(DE CÓMO APROBÉ DIBUJO)

DE CÓMO APROBÉ DIBUJO. CURSO 82-83
Ni Leonardo, ni Miguel Ángel, ni Velázquez. Definitivamente mis cualidades no iban
por el terreno de la pintura. Cuando entré en el colegio en 1º de B.U.P. me encontré con
la terrible realidad. Había que aprobar dibujo…¡con Pepe Morata! ¿Cómo hacerlo?
Las dos primeras evaluaciones transcurrieron relativamente tranquilas. Sólo me quedaba
dibujo. Mis sufrimientos y desvelos por entregar algo relativamente aceptable fueron en
vano. Las láminas de deporte y de puntillismo fueron un fracaso. Tan sólo era capaz de
sacar un 4. Ya me veía en septiembre con el dibujo suspenso.
En la tercera evaluación el panorama cambió. Por lo menos era lo que yo pensaba El
temario transcurría por los inescrutables caminos del dibujo técnico. Perspectiva
isométrica, perspectiva caballera… Lo cierto es que la “perspectiva” que yo tenía de
aprobar, una vez constatados los inútiles esfuerzos para entender aquello de los puntos
que se formaban con interminables cruces de curvas y segmentos, era realmente oscura.
¿Cómo aprobar?
Y entonces, el diablo me tentó. Yo, que era un “chico bueno”, estudioso y trabajador,
que no sabía hasta entonces lo que era un suspenso, no podía consentir que me quedara
una para septiembre. La solución estaba clara: copiar en el examen de junio. Sí, lo
intentaría. No tenía nada que perder. Si, de todas formas, la cosa estaba negra…
Dicho y hecho. Me pasé una semana haciendo chuletas. Unas chuletas mínimas. En un
trocito de papel recopilé toda la información necesaria. El día del examen de
recuperación las escondí en el estuche y acudí al colegio.
El examen se dividía en tres partes: La primera, consistía en entregar unas láminas que
Pepe nos había pedido. Sin problemas. Las entregué y me confié a la Divina
Providencia para que se merecieran un 5. La segunda parte constaba de varias preguntas
relacionadas con distintos pintores. Recuerdo que una de ellas se titulaba “Picasso: azul
y rosa”. Esa parte del examen no presentaba complicaciones, porque me lo había
estudiado y me lo sabía bien. Y, por fin, la tercera parte: la teoría de dibujo técnico. Ahí
era donde había que echar toda la carne en el asador. Disimulando, dejé que
transcurrieran varios minutos e intenté sacar las chuletas que me libraran de tan
angustioso trance.
Pero hete aquí, que justo cuando iniciaba la operación, Pepe se tuvo que ir del aula, y
dejó como vigilante a una profesora a la que no conocía (años después supe que era
Marita, de Filosofía). La cosa se complicaba, porque conocía perfectamente a Pepe y
sus movimientos en la vigilancia de un examen y tenía calculado cuándo y cómo sacar
las chuletas. Pero con esta… era otro cantar. Sin embargo, ante la aterradora perspectiva
de un interminable verano con el dibujo a cuestas, me puse la venda en los ojos y, no sé
cómo, cuando me quise dar cuenta tenía las chuletas debajo del folio del examen.
Más que el calor propio de esas fechas, los sudores me venían provocados por el miedo
a que me pillaran. Incluso la profesora me dijo que me podía cambiar de sitio, al lado de
la ventana. ¡Cómo me vería…! Pero, claro, si me movía se descubriría el pastel. Así que
aguanté allí, con las gotas de sudor cayéndome por las sienes. Y copié. Copié todo lo
que pude, porque toda la información la tenía a mi alcance, debajo del folio.
Sin embargo, Dios pone a cada uno en su sitio. Una vez terminado el examen, y antes
de entregarlo, me surgió otro problema: ¿cómo deshacerme de las chuletas? Con mucho
cuidado, intenté esconderlas otra vez en el sitio del que habían salido. Pero, mira por
dónde, con el temblor de manos que tenía en esos momentos, las chuletas se me cayeron
al suelo. “¿Qué es eso?”, preguntó la profesora con cierta inquietud “¿me lo puedes
enseñar?”.
En ese momento se me vino el mundo encima. Después de los esfuerzos que me había
costado, en un momento de debilidad se fue todo al traste. Marita comprobó lo que era,
me cogió el examen, grapó las chuletas y me dijo: “Pepe estará informado, así que, ya
sabes… Puedes salir del aula”.
Pasé una semana pensando cómo le iba a decir a mi madre que el cero de dibujo se
debía a que me habían pillado copiando. Y no encontraba la forma. Lo cierto es que
llegó el día de la recogida de notas. Eloísa, la tutora, nos concentró a todos en el aula y,
uno por uno, y por orden alfabético, fue repartiendo los boletines. Y llegó mi turno.
“¡Rodríguez Gálvez, José Miguel!” exclamó. Me levanté con cara de resignación, y
cuando llegué a su mesa, me recibió con una sonrisa y me dijo: “Enhorabuena, has
aprobado todo”.
“No puede ser, se ha tenido que confundir”, pensé. Lo cierto es que cuando miré el
boletín, la casilla de la asignatura de dibujo estaba coronada con un 5. ¡¡Un 5!! ¿Cómo
era posible? Evité preguntarle a Eloísa para no provocar sospechas. Pero lo cierto es
que, después de los malos tragos que pasé, y la semana de no dormir pensando en la
excusa que contar a mi madre, al final todo se había resuelto a mi favor. Di las gracias a
Dios por tan magno acontecimiento, y disfruté del verano como nunca, eso sí, después
de contar la “hazaña” a mis compañeros, que no daban crédito.
Los cursos siguientes transcurrieron con toda normalidad. Por supuesto, elegí Comercio
como optativa, dejando a un lado Diseño, que era la otra que podíamos elegir. Aprobé
2º, 3º y COU. Y justo cuando me despedía de mis compañeros de entonces, pues la
época más bonita de mi vida tocaba a su fin, se desveló el misterio.
Hablando de los exámenes de septiembre, Raquel, una compañera de COU que no había
estado en mi clase anteriormente, me contó que cuando estaba en 1º de BUP se encontró
con Pepe por el pasillo y éste le pidió que llevase unos exámenes a su despacho. Raquel
aceptó, pero cuando Pepe se fue, y con la curiosidad natural de una chica de catorce
años, empezó a mirar quién se había examinado. Y encontró mi examen con las chuletas
grapadas. No sé qué sentimientos le rondaron por la cabeza, el caso es que pensó
“pobrecito”, y, ni corta ni perezosa, quitó la grapa que sostenía la prueba del delito y
dejó el examen sin chuletas.
Cuando escuché aquel relato, una alegría inexplicable me embargó, y no pude por
menos que darle un abrazo. “¿sabes de quién era el examen?”, le dije. “no”, me
contestó. “¡¡Pues era el mío!!” respondí, y le conté la aventura. Ni que decir tiene que le
invité gustoso a un refresco y un pincho de tortilla, y, junto con el resto de mis
compañeros, nos pasamos la tarde rememorando aventuras transcurridas en los años
anteriores, de las que fuimos protagonistas.
Han pasado más de veinte años. Y cuando nos juntamos los antiguos compañeros
(mantengo el contacto con algunos) en las cenas que organizamos de vez en cuando,
siempre sale a colación el tema de cómo aprobé dibujo. Y siempre recordamos aquella
época, en la que unas almas felices vivimos unos años inolvidables.
José Miguel Rodríguez Gálvez
Antiguo alumno. 1982-1986.