Un año bajo el techo Leonardo Correa 1er. Puesto Segundo Concurso Universidad Central Categoría: Cuento Un año bajo el techo La vida está hecha así de pequeñas soledades. ROLAND BARTHES El dolor nos remite a los orígenes de la memoria. FRIEDRICH NIETZSCHE I Cuando abrí los ojos, sentí cómo los párpados anuncian a la sangre que fue una noche de sueños y de azares, sentí como si alguien a la fuerza me hubiera despertado a pesar del olor a soledad que entraba por mis fosas; después de frotar por largo tiempo mis dos ojos, me quedé mudo frente al techo. Empecé simplemente a parpadear. Tras un fuerte bostezar, vi que en un día de febrero decidí partir de mi colegio, de mi viejo colegio que había sido el de siempre, vi que me encontraba aburrido de ver siempre lo mismo, de molestar siempre a los mismos y sobre todo, de escuchar aquel “tlin-tlin” de la campana provecta y oxidada. Así que decidí aquella mañana, no volver nunca a esas aulas, aunque sólo fueran un par de grados los que me hacían falta por cursar. Llegaría el amor, una bolita amarilla con dos puntitos negros y una raya... Valga decir, un nuevo tiempo, otro baño de horas y de historia. Transcurrieron quizá unos diez o quince días hasta conseguir otro colegio. Una vez allí, me hice amigos nuevos y dio la casualidad que uno de mis amigos de siempre, y cuando digo de siempre quiero decir del barrio, también estudiaba en ese sitio. Uno de esos días salimos mi amigo y yo rumbo a la gloria, lema que por lo demás nunca acabó de convencerme, en ese tiempo por franqueza y ahora suelo pensar que por temor, para ir al patio donde las niñas del salón y las de undécimo jugaban volleyball como en la playa. Nos sentamos a un costado de la cancha, encendimos un cigarro y mientras nos encontrábamos en esas, a mi amigo se le ocurrió decir: “Se imagina usted de amores con ella”. Ella era una de las hermosas jugadoras, pero daba la casualidad que además, era la niña más linda y pretendida del colegio, entonces yo contesté ante semejante desmesura: “¿Yo al lado de esa mujerzota? Está loco.” En realidad el asunto no pasó de un comentario, ya que la niña era una dama ensimismada, poco expresiva, algo distante pero a pesar de todo era increíblemente el significado completo de su nombre. Y yo en cambio, un niño que bebía cerveza, tímido y además con un físico que apenas si alcanzaba al nivel de lo normal. Días después, alguien nos presentó sin pasar de un “mucho gusto” y de un escueto apretón suave de manos. Digamos que dentro de un cause normal transcurrieron unos veinte o treinta días, hasta que en uno de esos ingresó una persona nueva al plantel, Ceniza. Daba la casualidad que Ceniza era prima de unos compañeros con los que yo en las últimas semanas entre cigarros que van y otros que vienen, había llevado muy buenas relaciones. Así que no tarde mucho en hacérmela de amiga, tanto, que hasta podría decir: Fuimos cómplices durante uno de los mejores periodos de mi vida. De ahí en adelante el tiempo comenzó a transcurrir sin que yo ni ella nos enteráramos de nada. Detrás de mi yo y sus dos grafías solían esconderse las seis letras de su nombre, a pesar de que mi espacio fuera tan corto y reducido. Si alguien hablaba de Ceniza, sin lugar a dudas, de mí también tenía que hacerlo, éramos tan solo dos buenos amigos que se amaban. Como es normal, empezó a rumorarse del supuesto romance entre los dos, pero cuál idilio podría haber entre ella y yo, si es que Ceniza tenía un novio con el cual llevaba tres o cuatro años, un afortunado caballero del que me hablaba a cada rato. No voy a negar que Ceniza me fuera indiferente, de hecho, me parecía una mujer encantadora ya fuera como amiga o como novia, pese a mi pendular y constante situación. Paralelamente, aunque de una manera más particular y subrepticia también me decían por un lado que al parecer yo le gustaba a ella, pero como es de esperarse en estos casos de humildad y pordebajeo constante, yo ante esto me hacía el sordo. El tiempo pasó a lo largo de unos veinte o treinta días. En realidad dicho mundo no era muy grande, de tal forma recorrerlo por completo era una labor que con el tiempo dejó de ser frecuente. Lo que no, lo que precisamente era todo lo contrario, fue el sitio al que un día Ceniza y yo, dimos el nombre de Especial. Así, una mañana de esas en la que nos encontrábamos hablando en Especial, de pronto, sin introducción ni prólogo alguno, ella dijo: “Imagínate que EL GRANDE se me declaró, y la verdad es que no sé que responderle”. Claro, la sangre encontró refugio en mis mejillas, así como el ansia empezó a enloquecer entre mis manos. Lo único que hice fue encender un tembloroso cigarrillo y, sabiendo lo que tenía que decir, pronuncié un fuerte: “Lo que tienes que hacer es decirle que NO”, entonces ella al escuchar mis palabras, entre pícara y no, dijo: “A sí, y eso cómo por qué”, y yo un poco más miedoso que cobarde, le dije: “Pues porque, porque NO y ya”. Entre varios por qué y porque NO, nos la pasamos algún tiempo, hasta que sin que ella lo notará, me vestí del caballero valiente de la espada y la armadura y le dije: “¿Que por qué no?, porque tiene que decirme que sí a mí”. En ese momento, lo pesado del ambiente comenzó poco a poco a deblogarse y aún más, cuando ella agregó lo que le hacía falta al cuadro, su sonrisa. Noté cómo nunca se me iban a olvidar esos silencios pensados en la boca y bien dichos por los ojos, cuando Ceniza después del adiós y el beso de la frente se marchó aquella mañana. Ese mismo día, el grupo de amigos del colegio y yo nos encontraríamos en la tarde para asistir a un concierto. Llegué a mi casa y no podía dejar de pensar por un momento en lo que había ocurrido en la mañana. Tiempo después, encontrándome sentado en el bus que me llevaría al sitio acordado, pensaba en qué sería de Ceniza mientras yo y mis amigos bebíamos cerveza y escuchábamos guitarras y cantos de esperanza, pero creo que fue todo en vano, ya que cuando el ansia se apodera del estómago, misteriosamente los raros senderos del cerebro se congestionan tanto, que es imposible concluir. Una vez me bajé de aquel suplicio, saludé a todos mis amigos en el orden que me salieron al encuentro hasta llegar al rostro de Triz, que era la hermana de Bella. Después de saludarla, me dijo textualmente: “Mejor dicho, si no las coge con esto, usted si es mucha gueva”, posteriormente me tomó de la mano y nos dirigimos al teléfono más próximo. Una vez allí, lo que hizo fue llamar a casa para hablar con su hermana, que no iría al concierto con nosotros. Y encontrándome muy cerca de Triz, escuché que ella le dijo: “Pues usted verá si no viene, yo de usted lo pensaría ya que aquí está...”, luego de esto se despidieron y al cabo de contados diez minutos llegó Bella. Por supuesto, ya todo estaba claro, en efecto todos los rumores que habían estado circulando desde hacía varios días, sí eran ciertos. Bella, la rubia de los sueños, la que de cabeza tenía un rizado sol, sí estaba interesada en mí. Mientras caminábamos rumbo al concierto tuvimos una gran conversación, que fue más una especie de arrojo de virtudes por parte de ambos bandos, que una charla interesante. Hablamos de flores, del cuerpo, de quiénes éramos, en fin, de esas tantas cosas que suelen decirse dos humanos que se gustan. Pero yo me dedicaba a seguir o a tratar de interpretar cada una de sus frases, y además a sentir mi corazón por primera vez contra golpeando. No me separé de ella ni un momento, y antes de que el concierto comenzara, yo dije: “Me duele decirlo, pero Ceniza me hace falta”. Obviamente a Bella no le simpatizó mucho lo que dije, pero igual no pasó de una mirada medio rara y un cambiar de tema. Cuando estaba a punto de empezar el recital, encontrándonos ambos de píe, ella dándome la espalda y yo detrás muy cerca, decidí meter mis manos en los bolsillos laterales de su saco, más que por el frío para ver ella que hacía. Acto seguido, Bella también hizo lo mismo y, mano con mano, las saco de los bolsillos y se decidió por el abrazo suave y de inmediato. Podía oler su pelo, me quemaba, sentía su oído cerca, sus diminutos bellitos cristalinos y ese ingenuo roce con mis labios. Valiéndome del incoloro “Me duele decirlo, pero Ceniza me hace falta”, esa misma noche la enceguesedora belleza de Bella me llevó a escribir una carta, que si bien no era del todo tan profunda, por lo menos había sido lo suficientemente clara para convencer a Bella de todo lo mucho que ella me gustaba. A la mañana siguiente nos vimos a la hora del descanso, daba la impresión que ambos nos habíamos arreglado un poco más de lo normal. En unas escaleras, yo me senté frente ella y le dije sin pensarlo un par de veces que le había escrito algo, pero que prefería leérselo yo mismo, ya que el temor a no ser entendido por causa de mi letra indescifrable, me carcomía la esperanza. Bella, al mismo tiempo que sus ojos sonrieron, hizo un gesto que aprobó mi petición. Una vez leída, empezó a confesarme que le gustaban mis labios, mis pestañas, mi cola y mi manera de mirar, pero sobre todo mi inocencia. De esta manera, comenzó una maravillosa relación llena de azares y de rosas. Tomados de la mano y con una sonrisa nunca revelada por los labios, nos dirigimos a la cafetería del colegio; cruzado el umbral, nos sentamos en la mesa más cercana frente a frente y, como un buen plan del aedo del destino, en ese preciso momento se fue la luz mágicamente y todo quedó a oscuras un instante, lo que hice fue apretar sus tiernas manos mientras una de las empleadas del lugar se nos acercó a encendernos una vela. Una vez su cara se vistió de la llama traviesa de aquel fuego, no vacilé en acariciar lo que más pude de su piel, que era ámbar canela crepitante. Me le fui acercando lentamente con los labios y el calor alcanzó a derretir el hierro fuerte de mi estómago, hasta llegar a sentir las comisuras todas de su boca una a una, chocando fuerte con las mías. Pero sin saber aún por qué, extrañamente me detuve y decidí mirar hacia la entrada del lugar, vi una silueta medio opaca y de mujer recostada e inmóvil en al marco de la puerta, vi que algo cristalino se le movía con esfuerzo por el rostro, sentí como una especie de temor y de agonía. Entonces una de las empleadas con una vela encendida pasó delante de aquella mujer para llevar más luz a otra mesa, pero cuando pasó por el frente de aquella dama recostada en el umbral, noté cómo el cristal era una lágrima y cómo esa lágrima pertenecía al rostro de Ceniza; noté cómo su nombre eran los restos de un “Satán de papelillo” que yo había desecho sin fumar. Algo, se me desgarró en ese instante. Me dirigí a ella, la miré de frente, y con sus manitas tímidas y blancas, me entregó una carta que al recibirla sentí tal como se siente, cuando uno entra en contacto con la sangre. Me miró, me dijo adiós y se marcho. Sollozo, indeciso, abrí la carta y la leí inmediatamente hasta comprender todo el amor que ella sentía por dentro y por mí. También supe que se había enterado de mi nueva relación con Bella y que le había dolido mucho, tanto, que para olvidar todo a través de un simbolismo estúpido, hice trizas el papel al igual que la ilusión que había sembrado en ella. Bella fuertemente me abrazó, rozó suavemente mis mejillas con sus labios y yo me regocijé bajo su cuello. Días después, Ceniza se la pasó llorando y yo, ofuscado de observarla, realmente me conmovía por su estado. Me enteré que ella le había puesto fin a su noviazgo para iniciar conmigo uno nuevo. Pasaron quince o veinte días hasta que finalmente Ceniza decidió parar su llanto. Se marchó como yo lo había hecho en mi día. Después de todo, Bella era mi novia y yo empezaba poco a poco a enamorarme. Nos la pasábamos gran parte del tiempo en los cines, en conciertos, en un árbol de cerezas y también en los rincones fortuitos que el amor invita a conocer. Incluso en esos días salimos a vacaciones y allí tuvimos que separarnos por un tiempo, ya que ella acostumbraba salir siempre de viaje a casa de su abuela igual que yo. Pero pese a la distancia que ante el amor es invisible, ella llamaba y de igual manera yo lo hacía, nos contábamos qué hacíamos y de qué color eran las cosas. Esa vez, mientras nos encontrábamos distantes ocurrió algo que, sin lugar a dudas, me hizo sentir aún más fuerte todo el amor que por ella yo aguantaba. Debo confesar que es ésta una de las partes más generadoras de problemas a la hora de escribir. Simplemente porque las dos líneas con las cuales doy inicio a esta parte, corresponden a un tiempo y por consiguiente a unas razones que, como es natural, me separan del pulso con el cual, desde este hoy, trato de retratar aquel ayer. Borges dice: que para la memoria cualquier recuerdo es grato por más que este se trate de una desventura. A carta cabal, tiene razón. De ahí que por fin haya tomado la firme decisión, de mejor omitir lo ocurrido en esas vacaciones. He preferido, como antes lo he hecho, la corta conclusión que me legó el tiempo sabio, que no dejó de serlo, pese a que fuera compartido. Quiero decir, que cuando uno se hecha a la suerte y además a escribir lo que recuerda, habla desde una clara huella que es el presente de un pasado y la negación terrible de una vida futura; y que te amé es, pues, la corta conclusión. En fin. Todo pasaba así hasta que una vez culminaban las vacaciones nos volvíamos a encontrar y vivir se volvía mucho mejor. Estas no fueron la excepción. Llegó septiembre vino octubre y con éste un gran paseo que realizamos Bella y yo en compañía de otros amigos. Creo que éste ha sido otro de los mejores momentos de mi vida. Jugábamos todo el día bien fuera en la piscina o en el campo, nos volvíamos cada vez más niños pero al mismo tiempo cada vez más atrevidos y valientes. En una noche de esas donde la Risa, como un don, es repartida en pedacitos a cada uno de los hombres, tanto ella como yo, resolvimos guardar nuestra inocencia en un baúl cuyas llaves intercambiaríamos más tarde. De tal forma y, a sabiendas de que quizá sobra decirlo, dichas llaves eran exclusivamente nuestras, tanto como el elemental uso de aquellos dos baúles. Ese era nuestro pacto de caballeros, pero al mundo todavía le restaban varias noches. Hubo dos o tres problemas que nos sirvieron de preludio como en toda gran obra; en ese momento todo entre ella y yo no era más que una Comedia escrita en verso, que más tarde se volvería una Tragedia. Aluciné, quiero decir vi, que “pude vestir tu cuerpo de palabras; que pude disfrazarte, Bella, con un soneto de algodón; que pude ponerte de camisa una oda en terciopelo; que puede haber creado para ti con cuentos y dragones un juguete a tu cabello; que quise guardar tus piernas y el tesoro en un endecasílabo de seda; que abracé tu pecho y corazón con un chaleco de pieles y de cantos en silencio”. Fue lo que dije, y talvez lo recuerdo con tanta exactitud, porque esto formaba parte del silencio que debió quedar en entrelíneas. En fin, quizás lo hice, permanecer sin decir nada puede que constituya un acto puro, de cualquier forma, ahora sé que las palabras, por más al oído que se digan, algo rompen. Ya el momento se acercaba. Ahora, Bella era el objeto turbio que lograba sacudirme, que hacía de aquel tálamo el de dios. Felino, arranqué todo el disfraz, todas las letras, todo el silencio con el cual le había cubierto la piel bajo absoluta devoción. Y no pude ¡¡ Maldita sea !! amarle al final en verso libre. Pensando que ese momento volvería a repetirse algún día, ambos tuvimos una de las noches que jamás podrán borrarse. Siendo niños, regresamos a la ciudad, al colegio y a una nueva vida para ambos y que juntos compartiríamos durante algún periodo más. Al parecer, siendo yo un niño probablemente más que ella, empecé a cometer error tras error, y preciso de esos que en la vida no se pueden perdonar-según después pude entender-traicionar el honor y la confianza que alguien le a otorgado a uno, fueron los primeros dos grilletes que irían rumbo al alma. Pero bueno, así fueron las cosas y tarde o temprano todo se sabría. Terminó diciembre y el idilio entre los dos aún no se acababa, vino enero, febrero y sin darme cuenta ya estábamos de vuelta en el colegio, regresábamos de nuevo al mundo que un día nos unió, sólo que ahora se encargaría de separarnos, cosa que dadas las circunstancias, el efecto en mi resultó ser todo lo contrario, supe que estaría conmigo siempre sin estarlo. Cómo quisiera encontrarme la pócima secreta reveladora del olvido, vaya recuerdos tan dolorosos los que labriego, ayudé a nacer en esos días, esos malditos días que torpemente yo mismo escribí en aquel libro imborrable del destino y en sus hojas que están hechas de tiempo y de nostalgia. En el amor todo se sabe, y es que después de todo lo que ella sentía por mí probablemente era eso. Una mañana como todas, desde el principio a ras de sinsabores y de roces leves debido a que días antes habíamos discutido, ella se acercó y empezó a decirme que ya no me quería como antes y todas esas cosas que son la daga punzante de las almas. Sin poder llorar yo le escuchaba, o para ser más franco yo no sé qué era de mí lo que allí estaba presente, dónde estaban los oídos ni mucho menos el pobre corazón. Luego nos fuimos a otro lado y ella como si de antemano supiera cuáles habían sido mis errores, se empeñaba aún más en decir que yo era lo peor que se le había pasado por la vida. Era simplemente inexplicable su actitud, su rabia... Sus halados ojos. Esa tarde me apasionaron los rincones sin esquina, la belleza de un ladrillo, un poco licor y los espejos arrasadores y francos donde pasaba las horas pensando que así me haría anciano, pensando que así una vez más, sería atravesado rápidamente por el tiempo. Pero todo fue en vano y el suplicio aún no terminaba, la noche fue corta y largos los lamentos llorados en brazos de mi madre; al niño de siempre se le había podrido el alma. Con todo, llegó el amanecer lleno de humo y de miedo. Me fui para el colegio y una vez allí, no sé en qué momento vi que Bella se acercaba en cuanto terminó el primer bloque de clases. Fue como haber visto a la muerte o aún algo peor, era terrible y, en medio del pasmo, descubrí que cuando a uno le asesinan el amor la venganza es despiadada y sin remedios. Yo había sido el verdugo y ahora a este le había llegado la hora ineludible, aunque era un verdugo enamorado que sabía de errores y condenas. Frente a frente, gritó que yo era el ser más deplorable que la tierra había parido y lo que más me dolió-aunque ya me lo había dicho un día antes pero no con los ojos color fuego“¡¡Usted es lo peor que se me ha pasado por la vida!!”. Soporté en silencio todos los golpes uno a uno, y me fui pensando que no me iba a alcanzar todo el resto de la vida para lamerme tanta herida. Mi amigo el de siempre, el que en aquella mañana mientras fumábamos y veíamos aquel partido de antaño lo había presupuestado todo, se fue conmigo abrazándome y mientras, me decía tiernamente que con esas cosas no se juega, y que nunca se me fuera a olvidar que la vida, no da una segunda oportunidad. Contrariamente, hacía un año entraba y un año después ya no podía salirme. Una vez llega el amor, no hay una valija tal que pueda soportar Todo a la hora de partir, es entonces cuando decidimos quedarnos. Es ahí donde yo <soy> porque no hay otra opción ni otro tintero... Porque ya no vale la pena dejar tirado el lápiz. Sí, aquí estoy, vaya legado. II Además, un sueño no es una esperanza; nos basta con él. MARGUERITE YOURCENAR Continué parpadeando sintiéndome cansado y, después de otro bostezo, ya estaba bueno de recuerdos y de ver ese maldito techo puntiagudo producidor de angustias y nostalgias, así que decidí encender el radio. Me puse en pie, y caí en cuenta que el material del que están hechos los sueños, no sé si por su parentesco con la muerte, o por razones de azar o de destino, logra que uno se sienta extrañamente vivo. Parecía como si en esa noche onírica, Bella se me hubiese sembrado entre los ojos. El olvido es un ladrón de recuerdos, que por poco y me deja sin una de las más grandes visiones que se me había pasado en aquel año bajo el techo en unos dos o tres minutos de ese raro despertar. Claro, estaba vivo y con una nueva misión que me había encomendado aquel recuerdo recién llegado a mi mente. Tomé las llaves del auto de mi padre y, poseído por el precio que uno tiene que pagar por ser como se és, llegué a casa de un amigo, lo invité, le conté todo y por supuesto él no vaciló en acompañarme. Finalmente llegamos, Fito y Andrés sonaban, los árboles ancianos parecían estar tristes y opacos, impresión de la cual siempre me sentí más culpable que sincero; la quebrada se veía larga y en silencio, tanto como las flores se exhibían una vez su olor les contaba mi condena. Al respirar, todo parecía ya muy frívolo, yo creía escapar, pero ese aire, ese raro aire no sabe de piedades. <<Quizás porqué>> no se detenía con nada, ni mucho menos con el irme acercando a lo que era mi misión. Ya basta de nostalgias y, como piratas recelosos, nos dispusimos mi amigo a yo a buscar bajo los árboles aquel tesoro de antaño; la alhaja de pepitas, el papel rayado y su cofre o el tarro de hoja lata. Buscamos en todos aquellos sitios que se parecían más a las imágenes lejanas, violamos tantos árboles como nos fue posible hacerlo. La ilusión poco a poco, se disipaba entre la niebla. Supe que jamás lo encontraría. Acto seguido, me sentí ya muy cansado, tirado en el suelo, mi corazón empezó a latir más fuerte, pero todo empezó también a doblegarse, encendí un cigarrillo y algo en mi lloró. Anegado de esas lágrimas que son las huellas de la cara incluso antes de nacer, el suplicio cesó muy lentamente. Alguien dice, que después de todo, que después del amor, siempre se vuelve a nacer. Pues era precisamente eso lo que yo estaba aguantando. Del tesoro no se nada, pero sea cual haya sido su suerte, sé que en ese tarro de hoja lata se fueron grandes sueños y se fue también un pedacito de un amor hecho de dudas y de albores. Una vez el tiempo pasa, basta con verse en el espejo para saber que ya no somos los de antes, pero que pese a todo, esta bien ser un recuerdo que vale la pena recordar. “Adiós”. Leonardo semestre Lit Alfonso Correa Cifuentes. Estudiante 3
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