11 Tribuna Complutense 13 de abril de 2010 100 años Miguel Hernández En esta imagen, patio de la Casa Museo de Miguel Hernández, en Orihuela, localidad en la que nació y donde pasó sus primeros años de vida Una breve historia de Miguel Hernández y de cómo se convirtió en el poeta del pueblo uLa corta vida de Miguel Hernández, treinta y un años y cinco meses, dejó tras de sí una brillante obra literaria y también un ejemplo de sacrificio ideológico. Nacido en octubre de 1910, este año se cumple su primer centenario. Jaime Fernández El 25 de septiembre de 1936, tras haberse inscrito en las filas del 5º Regimiento para luchar a favor del legítimo gobierno republicano, Miguel Hernández rellena la ficha de alistamiento. En la casilla de oficio se puede leer mecanógrafo, en la de organización se lee PC (Partido Comunista) y en la de sección consta Zapadores. Desde ese momento, la vida y la poesía de Miguel Hernández se fundirán en una sola. En breve, los milicianos recitarán de memoria los versos de Viento del Pueblo, que el poeta escribirá en las duras condiciones del frente de guerra, y su decisión de alistarse y luchar al lado de la legalidad democrática acabará llevándole a la cárcel tras el fin de la contienda y también a su muerte. La mayoría de los historiadores coinciden en que la decisión de alistar- se es férrea desde el momento en que conoce la muerte de Federico García Lorca, a quien tanto admiraba. sacarlo de la escuela y lo puso a cuidar de las cabras. Para aquel entonces Miguel tenía ya 15 años. Allí, en el campo, acompañado de las cabras, pastoreará de día, tomando notas utilizando el lomo de algún animal como escritorio, para luego por la noche pasar sus versos a limpio. Los orígenes Resumir cien años en un día es una tarea complicada, pero se ha intentado hacer en la jornada organizada el jueves 8 de abril en la Facultad de Filología. Con el apoyo de la asociación Amigos de Miguel Hernández, el organizador del acto, el escritor Chema Rubio nos habla de la infancia del poeta. Lo primero que advierte es que hay que acabar con las leyendas que el mismo Miguel Hernández utilizó para hacerse un hueco en la vida literaria española. “Utilizó la imagen del paleto incluso cuando dejó de serlo”. Rubio y la historia nos hablan de un niño, nacido en octubre de 1910, en la que sería una familia muy poco numerosa para la época, sólo cuatro hermanos, y en la que Miguel resultó ser un privilegiado. Su padre, dueño de cabras, y su madre eran analfabetos, y el mismo destino corrió su hermano mayor Vicente. Sin embargo, Miguel acudirá a la escuela y será el primero en la familia en formarse. De hecho llegó a estudiar hasta 1925, cuando al comenzar primero de bachillerato, su padre, cansado ya de que su hijo no trabajara, decidió La primera poesía En 1930, en el diario local de Orihuela, Miguel Hernández consigue la publicación de su primer poema, titulado Pastoril, y que comienza así: Junto al río transparente que el astro rubio colora y riza el aura naciente llora Leda la pastora. De amarga hiel es su llanto. ¿Qué llora la pastorcilla? ¿Qué pena, qué gran quebranto puso blanca su mejilla? Miguel Hernández, junto a sus tres hermanos, en una imagen tomada en torno a 1921 Una de las primeras lecciones que recibe Miguel Hernández es que para publicar en una Orihuela bastante conservadora lo único que podrá hacer es ajustarse a la estética imperante. Así, uno de sus primeros valedores, que Sigue en página 12 12/13 Tribuna Complutense 13 de abril de 2010 100 años Miguel Hernández Continúa de página 11 Setenta años después también será uno de sus últimos traidores, Luis Almarcha, le acoge en su seno en el Círculo Católico de Orihuela. Con poesías de corte católico y un tanto rancias, aunque a veces llenas de simbolismo sexual astutamente oculto, Miguel Hernández se irá haciendo un hueco en la literatura oriolana, ayudado por sus inestimables colegas Ramón Sijé y Carlos Fenoll. De todos modos, la poesía de Miguel Hernández, y el propio poeta son ambiciosos y tienen un sueño: llegar a la capital de España. Por Fanny Rubio Madrid Francisco Esteve, presidente de la asociación Amigos de Miguel Hernández, reivindica la importancia que tuvo Madrid en el poeta. Afirma rotundamente que “si no llega a venir a Madrid en diciembre de 1931 no habría sido el mismo”. Continúa diciendo que la ciudad dejó en el sus tres grandes heridas: “la vida, el amor y la muerte”. En Madrid, comenzará a formar parte de las tertulias literarias y desarrollará su oficio poético de la mano de Vicente Aleixandre, Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez. Irá y volverá a Orihuela, para publicar sus libros de poemas como Perito en lunas e incluso un auto sacramental titulado Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. También pisará su tierra para encontrarse con su novia Josefina Manresa, pero su pasión se quedará en Madrid. En la capital busca abrirse paso como poeta, pero sobre todo como dramaturgo, una parte menos conocida de Miguel Hernández, pero quizás más extensa que la poética. Varias personas se interesarán por sus obras teatrales, pero no llegarán a estrenarse. Acosará con cartas un tanto orgullosas a escritores como García Lorca, quien le tomará una animadversión que le durará hasta la muerte, sin que Miguel llegue a ser consciente de ello. Su estancia en Madrid va cambiando su manera de ver el mundo, amplía sus miras, y también le permite liberar toda la poesía que lleva dentro, lo que ocurre definitivamente en el año 1935. Sin vuelta atrás Todavía en esa fecha, aparecen algunos de sus versos en publicaciones de corte religioso y un nuevo auto sacramental, pero Hernández reniega de ello E n 1935 comienza a formar parte de las Misiones Pedagógicas, un proyecto del gobierno de la segunda república destinado a luchar contra el analfabetismo Alrededor de este pie de foto, imágenes de Miguel Hernández durante la guerra civil. En el frente de Jaén, escribiendo a máquina, mientras José Herrero Petere se corta el pelo. En Cartagena, en el frente de Extremadura arengando a las tropas y en el asalto al santuario de Santa María de la Cabeza. También la ficha de alistamiento en la sección de zapadores. y da un paso adelante del que ya no volverá jamás. Se puede decir que desde que aparece el poema Sonreídme, el poeta se convierte en el icono que hoy todos reconocemos. En estos versos podemos leer: Vengo muy satisfecho de librarme de la serpiente de las múltiples cúpulas, la serpiente escamada de casullas y cálices: su cola puso acíbar en mi boca, sus anillos verdugos reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón. Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos, de aquella boba gloriosa: sonreídme. [...] En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose, quiero ver a la cólera tirándoos de las cejas, la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón sintiendo el martillazo del hambre en el ombligo, viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa, viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso, viéndoos en este estado capaz de impacientar a los mismos corderos que jamás se impacientan. En ese mismo año 1935, Miguel Hernández comienza a formar parte de las Misiones Pedagógicas, un proyecto del gobierno de la segunda república destinado a luchar contra el analfabetismo. En aquel momento, el porcentaje de la población española que sabía leer y escribir estaba un poco por encima del cincuenta por ciento, y el gobierno republicano estaba inmerso en una enorme campaña de alfabetización desde 1931. El poeta no sólo se involucra con esta actividad, sino que fomenta sus contactos con escritores como Aleixandre y Neruda, a principios de 1936 publica su famosa Elegia a Ramón Sijé, recientemente fallecido, y además es golpeado por la guardia civil que le confunde con un desarrapado. La guerra El 17 de julio de 1936, los militares rebeldes se sublevan en Melilla y dan un golpe de Estado contra el gobierno democráticamente elegido, lo que pronto degenera en guerra civil. Miguel Hernández se encuentra entonces en Orihuela hasta que a principios del mes de septiembre le llega la noticia del asesinato de García Lorca, su admirado poeta. Es el detonante que le hace falta para alistarse a favor de la república. En un plazo breve de tiempo, el poeta se ha convertido en comisario de la 2ª Compañía del Tercer Batallón de la 152 brigada mixta. Quizás no llegó a tener carné del Partido Comunista, como afirman algunos historiadores e incluso su viuda, pero lo que sí parece seguro es que tenía el carné de comisario político. Ejerció ese cargo, animando a los soldados desde las publicaciones editadas para ser leídas en el frente y él mismo se trasladó en más de una ocasión para ver de cerca los combates y para arengar a las tropas e insuflarles ánimos. Su rostro se hizo conocido en toda España, pero más que su cara lo que se conocía eran sus textos, que pronto aparecerían publicados en el libro Viento del pueblo. Miguel deja de lado lo que le pudiera quedar de gongorino y habla de manera sencilla y directa para que todos le entiendan. Escribe Sigue en página 14 A la izquierda, el poeta en la radio del 5º Regimiento. A la derecha foto de sus padres con sus dos hermanos mayores y Miguel sentado en la sierra oriolana. Debajo Miguel y detrás de él Rivas Cheriff. En la foto del destacado, junto a su mujer Josefina Manresa. Setenta años transcurridos desde la muerte de Miguel Hernández han conseguido limar la percepción que de esta obra alta y breve han poseído las distintas promociones poéticas. Si hubiera que resumir el rasgo más acusado sería el de la búsqueda de otredad, pero búsqueda narrada, contada como historia, como biografía. Entra en Madrid de la mano de los poetas del 27. A través de Concha de Albornoz conoce a Ernesto Giménez Caballero, cuya revista, La Gaceta Literaria, le dedica una entrevista para darlo a conocer como poeta joven rural. El poeta lee ya a Góngora y la lectura es influencia: los primeros poemas de amor tienen ese halo gongorino. Escribe octavas reales perfectas y eleva lo cotidiano a la mayor altura poética, característica que le servirá en sus últimos poemas para hacer de un objeto modesto, como la escoba, un motivo poético. Miguel Hernández vive la huella del surrealismo y navegará por los temporales de la guerra hasta que ésta hace de él el poeta del grito y del dolor, compatibles con la poética del alba, del mañana, trascendida. Los primeros poemas de amor de Miguel Hernández son fruto de lecturas de Zorrilla, Espronceda o Rubén Darío, antes incluso del descubrimiento de Don Luis de Góngora. Son poemas más al deseo que a la amada, en línea con el cancionero popular. De Góngora y Garcilaso extrae sensualidad en el ambiente campesino. Tras la aparición de aquellos poemas iniciáticos, gestados alrededor de 1930, definidos por José Luis Ferris como de “carpe diem, pena deleitosa o dulce tormento”, el poema amoroso de Hernández se estructura a través de metáforas naturales con las que el poeta identifica el amor y el sexo con la fertilidad. El nacimiento del amor lleva consigo la redención del tiempo inmediato, la creación de plenitud en el universo que rodea a los amantes. Antes de los años de guerra, Miguel Hernández era el poeta más C anta lo elemental del hombre (el niño), lo elemental amoroso (el erotismo), lo elemental de la palabra (el ritmo, la cantinela) sentimental de todos («Tú preguntas con el corazón /. Yo también», dice para Neruda). El año 1934 es importante para el novio Miguel Hernández, autor de “Tus cartas son un vino…”, escrito tras el libro Perito en lunas, entre 1933 y 1934, a su “gran Josefina adorada”, la compañera del poeta y luego su viuda durante largos años. En 1934 comienza El rayo que no cesa, al que llegan poemas de El silbo vulnerado e Imagen de tu huella. Ese año podemos leer a un maduro poeta amoroso que utiliza el lenguaje como lugar de celebración de la vida amorosa. Salvo poemas de la etapa anterior a Josefina Manresa y la crisis de 1935, gran parte de los poemas posteriores a 1934 están dedicados a la que será su mujer. En la canción “A mi gran Josefina adorada” (escrito entre 1933 y 1934) el poeta-amante trabaja extremadamente la ausencia, siendo el sueño del hombre entregado al amor el protagonista de la espera. Contraen matrimonio el 9 de marzo de 1937 en Orihuela, y ella le acompaña hasta Jaén. Escribe allí poemas estremecedores y épicos, y cuando Miguel Hernández recibe la noticia de que su esposa espera un hijo, gesta la “Canción del esposo soldado” que reúne al esposo y al padre, disminuyendo –sin evitarlo- al combatiente. El poema pertenece a Viento del pueblo y está dedicado a Vicente Aleixandre, que había regalado a Miguel un reloj de oro con motivo de su Boda. Este reloj será una de las causas de su detención al acabar la guerra, tras su escapada a Portugal. Terminada la guerra, en su reclusión en las cárceles de Ocaña, Orihuela, Palencia y Alicante, tras sus azarosos dos arrestos, nos da a través del poema la imagen de un autor que encuentra sus registros más ricos en este espacio que lo priva de la mínima libertad. En esta poesía de desolada y esencial contemplación escrita en la cárcel con un lápiz trémulo presidido por el dolor, Miguel Hernández canta lo elemental del hombre (el niño), lo elemental amoroso (el erotismo), lo elemental de la palabra (el ritmo, la cantinela), a través de una suerte de contraposiciones telúricas, temáticas y estilísticas que establecen una red paralela de expresiones visuales, pictóricas, ideológicas y corporales. El pueblo, el enamorado, el diente, la oscuridad de la vida presente, conducen al poeta a asentar su poética de la esperanza bajo el asedio de la violencia, el huracán, la noche larga de Caín. 14 Tribuna Complutense 13 de abril de 2010 100 años Miguel Hernández Continúa de página 12/13 sobre los lugares en los que se libran las batallas y sobre los diferentes frentes en los que colabora. En las páginas de ese libro se pueden leer poemas tan impactantes como este: Todos los esfuerzos de las fuerzas republicanas serán en vano. El abandono de los países occidentales hará que la república no tenga oportunidades de ganar la guerra y el 1 de abril de 1939 comienzan cuarenta años de dictadura. La cárcel Solamente un mes después, el 3 de mayo, Miguel Hernández es detenido y llevado a prisión. Comenzará ahí lo que los propios presos han denominado turismo penitenciario. En el caso de Hernández empezará su “viaje” en Portugal, en cuya frontera es arrestado y acabará en Alicante. S u periplo por varias cárceles españolas, que acabará en Alicante, tendrá como objetivo lograr que reniegue de sus ideas, lo que no conseguirán j. de miguel Calabozos y hierros, calabozos y cárceles desventuras, presidios, atropellos y hambres, eso estás defendiendo, no otra cosa más grande. Perdición de tus hijos, maldición de tus padres, que doblegas tus huesos al verdugo sangrante, que deshonras tu trigo, que tu tierra deshaces, campesino, despierta, español, que no es tarde. Emilio MIró, Chema Rubio, Ramón Irigoyen, Andrés Sorel, Enrique Gracia Trinidad, Francisco Esteve y Dámaso López antes de la jornada homenaje a Miguel Hernández Su periplo carcelario será vejatorio, como el de otros muchos presos, y tendrá como objetivo lograr que reniegue de sus ideas, lo que no conseguirán. Enfermo de tuberculosis, y con escasas posibilidades de curación, el padre Vendrell intentará chantajearle para que rechace su ideología a cambio de un tratamiento médico en un hospital ajeno a la cárcel. Vendrell actúa, como recuerda el escritor Enrique Gracia Trinidad, por orden de Luis Almarcha, quien en su día fuera mentor de Miguel Hernández en Orihuela y que un poco después, en 1944, sería nombrado obispo de León. De las peticio- nes, Miguel sólo acepta casarse por la iglesia, y cuando está prácticamente moribundo, con la intención de que le quede algo a su mujer e hijo. En 1937 el poeta ya había contraído matrimonio con Josefina, pero el gobierno franquista considera que las bodas civiles son ilegales y declara su nulidad. En sus últimos meses en prisión, el poeta escribe todavía algunos de sus mejores trabajos, como las Nanas de la cebolla, dedicadas a su hijo y basadas en la triste realidad de que lo único que tenía su familia para comer eran sopas de cebolla con escasos condimentos. En unos versos de esa composición podemos leer lo que sigue: Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea. El 28 de marzo de 1942, Miguel Hernández fallece cuando todavía no había cumplido los 32 años. Asesinato El poeta muere por una enfermedad, pero no es menos real que los responsables de las cárceles, gran parte de ellos religiosos, se negaron a prestarle una mayor ayuda. Por eso, historiadores como Eutimio Martín y escritores como Andrés Sorel y Gracia Trinidad, no tienen reparo en considerar que Miguel Hernández fue asesinado. Sorel, de todos modos, en un arrebato poético opina que “sus asesinos no le mataron, son ellos los que están muertos y maldecidos por quienes nunca les perdonaremos”. Gracia Trinidad pide que el homenaje no se limite a unos simples actos y reportajes, sino que nos pongamos todos a leer a Miguel Hernández. Eso haremos. los escritores opinan uCon ocasión de este reportaje hemos recabado la opinión personal sobre Miguel Hernández de algunos de los escritores más destacados del panorama literario. La respuesta de José Saramago forma parte de preguntas inéditas de una entrevista que publicamos con anterioridad en Tribuna Complutense. Enrique Vila-Matas Influir como escritor no me ha influido, pero cuando lo leí muy joven sí fue un poeta muy importante para mí y todavía me emocionan algunos de sus versos. Como todos sabemos el famoso poema a Ramón Sijé es una de las obras maestras de la literatura española de todos los tiempos. Ángela Vallvey Yo era amiga de Leopoldo de Luis, que en paz descanse, quien solía hablarme de otro amigo: Miguel Hernández. A mí, como supongo que a tantos escolares de distintas generaciones, Miguel Hernández me deslumbró hace tiempo. Resulta curioso que, al pensar en él, siempre lo había imaginado como un señor mayor hasta que las conversaciones con Leopoldo me trajeron a la cabeza la cara de un joven, muy joven, aquel maravilloso pastorcillo de cabras, aunque también perito en lunas, con el aliento y el corazón cargados de palabras hermosas, verdaderas. Desde entonces guardo ese rostro nuevo en mi memoria, para siempre, junto a sus amados versos. César Antonio Molina Para mí, Miguel Hernández es un poeta por naturaleza, de una intuición grandísima y a quien le tocó una etapa difícil de la historia de nuestro país. Salvó la dignidad personal de la república y la de la propia literatura, de la propia poesía. De alguna manera su inmolación fue un ejercicio de dignidad y de cumplir con su palabra. Tiene esa fuerza de la raíz de la poesía, la fuerza de la naturaleza, de los árboles… La lástima es que todavía le quedaba mucho por hacer. Antonio Muñoz Molina En los años ochenta, en un país donde no hay actitud intelectual más celebrada que el desdén, nada era más fácil de repente que desdeñar a Miguel Hernández: había que ser cosmopolitas, y él resultaba demasiado autóctono; neuróticamente urbanos, y Hernández parecía demasiado rural; adictos a las modas capilares e indumentarias, y él permanecía congelado en su cabeza rapada y sus ropas de pana. En una época, los años ochenta, en la que estaba de moda despreciar con un mohín a Antonio Machado, Miguel Hernández tenía algo de antigualla embarazosa. No era un poeta: era una letra de canción anticuada. Quizá ahora estamos en condiciones de mirarlo como fue y de leer de verdad su poesía, más allá de los pocos poemas que algunos recordamos todavía, los que se hicieron célebres en la resistencia y en la primera transición. Luis Landero MH fue uno de los grandes poetas de mi adolescencia. Me encantaban sus excesos sentimentales y verbales, su tremendismo lírico. Luego, por eso mismo, dejé de frecuentarlo, como si quisiera negar mi propio pasado de lector primerizo. Y luego lo recuperé, a MH, a ese poeta maravilloso, dotado como pocos, y aunque algunos de sus versos me siguen chirriando por sus aspavientos retóricos, todo queda redimido por su mundo tan original y tan auténtico. José Saramago Para el II Congreso Internacional Miguel Hernández, celebrado en la UCM en 2003, escribí una confe- rencia titulada “Dos palabras y media”. Para el título me inspiré en el libro de Julian Barnes “Historia del mundo en diez capítulos y medio” y me limité a leer una carta que escribió Miguel Hernández, cuando tenía 20 años, para todos sus vecinos de Orihuela. Es una carta en forma de poesía, escrita sobre el lomo de una de sus cabras y que es dueña de un sentido de la autocrítica increíble para una persona de 20 años. […] Miguel Hernández adoraba a García Lorca, pero este detestaba a Miguel. Yo incluso diría que Lorca despreciaba a Miguel Hernández, pero no por su obra, sino por él mismo. Eso no quiere decir que Lorca no fuese un gran poeta, que sí que lo era, pero quizás no era un gran hombre porque despreciaba a los demás. El talento no da derecho a menospreciar a los demás.
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