Libertad sin individuo - Religión y Cultura

Libertad sin individuo
En estas páginas se pretende hacer una reflexión acerca de la civilización capitalista. La exposición se hará al hilo de algunas breves referencias que suscitan las obras
de unos cuantos autores a los que aludiremos. El momento económico que nos
toca vivir, pone en primera línea de interés toda aportación sobre el sistema económico en el que nos movemos a nivel mundial. Sin embargo, esta reflexión no
contempla tanto las bondades o inconvenientes del sistema capitalista cuanto la
libertad que esta manera de entender al ser humano y sus relaciones ha impuesto
a las sociedades que en él se apoyan. Así se podrá comprender mejor, desde los liberales utópicos y sus críticos, qué es el capitalismo, cuál es la dinámica que mueve
a las sociedades occidentales u occidentalizadas y en qué concepto de libertad se
asientan las democracias modernas.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA •
1. BREVE
RECORRIDO POR LA HISTORIA DEL CAPITALISMO
1.1. Un origen ambivalente
Desde el origen del liberalismo hemos comprobado cómo los pensadores de esta teoría económica y política, en definitiva, social, exponían las ventajas de las posturas liberales no exentas de inconvenientes,
algunos graves. El abuso de poder (de personas o instituciones) fue el
caldo de cultivo que propició el surgimiento del liberalismo, un abuso
que se consideró como un enemigo de la propia humanidad. La defensa de la libertad se halla más que justificada. No obstante, el peligro de
su fundamentación en el “propio interés” ha sido igualmente denunciado desde aquellos orígenes.
Gonzalo Serra Fernández es agustino, licenciando en Estudios Eclesiásticos,
en Filosofía y diplomado en Ciencias Empresariales.
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RELIGIÓN Y CULTURA, LVI (2010), 865-892
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LIBERTAD SIN INDIVIDUO
La idea que Adam Smith defiende de la libertad está ligada a lo que
llama “propio interés”, es decir, lo que cada uno desea 1, ya que satisfacer los propios deseos va a depender de que nos hallemos o no en un
entorno de libertad. El deseo será satisfecho si se consiguen los bienes
que necesitamos (por tanto se refiere a un deseo económico), de forma
que la libertad a la que alude se refiere a una situación que permita dicha
satisfacción del propio interés. Ésa sería la situación de una sociedad
donde se permitiese que las cosas siguieran su curso natural, donde
hubiese total libertad y donde cada persona fuese perfectamente libre
tanto para elegir la ocupación que desee como para cambiarla cuantas
veces lo juzgue conveniente 2. Smith se está refiriendo al Estado 3, pero
no cabe duda de que también a cualquier poder que pudiera coaccionar
esa libertad. Es la libertad para elegir la ocupación (división del trabajo) que se quiere porque permite satisfacer el propio interés, lo que se
desea, los bienes que se necesitan.
Para Smith, el “propio interés” es el motor del comercio, y con ello
del incremento de la riqueza por medio de la división del trabajo, de la
especialización. La división del trabajo es una consecuencia necesaria,
aunque lenta y gradual, de cierta propensión del hombre a negociar, a
cambiar o permutar una cosa por otra. Dicha propensión es común a
todos los hombres y no se encuentra en los demás animales. La naturaleza del ser humano obliga a éste a la cooperación y la concurrencia. El
hombre está constituido de forma que necesita de la ayuda de su semejante. Pero más allá de lo que quepa esperar de la benevolencia del prójimo, mayor será lo que consiga si logra que los otros se interesen por él
en su favor, es decir, si alcanza a captar el “propio interés” del otro y convencerle de que lo que se propone es beneficioso para los dos. Esto es lo
que propone cualquiera que pretenda un trato: dame esto que deseo y
obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente
la mayor parte de los bienes que necesitamos. No se le habla al otro de las
necesidades de uno sino de las ventajas que él puede obtener. Median1
2
3
866
Cfr. SMITH, A., La riqueza de las naciones, Madrid 2004, p. 45.
Cfr. ibíd., p. 152.
Cfr. ibíd., p. 178.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
te el trato, el trueque y la compra se obtiene lo que se necesita. Es una
disposición por la que se origina la división del trabajo 4.
Sin embargo, esa misma división del trabajo ha generado igualmente desde el comienzo, desigualdades materiales y de estatus. Ya Ferguson 5 y él mismo señalaban los efectos perversos de esa especialización:
desigual riqueza que se traducirá en desigual formación y preparación,
que se agrava desde el momento en que las industrias prosperan más
cuando menos se utiliza la mente. Concretamente, Smith dirá:
Con el desarrollo de la división del trabajo, el empleo de la mayor parte de quienes viven de su trabajo, es decir, de la mayoría del pueblo, llega a estar limitado a un puñado de operaciones muy simples, con frecuencia sólo a una o dos. Ahora bien, la mayoría de la inteligencia de
las personas se conforma necesariamente a través de sus actividades habituales. Un hombre que dedica toda su vida a ejecutar unas pocas operaciones sencillas, cuyos efectos son quizá siempre o casi siempre los mismos, no tiene ocasión de ejercitar su inteligencia o movilizar su inventiva para descubrir formas de eludir dificultades que nunca enfrenta. Por
ello pierde naturalmente el hábito de ejercitarlas y en general se vuelve
tan estúpido e ignorante como pueda volverse una criatura humana. La
torpeza de su mente lo torna no sólo incapaz de disfrutar o soportar una
fracción de cualquier conversación racional, sino también de abrigar
cualquier sentimiento generoso, noble o tierno, y en consecuencia de
formarse un criterio justo incluso sobre muchos de los deberes normales de la vida privada. No puede emitir juicio alguno acerca de los grandes intereses de su país; y salvo que se tomen medidas muy concretas
para evitarlo, es igualmente incapaz de defender a su país en la guerra.
La uniformidad de su vida estacionaria naturalmente corrompe el coraje de su espíritu, y le hace aborrecer la irregular, incierta y aventurera
vida de un soldado. Llega incluso a corromper la actividad de su cuerpo y lo convierte en incapaz de ejercer su fortaleza con vigor y perseverancia en ningún trabajo diferente del habitual. De esta forma, parece
que su destreza en su propio oficio es adquirida a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales. Y en cualquier sociedad desarrollada y civilizada este es el cuadro en que los trabajadores pobres, es
4
5
Cfr. ibíd., pp. 44-46.
Cfr. FERGUSON, Un ensayo sobre la historia de la sociedad civil, p. 230.
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decir, la gran masa del pueblo, deben necesariamente caer, salvo que el
Estado tome medidas para evitarlo 6.
Por consiguiente, el liberalismo se ha desarrollado siempre desde esa
doble vertiente, una marcada por los que lo justificaron, la otra por los
que lo criticaron. Por eso, autores como Marx pudieron decir que la división del trabajo no se acomodaba a la naturaleza del ser humano: éste se
convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Entrar
en un proceso de ese tipo desembocará en la alienación, pues el hombre
se ve sometido a un despotismo que no tiene otro fin que el lucro 7.
Por otro lado, también desde los primeros instantes de la defensa liberal, la libertad ha aparecido unida a la propiedad: libertad para producir; producir para ser libre. Pero de la misma manera que ocurrió en lo
referente a los otros fundamentos del liberalismo (el “propio interés” y
la división del trabajo), el optimismo de los primeros utópicos se vio
contrarrestado por las críticas al hablar de la propiedad: la libertad, en
las condiciones de la producción burguesa, es una libertad de comercio,
una libertad de comprar y vender, dirá Marx. Pero es una libertad que
para la mayoría de la población (proletariado) nunca existió, pues el trabajo, la propiedad personal, no puede transformarse en capital, en propiedad burguesa, que es la que garantiza la elección de la forma de vida
que cada uno quiera para sí 8.
1.2. El liberalismo político
Junto al liberalismo del mercado caminó el liberalismo político. El
interés común perseguido por los utópicos del mercado, tuvo su contrapartida en las posturas políticas. Así, Stuart Mill indicó que la libertad
debe hundir sus raíces en el interés del hombre como ser humano 9. Se
SMITH, La riqueza de las naciones, pp. 717-718.
Cfr. MARX, K., Manifiesto del Partido Comunista, Barcelona 1997, pp. 33-35.
8 Cfr. ibíd., p. 43-47.
9 Cfr. STUART MILL, J., Sobre la libertad, Madrid-Buenos Aires-Méjico 19623,
p. 43.
6
7
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justificó la necesidad de la vivencia de la individualidad, como un desenvolvimiento del espíritu humano que se vea libre del despotismo de la
costumbre. Pero gracias a la separación propugnada desde estos mismos
ámbitos de la esfera política e ideológica, pues la elección del “plan de
vida” correspondería únicamente al individuo, esta individualidad pudo
acabar convirtiéndose en un individualismo. Si bien incluso Stuart Mill
reconoció que la individualidad no es el único criterio para determinar
la bondad de las conductas (la conjugación de la individualidad y la colectividad es la única que garantiza la imposibilidad del daño), poco a poco
la libertad y la diversidad, condiciones necesarias de la individualidad,
fueron entendiéndose como condiciones del individualismo, acabando
por confundirse individualidad e individualismo 10.
Libertad y “propio interés, productividad y propiedad, división del
trabajo e individualidad... A esto hay que unir el hecho que se tiene como
“momento” a partir del cual se comienza a hablar de la economía moderna. La herencia de Locke (nos detendremos a hablar sobre eso más adelante al referirnos a la emancipación de la libertad) se irá imponiendo y
dará lugar a la separación de los ámbitos económico, político e ideológico. Por eso, libertad y “propio interés, productividad y propiedad, división del trabajo e individualidad, y todo ello unido a dicha separación de
los ámbitos de la vida, forman el conjunto que constituye las bases del
capitalismo que se propugnaron en los albores de la Modernidad y que
se han defendido durante siglos, pasando a formar parte de la identidad
colectiva del mundo occidental. Pero de la misma forma que los utópicos tuvieron claro el horizonte hacia el que caminar, también vieron con
claridad la necesidad desde el nacimiento de esa utopía de una educación
que permitiera que llegase a buen fin. La educación habría de ser, para
algunos, una competencia del Estado; para otros puede ser de igual manera competencia privada. Sea como fuere, los límites al poder se encontraron relacionados con la educación, y por eso Stuart Mill quiso instar
a que el Estado, aunque deba imponer la educación como obligatoria,
pues es un bien para la sociedad, no debe dirigirla: «Si toda la educación,
o la mayor parte de la educación de un pueblo, fuese puesta en manos
10
Cfr. ibíd., pp. 121. 131-132. 141. 147.
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LIBERTAD SIN INDIVIDUO
del Estado, yo me opondría a ello como el que más. Todos los esfuerzos
del Estado por influir en el modo de pensar de los ciudadanos sobre temas
discutibles son perniciosos» 11, señaló este autor con rotundidad.
1.3. Los retoques
Todos estos presupuestos utópicos de la economía capitalista (libertad y “propio interés; productividad y propiedad; división del trabajo e
individualidad; separación de los ámbitos económico, político e ideológico; educación) se fueron imponiendo, aunque modificados en parte
debido a las críticas. Schumpeter verá en los intelectuales la causa de la
ruina del capitalismo; Stigler 12, en disconformidad explícita con éste,
señalará que son los mismos empresarios y ejecutivos los que permiten
las reglamentaciones del mercado, pues son la élite de la sociedad y los
que en última instancia tienen el poder en el mercado. Sin negar lo del
último, creo que hay que sostener que las grandes críticas de algunos de
los autores y corrientes que a lo largo de los siglos hemos podido conocer, han modelado, junto con las justificaciones, el sistema capitalista en
el que hoy vivimos.
Como ya hemos señalado, la economía moderna se caracterizó (y aún
hoy) por su emancipación e independencia respecto de los órdenes político e ideológico (ético), además del resto de presupuestos. Pero también por su progresiva matematización. Ésta supuso la búsqueda de
aquella “objetividad” propugnada por la racionalidad moderna, lo que
llevó a la eliminación de todos los elementos sociológicos e históricos de
las consideraciones económicas. Comenzó a perderse, entonces, el cuidado del individuo concreto, real, y se empezó a considerar como un
igual entre iguales, pero en el sentido de un número entre los números
de la economía: cada individuo es un elemento “objetivo” más del mercado. No obstante, la unificación de las posturas clásicas y neoclásicas
favorecida por Marshall (ley de oferta y demanda) continuó avivando la
preocupación por el porvenir de las clases obreras. Para Marshall, la desi11
12
870
Ibíd., p. 200.
Cfr. STIGLER, G., Placeres y dolores del capitalismo moderno, p. 358.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
gualdad de clases sociales viene propiciada por las distintas ocupaciones
que desempeñan cada una (división del trabajo).
¿No es cierto que cuando decimos que un individuo pertenece a las clases obreras, pensamos más en el efecto que sobre él produce su trabajo
que en el efecto que provoca sobre su trabajo? ¿Si la tarea diaria que un
hombre desempeña le proporciona mayor cultura y refina su carácter,
por muy ordinario que sea el individuo en cuestión, no decimos que su
ocupación es la de un caballero? ¿Si su trabajo diario tiende a conservar
su carácter rudo y ordinario, por muy refinada que sea la persona que
lo realiza, no decimos que pertenece a las clases obreras? 13.
Y en este sentido no está lejos de las consideraciones que ya hicieran
Fergurson y Marx (no tanto Smith, aunque también): ocupaciones que
empequeñecen el desarrollo del hombre y que hacen que un obrero sólo
viva para trabajar. En definitiva, la distinción está condicionada por la
especialización o no especialización de los trabajadores, es decir, por la
formación que tengan, pues será lo que les permita desempeñar una ocupación u otra en el mercado. Una vez más, por tanto, la prosperidad de
las clases obreras dependerá de la educación (especialización), una acción
que puede ser tanto pública como privada 14 –señalará Marshall–. Sin
embargo, y aunque soterradamente ya aparece desde los comienzos, con
Marshall se verá claramente que la educación está unida a la producción:
la aparición de la clase media podrá tener lugar, entre otras cosas, si la
educación permite realizar un trabajo que sea socialmente reconocido,
que le permita alcanzar un estatus (en terminología weberiana); es, entonces, una educación para el mercado. Marshall busca un “refinamiento”
cultural, pero acaba por dar primacía a la ocupación sobre el refinamiento.
Esta tendencia se verá intensificada con la aceptación de los postulados del management científico tayloriano. Desde un fundamento igualmente utópico, Taylor sostiene que la “máxima prosperidad” para el
empresario y para cada uno de los empleados se alcanza con grandes dividendos para unos y salarios más elevados y máximas posibilidades de eficiencia para otros. Así, la educación que para Marshall estaba ligada a la
13
14
MARSHALL, A., Obras escogidas, FCE, p. 183.
Cfr. ibíd., pp. 197-198.
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ocupación productiva, para Taylor, además, aparece unida a la eficiencia:
para la máxima prosperidad será fundamental el adiestramiento y formación de cada uno de los individuos de la empresa de manera que sean
capaces de realizar el trabajo más complejo para el que sus habilidades
naturales los capaciten con el máximo ritmo y eficiencia 15. Este adiestramiento se encontrará en el ejercicio del trabajo con que la “tarea” a
desempeñar por parte de los trabajadores sustituye el juicio personal del
trabajador, como ya señalaran Ferguson, Marx y Marshall. El trabajo de
cada obrero está completamente planeado por el management, por lo
menos, con un día de antelación, y cada obrero recibe, en la mayoría de
los casos, instrucciones completas por escrito que describen en detalle la
tarea que debe realizar, así como los medios a utilizar para llevarla a cabo.
El trabajo preparado de este modo con antelación constituye la “tarea”.
Así, la descripción de la tarea específica no es tan sólo lo que debe hacerse sino cómo debe hacerse y el tiempo en que debe hacerse.
De esta forma, no desaparecen las desigualdades de clases: en la mayoría de los casos se necesita un tipo de hombre para estudiar y planificar
un trabajo y otro completamente distinto para ejecutarlo 16. Sin embargo, esa es precisamente la distinción que quiso eliminar Marshall, pues
uno piensa y el otro ejecuta; inevitablemente, habrá diferenciación de
estatus. Parece, entonces, que la división del trabajo, inevitablemente,
provoca distinción de clases sociales y desigualdades.
1.4. El imperialismo
En esa situación, el capitalismo se extendió por el mundo gracias a la
colonización llevada a cabo por parte de los países de economía capitalista. Eso fue lo que favoreció que se implantara la economía-mundo
capitalista y que Lenin llamó imperialismo. El desarrollo de éste se debió
al surgimiento del capital financiero, que posibilitó la sustitución de la
libre competencia por los monopolios capitalistas y los trusts, que acentúan las diferencias entre el ritmo de crecimiento de los distintos elementos de la economía mundial.
15
16
872
TAYLOR, F. W., Management científico, pp.161-164.
Cfr. ibíd., pp. 169-170.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
La libre competencia es la característica fundamental del capitalismo y de
la producción mercantil en general; el monopolio es todo lo contrario de
la libre competencia, pero esta última se va convirtiendo ante nuestros ojos
en monopolio, creando la gran producción, desplazando a la pequeña,
reemplazando la gran producción por otra todavía mayor y concentrando
la producción y el capital hasta el punto que de su seno ha surgido y surge el monopolio: los cárteles, los consorcios, los trusts, y fusionándose con
ellos, el capital de una docena escasa de bancos que manejan miles de millones. Y al mismo tiempo, los monopolios, que surgen de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima de ella, dando origen
así a contradicciones, roces y conflictos particularmente agudos y bruscos.
El monopolio es el tránsito del capitalismo a un régimen superior. 17
Por otro lado, la aparición del sector rentista dará origen a una aristocracia financiera que provocará de nuevo distinciones y desigualdades de
clase. Los monopolios, que han nacido de la libre competencia, ponen de
manifiesto las contradicciones entre la libertad de mercado y la tendencia
a la dominación y a la no libertad. 18 La lectura de Lenin parece, aunque
haga tiempo que escribió, una descripción de la situación económica actual.
1.5. El desajuste entre la utopía y la realidad
Llegados a este punto, es patente que el “espíritu del capitalismo”,
como lo llamó Weber, entendido como máxima de conducción de
vida 19, que para él es de matiz ético, ha sufrido una inversión: la riqueza perseguida por los utópicos no es ya un medio para la satisfacción de
las necesidades vitales materiales de los hombres, sino que éstos deben
adquirir y enriquecerse porque tal es el fin de su vida. 20 No obstante,
Weber propone que el afán moderno de lucro inmoderado no forma
parte de la racionalidad del “espíritu del capitalismo”.
17
18
19
p. 95.
20
LENIN, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Moscú 1945, p. 87.
Cfr. ibíd., pp. 108-119.
Cfr. WEBER, M., La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Méjico 2004,
Cfr. ibíd., p. 98.
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“Afán de lucro”, “tendencia a enriquecerse”, sobre todo a enriquecerse
monetariamente en el mayor grado posible, son cosas que nada tienen
que ver con el capitalismo. 21
Quizá en la teoría utópica no, pero la realidad demuestra que entre
ambas se produce un desajuste que obliga a afirmar que al sistema capitalista le corresponde como propio un afán inmoderado de lucro. Es éste
un afán que acaba con el libre mercado. O al menos lo dificulta, y en
esa misma medida termina con la libertad y con la igualdad del liberalismo. No termina con la productividad, quizá de momento, pero sí es
cierto que no es una productividad para todos, sólo para algunas clases
sociales (ahora a nivel mundial).
El libre mercado, cuyo fundamento teórico principal consiste en el
“propio interés”, y que posibilita una organización racional-capitalista
del trabajo formalmente libre, la separación de la economía doméstica
y la industria y la consiguiente contabilidad racional 22 (descripción del
capitalismo de Weber), en un espacio de libertad y autonomía respecto
de los ámbitos político e ideológico, no sólo no se da en la práctica sino
que, dada la reglamentación del mercado que hemos ido haciendo a lo
largo de los siglos, no se acepta “deliberadamente”. Por tanto, la pretendida autonomía del ámbito económico respecto de los otros no es
aceptable; de otro modo, debemos cambiar nuestra práctica cotidiana
desde hace varios siglos ya. Y si no es aceptable, se ha de denunciar la
incongruencia de las políticas que continúan sosteniendo los postulados
históricos del liberalismo en nuestros días en lo que a dicha separación
se refiere.
Conforme a lo anterior, por encima de las leyes del mercado están,
deliberadamente, las leyes emanadas de los ámbitos político e ideológico, pues son éstos, sobre todo el último, los encargados de enjuiciar el
ámbito económico. Caen, de nuevo, entonces, los postulados históricos
de la economía moderna, por los que los tres ámbitos, económico, político e ideológico habían de estar completamente separados hasta el punto de ser los tres autónomos entre sí.
21
22
874
Ibíd., p. 56.
Cfr. ibíd., p. 57-63.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
La constatación de la realidad mundial nos permite comprender que
el ámbito económico no está a salvo de cometer injusticias. Pero el juicio que pueda determinar tal situación viene de un ámbito que situamos,
deliberadamente, por encima del económico. No se sostiene, por tanto,
la prevalencia de la libertad del mercado sobre la libertad natural postulada por Adam Smith. Para él, existen dos tipos de libertad: aquella a la
que nos hemos referido ya, que es de carácter económico y, por añadidura, de carácter político desde el momento en que queda recogida como
un derecho por el ordenamiento jurídico (con la ley se persigue la garantía de que se pueda actuar libremente en el mercado); y la libertad natural, que es aquella por la que los hombres y las mujeres actúan de acuerdo a lo que son, sin más, porque pueden hacerlo. Aquel primer tipo de
libertad debería ser garantizado para que el comercio, causa generadora
de la riqueza, pueda desarrollarse conforme al “propio interés”. Por su
parte, el segundo tipo debe ser restringido cuando ponga en peligro la
seguridad de la sociedad y, en el caso que nos atañe, cuando pone en peligro el libre comercio 23: «Toda persona, en tanto no viole las leyes de la
justicia, queda en perfecta libertad para conseguir su propio interés a su
manera y para conducir a su trabajo y a su capital hacia la competencia
con toda otra persona o clase de personas» 24. Al ámbito ideológico le
compete la denuncia de las injusticias del mercado; al político, la elaboración de leyes y desarrollo de acciones que las impidan. Y con esto, se
señala igualmente la estrecha relación entre los ámbitos ideológico y político, separados también en los contextos de cultura liberal.
No es suficiente, por tanto, una libertad fundamentada por el “propio
interés” y que únicamente garantice la satisfacción del “propio interés”.
Como se comprueba, esa libertad queda sometida en la práctica cotidiana, al menos en teoría, al ámbito de la deliberación ideológica. Si el deseo
es lo que está en la base de todos los planteamientos capitalistas (Smith,
Simmel 25) puede que la pregunta adecuada no sea la de si debe ser así,
pues muchas son las ventajas de esta utopía, sino la de hacia dónde se debe
Cfr. SMITH, La riqueza de las naciones, p. 417.
Ibíd., pp. 659-660.
25 Cfr. POGGI, G., Dinero y modernidad. La filosofía del dinero de Georg Simmel, Buenos Aires 2006, pp. 77-80.
23
24
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LIBERTAD SIN INDIVIDUO
orientar ese deseo, es decir, ¿qué deseamos? Posiblemente, las desventajas
vengan por ese lado. Las injusticias, desigualdades, etc., puede que se deban
a que nuestros deseos, motores del capitalismo, se inclinan hacia realidades que no humanizan, o no lo hacen plenamente, a los seres humanos.
Pero aquella pregunta se puede formular de otra manera: “¿qué debo
desear?” No cabe duda de que esta pregunta, así expuesta, es una cuestión
de valores, de preferencias éticas. Ponerla delante como campo de reflexión implica romper (como ya hemos dicho) aquella ya vieja autonomía
de los tres órdenes económico, político e ideológico por la que éstas resultan independientes entre sí. Hacer de ellas tres realidades interdependientes
conlleva la defensa del “propio deseo” como motor de la economía pero
con la limitación de lo que se deba desear. En todos estos siglos, la independencia de los tres órdenes vitales de la sociedad y del individuo ha llevado a aquel “propio interés” a un individualismo, a una “exterioridad” y
a un materialismo en la medida en que esos mismos órdenes prevalecen
sobre el individuo. Es necesaria, pues, la reintegración vital de todas esas
realidades que únicamente puede conseguirse alcanzando la auténtica libertad: la exterior (negativa y positiva) y la interior.
Y si la libertad depende de la deliberación de la comunidad también
y no sólo de la falta de coacción, la educación, ya propugnada como
necesaria desde Adam Smith y desde él por muchos otros, no puede ser
únicamente el cauce para la especialización en el mercado con fines al
logro de la igualdad, sino, junto a eso, la vía para lograr la capacitación
para la deliberación en comunidad y para la comunidad, de forma que
la sola educación para la obtención de especialistas excluye de tal deliberación y condena a la exclusión social. Compete a los ámbitos político y, como hemos visto, privado, orientar la educación de tal manera
que se retome la transmisión de sabiduría y no se quede sólo en una
mera adquisición de ciencia práctica con la vista puesta en el acceso al
mercado laboral. Ambas cosas son imprescindibles.
1.6. Logros e infortunios
Si algo puede quedar como evidente después de este recorrido por el
capitalismo, es la doble cara de la realidad que propone. Por eso, nadie
puede negar sus muchos logros, pero tampoco nadie sus muchos incon876
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
venientes. En clave sociológica, con la ayuda de Simmel, podemos señalar la indolencia y la soledad en la que viven muchos de los habitantes
de las grandes ciudades como fruto de la vida del sistema capitalista.
Simmel reflexiona sobre “las grandes urbes y la vida del espíritu”, y desde ahí ofrece una perspectiva crítica sobre las sociedades modernas. Por
medio de una frase especialmente significativa, deja entrever su postura, de
la que, con él, extraemos varias conclusiones. Simmel dirá que «en el transcurso de toda la historia inglesa, Londres nunca actuó como el corazón de
Inglaterra, a menudo actuó como su entendimiento y siempre como su
bolsa». El espíritu moderno se ha convertido cada vez más en un espíritu
calculador 26. Economía monetaria y domino del entendimiento están, para
este autor, en la más profunda conexión. Les es común la pura objetividad
en el trato con hombres y cosas, en el que se empareja a menudo una justicia formal con una dureza despiadada. El hombre puramente racional es
indiferente frente a todo lo auténticamente individual, pues a partir de esto
resultan relaciones y reacciones que no se agotan con el entendimiento lógico. El dinero sólo pregunta por aquello que les es común a todos, por el
valor de cambio que nivela toda cualidad y toda peculiaridad sobre la base
de la pregunta por el mero cuánto. Pero ocurre que «todas las relaciones
anímicas entre personas se fundamentan en su individualidad, mientras
que las relaciones conforme al entendimiento calculan con los hombres
como con números, como con elementos en sí indiferentes que únicamente
tienen interés por su prestación objetivamente sopesable» 27. Siendo esto
así, es necesario hacer notar que la forma de vida está condicionada por el
mero cálculo de intereses: «La puntualidad, calculabilidad y exactitud que
las complicaciones y el ensanchamiento de la vida urbana imponen a la
fuerza al individuo, no sólo están en la más estrecha conexión con su carácter económico monetarista e intelectualista, sino que deben también colorear los contenidos de la vida y favorecer la exclusión de aquellos rasgos
esenciales e impulsos irracionales, instintivos, soberanos, que quieren determinar desde sí la forma vital, en lugar de recibirla como una forma geneSIMMEL, G., Las grandes urbes y la vida del espíritu, en ÍD., El individuo y la
libertad. Ensayos de crítica de la cultura, p. 250.
27 Ibíd., p. 249.
26
877
LIBERTAD SIN INDIVIDUO
ral, esquemáticamente precisada, desde fuera» 28. Pero esta configuración
calculadora de la vida conduce, para Simmel, a un estado de indolencia.
Junto a la aparición como individuos indolentes, los urbanitas también
se muestran como vecinos fríos y sin sentimientos. La actitud de los urbanitas entre sí puede caracterizarse como “de reserva”, que no es sólo una
indiferencia frente a los otros, sino que, conforme al parecer de Simmel,
con más frecuencia de la que somos conscientes, también es una silenciosa aversión, una extranjería y repulsión mutua, que en el mismo instante
de un contacto más cercano provocado de algún modo, redundaría inmediatamente en odio y lucha. Esta actitud negativa de “reserva”, sin embargo, se vive desde otro aspecto como positiva, porque surge como una nueva forma de ropaje que confiere al individuo una especie y una medida de
libertad personal para las que en otras relaciones no hay absolutamente
ninguna analogía. Echando un vistazo a las formaciones sociales, tanto
históricas como a las que se estaban formando en su años, Simmel propone que «cuanto más pequeño es el círculo que conforma nuestro medio
ambiente, cuanto más limitadas las relaciones que disuelven las fronteras
con otros círculos, tanto más recelosamente vigila [el urbanita] sobre las
realizaciones, la conducción de la vida, los sentimientos del individuo, tanto más temprano una peculiaridad cuantitativa o cualitativa haría saltar
en pedazos el marco de fondo». Pero ya sea una reserva como indiferencia, ya como libertad, el caso es que conduce a la soledad.
«Pues la reserva e indiferencias recíprocas, las condiciones vitales espirituales de los círculos más grandes, no son sentidas en su efecto sobre la
independencia del individuo en ningún caso más fuertemente que en la
densísima muchedumbre de la gran ciudad, puesto que la cercanía y la
estrechez corporal hacen tanto más visible la distancia espiritual; evidentemente, el no sentirse en determinadas circunstancias en ninguna otra parte tan solo y abandonado como precisamente entre la muchedumbre urbanita es sólo el reverso de aquella libertad. Pues aquí, como en ningún otro
lugar, no es en modo alguno necesario que la libertad del hombre se refleje en su sentimiento vital como bienestar» 29.
28
29
878
Ibíd., p. 251.
Cfr. ibíd., pp. 253-256.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
Por su parte, Schumpeter nos hizo ver que, por lo que se refiere a la
prestación económica, no se sigue que los hombres sean “más felices” o
“se encuentren más a gusto” en la sociedad de hoy que en un feudo o en
una aldea medieval; en cuanto a la prestación cultural, puede aceptarse
cada una de las ventajas del sistema y, no obstante, odiarse desde el fondo del propio corazón su utilitarismo y la completa destrucción de valores espirituales que lleva consigo. Además, uno puede interesarse menos
por la eficiencia del sistema capitalista para producir valores económicos y culturales que por la especie de seres humanos configurados por el
capitalismo y dejados después abandonados a sus propios recursos, es
decir, en libertad para estropear sus vidas. 30
De sus muchos logros podemos decir, también con Schumpeter, que
a este espíritu del individualismo racionalista se deben, por ejemplo, el
hecho de que nunca haya habido tanta “posibilidad” de libertad personal –espiritual y corporal– para todos; que nunca haya habido tan buen
ánimo para tolerar e incluso para financiar a los enemigos mortales de
la clase dominante; que nunca haya habido una simpatía tan efectiva
por los sufrimientos reales y fingidos; nunca tan buena disposición para
aceptar cargas sociales como en la moderna sociedad capitalista. Además, la civilización capitalista, al desaprobar la ideología guerrera que
choca con su utilitarismo “racional”, es fundamentalmente pacifista y se
inclina a insistir en la aplicación de los preceptos morales de la vida privada a las relaciones internacionales. Y, cómo no, es indudable la gran
aportación tanto en términos de riqueza como de cultura que hace el
orden capitalista. 31 En la misma línea, Keynes nos resume otros logros
del libre mercado como son la eficacia de la descentralización y del juego del “interés personal”; el individualismo como la mejor salvaguarda
de la libertad personal, si puede ser purgado de sus defectos y abusos; y
el individualismo como la mejor protección de la vida variada. 32
Cfr. SCHUMPETER, J. A. Capitalismo, socialismo y democracia, Barcelona
1984, p. 178.
31 Cfr. ibíd., pp. 175-176. 178.
32 Cfr. KEYNES, J. M., Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE
1943, p. 334.
30
879
LIBERTAD SIN INDIVIDUO
2. CONSECUENCIAS
2.1. La emancipación de la libertad
No es espontánea ni casual la aceptación de una libertad de mercado
sin restricción ni sometimiento alguno. Como siempre, las ideas se mueven y desarrollan en todos los ámbitos humanos al mismo tiempo. Si
Smith llegó a formular sus tesis económicas como lo hizo fue porque ya
se venía gestando una visión en ese sentido en el pensamiento de otros
autores. Sin ser tampoco el primero, ya Locke se pronunciaba como sigue:
[...] estimo necesario, sobre todas las cosas, distinguir exactamente entre
las cuestiones del gobierno civil y las de la religión, fijando, de este
modo, las justas fronteras que existen entre uno y otro 33.
Bien se entiende el problema de que la religión ostente el poder político, como se entiende si ocurre al revés 34. Y la solución que desde aquellos tiempos se viene defendiendo y que está resuelta en las democracias
avanzadas, ha facilitado grandes avances para la convivencia y más que
estimables logros a nivel de libertad y autenticidad personales. Sin
embargo, hay que aceptar otra consecuencia, para unos positiva, para
otros no tanto. Con el tiempo, el establecimiento de aquellas fronteras
ha llegado, en su generalización, al terreno de lo ideológico y de lo ético: desde el postulado de la tolerancia de Locke, se fue separando, poco
a poco, el orden político del orden ideológico y ético. Y, como decía,
esto es ventajoso en algunos aspectos, no tanto en otros, máxime cuando el plano ideológico no es separable en ninguna persona del resto de
los ámbitos de su vida. Se exige, entonces, que ningún orden ideológico externo al orden político interfiera sobre éste; pero el orden político
no puede inhibirse de su propio carácter ideológico.
Una primera observación sobre esta separación permite constatar el
hecho de que para salvaguardar la buena convivencia, el buen funcionamiento de la democracia y la correcta actividad política de cualquier
injerencia ideológica se llega a postular la consecuencia última: que todos
33
34
880
LOCKE, L., Carta sobre la tolerancia, Madrid 1985, p. 8.
Cfr. ibíd., pp. 9ss.
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
los ciudadanos puedan hacer lo que quieran, vivir como quieran, y obtener derecho a ello amparándose en la mayor de las libertades, la que permite a cada uno hacer lo que desee y vivir como desee, siempre y cuando esto no implique que a causa de ello otros no puedan ejercer esa misma libertad.
Llegados a este punto, hemos alcanzado la misma situación a la que
se llega por el orden económico. Así, la independencia del orden económico con respecto al político y al ideológico y ético, y la independencia del orden político con respecto al económico (si bien en la práctica no se da) y al ideológico y ético, ha asentado en el plano político
una concepción de libertad como la del mercado, “a la carta”, cuyo fundamento no es el individuo social sino el individualismo, que puede
incluso llegar a ser hasta destructor de la sociedad (podemos encontrar
sobrados ejemplos en el siglo XX).
La herramienta jurídica de este tipo de libertad es el “positivismo jurídico”, ya que su única fundamentación es la de una demanda mayoritaria de la población, exactamente lo mismo que ocurre en el libremercado. Y más aún, ni siquiera se requiere una mayoría del pueblo que
demande; en la práctica, es suficiente que una minoría reclame derechos
para que, si lo que se pide no lesiona los derechos de otros, se acepte y
se establezca por vía jurídica.
La cuestión que subyace en este debate es el dominio de unos sobre
otros y la competencia y alcance de éste. 35 Pero conviene hacer notar
que aunque se acepte la separación de los dominios y con ello la diferenciación entre el orden político y el ideológico (Locke se refiere concretamente al religioso), es decir, se aclare la competencia sobre la ley y
el castigo, con ello no se está proponiendo, no puede hacerse porque no
es lo mismo, que no se pueda intervenir en el orden político cuando se
produce polémica a causa de la confrontación entre maneras diferentes
de entender la realidad, el mundo, la sociedad. ¿En función de qué se
toman las decisiones políticas si no es considerando la manera de entender el mundo de cada uno? Al final, todos los ciudadanos ejercen su
35
Cfr. ibíd., p. 34.
881
LIBERTAD SIN INDIVIDUO
derecho al voto siendo coherentes con sus propios valores, y ese es el
campo estimativo, el ámbito de la ética, que es subjetivo en última instancia, y que está en íntima conexión, si es que no se identifica, con lo
que en general se viene a denominar campo de la ideología.
El hombre y la mujer del siglo XXI creen que su política se asienta
sobre bases ideológicas objetivas, pero, además de ser ideológicas, no son
completamente objetivas. Y menos aún si el fundamento de la política
y de la sociedad política es la libertad ejercida conforme a demanda: una
libertad de mercado, de compra-venta, de consumo..., “a la carta”. Éste
es, sin duda, el mayor grado de subjetividad: cuando todo depende de
cada uno de los sujetos, de los individuos, sin más consideración que la
del mercado (que nadie impida que consuma lo que quiera; que nadie
impida que haga lo que quiera, que viva como quiera...).
¿Es realmente un problema la libertad a demanda? Por una parte, la
libertad a demanda no presenta ningún problema. Basta que lo que se
decida hacer no lesione ningún derecho de otro ciudadano. Más aún,
que nada de lo que se decida hacer vaya en contra de los Derechos
Humanos. Pero, por otra, sí encontramos algunos puntos conflictivos.
Tomemos, por ejemplo, el trato preferente. En ocasiones se toma en
consideración lo que se ha llamado “discriminación positiva” o “trato
preferente”. Deliberadamente, por parte de los Gobiernos, pero aceptado por la mayor parte de los ciudadanos, se vulnera el Derecho para
lograr la justicia, que no estaba conseguida fácticamente. Con ello se
lesionan derechos civiles de unos, pero se consigue un bien para otros,
y eso se jerarquiza: por encima de la no vulneración de algunos derechos
está la justicia. Si se permite el trato preferente, hay que asumir que,
como principio, el criterio de la libertad a demanda, únicamente basada en el propio interés del individuo, no es siempre válido; en ocasiones es el criterio social, comunitario, el que predomina. Pero la libertad,
entonces, ya no sería libertad a demanda.
El segundo punto de conflicto lo encontramos, precisamente, en el
mismo criterio. La libertad por la que cada uno decide lo que quiera
mientras no lesione derechos de los otros, toma como único criterio la
voluntad del sujeto, del individuo. Sin embargo, sus límites últimos hoy
882
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
los ponemos en los Derechos Humanos. Tienen éstos de peculiar que
son el acuerdo por el que se sostiene que, conforme a la naturaleza del
ser humano, las conductas que vayan en contra de lo que en él se dice
no habrán de ser permitidas. La conducta de los sujetos, de los individuos, por tanto, está supeditada no a la voluntad de ellos mismos, sino
a la naturaleza del ser humano. El inconveniente nos asalta al darnos
cuenta de que funcionamos con la jerarquización de libertades que arrastramos desde Adam Smith (ya hemos aludido a ello): la libertad de mercado (a nivel político, la libertad a demanda) la hemos situado por encima de la libertad natural; ésta puede ser restringida; aquella, dada su
independencia respecto de los otros órdenes, no puede serlo.
Además, cabe preguntarse lo siguiente: ¿quién decide lo que forma
parte de la naturaleza y quién no?; ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la naturaleza del ser humano? Al margen de las respuestas a estas
preguntas, lo cierto es que por un lado se está pretendiendo que la libertad esté únicamente regida por la voluntad del sujeto; por otro, dicha
voluntad resulta que no es absoluta, pues “lo natural” tiene la última
palabra. Ocurre que en última instancia, lo que sea lo natural depende
de la manera de entender el mundo de los que tengan la competencia
de determinar qué sea “lo natural”. Junto a esto, lo que sea “lo natural”,
¿queda totalmente recogido en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos? ¿Y cómo si no es por un interés comunitario, lejos del individualista, a demanda, se puede propugnar una declaración de ese tipo?
¿Quién puede sostener rotundamente que si actúo teniendo únicamente en cuenta mi voluntad, aunque no lesione derechos de otros, no estoy
yendo en contra de la naturaleza humana? ¿Cuál es el fundamento “objetivo” que puede llevar a decir que la Declaración de los Derechos Humanos no es sencillamente un mero acuerdo y que como tal puede variar
o incluso desaparecer? ¿Qué diferencia de concepto existe entre los Derechos Humanos, naturales, y cualquier otro basado en una concepción
diferente del mundo? ¿Por qué una no es ideología y la otra sí? Y si también fuese ideología, ¿cómo separarla del orden político? Puede parecer
que estas digresiones estén fuera de lugar en la exposición que nos ocupa, pero no es así. La libertad de la civilización capitalista hunde sus raíces en estas cuestiones, libertad que tiene consecuencias importantes.
883
LIBERTAD SIN INDIVIDUO
Este contexto de libertad reduccionista favorecerá, tras el surgimiento de las sociedades de consumo masivo, un cambio importante en el
postulado liberal del “propio interés”: el “propio interés” de quienes
demandaban libertad para producir y comerciar no es el “propio interés” de quienes demandan libertad para consumir. Quien demandaba
libertad para producir y comerciar pensaba en un interés colectivo; quien
demanda libertad para consumir piensa únicamente en sí mismo, pues
el consumo no es un acto colectivo sino individual. La libertad para el
comercio busca cubrir las necesidades de sus comerciantes; la libertad
para el consumo únicamente se fija en la oferta y la demanda. La búsqueda de individualidad se ha tornado individualismo, que se opone a
una visión comunitaria. Pero la libertad a demanda que de aquí emana
no es válida en multitud de ocasiones de la vida cotidiana (el trato preferente y los límites que marcan los Derechos Humanos son sólo algunos ejemplos); predomina el criterio comunitario.
2.2. El olvido del individuo
Toda esta realidad no puede ser entendida más que como una “civilización” (mucho más que un mero sistema económico). Es toda una
concepción de la vida y el mundo, del ser humano y de sus relaciones.
Pero en este universo capitalista, aun manteniéndose teóricamente los
mismos postulados utópicos con que nació, la realidad obliga a considerar algunas modificaciones en la práctica cotidiana de sus individuos.
En una economía de consumo postindustrial y financiera, el “propio
interés” se ha desvinculado de lo económico; la titularidad anónima del
capital y su flujo mundial han conducido a esta situación, pues la mayor
parte de la población se ha convertido en asalariada de las multinacionales de forma que el comercio se mueve por el “propio interés” de los
rentistas y accionistas. El “propio interés” que pedía la libertad de mercado que garantizara el comercio ha quedado desplazado a la mera libertad política al margen del mercado. Y así, la libertad se traduce en un
derecho a que nada ni nadie suponga una restricción a lo que quiera
hacer cada individuo. Pero esta libertad acaba con las pretensiones utópicas del capitalismo, ya que ni sostiene la libertad del mercado ni garan884
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
tiza la igualdad: la riqueza de las naciones depende de la libertad política y la libertad política de que todos seamos considerados iguales; la
igualdad, por su parte, sólo puede ser real si todos tienen los bienes necesarios para subsistir, pero eso viene dado por el libremercado, generador
de la riqueza de las naciones.
Estas afirmaciones se entienden bien si nos retrotraemos, de nuevo,
al contexto que originó la libertad a la que estamos aludiendo. Aquél fue
un tiempo revolucionario en lo político, en lo ideológico, en lo económico, en lo social... Hablar de 1776 es referirse a la independencia de
los Estados Unidos de Norteamérica; es fijar la mirada en la Escocia y
la Inglaterra que abren las puertas del libremercado; es situarnos en las
vísperas de la Revolución Francesa. Y, por supuesto, no son realidades
independientes: como hemos dicho, la riqueza de las naciones va a
depender de la libertad política y de la igualdad. Esto es lo que nos permite entender el lema de la Francia revolucionaria: Libertad, igualdad y
fraternidad. Pero éste no es viable, como acabamos de indicar, sin situarlo dentro de su contexto. Así, este lema debe verse ampliado y aunque
no se expresó históricamente de este modo, sí que se denunció y demandó socialmente: Libertad, igualdad, fraternidad y productividad 36.
En este lema se asientan las democracias modernas. Pero con el paso
de los siglos, dichas democracias han fijado su mirada únicamente en la
perspectiva de la libertad: se han establecido unas libertades meramente “legales”. La consecuencia es que poco importa la realidad vital y concreta del individuo, éste sigue teniendo derechos, y mientras nadie atente contra ellos y los vulnere (herencia de Locke y Stuart Mill), sigue siendo “libre”. Esto, a mi modo de ver, constituye el reduccionismo liberal.
Ya hemos señalado cómo la libertad, la igualdad y la fraternidad y la
productividad son realidades que no pueden separarse; sin una de ellas
no se dan las otras. Y la libertad “legal”, meramente jurídica, no garantiza ni la igualdad vital de los individuos ni la propiedad necesaria para
En esta postura, que ve ampliado el lema histórico de la Revolución Francesa, soy deudor del pensamiento del profesor Pedro González-Arroyo, de la Universidad de Valladolid.
36
885
LIBERTAD SIN INDIVIDUO
dicha igualdad. Es más, ni siquiera se garantiza a sí misma, pues si ésta
no garantiza a las otras y de las otras depende la primera, tampoco se puede ver garantizada ella misma. Es cierto que la libertad política, jurídica,
garantiza la igualdad jurídica: «Si los derechos naturales han sido otorgados junto con la naturaleza del hombre, de allí resulta que todos los
hombres son iguales en derecho» 37. Pero esta igualdad, como aquella
libertad, resulta demasiado abstracta, tanto que, por atender a un ente
universal, no responde a toda la realidad vital del individuo. La libertad
no se refiere únicamente a la acción externa, a lo que cada individuo puede o no hacer, aunque también, y por eso es un bien. La libertad plena
se refiere a la propiedad y a la vida digna, junto a ella misma, como elementos constitutivos de la entidad humana, universal y concreta, vital.
Si la libertad, la igualdad, la fraternidad y la productividad son realidades inseparables es debido a que la libertad, la vida digna y la propiedad
son los tres elementos básicos fundamentales del ser humano. La libertad, la vida digna (humana) y la propiedad son los tres derechos humanos naturales fundamentales. La libertad jurídica, política, liberal, “legal”,
se olvida del individuo porque no considera la vida digna (que es mucho
más que sencillamente no estar muerto) y porque no garantiza, necesariamente, la propiedad suficiente para sobrevivir ni para vivir dignamente.
La consecuencia del olvido del individuo es la afirmación polarizada
de la libertad, lo que supone, como decía, un reduccionismo. El pluralismo implica libertad negativa, pero también positiva: no es suficiente
la falta de coacción; se necesita igualmente la posibilidad real y efectiva
de poder llevar a cabo, vitalmente, los fines humanos múltiples. 38 No
obstante, tampoco ambas libertades en conjunto son suficientes; se precisa contemplar al individuo en su conjunto.
Ciertamente, tanto la libertad negativa como la positiva se desarrollan en el campo de la política. Pero olvidar al individuo es hacer creer
a este mismo que su libertad únicamente se extiende en el campo político. Los pensadores actuales distinguen una libertad para y otra liberCfr. GROETHUYSEN, B., Filosofía de la Revolución Francesa, Méjico 1989,
p. 191.
38 Cfr. BERLIN, I., Sobre la libertad, Henry Hardy (ed.), Madrid 2004, p. 254.
37
886
GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
tad de. No se trata en este momento de perdernos en clasificaciones y
en una multitud de nombres, sino de hacer notar que la independencia
de los tres órdenes a los que venimos haciendo referencia ha conducido
a pensar, erróneamente, que la libertad se refiere únicamente a lo político. El individuo, como sujeto concreto, agente y actor irreemplazable,
se vive y se necesita a sí mismo como libre más allá de la política. Y dado
que es en la conjugación de los tres órdenes (económico, político e ideológico) como se desarrolla en plenitud, como sujeto integrado, llevando a efecto sus tres derechos fundamentales, libertad, vida digna y propiedad, la vivencia de la libertad como exclusivamente negativa, o positiva, o incluso como ambas cosas, no es suficiente. La libertad política
es una libertad “externa”, de la acción, pero necesita verse complementada por una libertad que se refiera al hombre interior, donde el sujeto,
el individuo, enraíza sus acciones. No basta con la consideración de la
libertad exterior que garantiza la posibilidad de las acciones; es necesario tener en cuenta que aquellos actos que se puedan realizar con libertad objetiva garantizan la vivencia subjetiva de la vida digna, pues es ésta,
la vida digna, un derecho fundamental natural humano. Junto a la multitud de fines humanos, entonces, debemos considerar las notas referidas a la vida digna que atañen a su naturaleza fundante. Es decir, la vida
humana será digna si responde a la naturaleza que lo constituye, y no
solamente a la voluntad (por eso es un derecho natural fundamental
humano); la garantía de la vida digna, no obstante, debe recoger asimismo la posibilidad de llevar a efecto la multitud de los fines humanos
que no contradicen aquella naturaleza. De otra manera, no sería posible hablar de derechos humanos.
Por eso, la capacidad natural de elección, que los filósofos llaman física, y que tradicionalmente se ha llamado libre albedrío, y que es común
a todo ser humano, puede ser una libertad abusiva en algún sentido y
una libertad reducida a su mínima expresión en otro. Sería abusiva si, al
hacer lo que nos apetece, no hacemos algo bueno libremente. Se reduce la libertad porque hay otros campos, como el moral y el de la persona interior, en los que la libertad debe verse igualmente realizada.
887
LIBERTAD SIN INDIVIDUO
Conclusión
La conclusión última es que el bien común de la colectividad de individuos buscado en aquel utópico origen del liberalismo ha desaparecido; la consecuencia es el olvido del individuo. El sistema económico
capitalista funciona a nivel global, pero a nivel individual provoca, en
ocasiones y en muchos casos concretos, sufrimiento y penalidades. La
“destrucción creativa” de Schumpeter, que ya señalara Marx 39, no tiene
en cuenta las vidas concretas de los individuos ni de sus realidades. La
emancipación de la economía ha provocado el olvido del individuo concreto. De acuerdo con Stigler, el problema es que a largo plazo no se tiene en cuenta ni a la empresa concreta ni al individuo; por otro lado, a
corto plazo, cada uno mira por sí mismo y no por la comunidad. Pero
este es un planteamiento egoísta, como él mismo reconoce 40. La liberCfr. MARX, Manifiesto del Partido Comunista, pp. 28-29. Cfr. SCHUMPETER,
Capitalismo, socialismo y democracia, pp. 120-121.
40 Cfr. STIGLER, Placeres y dolores del capitalismo moderno, p. 368.
¿Por qué los responsables de la crisis financiera mundial que estamos sufriendo
han sido relegados de sus cargos y puestos laborales previa multimillonaria indemnización, mientras que quienes nada tuvieron que ver pierden sus trabajos quedando en muchos casos bajo el más crudo de los desamparos? ¿Por qué una mala
gestión financiera no supone una injusticia teniendo en cuenta la responsabilidad
que frente a terceros se tenía y sin embargo es justo que, conforme a las leyes del
mercado, los que menos medios para subsistir tienen se queden sin la posibilidad
de vivir dignamente? ¿Por qué es justo que el que no hace bien su trabajo sea por
ello más rico, mucho más rico que antes, y que el que honradamente cumplía con
su deber día tras día ahora no pueda contribuir al bienestar de su familia o al suyo
propio? De acuerdo con el pensamiento de Adam Smith, la libertad natural debería ser restringida cuando pusiera en peligro la seguridad de la sociedad. Pero la
libertad del mercado no encuentra restricciones. Las leyes del mercado, como
vemos, también permiten acabar con la seguridad de la sociedad. ¿Es posible, entonces, que las consecuencias del libremercado puedan ser en ocasiones injustas?
Desde otra óptica, el libremercado funciona perfectamente. Continuando con
el ejemplo de la crisis actual, parece que nada se está comportando al margen de
las leyes del mercado: los que no han resultado competitivos en su trabajo se han
quedado sin él; las empresas que, a causa de la crisis, han dejado de ser competitivas tienen que cerrar y generar desempleo o bien reajustarse, si es posible, generando igualmente, entre otras cosas, desempleo. A largo plazo, es de suponer que
se salga de la crisis y con las reformas económicas que permitan la reactivación, el
39
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tad de mercado, por tanto, deja sin libertad, en ocasiones y en muchos
casos a multitud de individuos, dada la relación entre la libertad, la igualdad y la productividad. ¿Será, quizá, porque de lo que no se habla en
este tipo de literatura, a pesar de estar presente desde el comienzo, es de
la fraternidad?
Únicamente la libertad que es capaz de conjugar la exterioridad del
individuo (libertad negativa y positiva) y su interioridad (libertad interior) será la que permita al ser humano caminar hacia la integración de
sus tres derechos fundamentales: libertad, vida digna y propiedad. La
emancipación del orden económico y político entre sí y respecto del ideológico rompe esa conjugación de libertades que es la que considera al
individuo en su vida concreta. Otra cosa escinde al individuo y lo propone como algo únicamente “exterior” y así deshumanizado. No debemos minusvalorar los logros que ha traído la separación de competencias de los tres órdenes, pero sí hemos de indicar que, tal y como se viene entendiendo (fronteras inquebrantables) esa separación provoca una
cierta deshumanización del ser humano porque se olvida de él como
individuo. El orden ideológico, ético, se necesita para integrar los tres
derechos fundamentales, eso sí, con diálogo, sin imposición y salvando
tanto la libertad negativa como la positiva.
Libertad (de mercado –libre competencia- y política) y “propio interés; productividad y propiedad; división del trabajo e individualidad;
separación de los ámbitos económico, político e ideológico; educación...
Todo ello debe garantizar los tres derechos fundamentales del ser humano: libertad, vida digna y propiedad. En la medida en que no sea así, la
civilización capitalista debe ser corregida. El olvido del individuo (individualismo, paradójicamente) puede comenzar a ser corregido, quizá, si
libremercado, que no se interrumpió, siga su curso y se mantenga como generador de riqueza para la sociedad en su conjunto.
El drama, no obstante, no es para la sociedad en su conjunto ni se da en las
consideraciones a largo plazo. El drama tiene lugar en la vida individual y familiar de quienes a corto plazo no consiguen ser competitivos en el mercado. Se quedan fuera, sin medios y sin posibilidades. Pero ya hemos señalado cómo esto no
siempre es justo.
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comenzamos a reflexionar sobre la asignatura pendiente del pensamiento
liberal: la fraternidad. Aparece ésta en la actualidad como un compromiso liberal olvidado.
Sirvan para terminar las siguientes proposiciones:
PROPOSICIÓN 1. Limitación del “propio interés”.
El “propio interés” inmoderado es la puerta abierta a la injusticia.
PROPOSICIÓN 2. Inversión de la jerarquía smithiana.
La libertad natural debe situarse jerárquicamente por encima de la
libertad de mercado.
PROPOSICIÓN 3. Aceptación de cierta desigualdad.
La división del trabajo es generadora de desigualdades, pero éstas no
son siempre necesariamente injustas. La búsqueda de la igualdad no
es una pretensión de igualitarismo.
PROPOSICIÓN 4. Integración de los tres ámbitos de la vida (económico,
político e ideológico) y rechazo del “reduccionismo liberal”.
PROPOSICIÓN 5. La individualidad implica “individuación” y “colectivación” 41.
PROPOSICIÓN 6. Rechazo del individualismo.
PROPOSICIÓN 7. Tesis histórica:
Libertad, igualdad, fraternidad y productividad.
PROPOSICIÓN 8. Tesis de la moderna sociedad:
Libre mercado, libertad exterior (negativa y positiva) e interior, igualdad y propiedad suficiente.
PROPOSICIÓN 9. Tesis existencial:
Los tres derechos fundamentales del ser humano son la libertad, la
vida digna y la propiedad.
PROPOSICIÓN 10. El olvido del individuo se muestra en el hecho de que
la fraternidad sea el compromiso liberal olvidado.
No me animo a usar el término “colectivización” por sus connotaciones
históricas.
41
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GONZALO SERRA FERNÁNDEZ, OSA
Cronología de los autores comentados
John Locke ................................ 1632 - 1704
Adam Ferguson ......................... 1723 - 1816
Adam Smith .............................. 1723 - 1790
Karl Marx .................................. 1818 - 1883
Stuart Mill ................................. 1806 - 1873
Alfred Marshall .......................... 1842 - 1924
Frederick Winslow Taylor .......... 1856 - 1915
Lenin ......................................... 1870 - 1924
Max Weber ................................ 1864 - 1920
Georg Simmel ........................... 1858 - 1918
John Maynard Keynes ............... 1883 - 1946
Joseph Alois Schumpeter ........... 1883 - 1950
George Joseph Stigler ................ 1911 - 1991
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