retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? Retratos Hablados: ¿Cómo hacemos política las mujeres? Investigadoras: Dolores Padilla y Tatiana Cordero Fotografía: Primer Encuentro Feminista, Ballenita, Ecuador Birte Pedersen Taller de Comunicación Mujer / Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer - Región Andina Quito - Mayo 2009 2 retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? Indice Presentación I. A modo de introducción II. Resituar la experiencia: subjetividad y política a. Esfera pública y subjetividad femenina III. Nuestro contexto a. La Ley de Cuotas: “un asunto de mujeres” b. El contexto: “Un asunto de hombres” c. Hoy el asunto es de todas y de todos IV. Retratos dialogados: sus trayectorias a. ¿Por qué tanta diferencia? b. Procesos y prácticas políticas c. Del yo... al nosotras d. ¿Cómo hacemos política? V. Retratos hablados: retratos de familia a. Retratos privados y públicos b. Autorretratos c. Ellos las retratan d. Retratos hechos por ellas e. Retratos del miedo VI. A manera de cierre 4 5 6 7 9 9 10 11 13 14 16 17 18 21 21 22 23 23 24 24 Nota:al pie de cada retrato constan las iniciales de los nombres de las lideresas entrevistadas. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 3 Presentación 4 En el año 2008, luego de que el Ecuador aprobara una nueva Constitución Política que reconoce como un derecho constitucional la participación política igualitaria entre mujeres y hombres y la representación paritaria, en el marco de un sistema electoral basado en los principios de proporcionalidad, igualdad del voto, equidad, paridad y alternabilidad entre mujeres y hombres; un grupo de feministas, con treinta años de experiencia en el movimiento de mujeres, llegó a nuestra oficina en UNIFEM, preguntándose: en este contexto, cómo hacen política las mujeres? ¿La emergencia de las mujeres en la vida pública promueve, efectivamente, los derechos de las mujeres y la inclusión de la cuestión de género en la agenda política nacional? En la búsqueda de respuesta a estas preguntas, ellas querían hallar claves sobre la actoría política de las mujeres: sus fortalezas y nudos críticos, la articulación entre la vida privada y pública, sus formas de relacionamiento y ejercicio del poder, para compartir el aprendizaje acumulado, transmitirlo e interrogar, a otras actoras y a la sociedad, sobre las estrategias políticas que permitan seguir contribuyendo a “democratizar la democracia”1. El Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo de la Mujer –UNIFEM, fiel a su mandato de trabajar para promover los derechos humanos, la participación política y la seguridad económica de las mujeres, mediante la asistencia técnica y financiera a programas y proyectos innovadores, decidió acompañar a estas feministas en su investigación y el resultado se presenta en esta publicación que compila las voces de seis liderezas ecuatorianas, quienes con su accionar político y su fortaleza interna, han sido capaces de desafiar los esquemas clásicos de la participación política y posicionarse como actoras, como mujeres que irrumpen en la arena política, no solamente a nivel de la participación electoral, sino también construyendo y fortaleciendo al movimiento social de las mujeres. ellas, las anima a participar el deseo de construir una sociedad sin discriminaciones, más igualitaria, más justa, en la que las oportunidades no se distingan por el género y en la que hombres y mujeres trabajemos juntos por construir la sociedad democrática que queremos disfrutar y dejar a las nuevas generaciones. Por todas estas consideraciones, es grato para UNIFEM presentar la publicación “Retratos hablados: cómo hacemos política las mujeres? Esperamos que estas vivencias compartidas permitan avances en la promoción de la igualdad y el empoderamiento de las mujeres, ambos, requisitos del desarrollo económico y social y componentes esenciales de la democracia. Moni Pizani Orisini Representante de UNIFEM en Ecuador y Colombia Directora para la Región Andina Ellas nos dejan el testimonio de sus vidas, que esperamos sirva de inspiración para la participación política de otras mujeres, pues es fundamental que las mujeres vayan apropiándose de los espacios públicos y participando en la toma de decisiones. Coincidimos con Rebeca Grynspan, ex vicepresidenta y ex ministra de estado de Costa Rica, cuando decía: “las mujeres tenemos que llegar al poder porque es justo y democrático, no porque seamos mejores” y agrega: “la igualdad se probará cuando tantas mujeres incapaces lleguen al poder como hombres incapaces hemos tenido en él”. Mas si bien, el realismo de Rebeca, pudiera resultar incómodo para algunas mujeres políticas, confronta el esencialismo que lleva a la sociedad a exigir que las mujeres que pretenden el poder sean perfectas. Nosotras no pensamos que las mujeres políticas de la región sean perfectas, pero sí creemos que, a la mayoría de 1 Soto C.: “Qué poder y qué democracia. Ideas y propuestas feministas para democratizar la democracia. Las vehementes, Debate Nacional; Universidad Andina Simón Bolívar, junio 2008. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? I. A modo de introducción “Es verdad que la mujer no ha sido destinada para ser literata ni elevarse a las altas regiones de la política, pero debe ser adornada con nociones de instrucción primaria y especialmente de las peculiares a su sexo…”2. Informes y mensajes al Congreso de 1865, Exposición del Ministerio del Interior La exposición del Ministerio del Interior en el siglo XIX, sobre “el destino de las mujeres” es lejana y, sin embargo, parecería no ser totalmente obsoleta. Si bien en el siglo XX se produjeron cambios importantes para las mujeres, subsisten todavía algunos imaginarios y construcciones de “lo femenino” y sobre “la mujer” que es necesario revisar. Para Rosi Braidotti (2000), hay que indagar en torno a las paradojas que nos presenta la modernidad en tanto período histórico que “necesita integrar social, económica y políticamente a las mujeres y que invierte los modelos tradicionales de exclusión y opresión”3. Para ella, las primeras interrogantes son “¿Cuál es el precio exacto que hay que pagar por la ‘integración’? ¿Qué valores han de proponer las mujeres (y) feministas al viejo sistema? ¿Qué representaciones de sí mismas opondrán a aquéllas ya establecidas?”4. Es precisamente en esta línea de interrogación que se plantea inquirir sobre el hacer político de las mujeres en el Ecuador contemporáneo. ¿Cómo hacemos política las mujeres? Ésta es la pregunta que surge y que sustenta la investigación y le confiere cuerpo. Es el punto de partida y la inquietud a lo largo de su desarrollo, y obedece a la necesidad de conocer un poco más de cerca la “experiencia” de las mujeres haciendo política, su ejercicio y práctica, sus procesos, así como los límites y los aciertos. Esta “experiencia” se entiende como enmarcada en la relación entre lo privado y lo público, en ese vértice que no permite escisión pues entre ambos espacios existe una dinámica irrefutable, más aún para las mujeres. En este sentido, política y subjetividad están estrechamente conectadas, y en un doble sentido: en la construcción del sujeto político mujer y el quehacer político público, y en la relación entre subjetividad femenina y política. El interés es indagar sobre estas relaciones, estas interconexiones, para poder responder desde experiencias localizadas5 a la pregunta planteada. Se ha escogido para esta investigación a cinco mujeres que han participado en política, que son visibles y tienen o 2 Citado por Goetschel, Ana María (1995). “La posibilidad de lo imaginario” en Moscoso, Martha (comp.) Palabras de Silencio: las mujeres latinoamericanas y su historia. CayambeEcuador, Abya-Yala, p. 71. 3 Braidotti, Rosi (2000). Sujetos nómades: corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea”. Buenos Aires, Paidós, p. 109. La conjunción (y) es un agregado de las responsables de este documento. 4 Íd., p. 110. Al presentar esta interrogante Braidotti plantea que es de carácter ético-política y epistemológica. 5 Véase Inderpal, Grewal y Kaplan, Caren (eds.) (1994). Scattered Hegemonies: Postmodernity and Transnational Feminist Practices. Minnesota, University of Minnesota Press. han tenido relación cercana con el movimiento de mujeres y feminista. Han participado en el espacio de la política formal –dentro del Estado o en partidos políticos- y en la organización popular de mujeres en lo local. Cuatro de ellas están entre los 50 años, y la menor se encuentra en los 30. Establecer las diferencias en los ámbitos de práctica política y de edad es precisamente un primer intento por contrastar las generaciones y los espacios desde donde hacemos política las mujeres. Esta aproximación acotada a la política –es decir el acento en la estructura formal de esta última– es el resultado de una opción metodológica más que de una concepción restrictiva de cómo y dónde hacemos política las mujeres. Sin duda alguna, se hace política en los espacios llamados no formales y en instancias que no se restringen a los partidos o a la estructura del Estado. Son espacios que, en el análisis de lo político, no han tenido el mismo peso que aquellos de la política formal. Sin embargo, no es menos cierto que hay elementos en los cuales hay que profundizar y que son pertinentes para el conjunto del quehacer político de nosotras, mujeres y feministas. Por otra parte, si bien el análisis de clase no es el enfoque principal de la investigación, constituye un elemento importante. Más aún para el análisis de su trayectoria –“de dónde viene”– y su relación con lo “político público”. Otro elemento a tomarse en cuenta es la procedencia: algunas son mujeres de provincia que vienen a la ciudad; es decir, constituyen dentro de sus familias la primera generación de migrantes, que llegan desde ciudades pequeñas o desde el campo hacia ciudades intermedias o grandes. Estos son retratos hablados más que historias de vida o testimonios. Son imágenes de momentos que se capturan en el tiempo. Es una mirada que hace cada una hacia atrás y del ahora, y que se representa a través de descripciones y rasgos relevantes. Es a la vez un “close-up” fotográfico que hacemos las investigadoras, para mirar y escuchar más de cerca. Una mirada que se enfoca y capta fragmentos de una experiencia vital. Son retratos que no pretenden ser totalizadores ni exhaustivos, porque son varios retratos particulares de estas experiencias múltiples y complejas: la trayectoria, las prácticas y procesos, la vida privada y pública, el yo y los/as otros/as. Estos retratos hablados son relatos en primera persona que se hicieron en el diálogo más que de manera estricta en la formalidad de la entrevista. Es a esta narración a la que hemos querido “serle fiel”, de modo que el retrato hablado sea el cuerpo principal del documento y que el análisis aparezca como pinceladas al final de cada uno para abrir preguntas o dialogar con ellos. Los “pintamos” a cuatro manos dos mujeres, distintas y similares, compartiendo una misma pregunta. Desde su propia práctica, conocimiento e inquietud personal, cada una construyó uno de los dos ejes que sustentan este trabajo: la política y la subjetividad. Lo común entre las dos: un recorrido en el feminismo, donde hemos tenido la suerte de encontrarnos desde cuando éramos jóvenes. Sin lugar a dudas, éste ha sido un desafío compartido, tanto en la construcción de la investigación y su proceso de análisis cuanto en la elaboración de este documento, en retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 5 cuya estructura hemos decidido mantener los lenguajes y estilos de cada quien, así como las reiteraciones en los retratos, porque han surgido espontáneamente. Los retratos son fragmentos de las experiencias de cuerpo entero de Anunziatta Valdez, abogada guayaquileña que lideró la creación de las Comisarías de la Mujer y la aprobación de la Ley de Cuotas, a través de la dirección de la Comisión de la Mujer el Niño y la Familia del Congreso Nacional; Silvia Salgado, profesora imbabureña, con 33 años de militancia en el Partido Socialista del que hoy es su Directora Nacional, concejala, diputada provincial y actualmente asambleísta nacional; Carmen Aguilar, nacida en la provincia de El Oro, lideresa de la Federación de Mujeres de Sucumbíos desde los años 1980, hoy activista del Frente Nacional por la Amazonía, miembro permanente de la comunidad de base y de la organización barrial; Margarita Carranco, profesora, militante feminista, dirigente de la Coordinadora Política de Mujeres, concejala durante ocho años y vicealcaldesa del Distrito Metropolitano de Quito durante cuatro años, directora de la Asociación de Mujeres Municipalistas (AMUME); y, María Paula Romo, abogada, dirigente de Ruptura de los 25, asambleísta en la última Asamblea Constituyente y reelecta en el proceso electoral de 2009 con la mayor votación por la provincia de Pichincha. 6 I. Resituar la experiencia: subjetividad y política Desde los años 1970, la experiencia y la subjetividad son temas centrales en el debate feminista como espacios de disputa y de tensión política para las mujeres. En sus inicios, la experiencia fue concebida como una serie de vivencias comunes a las mujeres dentro de un sistema patriarcal y como sustento de la práctica y la reflexión. Como afirma Chris Weedon, el slogan feminista de “lo personal es político”, motivó a las mujeres a que examinen cómo su propia subjetividad había sido moldeada por relaciones patriarcales, que determinaban sus aspiraciones, su valía personal, la división sexual del trabajo y los roles patriarcales de género6. Como corolario, situó en el centro del debate público los temas considerados privados como la sexualidad, la familia y lo doméstico. El aporte sustantivo del feminismo de los 1970 tanto a la redefinición de lo político público cuanto a la práctica personal y colectiva de las mujeres es innegable. Sin embargo, el concepto de experiencia, como realidad dada y unívoca para todas las mujeres, ha sido cuestionado por su carácter universal y esencialista. No por ello ha dejado de ser pertinente como referencia de acontecimientos materiales o simbólicos que se configuran de manera particular en razón de la clase, la raza (o etnia), la edad, la opción sexual, la autopercepción de género y los estilos de vida7 y que se producen dentro de contextos culturales y temporales específicos y son siempre interpretados y mediados por el lenguaje8. Scott (1991) propone “historizar la experiencia”, así como analizar “la producción de conocimiento –que genera la experiencia– en sí misma, más que su mera transmisión”9. Por su parte, analizar el conocimiento que produce la experiencia de un sujeto situado supone dar cuenta de algunos elementos en juego en la construcción del sujeto y en la subjetividad. Según Judith Butler, “ningún individuo deviene sujeto sin antes padecer sujeción”10. La constitución en sujetos –subjetivación– implica, consecuentemente, un proceso de sometimiento a través de un poder impuesto. Una “subordinación fundacional a un discurso que no hemos 6 Weedon, Chirs (2003). “Subjects” en Eagleton, Mary: A concise companion to feminist theory, chapter 6 United Kingdom, Blackwell Publishing, p. 112. La traducción es nuestra, el texto entre guiones ha sido añadido para la mejor comprensión de la traducción del texto seleccionado. 7 Sin lugar a dudas, hay muchos más elementos que estructuran la experiencia vital y las identidades. 8 Según Krista Cowman y Louise Jackson, la crítica a la “experiencia” de la segunda ola feminista se da gracias al postestructuralismo. No sólo no hay “experiencia real”, afirman, sino que los eventos recordados a través del lenguaje y del tiempo los vuelve efectos discursivos.Véase Cowman, Krista y Jackson, Louise L. (2003). “Time” en Eagleton, ob. cit., p. 40-41. 9 Citado en Cowman y Jackson, ob. cit., p. 41. 10 Butler, Judith (2001). Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la sujeción. Madrid, Ediciones Cátedra, p. 22. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? elegido”11. La paradoja radica precisamente en que el poder que oprime es a la vez fuente de la potencia para resistir o para subvertirlo. Por lo tanto, para esta autora se trata de una ambigüedad irresoluble. “De hecho –afirma–, no parece que haya ningún ‘ser’ sin ambivalencia”12. En este sentido, si el sujeto se constituye en el sometimiento, la subjetividad es parte de su resultado. Dicho de otro modo, al ser parte del proceso de constitución del sujeto, la subordinación moldea, por defecto, su subjetividad. En este caso, la subjetividad femenina. En la teoría feminista la subjetividad se refiere tanto a “los pensamientos conscientes y sentimientos, al sentido de ser” cuanto a “los significados inconscientes, sueños y deseos”13. En esta lógica, la subjetividad también es entendida como “la experiencia vivida e imaginaria del sujeto”14. Al mismo tiempo se pone énfasis en el cuerpo, en esa “materialidad del sujeto”, “en el cuerpo como base de la subjetividad”, en las “subjetividades corporizadas”15. Las diferentes entradas para definir la materialidad de la subjetividad son también un aporte. Según Braidotti, hay quienes desde esta perspectiva materialista novedosa “ponen acento en las condiciones concretas,‘situadas’, que estructuran la subjetividad” y “redefinen la subjetividad femenina como una red progresiva de formaciones de poder simultáneas”16. Todos estos elementos y dimensiones de la subjetividad ponen en cuestión la razón como único elemento organizador de la vida y de lo posible, la unidad del sujeto y de la subjetividad, la ausencia del cuerpo o su negación en los conceptos de conciencia17, y el poder18. En esta perspectiva, el conflicto, la tensión, las rupturas, las contradicciones, constituyen por igual parte de la dinámica entre política y subjetividad. Es decir, la experiencia no está desprovista de contradicciones y tensiones con las normas, instituciones, discursos y prácticas que producen una subjetividad subordinada. Y, en el ámbito de la práctica política para las mujeres y feministas, se manifiesta como la tensión “entre el deber ser de la política y lo políticamente correcto”19. 11 Íd., p.16. Butler afirma que Althusser y Foucault concuerdan en el carácter fundacional de la subordinación que implica el proceso de assujetisement (convertirse en sujetos). 12 Íd., p. 212. 13Weedon, ob. cit., p. 112. La autora argumenta que la variedad de definiciones sobre la subjetividad obedece a que aquellas vinculadas al inconsciente y al deseo son aportes desde marcos post-estructuralistas y psicoanalíticos. 14 Butler, ob. cit., p.136. 15 Judith Butler es sin duda una de las pensadoras que provoca -inicialmente en el Norte, en la academia y entre las personas queer- el cuestionamiento más agudo a la filosofía occidental en relación con el cuerpo. 16 Braidotti, ob. cit., p. 115. Bajo esta óptica, la noción de “sujeto en proceso”20 resulta suscitadora. a. Esfera pública y subjetividad femenina Para las mujeres y feministas la relación entre política y subjetividad es central en la medida en que devela los elementos en juego en la política de la subjetividad, definida a partir de un orden patriarcal, falologocéntrico, heteronormativo y estratificado. En consecuencia, pone de manifiesto las relaciones de poder que hacen parte del proceso de subjetivación, es decir de constitución del sujeto. ¿Qué tipo de subjetividad femenina o modos de subjetividad están presentes en la práctica política? ¿Se han transformado las representaciones sociales de las mujeres en la política? ¿Cómo se manifiestan en el espacio político público esas subjetividades? Estas son algunas de las preguntas que este tipo de relación plantea. A no dudarlo, la división jerarquizada de lo público y lo privado, de la división sexual del trabajo y las representaciones hegemónicas sobre la mujer son parte de esta trama. Para Nancy Fraser es necesario distinguir qué se entiende por esfera pública, ya que existe confusión entre las feministas al definir como esfera pública “todo lo que no es doméstico o familiar”. Ella afirma que “se confunden 3 cosas analíticamente distintas: el Estado, la economía oficial del empleo remunerado, y los espacios del discurso público. ‘Esfera pública’ en el sentido Habermasiano designa el foro de las sociedades modernas donde se lleva a cabo la participación política a través del habla. Es el espacio en el que los ciudadanos deliberan sobre sus problemas comunes, por lo tanto, un espacio institucionalizado de interacción discursiva”. Este espacio es conceptualmente distinto del Estado; es un lugar para la producción y circulación de discursos que en principio pueden ser críticos frente al Estado”21. En este marco, la autora sugiere los sentidos de lo público y lo privado. El primero relacionado con el Estado, con lo accesible a todos, de interés del cuerpo social, como bien o interés común. Y el privado como referido a la propiedad privada, relativo a lo doméstico, lo personal e íntimo, incluida la vida sexual22. Tomando en consideración estas distinciones para efectos de la articulación entre la subjetividad y la esfera pública, en nuestros retratos la referencia a lo político público se limita al espacio de interacción con el Estado –a través de las instancias del gobierno nacional o local– y a los espacios del discurso público, los partidos políticos y la comunidad en lo local. En cuanto a lo privado, lo relativo al ámbito de lo doméstico, íntimo y personal. Es precisamente esta división entre los ámbitos del mundo social lo que estructura en sociedades patriarcales el modo en que se moldean las subjetividades masculinas y femeninas. No solamente porque esta división en sí misma 17 Butler, ob. cit., p .33-9318 Inderpal, Grewal y Kaplan, Caren (eds.) (1994) y Butler 21 Fraser, Nancy (1997). Justitia Interrupta: reflexiones críticas desde 2001. Ob. cit. 19Aporte de Dolores Padilla en el proceso de reflexión de la investigación. 20 Braidtotti, ob. cit., p. 115. la posición “post-socialista”. Bogotá, Siglo XXI Editores, p. 97. 22 Íd., p. 123. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 7 8 presupone la participación de los hombres en el espacio político público, sino porque además excluye la posibilidad de que el ámbito privado interfiera o afecte el espacio público. Es decir, supone una no intervención en lo privado y, al mismo tiempo, inhibe que lo privado sea parte de lo público. Más aún, en la lógica racional que subsiste como parangón de lo político público, la vida íntima, personal y sexual de quienes participan en ella no es de su incumbencia. Sin embargo, la mayor deslegitimación de las personas en el espacio político público es precisamente su vida privada, de manera particular la vida privada y sexual de las mujeres. Para que la participación de las mujeres sea considerada igualmente válida que la de los hombres, se considera que ellas deberían tener las mismas “virtudes” masculinas: racionalidad y objetividad. La sensibilidad, por tanto, no es una característica apreciada, sino signo de debilidad y parcialidad. Curiosamente, al tiempo que se exige de las mujeres este tipo de características, se promueve su don de entrega y fidelidad. Parecería entonces que se requiere de ellas que “sean como hombres” y actúen “como mujeres”. Esta disyuntiva implica para las mujeres uno de los elementos más complejos en su accionar político, más aún cuando son parte de la política formal donde las estructuras partidarias o de gobierno son claramente patriarcales. Hasta el momento la presencia pública de las mujeres en la política no ha supuesto un cambio sustancial en la división sexual del trabajo. Es decir, el ordenamiento del sistema de género se mantiene intocado y en desmedro de las mujeres que hacemos política, tanto porque se nos exige la misma respuesta a la actividad política que la de los hombres, en términos de tiempo y dedicación, cuanto porque supone la misma respuesta a las responsabilidades del ámbito doméstico. Dicho de otro modo, la subjetividad en juego en la política refleja un ordenamiento donde aún persiste un “ideal de mujer”. Este ideal está construido por una visión subordinada de las mujeres que, si bien ya no las restringe exclusivamente al mundo privado, no la exime de su carga ni de la valoración por su desempeño. En el mundo de lo público y en el de la política como espacios esencialmente de dominio masculino, la igualdad formal como apuesta liberal de ciudadanía no entraña un cambio en las relaciones de poder, de género, ni de clase, ni en otros tipos de desigualdad. Por el contrario, se asienta sobre la ilusión de la igualdad entre quienes participan en ella. Esta ilusión es otra de las trabas para las mujeres en el quehacer de la política formal y para los grupos considerados subordinados por el orden hegemónico. La condición de clase, la raza, la orientación sexual, entre otros elementos de identidad, juegan en contra o a favor de quienes participen, dependiendo del lugar que ocupan en la estratificación social, económica y de género, y de sus “mecanismos de exclusión”. En efecto, no existe paridad posible cuando las condiciones de igualdad social para su ejercicio no están dadas23. En este sentido, la paridad no resulta suficiente, aunque suponga una transformación en las cuotas de 23 Nancy Fraser (en ob. cit., p. 113) denomina a esta igualdad “igualdad social sustantiva”, aquella que exige la democracia. participación. Más aún, la participación de las mujeres en la política formal tampoco ha supuesto un cambio en su representación social. El estilo sigue siendo “masculino” y de clase, y las mujeres tienen que adaptarse a él, independientemente de su condición social. Se afirma sin embargo que si bien la participación de las mujeres en la política les ha supuesto masculinizarse, también se ha feminizado la política24. Esta afirmación presume que hay características propias de lo femenino y de lo masculino que, no obstante, se producen a través de la heterosexualidad y de las nociones de lo femenino y masculino que la sustentan. Cómo afirma Butler, si aceptamos que el género es adquirido, que el género es asumido en relación con ideales que nunca son del todo habitados por nadie, entonces la feminidad es un ideal que siempre es sólo “imitado”25. En esta misma línea es pertinente interrogarse sobre el tipo de política que hacemos las mujeres, tanto en términos de contenidos cuanto de la auto-representación. ¿Cuál es la base para la política de las mujeres, cuáles sus “fuentes de poder”?26: ¿la representación formal, la identidad política del sujeto mujer, la agenda de las mujeres, la transformación feminista? ¿Qué tipo de auto-representaciones construyen las mujeres en la política formal, subvierten el género, lo reproducen o se expresan entre la dominación y la resistencia? ¿En qué tipo de ética se asienta su práctica política?. Estas son las interrogantes que buscamos desentrañar a través de estos retratos hablados, como inicio de una reflexión que resulte útil para todas. 24 Burbano de Lara, Felipe (2004). “El impacto de la cuota en los imaginarios masculinos de la política” en Cañete, María Fernanda (comp.) Reflexiones sobre mujer y política. Quito, Abya-Yala, p. 89-94. 25 Butler, ob. cit., p. 160. 26 Esta es una formulación de Michelle Zimbalist Rosaldo.. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? III. Nuestro contexto Luego de cuatro intensas décadas, la teoría y la práctica feministas han contribuido de manera sistemática y decisiva en el territorio de la política. Se hicieron, desde la resistencia, cuestionamientos a ciertos paradigmas centrales que agitaron doctrinas, axiomas, prácticas. A propósito, Griselda Gutiérrez señala algunos, que constituyen aportes valiosos: • “Que la localización del poder tuviese un centro, el Estado. • Que el espacio por excelencia de la política fuera el ámbito de lo político. • Que las relaciones políticas necesariamente fuesen verticales, en donde la asimetría se traduce en paternalismo y/o autoritarismo. • Que los sujetos políticos por excelencia tuviesen que estructurarse conforme a las pautas reconocidas institucionalmente. • Que las prácticas políticas debiesen sujetarse a repertorios fijos y sancionados”27. En el curso de este proceso histórico, en Ecuador el movimiento social de mujeres desplegó serios esfuerzos por tener vigencia y legitimidad, y por participar activamente en la política en varios ámbitos y dimensiones, hasta llegar al recorrido de esta última década, que nos servirá como marco de referencia. Nuestro punto de partida es la Ley de Cuotas, mecanismo en virtud del cual la presencia de las mujeres en la política adquiere mayor visibilidad y que ha servido como un elemento acelerador de nuestra participación en un escenario nacional altamente movilizado y en claro proceso de transición. a. La Ley de Cuotas: “un asunto de mujeres” Cuando se escriba la historia de la participación de las mujeres ecuatorianas dentro del sistema político formal, seguramente diremos que hubo un antes y un después de la Ley de Cuotas. Fue una propuesta del movimiento de mujeres durante por lo menos dos décadas, que fue fraguándose con mayor consistencia desde la Plataforma de Beijing y con persistencia desde 1998, y con la que se logró fijar un porcentaje de participación en la Constitución Política del Estado. “La Cuota en su esencia pretende compensar el desequilibrio existente en la sociedad con respecto a la discriminación a las mujeres en el espacio público”, como lo precisó en su oportunidad una sentencia del Tribunal Constitucional español: “Cuando las situaciones no son idénticas, la desigualdad en el tratamiento legal, resulta lícita y admisible”28. Si bien reconocemos que fue parte prioritaria de la agenda y que se constituyó en un gran “acelerador” de la participación de la mujer en el escenario político formal, 27 Gutiérrez, Griselda (1997). “El concepto de género: una perspectiva para repensar la política” en revista La Ventana No. 5. México, Guadalajara. 28Tribunal Constitucional Español: Sentencia 114/83. también insistimos en que sólo es un mecanismo que resultó útil y eficaz en la temporalidad que le correspondía. Silvia Vega precisa su origen institucional: “La cuota política del 20% se concibió, en el marco de la Ley de Amparo Laboral, junto con otras medidas tendientes a la equidad en el empleo, no como medida referida a los derechos políticos”29. El segundo paso se inscribe en el Art. 102 de la Constitución de 1998 y se concreta a través de la transitoria 17, en la que se determina un 20% como cuota electoral para las mujeres. Finalmente será el Congreso Nacional, en el año 2000, la instancia que aprobará reformas a la Ley de Elecciones, incorporando elementos sustanciales para promover y garantizar la participación femenina en los espacios de elección popular: se fija la cuota del 30% en las listas plurinominales; se establece el incremento del 5% en cada proceso electoral nuevo, hasta conseguir la paridad entre hombres y mujeres, y la obligatoriedad de los principios de alternancia y secuencia; y, por último, se fijan sanciones para los partidos políticos que no cumplan con el mandato de Ley. Tan importante conquista tuvo logros significativos, pero más de un tropiezo en su ejecución. Promovió la presencia de las mujeres en los procesos electorales y se visibilizaron nuevas actoras. Los partidos se vieron forzados a acatar las cuotas y si bien es cierto que se amplió la democracia, al interior de la institucionalidad política se multiplicaron las argucias necesarias para hacer interpretaciones, usos y abusos. Silvia Vega30 comenta a propósito que el camino fue tortuoso y que en los primeros cinco años no se quiso aplicarla en su exacta dimensión. Surge entonces una evidencia: la lucha de años, la elaboración y negociación de la Ley, su aplicación y seguimiento siempre fueron sustentadas desde la amplia gama de corrientes y tendencias del movimiento social de mujeres, desde la sociedad civil. No nace ni es aprehendida por los partidos políticos. Se suscita el debate y varias teóricas plantean que no basta con la presencia, que se debe cualificar esa participación, darle contenido a esa representación y posicionar la agenda de las mujeres en la contienda política. En un Taller de Evaluación31 sobre la aplicación de la Ley, un grupo de líderes políticas concluyeron en 2005, que: • La Ley de Cuotas, que nace como una reivindicación feminista, se ha convertido en parte de la estructura patriarcal; las instituciones de esta estructura se están beneficiando de la llegada de mujeres que se han convertido en sujetos funcionales para el sistema. • Una vez que se alcanzó la oportunidad de participar, desde lo cuantitativo, las participantes coinciden en que, en general, la calidad de la participación es pobre. En su gran mayoría nos encontramos con Diputadas subordinadas al Patriarca Político, a las agendas de los 29Vega, Silvia (2004). “La cuota electoral de las mujeres: elementos para un balance” en Cañete, María Fernanda (comp.) Reflexiones sobre mujer y política. Quito, CEDIME. 30 Íd. 31Taller de Evaluación sobre la Ley de cuotas, realizado en Quito por la Fundación Equidad y Desarrollo. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 9 10 partidos, a las prácticas políticas ‘sucias’. La gran mayoría de mujeres que llegan a ser elegidas, no recogen las demandas del sector, ni se apoderan de los temas más cercanos a las mujeres. Estas conclusiones encontrarían una explicación en el análisis de María Fernanda Cañete, cuando se aproxima a los perfiles y procedencias de las mujeres que en un primer momento se postularon como candidatas: • Mujeres que tienen relaciones de parentesco o amistad con hombres del partido, particularmente con aquéllos que tienen influencia. • Militantes incondicionales a la cúpula de la organización política, que acatan sin más la ubicación que se les asigne, no objetan decisiones, que no provoquen dificultades. • Jóvenes con escasa trayectoria que sin embargo tienen popularidad debido a sus características físicas, destrezas o actividades especialmente relacionadas con medios de comunicación. • Mujeres que tienen notoriedad por la dedicación a la asistencia social, a través de organizaciones de la sociedad civil32. Consecuentemente, afirma que ante la obligación, en los partidos políticos “las formas de discriminación parecen haber adoptado nuevas modalidades que permiten acatar la cuota sin dar paso, por ello, a una verdadera potenciación de las mujeres como sujeto político ni a su protagonismo en la esfera política pública”.Y deja planteada una pregunta: “¿Hasta qué punto los partidos políticos valoran verdaderamente su militancia femenina y reconocen el papel desempeñado históricamente?”33. Planteado así el debate, se empieza también a hablar de la feminización de la política como un factor de augurio de nuevas épocas, pese a que sus propias actoras tenían la autopercepción de “saber menos y llegar tarde”. En este primer momento, su mayor virtud y debilidad se expresaba en que “somos un actor nuevo”, en torno al cual se centraban varias expectativas y exigencias, por un lado, pero por el otro la estima de su accionar y presencia “molestaban y provocaban sospechas”34. b. El contexto: “un asunto de hombres” Parecería contradictorio que mientras las mujeres presionábamos por insertarnos en el escenario político, en el mismo primer quinquenio de 2000 los analistas coincidieran en que nuestra democracia afrontaba una grave crisis de legitimidad; en que todas las instituciones sobre las que aquella se sostiene estaban afectadas por la falta de credibilidad y la desconfianza ciudadana; y, en que la práctica política que garantiza su existencia estaba viciada en su esencia, pues no procuraba ni le interesaba el bien común, máxima meta de la política. 32 Cañete, María Fernanda (2004). “Sobre la aplicación de la Ley en los Partidos Políticos” en Cañete, ob. cit. pp. 61 33 Íd. 35 Padilla, Dolores (2008). “Más igualdad, más democracia”. consultoría realizada para Ágora Democrática. 36 Pachano, Simón (2007). “Partidos y sistema de partidos en 34Taller con lideresas, autoridades locales del CONMAJUPRE, 2006. Un conjunto de causas, vastamente expuestas en su momento, provocó “el desencanto de la política”, que fue acumulándose y cuyos efectos agudizaron la crisis de los partidos políticos como intermediarios entre la sociedad y el Estado, fruto de lo cual hoy nuestro escenario político constata una virtual ausencia de casi todas las expresiones tradicionales que habían concentrado la representación política en los últimos 25 años, en todas las esferas del ejercicio del poder. La falta de democracia interna; la constitución de elites inamovibles; la conformación de empresas electorales; la exclusión permanente de cuadros críticos; la ausencia de formación y masa crítica; el fomento del clientelismo y el populismo en su acción electoral; la debilidad de sus estructuras, formas organizativas y capacidad de expansión, contribuyeron a poner en evidencia el vaciamiento político de los partidos, y sus programas e ideologías fueron distanciándose de manera contundente de los requerimientos prioritarios de la población35. Simón Pachano señala que los cambios permanentes en el calendario electoral fomentaron algunos factores que inciden en esta crisis: la agudización de la fragmentación y de la personalización de la política, el cambio permanente de las reglas de juego sobre los métodos de asignación de puestos, el tipo de voto, etc., y la constante violación a los procedimientos establecidos ayudaron a erosionar la credibilidad de la política. Y concluye advirtiendo: “Es imposible dejar de preguntarse por las razones que existen para que los propios partidos actúen de esa manera y continúen caminando por una vía que puede terminar en su propia extinción”36. Esta situación tuvo como telón de fondo una profunda inestabilidad en el escenario político desde 1997, provocada por las destituciones de tres presidentes de la República y la actuación de dos mandatarios interinos, alterándose siempre normas constitucionales y respondiendo a situaciones coyunturales e intereses más bien sectoriales. Este marco obligó a convocatorias electorales que rompieron “el calendario electoral fijado por la Constitución”, lo que paradójicamente propició que la tasa de crecimiento del 5% fijado por la Ley de Cuotas vaya subiendo vertiginosamente hasta llegar, en el proceso electoral del año 2006, al 50% de participación en las listas de los partidos. Cabe destacar que en el último proceso constitucional de 2008 se lograron varios artículos sustantivos para garantizar nuestros derechos, que fueron presentados por el movimiento de mujeres, nuevamente a través del debate, la construcción colectiva de las propuestas y la presión ejercida por la movilización social. La nueva Constitución, aprobada por referéndum, consagra en su Artículo 116 que “Para las elecciones pluripersonales, la ley establecerá un sistema electoral conforme a los principios de proporcionalidad, igualdad del voto, equidad, paridad y alternabilidad entre mujeres y hombres; Ecuador” en Roncagliolo, Rafael (ed.) La política por dentro Lima, International IDEA-Transparencia. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? y determinará las circunscripciones electorales dentro y fuera del país”. Usamos el concepto de “paridad” para referirnos a la proporcionalidad representativa entre hombres y mujeres. En su contenido semántico este concepto nos remite más allá del simple tratamiento estadístico. La paridad se enriquece si tomamos en consideración su componente par, que contiene elementos definitorios relacionados con “semejante, simétrico, conjunto de dos. Esto nos conduce al sentido de la proporción, el paralelismo, el equilibrio, la correspondencia”37, que tendrían un mayor significado si así trascendiera a la esfera privada. Desde su dimensión política, Birthe Simm afirma que paridad no significa simplemente que se agreguen mujeres al escenario político, sino que implica la “reestructuración del pacto social para permitir a las mujeres ser representantes de lo universal, lo cual da espacio para el reconocimiento de la pluralidad que resulta irreductible a una pluralidad de opiniones, y por lo tanto da espacio para la introducción de la otredad en la representación”38. Desde el año 2006 la sociedad ecuatoriana ha participado en cinco procesos electorales y referéndums en los que, de manera sistemática, la presencia política de las mujeres se ha visibilizado como un hecho categórico en la nueva configuración de la institucionalidad pública. Los resultados de las elecciones del 26 de abril de 2008 así lo confirman. Esta última fue la tercera votación popular en que la conformación de las listas pluripersonales responde al concepto de paridad: 50% de hombres y 50% de mujeres. Hoy enfrentamos el gran desafío de mantener vigente lo logrado y fortalecer a la democracia paritaria en el sistema político ecuatoriano. La dinámica política de los últimos dos años configuró un nuevo escenario en el que se destacan la crisis del sistema de partidos y la reconfiguración de actorías políticas de una nueva generación, que llegan a la arena pública desde un proceso de ciudadanización y convocadas por la “necesidad de cambio” que se convirtió en un imperativo del discurso político vigente. Llegamos y estamos entre la crisis y el cambio, es decir en un momento de rupturas que se torna retador. En este movimiento de fuerzas, actores, liderazgos, nuevos preceptos constitucionales, se removió seriamente el tablero.Vivimos una transición que puede ser interesante si diseñamos toda una arquitectura de mecanismos, herramientas, espacios en las diversas funciones del Estado, en los diferentes niveles de gobierno, en lo partidario y, obviamente, en la diversidad del movimiento social para sostener nuestro planteamiento de igualdad efectiva. “Hoy debemos dar saltos cualitativos que nos permiten reforzar nuestra participación política y pasar de la igualdad de oportunidades, a la equidad de resultados”39. 37 Simón, Elena (1999). Democracia vital. Editorial Anagrama. 38 Citada por Dahlerup, D. (2003) en “Aplicación de las cuotas, experiencias latinoamericanas”. Informe Taller Idea. Quito. 39Íd. c. Hoy el asunto es de todas y de todos Al sintetizar nuestro recorrido hemos querido destacar una importante paradoja: la Ley de Cuotas concretó la participación de las mujeres en el preciso momento en que se desmoronaba el sistema de partidos vigente, en un contexto de inseguridad, desconfianza y falta de credibilidad en la política como escenario del interés público. Ahí nos posicionamos concediéndole tal vez un respiro al sistema, siéndole funcionales, como afirman algunas analistas. No obstante, al mismo tiempo se creó el espacio y se impulsó la voluntad de participación de nuevas actoras, dándole vigencia a un derecho universal. En este momento de crisis y de cambio este involucramiento relativamente rápido, masivo y obligatorio de mujeres a estos espacios de la democracia formal no fue, sin lugar a dudas, el mejor escenario. Me temo que las mujeres que decidieron intervenir a través de los partidos se encontraron con estructuras cerradas, niveles organizativos pulverizados, procesos de formación inexistentes, vacíos programáticos, instancias movidas exclusivamente por la dinámica que impone la campaña electoral y la consecución del voto popular. Justamente, ello motivó la interrogante que busca descifrar este trabajo: ¿Cómo hacemos política las mujeres? Desde esta perspectiva, responder a esta pregunta amerita, en primera instancia, reconocer al movimiento de mujeres y feminista como uno de los ejes movilizadores de los cambios a los que asiste Ecuador. Desde ese espacio se gestó nuestra contienda de emancipación: las prácticas, la palabra y el discurso que nos acompañaron estuvieron marcados por una profunda ciudadanización de la política. Una ciudadanización que significó fricción y colisión con lo establecido. Esto de alguna manera explicaría la escasa relación entre el movimiento social y el sistema de partidos. Entonces surgen nuevas preguntas ¿Por qué hoy habría de ser de otra manera? ¿La radicalización de la democracia, supuestamente al orden día, significará más colisión, más confrontación? ¿Hay espacio para el movimiento de mujeres en el diseño de una nueva forma de organización social direccionada solo por el Estado? ¿El movimiento de mujeres podrá articular a la pluralidad de sujetos sociales que lo conforman o serán las diferencias las que definan la participación política? ¿Esta exigencia supone una mayor adhesión a la estructura institucional o entraña buscar mayor radicalidad? En este lapso también se inauguran en el sistema electoral algunos mecanismos para ampliar la democracia; por ejemplo, facilitar las condiciones de inscripción de movimientos políticos para que intervengan en los procesos electorales y la asunción por parte del Estado del costo de la propaganda política en los medios de comunicación masivos, entre otros. El resultado es una considerable apertura que se confirma en los registros del Consejo Electoral, donde constan más de 120 organizaciones, movimientos y partidos a nivel nacional; en el último proceso electoral se constató la fragmentación y dispersión; la falta de consistencia del debate político; la liviandad de sus mensajes; y, la espontaneidad de una buena parte de las nuevas actorías. Esta realidad grafica el momento por el que atravesamos y retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 11 12 el panorama suscita una segunda interrogante: ¿cómo fortalecer el liderazgo de las mujeres en los procesos políticos democráticos? La pregunta nos lleva a reconocer que uno de los grandes aciertos del movimiento de mujeres ha sido el uso de lenguajes que cuestionan el ejercicio del poder patriarcal en la palabra. Reinventar la palabra y la acción es reinventar la democracia para las mujeres con base en la autonomía de sus organizaciones sociales. Sí. Autonomía frente a los partidos políticos para no ser correas de trasmisión de las maquinarias electorales y autonomía frente al Estado para no perder la capacidad de poner en tela juicio a la Ley. ¿Cómo responder a este desafío desde nuestra actual condición de partícipes directas tanto de los procesos electorales cuanto de la redacción de la normativa que específicamente nos atañe? Sí. Autonomía que además provoque espacios más creativos y menos formales, desde los cuales se fomente la transgresión, fuente necesaria para el movimiento feminista. Por otra parte, para que las mujeres puedan romper paradigmas y posicionar nuevas perspectivas requieren de mayores exigencias, herramientas y mecanismos que trastoquen el orden de lo político. Es decir como afirma Bourdieu: “fundar una política orientada hacia fines totalmente opuestos, una política que rompiendo tanto con el voluntarismo de la ignorancia o de la desesperanza, como con el dejar-hacer, se equipe con el conocimiento de esos mecanismos para intentar neutralizarlos y busque en el conocimiento de lo probable no una incitación a la dimisión fatalista o al utopismo irresponsable”40. Durante los últimos tres años el escenario políticoelectoral ecuatoriano ha estado compartido por un movimiento que surge en 2006 y que se ha constituido en una nueva fuerza política (Alianza País). Si bien ha triunfado en los cinco últimos procesos electorales y aparece como el protagonista ganador de la contienda política ecuatoriana, es igualmente cierto que no responde a un proceso orgánico consistente, ni sus liderazgos y prácticas son evidencia de una nueva cultura que recupere la confianza y la credibilidad ciudadanas. En este contexto surge una tercera preocupación que nos convoca: ¿Desde el 50% que hoy representamos, será posible incidir para transformar la cultura, la política? En otras palabras, cómo enfrentar la lógica de la industria cultural que asimila la cultura como unidad de producción, que niega la política como un entramado de relaciones sociales básicas e inscribe a la sociedad como una sociedad del espectáculo. Es decir, cómo intervenir en la cultura política para no ser ni espectadoras, ni víctimas, ni parte del show. ¿Cómo intervenir en la cultura política para combatir el desencanto y el malestar que asoman de nuevo en nuestra sociedad? Una nueva cultura política pasa, necesariamente, por darle sentido a la palabra y al lenguaje, agenciando su potencial simbólico, desde la teoría y desde nuestras prácticas. Las tres preguntas señaladas, como el contexto al que asistimos, develan sin duda que atravesamos por un momento de retos cruciales: el país requiere con urgencia desarrollar la Constitución con nuevas leyes; necesitamos dar respuestas efectivas a los impactos de la crisis financiera internacional; las mujeres queremos una democracia más dialógica y deliberante, y aspiramos además a gestar una nueva cultura política que revierta las viejas formas de su quehacer y armonice la convivencia democrática de la diversidad. Las demandas de la coyuntura hacen indispensable tener claro el horizonte, que se encarna en una larga y rica trayectoria histórica que debe alimentarnos: una utopía que ha movilizado a las mujeres en todo el mundo, especialmente en las últimas cuatro décadas. Las cuotas, la paridad, los derechos, la participación en las esferas institucionales son, a no dudarlo, necesarias y buenas en la ruta trazada. Pero no podemos perder de vista la cultura patriarcal que se “plasmó en las esferas del saber, del poder y de la ley”, que penetró todas las instancias de la vida cotidiana, para justificar sus formas de dominación, exclusión e incluso de sojuzgamiento41”. 40 Bourdieu “¿Qué significa hablar? Lenguaje y poder simbólico”, Ediciones Akal, España 1999. 41 Gutiérrez, ob. cit. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? IV. Retratos dialogados Sus trayectorias: la formación, las influencias Yo vengo de una familia de médicos. No había un interés político. Cuando empecé a hacer política, mi papá y mi mamá estaban muy sorprendidos, pero además muy preocupados. Nos prohibían que los hermanos, amigos, novios nos recojan del colegio. Incluso había supervisión en las esquinas. Era una lógica terriblemente perversa, una lógica de que las mujeres somos un mundo aparte. Yo me acuerdo que tuvimos un retiro de orientación vocacional, cuando tenía 16 años. Pasamos dos días discutiendo lo que para mí era una provocación: ser solteras, casadas o entregadas a Dios; esas eran exactamente nuestras opciones. Un tiempo me dediqué a dar unas clases de literatura en un colegio fiscal nocturno; una chica vino y dos cosas sucedieron la misma noche: una chica que tenía 14 años me dijo que estaba embarazada de su papá, que la había violado y, una hora más tarde, una chica de 16 me dijo lo mismo… y resulta que eran hermanas. No se habían contado entre ellas, la mamá no les creía. Creo que esos temas y esas experiencias marcaron mi mpr posición sobre muchas cosas. …Bueno, mi nombre es Iberia del Carmen Aguilar, soy de la provincia de El Oro.Vine el 14 de febrero de 1981, llegué con dos niñas, con mi esposo. Me vine de mi provincia porque en ese entonces eran las inundaciones, ahí la gente totalmente quedamos en la indigencia y nos vinimos en busca de mejores días aquí. Hablando de mis padres, lo que más nos han enseñado a nosotros es la honradez, no decir mentiras, decir la verdad, si me duele, o le duele a la otra persona siempre hablando con la verdad, no ser como decimos ahora, hipócritas. Desde muy pequeña tenía ese don de ayudar a la gente, de visitar cuando alguien estaba enfermo, cuando alguna mujer había tenido un niño. Entonces cuando me integré a la comunidad cristiana… de ahí sale la idea de que bueno, ustedes han estudiado, se han preparado; le digo no, yo no tengo ni la primaria siquiera terminada; entonces ya le vamos a dar unos costureros, como le llamaban en ese entonces al corte y confección… yo, feliz. Recuerdo cuando empezamos a celebrar el 8 del marzo, ¡Dios mío!, yo me subía a los filitos de las calles y cuando miraba gente conocida, hacía como como que no iba en la marcha porque me daba vergüenza… ca …Yo vivía en un barrio de Guayaquil, en Huayna Cápac y Manabí, donde había muchos indígenas que iban a dejar sus carretillas de noche y dormían ahí. Y me parecía tan terrible eso, que yo me decía que no puede ser posible. No deberían estar en esa situación. En mi casa eran totalmente opuestos a que las mujeres estudien la universidad porque decían que íbamos a buscar marido. Teníamos un profesor que se sentaba a dar la clase, cerrando los ojos y luego decía con una cara de mártir que no sabía por qué el iba a darnos clases, porque las mujeres no le íbamos a entender y no íbamos a practicar nada. El padre Fernández vino a formar en el colegio un grupo; él quiso hacernos líderes. Él me impulsó a trascender más allá del colegio, a tener conciencia de servicio a los demás, y eso he tratado de hacer toda la vida. Fue tan fuerte la formación que nos dio, que nos ha marcado la vida a toditos… av …Desde mis 17, años antes de salir del colegio empecé a estar en los grupos juveniles católicos de izquierda cristiana. Trabajé con el padre Carolo, Graciano… Cuando en tercer curso hubo la huelga para sacarle a la rectora, era la primera huelga en la que yo participaba, parada en el tapial del colegio, me acuerdo mi primera acción y mis padres me encontraron. “Ya bájate, ¿qué estás haciendo? Eso es una locura, te van a sacar del colegio”.Y yo les dije que me dejen… Mi madre murió cuando yo tenía 24 años y yo prácticamente quedé como ama de casa, lavaba la ropa los fines de semana, es decir asumí realmente un rol súper tradicional, porque a mis hermanos no les dejaba tocar nada; eso me sucedió siquiera un año entero hasta que decidí que había que distribuir las tareas de la casa mc porque ya no aguantaba. …La Silvia es hija de una familia de pueblo, que ni siquiera surgió a la política desde la ciudad, más bien desde lo rural. Salí a la ciudad, a un colegio católico, donde las reglas eran otras; ese fue mi primer impacto en la Silvia niña. Tener que vencer sola esas dificultades. Cuando cumplí los 15 años, en el país vivíamos un momento esperanzador: el retorno a la democracia, y anunciaban ya la proximidad de las elecciones. Recuerdo que se convocó por primera vez a la conformación del círculo estudiantil y mis compañeras me eligieron como candidata. En el sexto año de bachillerato hubo un problema que afectó a muchas compañeras y fue el caso de un embarazo de una alumna y se había escondido en un baño para que no se dieran cuenta las autoridades de cómo crecía su vientre. Una profesora, que era muy temida, se subió al baño y la encontró, le sacó y le puso al frente a todas, y yo sentí de pronto que eso estaba mal; pasé al frente y le dije que no había derecho y que nosotras estábamos con la compañera... ss retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 13 14 Entablamos nuestra conversación recuperando el pasado, desde el presente de nuestras entrevistadas, con el ánimo de que el relato manifieste esos primeros ingredientes, influencias, mediaciones, que hoy dan cuenta de su trayectoria, “como la expresión del ser y hacer de una persona”42. Según Ovidio D’Angelo, el individuo humano concreto funciona en un contexto sociocultural específico de normas, valores y en un sistema de instituciones y esferas de actividad social, en un momento histórico determinado. Las trayectorias, entonces, se sostienen en dos ámbitos diferenciados pero en permanente interacción: por una lado, en “una posición externa” del individuo que se definiría por las peculiaridades históricas, económicas, de clase, etnia, género, etc., en las que se inserta el individuo, pero también “por el tipo de interacciones que establece con los otros, y las exigencias que se le plantean, confiriéndole una ubicación o posición real en esa red de relaciones”43. Por el otro lado, se sostiene en “una posición interna que se basa en la configuración de la experiencia personal, las posibilidades o recursos disponibles, el sistema de necesidades, objetivos y aspiraciones y las orientaciones (o actitudes) y valores vitales de la persona”44. Un afuera y un adentro que, en el caso de las mujeres, se entrecruzan, se mezclan y combinan. La posición externa que propone D’Angelo nos remite a la realidad social, al estatus económico, a las pertenencias que sitúan al individuo y definen su entorno; así vemos cómo el barrio, el ambiente profesional de la familia, su edad, su entorno local, su clase, van a ser determinantes para entender en dónde se originan y desde dónde definen sus procesos. Pese a las distancias de espacio, los ambientes y condiciones de Loja, Lago Agrio, Ibarra, Guayaquil, Quito exhiben una situación social profundamente desigual e injusta, que se torna en el gran referente contradictorio de la formación de nuestras entrevistadas: enfrentan una difícil realidad que, al mismo tiempo, moviliza sus sensibilidades. Será la posición interna, la que irá marcando el recorrido como “único e irrepetible”, dándole el carácter de “particular” a cada trayectoria, en una dinámica temporal y espacial concreta. Optamos por este enfoque por la interrelación sistemática de estas dos posiciones, pero también porque da cuenta de la relación constante entre el yo y el nosotras. Así, cada una hablará, desde su posición interna, del camino personal recorrido, y de manera persistente transitará al plural, conectándose con las otras, con su grupo, en la acción colectiva. a. ¿Por qué tanta diferencia? Lo narrado por estas mujeres da cuenta de su proceso 42 Citado en Pereira, Manuel Andrés (2004). Trayectorias juveniles y familia. Santiago, Universidad de Chile, Facultad de Ciencias Sociales. 43 D’Angelo, Ovidio. “El proyecto de vida como categoría básica de la interpretación de la identidad” en Biblioteca virtual. Buenos Aires, Clacso. 44 Íd. de formación, en el que sobresale la presencia indiscutible de las instituciones sociales clásicas: la familia, la iglesia, la escuela. Las entrevistadas crecieron en una sociedad que discrimina y es esencialmente desigual e injusta con el género al que pertenecen. Su formación ha estado marcada particularmente por esa “condición de mujer” que les define. La historiadora inglesa Jean Scott plantea que “el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos” y es también “una forma primaria de relaciones significantes de poder”45. Por su parte Giselda Gutiérrez afirma que “las diferencias sistemáticamente se trastocan en desigualdades” que nos remite a la asimetría que provoca subordinación que se materializa, pero también “adquieren una dimensión simbólica que estructura nuestra realidad interhumana y nuestros propios procesos de subjetivación”46. En el caso de las entrevistadas, estas diferencias se manifiestan por ejemplo, cuando el padre que se opone a que siga estudiando, el profesor que insiste en que las mujeres no entienden, la religiosa que les prohíbe tener amigos, la compañera que es expulsada por un embarazo, las tres insignes opciones: monja, casada o entregada al servicio, la violación de dos hermanas agredidas por su padre, ejemplifican cómo se expresan cotidianamente esas diferencias en la formación “para mujeres”. Por lo tanto, encontramos también que algunas de ellas reproducen los roles tradicionales porque “se los concibe socialmente como naturales”, tanto en sus familias de origen como en las que luego constituyen. Al recordar cómo empezaron a celebrar el 8 de marzo en Lago Agrio, Carmen narra que sentía vergüenza y abandonaba la marcha por las agresiones que recibían de los espectadores. Silvia, en Ibarra, reclama por la ausencia de información para evitar embarazos y provoca con ello un escándalo. Lo interesante de estas evocaciones en el diálogo fue que inmediatamente provocaron reacciones en las que cada una interfería para hacer su relato. Estos episodios les permitieron cuestionar esa realidad, preguntar el porqué de las desigualdades, identificar las diferencias, negarse a aceptar la subordinación como una condición de vida. Entonces, la pregunta del ¿por qué? no solo busca respuestas; también interroga y devela, penetra, aclara y les impulsa a inquirir, a alterar su cotidianidad, y que van a incidir en su formación. Es reiterativo en cada relato el momento en que se produce el quiebre, en que chocan contra lo instituido y que se produce la conciencia de que estos hechos no son naturales, sino constructos sociales, que pueden alterarse con la fuerza de la acción colectiva. La familia es el eje central de formación; de ahí su trascendencia, tanto por la incidencia del entorno afectivo que la rodea, cuanto por la eficacia de su función socializadora y reproductora de las relaciones sociales instituidas. En es45 Citada por Lamas, Martha (2009) en “Usos dificultades y posibilidades de la categoría de género”. Revista Mujeres. México. 46 Gutiérrez, Giselda. Ob. cit. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? tos retratos, la familia es palanca y obstáculo, limita o impulsa, orienta o perturba, forma o inclina. Es un espacio que marca normas, establece límites, organiza un discurso y, en este caso, crea y recrea los modelos sociales y los patrones culturales de clase de género. No sólo impone las diferencias sino también las estructuras de poder que se configuran en el entorno familiar, definiendo un sistema de autoridad que persiste y se expande inclusive en los nuevos tipos de familia en los que la figura del padre está ausente o ha dejado de ser el centro dominante. Desde esa perspectiva, la familia es un espacio de tensión por el peso de la tradición, la perseverancia de las costumbres y la resistencia al cambio. La Iglesia y/o los principios cristianos en sus más variadas expresiones son, para este grupo de mujeres, el referente fundamental de “esos valores” que en algunos casos se atreverán a alterar en esta etapa de su vida. A propósito, M. T. Bellenzier exalta las características de toda buena cristiana: “dócil en la aceptación de la palabra de Dios, obediencia generosa y humildad sencilla, caridad solícita, sabiduría reflexiva...”47. Por otra parte, el sector más progresista de la iglesia define a la mujer como “actora social, a la vanguardia de la construcción de una nueva familia, basada en relaciones más igualitarias entre los sexos... madre pero escencialmente fuente de proyectos asociados con la continuidad de las luchas comunitarias”. Sin embargo no toma “posiciones de ruptura frente a la Iglesia”48. Anunziatta Valdez, quien a lo largo de la entrevista hace hincapié en su formación católica, le preguntamos si no ha tenido contradicciones entre su lucha por los derechos de la mujer y sus principios religiosos, y nos contesta: “Claro, pero actualmente evidentemente ya no las tengo. Pude diferenciar lo que es la espiritualidad de ciertas decisiones eclesiásticas y no de orden espiritual, sino que responden a condicionamientos humanos. Indudablemente ciertas disposiciones de la Iglesia son disposiciones canónigas que han variado y van variando, que no responden a la realidad que viven las mujeres porque inclusive son hechas por hombres ya que las mujeres no han tenido una opción de participar en esas decisiones. Si la hubiéramos, seguramente otras serían esas disposiciones. Entonces no podemos aceptar decisiones que son tomadas por varones sin nuestro conocimiento, ni nuestro consentimiento y para las que alegan una orientación que no han demostrado tener”. ¿De qué manera permea esta formación en la motivación política de estas mujeres? Ellas reconocen cono “leit motiv”: “Tener conciencia de servicio a los demás y eso he tratado de hacer toda la vida”. “Yo pienso que lo primero que hay que tener es la vocación de servicio, la vocación y el servicio”. “Ahí empecé a ver que sí es cierto, que las mujeres estamos sirviendo las necesidades de los hombres en nuestra vida privada, pero también en nuestra vida pública”. “Yo he venido utilizando el poder al servicio de la gente; una de mis compañeras, me decía: no digas eso, que al servicio de la gente, porque estamos nuevamente reproduciendo estos roles tradicionales; pero las mujeres servimos en la casa, servimos en lo público y seguimos sirviendo en todos los ámbitos”. Es posible que esta motivación se vea reforzada por el peso cultural de la maternidad, como la esencia de la feminidad, de la abnegación, la entrega y el sacrificio. Esta insistencia en el servicio, la entrega, la ayuda en la narración de estos retratos parecieran ser un agregado positivo a sus prácticas. Sin embargo, son precisamente estas características en las que al mismo tiempo se asienta el abuso y que son percibidas como “el sacrificio que conlleva” o como “el peso de la militancia”. Por último, la escuela no es vista como una instancia de referencia en su formación sino como un espacio-frontera en el que, fuera del aula, pueden chocar y confrontar, reclamar y organizarse. El sistema educativo está ausente, más allá de la instrucción que brinda, o no, la oportunidad profesional. La distancia y a veces contradicción con las demandas de la vida le convierte en un espacio referencial si, pero el que impone formas y normas de vida. Para unas los profesores serán el límite, para otras los mensajes o la posibilidad de iniciarse en la organización. La escuela se convierte en el lugar que moviliza conflictos, y provoca rupturas. Las dicotomías en las que se asienta su estructura autoridad-subalternidad, disciplina-obediencia, control-sanción generan seres sumisos, dóciles y mayoritariamente de fácil adaptación al statu quo; pero también, como en el caso de las entrevistadas, fomenta resistencias, espíritu crítico y, sin lugar a dudas, preguntas que empujan a buscar otras respuestas fuera de sus muros. 47 Bellenzier, M.T. (1991) “Mujer” en Nuevo Diccionario de Mariología. Madrid, Ediciones Paulinas. 48 Giménez,Verónica. “La imagen de la mujer en la Iglesia progresista”. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 15 b. Sus prácticas políticas: procesos, logros, obstáculos …Vi las realidades de las mujeres y no podía concebir que hubiera tanto sufrimiento, tanta humillación. Entonces ahí se reforzó mi deseo de cambio, de luchar por el cambio... decidimos poner en la Fundación un espacio para atender a las mujeres que eran golpeadas. A la semana había colas para ir a denunciar, era como algo que estaba represado y de pronto fue una hecatombe. Mis condiciones para aceptar la candidatura: no me quiero afiliar a la Democracia Popular, no tengo plata para gastar en campaña y si voy a trabajar por las mujeres, yo quiero el apoyo del partido. Yo lo que me propuse es que todos los derechos que todavía las mujeres no habíamos conseguido realizar, los concretemos en ese periodo. Y cuando entramos al debate, yo creo que los cogimos cansados o realmente ya no quisieron problemas, o asustados. Lo cierto es que se aprobaron las leyes, en primer lugar porque eran unas leyes aterrizadas y sentidas por sus beneficiarios. En segundo lugar, porque en el proceso se generó apoyo a los proyectos y la movilización de las mujeres. Si las mujeres que han llegado al poder están haciendo o no la diferencia, ése no es el resultado de la ley de cuotas; es el resultado del proceso democrático y de los movimientos de los partidos políticos… av 16 Con estos compañeros, amigas, amigos que hacíamos política, que conversábamos, que protestábamos, decidimos que tal vez por esos 25 años de democracia, más que un aniversario de pura celebración, valía la pena preguntarse qué había pasado en el país. El debate político en la Asamblea sobre los Derechos sexuales reproductivos, sin duda fue uno de los más complejos, uno de los más distorsionados en los medios de comunicación. Primero, producía gran frustración mirar lo mal que se trataba el tema. Lleno de estereotipos, de juicios de valor. Luego, fue muy complicad constatar cómo muchos compañeros que parecían muy convencidos, cambiaban su discurso… Yo creo que todavía la política es un espacio muy difícil para las mujeres. Es un espacio muy masculino y eso nos lo hacen sentir todos los días y a toda hora. Desde la campaña, yo por principio no contestaba nada que no le hubieran preguntando a un hombre. Me parecía inverosímil que venga un periodista y te pregunte si puedes cocinar, porque era casi la forma de armar el estereotipo. Vivimos tanto con esa idea de que el poder daña, de que el poder corrompe, que yo personalmente siempre intento mantenerme en equilibrio y aterrizar todos los días. Volver a conectarse, volver a poner un cable a la tierra y decirme que esta es una responsabilidad, que esto es temporal, que no significa nada… mpr …Imagínese 1981… ya estamos 2009… entonces empecé a integrarme en la organización de mujeres .Ya me integré pero yo seguía haciendo desde lejos, no me gustaba hablar, no me gustaba decir una palabra; yo ahí era callada, escuchando a las otras compañeras que estaban académicamente más preparadas… tenía miedo a equivocarme, el miedo al que dirán, pero poquito a poquito fui dando.... Después he estado en la directiva como secretaria, ya he sido cuatro veces presidenta aquí, he sido tesorera. Decirle que también este trabajo ha sido duro, porque cuando iniciamos, cada cual cargábamos la tonguita de lo que teníamos en la casa, aunque sea patacones… la una llevaba un atún y eso compartíamos porque no teníamos proyectos, no teníamos nada. Hoy, decir que tenemos el albergue para mujeres víctimas de violencia. Adentro decíamos, este albergue, esta casa tiene que salir bien hecha, porque si sale una cosita media ahí, han de decir, claro, mujeres tenían que ser… … Yo le diría que un 65 % de lo que tienen del avance en estos años es por las comunidades cristianas y las organizaciones populares, especialmente las de mujeres. La capacitación, la información que hemos ido teniendo ha sido para defender nuestros derechos, porque no es que vengo a pedir que nos regalen. Hemos aprendido a negociar, cuando hemos tenido que pelear hemos peleado. Hay muchísimas mujeres atrás de uno y qué dicen ellas, que es gracias a la Federación, gracias a las compañeras… entonces eso a uno le llena la vida. ca …La mayoría de jóvenes no teníamos ninguna afiliación política pero estábamos contagiados por lo que pasaba en el país: apoyar el retorno a la democracia… como que comienza uno a ver un horizonte, y realmente va fraguándose un interés más sólido desde que tuve mis 15 años y en este recorrido me encontré con el Partido Socialista. Hoy tengo 33 años de militancia. Sí, estábamos invisibilizadas…pero nunca abandonamos el partido. Siempre fuimos como relegadas en términos de tener mayor oportunidad de conocimiento, de formación política para ser parte de una dirección, sentí que siempre hubo la preferencia por los hombres. Para nosotras era un reto el privilegiar la lucha social, antes que la lucha de género, o sea jamás estuvo dentro de nuestras agendas. Existía confrontación de género inclusive, pero permanecía oculta. Hoy soy Presidenta Nacional, primero por mi condición de mujer, segundo por condición generacional y después por una posición crítica y por una necesidad de dar paso a nuevas decisiones frente a la nueva coyuntura, de delinear un nuevo proyecto del partido y del país. Regreso a ver a la base, y encuentro ahí la fortaleza; ya no me queda más, no en la cúpula, sino más bien en la base… ss retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? Me retiré del MIR, había bastante estudio teórico del marxismo, del leninismo, y veía que mi barrio seguía igual; yo era más práctica, gestora, entonces decidí trabajar en mi barrio y en los barrios del Sur, donde toda la vida me he desarrollado. Las mujeres estamos sirviendo las necesidades de los hombres en nuestra vida privada, pero también en nuestra vida pública, porque si no les resolvemos la vida a los hermanos y a los padres, les resolvemos la vida en el partido a los dirigentes; ser secretaria general del APRE era tener listas las listas, tener listas las reuniones, hacer las llamadas telefónicas pero no tomar decisiones. La primera política que se lanzó en el 2001 fue la ordenanza 402, que es Atención y Prevención de Violencia Intrafamiliar y de Género, de la cual nació el sistema de atención y prevención de violencia para todo el municipio...Yo lo que hago es servir a la gente, la ordenanza en beneficio de los gays, lesbianas, travestis, transgéneros, los derechos de ellos y ellas. Una ordenanza que costó. Me pongo al servicio. Se convoca a todas las organizaciones, deciden elaborar una ordenanza. Me pongo al servicio. Háganla, discútanla y luego conversemos con la comisión de género, eso es poner al servicio. Me halaga decir que yo trabajo por principios, pero también me desalienta lo que no me da capital político, porque entonces, ¿qué estamos haciendo las mujeres? ¿Hacia dónde le apuntamos? Llegamos a procesos electorales, a sondeos de opinión y no te conocen, no tienes plata, eres una mujer pobre, no tienes estructura, ¿por qué? mc c. Del yo… al nosotras Cada una encuentra, en la gran o pequeña organización, el lugar preciso para que tomen cauce sus aspiraciones, sus utopías y necesidades. Es en el salto del yo al nosotras donde se concretan sus primeras expectativas, que luego se prolongarán como eje vertebrador de sus procesos políticos. El grupo permite encontrar a la otra/o, a mirarse en la alteridad, a identificarse en su pertenencia al colectivo, a valorar su presencia porque es reconocida, a crear reciprocidad y colaboración, a gestar solidaridad para desterrar soledades. El nosotras es el espacio donde adquieren destrezas, comparten, aprenden, crecen en sus respectivos liderazgos, donde se forjan en la voz y fuerza colectiva. El sujeto se construye amándose a sí mismo, proyectándose en el nosotros y resistiendo colectivamente a los procesos de dominación y exclusión, propone Touraine49. Así se abre la posibilidad de constituirse en sujeto político. Otra constatación que resalta es que las cinco entrevistadas no son outsiders en la arena política, no son fruto de un episodio, de una improvisada circunstancia; tampoco son “recién llegadas” al escenario público. Son parte im49Touraine, Alain (2000). Crítica a la modernidad. México, Fondo de Cultura Económica. portante de un proceso individual y colectivo que les convierte en protagonistas de la acción política en el país. Hoy cada una en su particular dimensión, están en la política. Estas pinceladas dan cuenta de sus procesos, que sirvieron para: aprender, equivocarse, proponer, intercambiar, identificar aliados, atar cabos y negociar hasta conseguir logros. Las rupturas y transgresiones por su lado, han sido el mecanismo para avanzar solas, y en colectivo. Carmen, hoy Presidenta de la Federación de Mujeres de Lago Agrio, secretaria de organización del Frente de la Amazonía, cofundadora del albergue para mujeres golpeadas, es un ejemplo vivo de un proceso en el que la organización se convierte en el centro mismo de su familia, de su barrio, de su ciudad y más allá: “Estamos coordinando con las hermanas colombianas… nos decimos que solo tenemos una frontera imaginativa, aunque a nivel nacional nos plantean el cuco de Colombia; entre los Estados están peleándose, discutiendo, pero nosotras entre mujeres hemos tenido una bonita coordinación”. En este caso en particular, la organización es también el lugar en el que Carmen se forma, aprende primero a tomar la palabra, luego a relacionarse, posteriormente se apropia, actúa por y con el resto, pero también por ella misma encuentra un espacio pleno y lo disfruta. Su experiencia nos recuerda la afirmación de la filósofa Hannah Arendt “es gracias a la acción y a la palabra que el mundo se revela como un espacio habitable, un espacio en el que es posible la vida […] Para ser reconocido como ser verdaderamente humano es preciso tener un status político, ser ciudadano, tener un lugar en el mundo y actuar con la pluralidad”50 . Cada proceso particular tiene su sello y da cuenta de un tipo de liderazgo. El salto a la inclusión, el convertirse en agentes de actos políticos, sujetos del debate, son hechos individuales que cobran trascendencia en la medida en que “representan”. En diferentes niveles, todas tienen una referencia cercana o una articulación directa, y desde diferentes espacios y tiempos se asumen feministas o adscriben a la organización de mujeres.Y esta pertenencia sí marca una diferencia sustantiva en su acción política. Según María Fernanda Cañete, es esta relación la que produce contribuciones sustantivas de transformación, sobre todo si comparamos el perfil actual con el de las mujeres que participaron en el primer quinquenio del 2000. No cabe duda: el movimiento de mujeres, en su más amplia diversidad y complejidad, ha marcado nuestra ruta. Desde ahí se ha definido la agenda de las mujeres, ahí se ha cuestionado la subordinación, la vida cotidiana, el orden social y se ha impactado en el Estado y en el ordenamiento jurídico. De aquí se desprende otras inquietudes: ¿Cómo fortalecer al movimiento de mujeres en la actual coyuntura? ¿Cómo encontrar articulaciones más efectivas? Por ejemplo con los partidos políticos y con otros movimientos sociales, precisamente cuando se reestructuran los marcos ju50 Citada por Comesaña, Gloria M. (2001) en “Lectura Feminista de algunos textos de Hannah Arendt”. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía. Madrid, Unión de Editoriales Universitarias Españolas. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 17 rídicos de estas relaciones. Pero también desde afuera de la institucionalidad, ¿cómo potenciamos las voces que hacen política desde una posición crítica? d. ¿Cómo hacemos política? 18 Nuestra presencia en la política formal se inscribe en un contexto adverso, cuando la institucionalidad estaba en crisis, el sistema político se derrumbaba, las reglas del juego democrático estaban viciadas y tajantemente nos excluían. En este contexto surge la Constitución de 2008 como la gran alternativa. Pero la experiencia nos dice que las prácticas y formas de “hacer política” no cambian por decreto. Sin embargo, hemos aprendido a poner condiciones, a buscar aliados estratégicos, a conseguir logros concretos, a ser pragmáticos nuestros sueños, a negociar y cabildear, a confrontar y pelear. En este sentido es muy difícil “marcar diferencias” en un escenario legendariamente masculino. Al momento, el debate se torna más complejo cuando se insiste en que en el espacio público no puede haber marca de género, pues hombres y mujeres actúan respondiendo a identidades diversas: etnia, clase, región, ideología que, en última instancia, son las que definen posiciones. Otra vertiente sostiene que la heterogeneidad de las mujeres no permite pensar en intereses comunes. En su gestión en el Congreso Nacional, Anunziatta describe como llevó adelante su labor de legislar: a) “Me propuse que todos los derechos que todavía las mujeres no habíamos conseguido realizar, los concretemos en ese periodo; b) tengo que acudir a los organismos de apoyo a las mujeres para que me ayuden, decidí hacer alianzas con todas las organizaciones de mujeres; c) en el área de mujer organicé 14 mesas que trabajaron durante un año, divididas en 14 temas: de trabajo, otra mesa de violencia, otra de salud, etc. d) en esas mesas había el apoyo de un asesor que las ayudaba y se conformó un Consejo consultivo que definía todo el proceso hasta el final; e) llegaba al Congreso, me asesoré con Rocío Rosero y con Betty Amores, que tenían mucho más conocimiento técnico que el que yo había podido demostrar, honorabilidad, liderazgo, una consecuencia, capacidad; f) veían en mí a una persona seria y además comprometida al ciento por ciento; g) siempre se convocaba a hacer movilizaciones, porque el proyecto debía volver a esa misma sociedad a la que habíamos consultado”. En la misma lógica, desde su función municipal Margarita Carranco expresa: “Se convoca a todas las organizaciones, deciden elaborar una ordenanza. Me pongo al servicio. Háganla, discútanla y luego conversemos con la comisión de género, eso es ponerse al servicio. Sale esa Margarita transgresora, esa política que cree que esos grupos tienen derechos y que yo tengo la obligación de trabajar por ellos. Ahí está mi transgresión, ahí está mi lucha al interno y ahí está a la conquista.Y entonces regreso a los planes, a que le pongan presupuesto…”. Estos actos políticos tienen relación directa con los intereses que proponen los sectores organizados, los resultados retornan a ellos en forma de leyes u ordenanzas para proteger sus derechos. Así se irrumpe en las prácticas legislativas tradicionales y verticales, y vemos que su representación se fundamenta en la participación ciudadana. Es reiterativo cómo recurren a la presencia y presión de la movilización social para asegurar logros y metas. La negociación y el cabildeo adquieren otra escala. A propósito, Emma Wills sostiene que la representatividad política supone una relación entre intereses, preferencias y valores ciudadanos y desde estos “se actúa sustantivamente en interés de los representados”. Cuando ella habla de representatividad de género, se refiere no solo al grado de inclusión si no también “a la capacidad de los agentes políticos de agenciar y proponer agendas sobre intereses, valores y expectativas femeninas, es decir trabajar desde las diferencias de género”51. “Desde la campaña, yo por principio no contestaba nada que no le hubieran preguntando a un hombre. Me parecía inverosímil que venga un periodista y te pregunte si puedes cocinar, porque era la forma de armar el estereotipo”. María Paula Romo también nos da pistas de cómo incidir en cambios desde una actitud diferente que pretende modificar los “imaginarios” que primero afectan pero que siguen reproduciendo constantemente ese conjunto de ideas, metáforas, valores que sustentan la asignación de roles, hasta hoy vigentes en las prácticas culturales políticas. A estas alturas, nos atrevemos a sugerir algunas coincidencias en sus prácticas: • Interesa distribuir el poder, al mismo tiempo que se busca apoyos y recursos. • Se construyen alianzas, especialmente con los sectores sociales. • Se recurre a la movilización social, a la presión de las mujeres. • La presencia de las bases es estimulada, reconocida y legitimada. • Se interpela a las prácticas culturales. Esta praxis política es menos jerarquizada, más participativa, más dialógica. Pero, además, casi todas reconocen haberse ganado un espacio, especialmente a través de su pertenencia o relación con el movimiento de mujeres. Desde estos matices vemos cómo consiguen logros. Primero, siempre están respondiendo a necesidades sentidas, a intereses y demandas articuladas en colectivo; siempre están en consulta, convocan, buscan respaldo; además ninguna hace referencia al estatus de la autoridad, de la cúpula, a la dirección. Tampoco son su referencia de imposición o mando. Segundo, por la tenacidad de sus liderazgos. Reconocen cómo se les exige más, no tienen las mismas oportunidades, en lo cotidiano son relegadas, lo que refuerza su radicalidad, su nivel de entrega, de resistencia y genera más 51Wills, María Emma (2005). “El cambio de las reglas de juego como estrategia de inclusión política de las mujeres: frutos y carencias de un proceso” en Pizarro, Eduardo y Rodríguez, Clara Rocío (eds.) Los retos de la democracia: viejas y nuevas formas de la política en Colombia y América Latina. Colombia, IEPRI-Fundación Foro Nacional por Colombia/Fundación Heinrich Böll. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? decisión: las Reformas al Código Civil en 1986, las Comisarías de la Mujer en 1994, la Ley de cuotas en 2000, el Albergue para mujeres golpeadas, el 65% de avances de la ciudad, las ordenanzas municipales, las organizaciones sociales fomentadas desde el partido, ciertos artículos para la Nueva Constitución; son metas alcanzadas con el aporte de nuestras entrevistadas. Un elemento que surge entonces es el “éxito” como concepto que califica su liderazgo. • El éxito en la política es que tú tengas tal empoderamiento que enfrentes todas las circunstancias del mundo público, que tengas respeto. Éxito significa que nos busquen; ése es uno de mis éxitos • Entonces el éxito no es solamente lo que los demás piensen de ti, de lo que los demás admiren de ti, sino lo que uno piense de uno mismo. • Confundimos autoridad con vanidad. A la vanidad política, yo le tengo terror; me parece que hace que la gente a veces se pierda, que pierda la noción de para qué está ahí. • A las mujeres les gusta luchar, luchar por unos días mejores, por unos días bien, para el resto; las buenas costumbres que ha habido de nuestros ancestros, acogerlas, porque no todo han sido malas prácticas; hay cosas muy buenas muy valiosas, y las cosas malas irlas dejando… A veces, no solo académicamente, sino yo personalmente he buscado la manera de prepararme para poder estar así, al servicio de los demás, apoyar y ser solidaria, ser solidaria con cualquier persona. • Poder cumplir mis sueños de trabajar por las mujeres y los grupos vulnerables. • Si otra mujer llegó, se benefició, se empoderó, entonces se justifica plenamente la acción política de estas mujeres. Desde sus espacios de acción, estas mujeres opinan sobre sus logros, sobre las repercusiones en su figura pública, y en la credibilidad o no de su liderazgo. Sus respuestas no son contradictorias ni responden a un concepto vendido por el modelo que imponen los medios de comunicación, sino que responden específicamente desde donde les sitúan sus prácticas, desde el locus que define sus posiciones. El éxito no les obliga a adoptar patrones masculinos para ser aceptadas, ni se doblegan ante la misoginia. Hemos repetido perennemente que el mundo de la política es en esencia masculino. Penetrar en él hizo que a muchas nos invadiera el miedo, la inseguridad, o al menos sentimos ciertos temores, sensaciones típicas de las debutantes podría decirse a primera vista. Pero, más allá, las mujeres venimos de una experiencia de exclusión y subordinación, y traspasar esta frontera requirió de un gran esfuerzo colectivo, pero también de una gran voluntad personal. En sus relatos las entrevistadas coinciden en identificar sus dificultades en “la figura del hombre, en su referente más cercano”: el padre, el marido, el profesor, el diputado, la autoridad local, el presidente del Congreso y, obviamente, el partido. Sabemos, no obstante, que en la vida cotidiana y en la vida pública, los límites, los obstáculos son parte de la ideología y las estructuras patriarcales, expresado a través de la institucionalidad jerarquizada y de ese cúmulo de prejuicios, tabúes, que pesan de manera más exigente sobre las mujeres. Un testimonio palpable son “las 40 denuncias de violencia política: la mitad es porque se metieron en nuestra vida privada, que es la más vulnerable en nosotras, que es de la que más nos cuidamos, de la que más tenemos temor que salga a relucir; el mundo privado de los hombres no importa, no importa si tiene una amante, no importa si es divorciado, no importa si su pareja es menor… es natura;, pero en la mujer todo es terrible”, cuenta Margarita Carranco, de su experiencia como presidenta de la Asociación de Mujeres Autoridades Municipalistas. Hasta aquí, uno de los mayores obstáculos institucionales para la acción política de las mujeres han sido los partidos políticos que, por su estructura, por la constitución de sus cúpulas, por la división del trabajo interno, por los intereses de los que se agrupaban, por el discurso priorizado, imponían distancias difíciles de superar. Silvia Salgado socializa su transitar de 33 años: invisibilizadas, relegadas primero; se les niega oportunidades, se generan desventajas, se oculta el tema. María Fernanda Cañete confirma: “el análisis de las mujeres en los partidos revela que éstas se encuentran en condición de minorías subordinadas, al asumir roles secundarios”52. Entre el Estado y la sociedad se requieren canales de mediación que den forma y legitimidad a la organización social, y el papel de los partidos políticos no ha encontrado todavía otras instancias alternativas. Un tema adicional que nos ha llamado la atención son las diferentes miradas que las entrevistadas tienen sobre el poder. Para el efecto, ellas plantean: • Sentí que constituía un espacio importante y estaba muy consciente de que era una posibilidad importante que me había dado la vida para poder hacer cumplir mis sueños; el poder, como poder no me atrae. • Vamos a estar ahí, sin cálculos y sin pedir cuotas: ésa ha sido una de las decisiones de las bases. • El hombre siempre quiere manejar el poder, el hombre siempre quiere estar más arriba. • Yo he venido utilizando el poder al servicio de la gente. Pero el tema, es que digo: cuando yo hablo del servicio a la gente, estoy hablando de una connotación del servicio a la gente y no de servirme del poder. • Yo creo que esa relación con el poder, la forma en como se maneja el poder, es muy complicada; yo personalmente creo que uno tiene que preguntarse eso todos los días, creo que uno tiene que mirar las responsabilidades, probablemente el poder, entre comillas, como una cosa pasajera… Pareciera que es un espacio validado como importante, por el cual hasta se pelea; pero también es un espacio aún distante, ambiguo, que genera sospechas. No en todos los casos se concibe como una aspiración legítima. Hannah Arendt afirma que existe una concepción negativa del poder como dominio, opresión, sinónimos de fuerza y violencia que, por lo general, es lo que se sustenta 52 Cañete, María Fernanda (2005). Participación y Ciudadanía. Entre las crisis y las oportunidades. Quito, CONAMU, FLACSO, UNFPA, UNIFEM. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 19 20 en la esfera pública. Pero ella insiste en que no calificamos su potencial positivo, enriquecedor, constructivo, aclarando algo muy pertinente: “La acción política es la que produce poder gracias a la comunidad política, a la relación de individualidades y la pluralidad”53. Encuentra en este espacio común una fuente de poder: el hablar y actuar juntos. Perspectiva interesante, en este momento de irrupción de las mujeres en el sistema político formal y que requiere de un debate más prolijo y sostenido. ¿Podremos invadir este espacio masculinizado con otras formas, otros mecanismos? ¿Cómo enfrentamos el conflicto político superando la pelea burda y chantajista a la que estamos acostumbradas en las formas actuales? Se puede concluir sin duda que hoy en día la presencia de las mujeres en la política formal está garantizada tanto en el sistema representativo cuanto en el de la participación ciudadana. Esta presencia sin lugar a dudas aporta y vitaliza el escenario público. Desde esta realidad nos interesa reflexionar sobre ella. M. Lois distingue dos tipos de representación: la “representación descriptiva” cuando el representante y el representado comparten los mismos intereses; una “representación sustantiva”54 cuando se marca diferencia, es decir se influye en contenidos, se apropia de las agendas colectivas, se construyen nuevos significados y discursos, se modifican prácticas. En torno a la importancia de lo cuantitativo de nuestra presencia política, destaca que “si las mujeres se convierten en masa crítica en un cierto umbral, ya pueden producir cambios; pero si son mayoría y provienen de los movimientos u organizaciones sociales de mujeres, esos cambios son más significativos”55. Según esta afirmación, el escenario ecuatoriano ofrece las condiciones para intervenir con mejores perspectivas especialmente si las organizaciones ciudadanas y los partidos políticos reconocen a las mujeres como agentes de la política. El mismo escenario también convoca a las lideresas en su calidad de potenciales actoras políticas para hacerse el mismo cuestionamiento, sabiendo que la decisión individual está cruzada por factores clave para la vida pública: tiempo, recursos, formación. Este acercamiento nos ha permitido tener nuevas pistas: las prácticas y los logros se basan en procesos políticos marcados especialmente por una mayor horizontalidad, un mayor acercamiento a la vida cotidiana y todos los intereses y necesidades que de ella se derivan, una permanente búsqueda de provocar rupturas en lo establecido. Pareciera que los modos de hacer política se han modificado parcialmente con la presencia de la diversidad. Esto implica que los intereses y decisiones políticas tengan otra direccionalidad. Si bien esto nos alienta, no podemos dejar de lado la realidad de la mayoría de mujeres que participan en la es- tructura formal de la política, cuyo quehacer está atravesado por su mundo privado, por las desventajas que provoca la división sexual del trabajo al interior de la vida familiar, porque la carga exclusiva de las responsabilidades domésticas no han cambiado: “la atribución de las tareas de cuidado a las mujeres, es la que impide la configuración de un imaginario político incluyente [...] la división sexual del trabajo, no solo oprime, sino que oscurece este hecho”56. En esta misma perspectiva, el obstáculo mayor y más efectivo son los patrones culturales vigentes que atraviesan la vida privada, y que se transfieren a las mujeres en el espacio público. 53 Comesaña, Gloria M. Ob. cit. 54 Lois, M. y Diz, Isabel (2006). “¿Qué sabemos sobre la presencia política de las mujeres y la toma de decisiones?”. Dossier. 55 Íd. 56 Izquierdo, M. Jesús (2007). “La solidaridad e intereses en la base de la ciudadanía. Género y cohesión social” en Documento de trabajo #16. Madrid, Ed. Fundación Carolina. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? V. Retratos hablados Retratos de familia a. Retratos privados y públicos La familia aparece con una función central en la formación, en las decisiones sobre la educación formal, en sus posibilidades o límites, así como en la reproducción o no de las normas de género. En algunos casos éstas se reproducen sin un cuestionamiento inicial. No obstante, todas en algún momento son cuestionadas tanto en la familia de origen cuanto en aquella creada. Esas interrogantes se producen dentro de la familia como parte de las propias sensaciones de injusticia y de inconformidad. En el seno de la familia hay una presencia marcada de la madre, como primera resonancia y espejo. La madre también como cómplice en la ruptura con la prohibición. La que toma decisiones e imparte valores, sobre todo en las mujeres mayores. En la más joven, el entorno familiar promueve el desarrollo de la independencia y la autonomía. En las familias de clase media la educación de las mujeres cobra características particulares. El acceso a ella estaba dado por las condiciones socioeconómicas y sociales; ahí el impedimento es la propia familia. En el caso de las mujeres de sectores populares, en cambio, no hay la posibilidad de acceder a la educación o es la propia familia la que considera que la inversión en educación es inapropiada. La visión de que las niñas no son buena “inversión” pone de manifiesto la concepción de que la “rentabilidad” se produce al “invertir” en los hombres. Así, se restringe a las mujeres al ámbito de lo doméstico, al mundo de lo privado donde no hay inversión. La diferencia de clase es sugerente: constituye un impedimento propio de una sociedad estratificada y desigual, y también una limitación en el acceso a la educación para las mujeres jóvenes.Y esto hasta hace apenas 30 años. Es asimismo importante anotar que para las mujeres de clase media, el temor de la familia al casamiento como argumento para limitarles el acceso a la educación superior sugiere un giro respecto de la valoración del matrimonio o, más propiamente, se traduce en un temor ante la posible pérdida de control sobre el tipo de “alianzas” que podían producirse. Lo que es innegable es que el impedimento de los padres se materializa en la prohibición de la movilidad y en la negativa de brindarles apoyo económico como medio para coartar la independencia y la puesta en práctica de las decisiones de las hijas. Si bien las diferencias de clase subsisten, el acceso de las mujeres a la educación superior y la puesta en práctica de esas decisiones personales de formación y de ruptura con la familia marcan, en algunos casos, un momento de afirmación y de autonomía económica. Aun con conflictos, en tanto mujeres y actoras políticas el espacio educativo es uno de formación y de interpelación importante. Curiosamente, la marginación por embarazo en las jóvenes es una realidad que no se modifica y que es común a todo el rango generacional de las entrevistadas. En las familias creadas, las mujeres de clase media y de sectores populares afirman sus decisiones y definen roles o distribuyen las tareas domésticas. La afirmación de sus necesidades y proyectos de vida sustentan, no sin conflicto, una relación de poder entre iguales en la pareja. Mientras que la familia de origen tiene un papel clave en el establecimiento de la relación con el mundo social, la familia creada supone para las mujeres una interpelación constante al mundo de lo público, de lo político público. La responsabilidad familiar sigue siendo de las mujeres, sean solteras, con pareja, con o sin hijos/as. En general, estos retratos hablados dan cuenta de tensiones permanentes en la relación de pareja por las opciones personales de las mujeres, especialmente por su participación en el espacio político público. El tiempo es clave en la relación entre lo público y lo privado. Es una causa de tensión con los hijos e hijas y con el marido. La sensación es que hay un tiempo que no se da en el espacio familiar, o que se concede más tiempo al quehacer político, o que falta más tiempo para la vida privada. En algunos casos las parejas van aceptando, luego de un proceso conflictivo y “duro”, las opciones de sus compañeras. En otros, las determinaciones de las mujeres y sus opciones personales dan lugar a la ruptura. Y en otros, la afirmación de que la opción de la participación política no es negociable ni secundaria, o de que la presencia en la organización de las mujeres es vital, ha implicado también asumir las consecuencias respecto de la pareja. Otra causa de separación es la fidelidad política al compromiso con la causa, reflejando una concepción sobre la militancia donde “la causa” está por encima de los sentimientos: una muestra clara de la división entre lo personal y lo político, como criterio de opciones políticas y de compromiso. Lo que se considera antes que el deseo personal, es el compromiso político. El sentimiento de decepción y traición aparece como producto de la no aceptación o desvalorización del quehacer político. En todos los casos estas situaciones de tensión y conflicto son calificadas como “duras” y “complicadas” por las negociaciones que suponen, la tolerancia frente al proceso del otro; pero conllevan, paralelamente, la afirmación de los propios deseos y objetivos. La modificación de los tiempos en lo doméstico y en la vida familiar entraña para las mujeres una redistribución del trabajo doméstico al interior del núcleo familiar, pero no necesariamente con la pareja. Una sensación común es el doble esfuerzo. Doble esfuerzo al interior de la familia para suplir “la falta de tiempo” y doble esfuerzo para que el quehacer político sea reconocido y valorado, y para que la vida personal no lo afecte. Sin embargo, todas las entrevistadas afirman que no es posible dividirlos. Un argumento que no sería el de un hombre dentro de la política o en la esfera pública. No tener hijos o tener hijos grandes sugiere que la relación entre lo personal y lo político es menos difícil, ya sea porque se percibe que la demanda de cuidado no es la misma o porque el no tenerlos implica no sumar al doble esfuerzo, en el ámbito de lo público, esas responsabilidades. No obstante, para todas el quehacer político impone relegar la vida personal a un segundo plano. Así de demandantes resultan el requerimiento en el espacio público o las valoraciones que las mujeres hacen de lo privado. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 21 b. Autorretratos 22 Contrariamente a lo que se puede suponer, en estos autorretratos no sólo hablan de sí mismas: hablan de las otras en sí mismas. Todas descubren temprano en la vida el sentido de resistencia, de solidaridad, la conciencia de justicia o la curiosidad, esos sentidos que aparecen como el impulso que las acerca a la política. El verbo que se conjuga de manera permanente es el verbo sentir, en primera persona del singular y en tiempo presente. “Yo siento”, “yo creo, que siento” son las dos formulaciones lingüísticas para narrarse y hablar de sí mismas. Todas se sienten parte de un cambio social, de un tipo de transformación en el contexto político. Por un lado, del retorno a los cauces constitucionales, a finales de los años 1970, y por el otro del cuestionamiento de los 25 años de democracia. Sienten que han contribuido a mejorar la comunidad, la ciudad, y a la creciente participación política de las mujeres. Sienten haberse ganado el respeto y el reconocimiento por su quehacer político. Los valores a que atribuyen ese respeto son la entrega, la perseverancia, el compromiso, el liderazgo, la capacidad y la honorabilidad. Estos a su vez reflejan diferentes modos y concepciones de cómo hacer política y cómo hacen política las mujeres. Se reconoce la dificultad en el acceso a los espacios de la política formal, la utilización de mecanismos “masculinos” para lograrlo, el imperativo de adaptarse a ese mundo público del gobierno nacional o local y lo que esa adaptación implica: por un lado, la construcción de una imagen de clase y, por otro, una adecuación a las reglas de dominio masculino. Hay un cuestionamiento del accionar político de las “otras”, que se enuncia como representación de las otras más que de sí mismas. Asimismo, se cuestiona el comportamiento de las mujeres que se adaptan y subordinan porque reconocen ese tipo de lugar en la política como un locus doméstico o su derivación, es decir, la resolución de lo práctico sin tomar decisiones. Se cuestiona igualmente el rol auxiliar de las mujeres en la política y la concesión de espacios para evitar el conflicto. A su vez, el reconocimiento del conflicto en el espacio de lo público como parte de la experiencia política muestra una diferencia generacional. Es singular que se reconozca el conflicto como tensión entre lo público y lo privado, y que no obstante se lo evite en el espacio público. Los espacios de participación que se reconocen son múltiples y diversos, y los modos de hacer política son distintos. Para unas la finalidad es el ejercicio de poder, para otras éste aparece como casual y no como un deseo personal; obedece también a un propósito de servicio o solidaridad e incluso como una forma de vida en que la política está ante todo y se le entrega todo. Este último es un modelo de entrega absoluta como compromiso vital, propio de la izquierda en sus inicios y de una visión cristiana. El espacio de la política formal se identifica no sólo como un espacio de dominio masculino sino de clase. Uno de los mecanismos de exclusión es la clase social, como lo es el género. La política se retrata como de clase media alta, espacio de la pequeña burguesía local, donde el éxito es parte del quehacer político y la visibilidad o autoridad de las mujeres resultan sospechosas. El éxito para las mujeres está definido por el respeto y reconocimiento ganado en el mundo masculino, por la aceptación y la capacidad de influencia y de representación formal. El concepto de éxito es un concepto en la estructura formal de la política y está ausente en el lenguaje de la valoración del accionar político en otros espacios. Se afirma que hay nuevos modelos de hacer política de las mujeres. Unas hacen referencia a la sensibilidad que es “parte de ser madre y esposa”, otras a un tipo de poder propio de la psique y de la “naturaleza femenina”. Otras, más bien a una opción, donde la clave es no ir contra los propios principios. En algunas de estas formas de hacer política de las mujeres se reitera la practicidad y los resultados de lo que se hace. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? c. Ellos las retratan d. Retratos hechos por ellas A través de la manera como perciben los hombres a las mujeres en la política, desde esa experiencia de ser representadas por ellos en lo público, se dibuja el tipo de sujeto mujer que está presente en el imaginario de los varones en la esfera pública. En realidad, estos retratos en principio pensados por ellos respecto de ellas, reflejan más bien cómo se sienten retratadas las mujeres en la política. Esta dificultad de separar el ellos del ellas en cuanto a las percepciones deja entrever la sensación de que se sienten miradas desde el estereotipo y el prejuicio. Se grafica de manera clara el supuesto de que la política no es espacio para las mujeres, en todo caso no en la política formal, no para organizarse como mujeres en la comunidad. La presunción en lo comunitario de que las mujeres que se organizan son quita maridos o carishinas es una constante, aún mayor, en el área rural. Es el temor de que las mujeres salgan del espacio doméstico y se alteren las relaciones de poder establecidas en la pareja y la familia. Se percibe que al incursionar en el mundo público, no son “mujeres de su casa”. A ese supuesto responde precisamente el mote de carishinas. Este tipo de experiencias son parte del proceso de organización de las mujeres desde los inicios del movimiento en el país, a finales de los años 1970. En el espacio de la política formal la percepción no es muy diferente. Las propuestas legales de las mujeres aparecen como quebrantadoras de un orden establecido, que no debe alterarse y, obviamente, su pretensión sería destruir la familia. Las reformas normativas planteadas por las mujeres reflejan claramente el conflicto que se manifiesta cuando las mujeres pretenden modificar el ordenamiento patriarcal de la familia o de la política. En estas percepciones la familia o el espacio privado son todavía el espacio por excelencia de las mujeres. Parecería obvio que no debería haber mujeres en la política, como si la política formal fuera el único espacio donde tienen derecho a participar. En esa argumentación, esgrimida a propósito de la ley de cuotas hace cerca de seis años, subyace el temor a que las mujeres asuman espacios en ese ámbito, demostrando a la vez el dominio sobre ese espacio y la convicción de que “se lo tienen que ganar”. Así, se deja intocado su propio privilegio y es el pretexto para no modificar la estructura de la política. La burla y la falta de respeto a la hora de tratar lo que les interesa a las mujeres, lo que ellas tienen que decir o ante sus cuestionamientos, expresan una actitud de superioridad y de descalificación de las mujeres. Sin embargo, las mujeres hacen política reconociendo la importancia de situarse desde otra actitud que no sea la de la subordinación o la aceptación del dominio. De alguna manera, todas cuestionan el orden patriarcal y lo subvierten en algunos momentos de su experiencia. Estos retratos de sí mismas y de los otros y otras reiteran lo complejo y exigente que resulta para las mujeres acceder a la política y en especial a la política formal. El esfuerzo es un elemento recurrente. Esfuerzo para estar, para dar lo que la política exige, los tiempos que demanda, generalmente en las noches y los fines de semana, los tiempos de la vida privada y de otras responsabilidades, y el esfuerzo por capacitarse. Se sienten como espacios y escenarios difíciles porque las mujeres aún no son percibidas como legítimas otras. Lo que experimentan es que se las deslegitima de manera permanente. El sistema político se reitera como uno de poder económico y de exclusión social. La percepción es que los hombres hacen un tipo de política que no sirve a los intereses de las mujeres, que no son prácticos, y en el cual ellas son utilizadas. Se afirma que no entienden a las mujeres o no las quieren entender. Y aunque reconocen que no todas se identifican con las propuestas del movimiento de mujeres o feminista, sostienen que su participación política es útil para otras. No se menciona la edad como forma de exclusión a las más jóvenes en el mundo de lo político, pero sí la diferencia de clase y el peso del sistema patriarcal, que dificulta o vuelve conflictiva la “entrada” de las mujeres en la política. Sin importar la diferencia generacional, tanto las mujeres adultas como la joven perciben que se expone y juzga su mundo privado, no así el de los hombres. El modo de vivir el mundo de lo privado se presenta como reflejo de la forma de relación en la política. Es decir, por una parte se afirma que las mujeres llevan su experiencia privada al mundo público y, por otra, que la forma de relacionarse de los hombres con las mujeres en lo privado es igual que en el ámbito político. Para ellas ese tipo de relación es percibido como su practicidad llevada al mundo público, mientras ellos optan por la comodidad de depositar en ellas la resolución del día a día. Así, se configura una división sexual del trabajo en la política, igualmente jerárquica y desigual para las mujeres, en virtud de la cual ellas siguen encargándose de lo “menor”, mientras que ellos dirimen los asuntos “mayores”. La complejidad del espacio, como los conflictos que genera el hecho de participar en el mundo de lo público, las hace afirmar que este último no es el único espacio para hacer política. Hay quienes incluso plantean que es más fructífero y enriquecedor actuar desde la sociedad civil. Hay temor de determinadas prácticas de las mujeres, como lo hay que repliquen la práctica política de los hombres. Se plantea igualmente que varias son las formas de “conquistar” lo que se quiere en la política: con conocimiento, con asimilación a las prácticas de los hombres o con la seducción. De la misma manera que se interroga la razón como una manera de entender el mundo. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 23 24 e. Retratos del miedo VI. A manera de cierre La equivocación es el primer miedo que aparece para algunas mujeres en el espacio de lo político público, incluso en aquellas que sienten haber tenido un recorrido anterior que las afirma. Es posible que el hecho de experimentar algo como un desacierto o un error pueda tener más peso para las mujeres. Hay el temor de que lo político absorba cada vez más el espacio de la vida privada, de la vanidad que el ejercicio del poder puede producir y de la relación conflictiva con él. Hay miedo a la persecución política y a la violencia, porque algunas conocen de manera directa, por experiencia propia o de otras cercanas, la utilización de prácticas de silenciamiento a quienes se oponen a determinados intereses. Lo que se expone, desafortunadamente, son prácticas de coacción, intimidación y corrupción. Para unas el silencio es acomodaticio, para otras es una manera de no exponer su vida y la de su familia. La diferencia entre estos silencios radica en que unos sirven para mantener un “cierto tipo de poder” y otros son consecuencia de haberlo develado. Por lo tanto, en ambos casos se trata de una forma de autoprotección. Otras, si embargo, no tienen miedo. En todo caso, su quehacer político no lo supuso. Tal vez fueron otras las condiciones en que lo asumieron. La inquietud primera sobre las paradojas de la modernidad – la “inclusión en el sistema político” y su costo para las mujeres, planteada como interrogante inicial– resulta pertinente en el marco de la pregunta motivadora de esta investigación sobre ¿cómo hacen política las mujeres? Y, particularmente, en el contexto actual del país. Han pasado más de 50 años desde que la primera mujer que entró en el Congreso, doña Nela Martínez Espinosa, dijera: “No me siento ajena…”, por todas las que la precedieron; más de 30 años desde que las mujeres pusimos en la palestra pública la violencia doméstica como un “problema social”; más de 10 años desde cuando participamos por primera vez en una reforma constitucional; casi 30 años desde que nos autoconvocáramos y nos definiéramos como movimiento feminista, conjuntamente con otras muchas mujeres en América Latina. Estas fechas, más que un origen, son parte del recordatorio de un proceso colectivo y referencia de algunos otros procesos que nos anteceden. Estos breves rasgos nos ubican en un momento en el que hacemos un alto, y re-miramos nuestro accionar. En este contexto, la articulación entre subjetividad y política aparece como novedosa y a la vez necesaria. Los fragmentos de estas experiencias vitales así lo confirman. Constatamos el aporte del feminismo para analizar la política e interpelar a los otros y a nosotras mismas. El aporte de la academia y de la producción de conocimiento feminista, tanto como de sus prácticas políticas. El aporte de la ética como núcleo clave de su quehacer político, como una de sus inquietudes esenciales. Las experiencias de las mujeres nos retratan un quehacer político múltiple, que no se agota ni comienza en la estructura formal de la política, ni es su único fin. Una estructura que, por lo demás, es esencialmente de dominio masculino, de clase y heteronormado, donde se dibuja a las mujeres desde un “ideal” normativo y por consiguiente subordinado. La clase, el poder económico y el género masculino aparecen como elementos constitutivos de la política formal y develan el sistema de exclusión. Este tipo de estructura se interroga. La política formal es una interrogación. Somos sujetos políticos y sin embargo no somos legítimas, es una percepción permanente. Paradójicamente, el poder de las mujeres ya no es un enunciado inconcebible. Hay diferencias generacionales, particularmente en la percepción de la política. Lo diferente es la aceptación del conflicto y de la complejidad que supone ser parte del quehacer político público y del poder hegemónico. Se niega el conflicto en lo público, no así en lo privado. En él ámbito privado se lo reconoce y vive como parte de una transformación necesaria. “Lo personal es político”. La gran consigna del movimiento feminista aparece como parte de la agenda y de las transformaciones íntimas, pero no necesariamente en el espacio de la política formal. Se produce un cierto ocultamiento de la vida privada. Esto revela que la división sexual del trabajo en lo privado se reproduce en lo público y por tanto indica que no se ha producido un cambio sustantivo en esa división ni dentro ni fuera de la esfera pública. El retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? doble esfuerzo que hacen las mujeres en los dos ámbitos retrata esta experiencia, a la vez que provoca un cuestionamiento profundo sobre ¿cómo hacen política las mujeres? Participar en lo público aparece como la negación de lo privado. Una contradicción profunda que merece ser analizada, porque es precisamente en esa negación donde se asienta la política que ha sido de dominio masculino. Tensión ésta, que no se absuelve en los espacios de la política formal y que sí es posible resolver en los espacios “no formales” de la política. Un énfasis se torna persistente: en la esfera pública y en lo privado se cuestiona el sistema patriarcal. Se lo cuestiona respecto de la familia, el colegio, las relaciones de pareja, los/las hermanos/as, la comunidad, incluso los mismos espacios formales de la política, y los medios de comunicación. Todos los espacios son interpelados. En parte, el ocultamiento de lo privado se explica por la exposición de la vida privada de las mujeres desde el juicio y el prejuicio, desde un código moral doblemente exigente, y por la persistencia del doble esfuerzo, entre otros, en el caso de las jefaturas de hogar femeninas. Así, las subjetividades en juego se vislumbran, se dibujan, como subjetividades entre “el deber ser de la política y el deber ser políticamente correcto” y entre el “ideal” femenino construido socialmente y “el deseo de ser”57. Una tensión que se produce entre convicciones y principios, y las exigencias del poder hegemónico, donde la relación entre ética y política es un punto neurálgico del quehacer público. Entre política y subjetividad, por otra parte, las concepciones sobre la política de las mujeres son diversas. No obstante, entre las mayores prevalecen las que se sustentan en la psique o naturaleza de las mujeres, mientras que en las otras es la calidad ética en el accionar político. También en este caso, la diferencia generacional es singular. Lo llamativo es la afirmación de que la vida no se agota en la razón, cuestionamiento enraizado en la crítica de la modernidad y subrayado por el feminismo, en virtud de la importancia del cuerpo, el deseo y el inconsciente. Estos retratos dialogados y hablados de las experiencias de las mujeres nos han permitido adjetivar el patriarcado: el sistema patriarcal, las estructuras patriarcales, la cultura patriarcal. Su sustantivación impide analizar sus estructuras y sus modos de operar en su contextualización e historicidad. La tendencia en la política es que nos asignan a las mujeres su humanización, cuando en realidad ésa es una responsabilidad de todas y de todos, y que hoy nos demanda, como tarea, radicalizar la política. Para nosotras, radicalizar la política es, entre otras acciones, conjugar lo público y lo privado. Estas últimas reflexiones nos enfrentan a la pregunta que nos propusiera Braidotti cuando iniciamos este documento: ¿cuál es el costo que nos cobra esta integración? A la luz de los acontecimientos, nos atrevemos a responder que es significativamente alto. Es una carga de responsabilidades en la vida privada, que nos exige un doble y triple esfuerzo; pero lo que es más grave aún es cómo la ocultamos, lo que puede significar que se la cubre de silencio para dar paso solo a “lo urgente e importante”. Sin embargo, es innegable que el movimiento social de mujeres ha acumulado una energía diversa, plural y heterogénea, lo suficientemente vital como para constituirse en sujeto político en el escenario público ecuatoriano, y dentro de la estructura formal de la política, democratizando la política. Este reconocimiento a su vez nos presenta un nuevo desafío, el no ser correas de transmisión de las maquinarias electorales, mantener la capacidad de poner en cuestión al poder que aún se define como patriarcal y la autonomía del movimiento frente al Estado. Es deseable que hagamos una política que siendo radical no de la espalda a la política formal. 57 Butler, Judith. Ob. cit., p. 145. La autora propone repensar la ética desde el deseo de ser, y lo hace refiriéndose a un texto de Giorgio Agamben (The Coming Community, Minneapolis, Unversity of Minnesota Press, 1993): “[…] si los seres humanos fuesen o tuviesen que ser una sustancia u otra, un destino u otro, no sería posible la experiencia ética […] Hay efectivamente algo que los seres humanos son y tienen que ser, pero no se trata de una esencia ni propiamente de una cosa: Se trata del simple hecho de la propia existencia como posibilidad o potencialidad”. retratoshablados: ¿cómo hacemos política las mujeres? 25
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