¿Cómo nos toca la guerra? - Problemas Rurales

Autor: Rafael Gustavo Posso Parra. Proceso de recuperación de la memoria denominado Siguiendo Huellas. San Juan Nepomuceno, 2010
¿Cómo nos toca la guerra?
Universidad Javeriana
Facultad de Estudios Ambientales y Rurales
Maestría en Desarrollo Rural
Bogotá, Noviembre de 2010
CONTENIDO
1. DOS CANCIONES, UNA FAMILIA Y
UN PUEBLO
2. A LA ALTURA DEL CONFLICTO
3. UNA PROPAGACIÓN DEL HAMPA
4. MUERTE TRAS MUERTE EN MI FAMILIA
5. MI HISTORIA, ENTRETEJIDA CON
LA GUERRA
6. LA DOCENCIA EN COLOMBIA:
PROFESION PELIGRO
7. HISTORIA DEL SECUESTRO Y DESAPARICIÓN DE FRANCELINA
8. NARRACIONES CON HUELLAS DE
LA VIOLENCIA
9. A MI ME TOCA LA GUERRA DESDE
ANTES DE NACER
10.
12. LA GUERRA NOS TOCA DE MUCHAS MANERAS
13.
LUZ STIBALLY
14.
LAS CARAS DE LA GUERRA
15. UNA MADRE SOLTERA Y JOVEN
EN MEDIO DE LA VIOLENCIA
16. ¡MATARON A MARCELA EN LLANO GRANDE!
17.
“PABLINCHI”
18. CUANDO EL CONFLICTO ESTABA EN PAÑALES
19.
CÓMO NOS TOCA LA GUERRA
20. MIRANDO LA GUERRA SIN SIQUIERA COMPRENDER ¿CÓMO? Y
¿POR QUÉ?, PERO ENTENDIENDO
EL
ELEMENTO
PERDIDO,
LO
ESENCIAL…
EL PUEBLO DE DON ISRAEL
11. RELATO DE UN COLOMBIANO
AL QUE NO LE HA TOCADO LA
GUERRA
21.
APRENDIENDO A CAMINAR
PRESENTACIÓN
Estas son nuevas historias, otras experiencias, todas con un denominador común, esculcado
en los recuerdos de infancia, de la vida familiar, de los vecinos, de los recuerdos laborales.
Como cada semestre en este curso, buscamos recuperar la memoria de cada uno de las y los
estudiantes del curso, en torno a la pregunta ¿Cómo nos toca la guerra? para ponerla luego
en manos de todos los participantes.
En esta ocasión, encontramos una importante tendencia de testimonios directamente vividos,
que están impregnados de emociones y reflexiones marcadas por la impotencia y el dolor.
Algunas vivencias han incursionado en los hilos históricos de sus familias, encontrando
hechos si bien no vivieron directamente, si marcaron huellas en las trayectorias de muchas
personas incluyendo la propia.
Quienes han acompañado procesos de memoria histórica, saben que ese caminar está
acompañado de experiencias individuales y colectivas tácitas, difusas. Recordar aquello que
duele y que queremos evitar requiere un esfuerzo especial para traerlo al presente y expresarlo de alguna manera. Y saben que allí hay un ejercicio de catarsis imperceptible que se acompaña de muchas imágenes, emociones y sentimientos. Cuando el relato está fuera y se mezcla
con otros, una sensación de colectivo se va tejiendo silenciosamente. De eso se trata este
modesto ejercicio. De reencontrarnos en medio de nuestras memorias marcadas por esta
guerra que nos ha tocado de muchas maneras. Gracias por aceptar esta invitación.
Flor Edilma Osorio Pérez
3
1. DOS CANCIONES, UNA FAMILIA Y
UN PUEBLO
Aunque mi padre se encuentra ausente
Negrito Barrios te recordaré
Aunque mi padre se encuentra ausente
Negrito Barrios te recordaré
El domingo 17 de octubre
de 2010, en la plaza central de San Cayetano en
horas de la tarde, una
mujer de 32 años de
edad sube por primera
vez a la tarima. Era la
única que lo haría ese
día, para cantar ante los presentes una canción de su autoría titulada Homenaje a mi
Padre. Desde que era una adolescente no
había vuelto a componer canciones. Las estrofas que sonaron por primera vez son las
siguientes:
Como el más noble cultivador
Del ñame más grande tú eras el mejor
Como el más noble cultivador
Del ñame más grande tú eras el mejor
Y hoy te regalo esta canción
Con gran amor porque te quiero
Y hoy te regalo esta canción
Con gran amor porque te quiero (bis)
Como es costumbre en San Cayetano desde
hace muchos años, para este puente del mes
de octubre se celebra el tradicional Festival
del Ñame, fiesta popular que tiene como objetivo resaltar la labor del campesino en la
producción de alimentos. Todos los años se
hace un homenaje al cultivo que lleva el
nombre del festival: el campesino que presente el ñame más grande es premiado y
reconocido como el rey del ñame. Todos los
años participan decenas de campesinos con
este producto estrella, que por otro lado tiene la fama de contribuir a la longevidad de
las personas.
San Cayetano aquí teneís tu hija,
San Cayetano aquí teneís tu hija,
Y que ha venido a dedicar esta canción
Porque esta es una tierra prometida
Porque esta es una tierra prometida
Impulsadora de nuestro folclor
Por eso con motivo y con razón
Se la dedico pa’ toda mi gente
Que están presentes y están conmigo
Agradecida yo viviré
Aunque mi padre se encuentra ausente
Negrito Barrios te recordaré
Aunque mi padre se encuentra ausente
Negrito Barrios te recordaré
Durante la década de los 80 y 90 el “negro
Barrios” fue un campesino respetado y reconocido, que durante muchos años ostentó el
título del rey del ñame. Siempre llegaba de
último al momento de la premiación, mientras los otros campesinos aguardaban con
cautela su llegada, ya conocían su gran fama.
Todos los años el rey del ñame; como lo relata su hija, enamorado de su labor, cuidaba y
consentía el ñame que participaría en el festival. Incluso su esposa le reprochaba su intensa dedicación a la agricultura.
Como el más noble cultivador
Del ñame más grande tú eras el mejor
Como el más noble cultivador
Del ñame más grande tú eras el mejor
Y hoy te regalo esta canción
Con gran amor porque te quiero
Y hoy te regalo esta canción
Con gran amor porque te quiero
La familia Barrios con mucho esfuerzo llegó a
ser una familia campesina próspera, con mucho esfuerzo porque sólo contaron con sus
habilidades, sus saberes, sus manos y su
creatividad. Estos recursos les permitieron
constituir un patrimonio que les facilitó que
sus hijos/as estudiaran, solventar problemas
de salud, y tener una vida tranquila y digna.
Pero esta condición no era exclusiva de la
familia Barrios, era la generalidad de las familias que habitaban la vereda Las Brisas,
que además expresaban los valores campesinos en las prácticas del día cambiado,
Quiero a mi padre y siempre lo recuerdo
Quiero a mi padre y siempre lo recuerdo
Como un gran hombre muy trabajador
Negrito Barrios tu eres el ejemplo
Negrito Barrios tu eres el ejemplo
De un pueblo entero y siempre soñador
Por eso con motivo y con razón
Se la dedico pa’ toda mi gente
Que están presentes y están conmigo
Agradecida yo viviré
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préstamo de tierras, intercambio de productos, entre otros.
Eso no es ser valiente
Son hechos de cobardía,
Que manos negras impías
Que el señor les dé el perdón
Acabaron esta región
De los Montes de María
En los años 80 la familia Barrios sufre el secuestro del rey del ñame por parte de la guerrilla, obligando a la familia a pagar por su
liberación. Este hecho sin embargo no significó la salida de la familia; por el contrario,
continuaron en la vereda produciendo alimentos. Lo que realmente cambió para
siempre la historia de las familias de Las Brisas fue lo ocurrido el 10 de marzo del año
2.000, y resumido en los siguientes versos
creados por otro campesino1:
Las viviendas incendiadas
Doce muertos de San Juan
Desplazados regresaran
A veredas desoladas,
Dos familias acabadas
Y todos sus bienes perdidos
Esos crímenes cometidos
Nunca se pueden borrar,
La plata no puede sanar
Masacre de seres queridos
Escribo esta versada
La masacre de las Brisas
Recordarla atemoriza
Mucha gente asesinada,
Los paracos por bandadas
Llegaron a la región
Sin clemencia ni compasión
Asesinaron a los presentes,
Todos eran inocentes
Campesinos de condición
La región era habitada
De pura gente campesina
Cultivar el ñame espina
Era toda su jornada,
Cantidad de matas sembradas
Plátano, maíz y yuca
El cuerpo se espeluca
Recordar cruel desastre,
Cometer esa masacre
Esa manada tan brusca
Reunieron a Mampuján
Destruirlo era el antojo
Subieron a Pela El Ojo
Territorio de San Juan,
Matar era su propio afán
Campesinos no sospecharon
A Joaquín Posso amarraron
Hombre pulcro y decente,
Que grupo tan indolente
A él y a sus hijos mataron
Como nada malo tenía
No esperaban esa friega
Joaquín Posso Ortega
Alfredo y José Posso García,
Como nada los comprometía
Esperaron sin recelo
Dalmiro Barrios Lobelo
Buen hombre trabajador,
Muerto con mucho dolor
¡Dios los tiene en el cielo!
En esa región de San Juan
Doce campesinos mataron
Carros de bandidos entraron
Por la Haya y Mampuján,
Vea, nunca se olvidarán
Tan humildes campesinos
Que tuvieron mal destino
Ninguno de ellos debía,
Degollados a sangre fría
Perdónalos Dios divino
Ese grupo insurgente
Con soldados en compañía
Degollaron a sangre fría
A líderes inocentes,
Aunque está encarcelado
Juancho Dique se destapa
Wilfrido Mercado Tapia
Y José Del Rosario Mercado,
Hermanos asesinados
Mercado García Rafael
Y Mercado García Gabriel
Degollados con cuchillo,
Y Alexis Rojas Cantillo
Muertos en forma cruel
Doce los asesinados
Cuando se puede olvidar
A Jorge Eliécer Tovar
Y Manuel Yepes Mercado,
1
Para conocer más sobre estos hechos y sus consecuencias se
puede revisar la sentencia del Tribunal Superior del Distrito
Judicial de Bogotá, Sala de justicia y paz. 29 de junio de 2010.
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Pedro Castellano fue llevado
Al corregimiento La Haya
Sobre él sonó la metralla
Y ahí le dieron de baja
Es la verdad no es paja
Llegaron ni la atarraya
M: ¿Usted que cree que sentirían sus hijos si
fueran ellos los que estuviran mostrando la
foto suya?
S: Nosotros sabemos que el rey del ñame era
un campesino, nosotros nos equivocamos.
Ella con tono pausado y tranquilo le pide el
favor de que le conteste la pregunta. Él baja
la mirada y le responde: “muy mal”. Cuando
regresa a casa su madre, quien había estado
escuchando en directo la transmisión de la
sesión, y quien se desplazó a Cartagena a
trabajar en casas de familia, le comenta que
después de haberla escuchado pudo por fin
después de 10 años tener una noche más
tranquila.
Once de Marzo del dos mil
En las Brisas y Pela El Ojo
Cuchillo, martillo y tramojo
Que asesinato tan vil,
No utilizaron fusil
Pa’ no despertar la región
Hacemos conmemoración
A los diez años cumplidos,
Regresamos sin olvido
Y pedimos protección
2. A LA ALTURA DEL CONFLICTO
Pobre Etelinda García
Quedó sin hijos ni esposo
Por el caso desastroso
De tan negra fechoría,
Conmemoramos este día
Con familiares presentes
Con regiones acudientes
Y organizaciones sociales,
Habrá actos culturales
Y comida suficiente
Foto: Daniel Calderón, Ritakuwa Blanco 5330 m.s.n.m.
PNN El Cocuy.
Con su memoria precisa
Dice el poeta de San Juan
El encuentro es Mampuján
Para llegar a Las Brisas
El evento ahí se realiza
Con la población desplazada
De las víctimas asesinadas
Presentes en este día,
De los Montes de María
Éstas son tierras sagradas
Mi pasión por las montañas me llevaría a
conocer el norte del departamento de Boyacá
y los municipios que conforman el Parque
Nacional Natural El Cocuy y su majestuosa
Sierra Nevada. Era entonces el comienzo del
milenio, año 2000, y Colombia más que nunca estaba inmersa en un conflicto que auguraba un futuro incierto. Antes de salir de mi
casa, mi mamá como siempre amparándome
a sus santos y devotos, preparaba mi mochila sin olvidar echarme la comida para el viaje
en bus.
La familia del rey del ñame y todas las familias que habitaban la vereda desocuparon el
territorio, dejando atrás la prosperidad, la
tranquilidad y la dignidad. Envueltos hace
más de dos años en el primer proceso de
reparación judicial, familiares de las personas
asesinadas tuvieron la oportunidad de encontrarse frente a frente con los autores materiales del crimen, y este fue un diálogo que
sostuvo la mujer que compuso la canción
Homenaje a mi Padre, con uno de los asesinos, mostrándole una foto de su padre:
Salí con mis amigos del terminal de trasporte. El objetivo: escalar el pico Ritakuwa Blanco, que con su 5.330 m.s.n.m. constituye la
montaña más alta de la Sierra Nevada y de la
Cordillera Oriental. Sabíamos que era territorio de las FARC–EP; que en la región se vivía
un diario temor por su presencia en la zona;
sin embargo, esto imprimía un atractivo más
al intentar escalar dicha montaña.
Mujer: ¿Usted tiene hijos?
Señor: Sí
Al llegar al municipio de El Cocuy, me sorprendió ver que este pueblo tan lindo estu-
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viera en un conflicto que diario que sus habitantes no comprendían. De ruana y sombrero, rancheras y aguardiente Ónix, sus habitantes pintan las casas del mismo color blanco y verde.
seguir descansando al pie de la montaña;
más cansado que resignado acepté bajar.
Eran las once de la maña cuando amarré mis
botas para caminar las 4 horas de bajada que
me esperaban. Bajé poco a poco; ya empezaba a ver la Cueva.
Subimos a la Sierra en el lechero, camión
trasportador de leche que realiza el recorrido
hacia la Sierra todos los santos días, y es
empleado también como correo. Sin asientos
y con un tanque para más de mil litros de
leche, las miradas de los campesinos que
también viajaban en él, indagaban por estos
visitantes que se atrevían como pocos a venir
a estas tierras.
Recuerdo que antes de ver el camuflado de la
tropa que estaba a la vuelta del camino, pensaba en la suerte que habíamos tenido de
escalar en El Cocuy y más aun sin conocer de
frente el conflicto. Sin embargo apenas
asomó el fusil, las botas militares y pantaneras pensé ¡qué mierda de país en el que estoy! Sin detener mi marcha ni acelerarla,
pasé al lado de la tropa, tratando de desvanecerme y rogando a Dios que fueran de los
buenos. Buenas tardes. Fue el saludo inicial
que hice sin mirar a nadie a los ojos; no hubo
respuesta a mi saludo y cuando pensaba que
me había librado de aquel desafortunado encuentro, una voz de mando me pidió que
parara. – ¡Espere!
Porqué se escala montañas, pregunta recurrente a quienes pareciese no importarles la
delicadez y fragilidad de la vida; sin embargo, solo al filo de lo inerte y lo sublime se
aprecia dicho don, que sin importarles a muchos, pasa por encima de ellos, y de repente
tal relámpago que ilumina, se va, sin siquiera
darnos cuenta de su destello.
Como si fuéramos un par de amigos que se
acaban de encontrar, extendí mi mano a la
persona que me había hablado. Trataba de
fingir que no tenía miedo; que no habría por
qué tenerlo. ¿De dónde viene? fue lo primero
que me interrogó, ¿Adónde va? ¿Qué hace
aquí? ¿No sabe dónde está? Preguntas que
traté de responder sin tanto misterio. De repente hubo un silencio en el ambiente, aunque eran más de cuatro los guerrilleros, solo
hablaba uno. Mis respuestas eran evidencia
que yo era un simple montañista y nada
más. Pensé que habían quedado satisfechos
con el interrogatorio, porque no era la primera vez que topaban con un escalador; que
perdían el tiempo conmigo. Tras el silencio
les di la espalda y me despedí, haciéndoles
notar que tenía afán. – ¡Espere! Me dijo de
nuevo. –Usted no se puede ir. Pasaron sobre
mi cabeza mil imágenes que sólo se ven en
las noticias, historias de secuestro que se
leen en los diarios, cuentos que se inventan
las mamás para no dejar a sus hijos salir de
casa. Pensé: ahora sí me tocó la guerra.
La montaña estuvo ahí, nada más pasó por
ella; como visitantes peregrinos que no llevan nada más a cuestas que los sueños de
un mundo perdido que se anhela y al retornar se deshace. Su cumbre imponente se
alzaba al cielo y para escalarla subimos en la
madrugada; a medida que se asciende, el sol
calienta el frío glacial. Llegar a la cumbre,
momento corto para tan grande esfuerzo, no
hay mayor recompensa que la satisfacción de
estar más alto que muchos otros. Era el punto más alto al cual me habría parado hasta
entonces. Desde allí la línea del horizonte se
confundía con las nubes y se mezclaba con
los colores de la tierra y el cielo.
Bajamos a nuestras carpas y confundimos lo
vivido con los sueños, el descanso onírico
restauraba el cansancio de la cumbre largo
tiempo soñada. Al día siguiente en consenso
con mis amigos decidimos que podíamos intentar el Ritakuwa Negro, montaña contigua
de mayor dificultad y riesgo. Sin embargo,
era necesario bajar por provisiones para los
siguientes días que no habíamos calculado.
Sería la suerte quien determinaría quién de
los agotados montañistas bajaría a la vereda
de la Cueva a conseguir los víveres. Los juegos de azar jamás fueron mi aliado, y las
cartas que tenía no fueron suficientes para
Un discurso que no entendí donde hablaba de
un tal Jacobo Arenas y de un tal Marquetalia;
de injusticia hacia los campesinos; de un país
sin reforma agraria; pregonó durante unos
minutos. Yo asentía con la cabeza como tal
regaño y hacia cara de estar totalmente de
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acuerdo con ellos. Einstein dice que el tiempo
es relativo, que no siempre los mismos 10
minutos son iguales en todas las circunstancias; ese día lo entendí, porque el discurso
que me decía pareciese más de 10 años. Solamente entendí cuando me dijo ¡siga su camino! Hasta entonces no sabía qué era el
miedo en el conflicto, qué sentía la familia del
campesino desplazado, qué pensaba la gente
cuando sus vidas dependían de un color o
una idea, cuando estaban secuestradas,
cuando no hay esperanza y el corazón late
como si fuese a reventarse o a salir corriendo
porque no hay salvación. Nunca en mi vida
había anhelado tanto estar en un país en
paz.
mos en este país de un modo o de otro, ya
que un conflicto con tanto entramado no deja
de tocar a todas las esferas sociales. Es aquí
donde expongo el punto que más me toca
por ser habitante urbano y al mismo tiempo
tener un predio rural. Me refiero a las bandas
criminales emergentes al servicio del narcotráfico, que no son más que los antiguos
bloques paramilitares sin un líder, lo cual las
deja al servicio del dinero, que en la mayoría
de los casos es dinero sucio.
Viví en una ciudad intermedia y tranquila
hasta los 16 años cuando salí a la universidad a buscar mejores oportunidades académicas a las ofrecidas en la provincia. Viví en
la Capital del país por más de 8 años, espacio
en el cual se gestó en Colombia un poder
paramilitar bastante fuerte y durante el cual
también se empezó a desmoronar por cuestiones de narcotráfico y política. Luego de
pasar estos ocho años volví a mi ciudad y me
encontré lo que acá se conoce como “despelote”, que no es más que vivir con la materia
fecal al cuello –por no expresarlo como se
debe-, desorden que es consecuencia en gran
medida a la mala administración, corrupción
y participación de grupos al margen de la ley,
que a su vez alimenta las dos anteriores.
3. UNA PROPAGACIÓN DEL HAMPA
Probablemente para la mayoría de las personas la guerra es una imagen de sangre, fuego, militancias, entre
otros aspectos que no son
del todo falsos, pero para mi
percepción, la guerra no es
más que la manera de dominar unos al servicio o intereses de otros, sacando el dominador gran
partido del dominado.
La gestación de las bandas emergentes se
dio en gran parte por la desmovilización, reinserción y desplazamiento forzado a poblados que no cuentan con la infraestructura
social para recibir estos fenómenos de manera idónea, generándose así olas de violencia
que tocan al común de las ciudades y generan una sensación de inseguridad y terror en
lugares donde la tranquilidad era su mayor
virtud. Dentro de esos actos están los robos
a mano armada, extorsiones, violaciones y
asesinatos selectivos (delincuencia común
agudizada) que hacen de una ciudad como
Sincelejo un verdadero infierno si se conoce
cómo era antes.
No es ajeno entonces para los colombianos el
claro ejemplo de las multinacionales que vienen a nuestro país a colonizar espacios de
mercado “vacíos” sacando de esta manera
jugosas ganancias que raramente quedan en
las arcas de nuestro país; o en el raro caso
que permanezcan esas ganancias aquí, lo
hacen en bancos que también hacen parte de
este tipo de neocolonialismo que no necesita
la fuerza como en algún caso la necesitaron
los españoles para someter a los indígenas
americanos y los esclavos africanos. De esta
manera empezamos a darnos cuenta que la
guerra no es solo con armas, también existen
guerras financieras, comerciales, científicas y
en general cualquier aspecto de la vida moderna conlleva implícitamente este tipo de
lucha, y si a decir verdad vivimos, la guerra
ha hecho parte de la humanidad desde sus
comienzos.
De este fenómeno solo puede decirse que la
clase media, como en todos los males sociales, es la más afectada debido a algo simple:
son personas con trabajo, por lo tanto con
ingresos, ahorros y poca seguridad; el rico
tiene mucho para robar pero al mismo tiempo mucha seguridad; y el pobre, no tiene
nada para ser robado -aparentemente, porque también ha sido víctima del crimen-. De
Siguiendo una percepción de guerra más notoria y cruel, vamos al conflicto armado colombiano, el cual toca a todos los que vivi-
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esta manera, la clase media es la que en la
gran mayoría de los casos ha sido víctima de
crímenes que en general estarían tipificados
como hurto agravado calificado, terminando
en muchos casos fuertemente denunciados
en homicidios.
4. MUERTE TRAS MUERTE EN MI
FAMILIA
Oriundo de la región del
cauca, el señor Juan José
Carabalí Ortiz es atraído
por la colonización de las
tierras del Magdalena Medio y llega a Santander
donde conoce a la señora Adela Rincón con
quien establece una bonita relación matrimonial de la que nacen 10 hijos y se logran criar
8; de éstos 4 son hombres y 4 mujeres. La
historia narrada a continuación es la del segundo hijo del hogar llamado Wilson y termina con la del último de los hermanos quien
en vida se llamo Julián.
Si vamos al caso rural -Costa Caribe en general- existen bandas que operan con el narcotráfico peleando rutas y territorio dejando
entonces a los pobladores y tenedores de
predios rurales expuestos a la maldad de
estos grupos; en verdad, es aterrador pensar
en lo que han hecho y lo que pueden llegar a
hacer en su evolución del mal. El predio ubicado en San Bernardo del Viento, Córdoba cuna de movimientos paramilitares- es una
pequeña finca que ha sido heredada de generación en generación de inmigrantes Franceses que llegaron a explotar madera a comienzos del siglo pasado. Limita con el Mar
Caribe, y he ahí uno de sus puntos a favor, y
al mismo tiempo en contra. Esta zona es ruta
de narcotráfico y de ahí la pelea permanente
entre bandas, las cuales han hecho de la zona un “paraíso invivible” ya que frecuentemente hay enfrentamientos entre fuerzas al
margen de la ley, y de éstas con la ley, dejando a la población civil en la mitad del conflicto, siendo ésta, en muchos casos, la más
afectada. Lo más triste de la situación es que
por este hecho la finca empezó a ser poco
productiva debido a la falta de atención. Cada vez los actos se recrudecen y por mas
fuerza armada legal que entre a la zona, el
hampa sigue ganando espacio, dejando entre
los pobladores la idea que el mal si paga, y
una de las principales víctimas de esto fue el
capataz del predio, ya que uno de sus hijos,
hoy desafortunadamente finado, entró en
una de estas bandas para conseguir empleo,
seguido de su hermano menor, quien hoy se
encuentra privado de la libertad por porte
ilegal de armas y concierto para delinquir,
todos víctimas y victimarios al tiempo en una
guerra que nos lleva a la autodestrucción.
Wilson partió de la casa a la edad de 12
años, resentido por los castigos impuestos
por su padre, asentándose en la zona del
valle del rio Cimitarra, territorio dominado en
ese entonces por los grupos insurgentes de
las FARC, ELN y EPL. Allí es concientizado por
la ideología Marxista de la izquierda, y cuando es adulto acepta ser colaborador de la
guerrilla de las FARC y trabaja como aserrador de madera. A la edad de 22 años, más
precisamente en 1981, tiene un problema
con un señor de apellidos Mosquera Palacios
oriundo de Choco; dicho pleito llega a las
armas (machete) y termina con la vida del
señor Mosquera. A partir de ese momento
Wilson decide huir para no ser aprehendido
por la fuerza coercitiva, llegando al Municipio
de San Luis de Antioquia, territorio dominado
por el grupo MAS cuya filosofía era la MUERTE A SECUESTRADORES.
La llegada de Wilson a este territorio es motivo de atención e induce a estos delincuentes a detenerlo para obtener información
acerca de las guerrillas del Magdalena Medio
y proponerle trabajar con ellos; Wilson acepta porque no tiene otra opción: la propuesta
es de vida o muerte. Sin embargo, al ser liberado por los señores del MAS, huye hasta
el Alto de la Pava donde es recapturado y
sometido a tortura física hasta el punto de
dejarlo al bordo de la muerte. Frente a esta
horrenda crueldad Wilson se ve obligado a
trabajar con ese grupo devengado un sueldo
muy tentador, además de $100.000 extras
que ganaría por cada colaborador de la guerrilla que les entregara. Militando Wilson en
9
este ambiente, un día cualquiera recibe la
inesperada visita del Juan José Carabalí, su
padre, quien lo encuentra transformado en
un ser indolente, fuertemente armado, con
escoltas y hombres a su mando. En este encuentro Wilson le narra a su padre la crueldad de sus acciones y las del grupo en general queriendo impresionarlo. Desconcertado,
después de haber visto y escuchado a su hijo
decide regresar a casa; y estando en una
reunión familiar cuenta la forma como trabaja Wilson y el monstruo en el que se había
convertido, generando de inmediato mucho
miedo, dolor, vergüenza e impotencia. Hubo
entonces llanto y silencio durante mucho
tiempo; el miedo se apoderó de la familia al
pensar que las guerrillas podrían tomar alguna retaliación.
za los paramilitares y lo acribillan con tres
tiros en la cabeza cerca de la infraestructura
petrolera que es custodiada por la fuerza
pública, quienes no se inmutaron al respecto.
Según versiones escuchadas por algunos
miembros de la comunidad, la causa de la
muerte de Julián se ocasionó supuestamente
por arreglar las motos de la guerrilla. Cualquiera que hubiese sido la justificación, el
padre jamás la aceptó y no pudo cerrar el
duelo, argumentando que no descansaría
hasta que denunciara y se hiciera justicia por
la muerte de su hijo.
Julián es asesinado el 11 de agosto de 2002
y su padre Juan José Carabalí lo lloró todos
los once de cada mes durante un año y seis
meses. Desgastado por el sentimiento de
dolor empieza a padecer una inmunodepresión porque la medula ósea no producía la
cantidad normal de glóbulos blancos; a los
79 años de edad, y no en las mejores condiciones de salud, se presentaron un miércoles
a las 12 pm los paramilitares para amenazarlo y exigirle que se callara. A partir de esta
situación al padre se le agudiza la crisis hasta
el punto de volverse paranoico, sintiéndose
a cada momento perseguido por los paramilitares y es así como a los ocho días de haber
huido de su pueblo, un miércoles once de
febrero de 2004 a las 3:15 muere a causa de
una hipertensión súbita quien nunca había
manejado problemas de tensión.
A finales de 1986 se conoce la noticia, por
medio de su esposa, que Wilson había sido
dado de baja en un enfrentamiento con las
FARC en Puerto Boyacá, capital del MAS. Un
primo de Juan José dice que vio la tumba
(con el alias de él) al igual que otros amigos,
pero en realidad aún no se sabe cuál fue el
su destino final.
Cuando Wilson huye del hogar en 1981, su
hermano menor Julián tiene un año de edad
y recibe del padre un trato demasiado flexible y amoroso que lo lleva a tomar la decisión de no estudiar; a los 16 años, frente a la
necesidad de ser útil, aprende la mecánica
automotriz de forma empírica y llega a desempeñarse específicamente como mecánico
de motos. Esta labor la desempeñó durante 6
años, adquiriendo habilidades y destrezas
con las que logra un gran reconocimiento e
interacción con toda clase de personas, especialmente de los grupos al margen de la ley:
guerrillas y paramilitares.
5. MI HISTORIA, ENTRETEJIDA CON
LA GUERRA
Desde pequeña he estado
compartiendo varios momentos de mi vida con la guerra.
Ella no ha querido desligarse
de mi lado; está sujeta a que
no le olvide, que cargue con
ella hasta mis últimos días. A veces trato de
esquivarla, de olvidarla y no pensarla pero se
me aparece cada día sorprendiéndome y pidiéndome que no la arrincone, pues olvidarla
significaría olvidar mi pasado, mi historia, mi
tiempo que se ha entretejido con ella.
A manera de antecedentes, los paramilitares
se establecen en Yondó, especialmente en el
área urbana, en 1999; mientras que el área
rural aun sigue siendo dominada por la guerrilla de las FARC. En el año 2002 Julián decide ir a la vereda San Francisco para arreglar
las motobombas que suministraban agua
para el riego de cultivos de coca, durante un
tiempo de siete días. Regresa al pueblo y se
dirige luego a una vereda muy cercana llamada Equis Diez (X-10) donde vivían su hijo
y señora, lugar del cual lo sacan por la fuer-
Es necesario recordar los momentos que viví
en Saravena, departamento de Arauca. Estaba muy pequeña cuando llegué a ese lugar, pues mis padres procurando mejores
10
oportunidades decidieron llegar a un pueblo
que brindaba el trabajo que estaban buscando. Y la guerra me empezó a tocar cuando
tenía 5 años al llegar una empresa petrolera
a Caño Limón, que estaba ubicado a pocos
kilómetros de Saravena, y empezar agresivamente a realizar trabajos dando como resultado el desplazamiento de indígenas
Guahibos y campesinos del sector, pues esto
del petróleo (terror del crudo) generó un movimiento campesino fuerte, donde agricultores, indígenas, profesores, estudiantes, amas
de casa, obreros, niñas y niños salíamos a
marchar por las calles de Saravena. Recuerdo que había volquetas que transportaban a
la gente para salir a la calle y decir frases
como “fuera yanquis de Colombia” o “todos a
la calle”, con una pequeña bandera tricolor
creyendo que éramos colombianos, pero no
había presencia del estado colombiano excepto por los militares que marchaban con
nosotros pero que de pronto también eran
explotados. Después de marchar se realizaban cabildos abiertos, donde se tomaba un
parque, escuela o colegio, por varios días o
hasta meses. Allí se reunían las personas que
marchaban para tomar decisiones frente a la
arremetida del estado con las empresas de
hidrocarburos. En esos cabildos no participe;
tan solo los veía y los ojos de indígenas y
campesinos reflejaban rabia, dolor, indignación e impotencia, pues ellos sentían que sus
palabras no tenían eco por ningún lado, pero
sin embargo seguían en la lucha; lucha que
era acallada por balas, muertes y desplazamientos, donde el que exige sus
derechos
es reprimido, torturado, acribillado y víctima
a causa de una mano visible que todos conocen pero nadie se compromete a denunciar; donde el que pasa se muere, al sospechoso lo matan y el que mira es asesinado.
la gente comentaba que porque eran: “informantes, polocheras2, sospechosos…” y los
susurros seguían con expresiones dolorosas
de los pobladores del municipio como: “se lo
merecía, ya era hora…” El hospital se convirtió en un sitio donde se visitaban los muertos
por distracción, por alimentar el morbo, por
saber quién era o tal vez cómo había quedado.
En este momento vuelve a la memoria el
recuerdo de un señor que permanecía en la
calle día y noche, conocido con el apodo de
“siete mochilas”. Este señor se enteró de
muchas muertes pero él no hablaba, solo
miraba y cada vez que pasaba a su lado lo
saludaba pero el solo se reía. Me preguntaba
a mi misma ¿cuántas historias tendrá esta
persona en su mente? También él estuvo en
el lugar equivocado un día y observó la
muerte de otra persona, y por ser el único
testigo lo mataron. A “siete mochilas” nunca
lo reclamaron en la morgue porque no tenía
familia… Tan solo se sabía que era un hombre vagando por el mundo, pero que había
llegado a un sendero equivocado y que se
enteró de muchas muertes.
Recuerdos que me persiguen… En los días de
paro nos informaban previamente, aunque no
se sabía cuánto tiempo duraría. Lo que se
hacía entonces era comprar mercado y gas,
pues cuando el paro empezaba se prohibía
salir a las tiendas. Parar significaba cerrar
todo y no salir a la calle; al acabarse los
víveres y el gas se seguía cocinando con leña. No sé quién daba la orden de seguir con
el paro o levantarlo, pero esto se hacía supuestamente para presionar al estado por su
poca presencia en el municipio.
Un tiempo después llegaron las famosas listas negras. En estas listas estaban los nombres de las personas que iban a matar en el
municipio. Eran momentos de zozobra, terror
y miedo; esto de tener una muerte anunciada se convirtió en una guerra sicológica. Cada uno se preguntaba ¿será a mí, a quien le
tocará? ¿A mi vecino, amigo o compañero?
¿Quién será el próximo? Cómo se informaban; no lo sé. Los murmullos siempre llegaban a la población y los momentos de violen-
Vivía cerca al hospital. Otro espacio donde la
guerra se sentía fuertemente, pues al trasladar allí a las personas heridas, llegaban
guerrilleros o paramilitares a terminar de
hacer su “trabajo” (así le decían). Es muy
triste saber que el hospital era un centro
donde los servicios terminaban siendo siempre funerarios. Pasaban los días y quedaban
3 a 5 personas en la morgue, sin que nadie
los reclamara, y el que los reclamaba iba a
parar al mismo lugar en donde estaba su
familiar, amigo, vecino, o compañero. ¿Por
qué los mataban? No sé, pero entre susurros
2
Expresión utilizada para determinar una relación de amistad
o noviazgo con un policía.
11
cia fueron permanentes dentro del municipio.
Empezaron a cumplir con las listas negras
exterminando a una población determinada.
¡Qué dolor contar estas historias! El dolor se
confunde con impotencia e indignación. Dolor
que se ve reflejado en desplazamientos,
muertes, olvidos, pobreza y rencores. ¿Hasta
cuándo seguiremos acallándonos con esta
guerra que nos cobija, nos atrapa y nos mata?
6. LA DOCENCIA EN COLOMBIA:
PROFESION PELIGRO
4 de noviembre de 2005.
Enciendo la radio y se
escucha la noticia: Pacho
Herrera, docente del Caquetá, recibió un disparo
en el pecho a manos de
un sicario, en un barrio
de la ciudad de donde
había sido trasladado. Las amenazas de las
FARC lo perseguían desde enero de 2004,
cuando fue nombrado rector del centro educativo El Palmar, en zona rural de Florencia.
Allí laboró hasta octubre del mismo año,
cuando guerrilleros de algún frente de las
FARC lo amenazaron.
Hasta el día en que le llegó a mi padre un
sufragio, cambiaron las cosas en nuestra casa; todo se nos vino al suelo, pues este sufragio le daba un tiempo determinado a mi
papá para que se marchara con toda la familia o si no empezarían acabándonos uno por
uno. Esos días fueron tensionantes, pues
empezaron a entrar personas extrañas por el
tejado de la casa y alumbraban hacia adentro, pero nosotros no salíamos; sólo nos dimos cuenta de los pasos, de la luz que penetraba hasta la habitación y del carro que se
marchaba. Me acuerdo que mi madre salió a
ver el carro pero nunca lo identificó; tal vez
sería el carro fantasma que estaba de moda
por esa época saliendo en las noches a hacer
sus fechorías dentro del municipio. Las noches eran eternas y se tomó la decisión de
dormir todos en la habitación de mis padres,
además de colocar en las ventanas elementos fuertes como el closet, para prevenir las
balas que entrasen a la casa. La zozobra era
permanente recibiendo llamadas telefónicas
con amenazas de muerte, hasta el punto que
mi padre no se quedaba en la casa sino que
buscaba las casas de varios vecinos, para
prevenir su muerte.
Entonces, respiro profundo y voy rápidamente a la oficina para hablar con Andrea, asesora del Ministerio para docentes amenazados,
quien se pone al frente del caso; ahí mismo
ella solicita protección para el docente, quien
posteriormente es trasladado a un hospital
en Bogotá donde espera su segunda intervención quirúrgica. En ese entonces pensaba: si sale de ésta, lo mejor será cambiar su
identidad, y sacarlo del país junto con su familia. Hoy en día vive en Toronto.
5 de diciembre de 2006. Nueva noticia: Juancho Polania, profesor amenazado de Arauca,
fue asesinado por presuntos guerrilleros un
mes después de su traslado al Huila.
9 de septiembre de 2010. Último minuto:
Telésforo Durán fue sacado de la escuela
rural San Juan, de Anserma (Caldas), hacia
las 8 de la mañana y fue ultimado con dos
impactos de arma de fuego; una hora después las autoridades informan de un amenazado más en Medellín.
Se toma entonces la decisión de marcharse
mi papa, y a los pocos días salimos los demás del pueblo de una de las formas más
tristes dejando todo atrás.
Llevo años escuchando noticias similares varias veces por semana: amenazas, extorsiones y asesinatos. Los docentes son servidores públicos que laboran en todo el territorio
nacional, y desde los lugares más lejanos
hasta en los grandes centros urbanos, sufren
este flagelo por ser líderes comunitarios, o
sindicalistas, o tan solo porque como pocos
trabajadores en el país reciben mensualmente su salario y terminan siendo víctimas de
12
amenazas y extorsiones por parte de grupos
armados y delincuencia común. Ya son 430
docentes amenazados y 365 asesinados a
nivel nacional, la mayoría de ellos docentes
en Caldas, Caquetá, Putumayo, Córdoba,
Norte de Santander, Arauca y Antioquia, por
mencionar algunos.
7. HISTORIA DEL SECUESTRO Y DESAPARICIÓN DE FRANCELINA
Esta historia se desarrolló
durante la guerra civil no
declarada de 1946 a 1965,
que consistía en el enfrentamiento entre liberales y
conservadores y produjo
más de doscientas mil víctimas en su mayoría campesinos analfabetas que estaban muy
sumergidos en las tendencias políticas de esa
época. Hacia 1957–1960 se introduce en esta
última fase del conflicto, un tipo de “bandolerismo” con ánimo de lucro que refleja su accionar en los traumas psicológicos, sociales y
familiares, sufridos por los “hijos de la violencia de los años cincuenta”. Sus acciones
se caracterizaban por una marcada sevicia y
atrocidad, que reflejaba la patología social,
donde predomina el desprecio a lo establecido, al orden; una especie de lumpen que se
caracterizó como “Bandolerismo” o “Bandidismo” (Betancur: 1990).
Llevo años viendo cómo rápidamente las entidades competentes activan las alarmas en
cada caso, establecen procedimientos y coordinan acciones con la policía para tratar de
brindar protección a los docentes. Todos
hacen grandes esfuerzos; sin embargo, no
son suficientes para acabar con este hostigamiento.
Llevo años escuchando cómo hay docentes
que se ven obligados a abandonar sus casas
junto con sus familias y salir corriendo para
tratar de salvar su vida, en el mejor de los
casos, si es que tienen oportunidad.
Llevo años viendo de lejos cómo la guerra y
la violencia están tan cerca; lo vivo a diario.
Afecta familias enteras y vulnera no sólo el
derecho a la vida de los maestros, sino también el derecho a la educación de cada niño
en el país.
Las cuadrillas liberales se fueron transformando en cuadrillas “bandoleras” y se tornaron cada vez más en grupos autónomos con
ánimo de lucro o financiados por comerciantes de la época. En la medida en que se “voltearon” con sus antiguos “protectores”, perdieron el respaldo de quienes los habían propiciado y que ahora los calificaban de vulgares “bandoleros” y “malhechores”. A partir de
ese momento las cuadrillas se fraccionaron
en escuadras de dos o tres personas que
tendían cada vez más al lucro personal, al
robar, violar y asesinar.
Mi corazón entristece con cada noticia trágica. Andrea enfrenta cada situación y trata de
ponerse en los zapatos de los maestros a fin
de agilizar los trámites para su protección.
Cada caso es preocupante y cada minuto
cuenta para hacer todo lo que esté a nuestro
alcance en la lucha por preservar la vida de
los docentes.
3 de noviembre de 2010. En medio de la angustia, los alumnos de Telésforo están perdiendo su jornada escolar esperando por un
nuevo profesor. Ya se han atrasado en las
clases. Sus cuadernos llevan días sin usarse
y, según parece, por ahora no llegará un
remplazo. Se acerca el final del periodo lectivo y otros docentes no quieren ocupar la “vacante”, pues los embarga el temor de engrosar la ya alarmante cifra de docentes amenazados y asesinados en Colombia.
Para este caso especial, el bandolero que
afectó a mi familia fue “Desquite”; guerrillero
liberal cuyo padre y hermano fueron asesinados por un alcalde conservador. Hasta una
cierta época mantuvo buenas relaciones con
los jefes locales y regionales y a la vez con
los campesinos liberales; pero cuando se
fragmentaron las cuadrillas liberales, se convirtió en un “bandolero” a quien solamente le
importaba el lucro personal.
Nota: Los nombres de los personajes han
sido modificados.
13
Francelina Navarro, la octava entre 9 hermanos, hija de José Miguel Navarro y Herminda
Mora, nació el 13 de mayo de 1950 en el
Líbano, Tolima. La familia compró la hacienda
“Calamonte” (ubicada en el municipio de Falan) en 1958, que comprendía 450 hectáreas
por un valor de sesenta mil pesos. Por el
conflicto armado que se vivía en esa época,
se podía ver una marcada devaluación de la
tierra. El núcleo familiar estaba radicado en
el municipio del Líbano y solamente vivía en
la finca por temporadas el jefe de hogar, José
Navarro. Los hijos solamente iban para vacaciones de Semana Santa, mitad y fin de año,
porque estudiaban los hombres en el Internado Manuel Mejía y Francelina en el colegio
Nuestra Señora del Carmen.
En el segundo secuestro se llevaron solamente a la joven, con tan solo doce años en
1962, pero describen sus hermanos que fue
un día atroz porque robaron todo lo que tenían en la casa de la finca además del surtido
que tenía el padre en una fonda donde comercializaba víveres. Golpearon al jefe del
hogar con una escopeta de cazar borugas,
dejándolo herido, mientras el botín del robo
fue cargado en las mismas mulas de la finca,
luego de quemar todo lo que quedó con
A.C.P.M y se luego se marcharon.
Esa noche a toda la familia le tocó salir a
buscar refugio en la vereda “Tavera” y luego
desplazarse hacia el municipio de Armero
donde se radicaron, porque a la Madre de la
familia (Herminda Mora) le daba mucho temor regresar al municipio de origen, ya que
de ahí era supuestamente el bandolero “Desquite” y de pronto podía correr riesgo otro
integrante de la familia.
A la familia le llegaron comentarios de que a
la joven la habían visto pasar con sus captores por las veredas de Campoalegre, Platillal,
La Normal del municipio de Falan, y luego
había sido llevada al sitio Guayeros en el departamento de Cundinamarca, donde supuestamente fue asesinada. Esa información en
ningún momento fue confirmada; nunca hubo
un cuerpo para hacerle un funeral, ni noticia
alguna de que Francelina estuviera viva aunque se pago un recate de tres mil pesos. El
17 de marzo de 1963 muere “Desquite” a
manos de las fuerzas armadas del estado y
varias poblaciones reclamaban el cuerpo para
lucirlo como trofeo. Desde ese momento la
familia Navarro Mora no sabe nada del destino de Francelina. Los hermanos de la joven
asumen que está muerta por los comentarios
que llegaron a la familia, pero no saben realmente qué pasó.
Foto tomada a Francelina Navarro el día de su primera
comunión en 1958. Fuente: álbum familiar.
Francelina fue secuestrada dos veces. La
primera con uno de sus hermanos mayores
(Marcos Navarro), en la época de Semana
Santa de 1960, por el bandolero Jose Willian
Aranguren alias “Desquite” quien los sacó de
la hacienda “Calamonte” y los retuvo por una
semana en la vereda el “Socorro” en un sitio
llamado el Diamante. Mientras pagaban el
rescate de cinco mil pesos, los dos jóvenes
fueron aislados y encerrados; Francelina fue
encerrada con una mujer, mientras al joven
lo dejaron en un cuarto solo. Después de la
liberación, los dos hermanos fueron llevados
de nuevo a la finca donde duraron unos pocos días y luego regresaron al Líbano.
Cuando la familia llegó a vivir Armero se encontraba en unas condiciones económicas
precarias, ya que cuando salieron de la finca
solamente pudieron salir con lo que tenían
puesto y les tocó empezar desde cero, vendiendo en las calles bananos, quesos, jabón
de la tierra y otros artículos que producía la
madre de la familia. Al mes de haber salido
de la finca, el jefe del hogar Miguel Navarro
envió a la finca a unos trabajadores de confianza para recoger las pocas pertenencias
14
que dejaron “Desquite” y sus cómplices, que
consistían básicamente en algunas aves de
corral.
“…Ellos [los paramilitares] compraban gente,
concientizaban gente para hacer servicio de inteligencia a los mismos campesinos, gente que informaba, y cuando uno menos lo pensaba tenía
los paramilitares en la zona. Eso pasó en Dos
Quebradas y la Cooperativa3que fue quemada dos
veces. Por acá quemaron hasta acá muy cerquita,
hasta allí en la finquita quemaron unas casas,
mataron muchos campesinos de Cañaveral4 para
acá…”5
En 1969 muere el padre de la familia José
Navarro y sus hijos regresan a la finca esporádicamente en 1970. En 1978 muere la
señora Herminda Navarro y en 1985 los hermanos Navarro Mora hacen el juicio de sucesión para repartirse la finca entre los hermanos varones.
El paramilitarismo no nació en los noventas;
es una historia de intereses que por décadas
se han ido transformando para salvaguardar
bienes materiales o ideológicos de la burguesía: El caso del Magdalena Medio –más
exactamente el del municipio de Puerto Boyacá-, fue una de las cunas de estos grupos
armados que se extendieron por la zona rural; el único modo de seguir viviendo fue resistir.
El pasado 11 de noviembre de 2010 se conmemoraban 22 años de la Masacre de Segovia, Antioquia; 22 años de impunidad de uno
de los inicios más claros de lo que se venía
encima para los que pensaban diferente y
para aquellos que sin quererlo se convertirían
en mártires de esta guerra frontal. Esta fue
una de las primeras muertes masivas producto de la represión y señalamiento contra
la Unión Patriótica (UP), partido que representaba los pensamientos alternativos que
querían un cambio profundo. Días antes, iniciaron los corrillos por las calles. Muchos presagiaban la muerte, otros no la tenía planeada; se distribuyeron panfletos amenazantes
contra los militantes de la UP firmados como
Muerte a Revolucionarios del Nordeste Antioqueño.
En la actualidad, la Hacienda Calamonte la
poseen todavía los hermanos de Francelina
Navarro, pero son tierras que prácticamente
están abandonadas por sus dueños, porque
después del fenómeno del bandidismo este
territorio no ha sido ajeno al conflicto armado
de las últimas dos décadas: estuvo influenciado desde 1990 por los grupos armados de
los Bolcheviques del Líbano pertenecientes al
ELN, más tarde fueron el grupo Tulio Varón
de las FARC, y desde el 2005 hasta el 2008
por las AUC.
8. NARRACIONES CON HUELLAS DE
LA VIOLENCIA
La violencia en Colombia no es un
fenómeno
aislado
como dicen muchos.
Es una realidad que
no se puede negar
que existe y persiste,
dentro de la historia de los colombianos y
colombianas, y que parte de una realidad
social, política y económica que ha generado
este conflicto interno. Aquel que diga que no
lo toca la guerra lamentablemente ha sido
cegado por el Modelo Neoliberal Individualista y olvidadizo de la sangre que este país ha
tenido que dejar correr.
“… y entonces fue cuando los campesinos se alzaron, se fueron; y donde se hicieron las marchas y
la asociación, ahí fue donde la asociación hizo la
acción humanitaria. Por el lado de Remedios, muchos campesinos murieron de esa manera por
parte de los paramilitares y del ejército. Eso andaban juntos, uno los veía juntos y todavía andan
juntos. Los mismos que mataron a esa gente todavía andan en Remedios ya supuestamente están
disque retirados… [Mi mamá] ella canta la canción
Después de hacer varios inicios de crónicas
decidí comenzar recordando una serie de
eventos y narraciones de vida de las campesinas y campesinos del Magdalena Medio,
especialmente de una Mujer Campesina que
aunque Joven en edad tiene mucho que contar: una de esas historias caracterizadas por
la huella de la violencia que por años se han
tenido que vivir en los campos colombianos.
3
Veredas del Nordeste Antioqueño en el Municipio de Remedios, Antioquia.
4
Ibíd.
5
Fragmento de una Narración en audio, Mujer Campesina del
Nordeste antioqueño. Responde a las preguntas ¿Cómo nos
toca la guerra y cómo sufren las mujeres las consecuencias de
la guerra? Septiembre de 2010.
15
a Héctor, el hermanito mío que mataron en Barranca…”
decir que uno vive bien, que salgo de acá me meto a un hueco y saco un poco de oro y me lo bebo.
Pero eso no es vivir bien, vivir bien es mirar lo que
está mal; son miles de personas quienes están
mal; no están conscientes de lo que pasa. Yo no
sé de política ni del estado nada, pero sé que está
mal y que y uno ve mucha cosa. De todas maneras el país tiene que cambiar a menos que se forme una guerra más grande y nos defenderemos.
Yo creo que los paramilitares ya no nos van a
matar como lo hacían antes porque el campesino
no creo que sea tan bobo. Es que llegaban dos
personas a una casa y mataban a todas las personas y nadie hacia nada, como pasaba en Remedios; cualquier persona llegaba y degollaba a otra
y ya. Creo que ahora eso no pasa porque el campesino ya despertó: así le toque que se arme más
la guerra, pero uno no se puede dejar matar así y
yo creo que varios piensan lo mismo. Cómo lo
engañaban a uno: en brigadas de salud metían
uno de allá; y cómo se prestaban esa gente para
eso sabiendo que era para matar al campesino.
Toda la lista se la llevaban ellos y a uno se le hacía raro porque era como un retén con nombre
completo y cédula, o los mismos médicos se la
pasaban a ellos… Ahora mandaban a las vacunadoras casa por casa y después el ejército ya sabía
el nombre de todas las personas de la casa, desde
el más chiquito hasta el más grande”.
Esa noche, faltando unos minutos para las
7pm, desde una camioneta en un recorrido
de una hora, hombres armados dispararon
sin condiciones sobre pobladores Segovianos;
recorrieron las calles llevándose a tiros hombres, mujeres, ancianos y niños: un total de
43 personas y más de 80 heridos. Ríos de
sangre se vieron bajar por las calles de un
municipio minero disputado por los paramilitares y grupos insurgentes, frente a los ojos
de la Policía Nacional y el Batallón del Ejercito Bomboná que extrañamente se esfumaron
de las calles y no aparecieron hasta que cesaron los tiros.
“Lo que más me ha marcado [de la guerra] es
perder los hermanos -eso fue lo que más me dolió; también mi tío. O sea; fuimos atropellados
porque no tuvimos un papá que verdaderamente
nos apoyara. Eso es más duro que la guerra que
vivimos ahora; es por eso que caemos en la guerra, por eso están muertos todos; solo estamos
las mujeres y mi mamá que todavía la lucha…”
Hoy, 22 años después de esa sangre y tras
una conmemoración de 3 días, aún se siente
el sollozo de muchas voces que piden justicia
pero que han escondido sus rostros por miedo, miedo a represarías de los que hoy en día
siguen siendo parte de este conflicto. Después de 22 años, al desandar la muerte en
modo conmemorativo llenos de amarillo y
verde –colores de la UP- no era extraño ser
vigilados, registrados fotográficamente, señalados y reseñados por las consignas que
llamaban a no olvidar. En esta marcha, después de 22 años, muchas lágrimas se derramaron por el olvido y por el recuerdo.
Se sembraron 43 árboles simbolizando la
vida, pero también la memoria y la organización. No solamente Segovia es uno de los
municipios azotados por el dolor y la mirada
cruel del paramilitarismo, la muerte y los
señalamientos que acusan de pertenecer a la
guerrilla por ser diferente. En Colombia mueren como “Falsos positivos” -Ejecuciones Extrajudiciales- muchos Colombianos inocentes
al año; solo en el Nordeste Antioqueño en los
últimos años murieron 16 personas que se
suman a la limpieza de los municipios Mineros de Oro de la Zona.
“A la mujer la toca la guerra: uno como madre
que le maten un hijo, como a mi mamá que le
matan 3, sin embargo mi mamá sale a cantar. Ella
tiene una historia: mi papá era de los que amarraban a mi mamá de un palo y le daba con una
rula; le quitaba la ropa… éramos 3 grandecitos.
Dos profesoras y un padre la sacaron de allá para
Yolombo. Nosotros quedamos solos y mi tío que
nos ayudaba lo mataron… y para el estado no
pasa nada, porque todas las víctimas de los paramilitares para ellos es normal: se cuadra con plata, se paga el muerto, le dan 13 millones a la viuda y el que lo mató por ahí caminando,… así no
tienen como acabarse los crímenes en Colombia”.
“Yo quisiera ver [a mis hijos] que fueran diferentes, sin perder la conciencia que uno lleva; ser
consciente de lo que está pasando, tirar a un
cambio… hay que luchar por un cambio, ahorita
está duro pero uno debe unirse a las organizaciones sociales y con eso hay esperanzas de un cambio… cambiar lo que está mal, unidos… Hay que
reconocer que hay gente que no está consciente
de las cosas, gente que está en el campo y ha
sufrido y si usted les pregunta dicen que viven
bien, pero igual si viven bien es porque tienen un
cajón lleno de comida y un cajón lleno de ropa;
pero mire alrededor de ellos y verá gente más
llevada que uno de pobreza y desempleo; vaya
usted al pueblo y vea cómo viven los profesores:
eso es lo que uno tiene que entender. Uno no va a
16
Como mujeres esta guerra nos toca porque
muchas vemos morir a los hijos en medio de
la guerra -de un bando o del otro-, vemos
hijos, hermanos, nietos, sobrinos, etc. morir
en brazos, bajo justificaciones inverosímiles
que pretenden confundir los pensamientos y
sentimientos de mujeres luchadoras por la
vida. Ahora la pregunta de ¿cómo nos toca la
guerra? tal vez la respondería con otras preguntas: ¿cuánto más vamos a seguir negando esta guerra, este conflicto armado, social
y político? ¿Cómo y cuándo abrirán los ojos
los intocables, ante la sangre colombiana
derramada? ¿Cuándo y cómo llegaremos a la
paz y al cambio estructural?..., son dudas
que sólo se pueden resolver si logramos ver
más allá de un modo distinto, más cercanos
a la sociedad.
Por cosas del destino, se conocen y unen sus
vidas estableciendo una familia. Seguros de
que el amor, el trabajo y los deseos de prosperar serían suficientes para salir adelante.
Ella de fuertes y marcadas tendencias conservadoras y él liberal hasta el “tuétano”. Sin
embargo, para esta época, los partidos políticos podían generar grandes beneficios o perjuicios estigmatizando a las personas que
seguían dichos colores.
Establecida la familia y con el florecimiento
económico de la región las proyecciones eran
alentadoras y la ilusión de un mejor porvenir,
impulsaba a la nueva familia. Pero esta ilusión fue demasiado fugaz, pues la guerra que
se desato en el país y en la zona entre liberales y conservadores, por el poder, termina
afectando -como toda guerra- a los que no
tienen nada que ver con ella.
9. A MI ME TOCA LA GUERRA DESDE
ANTES DE NACER
El florecimiento económico que se vislumbraba en la región se desvaneció para unos; la
familia ya había crecido y las amenazas de
muerte, sumadas a las necesidades que generaba esta familia en crecimiento conducen
entonces a un fenómeno que marca el destino de sus vidas: el “desplazamiento”.
¿Cómo toca la guerra a un
colombiano promedio que
proviene de una familia
campesina, que tuvo que
radicarse en la ciudad a
causa de la violencia generada por las diferencias
políticas, lo que desencadena en un cambio de costumbres y la adaptación a un nuevo estilo de
vida, pasando del trabajo de la tierra, al establecimiento de pequeños negocios en
búsqueda de la supervivencia?
En primera medida se ven obligados a abandonar el asentamiento en el que se habían
radicado, para acercarse al centro urbano
más grande que tuvieran cerca, y que permitiera a pesar de las distancias, administrar lo
poco o mucho que habían dejado atrás. Los
brotes de violencia se incrementaban y las
diarias matanzas indiscriminadas eran la zozobra permanente para esta joven familia.
La historia que demuestra el contacto ancestral con la violencia se desarrolla así: …una
mañana de 1948 en cierto municipio del piedemonte llanero, en donde se cruzan las vidas de un hombre y una mujer, se dará origen a una familia grande que como buenos
colombianos son emprendedores y “rebuscadores”.
En ese trascurso de tiempo, intentando sobrevivir, la sombra del desplazamiento reaparece y esta vez de manera más radical: él
obligado por ser liberal a “anochecer y no
amanecer”, nuevamente debe dejarlo todo,
incluida su familia, para alejarse aún más de
aquella tierra que le ofrecía un mejor porvenir, pero que era prohibida para un liberal en
tiempo de poder conservador. Inicia un nuevo desplazamiento y emprende su viaje para
establecerse en la capital, sin poder avisar ni
siquiera que está vivo.
Él, nacido en Chaguaní (Cundinamarca), salió
de su pueblo por la necesidad de buscar un
mejor porvenir. Ella, santandereana, de Guadalupe, salió con su familia en busca de trabajo. Todos con un objetivo en común: buscar un mejor futuro. Llegaron al oriente, un
territorio enorme e inexplorado, que ofrecía
grandes posibilidades laborales y de adquisición de tierras.
Para su esposa siguieron tres meses de incertidumbre en los que no se tenía razón; era
alta la posibilidad que fuera una víctima más
17
de las matanzas que el río Guatiquía tuvo
que alojar. Por fortuna su presentimiento era
falso y gracias a un mensaje, con indicaciones precisas de fecha y lugar para el reencuentro, que trae un comerciante de filiación
conservadora se informa que su marido está
vivo y que la espera en Bogotá en la “plaza
Central, pensión Guayaquil 2:00 pm”. Ella
empaca sus pertenencias, con pocas maletas,
sus dos hijos, y la esperanza del reencuentro, e inicia su travesía hacia Bogotá. Doce
horas después llega al sito acordado y una
vez más continúan con sus vidas, con necesidades, angustias y sobresaltos, como típica
familia colombiana, pero por lo menos libre
del acoso que les generaba la violencia y burlando el fatídico proyecto de vida que ésta
quería imponerles.
esas palabras sencillas de su corazón campesino siempre cautivaban, porque eran despedidas anticipadas. Mucho insistimos en su
traslado a otra ciudad; nunca desistimos,
pero él tampoco quiso abandonar lo poco que
tenía y que le había significado tanto trabajo.
Ese día, como de costumbre, se levantó temprano; se tomó el tinto y se preparó para el
trabajo, mientras en la cocina su esposa asaba las arepas y atizaba el fogón. Cuando escuchó gritar su nombre en el patio le echó un
último vistazo a su señora y le exigió esperar; se lavó la cara y salió al patio a mirar de
frente los últimos instantes que le dejaban
pensar y actuar en contra de la injusticia social, que ese día a través del ejército nacional
lo obligaba a caminar descalzo, descamisado,
insultado y golpeado hacia el que los asesinos creían sería su destino final.
Así pues la guerra ME TOCÓ DESDE ANTES
DE NACER; una guerra de colores, de partidos, que trastocó los destinos de mis antecesores y por ende la mía. De haber seguido
acorde a como ellos querían (los protagonistas del escrito, mis abuelos) muy probablemente, yo no existiría.
Un día entero les llevó torturarlo, camuflado,
y esperar el refuerzo aéreo oficial; todo lo vio
la viuda, que sola en su cocina contempló
cómo se alejaba el helicóptero con su comensal, que dejó el desayuno servido y el café
sin cosechar, a su familia un dolor terrible y a
su pueblo la orfandad.
10. EL PUEBLO DE DON ISRAEL
Rimbombante fue a los pocos días el triunfo
militar: ¡habían dado de baja a un cruel terrorista de las FARC! Rotundo fue el llanto de
los hijos, de la esposa y el pueblo de Don
Israel, que indignado protestó, invadido por
la pérdida de miedo que dejó como semilla la
vida digna de un campesino valiente, que
hasta el final aportó lo que pudo, buscando
superar este sentimiento de injusticia que de
vez en cuando a algunos nos hace llorar, pero sobre todo nos hace continuar.
A la memoria de Israel González, asesinado por el
ejército nacional en zona rural del municipio de
San Antonio, Tolima, el día 24 de Enero de 2008.
A través del testimonio
de su esposa supimos
cómo había sido asesinado. Los ojos de esa
mujer campesina hoy
miran al futuro incierto y
lloran al recordar lo que tuvieron que ver tras
las tablas de su humilde vivienda.
11.RELATO DE UN COLOMBIANO AL
QUE NO LE HA TOCADO LA GUERRA
“Cuando uno es viejo le pierde miedo a todo”, decía el líder campesino del sur del Tolima Don Israel González. Lo conocí hace seis
años y las palabras francas de este humilde
hombre aún están en mi memoria: “Yo sé
que me van a matar, pero ya no tengo miedo; ya crié a mis hijos, ya trabajé, ya viví
todo lo que tenía que vivir, ahora solo vivo
para luchar”.
“Tengo miedo de acabar viviendo en un mundo habitado
sólo por ancianos achacosos e
hijos de la guerra”. Ignacio
Martínez
Frase de mi amigo escritor, de nacionalidad
española. No podía quedarme sin responderle
que su miedo es nuestra realidad: todos somos hijos de la guerra aunque pocos lo sa-
Desde entonces, las pocas veces que lo volví
a ver sentía una inmensa sensación de tranquilidad; su risa y fortaleza se contagiaban y
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ben o lo quieren ver. Este mundo es como
"The matrix", la película más real que se
haya filmado en la historia de la humanidad.
recogieron junto con otros 9 muchachos en un
microbús que los llevaba a una finca para una
capacitación. A mi hermano le pareció como raro y
antes de salir de la ciudad exigió que lo dejaran
bajarse; aunque los hombres se mostraron renuentes no tuvieron otra opción. En efecto, a los
otros muchachos que siguieron en el micro los
llevaron a un monte y les quitaron los celulares,
pero parece que algo les salió mal a esos hombres
porque salieron corriendo y dejaron a los muchachos en medio de la nada. Los celulares no se los
llevaron ni les robaron nada; eso contó uno de los
amigos de mi hermano que estaba con ellos. Ese
incidente fue muy raro pero nadie lo denunció, y
tres meses después salió el escándalo de los falsos
positivos. Llegamos entonces a la conclusión que
eso era lo que querían con ellos y a veces recochamos a mi hermano, que por rebelde le salvó la
vida a los demás muchachos, pero como finalmente no les pasó nada, por eso ¡a nosotros no nos ha
tocado la guerra!
“Pues sí; todos somos hijos de la guerra, porque
¿acaso los padres de la patria no derramaron su
sangre en el puente de Boyacá para liberarnos de
los españoles? Eso se dice en los informes especiales de los noticieros, los documentales y obras
de teatro que se ven por estos días a propósito del
bicentenario de la independencia. ¿Acaso los mismos españoles no derramaron su sangre para
luchar contra la invasión francesa? Eso es lo que
se ve en la novela de RCN que muestra la vida de
Policarpa Salavarrieta. Qué suerte que eso fue
hace muchos años cuando el país completo vivía
en guerra y ¡qué suerte que a mí no me ha tocado
la guerra!
Pobre mi Colombia que ha sufrido tanto en medio
del conflicto causado por la guerrilla. Me acuerdo
que hace unos 20 años, cuando era niña, estuve
en San José del Guaviare; en las noches estaba
muy asustada. Se escuchaban bombas a lo lejos,
pero mi padre me dijo que no me preocupara; que
eso era común allá. Pero como yo estaba de paso,
¡pues a mí no me tocó la guerra!
Y ahora con el escándalo de las chuzadas del DAS,
se da uno cuenta lo corrupta que es la política de
este país. Definitivamente con estos gobernantes
nunca va a terminar la guerra y nunca vamos a
salir de pobres; pero que carajos, hay que votar
por ellos: que roben pero que dejen algo.”
Pobre gente, la que la tuvo que vivir de cerca,
especialmente la gente del campo; yo si no he
tenido que vivir nada de esas cosas. Lo más cercano que he visto de la guerra fue una vez que
estaba en la zona rosa de Villavicencio compartiendo con unos amigos; pusieron un carro-bomba
y todo el sector explotó. Murieron ahí 8 personas.
Pobrecitos los familiares de esos muchachos; a mí
no me tocó nada tan trágico aunque hacía 5 minutos había pasado por el lugar donde estaba el
carro-bomba, pero gracias a Dios esos 5 minutos
fueron suficientes para avanzar tanto que la onda
solo nos tumbó al suelo a mí y a mis amigos. El
escenario fue terrible: sangre por todos lados,
personas heridas, mutilados y muertos, afortunadamente ¡a mí no me ha tocado la guerra!
Y como éste, hay millones de colombianos
viviendo inmersos en la guerra y pensando
que es cosa de otros; pensando que es cosa
del pasado, viviendo engañados y manipulados por el gobierno y los medios de comunicación; tolerando la corrupción de los políticos y muchas veces comulgando con ella.
Este escrito es un homenaje a los nobles libertadores, los líderes sindicales, Gaitán,
Galán, Garzón y demás valientes colombianos, que dieron su vida por la verdad, que
aunque les arrebataran sus cuerpos, sus almas partieron al cielo con su conciencia y su
libertad. Ahora yo me pregunto ¿a nosotros
de qué nos sirven los cuerpos si no tenemos
conciencia ni libertad? Porque vivimos en la
era más grande de la esclavitud; esclavizan
nuestras conciencias que mantienen conectadas a una red de engaños. La gente tiene la
noción de que las cosas no están bien, pero
el arma más poderosa que utilizan los corruptos para seguir enriqueciéndose a través
de su guerra es sin duda alguna “la indiferencia”. Si las personas quieren un cambio
primero tienen que cambiarse y desconectarse de la matriz del mundo sub-real que nos
imponen y que nosotros les permitimos.
Pero la gente ya no va a sufrir tanto. La guerra ya
es cosa del pasado: la seguridad democrática
arregló el país. Por eso había que votar por Santos; bueno, eso dicen mis tíos arroceros; de lo
contrario la guerrilla no los deja trabajar, aunque
uno de ellos tuvo que esconderse un mes porque
los paramilitares lo iban a matar; pero ¡ni a mi
familia ni a mí nos ha tocado la guerra!
Y eso de los falsos positivos es una cosa terrible;
es muy triste que el estado sea el responsable de
eso. Pero bueno, mientras la mayoría de los colombianos estemos tranquilos, pues solo nos podemos lamentar por los demás, aunque con mi
familia nos llevamos un buen susto: En el 2008 a
mi hermano le prometieron un buen trabajo. Lo
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El cambio y la justica no vendrán de los gobiernos, ni de las instituciones, ni de las
ONG’s, ni de los organismos internacionales.
El pueblo es el dueño y responsable de su
destino y no hay poder más insuperable que
el poder que posee el pueblo; pero el pueblo
solo alcanzará su victoria cuando logre vencer la más difícil de las batallas: la batalla
contra la cultura del “todo está bien, mientras a mi no me toque”.
maten en el monte, para ver qué podemos
hacer con quienes quedan?
Qué tristeza tanta impotencia, tanta desigualdad, tantos derechos humanos violados,
tanta pobreza. Yo hago lo que pueda desde
aquí y desde donde me toque, pero siempre
donde esté segura. Todos los días tengo que
ver cómo familias provenientes de todas partes del país tratan de sobrevivir. Los semáforos viven repletos de desplazados y otros
más que aprovechan la situación y se disfrazan. Pero sin poder identificar quién es quién,
¿qué podemos hacer? Los que vivimos en la
ciudad hemos tomado una posición de resistencia y otros más de “ese no es problema
mío”.
12.LA GUERRA NOS TOCA DE MUCHAS
MANERAS
La guerra nos toca
de muchas maneras, pero siempre
nos toca mal. Nos
toca con desesperanza, con tristeza, con temor, con la impotencia que caracteriza el tener miedo a la muerte, al destierro, al empezar de nuevo bajo circunstancias
difíciles, al dejarlo todo.
¿Hasta cuándo vamos a seguir con esto? No
hacemos más sino quejarnos del gobierno,
de la falta de empleo, de la inseguridad, de la
guerra, pero realmente ¿hacemos algo al
respecto? Ya es hora de poner límites y actuar.
No sobra decir que si queremos que esto
algún día acabe, en verdad si queremos, debemos empezar por nosotros. Les propongo
que hagamos algo por el campo, por las familias que lo necesitan, que quieren volver a
sus hogares. Desde nuestra experticia y trabajo debemos fomentar las economías campesinas o proyectos productivos; tratemos de
salvar a los campesinos, de darles nuevas
herramientas para trabajar la tierra. No sólo
la guerra acabó con ellos, también las políticas de globalización y las propuestas del gobierno para propender por el “desarrollo socioeconómico” del país. Hoy en día, los campesinos están cambiando su vocación a obreros, a operadores; ya no es negocio producir
la tierra y eso debe cambiar. Debemos rescatarlos o ¿usted qué opina?
Trato de ponerme en los zapatos de quienes
que han vivido circunstancias adversas con el
conflicto armado. Todos los días doy gracias
por no tener familiares o amigos en la cárcel,
enfermos, desplazados, secuestrados. Cuando veo noticias y percibo cómo sufren otros,
también sufro con ellos, me da una inmensa
tristeza tener que ver como una madre pierde sus hijos, o hijos a sus padres, o tener la
incertidumbre de si su esposo sigue vivo tras
casi una década de encierro en la selva, si
está enfermo, si come, si piensa en la familia, si piensa que volver es posible. Pienso si
continuar con la vida que tenemos está bien
y si nos es permitido hacerlo; si tenemos
derechos a ser felices a pesar del sufrimiento
de otros.
Por ejemplo, la travesía del profesor Moncayo
desde su ciudad natal hasta llegar al Palacio
de Nariño: recorrer 900 km a pie en mes y
medio fue tremenda proeza; eso sí me tocó
el corazón. Tener a su hijo secuestrado diez
años, ¿cómo era posible eso? En verdad, esta
condena es muy dura. A diario pagamos por
algo que no hemos hecho, o más bien nos
preguntamos ¿qué hicimos mal? ¿Cómo dejamos que el conflicto llegara tan lejos y tan
violento? ¿Por qué no hicimos nada al respecto y por qué seguimos esperando a que se
13.LUZ STIBALLY
No tengo recuerdos de
guerra, no tengo nada
que me haga lamentar de
ella; la guerra ha sido
para mí como un fantasma lejano al cual temo y
siempre ignoro. Esta vez me tocó quitarme la
venda de los ojos y los tapones de los oídos,
e irme a buscar la realidad de la guerra que
es tan cercana como la familia.
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allí, pero desconsolado se percató que no se
encontraba.
Luz Stibally estaba muy contenta. Se terminaba la semana y pronto llegaría el sábado;
el tan anhelado día del amor y la amistad. Al
salir del colegio decidió visitar a su papá y
viajó al pueblo donde él trabajaba para pasar
la tarde. Desde ahí llamó a doña Rubiela, su
mamá, y la convenció para que viajara y pasara el día de amor y amistad con su papá. Al
regresar cansada a casa, se dispuso a hacer
las tareas como la niña juiciosa que era.
Ya en la madrugada, las fuerzas militares se
dieron cuenta que habían cometido un grave
error porque las personas que resultaron
muertas, no eran insurgentes sino simplemente personas inocentes que vivían en el
sector. Tratando de ocultar su falta, visten a
sus víctimas con ropas similares a las usadas
por los grupos guerrilleros. A Luz Stibally la
visten con un pantalón camuflado y botas
pantaneras; le cargan un fusil inservible en el
hombro izquierdo y en la mano derecha le
ponen una granada de fragmentación, esa si
en buen estado.
Por fin llegó la noche del sábado y Stibally se
preparó como cualquier adolescente de 16
años, con la mejor pinta y el mejor maquillaje para ir al descubrimiento del amigo secreto. Pero como siempre que hay tanta expectativa uno siempre termina un poco decepcionado, con esa sensación de que algo faltó,
esa noche regreso tempranísimo a su casa.
Allí recibió la llamada de su mamá. Luz Stibally habló con ella y le dijo que eso estaba
muy aburrido, que quería irse a ver el reinado en el salón comunal del barrio; su mamá
le dio el permiso de salir pero le advirtió que
debía tener mucho cuidado, que tratara de
venirse temprano y en compañía de Esdras,
su hermano, quien se encontraba en el billar
en la parte de arriba del barrio.
Son las 5:00 a.m. Rubiela llama a su casa
para recordarles a sus hijos que deben darle
tetero a Marisol, su hija más pequeña, pero
Esdras no puede ocultar su preocupación y le
cuenta a su mamá que Stibally no aparece y
que hubo disparos en el barrio. Rubiela se
dirige de inmediato a su casa. Cuando llega
al barrio lo primero que se encuentra es a un
policía, al cual le comenta su situación. Éste
le dice que los heridos fueron llevados a dos
hospitales cercanos y le informa que hasta el
momento hay 5 personas muertas, cuatro
mujeres y un hombre.
A las doce de la noche entró de imprevisto el
ejército y comenzó a hacer requisas en la
parte superior del barrio, en el billar donde
estaba Esdras. Más tarde, llegaron al salón
comunal a hacer lo mismo, y como a eso de
las doce y media se escuchó un disparo: uno
de los asistentes al reinado se molestó con la
presencia de los militares y dio un disparo al
aire. Los grupos paramilitares del barrio se
alertaron, pensaron que esos hombres vestidos de camuflado eran guerrilleros y comenzaron a disparar en contra del ejército; al
sentirse atacados los soldados creyeron que
esa gente que estaba viendo el reinado eran
milicianos y así empezó el combate.
Muy nerviosa Rubiela llega a su casa, llama a
su marido y le cuenta todo lo sucedido. Este
le indica dónde hay dinero para que vaya a
buscar a su hija de inmediato. Desesperados
parten Esdras, una cuñada de Rubiela y Rubiela a buscar a Luz Stibally. Llegan primero
a la unidad de salud cercana al barrio; allí le
dicen que hay una joven muerta pero Rubiela
se niega a verla, sus acompañantes si lo
hacen y se dan cuenta que no es la persona
que buscaban. Luego van al hospital más
cercano, donde se encuentra otra de las
víctimas del combate ocurrido en el barrio.
Después de una larga espera Esdras y la cuñada de Rubiela identifican el cadáver de Luz
Stibally.
Los asistentes al reinado corren desesperados en todas direcciones para tratar de huir
de la balacera. Al escuchar los disparos Esdras se apresura a ir por su hermana, quien
se encontraba en la parte baja del barrio de
donde provenían los disparos, pero un militar
le impide seguir al sitio donde se presentaba
el combate. Esdras no tiene más remedio que
ir a su casa, con la esperanza de encontrarla
En ese momento, como es natural, Rubiela
llora y con todo ese sufrimiento debe asumir
dos batallas: una para superar su dolor y
otra para reivindicar la memoria de su hija,
para hacerle justicia a su muerte. Luz Stibally
Barrera Rivera, es una más en la lista de los
falsos positivos. Una persona que a pesar de
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su ausencia física me mostró la realidad de la
guerra, de la injusticia. Por ahora debo escribir lo que me decía Rubiela entre lágrimas:
ya no hablemos más.
terrenos para trabajar o ellos mismo se iban
a otras partes a trabajar para sostenerse y
ayudar a sus familias. Aún a pesar de eso, de
nuestra vereda éramos muchos los que si
estábamos en los colegios.
El recuerdo de Luz Stibally me hace pensar
que a muchos miembros lejanos de mi familia, les ha tocado la guerra y que a muchos
de mis compatriotas también les ha tocado la
guerra. Que esa es una penosa y dura realidad que no nos podemos dar el lujo de ignorar, porque ser indiferentes al dolor nos hace
tan salvajes, insensibles e insensatos como
aquellos que usan la fuerza para atemorizar.
Aunque muchos de estos hechos los sentimos
como algo lejano e indiferente, en cualquier
momento pueden tocar nuestras vidas y son
una realidad.
Aquellos que habían optado por no entrar al
colegio, se marchaban hacia Cali, Popayán o
el destino más frecuente: hacia el departamento del Putumayo, adonde eran llevados a
las fincas cocaleras como raspachines. Las
mujeres preferían irse hacia Cali o Popayán a
trabajar como cocineras, mientras que los
hombres en su mayoría se iban hacia el Putumayo. Estos últimos, cuando regresaban en
vacaciones tenían cosas nuevas, como ropa
de marca, televisores, equipos de sonido,
etc., mientras que los que permanecían en el
resguardo y especialmente en el colegio parecía que no habíamos hecho nada económico. Frente a esta balanza teníamos que decidir si seguir allí, siendo una carga para nuestros padres y viviendo siempre arrancados
por dinero, o al contrario, irnos hacia el Putumayo y ser independientes; comprar ropa
de marca, televisores, equipos, y ayudar a
nuestros padres. Para muchos la decisión no
fue tan difícil; y a la larga era muy racional,
si lo midiéramos con costo de oportunidad,
¿no?
Yo, gracias a la presión de mis padres fui uno
de los que no desertó del colegio en primera
instancia, pero mis hermanos mayores si lo
habían hecho anteriormente; a ellos no les
pusieron problema mis papás porque no tenían otra opción: no podían sostenerlos en el
colegio, que en ese tiempo era un privilegio.
Por eso ellos si se marcharon, el uno a los 17
años y el otro a los 13 años. Yo era el menor
de ellos y no querían que me fuera para allá;
me decían que siguiera estudiando. Al igual
que los que seguíamos en el colegio, sólo
podíamos ir como mandaderos hacia ese departamento en tiempos de vacaciones, y de
allá regresábamos con plata y podíamos
comprar nuestras cosas.
14.LAS CARAS DE LA GUERRA
Pensar cómo nos toca
la guerra en un contexto en el cual hemos
aprendido a vivir con
ella y hemos naturalizado prácticas asumidas como “normales”,
hace que necesariamente uno tenga que preguntarse ¿Qué significa la guerra para mí? Y
mira hacia adelante y puede comprender que
a cada instante hemos estado inscritos en
algún lado de las caras de la guerra. En el
presente ejercicio quisiera comentar parte de
una pequeña historia de algunos amigos contemporáneos que vivimos en una vereda del
suroccidente colombiano.
Nosotros tuvimos la fortuna de nacer en el
resguardo indígena de San Juan, perteneciente al pueblo de Los Pastos; es un resguardo sumamente pequeño y con el tiempo
cada vez más y más parcelado, por lo cual se
hace casi imposible sostenerse con la agricultura. Especialmente los jóvenes, desde que
tengo memoria, han tenido que buscar otras
alternativas de vida; los mayores ya se han
resignado a vivir en su cuadra.
Muchos aguantamos hasta el séptimo u octavo grado dentro del colegio, pero finalmente
todos terminamos cediendo; casi nadie regreso después de algunas vacaciones a las
clases. Yo regresé sólo hasta el grado noveno; a partir de ahí me retire para irme de
una vez por todas hacia allá, pues esa balanza era casi imposible de igualar. La educación
Mis contemporáneos ya tuvimos la posibilidad
de asistir no solo a la escuela sino también al
colegio, que quedaba ubicado en el pueblo.
La mayoría de personas pensaban que el colegio era una pérdida de tiempo y por eso no
enviaban sus hijos a éste, sino que les daban
22
superior no era un sueño de nadie y parecía
que todos los que se habían graduado del
colegio no habían hecho mayor cosa; al contrario estaban trabajando como peones. Si
acaso, en nuestra vereda existían dos profesionales.
Las muertes no solo se llevaban a cabo en los
pueblos sino que estas gentes hacían retenes
en las cuales con lista en mano bajaban a
adultos, jóvenes, señoras, etc. Andar en un
carro era pender la vida de un hilo; muchos
de los choferes conocidos fueron asesinados,
ya sea porque la guerrilla o los paramilitares
les quitaban los carros y hacían atentados y
luego el bando contrario reconocía el carro y
mataban al chofer. Otros murieron en medio
de enfrentamientos, y a otros los cogían como choferes para transportar heridos o armamento en medio de combate, y luego eran
asesinados como retaliación por el grupo
contrario o por el ejército. Dentro del los
pueblos se vivía una cacería de brujas: sólo
con mencionar que este o aquél era sapo de
un grupo, se tenía la muerte asegurada.
Nuestro resguardo por aquel entonces era
muy sano y no había mayores problemas. No
se conocía siquiera un grupo armado. Lo único que había conocido de armas de fuego era
una escopeta vieja de mi casa con la cual
había que cuidar el ganado o los sembrados
en tiempos de cosecha. Cuando viajé al Putumayo, allá si conocí a mucha gente armada; por primera vez conocí a un guerrillero y
fue allá donde conocí al ejército, en los retenes que uno u otro montaban por aquel entonces. Los guerrilleros en esos lugares eran
los héroes del pueblo, eran un verdadero
ejército del pueblo; eran quienes impartían la
ley y eran quiénes ponían las condiciones de
convivencia. Mientras reinaba la guerrilla en
esas tierras no había problema, todo marchaba bien; todo el mundo respetaba a los
demás y los ladrones eran los más odiados,
por eso casi no existían.
No había ley; al ejército se le temía igual que
a los paracos, pues cuando la guerrilla reinaba estaba acorralado y por eso ni siquiera
los campesinos lo reconocían como legítimo;
para ellos la ley era la guerrilla. Con la llegada de los paracos, retomó nuevamente poder
el ejército y sin duda también tomó represalia con todos los de las veredas; en los retenes los trataban de guerrilleros o de ayudantes.
Al inicio empecé como raspachín de coca, o
mandadero de los patrones, pero luego mi
hermano me puso a trabajar como ayudante
de una camioneta que transportaba gente
hacia las veredas. Al inicio fue muy bueno
porque andaba por un lado y otro, y en el
camino como sólo reinaba la guerrilla; no
había problema porque ellos no decían nada,
antes conversaban con uno o le gastaban
cualquier cosa. Pero luego todo empezó a
cambiar de un momento para otro.
Personalmente yo vivía con un miedo constante; temía salir de la casa, ya no quería
estar allá; temblaba cada vez que se subía
un paraco al carro donde trabajaba. Todos
agachábamos la cabeza, mirábamos al piso y
nos quedábamos en silencio. No solo era impotencia sino también una forma de guerra
psicológica: ¡era una humillación!
La gota que llenó el vaso para que mi hermano me sacara de allá, fue la masacre de
La Dorada. Era el pueblo más cercano al cual
vivíamos; es decir, que el próximo que seguía era el que vivíamos. En La Dorada contaba
la gente que llegaron más de trescientos
hombres en volquetas a las dos de la mañana e hicieron salir al parque a todos, no importaba qué edad tuvieran, y con lista en
mano fueron sacando a muchos de los cuales
ellos los acusaban de guerrilleros. Más de
una docena de personas fueron torturadas
frente a los ojos de todos los que estaban
allí; la mayoría fueron descuartizados. Era un
mensaje que se regaba como el viento y que
Se rumoraba por todas partes que habían
llegado los “paracos” al Putumayo; unos decían que habían llegado a Puerto Caicedo y
otros decían que habían llegado a Puerto
Asís. Pero sólo se supo hasta que empezaron
las masacres, pueblo por pueblo, como una
mancha que se regaba por todo ese territorio. De allí en adelante todo cambio; las masacres se volvieron el pan de cada día; el rio
Guamuez se volvió un rio de cuerpos masacrados y de sangre; las muertes más atroces
que uno solo creía que eran posibles en otros
lugares, se convirtieron en una costumbre.
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ni siquiera era necesario decirlo explícitamente.
cuela rural, pero ahí apareció el primer problema: Sandra es menor de edad. La dificultad se superó con una constancia emitida por
el personero del municipio, donde refería que
Sandra por su condición de madre soltera
podía laborar, aunque ella solo tenía décimo
grado aprobado.
Apenas volví a Nariño me invadía un sinsabor
por los amigos y familiares que permanecían
allá. Por más de un año, cada quince días
llegaba un conocido en ataúd a la vereda, ya
sea muerto por uno o por otro bando, en esa
guerra sucia que se habían desatado. Las
razones de las muertes eran tan absurdas
como las de salir a jugar fútbol o haber estado caminando hacia la casa. Mi primo también era chofer; a él lo mato la guerrilla por
no pagar la vacuna pero luego la misma guerrilla pedía perdón porque fue una equivocación; él tenía una familia, de donde quedó
una viuda y dos huérfanos.
Empieza Sandra a dictar clases. Todos los
días sale a las 4 de la mañana, porque debe
tomar dos transportes, el primero desde el
parque de la localidad por la carretera central
que conduce a la capital del Departamento,
hasta un desvío llamado San Roque, que
conduce hacia la vereda Bocono, donde está
la escuela rural. Hasta allí desde la carretera
central debe Sandra, esperar las volquetas
que llegan a transportar el carbón hacia los
centros de acopio ubicados en la capital del
Departamento.
Cuando esta ola de muerte y las fumigaciones acabaron con la coca, ésta se trasladó
hacia el pacifico nariñense. Para allá sólo algunos conocidos fueron a probar suerte. Los
demás amigos se vincularon como erradicadores manuales pagados por el estado. Los
que tuvimos la oportunidad de regresar del
Putumayo retomamos nuestras vidas, unos
trabajando en el campo y otros regresamos
al colegio. Las oportunidades de trabajo en
Nariño eran casi nulas; el campo estaba quebrado, no había ningún cultivo que fuera rentable. Esa situación llevó a muchos a sembrar
amapola, que también se convirtió en un
problema social y jurídico para quienes lo
hicieron, porque muy pronto ésta también
fue combatida por el estado.
La vereda Bocono, se caracteriza por su economía se basada en la explotación de carbón.
Se puede decir que una vereda que tiene una
población de 80 habitantes, llega a sumársele
unos 250 obreros que viven allí de lunes a
sábado.
Sandra empieza su labor, confundida entre
ser una madre responsable y una profesora
eficiente. Es tan joven que se confunde con
sus alumnos, pues algunos de ellos tienen
entre 13 y 14 años y la superan en estatura.
La jornada educativa va desde las 7:30 am
hasta las 12:30 pm, hora en que Sandra empieza a regresar a su casa, tomando el mismo trayecto y en los mismos medios de
transporte. A diario conoce a personas diferentes pero trata de hablar lo mínimo, pues
ya se oye que por la zona empiezan a hacer
presencia grupos como la guerrilla, de lo cual
Sandra ni sabe ni entiende.
De aquel grupo de amigos que salimos de la
escuela y pudimos ingresar al colegio tan
solo siete pudimos terminar y solo dos tuvimos la oportunidad de estudiar en una universidad…
15.UNA MADRE SOLTERA Y JOVEN
EN MEDIO DE LA VIOLENCIA
Un joven de la vereda, que dice ser hijo del
dueño de varias minas de carbón, frecuenta
a Sandra procurando ser su amigo y hasta se
ofrece a acompañarla en el camino cuando
las volquetas no llegan pronto. Así avanza
Sandra en su trabajo los dos primeros meses
sin mayores contratiempos. Todos los días
Sandra regresa a su casa hacia las 3 pm y
cuida a su hijo algunas horas, pues el resto
del tiempo está con una niñera que lo atiende. Después de las 6 pm, Sandra va al colegio para terminar su bachillerato.
Era el año 1989. Sandra
tenía solo 16 años y un
hijo de ocho meses, por el
cual su padre la abandonó
al momento de nacer.
Sandra debió salir a buscar trabajo, para sostener a su hijo y sostenerse ella. Algún amigo
le ofreció un puesto de docente en una es-
24
bargo, pasados 7 meses Asdrúbal es condenado por rebelión.
A mediados del mes de mayo, un día en el
que no llegan volquetas a la zona, la joven
maestra decide tomar a pie la carretera que
la conduce a la vía central. Ha caminado por
lo menos 2 km de los 6 que debe atravesar,
cuando de pronto ve que desde el margen
izquierdo de la carretera, exactamente entre
un rastrojo que se nota talado, sale humo y
algunas llamas. Al comienzo Sandra cree que
se trata de un incendio forestal, pero al observar detenidamente encuentra que se trata
de un vehículo que arde en llamas. La joven
temerosa se acerca y queda atónita cuando
nota que dentro del vehículo, está un hombre
atado y ardiendo. Sandra trata de devolverse
y se encuentra con un papel tirado en el piso,
sostenido en sus esquinas por piedras, que
dice: “muerte a quien se atreva a informar”
ELN. La joven sale despavorida y, sin mirar
atrás, en breves instantes llega hasta la carretera donde encuentra un vehículo que la
llevará a su casa. Al llegar, relata a su familia
lo ocurrido. Le recomiendan entonces dejar
su trabajo, pero ella sabe que no puede por
ser el medio de sustento de ella y su pequeño hijo.
En la zona se acentúa la presencia de la guerrilla; algunos niños se van de la vereda y la
población estudiantil pasa de 30 a 12, lo que
indica que pueden cerrar ese centro educativo y enviar los niños al centro más cercano.
Sandra ya no tiene la misma seguridad,
tranquilidad y estabilidad para trabajar, pero
a pesar de todo lo sigue haciendo hasta culminar el año lectivo.
Los propietarios de las minas de carbón también se quejan, pues en primer lugar no se
consiguen obreros para las labores, y en segundo lugar la guerrilla los viene “boleteando” -como dicen ellos-, lo que indica que debe dar una parte de sus utilidades al grupo
guerrillero.
Se podría decir que durante el periodo lectivo
en que Sandra estuvo presente en la zona,
hubo unas 30 muertes violentas. Pasan dos
años y Sandra sigue allí, en medio del miedo,
las dificultades y la desesperanza. Algunas
veces habla sólo con algunas madres de familia que se acercan a la escuela, pero nadie
comenta el tema. Solo un día la señora Estela, madre de una de sus alumnas, se acerca
para decirle que hay rumores de que a la
zona llegarán unos grupos a combatir con la
guerrilla, pero que son hombres que vienen
sin piedad contra quienes hayan auxiliado o
colaborado alguna vez con los guerrilleros.
Historias tenebrosas como “que traen motosierras para cortar a la gente en pedazos”,
atemorizan a Sandra y a la poca gente que
queda en la vereda. Las minas cambian de
propietario casi en su mayoría; ya no se conocen entre vecinos; la vereda perdió su sentido de comunidad organizada, pues los que
viven allí casi todos son foráneos y poco les
interesa el progreso como comunidad.
Sandra demuestra ser una mujer fuerte,
pues al día siguiente vuelve normalmente a
su trabajo; sólo cuenta lo ocurrido al joven
amigo que tiene en la vereda, pero allí ya
todo el mundo lo comenta y algunos dicen
“ya llegaron”, pero Sandra no entiende a qué
se refieren.
Pasados unos 15 días, al venir de regreso en
una volqueta, junto con el conductor observan nuevamente llamaradas en un potrero.
Se detienen a ver y encuentran a dos hombres envueltos en una colchoneta, casi calcinados. Esta vez Sandra deja correr por sus
mejillas lágrimas de dolor.
Durante los meses siguientes, aparecen 6 o 7
personas muertas en diferentes circunstancias, pero Sandra sigue cumpliendo sus obligaciones. Una mañana, al llegar a la escuela,
la joven se encuentra con que a su amigo
Asdrúbal, la noche anterior había llegado una
comisión de la fiscalía para llevárselo, al parecer sindicado de ser subversivo del ELN.
Sandra muy asustada decide preguntar a su
familia acerca de lo ocurrido, pero allá le dicen que todo está normal y que Asdrúbal es
inocente; que ya todo se resolverá. Sin em-
La carretera que conducía de la vía central
hacia la escuela termina deteriorándose por
completo, pues no existe una junta de acción
comunal, que gestione recursos para su restablecimiento. Sandra debe caminar todos los
días los 6 km del trayecto sin pavimentar y
llena de miedo por las cosas que ha visto.
Por otra parte, la joven maestra ya ha terminado su bachillerato y empezado una carrera
universitaria a distancia. Ahora más que nun-
25
ca necesita el empleo, pero la población estudiantil sigue decreciendo.
sus casas; a todos ellos los mataron. Catorce personas en total asesinaron. ¿Cómo le parece profesora?”, acentuó Pedro.
Una mañana, cuando Sandra llega al punto
denominado San Roque donde debe descender del carro para tomar la carretera hacia la
escuela, se encuentra con una gran cantidad
de carros parqueados. Ella con prudencia
desciende del vehículo sin preguntar nada.
Camina unos doscientos metros, hasta llegar
a la vía que debe empezar a recorrer. Al llegar allí, observa a unos hombres uniformados con un brazalete de color rojo y negro
que dice ELN. Sandra se queda estupefacta,
pues a pesar de que ha visto la violencia
desde cerca, nunca había visto un guerrillero
uniformado. Varias personas conversan aparte con los guerrilleros mientras otros, como
la profesora, se quedan callados y algunos ni
siquiera se bajan del vehículo en que van;
pasada una hora empiezan a dejar ir algunos
carros. Sandra, con la valentía que la caracteriza, toma su camino y llega a la escuela;
ese día ella no habla, no toma nada, ni siquiera juega con los niños; piensa sólo en el
futuro de su pequeño Juan.
Sandra, desconcertada por la historia y ya
viendo los cadáveres en el piso, a los cuales
se les realizaba el levantamiento, decidió
buscar rápidamente cómo regresar a su pueblo. Al llegar a su casa, sus padres con el
corazón en la mano la esperaban, pues al
enterarse de lo ocurrido y conociendo el trayecto que debía caminar Sandra, solo rogaban a Dios que a ella no le hubiese ocurrido
nada.
Ese día Sandra tomó la decisión de no trabajar más en esa escuela, y por supuesto debía
suspender sus estudios universitarios. Lloró
toda la tarde sin entender por qué suceden
estas cosas. Abrazaba a su pequeño hijo y se
preguntaba, ¿qué habremos hecho?
Así empieza la historia del paramilitarismo en
esa zona. Centenares de muertos, familias
destruidas, personas como Sandra con sueños truncados, escuelas cerradas, veredas
deshabitadas, la economía de la región venida abajo, pues el carbón ya nadie lo quería
explotar.
Al medio día, ya de regreso a su casa y creyendo que todo ha transcurrido normalmente, Sandra toma su camino por carretera
destapada y polvorienta que la lleva a la vía
central. Al llegar allí ve de nuevo algunos
carros y un número de personas, pero en
menor cantidad de los que había en la mañana. Al acercarse ve que hay muchas mujeres
llorando, hombres con caras tristes y algunos
carros fúnebres. Sandra no sabe qué hacer.
Se atreve a acercarse a Pedro, un conocido
del pueblo, para preguntarle qué sucede y
Pedro le relata lo siguiente, creyendo que
Sandra nada ha visto por la mañana:
Después de dos meses de estar sumida en la
tristeza y el llanto y de no entender lo que
sucede en este bonito país, Sandra decide
armarse de valentía e irse a la capital a buscar otro medio para vivir y continuar su carrera. Hoy Sandra es una profesional exitosa
y su hijo también es universitario. Ha establecido un hogar con un hombre que la respeta y la valora. Parece que Sandra ahora
sufre menos en la ciudad. “será que solo en
la ciudad nos sentimos seguros, siendo el
campo el lugar donde se produce todo lo necesario para nuestro vivir bien”.
“Esta mañana un grupo paramilitar disfrazado de
guerrilleros del ELN montaron un retén, que al
parecer venía comandado por un antiguo guerrillero que había estado en la zona alias “socavón”, a
quien todos los comerciantes y ganaderos de la
zona conocían y a quien entregaban sus cuotas
mensuales. Al verlo, quienes lo conocían le decían: no se preocupe comandante ya le traigo la
platica de la cuota, déjeme ir al pueblo y ya vuelvo. A don José Gómez, lo dejaron ir, fue y trajo la
plata y cuando llegó y la entregó, fue asesinado
sin piedad. Otras personas que decían conocer al
señor “socavón” lo saludaban con amabilidad y
hasta le recordaban cuando los había visitado en
26
16.¡MATARON A MARCELA
EN LLANO GRANDE!
gión. Debo admitir que el saldo que más lamenté en términos sentimentales fue la destrucción total de la casa de mi novia que
quedaba justo al lado del comando de policía,
que fue arrasado totalmente. Por fortuna ni
ella ni sus padres estaban allí. Ahora me doy
cuenta que bien pudo ser este el primer episodio en que la guerra me tocó, así fuera
tangencialmente. Después perdí conocidos,
vecinos, amigos y compañeros de colegio y
hasta de universidad, pero no suponían lazos
afectivos cercanos.
Haciendo un ejercicio memorístico puedo decir que la
primera vez que oí hablar de
violencia, fue a través de los
relatos de mi papá, quien en
las tardes conversaba con los
peones de más confianza los avatares que le
tocó sufrir como liberal durante la contienda
partidista de mediados del siglo pasado, y a
la que se refería irónicamente como la chiquitica. Las contaba como gesta, más no con
odio, resaltando incluso las bondades de algunos conservadores de la región a quienes
estimaba. Mucho tiempo después me enteré
que buena parte de los peones de la finca
eran de filiación conservadora.
Esto puede revelar, lo pienso ahora, una faceta un tanto cínica de ver la guerra en cualquiera de sus manifestaciones como algo
ajeno hasta que no nos toque directamente,
la cual puede esconder explicaciones en
algún sentido de lo que ha sido nuestra debacle nacional, donde pareciera que cada uno
de los colombianos estamos a la espera de
nuestra porción de tragedia para luego irnos
a sumar al montón anónimo de las víctimas;
algo así como un destino ineluctable, no buscado, al que todos indefectiblemente habremos de llegar.
Podría decirse que era una situación superada y que ya el sectarismo en términos prácticos no tenía lugar. El odio en cambio, si era
contra Laureano Gómez, como la personificación del mal para mi papá. Tiempo después
entendí también el por qué un cuadro de
grandes dimensiones con la imagen del general Rojas Pinilla, dominaba un costado de la
sala, al frente estaba el típico, el de la Santísima Trinidad, ambos cumpliendo acaso las
mismas funciones: conjurar demonios.
No podría precisar qué tanto de estos episodios que hoy son parte de mi arsenal biográfico fue lo que me llevó a interesarme por
abordar el fenómeno de la violencia con interés intelectual en mis años de universitario
y luego en mi vida profesional. Lo que sí
puedo estar seguro es que ha sido un tránsito obligado para muchos colombianos, donde
la violencia aparece, más que como un objeto
de estudio, como una constante sobre la que
siempre se vuelve. El eminente investigador
de estos temas, Gonzalo Sánchez, lo describe
así:
En esos tiempos, principios de los ochenta, la
guerra era para mí un fenómeno muy remoto, pese a estar en un ambiente rural donde
se cuajaba silenciosamente lo que más adelante sería un territorio típico de confrontación. Mi niñez transcurría en los juegos infantiles con mis hermanas, especialmente con
Marcela (q. p. d.), cuya invocación aquí me
remite a las disputas que teníamos por apropiarnos las tiras cómicas a colores que traía
El Tiempo los domingos. Esto puede sonar
atípico pero a la finca llegaban religiosamente, así fuera con algunos días de atraso, los
periódicos nacionales más importantes que
papá leyó y releyó hasta pocos días antes de
su muerte.
“Desde entonces quedé poseído por la problemática de la violencia: mis estudios se volvieron en
cierta manera autoanálisis, exorcismo o catarsis
de mis temores y presiones infantiles, intento (tal
vez fallido) por entender ahora ese monstruo que
dominó mis primeros años y que ha seguido marcando la historia del país y mi propia biografía.”1
Pues bien; para seguir en este tránsito doloroso debo decir que el día que la guerra efectivamente tocó a mi puerta no podía estar
más desamparado en términos emocionales.
Este panorama que podía resultar idílico se
rompió abruptamente a mediados de los noventa, siendo ya estudiante de bachillerato.
Presencié desde la finca la toma guerrillera
del casco urbano municipal, de esas tantas
que hizo el ELN por aquella época en la re-
1
Tomado del Prefacio al texto Guerras, memoria e historia, de
Gonzalo Sánchez. Editorial La Carreta – IEPRI, Medellín 2006.
27
Ello en el supuesto que uno se pudiera preparar para recibir una noticia de esta naturaleza. Recuerdo ahora que era un día lluvioso
de cielo gris y la mañana apenas despuntaba; debían ser las 6 a.m. cuando uno de mis
hermanos entró a la habitación para decirme
con tono seco: “mataron a Marcela en Llano
Grande.”
ticas de la Ley de Justicia y Paz —interpretados,
defendidos, criticados y desmentidos desde cada
trinchera por el Gobierno y las ONG, académicos o
violentólogos, el periodismo y las víctimas—, la
conclusión más cruda de la violencia paramilitar es
que Colombia nunca estuvo preparada para desenterrar sus muertos. Fue tal el salvajismo nunca
calculado de estos ejércitos privados, auspiciados
por el narcotráfico, que el país no termina de indigestarse con la sevicia de sus crímenes. Los cadáveres —o sus restos, o lo que queda de éstos—
siguen apareciendo aquí y allá. Y ya no hay dónde
abrirles campo.”2
Las palabras me quedaron por un momento
retumbando en la cabeza y se me vinieron a
la memoria una serie de imágenes de ella, de
mi hermana Marcela, quien fuera la cómplice
generacional de mi niñez y a la que no veía
desde hacía algunos años. Todo fue muy
rápido pero a la vez denso y pesado, y luego
de despertar de esa modorra lo que uno atina a preguntar es casi instintivo y elemental:
¿quiénes fueron y cómo fue?
Pues bien, si el país no estaba preparado
para desenterrar a sus muertos tampoco ha
de estarlo para elaborar el necesario duelo
colectivo ni mucho menos para representarlo
de manera pública como gesto de vergüenza
nacional ante tanta barbarie. A pensar el
duelo en conjunto es que nos invita Judith
Butler y así comenzar a comprenderlo en sus
formas aún en medio de la violencia que no
cesa inspirando así un sentimiento de solidaridad colectiva con el dolor propio y ajeno.
Me cuestiono ahora, tras años de impunidad
y negación de la verdad, que esas suelen ser
preguntas carentes de sentido desde un principio, y ¡saber que existen cientos de personas que no pueden ni siquiera planteárselas
so pena de correr la misma suerte! Una realidad tan cruda como dolorosa. De esta manera intempestiva y fría puedo decir que la
guerra tomó cuerpo de tragedia en carne
propia, y desde ahí uno comienza a ver una
realidad que percibió lejana y que sólo le pasaba a los otros.
“Mucha gente piensa que un duelo es algo privado, que nos devuelve a una situación solitaria y
que, en ese sentido, despolitiza. Pero creo que el
duelo permite elaborar en forma compleja el sentido de una comunidad política, comenzando por
poner en primer plano los lazos que cualquier
teoría sobre nuestra dependencia fundamental y
nuestra responsabilidad ética necesita pensar. Si
mi destino no es ni original ni finalmente separable del tuyo, entonces el “nosotros” está atravesado por una correlatividad a la que no podemos
oponernos con facilidad; o que más bien podemos
discutir, pero estaríamos negando algo fundamental acerca de las condiciones sociales que nos
constituyen.”3
¿No marca esto acaso un principio de indolencia colectiva? En lo personal pienso que sí,
puesto que por más que se estime que la
violencia en nuestro medio se rutiniza, lo que
verdaderamente se vuelve cotidiano es la
carencia de solidaridad en el cuerpo social,
la imposibilidad que hemos tenido los colombianos para elaborar esa especie de “duelo
social” por nuestros muertos conocidos y
desconocidos y saldar esa cuenta pendiente
con nuestra memoria colectiva; y en medio
de este desajuste, la desidia toma cuerpo.
Pareciera que la fuerza de los hechos no da
tregua para tomarse el tiempo necesario y
comenzar a elaborar el duelo social ya que el
espacio mismo se satura y surge entonces la
pregunta de si realmente estamos a tiempo
de iniciarlo. Un reciente reportaje a la tragedia nacional señalaba lo siguiente:
Si el país aún no encara el necesario conjuro
social de elaborar el duelo colectivo por las
miles de víctimas que deja el conflicto así sea
mediante un acto simbólico, ¿qué podemos
deducir de ello? En principio como diría Butler, cuando tememos elaborar el duelo,
nuestros propios miedos pueden alimentar el
impulso de resolverlo rápidamente, de desterrarlo en nombre de una acción dotada de
poder de restaurar la pérdida o de devolver
el mundo a un orden previo, o de reforzar la
2
El Espectador, Las bodegas del horror. Domingo 4 de julio de
2010. Sección judicial.
3
Judith Butler. Vida precaria. El poder del duelo y la violencia.
Paidós 2004. Pág. 48
“Un lustro después de su entrada en vigencia, de
todos los enrevesados saldos, números y estadís-
28
fantasía que el mundo estaba previamente
ordenado.
poca intervención del estado y financiada por
la producción de base de coca. El proyecto
palmero era un modelo usufructo, en donde
los campesinos colocaban la tierra y la empresa se encargaba de suministrar todo para
sembrar, mantener y cosechar el cultivo. En
el 2004 empezamos con la etapa de vivero, y
al siguiente año en el mes de marzo, se inició
la siembra de la palma, en lo que se requería
todo el esfuerzo en equipo, para en lo que
Pablo, que con cariño sus amigos le decíamos
“Pablinchi” estaba siempre listo, con la mejor
aptitud y disponibilidad.
Sin embargo, esto puede ser producto también de una indolencia colectiva mayor capaz
de domeñar el horror como estrategia para
domesticarlo y hacer de éste un simple amasijo de sucesos que una vez incorporados al
espacio biográfico de cada individuo en una
lógica de ya nada me sorprende y de esta
manera se hace extensivo a la totalidad del
cuerpo social que se aletarga en una convivencia mezquina con la violencia y las múltiples degradaciones en cada una de sus manifestaciones.
El topógrafo y el loco llegaron en la camioneta ese jueves en la tarde, frenando bruscamente a la entrada de la empresa: Pablinchi
había sido bajado del vehículo por cuatro
encapuchados en mitad del recorrido de regreso, al frente de la finca Las Flores, después de ser identificado. A la fuerza se lo
llevaron hacia el rastrojo, mientras el topógrafo y el loco fueron obligados a partir sin
él; el loco tuvo que manejar sin jamás haber
tomado un volante, ya que el topógrafo, inmóvil del susto, no se sintió capacitado para
conducir.
Finalmente se supo, como era la sospecha
inicial, que a mi hermana la asesinaron los
paramilitares. Que la sacaron de su casa y
que previamente habría sufrido amenazas, a
las cuales hizo caso omiso por haber tenido
la certeza que nada debía, como si esa fuera
una premisa valedera en este país para escapar de la acechanza de la muerte violenta.
Así me tocó la guerra, la misma que hoy me
suscita estas dolorosas reflexiones.
17.“PABLINCHI”
Todos en la empresa quedamos perplejos por
la noticia, al parecer se trataba de un secuestro. Pero ¿qué motivos lo originaron? Pablo,
aunque provenía de una familia con suficientes recursos económicos, hace mucho tiempo
había tomado la decisión de alejarse de ellos,
teniendo que vivir de sus propios recursos,
los cuales hasta el momento no eran causa
de un posible secuestro, ya que a cargo de
su esposa y su pequeña hija, poco dinero le
quedaba para ahorrar. Además, no se le conocían enemigos. Había que esperar noticias,
las cuales llegaron pronto.
Ese 26 de agosto del año
2005 llegó el “loco” manejando la camioneta de la Compañía, acompañado por el
topógrafo, y en la cual había
salido Pablo esa mañana muy
temprano, dirigiéndose a la vereda de San
Luis, en el municipio de Simití, para continuar con la supervisión de la siembra de
palma en las fincas que le correspondían en
ese núcleo. El “loco” trabajaba con Pablo
ayudándole con la supervisión de las labores
en campo, y Pablo, un administrador de empresas agropecuarias, trabajaba como técnico en las Compañías Palmeras del Sur de
Bolívar, en donde lo conocí un año antes,
como compañero de trabajo, y poco tiempo
después se convirtió en mi amigo.
Al día siguiente, uno de los contratistas prestadores del servicio de maquinaria a la empresa, se acercó a las oficinas para comentarnos que venía de la zona en la que fue
raptado Pablo, y allí se le acercó un finquero
conocido por él, el cual le menciono que el
día anterior había escuchado disparos cerca a
su finca. Esto mismo fue comentado a la policía y al ejército, para que se dirigieran al
lugar y verificaran lo que había pasado. La
respuesta de las dos instituciones fue negativa, argumentando que no tenían las suficientes garantías para desplazarse hasta la zona,
Las Compañías Palmeras del Sur de Bolívar
era un proyecto para el establecimiento de
2000 hectáreas en palma, en los municipios
de San Pablo y Simití, para la sustitución de
cultivos ilícitos en la región, altamente influenciada por el conflicto armado, entre la
guerrilla y paramilitares, favorecido por la
29
por el difícil orden publico que se presentaba
en esa área, casi toda gobernada por paramilitares, miembros del bloque central Bolívar.
En realidad tenían la razón; dirigirse ellos
allá, con los pocos hombres que tenían, era
una muerte segura. Pero nosotros como
compañeros y amigos, nos colocamos en la
posición de Pablo y de su familia, y decidimos
dirigirnos en la mañana del sábado hacia ese
lugar todos los compañeros de trabajo y un
hermano suyo, el cual era el notario del pueblo; al fin y al cabo a todos nosotros nos conocían en esa vereda, lo que nos dio confianza, obviamente con el gran temor de que
tomaran represalias, aún sin saber lo que
había acontecido.
Su hermano el notario no quiso que le realizaran la autopsia en la morgue del pueblo y
en esa misma tarde del sábado lo embarcaron en una chalupa hacia la ciudad de Barrancabermeja, para luego ser trasladado a
Bucaramanga; su ciudad de origen. Toda la
gente del pueblo quedo asombrada por su
muerte, a pesar de que ya estaban acostumbrados. A los dos días siguientes fue su entierro, siendo acompañado por gran cantidad
de familiares y amigos que sentimos la
pérdida de Pablito.
Los días después de su asesinato estuvieron
llenos de incertidumbre para todos, las visitas a campo fueron interrumpidas. Aunque
la causa de su muerte nunca se conoció en
definitiva; hasta se dijo que era por una
amante de Pablo que había sido mujer de un
paramilitar, obteniendo éste su venganza.
Todos sabíamos al interior de la empresa que
el modelo usufructo y el proyecto palmero
del Sur de Bolívar, en donde varios de los
campesinos colocaron sus tierras, no con la
intención de cultivar palma de aceite, sino
pensando en no perder sus fincas a causa de
la presión paramilitar, que los obligaba a
venderlas a un mínimo valor o simplemente
eran apropiadas ilegalmente por estos grupos, había sido la verdadera causa de la
muerte de Pablinchi.
Salimos en caravana a las siete de la mañana
hacia ese sector, sin avisar a las autoridades,
para que no fuéramos obstaculizados. El recorrido tardo una hora y veinte minutos. Al
llegar al lugar le preguntamos a los habitantes de la finca más cercana si sabían algo de
lo que había pasado ese jueves en la tarde.
Ellos con gran temor, mencionaron que habían escuchado unos disparos, pero que no
sabían nada más. Empezamos todos a buscar
algún rastro o pista de lo que había sucedido,
queriendo en el fondo no encontrar nada.
Estuvimos recorriendo por más de dos horas
los rastrojos a lado y lado de la carretera sin
hallar alguna señal. De pronto escuchamos a
Jeremías gritando; había encontrado a Pablinchi. En realidad, el señor de la finca se
había dado cuenta de todo lo que había pasado y no pudo soportar vernos buscar frustradamente, y a solas le indicó a Jeremías el
lugar donde estaba Pablo. Todos corrimos
hacia allí. ¡Qué duro fue encontrar a Pablinchi
muerto!… Estaba boca abajo; sus manos
amarradas con nylon a su espalda, el cual ya
había penetrado su piel: había recibido cuatro disparos de fusil por la espalda, al parecer
a quemarropa. En mi mente trataba de imaginar lo que había pensado Pablo entre el
transcurso del tiempo en que fue bajado de
la camioneta y recibir los disparos; su miedo,
su tristeza, su niña, su hermosa como llamaba a su esposa; pudo haber sido cualquiera
de nosotros. Entre todos recogimos el cuerpo
y lo subimos al vehículo de su hermano, para
empezar el triste recorrido de regreso al
pueblo.
18.CUANDO EL CONFLICTO ESTABA
EN PAÑALES
A finales del siglo XIX, después de la independencia y de
la inestabilidad política de la
nueva patria, se fueron instalando haciendas ganaderas y
agrícolas. En 1910 se iniciaron
trabajos para la construcción del ferrocarril
Facatativá-Girardot, ubicando una estación
en donde actualmente se halla el casco urbano del municipio entonces perteneciente a
Anolaima. Se cree que una Palma del fruto
Cachipay, cerca de la estación, habría dado el
nombre a la estación y posteriormente al
asentamiento.
La fertilidad de la tierra y el agradable clima
fueron atrayendo a nuevos pobladores en los
siguientes años. Por Ordenanza No. 9 del 16
de abril de 1923 se creó la Inspección Departamental de Cachipay. La travesía en tren
30
desde la sabana era uno de los mejores
atractivos turísticos para la sociedad Bogotana, que con frecuencia visitaba esta región.
La bonanza internacional del café hizo que la
gran mayoría del paisaje rural se cubriera de
cafetales, siendo esta la base de la economía
municipal hasta finales de siglo. En 1975
cesó el paso del tren como medio de comunicación y transporte de carga, por el intensivo
uso del automóvil tanto particular como de
servicio público. Finalmente, en 1982 se declaró municipio mediante ordenanza No. 006
emanada por la Asamblea de Cundinamarca.
La oposición de las autoridades civiles de
Anolaima fue un obstáculo inicial, pero en
1991 se confirmó a Cachipay como el municipio 114 de Cundinamarca.
7:30 a.m. el profesor Aldana. Con esmero y
gran alegría se pasaron dos años en las labores. En enero del 40 antes, de empezar las
labores, llegó una profesora nueva transferida de Zipaquirá; a sus escasos 17 años ya
tenía experiencia en docencia y como hija
única de matrimonio separado llevaba a su
madre consigo. Juan tuvo una iluminación
desde que la vio entrar al colegio esa mañana de resaca tardía del año nuevo y según
cuenta no le costó trabajo encontrar la forma
de llegar a ganar el interés de la niña mujer
que con su ímpetu ya lo había cautivado.
La cerrada educación conservadora de doña
Graciela había hecho que Lucía fuera retraída
y poco comunicativa en esferas diferentes al
ámbito escolar; además sabía que como mujer debía mantener una postura fuerte para
conservar el respeto del alumnado. La señora
era una reconocida partera y en poco tiempo
su fama llegó a las poblaciones de la Esperanza y la Capilla, donde a lomo de mula llegaba para asistir los alumbramientos de las
nuevas generaciones que veían por primera
vez la luz de este mundo en este tropical
ambiente con precariedades pero con mucha
vitalidad.
El largo y profundo conflicto armado que ha
aquejado al país ha tocado en más de una
vez a mi familia; hizo que tuvieran que huir
de su casa en la década de los cuarenta y
marcó el cambio de vida rural por la urbana
cuando aún estaban empezando su historia.
La violencia bipartidista, como se le llamó a
esa guerra fratricida de mitad de siglo, los
arrancó de su tranquilidad y los encaminó a
una huída en la que mi padre con pocos meses de nacido empezó a conocer la dureza de
viajar por la difícil geografía en lento y bucólico ferrocarril nacional para escapar de las
amenazas de un grupo que simpatizaba con
otro partido político diferente al de sus padres. La pujante inspección de Cachipay para
los años cuarenta no pasaba de los 3 mil
habitantes; su surgimiento como un destino
turístico y paso obligado para Girardot auguraban un crecimiento que envidaba para la
época la cabecera municipal, Anolaima.
En el país las cosas mudaban a la velocidad
que las costumbres y las insalvables distancias lo permitían. Atrás había quedado la
hegemonía conservadora del principio de
siglo y los liberales con Olaya Herrera y
López querían modernizar un poco las aletargadas y arcaicas maneras de los pobladores.
Se emprendía la revolución en marcha. Tal
vez era el momento de la esperada separación entre la tiranía del clero y un gobierno
laico, o como coloquialmente se decía por fin
entrar al estado de derecho y dejar el estado
de oración. Sin embargo, muchos aun creían
como se decía a principios de siglo que ser
liberal era pecado. Las diferencias entre los
godos y los cachiporros, alimentaban las discusiones entre unos otros, y eran atizadas
desde los pulpitos de las iglesias y desde las
tarimas de conglomeraciones políticas donde
se hacían más fuertes y se elaboraban discursos para odiar al vecino o al panadero por
no profesar los mismos principios, incluso
muchas veces sin tener muy claros los de la
propia doctrina. Así se incubaba ese mal que
la historia de Colombia llamaría la violencia
bipartidista. El campesinado colombiano en
A sus 25 años recién cumplidos Juan de J.
Aldana, maestro de escuela desde los 19,
abandonó su San Francisco natal y desembarcó en la población en la que su vida daría
un vuelco. Sus buenas maneras, su gusto por
la lectura y la paciencia en el arte de impartir
conocimientos a los menores, le hicieron ganarse el respeto de sus conciudadanos y la
admiración de las autoridades. La escuela
municipal para entonces no era sino cuatro
salones levantados con más voluntad que
otra cosa y con precarias condiciones para un
alumnado que muchas veces caminaba por
más de una hora para asistir a las clases que
con paciencia episcopal impartía desde las
31
corto espacio de tiempo se politizó de una
forma vertiginosa y no como síntoma de educación sino de crear diferencias insalvables
con dos modos de vida. Arriba los grandes
líderes de un partido y otro compartían los
mismos círculos sociales, la espuma social se
daba la mano y sus hijos se sentaban al lado
del otro en los mejores colegios, mientras
enseñaban al pueblo a que valía la pena matarse por sus plataformas ideológicas.
demoraban en volver. Muchos años después
el abuelo Juan contaría a los nietos cómo
para sobrellevar las inclemencias del calor
tuvieron que darle cerveza fría al bebé para
calmar la sed imposible con bebidas al clima.
En el año 1950 los maestros fueron trasladados a Chía donde pudieron tener por fin algo
de tranquilidad y pudieron reunirse de nuevo.
Antes Lucia había tenido otro hijo que murió
tempranamente con menos de 40 días y estaba embarazada nuevamente. Los mayores
recordarían con mucho dolor esos años de
separación y cómo los asesinatos en el pueblo crearon un halo de miedo permanente,
cómo los otros niños en la escuela los separaron y los trataban como godos y gallinas.
La violencia cambio toda su vida, los alejó de
sus padres y los hizo cambiar todo su imaginario. El país estaba en pañales de un conflicto que nos ha estado desplazando, matando y dejando sin seres queridos.
Para la época en que se recrudeció la violencia y la guerra se hizo explicita entre un bando y otro, esta pareja de profesores de escuela eran un joven matrimonio con 3 hijos
que llevaba sus días en esta agitada coyuntura en el abiertamente liberal pueblo de Cachipay. El mayor con 5 años cumplidos, el
otro llegando a los 3 y en brazos con pocos
días, Camilo el más pequeño. La semana anterior aquella tarde de octubre de 1947, la
señora del mercado le advirtió a dona Graciela: “Ayer el viejo González, el de la chiva,
dijo que al godo ese del profesor Aldana lo
van matar para que deje de enseñar tanta
güevonada” y que también escucho a otro
que dijo: “Esa godarria es la que tiene jodido
al país”. Lo que siguió fue salir de un forma
lo menos evidente posible, pero trasladar 6
personas con enseres era toda una epopeya;
una estrategia de caracol. La pareja salió el
lunes siguiente en la mañana en el tren de
Girardot con destino a Apulo donde Nancy,
una profesora amiga, tenía una casa y seguro
podía recibirlos pero evidentemente no a todos; así que solo se fueron ellos dos y el pequeño de brazos que llevaba dos días con
diarrea y estaba en situación crítica.
Tanto me tocó la guerra, que muy seguramente de no haber existido este conflicto mi
vida no habría sido posible (mis padres se
conocerían en el municipio de Chía donde la
pareja encontró estabilidad y se establecería
finalmente), sin su escape desesperado del
año 1947.
19. CÓMO NOS TOCA LA GUERRA
Nelly Robles Oñate
¡Oh hombre!
Qué golpe sientes tú
cuando llora la selva
su canto perdido
Aquél que el mismo
hombre lucha por
el pan de cada día
por sacar adelante su familia
y perpetuar su especie.
Apulo era algo más grande y era por ahora
más seguro pues, aunque manifiestamente
nadie los habían amenazado, las discusiones
y el público conocimiento de las inclinaciones
los dejaban en un evidente riesgo que era
mejor no correr. La llegada con el niño de
brazos enfermo a un clima más cálido no fue
fácil pero lograron sobrellevar la situación. La
Abuela Graciela se quedó a cargo dos años
con los niños y sus esporádicas visitas hicieron que la familia no pudiera estar reunida en
muchos años. Pasarían varias veces líderes
de los liberales por la casa de la partera preguntando la suerte de los maestros, pero ella
muy respetada por su oficio decía que estaban en Bogotá por cosas de trabajo y que no
Aquello que costó el sudor
de su frente, paciencia,
dolor, lágrimas, alegrías …
Cuando recuerda
el triste aroma del aquél
pocillo de café que tomaba
al amanecer, cuando se
iba para el trabajo cantando
por el camino...
32
al crecer en ellos
la “Ciencia de la Maldad”
semilla que en su corazón rebrotará
de generación en generación,
al no desvanecerse aquel trauma sicológico,
transitando caminos inciertos
hacia la Tierra Prometida,
la verdadera realidad,
¡la dura vida de la cuidad!
Lo acompañaba su fiel
y fuerte perro, y a su regreso
encontraba su amada
al lado de sus hijitos,
sonriente y alegre.
No importaba si a veces
llovía, si no tenían
como vestirse,
pero eran felices,
pues el mismo campo
le brindaba su sustento.
20. Mirando la guerra sin siquiera
comprender ¿cómo? y ¿por qué?,
pero entendiendo el elemento
perdido, lo esencial…
Pero que triste,
hoy por hoy,
se esfuma el letargo de mi encanto.
Yo me encuentro solo
llanto..., hasta el viento
perdió su ruido.
El río cambió su curso,
la lluvia derramó su
fuerte caudal,
las flores se tornan marchitas,
solo la tristeza embarga mi vivir,
porque ya perdí
la razón de mi vida,
mi esposa e hijos no están aquí,
ahora me acompaña
Soledad por siempre.
Rosa Margarita, es la protagonista de esta crónica. Es
apenas una niña de 8 años,
estudiante del segundo grado
de educación primaria….y lo
mejor, es mi sobrina!
Esta historia surge en medio
de la situación de inestabilidad política que
vive Honduras desde el año 2009, que culminó en unas elecciones presidenciales que
instauró un nuevo gobierno en enero del
201o y que ha convivido sus meses inaugurales con una serie de movilizaciones de distintas organizaciones que reclaman desde el
retorno del ex presidente hasta incrementos
salariales y miles de cosas más… marchas
que se han caracterizado en los últimos 18
meses por incluir acciones de perjuicio a
bienes públicos y/o privados e incluso en
ocasiones atentando contra la vida!
Porque nunca tuve el valor
de luchar con lo que hoy
es más fuerte que el hombre
La Maldad.
Ya nadie puede caminar
por mi “hermosa selva”,
porque de pronto cae
en las garras de “La Quiebra Patas”.
Ya no se respira el aire puro,
está contaminado con el
ir y venir del sangriento río,
de aquellos hombres que fueron internados
en la selva y ¡no salieron jamás!
Sin embargo, en junio los maestros iniciaron
una nueva huelga, que duró un poco más de
un mes. Las escuelas cerradas, debates entre
padres de familia y maestros, quienes han
protagonizado marchas en el supuesto reclamo de sus derechos.
Aquellos adolescentes
que perdieron su niñez porque
se hacían hombres antes de
al empuñar un fusil,
muchos de ellos fueron maltratados,
por entretenerse al ver
a otros niños jugar y cantar en los campos…
En medio de esta nueva revuelta, un buen
día sábado, mi sobrina llegó a casa, luego de
sus clases de baloncesto y luego de haber
escuchado a su madre y tías conversar sobre
esta triste situación de la educación en el
Mientras su corazón ardía en llamas
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país llegó, cogió papel y colores y escribió lo
siguiente:
 Todo eso simplemente me hace auto
preguntarme: qué mensaje estamos
transmitiendo desde la familia, la escuela, los medios de comunicación,
etc.
 Cómo se le explica a los niños lo que
estamos viviendo?
 Pero lo más importante es que, desde
su sencillez, ha sido capaz de identificar el eje del problema: la ausencia
del amor por Honduras.
¿De dónde surge todo este contenido?
Personalmente me impactó el contenido de la
carta, por varias razones…
 Ella apoyaba a Pepe en las elecciones
 No entiende el modelo económico pero lo vive y es parte de él y eso es notorio en la carta…
 Destaca la ausencia de un valor: el
amor por la patria, que desde mi interpretación es la motivación para
hacer las cosas bien.
 Hay una percepción de destrucción.
Por ejemplo, los mensajes negativos
de maldad, muerte que se ven hoy
por las calles de Tegucigalpa.
 Es capaz, con todo y lo equivocado o
acertada que puede estar, de pedir al
presidente que tome acciones y
además, se las sugiere.
 Finalmente, la pintura del presidente
deja ver que hay una profunda desilusión sobre esta persona, y dice: no
más! Refleja los colores del partido
del gobernante y pone una alerta roja.
21. APRENDIENDO A CAMINAR
A Argénito, con quien seguimos caminando. A María Ligia, para quien el camino
aún es largo. A Sofía, con un camino por
comenzar.
“No entendimos ni a qué
hora sucedió todo eso”
dice Lilia mientras enciende otro cigarrillo, con
una mirada que transmite todo el horror vivido,
que casi hace sentir en
carne propia el desconsuelo y el horror de
ese momento que me cuenta luego de varios
días de estar juntas y de superar la entendible desconfianza inicial de quien ha vivido
largo tiempo con miedo, pero con dignidad.
El café hierve soltando su bocanada y los
niños negros van recogiéndose en los cambuches que han construido con sus padres en
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este pedazo que le han arrancado a la palma.
Ella me sigue contando como si quisiera
hacerme partícipe de sus recuerdos, para que
otros lo sepan y la memoria persista.
sido la escuela, pero en lugar de generar
emoción por el único hallazgo, produjo en
casi todos una sensación terrible de desconsuelo, allí, en medio del mar verde del “desarrollo” sólo unos ladrillos sobrevivían para
gritar las risas de niños que ya no volvieron.
Las “caminadas” habían sido largas y difíciles, pero reconfortantes, yo lograba volver
tranquila, casi renovada por mi encuentro
con la selva y luego de hallar los puntos que
le permitían a la gente un poco más de esperanza, el anhelo de la devolución de sus tierras, yo no hacía más que caminar, observar
y escuchar. “Los que vienen de la ciudad caminan poco” me dijeron desde el principio,
por eso no me quejaba y me esforzaba mucho, caminar era sólo la justificación para
permitirnos el reconocimiento y por eso había
ido aprendiendo a caminar con ellos. Pero
ese día, el primer trayecto por la palma fueron 9 horas caminando y la jornada fue especialmente agotadora y dolorosa, casi demoledora.
Al regresar no podía ni hablar, si bien habían
sido 19 días de recorridos sin cesar, ese día
en especial había vaciado mis fuerzas, simplemente me senté y en soledad el llanto
vino. Tal vez por eso Lilia, se me acercó para
brindarme un tinto, al terminarlo me dijo
“¿Quiere más? vamos a la casa”. Con sus 60
y pico de años, representaba la entereza y
terquedad de la gente que se niega a que el
desarrollo les pase por encima y a que la
historia los ignore. “¿ve ese viejo?” mostrándome a su esposo, “tiene más de 70 años y
llegó por estas tierras cuando tenía como 20,
acá tuvimos sus hijos, acá los ombligamos6,
acá los criamos, por eso es que acá tenemos
que volver, porque acá tenemos que morir”.
“A mí esa noche del 24 de febrero no se me
olvida, no”, comenzó a contarme, “como a la
1 de la mañana nos echaron el mundo encima, las bombas caían por todas partes, la
gente corría, todos estábamos como locos,
medio dormidos unos estaban como paralizados… corrimos y yo no podía encontrar al
viejo, nos fuimos a la selva y allí nos guardamos, yo pensé que lo habían matado, pero
no podía llorar … como a los dos días apareció con el hijo menor, se devolvió porque ese
pelaito se había quedado debajo de la cama,
muerto de miedo, a mí me volvió el alma al
cuerpo, pero nos tocó seguir en la selva porque los bombardeos seguían y luego vinieron
los paracos, nos tocaba pasar la noche sin
dormir en las raíces de los árboles, comiendo
sin sal y lavando sin jabón, porque no alcanzamos a sacar nada, menos mal el viejo no
deja su machete ni para dormir”
Recorrer la palma fue monótono y tortuoso,
ellos intentaban guiarnos, ellos que habían
nacido allí, que habían crecido allí, no podían
reconocer ni siquiera el sitio donde estaba
antes su casa, donde estaba antes la iglesia
alrededor de la cual construyeron su pueblo,
donde estaba antes el cementerio, las bombas y la palma lo habían borrado todo. Sólo
logramos encontrar vestigios de lo que había
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Tradición chocoana de enterrar el ombligo
del recién nacido cerca de la casa donde ha
nacido o en la tierra donde crecerá.
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Por primera vez Lilia hablaba conmigo con
tanta confianza. Todos la respetan, no sólo
porque siendo negra aprendió a caminar sin
botas por el monte como las indígenas, sino
también porque como matrona se ha enfrentado a empresarios, militares, paramilitares,
funcionarios públicos y hasta los de su misma
etnia por defender la posibilidad de retornar
completamente a su territorio, donde tiene
sembrado el ombligo de todos sus hijos y el
sueño de vivir tranquila con su viejo. Esto le
ha representado enormes riesgos, permanentes amenazas, denuncias falsas, incluso los
señalamientos de aquellos que siendo de su
mismo pueblo, han preferido a quienes ambicionan esa fértil tierra chocoana, cueste lo
que cueste.
Días antes, al iniciar los recorridos, los títeres
del poder se habían hecho presentes para
que no se dieran los pasos necesarios para la
devolución de las tierras, ellos, en exposición
plena, trataban de impedir, no que camináramos, sino que avanzaran, que las comunidades que intentaban retornar a sus tierras
superando el miedo y las trabas institucionales, volvieran a sembrar los sueños que los
había traído a estas tierras muchísimo tiempo
atrás.
Autor: Rafael Gustavo Posso Parra. Proceso de recuperación de la
memoria denominado Siguiendo Huellas. San Juan Nepomuceno, 2010
[email protected]
Ese 20 de junio pude ver, sentir, casi padecer
como el dinero, las armas, la manipulación y
la mentira, hacían que funcionarios públicos y
negros de otras zonas, defendieran, junto a
ganaderos, palmicultores y delincuentes lo
indefensable, la indignación. Asqueada, no
podía creerlo, siempre lo había leído, lo había
supuesto, lo entendía, pero nunca lo había
vivido tan palpablemente, el ejercicio de poder y la ostentación de los señores de la guerra.
Llegando de la ciudad todos te observan,
todos te escuchan, en cierta medida todos te
prueban, luego te cuentan, te abren las puertas. Después de ese día muchos se acercaron, nos encontramos, nos brindamos el apoyo mutuo que necesitábamos para caminar.
En un lugar en el que el sol y el calor son la
energía que proporciona vida, la noche se
convirtió en sinónimo de terror, entonces lo
superábamos enfrentándolo con tambores,
charlas, cantos, café, cigarrillo y chistes. No
intentaban olvidar, para ellos sería peor que
la muerte, intentaban sanar y yo me sanaba
con ellos.
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Los señores del desarrollo y de la muerte
hacen gala de lo que creen es su poder.
Tirándoselo en la cara a negros y mestizos
creen que someten a quienes el miedo ya no
vence el verdadero poder, intentan arrancar
de tajo, con terror, las raíces de comunidades que saben lo que es creer y vivir en dignidad, desenterrando la palma para encontrar incluso a los suyos perdidos, para sembrar de nuevo los anhelos que no pueden
romper ni balas, ni todo el dinero posible.
El camino recorrido ha sido largo y penoso,
camino oscuro de pantano, camino de selva
que desconoce, camino de miedo y de angustia, camino que pareciera nunca acabar, pero
es un camino propio, un camino hacía una
tierra posible de todos, un camino como el
que nos guío Argénito y por el cual murió
creyendo.
Autor: Rafael Gustavo Posso Parra. Proceso de recuperación de la
memoria denominado Siguiendo Huellas. San Juan Nepomuceno, 2010
[email protected]
Para que nos toque la guerra no hay que ir
muy lejos, simplemente se necesita caminar,
mirar la gente en la calle, escuchar a los niños, sentir a los despojados, la indolencia de
la cotidianidad que todo lo normaliza, que
todo lo legitima o invisibiliza, apagar la tele,
escuchar la conciencia.
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