas de los ’70 y “viajeras impenitentes”, al decir de Leonor Calvera (Calvera, 1990) y también Mirta Henault58, traficaron y tradujeron -aunque de modo menos sistemático y casi artesanal- los textos que por aquellos años producían las feministas del norte, como por ejemplo la obra de las norteamericanas Margaret Mead (Male and Female, 1949) y el conocido texto de Betty Friedan, La mística de la feminidad (1963); The 58 Esto refiere la propia Henault en una entrevista realizada para este trabajo. Dialectic of Sex, de Shulamith Firestone (ambos de 1970) y la compilación realizada por Robin Morgan, Sisterhood is Powerfull59. He localizado además en el archivo del CeDInCI una traducción del Sexual Politics, de Kate Millet. La traducción se titula:”Teoría de la Política Sexual”, que es el capítulo dos del libro y que está inventariado como: mímeo, s/f. distribuido por Unión Feminista Argentina. También el recién mencionado “El MLF y la izquierda: un análisis desde el interior”, publicado originalmente bajo el título “Analysis from the inside, en: Notes on Women’s Liberation” (News & Letter, Detroit, octubre de 1970). Ambas traducciones a cargo de UFA. Tanto quienes han investigado sobre el período, como las ex militantes, citan Escupamos sobre Hegel, el libro de la italiana Carla Lonzi -publicado en su idioma original en 1970- como parte del cuerpo de textos que circulaban en los grupos de concienciación de UFA, en los años previos a la instauración de la dictadura militar (Vassallo, 2005; Alanis, 2006; Rais, 2010). Sin embargo, las búsquedas realizadas sitúan a la primera edición argentina, por parte de La Pléyade, en 1978. Ocurre que este texto, así como otros producidos por la colectiva Rivolta Femminile (publicados originalmente entre los años ‘70 y ‘71) fueron traídos a Argentina y traducidos antes de que lo hiciera alguna editorial, por la militante de UFA Gabriela Crhisteller, una italiana radicada en Buenos Aires desde los años ’40 (Christeller, 2010). Por su parte, las integrantes del grupo feminista Nueva Mujer (1970) –luego fusionadas con UFA- funcionaron como traductoras/editoras de obras fundamentales para los feminismos de izquierda, como el texto de Peggy Morton que Nueva Mujer publicó en un libro que condensa debates feministas articulados al campo del marxismo: Las mujeres dicen basta (texto en el que me detendré más adelante). Éste incluye, además, un artículo de la misma Henault y otro de Isabel Larguía que analiza las formas diferenciales de explotación de mujeres y varones en el modo de producción capitalista (Henault y otras, s/f). También editaron un folleto: Mitología de la femineidad, escrito por el psicólogo social chileno Jorge Gissi, material reproducido del número dos (1972) de la revista Cuadernos de la realidad nacional, editado originalmente por la Universidad Católica de Chile. 59 Al menos esto es lo que se infiere tanto de la bibliografía consultada acerca del itinerario de las traducciones de textos feministas en Argentina entre las décadas del ’50,’60 y ’70 del siglo pasado (Calvera, 1990; Sarlo, 2001; Nari, 2002; Barrancos, 2008; Bellotti, 2006; Vassallo, 2005; Henault, 2006) como de las entrevistas realizadas a las militantes feministas de ese momento histórico: Mirta Henault, Sara Torres y Sara Facio. 2.1 Las lecturas de la concienciación Vassallo detecta en los testimonios de las militantes feministas del período que “el impacto de nombres como Kate Millet, Shulamith Firestone o Juliet Mitchell parece mucho más fuerte que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir”. Para Vassallo, en cambio, se destacan los mímeos de declaraciones, discursos y ensayos de los colectivos feministas norteamericanos, firmemente encuadrados en un agudo análisis político y un programa de cambio social total. Nos referimos a los escritos publicados por los grupos de Chicago, Detroit, Berkeley, Nueva York y Boston (Vassallo, 2005). Nari también apunta que El segundo sexo “no fue uno de los textos leídos habitualmente en forma colectiva por los grupos de concienciación” (Nari, 2002:71). La autora dice que, para ese entonces, se prefería Firestone o Millet. En las entrevistas realizadas por esta investigadora a mujeres que leyeron a Beauvoir en los ’60, aparece una y otra vez la expresión “me abrió los ojos”. Sin embargo, Nari concluye que la lectura de El segundo sexo fue más bien una lectura “a solas”, a la que se dio sentido más tarde (Nari, 2002). En esta misma dirección la ex militante Leonor Calvera ha indicado que las feministas de UFA habían leído la obra de Woolf, Beauvoir y Friedan pero que el nuevo material que tenían entre sus manos, refiriéndose a los panfletos, hojas sueltas y boletines en los cuales las norteamericanas iban esbozando los grandes lineamientos del nuevo feminismo, tenía un tono completamente distinto. Calvera afirma que por esos años se sentían formando parte del mismo cuerpo que las hermanas del Norte (Calvera, 1990). Sin embargo, Ladis Alanis, ex militante trotskista e integrante de UFA, da testimonio de que tanto Beauvoir como Isabel Larguía (una argentina radicada en Cuba, cuyo texto forma parte de Las mujeres dicen basta) eran parte de las lecturas de este grupo (Alanis, 2006). Desde mi perspectiva, y luego de este recorrido trazado, habría que tomar las interpretaciones de Calvera, Vassallo y Nari con un cierto cuidado puesto que por un lado es preciso diferenciar los escritos de combate, urgentes y breves (los textos de Rivolta Femminile y muchos de los panfletos y manifiestos de las norteamericanas) y los libros de la envergadura del de Beauvoir, Millet o Firestone. Sobre estos últimos no parece haber evidencia suficiente como para concluir que Millet o Firestone fueran más leídas que Beauvoir. 3. Apropiaciones. Experiencias feministas desde el sur Ocurre que las ideas feministas de los ’70, plasmadas en panfletos, boletines y libros, luego “traficadas” y traducidas en el nuevo contexto, comenzaban también a encarnar en procesos de apropiación y resignificación. Por aquellos años comenzaban a tomar un matiz propio los feminismos del sur y algunas feministas se lanzaban a escribir, filmar, (re)producir, divulgar, traducir, crear archivos para esas ideas. María Elena Oddone, Mirta Henault, Gabriella Christeller, María Luisa Bemberg, María Elena Walsh (como en décadas anteriores lo habían hecho Victoria Ocampo, Silvina Bullrrich o María Rosa Oliver) buscaban proyectar, sobre un adverso contexto político y social, la luz de las ideas feministas60. Esas mujeres eran sin dudas voces disonantes, que intervenían desde los márgenes del campo político-cultural de los tempranos ’70. Fueron -y posiblemente -por qué no decirlo, en virtud de su inscripción de clase o de la relevancia de sus trayectorias profesionales o artísticas- las “feministas más visibles”. Aquellas cuyas producciones o ideas accedieron – aunque marginalmente- a la periferia de un campo político-cultural que –como el de esos años- tenía como horizonte principal “la liberación nacional y popular”, por utilizar la terminología de la época. Si bien en este apartado me dedicaré a recorrer los itinerarios de las mujeres que antes nombrara, me gustaría señalar que éstas no fueron las únicas feministas del período. También lo fueron (con menos exposición y, por ende, menos posibilidades de impacto público) Leonor Calvera, Sara Torres, Nelly Bugallo, Marta Miguelez, Safina Newbery e Hilda Rais, quienes protagonizaron en esos años uno de los muchos recomienzos del feminismo en Argentina. Retomando la idea de biobibliografías que explorara en el capítulo I, es que me interesa visibilizar los complejos caminos por los cuales fue ingresando la perspectiva feminista en sus trayectorias e itinerarios vitales, de modo de mostrar cómo lo personal indujo en cada una de ellas la conciencia sobre las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos y, por ende, el devenir feministas. Es por eso que preferí estructurar este apartado no tanto en base a las “intervenciones”, sino a las trayectorias de las mujeres y sus itinerarios vitales en relación con los productos culturales que realizaron: revistas, libros, escritos, guiones y también bibliotecas, archivos, traducciones. 60 También podría incluirse entre las difusoras, aunque desde otros espacios, a las fotógrafas Alicia D’Amico y Sara Facio. Las primeras y dispersas experiencias de textos y productos culturales feministas a nivel local, cobraron forma en el libro Las mujeres dicen basta y las revistas Muchacha (hecha por mujeres del PRT La verdad) y Persona (que en ese período sacó dos números y estaba dirigida por María Elena Oddone). También cristalizaban en las intervenciones de dos feministas ‘visibles’, por decirlo de alguna manera. Me refiero a los escritos de María Elena Walsh, en calidad de periodista y guionista de teleseries (Paloma a domicilio y De todo corazón) y a las irrupciones de María Luisa Bemberg, quien en los ’70, mediante ácidas críticas al patriarcado daba forma a los guiones de los filmes Crónica de una señora, dirigido por Raúl de la Torre y Triángulo de cuatro, de Fernando Ayala, aunque también a su primer corto audiovisual: El mundo de la mujer. A la labor de visibilización operada por estas mujeres, junto con sus compañeras de militancia, se debe la incorporación, a nivel masivo, de un potente puñado de palabras provenientes del feminismo. Es que el nuevo punto de vista hacía necesarios nuevos términos capaces de echar luz sobre aspectos antes soslayados de las desigualdades de género. La divulgación comprendió la reacomodación o, en algunos casos invención, de giros expresivos que no tardaron en instalarse socialmente: “mujer-objeto, la “doble tarea”, la “labor invisible”, la “infraestructura doméstica”, son algunos de ellos (Bellucci, Rapisardi, 1997). También comenzó a circular cierta terminología proveniente de la psicología que ponía palabras a cuestiones que antes no eran visualizadas: “el malestar que no tiene nombre”, para describir la angustia de las mujeres burguesas abocadas a la vida doméstica, una vez que los/as hijos/as partían del hogar o el repudio a la figura de la “madre sobreprotectora” (Feijoó y Nari, 1982). Estas palabras se introdujeron en la cultura y lograron penetrar la membrana del imaginario colectivo, al menos en lo que respecta a las capas medias de la sociedad, y –como mostraba antes- a los bordes del campo político-cultural. Los medios masivos de comunicación, afectos a reflejar “la novedad”, colaboraron en su divulgación, haciéndose eco de las expresiones feministas en asociación con la difusión de un nuevo ideal femenino. Éste se expresó en el rechazo a los mandatos domésticos, mostrando a una “joven liberada” cuya liberación marcaba la pertenencia a una suerte de nueva elite social. Este lenguaje renovado cristalizaba en revistas que apuntaban a los sectores medios, como Confirmado, Panorama y también Primera Plana (Cosse, 2009), aunque también se hallaba disponible en programas televisivos en los que se tematizaba sobre “la pareja”, “la sexualidad” o “la infidelidad femenina” (Feijoó y Nari, 1982). Si mencionamos la difusión de estas nuevas imágenes de mujeres en medios masivos, no podemos desconocer la tarea de la psicoanalista Eva Giberti, quien desde la conocida columna Escuela para padres61, escribió sobre el “tema mujer”, según la terminología de la época. En esos años, Giberti abordaba desde la psicología temas vinculados a las transformaciones de las relaciones intergenéricas, el funcionamiento familiar y los nuevos posicionamientos subjetivos de las mujeres62. Giberti confiesa que cuando inició sus columnas –publicadas en un principio en La razón- si bien la temática no se llamaba como hoy, “estudios de género”, no tenía dudas “acerca de las discriminaciones sobrellevadas por las mujeres“(Giberti, 1990:11). Sus escritos también fueron publicados en: Vosotras, Damas y Damitas, Todo, Para Tí, Nuestros hijos, Mamina y otras. En esta misma dirección vale mencionar que en diciembre de 1970 la revista Gente publica una entrevista que la psicoanalista le realiza a la reconocida feminista Margaret Mead63 (Giberti, 1990). Retomando el hilo, me interesa destacar que no pretendo defender la idea de que la circulación de éstas palabras y giros expresivos haya implicado una apropiación profunda de la perspectiva feminista, ni siquiera que se tuviera de ésta un conocimiento aceptable -o por lo menos de sus hipótesis fundamentales- pero estimo que no se puede negar que la difusión generalizada de ese vocabulario indica un fenómeno de apropiación cultural que rebasa el ámbito restringido del campo político-cultural; para involucrar el mayor de la cultura de masas. Considero además que los procesos de recepción y apropiación no se juegan sólo en la arena del lenguaje, sino que encarnan en las experiencias de los/las sujetos y, en el caso de los feminismos, en las posibilidades de politización de las consecuencias de la sexuación de los cuerpos humanos. Las ideas feministas de los ‘70, en realidad lo que Longoni llama sus “significados de época” (Longoni, 2006:64) se presentan múltiples y no del todo coherentes, localizadas en áreas restringidas, en experiencias dispersas y en textos variados (en el más amplio de los 61 Giberti inició su actividad como difusora de estos temas en 1956, pero en 1975 debió interrumpir sus participaciones públicas (lo hizo como consecuencia de la censura y represión iniciada por la Triple A, para retomarlas a partir de 1983. Su hijo permaneció detenido ocho años. La psicoanalista relata que durante ese período, la intendencia municipal mandó a secuestrar toda la tirada de un número de Damas y Damitas en el que ella cuestionaba el tema de la virginidad y que a partir de ahí su nombre pasó a integrar las “listas negras” (Giberti, 1990). 62 Decidí incluir una breve referencia a sus columnas periodísticas en vistas a que resulta innegable su labor como difusora; aunque sus intervenciones no se dieron en los márgenes del campo cultural –a diferencia del resto de las mujeres a las que me dedicaré en este apartado- sino que más bien estuvieron dirigidas a penetrar la cultura de masas. 63 La misma había realizada ese año en Caracas, con motivo de la participación de Mead en un congreso de la Federación Internacional de Educación para Padres, evento del cual Giberti era la relatora oficial (Giberti, 1990). sentidos): guiones, filmes, artículos de prensa, manifiestos, traducciones, libros, revistas. Es por eso que a partir de la hoja de ruta marcada por las facetas públicas, pero también privadas de Oddone, Henault, Christeller, Bemberg, Walsh, en este apartado nos dedicaremos a mostrar los recorridos, las interrelaciones, los puentes que éstas fueron trazando en procura de investir políticamente asuntos a menudo considerados como cuestiones “personales” de las mujeres. 3.1 Gabriela Christeller: traficar, traducir, preservar. Tareas para la construcción del feminismo en Argentina Si bien no se puede reducir la introducción de textos relativos a las ideas feministas de la segunda ola a la acción de algunas pocas, sí hay que destacar que –debido a las posibilidades abiertas a partir de su inserción de clase y contactos- algunas de ellas se ocuparon, en sus reiterados viajes, de acarrear el material que se producía en el norte, traducirlo y difundirlo entre sus compañeras. Tal es el caso de Gabriela Christeller64, aunque también de Bemberg, de quien me ocuparé más adelante. La primera había recorrido un “largo camino desde su Italia nativa y el casamiento con un industrial que la había convertido en condesa. Nacida entre dos guerras mundiales y escapando desde Rumania hasta Suiza como refugiada, llegó a la Argentina como una joven madre en 1946” (Vassallo, 2006:61). Gran parte del material que en el punto anterior mencionaba y que las feministas pasaban de mano en mano y leían colectivamente fue “traficado” y archivado durante años por Christeller. De Europa traía una larga experiencia en proyectos cooperativos y asistenciales y -se dice- amistad con Simone de Beauvoir. En la Argentina su activismo está asociado también a los orígenes de la Teología de la Liberación en América Latina. Durante los años sesenta, junto a su hijo adolescente65 viajó regularmente a la selva chaqueña, en el noreste argentino, donde ayudó a crear la “Cooperativa Fraternal Fortín Olmos”, que reunía alrededor de 2000 familias de hacheros, desarraigadas y analfabetas. “Pero también era reconocida en los círculos sociales de Buenos Aires de los que conseguía apoyo financiero para la cooperativa y a los que llegaba gracias a sus conexiones familiares” (Vassallo, 2005, 62). 64 Nace el 4 de octubre de 1924 en Milano, Italia. Cursó estudios de Liceo Artístico en esa ciudad. Durante la Segunda Guerra Mundial se casa y vive en Rumania. En 1944 se refugian en Suiza donde nace su primer hijo. Viaja a la Argentina en 1946, donde nace su segundo hijo. Incursiona en astronomía, antropología, neurofisiología y teologías. En 1970 interviene en la fundación de la Unión Feminista Argentina (UFA) aportando bibliografía de muchos países y movimientos. Desde 1970 a 1974 escribe para revistas de Italia y Francia sobre el trabajo de concientización y replanteos desde una experiencia de mujer. 65 Ese hijo adolescente, como mencionaba en el capítulo II, se había unido a la lucha revolucionaria y, preso en Trelew, se convertiría en uno de los sobrevivientes de la masacre. También en esa década Christeller conforma el primer grupo del movimiento de NoViolencia Internacional en Argentina. Por aquellos años es invitada a encuentros con grupos de estudio en Francia, España e Italia. En 1968 funda el Centro de Investigación y Conexiones sobre la Comunicación HombreMujer (C.I.C.), el primer intento sistemático en la Argentina de estudiar los vínculos entre los géneros en términos relacionales. Entre 1968 y 1971 Christeller comienza a contactarse con diversos centros de estudio y militantes del movimiento de mujeres, forjando contactos internacionales y reuniendo una vasta bibliografía. Es por ello que en la biblioteca del C.I.C. podían encontrarse los nuevos textos feministas junto a los estudios de Masters & Johnson o los informes compilados por la ONU, también volantes, ensayos, monografías, artículos, manifiestos y publicaciones del incipiente movimiento de liberación femenina, provenientes desde Estados Unidos e Italia (Vasallo, 2005). En octubre de 1970, cuando Bemberg la convoca para fundar UFA puso a disposición de la colectiva un local ubicado en el barrio porteño de Chacarita, propiedad de su familia y también su archivo, recursos y dedicación a, los fines de divulgar el feminismo en Argentina. UFA surgía como un grupo potente al que –gracias al aviso publicado en La Opinión por las periodistas Tununa Mercado y Felisa Pinto- se seguían incorporando mujeres. Christeller fue sin dudas una pieza fundamental para los escasos grupos que funcionaban en aquel entonces. Su aporte como introductora y traductora de los textos de las feministas italianas, francesas y norteamericanas, su compromiso social y sus vínculos con la Teología de la Liberación, hacen de ella una mujer plenamente anclada a su tiempo y a su singular condición de migrante: desde el norte al sur, Christeller traficó el feminismo y tradujo desde su lengua materna los textos de las colectivas italianas para las que, en el sur, devenían feministas. 3.2 María Elena Oddone: Persona, una revista feminista “En la playa comencé por el segundo tomo [del Segundo sexo], en el capítulo ‘La mujer casada’. […] Allí estaban las respuestas a tantas preguntas que me hacía y a las que respondía sólo con mi angustia” (Oddone, 2001: 65). Estas son las palabras que elige María Elena Oddone para relatar cómo fue que devino feminista. En su autobiografía, La pasión por la libertad, Oddone cuenta cómo su infancia y juventud, desarrolladas en el seno de una familia sumamente conservadora, estuvieron signadas por las injusticias de género: Mis padres se encargaron de la tarea de hacerme mujer desde el día en que nací. Fui la labor prolija, que supo limar las asperezas de un temperamento que se mostraba rebelde. Mis padres fueron ayudados por la familia, la religión, la sociedad (...) A los dieciséis años la tarea estaba terminada. A esa edad comencé a buscar marido, porque me habían enseñado que una verdadera mujer debe tener un hogar con hijos, y yo quería ser una verdadera mujer. Fue difícil darme a luz a mí misma, mucho más que dar a luz a mis hijos. Mi cuerpo estaba preparado para la maternidad. Mi mente no lo estaba para la libertad. Tuve que aprender (Oddone, 2001:9). Luego de romper abruptamente con la serie de mandatos familiares, Oddone inicia su camino en el feminismo. Así, de la lectura solitaria del libro de Beauvoir a la acción hubo un breve paso. En 1972 funda el Movimiento de Liberación Femenina (MLF), a partir de las repercusiones de su intervención en un diario, criticando la publicación de un chiste sobre las feministas norteamericanas, y comunicando sus intenciones de conformar un grupo de mujeres. A raíz de esto recibe llamadas y cartas y entra en contacto con UFA. Al poco tiempo decide mantenerse como independiente. Ostenta una fuerte exposición pública, conquistada en base a visibilidad mediática, situación que introdujo discusiones hacia el interior del campo feminista sobre la legitimidad de los liderazgos personales y las estrategias de funcionamiento66 (Calvera, 1990; Vassallo, 2005). Con su grupo –aunque el nombre omnipresente es el de su directora- Oddone edita en Buenos Aires la revista Persona. Constó de tres épocas, de las cuales las dos primeras se enmarcan en el período estudiado. En la primera época publica un primer y segundo número. El primero ve la luz en octubre de 1974, y es el único ejemplar al que tuvimos acceso. Existe además una segunda época en 1975; cuyos números no me ha sido posible localizar en las principales hemerotecas y archivos de la ciudad de Buenos Aires. En cuanto a la tercera época, gran parte de los números se encuentran disponibles en el CeDInCi, abarca el período 19801986 y no corresponde al recorte temporal de este trabajo. 3.2.1 Interpelaciones feministas situadas El número uno señalaba en su portada: 66 Con el advenimiento de la democracia, algunas opiniones polémicas alejarían a Oddone del movimiento feminista argentino. Entre la multitud que puebla nuestras calles se distingue la figura de una nueva mujer. Decidida, estudiosa y trabajadora, ella avanza hacia el porvenir liberada de tabúes y prejuicios y con la seguridad de ser una PERSONA. Con un reducido staff, circunscrito a su directora, Victoria Mungo, M. Susana Sias Moreno y los aportes fotográficos de Alicia D’Amico, se declaraba como “una publicación nueva, inteligente y valiente dedicada a la mujer” (Persona, 1974). En sus más de cincuenta páginas aborda temas como: la liberación de las mujeres; el “machismo” en el lenguaje; la cultura sexista; el trabajo del ama de casa; la discriminación sexual o los “prejuicios masculinos”. Incluye también un reportaje a la escritora feminista y, por entonces incipiente cineasta, María Luisa Bemberg. La revista cuenta con la significativa presencia de la reconocida fotógrafa Alicia D’Amico67. Recordemos que D’Amico, junto a Facio, fue fotógrafa de la revista Crisis. Sus intervenciones son contundentes y apuntan a reforzar las ideas que se busca comunicar. De hecho, la tapa de la revista está ilustrada por una magnífica imagen de la fotógrafa que muestra a una mujer joven y bella avanzando contracorriente de la multitud. En la portada la foto se repite, y un epígrafe ancla las significaciones: ella (la nueva mujer) lleva en su brazo derecho una pila de libros. La joven mira hacia “el porvenir” y camina decidida acompañada de las herramientas (el trabajo y el estudio) que la ayudarán en el esclarecimiento de “tabúes y prejuicios”; tarea en la que Persona se compromete. La editorial, escrita en tercera persona, interpela a las mujeres señalando que alrededor de la palabra feminismo se ha levantado un duro muro construido a partir de la burla y el menosprecio. Esto porque “las vías de entrada son limitadas: escasos datos para conformar una idea clara, reducida divulgación, dificultad para encontrarla y disparidad de criterios (...) Es y será la tarea de Persona disipar (...) las capas que entorpecen el camino de la comprensión del hecho feminista (...) Soslayar el feminismo es cerrar voluntariamente los ojos a una luz que puede herirlos o deslumbrarlos pero que altera la percepción que tuvimos antes” (Persona, 1974:4). 67 Maestra en el arte del retrato, con su colega se ocupó de fotografiar a los máximos exponentes del campo cultural latinoamericano de la época. Falleció en 2001. Y finaliza la editorial señalando: “Persona: varón o mujer. Persona: individuo autónomo. Para que esto sea cierto para todos, porque nos duele la condición de la mujer, al encuentro de personas sale Persona” (Persona, 1974:5). El sumario promete un menú variado de notas de fondo sobre los temas relevantes para el feminismo de la época, acompañado de otros artículos que podríamos llamar interpelaciones situadas, es decir, artículos que hacen referencia directa a la realidad argentina de aquellos años. Esto es: una nota respecto de la asunción de María Estela Martínez de Perón como presidenta de la nación; notas breves de crítica al sexismo reinante en el periodismo local; una nota titulada “A la búsqueda del laburo ofrecido” que reúne en una suerte de relato autobiográfico las peripecias que deben atravesar las mujeres en esta situación; otra sobre discriminación en el trabajo titulada “Discriminación sexual. La marina dice NO a las mujeres”; cartas de lectoras que la revista denomina “Cartas de nuestras hermanas”; una tira de humor gráfico con un personaje llamado Feminita. La revista cierra: “Mujer: suscríbase y colabore con nosotras. Nuestra lucha es también la suya” (Persona, 1974). Si Persona procura iluminar el camino de las nuevas mujeres, es claro que también intenta anclarse en el terreno local. Por aquellos años moría el general Perón y el país por primera vez tenía una mujer como presidente. Las feministas argentinas tuvieron parte en las polémicas provocadas por la asunción de María Estela Martínez y adoptaron frente a ello distintas posiciones. Persona no deja pasar la oportunidad y dedica al asunto dos notas. La primera, titulada “Excma. Presidenta de la Nación María Estela Martínez de Perón”, presenta una foto del acto de asunción presidencial y en nombre de “las mujeres argentinas” alaba a la viuda de Perón, declarando confianza en su sereno juicio. En la página siguiente, un artículo titulado “El machismo en el lenguaje”, firmado por Nora Sent, repudia las declaraciones de Battistessa, Presidente de la Academia Argentina de Letras, por expedirse en contra de la utilización de la expresión “la presidenta”, inclinándose, en cambio, por mantener el uso del masculino “la presidente” (Persona, 1974:13). 3.2.2 Traducciones y tráficos de ideas En el artículo titulado “¿Qué es la liberación de las mujeres?”, se realiza una suerte de repaso histórico que busca dar cuenta de los orígenes de la subalternidad femenina. Se hace mención a Betty Friedan y se transcribe una larga cita de Simone de Beauvoir (Persona, 1974:7). También se cita a Carlos Castillo del Pino (un sexólogo español invitado a Argentina por UFA, a los fines de dar una serie de charlas) quien dice: las “alienaciones cómodas de la mujer –de algunas mujeres, por supuesto-son algo que, como los buenos sueldos, tiene el inconveniente de hacer grata la esclavitud” (Persona, 1974: 8). Beauvoir y sus tesis se hallan presentes –algunas veces citada, otras, parafraseada- en gran parte de las notas. Incluso en “Ser mujer ¿Destino o decisión?”, firmada por María Renard de Leebeeck, se alude a la conocida frase de la filósofa francesa y se tocan temas como anticoncepción y aborto (Persona, 1974:28-31). La revista también incluye una serie de traducciones de textos relevantes del feminismo. Una de ellas es presentada bajo el título “La cultura sexista”, de Kate Millet, quien se pregunta: ¿Es posible analizar la relación entre los sexos desde una perspectiva política? Depende de cómo se defina la política. Yo no defino el área de la política como ese sector estrecho y cerrado que se conoce como la política de los partidos. Tenemos razones para desconfiar de ellos. Cuando hablamos de política nos referimos a las relaciones estructuradas de poder, al sistema que hace que un grupo sea gobernado por otro (...) Es hora de que intentemos definir una teoría política que supere el simple marco concepcional provisto por nuestra política formal tradicional” (Persona, 1974:14). También se presenta “La mujer en las sociedades primitivas”, de la militante norteamericana Evelyn Reed quien, como vimos antes, pertenecía al Socialist Workers Party y había escrito el libro Problemas de la liberación de la mujer. El texto alude a la supuesta existencia de una sociedad primitiva, anterior al capitalismo, en la que fue posible el establecimiento de un orden matriarcal. Se cita a Bachoffen y en clave engelsiana, pero sin citarlo, se refuta la tesis de que la familia patriarcal haya existido siempre, ligando el origen de esta al surgimiento de la propiedad privada y a la finalización de las formas colectivas de familia. (Persona, 1974:19). Finalmente se incluye en este número un texto de John Stuart Mill, “Historia de los prejuicios masculinos” (Persona, 1974:51). Ninguna de estas traducciones está firmada. De lo que se trata es de poner a disposición de las hispanohablantes esas “ideas valiosas”. Tal como se advierte también en el anuncio de la formación de la “Liga del Derecho de las Mujeres“, fundada en Francia por Simone de Beauvoir, cuyos principios se reproducen a continuación (Persona, 1974:37) Hay que señalar que la publicación se halla atravesada por las tensiones entre contradicción de clase y opresión de género. Si bien es posible observar que la revista tiene como prioridad la crítica a la cultura patriarcal y el lugar que ésta asigna a las mujeres, se busca por otro lado –y no sin contradicciones- relacionar este enfoque con el análisis clasista. La cuestión es compleja. El tema de la clase se halla presente también en la entrevista realizada a María Luisa Bermberg, a propósito de la filmación de su guión de Triángulo de cuatro, por el director Fernando Ayala. La escritora recalca que si bien se cuenta una historia que retrata la cotidianeidad de la burguesía industrial, se trata de un conflicto “que puede suceder en cualquier nivel social, pues la dependencia de la mujer es común en todas las clases” (Persona, 1974:23). Sin embargo, y en relación a este mismo tema, unas páginas después, en una sección destinada a publicar cartas de felicitaciones por el emprendimiento editorial, puede verse a una Bemberg que no vacila en descargar su disconformidad en relación al lugar de “auxiliar” que juegan las mujeres tanto en la militancia como en la vida de esposa burguesa, siempre dedicando su lealtad al varón que tienen al lado: “compañeras” pero nunca “personas autónomas”, dice. Las revolucionarias ayudan a hacer la revolución de los varones, las burguesas defienden en sus hogares los valores también de los varones (Persona, 1974:45). En el artículo “La profesión de ama de casa”, escrito por la propia Oddone, se persigue la desnaturalización del tema del trabajo doméstico y su no remuneración, que deja a las mujeres sin posibilidad de autonomía económica. La autora realiza un intento claro por mostrar cómo –además de la subordinación al “amo-marido”- el capitalismo es funcional a la situación de sumisión de las mujeres usufructuando del carácter gratuito del trabajo doméstico y promoviendo el consumo individual. Señala: (...) si se quiere ayudar a las mujeres sería mejor instalar lavaderos en cada barrio a precios económicos. Esto no sucede porque es más negocio para el capitalista vender muchas máquinas de lavar que instalar un lavadero. El desarrollo de la industria de artefactos eléctricos y su invasión en el campo doméstico es una clara prueba de que la técnica en la sociedad capitalista no está en función de la libertad humana sino en función de la acumulación del capital, lo cual lleva por el contrario, a una esclavitud mayor (Persona, 1974:26). Sobre el final del artículo el intento de aunar ambas perspectivas se ve nítidamente: se cita como bibliografía el texto de E. Mandel: “Explotación y liberación de la mujer -colectivo”, del libro ¿Qué es la teoría marxista de la economía? y El segundo sexo, de Beauvoir. En una nota titulada “La concienciación”, la bajada establece un parangón entre la rebeldía “natural” que la mujer siente contra el varón, tan “natural” como la que el obrero experimenta ante el patrón. Pero, en el cuerpo de la nota, subyace también una mirada crítica hacia los partidos de izquierda. Ahora sí, utilizando la primera persona, se marca que éstos: (...) no han producido un análisis político realmente interesante para nosotras, las mujeres (...) en el MLF hemos desarrollado un método de analizar problemas políticos apropiado para nosotras como mujeres (...) Aquí hablamos de experiencias personales y las analizamos en términos de estructuras sociales, en vez de hacerlo desde sus propias debilidades (Persona, 1974:38). Se persigue dotar de sentido político a las situaciones de opresión derivadas de las diferencias entre los sexos. El texto no lleva firma, por lo cual se infiere que quizás la autoría sea de Oddone. Por último, me interesa señalar que conviven en Persona tanto lo que podríamos llamar temas o cuestiones universales del feminismo (tal es el caso de la idea de fraternidad, o la fuerte marca beauvoiriana) con cuestiones propias de los feminismos anclados a ese contexto o las “interpelaciones feministas situadas”, como señalaba antes. Ejemplo de esto último son los artículos sobre la precariedad laboral, o la coyuntura del país, con una flamante presidenta mujer. En el caso de la dominancia de ciertas constantes del feminismo que atraviesan fronteras se advierte la recurrencia de la noción de fraternidad. Ésta está presente en el caso de la interpelación hacia el colectivo “las mujeres”, a partir de una sección titulada “Nuestras hermanas nos escriben” (Persona, 1974:45) una suerte de “Cartas de las lectoras” y en el artículo titulado “Si todas las mujeres nos diéramos la mano”, firmado por Berenice A. Pichetto. Allí la redactora afirma: Si todas las mujeres nos diéramos la mano formaríamos un frente de unión para lograr el objetivo de que se nos reconozcan los derechos que, como seres humanos nos corresponden y evitar de esa manera que sólo se nos trate de conformar con algunas “concesiones” que no mejoran el fondo de los problemas que nos atañen (Persona, 1974:43). Ésta es una de las ideas faro de El Segundo sexo. Sobre el final del libro Beauvoir dice: En el seno del mundo ya dado, es asunto del ser humano hacer triunfar el reino de la libertad. Para alcanzar esa suprema victoria es, entre otras cosas, necesario que, más allá de sus diferenciaciones naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívoco su fraternidad (Beauvoir, 1949: 504). Hay que señalar que si en la arena del campo cultural las citas de la francesa, y las referencias al activismo político en Francia, son austeras, por el contrario, apenas se hurga en las publicaciones estrictamente feministas, como es el caso de Persona, las referencias a Beauvoir son ineludibles. Estimo que Persona ejemplifica claramente las determinaciones del feminismo argentino de la época, los temas de debate más relevantes, así como uno de los dilemas que ha marcado al feminismo en las periferias. Esto es, por un lado las tareas traductoras y la interrelación entre el carácter transnacional de la problemática y, por el otro, las características que éste reviste bajo cada coordenada geográfico-temporal particular. 3.2.3 Alicia D’Amico y la gráfica de Persona A pesar de la dificultad de contar con un solo número y de que, como he señalado, muy probablemente sólo cuatro de las ocho imágenes sean de la autoría de D`Amico, la inclusión de fotografías deja ver un criterio de comunicación a través de las imágenes, claro y contundente. La secuencia de imágenes va desde la “mujer nueva” de la tapa, que repite en la portada, continúa con una foto de María Estela Martínez de Perón tomada en el acto de asunción del cargo de presidenta, continúan tres fotos que construyen una secuencia y acompañan la nota “La cultura sexista” (pp.14-18), una foto de María Luisa Bemberg en la redacción de Persona (p. 24) y una, la última, que ilustra el artículo “Ser mujer, destino o decisión” (p. 29). De este modo, la presencia de D’Amico en Persona y en Crisis traza un puente inesperado entre el pequeño mundo de las feministas y el de los lugares centrales en el campo político-cultural. El MLF y con él la revista, cesa sus actividades en 1976, a consecuencia del tenso clima político, pero resurge en 1981 con el nombre Organización Feminista Argentina (OFA). 3.3 Mirta Henault y Nueva Mujer o ¿cómo integrar feminismo y marxismo? Se inauguraba la década del ’70 cuando Mirta Henault decidía formar un grupo al que llamó Nueva Mujer. De orientación feminista y marxista, éste incluía también un proyecto editorial que tenía por objeto colaborar con la divulgación de ideas feministas. Henault venía de una larga trayectoria militante. Desde principios de los años cincuenta había integrado las filas del partido trotskista Palabra Obrera, pasando primero por la militancia sindical, espacio al cual había llegado a partir de su experiencia como obrera textil y metalúrgica. En 1964 el esposo de Henault, el ‘Vasco’ Bengoechea –también militante de ese partido68- había muerto mientras manipulaba explosivos convirtiendo a Henault en una suerte de ’paria política’. “Impedida de continuar con su afiliación partidaria y su militancia activa debido a razones de seguridad, comenzó a reunirse en grupos de estudio” (Vassallo, 2005: 74; Henault 2009 y 2010). En una entrevista realizada a los fines de esta investigación Henault relata que su despertar feminista se originó a partir de que, azarosamente, un día llegara a sus manos el escrito de la psicoanalista inglesa Juliet Mitchell: “Las mujeres: la revolución más larga”: Llegué (al feminismo) por una cuestión diría intelectual, aunque después te aseguro que fue una cuestión política (...) Yo estaba en un grupo de estudio, constituido por muchos varones, que era bastante especial, leíamos textos de izquierda. Uno de ellos me preguntó si me animaba a traducir un texto; era Las mujeres: la revolución más larga, un texto donde se hacía una crítica al socialismo y a la izquierda por no incorporar a la mujer en la lucha política (...) Me cambió la cabeza, sus palabras desnudaban la realidad de las mujeres en los grupos de izquierda. Me permitió incluso iluminar mi propia realidad y no sólo por las actitudes de los militantes, sino por las bases mismas de la teoría marxista, que cuestionaba el capitalismo pero ignoraba a las mujeres como personas y actoras del cambio (...) y eso que yo era de izquierda, trotskista, trotskista. Entonces dije, claro, nosotras estamos en la dirección equivocada. Tanto me impactó, que rompí con el grupo (de estudio) a partir del año ‘70 (Henault, 2009). 68 El 20 de julio de 1964, el departamento de la calle Posadas en el que se encontraba Ángel Bengoechea, junto a otros tres militantes de las incipientes Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional (FARN) explota como consecuencia de la manipulación de explosivos. Tenía 37 años y desde 1961, con la vacilante aprobación de su agrupación, Palabra Obrera, había comenzado a gestar lo que sería el germen de la lucha armada en Argentina. (Fuente: Militancia peronista para liberación, Nº 8, Centro de Documentación de los Movimientos Armados en: wwww.cedema.org/ver.php?id=1503). Por lo que se desprende de las palabras de Henault, el “grupo de estudio” estaba formado por activistas de extracción trotskista que habían estado cercanos a Milcíades Peña, alejado de la militancia para convertirse en historiador profesional69. El grupo político y el colectivo editorial Nueva Mujer (que además había editado un folleto: Mitología de la femineidad, escrito por el psicólogo social chileno Jorge Gissi) pronto se incorporaría a UFA como “brazo editor”, con el objetivo de “propagandizar la ideología feminista” (2009). Henault relata que a partir de que se empezó a interesar por el tema, cada vez que viajaba traía textos para compartir con sus compañeras. Pronto, al conformarse como grupo editor, comprobaron que no existía material feminista producido en esas latitudes, por lo que pensó: “vamos a hacer nuestros propios trabajos” (Henault, 2009). Así editan Las mujeres dicen basta70, quizás el primer libro correspondiente al resurgir del feminismo escrito en Latinoamérica. El texto está dedicado a Gabriella Christeller, de quien Henault toma la frase para el título, y consiste en una compilación de artículos de Isabel Larguía, Peggy Morton y la misma Henault. Los tres trabajos se inscriben en la línea del feminismo socialista. En cuanto a la fecha de edición, si bien en el texto no es posible encontrarla, gran parte de la bibliografía que aborda la cuestión del feminismo de los ‘70 señala que es posible inferir que el libro fue publicado entre 1970 y 1972, mientras se sostuvo la colectiva. El testimonio de Henault da cuenta de que el libro data de 1971. Las preocupaciones planteadas en el prólogo –reproducidas en el artículo de Henaultapuntan a una consideración de las problemáticas que atañen a la mujer: como ser biológico en la maternidad, como reproductora de la fuerza de trabajo en las tareas domésticas, en la producción social y en su sexualidad. De estos cuatro ítems los que se desarrollan con más profundidad en los tres artículos son el segundo y el tercero. La cuestión de la división sexual del trabajo, el papel del trabajo doméstico en la reproducción de la fuerza de trabajo, la relación entre éste y el trabajo de las mujeres en la esfera de la producción de mercancías, la 69 Milcíades Peña (1933-1965) fue un intelectual de izquierda ligado al morenismo, una línea del trotskismo argentino. Peña construye una historia trágica, una historia casi enteramente crítica de los líderes, las clases dirigentes, los historiadores. Su lectura de la historia argentina no entra en el cauce de la historiografía liberal pero tampoco en el revisionismo. El proyecto inconcluso de Peña era una Historia del Pueblo Argentino. Durante su vida alcanzó a realizar seis de sus “tomos”, que aparecieron como textos independientes: Antes de Mayo, El paraíso terrateniente, La era de Mitre, De Mitre a Roca, Alberdi, Sarmiento y el 90 y Masas, caudillos y elites. Peña abarca en ellos desde el año 1500 hasta 1955. Los escribe en la década que va del ´55 al ´65 (Fuente: Ernesto D’Amico). 70 Existen sobre este libro varios estudios, entre los que se encuentran el de Alejandra Vassallo (2005) y los estudios panorámicos sobre el feminismo de los ’70, de Karina Fellitti (2006) y Mabel Bellotti (2006). vinculación entre la lucha de las mujeres y el socialismo, constituyen los puntos fuertes y hacen las veces de hilos conductores de los tres trabajos (Bellotti, 2006) “La mujer y los cambios sociales”, el trabajo de Henault, parte de la consideración de El segundo sexo, para tomar distancia respecto del existencialismo, ubicando la opresión de las mujeres en el terreno de la luchas de clases: Nosotras pensamos que, si las mujeres se plantean como “lo otro” en relación al varón, es porque ellas mismas han sido condicionadas por exigencias sociales... que son el reflejo de su ubicación en la base económica sobre la cual se sustentan esas relaciones (Henaul, s/f: 14). Sin embargo es preciso adentrarse en el análisis para establecer con mayor precisión lo que ella considera son “las características singulares” de la opresión de las mujeres: coexisten en la sociedad una producción basada en la elaboración de valores de uso, destinados al consumo diario (la reproducción de la fuerza de trabajo) y otra destinada a la producción de mercancías. Los efectos del desarrollo del capitalismo sobre quienes realizan las tareas destinadas a la subsistencia, generalmente mujeres, no han sido suficientemente analizados por los marxistas. De allí la relevancia de realizar un recorrido histórico que abarca desde las consecuencias de la división sexual del trabajo en la moderna sociedad industrial, hasta una rápida revisión de la participación de las mujeres en los procesos revolucionarios. Las contradicciones del proceso revolucionario en Rusia, los avatares de la Revolución China, el proceso emancipatorio ligado a la Revolución Cubana, son revisados por Henault en procura de mostrar las tensiones que aún la izquierda porta en lo relativo a la liberación de las mujeres. Para la autora el desarrollo de las fuerzas productivas no producirá automáticamente la colectivización de la esfera privada, que sólo será posible con la liquidación del régimen de propiedad privada de los medios de producción. Aún así de ella no deriva inmediatamente el cambio en las condiciones de vida de las mujeres, sino que: (...) la liberación de las mujeres debe ser encarada por ellas mismas en una lucha que arrastrará todos los vestigios anacrónicos de una vida cotidiana deshumanizada y sin alicientes. La acción revolucionaria de las mujeres, su ingreso en la historia significará la humanización de la humanidad, por eso es la revolución más profunda, auténtica y necesaria para la realización de la especie humana (Henault, s/f: 40). El artículo de Peggy Morton “El trabajo de la mujer nunca se termina”, publicado originalmente en el periódico feminista Leviathan, de la ciudad de San Francisco, es el extracto de un trabajo suyo más extenso sobre el tema de la familia bajo el capitalismo. Morton desarrolla una perspectiva teórica que pretende cimentar las bases sobre las cuales apoyar una estrategia para la conformación de un movimiento femenino. Estimaba que las demandas de acceso al control de la natalidad y al aborto iban a ser concedidas, puesto que se trataba de medidas reformistas, que no cuestionaban el verdadero problema estructural que residía en el modelo de familia. La autora considera que la potencialidad revolucionaria descansa en el hecho de que la mayor parte de las mujeres están oprimidas como mujeres y explotadas como trabajadoras. Sus demandas sacuden instituciones fundamentales para el sistema: como la familia y la economía. En una línea similar, el texto “La mujer” (aparecido anteriormente en la revista Casa de las Américas bajo el título “Hacia una ciencia de la liberación de la mujer”) trabaja sobre los efectos que en las mujeres y los procesos de su liberación, tiene la división sexual del trabajo. El texto de Larguía –quien residió durante largos años en Cuba- alcanza el momento de mayor potencialidad teórica en su análisis del trabajo visible e invisible y en el desciframiento de las consecuencias de la división sexual del trabajo. Los hombres se definen como productores de mercancías, en cambio la división del trabajo asegura a las mujeres su lugar en la reproducción impaga de la fuerza de trabajo que mueve la economía. Para Larguía el trabajo doméstico se expresa transitivamente en la creación de plusvalía a través de la reproducción doméstica de la fuerza de trabajo que luego ingresará al mercado del trabajo asalariado. El texto, dividido en cuatro capítulos, incluye un análisis cuidadoso de los efectos que la división sexual del trabajo tiene sobre las tipologías sexuales en las sociedades capitalistas y sobre las propuestas emancipatorias en la construcción del socialismo. La división del trabajo se materializa en tipologías sexuales opuestas, que otorgan la función represiva a los varones y hacen de las mujeres prisioneras del consumo, encadenándolas a su condición de objeto sexual. Para Larguía “el liberalismo sexual” y lo que ella denomina “el economismo femenino” son rasgos propios de las sociedades capitalistas basadas en la “hipertrófica valoración de la belleza, de la función maternal, del ama de casa, de la competencia entre familias para alcanzar un estatus social aceptado” (Larguía, s/f: 108). Larguía parte de la experiencia de la Revolución Cubana, en relación a las vías para la liberación de las mujeres. El tema es abordado trazando una diferencia entre las ideas “reformistas” y “revolucionarias”. En relación a las primeras, la autora señala que las concepciones pseudocientíficas que prohíben para las mujeres las tareas consideradas tradicionalmente como masculinas “tiene(n) su sustentación práctica en la segunda jornada de trabajo” (Larguía, s/f: 123). Resalta: Resulta difícil para una mujer que realiza un trabajo en la producción un trabajo duro y agotador, cumplir con las horas de trabajo invisible que la esperan en el hogar. Las ideas reformistas aparecen cuando se hacen concesiones ideológicas al avance de la división de trabajo por sexos y a la jornada invisible; se tiende a aceptar el segundo turno, considerándolo como un fenómeno necesario a largo plazo (Larguía, s/f: 123). Para Larguía los problemas que derivan de esta perspectiva fortalecen el salario individual en detrimento del salario social; debilitan la posición igualitaria alcanzada por las mujeres en la revolución y cimientan el individualismo pequeño burgués (Larguía, s/f: 123). Y continúa: Las ideas revolucionarias se abren paso cuando el Partido dedica los máximos esfuerzos para la reeducación de la mujer (y el hombre) comprendiendo que la abolición de la propiedad privada, la incorporación de la mujer al trabajo social y la creación de servicios, si bien constituyen condiciones imprescindibles para su liberación, no bastan para determinarla mecánicamente (Larguía, s/f: 123). También cita a Lenin cuando señala que “El proletariado no puede alcanzar su plena liberación sin conquistar la liberación completa de la mujer” (Larguía, s/f: 124). Finaliza diciendo que si no se presta atención a la liberación de las mujeres la revolución corre el riesgo de entrar en una detención, puesto que las mujeres pueden convertirse en un obstáculo para el pleno despliegue del proceso revolucionario. Se trata sin dudas de un análisis profundo, que no obstante, pierde sustento cuando se refiere a la llamada “revolución sexual”. Sus posturas se leen conservadoras. Considera a ésta una válvula de escape para el neocapitalismo, que no restituye en su dignidad a las mujeres. Si las críticas a la consideración de las mujeres como objeto en las sociedades de consumo son certeras, no ocurre lo mismo cuando acaba por reducir la liberación femenina a la realización de las mujeres en tanto que obreras, dirigentes políticas o combatientes. Para esta autora –en un análisis “muy de época”- la proclamada liberación sexual femenina es en realidad una independencia imaginaria, un tema de intelectuales y estudiantes funcional al sistema capitalista. Considera que ésta tiene un efecto adverso sobre el objetivo de abolir la sociedad de clases. La mujer: “preocupada exclusivamente por establecer su dominio revanchista en el interior de la relación amorosa, postergará su integración a las luchas que tienden a destruir el sistema que la aprisiona” (Larguía, s/f: 105). La moral privada que fomentaba estas “actitudes revanchistas” se oponía a la moral proletaria que permitiría avanzar en el camino de la revolución social. Concluye resaltando la necesidad de una teoría científica de la liberación femenina, considerándola de primordial importancia para la construcción de una sociedad sin clases. Nueva Mujer (tanto el grupo editorial como la colectiva feminista) tenían una marcada inclinación hacia las ideas de izquierda. Henault relata que el grupo se formó cuando ella, junto a otras mujeres -entre las que se encontraba también Regina Rosen, viuda de Milcíades Peñaleen en La Opinión un artículo de Elsa Mercado y Teresa Pintos sobre la actividad de UFA: “Nos ponemos en comunicación con ellas. Pero no entramos directamente, llegamos como adheridas, como grupo editorial” (Henault, 2009). Referido a las características de los acuerdos con UFA señala: No se trataba de un acuerdo tan profundo, coincidíamos en que las mujeres teníamos que hacer algo y nada más. UFA no era de izquierda. Cuando entramos (...) entra la izquierda y la organización se vuelve más interesante, pero el golpe militar hizo que todo abortara (Henault, 2009). Henault, relata que, como tantas y tantos otras/as militantes de los ‘70, en medio del horror, y desde las condiciones de silencio y aislamiento que imponía el exilio interno, siguió trabajando desde Córdoba, juntándose con pequeños grupos de mujeres y compartiendo, en “voz baja”, lecturas, sueños e ideas, que recién cristalizarían años más tarde, con el advenimiento de la democracia71. 3.4 Walsh y Bemberg, dos voces disruptivas desde el arte Los nombres de María Elena Walsh y María Luisa Bemberg resuenan por múltiples razones: mujeres públicas ambas, abiertamente feminista la segunda, y con claras posturas públicas anti-patriarcales la primera (aun cuando estas no hallaran continuidad en una 71 Amenazada por la Triple A debe refugiarse en Córdoba entre los años ’77 y ’78. “No pude irme al exterior porque las mujeres en esa época no teníamos la patria potestad, y yo tenía una hija a la cual no podía sacar del país sola” (Henault, 2009). militancia activa ligada a grupos de mujeres) fueron voces disonantes en el concierto de las ideas que se debatían en esos años. 3.4.1 María Luisa Bemberg María Luisa Bemberg comienza hacia 1970 una intensa militancia feminista. De hecho, cuentan las activistas de aquellos años, que UFA se formó a partir del revuelo que despertaron sus declaraciones televisivas a propósito del estreno de Crónica de una señora, la película dirigida por De la Torre, de la que ella fuera guionista (Calvera, 1990; Torres, 2008; Henault, 2009). Bemberg se ocupó de dejar claro en cada una de sus intervenciones públicas –ya fuera en apariciones mediáticas, películas, o guiones- su feroz crítica feminista hacia los roles de género y la subordinación de las mujeres. Había nacido en Buenos Aires el 14 de abril de 1922. Proveniente de una familia de la elite que no envió a sus hijas al colegio secundario, y con una pequeña participación en la antiperonista Unión Democrática por su casamiento con un estudiante de arquitectura que militaba en el Partido Comunista, Bemberg no tardó en rehusarse a cumplir el rol tradicional de madre y esposa que se esperaba de ella. Tuvo cuatro hijos y se divorció a los 32 años. En su trabajo como escritora crea La margarita es una flor, obra teatral que posteriormente pasa a ser guión de Crónica de una señora (1970), dirigida por Raúl de la Torre. La historia intentaba retratar la angustia de Fina, una mujer de la sociedad porteña, que a partir del suicidio de una amiga, comienza a hacerse preguntas sobre los condicionamientos que habían llevado a esa mujer a tomar tal decisión. En el guión la protagonista lee dos de los textos emblemáticos: El segundo sexo y La mística de la femineidad (Vassallo, 2005). La referencia no es en modo alguno fortuita, pues Bemberg había entrado tempranamente en contacto con los postulados del feminismo, principalmente a través de su amistad con Victoria Ocampo, un personaje poderoso y controversial en los círculos literarios y feministas argentinos anteriores a la segunda ola. Fue ella quien le habló a Bemberg sobre Christeller y el C.I.C., aunque según esta última, ella siempre había desconfiado de la ideología derechista de Ocampo. Lo cierto es que, en 1970, Bemberg buscó a Christeller y a un pequeño grupo de mujeres para fundar la UFA (Vassallo, 2005). El resultado final del film dirigido por Raúl de la Torre mostraba las limitaciones de depositar en manos de otros la realización de sus ideas. Es muy probable que esta insatisfacción la impulsara a expresar por sí misma lo que quería transmitir respecto de las mujeres (Vassallo, 2005). De allí que, con el apoyo de sus compañeras de UFA tomara, por primera vez en su carrera, la dirección y producción de un proyecto audiovisual en 1972. El experimento fue El mundo de la mujer, un cortometraje de 17 minutos realizado en 16 mm., en el cual -cámara en mano- se muestra la exposición Femimundo –una especie de feria “para la mujer” realizada en el Predio Ferial de Palermo- atribuyéndole de este modo un enfoque crítico al tema, tiñéndolo de ironía e irritación. Mediante un contrastante y rítmico montaje, denuncia la frivolidad de la exposición y realiza “una aguda crítica feminista al mundo artificial de la moda y el consumo de aparatos domésticos que contribuían a crear roles tradicionales de género” (Vassallo, 2005:77; Torres, 2006, Alanis, 2006). El film cuenta con citas textuales del Libro Azul de Para Ti72 como único guión argumental y con la participación de algunas de las jóvenes de UFA invadiendo el predio ferial con sus volantes y pancartas73. La filmación en 1975 de Triángulo de cuatro, llevada a la pantalla grande por el director Fernando Ayala, fue el motivo en torno al cual giró la entrevista que, para la revista Persona, le realizara María Elena Oddone, donde Bemberg despliega sus ideas respecto de la autonomía de las mujeres, la relevancia de sus proyectos profesionales, las dificultades para desnaturalizar los roles preestablecidos. La película narra el triángulo amoroso entre un hombre, una esposa tradicional y su independiente amante. La infidelidad de la protagonista, que encarna la esposa, es la tabla de salvación ante la fragilidad de su matrimonio. Bemberg continuaría filmando muchos años más. En 1978 filmó Juguetes un cortometraje de 12 minutos, filmado en la exposición dedicada al juguete infantil, en el cual los juguetes son presentados como instrumentos de discriminación sexual (Vázquez, s/f)74. 72 La revista Para Ti es una conocida y antigua publicación argentina orientada al público femenino, al que interpela desde los lugares y roles más tradicionales: moda, belleza, cocina, noticias del espectáculo, vidas de las celebridades, etc. 73 La militante feminista Sara Torres relata que, como integrante de UFA, en aquel momento fueron invitadas a participar del corto y que si en una primera versión de éste, ellas aparecían volanteando en la Feria, en versiones posteriores, la presencia de las militantes feministas había sido suprimida (Torres, 2006:87). 74 La filmografía de Bemberg es relevante no sólo para la historia del cine argentino sino para la historia del cine feminista a nivel internacional. Entre 1980 y 1993 filmó seis películas, la mayor parte de ellas vinculadas de diversas maneras a temáticas feministas: Momentos, cuyo guión fue escrito en colaboración con Marcelo Pichón Riviere, trabaja sobre la cuestión del adulterio; Señora de nadie (1982) sobre el divorcio y sus consecuencias sobre la vida de las mujeres; Camila (1984); Miss Mary (1986) y Yo, la peor de todas (1990) dan lugar a historias de mujeres, desde las peripecias de la desdichada Camila O’Gorman a la vida de la poeta mexicana Juana Inés de la Cruz, pasando por el registro de costumbres e historias menudas a través del recorrido de la singular institutriz inglesa, protagonizada por Julie Christie, Miss Mary, La última de sus películas, De eso no se habla, fue estrenada en 1993, y trata la cuestión de la alteridad. En la mayoría de sus películas trabajó con Lita Stantic, quien regularmente se ocupó de la producción y con Jorge Goldemberg, su colaborador casi permanente en la elaboración de los guiones. Contó, y ello no es de extrañar, con los aportes de Walsh y Calvera, que habían sido sus compañeras de UFA, y también con las contribuciones de Mirta Henault y Sara Torres (Henault, 2009; Torres, 2008). 3.4.2 María Elena Walsh María Elena Walsh nace en Buenos Aires, en 1930. Hija de un inglés que trabajaba en el ferrocarril, recibe una educación bastante liberal para una niña de su época. Lo cual le permite desarrollar cierta sensibilidad ante las injusticias de género. Según su biógrafo, Sergio Pujol, ese sentimiento sería canalizado a partir de la creación artística “una de las más eficaces formas de rebelión contra el sexismo, en una sociedad con mujeres que sonreían con delantales impecables desde las páginas de Para Ti y Marilú” (Pujol, 1993:20). Dicha sensibilidad feminista se puede observar en un temprano poema, Réquiem de la madre, donde la alegría doméstica aparece desenmascarada: “aquí yace una pobre mujer / que se murió de cansada / en su vida no pudo tener / jamás las manos cruzadas (…) Nadie me pedirá de comer / en mi última morada/ no tendré que planchar ni coser / como condenada…” (Walsh en Pujol, 1993:20). Motivada por una imperiosa necesidad de autonomía y desarrollo de las propias potencialidades, inicia una prolífera carrera como escritora, cantante y compositora. A los diecisiete años escribe su primer libro de poemas. En 1948, huyendo del clima de censura impuesto por el peronismo, viaja a Estados Unidos y luego a París, donde se radica durante cuatro años. Allí, con Leda Valladares, forma un dúo que se dedica a difundir el folclore argentino. Escribe obras de teatro y canciones para niños. Sus cuestionamientos a los roles de género se traslucen en su debut como guionista para series de TV, en 1959. Escribe Paloma a domicilio y De todo corazón, que pretendían modificar los contenidos tradicionales de las novelas, tocando temas de mayor actualidad: el trabajo de ambos miembros de la pareja, las dificultades económicas de un matrimonio joven (Feijoó y Nari, 1982). Pero su crítica feminista más virulenta es la que desliza en una singular intervención periodística, con motivo de las elecciones presidenciales en marzo de 1973. Se titula Carta a una compatriota, es publicada en la revista Extra y al año siguiente –aunque sólo un fragmento- en Persona. Años más tarde, en plena dictadura militar escribe una suerte de encuesta publicada en la revista Humor, titulada Sepa porqué es usted machista, y también el célebre artículo bajo la forma epistolar, El país jardín de infantes, una dura crítica al gobierno militar. La Carta a una compatriota, dirigida a un público amplio, comenzaba preguntando: “Querida: ¿qué disfraz nos cosemos para estos carnavales preelectorales?", para luego resaltar el hartazgo, ante lo que ella calificaba como un circo electoral, plagado de paternalismo y machismo, escenario en el cual las mujeres eran “convidadas de piedra” (Walsh, 1973). Más adelante dice: “Seas quien fueres, brillas por tu ausencia en este período preelectoral” pues las mujeres, salvo excepciones, no figuraban ni como candidatas, ni como representantes gremiales, o tan siquiera “opinantes” (Walsh, 1973). Y continuaba: Y lo que es más grave, cuando sos excepción y algún partido te permite integrarte para algo más que pegar estampillas y hacer café, tenés miedo — con razón— de representar a tus congéneres y parecés un simple testaferro de los intereses machistas y jugás a tu propia traición. Naturalmente, algunos muchachos nos critican la indiferencia y la abstención, y las aprovechan para consolidar sus ancestrales argumentos: "La mujer no está preparada para actuar en política, su Destino es el hogar, etc." Los mismos muchachos no suelen preguntarse por qué ningún presidiario triunfa en los Juegos Olímpicos, o por qué el gremio de chapistas no ha dado ningún escritor de la talla de Mujica Láinez (Walsh, 1973). Si bien ésta trataba principalmente de señalar los límites de la política patriarcal, cuestionar los estereotipos de femineidad y señalar la necesidad de conquistar autonomía subjetiva, el texto también apuntaba a criticar al sistema capitalista. Dirigiéndose a las mujeres dice: (...) gracias a tu acrobática economía sobrevivimos, porque permites a los hombres, con tu mano de obra gratuita y/o peor remunerada, soportar una situación que sin tu sacrificio seria intolerable y los obligaría a combatirla con mayor puntería y celeridad (Walsh, 1973). Y en otro fragmento vuelve a relacionar sexismo y capitalismo, aunque sin intentar subsumir el primero al segundo: La cultura capitalista, su psicología dirigida, sus medios de difusión, sus revistas femeninas (con las que habría que hacer una pira en Plaza Mayo y quemarles el traste a sus editores), todo el aire que respiramos está contaminado de la misma falacia: la Natural incapacidad y subordinación de la mujer. Y fueron mujeres y niños los primeros seres humanos a los que explotó a muerte la Era Industrial, arrancándolos por la fuerza del Sacrosanto Hogar (Walsh, 1973). Igual que lo hacía Oddone en la editorial de Persona, Walsh se defiende de lo que parece ser una constante: el ataque a las feministas. Y, aunque como señalaba, no tuvo militancia como parte de ninguna colectiva, su denuncia pública contra el sexismo es clara y contundente. Dice: Con una estrategia típica de todo agresor con cola de paja, suelen defenderse por la acusación: —"¡Pero ustedes las feministas odian a los hombres, les declaran la guerra a los hombres!" Las feministas no tenemos odio, tenemos bronca. El odio —con los fierros, sean armas o monedas— es cosa de hombres. Estamos hartas de odio, aunque venga empaquetado en sublimaciones y piropos. No hemos declarado la guerra, sino que señalamos que existe y tiene los años de nuestra civilización. Nos defendimos como pudimos, a veces con malas artes, por lo tanto es mejor que ahora parezca una guerra abierta, limpia, esta que declaramos contra todas las formas de la arrogancia machista (Walsh, 1973). Walsh es sin dudas una francotiradora. Juglar, junto con Leda Valladares, y reconocida por ello, dueña de un inmenso prestigio vinculado a su labor como poeta y narradora de cuentos destinados a niños y niñas, sus intervenciones en la vida pública del país han estado marcadas por la posibilidad de obtener una atención que deriva de su privilegio como enunciadora. En Walsh el espacio de las destinatarias, mujeres, no es el de la subordinación partidaria sino el del ofrecimiento de una reflexión descarnada, pero que promete abrir el horizonte hacia otro “frente”, como dice Walsh, en el que se jugará la emancipación anhelada. Es importante destacar que, a lo largo del texto, en tres oportunidades, la enunciadora interpela al colectivo “sus hermanas” o “las mujeres”, situada desde el terreno del feminismo, del cual se siente parte, un espacio desde el cual busca desmontar prejuicios en relación a lo que el Movimiento de Liberación Femenina significa, sus horizontes de lucha, sus prácticas, que hacen indispensable un pensamiento que pueda erradicar de cuajo los prejuicios ancestrales que el sexismo ha ido inficionando en el conjunto de la sociedad, un pensamiento capaz de anidar en cada una de nosotras. Walsh cierra: “Creo que en este juego de los votos, como en tantos otros, las mujeres no somos nadie... Creo que nuestro partido se jugará, a la larga en otro frente. Lo que no significa que no te celebre si vas a votar con fe. Yo también la tengo, pero en vos” (Walsh, 1973). 3.5 Recepciones desde la izquierda. El caso del PST En relación a la pregunta por cuáles fueron los significados que en la argentina de los ’70 las izquierdas asignaron al feminismo, hay que señalar que (puesto que se trataba de una praxis y unas ideas en tensión parcial con esta tradición) la apropiación de ideas feministas comprometió a un sector limitado de sus intelectuales 75 . En muchos casos la relativa aceptación sólo se dio a expensas del virtual desconocimiento de la especificidad de estas ideas. En las experiencias concretas de apropiación de las ideas feministas, algunas de las difusoras operaron desde una inscripción estrictamente feminista –como vimos en el apartado anterior- mientras que otras, por el contrario, lo hicieron a partir de la inscripción en grupos de izquierda, intentando la compleja tarea de asociar feminismo y marxismo. Como relataba en el capítulo II, existieron experiencias de tránsito y puentes tendidos entre militantes feministas y mujeres pertenecientes a los grupos de izquierdas que –aunque breves y precarias- colaboraron a la ampliación de la recepción y apropiación de estas ideas. En este apartado recorreré algunas de estas experiencias. En la movilizada Argentina de los ’70 algunas mujeres encarnaban una doble inscripción política – en la izquierda y en el feminismo- que se desarrollaba no sin dificultades. Comprometidas con ambas militancias, algunas de ellas intentaron la difusión del punto de vista feminista. Un ejemplo de esto es el que constituye el grupo de mujeres nucleadas en Muchacha -impulsada en 1970 por militantes del Partido Revolucionario de los TrabajadoresLa Verdad76- quienes editaron una revista con el mismo nombre. La publicación puede considerarse como un caso claro de apropiación de ideas feministas por parte de mujeres pertenecientes a grupos de izquierdas. También lograron, como vimos en las primeras páginas del capítulo, la edición del libro Los problemas de la liberación de la mujer, de Evelyn Reed, militante de Socialist Workers Party. Muchacha se distribuía entre las universitarias, bancarias, maestras y en las puertas de algunas fábricas con personal femenino, llegando a publicar tres números. El segundo –único del que se tiene información- es del año 1971 (Bellotti, 2006). En la tapa del mismo se lee “No más objetos en las manos de los hombres o la sociedad”. Con un lenguaje accesible se plantea como un “órgano de todas las mujeres que tengan algo que decir sobre la liberación de la mujer, sea cual fuere su posición ideológica, 75 Sobre los antecedentes de la relación entre marxismo y feminismo ver capítulos II y III. En 1972 pasaría a ser el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) a partir de la unión del ala “La Verdad” del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), liderada por Nahuel Moreno y el Partido Socialista Argentino (PSA), de Juan Carlos Coral (Grammático, 2005). 76 política o religiosa”. Definen aquello que las une como “el deseo de luchar contra la opresión de la mujer” y hablan de “construir el movimiento de nuestra liberación” (Bellotti, 2006:67). Trata temas como las diferencias de posibilidades entre chicos y chicas, las amas de casa, un reportaje a una obrera y la mujer como objeto sexual. La edición incluye una entrevista a una mujer obrera del frigorífico La Negra, en la que no figura ni el nombre de la periodista ni el de la trabajadora, y donde se profundiza sobre la doble explotación. Se le pregunta: P: ¿La obrera está más oprimida que el obrero en el trabajo? R: Si, sin ninguna duda. El trabajo que hacemos es más esclavo, ganamos menos y estamos más controladas por los capataces. Por ejemplo, los obreros tienen más tiempo para conversar con nosotras. Los capataces prestan más atención a sus reclamos, porque les tienen más respeto o temor que a nosotras. Y más adelante, se la indaga acerca de las situaciones de discriminación de que sufren las mujeres: P: Ante el hecho de que ningún directivo sindical sea mujer y que gremios con mayoría abrumadora de mujeres, como el docente y el textil, también tengan en la dirección a hombres, se ha dicho que la mujer es inepta para la vida sindical y que no le interesan los problemas laborales. Sabemos además que toda la educación en esta sociedad está dirigida para condicionar a las mujeres a roles pasivos, a no meterse en política ni en tareas sindicales “por ser cosas de hombres”, ¿qué nos podés decir sobre esto? R: El problema es bien concreto. ¿Qué mujer puede afrontar bien a fondo la responsabilidad de la actividad gremial cuando además de trabajar debe limpiar la casa y criar a los hijos? Yo conozco compañeras que han sido grandes activistas, pero se han visto obligadas a abandonar la lucha al casarse y tener hijos. Puede decirse que el tono general de la revista es feminista y no busca asimilarse públicamente con el partido. De hecho, la última pregunta dispara concretamente hacia esa dirección: P: Vos como mujer obrera, ¿opinas que es necesario un movimiento de liberación de la mujer en nuestro país? R: Claro que sí. Mis compañeras y yo sentimos los problemas de la mujer, pero no veíamos salida. Me parece importante lo que ustedes hacen, yo lo comentaré con mis compañeras... (Muchacha, en Brujas, 2006:97-98). Además en ese número se publica el manifiesto de la Unión Feminista Argentina (UFA), agrupación que firmaba algunas de las notas y con la que Muchacha mantenía una estrecha relación. De hecho compartían el local que UFA tenía en el barrio de Chacarita. Aunque desde los documentos y los testimonios no resulta clara la composición y el peso de Muchacha dentro de UFA; por lo que se desprende de la revista, las mujeres de Muchacha parecen haber tenido un compromiso muy activo y con un claro perfil “joven” (ya que algunos artículos son firmados por estudiantes de últimos años del secundario)77 (Vassallo, 2005). Pero Muchacha se presenta como una isla o una “excepción a la regla” en relación a cómo se desarrollaba la relación entre feminismo e izquierda en aquel momento. A juzgar por los materiales que circulaban en aquellos años editados por el PST argentino, la situación en el seno mismo del partido, es distinta. Sobre todo unos años más adelante, hacia 1975, cuando –a medida que se agudizaba la escalada de violencia- comienza a perfilarse un proceso de diferenciación en relación a las luchas feministas. Ese año, en el marco de la campaña financiera del partido, la Comisión de Lucha de la Mujer redacta una carta titulada “Carta a las compañeras feministas” (Bellotti, 2006). La misma señalaba: Sabemos que así como tenemos en común una base: el reconocimiento de la necesidad de participar de la lucha y organización de las mujeres por ser el sector más oprimido de la sociedad, por cumplir una función clara en el mantenimiento del sistema, compartimos la validez del feminismo, pero también tenemos cosas que nos separan. Nosotras opinamos que la opresión de las mujeres tiene sus raíces en la sociedad de clases y que, por lo tanto, es una condición necesaria para la liberación de todas las mujeres, la liberación de la sociedad toda por la única clase revolucionaria de nuestra historia: la clase obrera. En la carta se da cuenta de que para las mujeres del PST local existían dos identidades políticas claras: la feminista y la socialista, “una de las cuales (la socialista) prevalece sobre la otra (la feminista)”78 (Bellotti, 2006:65). En el marco de la misma campaña, en otro folleto titulado “A usted mujer”, el lenguaje cambia; ya no se habla de opresión sino de las múltiples discriminaciones que sufren las mujeres y las palabras “feminista” o “feministas” son sustituidas por “corrientes socialistas y 77 Una visión divergente sobre esta agrupación puede leerse en el texto de Leonor Calvera, Mujeres y feminismo en Argentina (Calvera, 1990:32). 78 Una opinión contraria puede leerse en autoras como Karin Grammático (Grammático, 2005). femeninas”. Las denuncias que se realizan están centradas en: el trabajo, los sindicatos y las situaciones que enfrentan las trabajadoras. Son llamativas, en cambio, las diferencias entre estos planteos (que sostenían que el partido era la única herramienta y el proletariado la única clase revolucionaria) y las de las militantes del partido hermano en Norteamérica, el Socialist Workers Party (SWP), quienes reconocían la importancia de una organización feminista autónoma (Bellotti, 2006). En la misma dirección iban las ideas de Evelyn Reed (cuyo libro había sido traducido y editado por la editorial del partido, a partir del impulso de las mujeres de éste) y de Elizabeth Barnes. Reed, en el libro Problemas de la liberación de la mujer (editado en Buenos Aires por Pluma en 1974) sostiene que “la opresión y degradación que sufren las mujeres es parte de la explotación de la clase trabajadora por los capitalistas por tanto, las mujeres podrán acceder al control total de sus vidas y re-forjar sus destinos sólo como fuerza integrante de la revolución socialista mundial (...) Al mismo tiempo, no esperan la revolución social que las liberará definitivamente; por el contrario, militan por ese objetivo, presionando a los poderes constituidos” (Bellotti, 2006:66). Por su parte, Elizabeth Barnes plantea “la necesidad de formar una organización independiente, exclusiva de mujeres (...)” y fundamenta: “desde que nuestra lucha es contra una forma de opresión que sólo la mujer experimenta, somos las mujeres quienes debemos determinar cómo (debe) ser llevada adelante nuestra lucha (...)” (Bellotti, 2006:66)79. Finalmente, en ese contexto, marcado por una política en la que primaban el análisis de clase y la Teoría de la Dependencia, no fueron muchos lo casos en que, desde las izquierdas, fuera posible la apropiación de propuestas como las de un movimiento que se proclamaba policlasista y proponía una profunda crítica a la cultura patriarcal. De hecho, las ideas feministas “ponía(n) en práctica un potencial altamente subversivo, no sólo para los grupos conservadores, sino para el propio campo de la izquierda y del peronismo, ya que dificultaba la construcción de públicos homogéneos, con adversarios políticos claros y reconocibles, y formas de acción colectiva con una eficacia probada” (Vassallo, 2005:72). No obstante lo dificultoso de la articulación entre ideas y prácticas feministas y de izquierdas, existieron algunos hilos que, tendidos entre ambos espacios, hicieron posible la articulación de éstos. En este sentido considero que la revista Muchacha, puede ser vista como 79 Existen otras publicaciones relacionadas con partidos de izquierda, pero no entran en el recorte temporal de este trabajo. Por ejemplo la revista Todas dirigida por Martha Ferro (Buenos Aires, nº 1 1979). También Aquí Nosotras (Buenos Aires, 1ª época: nº 1: oct. 1964; 1975; 2ª época: 1983). uno de los pocos ejemplos en que a partir de la doble inscripción –en el feminismo y la izquierda- se practicó la apropiación y difusión de las ideas feministas. Al comienzo del capítulo nos preguntábamos por el significado de las ideas feministas en la Argentina de los ‘70, donde lo que se debatía en el campo intelectual estaba más cerca de las luchas antiimperialistas y por el cambio del conjunto social, que de las transformaciones que planteaba el movimiento de liberación feminista. Como señalaba Marx en el Manifiesto Comunista, de la misma manera que: “Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo (sino que) son la expresión de conjunto de la lucha de clases existente...” (Marx y Engels, (1848) 1957: 23); las tesis de las feministas expresaban, urbe et orbis una transformación material: el ingreso desaventajado de las mujeres al mercado de trabajo, la doble jornada efectiva, la dominación patriarcal manifiesta en la doble moral y en la sistemática degradación de las mujeres a través de una injusta distribución de bienes materiales y simbólicos en su perjuicio. Dominación anclada al cuerpo y por ello invisible, como señala Walsh en su Carta. El proceso de modernización registrado en Argentina desde los años ’60 que involucró la posibilidad por parte de las mujeres de regular su fertilidad, la creciente feminización de la matrícula universitaria y el ingreso de lleno a la política -incluso a los grupos armados- fueron transformaciones sociales, políticas y económicas que implicaron cambios culturales profundos y se vieron reflejados en nuevos patrones en cuanto al desenvolvimiento de las relaciones intergenéricas. Así, y partiendo de la convicción de que ninguna sociedad puede “importar” ideas que no estén relacionadas con los asuntos que en ella se debaten, no es de extrañar que en los años ’70 las ideas feministas, que se expandían a través de las fronteras, hallaran lugar en los márgenes del campo político-cultural argentino. Sin embargo, el modo particular –y quizás “restringido”- bajo el cual éstas tomaron cuerpo reviste aristas complejas. De hecho, algunas de las cuestiones que me gustaría resaltar están vinculadas a la importancia de reflexionar acerca de en qué forma la especificidad de cada formación social afecta la manera en que la difusión, traducción y apropiación de ideas se practicaba y se conceptualizaba. Ello ha implicado estar especialmente receptiva ante el encuentro intercultural entre horizonte de producción y horizonte de recepción. Así, las particularidades de los procesos de recepción/difusión y apropiación en Argentina en los diversos ámbitos del campo político-cultural, me han inducido a tomar sólo parcialmente las categorías analíticas sobre recepción trabajadas por Horacio Tarcus; ya que en cuanto a la difusión del feminismo en la Argentina de los ’70 no es posible trazar límites claros entre difusión/ recepción/ apropiación. Si he considerado que los procesos de traducción –y de ésta entendida como affidamento- son una marca de los feminismos. En muchos casos difundir implicó primero traficar, traducir y hacer circular los textos “de mano en mano”. Tráfico y traducciones de ideas foráneas (por así decir) que luego implicaron apropiaciones productivas por parte de las feministas locales, y también de mujeres ligadas a grupos de izquierdas. De este modo, entiendo que la labor de difusión, recepción y apropiación llevada a cabo por las feministas de los ’70 no consistió en proyectar y calcar el feminismo de la segunda ola, tal como provenía de los países del norte, sobre el contexto local; se trató de un proceso bastante más productivo en el cual las dificultades, los conflictos y debates surgidos en la tarea misma de la recepción, fueron revelando a sus difusoras locales las asimetrías y diferencias entre el feminismo nacido en los países centrales y la realidad argentina de los ’70. También me interesa resaltar que si bien en la primera parte del capítulo realizamos un recorrido por la serie de textos que indagaban, o bien en la problemática de las diferencias entre los sexos (en la etapa previa a los años estudiados); o bien en los libros más netamente feministas (publicados iniciados los ’70) cabe señalar que la introducción de ideas feministas en ese contexto excedió la teoría y el plano de ideas para proyectarse sobre prácticas sociales concretas. Me ha interesado rastrear, retomando los términos de Gramsci, la circulación de ideas feministas en tanto “ideologías”, más que como una teoría que circuló a partir de instituciones académicas. Reconstruir las articulaciones entre las producciones de estas mujeres me ha permitido ver los cruces, puentes, tensiones, particularidades que signaron dicho proceso de recepción. Tanto la tarea realizada en el plano de la experiencia de construir archivos, como es el caso de Christeller, como en la labor de editar una revista feminista como Persona, en el de Oddone, o en la empresa de organizar un colectivo y una editorial como Nueva Mujer, en el de Henault, ponen en acto la idea de traducción como affidamento. Su labor no sólo se plasmaba en meras traducciones, sino también en la producción de interpretaciones e interpelaciones. Echar luz sobre estas articulaciones también me ha posibilitado desmontar algunos preconceptos. En relación a la recepción de la obra de Beauvoir es necesario cuidarse de extender ciertas afirmaciones: si bien es probable, como dice Nari, que El segundo sexo haya sido leído pero poco citado en los lugares centrales del campo cultural, pues no se trataba de un asunto relevante, ni tan siquiera en una revista como Sur (cuya directora era reconocida como feminista) por el contrario en las organizaciones de feministas, e incluso para aquellas que lo eran de manera individual, fue una lectura frecuente, expresamente referida. Es el caso de Walsh, Henault, Oddone, Alanis, Bemberg. La evidencia existente permite discutir, o al menos limitar el alcance de dos ideas: la de que el feminismo de los ’70 estuvo absolutamente desligado de la izquierda, por un lado, y por el otro desmontar el mito de que las feministas eran ciegas a la especificidad latinoamericana, obsesionadas, como se supone estaban en insertar a cualquier precio esquemas extranjerizantes. Hay que destacar que conviene diferenciar ideas de izquierdas de partidos de izquierdas80, de hecho los vínculos entre feminismo e izquierda toman cuerpo en la experiencia de las agrupaciones y colectivos editoriales Nueva Mujer y Muchacha, ambos integrados a la periferia de UFA. Además, los fragmentos de textos aquí reproducidos muestran a las claras que mujeres como Bemberg, Walsh o la propia Christeller –más allá de su situación de claseestaban mucho más cerca, en sus posiciones, de la izquierda de lo que el recurso a algunos lugares comunes permite pensar. En cuanto a la importación de ideas, es posible detectar en las experiencias locales de apropiación (Persona, Las Mujeres dicen basta, Muchacha) la presencia tanto de problemáticas ligadas a temas que atraviesan las fronteras internacionales de los feminismos, como de anclajes en las condiciones específicas del país, tal como se puede advertir en la Carta de Walsh, en varias de las notas de Persona o en las preocupaciones latinoamericanistas de Larguía y Henault. El seguimiento cuidadoso de los recorridos biográficos y las producciones conceptuales, es decir, el recurso a las biobliografías, ha permitido obtener una descripción densa de lazos, nexos, relaciones que habían sido advertidas sólo en una medida escasa. Fue novedoso hallar a D’Amico en el seguimiento de Persona, ocupándose de la producción gráfica 80 Es posible encontrar una concepción de este estilo en el libro de Calvera (Calvera, 1990). Por el contrario, el tema del “origen supuestamente burgués del feminismo” de los ’70 en Argentina y de la “antipatía de éste por las ideas de izquierdas” ha sido desbaratado por Vassallo (Vasallo, 2005:65). de la revista, colocando su impronta en la tapa. Alicia D’Amico, la misma fotógrafa que, con Facio, colaboraba en Crisis, tribuna abierta de la izquierda cultural. En cuanto a las feministas, algunas de ellas tenían un anclaje fuerte en colectivas, como es el caso de Christeller, Bemberg, D’Amico y Henault mientras otras, aunque sus aportaciones en el plano del feminismo sean fundamentales, como Walsh u Oddone, actuaban más bien como francotiradoras, reconocidas por su peso individual. El recorrido trazado me ha permitido reconstruir además las interrelaciones, los cruces y lazos de colaboración tendidos entre ellas: las conexiones entre María Luisa Bemberg, María Elena Walsh, María Elena Oddone (en el primer número de Persona, que dirigía la tercera, escriben las otras dos) y Alicia D’Amico. También entre Mirta Henault, Sara Torres y Bemberg, puesto que las dos primeras relatan haber colaborado en los guiones que la cineasta escribió en los ‘70. Finalmente, la fragmentariedad, marca insoslayable de las luchas feministas, hace que sea dificultoso hallar un programa feminista sistemático en los años ’70. Más bien, de lo que se trata, es de elementos doble o tal vez triplemente dispersos por las divisiones en clases, por las diferencias y desigualdades culturales, por las relaciones de dominación que el norte ha materializado, incluso en las ideas, sobre el sur. La dispersión de las mujeres en un mundo de hombres, por parafrasear a Beauvoir, el hecho de poner en acto prácticas políticas en espacios diversos y aún contrapuestos entre sí (tales eran las condiciones en las que se cumplía la “doble militancia”) hacía muy difícil la posibilidad de establecer consensos en una época en que las cuestiones de la liberación nacional y social ocupaban el centro de la escena. Las feministas, que intentaban traer al debate la cuestión de las diferencias entre los sexos percibidas como un asunto político, pujando por la ampliación de los asuntos de disputa, o bien ocuparon lugares periféricos (sus producciones circulaban en los bordes del campo cultural de los ’70, en grupos pequeños, a través de revistas editadas de manera un tanto precaria) o bien (Walsh y Bemberg, por ejemplo) su presencia se hallaba suficientemente aislada como para que sus palabras, escritos, imágenes encontraran una muy escasa escucha. La dificultad para la incorporación de los temas feministas no era, desde luego, un asunto de palabras, sino producto de las condiciones materiales de existencia, en un convulsionado campo cultural en el que la idea de la Revolución era el “faro” de las luchas políticas. De allí que, aún cuando las feministas de esos años batallaran, escribieran, tradujeran o publicaran se vieran confinadas a moverse en los márgenes del campo cultural. Probablemente sea por ello que en la construcción de los relatos de la historia intelectual del período, las ideas feministas no aparezcan sino pujando por un espacio simbólico, desde la periferia y sus huellas sean tan difíciles de seguir.
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