Autor: Rafael Gustavo Posso Parra. Proceso de recuperación de la memoria denominado Siguiendo Huellas. San Juan Nepomuceno, 2010 ¿Cómo nos toca la guerra? Universidad Javeriana Facultad de Estudios Ambientales y Rurales Maestría en Desarrollo Rural Bogotá, Noviembre de 2010 CONTENIDO 1. DOS CANCIONES, UNA FAMILIA Y UN PUEBLO 2. A LA ALTURA DEL CONFLICTO 3. UNA PROPAGACIÓN DEL HAMPA 4. MUERTE TRAS MUERTE EN MI FAMILIA 5. MI HISTORIA, ENTRETEJIDA CON LA GUERRA 6. LA DOCENCIA EN COLOMBIA: PROFESION PELIGRO 7. HISTORIA DEL SECUESTRO Y DESAPARICIÓN DE FRANCELINA 8. NARRACIONES CON HUELLAS DE LA VIOLENCIA 9. A MI ME TOCA LA GUERRA DESDE ANTES DE NACER 10. 12. LA GUERRA NOS TOCA DE MUCHAS MANERAS 13. LUZ STIBALLY 14. LAS CARAS DE LA GUERRA 15. UNA MADRE SOLTERA Y JOVEN EN MEDIO DE LA VIOLENCIA 16. ¡MATARON A MARCELA EN LLANO GRANDE! 17. “PABLINCHI” 18. CUANDO EL CONFLICTO ESTABA EN PAÑALES 19. CÓMO NOS TOCA LA GUERRA 20. MIRANDO LA GUERRA SIN SIQUIERA COMPRENDER ¿CÓMO? Y ¿POR QUÉ?, PERO ENTENDIENDO EL ELEMENTO PERDIDO, LO ESENCIAL… EL PUEBLO DE DON ISRAEL 11. RELATO DE UN COLOMBIANO AL QUE NO LE HA TOCADO LA GUERRA 21. APRENDIENDO A CAMINAR PRESENTACIÓN Estas son nuevas historias, otras experiencias, todas con un denominador común, esculcado en los recuerdos de infancia, de la vida familiar, de los vecinos, de los recuerdos laborales. Como cada semestre en este curso, buscamos recuperar la memoria de cada uno de las y los estudiantes del curso, en torno a la pregunta ¿Cómo nos toca la guerra? para ponerla luego en manos de todos los participantes. En esta ocasión, encontramos una importante tendencia de testimonios directamente vividos, que están impregnados de emociones y reflexiones marcadas por la impotencia y el dolor. Algunas vivencias han incursionado en los hilos históricos de sus familias, encontrando hechos si bien no vivieron directamente, si marcaron huellas en las trayectorias de muchas personas incluyendo la propia. Quienes han acompañado procesos de memoria histórica, saben que ese caminar está acompañado de experiencias individuales y colectivas tácitas, difusas. Recordar aquello que duele y que queremos evitar requiere un esfuerzo especial para traerlo al presente y expresarlo de alguna manera. Y saben que allí hay un ejercicio de catarsis imperceptible que se acompaña de muchas imágenes, emociones y sentimientos. Cuando el relato está fuera y se mezcla con otros, una sensación de colectivo se va tejiendo silenciosamente. De eso se trata este modesto ejercicio. De reencontrarnos en medio de nuestras memorias marcadas por esta guerra que nos ha tocado de muchas maneras. Gracias por aceptar esta invitación. Flor Edilma Osorio Pérez 3 1. DOS CANCIONES, UNA FAMILIA Y UN PUEBLO Aunque mi padre se encuentra ausente Negrito Barrios te recordaré Aunque mi padre se encuentra ausente Negrito Barrios te recordaré El domingo 17 de octubre de 2010, en la plaza central de San Cayetano en horas de la tarde, una mujer de 32 años de edad sube por primera vez a la tarima. Era la única que lo haría ese día, para cantar ante los presentes una canción de su autoría titulada Homenaje a mi Padre. Desde que era una adolescente no había vuelto a componer canciones. Las estrofas que sonaron por primera vez son las siguientes: Como el más noble cultivador Del ñame más grande tú eras el mejor Como el más noble cultivador Del ñame más grande tú eras el mejor Y hoy te regalo esta canción Con gran amor porque te quiero Y hoy te regalo esta canción Con gran amor porque te quiero (bis) Como es costumbre en San Cayetano desde hace muchos años, para este puente del mes de octubre se celebra el tradicional Festival del Ñame, fiesta popular que tiene como objetivo resaltar la labor del campesino en la producción de alimentos. Todos los años se hace un homenaje al cultivo que lleva el nombre del festival: el campesino que presente el ñame más grande es premiado y reconocido como el rey del ñame. Todos los años participan decenas de campesinos con este producto estrella, que por otro lado tiene la fama de contribuir a la longevidad de las personas. San Cayetano aquí teneís tu hija, San Cayetano aquí teneís tu hija, Y que ha venido a dedicar esta canción Porque esta es una tierra prometida Porque esta es una tierra prometida Impulsadora de nuestro folclor Por eso con motivo y con razón Se la dedico pa’ toda mi gente Que están presentes y están conmigo Agradecida yo viviré Aunque mi padre se encuentra ausente Negrito Barrios te recordaré Aunque mi padre se encuentra ausente Negrito Barrios te recordaré Durante la década de los 80 y 90 el “negro Barrios” fue un campesino respetado y reconocido, que durante muchos años ostentó el título del rey del ñame. Siempre llegaba de último al momento de la premiación, mientras los otros campesinos aguardaban con cautela su llegada, ya conocían su gran fama. Todos los años el rey del ñame; como lo relata su hija, enamorado de su labor, cuidaba y consentía el ñame que participaría en el festival. Incluso su esposa le reprochaba su intensa dedicación a la agricultura. Como el más noble cultivador Del ñame más grande tú eras el mejor Como el más noble cultivador Del ñame más grande tú eras el mejor Y hoy te regalo esta canción Con gran amor porque te quiero Y hoy te regalo esta canción Con gran amor porque te quiero La familia Barrios con mucho esfuerzo llegó a ser una familia campesina próspera, con mucho esfuerzo porque sólo contaron con sus habilidades, sus saberes, sus manos y su creatividad. Estos recursos les permitieron constituir un patrimonio que les facilitó que sus hijos/as estudiaran, solventar problemas de salud, y tener una vida tranquila y digna. Pero esta condición no era exclusiva de la familia Barrios, era la generalidad de las familias que habitaban la vereda Las Brisas, que además expresaban los valores campesinos en las prácticas del día cambiado, Quiero a mi padre y siempre lo recuerdo Quiero a mi padre y siempre lo recuerdo Como un gran hombre muy trabajador Negrito Barrios tu eres el ejemplo Negrito Barrios tu eres el ejemplo De un pueblo entero y siempre soñador Por eso con motivo y con razón Se la dedico pa’ toda mi gente Que están presentes y están conmigo Agradecida yo viviré 4 préstamo de tierras, intercambio de productos, entre otros. Eso no es ser valiente Son hechos de cobardía, Que manos negras impías Que el señor les dé el perdón Acabaron esta región De los Montes de María En los años 80 la familia Barrios sufre el secuestro del rey del ñame por parte de la guerrilla, obligando a la familia a pagar por su liberación. Este hecho sin embargo no significó la salida de la familia; por el contrario, continuaron en la vereda produciendo alimentos. Lo que realmente cambió para siempre la historia de las familias de Las Brisas fue lo ocurrido el 10 de marzo del año 2.000, y resumido en los siguientes versos creados por otro campesino1: Las viviendas incendiadas Doce muertos de San Juan Desplazados regresaran A veredas desoladas, Dos familias acabadas Y todos sus bienes perdidos Esos crímenes cometidos Nunca se pueden borrar, La plata no puede sanar Masacre de seres queridos Escribo esta versada La masacre de las Brisas Recordarla atemoriza Mucha gente asesinada, Los paracos por bandadas Llegaron a la región Sin clemencia ni compasión Asesinaron a los presentes, Todos eran inocentes Campesinos de condición La región era habitada De pura gente campesina Cultivar el ñame espina Era toda su jornada, Cantidad de matas sembradas Plátano, maíz y yuca El cuerpo se espeluca Recordar cruel desastre, Cometer esa masacre Esa manada tan brusca Reunieron a Mampuján Destruirlo era el antojo Subieron a Pela El Ojo Territorio de San Juan, Matar era su propio afán Campesinos no sospecharon A Joaquín Posso amarraron Hombre pulcro y decente, Que grupo tan indolente A él y a sus hijos mataron Como nada malo tenía No esperaban esa friega Joaquín Posso Ortega Alfredo y José Posso García, Como nada los comprometía Esperaron sin recelo Dalmiro Barrios Lobelo Buen hombre trabajador, Muerto con mucho dolor ¡Dios los tiene en el cielo! En esa región de San Juan Doce campesinos mataron Carros de bandidos entraron Por la Haya y Mampuján, Vea, nunca se olvidarán Tan humildes campesinos Que tuvieron mal destino Ninguno de ellos debía, Degollados a sangre fría Perdónalos Dios divino Ese grupo insurgente Con soldados en compañía Degollaron a sangre fría A líderes inocentes, Aunque está encarcelado Juancho Dique se destapa Wilfrido Mercado Tapia Y José Del Rosario Mercado, Hermanos asesinados Mercado García Rafael Y Mercado García Gabriel Degollados con cuchillo, Y Alexis Rojas Cantillo Muertos en forma cruel Doce los asesinados Cuando se puede olvidar A Jorge Eliécer Tovar Y Manuel Yepes Mercado, 1 Para conocer más sobre estos hechos y sus consecuencias se puede revisar la sentencia del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá, Sala de justicia y paz. 29 de junio de 2010. 5 Pedro Castellano fue llevado Al corregimiento La Haya Sobre él sonó la metralla Y ahí le dieron de baja Es la verdad no es paja Llegaron ni la atarraya M: ¿Usted que cree que sentirían sus hijos si fueran ellos los que estuviran mostrando la foto suya? S: Nosotros sabemos que el rey del ñame era un campesino, nosotros nos equivocamos. Ella con tono pausado y tranquilo le pide el favor de que le conteste la pregunta. Él baja la mirada y le responde: “muy mal”. Cuando regresa a casa su madre, quien había estado escuchando en directo la transmisión de la sesión, y quien se desplazó a Cartagena a trabajar en casas de familia, le comenta que después de haberla escuchado pudo por fin después de 10 años tener una noche más tranquila. Once de Marzo del dos mil En las Brisas y Pela El Ojo Cuchillo, martillo y tramojo Que asesinato tan vil, No utilizaron fusil Pa’ no despertar la región Hacemos conmemoración A los diez años cumplidos, Regresamos sin olvido Y pedimos protección 2. A LA ALTURA DEL CONFLICTO Pobre Etelinda García Quedó sin hijos ni esposo Por el caso desastroso De tan negra fechoría, Conmemoramos este día Con familiares presentes Con regiones acudientes Y organizaciones sociales, Habrá actos culturales Y comida suficiente Foto: Daniel Calderón, Ritakuwa Blanco 5330 m.s.n.m. PNN El Cocuy. Con su memoria precisa Dice el poeta de San Juan El encuentro es Mampuján Para llegar a Las Brisas El evento ahí se realiza Con la población desplazada De las víctimas asesinadas Presentes en este día, De los Montes de María Éstas son tierras sagradas Mi pasión por las montañas me llevaría a conocer el norte del departamento de Boyacá y los municipios que conforman el Parque Nacional Natural El Cocuy y su majestuosa Sierra Nevada. Era entonces el comienzo del milenio, año 2000, y Colombia más que nunca estaba inmersa en un conflicto que auguraba un futuro incierto. Antes de salir de mi casa, mi mamá como siempre amparándome a sus santos y devotos, preparaba mi mochila sin olvidar echarme la comida para el viaje en bus. La familia del rey del ñame y todas las familias que habitaban la vereda desocuparon el territorio, dejando atrás la prosperidad, la tranquilidad y la dignidad. Envueltos hace más de dos años en el primer proceso de reparación judicial, familiares de las personas asesinadas tuvieron la oportunidad de encontrarse frente a frente con los autores materiales del crimen, y este fue un diálogo que sostuvo la mujer que compuso la canción Homenaje a mi Padre, con uno de los asesinos, mostrándole una foto de su padre: Salí con mis amigos del terminal de trasporte. El objetivo: escalar el pico Ritakuwa Blanco, que con su 5.330 m.s.n.m. constituye la montaña más alta de la Sierra Nevada y de la Cordillera Oriental. Sabíamos que era territorio de las FARC–EP; que en la región se vivía un diario temor por su presencia en la zona; sin embargo, esto imprimía un atractivo más al intentar escalar dicha montaña. Mujer: ¿Usted tiene hijos? Señor: Sí Al llegar al municipio de El Cocuy, me sorprendió ver que este pueblo tan lindo estu- 6 viera en un conflicto que diario que sus habitantes no comprendían. De ruana y sombrero, rancheras y aguardiente Ónix, sus habitantes pintan las casas del mismo color blanco y verde. seguir descansando al pie de la montaña; más cansado que resignado acepté bajar. Eran las once de la maña cuando amarré mis botas para caminar las 4 horas de bajada que me esperaban. Bajé poco a poco; ya empezaba a ver la Cueva. Subimos a la Sierra en el lechero, camión trasportador de leche que realiza el recorrido hacia la Sierra todos los santos días, y es empleado también como correo. Sin asientos y con un tanque para más de mil litros de leche, las miradas de los campesinos que también viajaban en él, indagaban por estos visitantes que se atrevían como pocos a venir a estas tierras. Recuerdo que antes de ver el camuflado de la tropa que estaba a la vuelta del camino, pensaba en la suerte que habíamos tenido de escalar en El Cocuy y más aun sin conocer de frente el conflicto. Sin embargo apenas asomó el fusil, las botas militares y pantaneras pensé ¡qué mierda de país en el que estoy! Sin detener mi marcha ni acelerarla, pasé al lado de la tropa, tratando de desvanecerme y rogando a Dios que fueran de los buenos. Buenas tardes. Fue el saludo inicial que hice sin mirar a nadie a los ojos; no hubo respuesta a mi saludo y cuando pensaba que me había librado de aquel desafortunado encuentro, una voz de mando me pidió que parara. – ¡Espere! Porqué se escala montañas, pregunta recurrente a quienes pareciese no importarles la delicadez y fragilidad de la vida; sin embargo, solo al filo de lo inerte y lo sublime se aprecia dicho don, que sin importarles a muchos, pasa por encima de ellos, y de repente tal relámpago que ilumina, se va, sin siquiera darnos cuenta de su destello. Como si fuéramos un par de amigos que se acaban de encontrar, extendí mi mano a la persona que me había hablado. Trataba de fingir que no tenía miedo; que no habría por qué tenerlo. ¿De dónde viene? fue lo primero que me interrogó, ¿Adónde va? ¿Qué hace aquí? ¿No sabe dónde está? Preguntas que traté de responder sin tanto misterio. De repente hubo un silencio en el ambiente, aunque eran más de cuatro los guerrilleros, solo hablaba uno. Mis respuestas eran evidencia que yo era un simple montañista y nada más. Pensé que habían quedado satisfechos con el interrogatorio, porque no era la primera vez que topaban con un escalador; que perdían el tiempo conmigo. Tras el silencio les di la espalda y me despedí, haciéndoles notar que tenía afán. – ¡Espere! Me dijo de nuevo. –Usted no se puede ir. Pasaron sobre mi cabeza mil imágenes que sólo se ven en las noticias, historias de secuestro que se leen en los diarios, cuentos que se inventan las mamás para no dejar a sus hijos salir de casa. Pensé: ahora sí me tocó la guerra. La montaña estuvo ahí, nada más pasó por ella; como visitantes peregrinos que no llevan nada más a cuestas que los sueños de un mundo perdido que se anhela y al retornar se deshace. Su cumbre imponente se alzaba al cielo y para escalarla subimos en la madrugada; a medida que se asciende, el sol calienta el frío glacial. Llegar a la cumbre, momento corto para tan grande esfuerzo, no hay mayor recompensa que la satisfacción de estar más alto que muchos otros. Era el punto más alto al cual me habría parado hasta entonces. Desde allí la línea del horizonte se confundía con las nubes y se mezclaba con los colores de la tierra y el cielo. Bajamos a nuestras carpas y confundimos lo vivido con los sueños, el descanso onírico restauraba el cansancio de la cumbre largo tiempo soñada. Al día siguiente en consenso con mis amigos decidimos que podíamos intentar el Ritakuwa Negro, montaña contigua de mayor dificultad y riesgo. Sin embargo, era necesario bajar por provisiones para los siguientes días que no habíamos calculado. Sería la suerte quien determinaría quién de los agotados montañistas bajaría a la vereda de la Cueva a conseguir los víveres. Los juegos de azar jamás fueron mi aliado, y las cartas que tenía no fueron suficientes para Un discurso que no entendí donde hablaba de un tal Jacobo Arenas y de un tal Marquetalia; de injusticia hacia los campesinos; de un país sin reforma agraria; pregonó durante unos minutos. Yo asentía con la cabeza como tal regaño y hacia cara de estar totalmente de 7 acuerdo con ellos. Einstein dice que el tiempo es relativo, que no siempre los mismos 10 minutos son iguales en todas las circunstancias; ese día lo entendí, porque el discurso que me decía pareciese más de 10 años. Solamente entendí cuando me dijo ¡siga su camino! Hasta entonces no sabía qué era el miedo en el conflicto, qué sentía la familia del campesino desplazado, qué pensaba la gente cuando sus vidas dependían de un color o una idea, cuando estaban secuestradas, cuando no hay esperanza y el corazón late como si fuese a reventarse o a salir corriendo porque no hay salvación. Nunca en mi vida había anhelado tanto estar en un país en paz. mos en este país de un modo o de otro, ya que un conflicto con tanto entramado no deja de tocar a todas las esferas sociales. Es aquí donde expongo el punto que más me toca por ser habitante urbano y al mismo tiempo tener un predio rural. Me refiero a las bandas criminales emergentes al servicio del narcotráfico, que no son más que los antiguos bloques paramilitares sin un líder, lo cual las deja al servicio del dinero, que en la mayoría de los casos es dinero sucio. Viví en una ciudad intermedia y tranquila hasta los 16 años cuando salí a la universidad a buscar mejores oportunidades académicas a las ofrecidas en la provincia. Viví en la Capital del país por más de 8 años, espacio en el cual se gestó en Colombia un poder paramilitar bastante fuerte y durante el cual también se empezó a desmoronar por cuestiones de narcotráfico y política. Luego de pasar estos ocho años volví a mi ciudad y me encontré lo que acá se conoce como “despelote”, que no es más que vivir con la materia fecal al cuello –por no expresarlo como se debe-, desorden que es consecuencia en gran medida a la mala administración, corrupción y participación de grupos al margen de la ley, que a su vez alimenta las dos anteriores. 3. UNA PROPAGACIÓN DEL HAMPA Probablemente para la mayoría de las personas la guerra es una imagen de sangre, fuego, militancias, entre otros aspectos que no son del todo falsos, pero para mi percepción, la guerra no es más que la manera de dominar unos al servicio o intereses de otros, sacando el dominador gran partido del dominado. La gestación de las bandas emergentes se dio en gran parte por la desmovilización, reinserción y desplazamiento forzado a poblados que no cuentan con la infraestructura social para recibir estos fenómenos de manera idónea, generándose así olas de violencia que tocan al común de las ciudades y generan una sensación de inseguridad y terror en lugares donde la tranquilidad era su mayor virtud. Dentro de esos actos están los robos a mano armada, extorsiones, violaciones y asesinatos selectivos (delincuencia común agudizada) que hacen de una ciudad como Sincelejo un verdadero infierno si se conoce cómo era antes. No es ajeno entonces para los colombianos el claro ejemplo de las multinacionales que vienen a nuestro país a colonizar espacios de mercado “vacíos” sacando de esta manera jugosas ganancias que raramente quedan en las arcas de nuestro país; o en el raro caso que permanezcan esas ganancias aquí, lo hacen en bancos que también hacen parte de este tipo de neocolonialismo que no necesita la fuerza como en algún caso la necesitaron los españoles para someter a los indígenas americanos y los esclavos africanos. De esta manera empezamos a darnos cuenta que la guerra no es solo con armas, también existen guerras financieras, comerciales, científicas y en general cualquier aspecto de la vida moderna conlleva implícitamente este tipo de lucha, y si a decir verdad vivimos, la guerra ha hecho parte de la humanidad desde sus comienzos. De este fenómeno solo puede decirse que la clase media, como en todos los males sociales, es la más afectada debido a algo simple: son personas con trabajo, por lo tanto con ingresos, ahorros y poca seguridad; el rico tiene mucho para robar pero al mismo tiempo mucha seguridad; y el pobre, no tiene nada para ser robado -aparentemente, porque también ha sido víctima del crimen-. De Siguiendo una percepción de guerra más notoria y cruel, vamos al conflicto armado colombiano, el cual toca a todos los que vivi- 8 esta manera, la clase media es la que en la gran mayoría de los casos ha sido víctima de crímenes que en general estarían tipificados como hurto agravado calificado, terminando en muchos casos fuertemente denunciados en homicidios. 4. MUERTE TRAS MUERTE EN MI FAMILIA Oriundo de la región del cauca, el señor Juan José Carabalí Ortiz es atraído por la colonización de las tierras del Magdalena Medio y llega a Santander donde conoce a la señora Adela Rincón con quien establece una bonita relación matrimonial de la que nacen 10 hijos y se logran criar 8; de éstos 4 son hombres y 4 mujeres. La historia narrada a continuación es la del segundo hijo del hogar llamado Wilson y termina con la del último de los hermanos quien en vida se llamo Julián. Si vamos al caso rural -Costa Caribe en general- existen bandas que operan con el narcotráfico peleando rutas y territorio dejando entonces a los pobladores y tenedores de predios rurales expuestos a la maldad de estos grupos; en verdad, es aterrador pensar en lo que han hecho y lo que pueden llegar a hacer en su evolución del mal. El predio ubicado en San Bernardo del Viento, Córdoba cuna de movimientos paramilitares- es una pequeña finca que ha sido heredada de generación en generación de inmigrantes Franceses que llegaron a explotar madera a comienzos del siglo pasado. Limita con el Mar Caribe, y he ahí uno de sus puntos a favor, y al mismo tiempo en contra. Esta zona es ruta de narcotráfico y de ahí la pelea permanente entre bandas, las cuales han hecho de la zona un “paraíso invivible” ya que frecuentemente hay enfrentamientos entre fuerzas al margen de la ley, y de éstas con la ley, dejando a la población civil en la mitad del conflicto, siendo ésta, en muchos casos, la más afectada. Lo más triste de la situación es que por este hecho la finca empezó a ser poco productiva debido a la falta de atención. Cada vez los actos se recrudecen y por mas fuerza armada legal que entre a la zona, el hampa sigue ganando espacio, dejando entre los pobladores la idea que el mal si paga, y una de las principales víctimas de esto fue el capataz del predio, ya que uno de sus hijos, hoy desafortunadamente finado, entró en una de estas bandas para conseguir empleo, seguido de su hermano menor, quien hoy se encuentra privado de la libertad por porte ilegal de armas y concierto para delinquir, todos víctimas y victimarios al tiempo en una guerra que nos lleva a la autodestrucción. Wilson partió de la casa a la edad de 12 años, resentido por los castigos impuestos por su padre, asentándose en la zona del valle del rio Cimitarra, territorio dominado en ese entonces por los grupos insurgentes de las FARC, ELN y EPL. Allí es concientizado por la ideología Marxista de la izquierda, y cuando es adulto acepta ser colaborador de la guerrilla de las FARC y trabaja como aserrador de madera. A la edad de 22 años, más precisamente en 1981, tiene un problema con un señor de apellidos Mosquera Palacios oriundo de Choco; dicho pleito llega a las armas (machete) y termina con la vida del señor Mosquera. A partir de ese momento Wilson decide huir para no ser aprehendido por la fuerza coercitiva, llegando al Municipio de San Luis de Antioquia, territorio dominado por el grupo MAS cuya filosofía era la MUERTE A SECUESTRADORES. La llegada de Wilson a este territorio es motivo de atención e induce a estos delincuentes a detenerlo para obtener información acerca de las guerrillas del Magdalena Medio y proponerle trabajar con ellos; Wilson acepta porque no tiene otra opción: la propuesta es de vida o muerte. Sin embargo, al ser liberado por los señores del MAS, huye hasta el Alto de la Pava donde es recapturado y sometido a tortura física hasta el punto de dejarlo al bordo de la muerte. Frente a esta horrenda crueldad Wilson se ve obligado a trabajar con ese grupo devengado un sueldo muy tentador, además de $100.000 extras que ganaría por cada colaborador de la guerrilla que les entregara. Militando Wilson en 9 este ambiente, un día cualquiera recibe la inesperada visita del Juan José Carabalí, su padre, quien lo encuentra transformado en un ser indolente, fuertemente armado, con escoltas y hombres a su mando. En este encuentro Wilson le narra a su padre la crueldad de sus acciones y las del grupo en general queriendo impresionarlo. Desconcertado, después de haber visto y escuchado a su hijo decide regresar a casa; y estando en una reunión familiar cuenta la forma como trabaja Wilson y el monstruo en el que se había convertido, generando de inmediato mucho miedo, dolor, vergüenza e impotencia. Hubo entonces llanto y silencio durante mucho tiempo; el miedo se apoderó de la familia al pensar que las guerrillas podrían tomar alguna retaliación. za los paramilitares y lo acribillan con tres tiros en la cabeza cerca de la infraestructura petrolera que es custodiada por la fuerza pública, quienes no se inmutaron al respecto. Según versiones escuchadas por algunos miembros de la comunidad, la causa de la muerte de Julián se ocasionó supuestamente por arreglar las motos de la guerrilla. Cualquiera que hubiese sido la justificación, el padre jamás la aceptó y no pudo cerrar el duelo, argumentando que no descansaría hasta que denunciara y se hiciera justicia por la muerte de su hijo. Julián es asesinado el 11 de agosto de 2002 y su padre Juan José Carabalí lo lloró todos los once de cada mes durante un año y seis meses. Desgastado por el sentimiento de dolor empieza a padecer una inmunodepresión porque la medula ósea no producía la cantidad normal de glóbulos blancos; a los 79 años de edad, y no en las mejores condiciones de salud, se presentaron un miércoles a las 12 pm los paramilitares para amenazarlo y exigirle que se callara. A partir de esta situación al padre se le agudiza la crisis hasta el punto de volverse paranoico, sintiéndose a cada momento perseguido por los paramilitares y es así como a los ocho días de haber huido de su pueblo, un miércoles once de febrero de 2004 a las 3:15 muere a causa de una hipertensión súbita quien nunca había manejado problemas de tensión. A finales de 1986 se conoce la noticia, por medio de su esposa, que Wilson había sido dado de baja en un enfrentamiento con las FARC en Puerto Boyacá, capital del MAS. Un primo de Juan José dice que vio la tumba (con el alias de él) al igual que otros amigos, pero en realidad aún no se sabe cuál fue el su destino final. Cuando Wilson huye del hogar en 1981, su hermano menor Julián tiene un año de edad y recibe del padre un trato demasiado flexible y amoroso que lo lleva a tomar la decisión de no estudiar; a los 16 años, frente a la necesidad de ser útil, aprende la mecánica automotriz de forma empírica y llega a desempeñarse específicamente como mecánico de motos. Esta labor la desempeñó durante 6 años, adquiriendo habilidades y destrezas con las que logra un gran reconocimiento e interacción con toda clase de personas, especialmente de los grupos al margen de la ley: guerrillas y paramilitares. 5. MI HISTORIA, ENTRETEJIDA CON LA GUERRA Desde pequeña he estado compartiendo varios momentos de mi vida con la guerra. Ella no ha querido desligarse de mi lado; está sujeta a que no le olvide, que cargue con ella hasta mis últimos días. A veces trato de esquivarla, de olvidarla y no pensarla pero se me aparece cada día sorprendiéndome y pidiéndome que no la arrincone, pues olvidarla significaría olvidar mi pasado, mi historia, mi tiempo que se ha entretejido con ella. A manera de antecedentes, los paramilitares se establecen en Yondó, especialmente en el área urbana, en 1999; mientras que el área rural aun sigue siendo dominada por la guerrilla de las FARC. En el año 2002 Julián decide ir a la vereda San Francisco para arreglar las motobombas que suministraban agua para el riego de cultivos de coca, durante un tiempo de siete días. Regresa al pueblo y se dirige luego a una vereda muy cercana llamada Equis Diez (X-10) donde vivían su hijo y señora, lugar del cual lo sacan por la fuer- Es necesario recordar los momentos que viví en Saravena, departamento de Arauca. Estaba muy pequeña cuando llegué a ese lugar, pues mis padres procurando mejores 10 oportunidades decidieron llegar a un pueblo que brindaba el trabajo que estaban buscando. Y la guerra me empezó a tocar cuando tenía 5 años al llegar una empresa petrolera a Caño Limón, que estaba ubicado a pocos kilómetros de Saravena, y empezar agresivamente a realizar trabajos dando como resultado el desplazamiento de indígenas Guahibos y campesinos del sector, pues esto del petróleo (terror del crudo) generó un movimiento campesino fuerte, donde agricultores, indígenas, profesores, estudiantes, amas de casa, obreros, niñas y niños salíamos a marchar por las calles de Saravena. Recuerdo que había volquetas que transportaban a la gente para salir a la calle y decir frases como “fuera yanquis de Colombia” o “todos a la calle”, con una pequeña bandera tricolor creyendo que éramos colombianos, pero no había presencia del estado colombiano excepto por los militares que marchaban con nosotros pero que de pronto también eran explotados. Después de marchar se realizaban cabildos abiertos, donde se tomaba un parque, escuela o colegio, por varios días o hasta meses. Allí se reunían las personas que marchaban para tomar decisiones frente a la arremetida del estado con las empresas de hidrocarburos. En esos cabildos no participe; tan solo los veía y los ojos de indígenas y campesinos reflejaban rabia, dolor, indignación e impotencia, pues ellos sentían que sus palabras no tenían eco por ningún lado, pero sin embargo seguían en la lucha; lucha que era acallada por balas, muertes y desplazamientos, donde el que exige sus derechos es reprimido, torturado, acribillado y víctima a causa de una mano visible que todos conocen pero nadie se compromete a denunciar; donde el que pasa se muere, al sospechoso lo matan y el que mira es asesinado. la gente comentaba que porque eran: “informantes, polocheras2, sospechosos…” y los susurros seguían con expresiones dolorosas de los pobladores del municipio como: “se lo merecía, ya era hora…” El hospital se convirtió en un sitio donde se visitaban los muertos por distracción, por alimentar el morbo, por saber quién era o tal vez cómo había quedado. En este momento vuelve a la memoria el recuerdo de un señor que permanecía en la calle día y noche, conocido con el apodo de “siete mochilas”. Este señor se enteró de muchas muertes pero él no hablaba, solo miraba y cada vez que pasaba a su lado lo saludaba pero el solo se reía. Me preguntaba a mi misma ¿cuántas historias tendrá esta persona en su mente? También él estuvo en el lugar equivocado un día y observó la muerte de otra persona, y por ser el único testigo lo mataron. A “siete mochilas” nunca lo reclamaron en la morgue porque no tenía familia… Tan solo se sabía que era un hombre vagando por el mundo, pero que había llegado a un sendero equivocado y que se enteró de muchas muertes. Recuerdos que me persiguen… En los días de paro nos informaban previamente, aunque no se sabía cuánto tiempo duraría. Lo que se hacía entonces era comprar mercado y gas, pues cuando el paro empezaba se prohibía salir a las tiendas. Parar significaba cerrar todo y no salir a la calle; al acabarse los víveres y el gas se seguía cocinando con leña. No sé quién daba la orden de seguir con el paro o levantarlo, pero esto se hacía supuestamente para presionar al estado por su poca presencia en el municipio. Un tiempo después llegaron las famosas listas negras. En estas listas estaban los nombres de las personas que iban a matar en el municipio. Eran momentos de zozobra, terror y miedo; esto de tener una muerte anunciada se convirtió en una guerra sicológica. Cada uno se preguntaba ¿será a mí, a quien le tocará? ¿A mi vecino, amigo o compañero? ¿Quién será el próximo? Cómo se informaban; no lo sé. Los murmullos siempre llegaban a la población y los momentos de violen- Vivía cerca al hospital. Otro espacio donde la guerra se sentía fuertemente, pues al trasladar allí a las personas heridas, llegaban guerrilleros o paramilitares a terminar de hacer su “trabajo” (así le decían). Es muy triste saber que el hospital era un centro donde los servicios terminaban siendo siempre funerarios. Pasaban los días y quedaban 3 a 5 personas en la morgue, sin que nadie los reclamara, y el que los reclamaba iba a parar al mismo lugar en donde estaba su familiar, amigo, vecino, o compañero. ¿Por qué los mataban? No sé, pero entre susurros 2 Expresión utilizada para determinar una relación de amistad o noviazgo con un policía. 11 cia fueron permanentes dentro del municipio. Empezaron a cumplir con las listas negras exterminando a una población determinada. ¡Qué dolor contar estas historias! El dolor se confunde con impotencia e indignación. Dolor que se ve reflejado en desplazamientos, muertes, olvidos, pobreza y rencores. ¿Hasta cuándo seguiremos acallándonos con esta guerra que nos cobija, nos atrapa y nos mata? 6. LA DOCENCIA EN COLOMBIA: PROFESION PELIGRO 4 de noviembre de 2005. Enciendo la radio y se escucha la noticia: Pacho Herrera, docente del Caquetá, recibió un disparo en el pecho a manos de un sicario, en un barrio de la ciudad de donde había sido trasladado. Las amenazas de las FARC lo perseguían desde enero de 2004, cuando fue nombrado rector del centro educativo El Palmar, en zona rural de Florencia. Allí laboró hasta octubre del mismo año, cuando guerrilleros de algún frente de las FARC lo amenazaron. Hasta el día en que le llegó a mi padre un sufragio, cambiaron las cosas en nuestra casa; todo se nos vino al suelo, pues este sufragio le daba un tiempo determinado a mi papá para que se marchara con toda la familia o si no empezarían acabándonos uno por uno. Esos días fueron tensionantes, pues empezaron a entrar personas extrañas por el tejado de la casa y alumbraban hacia adentro, pero nosotros no salíamos; sólo nos dimos cuenta de los pasos, de la luz que penetraba hasta la habitación y del carro que se marchaba. Me acuerdo que mi madre salió a ver el carro pero nunca lo identificó; tal vez sería el carro fantasma que estaba de moda por esa época saliendo en las noches a hacer sus fechorías dentro del municipio. Las noches eran eternas y se tomó la decisión de dormir todos en la habitación de mis padres, además de colocar en las ventanas elementos fuertes como el closet, para prevenir las balas que entrasen a la casa. La zozobra era permanente recibiendo llamadas telefónicas con amenazas de muerte, hasta el punto que mi padre no se quedaba en la casa sino que buscaba las casas de varios vecinos, para prevenir su muerte. Entonces, respiro profundo y voy rápidamente a la oficina para hablar con Andrea, asesora del Ministerio para docentes amenazados, quien se pone al frente del caso; ahí mismo ella solicita protección para el docente, quien posteriormente es trasladado a un hospital en Bogotá donde espera su segunda intervención quirúrgica. En ese entonces pensaba: si sale de ésta, lo mejor será cambiar su identidad, y sacarlo del país junto con su familia. Hoy en día vive en Toronto. 5 de diciembre de 2006. Nueva noticia: Juancho Polania, profesor amenazado de Arauca, fue asesinado por presuntos guerrilleros un mes después de su traslado al Huila. 9 de septiembre de 2010. Último minuto: Telésforo Durán fue sacado de la escuela rural San Juan, de Anserma (Caldas), hacia las 8 de la mañana y fue ultimado con dos impactos de arma de fuego; una hora después las autoridades informan de un amenazado más en Medellín. Se toma entonces la decisión de marcharse mi papa, y a los pocos días salimos los demás del pueblo de una de las formas más tristes dejando todo atrás. Llevo años escuchando noticias similares varias veces por semana: amenazas, extorsiones y asesinatos. Los docentes son servidores públicos que laboran en todo el territorio nacional, y desde los lugares más lejanos hasta en los grandes centros urbanos, sufren este flagelo por ser líderes comunitarios, o sindicalistas, o tan solo porque como pocos trabajadores en el país reciben mensualmente su salario y terminan siendo víctimas de 12 amenazas y extorsiones por parte de grupos armados y delincuencia común. Ya son 430 docentes amenazados y 365 asesinados a nivel nacional, la mayoría de ellos docentes en Caldas, Caquetá, Putumayo, Córdoba, Norte de Santander, Arauca y Antioquia, por mencionar algunos. 7. HISTORIA DEL SECUESTRO Y DESAPARICIÓN DE FRANCELINA Esta historia se desarrolló durante la guerra civil no declarada de 1946 a 1965, que consistía en el enfrentamiento entre liberales y conservadores y produjo más de doscientas mil víctimas en su mayoría campesinos analfabetas que estaban muy sumergidos en las tendencias políticas de esa época. Hacia 1957–1960 se introduce en esta última fase del conflicto, un tipo de “bandolerismo” con ánimo de lucro que refleja su accionar en los traumas psicológicos, sociales y familiares, sufridos por los “hijos de la violencia de los años cincuenta”. Sus acciones se caracterizaban por una marcada sevicia y atrocidad, que reflejaba la patología social, donde predomina el desprecio a lo establecido, al orden; una especie de lumpen que se caracterizó como “Bandolerismo” o “Bandidismo” (Betancur: 1990). Llevo años viendo cómo rápidamente las entidades competentes activan las alarmas en cada caso, establecen procedimientos y coordinan acciones con la policía para tratar de brindar protección a los docentes. Todos hacen grandes esfuerzos; sin embargo, no son suficientes para acabar con este hostigamiento. Llevo años escuchando cómo hay docentes que se ven obligados a abandonar sus casas junto con sus familias y salir corriendo para tratar de salvar su vida, en el mejor de los casos, si es que tienen oportunidad. Llevo años viendo de lejos cómo la guerra y la violencia están tan cerca; lo vivo a diario. Afecta familias enteras y vulnera no sólo el derecho a la vida de los maestros, sino también el derecho a la educación de cada niño en el país. Las cuadrillas liberales se fueron transformando en cuadrillas “bandoleras” y se tornaron cada vez más en grupos autónomos con ánimo de lucro o financiados por comerciantes de la época. En la medida en que se “voltearon” con sus antiguos “protectores”, perdieron el respaldo de quienes los habían propiciado y que ahora los calificaban de vulgares “bandoleros” y “malhechores”. A partir de ese momento las cuadrillas se fraccionaron en escuadras de dos o tres personas que tendían cada vez más al lucro personal, al robar, violar y asesinar. Mi corazón entristece con cada noticia trágica. Andrea enfrenta cada situación y trata de ponerse en los zapatos de los maestros a fin de agilizar los trámites para su protección. Cada caso es preocupante y cada minuto cuenta para hacer todo lo que esté a nuestro alcance en la lucha por preservar la vida de los docentes. 3 de noviembre de 2010. En medio de la angustia, los alumnos de Telésforo están perdiendo su jornada escolar esperando por un nuevo profesor. Ya se han atrasado en las clases. Sus cuadernos llevan días sin usarse y, según parece, por ahora no llegará un remplazo. Se acerca el final del periodo lectivo y otros docentes no quieren ocupar la “vacante”, pues los embarga el temor de engrosar la ya alarmante cifra de docentes amenazados y asesinados en Colombia. Para este caso especial, el bandolero que afectó a mi familia fue “Desquite”; guerrillero liberal cuyo padre y hermano fueron asesinados por un alcalde conservador. Hasta una cierta época mantuvo buenas relaciones con los jefes locales y regionales y a la vez con los campesinos liberales; pero cuando se fragmentaron las cuadrillas liberales, se convirtió en un “bandolero” a quien solamente le importaba el lucro personal. Nota: Los nombres de los personajes han sido modificados. 13 Francelina Navarro, la octava entre 9 hermanos, hija de José Miguel Navarro y Herminda Mora, nació el 13 de mayo de 1950 en el Líbano, Tolima. La familia compró la hacienda “Calamonte” (ubicada en el municipio de Falan) en 1958, que comprendía 450 hectáreas por un valor de sesenta mil pesos. Por el conflicto armado que se vivía en esa época, se podía ver una marcada devaluación de la tierra. El núcleo familiar estaba radicado en el municipio del Líbano y solamente vivía en la finca por temporadas el jefe de hogar, José Navarro. Los hijos solamente iban para vacaciones de Semana Santa, mitad y fin de año, porque estudiaban los hombres en el Internado Manuel Mejía y Francelina en el colegio Nuestra Señora del Carmen. En el segundo secuestro se llevaron solamente a la joven, con tan solo doce años en 1962, pero describen sus hermanos que fue un día atroz porque robaron todo lo que tenían en la casa de la finca además del surtido que tenía el padre en una fonda donde comercializaba víveres. Golpearon al jefe del hogar con una escopeta de cazar borugas, dejándolo herido, mientras el botín del robo fue cargado en las mismas mulas de la finca, luego de quemar todo lo que quedó con A.C.P.M y se luego se marcharon. Esa noche a toda la familia le tocó salir a buscar refugio en la vereda “Tavera” y luego desplazarse hacia el municipio de Armero donde se radicaron, porque a la Madre de la familia (Herminda Mora) le daba mucho temor regresar al municipio de origen, ya que de ahí era supuestamente el bandolero “Desquite” y de pronto podía correr riesgo otro integrante de la familia. A la familia le llegaron comentarios de que a la joven la habían visto pasar con sus captores por las veredas de Campoalegre, Platillal, La Normal del municipio de Falan, y luego había sido llevada al sitio Guayeros en el departamento de Cundinamarca, donde supuestamente fue asesinada. Esa información en ningún momento fue confirmada; nunca hubo un cuerpo para hacerle un funeral, ni noticia alguna de que Francelina estuviera viva aunque se pago un recate de tres mil pesos. El 17 de marzo de 1963 muere “Desquite” a manos de las fuerzas armadas del estado y varias poblaciones reclamaban el cuerpo para lucirlo como trofeo. Desde ese momento la familia Navarro Mora no sabe nada del destino de Francelina. Los hermanos de la joven asumen que está muerta por los comentarios que llegaron a la familia, pero no saben realmente qué pasó. Foto tomada a Francelina Navarro el día de su primera comunión en 1958. Fuente: álbum familiar. Francelina fue secuestrada dos veces. La primera con uno de sus hermanos mayores (Marcos Navarro), en la época de Semana Santa de 1960, por el bandolero Jose Willian Aranguren alias “Desquite” quien los sacó de la hacienda “Calamonte” y los retuvo por una semana en la vereda el “Socorro” en un sitio llamado el Diamante. Mientras pagaban el rescate de cinco mil pesos, los dos jóvenes fueron aislados y encerrados; Francelina fue encerrada con una mujer, mientras al joven lo dejaron en un cuarto solo. Después de la liberación, los dos hermanos fueron llevados de nuevo a la finca donde duraron unos pocos días y luego regresaron al Líbano. Cuando la familia llegó a vivir Armero se encontraba en unas condiciones económicas precarias, ya que cuando salieron de la finca solamente pudieron salir con lo que tenían puesto y les tocó empezar desde cero, vendiendo en las calles bananos, quesos, jabón de la tierra y otros artículos que producía la madre de la familia. Al mes de haber salido de la finca, el jefe del hogar Miguel Navarro envió a la finca a unos trabajadores de confianza para recoger las pocas pertenencias 14 que dejaron “Desquite” y sus cómplices, que consistían básicamente en algunas aves de corral. “…Ellos [los paramilitares] compraban gente, concientizaban gente para hacer servicio de inteligencia a los mismos campesinos, gente que informaba, y cuando uno menos lo pensaba tenía los paramilitares en la zona. Eso pasó en Dos Quebradas y la Cooperativa3que fue quemada dos veces. Por acá quemaron hasta acá muy cerquita, hasta allí en la finquita quemaron unas casas, mataron muchos campesinos de Cañaveral4 para acá…”5 En 1969 muere el padre de la familia José Navarro y sus hijos regresan a la finca esporádicamente en 1970. En 1978 muere la señora Herminda Navarro y en 1985 los hermanos Navarro Mora hacen el juicio de sucesión para repartirse la finca entre los hermanos varones. El paramilitarismo no nació en los noventas; es una historia de intereses que por décadas se han ido transformando para salvaguardar bienes materiales o ideológicos de la burguesía: El caso del Magdalena Medio –más exactamente el del municipio de Puerto Boyacá-, fue una de las cunas de estos grupos armados que se extendieron por la zona rural; el único modo de seguir viviendo fue resistir. El pasado 11 de noviembre de 2010 se conmemoraban 22 años de la Masacre de Segovia, Antioquia; 22 años de impunidad de uno de los inicios más claros de lo que se venía encima para los que pensaban diferente y para aquellos que sin quererlo se convertirían en mártires de esta guerra frontal. Esta fue una de las primeras muertes masivas producto de la represión y señalamiento contra la Unión Patriótica (UP), partido que representaba los pensamientos alternativos que querían un cambio profundo. Días antes, iniciaron los corrillos por las calles. Muchos presagiaban la muerte, otros no la tenía planeada; se distribuyeron panfletos amenazantes contra los militantes de la UP firmados como Muerte a Revolucionarios del Nordeste Antioqueño. En la actualidad, la Hacienda Calamonte la poseen todavía los hermanos de Francelina Navarro, pero son tierras que prácticamente están abandonadas por sus dueños, porque después del fenómeno del bandidismo este territorio no ha sido ajeno al conflicto armado de las últimas dos décadas: estuvo influenciado desde 1990 por los grupos armados de los Bolcheviques del Líbano pertenecientes al ELN, más tarde fueron el grupo Tulio Varón de las FARC, y desde el 2005 hasta el 2008 por las AUC. 8. NARRACIONES CON HUELLAS DE LA VIOLENCIA La violencia en Colombia no es un fenómeno aislado como dicen muchos. Es una realidad que no se puede negar que existe y persiste, dentro de la historia de los colombianos y colombianas, y que parte de una realidad social, política y económica que ha generado este conflicto interno. Aquel que diga que no lo toca la guerra lamentablemente ha sido cegado por el Modelo Neoliberal Individualista y olvidadizo de la sangre que este país ha tenido que dejar correr. “… y entonces fue cuando los campesinos se alzaron, se fueron; y donde se hicieron las marchas y la asociación, ahí fue donde la asociación hizo la acción humanitaria. Por el lado de Remedios, muchos campesinos murieron de esa manera por parte de los paramilitares y del ejército. Eso andaban juntos, uno los veía juntos y todavía andan juntos. Los mismos que mataron a esa gente todavía andan en Remedios ya supuestamente están disque retirados… [Mi mamá] ella canta la canción Después de hacer varios inicios de crónicas decidí comenzar recordando una serie de eventos y narraciones de vida de las campesinas y campesinos del Magdalena Medio, especialmente de una Mujer Campesina que aunque Joven en edad tiene mucho que contar: una de esas historias caracterizadas por la huella de la violencia que por años se han tenido que vivir en los campos colombianos. 3 Veredas del Nordeste Antioqueño en el Municipio de Remedios, Antioquia. 4 Ibíd. 5 Fragmento de una Narración en audio, Mujer Campesina del Nordeste antioqueño. Responde a las preguntas ¿Cómo nos toca la guerra y cómo sufren las mujeres las consecuencias de la guerra? Septiembre de 2010. 15 a Héctor, el hermanito mío que mataron en Barranca…” decir que uno vive bien, que salgo de acá me meto a un hueco y saco un poco de oro y me lo bebo. Pero eso no es vivir bien, vivir bien es mirar lo que está mal; son miles de personas quienes están mal; no están conscientes de lo que pasa. Yo no sé de política ni del estado nada, pero sé que está mal y que y uno ve mucha cosa. De todas maneras el país tiene que cambiar a menos que se forme una guerra más grande y nos defenderemos. Yo creo que los paramilitares ya no nos van a matar como lo hacían antes porque el campesino no creo que sea tan bobo. Es que llegaban dos personas a una casa y mataban a todas las personas y nadie hacia nada, como pasaba en Remedios; cualquier persona llegaba y degollaba a otra y ya. Creo que ahora eso no pasa porque el campesino ya despertó: así le toque que se arme más la guerra, pero uno no se puede dejar matar así y yo creo que varios piensan lo mismo. Cómo lo engañaban a uno: en brigadas de salud metían uno de allá; y cómo se prestaban esa gente para eso sabiendo que era para matar al campesino. Toda la lista se la llevaban ellos y a uno se le hacía raro porque era como un retén con nombre completo y cédula, o los mismos médicos se la pasaban a ellos… Ahora mandaban a las vacunadoras casa por casa y después el ejército ya sabía el nombre de todas las personas de la casa, desde el más chiquito hasta el más grande”. Esa noche, faltando unos minutos para las 7pm, desde una camioneta en un recorrido de una hora, hombres armados dispararon sin condiciones sobre pobladores Segovianos; recorrieron las calles llevándose a tiros hombres, mujeres, ancianos y niños: un total de 43 personas y más de 80 heridos. Ríos de sangre se vieron bajar por las calles de un municipio minero disputado por los paramilitares y grupos insurgentes, frente a los ojos de la Policía Nacional y el Batallón del Ejercito Bomboná que extrañamente se esfumaron de las calles y no aparecieron hasta que cesaron los tiros. “Lo que más me ha marcado [de la guerra] es perder los hermanos -eso fue lo que más me dolió; también mi tío. O sea; fuimos atropellados porque no tuvimos un papá que verdaderamente nos apoyara. Eso es más duro que la guerra que vivimos ahora; es por eso que caemos en la guerra, por eso están muertos todos; solo estamos las mujeres y mi mamá que todavía la lucha…” Hoy, 22 años después de esa sangre y tras una conmemoración de 3 días, aún se siente el sollozo de muchas voces que piden justicia pero que han escondido sus rostros por miedo, miedo a represarías de los que hoy en día siguen siendo parte de este conflicto. Después de 22 años, al desandar la muerte en modo conmemorativo llenos de amarillo y verde –colores de la UP- no era extraño ser vigilados, registrados fotográficamente, señalados y reseñados por las consignas que llamaban a no olvidar. En esta marcha, después de 22 años, muchas lágrimas se derramaron por el olvido y por el recuerdo. Se sembraron 43 árboles simbolizando la vida, pero también la memoria y la organización. No solamente Segovia es uno de los municipios azotados por el dolor y la mirada cruel del paramilitarismo, la muerte y los señalamientos que acusan de pertenecer a la guerrilla por ser diferente. En Colombia mueren como “Falsos positivos” -Ejecuciones Extrajudiciales- muchos Colombianos inocentes al año; solo en el Nordeste Antioqueño en los últimos años murieron 16 personas que se suman a la limpieza de los municipios Mineros de Oro de la Zona. “A la mujer la toca la guerra: uno como madre que le maten un hijo, como a mi mamá que le matan 3, sin embargo mi mamá sale a cantar. Ella tiene una historia: mi papá era de los que amarraban a mi mamá de un palo y le daba con una rula; le quitaba la ropa… éramos 3 grandecitos. Dos profesoras y un padre la sacaron de allá para Yolombo. Nosotros quedamos solos y mi tío que nos ayudaba lo mataron… y para el estado no pasa nada, porque todas las víctimas de los paramilitares para ellos es normal: se cuadra con plata, se paga el muerto, le dan 13 millones a la viuda y el que lo mató por ahí caminando,… así no tienen como acabarse los crímenes en Colombia”. “Yo quisiera ver [a mis hijos] que fueran diferentes, sin perder la conciencia que uno lleva; ser consciente de lo que está pasando, tirar a un cambio… hay que luchar por un cambio, ahorita está duro pero uno debe unirse a las organizaciones sociales y con eso hay esperanzas de un cambio… cambiar lo que está mal, unidos… Hay que reconocer que hay gente que no está consciente de las cosas, gente que está en el campo y ha sufrido y si usted les pregunta dicen que viven bien, pero igual si viven bien es porque tienen un cajón lleno de comida y un cajón lleno de ropa; pero mire alrededor de ellos y verá gente más llevada que uno de pobreza y desempleo; vaya usted al pueblo y vea cómo viven los profesores: eso es lo que uno tiene que entender. Uno no va a 16 Como mujeres esta guerra nos toca porque muchas vemos morir a los hijos en medio de la guerra -de un bando o del otro-, vemos hijos, hermanos, nietos, sobrinos, etc. morir en brazos, bajo justificaciones inverosímiles que pretenden confundir los pensamientos y sentimientos de mujeres luchadoras por la vida. Ahora la pregunta de ¿cómo nos toca la guerra? tal vez la respondería con otras preguntas: ¿cuánto más vamos a seguir negando esta guerra, este conflicto armado, social y político? ¿Cómo y cuándo abrirán los ojos los intocables, ante la sangre colombiana derramada? ¿Cuándo y cómo llegaremos a la paz y al cambio estructural?..., son dudas que sólo se pueden resolver si logramos ver más allá de un modo distinto, más cercanos a la sociedad. Por cosas del destino, se conocen y unen sus vidas estableciendo una familia. Seguros de que el amor, el trabajo y los deseos de prosperar serían suficientes para salir adelante. Ella de fuertes y marcadas tendencias conservadoras y él liberal hasta el “tuétano”. Sin embargo, para esta época, los partidos políticos podían generar grandes beneficios o perjuicios estigmatizando a las personas que seguían dichos colores. Establecida la familia y con el florecimiento económico de la región las proyecciones eran alentadoras y la ilusión de un mejor porvenir, impulsaba a la nueva familia. Pero esta ilusión fue demasiado fugaz, pues la guerra que se desato en el país y en la zona entre liberales y conservadores, por el poder, termina afectando -como toda guerra- a los que no tienen nada que ver con ella. 9. A MI ME TOCA LA GUERRA DESDE ANTES DE NACER El florecimiento económico que se vislumbraba en la región se desvaneció para unos; la familia ya había crecido y las amenazas de muerte, sumadas a las necesidades que generaba esta familia en crecimiento conducen entonces a un fenómeno que marca el destino de sus vidas: el “desplazamiento”. ¿Cómo toca la guerra a un colombiano promedio que proviene de una familia campesina, que tuvo que radicarse en la ciudad a causa de la violencia generada por las diferencias políticas, lo que desencadena en un cambio de costumbres y la adaptación a un nuevo estilo de vida, pasando del trabajo de la tierra, al establecimiento de pequeños negocios en búsqueda de la supervivencia? En primera medida se ven obligados a abandonar el asentamiento en el que se habían radicado, para acercarse al centro urbano más grande que tuvieran cerca, y que permitiera a pesar de las distancias, administrar lo poco o mucho que habían dejado atrás. Los brotes de violencia se incrementaban y las diarias matanzas indiscriminadas eran la zozobra permanente para esta joven familia. La historia que demuestra el contacto ancestral con la violencia se desarrolla así: …una mañana de 1948 en cierto municipio del piedemonte llanero, en donde se cruzan las vidas de un hombre y una mujer, se dará origen a una familia grande que como buenos colombianos son emprendedores y “rebuscadores”. En ese trascurso de tiempo, intentando sobrevivir, la sombra del desplazamiento reaparece y esta vez de manera más radical: él obligado por ser liberal a “anochecer y no amanecer”, nuevamente debe dejarlo todo, incluida su familia, para alejarse aún más de aquella tierra que le ofrecía un mejor porvenir, pero que era prohibida para un liberal en tiempo de poder conservador. Inicia un nuevo desplazamiento y emprende su viaje para establecerse en la capital, sin poder avisar ni siquiera que está vivo. Él, nacido en Chaguaní (Cundinamarca), salió de su pueblo por la necesidad de buscar un mejor porvenir. Ella, santandereana, de Guadalupe, salió con su familia en busca de trabajo. Todos con un objetivo en común: buscar un mejor futuro. Llegaron al oriente, un territorio enorme e inexplorado, que ofrecía grandes posibilidades laborales y de adquisición de tierras. Para su esposa siguieron tres meses de incertidumbre en los que no se tenía razón; era alta la posibilidad que fuera una víctima más 17 de las matanzas que el río Guatiquía tuvo que alojar. Por fortuna su presentimiento era falso y gracias a un mensaje, con indicaciones precisas de fecha y lugar para el reencuentro, que trae un comerciante de filiación conservadora se informa que su marido está vivo y que la espera en Bogotá en la “plaza Central, pensión Guayaquil 2:00 pm”. Ella empaca sus pertenencias, con pocas maletas, sus dos hijos, y la esperanza del reencuentro, e inicia su travesía hacia Bogotá. Doce horas después llega al sito acordado y una vez más continúan con sus vidas, con necesidades, angustias y sobresaltos, como típica familia colombiana, pero por lo menos libre del acoso que les generaba la violencia y burlando el fatídico proyecto de vida que ésta quería imponerles. esas palabras sencillas de su corazón campesino siempre cautivaban, porque eran despedidas anticipadas. Mucho insistimos en su traslado a otra ciudad; nunca desistimos, pero él tampoco quiso abandonar lo poco que tenía y que le había significado tanto trabajo. Ese día, como de costumbre, se levantó temprano; se tomó el tinto y se preparó para el trabajo, mientras en la cocina su esposa asaba las arepas y atizaba el fogón. Cuando escuchó gritar su nombre en el patio le echó un último vistazo a su señora y le exigió esperar; se lavó la cara y salió al patio a mirar de frente los últimos instantes que le dejaban pensar y actuar en contra de la injusticia social, que ese día a través del ejército nacional lo obligaba a caminar descalzo, descamisado, insultado y golpeado hacia el que los asesinos creían sería su destino final. Así pues la guerra ME TOCÓ DESDE ANTES DE NACER; una guerra de colores, de partidos, que trastocó los destinos de mis antecesores y por ende la mía. De haber seguido acorde a como ellos querían (los protagonistas del escrito, mis abuelos) muy probablemente, yo no existiría. Un día entero les llevó torturarlo, camuflado, y esperar el refuerzo aéreo oficial; todo lo vio la viuda, que sola en su cocina contempló cómo se alejaba el helicóptero con su comensal, que dejó el desayuno servido y el café sin cosechar, a su familia un dolor terrible y a su pueblo la orfandad. 10. EL PUEBLO DE DON ISRAEL Rimbombante fue a los pocos días el triunfo militar: ¡habían dado de baja a un cruel terrorista de las FARC! Rotundo fue el llanto de los hijos, de la esposa y el pueblo de Don Israel, que indignado protestó, invadido por la pérdida de miedo que dejó como semilla la vida digna de un campesino valiente, que hasta el final aportó lo que pudo, buscando superar este sentimiento de injusticia que de vez en cuando a algunos nos hace llorar, pero sobre todo nos hace continuar. A la memoria de Israel González, asesinado por el ejército nacional en zona rural del municipio de San Antonio, Tolima, el día 24 de Enero de 2008. A través del testimonio de su esposa supimos cómo había sido asesinado. Los ojos de esa mujer campesina hoy miran al futuro incierto y lloran al recordar lo que tuvieron que ver tras las tablas de su humilde vivienda. 11.RELATO DE UN COLOMBIANO AL QUE NO LE HA TOCADO LA GUERRA “Cuando uno es viejo le pierde miedo a todo”, decía el líder campesino del sur del Tolima Don Israel González. Lo conocí hace seis años y las palabras francas de este humilde hombre aún están en mi memoria: “Yo sé que me van a matar, pero ya no tengo miedo; ya crié a mis hijos, ya trabajé, ya viví todo lo que tenía que vivir, ahora solo vivo para luchar”. “Tengo miedo de acabar viviendo en un mundo habitado sólo por ancianos achacosos e hijos de la guerra”. Ignacio Martínez Frase de mi amigo escritor, de nacionalidad española. No podía quedarme sin responderle que su miedo es nuestra realidad: todos somos hijos de la guerra aunque pocos lo sa- Desde entonces, las pocas veces que lo volví a ver sentía una inmensa sensación de tranquilidad; su risa y fortaleza se contagiaban y 18 ben o lo quieren ver. Este mundo es como "The matrix", la película más real que se haya filmado en la historia de la humanidad. recogieron junto con otros 9 muchachos en un microbús que los llevaba a una finca para una capacitación. A mi hermano le pareció como raro y antes de salir de la ciudad exigió que lo dejaran bajarse; aunque los hombres se mostraron renuentes no tuvieron otra opción. En efecto, a los otros muchachos que siguieron en el micro los llevaron a un monte y les quitaron los celulares, pero parece que algo les salió mal a esos hombres porque salieron corriendo y dejaron a los muchachos en medio de la nada. Los celulares no se los llevaron ni les robaron nada; eso contó uno de los amigos de mi hermano que estaba con ellos. Ese incidente fue muy raro pero nadie lo denunció, y tres meses después salió el escándalo de los falsos positivos. Llegamos entonces a la conclusión que eso era lo que querían con ellos y a veces recochamos a mi hermano, que por rebelde le salvó la vida a los demás muchachos, pero como finalmente no les pasó nada, por eso ¡a nosotros no nos ha tocado la guerra! “Pues sí; todos somos hijos de la guerra, porque ¿acaso los padres de la patria no derramaron su sangre en el puente de Boyacá para liberarnos de los españoles? Eso se dice en los informes especiales de los noticieros, los documentales y obras de teatro que se ven por estos días a propósito del bicentenario de la independencia. ¿Acaso los mismos españoles no derramaron su sangre para luchar contra la invasión francesa? Eso es lo que se ve en la novela de RCN que muestra la vida de Policarpa Salavarrieta. Qué suerte que eso fue hace muchos años cuando el país completo vivía en guerra y ¡qué suerte que a mí no me ha tocado la guerra! Pobre mi Colombia que ha sufrido tanto en medio del conflicto causado por la guerrilla. Me acuerdo que hace unos 20 años, cuando era niña, estuve en San José del Guaviare; en las noches estaba muy asustada. Se escuchaban bombas a lo lejos, pero mi padre me dijo que no me preocupara; que eso era común allá. Pero como yo estaba de paso, ¡pues a mí no me tocó la guerra! Y ahora con el escándalo de las chuzadas del DAS, se da uno cuenta lo corrupta que es la política de este país. Definitivamente con estos gobernantes nunca va a terminar la guerra y nunca vamos a salir de pobres; pero que carajos, hay que votar por ellos: que roben pero que dejen algo.” Pobre gente, la que la tuvo que vivir de cerca, especialmente la gente del campo; yo si no he tenido que vivir nada de esas cosas. Lo más cercano que he visto de la guerra fue una vez que estaba en la zona rosa de Villavicencio compartiendo con unos amigos; pusieron un carro-bomba y todo el sector explotó. Murieron ahí 8 personas. Pobrecitos los familiares de esos muchachos; a mí no me tocó nada tan trágico aunque hacía 5 minutos había pasado por el lugar donde estaba el carro-bomba, pero gracias a Dios esos 5 minutos fueron suficientes para avanzar tanto que la onda solo nos tumbó al suelo a mí y a mis amigos. El escenario fue terrible: sangre por todos lados, personas heridas, mutilados y muertos, afortunadamente ¡a mí no me ha tocado la guerra! Y como éste, hay millones de colombianos viviendo inmersos en la guerra y pensando que es cosa de otros; pensando que es cosa del pasado, viviendo engañados y manipulados por el gobierno y los medios de comunicación; tolerando la corrupción de los políticos y muchas veces comulgando con ella. Este escrito es un homenaje a los nobles libertadores, los líderes sindicales, Gaitán, Galán, Garzón y demás valientes colombianos, que dieron su vida por la verdad, que aunque les arrebataran sus cuerpos, sus almas partieron al cielo con su conciencia y su libertad. Ahora yo me pregunto ¿a nosotros de qué nos sirven los cuerpos si no tenemos conciencia ni libertad? Porque vivimos en la era más grande de la esclavitud; esclavizan nuestras conciencias que mantienen conectadas a una red de engaños. La gente tiene la noción de que las cosas no están bien, pero el arma más poderosa que utilizan los corruptos para seguir enriqueciéndose a través de su guerra es sin duda alguna “la indiferencia”. Si las personas quieren un cambio primero tienen que cambiarse y desconectarse de la matriz del mundo sub-real que nos imponen y que nosotros les permitimos. Pero la gente ya no va a sufrir tanto. La guerra ya es cosa del pasado: la seguridad democrática arregló el país. Por eso había que votar por Santos; bueno, eso dicen mis tíos arroceros; de lo contrario la guerrilla no los deja trabajar, aunque uno de ellos tuvo que esconderse un mes porque los paramilitares lo iban a matar; pero ¡ni a mi familia ni a mí nos ha tocado la guerra! Y eso de los falsos positivos es una cosa terrible; es muy triste que el estado sea el responsable de eso. Pero bueno, mientras la mayoría de los colombianos estemos tranquilos, pues solo nos podemos lamentar por los demás, aunque con mi familia nos llevamos un buen susto: En el 2008 a mi hermano le prometieron un buen trabajo. Lo 19 El cambio y la justica no vendrán de los gobiernos, ni de las instituciones, ni de las ONG’s, ni de los organismos internacionales. El pueblo es el dueño y responsable de su destino y no hay poder más insuperable que el poder que posee el pueblo; pero el pueblo solo alcanzará su victoria cuando logre vencer la más difícil de las batallas: la batalla contra la cultura del “todo está bien, mientras a mi no me toque”. maten en el monte, para ver qué podemos hacer con quienes quedan? Qué tristeza tanta impotencia, tanta desigualdad, tantos derechos humanos violados, tanta pobreza. Yo hago lo que pueda desde aquí y desde donde me toque, pero siempre donde esté segura. Todos los días tengo que ver cómo familias provenientes de todas partes del país tratan de sobrevivir. Los semáforos viven repletos de desplazados y otros más que aprovechan la situación y se disfrazan. Pero sin poder identificar quién es quién, ¿qué podemos hacer? Los que vivimos en la ciudad hemos tomado una posición de resistencia y otros más de “ese no es problema mío”. 12.LA GUERRA NOS TOCA DE MUCHAS MANERAS La guerra nos toca de muchas maneras, pero siempre nos toca mal. Nos toca con desesperanza, con tristeza, con temor, con la impotencia que caracteriza el tener miedo a la muerte, al destierro, al empezar de nuevo bajo circunstancias difíciles, al dejarlo todo. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con esto? No hacemos más sino quejarnos del gobierno, de la falta de empleo, de la inseguridad, de la guerra, pero realmente ¿hacemos algo al respecto? Ya es hora de poner límites y actuar. No sobra decir que si queremos que esto algún día acabe, en verdad si queremos, debemos empezar por nosotros. Les propongo que hagamos algo por el campo, por las familias que lo necesitan, que quieren volver a sus hogares. Desde nuestra experticia y trabajo debemos fomentar las economías campesinas o proyectos productivos; tratemos de salvar a los campesinos, de darles nuevas herramientas para trabajar la tierra. No sólo la guerra acabó con ellos, también las políticas de globalización y las propuestas del gobierno para propender por el “desarrollo socioeconómico” del país. Hoy en día, los campesinos están cambiando su vocación a obreros, a operadores; ya no es negocio producir la tierra y eso debe cambiar. Debemos rescatarlos o ¿usted qué opina? Trato de ponerme en los zapatos de quienes que han vivido circunstancias adversas con el conflicto armado. Todos los días doy gracias por no tener familiares o amigos en la cárcel, enfermos, desplazados, secuestrados. Cuando veo noticias y percibo cómo sufren otros, también sufro con ellos, me da una inmensa tristeza tener que ver como una madre pierde sus hijos, o hijos a sus padres, o tener la incertidumbre de si su esposo sigue vivo tras casi una década de encierro en la selva, si está enfermo, si come, si piensa en la familia, si piensa que volver es posible. Pienso si continuar con la vida que tenemos está bien y si nos es permitido hacerlo; si tenemos derechos a ser felices a pesar del sufrimiento de otros. Por ejemplo, la travesía del profesor Moncayo desde su ciudad natal hasta llegar al Palacio de Nariño: recorrer 900 km a pie en mes y medio fue tremenda proeza; eso sí me tocó el corazón. Tener a su hijo secuestrado diez años, ¿cómo era posible eso? En verdad, esta condena es muy dura. A diario pagamos por algo que no hemos hecho, o más bien nos preguntamos ¿qué hicimos mal? ¿Cómo dejamos que el conflicto llegara tan lejos y tan violento? ¿Por qué no hicimos nada al respecto y por qué seguimos esperando a que se 13.LUZ STIBALLY No tengo recuerdos de guerra, no tengo nada que me haga lamentar de ella; la guerra ha sido para mí como un fantasma lejano al cual temo y siempre ignoro. Esta vez me tocó quitarme la venda de los ojos y los tapones de los oídos, e irme a buscar la realidad de la guerra que es tan cercana como la familia. 20 allí, pero desconsolado se percató que no se encontraba. Luz Stibally estaba muy contenta. Se terminaba la semana y pronto llegaría el sábado; el tan anhelado día del amor y la amistad. Al salir del colegio decidió visitar a su papá y viajó al pueblo donde él trabajaba para pasar la tarde. Desde ahí llamó a doña Rubiela, su mamá, y la convenció para que viajara y pasara el día de amor y amistad con su papá. Al regresar cansada a casa, se dispuso a hacer las tareas como la niña juiciosa que era. Ya en la madrugada, las fuerzas militares se dieron cuenta que habían cometido un grave error porque las personas que resultaron muertas, no eran insurgentes sino simplemente personas inocentes que vivían en el sector. Tratando de ocultar su falta, visten a sus víctimas con ropas similares a las usadas por los grupos guerrilleros. A Luz Stibally la visten con un pantalón camuflado y botas pantaneras; le cargan un fusil inservible en el hombro izquierdo y en la mano derecha le ponen una granada de fragmentación, esa si en buen estado. Por fin llegó la noche del sábado y Stibally se preparó como cualquier adolescente de 16 años, con la mejor pinta y el mejor maquillaje para ir al descubrimiento del amigo secreto. Pero como siempre que hay tanta expectativa uno siempre termina un poco decepcionado, con esa sensación de que algo faltó, esa noche regreso tempranísimo a su casa. Allí recibió la llamada de su mamá. Luz Stibally habló con ella y le dijo que eso estaba muy aburrido, que quería irse a ver el reinado en el salón comunal del barrio; su mamá le dio el permiso de salir pero le advirtió que debía tener mucho cuidado, que tratara de venirse temprano y en compañía de Esdras, su hermano, quien se encontraba en el billar en la parte de arriba del barrio. Son las 5:00 a.m. Rubiela llama a su casa para recordarles a sus hijos que deben darle tetero a Marisol, su hija más pequeña, pero Esdras no puede ocultar su preocupación y le cuenta a su mamá que Stibally no aparece y que hubo disparos en el barrio. Rubiela se dirige de inmediato a su casa. Cuando llega al barrio lo primero que se encuentra es a un policía, al cual le comenta su situación. Éste le dice que los heridos fueron llevados a dos hospitales cercanos y le informa que hasta el momento hay 5 personas muertas, cuatro mujeres y un hombre. A las doce de la noche entró de imprevisto el ejército y comenzó a hacer requisas en la parte superior del barrio, en el billar donde estaba Esdras. Más tarde, llegaron al salón comunal a hacer lo mismo, y como a eso de las doce y media se escuchó un disparo: uno de los asistentes al reinado se molestó con la presencia de los militares y dio un disparo al aire. Los grupos paramilitares del barrio se alertaron, pensaron que esos hombres vestidos de camuflado eran guerrilleros y comenzaron a disparar en contra del ejército; al sentirse atacados los soldados creyeron que esa gente que estaba viendo el reinado eran milicianos y así empezó el combate. Muy nerviosa Rubiela llega a su casa, llama a su marido y le cuenta todo lo sucedido. Este le indica dónde hay dinero para que vaya a buscar a su hija de inmediato. Desesperados parten Esdras, una cuñada de Rubiela y Rubiela a buscar a Luz Stibally. Llegan primero a la unidad de salud cercana al barrio; allí le dicen que hay una joven muerta pero Rubiela se niega a verla, sus acompañantes si lo hacen y se dan cuenta que no es la persona que buscaban. Luego van al hospital más cercano, donde se encuentra otra de las víctimas del combate ocurrido en el barrio. Después de una larga espera Esdras y la cuñada de Rubiela identifican el cadáver de Luz Stibally. Los asistentes al reinado corren desesperados en todas direcciones para tratar de huir de la balacera. Al escuchar los disparos Esdras se apresura a ir por su hermana, quien se encontraba en la parte baja del barrio de donde provenían los disparos, pero un militar le impide seguir al sitio donde se presentaba el combate. Esdras no tiene más remedio que ir a su casa, con la esperanza de encontrarla En ese momento, como es natural, Rubiela llora y con todo ese sufrimiento debe asumir dos batallas: una para superar su dolor y otra para reivindicar la memoria de su hija, para hacerle justicia a su muerte. Luz Stibally Barrera Rivera, es una más en la lista de los falsos positivos. Una persona que a pesar de 21 su ausencia física me mostró la realidad de la guerra, de la injusticia. Por ahora debo escribir lo que me decía Rubiela entre lágrimas: ya no hablemos más. terrenos para trabajar o ellos mismo se iban a otras partes a trabajar para sostenerse y ayudar a sus familias. Aún a pesar de eso, de nuestra vereda éramos muchos los que si estábamos en los colegios. El recuerdo de Luz Stibally me hace pensar que a muchos miembros lejanos de mi familia, les ha tocado la guerra y que a muchos de mis compatriotas también les ha tocado la guerra. Que esa es una penosa y dura realidad que no nos podemos dar el lujo de ignorar, porque ser indiferentes al dolor nos hace tan salvajes, insensibles e insensatos como aquellos que usan la fuerza para atemorizar. Aunque muchos de estos hechos los sentimos como algo lejano e indiferente, en cualquier momento pueden tocar nuestras vidas y son una realidad. Aquellos que habían optado por no entrar al colegio, se marchaban hacia Cali, Popayán o el destino más frecuente: hacia el departamento del Putumayo, adonde eran llevados a las fincas cocaleras como raspachines. Las mujeres preferían irse hacia Cali o Popayán a trabajar como cocineras, mientras que los hombres en su mayoría se iban hacia el Putumayo. Estos últimos, cuando regresaban en vacaciones tenían cosas nuevas, como ropa de marca, televisores, equipos de sonido, etc., mientras que los que permanecían en el resguardo y especialmente en el colegio parecía que no habíamos hecho nada económico. Frente a esta balanza teníamos que decidir si seguir allí, siendo una carga para nuestros padres y viviendo siempre arrancados por dinero, o al contrario, irnos hacia el Putumayo y ser independientes; comprar ropa de marca, televisores, equipos, y ayudar a nuestros padres. Para muchos la decisión no fue tan difícil; y a la larga era muy racional, si lo midiéramos con costo de oportunidad, ¿no? Yo, gracias a la presión de mis padres fui uno de los que no desertó del colegio en primera instancia, pero mis hermanos mayores si lo habían hecho anteriormente; a ellos no les pusieron problema mis papás porque no tenían otra opción: no podían sostenerlos en el colegio, que en ese tiempo era un privilegio. Por eso ellos si se marcharon, el uno a los 17 años y el otro a los 13 años. Yo era el menor de ellos y no querían que me fuera para allá; me decían que siguiera estudiando. Al igual que los que seguíamos en el colegio, sólo podíamos ir como mandaderos hacia ese departamento en tiempos de vacaciones, y de allá regresábamos con plata y podíamos comprar nuestras cosas. 14.LAS CARAS DE LA GUERRA Pensar cómo nos toca la guerra en un contexto en el cual hemos aprendido a vivir con ella y hemos naturalizado prácticas asumidas como “normales”, hace que necesariamente uno tenga que preguntarse ¿Qué significa la guerra para mí? Y mira hacia adelante y puede comprender que a cada instante hemos estado inscritos en algún lado de las caras de la guerra. En el presente ejercicio quisiera comentar parte de una pequeña historia de algunos amigos contemporáneos que vivimos en una vereda del suroccidente colombiano. Nosotros tuvimos la fortuna de nacer en el resguardo indígena de San Juan, perteneciente al pueblo de Los Pastos; es un resguardo sumamente pequeño y con el tiempo cada vez más y más parcelado, por lo cual se hace casi imposible sostenerse con la agricultura. Especialmente los jóvenes, desde que tengo memoria, han tenido que buscar otras alternativas de vida; los mayores ya se han resignado a vivir en su cuadra. Muchos aguantamos hasta el séptimo u octavo grado dentro del colegio, pero finalmente todos terminamos cediendo; casi nadie regreso después de algunas vacaciones a las clases. Yo regresé sólo hasta el grado noveno; a partir de ahí me retire para irme de una vez por todas hacia allá, pues esa balanza era casi imposible de igualar. La educación Mis contemporáneos ya tuvimos la posibilidad de asistir no solo a la escuela sino también al colegio, que quedaba ubicado en el pueblo. La mayoría de personas pensaban que el colegio era una pérdida de tiempo y por eso no enviaban sus hijos a éste, sino que les daban 22 superior no era un sueño de nadie y parecía que todos los que se habían graduado del colegio no habían hecho mayor cosa; al contrario estaban trabajando como peones. Si acaso, en nuestra vereda existían dos profesionales. Las muertes no solo se llevaban a cabo en los pueblos sino que estas gentes hacían retenes en las cuales con lista en mano bajaban a adultos, jóvenes, señoras, etc. Andar en un carro era pender la vida de un hilo; muchos de los choferes conocidos fueron asesinados, ya sea porque la guerrilla o los paramilitares les quitaban los carros y hacían atentados y luego el bando contrario reconocía el carro y mataban al chofer. Otros murieron en medio de enfrentamientos, y a otros los cogían como choferes para transportar heridos o armamento en medio de combate, y luego eran asesinados como retaliación por el grupo contrario o por el ejército. Dentro del los pueblos se vivía una cacería de brujas: sólo con mencionar que este o aquél era sapo de un grupo, se tenía la muerte asegurada. Nuestro resguardo por aquel entonces era muy sano y no había mayores problemas. No se conocía siquiera un grupo armado. Lo único que había conocido de armas de fuego era una escopeta vieja de mi casa con la cual había que cuidar el ganado o los sembrados en tiempos de cosecha. Cuando viajé al Putumayo, allá si conocí a mucha gente armada; por primera vez conocí a un guerrillero y fue allá donde conocí al ejército, en los retenes que uno u otro montaban por aquel entonces. Los guerrilleros en esos lugares eran los héroes del pueblo, eran un verdadero ejército del pueblo; eran quienes impartían la ley y eran quiénes ponían las condiciones de convivencia. Mientras reinaba la guerrilla en esas tierras no había problema, todo marchaba bien; todo el mundo respetaba a los demás y los ladrones eran los más odiados, por eso casi no existían. No había ley; al ejército se le temía igual que a los paracos, pues cuando la guerrilla reinaba estaba acorralado y por eso ni siquiera los campesinos lo reconocían como legítimo; para ellos la ley era la guerrilla. Con la llegada de los paracos, retomó nuevamente poder el ejército y sin duda también tomó represalia con todos los de las veredas; en los retenes los trataban de guerrilleros o de ayudantes. Al inicio empecé como raspachín de coca, o mandadero de los patrones, pero luego mi hermano me puso a trabajar como ayudante de una camioneta que transportaba gente hacia las veredas. Al inicio fue muy bueno porque andaba por un lado y otro, y en el camino como sólo reinaba la guerrilla; no había problema porque ellos no decían nada, antes conversaban con uno o le gastaban cualquier cosa. Pero luego todo empezó a cambiar de un momento para otro. Personalmente yo vivía con un miedo constante; temía salir de la casa, ya no quería estar allá; temblaba cada vez que se subía un paraco al carro donde trabajaba. Todos agachábamos la cabeza, mirábamos al piso y nos quedábamos en silencio. No solo era impotencia sino también una forma de guerra psicológica: ¡era una humillación! La gota que llenó el vaso para que mi hermano me sacara de allá, fue la masacre de La Dorada. Era el pueblo más cercano al cual vivíamos; es decir, que el próximo que seguía era el que vivíamos. En La Dorada contaba la gente que llegaron más de trescientos hombres en volquetas a las dos de la mañana e hicieron salir al parque a todos, no importaba qué edad tuvieran, y con lista en mano fueron sacando a muchos de los cuales ellos los acusaban de guerrilleros. Más de una docena de personas fueron torturadas frente a los ojos de todos los que estaban allí; la mayoría fueron descuartizados. Era un mensaje que se regaba como el viento y que Se rumoraba por todas partes que habían llegado los “paracos” al Putumayo; unos decían que habían llegado a Puerto Caicedo y otros decían que habían llegado a Puerto Asís. Pero sólo se supo hasta que empezaron las masacres, pueblo por pueblo, como una mancha que se regaba por todo ese territorio. De allí en adelante todo cambio; las masacres se volvieron el pan de cada día; el rio Guamuez se volvió un rio de cuerpos masacrados y de sangre; las muertes más atroces que uno solo creía que eran posibles en otros lugares, se convirtieron en una costumbre. 23 ni siquiera era necesario decirlo explícitamente. cuela rural, pero ahí apareció el primer problema: Sandra es menor de edad. La dificultad se superó con una constancia emitida por el personero del municipio, donde refería que Sandra por su condición de madre soltera podía laborar, aunque ella solo tenía décimo grado aprobado. Apenas volví a Nariño me invadía un sinsabor por los amigos y familiares que permanecían allá. Por más de un año, cada quince días llegaba un conocido en ataúd a la vereda, ya sea muerto por uno o por otro bando, en esa guerra sucia que se habían desatado. Las razones de las muertes eran tan absurdas como las de salir a jugar fútbol o haber estado caminando hacia la casa. Mi primo también era chofer; a él lo mato la guerrilla por no pagar la vacuna pero luego la misma guerrilla pedía perdón porque fue una equivocación; él tenía una familia, de donde quedó una viuda y dos huérfanos. Empieza Sandra a dictar clases. Todos los días sale a las 4 de la mañana, porque debe tomar dos transportes, el primero desde el parque de la localidad por la carretera central que conduce a la capital del Departamento, hasta un desvío llamado San Roque, que conduce hacia la vereda Bocono, donde está la escuela rural. Hasta allí desde la carretera central debe Sandra, esperar las volquetas que llegan a transportar el carbón hacia los centros de acopio ubicados en la capital del Departamento. Cuando esta ola de muerte y las fumigaciones acabaron con la coca, ésta se trasladó hacia el pacifico nariñense. Para allá sólo algunos conocidos fueron a probar suerte. Los demás amigos se vincularon como erradicadores manuales pagados por el estado. Los que tuvimos la oportunidad de regresar del Putumayo retomamos nuestras vidas, unos trabajando en el campo y otros regresamos al colegio. Las oportunidades de trabajo en Nariño eran casi nulas; el campo estaba quebrado, no había ningún cultivo que fuera rentable. Esa situación llevó a muchos a sembrar amapola, que también se convirtió en un problema social y jurídico para quienes lo hicieron, porque muy pronto ésta también fue combatida por el estado. La vereda Bocono, se caracteriza por su economía se basada en la explotación de carbón. Se puede decir que una vereda que tiene una población de 80 habitantes, llega a sumársele unos 250 obreros que viven allí de lunes a sábado. Sandra empieza su labor, confundida entre ser una madre responsable y una profesora eficiente. Es tan joven que se confunde con sus alumnos, pues algunos de ellos tienen entre 13 y 14 años y la superan en estatura. La jornada educativa va desde las 7:30 am hasta las 12:30 pm, hora en que Sandra empieza a regresar a su casa, tomando el mismo trayecto y en los mismos medios de transporte. A diario conoce a personas diferentes pero trata de hablar lo mínimo, pues ya se oye que por la zona empiezan a hacer presencia grupos como la guerrilla, de lo cual Sandra ni sabe ni entiende. De aquel grupo de amigos que salimos de la escuela y pudimos ingresar al colegio tan solo siete pudimos terminar y solo dos tuvimos la oportunidad de estudiar en una universidad… 15.UNA MADRE SOLTERA Y JOVEN EN MEDIO DE LA VIOLENCIA Un joven de la vereda, que dice ser hijo del dueño de varias minas de carbón, frecuenta a Sandra procurando ser su amigo y hasta se ofrece a acompañarla en el camino cuando las volquetas no llegan pronto. Así avanza Sandra en su trabajo los dos primeros meses sin mayores contratiempos. Todos los días Sandra regresa a su casa hacia las 3 pm y cuida a su hijo algunas horas, pues el resto del tiempo está con una niñera que lo atiende. Después de las 6 pm, Sandra va al colegio para terminar su bachillerato. Era el año 1989. Sandra tenía solo 16 años y un hijo de ocho meses, por el cual su padre la abandonó al momento de nacer. Sandra debió salir a buscar trabajo, para sostener a su hijo y sostenerse ella. Algún amigo le ofreció un puesto de docente en una es- 24 bargo, pasados 7 meses Asdrúbal es condenado por rebelión. A mediados del mes de mayo, un día en el que no llegan volquetas a la zona, la joven maestra decide tomar a pie la carretera que la conduce a la vía central. Ha caminado por lo menos 2 km de los 6 que debe atravesar, cuando de pronto ve que desde el margen izquierdo de la carretera, exactamente entre un rastrojo que se nota talado, sale humo y algunas llamas. Al comienzo Sandra cree que se trata de un incendio forestal, pero al observar detenidamente encuentra que se trata de un vehículo que arde en llamas. La joven temerosa se acerca y queda atónita cuando nota que dentro del vehículo, está un hombre atado y ardiendo. Sandra trata de devolverse y se encuentra con un papel tirado en el piso, sostenido en sus esquinas por piedras, que dice: “muerte a quien se atreva a informar” ELN. La joven sale despavorida y, sin mirar atrás, en breves instantes llega hasta la carretera donde encuentra un vehículo que la llevará a su casa. Al llegar, relata a su familia lo ocurrido. Le recomiendan entonces dejar su trabajo, pero ella sabe que no puede por ser el medio de sustento de ella y su pequeño hijo. En la zona se acentúa la presencia de la guerrilla; algunos niños se van de la vereda y la población estudiantil pasa de 30 a 12, lo que indica que pueden cerrar ese centro educativo y enviar los niños al centro más cercano. Sandra ya no tiene la misma seguridad, tranquilidad y estabilidad para trabajar, pero a pesar de todo lo sigue haciendo hasta culminar el año lectivo. Los propietarios de las minas de carbón también se quejan, pues en primer lugar no se consiguen obreros para las labores, y en segundo lugar la guerrilla los viene “boleteando” -como dicen ellos-, lo que indica que debe dar una parte de sus utilidades al grupo guerrillero. Se podría decir que durante el periodo lectivo en que Sandra estuvo presente en la zona, hubo unas 30 muertes violentas. Pasan dos años y Sandra sigue allí, en medio del miedo, las dificultades y la desesperanza. Algunas veces habla sólo con algunas madres de familia que se acercan a la escuela, pero nadie comenta el tema. Solo un día la señora Estela, madre de una de sus alumnas, se acerca para decirle que hay rumores de que a la zona llegarán unos grupos a combatir con la guerrilla, pero que son hombres que vienen sin piedad contra quienes hayan auxiliado o colaborado alguna vez con los guerrilleros. Historias tenebrosas como “que traen motosierras para cortar a la gente en pedazos”, atemorizan a Sandra y a la poca gente que queda en la vereda. Las minas cambian de propietario casi en su mayoría; ya no se conocen entre vecinos; la vereda perdió su sentido de comunidad organizada, pues los que viven allí casi todos son foráneos y poco les interesa el progreso como comunidad. Sandra demuestra ser una mujer fuerte, pues al día siguiente vuelve normalmente a su trabajo; sólo cuenta lo ocurrido al joven amigo que tiene en la vereda, pero allí ya todo el mundo lo comenta y algunos dicen “ya llegaron”, pero Sandra no entiende a qué se refieren. Pasados unos 15 días, al venir de regreso en una volqueta, junto con el conductor observan nuevamente llamaradas en un potrero. Se detienen a ver y encuentran a dos hombres envueltos en una colchoneta, casi calcinados. Esta vez Sandra deja correr por sus mejillas lágrimas de dolor. Durante los meses siguientes, aparecen 6 o 7 personas muertas en diferentes circunstancias, pero Sandra sigue cumpliendo sus obligaciones. Una mañana, al llegar a la escuela, la joven se encuentra con que a su amigo Asdrúbal, la noche anterior había llegado una comisión de la fiscalía para llevárselo, al parecer sindicado de ser subversivo del ELN. Sandra muy asustada decide preguntar a su familia acerca de lo ocurrido, pero allá le dicen que todo está normal y que Asdrúbal es inocente; que ya todo se resolverá. Sin em- La carretera que conducía de la vía central hacia la escuela termina deteriorándose por completo, pues no existe una junta de acción comunal, que gestione recursos para su restablecimiento. Sandra debe caminar todos los días los 6 km del trayecto sin pavimentar y llena de miedo por las cosas que ha visto. Por otra parte, la joven maestra ya ha terminado su bachillerato y empezado una carrera universitaria a distancia. Ahora más que nun- 25 ca necesita el empleo, pero la población estudiantil sigue decreciendo. sus casas; a todos ellos los mataron. Catorce personas en total asesinaron. ¿Cómo le parece profesora?”, acentuó Pedro. Una mañana, cuando Sandra llega al punto denominado San Roque donde debe descender del carro para tomar la carretera hacia la escuela, se encuentra con una gran cantidad de carros parqueados. Ella con prudencia desciende del vehículo sin preguntar nada. Camina unos doscientos metros, hasta llegar a la vía que debe empezar a recorrer. Al llegar allí, observa a unos hombres uniformados con un brazalete de color rojo y negro que dice ELN. Sandra se queda estupefacta, pues a pesar de que ha visto la violencia desde cerca, nunca había visto un guerrillero uniformado. Varias personas conversan aparte con los guerrilleros mientras otros, como la profesora, se quedan callados y algunos ni siquiera se bajan del vehículo en que van; pasada una hora empiezan a dejar ir algunos carros. Sandra, con la valentía que la caracteriza, toma su camino y llega a la escuela; ese día ella no habla, no toma nada, ni siquiera juega con los niños; piensa sólo en el futuro de su pequeño Juan. Sandra, desconcertada por la historia y ya viendo los cadáveres en el piso, a los cuales se les realizaba el levantamiento, decidió buscar rápidamente cómo regresar a su pueblo. Al llegar a su casa, sus padres con el corazón en la mano la esperaban, pues al enterarse de lo ocurrido y conociendo el trayecto que debía caminar Sandra, solo rogaban a Dios que a ella no le hubiese ocurrido nada. Ese día Sandra tomó la decisión de no trabajar más en esa escuela, y por supuesto debía suspender sus estudios universitarios. Lloró toda la tarde sin entender por qué suceden estas cosas. Abrazaba a su pequeño hijo y se preguntaba, ¿qué habremos hecho? Así empieza la historia del paramilitarismo en esa zona. Centenares de muertos, familias destruidas, personas como Sandra con sueños truncados, escuelas cerradas, veredas deshabitadas, la economía de la región venida abajo, pues el carbón ya nadie lo quería explotar. Al medio día, ya de regreso a su casa y creyendo que todo ha transcurrido normalmente, Sandra toma su camino por carretera destapada y polvorienta que la lleva a la vía central. Al llegar allí ve de nuevo algunos carros y un número de personas, pero en menor cantidad de los que había en la mañana. Al acercarse ve que hay muchas mujeres llorando, hombres con caras tristes y algunos carros fúnebres. Sandra no sabe qué hacer. Se atreve a acercarse a Pedro, un conocido del pueblo, para preguntarle qué sucede y Pedro le relata lo siguiente, creyendo que Sandra nada ha visto por la mañana: Después de dos meses de estar sumida en la tristeza y el llanto y de no entender lo que sucede en este bonito país, Sandra decide armarse de valentía e irse a la capital a buscar otro medio para vivir y continuar su carrera. Hoy Sandra es una profesional exitosa y su hijo también es universitario. Ha establecido un hogar con un hombre que la respeta y la valora. Parece que Sandra ahora sufre menos en la ciudad. “será que solo en la ciudad nos sentimos seguros, siendo el campo el lugar donde se produce todo lo necesario para nuestro vivir bien”. “Esta mañana un grupo paramilitar disfrazado de guerrilleros del ELN montaron un retén, que al parecer venía comandado por un antiguo guerrillero que había estado en la zona alias “socavón”, a quien todos los comerciantes y ganaderos de la zona conocían y a quien entregaban sus cuotas mensuales. Al verlo, quienes lo conocían le decían: no se preocupe comandante ya le traigo la platica de la cuota, déjeme ir al pueblo y ya vuelvo. A don José Gómez, lo dejaron ir, fue y trajo la plata y cuando llegó y la entregó, fue asesinado sin piedad. Otras personas que decían conocer al señor “socavón” lo saludaban con amabilidad y hasta le recordaban cuando los había visitado en 26 16.¡MATARON A MARCELA EN LLANO GRANDE! gión. Debo admitir que el saldo que más lamenté en términos sentimentales fue la destrucción total de la casa de mi novia que quedaba justo al lado del comando de policía, que fue arrasado totalmente. Por fortuna ni ella ni sus padres estaban allí. Ahora me doy cuenta que bien pudo ser este el primer episodio en que la guerra me tocó, así fuera tangencialmente. Después perdí conocidos, vecinos, amigos y compañeros de colegio y hasta de universidad, pero no suponían lazos afectivos cercanos. Haciendo un ejercicio memorístico puedo decir que la primera vez que oí hablar de violencia, fue a través de los relatos de mi papá, quien en las tardes conversaba con los peones de más confianza los avatares que le tocó sufrir como liberal durante la contienda partidista de mediados del siglo pasado, y a la que se refería irónicamente como la chiquitica. Las contaba como gesta, más no con odio, resaltando incluso las bondades de algunos conservadores de la región a quienes estimaba. Mucho tiempo después me enteré que buena parte de los peones de la finca eran de filiación conservadora. Esto puede revelar, lo pienso ahora, una faceta un tanto cínica de ver la guerra en cualquiera de sus manifestaciones como algo ajeno hasta que no nos toque directamente, la cual puede esconder explicaciones en algún sentido de lo que ha sido nuestra debacle nacional, donde pareciera que cada uno de los colombianos estamos a la espera de nuestra porción de tragedia para luego irnos a sumar al montón anónimo de las víctimas; algo así como un destino ineluctable, no buscado, al que todos indefectiblemente habremos de llegar. Podría decirse que era una situación superada y que ya el sectarismo en términos prácticos no tenía lugar. El odio en cambio, si era contra Laureano Gómez, como la personificación del mal para mi papá. Tiempo después entendí también el por qué un cuadro de grandes dimensiones con la imagen del general Rojas Pinilla, dominaba un costado de la sala, al frente estaba el típico, el de la Santísima Trinidad, ambos cumpliendo acaso las mismas funciones: conjurar demonios. No podría precisar qué tanto de estos episodios que hoy son parte de mi arsenal biográfico fue lo que me llevó a interesarme por abordar el fenómeno de la violencia con interés intelectual en mis años de universitario y luego en mi vida profesional. Lo que sí puedo estar seguro es que ha sido un tránsito obligado para muchos colombianos, donde la violencia aparece, más que como un objeto de estudio, como una constante sobre la que siempre se vuelve. El eminente investigador de estos temas, Gonzalo Sánchez, lo describe así: En esos tiempos, principios de los ochenta, la guerra era para mí un fenómeno muy remoto, pese a estar en un ambiente rural donde se cuajaba silenciosamente lo que más adelante sería un territorio típico de confrontación. Mi niñez transcurría en los juegos infantiles con mis hermanas, especialmente con Marcela (q. p. d.), cuya invocación aquí me remite a las disputas que teníamos por apropiarnos las tiras cómicas a colores que traía El Tiempo los domingos. Esto puede sonar atípico pero a la finca llegaban religiosamente, así fuera con algunos días de atraso, los periódicos nacionales más importantes que papá leyó y releyó hasta pocos días antes de su muerte. “Desde entonces quedé poseído por la problemática de la violencia: mis estudios se volvieron en cierta manera autoanálisis, exorcismo o catarsis de mis temores y presiones infantiles, intento (tal vez fallido) por entender ahora ese monstruo que dominó mis primeros años y que ha seguido marcando la historia del país y mi propia biografía.”1 Pues bien; para seguir en este tránsito doloroso debo decir que el día que la guerra efectivamente tocó a mi puerta no podía estar más desamparado en términos emocionales. Este panorama que podía resultar idílico se rompió abruptamente a mediados de los noventa, siendo ya estudiante de bachillerato. Presencié desde la finca la toma guerrillera del casco urbano municipal, de esas tantas que hizo el ELN por aquella época en la re- 1 Tomado del Prefacio al texto Guerras, memoria e historia, de Gonzalo Sánchez. Editorial La Carreta – IEPRI, Medellín 2006. 27 Ello en el supuesto que uno se pudiera preparar para recibir una noticia de esta naturaleza. Recuerdo ahora que era un día lluvioso de cielo gris y la mañana apenas despuntaba; debían ser las 6 a.m. cuando uno de mis hermanos entró a la habitación para decirme con tono seco: “mataron a Marcela en Llano Grande.” ticas de la Ley de Justicia y Paz —interpretados, defendidos, criticados y desmentidos desde cada trinchera por el Gobierno y las ONG, académicos o violentólogos, el periodismo y las víctimas—, la conclusión más cruda de la violencia paramilitar es que Colombia nunca estuvo preparada para desenterrar sus muertos. Fue tal el salvajismo nunca calculado de estos ejércitos privados, auspiciados por el narcotráfico, que el país no termina de indigestarse con la sevicia de sus crímenes. Los cadáveres —o sus restos, o lo que queda de éstos— siguen apareciendo aquí y allá. Y ya no hay dónde abrirles campo.”2 Las palabras me quedaron por un momento retumbando en la cabeza y se me vinieron a la memoria una serie de imágenes de ella, de mi hermana Marcela, quien fuera la cómplice generacional de mi niñez y a la que no veía desde hacía algunos años. Todo fue muy rápido pero a la vez denso y pesado, y luego de despertar de esa modorra lo que uno atina a preguntar es casi instintivo y elemental: ¿quiénes fueron y cómo fue? Pues bien, si el país no estaba preparado para desenterrar a sus muertos tampoco ha de estarlo para elaborar el necesario duelo colectivo ni mucho menos para representarlo de manera pública como gesto de vergüenza nacional ante tanta barbarie. A pensar el duelo en conjunto es que nos invita Judith Butler y así comenzar a comprenderlo en sus formas aún en medio de la violencia que no cesa inspirando así un sentimiento de solidaridad colectiva con el dolor propio y ajeno. Me cuestiono ahora, tras años de impunidad y negación de la verdad, que esas suelen ser preguntas carentes de sentido desde un principio, y ¡saber que existen cientos de personas que no pueden ni siquiera planteárselas so pena de correr la misma suerte! Una realidad tan cruda como dolorosa. De esta manera intempestiva y fría puedo decir que la guerra tomó cuerpo de tragedia en carne propia, y desde ahí uno comienza a ver una realidad que percibió lejana y que sólo le pasaba a los otros. “Mucha gente piensa que un duelo es algo privado, que nos devuelve a una situación solitaria y que, en ese sentido, despolitiza. Pero creo que el duelo permite elaborar en forma compleja el sentido de una comunidad política, comenzando por poner en primer plano los lazos que cualquier teoría sobre nuestra dependencia fundamental y nuestra responsabilidad ética necesita pensar. Si mi destino no es ni original ni finalmente separable del tuyo, entonces el “nosotros” está atravesado por una correlatividad a la que no podemos oponernos con facilidad; o que más bien podemos discutir, pero estaríamos negando algo fundamental acerca de las condiciones sociales que nos constituyen.”3 ¿No marca esto acaso un principio de indolencia colectiva? En lo personal pienso que sí, puesto que por más que se estime que la violencia en nuestro medio se rutiniza, lo que verdaderamente se vuelve cotidiano es la carencia de solidaridad en el cuerpo social, la imposibilidad que hemos tenido los colombianos para elaborar esa especie de “duelo social” por nuestros muertos conocidos y desconocidos y saldar esa cuenta pendiente con nuestra memoria colectiva; y en medio de este desajuste, la desidia toma cuerpo. Pareciera que la fuerza de los hechos no da tregua para tomarse el tiempo necesario y comenzar a elaborar el duelo social ya que el espacio mismo se satura y surge entonces la pregunta de si realmente estamos a tiempo de iniciarlo. Un reciente reportaje a la tragedia nacional señalaba lo siguiente: Si el país aún no encara el necesario conjuro social de elaborar el duelo colectivo por las miles de víctimas que deja el conflicto así sea mediante un acto simbólico, ¿qué podemos deducir de ello? En principio como diría Butler, cuando tememos elaborar el duelo, nuestros propios miedos pueden alimentar el impulso de resolverlo rápidamente, de desterrarlo en nombre de una acción dotada de poder de restaurar la pérdida o de devolver el mundo a un orden previo, o de reforzar la 2 El Espectador, Las bodegas del horror. Domingo 4 de julio de 2010. Sección judicial. 3 Judith Butler. Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Paidós 2004. Pág. 48 “Un lustro después de su entrada en vigencia, de todos los enrevesados saldos, números y estadís- 28 fantasía que el mundo estaba previamente ordenado. poca intervención del estado y financiada por la producción de base de coca. El proyecto palmero era un modelo usufructo, en donde los campesinos colocaban la tierra y la empresa se encargaba de suministrar todo para sembrar, mantener y cosechar el cultivo. En el 2004 empezamos con la etapa de vivero, y al siguiente año en el mes de marzo, se inició la siembra de la palma, en lo que se requería todo el esfuerzo en equipo, para en lo que Pablo, que con cariño sus amigos le decíamos “Pablinchi” estaba siempre listo, con la mejor aptitud y disponibilidad. Sin embargo, esto puede ser producto también de una indolencia colectiva mayor capaz de domeñar el horror como estrategia para domesticarlo y hacer de éste un simple amasijo de sucesos que una vez incorporados al espacio biográfico de cada individuo en una lógica de ya nada me sorprende y de esta manera se hace extensivo a la totalidad del cuerpo social que se aletarga en una convivencia mezquina con la violencia y las múltiples degradaciones en cada una de sus manifestaciones. El topógrafo y el loco llegaron en la camioneta ese jueves en la tarde, frenando bruscamente a la entrada de la empresa: Pablinchi había sido bajado del vehículo por cuatro encapuchados en mitad del recorrido de regreso, al frente de la finca Las Flores, después de ser identificado. A la fuerza se lo llevaron hacia el rastrojo, mientras el topógrafo y el loco fueron obligados a partir sin él; el loco tuvo que manejar sin jamás haber tomado un volante, ya que el topógrafo, inmóvil del susto, no se sintió capacitado para conducir. Finalmente se supo, como era la sospecha inicial, que a mi hermana la asesinaron los paramilitares. Que la sacaron de su casa y que previamente habría sufrido amenazas, a las cuales hizo caso omiso por haber tenido la certeza que nada debía, como si esa fuera una premisa valedera en este país para escapar de la acechanza de la muerte violenta. Así me tocó la guerra, la misma que hoy me suscita estas dolorosas reflexiones. 17.“PABLINCHI” Todos en la empresa quedamos perplejos por la noticia, al parecer se trataba de un secuestro. Pero ¿qué motivos lo originaron? Pablo, aunque provenía de una familia con suficientes recursos económicos, hace mucho tiempo había tomado la decisión de alejarse de ellos, teniendo que vivir de sus propios recursos, los cuales hasta el momento no eran causa de un posible secuestro, ya que a cargo de su esposa y su pequeña hija, poco dinero le quedaba para ahorrar. Además, no se le conocían enemigos. Había que esperar noticias, las cuales llegaron pronto. Ese 26 de agosto del año 2005 llegó el “loco” manejando la camioneta de la Compañía, acompañado por el topógrafo, y en la cual había salido Pablo esa mañana muy temprano, dirigiéndose a la vereda de San Luis, en el municipio de Simití, para continuar con la supervisión de la siembra de palma en las fincas que le correspondían en ese núcleo. El “loco” trabajaba con Pablo ayudándole con la supervisión de las labores en campo, y Pablo, un administrador de empresas agropecuarias, trabajaba como técnico en las Compañías Palmeras del Sur de Bolívar, en donde lo conocí un año antes, como compañero de trabajo, y poco tiempo después se convirtió en mi amigo. Al día siguiente, uno de los contratistas prestadores del servicio de maquinaria a la empresa, se acercó a las oficinas para comentarnos que venía de la zona en la que fue raptado Pablo, y allí se le acercó un finquero conocido por él, el cual le menciono que el día anterior había escuchado disparos cerca a su finca. Esto mismo fue comentado a la policía y al ejército, para que se dirigieran al lugar y verificaran lo que había pasado. La respuesta de las dos instituciones fue negativa, argumentando que no tenían las suficientes garantías para desplazarse hasta la zona, Las Compañías Palmeras del Sur de Bolívar era un proyecto para el establecimiento de 2000 hectáreas en palma, en los municipios de San Pablo y Simití, para la sustitución de cultivos ilícitos en la región, altamente influenciada por el conflicto armado, entre la guerrilla y paramilitares, favorecido por la 29 por el difícil orden publico que se presentaba en esa área, casi toda gobernada por paramilitares, miembros del bloque central Bolívar. En realidad tenían la razón; dirigirse ellos allá, con los pocos hombres que tenían, era una muerte segura. Pero nosotros como compañeros y amigos, nos colocamos en la posición de Pablo y de su familia, y decidimos dirigirnos en la mañana del sábado hacia ese lugar todos los compañeros de trabajo y un hermano suyo, el cual era el notario del pueblo; al fin y al cabo a todos nosotros nos conocían en esa vereda, lo que nos dio confianza, obviamente con el gran temor de que tomaran represalias, aún sin saber lo que había acontecido. Su hermano el notario no quiso que le realizaran la autopsia en la morgue del pueblo y en esa misma tarde del sábado lo embarcaron en una chalupa hacia la ciudad de Barrancabermeja, para luego ser trasladado a Bucaramanga; su ciudad de origen. Toda la gente del pueblo quedo asombrada por su muerte, a pesar de que ya estaban acostumbrados. A los dos días siguientes fue su entierro, siendo acompañado por gran cantidad de familiares y amigos que sentimos la pérdida de Pablito. Los días después de su asesinato estuvieron llenos de incertidumbre para todos, las visitas a campo fueron interrumpidas. Aunque la causa de su muerte nunca se conoció en definitiva; hasta se dijo que era por una amante de Pablo que había sido mujer de un paramilitar, obteniendo éste su venganza. Todos sabíamos al interior de la empresa que el modelo usufructo y el proyecto palmero del Sur de Bolívar, en donde varios de los campesinos colocaron sus tierras, no con la intención de cultivar palma de aceite, sino pensando en no perder sus fincas a causa de la presión paramilitar, que los obligaba a venderlas a un mínimo valor o simplemente eran apropiadas ilegalmente por estos grupos, había sido la verdadera causa de la muerte de Pablinchi. Salimos en caravana a las siete de la mañana hacia ese sector, sin avisar a las autoridades, para que no fuéramos obstaculizados. El recorrido tardo una hora y veinte minutos. Al llegar al lugar le preguntamos a los habitantes de la finca más cercana si sabían algo de lo que había pasado ese jueves en la tarde. Ellos con gran temor, mencionaron que habían escuchado unos disparos, pero que no sabían nada más. Empezamos todos a buscar algún rastro o pista de lo que había sucedido, queriendo en el fondo no encontrar nada. Estuvimos recorriendo por más de dos horas los rastrojos a lado y lado de la carretera sin hallar alguna señal. De pronto escuchamos a Jeremías gritando; había encontrado a Pablinchi. En realidad, el señor de la finca se había dado cuenta de todo lo que había pasado y no pudo soportar vernos buscar frustradamente, y a solas le indicó a Jeremías el lugar donde estaba Pablo. Todos corrimos hacia allí. ¡Qué duro fue encontrar a Pablinchi muerto!… Estaba boca abajo; sus manos amarradas con nylon a su espalda, el cual ya había penetrado su piel: había recibido cuatro disparos de fusil por la espalda, al parecer a quemarropa. En mi mente trataba de imaginar lo que había pensado Pablo entre el transcurso del tiempo en que fue bajado de la camioneta y recibir los disparos; su miedo, su tristeza, su niña, su hermosa como llamaba a su esposa; pudo haber sido cualquiera de nosotros. Entre todos recogimos el cuerpo y lo subimos al vehículo de su hermano, para empezar el triste recorrido de regreso al pueblo. 18.CUANDO EL CONFLICTO ESTABA EN PAÑALES A finales del siglo XIX, después de la independencia y de la inestabilidad política de la nueva patria, se fueron instalando haciendas ganaderas y agrícolas. En 1910 se iniciaron trabajos para la construcción del ferrocarril Facatativá-Girardot, ubicando una estación en donde actualmente se halla el casco urbano del municipio entonces perteneciente a Anolaima. Se cree que una Palma del fruto Cachipay, cerca de la estación, habría dado el nombre a la estación y posteriormente al asentamiento. La fertilidad de la tierra y el agradable clima fueron atrayendo a nuevos pobladores en los siguientes años. Por Ordenanza No. 9 del 16 de abril de 1923 se creó la Inspección Departamental de Cachipay. La travesía en tren 30 desde la sabana era uno de los mejores atractivos turísticos para la sociedad Bogotana, que con frecuencia visitaba esta región. La bonanza internacional del café hizo que la gran mayoría del paisaje rural se cubriera de cafetales, siendo esta la base de la economía municipal hasta finales de siglo. En 1975 cesó el paso del tren como medio de comunicación y transporte de carga, por el intensivo uso del automóvil tanto particular como de servicio público. Finalmente, en 1982 se declaró municipio mediante ordenanza No. 006 emanada por la Asamblea de Cundinamarca. La oposición de las autoridades civiles de Anolaima fue un obstáculo inicial, pero en 1991 se confirmó a Cachipay como el municipio 114 de Cundinamarca. 7:30 a.m. el profesor Aldana. Con esmero y gran alegría se pasaron dos años en las labores. En enero del 40 antes, de empezar las labores, llegó una profesora nueva transferida de Zipaquirá; a sus escasos 17 años ya tenía experiencia en docencia y como hija única de matrimonio separado llevaba a su madre consigo. Juan tuvo una iluminación desde que la vio entrar al colegio esa mañana de resaca tardía del año nuevo y según cuenta no le costó trabajo encontrar la forma de llegar a ganar el interés de la niña mujer que con su ímpetu ya lo había cautivado. La cerrada educación conservadora de doña Graciela había hecho que Lucía fuera retraída y poco comunicativa en esferas diferentes al ámbito escolar; además sabía que como mujer debía mantener una postura fuerte para conservar el respeto del alumnado. La señora era una reconocida partera y en poco tiempo su fama llegó a las poblaciones de la Esperanza y la Capilla, donde a lomo de mula llegaba para asistir los alumbramientos de las nuevas generaciones que veían por primera vez la luz de este mundo en este tropical ambiente con precariedades pero con mucha vitalidad. El largo y profundo conflicto armado que ha aquejado al país ha tocado en más de una vez a mi familia; hizo que tuvieran que huir de su casa en la década de los cuarenta y marcó el cambio de vida rural por la urbana cuando aún estaban empezando su historia. La violencia bipartidista, como se le llamó a esa guerra fratricida de mitad de siglo, los arrancó de su tranquilidad y los encaminó a una huída en la que mi padre con pocos meses de nacido empezó a conocer la dureza de viajar por la difícil geografía en lento y bucólico ferrocarril nacional para escapar de las amenazas de un grupo que simpatizaba con otro partido político diferente al de sus padres. La pujante inspección de Cachipay para los años cuarenta no pasaba de los 3 mil habitantes; su surgimiento como un destino turístico y paso obligado para Girardot auguraban un crecimiento que envidaba para la época la cabecera municipal, Anolaima. En el país las cosas mudaban a la velocidad que las costumbres y las insalvables distancias lo permitían. Atrás había quedado la hegemonía conservadora del principio de siglo y los liberales con Olaya Herrera y López querían modernizar un poco las aletargadas y arcaicas maneras de los pobladores. Se emprendía la revolución en marcha. Tal vez era el momento de la esperada separación entre la tiranía del clero y un gobierno laico, o como coloquialmente se decía por fin entrar al estado de derecho y dejar el estado de oración. Sin embargo, muchos aun creían como se decía a principios de siglo que ser liberal era pecado. Las diferencias entre los godos y los cachiporros, alimentaban las discusiones entre unos otros, y eran atizadas desde los pulpitos de las iglesias y desde las tarimas de conglomeraciones políticas donde se hacían más fuertes y se elaboraban discursos para odiar al vecino o al panadero por no profesar los mismos principios, incluso muchas veces sin tener muy claros los de la propia doctrina. Así se incubaba ese mal que la historia de Colombia llamaría la violencia bipartidista. El campesinado colombiano en A sus 25 años recién cumplidos Juan de J. Aldana, maestro de escuela desde los 19, abandonó su San Francisco natal y desembarcó en la población en la que su vida daría un vuelco. Sus buenas maneras, su gusto por la lectura y la paciencia en el arte de impartir conocimientos a los menores, le hicieron ganarse el respeto de sus conciudadanos y la admiración de las autoridades. La escuela municipal para entonces no era sino cuatro salones levantados con más voluntad que otra cosa y con precarias condiciones para un alumnado que muchas veces caminaba por más de una hora para asistir a las clases que con paciencia episcopal impartía desde las 31 corto espacio de tiempo se politizó de una forma vertiginosa y no como síntoma de educación sino de crear diferencias insalvables con dos modos de vida. Arriba los grandes líderes de un partido y otro compartían los mismos círculos sociales, la espuma social se daba la mano y sus hijos se sentaban al lado del otro en los mejores colegios, mientras enseñaban al pueblo a que valía la pena matarse por sus plataformas ideológicas. demoraban en volver. Muchos años después el abuelo Juan contaría a los nietos cómo para sobrellevar las inclemencias del calor tuvieron que darle cerveza fría al bebé para calmar la sed imposible con bebidas al clima. En el año 1950 los maestros fueron trasladados a Chía donde pudieron tener por fin algo de tranquilidad y pudieron reunirse de nuevo. Antes Lucia había tenido otro hijo que murió tempranamente con menos de 40 días y estaba embarazada nuevamente. Los mayores recordarían con mucho dolor esos años de separación y cómo los asesinatos en el pueblo crearon un halo de miedo permanente, cómo los otros niños en la escuela los separaron y los trataban como godos y gallinas. La violencia cambio toda su vida, los alejó de sus padres y los hizo cambiar todo su imaginario. El país estaba en pañales de un conflicto que nos ha estado desplazando, matando y dejando sin seres queridos. Para la época en que se recrudeció la violencia y la guerra se hizo explicita entre un bando y otro, esta pareja de profesores de escuela eran un joven matrimonio con 3 hijos que llevaba sus días en esta agitada coyuntura en el abiertamente liberal pueblo de Cachipay. El mayor con 5 años cumplidos, el otro llegando a los 3 y en brazos con pocos días, Camilo el más pequeño. La semana anterior aquella tarde de octubre de 1947, la señora del mercado le advirtió a dona Graciela: “Ayer el viejo González, el de la chiva, dijo que al godo ese del profesor Aldana lo van matar para que deje de enseñar tanta güevonada” y que también escucho a otro que dijo: “Esa godarria es la que tiene jodido al país”. Lo que siguió fue salir de un forma lo menos evidente posible, pero trasladar 6 personas con enseres era toda una epopeya; una estrategia de caracol. La pareja salió el lunes siguiente en la mañana en el tren de Girardot con destino a Apulo donde Nancy, una profesora amiga, tenía una casa y seguro podía recibirlos pero evidentemente no a todos; así que solo se fueron ellos dos y el pequeño de brazos que llevaba dos días con diarrea y estaba en situación crítica. Tanto me tocó la guerra, que muy seguramente de no haber existido este conflicto mi vida no habría sido posible (mis padres se conocerían en el municipio de Chía donde la pareja encontró estabilidad y se establecería finalmente), sin su escape desesperado del año 1947. 19. CÓMO NOS TOCA LA GUERRA Nelly Robles Oñate ¡Oh hombre! Qué golpe sientes tú cuando llora la selva su canto perdido Aquél que el mismo hombre lucha por el pan de cada día por sacar adelante su familia y perpetuar su especie. Apulo era algo más grande y era por ahora más seguro pues, aunque manifiestamente nadie los habían amenazado, las discusiones y el público conocimiento de las inclinaciones los dejaban en un evidente riesgo que era mejor no correr. La llegada con el niño de brazos enfermo a un clima más cálido no fue fácil pero lograron sobrellevar la situación. La Abuela Graciela se quedó a cargo dos años con los niños y sus esporádicas visitas hicieron que la familia no pudiera estar reunida en muchos años. Pasarían varias veces líderes de los liberales por la casa de la partera preguntando la suerte de los maestros, pero ella muy respetada por su oficio decía que estaban en Bogotá por cosas de trabajo y que no Aquello que costó el sudor de su frente, paciencia, dolor, lágrimas, alegrías … Cuando recuerda el triste aroma del aquél pocillo de café que tomaba al amanecer, cuando se iba para el trabajo cantando por el camino... 32 al crecer en ellos la “Ciencia de la Maldad” semilla que en su corazón rebrotará de generación en generación, al no desvanecerse aquel trauma sicológico, transitando caminos inciertos hacia la Tierra Prometida, la verdadera realidad, ¡la dura vida de la cuidad! Lo acompañaba su fiel y fuerte perro, y a su regreso encontraba su amada al lado de sus hijitos, sonriente y alegre. No importaba si a veces llovía, si no tenían como vestirse, pero eran felices, pues el mismo campo le brindaba su sustento. 20. Mirando la guerra sin siquiera comprender ¿cómo? y ¿por qué?, pero entendiendo el elemento perdido, lo esencial… Pero que triste, hoy por hoy, se esfuma el letargo de mi encanto. Yo me encuentro solo llanto..., hasta el viento perdió su ruido. El río cambió su curso, la lluvia derramó su fuerte caudal, las flores se tornan marchitas, solo la tristeza embarga mi vivir, porque ya perdí la razón de mi vida, mi esposa e hijos no están aquí, ahora me acompaña Soledad por siempre. Rosa Margarita, es la protagonista de esta crónica. Es apenas una niña de 8 años, estudiante del segundo grado de educación primaria….y lo mejor, es mi sobrina! Esta historia surge en medio de la situación de inestabilidad política que vive Honduras desde el año 2009, que culminó en unas elecciones presidenciales que instauró un nuevo gobierno en enero del 201o y que ha convivido sus meses inaugurales con una serie de movilizaciones de distintas organizaciones que reclaman desde el retorno del ex presidente hasta incrementos salariales y miles de cosas más… marchas que se han caracterizado en los últimos 18 meses por incluir acciones de perjuicio a bienes públicos y/o privados e incluso en ocasiones atentando contra la vida! Porque nunca tuve el valor de luchar con lo que hoy es más fuerte que el hombre La Maldad. Ya nadie puede caminar por mi “hermosa selva”, porque de pronto cae en las garras de “La Quiebra Patas”. Ya no se respira el aire puro, está contaminado con el ir y venir del sangriento río, de aquellos hombres que fueron internados en la selva y ¡no salieron jamás! Sin embargo, en junio los maestros iniciaron una nueva huelga, que duró un poco más de un mes. Las escuelas cerradas, debates entre padres de familia y maestros, quienes han protagonizado marchas en el supuesto reclamo de sus derechos. Aquellos adolescentes que perdieron su niñez porque se hacían hombres antes de al empuñar un fusil, muchos de ellos fueron maltratados, por entretenerse al ver a otros niños jugar y cantar en los campos… En medio de esta nueva revuelta, un buen día sábado, mi sobrina llegó a casa, luego de sus clases de baloncesto y luego de haber escuchado a su madre y tías conversar sobre esta triste situación de la educación en el Mientras su corazón ardía en llamas 33 país llegó, cogió papel y colores y escribió lo siguiente: Todo eso simplemente me hace auto preguntarme: qué mensaje estamos transmitiendo desde la familia, la escuela, los medios de comunicación, etc. Cómo se le explica a los niños lo que estamos viviendo? Pero lo más importante es que, desde su sencillez, ha sido capaz de identificar el eje del problema: la ausencia del amor por Honduras. ¿De dónde surge todo este contenido? Personalmente me impactó el contenido de la carta, por varias razones… Ella apoyaba a Pepe en las elecciones No entiende el modelo económico pero lo vive y es parte de él y eso es notorio en la carta… Destaca la ausencia de un valor: el amor por la patria, que desde mi interpretación es la motivación para hacer las cosas bien. Hay una percepción de destrucción. Por ejemplo, los mensajes negativos de maldad, muerte que se ven hoy por las calles de Tegucigalpa. Es capaz, con todo y lo equivocado o acertada que puede estar, de pedir al presidente que tome acciones y además, se las sugiere. Finalmente, la pintura del presidente deja ver que hay una profunda desilusión sobre esta persona, y dice: no más! Refleja los colores del partido del gobernante y pone una alerta roja. 21. APRENDIENDO A CAMINAR A Argénito, con quien seguimos caminando. A María Ligia, para quien el camino aún es largo. A Sofía, con un camino por comenzar. “No entendimos ni a qué hora sucedió todo eso” dice Lilia mientras enciende otro cigarrillo, con una mirada que transmite todo el horror vivido, que casi hace sentir en carne propia el desconsuelo y el horror de ese momento que me cuenta luego de varios días de estar juntas y de superar la entendible desconfianza inicial de quien ha vivido largo tiempo con miedo, pero con dignidad. El café hierve soltando su bocanada y los niños negros van recogiéndose en los cambuches que han construido con sus padres en 34 este pedazo que le han arrancado a la palma. Ella me sigue contando como si quisiera hacerme partícipe de sus recuerdos, para que otros lo sepan y la memoria persista. sido la escuela, pero en lugar de generar emoción por el único hallazgo, produjo en casi todos una sensación terrible de desconsuelo, allí, en medio del mar verde del “desarrollo” sólo unos ladrillos sobrevivían para gritar las risas de niños que ya no volvieron. Las “caminadas” habían sido largas y difíciles, pero reconfortantes, yo lograba volver tranquila, casi renovada por mi encuentro con la selva y luego de hallar los puntos que le permitían a la gente un poco más de esperanza, el anhelo de la devolución de sus tierras, yo no hacía más que caminar, observar y escuchar. “Los que vienen de la ciudad caminan poco” me dijeron desde el principio, por eso no me quejaba y me esforzaba mucho, caminar era sólo la justificación para permitirnos el reconocimiento y por eso había ido aprendiendo a caminar con ellos. Pero ese día, el primer trayecto por la palma fueron 9 horas caminando y la jornada fue especialmente agotadora y dolorosa, casi demoledora. Al regresar no podía ni hablar, si bien habían sido 19 días de recorridos sin cesar, ese día en especial había vaciado mis fuerzas, simplemente me senté y en soledad el llanto vino. Tal vez por eso Lilia, se me acercó para brindarme un tinto, al terminarlo me dijo “¿Quiere más? vamos a la casa”. Con sus 60 y pico de años, representaba la entereza y terquedad de la gente que se niega a que el desarrollo les pase por encima y a que la historia los ignore. “¿ve ese viejo?” mostrándome a su esposo, “tiene más de 70 años y llegó por estas tierras cuando tenía como 20, acá tuvimos sus hijos, acá los ombligamos6, acá los criamos, por eso es que acá tenemos que volver, porque acá tenemos que morir”. “A mí esa noche del 24 de febrero no se me olvida, no”, comenzó a contarme, “como a la 1 de la mañana nos echaron el mundo encima, las bombas caían por todas partes, la gente corría, todos estábamos como locos, medio dormidos unos estaban como paralizados… corrimos y yo no podía encontrar al viejo, nos fuimos a la selva y allí nos guardamos, yo pensé que lo habían matado, pero no podía llorar … como a los dos días apareció con el hijo menor, se devolvió porque ese pelaito se había quedado debajo de la cama, muerto de miedo, a mí me volvió el alma al cuerpo, pero nos tocó seguir en la selva porque los bombardeos seguían y luego vinieron los paracos, nos tocaba pasar la noche sin dormir en las raíces de los árboles, comiendo sin sal y lavando sin jabón, porque no alcanzamos a sacar nada, menos mal el viejo no deja su machete ni para dormir” Recorrer la palma fue monótono y tortuoso, ellos intentaban guiarnos, ellos que habían nacido allí, que habían crecido allí, no podían reconocer ni siquiera el sitio donde estaba antes su casa, donde estaba antes la iglesia alrededor de la cual construyeron su pueblo, donde estaba antes el cementerio, las bombas y la palma lo habían borrado todo. Sólo logramos encontrar vestigios de lo que había 6 Tradición chocoana de enterrar el ombligo del recién nacido cerca de la casa donde ha nacido o en la tierra donde crecerá. 35 Por primera vez Lilia hablaba conmigo con tanta confianza. Todos la respetan, no sólo porque siendo negra aprendió a caminar sin botas por el monte como las indígenas, sino también porque como matrona se ha enfrentado a empresarios, militares, paramilitares, funcionarios públicos y hasta los de su misma etnia por defender la posibilidad de retornar completamente a su territorio, donde tiene sembrado el ombligo de todos sus hijos y el sueño de vivir tranquila con su viejo. Esto le ha representado enormes riesgos, permanentes amenazas, denuncias falsas, incluso los señalamientos de aquellos que siendo de su mismo pueblo, han preferido a quienes ambicionan esa fértil tierra chocoana, cueste lo que cueste. Días antes, al iniciar los recorridos, los títeres del poder se habían hecho presentes para que no se dieran los pasos necesarios para la devolución de las tierras, ellos, en exposición plena, trataban de impedir, no que camináramos, sino que avanzaran, que las comunidades que intentaban retornar a sus tierras superando el miedo y las trabas institucionales, volvieran a sembrar los sueños que los había traído a estas tierras muchísimo tiempo atrás. Autor: Rafael Gustavo Posso Parra. Proceso de recuperación de la memoria denominado Siguiendo Huellas. San Juan Nepomuceno, 2010 [email protected] Ese 20 de junio pude ver, sentir, casi padecer como el dinero, las armas, la manipulación y la mentira, hacían que funcionarios públicos y negros de otras zonas, defendieran, junto a ganaderos, palmicultores y delincuentes lo indefensable, la indignación. Asqueada, no podía creerlo, siempre lo había leído, lo había supuesto, lo entendía, pero nunca lo había vivido tan palpablemente, el ejercicio de poder y la ostentación de los señores de la guerra. Llegando de la ciudad todos te observan, todos te escuchan, en cierta medida todos te prueban, luego te cuentan, te abren las puertas. Después de ese día muchos se acercaron, nos encontramos, nos brindamos el apoyo mutuo que necesitábamos para caminar. En un lugar en el que el sol y el calor son la energía que proporciona vida, la noche se convirtió en sinónimo de terror, entonces lo superábamos enfrentándolo con tambores, charlas, cantos, café, cigarrillo y chistes. No intentaban olvidar, para ellos sería peor que la muerte, intentaban sanar y yo me sanaba con ellos. 36 Los señores del desarrollo y de la muerte hacen gala de lo que creen es su poder. Tirándoselo en la cara a negros y mestizos creen que someten a quienes el miedo ya no vence el verdadero poder, intentan arrancar de tajo, con terror, las raíces de comunidades que saben lo que es creer y vivir en dignidad, desenterrando la palma para encontrar incluso a los suyos perdidos, para sembrar de nuevo los anhelos que no pueden romper ni balas, ni todo el dinero posible. El camino recorrido ha sido largo y penoso, camino oscuro de pantano, camino de selva que desconoce, camino de miedo y de angustia, camino que pareciera nunca acabar, pero es un camino propio, un camino hacía una tierra posible de todos, un camino como el que nos guío Argénito y por el cual murió creyendo. Autor: Rafael Gustavo Posso Parra. Proceso de recuperación de la memoria denominado Siguiendo Huellas. San Juan Nepomuceno, 2010 [email protected] Para que nos toque la guerra no hay que ir muy lejos, simplemente se necesita caminar, mirar la gente en la calle, escuchar a los niños, sentir a los despojados, la indolencia de la cotidianidad que todo lo normaliza, que todo lo legitima o invisibiliza, apagar la tele, escuchar la conciencia. 37
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