UNA EXPERIENCIA DE 40 DÍAS ECG: CÓMO LATE EL - LifeWay

UNA EXPERIENCIA DE 40 DÍAS
ECG: CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
BOSQUEJOS
LO CENTRAL DEL REINO
Mateo 3:2; 4:17; 6:33
JAMES T. DRAPER (H.)
(semana 1)
Bosquejo del mensaje
En Gran Bretaña, en la costa sur de Gales, existe una pintoresca ciudad llamada
Tenby. Se parece a las pequeñas ciudades costeras de Nueva Inglaterra. De
todos los recuerdos que uno puede comprar en Tenby, hay uno en particular que
me intriga. Se trata de un dulce, un caramelo en barra. Uno puede adquirir uno
pequeño que cuesta diez centavos o uno grande de cincuenta centavos. Lo que
los convierte en exclusivos es que en el interior tiene la palabra Tenby. No está
sobre el caramelo sino dentro de él. No importa por dónde uno parta la golosina,
siempre leerá la palabra Tenby en el interior. ¿Cómo lo harán?
Del mismo modo, la Biblia tiene un hilo conductor, un mismo tema que la
recorre: el reino de Dios. Una clave para entender la Biblia es comprender lo que
la Escritura quiere decir cuando habla del reino de Dios.
Este estudio bíblico está diseñado para darle algunos principios fundamentales
acerca del reino de Dios. En las semanas siguientes, lo ayudará a saber cómo
llevar a la práctica estos principios como un ciudadano del reino.
Descubrir la importancia del reino de Dios
El reino de Dios es la enseñanza central de la Escritura. Podemos seguir el hilo
de este concepto en toda la Biblia.
El Antiguo Testamento hace mención del reino en numerosas oportunidades, a lo
largo de varios siglos y en muchas circunstancias. Cuando Dios declaró a Israel
como nación y los llamó a tener una relación con Él, su preocupación era su
reino.
Enseñanzas acerca del reino en el Antiguo Testamento
Éxodo 9:6
Salmo 22:27–28
Salmo 47:1–2
Salmo 95:3
Daniel 2:44
Daniel 4:3
Daniel 7:14
Abdías 21
Zacarías 14:9
El reino de Dios es el tema del Nuevo Testamento. El primer mensaje del Nuevo
Testamento fue de Juan el Bautista, que predicaba: “Arrepentíos, porque el reino
de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2). Jesús inició y culminó su ministerio
terrenal con un mensaje acerca del reino (Mat. 4:17; Hech. 1:3).
Pablo siguió enfatizando lo mismo: “Entrando Pablo en la sinagoga, habló con
denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino
de Dios” (Hech. 19:8).
Santiago dijo: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de
este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a
los que le aman?” (Sant. 2:5).
Juan habló del reino en el Evangelio y concluyó Apocalipsis haciendo incapié en
el tema (Juan 3:3,5; 18:36; Apoc. 11:15; 12:10).
El reino de Dios fue el tema central del ministerio del Señor Jesucristo. Él
comenzó su predicación pública diciendo: “Bienaventurados los pobres en
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mat. 5:3) y “Buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mat. 6:33).
Enseñanzas de Jesús con respecto al reino
Mateo 12:28
Mateo 19:24
Mateo 13:11
Mateo 6:13
Marcos 10:15
Marcos 12:34
Marcos 14:25
Lucas 4:43
Lucas 10:9,11
Cuando Jesús murió, José de Arimatea se presentó para pedir permiso para
enterrarlo, y se lo describe como alguien “que también esperaba el reino de
Dios” (Mar. 15:43).
Comprender el reino de Dios
El reino de Dios es el gobierno de Dios en la vida de los creyentes y así también
en el mundo. ¿Qué sabemos acerca del reino?
El Nuevo Testamento a veces se refiere al reino de Dios como “el reino”, “el
reino de Dios” y “el reino de los cielos”. ¿Qué se necesita para tener un reino?
Un rey, un reino y un pueblo. La Biblia nos enseña varias verdades acerca de
esta realidad.
* Ha venido y se acerca (ver 2 Tim. 4:18; Sant. 2:5). El reino es evidente hoy en
día en la vida de la iglesia y quedará perfectamente expresado y experimentado
en la segunda venida de Cristo cuando Él establezca el gobierno de su reino
sobre la tierra. Es decir, el reino ahora es espiritual y más tarde será algo físico,
tangible. Ahora es algo interno y luego, será externo (1 Cor. 15:50).
* Describe la obediencia a la voluntad de Dios por parte de la iglesia como
cuerpo y de cada miembro en forma individual.
* Forma parte de nuestra vida por medio de la obediencia a la Palabra de Dios y
su divina voluntad. Por medio de esa obediencia, el creyente toma conciencia y
pone en práctica la presencia de Dios por medio del Espíritu Santo.
* Es lo opuesto al egoísmo, la arrogancia y la manipulación humana.
* Para el reino no existen límites geográficos, políticos, culturales ni sociales.
* Tenemos que ser instrumentos que Dios pueda usar para la extensión de su
reino por todas partes y en todo momento (ver Col. 4:11).
* El reino de Dios es el regalo de Dios para nosotros. Es algo que debe ser
recibido (Luc. 12:32; Heb. 12:28). Tenemos que recibirlo como niños pequeños
(Mar. 10:15). Ni siquiera podemos verlo hasta que no nacemos de nuevo.
Necesitamos nacer de “arriba”.
Para los adultos autosuficientes, tener que recibir lo más necesario de la vida
como un regalo resulta humillante. Preferimos asegurar nuestra vida
construyendo nuestros propios pequeños reinos de avaricia y propia afirmación.
Luego, descubrimos que lo más necesario es el reino de Dios y que solo
podemos ser receptores pasivos.
En el umbral de gloria está la figura suplicante de todos los tiempos: el Señor
Jesucristo. En sus manos está el reino y lo ofrece como un regalo. Tanto a los
directores generales como a los conserjes, a militares y a civiles, a los doctores y
a los marginados, a blancos como a negros, a los orientales y a los occidentales,
dictadores y demócratas, Él y solo Él ofrece su reino como un regalo. Es nuestra
única esperanza para una vida con significado.
Comunicar el reino de Dios
El reino debe comunicarse (Luc. 8:1; 9:2,60; Hech. 8:12; Mat. 24:14; 13:19).
Desde el inicio del Nuevo Testamento, tanto Juan el Bautista como Jesús sabían
de la importancia de comunicar el reino (Mat. 3:2; 4:17).
Este reino requiere compromiso y obediencia (1 Cor. 6:9,11). El reino es
polémico. Requiere de un compromiso. Cuando Jesús asoció el reino con el
arrepentimiento, lo que solicitaba era un compromiso moral por parte de sus
seguidores.
El reino está reservado para los que escuchan y se preparan o comprometen
(Mat. 25:1–12). Recibir el reino, de ninguna manera debe dejarnos con una
actitud pasiva. La grandeza del regalo requiere una vida de la más acérrima
vigilancia, el máximo esfuerzo y una obediencia radical. Es el regalo supremo y
merece nuestra lealtad suprema.
Por consiguiente, al comunicar el reino, debemos dar una respuesta: respeto y fe
(Mar. 1:15).
El reino es costoso (Mat. 13:44–46). Jesús, por medio de las parábolas,
subrayó la acción radical necesaria para conseguir el reino. Como cuando un
pobre jornalero descubre de golpe un tesoro escondido en el campo que está
trabajando y mira furtivamente en todas direcciones para luego volverlo a
enterrar, vender todo lo que posee y, con gozo por tener el tesoro, comprar el
campo. ¿Qué pensaría de un vecino que encuentra un cofre de platino enterrado
en un baldío de su barrio y, sin decir nada a nadie, vende su casa y compra ese
terreno? Quizás diría que está loco... pero ¡él tendría su tesoro!
El comerciante de joyas a gran escala que de repente encuentra la perla más
bella de todas. En un instante, liquida el imperio de perlas construido durante
años para conseguir esa perla de gran precio. Su agente le aconsejaría consultar
a un psicólogo y luego intentaría equilibrar su cartera con bonos, valores, pero
nunca más perlas. Sin embargo, ese hombre tiene la mejor perla de todas.
Ambas historias presentan un momento en que se toma una decisión radical
cuando el labrador y el comerciante de perlas actuaron de manera drástica
debido a una circunstancia de esas que se presentan una sola vez en la vida.
Jesús desea que tengamos esa misma pasión en cuanto al reino (2 Tes. 1:5; Col.
1:13).
El reino genera conflicto (Mat. 11:11–12,16–17). Desde el huerto del Edén
hasta la serpiente arrojada al foso ardiente, el reino de Dios está en guerra con
los reinos humanos. Mientras vivamos como ciudadanos del reino, el conflicto
será inevitable.
El reino triunfará (Mat. 13:31–32; Mar. 4:28; 1 Cor. 4:20). El reino de Dios es
el único reino que perdurará por siempre. No podemos detener su crecimiento ni
tampoco podemos hacer que crezca. Es el reino de Dios y va a crecer
inevitablemente.
El reino es mundial (Mat. 13:37–38). Es ofrecido, se extiende y alcanza a toda
familia y tribu.
¿Qué tiene de valioso? ¿Qué no daría usted a cambio del reino? Venda el campo
y consiga el tesoro. Al final del día será un terreno sin valor si no halla el tesoro.
No tiene que cavar por siempre. Halle el tesoro.
CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
UN REY Y SU PUEBLO
Éxodo 19:4–6
KEN HEMPHILL
(semana 2)
Bosquejo del mensaje
"Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de
águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz y guardareis mi
pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es
toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa" (Ex.
19:4–6).
Jugué fútbol americano en la Universidad de Wake Forest, que nunca se
caracterizó por su equipo de fútbol. Éramos realmente malos. Recuerdo en
particular una final contra Maryland. Íbamos algo así como 66 a 0. Fue una
masacre. ¡Qué alivio cuando por fin todo terminó!
Mi padre, un predicador acostumbrado a dar ánimo, saltó al campo y expresó
con una enorme sonrisa en su rostro: “Hijo, ustedes se ven muy bien cuando
arman el pelotón”. Supongo que tenía razón. En el pelotón habíamos acordado
magníficos planes; pero una vez que llegó el momento de entrar en acción, ya
no fue lo mismo.
¿No es esto así para muchos de nosotros y en muchas iglesias? En los planes
está todo perfecto, el desafío es salir de esa reunión en la que nos pusimos de
acuerdo y no quedarnos satisfechos con las grandes cosas que hemos planificado
para su reino. ¿De qué manera hacemos grandes cosas para su reino? ¿Cómo
nos comprometemos en el crecimiento grandioso del reino?
Redención
La base de la actividad del reino es la redención por parte de Dios. En Éxodo 19,
a tres meses de haber abandonado Egipto, estaban en el desierto de Sinaí.
Habían acampado en el desierto frente a la montaña. Jehová tenía una palabra
para Moisés y su pueblo.
Dios dijo que quería que recordaran cómo los había redimido. Dios les recordó
que no solo los había redimido y los había sacado de la esclavitud sino que los
había posicionado en una relación dinámica con Él. Muchos creyentes no tienen
visión del reino porque no tienen una relación del reino. Cuando uno tiene una
relación con el Rey del universo, solo desea servirlo.
Obediencia
Dios define con claridad lo que Él espera de quienes tienen una relación del
pacto con Él: “Si diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto”. Por favor, note
que la cláusula condicional “si” no se relaciona con la redención de ellos. Eso ya
había ocurrido. No podían atravesar nuevamente el mar Rojo. No podían
regresar a las ataduras del pecado. No podían perder la redención.
Como personas redimidas, fueron llamadas a obedecer. La obediencia parcial es
desobediencia total. La obediencia postergada es desobediencia en el presente.
Para ser efectivos en el reino, debemos amar de tal manera al Dios que nos
redimió que la obediencia parcial deja de ser una opción para nosotros. La
cuestión para los redimidos es el servicio efectivo al Rey Redentor. Al obedecerlo
reflejamos su carácter y llevamos a cabo su misión.
¿Qué nos dicen estos pasajes acerca de nuestra obediencia al Redentor? Estos
versículos nos dicen algo acerca de los tres aspectos de nuestra tarea en el
reino. Dios desea que seamos personas que representen su nombre, se
identifiquen con su misión y obedezcan su Palabra.
Somos su especial tesoro. Según otras versiones, su “propiedad exclusiva” o
su “pueblo preferido”. La palabra hebrea para propiedad, se refiere a un bien
que puede transportarse, un tesoro móvil.
En esa época, las personas tenían dos clases de bienes: los inmuebles (tierras o
propiedades) y las joyas (oro, plata y piedras preciosas). Muchos preferían las
últimas porque podían coserlas a la ropa y así llevarlas con ellos. Dios desea un
pueblo que sea su “tesoro móvil”.
La Biblia nos da algunos ejemplos. José fue puesto en la casa del Faraón para
que proveyera para su padre y sus hermanos (ver Gén. 45:7). Para que salvara a
su pueblo, Dios puso a Ester por reina “para un momento como este” (ver Est.
4:13–14, NVI). La soberana dirección divina guía a sus siervos para que cumplan
los propósitos de Dios.
Dios lo ha puesto a usted en donde está con un propósito del reino. Tenemos
que ser sal y luz allí donde estemos, y debemos considerarnos sus tesoros
móviles. Que usted tenga que estar en la sala de espera del dentista puede ser
debido a una cita que Dios organizó para que se produjera justo allí. Puede que
Dios desee que desarrolle una carrera para el reino en su puesto de trabajo. La
actividad del reino se desarrolla en la vida cotidiana y por eso Dios lo puso a
usted en donde está. Usted es uno de los exclusivos y móviles tesoros de Dios.
Somos un reino de sacerdotes. Dios dijo que su pueblo sería un reino de
sacerdotes, real sacerdocio. Esta es la primera mención de la palabra reino en la
Biblia. Este real sacerdocio no solo habla de nuestra exclusividad sino también de
nuestra posición y de nuestra función. Debemos comprender que esto fue antes
de que se desarrollara el sacerdocio.
Ser sus sacerdotes significa que cumplimos una función de intermediarios entre
los pecadores y el Dios santo. Pablo lo expresó de esta manera: “Somos
embajadores en nombre de Cristo” (2 Cor. 5:20). Lo que nos está diciendo es
que quienes hemos sido reconciliados con Dios nos convertimos en
reconciliadores.
Primera Pedro 2:5 dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados
como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. ¿No le agrada ser aceptable a Dios
por causa de Cristo? Pablo emplea una imagen similar en 1 Corintios 3 cuando
habla acerca del fundamento de lo que se edifica. Pablo continúa diciendo que
somos piedras vivas; somos oro, plata y piedras preciosas. Dios nos ve como el
oro, la plata y las piedras preciosas con los que Él construye su reino.
¿Qué espera Dios de su reino de sacerdotes? En primer lugar, nuestro cuerpo
(ver Rom. 12:1–2). Dios nos da los dones espirituales para que los usemos y
también nos da nuestro cuerpo para su reino. Si nos presentamos ante Dios, Él
nos usará. Me asombra que Él pueda usar este cuerpo humano tan frágil para
que sus dones se manifiesten para su gloria.
En segundo lugar, Dios espera que sus sacerdotes ofrezcan alabanza, servicio y
mayordomía como sacrificios ante Él (ver Heb. 13:15―16). Comprender esto
puede hacer que se modifique la manera en que nos conducimos en la iglesia.
Cuando uno ofrece alabanza, el Espíritu de Dios inspira nuestra alabanza. Los
ángeles contemplan y si Cristo es ensalzado, Él conduce a los hombres ante su
divina presencia. Nuestra mayordomía en la adoración es parte de nuestro
sacrificio sacerdotal a un Dios santo. A Dios le importa que demos lo mejor para
Él. Parte de nuestro privilegio sacerdotal se evidencia en la mayordomía de
servicio y la alabanza.
Somos una nación santa. Como Él es un Dios santo, solo un pueblo santo
puede representarlo (ver 1 Ped. 1:15). Debemos reflejar a nuestro Padre en
nuestras actitudes, nuestra conducta y nuestro estilo de vida (ver 1 Ped. 2:9).
Ezequiel 36:23 es uno de los grandes pasajes misionológicos de la Biblia, y dice:
“Y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová, el Señor, cuando sea
santificado en vosotros delante de sus ojos”. Este pasaje nos recuerda que
nuestra sal es la que provoca la sed del mundo por conseguir nuestra luz.
Nuestra conducta crea el ámbito propicio para nuestro testimonio.
Potencial
Fíjese en la extensión del reino. En Éxodo 19, Dios dice: “porque mía es toda la
tierra” (v. 5). Esa es una declaración del intento misionológico de Dios. En el
Antiguo Testamento, Dios deseó que Israel revelara al Creador como santo para
que todas las naciones lo conocieran (ver 2 Sam. 7:23). Israel no tenía nada de
especial, no eran poderosos ni numerosos; pero Dios les dio gloria y honor para
que todas las naciones de la tierra pudieran llegar a conocerlo a Él. Sin embargo,
Israel se apropió de las bendiciones de Dios y falló en la transmisión de las
bendiciones de Dios.
La iglesia en Norteamérica se halla en la misma encrucijada. Dios nos ha
bendecido. Nos ha dado iglesias, gente, propiedades y recursos económicos
porque quiere que el mundo sepa que Él es el Señor.
Apocalipsis 7:9 presenta una escena gloriosa del reino. Una gran multitud está
de pie ante el trono frente al Cordero en adoración. En el reino somos
ganadores. Aun cuando parezca que el adversario va ganando, necesitamos
recordar que servimos al Rey de gloria que un día posará nuevamente sus pies
sobre el planeta tierra. En ese momento, toda lengua confesará y toda rodilla se
inclinará. Ruego que toda rodilla se incline en redención.
¿Qué busca Dios? Desde Éxodo hasta Apocalipsis, Dios busca un pueblo que
represente su nombre (su carácter), que se identifique con su misión a las
naciones y que obedezca su Palabra. No nos conformemos con hablar acerca de
eso o planificar en ese sentido. Salgamos del “pelotón” y comprometámonos a
hacer grandes cosas para el reino.
CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
REPRESENTANTES DE DIOS
Juan 4:1―38
GENE MIMS
(semana 3)
Bosquejo del mensaje
Estamos ante la iglesia del reino. Jesucristo vino a anunciar la inauguración del
reino y no su consumación. La consumación ocurrirá cuando Cristo regrese a la
tierra. En ese momento, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que
Jesús es el Señor. Esto todavía tiene que ocurrir. Sin embargo, lo que ya ha
ocurrido es la inauguración del reino de Dios. Durante su vida y su ministerio,
Jesús dijo repetidas veces: “El reino de Dios está aquí”.
A comienzos de su ministerio, Jesús proclamó: “El tiempo se ha cumplido y el
reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!” (Mar. 1:15).
Inmediatamente después, comenzó a llamar a los discípulos diciéndoles: “Venid
en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (v. 17). Si ha estudiado
el Evangelio de Marcos, se habrá dado cuenta que emplea con frecuencia la
palabra “inmediatamente” o “desde ahora”. Marcos recorre los eventos de la vida
de Jesucristo con una sensación de urgencia, para llegar a la muerte, la
sepultura y la resurrección del Señor.
En Marcos 1, cuando Jesús comenzó a predicar, la gente respondía asombrada.
Decían: “¡Caramba! ¿De qué se trata esto?” (Estoy parafraseando.) “Este hombre
tiene autoridad”. La gente se asombraba cuando Él predicaba. La gente se
asombraba cuando Él echaba fuera demonios. La gente se asombraba cuando Él
hacía milagros, cuando caminaba sobre el agua y cuando resucitaba a los
muertos. En todo momento, Jesús transmitía lo siguiente: “Esto sucede porque el
reino está entre ustedes. Ha llegado”. Él estaba inaugurando el reino y
manifestaba el poder y la autoridad de Dios. En todos los Evangelios el mensaje
y la reacción fueron siempre igual. “El reino ha llegado”, y la gente se
asombraba.
Cuando leo el Evangelio de Juan, hay dos palabras que siempre me resultan
interesantes. La primera es enviado o enviaron. En este Evangelio, son 27 las
veces en que Jesús explica que hace o dice tal cosa o que va a cierto lugar
porque el Padre lo ha enviado. La vez número 27 está en Juan 20:21, donde Él
dice: “Como me envió el Padre, así también yo os envío”. Jesús le dijo a sus
discípulos: “Yo los envío”. “Les encargo o los comisiono”. Nos ha dado una comisión. Eso significa que Él hace la tarea con nosotros, por medio de nosotros y
a nuestro alrededor. No somos nosotros los que hacemos la tarea por Él, como si
Él no estuviera comprometido. Eso no es el significado de la Gran Comisión. No
es lo que significa la palabra “comisión”. Cuando Jesús dijo: “Vayan”, no dijo:
“Vayan solos”; sino que aclaró: “yo estaré con ustedes”. Nuestra tarea, con su
presencia, su poder y su autoridad, es representarlo en el mundo.
Cómo reconocer a una iglesia con enfoque en el reino
Una iglesia con enfoque en el reino es una iglesia donde Dios se manifiesta a su
pueblo, por medio de su pueblo y alrededor de su pueblo. En una palabra: es
una iglesia en la que Dios obra.
Para que pueda comprender lo que es una iglesia y un líder con enfoque en el
reino y para poder llegar a serlo, tiene que comprender otra palabra dentro del
Evangelio de Juan: obra. ¿Recuerda el encuentro de Jesús con la mujer en el
pozo, en Juan 4? Cuando finalizó el encuentro de Jesús con la samaritana, los
discípulos llegaban con la comida. Entonces, lo animaron a que comiera algo. ¿Y
qué les respondió? “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que
acabe su obra” (v. 34).
Vidas transformadas. Cuando definimos el reino de Dios como el reinado de
Dios en los corazones y las vidas de los creyentes en Jesucristo, eso implica no
solo su salvación sino su señorío en nuestra vida. Afirmamos que Él comienza a
gobernar y a reinar sobre nosotros como individuos. Como gobierna sobre
nosotros, comienza a manifestarse y a obrar en nuestra vida. Usted, como
creyente, sabe que Dios está obrando en su vida. Él tiene una obra que hacer y
la está haciendo en su vida. Lo está guiando, conduciendo y dirigiendo para su
divina gloria.
Él no solo obra en nuestra vida y se manifiesta en nosotros, sino que también
comienza a manifestarse por nuestro intermedio. Por eso usted puede llevar a
una persona a los pies de Cristo, o brindar un consejo sabio u orar con alguien.
Por eso también puede liderar una iglesia. Esa es la razón por la que Él le ha
dado dones, para que pueda hacer muchas cosas. Una vez que Dios obra para
transformarlo y para producir una diferencia en su vida, Él comienza a producir
una diferencia a través de su vida y lo usa para su reino.
Dios no solo obra en nosotros y no solo hace su obra a través de nosotros sino
que además Él empieza a obrar a nuestro alrededor. Cuando uno comienza a
crecer en la madurez espiritual y Dios empieza a usarlo cada vez más, ya sea en
el campo de las misiones, en la iglesia, en la comunidad del reino, en la calle o
dentro de la propia familia, uno toma conciencia de que Dios obra a su
alrededor.
Culturas transformadas. Cuando uno comienza a ver que Dios cambia su vida
y que lo usa para cambiar la vida de los demás, empieza a tener una visión
mundial que es como un caleidoscopio de todo lo que Dios puede hacer. A
medida que ese caleidoscopio se manifiesta, uno podrá comenzar a tener la
visión de la obra de Dios en la iglesia y más allá de la propia iglesia, en su
comunidad y más allá de ella. Orará con fe porque puede ver la mano de Dios
que obra en todas partes, en sitios y de maneras que jamás pudo siquiera
imaginar.
La iglesia con enfoque en el reino comienza con esta realidad: Dios está
obrando. El Padre está obrando, el Hijo está obrando y el Espíritu de Dios está
obrando. Si Él obra en nosotros, entonces podrá obrar a través de nosotros . Y
cuando Él obra a través de nosotros, comenzaremos a verlo obrar a nuestro
alrededor.
Cómo guiar a una iglesia con enfoque en el reino
Si va a liderar una iglesia con enfoque en el reino, como líder de la iglesia debe
estar bien compenetrado de la obra de Dios. El primer paso para un líder con
enfoque en el reino en una iglesia con enfoque en el reino es reconocer que la
iglesia no se trata de nosotros; sino que es Dios obrando. Se trata de Dios que
se mueve con libertad para obrar en su congregación.
Concéntrese en el Padre. Howard Foshee, autor del libro Now That You’re a
Deacon [Ahora que eres un diácono], acostumbraba aconsejar a los jóvenes
predicadores: “No tienen que ser la novia de todos los casamientos ni el cadáver
de todos los velatorios”. Tenía razón. El llamado de Dios sobre nuestra vida no
se trata de nosotros. No se trata de un puesto o de un empleo. Se trata de Dios
que pone su mano sobre usted y lo prepara para una tarea de su reino.
¿Sabe lo liberador que es esto? Quita la carga de los propios hombros y deposita
la responsabilidad sobre los de Él. Si uno piensa que toda la responsabilidad del
reino de Dios depende de uno, ¿dónde está la presión? Está sobre sus hombros.
Cuando las cosas no suceden según lo planeado, ¿dónde recae la culpa? Sobre
sus hombros. Necesitamos saber que liderar una iglesia con enfoque en el reino
significa que uno presenta a una congregación para que Dios obre en ella, a
través de ella y alrededor de ella. Ese conocimiento quita la presión de los
propios hombros y de su vida, y convierte la obra de Dios en motivo de gozo en
vez de ser algo monótono.
Mi padre falleció a la edad de 86 años. Creo que vivió hasta esa edad solo para
conseguir su distintivo de 10 años como empleado de Wal-Mart. Cuando
comenzó en Wal-Mart, me llamó y me dijo: “Hijo, voy a trabajar en Wal-Mart”. Y
yo le respondí: “Papá, tienes 76 años. No necesitas trabajar”. Y él replicó: “Sí
que tengo que trabajar. Tengo que parar la olla”. Entonces yo protesté: “Papá,
no tienes que parar la olla... ¿Qué estás diciendo?” Sin embargo, ¿saben qué?
Entró a trabajar en Wal-Mart y lo hizo durante 10 años sin faltar un solo día.
Ahora sé por qué soy adicto al trabajo. Nunca soy tan feliz como cuando estoy
trabajando.
Algunos de ustedes son también así, pero ¿saben cuál es el peligro? Si usted
tiene el deseo de trabajar y eso se combina con la idea distorsionada de que si
usted no hace la obra de Dios por Él, de alguna manera el reino no avanza,
entonces está en problemas. Porque de buenas a primeras, el reino se reduce a
su talento, a su habilidad, a su fuerza y al territorio de su iglesia. Usted ha
convertido el ministerio para el reino en su propia responsabilidad. Las personas
que tienen esa actitud se pierden de ver el obrar de Dios.
Jesús dijo en Juan 5:19: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer
nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre
hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Creemos que Jesús es el Hijo de Dios.
Es aquel que caminó sobre las aguas, que levantó a los muertos, que hizo
milagro tras milagro y que echó fuera demonios. Y Él dijo: “Yo no puedo hacer
nada por mí mismo”.
¿Por qué dijo eso Jesús? Porque Jesús sabía que el poder proviene de Dios. La
autoridad proviene del Padre. Él enviaba al Hijo a donde Jesús tenía que estar.
Jesús sabía que el Padre estaba haciendo obras poderosas y asombrosas a
través de Él, el Hijo. Y fuera del Padre, Jesús nada podía hacer. Quiere decir que
aun para Jesús era una cuestión de que el Padre obraba en el mundo. “Obras
asombrosas, por causa del Padre”, sería el testimonio de Jesús.
Espere lo imposible. Juan presenta la frase más increíble de toda la Escritura
en Juan 14:12: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo
hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”.
Cuando me detengo frente a esa frase, escucho a Jesús que dice: “Cuando
depositas tu fe en mí, cuando tienes esa clase de relación que te permite confiar
plenamente en mí para que yo obre lo que solo yo puedo obrar en tu vida,
entonces lo que yo hice, también lo podrás hacer”. En su fortaleza podemos
hacer lo imposible para el reino.
Dentro de su comunidad hay personas que esperan que Jesús sea representado
en su vida o en la de algún miembro de su iglesia para que vaya y lo libere. Los
vecinos de su barrio están perdidos y necesitan la Palabra del evangelio. Esperan
ser liberados de las ataduras del pecado. Y usted tiene la oportunidad de
representar a Dios y de permitir que Él obre por su intermedio en la vida de
ellos.
No existe razón para que no veamos la manifestación de Dios no solo en nuestra
vida sino también a través de nuestra vida. Cuando Dios obra, tanto los salvos
como los que no, dirán: “Gloria a Dios en las alturas. Hay un Dios, Creador de los
cielos y la tierra. Existe un Dios que me ama y que se preocupa por mí”. Lo
sabrán porque la presencia y el poder de Dios se manifestarán en su vida y así
se revelará Jesús y el poder del Padre. Dios desea usarlo para que lo represente
a Él en la vida de ellos.
Dios está obrando y desea obrar en nosotros, a través de nosotros y a nuestro
alrededor. La iglesia con enfoque en el reino cree esto. El líder con enfoque en el
reino conduce a la iglesia a comenzar ahora mismo.
CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
CUANDO VIENE SU REINO
Ezequiel 36:16–36
KEN HEMPHILL
(semana 4)
Bosquejo del mensaje
¿Por qué Dios escogió a Israel? Entre todas las naciones de la tierra, ¿por qué
Dios decidió bendecir a esta pequeña tribu? ¿Por qué dijo: “Les daré mi nombre
y los colmaré de honor y gloria”? ¿Por qué hizo algo así? O quizás una pregunta
más relevante sería: ¿Por qué Dios escogería redimirnos? A nosotros, como
familia de la iglesia, a mí en forma personal, a usted en forma personal... ¿por
qué Dios nos redime?
Estos versículos nos recuerdan que Dios tenía un plan y había estado obrando
para cumplirlo a través de los tiempos.
El deseo de Dios
¿Recuerda cuando David deseó construir un templo para Dios? Él quiso contar
con un lugar que representara la majestad de Dios. David deseó construir un
edificio merecedor del nombre de Dios, donde el nombre de Dios habitara, donde
su carácter y su presencia fueran reconocidos.
Aun cuando Dios envió palabra a David por medio del profeta Natán de que no
sería él quien construiría el templo sino su hijo Salomón, el espíritu de David no
se quebrantó sino que siguió lleno de alabanza a Dios. Y en esa alabanza, David
expresó: “Por tanto, tú te has engrandecido, Jehová Dios; por cuanto no hay
como tú, ni hay Dios fuera de ti ... ¿Y quién como tu pueblo, como Israel, nación
singular en la tierra? Porque Dios fue para rescatarlo como pueblo suyo, para
ponerle nombre, para hacer grandezas a su favor, y obras terribles a tu tierra,
por amor de tu pueblo, que rescataste para ti de Egipto, de las naciones y de sus
dioses. Porque tú estableciste a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre;
y tú, oh Jehová, fuiste a ellos por Dios” (2 Sam. 7:22–24).
David había captado la idea. Había comprendido. David dijo que no había otro
dios. Esto no era algo bien visto ni aceptado en aquellos días. La gente adoraba
a numerosos dioses. Sin embargo, David expresó la verdad fundamental: existe
un solo Dios.
Luego, David reflexiona: “¿Y quién como tu pueblo, como Israel, nación singular
en la tierra?” ¿Qué los convertía en especiales? En apariencia, no había nada
resonante en cuanto a esta tribu. Otros pueblos los superaban en número,
entonces ¿por qué ellos?
David responde: “Dios fue para rescatarlo por pueblo suyo, y para ponerle
nombre, y para hacer grandezas a su favor, y obras terribles a tu tierra”. ¡Con
qué facilidad pasamos por alto las palabras de David! Sin embargo, sus palabras
revelan el deseo de Dios. Dios dijo: “Redimí a Israel para mí, para ponerles
nombre”.
Dios quería ponerles su nombre para que todas las naciones supieran que Él es
Jehová Dios. Fue algo relacionado con la redención, para que todas las naciones
lo adoren. El Antiguo Testamento repite una y otra vez la expresión: “las
naciones”. La pasión de Dios, de principio a fin, es que todas las naciones lo
honren como Rey.
Cuando Dios escogió a Israel, estaba buscando:
* un pueblo que representara su nombre; es decir, un pueblo que adoptara su
carácter y viviera de tal manera que los demás vieran que su Dios era santo y
verdadero.
* un pueblo que se identificara con su misión a las naciones. Dios buscaba un
pueblo que comprendiera y se comprometiera con su deseo de ser conocido
entre todos los pueblos.
* un pueblo que obedeciera a su Palabra.
Sin embargo, los hijos de Israel no fueron fieles a ese propósito, sino que
cuando Dios envió a Israel a las naciones, lo desobedecieron y profanaron su
santo nombre. Dios no permitirá que su nombre sea profanado entre las
naciones de esta manera; por lo tanto Ezequiel esboza la solución divina. Eso
nos lleva a Ezequiel 36, uno de los más grandiosos capítulos misionológicos de la
Biblia.
La solución de Dios (v. 23)
Vindicación. Dios vindicaría o reivindicaría la santidad de su nombre cuando
dijo que las naciones lo conocerían cuando se mostrara santo a su vista en
medio de Israel.
Revelación. Dios lo haría al revelarse santo en medio de su pueblo. ¿Cómo
hace un Dios santo que no se manifiesta en forma física en el planeta tierra para
revelarse santo entre las naciones?
Conversión. Cuando Dios reivindicó la santidad de su nombre y se manifestó
santo en medio de su pueblo, el resultado sería la conversión de las naciones.
Esa era la solución de Dios. Eso es lo que Él deseaba que sucediera. ¿Y qué
hacía falta para que sucediera?
El plan de Dios
Restauración (v. 24). La tierra era algo tan crítico para la nación israelita que
no podremos comprender absolutamente nada acerca de su teología si no
sabemos algo acerca de la tierra. En Génesis 12, Dios estableció una relación
basada en un pacto con Abraham y le prometió que él sería el padre de una gran
nación (Gén. 12:2). Dios mencionó que le daría una tierra. Ya conocemos el
resto de la historia: salieron de Egipto y luego de vagar durante 40 años,
finalmente tomaron posesión de la tierra.
No obstante, luego de tomar posesión de la tierra, comenzaron a desobedecer la
Palabra de Dios. Así que Dios los dispersó varias veces. Ezequiel predicaba a un
pueblo esparcido que había sido llevado cautivo a Babilonia. Ezequiel les
mencionó las promesas divinas que Dios los reuniría y los llevaría de regreso a su
país (Ezeq. 36:24). Él restauraría a su pueblo (comparar con Neh. 1:8–9).
Cuando pensamos en volvernos a Dios, acude a nuestra mente el gran pasaje de
avivamiento de 2 Crónicas 7:14 y la necesidad de confesar nuestros pecados. Sin
embargo, confesar es más que el acto verbal de confesión, es volvernos a poner
a tono con el carácter de Dios. Confesar su nombre significa estar de acuerdo
con su nombre en nuestra vida. No se trata sencillamente de estar de acuerdo
verbalmente. Es sencillo ir a la iglesia, arrodillarse ante el altar y decir: “Señor,
aviva a nuestro pueblo”. Sin embargo, la única manera en que hemos de ver una
transformación en la cultura de esta nación, la única manera en que veremos la
penetración del evangelio en las naciones, es por la difusión del avivamiento que
vendrá. Dios desea restaurar a su pueblo.
Renovación (vv. 25–27). Fíjese que el deseo de Dios es limpiar a su pueblo de
las impurezas y de la idolatría. La impureza ha inundado nuestro ámbito
cotidiano, nuestros entretenimientos y nuestra sociedad. ¿Y la idolatría? Muchos
dirán que eso sucede en países lejanos. No, muchas veces está presente en lo
que estacionamos en nuestro garaje. Si deseamos ver un avivamiento espiritual,
tenemos que orar para que Dios traiga una profunda limpieza de la impureza y
de la idolatría.
Una vez que se eliminó la impureza y cuando los ídolos han sido echados abajo,
es tiempo de un corazón nuevo. El viejo se ha ido y el Espíritu de Dios viene a
habitar en nosotros. Nuestro corazón viejo presenta callosidades y está
endurecido. ¿Cuánto hace que no llora por un vecino que marcha rumbo a la
perdición eterna o por un grupo no alcanzado? ¿Le importa realmente? ¿Siente la
misma preocupación que siente el Padre por la nación y por las naciones del
mundo? Es tiempo de renovarse, es hora de que tengamos un corazón
comprometido y preocupado por las cosas que le preocupan a Dios.
Avivamiento (vv. 28–32). Con el Espíritu Santo dentro de nosotros, seremos un
nuevo pueblo en la tierra prometida. Lo maravilloso es que las bendiciones de
Dios no se terminan aquí. Seremos librados de nuestras impurezas. La tierra
producirá cosechas abundantes. Dios trae de nuevo a la vida (aviva) a su pueblo
y la tierra que les prometió.
No obstante, el avivamiento no termina allí. Dios no lo hace por ellos (v. 32). Su
objetivo es que las naciones que los rodean lleguen a conocer que Él es Dios y
que Él ha hecho estas cosas (vv. 35–36). Dios, fiel a su deseo, anhela que las
naciones vengan a Él.
¿Por qué Dios desea producir un gran avivamiento en nuestra generación? Para
que Él pueda recibir la gloria. Dios escogió a Israel. Dios lo ha elegido a usted. Él
desea que todas las naciones honren su nombre. ¿Está dispuesto a vivir de
manera que la gente pueda conocer el divino carácter, la santidad y la presencia
de Dios en usted?
CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
EL REY FELIZ Y SUS HIJOS
Mateo 5:3–12
KEN HEMPHILL
(semana 5)
Bosquejo del mensaje
Estamos en una alocada carrera en busca de la felicidad. Cuanto más la
buscamos, más parece eludirnos. ¿Dónde encontramos auténtica felicidad?
Lo primero que nuestro Señor transmitió a los futuros ciudadanos del reino nos
brinda una solución a esta búsqueda de la felicidad. Esta solución se halla en las
frases iniciales del sermón del monte, las bienaventuranzas. ¿Acaso le sorprende
que la primera palabra del reino sea “feliz”?
La primera palabra del reino es “feliz”
Jesús deseaba atraer a las multitudes al reino de Dios. No obstante, nada podría
haberlos preparado para la naturaleza radical de este reino. Este reino era
profundo, simple y radicalmente poderoso. Comenzaba en el corazón del hombre
y luego se reflejaba en su carácter de tal manera que producía un impacto
impresionante como sal y luz dentro de un mundo insípido y sumido en la
oscuridad. A algunos les sorprende que las primeras palabras de los labios del
Rey sean: “bienaventurados”. Esta palabra también puede traducirse como
“felices”. Muchos comentaristas coinciden en que feliz es una forma más
acertada de transmitir la intención inicial de Jesús. Felicidad es la primera
palabra del manifiesto del reino. Se invita a los creyentes a que se sumen a un
reino feliz. Esta felicidad es una condición del corazón que crea en nosotros la
perfecta paz y un gozo también perfecto, que no dependen de las circunstancias
humanas.
Podemos ver un ejemplo de la felicidad de este reino cuando los primeros
discípulos enfrentaron la persecusión con gozo genuino. Cuando Esteban, por
ejemplo, estaba siendo apedreado y sin embargo le pedía al Señor que recibiera
su espíritu y perdonara a sus asesinos (Hech. 7:57–59). Cuando Pablo y Silas
estuvieron en prisión, y en vez de lamentarse de su situación, eligieron orar y
alabar a Dios (Hech. 16:25–34). Esta felicidad desenfrenada llevó a la conversión
del carcelero y su familia.
Las palabras de Jesús en estas bienaventuranzas deberían llevarnos a repensar
lo que significa ser feliz. “¿Qué nos da felicidad?”, es una pregunta desacertada.
Porque la felicidad viene de alguien y no de algo. Hallamos nuestra felicidad en
nuestro Rey.
La felicidad depende de “ser”
Para que podamos experimentar verdadera felicidad, tenemos que comenzar
donde Jesús comenzó: concentrándonos en ser. Esto suena sencillo y evidente,
pero pensemos en las ramificaciones. Piense en cuánto tiempo y esfuerzo
dedicamos a cambiar nuestras circunstancias, a transformar nuestro entorno o a
cambiar a las personas o las cosas que creemos que nos harán ser felices. Con
frecuencia, todos esos esfuerzos solo nos conducen a la frustración.
Experimentamos felicidad solo cuando conocemos y servimos al Rey que nos
creó y cuando cumplimos el propósito para el que fuimos creados. El desconocer
y no cumplir ese propósito nos lleva a sentirnos ansiosos y desilusionados.
¿Qué debemos ser, entonces?
Si tuviéramos que escribir una composición sobre “una persona feliz”,
probablemente no comenzaríamos con expresiones como “pobres en espíritu” o
“los que lloran”. Más bien relacionamos esto con alguien que no es feliz. La
noción de Jesús acerca de la ciudadanía del reino desafía de manera radical
nuestros conceptos tradicionales acerca de la felicidad. Servimos a un Rey que
no nos ofrece regalos para que seamos felices. Él no crea un nuevo entorno ni
cambia las circunstancias. Él nos transforma de modo que podamos disfrutar de
la felicidad en todas las circunstancias.
¿Qué puede producir felicidad en todas las circunstancias de la vida? La mayoría
de los comentaristas bíblicos dividen las bienaventuranzas en dos partes: las
primeras cuatro son pasivas y las otras cuatro son activas. Si bien no podremos
dedicarle a cada una la atención que merece, analizar estas características de un
modo holístico podrá ayudarnos.
Pobres en espíritu. La pobreza en espíritu nos permite darnos cuenta de que
necesitamos con desesperación que el Rey invada nuestra vida y permite que
entendamos que el reino de Dios es la única realidad perdurable de la vida.
Cuando más sinceros somos en cuanto a nuestra condición espiritual
empobrecida, más buscaremos el reino de Dios en nuestra vida. A medida que
nos aferramos cada vez menos al mundo, nos volvemos más apasionados por el
reino. Por ende, esto significa que no basaremos la fuente de nuestra felicidad
en el mundo, que es temporal, sino en el reino que es eterno.
Los que lloran. Tal vez se pregunte cómo el llanto puede ser el peldaño que
lleva a la felicidad. ¿Cómo podemos hallar felicidad en medio del llanto? El Rey
en persona consuela a los que lloran. Esta bienaventuranza nos debería recordar
la promesa de que Jesús enviaría un Consolador. El Espíritu Santo que habita en
los ciudadanos del reino será quien brinde esa consolación.
Los amables. La mayoría de las versiones de la Biblia emplea la palabra
“manso” o “humilde” cuando menciona esta característica de la gente feliz del
reino. Muchos asocian la mansedumbre con la debilidad, la pasividad o incluso la
cobardía. Nada más alejado del verdadero concepto que encierra la palabra
“manso” o “humilde”. Los mansos son los que han hallado su fortaleza en la
obediencia absoluta a las leyes del Rey. Jesús, nuestro ejemplo, obtuvo su fuerza
del sometimiento al Padre.
La mansedumbre nos permite hacer lo correcto cuando nadie nos ve o servir con
fidelidad cuando nadie lo nota, porque hemos hallado fortaleza al someternos. La
buena noticia es que el manso o humilde obtiene todo, percibe una vislumbre del
cielo mientras hereda la tierra. ¿Qué significa eso? Que Dios obra a través de los
mansos para cumplir su voluntad y hacer que su reino avance sobre el planeta
tierra. Por consiguiente, eso hace que los ciudadanos del reino sean felices.
Los que tienen hambre y sed de justicia. Las palabras “hambre” y “sed” nos
hablan de un deseo profundo que crece de continuo hasta que es saciado. Los
ciudadanos del reino se sentirán disconformes por todo lo que tanto en su
personalidad como en su cultura no se asemeje a Dios. Este hambre puede
comenzar como una búsqueda personal de conocer la justicia de Dios y
experimentar su reino, pero no termina allí. Desarrollamos hambre por ver que
su divino reino invada la vida de otros. Procuraremos encontrar el momento para
compartir las buenas nuevas del reino. Tener hambre y sed de justicia nos
convertirá en seres apasionados por la justicia y la misericordia que caracterizó a
los profetas del Antiguo Testamento. Eso nos obligará a dejar de lado el pecado.
¿Qué debemos hacer, entonces?
La bienaventuranza que sigue comienza con las características activas donde el
ser del reino afecta el hacer. Estas cuatro describen la manera en que la persona
del reino se relaciona con los demás. El principio es el siguiente: El carácter del
reino precede el accionar del reino. Esto quiere decir que uno se sentirá
frustrado si intenta ser misericordioso, pacificador y paciente por sus propios
medios.
Los misericordiosos. Muchas personas malinterpretan la misericordia. No se
trata de una actitud complaciente, de criterio amplio que pasa el pecado por alto.
Eso sería algo por completo incompatible con nuestra pasión por la justicia.
Misericordia no es tampoco lo mismo que lástima, sino que es algo que nos
conduce a tener buena voluntad hacia los demás.
Nos mueve a identificarnos con las necesidades de quienes nos rodean, a
responder con compasión y a darles más de lo que en realidad merecen. Cuando
somos misericordiosos, podemos comprender a pleno la misericordia que Dios
tuvo para con nosotros. Este conocimiento crea una sensación arrolladora de
felicidad.
Los de limpio corazón. Mantener un corazón puro es la clave para una vida
recta. Ser de “limpio corazón” es más que evitar la conducta pecaminosa; eso
nos habla de una determinación de la mente. El ciudadano del reino ha escogido
el reino de Dios por encima de los reinos del mundo y esta decisión hace que se
tome una resolución en cuanto al propósito. Esto simplifica la vida. Cuando
nuestro corazón está limpio, es puro y está concentrado en una sola cosa, la
conducta del Rey fluye con naturalidad a través de nuestra vida.
El resultado es que el limpio de corazón puede ver a Dios. Podemos reconocer la
mano de Dios en los eventos cotidianos. Podemos verlo obrando en todas las
circunstancias para nuestro bien. ¿Acaso le asombra que el limpio de corazón sea
feliz?
Los pacificadores. No hay mejor manera en la que los hijos del reino
demuestren el carácter de su Padre que cuando son pacificadores. Dios es el
supremo pacificador. Los ciudadanos del reino que tienen esta característica
reflejan la naturaleza del Rey y por eso son llamados “hijos de Dios”.
Ser pacificador debiera ser el sello distintivo de las personas del reino. Debemos
ser activos y persistir en nuestro esfuerzo por resolver conflictos, restaurar las
relaciones y reparar los muros derribados. Tenemos que ir al frente y rehusarnos
a tomar represalias cuando nos hacen algo malo (Mat. 5:39). Este estilo de vida
es tan innovador y radical que sin dudas convencerá al mundo de que somos
hijos de Dios.
Los perseguidos. Esta receta para la felicidad es por completo opuesta al
entendimiento y a la norma de conducta del mundo. Cuando uno elige seguir
este patrón, el mundo no lo ignorará y no siempre lo va a aceptar. El problema
radica en que las acciones y actitudes confrontan a las personas con la realidad
del reino de Dios en la tierra. Y la reacción no es siempre buena. Jesús enseñó
que el resultado final es que nuestro Padre nos recompensará. Y eso es
suficiente.
No podemos obviar la secuencia que el Rey expone para sus hijos. El gran
expositor de generaciones pasadas, G. Campbell Morgan, afirma con elocuencia:
“En primer lugar, la pobreza de espíritu, que desecha la rebelión y se sujeta al
Rey, besa su cetro; luego el llanto que sigue; después la mansedumbre que
asegura; luego la pasión que inflama; luego el servicio misericordioso y después
la pureza de corazón que permite al hombre ver a Dios; y por último la
grandiosa, dulce y poderosa influencia de la paz, entonces el hombre se
convierte en un pacificador”.
La gente anda buscando la felicidad. Cuanto más permitimos al Espíritu que
manifieste el carácter de Dios en nosotros, más experimentaremos la verdadera
felicidad. El estilo de vida del reino implica que uno está liberado del deseo de
defenderse, de tomar represalias cuando nos hacen algo malo y de guardar
rencor. En cambio, uno tiene el poder para manifestar misericordia, para vivir
con un solo propósito y para ser un pacificador. No es extraño entonces que el
resultado sea una vida “bendecida” o “feliz”.
CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
SU REINO VIVE
Mateo 6:5–13
KEN HEMPHILL
(semana 6)
Bosquejo del mensaje
¡Qué pedido tan extraño! Los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron:
“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Luc.
11:1). ¿Cree que Jesús se habrá asombrado? Estos hombres no eran novatos en
cuanto a la oración. Ellos ofrecían confesiones rituales de fe tanto a la mañana
como a la noche. Oraban antes y después de comer. El problema era que estos
hombres sabían orar solo como un requisito más dentro de sus obligaciones
religiosas. No sabían orar como producto de una relación personal con el Padre.
De modo que Jesús comenzó a enseñar a sus discípulos a orar.
Mateo expresa la oración modelo de Jesús en un contexto diferente. Mateo 5
relata que Jesús vio a la multitud, se fue a la montaña, se sentó y comenzó a
enseñarles. Jesús enseñaba el significado de vivir como ciudadanos del reino. Ser
un ciudadano del reino significa que vivimos en comunión con el Padre. Es una
relación íntima que afecta en gran manera nuestra forma de vivir.
La mayoría de los comentaristas coinciden que el punto crucial, el pico más alto
dentro del sermón del monte de Jesús fue la oración. Comenzó con la
descripción de las maneras inadecuadas de orar. “No oren para ser vistos”. ¿No
le parece interesante la selección de palabras? Una oración es para ser
escuchada. El contenido de la oración de los hipócritas no importaba. Sin
embargo la posición, el ser vistos, parecer religiosos... eso era lo importante.
Jesús también advirtió acerca de intentar impresionar a los demás con largas
repeticiones sin sentido. Y luego Jesús hace esta extraordinaria declaración:
“Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis”
(v. 8). Si él ya sabe, entonces ¿por qué hay que orar? Porque esa relación con el
Padre es una parte vital de ser ciudadano del reino. Oramos para disfrutar de
Dios y para descubrir su propósito en vez de decirle el nuestro. Entonces...
¿cómo tenemos que orar?
Oramos para declararlo a Él
"Padre nuestro que estás en los cielos.” Jesús comenzó todas sus
oraciones, con excepción de la que expresó en la cruz donde citó las Escrituras,
con la palabra Abba. Ese título tiene un dejo de intimidad. Es nuestra idea de
“papá”. Cuando un niño de hoy en tierra santa llama a su padre, dice: “Abba,
Abba”. ¡Qué asombroso es que nuestro Papá quiera escucharnos! El Creador
soberano del universo nos ha dado acceso ilimitado, en cualquier momento y en
cualquier lugar... y sin recargo por larga distancia. Él nos dice: “Aquí estoy,
siempre disponible para ti”.
“Santificado sea tu nombre.” Recuerdo que cuando partí rumbo a la
universidad, mi papá me acompañó hasta el automóvil y yo estaba preparado
para escuchar “el discurso”, una serie de indicaciones, prohibiciones y
advertencias. Sin embargo, él no dijo nada de todo eso. Sencillamente me apoyó
la mano sobre el hombro y dijo: “Hijo, tengo solo una cosa valiosa y es mi
nombre. No lo lleves a cualquier parte. No hagas cualquier cosa con él. No lo
asocies a nada que yo no lo asociaría. Por favor, cuida mi nombre. Es todo lo
que tengo para darte”.
No pensé mucho en sus palabras hasta que escuché cosas que jamás habría
escuchado de los labios de mi padre y hasta que me invitaron a sitios adonde mi
padre jamás iría. Cuando eso sucedía, no necesitaba pasar lista en mente a una
larga serie de “haz esto” y “no hagas aquello”. Solo debía preguntarme: “¿Acaso
mi padre involucraría su nombre en esto?”
Santificar su nombre con nuestra vida nos hace ser distintos. ¿Alguna vez alguien
le dijo algo como: “Noté que eres distinto por la manera en que respondiste al
jefe el otro día cuando te insultaba. Es por tu Padre, ¿no es cierto?” Debemos
santificar su nombre.
“Venga tu reino.” Juan el Bautista proclamó en el desierto: “Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2). Jesús entró a Galilea y
predicó: “¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!” (4:17). Tal
vez lo más ilógico para los que escuchaban fuera la relación entre las palabras
“arrepentíos” y “reino”. Los judíos pensaban en el reino en un sentido
estrictamente político y nacionalista. Los discípulos debieron de haber pensado
que era poco común que el reino se relacionara con la palabra “arrepentíos”.
¿Significaría eso que Dios estaba listo para hacer algo que requería una
respuesta espiritual en vez de política?
¿Qué significa la expresión “venga tu reino”? Quiere decir que le pedimos a Dios
que nos muestre todos los días, a cada momento, lo que Él está haciendo en la
actividad del reino.
“Hágase tu voluntad.” Esto significa que la respuesta es sí. No importa dónde
esté obrando Dios. Si yo lo veo, creo que debo involucrarme, así que lo haré. Mi
respuesta automática es estar dispuesto.
Oramos para declarar nuestra necesidad
Con frecuencia hacemos oraciones en forma personal, acerca de mí o para mí.
Son oraciones en que pedimos “bendíceme”, “ayúdame”. Jesús no nos dio una
oración en primera persona. Los únicos pedidos están en el medio de la oración
modelo. En estos pedidos Jesús declara la provisión completa del Padre para
nuestras necesidades, tanto físicas como emocionales, espirituales, el pan diario,
el perdón y la victoria sobre el mal.
Físicas. Se trata de confiar en Dios para nuestras necesidades tangibles, nuestro
pan de cada día. Él que cuida de las aves, ha prometido cubrir nuestras
necesidades “conforme a sus riquezas en gloria” (Fil. 4:19).
Emocionales. Esto se refiere a vivir con la conciencia limpia, perdonando a los
demás. Cuando el Espíritu Santo trae a la mente a lo largo del día aquellas cosas
en las que le hemos fallado al Padre, pedimos que nos perdone.
Espirituales. Se refiere a solicitar la ayuda de Dios para mantenernos puros. No
podemos vencer el mal ni evitar las situaciones comprometedoras sin su divina
ayuda.
Aun estas necesidades nos recuerdan que nuestro enfoque es comunitario. No
puedo orar por mi pan de cada día si no me preocupo por su pan de cada día.
No puedo orar pidiendo perdón si no estoy dispuesto a perdonar a los demás.
Nuestras necesidades nos movilizan con rapidez hacia la comunidad de
creyentes.
Oramos para declarar nuestro propósito
Algunos no toman en cuenta la bendición final en la oración. Quizás debido a su
brevedad o tal vez porque no se encuentra en el Evangelio de Lucas. Algunos
creen que no son originales sino que se trata de una adición de Mateo al texto
de Lucas. Creo que Jesús probablemente enseñó esta oración en una diversidad
de contextos ya que era de importancia fundamental para Él. Por lo tanto, es
probable que Jesús incluyera la bendición antes de que la multitud se reuniera
aquel día. Y a pesar de los críticos, la bendición en esta oración es más
importante de lo que muchos creen.
¿Cuál es el propósito de su vida? se nos pregunta. Esta bendición lo expresa:
hacer que avance el reino, experimentar su poder y manifestar su gloria. Estas
son las tres afirmaciones finales de la oración. Esto explica el “porqué” está
usted en este mundo. Jesús estaba diciendo: “Los puse en la tierra para hacer
que avance mi reino, para vivir y amar y adorar junto conmigo, para que me
conozcan y me anuncien a las naciones, para que experimenten la llenura del
Espíritu Santo y para que se manifieste mi gloria en la vida, en la adoración, en
el dar, en la mayordomía y en cada aspecto de su vida. Por eso están aquí.”
Esto es fundamental. Explica dónde estamos parados. Eso significa ser una
persona del reino.
Los discípulos acudieron a Jesús y le pidieron: “Señor, enséñanos a orar”. La
oración de Jesús ha transformado vidas a través de los siglos. ¿Nos atreveríamos
a pedir lo mismo? No somos novatos en la oración. Hemos recorrido este ritual
muchas veces, pero ¿estamos dispuestos a orar como producto de una relación
personal con el Padre? Señor Jesús, enséñanos cómo tenemos que orar.
CÓMO LATE EL CORAZÓN DE DIOS
SU REINO NO TENDRÁ FIN
Mateo 16:18–21
KEN HEMPHILL
(semana 7)
Bosquejo del mensaje
¿Por qué vamos a la iglesia? ¿Por qué ha venido usted esta mañana? ¿Por qué
dedica tiempo a enseñar en la Escuela Dominical? ¿Por qué diezma y ofrenda?
¿Vale la pena todo esto? ¿Realmente vale la pena la iglesia?
Mateo 16 relata un encuentro entre Jesús y sus discípulos. Esto sucede una vez
que Jesús ya está bien involucrado en su ministerio. Mientras Él y sus discípulos
viajaban y ministraban, algunas personas se solían referir a Jesús con uno de sus
títulos mesiánicos del Antiguo Testamento: “Hijo de David”. A medida que la
gente escuchaba sus enseñanzas y veía que Jesús sanaba enfermos, se
convencía de que quizás este hombre fuera el Mesías largamente esperado.
¿Pueden imaginar la agitación que sentían? ¿Se dan una idea del temor que
embargaba a las autoridades religiosas?
Mateo 16 comienza cuando los fariseos y saduceos prueban o tientan a Jesús.
Ellos le pedían que les mostrara una señal del cielo. “Si en verdad eres el Mesías,
queremos ver una señal. Necesitamos una evidencia, ¡queremos un milagro!”
Jesús les respondió: “No voy a hacer milagros solo para satisfacer su curiosidad.
A decir verdad, el único milagro que haré será la señal de Jonás”. La señal de
Jonás era una referencia profética a su propia muerte y resurrección.
Después de esto, hallamos a Jesús y a sus discípulos solos en Cesarea de Filipo,
el extremo norte de su misión y su ministerio. Las nacientes del río Jordán están
en Cesarea de Filipo. El agua literalmente brota de un acantilado de piedra. A la
sombra de esa pared de piedra existe un gran santuario pagano en honor del
dios Pan.
Jesús y los discípulos se hallaban allí, donde el agua brota de la roca y a la
sombra del templo pagano. En este contexto, Jesús les preguntó: “¿Quién dicen
los hombres que es el Hijo del hombre?” La expresión “el Hijo del hombre”
mencionada en Daniel, era el título mesiánico más usado por Jesús en referencia
a sí mismo.
Los discípulos respondieron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros,
Jeremías o alguno de los profetas”. Esa respuesta es sorprendente, en especial
porque la voz profética había estado silenciada durante ¡400 años!
Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro, que parecía ser el vocero del grupo, respondió: “Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios viviente”.
”Entonces le respondió Jesús: ‘Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo
también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino
de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y todo lo
que desatares en la tierra será desatado en los cielos’” (vv. 17–19). Luego Jesús
mandó a sus discípulos que a nadie dijeran que él era el Cristo.
Esta es la primera mención de la iglesia en los Evangelios. La palabra griega
ecclesia significa “grupo de llamados”. Los discípulos debieron de estar
familiarizados con la palabra. La traducción griega del Antiguo Testamento (la
Septuaginta) hablaba de la congregación de Israel, del pueblo de Israel y usaba
esta palabra griega: ecclesia. La diferencia estaba en que Jesús aplicaba este
término a sí mismo y a sus primeros seguidores. Él afirmó: “Construiré una
comunidad de fe. Constituiré un grupo de llamados”.
En ocasiones la gente no comprende lo que significa la iglesia. Hay quienes
creen que unirse a una iglesia es lo mismo que inscribirse en una asociación civil.
La verdad es que en realidad no nos unimos a la iglesia sino que nacemos en la
familia de Dios a través del nuevo nacimiento. Podemos unirnos a una
congregación local, pero se necesita una relación personal con el Padre por
medio de su Hijo Jesucristo para ser parte del reino eterno de Dios. Cuando
tenemos un corazón nuevo y limpio, pasamos a ser parte de la familia mesiánica
de Cristo. En obediencia, servimos a nuestro Señor por medio de la iglesia local,
una comunidad de creyentes, una parte del reino de Dios.
Jesús le estaba asegurando a Pedro y a los discípulos que Él en verdad era el
Mesías y que iba a establecer la iglesia. Nosotros formamos parte de ella,
integramos la línea interminable de seguidores de Jesucristo. Somos parte de lo
que Dios quiso hacer por medio del Mesías y lo que sigue haciendo por medio de
su pueblo. ¡Qué extraordinario es pertenecer a algo que tiene sus raíces en un
pasado eterno y el futuro es un futuro eterno! Cuando uno pertenece a la iglesia
del Nuevo Testamento, es parte de algo magnífico en su concepción. Es algo que
estaba en el corazón de Dios desde antes del inicio de los tiempos. El Hijo la
estableció y un día la llevará a la gloria con Él.
La importancia del fundamento
Jesús dijo: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Jesús se refería a la estructura
fundacional. Cuando construimos una casa, dedicamos gran parte del
presupuesto a los cimientos. Si el fundamento no es resistente, todo lo que
edifiquemos sobre él se vendrá abajo. El fundamento de la iglesia es Cristo
mismo (ver 1 Cor. 3:8―11).
Dios estableció el cimiento o el fundamento de la iglesia por medio de su Hijo.
Empleó su “todo”, lo mejor que tenía, al unigénito como fundamento de la
iglesia. El conocimiento de que la iglesia se fundamenta en Jesús nos motiva a
dar sacrificialmente nuestros diezmos, nuestro esfuerzo y nuestra energía. Como
Dios dio lo mejor que tenía, nosotros le retribuimos a través de la iglesia,
también lo mejor, aquello que es de valor eterno (ver 1 Cor. 3:12).
El poder sobrenatural
Luego, Jesús habló de un poder sobrenatural cuando expresó: “Sobre esta roca
edificaré mi iglesia”. ¿Ha notado la expresión “edificaré”? La gloria de la iglesia
llega cuando lo natural se eleva al plano sobrenatural. Cuando cantamos,
usamos nuestra voz natural, pero el Espíritu Santo produce algo sobrenatural en
ella. Cuando usted prepara una clase de la Escuela Dominical, estudia, se
prepara y hace un bosquejo; pero Dios toma esos esfuerzos y lleva esa
enseñanza al plano sobrenatural. Como sucedió con el muchacho de los panes y
los peces, el Señor toma lo que le ofrecemos y lo usa más allá de lo que
podemos imaginar. Esa es una de las cuestiones más asombrosas de ser parte
de la iglesia. Podemos ver al Espíritu Santo que obra a través de nosotros de
manera sobrenatural y hace cosas que solo Él puede hacer. Cristo ha dado el
poder a la iglesia para que realice su obra sobrenatural en el mundo.
La fuente de la identificación
La expresión “mi iglesia” es más complicada de lo que parece. Nos dice que la
iglesia le pertenece a Él. La iglesia no le pertenece a usted, no importa la
cantidad de años que haya sido miembro o el cargo que ocupe, es la iglesia de
Cristo. Solo somos arrendatarios.
No podemos determinar la misión de la iglesia, ya lo hizo Cristo. Como es su
pueblo y esta es su iglesia (su ecclesia), su misión ha pasado a ser la nuestra. No
hay opciones en cuanto a la gran comisión, en cuanto a alcanzar a los perdidos o
en cuanto a enseñar la Biblia con integridad. Esos temas ya fueron establecidos.
¿Por qué? Porque es la iglesia de Cristo y esas cosas son de su exclusiva
incumbencia.
Jesús aconsejó a sus seguidores a que no se hagan tesoros en la tierra, donde
los ladrones hurtan y donde pueden ser destruidos por la polilla o el moho. En
cambio, deben hacerse tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho
destruyen (Mat. 6:19–20). Deseo invertir mi vida en lo que es eterno, en lo que
le interesa a Dios. Lo que sea que Dios me dé en cuestión de tiempo, talentos o
recursos, voy a poner la mayor parte en el ministerio a través de la iglesia y sus
agencias misioneras. La inversión en la iglesia le dará réditos eternos. ¿Dónde
invierte su vida?
La seria responsabilidad de la iglesia
La cuarta frase que encontramos es “las llaves del reino”. Esto nos recuerda la
seria responsabilidad que tiene la iglesia. Jesús dijo: “Y a ti te daré las llaves del
reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo
que desates en la tierra será desatado en los cielos”.
Conocemos la importancia de las llaves: permiten o impiden el acceso. Resulta
asombroso que el Dios soberano del universo haya entregado a su iglesia las
llaves del reino de los cielos. Eso significa que al predicar el evangelio, podemos
abrir las puertas de los cielos a nuestros amigos y vecinos. Por otro lado, si no
anunciamos el mensaje, si no los invitamos a la Escuela Dominical, si no los
animamos a creer en el evangelio podemos cerrar el reino por toda la eternidad
para ellos. Dios extiende su reino por medio de la plantación de iglesias
neotestamentarias ardientes, basadas en la Biblia, que enseñan la Palabra de
Dios y que evangelizan. Eso es lo principal. Usted forma parte de algo que Dios
ha diseñado con el propósito de tener las llaves en sus manos.
La promesa final
Jesús dijo que las puertas del Hades no la dominarán ni prevalecerán contra la
iglesia. En el Antiguo Testamento, las puertas del Hades representaban las
puertas de la muerte.
No hay nada en la tierra que se tema tanto como la muerte. Todos
enfrentaremos la muerte y después, el juicio. La gente le teme al juicio por causa
del pecado. El pecado nos separa de nuestro Creador tanto física como
espiritualmente. La gente le teme a esa separación.
¿Ha notado el énfasis reciente en la reencarnación, el karma y el nirvana?
Hollywood se ha ocupado de popularizarlo como si esta fuera la solución al
problema de la muerte. Lo malo de la reencarnación, además de que es una
falsa enseñanza, es que usted tendría que hacer estas mismas cosas de nuevo:
pasar por la pubertad, la escuela, los huesos rotos y las enfermedades. Yo no
tengo ganas de pasar de nuevo por todo eso. ¡Una vez es suficiente! No deseo la
reencarnación sino ¡la resurrección!
Pablo dijo: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?” (1
Cor. 15:55). No tenemos que temer a la muerte o al infierno porque Cristo
destruyó tanto la muerte como las puertas del infierno. Solo la iglesia ofrece este
mensaje de esperanza aun ante la muerte. Nadie más puede ofrecer semejante
esperanza.
Cada centavo que invierta en la vida de esta iglesia, cada canción que cante,
cada lección que enseñe, cada oración que pronuncie y cada testimonio que dé
sirve para bombardear las puertas del infierno. Tenemos un mensaje que nadie
más tiene: la muerte no tiene el control, nosotros ganamos. El reino de Dios está
asegurado, nuestra es la victoria. Y usted es parte de esa iglesia, la iglesia que
tiene las llaves del reino y la victoria sobre la muerte.
Tenemos una respuesta para dar a quienes nos preguntan: “¿Por qué va a la
iglesia? ¿Por qué enseña en la Escuela Dominical? ¿Por qué ofrenda? ¿Le parece
que vale la pena?” La iglesia importa, vale la pena, porque está fundada en
Cristo y es edificada por su poder sobrenatural. Lleva adelante la misión de
Cristo y tiene la responsabilidad de ofrecer la única palabra de esperanza para la
vida y la eternidad. Creo en la iglesia porque Cristo cree en la iglesia. Y yo deseo
invertir mi vida en lo que a Él le importa.