retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? - taller de

retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
Retratos Hablados:
¿Cómo hacemos política las mujeres?
Investigadoras:
Dolores Padilla y Tatiana Cordero
Fotografía:
Primer Encuentro Feminista, Ballenita, Ecuador
Birte Pedersen
Taller de Comunicación Mujer / Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer - Región Andina
Quito - Mayo 2009
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retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
Indice
Presentación
I. A modo de introducción
II. Resituar la experiencia: subjetividad y política
a. Esfera pública y subjetividad femenina
III. Nuestro contexto
a. La Ley de Cuotas: “un asunto de mujeres”
b. El contexto: “Un asunto de hombres”
c. Hoy el asunto es de todas y de todos
IV. Retratos dialogados: sus trayectorias
a. ¿Por qué tanta diferencia?
b. Procesos y prácticas políticas
c. Del yo... al nosotras
d. ¿Cómo hacemos política?
V. Retratos hablados: retratos de familia
a. Retratos privados y públicos
b. Autorretratos
c. Ellos las retratan
d. Retratos hechos por ellas
e. Retratos del miedo
VI. A manera de cierre
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Nota:al pie de cada retrato constan las iniciales de los nombres de las lideresas entrevistadas.
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¿cómo hacemos política las mujeres?
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Presentación
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En el año 2008, luego de que el Ecuador aprobara
una nueva Constitución Política que reconoce como un
derecho constitucional la participación política igualitaria
entre mujeres y hombres y la representación paritaria, en
el marco de un sistema electoral basado en los principios
de proporcionalidad, igualdad del voto, equidad, paridad y
alternabilidad entre mujeres y hombres; un grupo de feministas, con treinta años de experiencia en el movimiento
de mujeres, llegó a nuestra oficina en UNIFEM, preguntándose: en este contexto, cómo hacen política las mujeres?
¿La emergencia de las mujeres en la vida pública promueve,
efectivamente, los derechos de las mujeres y la inclusión de
la cuestión de género en la agenda política nacional?
En la búsqueda de respuesta a estas preguntas, ellas
querían hallar claves sobre la actoría política de las mujeres:
sus fortalezas y nudos críticos, la articulación entre la vida
privada y pública, sus formas de relacionamiento y ejercicio
del poder, para compartir el aprendizaje acumulado, transmitirlo e interrogar, a otras actoras y a la sociedad, sobre las
estrategias políticas que permitan seguir contribuyendo a
“democratizar la democracia”1.
El Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo de
la Mujer –UNIFEM, fiel a su mandato de trabajar para promover los derechos humanos, la participación política y la
seguridad económica de las mujeres, mediante la asistencia
técnica y financiera a programas y proyectos innovadores,
decidió acompañar a estas feministas en su investigación y
el resultado se presenta en esta publicación que compila
las voces de seis liderezas ecuatorianas, quienes con su accionar político y su fortaleza interna, han sido capaces de
desafiar los esquemas clásicos de la participación política y
posicionarse como actoras, como mujeres que irrumpen
en la arena política, no solamente a nivel de la participación electoral, sino también construyendo y fortaleciendo
al movimiento social de las mujeres.
ellas, las anima a participar el deseo de construir una sociedad sin discriminaciones, más igualitaria, más justa, en la
que las oportunidades no se distingan por el género y en la
que hombres y mujeres trabajemos juntos por construir la
sociedad democrática que queremos disfrutar y dejar a las
nuevas generaciones.
Por todas estas consideraciones, es grato para UNIFEM presentar la publicación “Retratos hablados: cómo
hacemos política las mujeres? Esperamos que estas vivencias compartidas permitan avances en la promoción de la
igualdad y el empoderamiento de las mujeres, ambos, requisitos del desarrollo económico y social y componentes
esenciales de la democracia.
Moni Pizani Orisini
Representante de UNIFEM en Ecuador y Colombia
Directora para la Región Andina
Ellas nos dejan el testimonio de sus vidas, que esperamos sirva de inspiración para la participación política de
otras mujeres, pues es fundamental que las mujeres vayan
apropiándose de los espacios públicos y participando en la
toma de decisiones. Coincidimos con Rebeca Grynspan,
ex vicepresidenta y ex ministra de estado de Costa Rica,
cuando decía: “las mujeres tenemos que llegar al poder
porque es justo y democrático, no porque seamos mejores”
y agrega: “la igualdad se probará cuando tantas mujeres
incapaces lleguen al poder como hombres incapaces hemos
tenido en él”. Mas si bien, el realismo de Rebeca, pudiera
resultar incómodo para algunas mujeres políticas, confronta
el esencialismo que lleva a la sociedad a exigir que las mujeres que pretenden el poder sean perfectas.
Nosotras no pensamos que las mujeres políticas de la
región sean perfectas, pero sí creemos que, a la mayoría de
1 Soto C.: “Qué poder y qué democracia. Ideas y propuestas
feministas para democratizar la democracia. Las vehementes,
Debate Nacional; Universidad Andina Simón Bolívar, junio
2008.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
I. A modo de introducción
“Es verdad que la mujer no ha sido destinada para ser
literata ni elevarse a las altas regiones de la política, pero debe ser
adornada con nociones de instrucción primaria y especialmente de
las peculiares a su sexo…”2.
Informes y mensajes al Congreso de 1865,
Exposición del Ministerio del Interior
La exposición del Ministerio del Interior en el siglo
XIX, sobre “el destino de las mujeres” es lejana y, sin embargo, parecería no ser totalmente obsoleta. Si bien en el siglo
XX se produjeron cambios importantes para las mujeres,
subsisten todavía algunos imaginarios y construcciones de
“lo femenino” y sobre “la mujer” que es necesario revisar.
Para Rosi Braidotti (2000), hay que indagar en torno a las
paradojas que nos presenta la modernidad en tanto período
histórico que “necesita integrar social, económica y políticamente a las mujeres y que invierte los modelos tradicionales de exclusión y opresión”3. Para ella, las primeras
interrogantes son “¿Cuál es el precio exacto que hay que
pagar por la ‘integración’? ¿Qué valores han de proponer
las mujeres (y) feministas al viejo sistema? ¿Qué representaciones de sí mismas opondrán a aquéllas ya establecidas?”4.
Es precisamente en esta línea de interrogación que se
plantea inquirir sobre el hacer político de las mujeres en el
Ecuador contemporáneo.
¿Cómo hacemos política las mujeres? Ésta es la pregunta que surge y que sustenta la investigación y le confiere cuerpo. Es el punto de partida y la inquietud a lo largo
de su desarrollo, y obedece a la necesidad de conocer un
poco más de cerca la “experiencia” de las mujeres haciendo
política, su ejercicio y práctica, sus procesos, así como los
límites y los aciertos.
Esta “experiencia” se entiende como enmarcada en la
relación entre lo privado y lo público, en ese vértice que no
permite escisión pues entre ambos espacios existe una dinámica irrefutable, más aún para las mujeres. En este sentido,
política y subjetividad están estrechamente conectadas, y
en un doble sentido: en la construcción del sujeto político
mujer y el quehacer político público, y en la relación entre
subjetividad femenina y política. El interés es indagar sobre
estas relaciones, estas interconexiones, para poder responder desde experiencias localizadas5 a la pregunta planteada.
Se ha escogido para esta investigación a cinco mujeres
que han participado en política, que son visibles y tienen o
2 Citado por Goetschel, Ana María (1995). “La posibilidad
de lo imaginario” en Moscoso, Martha (comp.) Palabras de
Silencio: las mujeres latinoamericanas y su historia. CayambeEcuador, Abya-Yala, p. 71.
3 Braidotti, Rosi (2000). Sujetos nómades: corporización y
diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea”. Buenos
Aires, Paidós, p. 109. La conjunción (y) es un agregado de las
responsables de este documento.
4 Íd., p. 110. Al presentar esta interrogante Braidotti plantea
que es de carácter ético-política y epistemológica.
5 Véase Inderpal, Grewal y Kaplan, Caren (eds.) (1994). Scattered
Hegemonies: Postmodernity and Transnational Feminist Practices.
Minnesota, University of Minnesota Press.
han tenido relación cercana con el movimiento de mujeres
y feminista. Han participado en el espacio de la política
formal –dentro del Estado o en partidos políticos- y en
la organización popular de mujeres en lo local. Cuatro de
ellas están entre los 50 años, y la menor se encuentra en
los 30.
Establecer las diferencias en los ámbitos de práctica
política y de edad es precisamente un primer intento por
contrastar las generaciones y los espacios desde donde hacemos política las mujeres.
Esta aproximación acotada a la política –es decir el
acento en la estructura formal de esta última– es el resultado de una opción metodológica más que de una concepción restrictiva de cómo y dónde hacemos política las
mujeres. Sin duda alguna, se hace política en los espacios
llamados no formales y en instancias que no se restringen a
los partidos o a la estructura del Estado. Son espacios que,
en el análisis de lo político, no han tenido el mismo peso
que aquellos de la política formal. Sin embargo, no es menos cierto que hay elementos en los cuales hay que profundizar y que son pertinentes para el conjunto del quehacer
político de nosotras, mujeres y feministas.
Por otra parte, si bien el análisis de clase no es el enfoque principal de la investigación, constituye un elemento
importante. Más aún para el análisis de su trayectoria –“de
dónde viene”– y su relación con lo “político público”.
Otro elemento a tomarse en cuenta es la procedencia: algunas son mujeres de provincia que vienen a la ciudad; es
decir, constituyen dentro de sus familias la primera generación de migrantes, que llegan desde ciudades pequeñas o
desde el campo hacia ciudades intermedias o grandes.
Estos son retratos hablados más que historias de vida o
testimonios. Son imágenes de momentos que se capturan
en el tiempo. Es una mirada que hace cada una hacia atrás
y del ahora, y que se representa a través de descripciones y
rasgos relevantes. Es a la vez un “close-up” fotográfico que
hacemos las investigadoras, para mirar y escuchar más de
cerca. Una mirada que se enfoca y capta fragmentos de
una experiencia vital. Son retratos que no pretenden ser
totalizadores ni exhaustivos, porque son varios retratos particulares de estas experiencias múltiples y complejas: la trayectoria, las prácticas y procesos, la vida privada y pública,
el yo y los/as otros/as.
Estos retratos hablados son relatos en primera persona
que se hicieron en el diálogo más que de manera estricta
en la formalidad de la entrevista. Es a esta narración a la que
hemos querido “serle fiel”, de modo que el retrato hablado
sea el cuerpo principal del documento y que el análisis
aparezca como pinceladas al final de cada uno para abrir
preguntas o dialogar con ellos.
Los “pintamos” a cuatro manos dos mujeres, distintas
y similares, compartiendo una misma pregunta. Desde su
propia práctica, conocimiento e inquietud personal, cada
una construyó uno de los dos ejes que sustentan este trabajo: la política y la subjetividad. Lo común entre las dos: un
recorrido en el feminismo, donde hemos tenido la suerte
de encontrarnos desde cuando éramos jóvenes.
Sin lugar a dudas, éste ha sido un desafío compartido,
tanto en la construcción de la investigación y su proceso
de análisis cuanto en la elaboración de este documento, en
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
5
cuya estructura hemos decidido mantener los lenguajes y
estilos de cada quien, así como las reiteraciones en los retratos, porque han surgido espontáneamente.
Los retratos son fragmentos de las experiencias de
cuerpo entero de Anunziatta Valdez, abogada guayaquileña
que lideró la creación de las Comisarías de la Mujer y la
aprobación de la Ley de Cuotas, a través de la dirección
de la Comisión de la Mujer el Niño y la Familia del Congreso Nacional; Silvia Salgado, profesora imbabureña, con
33 años de militancia en el Partido Socialista del que hoy
es su Directora Nacional, concejala, diputada provincial y
actualmente asambleísta nacional; Carmen Aguilar, nacida
en la provincia de El Oro, lideresa de la Federación de Mujeres de Sucumbíos desde los años 1980, hoy activista del
Frente Nacional por la Amazonía, miembro permanente
de la comunidad de base y de la organización barrial; Margarita Carranco, profesora, militante feminista, dirigente
de la Coordinadora Política de Mujeres, concejala durante
ocho años y vicealcaldesa del Distrito Metropolitano de
Quito durante cuatro años, directora de la Asociación de
Mujeres Municipalistas (AMUME); y, María Paula Romo,
abogada, dirigente de Ruptura de los 25, asambleísta en
la última Asamblea Constituyente y reelecta en el proceso
electoral de 2009 con la mayor votación por la provincia
de Pichincha.
6
I.
Resituar la experiencia: subjetividad y
política
Desde los años 1970, la experiencia y la subjetividad
son temas centrales en el debate feminista como espacios
de disputa y de tensión política para las mujeres.
En sus inicios, la experiencia fue concebida como una
serie de vivencias comunes a las mujeres dentro de un sistema patriarcal y como sustento de la práctica y la reflexión.
Como afirma Chris Weedon, el slogan feminista de “lo
personal es político”, motivó a las mujeres a que examinen cómo su propia subjetividad había sido moldeada por
relaciones patriarcales, que determinaban sus aspiraciones,
su valía personal, la división sexual del trabajo y los roles
patriarcales de género6. Como corolario, situó en el centro
del debate público los temas considerados privados como
la sexualidad, la familia y lo doméstico.
El aporte sustantivo del feminismo de los 1970 tanto
a la redefinición de lo político público cuanto a la práctica
personal y colectiva de las mujeres es innegable. Sin embargo, el concepto de experiencia, como realidad dada y
unívoca para todas las mujeres, ha sido cuestionado por su
carácter universal y esencialista. No por ello ha dejado de
ser pertinente como referencia de acontecimientos materiales o simbólicos que se configuran de manera particular
en razón de la clase, la raza (o etnia), la edad, la opción
sexual, la autopercepción de género y los estilos de vida7
y que se producen dentro de contextos culturales y temporales específicos y son siempre interpretados y mediados
por el lenguaje8.
Scott (1991) propone “historizar la experiencia”, así
como analizar “la producción de conocimiento –que genera
la experiencia– en sí misma, más que su mera transmisión”9.
Por su parte, analizar el conocimiento que produce la
experiencia de un sujeto situado supone dar cuenta de algunos elementos en juego en la construcción del sujeto y
en la subjetividad.
Según Judith Butler, “ningún individuo deviene sujeto sin antes padecer sujeción”10. La constitución en sujetos –subjetivación– implica, consecuentemente, un proceso de sometimiento a través de un poder impuesto. Una
“subordinación fundacional a un discurso que no hemos
6 Weedon, Chirs (2003). “Subjects” en Eagleton, Mary: A
concise companion to feminist theory, chapter 6 United Kingdom,
Blackwell Publishing, p. 112. La traducción es nuestra, el texto
entre guiones ha sido añadido para la mejor comprensión de
la traducción del texto seleccionado.
7 Sin lugar a dudas, hay muchos más elementos que estructuran
la experiencia vital y las identidades.
8 Según Krista Cowman y Louise Jackson, la crítica a la
“experiencia” de la segunda ola feminista se da gracias al postestructuralismo. No sólo no hay “experiencia real”, afirman,
sino que los eventos recordados a través del lenguaje y del
tiempo los vuelve efectos discursivos.Véase Cowman, Krista
y Jackson, Louise L. (2003). “Time” en Eagleton, ob. cit., p.
40-41.
9 Citado en Cowman y Jackson, ob. cit., p. 41.
10 Butler, Judith (2001). Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre
la sujeción. Madrid, Ediciones Cátedra, p. 22.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
elegido”11. La paradoja radica precisamente en que el poder
que oprime es a la vez fuente de la potencia para resistir o
para subvertirlo. Por lo tanto, para esta autora se trata de
una ambigüedad irresoluble. “De hecho –afirma–, no parece que haya ningún ‘ser’ sin ambivalencia”12.
En este sentido, si el sujeto se constituye en el sometimiento, la subjetividad es parte de su resultado. Dicho de
otro modo, al ser parte del proceso de constitución del sujeto, la subordinación moldea, por defecto, su subjetividad.
En este caso, la subjetividad femenina.
En la teoría feminista la subjetividad se refiere tanto a
“los pensamientos conscientes y sentimientos, al sentido
de ser” cuanto a “los significados inconscientes, sueños y
deseos”13. En esta lógica, la subjetividad también es entendida como “la experiencia vivida e imaginaria del sujeto”14.
Al mismo tiempo se pone énfasis en el cuerpo, en esa
“materialidad del sujeto”, “en el cuerpo como base de la
subjetividad”, en las “subjetividades corporizadas”15.
Las diferentes entradas para definir la materialidad de
la subjetividad son también un aporte. Según Braidotti, hay
quienes desde esta perspectiva materialista novedosa “ponen
acento en las condiciones concretas,‘situadas’, que estructuran
la subjetividad” y “redefinen la subjetividad femenina como
una red progresiva de formaciones de poder simultáneas”16.
Todos estos elementos y dimensiones de la subjetividad ponen en cuestión la razón como único elemento organizador de la vida y de lo posible, la unidad del sujeto y
de la subjetividad, la ausencia del cuerpo o su negación en
los conceptos de conciencia17, y el poder18.
En esta perspectiva, el conflicto, la tensión, las rupturas,
las contradicciones, constituyen por igual parte de la dinámica entre política y subjetividad. Es decir, la experiencia
no está desprovista de contradicciones y tensiones con las
normas, instituciones, discursos y prácticas que producen
una subjetividad subordinada. Y, en el ámbito de la práctica
política para las mujeres y feministas, se manifiesta como la
tensión “entre el deber ser de la política y lo políticamente
correcto”19.
11 Íd., p.16. Butler afirma que Althusser y Foucault concuerdan
en el carácter fundacional de la subordinación que implica el
proceso de assujetisement (convertirse en sujetos).
12 Íd., p. 212.
13Weedon, ob. cit., p. 112. La autora argumenta que la variedad
de definiciones sobre la subjetividad obedece a que aquellas
vinculadas al inconsciente y al deseo son aportes desde marcos
post-estructuralistas y psicoanalíticos.
14 Butler, ob. cit., p.136.
15 Judith Butler es sin duda una de las pensadoras que provoca
-inicialmente en el Norte, en la academia y entre las personas
queer- el cuestionamiento más agudo a la filosofía occidental
en relación con el cuerpo.
16 Braidotti, ob. cit., p. 115.
Bajo esta óptica, la noción de “sujeto en proceso”20 resulta suscitadora.
a. Esfera pública y subjetividad femenina
Para las mujeres y feministas la relación entre política y
subjetividad es central en la medida en que devela los elementos en juego en la política de la subjetividad, definida a
partir de un orden patriarcal, falologocéntrico, heteronormativo y estratificado. En consecuencia, pone de manifiesto las relaciones de poder que hacen parte del proceso de
subjetivación, es decir de constitución del sujeto.
¿Qué tipo de subjetividad femenina o modos de subjetividad están presentes en la práctica política? ¿Se han
transformado las representaciones sociales de las mujeres en
la política? ¿Cómo se manifiestan en el espacio político público esas subjetividades? Estas son algunas de las preguntas
que este tipo de relación plantea.
A no dudarlo, la división jerarquizada de lo público
y lo privado, de la división sexual del trabajo y las representaciones hegemónicas sobre la mujer son parte de esta
trama.
Para Nancy Fraser es necesario distinguir qué se entiende por esfera pública, ya que existe confusión entre las
feministas al definir como esfera pública “todo lo que no
es doméstico o familiar”. Ella afirma que “se confunden 3
cosas analíticamente distintas: el Estado, la economía oficial
del empleo remunerado, y los espacios del discurso público.
‘Esfera pública’ en el sentido Habermasiano designa el foro
de las sociedades modernas donde se lleva a cabo la participación política a través del habla. Es el espacio en el que los
ciudadanos deliberan sobre sus problemas comunes, por lo
tanto, un espacio institucionalizado de interacción discursiva”. Este espacio es conceptualmente distinto del Estado;
es un lugar para la producción y circulación de discursos
que en principio pueden ser críticos frente al Estado”21.
En este marco, la autora sugiere los sentidos de lo público
y lo privado. El primero relacionado con el Estado, con lo
accesible a todos, de interés del cuerpo social, como bien
o interés común. Y el privado como referido a la propiedad privada, relativo a lo doméstico, lo personal e íntimo,
incluida la vida sexual22.
Tomando en consideración estas distinciones para
efectos de la articulación entre la subjetividad y la esfera
pública, en nuestros retratos la referencia a lo político público se limita al espacio de interacción con el Estado –a
través de las instancias del gobierno nacional o local– y a
los espacios del discurso público, los partidos políticos y la
comunidad en lo local. En cuanto a lo privado, lo relativo
al ámbito de lo doméstico, íntimo y personal.
Es precisamente esta división entre los ámbitos del
mundo social lo que estructura en sociedades patriarcales
el modo en que se moldean las subjetividades masculinas y
femeninas. No solamente porque esta división en sí misma
17 Butler, ob. cit., p .33-9318 Inderpal, Grewal y Kaplan, Caren (eds.) (1994) y Butler
21 Fraser, Nancy (1997). Justitia Interrupta: reflexiones críticas desde
2001. Ob. cit.
19Aporte de Dolores Padilla en el proceso de reflexión de la
investigación.
20 Braidtotti, ob. cit., p. 115.
la posición “post-socialista”. Bogotá, Siglo XXI Editores, p. 97.
22 Íd., p. 123.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
7
8
presupone la participación de los hombres en el espacio
político público, sino porque además excluye la posibilidad
de que el ámbito privado interfiera o afecte el espacio público. Es decir, supone una no intervención en lo privado
y, al mismo tiempo, inhibe que lo privado sea parte de lo
público. Más aún, en la lógica racional que subsiste como
parangón de lo político público, la vida íntima, personal y
sexual de quienes participan en ella no es de su incumbencia. Sin embargo, la mayor deslegitimación de las personas
en el espacio político público es precisamente su vida privada, de manera particular la vida privada y sexual de las
mujeres.
Para que la participación de las mujeres sea considerada igualmente válida que la de los hombres, se considera
que ellas deberían tener las mismas “virtudes” masculinas:
racionalidad y objetividad. La sensibilidad, por tanto, no
es una característica apreciada, sino signo de debilidad y
parcialidad.
Curiosamente, al tiempo que se exige de las mujeres
este tipo de características, se promueve su don de entrega y fidelidad. Parecería entonces que se requiere de ellas
que “sean como hombres” y actúen “como mujeres”. Esta
disyuntiva implica para las mujeres uno de los elementos
más complejos en su accionar político, más aún cuando son
parte de la política formal donde las estructuras partidarias
o de gobierno son claramente patriarcales.
Hasta el momento la presencia pública de las mujeres
en la política no ha supuesto un cambio sustancial en la
división sexual del trabajo. Es decir, el ordenamiento del
sistema de género se mantiene intocado y en desmedro
de las mujeres que hacemos política, tanto porque se nos
exige la misma respuesta a la actividad política que la de
los hombres, en términos de tiempo y dedicación, cuanto
porque supone la misma respuesta a las responsabilidades
del ámbito doméstico. Dicho de otro modo, la subjetividad
en juego en la política refleja un ordenamiento donde aún
persiste un “ideal de mujer”. Este ideal está construido por
una visión subordinada de las mujeres que, si bien ya no las
restringe exclusivamente al mundo privado, no la exime de
su carga ni de la valoración por su desempeño.
En el mundo de lo público y en el de la política como
espacios esencialmente de dominio masculino, la igualdad
formal como apuesta liberal de ciudadanía no entraña un
cambio en las relaciones de poder, de género, ni de clase,
ni en otros tipos de desigualdad. Por el contrario, se asienta
sobre la ilusión de la igualdad entre quienes participan en
ella. Esta ilusión es otra de las trabas para las mujeres en el
quehacer de la política formal y para los grupos considerados subordinados por el orden hegemónico. La condición
de clase, la raza, la orientación sexual, entre otros elementos
de identidad, juegan en contra o a favor de quienes participen, dependiendo del lugar que ocupan en la estratificación social, económica y de género, y de sus “mecanismos
de exclusión”. En efecto, no existe paridad posible cuando
las condiciones de igualdad social para su ejercicio no están dadas23. En este sentido, la paridad no resulta suficiente, aunque suponga una transformación en las cuotas de
23 Nancy Fraser (en ob. cit., p. 113) denomina a esta igualdad
“igualdad social sustantiva”, aquella que exige la democracia.
participación. Más aún, la participación de las mujeres en
la política formal tampoco ha supuesto un cambio en su
representación social. El estilo sigue siendo “masculino” y
de clase, y las mujeres tienen que adaptarse a él, independientemente de su condición social. Se afirma sin embargo
que si bien la participación de las mujeres en la política les
ha supuesto masculinizarse, también se ha feminizado la
política24. Esta afirmación presume que hay características
propias de lo femenino y de lo masculino que, no obstante,
se producen a través de la heterosexualidad y de las nociones de lo femenino y masculino que la sustentan. Cómo
afirma Butler, si aceptamos que el género es adquirido, que
el género es asumido en relación con ideales que nunca son
del todo habitados por nadie, entonces la feminidad es un
ideal que siempre es sólo “imitado”25.
En esta misma línea es pertinente interrogarse sobre el
tipo de política que hacemos las mujeres, tanto en términos
de contenidos cuanto de la auto-representación. ¿Cuál es
la base para la política de las mujeres, cuáles sus “fuentes de
poder”?26: ¿la representación formal, la identidad política
del sujeto mujer, la agenda de las mujeres, la transformación
feminista? ¿Qué tipo de auto-representaciones construyen
las mujeres en la política formal, subvierten el género, lo
reproducen o se expresan entre la dominación y la resistencia? ¿En qué tipo de ética se asienta su práctica política?.
Estas son las interrogantes que buscamos desentrañar
a través de estos retratos hablados, como inicio de una reflexión que resulte útil para todas.
24 Burbano de Lara, Felipe (2004). “El impacto de la cuota en los
imaginarios masculinos de la política” en Cañete, María Fernanda
(comp.) Reflexiones sobre mujer y política. Quito, Abya-Yala, p.
89-94.
25 Butler, ob. cit., p. 160.
26 Esta es una formulación de Michelle Zimbalist Rosaldo..
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
III. Nuestro contexto
Luego de cuatro intensas décadas, la teoría y la práctica
feministas han contribuido de manera sistemática y decisiva en el territorio de la política. Se hicieron, desde la
resistencia, cuestionamientos a ciertos paradigmas centrales que agitaron doctrinas, axiomas, prácticas. A propósito,
Griselda Gutiérrez señala algunos, que constituyen aportes
valiosos:
• “Que la localización del poder tuviese un centro, el
Estado.
• Que el espacio por excelencia de la política fuera el
ámbito de lo político.
• Que las relaciones políticas necesariamente fuesen
verticales, en donde la asimetría se traduce en paternalismo y/o autoritarismo.
• Que los sujetos políticos por excelencia tuviesen que
estructurarse conforme a las pautas reconocidas institucionalmente.
• Que las prácticas políticas debiesen sujetarse a repertorios fijos y sancionados”27.
En el curso de este proceso histórico, en Ecuador el
movimiento social de mujeres desplegó serios esfuerzos
por tener vigencia y legitimidad, y por participar activamente en la política en varios ámbitos y dimensiones, hasta
llegar al recorrido de esta última década, que nos servirá
como marco de referencia.
Nuestro punto de partida es la Ley de Cuotas, mecanismo en virtud del cual la presencia de las mujeres en la
política adquiere mayor visibilidad y que ha servido como
un elemento acelerador de nuestra participación en un escenario nacional altamente movilizado y en claro proceso
de transición.
a. La Ley de Cuotas: “un asunto de mujeres”
Cuando se escriba la historia de la participación de
las mujeres ecuatorianas dentro del sistema político formal,
seguramente diremos que hubo un antes y un después de
la Ley de Cuotas. Fue una propuesta del movimiento de
mujeres durante por lo menos dos décadas, que fue fraguándose con mayor consistencia desde la Plataforma de
Beijing y con persistencia desde 1998, y con la que se logró
fijar un porcentaje de participación en la Constitución
Política del Estado.
“La Cuota en su esencia pretende compensar el desequilibrio existente en la sociedad con respecto a la discriminación a las mujeres en el espacio público”, como
lo precisó en su oportunidad una sentencia del Tribunal
Constitucional español: “Cuando las situaciones no son
idénticas, la desigualdad en el tratamiento legal, resulta lícita y admisible”28.
Si bien reconocemos que fue parte prioritaria de la
agenda y que se constituyó en un gran “acelerador” de la
participación de la mujer en el escenario político formal,
27 Gutiérrez, Griselda (1997). “El concepto de género: una
perspectiva para repensar la política” en revista La Ventana No.
5. México, Guadalajara.
28Tribunal Constitucional Español: Sentencia 114/83.
también insistimos en que sólo es un mecanismo que resultó útil y eficaz en la temporalidad que le correspondía.
Silvia Vega precisa su origen institucional: “La cuota
política del 20% se concibió, en el marco de la Ley de
Amparo Laboral, junto con otras medidas tendientes a la
equidad en el empleo, no como medida referida a los derechos políticos”29. El segundo paso se inscribe en el Art.
102 de la Constitución de 1998 y se concreta a través de la
transitoria 17, en la que se determina un 20% como cuota
electoral para las mujeres.
Finalmente será el Congreso Nacional, en el año 2000,
la instancia que aprobará reformas a la Ley de Elecciones,
incorporando elementos sustanciales para promover y garantizar la participación femenina en los espacios de elección popular: se fija la cuota del 30% en las listas plurinominales; se establece el incremento del 5% en cada proceso
electoral nuevo, hasta conseguir la paridad entre hombres y
mujeres, y la obligatoriedad de los principios de alternancia
y secuencia; y, por último, se fijan sanciones para los partidos políticos que no cumplan con el mandato de Ley.
Tan importante conquista tuvo logros significativos,
pero más de un tropiezo en su ejecución. Promovió la
presencia de las mujeres en los procesos electorales y se
visibilizaron nuevas actoras. Los partidos se vieron forzados a acatar las cuotas y si bien es cierto que se amplió la
democracia, al interior de la institucionalidad política se
multiplicaron las argucias necesarias para hacer interpretaciones, usos y abusos. Silvia Vega30 comenta a propósito que
el camino fue tortuoso y que en los primeros cinco años
no se quiso aplicarla en su exacta dimensión.
Surge entonces una evidencia: la lucha de años, la elaboración y negociación de la Ley, su aplicación y seguimiento
siempre fueron sustentadas desde la amplia gama de corrientes y tendencias del movimiento social de mujeres, desde la
sociedad civil. No nace ni es aprehendida por los partidos
políticos. Se suscita el debate y varias teóricas plantean que
no basta con la presencia, que se debe cualificar esa participación, darle contenido a esa representación y posicionar la
agenda de las mujeres en la contienda política.
En un Taller de Evaluación31 sobre la aplicación de la
Ley, un grupo de líderes políticas concluyeron en 2005,
que:
• La Ley de Cuotas, que nace como una reivindicación
feminista, se ha convertido en parte de la estructura
patriarcal; las instituciones de esta estructura se están
beneficiando de la llegada de mujeres que se han convertido en sujetos funcionales para el sistema.
• Una vez que se alcanzó la oportunidad de participar,
desde lo cuantitativo, las participantes coinciden en
que, en general, la calidad de la participación es pobre.
En su gran mayoría nos encontramos con Diputadas
subordinadas al Patriarca Político, a las agendas de los
29Vega, Silvia (2004). “La cuota electoral de las mujeres:
elementos para un balance” en Cañete, María Fernanda
(comp.) Reflexiones sobre mujer y política. Quito, CEDIME.
30 Íd.
31Taller de Evaluación sobre la Ley de cuotas, realizado en
Quito por la Fundación Equidad y Desarrollo.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
9
10
partidos, a las prácticas políticas ‘sucias’. La gran mayoría de mujeres que llegan a ser elegidas, no recogen las
demandas del sector, ni se apoderan de los temas más
cercanos a las mujeres.
Estas conclusiones encontrarían una explicación en el
análisis de María Fernanda Cañete, cuando se aproxima a
los perfiles y procedencias de las mujeres que en un primer
momento se postularon como candidatas:
• Mujeres que tienen relaciones de parentesco o amistad
con hombres del partido, particularmente con aquéllos
que tienen influencia.
• Militantes incondicionales a la cúpula de la organización política, que acatan sin más la ubicación que se
les asigne, no objetan decisiones, que no provoquen
dificultades.
• Jóvenes con escasa trayectoria que sin embargo tienen
popularidad debido a sus características físicas, destrezas o actividades especialmente relacionadas con medios de comunicación.
• Mujeres que tienen notoriedad por la dedicación a la
asistencia social, a través de organizaciones de la sociedad civil32.
Consecuentemente, afirma que ante la obligación, en
los partidos políticos “las formas de discriminación parecen
haber adoptado nuevas modalidades que permiten acatar la
cuota sin dar paso, por ello, a una verdadera potenciación
de las mujeres como sujeto político ni a su protagonismo
en la esfera política pública”.Y deja planteada una pregunta: “¿Hasta qué punto los partidos políticos valoran verdaderamente su militancia femenina y reconocen el papel
desempeñado históricamente?”33.
Planteado así el debate, se empieza también a hablar de
la feminización de la política como un factor de augurio
de nuevas épocas, pese a que sus propias actoras tenían la
autopercepción de “saber menos y llegar tarde”. En este
primer momento, su mayor virtud y debilidad se expresaba
en que “somos un actor nuevo”, en torno al cual se centraban varias expectativas y exigencias, por un lado, pero por
el otro la estima de su accionar y presencia “molestaban y
provocaban sospechas”34.
b. El contexto: “un asunto de hombres”
Parecería contradictorio que mientras las mujeres presionábamos por insertarnos en el escenario político, en el
mismo primer quinquenio de 2000 los analistas coincidieran en que nuestra democracia afrontaba una grave crisis
de legitimidad; en que todas las instituciones sobre las que
aquella se sostiene estaban afectadas por la falta de credibilidad y la desconfianza ciudadana; y, en que la práctica política que garantiza su existencia estaba viciada en su esencia,
pues no procuraba ni le interesaba el bien común, máxima
meta de la política.
32 Cañete, María Fernanda (2004). “Sobre la aplicación de la
Ley en los Partidos Políticos” en Cañete, ob. cit. pp. 61
33 Íd.
35 Padilla, Dolores (2008). “Más igualdad, más democracia”.
consultoría realizada para Ágora Democrática.
36 Pachano, Simón (2007). “Partidos y sistema de partidos en
34Taller con lideresas, autoridades locales del CONMAJUPRE,
2006.
Un conjunto de causas, vastamente expuestas en su
momento, provocó “el desencanto de la política”, que fue
acumulándose y cuyos efectos agudizaron la crisis de los
partidos políticos como intermediarios entre la sociedad y
el Estado, fruto de lo cual hoy nuestro escenario político
constata una virtual ausencia de casi todas las expresiones
tradicionales que habían concentrado la representación política en los últimos 25 años, en todas las esferas del ejercicio del poder.
La falta de democracia interna; la constitución de elites inamovibles; la conformación de empresas electorales;
la exclusión permanente de cuadros críticos; la ausencia
de formación y masa crítica; el fomento del clientelismo
y el populismo en su acción electoral; la debilidad de sus
estructuras, formas organizativas y capacidad de expansión,
contribuyeron a poner en evidencia el vaciamiento político de los partidos, y sus programas e ideologías fueron distanciándose de manera contundente de los requerimientos
prioritarios de la población35.
Simón Pachano señala que los cambios permanentes
en el calendario electoral fomentaron algunos factores que
inciden en esta crisis: la agudización de la fragmentación y
de la personalización de la política, el cambio permanente
de las reglas de juego sobre los métodos de asignación de
puestos, el tipo de voto, etc., y la constante violación a los
procedimientos establecidos ayudaron a erosionar la credibilidad de la política. Y concluye advirtiendo: “Es imposible dejar de preguntarse por las razones que existen para
que los propios partidos actúen de esa manera y continúen
caminando por una vía que puede terminar en su propia
extinción”36.
Esta situación tuvo como telón de fondo una profunda
inestabilidad en el escenario político desde 1997, provocada por las destituciones de tres presidentes de la República
y la actuación de dos mandatarios interinos, alterándose
siempre normas constitucionales y respondiendo a situaciones coyunturales e intereses más bien sectoriales. Este
marco obligó a convocatorias electorales que rompieron
“el calendario electoral fijado por la Constitución”, lo que
paradójicamente propició que la tasa de crecimiento del
5% fijado por la Ley de Cuotas vaya subiendo vertiginosamente hasta llegar, en el proceso electoral del año 2006, al
50% de participación en las listas de los partidos.
Cabe destacar que en el último proceso constitucional
de 2008 se lograron varios artículos sustantivos para garantizar nuestros derechos, que fueron presentados por el
movimiento de mujeres, nuevamente a través del debate,
la construcción colectiva de las propuestas y la presión
ejercida por la movilización social.
La nueva Constitución, aprobada por referéndum,
consagra en su Artículo 116 que “Para las elecciones pluripersonales, la ley establecerá un sistema electoral conforme a los principios de proporcionalidad, igualdad del voto,
equidad, paridad y alternabilidad entre mujeres y hombres;
Ecuador” en Roncagliolo, Rafael (ed.) La política por dentro
Lima, International IDEA-Transparencia.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
y determinará las circunscripciones electorales dentro y
fuera del país”.
Usamos el concepto de “paridad” para referirnos a la
proporcionalidad representativa entre hombres y mujeres.
En su contenido semántico este concepto nos remite más
allá del simple tratamiento estadístico. La paridad se enriquece si tomamos en consideración su componente par,
que contiene elementos definitorios relacionados con “semejante, simétrico, conjunto de dos. Esto nos conduce al
sentido de la proporción, el paralelismo, el equilibrio, la
correspondencia”37, que tendrían un mayor significado si
así trascendiera a la esfera privada.
Desde su dimensión política, Birthe Simm afirma que
paridad no significa simplemente que se agreguen mujeres
al escenario político, sino que implica la “reestructuración
del pacto social para permitir a las mujeres ser representantes de lo universal, lo cual da espacio para el reconocimiento de la pluralidad que resulta irreductible a una pluralidad
de opiniones, y por lo tanto da espacio para la introducción
de la otredad en la representación”38.
Desde el año 2006 la sociedad ecuatoriana ha participado en cinco procesos electorales y referéndums en
los que, de manera sistemática, la presencia política de las
mujeres se ha visibilizado como un hecho categórico en
la nueva configuración de la institucionalidad pública. Los
resultados de las elecciones del 26 de abril de 2008 así lo
confirman.
Esta última fue la tercera votación popular en que
la conformación de las listas pluripersonales responde al
concepto de paridad: 50% de hombres y 50% de mujeres.
Hoy enfrentamos el gran desafío de mantener vigente lo
logrado y fortalecer a la democracia paritaria en el sistema
político ecuatoriano.
La dinámica política de los últimos dos años configuró
un nuevo escenario en el que se destacan la crisis del sistema de partidos y la reconfiguración de actorías políticas de
una nueva generación, que llegan a la arena pública desde
un proceso de ciudadanización y convocadas por la “necesidad de cambio” que se convirtió en un imperativo del
discurso político vigente. Llegamos y estamos entre la crisis
y el cambio, es decir en un momento de rupturas que se
torna retador.
En este movimiento de fuerzas, actores, liderazgos,
nuevos preceptos constitucionales, se removió seriamente
el tablero.Vivimos una transición que puede ser interesante
si diseñamos toda una arquitectura de mecanismos, herramientas, espacios en las diversas funciones del Estado, en
los diferentes niveles de gobierno, en lo partidario y, obviamente, en la diversidad del movimiento social para sostener
nuestro planteamiento de igualdad efectiva. “Hoy debemos
dar saltos cualitativos que nos permiten reforzar nuestra
participación política y pasar de la igualdad de oportunidades, a la equidad de resultados”39.
37 Simón, Elena (1999). Democracia vital. Editorial Anagrama.
38 Citada por Dahlerup, D. (2003) en “Aplicación de las cuotas,
experiencias latinoamericanas”. Informe Taller Idea. Quito.
39Íd.
c. Hoy el asunto es de todas y de todos
Al sintetizar nuestro recorrido hemos querido destacar una importante paradoja: la Ley de Cuotas concretó la
participación de las mujeres en el preciso momento en que
se desmoronaba el sistema de partidos vigente, en un contexto de inseguridad, desconfianza y falta de credibilidad
en la política como escenario del interés público. Ahí nos
posicionamos concediéndole tal vez un respiro al sistema,
siéndole funcionales, como afirman algunas analistas. No
obstante, al mismo tiempo se creó el espacio y se impulsó
la voluntad de participación de nuevas actoras, dándole vigencia a un derecho universal.
En este momento de crisis y de cambio este involucramiento relativamente rápido, masivo y obligatorio de
mujeres a estos espacios de la democracia formal no fue, sin
lugar a dudas, el mejor escenario. Me temo que las mujeres
que decidieron intervenir a través de los partidos se encontraron con estructuras cerradas, niveles organizativos pulverizados, procesos de formación inexistentes, vacíos programáticos, instancias movidas exclusivamente por la dinámica
que impone la campaña electoral y la consecución del voto
popular. Justamente, ello motivó la interrogante que busca
descifrar este trabajo: ¿Cómo hacemos política las mujeres?
Desde esta perspectiva, responder a esta pregunta amerita, en primera instancia, reconocer al movimiento de mujeres y feminista como uno de los ejes movilizadores de
los cambios a los que asiste Ecuador. Desde ese espacio se
gestó nuestra contienda de emancipación: las prácticas, la
palabra y el discurso que nos acompañaron estuvieron marcados por una profunda ciudadanización de la política. Una
ciudadanización que significó fricción y colisión con lo
establecido. Esto de alguna manera explicaría la escasa relación entre el movimiento social y el sistema de partidos.
Entonces surgen nuevas preguntas ¿Por qué hoy habría
de ser de otra manera? ¿La radicalización de la democracia, supuestamente al orden día, significará más colisión,
más confrontación? ¿Hay espacio para el movimiento de
mujeres en el diseño de una nueva forma de organización
social direccionada solo por el Estado? ¿El movimiento de
mujeres podrá articular a la pluralidad de sujetos sociales
que lo conforman o serán las diferencias las que definan la
participación política? ¿Esta exigencia supone una mayor
adhesión a la estructura institucional o entraña buscar mayor radicalidad?
En este lapso también se inauguran en el sistema electoral algunos mecanismos para ampliar la democracia; por
ejemplo, facilitar las condiciones de inscripción de movimientos políticos para que intervengan en los procesos
electorales y la asunción por parte del Estado del costo
de la propaganda política en los medios de comunicación
masivos, entre otros. El resultado es una considerable apertura que se confirma en los registros del Consejo Electoral,
donde constan más de 120 organizaciones, movimientos y
partidos a nivel nacional; en el último proceso electoral se
constató la fragmentación y dispersión; la falta de consistencia del debate político; la liviandad de sus mensajes; y, la
espontaneidad de una buena parte de las nuevas actorías.
Esta realidad grafica el momento por el que atravesamos y
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
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el panorama suscita una segunda interrogante: ¿cómo fortalecer el liderazgo de las mujeres en los procesos políticos
democráticos?
La pregunta nos lleva a reconocer que uno de los grandes aciertos del movimiento de mujeres ha sido el uso de
lenguajes que cuestionan el ejercicio del poder patriarcal
en la palabra. Reinventar la palabra y la acción es reinventar
la democracia para las mujeres con base en la autonomía de
sus organizaciones sociales.
Sí. Autonomía frente a los partidos políticos para no
ser correas de trasmisión de las maquinarias electorales y
autonomía frente al Estado para no perder la capacidad de
poner en tela juicio a la Ley. ¿Cómo responder a este desafío desde nuestra actual condición de partícipes directas
tanto de los procesos electorales cuanto de la redacción de
la normativa que específicamente nos atañe? Sí. Autonomía que además provoque espacios más creativos y menos
formales, desde los cuales se fomente la transgresión, fuente
necesaria para el movimiento feminista.
Por otra parte, para que las mujeres puedan romper
paradigmas y posicionar nuevas perspectivas requieren
de mayores exigencias, herramientas y mecanismos que
trastoquen el orden de lo político. Es decir como afirma
Bourdieu: “fundar una política orientada hacia fines totalmente opuestos, una política que rompiendo tanto con el
voluntarismo de la ignorancia o de la desesperanza, como
con el dejar-hacer, se equipe con el conocimiento de esos
mecanismos para intentar neutralizarlos y busque en el conocimiento de lo probable no una incitación a la dimisión
fatalista o al utopismo irresponsable”40.
Durante los últimos tres años el escenario políticoelectoral ecuatoriano ha estado compartido por un movimiento que surge en 2006 y que se ha constituido en una
nueva fuerza política (Alianza País). Si bien ha triunfado
en los cinco últimos procesos electorales y aparece como
el protagonista ganador de la contienda política ecuatoriana, es igualmente cierto que no responde a un proceso orgánico consistente, ni sus liderazgos y prácticas son
evidencia de una nueva cultura que recupere la confianza
y la credibilidad ciudadanas. En este contexto surge una
tercera preocupación que nos convoca: ¿Desde el 50% que
hoy representamos, será posible incidir para transformar la
cultura, la política?
En otras palabras, cómo enfrentar la lógica de la industria cultural que asimila la cultura como unidad de
producción, que niega la política como un entramado de
relaciones sociales básicas e inscribe a la sociedad como
una sociedad del espectáculo. Es decir, cómo intervenir en
la cultura política para no ser ni espectadoras, ni víctimas,
ni parte del show.
¿Cómo intervenir en la cultura política para combatir
el desencanto y el malestar que asoman de nuevo en nuestra sociedad?
Una nueva cultura política pasa, necesariamente, por
darle sentido a la palabra y al lenguaje, agenciando su potencial simbólico, desde la teoría y desde nuestras prácticas.
Las tres preguntas señaladas, como el contexto al que
asistimos, develan sin duda que atravesamos por un momento de retos cruciales: el país requiere con urgencia
desarrollar la Constitución con nuevas leyes; necesitamos
dar respuestas efectivas a los impactos de la crisis financiera
internacional; las mujeres queremos una democracia más
dialógica y deliberante, y aspiramos además a gestar una
nueva cultura política que revierta las viejas formas de su
quehacer y armonice la convivencia democrática de la diversidad.
Las demandas de la coyuntura hacen indispensable tener claro el horizonte, que se encarna en una larga y rica
trayectoria histórica que debe alimentarnos: una utopía que
ha movilizado a las mujeres en todo el mundo, especialmente en las últimas cuatro décadas. Las cuotas, la paridad,
los derechos, la participación en las esferas institucionales
son, a no dudarlo, necesarias y buenas en la ruta trazada.
Pero no podemos perder de vista la cultura patriarcal que
se “plasmó en las esferas del saber, del poder y de la ley”,
que penetró todas las instancias de la vida cotidiana, para
justificar sus formas de dominación, exclusión e incluso de
sojuzgamiento41”.
40 Bourdieu “¿Qué significa hablar? Lenguaje y poder simbólico”,
Ediciones Akal, España 1999.
41 Gutiérrez, ob. cit.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
IV. Retratos dialogados
Sus trayectorias: la formación, las influencias
Yo vengo de una familia de médicos. No había
un interés político. Cuando empecé a hacer política,
mi papá y mi mamá estaban muy sorprendidos, pero
además muy preocupados.
Nos prohibían que los hermanos, amigos, novios
nos recojan del colegio. Incluso había supervisión en
las esquinas. Era una lógica terriblemente perversa, una
lógica de que las mujeres somos un mundo aparte.
Yo me acuerdo que tuvimos un retiro de orientación vocacional, cuando tenía 16 años. Pasamos dos
días discutiendo lo que para mí era una provocación: ser
solteras, casadas o entregadas a Dios; esas eran exactamente nuestras opciones.
Un tiempo me dediqué a dar unas clases de literatura en un colegio fiscal nocturno; una chica vino y dos
cosas sucedieron la misma noche: una chica que tenía
14 años me dijo que estaba embarazada de su papá, que
la había violado y, una hora más tarde, una chica de
16 me dijo lo mismo… y resulta que eran hermanas.
No se habían contado entre ellas, la mamá no les creía.
Creo que esos temas y esas experiencias marcaron mi
mpr
posición sobre muchas cosas. …Bueno, mi nombre es Iberia del Carmen Aguilar, soy de la provincia de El Oro.Vine el 14 de febrero
de 1981, llegué con dos niñas, con mi esposo. Me vine
de mi provincia porque en ese entonces eran las inundaciones, ahí la gente totalmente quedamos en la indigencia y nos vinimos en busca de mejores días aquí.
Hablando de mis padres, lo que más nos han enseñado a nosotros es la honradez, no decir mentiras,
decir la verdad, si me duele, o le duele a la otra persona
siempre hablando con la verdad, no ser como decimos
ahora, hipócritas. Desde muy pequeña tenía ese don de
ayudar a la gente, de visitar cuando alguien estaba enfermo, cuando alguna mujer había tenido un niño.
Entonces cuando me integré a la comunidad cristiana… de ahí sale la idea de que bueno, ustedes han
estudiado, se han preparado; le digo no, yo no tengo ni
la primaria siquiera terminada; entonces ya le vamos a
dar unos costureros, como le llamaban en ese entonces
al corte y confección… yo, feliz.
Recuerdo cuando empezamos a celebrar el 8 del
marzo, ¡Dios mío!, yo me subía a los filitos de las calles y
cuando miraba gente conocida, hacía como como que
no iba en la marcha porque me daba vergüenza… ca
…Yo vivía en un barrio de Guayaquil, en Huayna
Cápac y Manabí, donde había muchos indígenas que
iban a dejar sus carretillas de noche y dormían ahí. Y
me parecía tan terrible eso, que yo me decía que no
puede ser posible. No deberían estar en esa situación.
En mi casa eran totalmente opuestos a que las mujeres estudien la universidad porque decían que íbamos
a buscar marido.
Teníamos un profesor que se sentaba a dar la clase,
cerrando los ojos y luego decía con una cara de mártir que
no sabía por qué el iba a darnos clases, porque las mujeres
no le íbamos a entender y no íbamos a practicar nada.
El padre Fernández vino a formar en el colegio un
grupo; él quiso hacernos líderes. Él me impulsó a trascender más allá del colegio, a tener conciencia de servicio a los demás, y eso he tratado de hacer toda la vida.
Fue tan fuerte la formación que nos dio, que nos
ha marcado la vida a toditos…
av
…Desde mis 17, años antes de salir del colegio empecé a estar en los grupos juveniles católicos de izquierda cristiana. Trabajé con el padre Carolo, Graciano…
Cuando en tercer curso hubo la huelga para sacarle a la rectora, era la primera huelga en la que yo
participaba, parada en el tapial del colegio, me acuerdo
mi primera acción y mis padres me encontraron. “Ya
bájate, ¿qué estás haciendo? Eso es una locura, te van a
sacar del colegio”.Y yo les dije que me dejen…
Mi madre murió cuando yo tenía 24 años y yo
prácticamente quedé como ama de casa, lavaba la ropa
los fines de semana, es decir asumí realmente un rol
súper tradicional, porque a mis hermanos no les dejaba
tocar nada; eso me sucedió siquiera un año entero hasta
que decidí que había que distribuir las tareas de la casa
mc
porque ya no aguantaba.
…La Silvia es hija de una familia de pueblo, que
ni siquiera surgió a la política desde la ciudad, más bien
desde lo rural. Salí a la ciudad, a un colegio católico, donde las reglas eran otras; ese fue mi primer impacto en la
Silvia niña. Tener que vencer sola esas dificultades.
Cuando cumplí los 15 años, en el país vivíamos un
momento esperanzador: el retorno a la democracia, y
anunciaban ya la proximidad de las elecciones. Recuerdo que se convocó por primera vez a la conformación
del círculo estudiantil y mis compañeras me eligieron
como candidata.
En el sexto año de bachillerato hubo un problema
que afectó a muchas compañeras y fue el caso de un
embarazo de una alumna y se había escondido en un
baño para que no se dieran cuenta las autoridades de
cómo crecía su vientre. Una profesora, que era muy
temida, se subió al baño y la encontró, le sacó y le puso
al frente a todas, y yo sentí de pronto que eso estaba
mal; pasé al frente y le dije que no había derecho y que
nosotras estábamos con la compañera... ss
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
13
14
Entablamos nuestra conversación recuperando el pasado, desde el presente de nuestras entrevistadas, con el ánimo
de que el relato manifieste esos primeros ingredientes, influencias, mediaciones, que hoy dan cuenta de su trayectoria, “como la expresión del ser y hacer de una persona”42.
Según Ovidio D’Angelo, el individuo humano concreto funciona en un contexto sociocultural específico de
normas, valores y en un sistema de instituciones y esferas
de actividad social, en un momento histórico determinado.
Las trayectorias, entonces, se sostienen en dos ámbitos diferenciados pero en permanente interacción: por una lado,
en “una posición externa” del individuo que se definiría
por las peculiaridades históricas, económicas, de clase, etnia,
género, etc., en las que se inserta el individuo, pero también
“por el tipo de interacciones que establece con los otros, y
las exigencias que se le plantean, confiriéndole una ubicación o posición real en esa red de relaciones”43.
Por el otro lado, se sostiene en “una posición interna
que se basa en la configuración de la experiencia personal, las posibilidades o recursos disponibles, el sistema de
necesidades, objetivos y aspiraciones y las orientaciones (o
actitudes) y valores vitales de la persona”44. Un afuera y un
adentro que, en el caso de las mujeres, se entrecruzan, se
mezclan y combinan.
La posición externa que propone D’Angelo nos remite a la realidad social, al estatus económico, a las pertenencias que sitúan al individuo y definen su entorno; así
vemos cómo el barrio, el ambiente profesional de la familia,
su edad, su entorno local, su clase, van a ser determinantes
para entender en dónde se originan y desde dónde definen
sus procesos.
Pese a las distancias de espacio, los ambientes y condiciones de Loja, Lago Agrio, Ibarra, Guayaquil, Quito exhiben una situación social profundamente desigual e injusta,
que se torna en el gran referente contradictorio de la formación de nuestras entrevistadas: enfrentan una difícil realidad que, al mismo tiempo, moviliza sus sensibilidades.
Será la posición interna, la que irá marcando el recorrido como “único e irrepetible”, dándole el carácter de
“particular” a cada trayectoria, en una dinámica temporal
y espacial concreta.
Optamos por este enfoque por la interrelación sistemática de estas dos posiciones, pero también porque da
cuenta de la relación constante entre el yo y el nosotras.
Así, cada una hablará, desde su posición interna, del camino personal recorrido, y de manera persistente transitará
al plural, conectándose con las otras, con su grupo, en la
acción colectiva.
a. ¿Por qué tanta diferencia?
Lo narrado por estas mujeres da cuenta de su proceso
42 Citado en Pereira, Manuel Andrés (2004). Trayectorias juveniles
y familia. Santiago, Universidad de Chile, Facultad de Ciencias
Sociales.
43 D’Angelo, Ovidio. “El proyecto de vida como categoría
básica de la interpretación de la identidad” en Biblioteca
virtual. Buenos Aires, Clacso.
44 Íd.
de formación, en el que sobresale la presencia indiscutible
de las instituciones sociales clásicas: la familia, la iglesia, la
escuela.
Las entrevistadas crecieron en una sociedad que discrimina y es esencialmente desigual e injusta con el género al
que pertenecen. Su formación ha estado marcada particularmente por esa “condición de mujer” que les define.
La historiadora inglesa Jean Scott plantea que “el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias que distinguen los sexos” y es
también “una forma primaria de relaciones significantes de
poder”45. Por su parte Giselda Gutiérrez afirma que “las
diferencias sistemáticamente se trastocan en desigualdades”
que nos remite a la asimetría que provoca subordinación
que se materializa, pero también “adquieren una dimensión simbólica que estructura nuestra realidad interhumana y nuestros propios procesos de subjetivación”46. En el
caso de las entrevistadas, estas diferencias se manifiestan por
ejemplo, cuando el padre que se opone a que siga estudiando, el profesor que insiste en que las mujeres no entienden,
la religiosa que les prohíbe tener amigos, la compañera que
es expulsada por un embarazo, las tres insignes opciones:
monja, casada o entregada al servicio, la violación de dos
hermanas agredidas por su padre, ejemplifican cómo se
expresan cotidianamente esas diferencias en la formación
“para mujeres”.
Por lo tanto, encontramos también que algunas de ellas
reproducen los roles tradicionales porque “se los concibe
socialmente como naturales”, tanto en sus familias de origen como en las que luego constituyen.
Al recordar cómo empezaron a celebrar el 8 de marzo en Lago Agrio, Carmen narra que sentía vergüenza y
abandonaba la marcha por las agresiones que recibían de
los espectadores. Silvia, en Ibarra, reclama por la ausencia
de información para evitar embarazos y provoca con ello
un escándalo.
Lo interesante de estas evocaciones en el diálogo fue
que inmediatamente provocaron reacciones en las que cada
una interfería para hacer su relato. Estos episodios les permitieron cuestionar esa realidad, preguntar el porqué de las
desigualdades, identificar las diferencias, negarse a aceptar
la subordinación como una condición de vida. Entonces,
la pregunta del ¿por qué? no solo busca respuestas; también
interroga y devela, penetra, aclara y les impulsa a inquirir,
a alterar su cotidianidad, y que van a incidir en su formación.
Es reiterativo en cada relato el momento en que se
produce el quiebre, en que chocan contra lo instituido y
que se produce la conciencia de que estos hechos no son
naturales, sino constructos sociales, que pueden alterarse
con la fuerza de la acción colectiva.
La familia es el eje central de formación; de ahí su trascendencia, tanto por la incidencia del entorno afectivo que
la rodea, cuanto por la eficacia de su función socializadora
y reproductora de las relaciones sociales instituidas. En es45 Citada por Lamas, Martha (2009) en “Usos dificultades y
posibilidades de la categoría de género”. Revista Mujeres.
México.
46 Gutiérrez, Giselda. Ob. cit.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
tos retratos, la familia es palanca y obstáculo, limita o impulsa, orienta o perturba, forma o inclina.
Es un espacio que marca normas, establece límites, organiza un discurso y, en este caso, crea y recrea los modelos sociales
y los patrones culturales de clase de género.
No sólo impone las diferencias sino también las estructuras de poder que se configuran en el entorno familiar, definiendo un sistema de autoridad que persiste y se expande inclusive en los nuevos tipos de familia en los que la figura del padre
está ausente o ha dejado de ser el centro dominante.
Desde esa perspectiva, la familia es un espacio de tensión por el peso de la tradición, la perseverancia de las costumbres
y la resistencia al cambio.
La Iglesia y/o los principios cristianos en sus más variadas expresiones son, para este grupo de mujeres, el referente
fundamental de “esos valores” que en algunos casos se atreverán a alterar en esta etapa de su vida.
A propósito, M. T. Bellenzier exalta las características de toda buena cristiana: “dócil en la aceptación de la palabra de
Dios, obediencia generosa y humildad sencilla, caridad solícita, sabiduría reflexiva...”47.
Por otra parte, el sector más progresista de la iglesia define a la mujer como “actora social, a la vanguardia de la construcción de una nueva familia, basada en relaciones más igualitarias entre los sexos... madre pero escencialmente fuente de
proyectos asociados con la continuidad de las luchas comunitarias”. Sin embargo no toma “posiciones de ruptura frente a
la Iglesia”48.
Anunziatta Valdez, quien a lo largo de la entrevista hace hincapié en su formación católica, le preguntamos si no ha
tenido contradicciones entre su lucha por los derechos de la mujer y sus principios religiosos, y nos contesta:
“Claro, pero actualmente evidentemente ya no las tengo. Pude diferenciar lo que es la espiritualidad de ciertas decisiones eclesiásticas y no de orden espiritual, sino que responden a condicionamientos humanos. Indudablemente ciertas
disposiciones de la Iglesia son disposiciones canónigas que han variado y van variando, que no responden a la realidad que
viven las mujeres porque inclusive son hechas por hombres ya que las mujeres no han tenido una opción de participar en
esas decisiones. Si la hubiéramos, seguramente otras serían esas disposiciones. Entonces no podemos aceptar decisiones que
son tomadas por varones sin nuestro conocimiento, ni nuestro consentimiento y para las que alegan una orientación que no
han demostrado tener”.
¿De qué manera permea esta formación en la motivación política de estas mujeres? Ellas reconocen cono “leit motiv”:
“Tener conciencia de servicio a los demás y eso he tratado de hacer toda la vida”.
“Yo pienso que lo primero que hay que tener es la vocación de servicio, la vocación y el servicio”.
“Ahí empecé a ver que sí es cierto, que las mujeres estamos sirviendo las necesidades de los hombres en nuestra vida
privada, pero también en nuestra vida pública”.
“Yo he venido utilizando el poder al servicio de la gente; una de mis compañeras, me decía: no digas eso, que al servicio
de la gente, porque estamos nuevamente reproduciendo estos roles tradicionales; pero las mujeres servimos en la casa, servimos en lo público y seguimos sirviendo en todos los ámbitos”.
Es posible que esta motivación se vea reforzada por el peso cultural de la maternidad, como la esencia de la feminidad,
de la abnegación, la entrega y el sacrificio.
Esta insistencia en el servicio, la entrega, la ayuda en la narración de estos retratos parecieran ser un agregado positivo a
sus prácticas. Sin embargo, son precisamente estas características en las que al mismo tiempo se asienta el abuso y que son
percibidas como “el sacrificio que conlleva” o como “el peso de la militancia”.
Por último, la escuela no es vista como una instancia de referencia en su formación sino como un espacio-frontera en
el que, fuera del aula, pueden chocar y confrontar, reclamar y organizarse.
El sistema educativo está ausente, más allá de la instrucción que brinda, o no, la oportunidad profesional. La distancia
y a veces contradicción con las demandas de la vida le convierte en un espacio referencial si, pero el que impone formas y
normas de vida.
Para unas los profesores serán el límite, para otras los mensajes o la posibilidad de iniciarse en la organización. La escuela
se convierte en el lugar que moviliza conflictos, y provoca rupturas.
Las dicotomías en las que se asienta su estructura autoridad-subalternidad, disciplina-obediencia, control-sanción generan seres sumisos, dóciles y mayoritariamente de fácil adaptación al statu quo; pero también, como en el caso de las entrevistadas, fomenta resistencias, espíritu crítico y, sin lugar a dudas, preguntas que empujan a buscar otras respuestas fuera de
sus muros.
47 Bellenzier, M.T. (1991) “Mujer” en Nuevo Diccionario de Mariología. Madrid, Ediciones Paulinas.
48 Giménez,Verónica. “La imagen de la mujer en la Iglesia progresista”.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
15
b. Sus prácticas políticas: procesos, logros, obstáculos
…Vi las realidades de las mujeres y no podía concebir que hubiera tanto sufrimiento, tanta humillación.
Entonces ahí se reforzó mi deseo de cambio, de luchar
por el cambio... decidimos poner en la Fundación un
espacio para atender a las mujeres que eran golpeadas. A
la semana había colas para ir a denunciar, era como algo
que estaba represado y de pronto fue una hecatombe.
Mis condiciones para aceptar la candidatura: no
me quiero afiliar a la Democracia Popular, no tengo
plata para gastar en campaña y si voy a trabajar por las
mujeres, yo quiero el apoyo del partido. Yo lo que me
propuse es que todos los derechos que todavía las mujeres no habíamos conseguido realizar, los concretemos
en ese periodo.
Y cuando entramos al debate, yo creo que los cogimos cansados o realmente ya no quisieron problemas,
o asustados. Lo cierto es que se aprobaron las leyes, en
primer lugar porque eran unas leyes aterrizadas y sentidas por sus beneficiarios. En segundo lugar, porque en
el proceso se generó apoyo a los proyectos y la movilización de las mujeres.
Si las mujeres que han llegado al poder están haciendo o no la diferencia, ése no es el resultado de la ley
de cuotas; es el resultado del proceso democrático y de
los movimientos de los partidos políticos…
av
16
Con estos compañeros, amigas, amigos que hacíamos política, que conversábamos, que protestábamos,
decidimos que tal vez por esos 25 años de democracia, más que un aniversario de pura celebración, valía la
pena preguntarse qué había pasado en el país.
El debate político en la Asamblea sobre los Derechos sexuales reproductivos, sin duda fue uno de los
más complejos, uno de los más distorsionados en los
medios de comunicación. Primero, producía gran frustración mirar lo mal que se trataba el tema. Lleno de estereotipos, de juicios de valor. Luego, fue muy complicad constatar cómo muchos compañeros que parecían
muy convencidos, cambiaban su discurso…
Yo creo que todavía la política es un espacio muy
difícil para las mujeres. Es un espacio muy masculino y
eso nos lo hacen sentir todos los días y a toda hora. Desde
la campaña, yo por principio no contestaba nada que no
le hubieran preguntando a un hombre. Me parecía inverosímil que venga un periodista y te pregunte si puedes
cocinar, porque era casi la forma de armar el estereotipo.
Vivimos tanto con esa idea de que el poder daña,
de que el poder corrompe, que yo personalmente siempre intento mantenerme en equilibrio y aterrizar todos
los días. Volver a conectarse, volver a poner un cable a
la tierra y decirme que esta es una responsabilidad, que
esto es temporal, que no significa nada…
mpr
…Imagínese 1981… ya estamos 2009… entonces empecé a integrarme en la organización de mujeres
.Ya me integré pero yo seguía haciendo desde lejos, no
me gustaba hablar, no me gustaba decir una palabra; yo
ahí era callada, escuchando a las otras compañeras que
estaban académicamente más preparadas… tenía miedo
a equivocarme, el miedo al que dirán, pero poquito a
poquito fui dando....
Después he estado en la directiva como secretaria,
ya he sido cuatro veces presidenta aquí, he sido tesorera.
Decirle que también este trabajo ha sido duro, porque
cuando iniciamos, cada cual cargábamos la tonguita de
lo que teníamos en la casa, aunque sea patacones… la
una llevaba un atún y eso compartíamos porque no teníamos proyectos, no teníamos nada.
Hoy, decir que tenemos el albergue para mujeres víctimas de violencia. Adentro decíamos, este albergue, esta
casa tiene que salir bien hecha, porque si sale una cosita
media ahí, han de decir, claro, mujeres tenían que ser…
… Yo le diría que un 65 % de lo que tienen del
avance en estos años es por las comunidades cristianas y las organizaciones populares, especialmente las de
mujeres.
La capacitación, la información que hemos ido teniendo ha sido para defender nuestros derechos, porque
no es que vengo a pedir que nos regalen. Hemos aprendido a negociar, cuando hemos tenido que pelear hemos
peleado. Hay muchísimas mujeres atrás de uno y qué
dicen ellas, que es gracias a la Federación, gracias a las
compañeras… entonces eso a uno le llena la vida. ca
…La mayoría de jóvenes no teníamos ninguna afiliación política pero estábamos contagiados por lo que
pasaba en el país: apoyar el retorno a la democracia…
como que comienza uno a ver un horizonte, y realmente va fraguándose un interés más sólido desde que
tuve mis 15 años y en este recorrido me encontré con
el Partido Socialista. Hoy tengo 33 años de militancia.
Sí, estábamos invisibilizadas…pero nunca abandonamos el partido. Siempre fuimos como relegadas en
términos de tener mayor oportunidad de conocimiento,
de formación política para ser parte de una dirección,
sentí que siempre hubo la preferencia por los hombres.
Para nosotras era un reto el privilegiar la lucha social, antes que la lucha de género, o sea jamás estuvo
dentro de nuestras agendas. Existía confrontación de
género inclusive, pero permanecía oculta.
Hoy soy Presidenta Nacional, primero por mi
condición de mujer, segundo por condición generacional y después por una posición crítica y por una
necesidad de dar paso a nuevas decisiones frente a la
nueva coyuntura, de delinear un nuevo proyecto del
partido y del país. Regreso a ver a la base, y encuentro
ahí la fortaleza; ya no me queda más, no en la cúpula,
sino más bien en la base…
ss
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
Me retiré del MIR, había bastante estudio teórico
del marxismo, del leninismo, y veía que mi barrio seguía igual; yo era más práctica, gestora, entonces decidí
trabajar en mi barrio y en los barrios del Sur, donde
toda la vida me he desarrollado.
Las mujeres estamos sirviendo las necesidades de los
hombres en nuestra vida privada, pero también en nuestra vida pública, porque si no les resolvemos la vida a
los hermanos y a los padres, les resolvemos la vida en el
partido a los dirigentes; ser secretaria general del APRE
era tener listas las listas, tener listas las reuniones, hacer las
llamadas telefónicas pero no tomar decisiones.
La primera política que se lanzó en el 2001 fue la
ordenanza 402, que es Atención y Prevención de Violencia Intrafamiliar y de Género, de la cual nació el sistema
de atención y prevención de violencia para todo el municipio...Yo lo que hago es servir a la gente, la ordenanza
en beneficio de los gays, lesbianas, travestis, transgéneros,
los derechos de ellos y ellas. Una ordenanza que costó.
Me pongo al servicio. Se convoca a todas las organizaciones, deciden elaborar una ordenanza. Me pongo al
servicio. Háganla, discútanla y luego conversemos con la
comisión de género, eso es poner al servicio.
Me halaga decir que yo trabajo por principios, pero
también me desalienta lo que no me da capital político,
porque entonces, ¿qué estamos haciendo las mujeres?
¿Hacia dónde le apuntamos? Llegamos a procesos electorales, a sondeos de opinión y no te conocen, no tienes
plata, eres una mujer pobre, no tienes estructura, ¿por
qué?
mc
c. Del yo… al nosotras
Cada una encuentra, en la gran o pequeña organización, el lugar preciso para que tomen cauce sus aspiraciones, sus utopías y necesidades. Es en el salto del yo al nosotras donde se concretan sus primeras expectativas, que
luego se prolongarán como eje vertebrador de sus procesos
políticos.
El grupo permite encontrar a la otra/o, a mirarse en
la alteridad, a identificarse en su pertenencia al colectivo,
a valorar su presencia porque es reconocida, a crear reciprocidad y colaboración, a gestar solidaridad para desterrar
soledades.
El nosotras es el espacio donde adquieren destrezas,
comparten, aprenden, crecen en sus respectivos liderazgos,
donde se forjan en la voz y fuerza colectiva. El sujeto se
construye amándose a sí mismo, proyectándose en el nosotros y resistiendo colectivamente a los procesos de dominación y exclusión, propone Touraine49. Así se abre la
posibilidad de constituirse en sujeto político.
Otra constatación que resalta es que las cinco entrevistadas no son outsiders en la arena política, no son fruto
de un episodio, de una improvisada circunstancia; tampoco
son “recién llegadas” al escenario público. Son parte im49Touraine, Alain (2000). Crítica a la modernidad. México, Fondo
de Cultura Económica.
portante de un proceso individual y colectivo que les convierte en protagonistas de la acción política en el país. Hoy
cada una en su particular dimensión, están en la política.
Estas pinceladas dan cuenta de sus procesos, que sirvieron para: aprender, equivocarse, proponer, intercambiar,
identificar aliados, atar cabos y negociar hasta conseguir
logros. Las rupturas y transgresiones por su lado, han sido el
mecanismo para avanzar solas, y en colectivo.
Carmen, hoy Presidenta de la Federación de Mujeres
de Lago Agrio, secretaria de organización del Frente de la
Amazonía, cofundadora del albergue para mujeres golpeadas, es un ejemplo vivo de un proceso en el que la organización se convierte en el centro mismo de su familia, de su
barrio, de su ciudad y más allá: “Estamos coordinando con
las hermanas colombianas… nos decimos que solo tenemos una frontera imaginativa, aunque a nivel nacional nos
plantean el cuco de Colombia; entre los Estados están peleándose, discutiendo, pero nosotras entre mujeres hemos
tenido una bonita coordinación”.
En este caso en particular, la organización es también
el lugar en el que Carmen se forma, aprende primero a
tomar la palabra, luego a relacionarse, posteriormente se
apropia, actúa por y con el resto, pero también por ella misma encuentra un espacio pleno y lo disfruta. Su experiencia nos recuerda la afirmación de la filósofa Hannah Arendt
“es gracias a la acción y a la palabra que el mundo se revela
como un espacio habitable, un espacio en el que es posible
la vida […] Para ser reconocido como ser verdaderamente
humano es preciso tener un status político, ser ciudadano,
tener un lugar en el mundo y actuar con la pluralidad”50 .
Cada proceso particular tiene su sello y da cuenta de
un tipo de liderazgo. El salto a la inclusión, el convertirse
en agentes de actos políticos, sujetos del debate, son hechos
individuales que cobran trascendencia en la medida en que
“representan”.
En diferentes niveles, todas tienen una referencia cercana o una articulación directa, y desde diferentes espacios
y tiempos se asumen feministas o adscriben a la organización de mujeres.Y esta pertenencia sí marca una diferencia
sustantiva en su acción política. Según María Fernanda Cañete, es esta relación la que produce contribuciones sustantivas de transformación, sobre todo si comparamos el perfil
actual con el de las mujeres que participaron en el primer
quinquenio del 2000.
No cabe duda: el movimiento de mujeres, en su más
amplia diversidad y complejidad, ha marcado nuestra ruta.
Desde ahí se ha definido la agenda de las mujeres, ahí se
ha cuestionado la subordinación, la vida cotidiana, el orden
social y se ha impactado en el Estado y en el ordenamiento
jurídico.
De aquí se desprende otras inquietudes: ¿Cómo fortalecer al movimiento de mujeres en la actual coyuntura?
¿Cómo encontrar articulaciones más efectivas? Por ejemplo con los partidos políticos y con otros movimientos sociales, precisamente cuando se reestructuran los marcos ju50 Citada por Comesaña, Gloria M. (2001) en “Lectura
Feminista de algunos textos de Hannah Arendt”. Anales del
Seminario de Historia de la Filosofía. Madrid, Unión de
Editoriales Universitarias Españolas.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
17
rídicos de estas relaciones. Pero también desde afuera de la
institucionalidad, ¿cómo potenciamos las voces que hacen
política desde una posición crítica?
d. ¿Cómo hacemos política?
18
Nuestra presencia en la política formal se inscribe en
un contexto adverso, cuando la institucionalidad estaba en
crisis, el sistema político se derrumbaba, las reglas del juego
democrático estaban viciadas y tajantemente nos excluían.
En este contexto surge la Constitución de 2008 como la
gran alternativa. Pero la experiencia nos dice que las prácticas y formas de “hacer política” no cambian por decreto.
Sin embargo, hemos aprendido a poner condiciones,
a buscar aliados estratégicos, a conseguir logros concretos,
a ser pragmáticos nuestros sueños, a negociar y cabildear, a
confrontar y pelear.
En este sentido es muy difícil “marcar diferencias” en
un escenario legendariamente masculino. Al momento, el
debate se torna más complejo cuando se insiste en que en
el espacio público no puede haber marca de género, pues
hombres y mujeres actúan respondiendo a identidades diversas: etnia, clase, región, ideología que, en última instancia, son las que definen posiciones. Otra vertiente sostiene
que la heterogeneidad de las mujeres no permite pensar en
intereses comunes.
En su gestión en el Congreso Nacional, Anunziatta
describe como llevó adelante su labor de legislar:
a) “Me propuse que todos los derechos que todavía las
mujeres no habíamos conseguido realizar, los concretemos en ese periodo;
b) tengo que acudir a los organismos de apoyo a las mujeres para que me ayuden, decidí hacer alianzas con
todas las organizaciones de mujeres;
c) en el área de mujer organicé 14 mesas que trabajaron
durante un año, divididas en 14 temas: de trabajo, otra
mesa de violencia, otra de salud, etc.
d) en esas mesas había el apoyo de un asesor que las ayudaba y se conformó un Consejo consultivo que definía
todo el proceso hasta el final;
e) llegaba al Congreso, me asesoré con Rocío Rosero
y con Betty Amores, que tenían mucho más conocimiento técnico que el que yo había podido demostrar,
honorabilidad, liderazgo, una consecuencia, capacidad;
f) veían en mí a una persona seria y además comprometida al ciento por ciento;
g) siempre se convocaba a hacer movilizaciones, porque
el proyecto debía volver a esa misma sociedad a la que
habíamos consultado”.
En la misma lógica, desde su función municipal Margarita Carranco expresa: “Se convoca a todas las organizaciones, deciden elaborar una ordenanza. Me pongo al servicio.
Háganla, discútanla y luego conversemos con la comisión
de género, eso es ponerse al servicio. Sale esa Margarita
transgresora, esa política que cree que esos grupos tienen
derechos y que yo tengo la obligación de trabajar por ellos.
Ahí está mi transgresión, ahí está mi lucha al interno y ahí
está a la conquista.Y entonces regreso a los planes, a que le
pongan presupuesto…”.
Estos actos políticos tienen relación directa con los
intereses que proponen los sectores organizados, los resultados retornan a ellos en forma de leyes u ordenanzas
para proteger sus derechos. Así se irrumpe en las prácticas
legislativas tradicionales y verticales, y vemos que su representación se fundamenta en la participación ciudadana.
Es reiterativo cómo recurren a la presencia y presión de la
movilización social para asegurar logros y metas. La negociación y el cabildeo adquieren otra escala.
A propósito, Emma Wills sostiene que la representatividad política supone una relación entre intereses, preferencias y valores ciudadanos y desde estos “se actúa sustantivamente en interés de los representados”. Cuando ella
habla de representatividad de género, se refiere no solo al
grado de inclusión si no también “a la capacidad de los
agentes políticos de agenciar y proponer agendas sobre intereses, valores y expectativas femeninas, es decir trabajar
desde las diferencias de género”51.
“Desde la campaña, yo por principio no contestaba
nada que no le hubieran preguntando a un hombre. Me
parecía inverosímil que venga un periodista y te pregunte
si puedes cocinar, porque era la forma de armar el estereotipo”. María Paula Romo también nos da pistas de cómo
incidir en cambios desde una actitud diferente que pretende modificar los “imaginarios” que primero afectan pero
que siguen reproduciendo constantemente ese conjunto de
ideas, metáforas, valores que sustentan la asignación de roles, hasta hoy vigentes en las prácticas culturales políticas.
A estas alturas, nos atrevemos a sugerir algunas coincidencias en sus prácticas:
• Interesa distribuir el poder, al mismo tiempo que se
busca apoyos y recursos.
• Se construyen alianzas, especialmente con los sectores
sociales.
• Se recurre a la movilización social, a la presión de las
mujeres.
• La presencia de las bases es estimulada, reconocida y
legitimada.
• Se interpela a las prácticas culturales.
Esta praxis política es menos jerarquizada, más participativa, más dialógica. Pero, además, casi todas reconocen
haberse ganado un espacio, especialmente a través de su
pertenencia o relación con el movimiento de mujeres.
Desde estos matices vemos cómo consiguen logros. Primero, siempre están respondiendo a necesidades sentidas, a
intereses y demandas articuladas en colectivo; siempre están en consulta, convocan, buscan respaldo; además ninguna
hace referencia al estatus de la autoridad, de la cúpula, a la dirección. Tampoco son su referencia de imposición o mando.
Segundo, por la tenacidad de sus liderazgos. Reconocen cómo se les exige más, no tienen las mismas oportunidades, en lo cotidiano son relegadas, lo que refuerza su
radicalidad, su nivel de entrega, de resistencia y genera más
51Wills, María Emma (2005). “El cambio de las reglas de juego
como estrategia de inclusión política de las mujeres: frutos y
carencias de un proceso” en Pizarro, Eduardo y Rodríguez,
Clara Rocío (eds.) Los retos de la democracia: viejas y nuevas
formas de la política en Colombia y América Latina. Colombia,
IEPRI-Fundación Foro Nacional por Colombia/Fundación
Heinrich Böll.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
decisión: las Reformas al Código Civil en 1986, las Comisarías de la Mujer en 1994, la Ley de cuotas en 2000, el
Albergue para mujeres golpeadas, el 65% de avances de la
ciudad, las ordenanzas municipales, las organizaciones sociales fomentadas desde el partido, ciertos artículos para la
Nueva Constitución; son metas alcanzadas con el aporte de
nuestras entrevistadas.
Un elemento que surge entonces es el “éxito” como
concepto que califica su liderazgo.
• El éxito en la política es que tú tengas tal empoderamiento que enfrentes todas las circunstancias del mundo público, que tengas respeto. Éxito significa que nos
busquen; ése es uno de mis éxitos
• Entonces el éxito no es solamente lo que los demás
piensen de ti, de lo que los demás admiren de ti, sino
lo que uno piense de uno mismo.
• Confundimos autoridad con vanidad. A la vanidad política, yo le tengo terror; me parece que hace que la
gente a veces se pierda, que pierda la noción de para
qué está ahí.
• A las mujeres les gusta luchar, luchar por unos días
mejores, por unos días bien, para el resto; las buenas
costumbres que ha habido de nuestros ancestros, acogerlas, porque no todo han sido malas prácticas; hay
cosas muy buenas muy valiosas, y las cosas malas irlas
dejando… A veces, no solo académicamente, sino yo
personalmente he buscado la manera de prepararme
para poder estar así, al servicio de los demás, apoyar y
ser solidaria, ser solidaria con cualquier persona.
• Poder cumplir mis sueños de trabajar por las mujeres y
los grupos vulnerables.
• Si otra mujer llegó, se benefició, se empoderó, entonces se justifica plenamente la acción política de estas
mujeres.
Desde sus espacios de acción, estas mujeres opinan sobre sus logros, sobre las repercusiones en su figura pública,
y en la credibilidad o no de su liderazgo. Sus respuestas no
son contradictorias ni responden a un concepto vendido
por el modelo que imponen los medios de comunicación,
sino que responden específicamente desde donde les sitúan
sus prácticas, desde el locus que define sus posiciones. El
éxito no les obliga a adoptar patrones masculinos para ser
aceptadas, ni se doblegan ante la misoginia.
Hemos repetido perennemente que el mundo de la
política es en esencia masculino. Penetrar en él hizo que a
muchas nos invadiera el miedo, la inseguridad, o al menos
sentimos ciertos temores, sensaciones típicas de las debutantes podría decirse a primera vista. Pero, más allá, las mujeres
venimos de una experiencia de exclusión y subordinación,
y traspasar esta frontera requirió de un gran esfuerzo colectivo, pero también de una gran voluntad personal.
En sus relatos las entrevistadas coinciden en identificar
sus dificultades en “la figura del hombre, en su referente
más cercano”: el padre, el marido, el profesor, el diputado, la
autoridad local, el presidente del Congreso y, obviamente,
el partido. Sabemos, no obstante, que en la vida cotidiana
y en la vida pública, los límites, los obstáculos son parte
de la ideología y las estructuras patriarcales, expresado a
través de la institucionalidad jerarquizada y de ese cúmulo
de prejuicios, tabúes, que pesan de manera más exigente
sobre las mujeres.
Un testimonio palpable son “las 40 denuncias de violencia política: la mitad es porque se metieron en nuestra
vida privada, que es la más vulnerable en nosotras, que es
de la que más nos cuidamos, de la que más tenemos temor
que salga a relucir; el mundo privado de los hombres no
importa, no importa si tiene una amante, no importa si es
divorciado, no importa si su pareja es menor… es natura;,
pero en la mujer todo es terrible”, cuenta Margarita Carranco, de su experiencia como presidenta de la Asociación
de Mujeres Autoridades Municipalistas.
Hasta aquí, uno de los mayores obstáculos institucionales para la acción política de las mujeres han sido los
partidos políticos que, por su estructura, por la constitución
de sus cúpulas, por la división del trabajo interno, por los
intereses de los que se agrupaban, por el discurso priorizado, imponían distancias difíciles de superar. Silvia Salgado
socializa su transitar de 33 años: invisibilizadas, relegadas
primero; se les niega oportunidades, se generan desventajas,
se oculta el tema. María Fernanda Cañete confirma: “el
análisis de las mujeres en los partidos revela que éstas se encuentran en condición de minorías subordinadas, al asumir
roles secundarios”52.
Entre el Estado y la sociedad se requieren canales de
mediación que den forma y legitimidad a la organización
social, y el papel de los partidos políticos no ha encontrado
todavía otras instancias alternativas.
Un tema adicional que nos ha llamado la atención son
las diferentes miradas que las entrevistadas tienen sobre el
poder.
Para el efecto, ellas plantean:
• Sentí que constituía un espacio importante y estaba
muy consciente de que era una posibilidad importante
que me había dado la vida para poder hacer cumplir
mis sueños; el poder, como poder no me atrae.
• Vamos a estar ahí, sin cálculos y sin pedir cuotas: ésa ha
sido una de las decisiones de las bases.
• El hombre siempre quiere manejar el poder, el hombre
siempre quiere estar más arriba.
• Yo he venido utilizando el poder al servicio de la gente. Pero el tema, es que digo: cuando yo hablo del servicio a la gente, estoy hablando de una connotación
del servicio a la gente y no de servirme del poder.
• Yo creo que esa relación con el poder, la forma en
como se maneja el poder, es muy complicada; yo personalmente creo que uno tiene que preguntarse eso
todos los días, creo que uno tiene que mirar las responsabilidades, probablemente el poder, entre comillas,
como una cosa pasajera…
Pareciera que es un espacio validado como importante,
por el cual hasta se pelea; pero también es un espacio aún
distante, ambiguo, que genera sospechas. No en todos los
casos se concibe como una aspiración legítima.
Hannah Arendt afirma que existe una concepción negativa del poder como dominio, opresión, sinónimos de
fuerza y violencia que, por lo general, es lo que se sustenta
52 Cañete, María Fernanda (2005). Participación y Ciudadanía.
Entre las crisis y las oportunidades. Quito, CONAMU, FLACSO,
UNFPA, UNIFEM.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
19
20
en la esfera pública. Pero ella insiste en que no calificamos
su potencial positivo, enriquecedor, constructivo, aclarando
algo muy pertinente: “La acción política es la que produce
poder gracias a la comunidad política, a la relación de individualidades y la pluralidad”53. Encuentra en este espacio
común una fuente de poder: el hablar y actuar juntos.
Perspectiva interesante, en este momento de irrupción
de las mujeres en el sistema político formal y que requiere
de un debate más prolijo y sostenido. ¿Podremos invadir
este espacio masculinizado con otras formas, otros mecanismos? ¿Cómo enfrentamos el conflicto político superando
la pelea burda y chantajista a la que estamos acostumbradas
en las formas actuales?
Se puede concluir sin duda que hoy en día la presencia
de las mujeres en la política formal está garantizada tanto
en el sistema representativo cuanto en el de la participación
ciudadana. Esta presencia sin lugar a dudas aporta y vitaliza
el escenario público. Desde esta realidad nos interesa reflexionar sobre ella.
M. Lois distingue dos tipos de representación: la “representación descriptiva” cuando el representante y el representado comparten los mismos intereses; una “representación sustantiva”54 cuando se marca diferencia, es decir se
influye en contenidos, se apropia de las agendas colectivas,
se construyen nuevos significados y discursos, se modifican
prácticas.
En torno a la importancia de lo cuantitativo de nuestra
presencia política, destaca que “si las mujeres se convierten
en masa crítica en un cierto umbral, ya pueden producir
cambios; pero si son mayoría y provienen de los movimientos u organizaciones sociales de mujeres, esos cambios son
más significativos”55.
Según esta afirmación, el escenario ecuatoriano ofrece las condiciones para intervenir con mejores perspectivas
especialmente si las organizaciones ciudadanas y los partidos políticos reconocen a las mujeres como agentes de la
política.
El mismo escenario también convoca a las lideresas en
su calidad de potenciales actoras políticas para hacerse el
mismo cuestionamiento, sabiendo que la decisión individual está cruzada por factores clave para la vida pública:
tiempo, recursos, formación.
Este acercamiento nos ha permitido tener nuevas pistas: las prácticas y los logros se basan en procesos políticos
marcados especialmente por una mayor horizontalidad, un
mayor acercamiento a la vida cotidiana y todos los intereses
y necesidades que de ella se derivan, una permanente búsqueda de provocar rupturas en lo establecido. Pareciera que
los modos de hacer política se han modificado parcialmente con la presencia de la diversidad. Esto implica que los
intereses y decisiones políticas tengan otra direccionalidad.
Si bien esto nos alienta, no podemos dejar de lado la
realidad de la mayoría de mujeres que participan en la es-
tructura formal de la política, cuyo quehacer está atravesado por su mundo privado, por las desventajas que provoca
la división sexual del trabajo al interior de la vida familiar,
porque la carga exclusiva de las responsabilidades domésticas no han cambiado: “la atribución de las tareas de cuidado a las mujeres, es la que impide la configuración de un
imaginario político incluyente [...] la división sexual del
trabajo, no solo oprime, sino que oscurece este hecho”56.
En esta misma perspectiva, el obstáculo mayor y más
efectivo son los patrones culturales vigentes que atraviesan
la vida privada, y que se transfieren a las mujeres en el espacio público.
53 Comesaña, Gloria M. Ob. cit.
54 Lois, M. y Diz, Isabel (2006). “¿Qué sabemos sobre la
presencia política de las mujeres y la toma de decisiones?”.
Dossier.
55 Íd.
56 Izquierdo, M. Jesús (2007). “La solidaridad e intereses en la
base de la ciudadanía. Género y cohesión social” en Documento
de trabajo #16. Madrid, Ed. Fundación Carolina.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
V. Retratos hablados
Retratos de familia
a. Retratos privados y públicos
La familia aparece con una función central en la formación, en las decisiones sobre la educación formal, en sus
posibilidades o límites, así como en la reproducción o no
de las normas de género. En algunos casos éstas se reproducen sin un cuestionamiento inicial. No obstante, todas
en algún momento son cuestionadas tanto en la familia
de origen cuanto en aquella creada. Esas interrogantes se
producen dentro de la familia como parte de las propias
sensaciones de injusticia y de inconformidad.
En el seno de la familia hay una presencia marcada
de la madre, como primera resonancia y espejo. La madre
también como cómplice en la ruptura con la prohibición.
La que toma decisiones e imparte valores, sobre todo en las
mujeres mayores. En la más joven, el entorno familiar promueve el desarrollo de la independencia y la autonomía.
En las familias de clase media la educación de las mujeres cobra características particulares. El acceso a ella estaba
dado por las condiciones socioeconómicas y sociales; ahí el
impedimento es la propia familia. En el caso de las mujeres
de sectores populares, en cambio, no hay la posibilidad de
acceder a la educación o es la propia familia la que considera que la inversión en educación es inapropiada. La visión
de que las niñas no son buena “inversión” pone de manifiesto la concepción de que la “rentabilidad” se produce al
“invertir” en los hombres. Así, se restringe a las mujeres al
ámbito de lo doméstico, al mundo de lo privado donde no
hay inversión.
La diferencia de clase es sugerente: constituye un impedimento propio de una sociedad estratificada y desigual,
y también una limitación en el acceso a la educación para
las mujeres jóvenes.Y esto hasta hace apenas 30 años.
Es asimismo importante anotar que para las mujeres
de clase media, el temor de la familia al casamiento como
argumento para limitarles el acceso a la educación superior
sugiere un giro respecto de la valoración del matrimonio
o, más propiamente, se traduce en un temor ante la posible
pérdida de control sobre el tipo de “alianzas” que podían
producirse. Lo que es innegable es que el impedimento de
los padres se materializa en la prohibición de la movilidad y
en la negativa de brindarles apoyo económico como medio
para coartar la independencia y la puesta en práctica de las
decisiones de las hijas.
Si bien las diferencias de clase subsisten, el acceso de
las mujeres a la educación superior y la puesta en práctica
de esas decisiones personales de formación y de ruptura
con la familia marcan, en algunos casos, un momento de
afirmación y de autonomía económica.
Aun con conflictos, en tanto mujeres y actoras políticas
el espacio educativo es uno de formación y de interpelación
importante. Curiosamente, la marginación por embarazo en
las jóvenes es una realidad que no se modifica y que es común a todo el rango generacional de las entrevistadas.
En las familias creadas, las mujeres de clase media y de
sectores populares afirman sus decisiones y definen roles
o distribuyen las tareas domésticas. La afirmación de sus
necesidades y proyectos de vida sustentan, no sin conflicto,
una relación de poder entre iguales en la pareja.
Mientras que la familia de origen tiene un papel clave
en el establecimiento de la relación con el mundo social,
la familia creada supone para las mujeres una interpelación
constante al mundo de lo público, de lo político público.
La responsabilidad familiar sigue siendo de las mujeres, sean
solteras, con pareja, con o sin hijos/as.
En general, estos retratos hablados dan cuenta de tensiones permanentes en la relación de pareja por las opciones personales de las mujeres, especialmente por su participación en el espacio político público.
El tiempo es clave en la relación entre lo público y lo
privado. Es una causa de tensión con los hijos e hijas y con
el marido. La sensación es que hay un tiempo que no se da
en el espacio familiar, o que se concede más tiempo al quehacer político, o que falta más tiempo para la vida privada.
En algunos casos las parejas van aceptando, luego de
un proceso conflictivo y “duro”, las opciones de sus compañeras. En otros, las determinaciones de las mujeres y sus
opciones personales dan lugar a la ruptura. Y en otros, la
afirmación de que la opción de la participación política
no es negociable ni secundaria, o de que la presencia en la
organización de las mujeres es vital, ha implicado también
asumir las consecuencias respecto de la pareja.
Otra causa de separación es la fidelidad política al
compromiso con la causa, reflejando una concepción sobre
la militancia donde “la causa” está por encima de los sentimientos: una muestra clara de la división entre lo personal y
lo político, como criterio de opciones políticas y de compromiso. Lo que se considera antes que el deseo personal,
es el compromiso político.
El sentimiento de decepción y traición aparece como
producto de la no aceptación o desvalorización del quehacer político. En todos los casos estas situaciones de tensión
y conflicto son calificadas como “duras” y “complicadas”
por las negociaciones que suponen, la tolerancia frente al
proceso del otro; pero conllevan, paralelamente, la afirmación de los propios deseos y objetivos.
La modificación de los tiempos en lo doméstico y en
la vida familiar entraña para las mujeres una redistribución
del trabajo doméstico al interior del núcleo familiar, pero
no necesariamente con la pareja. Una sensación común es
el doble esfuerzo. Doble esfuerzo al interior de la familia
para suplir “la falta de tiempo” y doble esfuerzo para que el
quehacer político sea reconocido y valorado, y para que la
vida personal no lo afecte. Sin embargo, todas las entrevistadas afirman que no es posible dividirlos. Un argumento
que no sería el de un hombre dentro de la política o en la
esfera pública.
No tener hijos o tener hijos grandes sugiere que la
relación entre lo personal y lo político es menos difícil, ya
sea porque se percibe que la demanda de cuidado no es la
misma o porque el no tenerlos implica no sumar al doble
esfuerzo, en el ámbito de lo público, esas responsabilidades. No obstante, para todas el quehacer político impone
relegar la vida personal a un segundo plano. Así de demandantes resultan el requerimiento en el espacio público o las
valoraciones que las mujeres hacen de lo privado.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
21
b. Autorretratos
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Contrariamente a lo que se puede suponer, en estos
autorretratos no sólo hablan de sí mismas: hablan de las
otras en sí mismas.
Todas descubren temprano en la vida el sentido de resistencia, de solidaridad, la conciencia de justicia o la curiosidad, esos sentidos que aparecen como el impulso que
las acerca a la política.
El verbo que se conjuga de manera permanente es el
verbo sentir, en primera persona del singular y en tiempo
presente. “Yo siento”, “yo creo, que siento” son las dos formulaciones lingüísticas para narrarse y hablar de sí mismas.
Todas se sienten parte de un cambio social, de un tipo de
transformación en el contexto político. Por un lado, del
retorno a los cauces constitucionales, a finales de los años
1970, y por el otro del cuestionamiento de los 25 años
de democracia. Sienten que han contribuido a mejorar la
comunidad, la ciudad, y a la creciente participación política de las mujeres. Sienten haberse ganado el respeto y el
reconocimiento por su quehacer político. Los valores a que
atribuyen ese respeto son la entrega, la perseverancia, el
compromiso, el liderazgo, la capacidad y la honorabilidad.
Estos a su vez reflejan diferentes modos y concepciones de
cómo hacer política y cómo hacen política las mujeres.
Se reconoce la dificultad en el acceso a los espacios de
la política formal, la utilización de mecanismos “masculinos” para lograrlo, el imperativo de adaptarse a ese mundo
público del gobierno nacional o local y lo que esa adaptación implica: por un lado, la construcción de una imagen
de clase y, por otro, una adecuación a las reglas de dominio
masculino.
Hay un cuestionamiento del accionar político de las
“otras”, que se enuncia como representación de las otras
más que de sí mismas.
Asimismo, se cuestiona el comportamiento de las mujeres que se adaptan y subordinan porque reconocen ese
tipo de lugar en la política como un locus doméstico o su
derivación, es decir, la resolución de lo práctico sin tomar
decisiones. Se cuestiona igualmente el rol auxiliar de las
mujeres en la política y la concesión de espacios para evitar
el conflicto. A su vez, el reconocimiento del conflicto en
el espacio de lo público como parte de la experiencia política muestra una diferencia generacional. Es singular que
se reconozca el conflicto como tensión entre lo público
y lo privado, y que no obstante se lo evite en el espacio
público.
Los espacios de participación que se reconocen son
múltiples y diversos, y los modos de hacer política son distintos. Para unas la finalidad es el ejercicio de poder, para
otras éste aparece como casual y no como un deseo personal; obedece también a un propósito de servicio o solidaridad e incluso como una forma de vida en que la política
está ante todo y se le entrega todo. Este último es un modelo de entrega absoluta como compromiso vital, propio de la
izquierda en sus inicios y de una visión cristiana.
El espacio de la política formal se identifica no sólo
como un espacio de dominio masculino sino de clase. Uno
de los mecanismos de exclusión es la clase social, como lo
es el género. La política se retrata como de clase media alta,
espacio de la pequeña burguesía local, donde el éxito es
parte del quehacer político y la visibilidad o autoridad de
las mujeres resultan sospechosas.
El éxito para las mujeres está definido por el respeto
y reconocimiento ganado en el mundo masculino, por la
aceptación y la capacidad de influencia y de representación
formal. El concepto de éxito es un concepto en la estructura formal de la política y está ausente en el lenguaje de la
valoración del accionar político en otros espacios.
Se afirma que hay nuevos modelos de hacer política
de las mujeres. Unas hacen referencia a la sensibilidad que
es “parte de ser madre y esposa”, otras a un tipo de poder
propio de la psique y de la “naturaleza femenina”. Otras,
más bien a una opción, donde la clave es no ir contra los
propios principios.
En algunas de estas formas de hacer política de las mujeres se reitera la practicidad y los resultados de lo que se
hace.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
c. Ellos las retratan
d. Retratos hechos por ellas
A través de la manera como perciben los hombres a las
mujeres en la política, desde esa experiencia de ser representadas por ellos en lo público, se dibuja el tipo de sujeto
mujer que está presente en el imaginario de los varones
en la esfera pública. En realidad, estos retratos en principio
pensados por ellos respecto de ellas, reflejan más bien cómo
se sienten retratadas las mujeres en la política.
Esta dificultad de separar el ellos del ellas en cuanto a
las percepciones deja entrever la sensación de que se sienten miradas desde el estereotipo y el prejuicio.
Se grafica de manera clara el supuesto de que la política no es espacio para las mujeres, en todo caso no en la
política formal, no para organizarse como mujeres en la
comunidad.
La presunción en lo comunitario de que las mujeres
que se organizan son quita maridos o carishinas es una
constante, aún mayor, en el área rural. Es el temor de que
las mujeres salgan del espacio doméstico y se alteren las
relaciones de poder establecidas en la pareja y la familia.
Se percibe que al incursionar en el mundo público, no son
“mujeres de su casa”. A ese supuesto responde precisamente el mote de carishinas.
Este tipo de experiencias son parte del proceso de organización de las mujeres desde los inicios del movimiento
en el país, a finales de los años 1970. En el espacio de la
política formal la percepción no es muy diferente. Las propuestas legales de las mujeres aparecen como quebrantadoras de un orden establecido, que no debe alterarse y, obviamente, su pretensión sería destruir la familia. Las reformas
normativas planteadas por las mujeres reflejan claramente
el conflicto que se manifiesta cuando las mujeres pretenden
modificar el ordenamiento patriarcal de la familia o de la
política.
En estas percepciones la familia o el espacio privado
son todavía el espacio por excelencia de las mujeres. Parecería obvio que no debería haber mujeres en la política,
como si la política formal fuera el único espacio donde
tienen derecho a participar. En esa argumentación, esgrimida a propósito de la ley de cuotas hace cerca de seis años,
subyace el temor a que las mujeres asuman espacios en ese
ámbito, demostrando a la vez el dominio sobre ese espacio
y la convicción de que “se lo tienen que ganar”. Así, se
deja intocado su propio privilegio y es el pretexto para no
modificar la estructura de la política.
La burla y la falta de respeto a la hora de tratar lo que
les interesa a las mujeres, lo que ellas tienen que decir o
ante sus cuestionamientos, expresan una actitud de superioridad y de descalificación de las mujeres.
Sin embargo, las mujeres hacen política reconociendo
la importancia de situarse desde otra actitud que no sea la
de la subordinación o la aceptación del dominio. De alguna
manera, todas cuestionan el orden patriarcal y lo subvierten
en algunos momentos de su experiencia.
Estos retratos de sí mismas y de los otros y otras reiteran lo complejo y exigente que resulta para las mujeres
acceder a la política y en especial a la política formal. El esfuerzo es un elemento recurrente. Esfuerzo para estar, para
dar lo que la política exige, los tiempos que demanda, generalmente en las noches y los fines de semana, los tiempos
de la vida privada y de otras responsabilidades, y el esfuerzo
por capacitarse.
Se sienten como espacios y escenarios difíciles porque
las mujeres aún no son percibidas como legítimas otras.
Lo que experimentan es que se las deslegitima de manera
permanente.
El sistema político se reitera como uno de poder económico y de exclusión social. La percepción es que los
hombres hacen un tipo de política que no sirve a los intereses de las mujeres, que no son prácticos, y en el cual ellas
son utilizadas.
Se afirma que no entienden a las mujeres o no las
quieren entender. Y aunque reconocen que no todas se
identifican con las propuestas del movimiento de mujeres
o feminista, sostienen que su participación política es útil
para otras.
No se menciona la edad como forma de exclusión a las
más jóvenes en el mundo de lo político, pero sí la diferencia de clase y el peso del sistema patriarcal, que dificulta o
vuelve conflictiva la “entrada” de las mujeres en la política.
Sin importar la diferencia generacional, tanto las mujeres adultas como la joven perciben que se expone y juzga
su mundo privado, no así el de los hombres.
El modo de vivir el mundo de lo privado se presenta
como reflejo de la forma de relación en la política. Es decir,
por una parte se afirma que las mujeres llevan su experiencia privada al mundo público y, por otra, que la forma de
relacionarse de los hombres con las mujeres en lo privado
es igual que en el ámbito político. Para ellas ese tipo de
relación es percibido como su practicidad llevada al mundo
público, mientras ellos optan por la comodidad de depositar en ellas la resolución del día a día. Así, se configura una
división sexual del trabajo en la política, igualmente jerárquica y desigual para las mujeres, en virtud de la cual ellas
siguen encargándose de lo “menor”, mientras que ellos dirimen los asuntos “mayores”.
La complejidad del espacio, como los conflictos que
genera el hecho de participar en el mundo de lo público,
las hace afirmar que este último no es el único espacio para
hacer política. Hay quienes incluso plantean que es más
fructífero y enriquecedor actuar desde la sociedad civil.
Hay temor de determinadas prácticas de las mujeres,
como lo hay que repliquen la práctica política de los hombres.
Se plantea igualmente que varias son las formas de
“conquistar” lo que se quiere en la política: con conocimiento, con asimilación a las prácticas de los hombres o
con la seducción. De la misma manera que se interroga la
razón como una manera de entender el mundo.
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
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e. Retratos del miedo
VI. A manera de cierre
La equivocación es el primer miedo que aparece para
algunas mujeres en el espacio de lo político público, incluso
en aquellas que sienten haber tenido un recorrido anterior
que las afirma. Es posible que el hecho de experimentar
algo como un desacierto o un error pueda tener más peso
para las mujeres.
Hay el temor de que lo político absorba cada vez más
el espacio de la vida privada, de la vanidad que el ejercicio
del poder puede producir y de la relación conflictiva con
él.
Hay miedo a la persecución política y a la violencia,
porque algunas conocen de manera directa, por experiencia propia o de otras cercanas, la utilización de prácticas de
silenciamiento a quienes se oponen a determinados intereses. Lo que se expone, desafortunadamente, son prácticas
de coacción, intimidación y corrupción.
Para unas el silencio es acomodaticio, para otras es una
manera de no exponer su vida y la de su familia. La diferencia entre estos silencios radica en que unos sirven para
mantener un “cierto tipo de poder” y otros son consecuencia de haberlo develado. Por lo tanto, en ambos casos se
trata de una forma de autoprotección.
Otras, si embargo, no tienen miedo. En todo caso, su
quehacer político no lo supuso. Tal vez fueron otras las
condiciones en que lo asumieron.
La inquietud primera sobre las paradojas de la modernidad – la “inclusión en el sistema político” y su costo
para las mujeres, planteada como interrogante inicial– resulta pertinente en el marco de la pregunta motivadora de
esta investigación sobre ¿cómo hacen política las mujeres?
Y, particularmente, en el contexto actual del país.
Han pasado más de 50 años desde que la primera mujer
que entró en el Congreso, doña Nela Martínez Espinosa,
dijera: “No me siento ajena…”, por todas las que la precedieron; más de 30 años desde que las mujeres pusimos en la
palestra pública la violencia doméstica como un “problema
social”; más de 10 años desde cuando participamos por primera vez en una reforma constitucional; casi 30 años desde
que nos autoconvocáramos y nos definiéramos como movimiento feminista, conjuntamente con otras muchas mujeres en América Latina. Estas fechas, más que un origen,
son parte del recordatorio de un proceso colectivo y referencia de algunos otros procesos que nos anteceden.
Estos breves rasgos nos ubican en un momento en el
que hacemos un alto, y re-miramos nuestro accionar. En
este contexto, la articulación entre subjetividad y política
aparece como novedosa y a la vez necesaria. Los fragmentos de estas experiencias vitales así lo confirman.
Constatamos el aporte del feminismo para analizar
la política e interpelar a los otros y a nosotras mismas. El
aporte de la academia y de la producción de conocimiento
feminista, tanto como de sus prácticas políticas. El aporte de la ética como núcleo clave de su quehacer político,
como una de sus inquietudes esenciales.
Las experiencias de las mujeres nos retratan un quehacer político múltiple, que no se agota ni comienza en
la estructura formal de la política, ni es su único fin. Una
estructura que, por lo demás, es esencialmente de dominio
masculino, de clase y heteronormado, donde se dibuja a
las mujeres desde un “ideal” normativo y por consiguiente
subordinado.
La clase, el poder económico y el género masculino
aparecen como elementos constitutivos de la política formal y develan el sistema de exclusión. Este tipo de estructura se interroga. La política formal es una interrogación.
Somos sujetos políticos y sin embargo no somos legítimas,
es una percepción permanente. Paradójicamente, el poder
de las mujeres ya no es un enunciado inconcebible.
Hay diferencias generacionales, particularmente en la
percepción de la política. Lo diferente es la aceptación del
conflicto y de la complejidad que supone ser parte del quehacer político público y del poder hegemónico. Se niega el
conflicto en lo público, no así en lo privado. En él ámbito
privado se lo reconoce y vive como parte de una transformación necesaria.
“Lo personal es político”. La gran consigna del movimiento feminista aparece como parte de la agenda y de
las transformaciones íntimas, pero no necesariamente en el
espacio de la política formal. Se produce un cierto ocultamiento de la vida privada. Esto revela que la división sexual
del trabajo en lo privado se reproduce en lo público y por
tanto indica que no se ha producido un cambio sustantivo
en esa división ni dentro ni fuera de la esfera pública. El
retratoshablados:
¿cómo hacemos política las mujeres?
doble esfuerzo que hacen las mujeres en los dos ámbitos
retrata esta experiencia, a la vez que provoca un cuestionamiento profundo sobre ¿cómo hacen política las mujeres?
Participar en lo público aparece como la negación de
lo privado. Una contradicción profunda que merece ser
analizada, porque es precisamente en esa negación donde
se asienta la política que ha sido de dominio masculino.
Tensión ésta, que no se absuelve en los espacios de la política formal y que sí es posible resolver en los espacios “no
formales” de la política.
Un énfasis se torna persistente: en la esfera pública y en
lo privado se cuestiona el sistema patriarcal. Se lo cuestiona
respecto de la familia, el colegio, las relaciones de pareja,
los/las hermanos/as, la comunidad, incluso los mismos espacios formales de la política, y los medios de comunicación. Todos los espacios son interpelados.
En parte, el ocultamiento de lo privado se explica por
la exposición de la vida privada de las mujeres desde el juicio y el prejuicio, desde un código moral doblemente exigente, y por la persistencia del doble esfuerzo, entre otros,
en el caso de las jefaturas de hogar femeninas.
Así, las subjetividades en juego se vislumbran, se dibujan, como subjetividades entre “el deber ser de la política y
el deber ser políticamente correcto” y entre el “ideal” femenino construido socialmente y “el deseo de ser”57. Una
tensión que se produce entre convicciones y principios,
y las exigencias del poder hegemónico, donde la relación
entre ética y política es un punto neurálgico del quehacer
público.
Entre política y subjetividad, por otra parte, las concepciones sobre la política de las mujeres son diversas. No
obstante, entre las mayores prevalecen las que se sustentan
en la psique o naturaleza de las mujeres, mientras que en las
otras es la calidad ética en el accionar político. También en
este caso, la diferencia generacional es singular. Lo llamativo es la afirmación de que la vida no se agota en la razón,
cuestionamiento enraizado en la crítica de la modernidad
y subrayado por el feminismo, en virtud de la importancia
del cuerpo, el deseo y el inconsciente.
Estos retratos dialogados y hablados de las experiencias
de las mujeres nos han permitido adjetivar el patriarcado:
el sistema patriarcal, las estructuras patriarcales, la cultura
patriarcal. Su sustantivación impide analizar sus estructuras
y sus modos de operar en su contextualización e historicidad.
La tendencia en la política es que nos asignan a las mujeres su humanización, cuando en realidad ésa es una responsabilidad de todas y de todos, y que hoy nos demanda,
como tarea, radicalizar la política. Para nosotras, radicalizar
la política es, entre otras acciones, conjugar lo público y lo
privado.
Estas últimas reflexiones nos enfrentan a la pregunta
que nos propusiera Braidotti cuando iniciamos este documento: ¿cuál es el costo que nos cobra esta integración? A la
luz de los acontecimientos, nos atrevemos a responder que
es significativamente alto. Es una carga de responsabilidades
en la vida privada, que nos exige un doble y triple esfuerzo;
pero lo que es más grave aún es cómo la ocultamos, lo que
puede significar que se la cubre de silencio para dar paso
solo a “lo urgente e importante”. Sin embargo, es innegable
que el movimiento social de mujeres ha acumulado una
energía diversa, plural y heterogénea, lo suficientemente
vital como para constituirse en sujeto político en el escenario público ecuatoriano, y dentro de la estructura formal de
la política, democratizando la política. Este reconocimiento
a su vez nos presenta un nuevo desafío, el no ser correas
de transmisión de las maquinarias electorales, mantener la
capacidad de poner en cuestión al poder que aún se define
como patriarcal y la autonomía del movimiento frente al
Estado. Es deseable que hagamos una política que siendo
radical no de la espalda a la política formal.
57 Butler, Judith. Ob. cit., p. 145. La autora propone repensar la
ética desde el deseo de ser, y lo hace refiriéndose a un texto
de Giorgio Agamben (The Coming Community, Minneapolis,
Unversity of Minnesota Press, 1993): “[…] si los seres
humanos fuesen o tuviesen que ser una sustancia u otra,
un destino u otro, no sería posible la experiencia ética […]
Hay efectivamente algo que los seres humanos son y tienen
que ser, pero no se trata de una esencia ni propiamente de
una cosa: Se trata del simple hecho de la propia existencia como
posibilidad o potencialidad”.
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