(poema en prosa) De cómo mi madre nos enseñó a - Helvia

(poema en prosa)
De cómo mi madre nos enseñó a contemplar la muerte
Cuando murió el abuelo no nos dimos cuenta. Mamá me
dijo: «nene, enderézalo, que se ha dormido».
En la cocina recordaban cómo se reía al disfrazarme, y
entre risas repetía: «Conchi, Conchi, mira el zascandil
este». O cómo en San Juan de Dios y en medio de la
noche, lloraba, voz en grito: «si yo he sido un papá
bueno».
La cosa es que, cuando murió el abuelo, no nos dimos
cuenta; le amortajé con la vecina, y lo dejé en su caja.
Cuando murió la abuela estaba hermosa: ni una arruga, los
ojos grandes y redondos, tenía risas pequeñitas; miraba…
como si comprendiese todas las cosas que nunca antes
quiso entender.
La tarde de después, su hermana Rosita nos contaba cómo
cuando niñas repartían barras de pan en el Madrid de la
contienda.
Y cuando murió Rosita, la imaginé allí sentada bajo el
árbol de Colmenar con Alexandre.
Cuando los padrinos mueran saldrán una última vez por la
puerta del piso de Ciudad Jardín, llevando consigo la tabla
del seis, mis dibujos, 20.000 leguas de viaje submarino,
las horas de estudio de un niño con dislexia.
Cuando papá muera, cuando muera mi papá, me
arrepentiré de no pasar con él las mañanas de sábado
haciendo la comida (su forma de amarnos sin decirlo).
El día que mi madre muera —¡Dios!, yo no sé…— el día
que mi madre muera.