CULTURA y POLÍTICA / Publicación del Instituto PRISMA y PLURAL editores / 2da. quincena de marzo 2014 / Nº 140 / Bs 5 Sobre la crisis del Estado Plurinacional ¿Y cómo descolonizamos al gobierno? En el noveno año del gobierno del MAS y en medio de lo que ya es una crisis del Estado plurinacional (i.e. el caso Soza), se puede sin duda intentar un balance del proceso: Hay cambios (en las élites), avances desarrollistas y clientelares (porque no falta plata) y retrocesos (en el sistema judicial, que, contra todo pronóstico, el MAS ha demostrado podía ser empeorado). En este balance, la “descolonización” es un proceso que ha quedado pendiente (pues no hay que desistir de su necesidad y urgencia) y la palabra misma, “descolonización”, en disputa. A esa disputa contribuyen en este número Silvia Rivera Cusicanqui, H.C.F. Mansilla y Mauricio Souza Crespo. Artista invitada: Ejti Stih. Soza, un delincuente confuso Delincuente confuso: así definió el presidente Morales al otrora todopoderoso fiscal Soza, en un lapsus que terminó siendo tan revelador como las nuevas denuncias que profirió el principal operador gubernamental del “caso terrorismo” a tiempo de solicitar asilo político en Brasil. Soza admitió que todas las irregularidades cometidas en ese caso son ciertas pero no son imputables a él sino a funcionarios del Gobierno: allanamiento del Hotel las Américas por orden directa del Presidente y sin presencia de un fiscal; implantación de pruebas en la escena del crimen; adulteración del informe forense; compra de testigos falsos; extorsión a los familiares de los implicados; utilización del caso para fines de persecución política; infiltración de agentes de gobierno para la ejecución del único atentado atribuido al grupo de Rozsa; etc. Soza reconoció que las grabaciones en las que relata las irregularidades del caso son auténticas. En una de ellas habla de su estrecha relación con el Presidente y el Vicepresidente, con quienes coordinaba las acciones punitivas. “Si se cae el caso, se cae el gobierno”, se le escuchó decir. Toda esta trama delincuencial es ciertamente muy confusa. Contrapuntos / Aldea Global Crónica Alejandra Ramírez S.: Cómo leer el contexto pre-electoral boliviano, 4 Franco Gamboa Rocabado: A diez años de la Revolución Naranja, 5 Marc Gavaldà: Industrializar la Amazonía: ¿Los pueblos sobran?, 13 José Luis Saavedra: Crónica del ataque a la sede del conamaq (segunda parte), 14-15 Debate H.C.F. Mansilla: Los manifiestos conservadores en Bolivia: De Tamayo a Sanjinés, 6-7 Silvia Rivera Cusicanqui: Respuesta a Álvaro García Linera: Indianizar al mestizaje y descolonizar al gobierno, 8-9 Mauricio Souza Crespo: Colonialidad y descolonización desde el Estado boliviano, 10-12 Libros / Las Artes Juan Cristóbal Mac Lean E.: Retrato de una dama en el fin del mundo, 16-17 Ana Rebeca Prada: True Detective, 17 Mariano Schuster: Sobre La abuela civil española de Andrea Stefanoni, 18 Navegar es necesario... edición digital www.nuevacronica.com Cientos de artículos publicados quincenalmente desde octubre de 2007, ordenados cronológicamente por temas y secciones, incluyendo nuestra pinacoteca. /3 editorial Marzo 2014 / Nº 140 El fugitivo Soza y la crisis del Estado plurinacional A Consejo editorial: Joan Prats (†) Manuel de la Fuente Horst Grebe López José Antonio Quiroga T. Director: Mauricio Souza Crespo www.nuevacronica.com Instituto PRISMA Calle 21 Torre Lydia Piso 2 Of. 201, Calacoto Tel: 2799673 [email protected] www.institutoprisma.org Plural editores c. Rosendo Gutiérrez 595 esq. Ecuador Tel: 2411018 [email protected] www.plural.bo ISSN: 1996-4420 www.cesu.umss.edu.bo La versión digital de los números pasados de la revista pueden ser obtenidos en la siguiente dirección: www.institutoprisma.org Los lectores de Nueva Crónica pueden escribir al correo electrónico [email protected] Las colaboraciones no solicitadas serán sometidas a la consideración del Consejo Editorial Contactos: [email protected] Tel. 4511547 [email protected] Tel. 72168839 l comentar la reciente fuga en cámara lenta del ex fiscal Marcelo Soza –una fuga que convocó las entusiastas y deliberadas negligencias de la fiscalía boliviana (que parecía como invitando a Soza a que lo hiciera de una buena vez)–, el presidente Evo Morales dijo lo que siempre ha dicho en estos casos: “Puedo entender sobre Soza que es un corrupto y delincuente confeso. Si alguien no tiene nada, debe defenderse y no escaparse, por lo que ahora todo está en manos de la justicia”. Al declarar lo que declaró, el Presidente, al parecer, no estaba todavía enterado de dos cosas que cualquier ciudadano del mundo sabe ya hace mucho tiempo: a) que caer en manos de esa justicia boliviana es, hoy más que nunca, una desgracia y b) que la inocencia o la culpabilidad no tienen nada que ver con el advenimiento de tales desgracias legales. El autoritario y amenazante “nada tiene, nada teme” es un eslogan que, en Bolivia, tiene hoy el mismo estatuto ficcional y fantasmagórico que otros: “la defensa de la Madre Tierra”, “la descolonización del Estado”, “la transparencia en la gestión pública”, “la austeridad en los gastos”. Pero la más grande omisión en la declaración presidencial es, sin embargo, la que está a plena vista: esas manos de la justicia boliviana a las que el Presidente nos pide confiemos nuestros destinos son exactamente las manos de Marcelo Soza, un “corrupto y delincuente confeso” si atendemos al sumario juicio y descripción de su Excelencia. Es decir, las manos de una justicia que –en representación del Estado Plurinacional– dedicaba sus esfuerzos a pedir dinero, a extorsionar, a inventar pruebas, casos y culpables, a presionar jueces, a cumplir órdenes del Ejecutivo. O sea: ya no un sistema de justicia sino una difusa banda de redes para-estatales de extorsión monetaria y política. Un sistema que produce a diario noticias como estas (que aquí simplemente copiamos, al azar): —El magistrado Gualberto Cusi dijo que el magistrado Ruddy Flores sostiene reuniones con miembros del Ejecutivo antes de la emisión de fallos, cuyos contenidos se ocultan a la opinión pública. —El Consejo de la Magistratura decidió revocar la designación de 59 jueces, tras denuncias de extorsión en el proceso. —Ricardo Maldonado, juez 5° de Instrucción Cautelar de La Paz, fue destituido de forma definitiva por determinación del Consejo de la Magistratura. Maldonado considera que su despido se debe a las represalias de la presidenta del Consejo de la Magistratura, Cristina Mamani, y de la magistrada Wilma Mamani, contra quienes inició una querella penal por estar presuntamente vinculadas con Pedro Montaño, detenido por hacerse pasar como asesor del Presidente del Estado Evo Morales para exigir dinero. Todos somos iguales ante la ley dicen los carteles que es hoy un requisito colgar en negocios y oficinas de Bolivia. Frente a este viejo eslogan liberal, incluido en todas nuestras Constituciones, hoy como antes tenemos que esforzarnos para interpretar su verdadero sentido, leer entre líneas. ¿Qué quieren decir ahora los que nos repiten, por enésima vez en nuestra historia, que somos iguales ante la Ley? ¿Que sería una buena idea, para el futuro, que todos fuéramos iguales ante la Ley, aunque por ahora no siempre, ni modo, así nomás son las cosas? ¿Que, con la excepción de las jerarquías estatales y para-estatales, todo el resto somos igualmente insignificantes ante el Poder Ejecutivo y sus burocracias? ¿Que somos iguales ante esa Ley porque todos somos posibles y probables víctimas de algún juez, fiscal, notario, funcionario, asesor gubernamental o miembro de alguna corte celestial? En 2003 el Estado neoliberal comenzó a vivir su crisis general. Hoy, una década más tarde, asistimos al principio de otra, la del Estado plurinacional. ¿Cómo se la podría describir? Quizá como la crisis de un Estado en el que el Ejecutivo entiende su poder como la anulación completa de la relativa autonomía de los otros poderes. De ahí la ruina del Poder Legislativo –cuyo trabajo consiste por ahora en levantar manos y no fiscalizar nada–, la del Tribunal Electoral –que no es sino una repartición menor o trastienda del Ejecutivo– y, sobre todo, la ruina del Poder Judicial, que opera como el brazo letrado de la Policía: es decir, cumpliendo órdenes del Ejecutivo y enriqueciéndose en premio a esa corrupta obediencia debida. Más que cualquier debate electoral, hoy es urgente la discusión de la crisis del Poder Judicial en Bolivia. Porque es una verdadera crisis estatal, de esas que exigen ya no reformas sino verdaderos procesos de cambio. El malestar latinoamericano A mérica Latina atraviesa por un mal momento. La complacencia que imperaba hace poco, ha cedido paso a una situación de insatisfacción social que se traduce en movilizaciones y protestas ciudadanas, la gran mayoría de las cuales demanda mejoras económicas, servicios públicos de calidad y, en algunos casos, reclama también por la falta de seguridad pública. Una vez concluido el hiperciclo de las materias primas, resulta evidente que pocos países aprovecharon la bonanza externa para realizar las transformaciones estructurales conducentes a un desarrollo más autónomo y equitativo, capaz de sostener niveles cada vez mayores de ciudadanía efectiva. La ortodoxia neoliberal de los años noventa fue sustituida por una gama diversa de políticas económicas con diferentes grados de intervención estatal y pautas de inserción en la economía mundial. Los resultados son muy desiguales indistintamente del enfoque doctrinal adoptado, y todo hace pensar que todas las economías latinoamericanas necesitan ahora ajustes importantes de sus políticas económicas, que respondan a los problemas que enfrenta cada una en particular, pero donde todas ellas incorporen la integración regional como una de sus prioridades estratégicas. El imperativo de la integración económica se justifica por varios factores, pero uno no menor es el que alude a la necesidad de encarar colectivamente los nuevos desafíos que plantean las asimetrías de la economía mundial, así como las pugnas geopolíticas que se están gestando entre las zonas desarrolladas del mundo. En tal contexto, los mecanismos de la integración latinoamericana, además de la promoción de interdependencias crecientes entre las economías, tendrían que viabilizar una posición regional conjunta frente a los mencionados desafíos, que difícilmente pueden ser atendidos por cada uno de los países por separado. Cabe recordar que los objetivos clásicos de la integración económica fueron abandonados en la década pasada, en buena medida debido al fuerte contenido ideológico que se imprimió a las alianzas emergentes entre grupos de países latinoamericanos, debilitando en paralelo a mecanismos establecidos como la Comunidad Andina y el mercosur, pretendiendo su virtual reemplazo por iniciativas como la alba, la unasur y la celac. Sin embargo, la desigual importancia que confieren los gobiernos a estas cinco entidades, la diferencia de sus respectivas coberturas geográficas y la gran disparidad en cuanto a sus capacidades operativas, han traído consigo el debilitamiento generalizado de los organismos regionales encargados de las cuestiones económicas y comerciales, pero asimismo de aquellos que deben ocuparse de la consulta y la coordinación políticas. La relevancia de la unasur va ser sometida por de pronto a una prueba difícil en el caso de Venezuela, donde se necesita ciertamente una mediación externa legítima para detener los enfrentamientos violentos entre el oficialismo y la oposición, que han enlutado a ese país desde hace más de un mes. 4/ contrapuntos Marzo 2014 / Nº 140 De lo “macro” a lo “micro” Cómo leer el contexto pre-electoral boliviano Alejandra Ramírez S.* La socióloga Alejandra Ramírez ofrece aquí una suerte de “metacomentario”: identifica los presupuestos y límites de dos tipos de acercamiento al proceso electoral boliviano (ese proceso que ocupará, sin duda, buena parte de nuestros sueños y pesadillas durante el 2014). Y propone la necesidad de pasar del comentario “deportivo” de las incidencias electorales –así sea “micro” o “macro”, estructural o anecdótico– a uno que aspire a dar cuenta de la complejidad. instituciones, entendidas como el conjunto de normas y reglas –escritas o no–, las que generan los devenires y las formas de acción de las personas. Así, el hecho de que se haya proclamado un cierto tipo de Constitución Política o de leyes, normas u ordenanzas definen las formas en que las personas pueden actuar o actúan. Y no poco del interés de este tipo de análisis se concentra en los programas políticos, los discursos escritos y pronunciados, las alianzas –y amarres institucionales–, los “modelos” de democracia. En general, los análisis “macro” aparecen como más objetivos: se lee desde arriba y de manera externa. U no de los grandes debates sociológicos es hoy el que gira en torno a la integración del análisis de lo macro y lo micro (en el caso de la sociología norteamericana) o la estructura y la agencia (en de la europea). Se argumenta en ambos casos que no se puede comprender la complejidad de una sociedad o de una coyuntura sin tomar en cuenta la interrelación existente –y no dicotómica– entre las estructuras (o lo “macro”) y las acciones/agencias (o lo “micro”). Queda mucho camino todavía para lograr análisis integrados: las lecturas tienden hacia una u otra perspectiva. Por un lado, tenemos las visiones que parten de lo macro, lo institucional o la estructura como principios de explicación de los procesos. Por el otro, se ofrecen los enfoques micro o ubicados en la agencia, que buscan comprender la sociedad a partir de las interacciones humanas cotidianas y su capacidad para introducir cambios en su entorno sociopolítico y económico más –o menos– cercano. Aquí, en estas líneas, intentaremos caracterizar los tipos de análisis dominantes sobre el contexto pre-electoral (boliviano), diferenciando aquellos en los que se prioriza lo “macro” de los comprometidos con la noción de “agen- cia”. Cerramos postulando la necesidad de una visión no binaria, ni dicotómica, que permita una comprensión integrada capaz de rendir cuenta de la complejidad social. Lecturas desde las estructuras y las instituciones Dos son las tendencias en este este grupo de lecturas de lo social. Por un lado, miradas en las que se prioriza el análisis de las estructuras globales, nacionales y locales –relaciones de poder preestablecidas por sistemas económicos mundiales, estructuras de clase y modos de producción dominantes– como principio de explicación de los hechos sociales. La idea básica es que las personas viven y sufren los vaivenes del sistema capitalista, hoy en día más acentuado por el crecimiento incontrolable de las nuevas Tecnologías de Información y Comunicación (tic’s). Se manipula a las personas a nivel local, empujándolos en muchos casos a luchar en contra de sus propios intereses colectivos. Así se explicó por ejemplo, la “primavera árabe” o se está explicando los conflictos en Venezuela. En ambos ejemplos, es el sistema capitalista mundial el que determina las acciones. La otra tendencia de análisis macro es la “institucionalista”. Es decir, son las Lecturas desde lo micro. Lo contrario ocurre con las lecturas que priorizan lo micro –las interacciones sociales, lo simbólico, las intersubjetividades– o la agencia –las acciones de las personas para incidir en su (y la) historia–. Se estudian así los intereses que mueven a la gente, los imaginarios, los amores, odios, las negociaciones identitarias y políticas, que son fluctuantes y dependen del momento y contexto de acción. La acción de las personas, tanto individual como colectiva, es la que hace a la realidad. Se reconoce, por supuesto, que esas acciones ocurren en marcos y contextos estructurados previamente. Pero esos contextos son constantemente modificados por el mismo accionar de la gente, que actúa movida por una serie de intereses/proyecciones/sueños o reacciones siempre cambiantes. Desde esta perspectiva “micro”, no se puede explicar la crisis venezolana como simple producto de la injerencia imperialista ni tampoco dar cuenta de las actuales tendencias de votación en Bolivia por las virtudes de un proyecto político, o la existencia de una institucionalidad consolidada, o la pertenencia a una clase o a los resultados del llamado ‘proceso de cambio’. Desde la perspectiva de las “agencias”, son siempre varios y contradictorios los factores que hay que considerar: por ejemplo, los juegos y entramados de poder que se tejen y traman en torno a distintos objetivos individuales y colectivos. Tender hacia una u otra elección política está probablemente más ligado a los intereses personales que a la pertenencia a un estrato socio-económico, a un origen étnico o a una “posición” ante (o en) la economía mundial. El analista se encuentra aquí con un problema: es que su “agencia” (sus intenciones, motivaciones, imaginarios, acciones) influye explícitamente en su lectura, haciendo visible algo que en las miradas “macro” aparece disimulado detrás una aparente objetividad: lo que se estudia son realidades construidas por las mismas lecturas. Es difícil –y casi nunca se la busca o pretende– la neutralidad. El analista busca ser un agente. El desafío de integrar las miradas El encuentro entre estas dos lecturas, la macro y la micro, es una necesidad. Acaso se pueda empezar con estas preguntas: ¿Para qué hacer el análisis de una situación determinada? ¿Cuál es la intención? En el caso del estudio del contexto y debate pre-electoral en Bolivia: ¿Qué es lo que se quiere aportar con un análisis? ¿Convertirse en una suerte de comentarista deportivo que va relatando el desarrollo de un juego marcado por ciertas reglas y normas previamente establecidas? ¿Una lectura que permita comprender el comportamiento sociopolítico y cultural de aquellos que integramos un país? ¿O una descripción de las formas de la agencia ciudadana (entendida como todas aquellas estrategias, vías y modalidades que los agentes utilizan movilizando sus distintos diferenciales de poder –en base a ciertos sueños/proyectos personales o sociales– para influir directamente en la toma de decisiones políticas que afectan a su calidad de vida)? Quizá acercarnos al contexto y al proceso pre-electoral boliviano desde una mirada integrada y dinámica nos puede dar luces para comprender de manera no pre-determinada –aunque sin desconocer patrones estables de comportamiento–. Y esa comprensión, a su vez, puede permitir asumir y proponer alternativas de acción, de futuro.® * Responsable del Área de Estudios del Desarrollo, cesu-umss. /5 aldea global Marzo 2014 / Nº 140 La violencia en Ucrania A diez años de la Revolución Naranja, la historia se repite como tragedia Franco Gamboa Rocabado* Gamboa atribuye los recientes conflictos en Ucrania –con decenas de muertos en las calles, vacíos de poder y hasta una invasión militar– a los pecados de origen de la llamada Revolución Naranja de 2004: “La democracia que prometió esa ‘revolución’ nunca terminó de echar raíces”, dice. Y cree que ese fracaso quizá explique por qué, diez años después, Ucrania regresa a la violencia y se convierte, otra vez, en posible escenario de un conflicto a escala internacional. E l actual conflicto en Ucrania –y el siempre presente espectro de una invasión militar rusa– no pueden entenderse sin el análisis de los alcances y fracasos de la llamada Revolución Naranja. Esta “revolución” fue un acontecimiento de indudable importancia en la Europa postcomunista, aunque la democracia que prometió nunca haya terminado de echar raíces: las dinámicas del poder no siempre se resuelven por medio de reglas electorales y la postulación de instituciones democráticas. En muchos casos, el hecho de organizar elecciones libres con la participación de varios partidos políticos no garantiza ninguna legitimidad. Mucho menos resuelve las contradicciones de un sistema político como el de Ucrania, de fuertes tradiciones autoritarias. Quizá sea necesario volver a analizar las condiciones del surgimiento y desarrollo de la Revolución Naranja del año 2004. Porque diez años después, Ucrania regresa al caos y se convierte, otra vez, en posible escenario de un conflicto a escala continental. Una revolución “extraña” Fue de entrada muy extraño que los medios de comunicación internacionales bautizaran como “revolución” un proceso de típicas negociaciones políticas, proceso que terminó con la entrega del poder a un conjunto de élites partidarias. Son esas élites las que participan en las elecciones del 31 de octubre de 2004 e iniciaron así un proceso de pugnas hostiles entre, sobre todo, dos candidatos: Viktor Yushchenko, líder de la coalición de partidos “Nuestra Ucrania” y Viktor Yanukovych, cabeza del “Partido de las Regiones” del este y del sur. Y es ese mismo Yanukovych el que volvió a desencadenar una crisis de gobernabilidad al abandonar el país en medio de la violencia en febrero 2014, luego de negarse a firmar un tratado comercial con la Unión Europea, invocando más bien la necesidad de un acercamiento geopolítico a Rusia. A diez años de la Revolución Naranja A diez años de la Revolución Naranja, el conflicto en Ucrania continúa presentado dos perfiles. Por un lado, están en juego los que buscan una consolidación pluralista del sistema político y la legitimidad del voto ciudadano en tanto eje de cualquier democracia y agenda pública. Por el otro, aquellos líderes que hacen cualquier cosa para controlar el poder, instrumentalizando para eso el apoyo internacional y el juego de equilibrios o desequilibrios en un contexto geo-estratégico. El lado democrático lo encontramos en las protestas, en la capacidad de organización en las calles de la sociedad civil. El lado autoritario se identifica con los cálculos de poder de los líderes nacionalistas o prorusos y buena parte de los partidos políticos: los liberalconservadores Batkivschyna y el Bloque Nuestra Ucra- nia-Autodefensa Popular, el Congreso de Nacionalistas Ucranianos, el Partido Comunista de Ucrania, el Partido de las Regiones (de fuerte inclinación pro rusa), el ultranacionalista Svoboda. El pragmatismo que eclipsó la Revolución En aquello que parecía ser un proceso revolucionario hace diez años –como en los conflictos de hoy–, el papel de la sociedad civil fue decisivo pero contradictorio. Es cierto que fue la movilización de masas la que dio nacimiento a la Revolución, es decir, la que promovió una intensa participación para exigir que el voto popular sea respetado. Pero también fue la sociedad civil la que pidió a las élites políticas que negociaran para evitar un estancamiento o la violencia. Esto último limitó el accionar de la sociedad civil y su intervención efectiva en la esfera democrática: las negociaciones sobre el poder fueron transferidas a la Corte Suprema, al Parlamento y a la Comisión Electoral. Las élites siguieron siendo las mismas y siguieron repartiéndose los beneficios. En 2004, el poder fue entregado a Viktor Yushchenko, que finalmente ganó el proceso electoral, pero tanto Yanukovych, como otros líderes y oligarcas, que aparecían como “independientes”, permanecieron bajo su influencia. Todos respondían a las élites dominantes, inclusive las supuestas novedades. Este final pragmático y realista mostró que la democracia de coaliciones electorales en un sistema multipartidista, en un régimen presidencial-parlamentario como el que rige en Ucrania, exige que las negociaciones sean el núcleo principal para la definición del poder. Los acuerdos pueden moverse muy bien dentro de un sistema de intercambios de espacios de poder, al margen de la legitimidad que brinde el voto popular y la opinión pública. Una ilusión para consumo de la prensa La Revolución Naranja fue una ilusión vendible (a la prensa internacional) en el mercado de aspiraciones postmodernas donde todo se confunde con todo: autoritarismo con democracia, contubernios con negociaciones, beneficios personales con liderazgos, política con la distribución de prerrogativas. Negociar, en este sistema, es tomar lo que se pueda en el momento oportuno. Ganar, en el fondo, implica negociar con Dios y con el Diablo, con la izquierda o la derecha, con buenos y malos, nacionalistas, europeístas o aprovechadores. La negociación es el arte de lo posible y, en el fondo, el escenario donde la política se desplaza con sus verdaderos rostros y facultades. Todo es negociable mientras sirva para validar alternativas y vocaciones de poder. Los últimos años Las elecciones presidenciales de febrero de 2010 dieron la victoria al Partido de las Regiones de Yanukovych, aunque no obtuvo la mayoría absoluta (las fuerzas de Yulia Tymoshenko se posicionaron como la segunda alternativa, resistiéndose a reconocer su derrota). El gobierno nuevamente tuvo que pactar para controlar el Parlamento. Pero la violencia tomó nuevamente las calles en febrero de 2014 cuando Yanukovych se negó a llevar adelante un conjunto de acuerdos comerciales que acercarían a Ucrania a la Unión Europea. Yanukovych ordenó una represión que dejó 77 muertos. Escapó del país en medio del caos, denuncias de enriquecimiento ilícito y provocó un vacío de poder. Vladimir Putin aprovechó el momento y tomó la decisión de probar los límites de su hegemonía en Crimea, con una intervención militar que desafía a la Unión Europea y los Estados Unidos. Diez años después de la Revolución Naranja, Ucrania continúa dividida entre un ánimo de europeizarse bajo la égida del liberalismo conservador y globalizante de la economía y las fuerzas que se identifican con el pasado soviético y el presente de la gran patria rusa. El nacionalismo exacerbado todavía moviliza fuertemente lo popular y la inestabilidad política es endémica. Ucrania no alcanzó la edad democrática y ahora está en medio de probables hostilidades bélicas.® * Doctor en gestión pública y relaciones internacionales, miembro de Yale World Fellows Program. 6/ debate Marzo 2014 / Nº 140 Los manifiestos conservadores en Bolivia: De Tamayo a Sanjinés H. C. F. Mansilla* Mansilla se ocupa aquí de delinear, en pocas líneas, lo que llama los “manifiestos conservadores” de una tradición intelectual boliviana identificada como la de Franz Tamayo, Carlos Medinaceli, Fausto Reinaga y Javier Sanjinés. De este último, Mansilla comenta un último libro (Rescoldos del pasado), al que llama “un genuino Manifiesto Conservador, que, escrito en el lenguaje académico de la actualidad, postula francamente la fidelidad a un orden social arcaico”. C omo afirma Fernando Molina en un texto provocativo, los pensadores bolivianos a lo largo de la historia republicana no han ignorado a los indígenas. Sobre ellos se ha escrito y reflexionado ampliamente, se ha hecho arte y literatura en gran escala.1 Otra cosa, muy comprensible, es que los resultados teóricos y prácticos no hayan sido satisfactorios para todos. Persiste una especie de telón de fondo, que es el tema irresuelto de las identidades colectivas en territorio boliviano, tema que está agravado por la existencia de varios conflictos trabados entre sí: la polémica entre la preservación de lo tradicional y ancestral, por un lado, y la adopción de lo moderno y occidental, por otro; la controversia entre los valores particularistas y las normativas universalistas; la hostilidad entre una élite urbana relativamente privilegiada y los dilatados sectores indígenas rurales; la contienda entre diferentes comunidades por recursos materiales cada más escasos y, simultáneamente, las pugnas –totalmente convencionales– por la ampliación de los espacios de hegemonía política. No hay duda del derecho que asiste a los sectores indígenas, que combaten una discriminación secular y se sienten (o se sentían) excluidos de los frutos de la modernidad. Pero varias disputas importantes del presente no poseen necesariamente un cariz étnico-cultural. La modernidad: Ese ambivalente objeto de deseo La base última de esta problemática reside en el éxito y la facultad de atracción de la modernidad occidental, que es ambicionada y detestada simultáneamente. Casi todas las corrientes indigenistas, indianistas, nacionalistas, teluristas y hasta socialistas combinan un rechazo radical de las esferas política, ética y cultural de la modernidad occidental con una aceptación, a menudo entusiasta, de sus adelantos tecnológicos. No sólo en Bolivia, sino en buena parte del Tercer Mundo se cuestionan enfáticamente los logros del modelo civilizatorio occidental, sobre todo en la perspectiva políticoinstitucional, pero al mismo tiempo se quiere alcanzar 1 Fernando Molina, “Yvy Marey: la condición boliviana como amistad”, Página Siete (La Paz) del 1 de noviembre de 2013, p. 15. rápidamente los adelantos técnicos y económicos que han surgido de ese mismo ámbito. El resultado es una ambivalencia básica y traumática frente a la modernidad occidental, una constelación signada por la propensión a la imitación y el anhelo de producir un nuevo paradigma civilizatorio original. A más tardar en la segunda mitad del siglo xix estos factores diluyeron la vigencia de los valores ancestrales de orientación y conducta y llevaron a la pregunta por la identidad nacional. En el Tercer Mundo todas las identidades basadas en la tradición entraron en crisis frente a un modelo civilizatorio exitoso, basado en la ciencia y la tecnología e inspirado por normativas universalistas en casi todos los campos. En busca de los fantasmas de la identidad En el seno de esta problemática debe verse la actividad de los principales intelectuales del país, que ante los desafíos de la modernización han tratado de escudriñar y rescatar el alma del país, la esencia profunda de la tierra, por un lado, y el destino histórico del pueblo, por otro. Estas entidades metafísicas no pueden ser detectadas empíricamente. Salen a la luz únicamente mediante esfuerzos interpretativos. En este terreno los intelectuales son los llamados a descubrir y describir ese cimiento profundo, que en Bolivia ha estado en situación de vulnerabilidad a causa de las influencias externas, por ejemplo cuando la sociedad se expone a las actuales corrientes de la globalización, o anteriormente cuando sucedió la revolución de los transportes y la comunicaciones, o cuando se trató de reformar el sistema educativo boliviano. Tamayo y su manifiesto conservador Uno de los primeros intentos de resistir conscientemente la “importación” de los parámetros occidentales de desarrollo se dio en el campo de la educación, y ha sido hasta ahora el designio modernizante más debatido por los intelectuales. Franz Tamayo afirmó en 1910 que los problemas de la pedagogía boliviana constituirían un asunto de la psicología nacional,2 es decir de la identidad 2 Franz Tamayo, Creación de la pedagogía nacional [1910], La Paz: Ministerio de Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas 1944, p. 10. profunda de la nación. Para comprender esta última no habría que ocuparse de otros países y culturas. El núcleo de la identidad resulta ser la “energía nacional”, que definió como el orgullo, “el culto de la fuerza en todas sus formas”, “el desprecio de los peligros”, “el desdén de la muerte”, “el amor de la acción” y el combate de “la pereza de la raza, secular y tradicional” (96). Este esfuerzo teórico de Tamayo (y de muchos autores pertenecientes al telurismo y tendencias afines) se enmarca en el vitalismo filosófico y literario,3 como era lo usual a comienzos del siglo xx, cuando se conjugaba un estilo altisonante, osado y belicista con reminiscencias estoicas y románticas. Todas las cualidades nombradas no son específicamente bolivianas y pueden ser calificadas como virtudes marciales propias del irracionalismo europeo que Tamayo conoció en su juventud. El propósito de Tamayo por captar la esencia de la identidad boliviana tiene lugar mediante un lenguaje enfático y ampuloso, pero, al mismo tiempo, impreciso y ambiguo. Haciendo gala de un espíritu tradicionalista, Tamayo quería mantener a la mayoría de la población boliviana –los indígenas– fuera de la escuela, lo que es lo mismo que preservarlos de la incipiente modernidad, pues sostenía que estos perderían sus virtudes características: “la sobriedad, la paciencia, el trabajo” (10, 83, 96, 148, 191) por el contacto con valores de orientación e instituciones “foráneas”. Toda la argumentación de Tamayo –cuyo carácter de alta poesía no está en duda– puede ser calificada como un alegato contra la modernidad occidental y, al mismo tiempo, como un manifiesto conservador envuelto en un lenguaje radical y congruente con las corrientes intelectuales de su época. La nostalgia por la sencillez y la moralidad de la vida rural premoderna, exenta de las alienaciones contemporáneas, alimenta este tipo de argumentación. Otro conservador: Carlos Medinaceli Muy similar es la posición de Carlos Medinaceli, quien afirmó en 1928: “Lo corrompido en nuestro país, y más que corrompido, artificioso y falso, son las ciudades y la 3 “Hay que enseñar que no hay más que una doctrina: la máxima expansión de la vida, como individuo o como nación” (97). vida de ciudad”.4 Y proseguía: “Lo verdadero y sano es el campo, y son las campesinas costumbres […]. Éramos un pueblo sano, de costumbres y vida aldeanas y feudales […]” (366). Su descripción de lo negativo no deja lugar a dudas: “La libertad y la democracia son, precisamente, dos síntomas de decadencia, de corrupción racial, social y política” (366). Lo positivo, según Medinaceli, estaba encarnado en “la santidad campesina de la vida del hogar”, a la que sería razonable regresar, pues el hombre es “más desgraciado y más esclavo” (371) cuando se aparta de la naturaleza (el ámbito rural) y aspira a la libertad política y a la diversidad de opiniones y valores, que es lo que caracteriza el espacio urbano. Es una clara declaración programática contra la modernidad, compartida por numerosos pensadores de la época, pues la vida de las grandes urbes, regida por el principio de eficacia y rendimiento, sería, en el fondo, un orden social insoportablemente complejo e insolidario. Reinaga, el indianismo confuso y la descolonización Ya en 1969 el pensador boliviano más importante del indianismo, Fausto Reinaga, había identificado los cuatro elementos de la civilización occidental que debían ser radicalmente rechazados y eliminados porque esclavizaban a los indios sudamericanos: “El derecho romano, el código napoleónico, la democracia francesa y el marxismoleninismo”.5 Es muy probable que el confuso indianismo propalado por canales oficiales a partir de 2006 haya sido influido, aunque sea parcialmente, por la obra de Reinaga. Estas teorías sobre la necesidad de procesos radicales de descolonización tienen un cierto peso en el área cultural y valorativa. Las publicaciones del Viceministerio de Descolonización son a veces documentos estimulantes y controvertidos porque revelan el núcleo de los designios gubernamentales que anhelan la preservación de las viejas tradiciones políticas y culturales, junto con la obtención de la modernidad tecnológica. La teología elemental de Javier Sanjinés Además: estas teorías de la descolonización constituyen el mejor ejemplo de un “ajuste de cuentas con el otro”, como afirma Javier Sanjinés en el libro teóricamente más exigente de esta tendencia. Sin el ajuste de cuentas, según Sanjinés, no hay una posibilidad seria de avanzar hacia una sociedad emancipada. Es, como dice este autor, “un ir y venir” entre el renacimiento de la memoria arcaica y el pasado mítico, por un lado, y las coerciones de la “azarosa vida moderna”,6 por otro. Esta obra puede ser considerada como un genuino Manifiesto conservador, que, escrito en el lenguaje académico de la actualidad, postula francamente la fidelidad a un orden social arcaico –porque sería profundo y en armonía con la naturaleza–, en detrimento del orden moderno urbano, que sería una fuente artificial de corrupción y decadencia (212). “Lo arcaico”, dice este autor, “no es lo caído en desuso, sino lo profundo” (191). Sanjinés da a entender que los fenómenos modernos, como la formación de la nación cívica mediante la decisión consciente de los ciudadanos, representan algo superficial que no alcanza la dignidad ontológica de lo arcaico, de las estructuras comunitarias precoloniales y del modelo endógeno-indígena (168-169). La democracia en cuanto deliberación racional y abierta constituiría un factor exógeno y moderno, por lo tanto: deleznable, insustancial y hasta frívolo. No tendría la calidad y la solidez de los valores de la tradición, que son la “promesa de la continuidad”: “la fidelidad, la admiración y la gratitud” (12). Sólo ellos evitarían “esa multiplicidad 4 Carlos Medinaceli, Carta a José Enrique Viaña (Valle de San Pedro, 12 de abril de 1928), en: Mariano Baptista Gumucio (comp.), Cartas para comprender la historia de Bolivia, Oruro: zofro, 2013, pp. 364-371, aquí p. 366. 5 Fausto Reinaga, La revolución india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1969, p. 15. 6 Javier Sanjinés C., Rescoldos del pasado. Conflictos culturales en sociedades postcoloniales, La Paz: pieb / Plural editores, 2009, p. 2. /7 debate Marzo 2014 / Nº 140 confusa de tendencias y aspiraciones que supone el libre albedrío individualista. Se trata, pues de la fidelidad a una causa superior que supera las mudanzas del tiempo” (12). El libro de Sanjinés resulta ser una auténtica confesión de un espíritu conservador que no quiere analizar ni criticar, sino admirar y agradecer una herencia cultural que viene de muy atrás. Hay que acercarse a ella únicamente con amor y lealtad. Es, en cierto sentido, un retorno a posiciones anteriores a todo racionalismo, una regresión a una constelación signada por una teología elemental de unas pocas creencias sólidas e inamovibles, y un claro rechazo de la pluralidad ideológica y del individualismo liberal que caracterizan a nuestra era. La invención de la tradición y el desdén por la vida cotidiana Por otra parte, esta obra está muy a tono con las modas postmodernistas del momento. Es un texto sobre otros textos. En ningún momento discute problemas de la profana realidad. Dialoga exclusivamente con otros escritos académicos y hasta esotéricos. En ningún momento desciende a los temas de la vida diaria. Jamás menciona los valores modernos –a menudo cosmopolitas– a los que se pliegan hoy las generaciones juveniles de origen indígena, sobre todo en las esferas del consumo, la diversión y el ocio y en la elección de la carrera profesional. Nunca se preocupa por las prácticas cotidianas sincretistas de las etnias que dice estudiar. Y, por supuesto, no considera la configuración de nuevas élites privilegiadas con inclinaciones capitalistas en medio de un régimen presuntamente igualitario. Estas teorías dejan de lado la posibilidad de que el renacimiento del pasado mítico contenga mayoritariamente elementos de una interesada “invención de la tradición” y la probabilidad de que la memoria arcaica encierre también factores de una herencia cultural fuertemente autoritaria y adversa a la emancipación femenina. En un libro sugerente, aunque confuso, Oscar Olmedo Llanos señaló que no es casualidad que en Bolivia no se hayan publicado investigaciones sobre la estructura familiar del mundo aymara, ni tampoco en torno a las relaciones patriarcales y verticalistas que prevalecen en las comunidades campesinas; la insatisfacción crónica de las mujeres campesinas fomenta evidentemente una atmósfera generalizada de autoritarismo colectivista.7 Estos son temas que no despiertan el interés de aquellos intelectuales consagrados a admirar los logros civilizatorios de un pasado embellecido indebidamente. En el ámbito islámico nos hallamos frente a una constelación similar: la realidad premoderna, determinada todavía hoy por fenómenos como el autoritarismo político, la indiferencia ante los derechos humanos y la resistencia a la emancipación femenina, es ahora enaltecida por ideologías de corte postmodernista, que exhiben un impulso anti-imperialista y anti-occidental bastante radical. Pero al mismo tiempo estas corrientes han renunciado deliberadamente a la dimensión crítica y representan, por consiguiente, un serio obstáculo para la comprensión de muchos problemas actuales, como la persistencia del arcaísmo cultural en el seno de procesos de globalización y el surgimiento de la crisis ecológica en medio del tan deseado progreso tecnológico. En muchos países del Tercer Mundo la crítica general de la legitimidad histórica de un modelo social basado en el Estado de derecho y en la vigencia de los derechos humanos contribuye a reflotar antiguas tradiciones autoritarias, que ahora, con lustre académico y vocabulario progresista, retornan para ser consideradas como los fundamentos autóctonos de un régimen que se ha liberado del colonialismo cultural.® * Doctor en filosofía y escritor boliviano. 7 Oscar Olmedo Llanos, Paranoiaimara, La Paz: Plural editores, 2006, pp. 354-357, 363-369. Diario del Círculo de Achocalla Más problemas chinos y las vueltas que da la vida Y a ni las plantas crecen bien en China Ya es conocida la grave contaminación en China. En el Noreste, la expectativa de vida se ha reducido entre 5 y 7 años por esa contaminación. Ahora, científicos han detectado que también las plantas sufren. Las semillas, por la poca luz que reciben, no están germinando normalmente. La germinación se reduce hasta en un 30%, lo que podría ser causa de pérdidas en las cosechas. El gobierno de China está con la espalda contra la pared: pues por un lado la población exige que se reduzca la contaminación, pero, por el otro, la única manera de hacerlo es producir menos electricidad (mediante carbón), lo que a su vez disminuiría el crecimiento industrial. Y una disminución del crecimiento igualmente provocaría más descontento popular. No debemos pensar los problemas de China como ajenos: somos responsables de la contaminación en China al comprar productos chinos. La vueltas que da la vida El jefe de la petrolera Exxon, Rex Tillerson, es –claro– un ardiente defensor del método de extracción de petróleo llamado de “ruptura hidráulica”. Funciona introduciendo grandes cantidades de agua, arena y químicos dentro de la tierra. Los químicos obviamente se quedan en la tierra y –tarde o temprano– contaminan las aguas subterráneas. Y puesto que Exxon es una de las empresas que extrae más petróleo por este método, no es de sorprender que su jefe lo defienda. Pero las cosas cambian cuando se acercan a casa. La casa de Rex Tillerson obviamente no es una casa en la ciudad, sino una mansión en un terreno de 33 hectáreas. Cerca de allí se quería construir una torre de 160 metros de altura para almacenar agua que sería utilizada para extraer hidrocarburos por ruptura hidráulica. El terreno del señor Tillerson perdería valor y por eso su apoyo al método de ruptura hidráulica comenzó a cambiar. Ahora está protestando como otros vecinos. * www.circuloachocalla.org 8/ debate Marzo 2014 / Nº 140 ¿Qué hay que hacer para responder a la “Nación” de Álvaro García Linera?: Indianizar al mestizaje y descolonizar al gobierno Silvia Rivera Cusicanqui* Silvia Rivera Cusicanqui interviene aquí en un debate: responde a lo propuesto por Álvaro García Linera en su libro de distribución gubernamental Identidad boliviana. Nación, mestizaje y plurinacionalidad. Y lo hace con esta claridad: “Porque soy una birchola desconfiada y propensa a las teorías conspirativas, a mí me late que el ethos que gobierna este escrito es nomás una justificación retórica, pobremente argumentada, de la actuación del Estado colonial y de sus colonizados gobernantes en Chaparina”. Y añade: “Vislumbro en su defensa de la Nación una tendencia a la totalización autoritaria de la nación territorial y del gobierno como administrador colonizado. Astuta es la estrategia de las élites mestizas letradas que se subieron al carro del ‘proceso de cambio’ para envolver en discursos intelectuales lo que es un hecho por demás triste y redundante: la reedición de los estilos políticos del viejo mnr, desde la ch’ampa guerra hasta la división de las organizaciones sociales y el prebendalismo”. A dquirí con cierta avidez el último número de Nueva Crónica. Esperaba encontrar un sustancioso debate intelectual sobre el tema del mestizaje, que parece estar ocupando mente y chuyma de muchas personas de la oposición liberal (Carlos Mesa, Diego Ayo). Esta ocupación legítima resulta de los desaciertos del gobierno; particularmente, es una respuesta a los desvaríos de sus intelectuales. En el otro wing, en calidad de cabeza visible del think tank gubernamental, el vicepresidente Álvaro García Linera ha publicado recientemente un opúsculo, Identidad boliviana, del que Nueva Crónica extrae la nota al pie 19 y la enmarca en un recuadro tras el artículo de Mesa, como para dar a la edición la fisonomía de un debate cara a cara. Como era de esperarse entre mestizos letrados, afanados por los asuntos del poder, los egos se pavonean en el curso de este clinch, sin que las lectoras atentas a los matices y retruécanos de los discursos dominantes hayamos sacado en claro qué es lo que al final pretenden, aparte de restregarnos en las narices quién es el más inteligente o el que más ha leído. Dejemos de lado por el momento las aclaraciones de Mesa, no por insuficientes sino porque confieso no haber leído su libro en razón de un prejuicio femenil casi idiosincrático. En materia de sirenas y mestizajes abigarrados, me bastan y sobran los dos libros funda- cionales de su mami.1 La seriedad en la pesquisa visual y osadía en la intuición interpretativa me hacen reconocer a doña Teresa como la mayor proponente en Bolivia de un abordaje profundo del tema del mestizaje. Mi inquietud por lo que dice García Linera viene en cambio de un hecho más prosaico y contingente. Me preocupa el que su discurso tenga la capacidad de generar perdurables “efectos de alcance estatal” (R. Zavaleta). Vislumbro en su defensa de la Nación como logotipo y como mapa (aunque matizado de patujú) una tendencia a la totalización autoritaria de la nación territorial y una visión del gobierno como administrador colonizado de sus estructuras subyacentes. En un principio fui entusiasta sostenedora, como mucha gente, de la promesa encarnada en el llamado “proceso de cambio”. Fue una sucesión de desaciertos, que inicialmente parecían simples metidas de pata –del gasolinazo en adelante–, lo que me llevó a advertir cuán astuta es la estrategia de las élites mestizas letradas que se subieron al carro del “proceso de cambio”, para envolver en discursos intelectuales de alto fuste lo que es un hecho por demás triste y redundante: la reedición de los estilos políticos del viejo MNR, desde la ch'ampa guerra hasta la división de las organizaciones sociales y el prebendalismo. 1 Teresa Gisbert de Mesa: Iconografía y mitos indígenas en el arte y El paraíso de los pájaros parlantes. En el opúsculo Identidad boliviana: Nación, mestizaje y plurinacionalidad, salta a la vista la lógica aristotélica y el binario cartesiano de los años de García Linera como matemático. Por sobre todo –y esto sorprende de un marxista que se precia de dialogar con intelectuales de la emancipación postcolonial en todo el mundo–, revela qué profunda huella le ha dejado el núcleo duro del Estado colonial boliviano. Hay en García Linera una concepción autoritaria e idealista de la Nación, a la que muestra como entelequia, premisa de ser del Estado boliviano, preexistente aunque construida (no se sabe por quién ni cómo) y que sin embargo estaría ahorita en vías de consolidarse como una identidad primordial y de “adhesión fuerte”. El razonamiento simplificador y simplista se recubre de una narrativa implacable que soslaya u oblitera los hechos irresueltos y las demandas vividas de los/as protagonistas diversos del conjunto de la modernidad boliviana en el horizonte populista post 52 y aun en el propio “proceso de cambio”. Si de inicio el opúsculo vicepresidencial se ocupa de la persona (entendida como individuo/a, es decir, resultado ya del horizonte moderno), poco a poco se desliza hacia las identidades agregadas, hacia las identidades primordiales y excluyentes que van creciendo territorialmente desde el barrio hasta la ciudad, desde el departamento hacia la región y el país. Finaliza, como es lógico, por atribuirse –en representación de los visionarios bolivianos constructores de un ser real para la nación, el Estado Plurinacional– de la capacidad de teorizar y comprender el proceso que el propio gobierno desata con sus acciones, y de nutrir esa acciones –por más autoritarias que sean– de un impulso misional y de un contenido trascendente. No he de reclamar aquí por la abundancia de lugares comunes ni por la ausencia completa de preguntas, de inquietudes, de dudas, que caracterizan al estilo apodíctico y lapidario de García Linera, sustentado en lo que podríamos llamar la falacia territorial. Pero debo señalar que, a partir de cierto punto, nos desliza desde las identidades colectivas emergentes en la lucha hacia los anclajes territorializados de las confrontaciones políticas, para llegar a aquella entelequia incuestionable y con mayúsculas, la Nación boliviana, una entidad estatal que nos uniría a todos (nos nombra en masculino, p. 47) y en la que no podrán más que subsumirse e incorporarse las naciones en minúscula, esas entidades territoriales de base ancestral y cultural que él asocia con lo indígena. La conclusión de este “argumento por falacia territorial” no es sino dar por sentada sin debate previo la arbitrariedad cultural que constituye la Nación. Y así García Linera convierte lo contingente en necesario, y transforma, al mismo tiempo, la Nación boliviana en una doxa (P. Bourdieu), para proclamar desde allí que * Colectiva Ch’ixi, Tembladerani. Marzo 2014 / Nº 140 todo el/la que se atreva discutir sobre el mestizaje es impostor/a o irrelevante (64). Al descartar de plano la importancia de este debate, todo atisbo de cuestionamiento a la identidad primordial realizada por el gobierno que él encarna queda desautorizado de antemano. El juego de poder que el Estado representa ante las “naciones” indígenas sólo admite un ganador, y hace descender en cascada abrumadora la totalización territorial y el esencialismo cultural. Bajo la rúbrica de un sentido común trascendente, plasmado en sucesivos mapas territoriales estancos, su discurso nos permite entrever que lo que se nos viene podría ser una suerte de ch'ampa guerra universal de todxs contra todxs. En esta perspectiva, las diversas alianzas internas y externas con los factores de poder podrían acabar diezmando el resto de dignidad y autonomía en las 36 “naciones” reconocidas por nuestra carta magna. Con su opúsculo, García Linera parece echar por tierra un siglo y más de esfuerzos por repensar el espacio y la realidad social boliviana en términos de diferencias civilizatorias ancladas crucialmente en los diversos modos de apropiación y transformación del paisaje. Tampoco estima en mucho los esfuerzos de innumerables personas a lo largo y ancho del planeta que intentan crear un espacio taypi, de diálogo, entre los portadores heredados de esos modos de hacer y de crear la vida y aquellas otras colectividades movilizadas, abigarradas y “de a pie” que constituyen lo más vital de la contestación democrática y política contra el neoliberalismo. Muchos/as somos quienes nos hemos sumado a esa utopía planetaria de interculturalidad postnacionalista, que Boaventura de Sousa Santos llamó “ecología de saberes”. Y esto no excluye a mestizxs ilustradxs que a través de sus actos e ideas problematizan día a día las construcciones heredadas y autoritariamente impuestas, denominadas Estado y Nación. Baste recordar la experiencia de las mujeres en el marco de las guerras y derrotas bolivianas para entrever cómo es que se nos terminó imponiendo un mapa,2 camisa de fuerza para esos circuitos de mercado y de cultura transfronterizos y para las prácticas insurgentes y emancipatorias de una multiplicidad de comunidades urbanas y rurales, indígenas y cholas, que articulan el día a día de la subsistencia y hasta le procuran el almuerzo a nuestro Vicepresidente. Para él, sin embargo, estas realidades no cuentan. Así, nos larga la enormidad de que la lengua compartida (habría que usar el plural) y el territorio “alcanzado” (19-20) son el producto de la nación (!!!) y no su premisa. Por más Goffman y Bourdieu que nos esgrima, el discurso del Vice es un sopapo en la cara de toda la tradición marxista y postestructuralista y hasta de lo más jacobino en la tradición liberal. De qué nomás entonces será “producto” esa entidad abstracta –la Nación Estatal– que todo lo construye, lo ordena, lo racionaliza 2 Ese es el mapa que García Linera acaba por defender fervientemente, con todo y sus divisiones territoriales ilógicas y conflictivas, heredadas del período de la Nación-hacienda, que él mismo se ocupa de describir. debate y que se convierte, como por arte de magia, en voluntad autoperpetuada de poder. ¿Cómo se habrá ideado y plasmado esta entidad, de la mano de qué intereses, a lo largo del tiempo? Estos cuestionamientos se aplican desde los horizontes prehispánicos hasta el Estado colonial, ya sea en sus versiones republicana, nacionalista o plurinacional. Que hace falta no sólo una respuesta, sino hasta un atisbo de pregunta en torno a estas cuestiones vitales, es muestra clara de que García Linera nos quiere hacer pasar gato por liebre. Para él, la Nación Estatal (en mayúscula) y a la vez plurinacional (en minúscula) no es sino otro nombre, más acorde con los tiempos, de la Razón hegeliana, esa vieja Razón de Estado cuyo efecto pragmático, en la Bolivia de hoy, será el de interpelar precisamente a los sectores más proclives a asumir fervientemente su discurso: las Fuerzas Armadas. Porque soy una birchola desconfiada y propensa a las teorías conspirativas, a mí me t'inka que el ethos que gobierna su escrito es nomás una justificación retórica, pobremente argumentada, de la actuación del Estado colonial y de sus colonizados gobernantes en Chaparina (25 septiembre 2011), cuando la Nación estatal encarnada en la Fuerza Aérea (el fantasma de Barrientos) quiso imponer su vocación hegemónica –de la mano de intereses brasileros– por sobre la nación cultural y ancestral de los habitantes del TIPNIS. La invisibilidad de este discurso subyacente –una dominación que borra sus propias huellas para travestirse de “cambio” mientras hace perdurar lo arcaico– demuestra que nuestro Vice ha sido el mejor alumno del peor Bourdieu. En efecto, Álvaro ha encarnado como habitus in-corporado aquello que fue pregunta y angustia existencial en Sergio Almaraz, René Zavaleta, Jaime Mendoza y en el propio Bourdieu. Ellos sintieron la ausencia de un Padre proveedor –eso es el Estado para nuestro Vice– pero también decidieron recorrer los caminos de la Madre. Treparon por los cerros y descendieron a los valles, caminaron por territorios devastados por la guerra, aprendieron sobre plantas y sobre kharisiris, entraron en los socavones a saludar al tío y pulsaron con combos y alcoholes la energía de la pacha. Aquellos intelectuales críticos pero integrales al “proceso de cambio del MNR”3 resultaron al fin más ukhu runas (hoy diríamos ch'ixis) que nuestro colonizado Vice. Estuvieron mejor sintonizados con las angustias y deseos de las colectividades trabajadoras y con las energías telúricas que inspiraron a las mentes clarividentes de todos los tiempos. Esas energías que, desde la guerra del Chaco, nutrieron los valientes cuerpos masculinos y femeninos para detener la avanzada paraguaya, para enfrentar a la Gulf, a la Standard o a la Bechtel. Nuestro Vice, en cambio, se contenta con negociar contratos y guardar las divisas o gastarlas en movidas prebendales, con recibir migajas y tolerar engaños de Petrobras, San Cristóbal y cuántas más. Estas 3 Subtítulo de uno de los acápites del texto La Nación Ch'ixi. Una mirada desde la Isla del Sol de Mario Murillo, Ruth Bautista y Violeta Montellano, en preparación. /9 compañías no sólo dañan la tierra sino la dignidad del mundo, no nos hieren como bolivianas o como paceñas o benianas, como transportistas o biólogas, sino como humanos y humanas que debemos convivir día a día con las señales del malestar planetario, con las inundaciones, las sequías, la desaparición de los ríos y glaciares, con la contaminación minera y petrolera, y con los abusos de nuestros gobernantes. Como mestiza ch'ixi plenamente identificada conmigo misma y con mis ancestros diversos (aymaras y judíos, entre otros), le hago notar a nuestro esforzado intelectual que en su exhaustivo inventario de identidades binarias excluye una, la fundamental: nuestra identidad y nuestras responsabilidades como gente –jaqi, runa, humans–: especie que convive con la infinita diversidad de habitantes de la tierra. Por ello, tampoco comulgo con los oponentes de García Linera en el mencionado debate. Al frente de la (im) postura de García Linera está el ámbito de quienes se atrincheran en la noción de lo mestizo como identidad ciudadana universalista, en oposición al supuesto “particularismo” de las identidades indígenas, sexuales o de género. En este tema no me es posible entrar ahora, si no es para decir que ellos tampoco reconocen la condición colonizada del Estado boliviano, la camisa de fuerza de la Nación, o su propio papel como correa de transmisión de la dominación externa. Son nacionalistas sin nación vivida, trajinada o trabajada, sin paisaje de referencia. La propuesta de descolonizar el mestizaje supone un esfuerzo de aproximación al mundo indio desde la planetariedad de un dilema: hoy sabemos que nuestra supervivencia como especie podría resultar inviable a mediano plazo. En esto reside la indianización del mestizaje, que es a la vez una demanda por descolonizar el gobierno de Evo Morales y de su astuto acompañante. Retomar las huellas intelectuales de Jaime Mendoza, Matilde Garvía, René Zavaleta, Sergio Almaraz, Yolanda Bedregal y tantxs otrxs mestizas que supieron reconocer en su subjetividad el llamado a cuidar la tierra, a hablar lenguas alegres y a habitar un espacio, un paisaje, un país, capaz de nutrir la pluralidad en lugar de subordinarla y humillarla.® 10 / debate Marzo 2014 / Nº 140 Primera parte Colonialidad y descolonización desde el Estado boliviano o de la triste historia de algunas palabras Mauricio Souza Crespo* Colonialidad, descolonización, descolonizador: palabras del mismo universo discursivo que, en declaraciones ya rutinarias y frecuentes, en documentos, constituciones y proyectos, han empezado a formar parte, en Bolivia, del vocabulario cotidiano. El “proceso de cambio”, se nos dice, aspiraría a combatir la colonialidad (del poder, del saber), es decir, el “proceso” sería descolonizador. Pero ¿de dónde vienen estas palabras? ¿Qué quieren decir?¿O qué se quiere decir con ellas? ¿Cuál es su contenido concreto, o sea, político? ¿Cuáles son las prácticas descolonizadoras a las que aluden o llaman? En esta primera parte de un texto en dos, se intentan algunas (tentativas) respuestas a estas preguntas. b. Imaginaremos los presupuestos filosóficos, los gestos teóricos no declarados, de esta teoría estatal específica (y no la única) de la colonialidad y la descolonización. c. Ofreceremos, en la segunda parte de este ensayo, ejemplos puntuales (y, claro, rápidos) sobre cómo esos “presupuestos” se manifiestan en producciones discursivas estatales o paraestatales específicas, en Bolivia. 1 Una cuestión de palabras Pero no es posible una respuesta rápida a tales preguntas, tal vez porque éstas –colonialidad, colonización– son palabras que nos remiten a tradiciones teóricas diversas, unas más recientes que otras, y que han sufrido, como suele suceder con las palabras, un desplazamiento constante en función de su uso y suerte en diferentes refriegas discursivas. Acaso una manera de responderlas –en vez de optar por la imposible tarea de enfrentarlas en su generalidad (lo cual nos remitiría a un vasto corpus de teorías y prácticas, a veces incompatibles)– sea permitirnos una primera reacción nominalista y genealógica. O sea, reducir las preguntas a su dimensión e historia concretas y locales. Las mismas preguntas serían así reformuladas: ¿de dónde sale (o nos llega) la noción de “colonialidad (del poder, del saber)”? ¿Cuál es relación de este concepto con el llamado a establecer, desde el Estado boliviano, prácticas descolonizadoras? Quizá una respuesta tentativa a estas preguntas –que configuraría una especie de análisis textual-ideológico– sea posible. Proponemos pues esas respuestas en varios pasos: a. Nos preguntaremos, en principio, qué es y de dónde sale la noción teórica de “colonialidad (del poder, del saber)”. * Periodista y catedrático. 2.Genealogía de la “colonialidad”: ¿de dónde sale el concepto? Y ya que hablamos de las palabras y no de las cosas, la respuesta rápida y algo amnésica a esta primera pregunta podría ser la siguiente: la noción de “colonialidad” deriva del trabajo de Walter Mignolo –un teórico norteamericano de origen argentino– que, según cuenta él mismo, se tropezó con la palabra en 1992 al hojear el artículo “Colonialidad y modernidad/racionalidad” del sociólogo peruano Aníbal Quijano.1 Desde entonces, y con sentidos no del todo coincidentes con el trabajo de Quijano, Mignolo y sus numerosos discípulos (que en Latinoamérica son, lamentablemente, legión) han ido dándole cuerpo al concepto. En Mignolo y cia. la “colonialidad del poder” es un concepto o herramienta general de tenue o irrelevante especificidad histórica. Remite, en concreto, a identificar lo que él llama “cuatro áreas de control” –en un lenguaje prestado de Michel Foucault– en las que, desde un “afuera”, se administra o gestiona al subalterno no-occidental. A saber: las subjetividades, la autoridad, la economía y el conocimiento. Es decir, lo no-occidental es controlado, colonialmente, desde agencias eurocéntricas, en esas cuatro áreas.2 1 2 El libro en el que Mignolo “descubrió” el concepto de “colonialidad” para su audiencia norteamericana es: Los Conquistados: 1492 y la población indígena de las Américas de Robin Blackburn, Heraclio Bonilla, et al. (Colombia: Tercer Mundo, 1992). El texto de Quijano en cuestión, “Colonialidad y modernidad / racionalidad”, es el último del tomo, pp. 437-449. La explicación más reciente del concepto de “colonialidad” de Todo esto suena muy parecido a una versión ampliada pero vaga de un conocido (y otrora útil) objeto teórico, el “imperialismo” que es ahora cualificado como un dispositivo de poderosa carga etnocéntrica. Los dos giros adicionales en la teorización de la “colonialidad” son viejas ideas que adquieren una nueva oportunidad por una puesta al día del vocabulario que las resucita: a) esa “colonialidad” sería la “cara oculta” de la modernidad y sus proyectos modernizadores, es decir, la colonialidad es parte central de la modernidad (y posmodernidad) y no su obstáculo; b) el sujeto modernizador, el agente que impone la colonialidad, es un sujeto blanco, occidental, heterosexual (nada “diverso” ni pluri ni multi, en suma). Los énfasis de esta teoría de la colonialidad son claros y, también por eso, no es difícil establecer sus debilidades, que son muchas. 3. La cara no tan oculta de la “colonialidad” Se podría, legítimamente, cuestionar estas nociones por su propio origen y sus maniobras expositivas básicas. Para empezar, el hecho de que –ya que los orígenes son para esta teoría fundamentales– provienen de sujetos eurocéntricos blancos heterosexuales, para luego ser absorbidas – parece– por los intelectuales subalternos. O recordar que la elaboración misma de la teoría, al menos en Mignolo, es presentada biográficamente como una especie de epifanía autorial que presupone el acto de ignorar: a Mignolo se “le ilumina” el futuro académico un día de 1992 con este descubrimiento, epifanía de la mala fe pues desconoMignolo (explicación que aquí usamos para ilustrar sus ideas) la podemos encontrar en su artículo “Coloniality: The Darker Side of Modernity” [“La colonialidad: La cara oculta de la modernidad”], en Modernologies. Contemporary Artists Researching Modernity and Modernism Catalog of the Exhibit at the Museum of Modern Art, Barcelona, Spain. Ed. curator Sabine Breitwisser. Barcelona: macba, 2009, pp. 39-49. El opus magnus de Mignolo, en lo que a la colonialidad se refiere, es Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledge and Border Thinking (Princeton: Princeton up, 2000). debate Marzo 2014 / Nº 140 ce, deliberadamente, una larga tradición latinoamericana de reflexión sobre el colonialismo. O el hecho de que las nociones producidas parecen menos interesadas en iluminar o construir objetos teóricos que en patentar un repertorio de palabras listas para su consumo directo (y de ahí que los textos de Mignolo y sus discípulos se tomen tanto tiempo en inventar nuevos nombres que los diferencien de sus competidores en el mercado transnacional de la teoría: “ellos dicen altermodernidad, nosotros transmodernidad”, etc.). Pero estas objeciones no identifican, sino indirectamente, el verdadero problema, que radica ya no en el origen de la teoría sino en la teoría misma. Es más: la deleznabilidad de la teoría de la “colonialidad-a-la-Mignolo” interesaría poco o nada si no se filtrara, como creo que lo hace, en los discursos estatales o paraestatales de la descolonización, aquí por ejemplo, en Bolivia. Podríamos resumir esos problemas de la teoría o al menos los que, en el contexto discursivo latinoamericano (aunque hablo desde Bolivia), tienen una importancia estratégica, en los siguientes puntos: a. Mignolo y cia. entienden la modernidad (y su cara oculta, la colonialidad) como un asunto discursivo. Es decir, la colonialidad vendría a ser, poco menos, que una creación de intelectuales, los productores del saber. Cuando, en una especie de consigna final, Mignolo afirma que “la organización racial y patriarcal subyacente a la generación de conocimiento (la enunciación) forman y mantienen la matriz colonial del poder…”,3 lo que confirma es este simplificador énfasis culturalista-epistemológico. Quizá aquella consigna –tan atractiva para tantos intelectuales– de que el “poder es saber” haya sido adoptada muy literalmente, lo que genera, claro, una política literal, o sea, voluntarista: de lo que se trata es de proponer “otros conocimientos”, éstos ya despojados de su heterosexualidad eurocéntrica de origen, lo cual, al parecer, nos permitiría abrogar la colonialidad. b. En su énfasis discursivo-culturalista, la “colonialidad/ modernidad” es un concepto escandalosamente antimarxista. Tiene todo el derecho a serlo, por supuesto, pero al precio de una teorización de la modernidad que es en definitiva light, casi parte de los discursos liberales de la globalización (la “modernidad” sería un “estilo de vida” que podemos “rechazar” por algo más “propio”). Seamos claros: la modernidad es el capitalismo, el dominio global de un modo de producción (y, por eso, hablar de “modernidades capitalistas” es una redundancia innecesaria o una tautología que no sabe que lo es). En el sentido en que hay un mercado global cada vez más “total”, todos somos modernos (así sea el caso que el lugar que ocupamos en esa modernidad/capitalismo no nos guste). c. El énfasis superestructural es aquí intenso, una dimensión de las inclinaciones culturalistas de la teoría de la colonialidad: “A principios del siglo xxi, el mundo está interconectado a través de un solo tipo de economía (el capitalismo) y se distingue por una diversidad de teorías y prácticas políticas”.4 Es decir, si ese es el caso, de lo que se trataría es de encontrar o construir inflexiones locales del capitalismo (i.e.: “el sistema es el mismo, pero la superestructura política es diversa”). Algo así como crear “modernidades” a la boliviana, a la venezolana, a la colombiana. d. El esencialismo identitario está a la vuelta de la esquina: se postula sujetos subalternos portadores de un “saber no occidental”, de “tradiciones” que niegan a ese sujeto “eurocéntrico heterosexual blanco” y que, claro, potencialmente, desde “sus” saberes, harían tambalear la modernidad ya desahuciada. Nos tendríamos que imaginar que, si se problematizan o corroen los saberes y las ideas, también las realidades se caen, en este caso, del capitalismo. Y no es casual que la agenda que construye este tipo de ideología “descolonizadora” sea culturalista: una especie de Revolución Cultural mundial –que Mig3 4 “La colonialidad”, p. 49 (énfasis de Mignolo). Ibíd., p. 40. nolo llama un “cosmopolitismo descolonial”– acabará, parece, con el capitalismo. 4. La llegada de la “colonialidad” a Bolivia Que la “teoría de la colonialidad del saber/poder” –que encuentra en la noción de “descolonización” una putativa práctica política– se haya puesto de moda (como, poco antes, la noción de “hibridez” o, antes, la de “dependencia”) no es en absoluto una descalificación de su posible utilidad teórica. Pero es aún más productivo preguntarse, en cambio, por las razones de la generosa receptividad que la ha beneficiado en países como Bolivia y procesos estatales como el que vivimos aquí. Después de todo, podríamos estar discutiendo estos asuntos desde trabajos teóricos mucho más complejos y ricos.5 Pero a ratos es difícil no pensar que el Estado en Bolivia, al menos en estos temas, está como atrapado en las estelas dejadas por la escuela de Mignolo. Creo que una respuesta rápida y simple a la cuestión de la receptividad de esta “teoría de la colonialidad” tiene que considerar, en principio, el eco que tales conceptos encuentran en una serie de hábitos intelectuales o certidumbres colectivas en Bolivia (y que, me imagino, algunos países latinoamericanos comparten). Por ejemplo: a. La noción, que en nosotros es de sentido común, que la ruptura republicana en Bolivia (y en países latinoamericanos como Bolivia) no supuso un cambio sustancial. b. Que las estructuras de “modernidad” (o más bien de las olas “modernizadoras”) impuestas en Bolivia han escondido y esconden una cara colonial. c. Que ese colonialismo, no disuelto sino rearticulado por la República, desprecia lo propio: de lo que se trataría es de “pensar el mundo desde Bolivia”. Estas certezas preparan sin duda la recepción, un tanto entusiasta, de ideas como las de Mignolo. Sin embargo, al menos en su uso restringido, esas ideas tienen una ventaja adicional más importante: son simples. Se prestan, quiero decir, por igual a un discurso anti-capitalista, anti-globalizador y, de paso, fuertemente identitario. Es más, se prestan a una pobre construcción ideológica puesto que recurren a un esquema narrativo básico: un binarismo no problematizado que, de repente, se torna en una opción ética: el bien y el mal, o el capitalismo 5 En la tradición teórica boliviana, por ejemplo, el trabajo de la ensayista Silvia Rivera Cusicanqui, que dialoga no sólo con el mundo (los postcolonialistas de la india, por ejemplo) sino además con una tradición del “conocimiento local”, latinoamericano. / 11 vs. la comunidad, lo colonizado vs. lo descolonizado, lo moderno vs. lo tradicional emancipatorio, etc. Y, como en todo binarismo simple, se suelen reducir los objetos teóricos considerados a su dimensión ética mínima (por ejemplo, ya en Mignolo, se oponen los saberes occidentales “especializados” a las comprensiones “holísticas” no occidentales: una oposición creada por la modernidad, ya en el romanticismo, hace un par de siglos). 5. Los presupuestos “epistemológicos” Se puede discutir, como se lo ha hecho más o menos desde principios del siglo xx, las formas en que las epistemologías modernizadores son esenciales a la colonialidad del poder y del saber. Pero lo que encontramos en una parte de las producciones discursivas descolonizadoras en Bolivia, esas discursividades “a la Mignolo” producidas a veces desde el Estado y su “proceso de cambio”, es más bien la fundación de una doxa escasamente reflexiva y abiertamente instrumental (que opera, en términos generales, como un clásico discurso legitimador). Este “discurso legitimador” simplifica y deforma, sin duda, el contenido emancipador de una serie de experiencias organizativas, de movilizaciones de base, de debates ideológicos no estatales (que sí existen, con gran riqueza, en Bolivia y cuya historia o descripción excede el propósito de estas líneas). Y lo hace no desde una “ruptura epistemológica” sino desde la perpetuación –con un contenido distinto– de una serie de gestos que precisamente las formas más ricas de pensamiento o práctica descolonial se han ocupado de invalidar. Es más: otras tradiciones de pensamiento crítico hubieran sido aquí pertinentes, en vez de Mignolo, como modelo (el feminismo radical, por ejemplo, que reconoce estos gestos de perpetuación de una epistemología instrumental a leguas de distancia). Esquematizando un poco, podríamos resumir esos presupuestos discursivos (todos ellos lugares comunes harto conocidos) en la siguiente lista: a. Esencialismo identitario. Se maneja la noción de “identidades fijas”, que serían la expresión, permanente, de una matriz cultural no-occidental. Como todos los esencialismos identitarios, éste tiende a una naturalización de las diferencias y oposiciones postuladas, desdeña las complejidades histórico-culturales de su construcción y tiene la tendencia a ignorar las contradicciones performativas de su práctica (la diferencia entre “lo que hago y lo que digo que hago”). Produce, además, una especie de reducción política: en tanto encarnación de un contenido esencial distinto, los “sujetos sociales subalternos” sólo tienen 12 / que ocupar el poder (o sólo se tiene que decir que lo ocupan) para que éste sea otro. Descolonizar se reduciría a que el sujeto no-colonizado tome el poder estatal (o despatriarcalizar,a que las mujeres sean funcionarias del Estado), pues porta en sí mismo, como una naturaleza, un principio de saber y poder distinto. Hay en esto, sin duda, algo de las tradicionales políticas liberales (y capitalistas) del “reconocimiento” cultural o genérico; también, ecos de viejos reduccionismos clasistas (“mi origen de clase determina el contenido y forma de mi práctica política y cultural”). Pero, aún más importante, es que el esencialismo identitario puede ser un gesto epistemológico autoritario (como muchos de los que parten de la noción de “identidad”), normativo y, de hecho, tendencialmente reaccionario. Si la “esencia identitaria” es un hecho ya dado, un dato de la realidad a la espera de su reconocimiento y uso político, el cambio es un mero procedimiento de visibilización o énfasis “valorativo” y no una transformación de lo dado (que incluye, en su triste gravedad, esas mismas identidades que se proponen como principio de “otra realidad”). El cambio revolucionario, en cambio, debería ser quizá un llamado a explorar la diferencia, incluyendo aquella que me separa de mí mismo (esa frágil e hipotética identidad). Aquí, el “esencialismo estratégico” es, a la larga, una falsa solución (la reconstrucción política de una “identidad fija”, con fines estratégicos, termina convirtiéndose en toda la estrategia: “nosotros vs. el resto”). Ya en una historia que se repite, esa lógica de “recuperación”, reivindicativa, convierte el mito trágico del buen salvaje (un mito imperial, modernizador) en la teatralidad posmoderna (y para consumo posmoderno) de las “sabidurías ancestrales”. b. Una estructura ética binaria. Una vez identificados los contenidos y agentes hegemónicos (“la colonialidad”, el “sujeto blanco occidental heterosexual”, el “saber modernizador”), los contrahegemónicos se producen a partir de una simple replica o desdoblamiento binario (en este caso: “la descolonización”, “el sujeto etnizado no-occidental heterosexual”, “los saberes propios tradicionales”). En esta dualidad, bastaría el reemplazo, progresivo, de lo malo (hegemónico) por lo bueno (contra-hegemónico). c. Un cierto idealismo no-dialéctico. Este idealismo no sólo deriva del esencialismo del proyecto y de su tendencial organización en binarismos en definitiva éticos (y por “éticos” entiendo aquí la dimensión “filosófica” de la praxis burguesa). Nace, además, de una suerte de enamoramiento intenso con una noción de la política como un asunto de refriegas y disputas discursivas (en muchos casos meramente académicas). Se corre el riesgo, también, de una suerte de intenso divorcio con la práctica: todo lo que es sólido flota, en este caso, entre los vapores de ejercicios discursivos divorciados de lo dado (y de lo que todavía no es). Y es un idealismo no-dialéctico: su claridad “ética” y su inclinación por las “esencias” lo conduce a pensar en la contradicción como una dinámica “externa”. Por ejemplo: no puede pensar que esa identidad postulada como el contenido de la descolonización es, en sí misma, también fruto de la colonialidad del poder, esa medida en que, como decía el ensayista boliviano René Zavaleta Mercado, “uno pertenece a lo que niega”. d. Un énfasis cultural-político. Por lo dicho, y en tanto ejercicio de intelectuales, la “colonialidad” de la que aquí hablamos se organiza como un concepto cultura lista: imagina el cambio político en tanto Revolución Cultural (i.e.: es una teorización poco interesada, en los hechos, en las determinaciones económicas de esa Revolución). No es casual que, en Mignolo por ejemplo, la posibilidad de salir del capitalismo (que se reconoce, contradictoriamente, como “sistema único”) pase por una especie de revolución limitada de los aparatos ideológicos del Estado, una modesta batalla cultural-educativa (consistente, según su esencialismo debate e. de partida, en incorporar, en esos aparatos, al “otro” no-occidental). En su versión boliviana, no es por eso extraño que el hacer decolonial desde el Estado se haya concentrado hasta ahora en los Ministerios de Culturas y de Educación y no en el de Finanzas (que, en todo esto, es un Ministerio muy respetuoso de las ideas de Mignolo: parece decir, en lo hechos, que el capitalismo –así sea de Estado– es nomás el sistema único al que estamos condenados; lo que podemos producir –y ni eso con ganas– son los gestos de una “revolución cultural”, mera superestructura, ceremonia). La descolonización como Revolución Cultural. En su origen, la noción de Revolución Cultural (que proviene Marzo 2014 / Nº 140 del Lenin de sus últimos escritos), busca o teoriza algo específico: la creación de una nueva cultura que responda a un nuevo modo de producción o a la transición a un nuevo modo de producción. Para Lenin esto significaba: a) la creación de una nueva cultura en el sentido tradicional de la palabra (un nuevo cine, una nueva literatura, una nueva pintura); b) la preparación educativa para el cambio (alfabetización, educación en general); c) la formación de nuevos hábitos políticos y culturales. Entendida en los términos de la colonialidad aquí descrita, ninguna de estas tareas es central, pues de lo que se trata es simplemente de un reemplazo: los contenidos y prácticas ya presentes (o con posibilidad de ser rescatados) en el sujeto contra-hegemónico no-occidental son el principio, por su mero reconocimiento, de la revolución cultural descolonizadora. f. Un paradójico a-historicismo. Si las esencias identitarias o civilizatorias se dan como dadas –cuando quizá sean, en los hechos, complejas recuperaciones y resignificaciones de una tradición que se postula, políticamente, como emergente– no es sino lógico que ese uso se produzca al margen de su inscripción histórica y social específica. La simplificación, casi folletinesca, de la historia está por eso a la vuelta de la esquina (en Mignolo, por ejemplo, con sus escolares resúmenes de la historia de Occidente en un párrafo o con textos estatales en Bolivia en los que “lo colonial” es un par de generalidades). Tampoco es casual la tendencia de hacer de los sistemas culturales, a través de la glosa en torno a las lenguas no-occidentales, un principio de saber alternativo (la hipótesis Sapir-Whorf llevada a su extremo paródico: los presupuestos lingüísticos de una lengua no-hegemónica como principio de Revolución Cultural, la simple diferencia reificada en tanto contenido de la descolonización). Finalmente, es igualmente frecuente que en su lógica binaria se postule como diferente, y al margen de la historia, aquello que, en el otro, supuestamente “no somos nosotros”. (Por ejemplo, lo “holístico nooccidental” versus las fragmentación occidental: en los hechos, los llamados al “holismo” del saber son tan viejos como esa occidentalización instrumental, y configuran uno de sus discursos dominantes). g.Apocalíptico. Puesto que, en la práctica, su tematización del “capitalismo como sistema único” es perentoria y superficial (es un pensamiento que carece de especificidad), la teoría de la colonialidad opera, directa o indirectamente, la frecuente conjunción de un voluntarismo programático y un horizonte apocalíptico ingenuo. Por voluntarismo deberíamos entender la noción ya glosada de “reemplazo de contenidos y formas”: el capitalismo empezaría a caer en el momento en que otros saberes y otras formas de organización lo reemplacen (en un momento histórico en que el “sistema mundial”, es decir, el capitalismo como mercado global, no ha dejado libre ningún rincón de la tierra). Por apocalíptico, debemos entender que, con un entusiasmo enternecedor, una de las periódicas crisis del capitalismo, la actual –que como las anteriores muy probablemente se pruebe simplemente una etapa de su expansión–, es leída como su fin. (Algo así como proponer que la crisis internacional del neoliberalismo augura ya la utopía). h. Horizonte transnacional. Por sus inclinaciones a-históricas, su carácter discursivo-culturalista, sus simplificaciones, esta teoría de la colonialidad se presta a viajar muy bien: su falta de especificidad política, o equipaje, le permite traducirse en los circuitos internacionales del anti-globalismo. Mignolo propone al respecto un “cosmopolitismo descolonial” (muy a tono con el ímpetu de cierto tipo de ongs) y no poco de lo descolonizador desde el Estado, en el caso boliviano hoy, sigue esas pautas. No es casual que su público, en buena medida, sean esas redes internacionales de “solidaridad” vaga y voluntariosa.® Marzo 2014 / Nº 140 / 13 crónica Industrializar la Amazonía: ¿Los pueblos sobran? Marc Gavaldà* La apuesta de ypfb por explorar hidrocarburos en la cuenca del río Madre de Dios –una exploración que supone, de paso, la intervención de la Reserva Nacional Manuripi– debería obligarnos a prestar atención a los posibles (y previsibles) impactos de esta actividad extractiva en pleno corazón de la Amazonía. El reciente libro Gas amazónico de Marc Gavaldà, que describe las consecuencias del “desarrollo industrial” extractivo en la vecina cuenca del río Urubamba (Perú), puede aportar, quizá, algunas premoniciones, algo sombrías sin duda. P erú vive un modelo económico extractivista. Y, como sus vecinos, no ha logrado convivir con el respeto de los derechos fundamentales de la población. En la Amazonía, las expectativas del movimiento indígena con el nuevo presidente, Ollanta Humala, se diluyeron como el petróleo que fluye impunemente por los ríos Corrientes, Marañón y Trompeteros. Diferentes organismos peruanos e iniciativas de seguimiento comunitario ya han advertido que, con esta ampliación de la frontera petrolera, se han multiplicado los impactos en los ecosistemas amazónicos y se han generado conflictos territoriales con las comunidades nativas. El auge de las concesiones En la última década, se ha acelerado la entrega de lotes petroleros en la Amazonía. Esa entrega afecta a más del 72% del territorio, la mitad en zonas donde nunca hubo actividad petrolera. A lo largo de la historia, sólo un 16% del territorio de la Amazonia peruana se ha salvado de tener en algún momento un bloque petrolero. Actualmente, son más de 50 las compañías petroleras operando en un centenar de lotes en territorio peruano. Según datos del Ministerio de Energía y Minas, sólo en 2010 se registraron 7.405 km de líneas sísmicas 2D y 4.108 Km2 de líneas sísmicas 3D (un incremento de 24,1% y 77,9% respectivamente con respecto al año anterior). Cuatro décadas de contaminación En el departamento de Loreto, al norte del país, se cumplen cuatro décadas de explotación petrolera. Los resultados son nefastos: cuadros epidemiológicos en los pueblos ribereños por el consumo de agua y pescado contaminado con metales pesados. En octubre de 2011 , un comunicado de federaciones indígenas bloqueaba una concesión (la del lote 192) hasta que sean remediados los sistemáticos vertidos de otro lote (el 1AB), cuyo titular, Pluspetrol Norte, pretende deshacerse de los pasivos ambientales como ya lo hizo Texaco en Ecuador. Consultas sólo en el papel Tras los levantamientos amazónicos de 2008 y 2009, se aprobó en Perú una Ley de Consulta que obliga a pedir permiso a las comunidades afectadas por una concesión antes de que ésta sea licitada. Pero en la práctica se repiten las malas prácticas que omiten la voluntad de la población, como se ha visibilizado en los conflictos que enfrenta por ejemplo Repsol con los pueblos Harakmbut (lote 76), Awajún y Shawi (lote 109) y Kakinte (lote 57), entre otros. Camisea: gas con sabor a caucho Al sur de Perú, la selvática cuenca del Bajo Urubamba fue escenario hace un siglo de la explotación cauchera que diezmó a pueblos amazónicos. En la actualidad, ahí mismo, cinco empresas se reparten un botín gasífero que ha empezado a reportar extraodinarias ganancias. En total, más de un millón y medio de hectáreas, repartidas en cuatro concesiones, acorralan los territorios de los pueblos matsiguenga, yine yami, nahua, nantis, ashaninka y kakintes. Protagonistas de un desembarco industrial sin precedentes, las compañías petroleras presumen de los trillones de pies cúbicos de gas descubiertos al borde de reservas naturales de importancia mundial por su biodiversidad: el Parque Nacional Manu, el Parque Nacional Otishi y el Santuario Megantoni. La inaccesibilidad, la falta de testigos, unido a una complicidad gubernamental y las engañosas campañas de imagen corporativa y relacionamiento comunitario, permiten a Repsol, Petrobras, Hunt y Pluspetrol actuar con un holgado margen de impunidad. Gas amazónico: Reportando el etnocidio El libro Gas amazónico aporta nuevas pruebas sobre las acciones de estas empresas en ambos márgenes del río Urubamba, al sur de la Amazonía peruana. Allí, decenas de comunidades nativas se han visto intervenidas para dejar paso al gas. Los efectos de esta industrialización ya se sienten y han modificado las condiciones de vida de las comunidades. Los lotes se encuentran todavía en una fase germinal de desarrollo, pero las compañías que los operan llevan un lustro explorando. Habiendo descubierto reservas probadas de gas, se ha entrado en la cuenta atrás para la apertura desenfrenada de decenas de pozos en cada lote, el tendido de kilómetros de ductos, la ampliación de depósitos de almacén y la construcción de nuevos y gigantes gasoductos para exportar las riquezas descubiertas. Y con esta industrialización, el destino de las comunidades quedó, sin saberlo, atrapado para siempre dentro de este complejo industrial que lo abarca todo. En el libro Gas amazónico se ha perseguido la documentación de accidentes y derrames de hidrocarburos en los ríos, el gradual deterioro de la calidad de los recursos por la intensificación del transporte fluvial y aéreo o los instrumentos de Relación Comunitaria enfocados a conseguir un consentimiento servil a partir de la disposición de mecanismos de dependencia en las comunidades. Además, se reconstruye la reciente historia del contacto y debacle poblacional del pueblo nahua a partir de la entrada de Shell y las posteriores operaciones de Pluspetrol en el interior de la Reserva Territorial Nahua Kugakapori Nanti. Atropello industrial en la Amazonía Camisea es una comunidad machiguenga que ha dado nombre al proyecto energético más grande en la historia de la Amazonía peruana. Sus inicios se remontan a la década de 1980, cuando esa región fue primero explorada y perforada por Shell. El ingreso de esta compañía en aquella zona, hasta entonces impenetrada, fue fatal para el aislado pueblo Nahua, que sufrió una mortalidad del 50%. Tras el abandono de Shell por desacuerdos contractuales, Pluspetrol (compañía argentina accionariada por Repsol) lidera el consorcio que opera en la zona. La explotación del lote 88, superpuesto a la Reserva Territorial Nahua Kugakapori Nanti –creada para proteger el hogar de los pueblos Nahua, Nanti y Matsiguenga– constituye una amenaza. Inmersa en una campaña de expansión de actividades dentro de la reserva, en julio de 2011 Pluspetrol contrató a indígenas para mediar en posibles contactos con los pueblos que encontrara a su paso. Un documento confidencial, interceptado a un gerente de operaciones, demostraba que Pluspetrol quiere construir una antena parabólica para que los comunarios nahua sintonicen Direct tv en el interior de la Reserva. En las últimas semanas –enero 2014– Pluspetrol ha recibido el apoyo de un gobierno: el permiso para ampliar las actividades con nuevos proyectos de exploración sísmica y construcción de 18 nuevos pozos al interior de la Reserva. Esta no es sino la ejecución de un etnocidio.® * Ambientólogo y documentalista del colectivo Alerta Amazónica. 14 / cronica Marzo 2014 / Nº 140 Segunda parte Crónica del ataque a la sede del conamaq José Luis Saavedra* La toma gubernamental de la sede del conamaq es una historia que tiene, por lo menos, dos episodios. En el número anterior de Nueva Crónica, Saavedra trazó la reconstrucción (a través de una nota, un par de comunicados de las organizaciones indígenas y un comentario) del asalto gubernamental del 10 de diciembre del año pasado. En esta segunda parte de su crónica, se ocupa de los hechos violentos que, organizados desde el gobierno, el 14 de enero de este año derivaron en la creación de un seudo “conamaq” para-estatal. P ara esta segunda parte de nuestra crónica de la toma gubernamental basta transcribir (salvo algunas indicaciones) el comunicado oportunamente emitido por el Consejo de Gobierno del conamaq. (Fue nula la difusión que en su momento tuvo este documento, pese a su lúcida y detallada explicación del ataque gubernamental). Un ataque que vulneró, flagrantemente, el ejercicio de los derechos fundamentales y atentó contra la dignidad y soberanía política de las organizaciones y pueblos indígenas de las tierras altas de Bolivia. La denuncia “El Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (conamaq) ante la violenta ocupación y toma de su Casa de Gobierno, ocurrida en la mañana del 14 de enero de 2014, por una turba contratada y apoyada por el gobierno del señor Evo Morales Ayma, que viola de la manera más flagrante los derechos humanos y las libertades fundamentales de los pueblos indígenas, manifiesta y denuncia públicamente las agresiones sufridas, para el conocimiento de los organismos pertinentes sobre los derechos humanos y los derechos de los pueblos indígenas del sistema interamericano y de las Naciones Unidas. El conamaq es el gobierno originario de los pueblos y nacionalidades indígenas, constituido el 22 de marzo de 1997, con personalidad jurídica No 0342, que cumple con las tareas y las competencias fundadas en la milenaria cultura política y reconocidas en la normativa inter-nacional y la Constitución Política vigente. La elección, consagración y actos administrativos del conjunto de las autoridades indígenas está amparada en el artículo 30 de la Constitución Política del Estado Plurinacional, el Convenio 169 de la oit y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los pueblos Indígenas. En el marco del artículo 3ro de la Declaración, los pueblos indígenas del Qullasuyu tienen por norma de elección y renovación de sus consejos al thakhi (camino) y muyu (turno), siendo sus instancias máximas de decisión Mara Tantachawi (Congreso anual) y Jach’aTantachawi (Gran Congreso). En el Jach’a Tantachawi se elige y consagra al Consejo de Gobierno, cuya gestión dura 2 años. Así ha ocurrido desde el año de 1977 hasta el presente. Este sistema de gobierno originario viene desde el tiempo de los inkas, resistió a la colonia española y a la república. También ha sido el resguardo del territorio y la vida de millones de indígenas qullas hablantes del aymara, quechua y uru. Los consejos de gobiernos (integrados por las autoridades originarias) preservan la autonomía e independencia política en relación con las ideologías, partidos políticos y regímenes de gobierno. Ante la imposibilidad de uncir al conamaq a los lineamientos del Movimiento al Socialismo (mas), el partido de gobierno, Evo Morales y sus ministros se dieron a la tarea de intervenir y entrometerse insolentemente en los asuntos del gobierno originario, armando grupos de choque y asaltando con la ‘ayuda’ de la policía la Casa del conamaq, donde fue instalado * Docente en la umsa. ecologistas, universitarios y simpatizantes de las ciudades de La Paz y el Alto. 3. En el viii Jach’a Tantachawi (Congreso), realizado en el Coliseo de la Universidad Mayor de San La relación de los hechos Andrés los días 12 y 13 de diciembre de 2013, se La relación sucinta de los actos de violación es como renovó el Consejo de Gobierno a la cabeza de los sigue: Tata Apus Freddy Bernabé del suyu Sura y Cancio 1. La noche del 10 de diciembre un grupo de indiRojas de Charka-QharaQhara con sus respectivos viduos vestidos de ponchos, para hacerse pasar mama t’allas, siguiendo el camino de sus normas por autoridades originarias, asaltó la Casa de Gode gobierno. Los Consejos de Gobierno saliente bierno del conamaq. Era el quinto intento de y entrante acordaron llevar el día 14 de enero un ocupación violenta que el gobierno propiciaba a Consejo de Consejos, para la transición de las actitravés de dos supuestos mallkus: Hilarión Mamani vidades orgánicas y administrativas. El Consejo de y Gregorio Choque. No pudieron hacerlo a pesar Consejos tiene como mandato revisar y adoptar la de las sombras de la noche y la complicidad de agenda propuesta por el Consejo de Gobierno. la policía boliviana, que desde esa noche mantuvo 4. En la mañana del 14 de enero, cuando las autosecuestrada la casa, echando a la calle a las autoriridades del Consejo de Gobierno se aprestaban dades indígenas, quienes instalaron una vigilia de a dar la bienvenida protocolar a las autoridades resguardo y también una oficina desde donde deselectas de los suyus (naciones), fueron sorprenpachaban los asuntos administrativos y orgánicos. didos por la violenta irrupción de una turba disEstos hechos fueron puestos en conocimiento del frazada con ponchos bajo la identidad de ‘Capac representante del Alto Comisionado de Derechos Omasuyos’, que a vista y paciencia (complicidad) Humanos, señor Dennis Racicot y el Defensor del de la policía, que supuestamente resguardaba la Pueblo, señor Rolando Villena. casa del conamaq, procedió a agredir violen2. La vigilia fue mantenida hasta el día 14 de enero tamente a las autoridades originarias con palos y por las autoridades de los 16 suyus (naciones), mulátigos, destrozando las carpas y los bienes de los jeres y jóvenes líderes de los ayllus con el acomque hacían la vigilia. Acto seguido dos policías de pañamiento de activistas de derechos humanos, alta graduación procedieron a abrir las puertas de un supuesto ‘directorio’ de autoridades indígenas, que usurpa el nombre conamaq y hace pública su adhesión al partido político de Morales Ayma. la casa a los agresores y asaltantes. La policía actuó pues como parte interesada y parcializada”. Por qué el gobierno tomó el conamaq “Lo ocurrido en la tradición política boliviana no tiene otro nombre sino el de Golpe de Estado. El gobierno de Evo Morales, ante la imposibilidad de doblegar al conamaq y a sus 16 suyus, no tuvo mejor elección que echar mano de ese infame método de ‘toma del poder’, siendo que el Presidente y sus ministros se quejan todos los días de supuestos golpes de estado, como fue la acusación para la expulsión de la organización no gubernamental ibis Dinamarca. No hay duda alguna que es el afán gubernamental de control absoluto de los pueblos y organizaciones indígenas, el que ha llevado al gobierno del presidente Evo a atentar contra la democracia del ayllu y a buscar dividir el Consejo de Gobierno de los pueblos indígenas y naciones originarias como es el Qullasuyu. Cuáles son las causales, los pecados cometidos por el conamaq? Desde el vii Jach’a Tantachawi de diciembre 2011, el Qullasuyu en pleno (con todas sus autoridades) decidió ejercer su derecho a la libre determinación dejando el Pacto de Unidad, para así exigir, desde la acción de la autonomía efectiva, la implementación de la Constitución y el ejercicio íntegro de los derechos de los pueblos indígenas consagrados en el artículo 30 de la cpep. Es por tanto en el cumplimiento de los mandatos del vii Jach’a Tantachawi, que el Consejo de Gobierno a la cabeza del Apu Félix Becerra concentró sus esfuerzos por la efectiva realización de: • El derecho a la libre determinación a través de la consulta para el consentimiento libre previo e informado en todos actos legislativos y administrativos del Estado concernientes a los pueblos indígenas. • La defensa de la integridad de los territorios de los pueblos indígenas, donde hayan proyectos de re-colonización a través de los mega-proyectos (represas, carreteras, etc.), mega-minería y plantaciones de agro-combustibles. • La participación solidaria del conamaq en las viii y ix marcha indígenas por la defensa del tipnis, que fue calificada como un delito por Evo Morales y su entorno. • Una situación realmente extrema fue la vivida por los ayllus afectados por el proyecto minero Mallku Quta, por cuya causa fue secuestrado, torturado y encarcelado el kuraka Cancio Rojas. • La participación política como derecho humano fundamental. La defensa de este derecho desató la furia del gobierno que busca mantener en calidad de rebaño a las organizaciones y pueblos indígenas. Así fue como, desde el gobierno, las autoridades originarias y los líderes del conamaq fueron señalizados y criminalizados por supuestas alianzas con el ‘imperialismo’, con la ‘derecha’, etc., cuando es el propio gobierno de Evo morales el que hace amarres con el empresariado racista y fascista de Santa Cruz”. Conclusiones Estamos pues ante la reiteración de las históricas agresiones y violencias coloniales en contra de los pueblos indígenas, hoy reactivadas y más aún intensificadas por el gobierno del presidente Evo. Actualmente no sólo se acrecientan los ataques y asaltos gubernamentales en contra de las organizaciones indígenas u originarias, básicamente la cidob y el conamaq, sino también la derechización cada vez más creciente del ‘gobierno de los movimientos sociales’, tanto que hoy los enemigos ya no son los separatistas de la media luna sino los propios indígenas (sustento primordial de la construcción del Estado plurinacional). Se impone pues la reactivación del awqa pacha (tiempo de insurgencia) por la vida y por la sagrada memoria de nuestros héroes, que ofrecieron su vida por legarnos una patria emancipada. ¡Jallalla!® / 15 libros Marzo 2014 / Nº 140 Crítica de libros ¿Qué pasó con el proceso de cambio? E l último libro de la socióloga Fernanda Wanderley se llama ¿Qué pasó con el proceso de cambio? Ideales acertados, medios equivocados, resultados trastocados y hace un repaso de las principales políticas públicas del Gobierno del mas, tanto las que se proclaman como tales (el fortalecimiento de la economía plural, la superación del extractivismo, y el “vivir bien”), como las que se realizan efectivamente (aprovechamiento de la extracción de recursos naturales para financiar la expansión del gasto público y la creación de nuevas empresas estatales, así como una política social relativamente activa, con pros y contras). Wanderley señala su coincidencia con los propósitos del primer tipo de políticas, que son las formalmente inscritas en los documentos estratégicos de Gobierno pero que en la práctica no se aplican, y en cambio critica las que efectivamente se llevan a cabo, no sólo por su incoherencia con los ideales, sino también por la poca eficacia del mas para realizarlas. Aunque en el periodo 2006-2012 la pobreza y la desigualdad han disminuido, las causas no son los cambios introducidos por el Gobierno (excepto los sucesivos aumentos de salarios), sino el crecimiento económico del país y las transformaciones que dicho crecimiento ha causado en el mercado laboral. Las demás políticas laborales, y sobre todo las políticas relativas a la educación y la salud, adolecen de serios problemas, que Wanderley anota puntualmente. Los avances, entonces, han terminado como “resultados trastocados”, es decir, no se han dado gracias a los medios por los que se buscaron, ya que estos medios estaban y están equivocados. El libro que comentamos es sobre todo un informe sobre la situación de las políticas públicas, tanto las “teóricas” (en cuyo caso la autora analiza sus contradicciones discursivas y denuncia su poca relevancia en el verdadero quehacer gubernamental), como las “reales” (que se evalúan de manera empírica). Como es característico de Wanderley, el trabajo es claro y, sobre todo, objetivo. No minimiza las dificultades que cada política debía y debe enfrentar, no prejuzga negativamente al pasado ni carga las tintas a la hora de enumerar los errores y las insuficiencias del presente. En esa medida, constituye un aporte plausible a la comprensión de la situación socio-económica que atraviesa el país, la cual resulta desafiante para el análisis porque es completamente nueva: nunca antes una racha de prosperidad había durado tanto tiempo. Sólo en una pequeña parte de su trabajo Wanderley va más allá, saltando del “qué pasó con el proceso de cambio” a una pregunta más difícil: “(por) qué pasó (esto) con el proceso de cambio”. Y entonces dice lo siguiente: “Es posible identificar tres principales visiones políticas en pugna al interior del gobierno al inicio de la gestión en 2006: i) las que retomaron utopías socialistas y comunitaristas en el horizonte de la superación del sistema capitalista (comprendido como cualquier dinámica de mercado), ii) las que proponían un modelo de desarrollo unidimensional con base en la homogeneización del tejido económico sobre la disciplina del mercado pero bajo el protagonismo del Estado (capitalismo de Estado), y iii) las que más bien proponían políticas diferenciadas para apoyar y fortalecer las diversas dinámicas económicas presentes en el territorio boliviano”. Como la mayor parte de los observadores del proceso boliviano, Wanderley admite que la segunda corriente, la desarrollista homogeneizadora, es la que se impuso sobre las otras que disputaban la orientación del proceso. Al mismo tiempo no esconde su simpatía por lo que llama la “tercera vía”: “avanzar en políticas diferenciadas y adecuadas para potenciar el desarrollo tecnológico, el incremento de la productividad, la capacidad de innovación sobre la base de las formas plurales de organización, propiedad y regulación (individual o colectiva) y prácticas (acumulación o solidaridad)”. Seguramente Wanderley hubiera apostado por esto, y sin embargo es muy discutible si esta vía resulta factible o si, en cambio, el incremento de la productividad y la tecnología de una actividad económica exige necesariamente la transformación radical de los supuestos organizativos, propietarios y demás de esta actividad. En resumen, es muy discutible si la tercera vía no se ha aplicado hasta ahora porque ha predominado el desarrollismo de Estado, o si el desarrollismo de Estado prima porque la tercera vía no es aplicable. Fernando Molina 16 / las artes Marzo 2014 / Nº 140 Retrato de una dama en el fin del mundo Ruinas, piedras y sueños Juan Cristóbal Mac Lean E.* Desde el fondo de los tiempos, desde el fondo de las ruinas, esta mujer casi nos mira. Con una mano sostiene la pluma, en la otra un cuaderno, o un libro. De pronto un pensamiento que se busca, unas palabras aún no formuladas, han quedado atrapadas para siempre en este fresco viejo, viejo como las ruinas, viejo como Roma, viejo como la erupción de los volcanes. Pero ese momento ella no sabe, ni tiene por qué saberlo, que pronto ya no habrá nada más que saber y se acabará el mundo, se destruirá Pompeia. D esde el fondo de los tiempos, desde el fondo de las ruinas, esta mujer casi nos mira, aunque ahora está absorta, concentrada en algo que acaba de leer o que está punto de escribir; mira vagamente, sus grandes ojos no se posan en ningún plano sensible ni visible y delatan más bien una operación que se cumple en el interior de la lectora/escritora. Con una mano sostiene la pluma, en la otra un cuaderno, o un libro. De pronto un pensamiento que se busca, unas palabras aún no formuladas, han quedado atrapadas para siempre en este fresco viejo, viejo como las ruinas, viejo como Roma, viejo como la erupción de los volcanes. Ella está detenida, en suspenso, atenta como una corza que hubiera escuchado algo, algo que ella todavía no sabe qué es, pero está punto de saber y no sabrá nunca –así como es la literatura– y que nosotros intuimos al contemplar su gesto. Es el retrato, también, de algo que está todo el tiempo por advenir, en modo de retrato, en modo de historia, en modo de cromo. Bajo el rubro de lo clásico y de la catástrofe. Pero ese momento ella no sabe, ni tiene por qué saberlo, que pronto ya no habrá nada más que saber y se acabará el mundo, se destruirá Pompeia, se acabará lo que acaba de leer, lo que quizá considera si mandar o no al trasto de tachar, de sobre escribir, sobre vivir. ¿Está concentrada en algo que acaba de leer en ese cuaderno de tabletas de madera, o está pensando en lo que pronto escribirá en él? Eso que no sabemos, eso que no vemos ni leemos, es lo que ha quedado atrapado en el retrato, y cuya presencia sin embargo intuimos, aunque sea invisible, ausente, pero por ahí mismo visible por su huella, y tan presente como la lluvia que es, aún antes de que llueva o después de que llovió, una segura presencia en el aire entero. ¿Y quién sería esa patricia? ¿Existió realmente? Lo más probable es que sí. La pintura romana se especializó notablemente en el arte del retrato. No había, se cuenta, general o patricio destacado que no tuviera bustos esculpidos o retratos que lo eximan del olvido. De manera que es muy posible que esa mujer joven de Pompeia haya existido realmente, haya tenido un nombre (¿Tulia, Fulvia, Justa, Lidia, Petronia…?) que nadie ya nunca sabrá más. Y si estuvo en Pompeya durante la explosión del Vesuvio, el 24 de agosto del año 79, habrá muerto esa misma noche, asfixiada por los gases como Plinio el Viejo, o de forma peor. Pero quizá logró huir antes, como muchos lo hicieron, y pasaría el resto de su vida en otra villa, mirando en el mar Mediterráneo * Escritor, pintor y traductor. los colores de la resurrección. Y ahí quedó su retrato, para siempre aliado de la muerte y de las ruinas. Muy inquietantemente, queda retratada, también, la vieja alianza de la lectura, la escritura, con la catástrofe desconocida, la inminencia siempre latente de la resurrección o de la ruina. Esta mujer cuyo nombre ignoramos es hermana de Sei Shonagon, es hermana de Safo. De la primera nos han llegado sus cuadernos escritos en el siglo xii japonés, cuando hacía listas de las cosas del mundo, espiaba los ruidos de la corte. No es descabellado imaginarla exactamente en la misma posición o actitud de la intelectual de Pompeia: justo en el momento, justo con el kimono en que está pensando, por ejemplo, en cuáles eran las cascadas más bellas del Japón. Y que luego anota, como si ella misma, o la escritura, no fueran sino otra espuma de las cascadas, de los hechos, de los reinos. En cuanto a Safo, la otra hermana, sabemos que vivió y murió en otra isla, llamada Lesbos, entre los siglos vii y vi a.c. De lo que escribió sólo nos llegaron fragmentos, tiras en calidad de ruinas. Se cumple, en la dichosa arqueología escritural que la resucita, la ruina de la escritura misma: sólo pedazos de papiro o pergamino, letras materialmente en ruinas. Y a través de tales viejos restos de escritura, se escucha tenue la voz de Safo. Ella se retrata así (en una versión de José Emilio Pacheco): Se fue la Luna. /Se pusieron las Pléyades. /Es medianoche. /Pasa el tiempo. /Estoy sola. De la afición de los romanos por el retrato da cuenta Plinio el Viejo, que murió al lado del mar, sin poder ya embarcarse, en alguna cala necesariamente cercana (la zona afectada por el volcán es relativamente pequeña) a la villa en que se encuentra el retrato de esa patricia. El Libro xxxvi de la gran Historia Naturalis1 está dedicado a la pintura. En él Plinio cuenta de una vieja pasión por los retratos. Habla de los del pintor Varron, que quiso “salvar (algunos) rasgos del olvido, impedir que la duración de los siglos no se imponga contra los hombres”. No sabemos quién habrá pintado a la dama de Pompeia, pero ahí están sus rasgos, salvados del olvido, sustraídos al desgaste de ya casi veinte siglos –pero también están salvados su cuaderno, su lápiz. Paralela a la pasión por el retrato pictórico también estaba otra, escrita y que se encuentra en las Vidas de filósofos ilustres de Diógenes Laercio, las Vidas paralelas de Plutarco, los Anales y las Historias, de Tácito. ¿Se debería ello, también, a que entonces habría una mayor conciencia de la fragilidad de la vida, se sabía más de los dominios del azar? La guerra permanente, las enfermedades, el hambre, el dios adverso, la vida corta, la muerte constante harían que quizá fuese más acuciante la voluntad de salvar algo, siquiera mediante retratos, escritos o pintados. Monumento y memoria. Pero todo ello mucho después, claro, de esculpir, pintar, hacer venir, llamar, convocar a los dioses. El problema de los orígenes de la pintura, dice Plinio, es oscuro. Pero inmediatamente se desentiende de ello, afirma que tal problema no pertenece a su obra en curso –en indefinido, ilimitado curso. Sin embargo, asevera que es un arte iniciado, ya seis mil años antes, en Egipto… Y luego habla de la invención de la silueta, del color, de templos en ruinas y de pinturas más viejas que Roma. No hay nada más maravilloso que ellas, dice. En otra parte, concluye que “el arte salió del caos, inventó las luces y las sombras”, a los que añadió el brillo, el destello. Habla de cómo se fabrican los colores, del tono, el claroscuro y la armonía. Todo esto, en el siglo i d.c. Después, y por muchos siglos, nadie volvería a hablar de algo así como la pintura. Tampoco nadie volvería al descabellado proyecto de, prácticamente, consignar el universo, anotarlo y mencionar absolutamente todo lo conocido. A eso lo llama, Plinio el Viejo, Historia Natural. Historia Naturalis. No deja pasar, en ella, nada referente a lo conocido de la astronomía, 1 Hay versiones disponibles en línea de la Historia Naturalis: empleamos aquí la traducida al inglés por Rackman, Jones y Eichholz. Marzo 2014 / Nº 140 / 17 las artes Fondo de ojo True Detective meteorología, geografía, mineralogía, zoología, botánica… habla así de árboles y de astros, de animales, mares y países, pueblos, halcones e insectos, y del incienso y la canela, el ébano de la India, el vino y las manzanas de Asiria. Mi tema, dice al principio, es el mundo de la naturaleza, es decir, el de la vida. ¿Y cómo hacía para recopilar los cuentos o los hechos de esa verdadera Enciclopedia Universal que iba erigiendo? Él mismo asegura, en su prefacio, que trata de 20.000 temas importantes, que se basó en más de cien autores para hacerlo. Plinio el Joven, su sobrino (que llegó a huir a tiempo de la explosión del Vesuvio) cuenta de su tío que éste nunca paraba. Estaba leyendo o haciéndose leer todo el tiempo o ya también andaba escribiendo día y noche, exigiéndose saber cualquier cosa. Y eso es muy bello cuando se lee la Historia Natural: no hay ninguna jerarquía. La suerte de los monstruos marinos de la India, la descripción de los árboles como templos de deidades, el estudio de las hormigas, o la pregunta sobre si el mundo es finito o infinito, son cosas que ante todo hay que anotar, consignar, establecer. Su tarea era la de salvar el mundo y sus cosas, simplemente dando fe de ellas y dando fe, por eso, de lo que leía, o se hacía leer. Cómo sería entonces el comercio de libros, cómo se haría para conseguirlos, cuánta disponibilidad de ellos habría, qué formas tendrían, qué formatos… En todo caso, y con la misma reverencia con que uno a veces se acerca a un objeto muy bello y muy antiguo, es ya hermoso el tan solo escuchar esos nombres propios, esos títulos de algunos de los libri en los que se basó Plinio: De materia medica, de Dioscórides. Sobre las plantas, de Crateuas. Y están la Historia de los animales de Aristóteles, la Ornitogonía de un Boecio, la matemática de Timoteo de Sicilia y más, más libros que leyó, después de haber empuñado la espada y la jabalina, du- rante doce años, doce años que su biografía no podría omitir. Era la de un romano. Cita repetidamente al griego Teofrasto, de quien hoy tenemos el libro Sobre las piedras. On Stones. ¡Cuánto tuvieron que rodar esas piedras para llegar hasta aquí, a ser citadas 20 siglos después, incluso en algún rincón perdido de los Andes! ¡Rolling Stones! Y no solo fueron las piedras las que rodaron a través de los siglos, pues también hay sueños que rodaron tanto. Rolling Dreams. Se sabe que en el templo de Sarapis, en Memfis, Egipto, alguien llamado Tolomeo transcribió, fidedignamente y dos siglos antes de Cristo, los sueños de dos mellizas egipcias, Thaues y Taous… Entonces pues, hubo una niña que una vez, muchos milenios atrás, contó un sueño. Alguien registró ese sueño (¿en qué lengua?). Y éste fue rodando y rodando por los siglos, por las escrituras, las traducciones, y hoy podemos saber, en ésta página, en castellano, de las ruinas (toda transcripción, toda traducción ya es una ruina) de lo que esa niña doble dijo haber soñado: “En mi sueño bajaba por la calle. Conté nueve casas. Quería volverme. Dijeron: eres libre de irte. Respondí: demasiado tarde para mí.” ¿Y estaría, quizás, esa gran dama retratada, aprestándose a anotar un sueño que no recuerda bien –y de ahí su aire absorto? Si parece demasiado caprichoso imaginarlo, no importa. Pues ella misma es un sueño, es ahora el sueño de las ruinas que nos miran. Pero es también el sueño de la resurrección, es decir el sueño del arte. Así, cada vez que la miramos, ella resucita, amparada para siempre en la destrucción y las ruinas, en la catástrofe. Y desde el fondo de los tiempos, desde el fondo de lo salvado, ella casi nos está citando, aunque ahora está absorta, concentrada…® P ara un género creado en la primera mitad del siglo xix, la verdad es que el policial (tanto en su expresión literaria como aquella vinculada a la imagen en movimiento) sigue sorprendiéndonos con su diversidad y su novedad. Seguramente ya no una novedad que tenga que ver con el invento de algún nuevo elemento estructurante, sino la de una forma nueva de encarar e imaginar los ya tan conocidos elementos que constituyen al género. Es el caso de True Detective (2014), una serie televisiva en 8 entregas, creada por Nic Pizzolatto: novelista, cuentista y profesor de literatura, además de guionista; y dirigida por Cary Fukunaga. El fuerte de la serie, obviamente, es el guión, y la magnífica actuación de Woody Harrelson (que siempre será para mí el insustituible Mickey Knox de Natural Born Killers [1994]) y de Matthew McConaughey, quien en el último tiempo nos ha dejado boquiabiertos con Killer Joe (2011), Mud (2012) y Dallas Buyers Club (2013), por la que ha ganado recién un Oscar. Su actuación en True detective está a la altura de sus actuaciones en el cine; lo mismo puede decirse de Harrelson. Hemos entrado en una nueva era de la television, está claro: así lo demuestra también la serie policial Top of the Lake (2013), creada y dirigida nada menos que por Jane Campion. Hoy vemos en tv lo que hace poco sólo veíamos en las salas de cine. Lo particular de True Detective es la compleja relación entre Marty Hart (Harrelson), un detective más o menos regular, y su compañero Rust Cohle (McConaughey), un hombre abrumado por numerosos demonios, y por un muy filosófico y oscuro tránsito vital. Porque, así como Top of the Lake, esta serie es en el fondo una compleja reflexión sobre el mal –ese que repta, en este caso, por los pantanos, los ríos y las planicies enfermas del sur de Lousiana–. Y aquí, claro, tenemos una conexión con el gótico sureño, con sus infaltables estirpes decadentes e incestuosas; sus antiguas y derruidas casas, ocultas en medio de la maleza, en cuyo interior se gestan crueldades y perversiones impensables; y su referencia a una religiosidad desvirtuada y (re)torcida. La supuesta resolución del misterio del asesino en serie y la coincidente pelea y distanciamiento de Marty y Rust constituyen una primera parte de la historia. La segunda tiene que ver con la reaparición de los indicios de los asesinatos y la investigación que continua Rust por su cuenta, habiendo ya abandonado la policía. Ello implica la reconciliación y el retorno a la investigación, ya en términos de “una deuda”, como la llama Rust: se entiende que hay una misión, un deber moral de detener la infamia de la desaparición y los horrosos asesinatos de niños –sobre todo cuando las instituciones políticas y religiosas locales están involucradas, al igual que la propia policía–. Lo particular de la serie, pues, es un excelente guión, algo extraño; actuaciones de primera; y un trabajo de imagen que aprovecha al máximo los escenarios particulares de Louisiana (interiores y exteriores) para generar una sensación constante de mal –reptante, contagioso, total–. Y de peligro. Ana Rebeca Prada 18 / libros Marzo 2014 / Nº 140 Presentación y elogio de una novela Enójense pacifistas: Sobre La abuela civil española de Andrea Stefanoni Mariano Schuster* La escritora argentina Andrea Stefanoni presentará su novela La abuela civil española (Seix Barral, 2014) en La Paz el jueves 3 de abril (a las 19 horas en el Centro Cultural de España, Av. Camacho 1484). Stefanoni (sí, es hermana del historiador y periodista Pablo) publicó su primera novela en 2012, Tiene que ver con la furia, escrita con Luis Mey. La abuela civil española es su segunda novela. Además, Stefanoni dirige una editorial independiente, Factotum, y, en horario de oficina, gerenta el paraíso: la librería más grande de Buenos Aires y, según los entendidos, una de las más hermosas del mundo: El Ateneo Grand Splendid (ver foto). Presentarán la novela Fernando Molina y Eugenia Bridikhina. A modo de ir adelantándonos, publicamos aquí una reseña escrita para Nueva Crónica por Mariano Schuster. I E nójense pacifistas. Los altoparlantes anuncian que la guerra ha comenzado. Las granadas se lanzan al destino. La muerte se convierte en moneda de cambio. Los fusiles apuntan directamente en dirección Norte. Y también Sur. Y también Este. Y también Oeste. Enójense pacifistas. Los altoparlantes anuncian que la guerra ha comenzado. Los ejércitos ya están aquí. Todo es podredumbre y muerte. Quien tenga mejor puntería sobrevivirá. Enójense pacifistas: Los altoparlantes anuncian que la guerra ha comenzado. Y puede que no lo sepan. O que quizás no hayan querido oírlo. Pero la guerra ha comenzado desde que una explosión llamada Big Bang lanzó sus primeras ráfagas de luz. Así que... como dice Leonard Cohen: Hay una guerra entre el rico y el pobre Una guerra entre el hombre y la mujer Hay una guerra entre la izquierda y la derecha Una guerra entre el blanco y el negro Una guerra entre el par y el impar, entre lo extraño y lo evidente ¿Por qué no vuelves a la guerra? Toma tu pequeña carga ¿Por qué no vuelves a la guerra? Que todo se haga evidente ¿Por qué no vuelves a la guerra si me oyes hablando? Hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra y los que dicen que no la hay ¿Por qué no vuelves a la guerra que se insinúa? ¿Por qué no vuelves a la guerra que está comenzando? Enójense pacifistas. La guerra ha comenzado. Y hay gente dispuesta a librarla. II Si la guerra ha comenzado, es momento de definir posición. Y luchar en la única que tiene sentido: la propia guerra. La guerra personal por los recuerdos, la añoranza y la memoria. Sólo los escritores, los poetas y los amantes saben de que se trata el combate. Por eso Andrea Stefanoni se calza el uniforme verde oliva y produce su guerra para purgar otra, tan hermosa y rebelde como la suya. Por eso Andrea Stefanoni escribe sobre su abuela Consuelo. La abuela civil española. Un libro imprescindible. Al menos para quienes entienden que en este oficio se trata de contar buenas historias. Historias de gente con ganas de triunfar sobre el destino. Historias de hombres y mujeres dispuestos a dejar un pedazo de vida en los recovecos del desastre. Historias de apuestas perdidas que un día, sin embargo, ganarán la misma Historia. Historias como las de Rogelio, un joven convocado a desarrollar la Falange en un pequeño pueblo de España. Un joven que traiciona a los líderes fascistas y que se apodera de las armas destinadas a matar comunistas para forjar un batallón rojo y republicano y dirigirlas contra aquellos que han atentado contra la República. Historias como las de Consuelo, la muchacha que soporta en carne propia las consecuencias de una cultura autoritaria, mientras baja a las minas de carbón para buscar algo más que una sobrevida. La historia de dos personas justas, que necesitan, como todos, una isla en la que refugiarse. La isla en la que deberán continuar su guerra. La isla en la que sus nietos emprenderán la propia. La isla que tendrás que conocer leyendo las páginas del libro, mientras definas tu posición en el campo de batalla. III Todavía nos emocionamos cuando escuchamos, en un cafetín o un club popular, una canción de la guerra civil española. El Ay Carmela se nos presenta como un canto rebelde de aquellos ilustres derrotados que un día quisieron cambiar el mundo. El Hijo del pueblo nos resulta una melodía dispuesta a emerger del pasado para modificar el futuro. Eran jóvenes y no eran soldados. Jamás habían estado en una trinchera. Pero creían firmemente en la libertad, la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos. Estaban convencidos de que la derrota de Franco era el principio del fin del fascismo y del nazismo. Convocaron a miles de mujeres y de hombres, de todos los lugares del mundo. Muchos fueron a pelear sin siquiera conocer el idioma. Eran momentos en los que la solidaridad no se expresaba en un me gusta de Facebook o en un retweet. Eran tiempos en los que la solidaridad implicaba el compromiso del cuerpo. Eran tiempos en los que la solidaridad podía costarte la vida. Como siempre, perdimos la guerra. Pero los latinoamericanos todos abrimos los brazos a esos parias que lle- gaban con los ideales del socialismo, el comunismo y el anarquismo. Por eso amamos a esos hombres. Porque como dijo Albert Camus: Fue en España donde los hombres (y las mujeres) aprendieron que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota, que la fuerza puede vencer al espíritu, y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa. IV La abuela civil española es, al mismo tiempo, la novela de la sentimentalidad familiar. La red de rescate de los ancestros, de los hombres y mujeres que vivieron para enseñar una batalla que hoy sabemos ganada aunque haya sido perdida. En un mundo que camina lento pero seguramente hacia la eliminación de los abuelos a través del encierro, los geriátricos y la desatención familiar, la revalorización se impone como una apuesta. ¡Queremos a nuestros abuelos y los queremos ya! –parece gritar Andrea Stefanoni. Y sobre todo, queremos abuelas viejas. No ancianas con voluntad de adolescencia, shopping y viajes al extranjero. Abuelas de historias duras y reales. Abuelas de lucha y rebelión. Abuelas a quienes Caperucita pueda exclamarles: Abuelita Abuelita, pero qué ovarios tan grandes que tienes. Abuelas honradas y justas. Abuelas como las de antes... La abuela civil española. La abuela de la verdad, la paz y la justicia. La abuela de la literatura y de las grandes gestas. La abuela civil española. Una novela necesaria en medio de esta guerra. Enójense pacifistas. Los altoparlantes anuncian que la guerra ha comenzado. Y nosotros vamos a combatir leyéndola.® * Jefe de redacción de La Vanguardia, periódico del Partido Socialista argentino. / 19 libros Marzo 2014 / Nº 140 Para verte mejor Arte de mediana edad E El legado indígena Los viajes del buen salvaje. Crónicas Sandokán, el rey del mar Jack Weatherford FCBCB / A la venta en Librerías Plural Antonio Cisneros Peisa / A la venta en Librerías Plural Emilio Salgari Claridad / A la venta en Librerías Plural Reedición de una traducción del 2000 de un libro en inglés de 1988 (y que deriva de viajes de investigación financiados por la Fundación norteamericana W. K. Kellogg, la de los cereales y su maíz transgénico). El texto de Weatherford –que es un clásico en su género: el de la divulgación antropológica reivindicativa– parece mantener su interés: legible, ameno, informativo. El subtítulo resume sus asuntos: “De cómo los indios de las Américas transformaron el mundo”. Jorge Sanjinés, en su prólogo, cree que el libro es un buen antídoto contra “la imagen del indio feroz y salvaje que ha entronizado el cine norteamericano en el imaginario de la Humanidad”. En los hechos, el libro de Weatherford es un poco más complejo y llega, inclusive, a discutir la construcción discursiva del “buen salvaje” (mucho más frecuente en nuestra época, ya post Danza con lobos). (m.s.) Cuando no era un poeta (irregular pero capaz de grandes grandezas), el peruano Antonio Cisneros (que murió el 2012) se empleaba con entusiasmo en el periodismo nómada. Este libro reúne algunas de esas crónicas de viajes, que para Cisneros siempre fueron ocasión de la anécdota narrativa. Por otra parte, como confiesa en su prólogo, lo suyo consistía en hablar de ciudades y lugares a los que no quería regresar. Es claro que Cisneros escribía muy bien y que su desordenada vida lo empujaba a encontrarse con experiencias fuera de todo programa. Tenía, además, mucho de salvaje. (De buen hombre, poco). Esta combinación es la que convierte a algunos de los textos incluidos en este libro en dignos de ser leídos otra vez. (A los interesados en su poesía, habría que recomendarles empezar con el magnífico Canto ceremonial contra un oso hormiguero, un libro de 1968). (m.s.) Para toda una generación, el Sandokán de Salgari no fue sino una erudita e incomprensible referencia en Mafalda (el padre, disfrazado de pirata, intenta participar en el juego infantil al grito de “Sandokán al abordaje”; “¿San quién?”, responde Mafalda; ¿al ‘abortaje’, dijo?”, añade Susanita). O fue el héroe de una mala serie de televisión de la rai (protagonizada por el bombón indio Kabir Bedi, luego convertido en némesis de James Bond en Octopussy). En los hechos, Salgari y su personaje más famoso –el misterioso trotamares Sandokán– sólo fue una de las encarnaciones (otra: Julio Verne) de algo que nació en el siglo xix: una literatura de entretenimiento y masiva, tonta y mal escrita. (A diferencia de, por ejemplo, la obra de Dickens, que era también masiva, pero ni tonta ni mal escrita). Esta novela es sólo un episodio de una saga de once. La nostalgia, sin duda, no descansa. (m.s.) Lágrimas en la lluvia Imaginarios a cielo abierto Mi padre, última tarde. Y otras crónicas Rosa Montero Seix Barral / A la venta en Librerías Plural Rodríguez-Carmona, Castro y Sánchez ACSUR / A la venta en Librerías Plural Salvador Romero Ballivián Plural editores / Colección Hojas de vida El título de esta novela, sin duda digno del kitsch involuntario que suele frecuentar Montero, no proviene de un mal bolero sino de uno de los monólogos más famosos de la historia del cine: el que pronuncia un androide agonizante y en calzoncillos al final de Blade Runner (y que es una cursilería de Ridley Scott, el director de la película, y no de la novela de Philip K. Dick, de la que parte). Esta cita, ya de entrada, anuncia dos cosas: a) que la novela de Montero intentará esa mezcla de ciencia ficción distópica y policial negro que hace de Blade Runner una película por lo menos entretenida; b) que Montero demuestra aquí, otra vez, su peculiar talento para conmoverse con lugares comunes. Pero la novela de Montero no es muy entretenida: sus lugares comunes son demasiado comunes y, a diferencia de otros textos inspirados en la cultura de masas, tampoco está mejor narrada que esa cultura de masas. (m.s.) El subtítulo del libro aclara las cosas: “Una mirada alternativa a los conflictos mineros en Perú y Bolivia”. Y, sobre esos conflictos, el tomo reúne una gran diversidad –intensamente informativa– de materiales: estadísticas, gráficos, imágenes, documentos, proclamas, historias, coplas, etc. Y esos materiales son organizados, a su vez, con inteligencia y pensando –a diferencia de tantas publicaciones oenegeístas– en un lector de a pie (y no sólo en los financiadores de la investigación). Es cierto, por otra parte, que es difícil no extrañar las vulgaridades del marxismo vulgar al leer libros como este, algo desdeñosos de la economía dura y como más interesados en el carrusel, altamente ambiguo, de los “imaginarios culturales”. Quizá al extractivismo minero habría que combatirlo con herramientas un tanto menos discursivas, menos culturales, más políticas. (m.s.) El libro reúne 34 crónicas breves sobre temas diversos: personas, personajes, autores, lugares, experiencias. La crónica que presta su título al libro es, como lo dice, un retrato del padre, el intelectual Salvador Romero Pittari, muerto en 2012: “La casualidad, si tal diosa existe, quiso que aterrizase en La Paz apenas unas horas antes que se desplomase y muriese en mis brazos. Murió como vivió: en paz, con tranquilidad, sin cuentas pendientes, en medio de una conversación familiar, sentado en su sillón, en su propia casa”. Salvador Romero Ballivián es doctor por el Instituto de Estudios Políticos de París. Ha sido profesor de varias universidades de Bolivia y hoy es director del Instituto Nacional Demócrata de Honduras. Es el autor de los libros Diccionario biográfico de parlamentarios, Geografía electoral de Bolivia y Razón y sentimientos. n nuestro medio el arte contemporáneo producido por artistas jóvenes, llamado arte joven, capta la mayor atención de los gestores e impulsores culturales. Es una buena política para hacer visibles a los jóvenes artistas: antes nadie les hacía caso. Las convocatorias para concursos o muestras de arte joven hacen posible que artistas sin contactos e influencias o del “interior” de Bolivia accedan a los espacios de exposición y crítica que ofrecen La Paz y Santa Cruz. Las convocatorias de arte joven tienen su techo entre los treinta a treinta y cinco años dependiendo del caso. El éxito de estos emprendimientos es innegable. Los artistas y las obras que hemos podido conocer gracias a estos incentivos son muy buenos. Por citar ejemplos recientes, la obra Wilancha Age de Juan Fabbri o las esculturas de gran formato de Liliana Zapata son, a mi parecer, de lo mejor que se ha producido en arte contemporáeno en los últimos tres años. Pero ¿qué pasa cuando pasas los treinta y cinco años? ¿Quién te apoya? Cuando los artistas precisamente necesitan de un sistema para sostener una producción y lograr establecerse como tales es justamente cuando se les quita esta opción, una que no tiene nada que ver con el arte: dejaron de “ser jóvenes”. Los apoyos de este tipo buscan siempre lo emergente, inquietud que responde a la eterna obsesión moderna con la novedad. El problema reside en que nuestro arte de mediana edad se ha vuelto dependiente de este tipo de incentivos de juventud porque así es como surgió. En otras profesiones es comprensible, uno a los treinta está ya, ojalá, bien ubicado o en vías de lograrlo y es muy difícil conseguir becas después de los treinta y cinco. Pero los medios artísticos son vanidosos y viven de la novedad. Si “estás viejo” y no estás consagrado, desapareces. Lógicamente cuando uno está en los veintes estas no son preocupaciones reales y los que las critican “deben ser unos viejos amargados”. Es hasta que se cumplen los treinta y el panorama empieza a oscurecer. Se puede argumentar que este es un filtro natural en el arte. Que los artistas buenos lograrán consagrarse hasta sus cuarenta de forma que no les falte espacio para mostrar sus obras. El tema, sin embargo, es sobre todo financiero. Galerías, museos o centros culturales se interesan en los artistas de todas las edades mientras sean buenos; el problema es que los apoyos económicos están restringidos. Tal vez no sea muy buena estrategia apostar económicamente por artistas cuarentones mientras que los veinteañeros evidentemente necesitan asistencia y prometen éxitos. Un artista de más de cuarenta años que no puede pagarse su propia muestra podría considerarse “un desastre”. Lamentablemente el arte contemporáneo vende muy mal y un artista no se puede mantener vendiendo arte conceptual. El resultado es que cada vez hay más artistas jóvenes, las muestras incluso van mejorando y los apoyos se vuelven más interesantes. Sin embargo, existe un vacío, muy notorio a mi parecer, de artistas contemporáneos de cuarenta para arriba. De hecho, algunos incluso han salido del panorama dejando un gran vacío que ni los menores y mucho menos los mayores pueden llenar. Lucía Querejazu Escobari 20 / B Marzo 2014 / Nº 140 La otra orilla Artista invitada La áspera verdad Ejti Stih: Mi celu y yo Carlo Ginzburg (n. en 1939) Ilustramos esta Nueva Crónica, la número 140, con Mi celu y yo, reciente serie de acrílicos sobre lienzo, de gran formato, de la artista eslovena-cruceña Ejti Stih. alzac lanzó un explícito desafío a los historiadores de su propio tiempo; Stendhal, un desafío implícito a los historiadores del futuro. El primero es conocido, el segundo no. De este último intentaré analizar un aspecto. […] En la hoja de guarda del ejemplar de Rojo y negro […] Stendhal garrapateó algunas frases: “Roma, 24 de mayo de 1834. Durante mi juventud escribí biografías (Mozart, Miguel Ángel), que en cierto modo son libros de historia. Me arrepiento de ello. Creo que la verdad acerca de las cosas pequeñas como de las grandes es casi imposible de alcanzar, al menos una verdad algo detallada […]”. Los epígrafes colocados al comienzo de cada uno de los dos volúmenes que componen Rojo y negro echan cierta luz sobre estas cláusulas. La primera es atribuida a Danton: “La vérité, l´âpre vérité. [La verdad, la áspera verdad]”. La segunda es atribuida a Saint-Beuve: “Elle n´est pas jolie, elle n´a point de rouge. [Ella no es agraciada, no usa carmín]”. Para Stendhal, “verdad” quería decir, antes que cualquier otra cosa, rechazo por toda belleza cosmética. Mi libro –declaraba con orgullo– no es agraciado: es inmediato, directo, áspero. […] Rojo y negro siempre fue leído como una novela. Pero las intenciones de Stendhal son evidentes. Por medio de un relato basado en personajes y acontecimientos inventados, él intentaba alcanzar una verdad histórica más profunda. […] Como justamente enfatiza Auerbach, el aburrimiento es para Stendhal un fenómeno histórico, ligado a un espacio y a un tiempo específicos. Pero el período señalado [y] el símil con Inglaterra, no son conciliables con la idea de Auerbach: que el aburrimiento descrito en la novela deba situarse en la “Francia poco antes de la revolución de julio”. ¿Qué es entonces el aburrimiento? Es el producto [dice Stendhal, en una reseña de su propio libro] de la moralidad, de una “Francia moral” todavía desconocida para los extranjeros, pero que se dispone a volverse un modelo para Europa entera. [Las fechas inscritas por Stendhal], ambas inexactas, querían sugerir a los lectores –e incluso Auerbach se dejó engañar– que Rojo y negro era una representación escrupulosa de la sociedad francesa bajo la Restauración. […] Aburrimiento y tristeza, producidos por la intrusión de la moralidad en la vida privada, eran las características de las sociedades industriales modernas, entre las cuales pronto se encontraría Francia. [Auerbach] no notó que en las novelas de Stendhal, la ausencia de un nexo orgánico entre el hombre y la historia es el resultado de una elección deliberada, expresada mediante un procedimiento formal específico. El aislamiento de los héroes de Stendhal es recalcado e intensificado por sus propias reflexiones interiores, que alternándose con la descripción de sus acciones dan lugar a una suerte de contrapunto. […] En una carta a su hermana Pauline, tan querida por él, Stendhal […] intentó razonar de modo correcto, para encontrar una respuesta exacta a la pregunta: “¿Qué es lo que deseo?”. En los Recuerdos de egotismo, Stendhal escribió: “Uno puede conocerlo todo, excepto a uno mismo”. [El “discurso directo libre”] da voz al aislamiento de los personajes de Stendhal, a su ingenua vitalidad derrotada por un proceso histórico que sacude y humilla sus ilusiones. Es un procedimiento que parece de antemano vedado a los historiadores, ya que por definición el discurso directo libre no deja huella documental. Estamos en una zona situada más acá (o más allá) del conocimiento histórico, e inaccesible para éste. Sin embargo, los procedimientos narrativos son como campos magnéticos: provocan preguntas y atraen documentos potenciales. En ese sentido, un procedimiento como el discurso directo libre, nacido para responder, en el campo de la ficción, a una serie de preguntas planteadas por la historia, puede ser considerado un desafío indirecto lanzado a los historiadores. Un día ellos podrían hacerlo propio, en formas que hoy no logramos imaginar. Cf. Carlo Ginzburg (2006). Il filo e le tracce. Vero falso finto, Milano, Giangiacomo Feltrinelli Editore. (Trad. cast. de Luciano Padilla: El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, Buenos Aires, fce, 2010, pp. 241-266). S obre la serie Mi celu y yo de Stih, el periodista Darwin Pinto escribió: “Nosotros, por nuestras fuerzas, no alcanzamos para asegurarnos la eternidad. Con la imagen, tenemos la ilusión de ser eternos en los ojos de los que están y de los que vienen. Somos queridos un segundo. Por eso hay que documentarlo. Y ojo que lo importante no son los lugares en donde nos sacamos la foto con el celular, lo importante somos nosotros. Eso, más un me gusta en el feis, es sinónimo de felicidad. Click, click, like, like… Y de eso también se trata la serie de pintura de Ejti Stih ‘Mi celu y yo’. Se trata de ver el mundo según ese ojo que cada vez mejora su capacidad en pixeles para ‘veeeerte mejor’, como diría la licantrópica abuela de Caperucita. Se trata del mundo según mi celu, de yo según mi celu. Este ojo que no es el mío, es el que me muestra quién soy. El ojo mecánico y helado que ve lo que yo quiero que vea, a mí, para que todos vean, para que sepan”. El crítico de arte Juan Pita piensa, en cambio, lo siguiente: “No sé de dónde saca Ejti la desvergüenza para pintar un celular, afrontando la tarea de reinterpretar una vez más a Narciso enamorado de su imagen, embobado en un yoísmo que juega con el agua sinuosa de la pantalla táctil. Hace falta ser dios para verlo. Hace falta escaparse del ensimismamiento propio y ajeno para ver desde un rincón oculto el acto de amor imposible entre viajeros pasmados y los cristalitos algo ridículos a pesar de su poder hipnotizante. Pero espero que a nadie se le escape que, por encima de todo, lo que Ejti nos ofrece es pintura. Ese milagro insustituible que juega con dimensiones y texturas como ningún logaritmo podrá jamás hacerlo, convirtiendo el cuento de nuestra contingencia en inmanentes homenajes a la materia, retratando como si fueran mudas profundas cicatrices de la historia vistas desde ángulos imposibles. Si desde el título de esta serie, Mi celu y yo, se anuncia que vamos a encontrar a Narciso, no hay que engañarse esperando un autorretrato. Lo que hay, una vez más, es una conciencia–denuncia en la que todos nos podemos reconocernos. Yo la hubiera titulado Tu celu y tú”. Stij Stih nació en Eslovenia (1957). Estudió en la Academia de Bellas Artes en Ljubljana. Desde 1982 vive y trabaja en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. En su carrera como artista ha incursionado en pintura, escultura, cerámica, grabado e instalaciones, realizó ilustraciones para libros y afiches; diseñó vestuario y escenografía para 45 obras de teatro. Desde el año 2005 es directora voluntaria de la galería sin fines de lucro Manzana 1 Espacio de Arte (www.manzanauno. org.bo) que fundo junto a dos colegas en Santa Cruz. En los 35 años de su carrera presentó más de 60 exposiciones individuales en Eslovenia, Bolivia, Italia, Francia, España, Estados Unidos, Bélgica, Chile, Argentina, Perú, Brasil, Portugal, Países Bajos, Cuba y otros. Ha participado en muchas exposiciones colectivas y bienales internacionales. Ha ganado distintos premios internacionales. Sus obras se encuentran en colecciones privadas y públicas en todo el mundo.
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