que no nos rindamos hasta que llegue la respuesta. Pero en frecuentes ocasiones nos rendimos, nos desanimamos, y hasta perdemos la fe. George Müller, uno de los mayores hombres de oración de todos los tiempos, oró durante 63 años por la conversión de un amigo. El día que Müller murió, antes de su funeral, aquel amigo entregó su vida a Cristo. Cuando uno ora en la dirección correcta, Dios responderá en su tiempo, y Müller estaba amparado en el propósito de Dios de 1 Timoteo. 2.4: «Él quiere que todos los hombres sean salvos». La oración verdadera nunca queda sin respuesta. Abraham oraba a Dios. Dios le había dado una promesa. Abraham oraba para que aquella promesa se cumpliera. Dice Hebreos 11. 13, que Abraham murió «sin haber recibido lo prometido». Pero la promesa se hizo realidad. La respuesta vino después de su muerte. Dios nunca nos concede hoy los dones que debe darnos mañana. Detrás de esa “espera” está la escuela de Dios. Dios quiere mostrarnos algo que no vemos. Dios es «galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11.6), y tu oración verdadera no quedará sin respuesta, aunque debas esperar. Dios nos contesta las oraciones no porque somos dignos sino porque somos sus hijos e hijas. Pablo creía que podía hacer la obra mejor si Dios le quitaba el aguijón, y Dios sabía que Pablo podía hacer mejor la obra si no se lo quitaba. «Por tanto, os digo que todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá». Con un “sí”, con un “no”, con un “espera”, pero vendrá. «Y cuando estéis orando, perdonad», porque quizás esa es la razón del “no” o del “espera” de Dios. De todos modos recordemos aquello de que “las respuestas a la oración, sin embargo, no dependen de nuestros sentimientos, sino de la firmeza y solidez del que promete” (El cristiano de rodillas). Y cabe rescatar aquí el pensamiento de D.L. Moody: “Mientras oramos hemos de estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios” (La oración que prevalece). Rolando Soto M. Ministerio Esperanza Viva Centro Cristiano Internacional – 2009 La Iglesia en tu Casa Serie: Preguntas para crecer ¿CÓMO CÓMO ORAR? ORAR Lectura inspiracional: Mateo 6. 5-13 5 La oración tal vez sea la primera cosa que aprendemos como cristianos, y a veces la primera cosa que descuidamos. Charles Finney era un predicador que Dios usó para traer un avivamiento que cambió el curso de la historia de los Estados Unidos en el siglo 19. Durante más de cincuenta años, decenas de miles de pecadores se entregaron al Señor, movidos por el poder y la unción con que qu Finney predicaba la palabra de Dios. Él siempre viajaba con un intercesor llamado el Padre Nash. Finney predicaba, Nash oraba y la gente se convertía. En una ocasión en que Finney estaba predicando, Nash estaba orando detrás del púlpito. De repente, Finney nney quedó con la boca cerrada, sin poder decir nada. La unción se le había ido. Disculpándose con el público, se bajó del púlpito y encontró a Nash dormido. Finney le dijo, “Padre Nash, despiértate, estoy desconectado del poder de Dios”. La oración no tiene iene horarios, lugares y días preferidos. La oración es un medio y no un fin. Ole Hallesky afirmó que “la oración es el conducto a través del cual se trae poder del cielo a la tierra”, eso es lo que está recogido en las primeras palabras del Padre Nuestro: o: “Venga tu reino y hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Somos tentados a describir la oración por sus formas. La eficacia de la oración no radica en las formas. Cuanto más tiempo pasemos en oración con el Señor, menos dificultades tendremos os para orar, y para encontrar –por su Espíritu- la forma apropiada de orar. “El secreto de la oración es la oración en secreto”, ha dicho E.M. Bounds. Ya en secreto, ya en público, la clave de la oración está en orar con humildad y gratitud, no con la pedantería p de quien ora para ser visto por los hombres. Nosotros no merecemos nada. Es por la gracia de Dios que podemos ser escuchados, por eso podemos decir como Karl Barth que “la oración es una gracia, un ofrecimiento de Dios”. La palabra oración significa fica “deseo dirigido hacia” Dios. Orar no es sólo hablar a Dios, sino también hablar con Dios. La oración que toca el corazón de Dios no es aquella que se llena de argumentos, como tratando de convencer a Dios de cosas que Él ya conoce, o tratando de “torcerle la mano” para que nos responda. Tampoco es conveniente la oración que se centra en uno mismo. Bounds decía que “hablar a los hombres acerca de Dios es una gran cosa, pero hablar a Dios acerca de los hombres es más grande aún”. Así, la oración se convierte en intercesión. La oración no es persuadir a Dios que haga algo que queremos, ni tratar de doblar la voluntad de Dios, como si Él estuviera renuente a respondernos. Trench afirmaba que “no debemos concebir la oración como algo que vence la resistencia divina, sino que se aferra a activar su complacencia”. ¡Dios sabe de qué tenemos necesidad! Jesús el maestro de la oración Jesús enseñó a los discípulos a orar (El Padre nuestro). Jesús dedicó días y noches enteros a orar, y a orar a solas. Jesús oró en todas circunstancias. Jesús oraba no sólo para darnos ejemplo sino porque necesitaba orar. Él insistió sobre «la necesidad de orar siempre y no desmayar» (Lucas 18.1ss). Jesús oraba y las cosas eran hechas. Oró y el pan se multiplicó. Oró y el ciego vio. Oró y el mar se calmó. La clave del poder de su oración estuvo en su humilde gratitud para orar. Cuando Lázaro está sepultado de cuatro días, Jesús ora: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes; pero lo dijo por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado» (Juan 11. 41,42). ¡Qué poco sentido tiene orar cuando no somos conscientes de que el Padre siempre nos escucha! ¡Qué poca eficacia tiene una oración que cree que alcanzará resultados porque sale de nosotros! Louis Evely dice que “sólo conoceremos de Jesús aquello de Jesús que haya llegado a hacerse vivo en nosotros”. Si hay una experiencia profunda en Jesús fue la oración. Si la oración es una experiencia viva en nosotros, conoceremos mejor a Jesús. El Espíritu Santo ora y nos ayuda a orar El Espíritu Santo nos ayuda cuando oramos, y también nos ha enseñado que Él ora por nosotros y lo hace con gemidos indecibles ante el Padre (Romanos 8. 26,27). Foster afirma que “La cuestión es que no todo debe estar perfecto cuando oramos. El Espíritu reformula, refina y reinterpreta nuestras débiles y egocéntricas oraciones. Podemos descansar en el trabajo que el Espíritu hace a nuestro favor”. Jesús nos dice: «Cuando ores, ora en mi nombre, y el Padre te concederá lo que pidas». Sabemos que a veces pedimos lo que no necesitamos, pero el Padre nos contesta dándonos lo que sí necesitamos. C. H. Spurgeon decía que “frecuentemente, los gemidos que no pueden expresarse son oraciones que no se pueden rehusar”. Pero recordemos lo que Ravenhill aseguraba, que “orar es ponernos a nosotros mismos bajo el dominio del Espíritu Santo a fin de que Él pueda obrar en y por nosotros aquello que le pedimos”. Respuesta de Dios a nuestras oraciones ¿Contesta Dios siempre nuestra oración? Primero debemos preguntarnos si Dios siempre escucha la oración. En Isaías 1.15, Dios está airado con los “Príncipes de Sodoma”, como les llama el profeta, y Dios decide no escuchar sus oraciones. En 1 Pedro 3.1-7 el apóstol exhorta a los maridos sobre el vivir dignamente con sus esposas «para que vuestras oraciones no tengan estorbo». Dios puede hacer oídos sordos a aquellas oraciones egoístas y falsas. Pero las oraciones que Dios escucha, Él las responde, al menos, de tres maneras: Dios dice “SÍ”. Qué hermosas las palabras del apóstol Pablo a los corintios cuando les dice: «todo es vuestro, y vosotros de Cristo» (1 Corintios 3.21,22). Son palabras que nos deben dar una confianza plena de que «antes que nosotros pidamos ya el Padre está respondiendo, porque él sabe de que tenemos necesidad». Isaías 65.24 dice que Dios muchas veces nos responde antes de que le llamemos. Dios dice “NO”. Esta respuesta se nos dificulta mucho aceptarla. Allí es cuando comenzamos a forcejear con Dios, a achacar la responsabilidad a Satanás, o a llenarnos de culpa: “¿Habré pecado?” Ilustremos con un caso bíblico la respuesta negativa de Dios: 2 Corintios 12. 7-9. Reconozcamos que, como dice Pablo en Romanos 8.26, «muchas veces no sabemos pedir como conviene». Los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, fueron a pedir que en el reino uno se sentara a la derecha y otro a la izquierda. En Mateo 20.22 Jesús les respondió: «ustedes no saben lo que piden». Elías, en un estado de gran depresión a causa de la persecución de Jezabel, huyó a una cueva y desde allí le pidió a Dios que le quitara la vida. Dios le dijo “no”, enviándole de comer. Dios dice “ESPERA”. La tercera forma en que Dios responde es diciendo “espera”. Nuestras ansiedades, nuestras desesperaciones, en muchas circunstancias no nos dejan ver la verdadera respuesta de Dios. El punto es
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