Cómo nacen los pueblos - Matxingunea

Cómo nacen los pueblos
Miquel Vidal i Millan
Publicado por Matxingune taldea en 2013
Resumen
El número de lenguas no empezó a bajar de golpe hasta hace quinientos años, cuando los europeos «encontraron»
a las poblaciones de África, América, Asia y Oceanía. ¿Cuántos miles de lenguas habrán desaparecido en los
últimos cinco siglos? ¿Y qué futuro tendrán otras tantas que subsisten a duras penas? Incluso en Europa, ¿quién
habla todavía el bajo alemán, que hace cien años era la lengua popular del norte de Alemania, de Prusia a los Países
Bajos? ¿O el occitano, que hace pocos decenios aún contaba con varios millones de hablantes?
Tabla de contenidos
Un estudio pluridisciplinar ................................................................................................... 1
Base zoológica y mitos raciales ............................................................................................ 2
Marcos geográficos ............................................................................................................. 4
Industrias paleolíticas .......................................................................................................... 4
Primeros movimientos y ruta del Índico ................................................................................. 5
Del trópico a los límites del ecúmene .................................................................................... 5
¿Quién empezó a hablar? ..................................................................................................... 6
Taxonomía lingüística ........................................................................................................ 7
Del paleoglótico al neoglótico .............................................................................................. 9
Lenguas del imperio .......................................................................................................... 9
Genocidios y etnocidios ..................................................................................................... 10
Viejas y nuevas identidades: un futuro abierto ....................................................................... 11
Bibliografía ...................................................................................................................... 11
Primera parte. Origen y primeras migraciones de los seres humanos
Un estudio pluridisciplinar
Las poblaciones de Homo sapiens empezaron a diversificarse hace unos cien mil años. Varias disciplinas
pueden ayudarnos a trazar el camino seguido desde los orígenes; vamos a citar las cinco principales, por
orden alfabético.
La antropología investiga la serología, la antropometría, la coloración de la piel, los dermatoglifos,
etcétera; cada uno de estos estudios presenta una «clasificación» distinta de la humanidad: por ejemplo,
desde un punto de vista serológico, los vascos son muy distintos de los demás pueblos de Europa [Valls
1980, p. 547], pero eso no significa que sean parientes cercanos de los amerindios, que también son en su
gran mayoría del grupo sanguíneo 0. Incluso podríamos ir más allá de la barrera específica: la mayoría de
1
Cómo nacen los pueblos
papiones son del grupo B, que es totalmente desconocido entre los chimpancés, entre los que predomina el
grupo A, y es evidente que eso no significa que un ser humano del grupo B se encuentre a menor distancia
filogenética de los papiones que de los chimpancés. Otro problema con la serología es que no sirve para
los fósiles, aunque a mediados del siglo XX se creó la paleoserología para estudiar el grupo sanguíneo
de las momias. El dato más mediatizado de los que describe la antropología es el color de la piel, pero
este se limita a indicar la cercanía a la zona tropical: hay pueblos «oscuros» en África, el sur de la India,
Melanesia y la Amazonia, sin que ello signifique ningún tipo de parentesco particular (es fácil darse cuenta
de que esos pueblos habitan generalmente las zonas que reciben mayor radiación solar).
La arqueología nos muestra los restos óseos de nuestros ancestros, así como muchas herramientas que
utilizaban, y el tipo de fauna y flora que los acompañaba. En principio es más fiable que la antropología,
pero a veces pueden suscitarse dudas en cuanto a la antigüedad de determinados yacimientos. De todos
modos, hoy sería imposible que tuviera el menor éxito ninguna superchería del estilo de la del supuesto
«hombre de Piltdown», dado que ahora disponemos de una panoplia de métodos de datación muy precisos,
como los basados en el semiperiodo de desintegración de distintos radioisótopos.
La genética es una disciplina relativamente moderna, pero también la más científica y la que abre
perspectivas más insospechadas; en efecto, el estudio del genoma de varias muestras de poblaciones
humanas actuales (sobre todo de las que hayan vivido al margen de los grandes mestizajes de los últimos
siglos) permite calcular su parentesco, e incluso su genealogía y la distancia aproximada de su separación
del tronco común. La superposición de clasificaciones basadas en la genética y la lingüística ha revelado
grandes coincidencias imposibles de atribuir al azar. Es evidente que un material genético concreto
no predispone a hablar una lengua u otra, pero está claro que las grandes migraciones de los pueblos
distribuyeron simultáneamente por el mundo tanto sus genes como las lenguas que hablaban [Cavalli 1994,
pp. 96 ss].
La geografía: solo con observar el mapa de un territorio pueden localizarse sus vías naturales de paso, así
como los obstáculos difícilmente franqueables. Las salidas habituales de África se situaban en el noreste
del continente: Suez y Bab el-Mandeb. Con toda seguridad, los dos accesos principales a Europa (que
utilizaron los hombres de Cromañón hace 40.000 años y los primeros agricultores hace unos 7.000) eran la
orilla septentrional del Mediterráneo y el valle del Danubio. Entrar en Oceanía nunca fue posible sin pasar
por una etapa marítima. Y llegar a América no era nada fácil si no se atravesaba el estrecho de Bering.
La lingüística permite estudiar el parentesco entre grupos de idiomas y, así, entre las poblaciones que
los hablan. Un gran avance en el estudio de las relaciones entre grandes conjuntos de lenguas fue el de
la comparación multilateral, cuyo pionero fue Joseph Greenberg, que logró clasificar todas las lenguas
de África en solo cuatro familias. Merritt Ruhlen ha ido más allá e intenta buscar la relación entre todas
las lenguas del mundo. Cabe advertir que ciertos mandarines de la lingüística combaten esta propuesta de
manera acérrima [Campbell 1997, pp. 206-330, y 2008, apéndice], pero dan bastante mala espina porque
insisten en pretender ridiculizarlas recurriendo a amalgamas francamente indecentes entre las tesis de
Ruhlen, admito que atrevidas, y algunas antiguas hipótesis totalmente descabelladas, como las que hace
cien años proponían relacionar el nahua con el griego o el euskera, que de hecho están ya felizmente
olvidadas, salvo para quienes deseen desnaturalizar un debate por otra parte apasionante.
Cada una de estas disciplinas debe proporcionar unos resultados coherentes con los de las demás: esta es
la garantía del rigor científico. No hay que fiarse en absoluto de esas revistas de divulgación que cada año
publican portadas sensacionalistas anunciando algún superdescubrimiento que «pone en cuestión todo lo
anterior». Hurgando un poco, se ve claramente que detrás de esos eslóganes teñidos de rancio amarillismo
se esconde la patita de algún partidario del «diseño inteligente» (que no es más que la nueva denominación
comercial de los viejos creacionistas de siempre) [Picq 2010, p. 18].
Base zoológica y mitos raciales
Hace poco más de cien años todavía se quería separar al ser humano del resto de los animales. Algunos
le habían creado incluso un «reino» propio, el Reino Hominal. Cuando Verneau se apartó de semejante
2
Cómo nacen los pueblos
despropósito recibió las iras de la mayoría de los naturalistas de su tiempo: «Si el hombre no es seguramente
ningún animal, ¿por qué querer clasificarlo entre ellos?» [Verneau s.d., p. IX del prefacio de Quatrefages].
En el siglo XX, el ser humano fue ocupando poco a poco su lugar en la zoología, dentro del tipo de los
vertebrados, la clase de los mamíferos y el orden de los primates.
Este orden incluye a unos cincuenta géneros vivientes y se divide en dos grandes subórdenes, el de los
estrepsirrinos (es decir, con hocico, como los lémures, gálagos y loris) y el de los haplorrinos (con nariz
en lugar de hocico); estos incluyen a los tarseros y los monos, que a su vez se desglosan en platirrinos
(con los agujeros de la nariz separados y abiertos lateralmente, como sucede con todos los monos de
América) y catarrinos. Se supone que los catarrinos tuvieron su cuna en África (Aegyptopithecus) y que
hace unos 25 millones de años se escindieron en cercopitecoides (colobos y babuinos) y hominoides. Se
piensa que los primeros fueron evolucionando en África, aunque recientemente algunos colonizaron Asia
(semnopitecos y ciertos macacos). En cambio, los hominoides debieron habitar Eurasia durante muchos
milenios (hipótesis avalada por gran cantidad de fósiles, como Dryopithecus o Sivapithecus) [Dawkins
2007, p. 156]; estos forman dos superfamilias: los hilobatoideos (gibones) y los hominoideos. Los últimos
incluyen dos familias: póngidos (los orangutanes de Insulindia) y homínidos (los grandes simios cuyos
antepasados volvieron a instalarse en África: el bonobo, el chimpancé, el gorila y el hombre) [Lecointre
2006, pp.485-496]. El término «antropomorfo» es sinónimo de hominoide.
¿Y cuál fue el primer ser humano? Según como lo caractericemos. La hipótesis más aceptada es que el
primer ser humano fue el Homo habilis, que habría habitado el África oriental hace unos dos millones
y medio de años [Klein 1999, p. 217], pero hay quien considera que hubiera sido mejor denominarlo
Australopithecus habilis y considerar que el primer ser humano auténtico fue el H. ergaster, uno de cuyos
representantes, un niño de unos doce años cuyo esqueleto se descubrió cerca del lago Turkana, medía más
de 1,70 m, talla nunca alcanzada por ningún australopiteco. Lo que está claro es que H. ergaster se sitúa
ya en la línea de nuestros antepasados directos. Esta «fase ergaster» incluye al H. erectus asiático y al H.
heidelbergensis europeo. De dos subespecies distintas de esta etapa nacerían los H. neanderthalensis en
Europa y los H. sapiens en África.
A lo largo de los siglos, varios naturalistas se enfrentaron a la tarea de clasificar a los H. sapiens. Al
principio utilizaron mucho el término «raza», que curiosamente es el que se aplica a las variedades de
animales domésticos, cuyas diferencias, evidentemente, son fruto de la selección artificial (solo tenemos
que pensar en las ovejas, los perros y las vacas). Huelga decir que jamás se pusieron de acuerdo, ni tan
solo sobre el número de razas humanas existentes, que iban de tres («amarillos», «blancos» y «negros»)
a más de cincuenta [Valls 1980, pp. 493 ss].
La influencia judeocristiana afectó tangencialmente a este debate. El poligenismo parece totalmente
indefendible, y el simple hecho de que todas las poblaciones humanas sean interfecundas de modo
completo e ilimitado demuestra no solo nuestro origen común, sino que la separación entre las distintas
poblaciones es relativamente reciente [Cavalli 1996, p. 62], pero como el mito bíblico se presenta como
monogenista (una sola pareja inicial), muchos filósofos del siglo XIX se apuntaron al poligenismo
creyendo defender así una postura más acorde con el pensamiento racional, lo que les obligó a curiosos
ejercicios de malabarismo, pues, si admitían la unidad de la humanidad, debían aceptar algo tan ilógico
como que de unos orígenes distintos los seres humanos habían «convergido» en una sola especie [Reclus
1905, vol. 1, p. 6]; hace medio siglo aún se hablaba de «cinco cunas de la humanidad» [Coon 1969, p. 54].
Habiendo establecido, pues, junto con toda la comunidad científica, que debemos desechar el término
«raza» para referirnos a las poblaciones actuales de H. sapiens, veamos el concepto de «etnia», que no tiene
nada de racial, pues un grupo étnico lo es solo porque comparte la misma lengua materna [Vidal 2011d,
glosario]. Así, una población indígena que abandona su lengua deja de ser un grupo étnico: los hijos de
las familias amerindias que dejaron de transmitir su idioma ya no forman parte de su etnia (también se ha
dado algún caso inverso: en México, unos grupos de españoles que tuvieron que escapar de la represión del
gobierno colonial huyeron al monte y encontraron refugio entre una población indígena, cuyas costumbres
y lengua adoptaron; sus descendientes, aunque genéticamente españoles, pasaron a formar parte de la etnia
amerindia [Breton 1981]). «Etnia» puede ser sinónimo de «pueblo» e incluso de «nación».
3
Cómo nacen los pueblos
Marcos geográficos
Los continentes clásicos son África, América, Asia, Europa y Oceanía. A estos habría que añadir la
Antártida, «el sexto continente», pero su situación y su clima la excluyen de los periplos de nuestros
antepasados. Mientras que hay pueblos árticos que habitan todo el año en el Gran Norte, nunca ha existido
ninguna «nación antártica»: posiblemente, quienes sobrevivieron más al sur del planeta fueron los yagán
de la Tierra del Fuego (a unos 56º de latitud S), que el propio Darwin describió cuando el Beagle cruzó
el estrecho entre el Atlántico y el Pacífico.
Para el estudio que nos ocupa, África se divide en tres partes claramente distintas: a) la oriental y
meridional, marco principal de las correrías de los ancestros de los humanos; b) la ecuatorial, cubierta
por la selva (donde se adaptaron mejor los grandes simios), y c) la septentrional, sujeta a las importantes
variaciones climáticas que afectaron al Sáhara en los últimos 50.000 años.
América tiene un límite biogeográfico claro entre el norte y el sur, pero esa frontera, aunque muy clara
en lo que a la fauna y a la flora se refiere, no tuvo impacto alguno sobre el poblamiento humano, pues
el continente no fue habitado hasta épocas muy recientes, por lo que nunca conoció homínidos anteriores
al H. sapiens.
En Asia hay que distinguir el sur, con un clima cálido, de un centro y un norte mucho más inhóspitos; ese
sur se prolonga naturalmente hacia Oceanía a través de la Insulindia.
Europa no es más que una península de Asia, sobre todo en lo que a los humanos se refiere, pues llegar
a ella a partir de África no fue posible para los más primitivos: el estrecho de Gibraltar representó una
barrera tan infranqueable que los hombres de Neandertal no lo cruzaron ni cuando tal vez significase su
última vía de posible supervivencia, hace ahora 30.000 años.
Oceanía se ha dividido tradicionalmente en Melanesia, Micronesia y Polinesia. Aunque no se incluía a
Australia, está claro que esta forma parte de la Melanesia, es decir, del grupo de tierras pobladas por el ser
humano desde los tiempos más remotos, cuyos habitantes conservan sus rasgos claramente australoides y
su piel oscura (recordemos que el término «Melanesia» significa «islas de los negros»: es evidente que la
población aborigen de Australia y Tasmania es, o deberíamos decir «era», inequívocamente melanesia).
Industrias paleolíticas
Las industrias líticas del paleolítico se desglosan en cuatro etapas sucesivas.
Modo I (olduvayense). Australopithecus spp. y H. habilis (paleolítico arcaico): golpear simplemente dos
piedras hasta afilar el borde de una (los llamados «choppers») [Burenhult 2003, p. 57].
Origen: – 2.500.000 en el África oriental [Arsuaga 2001, p. 130].
Modo II (achelense). H. ergaster, incluyendo el H. heidelbergensis y el H. erectus (paleolítico inferior):
conseguir piedras con simetría tanto bifacial como bilateral, cortantes por ambas caras (las llamadas
«hachas bifaciales») [Burenhult 2003, p. 64].
Origen: – 1.600.000 en el África oriental [Arsuaga 2001, p. 143].
Modo III (musteriense). H. neanderthalensis y H. sapiens arcaico (paleolítico medio): preparar un núcleo
de piedra sobre el que pueda establecerse un orden de fractura (los llamados «rascadores») [Burenhult
2003, p. 71].
Origen: – 300.000 en el África oriental [Arsuaga 2001, p. 259].
4
Cómo nacen los pueblos
Modo IV (auriñaciense). H. sapiens sapiens (paleolítico superior): tecnología del sílex que incluye el uso
de buriles y fabricación de útiles en hueso [Burenhult 2003, p. 444].
Origen: – 50.000 en el Asia del suroeste [Arsuaga 2001, p. 278].
Además de esas cuatro etapas, cabe citar la aparición del arte simbólico en África (uso de pigmentos en
Blombos en – 100.000 y huesos grabados en – 80.000), y más tarde en Europa y Oceanía: arte parietal en
la gruta Chauvet (– 30.000) y en Kakadu (– 26.000), y la de figuras humanas, como la venus de Dolní
V#stonice (Moravia, – 25.000). Más tarde, en el camino del mesolítico al neolítico, aparición de la piedra
pulida por frotación en todo el mundo y utilización de la cerámica (Japón y África occidental, – 11.000).
Primeros movimientos y ruta del Índico
Los más viejos fósiles de H. sapiens hallados hasta la fecha proceden de África: se atribuye una antigüedad
de 160.000 años a los de Herto, en Etiopía [Dawkins 2007, p. 92] (hay un debate sobre si unos aún más
antiguos, encontrados en Florisbad, Sudáfrica, podrían asignarse ya a una forma arcaica de H. sapiens).
Todos estos antepasados eran exclusivamente africanos. Un día, hace unos 100.000 años, un grupo de H.
sapiens cruzó el Sinaí y llegó a Palestina (fósiles de Qafzeh), donde consiguió establecerse durante varios
milenios, hasta que se extinguió al no poder resistir la competencia de los hombres de Neandertal llegados
del norte, más robustos y mejor preparados para la caza. Así pues, hace 70.000 años, nuestra especie seguía
viviendo únicamente en el continente africano, que fue ocupando en su totalidad.
El nombre árabe del estrecho entre África y la península arábiga es Bab el-Mandeb, y bab significa
«puerta». Está claro que no se percibió como una barrera, sino como una entrada que podía conducir a
otro lugar. No para los homínidos primitivos, claro, que bastante trabajo tendrían para cruzar un río de
tamaño mediano, pero sí para los H. sapiens, a quienes parecía atraer cualquier tierra que se adivinara en
el horizonte. Y recordemos que el nivel del mar era más bajo en esa época.
Cuando, hace algo menos de 70.000 años, unas poblaciones de H. sapiens cruzaron ese estrecho, estaban
llevando a cabo la última «salida de África» (lo que se conoce como Out of Africa II, que ha recibido el
aval de los últimos estudios genéticos); esta llevaría a nuestros antepasados hasta los confines de la Tierra
(la primera salida, Out of Africa I, protagonizada por anteriores representantes del género Homo, condujo
a los ancestros de H. heidelbergensis y H. erectus hasta Europa, China e Insulindia).
¿Quiénes fueron los pioneros de Out of Africa II? Sin duda, poblaciones de tipo australoide, de pequeña
estatura y piel oscura [Vidal 2011c, p. 36]. ¿Y qué camino siguieron? El único practicable, bordeando la
costa del océano Índico (pues desviarse demasiado hacia el norte los hubiera llevado a tierras inhóspitas
para las que aún no estaban preparados: las heladas montañas del Karakorum o los áridos desiertos del
Gobi o de Takla Makán).
Primera prueba de la navegación de altura: el salto al continente australiano, de Sunda (que unía en un
solo territorio el continente asiático con Sumatra, Java y Borneo) a Sahul (que unía Nueva Guinea y
Tasmania con el continente australiano), y el consiguiente cruce de la línea de Wallace (que separa la
zona biogeográfica australiana de la paleotropical): hace 60.000 años, esas poblaciones fueron ocupando
sucesivamente las islas de la Sonda, Nueva Guinea, las Salomón, todo el litoral australiano y Tasmania.
Del trópico a los límites del ecúmene
La llegada de los primeros grupos de H. sapiens a la costa china muestra que ya podían alejarse de su
hábitat tropical porque habían aprendido a desenvolverse en climas templados. De ahí irían adentrándose
hacia el interior del Asia, sin duda siguiendo los valles de los ríos que descienden de las grandes cordilleras
centrales.
5
Cómo nacen los pueblos
Del centro de Asia, la vía hacia Europa era sencilla y carente de grandes obstáculos: solo hacía falta seguir
la misma dirección que el Sol. Hace unos 45.000 años llegaron a Europa los primeros H. sapiens (son
los que hemos llamado «hombres de Cromañón»). Sus representantes no solo aportaron el modo IV de
la industria lítica (el auriñaciense), sino que también fueron los primeros europeos que protagonizaron
la explosión de una cultura indudablemente simbólica (pinturas rupestres, abundancia de signos, adornos
corporales, etcétera).
El territorio ocupado por los hombres de Neandertal fue reduciéndose como una piel de zapa. Hace 30.000
años solo quedaban unos escasos grupos en el sur de la península ibérica. Sus fósiles más recientes se han
encontrado en la costa penibética (entre Gibraltar y Zafarraya).
Se ha apuntado la hipótesis de una entrada muy antigua en América. Unas polémicas dataciones del
yacimiento de Pedra Furada, en Brasil, llegan a atribuirle una edad de 60.000 años. En todo caso, lo más
probable es que dicha entrada, si existió, no tuviera continuidad alguna, ya que la población amerindia
actual es muy homogénea.
La primera entrada que podemos conocer con seguridad es la de los pueblos protoamerindios, que pasaron
de Siberia a Alaska entre – 20.000 y – 15.000, cuya primera separación se supone que tuvo lugar en lo
que ahora es la Columbia Británica, entre el grupo central (kiowa-azteca y oto-mangué) y el resto [Lamb
1991, pp. 340-350]. La segunda entrada, posiblemente hacia –8.000 por el mismo sitio, fue la de los nadené (sobre todo atabascos), un pueblo hermano de los que entonces ocupaban el noreste del Asia (que
habían sido denominados «paleosiberianos» y cuyos últimos supervivientes son los yeniseyos). La tercera
entrada de seres humanos en América fue la de los inuit («esquimales»): poblaciones acostumbradas al
clima circumpolar de Siberia se establecieron en Alaska hacia –4.000 y ocuparon rápidamente las tierras
vírgenes del Ártico canadiense y sus grandes islas, llegando hasta Groenlandia.
El viaje a las últimas tierras que aún seguían deshabitadas tuvo lugar hace unos 5.000 años, a partir de la
isla de Taiwán. Poblaciones acostumbradas a efectuar largos trayectos marítimos persiguiendo la pesca
saltaron hasta las Filipinas (que ya estaban habitadas desde mucho antes por poblaciones melanesias, de
tipo australoide) y de ahí ocuparon al norte los atolones de la Micronesia y descendieron al sur hasta llegar
a las islas Fiyi.
El salto de las Fiyi, hace 3.000 años, a los confines orientales de Oceanía significaba para esos pioneros
navegar a ciegas rumbo a lo desconocido. Aun así, lograron alcanzar Hawaii, Rapanui («Pascua») y
Aotearoa («Nueva Zelanda»). En ese momento nuestra especie había colonizado el mundo entero, con
la única excepción de la glacial Antártida. Con esa gesta acababa el periplo iniciado miles de años antes
con la salida de África y toda la Tierra habitable quedaba ocupada. La aventura Out of Africa II había
concluido: era «el fin de la prehistoria» (de la prehistoria geográfica, por supuesto, ya que la prehistoria
tecnológica había terminado hacía mucho tiempo en Mesopotamia, Egipto y Palestina, y la prehistoria
social no finalizará mientras no acabemos con la sociedad dividida en clases [Marx 2007, prólogo].
Ahora podemos dedicarnos ya a ver qué pueblos iban formándose. Para ello, nada mejor que estudiar la
historia de la diversificación de las lenguas.
Segunda parte. Diferenciación de poblaciones
¿Quién empezó a hablar?
Ignoramos cuál fue el grado de competencia lingüística que poseían los homínidos anteriores al H. sapiens.
Solo en función de sus adelantos técnicos podemos conjeturar que conocían alguna forma de comunicación
oral.
Es posible que H. ergaster poseyera algún tipo de lenguaje primitivo, formado exclusivamente por nombres
e infinitivos, sin declinaciones, conjugaciones ni preposiciones: «Yo cazar conejo; conejo bueno comer».
6
Cómo nacen los pueblos
En 1866, la Sociedad de Lingüística de París prohibió todo tipo de comunicación dirigida a investigar el
origen de las lenguas. Fue una decisión drástica, aunque tal vez podamos ser indulgentes con ella, pues
en esa época casi todas las hipótesis al respecto eran de lo más fantasioso, e iban desde la propuesta de
antiguas lenguas sagradas (como el hebreo o el sánscrito) hasta el prejuicio nacionalista más extremo (el
flamenco Jan van Gorp estuvo convencido toda su vida de que la primera lengua de la humanidad había
sido… el flamenco).
Actualmente puede seguirse un método científico, sobre todo con nuestro enfoque pluridisciplinar.
¿Existió alguna vez un solo idioma? Si hemos visto que todos descendemos de un pequeño grupo de H.
sapiens africanos, es lógico pensar que esa gente hablaba la misma lengua: ¿qué podemos saber de ella?
Las investigaciones serias sobre la lengua original se han limitado a dos enfoques: el ascendente: de lo
simple a lo complejo, y el descendente: de lo complejo a lo simple [Vidal 2011b, p. 4]. El primero baraja
varias hipótesis del origen del lenguaje: la del uau-guau o de las onomatopeyas, la del ay-ayay o de las
interjecciones, la del ning-nang o del eco, la del ah-upa o de la cooperación y la del lalalá o del canto. Y
el segundo parte de las características de los grandes grupos de lenguas actuales e intenta reconstruir las
formas originarias, basándose sobre todo en el método de Greenberg de la comparación multilateral.
El enfoque ascendente es demasiado abstracto para poder sernos de gran ayuda; el descendente sí
puede servirnos, sobre todo si tenemos en cuenta que todas las lenguas actuales poseen estructuras
relativamente similares (como una gramática universal con un sistema de sujeto, verbo y objeto, aunque
no necesariamente en este orden), lo que lleva a postular que en su momento existió una protolengua que
ya poseía esa misma estructura, de la que descienden todas las actuales [Ruhlen 1994, p. 28]. Cabe aclarar
que dicha protolengua no era en modo alguno la «primera lengua» de la humanidad, sino la que ha dado
origen a los grupos lingüísticos que aún existen hoy en día [Vidal 2011b, p. 5]: esa protolengua debió de
coexistir, en su momento, con otras lenguas que han desaparecido para siempre.
Taxonomía lingüística
La primera escisión lingüística debió de afectar a los idiomas que han conservado los sonidos de tipo
chasquido o clic (KOISANO), y la segunda separó las lenguas que permanecieron en África (CONGOSAHARIANO) de las que salieron del continente [Vidal 2011b, p. 11, y 2011c, p. 35].
Las lenguas que penetraron en Asia fueron desglosándose en grandes grupos: el INDOPACÍFICO, el
AUSTRALIANO, el ÁUSTRICO, el DENÉ-CAUCÁSICO y el EURASIÁTICO o NOSTRÁTICO.
El aislamiento de los pueblos que entraron en América hace 15.000 años o más iría originando su grupo
propio, el AMERINDIO.
Vamos a guiarnos por esta lista de grupos lingüísticos que desglosa las 4.476 lenguas habladas en la
actualidad [Vidal 2011a y 2011c, glosarios]:
afroasiático: grupo de lenguas bereberes (30), chádicas (122), cusitas (32), omóticas (33) y semíticas (19);
altaico: grupo de lenguas manchúes (15), mongolas (11) y turcas (31);
amerindio: grupo que reúne todas las lenguas habladas por los nativos de las Américas, con la excepción
de los grupos esquimo-aleuta y na-dené; se divide en tres grandes grupos, el central, el septentrional y
el meridional; al primero pertenecen las lenguas oto-mangué (16), tano-kiowa (7) y yuto-azteca (21); al
segundo, las almosanas (27), hokanas (17), keresiú (18) y penuti (50); al tercero, las de los grupos andino
(14), caribe (44), chibcha (23), ecuatorial (127), ge-bororo (18), páez (15), pano (44) y tucano (41);
australiano: grupo de lenguas habladas por los aborígenes australianos (85);
áustrico: grupo de lenguas austroasiáticas, miao-yao (4), daicas (57) y austronésicas;
7
Cómo nacen los pueblos
austroasiático: grupo de lenguas mon-jemer (137) y munda (17);
austronésico: grupo que reúne las lenguas formosanas (9) y malayo-polinesias (922), que incluyen el
malgache de Madagascar;
caucásico: grupo que reúne 32 lenguas habladas en el Cáucaso que no pertenecen ni al grupo altaico ni al
indoeuropeo; esta denominación solo cubre actualmente las lenguas del norte del Cáucaso, pues con las
del sur se ha constituido un grupo aparte, denominado kartúlico;
chukoto-esquimal: grupo que reúne las lenguas chukoto-kamchadales con las esquimo-aleutas y el nivejí;
chukoto-kamchadal: grupo de lenguas del extremo nororiental de Rusia que reúne el chukoto-koriako
(3) con el kamchadal;
congo-sahariano: grupo que reúne las lenguas nígero-congoleñas con las nilo-saharianas;
dené-caucásico: grupo que reúne las lenguas dené-yeniseyas con las sino-caucásicas;
dené-yeniseyo: grupo que reúne las lenguas na-dené con la última superviviente del grupo yeniseyo;
drávida: grupo que reúne las lenguas no indoeuropeas de la India; su grupo septentrional inclye el brahuí
y el kuruj-malto (2), y su grupo meridional, el gondí-telugu (13), el tamil-kanarés (9) y el tulu (3);
esquimo-aleuta: grupo que reúne las lenguas de los pueblos esquimales (7) y la hablada por los habitantes
de las islas Aleutianas;
eurasiático: grupo que reúne las lenguas chukoto-esquimales, indoeuropeas, norasiáticas y uraloyucaguiras;
indoeuropeo: grupo que reúne las lenguas baltoslavas (15), célticas (4), germánicas (12), helénicas (2),
indoiránicas (92) y románicas (16) con el albanés y el armenio;
indopacífico: grupo que reúne las lenguas no austronésicas de Melanesia (719) con las de las islas
Andamán (4) y el kusunda;
kartúlico: grupo de 4 lenguas del sur del Cáucaso;
koisano: grupo de lenguas de los pueblos koi (20) y san (9);
kordofano: grupo que reúne 30 lenguas del Sudán meridional;
na-dené: grupo que reúne el coluchano y el haida con las lenguas atabascanas (26);
nígero-congoleño: grupo de lenguas adamaua (64), atlánticas (45), benue-congo (651), gur (74), iyoide
(5), kraví (18), kua (90), mandé (29) y ubangui (47);
nígero-kordofano: grupo que reúne las lenguas kordofanas con las nígero-congoleñas;
nígero-sahariano: grupo que considera las lenguas nígero-congoleñas como un subgrupo de las nilosaharianas;
nilo-sahariano: grupo de 131 lenguas que reúne las nilóticas y saharianas con ciertos idiomas africanos
aislados;
norasiático: grupo que reúne las lenguas altaicas con el ainu y las coreano-japonesas (3);
nostrático: grupo que reúne las lenguas afroasiáticas, drávidas, indoeuropeas, kartúlicas, norasiáticas y
uralo-yucaguiras;
8
Cómo nacen los pueblos
sino-caucásico: grupo que reúne las lenguas caucásicas y sino-tibetanas con 3 idiomas aislados;
sino-tibetano: grupo que reúne las lenguas siníticas (9) con las tibeto-birmanas;
tibeto-birmano: grupo de lenguas báricas (16), búrmicas (141), karen (14) y tibetanas (74);
urálico: grupo que reúne las lenguas fino-úgricas (18) con las samoyedas (4);
uralo-yucaguiro: grupo que reúne el urálico con el yucaguiro.
Del paleoglótico al neoglótico
El lingüista Morris Swadesh denominó «paleoglótico» al estado de la distribución de las lenguas durante
el paleolítico, y «neoglótico», al del neolítico. El paleoglótico se nos aparece mucho más oscuro, y con
razón, pues la escritura aún no había nacido, lo que nos impide disponer de un testimonio directo de los
idiomas hablados anteriormente. Afortunadamente, los avances realizados por la arqueología, la genética
y la lingüística comparada permiten que tengamos una imagen bastante aproximada del panorama general
«paleoglótico».
Es muy posible que el África oriental y meridional estuviera poblada por recolectores cazadores de lenguas
koisanas. En el África tropical (la selva) solo vivirían pueblos «pigmeos», cuyas lenguas desaparecieron
hace unos tres mil años sin dejar rastro. Y en un Sáhara todavía cultivable los nuevos pueblos congosaharianos se habrían separado de sus predecesores koisanos.
En cuanto a los grupos que salieron de África, está claro que la continuidad lingüística se habría
interrumpido varias veces desde Bab el-Mandeb hasta Tasmania; aunque carecemos de datos detallados,
esas lenguas tuvieron que estar en el origen de al menos cuatro grandes grupos bien diferenciados: el
indopacífico (que todavía se habla en la mayor parte de Nueva Guinea y en Melanesia, habiendo dejado
alguna que otra reliquia por el camino [Whitehouse 2004, p. 5692]), el australiano (que incluía a todas
las lenguas de Australia hasta la llegada de los colonos británicos), el áustrico (que iría dividiéndose en
varias familias con centenares de lenguas, desde la India hasta Oceanía) y el dené-caucásico.
Este es un grupo heterogéneo [Shevoroshkin 1991, p. 67], cuya creación fue propuesta por lingüistas
soviéticos como Sergei Nikolayev en 1991, a partir de los resultados previos de Sergei Starostin en 1984.
Los últimos estudios llevados a cabo con estas lenguas apuntan a una primera división entre el denéyeniseyo y el sino-caucásico (cabe indicar que estos lingüistas consideran al euskera parte del grupo sinocaucásico).
Lenguas del imperio
El neolítico representa la aparición de sociedades agrícolas y ganaderas; al crear los primeros excedentes
estables de producción, hizo que los pueblos se dividieran en clases, provocó el establecimiento de los
primeros Estados e imperios y, por ende, el nacimiento de las primeras «lenguas imperiales».
Así pues, el neoglótico significa la práctica desaparición de las lenguas habladas por las poblaciones
paleolíticas, de las que solo quedaron pequeños islotes más o menos residuales.
En África, las poblaciones neolíticas irían desplazando a los pueblos koisanos, que, salvo un par de islotes
lingüísticos en el África oriental, quedaron confinados en el extremo meridional del continente.
En Asia, las lenguas norasiáticas (sobre todo las altaicas, como el mongol, el yakuto o el tungús)
sumergirán a las «paleosiberianas», que solo han logrado sobrevivir a duras penas a orillas del Yenisey;
no obstante, un grupo de estas últimas habría logrado penetrar antes en América, dando origen a la familia
na-dené.
9
Cómo nacen los pueblos
En Europa solo podrán mantenerse vivas el euskera y las lenguas del norte del Cáucaso, lo que no
significa necesariamente que tuvieran lugar invasiones en masa de «bárbaros indoeuropeos». Aquí hay dos
hipótesis enfrentadas: la de la difusión démica (que contempla una penetración significativa de población)
y la de la difusión cultural (que considera que el cambio tecnológico es fruto de meros intercambios
de conocimientos). Posiblemente, la verdad se encuentre en algún lugar entre ambas hipótesis: en favor
de la segunda se afirma que los indoeuropeos no poblaron Europa y el norte de la India, sino que los
indoeuropeizaron [Sokoloff 2011, p. 260], y muchos de sus habitantes seguirían siendo descendientes de
las poblaciones paleolíticas anteriores (una prueba de ello serían las diferencias entre el aspecto físico de
los hablantes de estas lenguas en las orillas del Ganges y en las del Rin). A favor de la difusión démica
se han elaborado mapas genéticos de las componentes principales de la población europea [Cavalli 1996,
pp. 180-193], algunos de los cuales han llevado a formular la tesis sobre el origen protoeuropeo (es decir,
cromañón) de los vascos: «Al final del paleolítico, la zona vasca se extendía por toda la región de las
pinturas y esculturas rupestres. Ello confirma la hipótesis según la cual, por un lado, el euskera desciende
de las lenguas habladas desde la primera entrada de los humanos modernos en el suroeste de Francia y
el norte de España, hace entre 35.000 y 40.000 años, y por otro, que los grandes artistas de las grutas
de la zona hablaban un idioma derivado del de los primeros europeos y del cual ha surgido el vasco
moderno» [Cavalli 1996, p. 194]. «Nuestro análisis se ajusta perfectamente al supuesto de que los vascos
deben ser protoeuropeos y muestra que es muy probable que desciendan directamente de los paleolíticos y
de sus sucesores mesolíticos, que habitaban el suroeste de Francia y el norte de España antes de la llegada
de los neolíticos. Como todas las poblaciones antiguas, se fueron mezclando con sus nuevos vecinos, por
lo que no son paleolíticos “puros” del suroeste de Europa, pero una endogamia parcial, ayudada sin duda
por la conservación de su lengua, muy diferente de los idiomas indoeuropeos, ha hecho que mantengan
una diferencia genética con las poblaciones vecinas» [Cavalli 1996, p. 184], y aquí es donde podemos
situar el tan mediatizado factor errehache: «El gen Rh– es compatible con la historia de la difusión de
la agricultura desde el Asia menor, si imaginamos que los agricultores neolíticos de esa zona eran total o
mayoritariamente Rh+ y que los europeos paleolíticos del mismo periodo eran total o mayoritariamente
Rh–» [Cavalli 1996, p. 177].
En cambio, en América y Oceanía el paleoglótico duraría hasta el «encuentro» con los europeos, hace
cinco siglos. Nadie podrá saber nunca cuántas lenguas se habían hablado en el continente americano antes
de esa fecha fatídica, de las que solo malviven hoy unas quinientas, cifra que puede parecer normal vista
con mentalidad europea, pero eso sería olvidar que en un entorno no urbano los idiomas florecen hasta
grados insospechados para nuestros criterios eurocentristas: recordemos que solo en Nigeria se hablan
tantas lenguas como en toda América (y en Nueva Guinea, muchas más).
Genocidios y etnocidios
Desde los primeros imperios neolíticos hasta el presente, la historia lingüística de la humanidad ha estado
marcada por una sucesión de genocidios y etnocidios. Los primeros exterminaban físicamente a pueblos
enteros (solo en América, pensemos en los taínos, mohicanos, onas y yanas); los segundos «solamente» los
aculturaban, sustituyendo su lengua por otra (lo que en Europa sucedió no hace tanto a córnicos, dálmatas y
eslovincios). Hay casos aún más misteriosos: pueblos recolectores cazadores que abandonaron sus idiomas
para hablar los de los recién llegados sin coacción aparente (muchos pueblos llamados «pigmeos» de
África adoptaron las lenguas de sus vecinos bantúes; los weddas de Ceilán acabaron hablando una lengua
indoeuropea próxima al cingalés, y en épocas más recientes los andamaneses de las islas del norte han
adoptado el hindustani). También hubo etnocidios parciales, en los que una pequeña parte del pueblo (en
general una parte marginal, muchas veces obligada a huir) pudo conservar momentáneamente su idioma.
El número de lenguas no empezó a bajar de golpe hasta hace quinientos años, cuando los europeos
«encontraron» a las poblaciones de África, América, Asia y Oceanía. ¿Cuántos miles de lenguas habrán
desaparecido en los últimos cinco siglos? ¿Y qué futuro tendrán otras tantas que subsisten a duras penas?
Incluso en Europa, ¿quién habla todavía el bajo alemán, que hace cien años era la lengua popular del norte
de Alemania, de Prusia a los Países Bajos? ¿O el occitano, que hace pocos decenios aún contaba con varios
millones de hablantes?
10
Cómo nacen los pueblos
Se ha dicho que una lengua es un dialecto que cuenta con un ejército detrás. Ignoro cuantos ejércitos de
verdad pueden quedar en el mundo, pero dudo mucho de que sean capaces de seguir cumpliendo esas
funciones paralingüísticas; es posible que ellos mismos empiecen a tener que utilizar algún tipo de Basic
English para transmitir las órdenes (como ya hacen las torres de control de los aeropuertos), pues lo
fundamental es que la tropa entienda las órdenes de sus mandos.
Si triunfa esta globalización, ¿cuántas lenguas se hablarán? La actual correlación de fuerzas muestra una
hegemonía clara de una sola lengua en todos los continentes y en todos los ámbitos, del mundo académico
al del espectáculo y del tecnológico al deportivo. Si la era de internet representa la consumación de la
profecía de McLuhan sobre la «aldea global», tengamos presente que en una aldea solo se habla una lengua
[Vidal 2011d in fine, p. 14].
Viejas y nuevas identidades: un futuro abierto
Toda identidad se basa en un «acto fundador», que puede ser un mito (el de pueblo elegido) o un hecho
totalmente real (una guerra de liberación). Y las identidades (que ya podríamos denominar «naciones»)
pueden tener una homogeneidad genética o carecer de ella.
Pensemos en dos casos extremos: los coreanos y los cubanos. Los primeros forman una nación milenaria,
con una misma población, una misma lengua y (hasta hace solo sesenta años) una misma historia. Los
cubanos, en cambio, habitantes de una isla cuya población original fue totalmente exterminada en el
siglo XVI, cuentan solo unos ciento cincuenta años de existencia: con unos orígenes étnicos totalmente
dispares (en torno a una mayoría de descendientes de españoles habían llegado a la isla desde yorubas
hasta catalanes), crearon su nación en la guerra de la independencia, luchando codo con codo, mestizos,
negros y blancos, contra el ejército colonial de la monarquía española. ¿Significa esto que la identidad
de los primeros es más fuerte que la de los segundos? No necesariamente, y tal vez ambas sean igual de
frágiles, si en un par de generaciones tanto coreanos como cubanos decidieran pasarse al inglés.
Una última pregunta: ¿cuántas naciones existen en el mundo? Si aceptamos la equivalencia entre lengua
y nación, tendríamos 4.476, salvo error u omisión. El movimiento etnista, encabezado por nacionalistas
occitanos como F. Fontan, daba la cifra de 186 naciones con arreglo a su peregrina tesis según la cual «el
principio de intercomprensión [entre lenguas] se interpretará de manera laxa en el caso de poblaciones poco
numerosas» [Lugarn 1988], y así, por ejemplo, reduce de un plumazo las setecientas lenguas indopacíficas
de Nueva Guinea a una sola «nación». No voy a negar que se trata de un curioso ejercicio de cálculo
(cuyo total muestra un inquietante parecido con los 193 Estados reconocidos hoy por las Naciones Unidas),
pero el número real de naciones del mundo no saldrá de esas piruetas intelectuales ni de los algoritmos
de ningún ordenador, sino del resultado de los movimientos de resistencia que vayan desarrollándose en
todos los continentes.
Nadie puede adelantar predicciones, pues este, como tantos otros, no es un dilema teórico, sino práctico.
Podemos construir un universo multicultural en el que mujeres y hombres libres e iguales formen naciones
independientes y solidarias, o un mundo monolingüe que posiblemente sería terreno abonado para el
analfabetismo funcional. Del mismo modo que hemos visto distintas modalidades de socialismo, también
puede haber varios tipos de barbarie.
Miquel Vidal i Millan para Matxingunea
23 de marzo de 2013
Bibliografía
ARSUAGA, J.L. (2001), y MARTÍNEZ, I.: La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana,
Temas de Hoy, Madrid.
BOSCH-GIMPERA, P. (1962) (dir.): Las razas humanas, Gallach, Barcelona.
11
Cómo nacen los pueblos
BRETON, R. (1981): Les ethnies, PUF, París.
— (2003): Atlas des langues du monde, Autrement, París.
BURENHULT, G. (2003) (dir.): Berceaux de l'humanité, Larousse, París (trad. de M. Pitoëff e I. Delvallée
de The First Humans y People of the Stone Age, Weldon Owen, San Francisco 1993).
CAMPBELL, L. (1997): American Indian Languages, Oxford University Press, Oxford.
— (2008), y POSER, W.: Language Classification: History and Method, Cambridge University Press, Cambridge.
CASTELLANOS, C. (1967), y CASTELLANOS, R.: Els problemes lingüístics al món actual, Bruguera,
Barcelona.
CAVALLI-SFORZA, L (1993). y F.: Chi siamo. La storia della diversità umana, Mondadori, Milán.
— (1994); MENOZZI, P., y PIAZZA, A.: The History and Geography of Human Genes, Princeton University Press, Prince
— (1996): Gènes, peuples et langues, Odile Jacob, París.
CLARKE, L. (1983), et al.: Atlas de l’humanité, Solar, París (trad. de J. Mortinache de The Atlas of
Mankind, M. Beazley Publ. & R. McNally Ampersand Co., Londres 1982).
COMRIE, B. (2004); MATTHEWS, S., y POLINSKY, M. (dirs.): Atlas des langues. L’origine et le
développement des langues dans le monde, Acropole, París (trad. de C. Bricot y C. Pierre de The Atlas of
Languages: the origin and development of languages throughout the world, Quarto Inc., Londres 1996).
COON, C.S. (1968): La Historia del Hombre, Guadarrama, Madrid (trad. de A. Valls de The Story of Man, A. Knopf, Nuev
— (1969): Las razas humanas actuales, Guadarrama, Madrid (trad. de A. Valls de The living races of man, Knopf, Nueva Y
DAWKINS, R. (2007): Il était une fois nos ancêtres, Robert Laffont, París (trad. de M.F. Desjeux de The
Ancestor's Tale, Houghton Mifflin, Nueva York 2004).
DESALLSE, R. (2008), y TATTERSALL, I.: Human origins. What bones and genomes tell us about
ourselves, Texas A&M University Press, College Station.
DOLLOT, L. (1976): Les migrations humaines, Presses Universitaires de France, París.
HAGÈGE, C. (2000): Halte à la mort des langues, Odile Jacob, París.
JESPERSEN, O. (1922): Language, its nature, development and origin, George Allen and Unwin,
Londres.
JUNYENT, C. (1989): Les llengües del món. Ecolingüística, Empúries, Barcelona.
— (1992): Vida i mort de les llengües, Empúries, Barcelona.
— (1998): Contra la planificació, Empúries, Barcelona.
KERSAUDY, G. (2007): Langues sans frontières, Autrement, París.
KLEIN, R.G. (1999): The Human Career. Human Biological and Cultural Origins, University of Chicago,
Chicago.
LAMB, S., (1991) y E.D.M. (eds.): Sprung from Some Common Source. Investigations into the Prehistory
of Languages, Stanford University Press, Stanford.
12
Cómo nacen los pueblos
LECOINTRE, G. (2006), y LE GUYADER, H.: Classification phylogénétique du vivant, Belin, París.
LEWIS, M.P. (2009) (ed.): Ethnologue: Languages of the World (www.ethnologue.com), SIL, Dallas.
LUGARN, LO (1988): Atlas des futures nations du monde, PNO, Limoges.
MALHERBE, Michel (1983): Les langages de l’humanité, Seghers, Parí.s
MARX, K. (2007): Contribución a la Crítica de la Economía Política, Siglo XXI, Madrid (trad. de L.
Mames de Zur Kritik der politischen Ökonomie, 1859).
MORENO CABRERA, J.C. (2003): El Universo de las lenguas, Castalia, Madrid.
PALMER, D. (2007): L'atlas des origines de l'homme, Delachaux et Niestlé, París (trad. de C. Frankel de
The Origins of Man, New Holland Publ., Londres 2007).
PICQ, P. (2010): Il était une fois la paléoanthropologie, Odile Jacob, París.
RECLUS, É. (1905): L'Homme et la Terre, Universelle, París.
RUHLEN, M. (1987): A Guide to the World’s Languages. Classification, Edward Arnold, Londres/Melbourne/Auckland.
— (1994): On the Origin of Languages. Studies in Linguistic Taxonomy, Stanford University Press, Stanford.
SHEVOROSHKIN, V. (1991) (ed.): Dene-Sino-Caucasian Languages, Brockmeyer, Bochum.
SOKOLOFF, G. (2011): Nos ancêtres les Nomades. L’épopée indo-européenne, Fayard, París.
VALLS, A. (1980): Introducción a la antropología, Labor, Barcelona.
VERNEAU, G. (s.d.) [1890?]: Les races humaines, Baillière, París.
VIDAL, M. (2011a): «Cómo clasificar las clasificaciones. II. Cladística aplicada al ámbito lingüístico» (http://ec.europa.eu
— (2011b): «Cómo clasificar las clasificaciones. III. Límites actuales del enfoque cladístico» (http://ec.europa.eu/translatio
— (2011c): «Cómo clasificar las clasificaciones. IV. El gran reto: un dendrograma de todas las lenguas» (http://ec.europa.e
— (2011d): «Cómo clasificar las clasificaciones. V. Lenguas clasificadas según sus hablantes» (http://ec.europa.eu/translat
WHITEHOUSE, P. (2004), et al.: «Kusunda: An Indo-Pacific language in Nepal», Proceedings of National
Academy of Sciences USA, vol. 101, Washington.
13