¿Y cómo descolonizamos al gobierno? - institutoprisma.org

CULTURA y POLÍTICA / Publicación del Instituto PRISMA y PLURAL editores / 2da. quincena de marzo 2014 / Nº 140 / Bs 5
Sobre la crisis del Estado Plurinacional
¿Y cómo descolonizamos al gobierno?
En el noveno año del gobierno
del MAS y en medio de
lo que ya es una crisis del
Estado plurinacional (i.e.
el caso Soza), se puede sin
duda intentar un balance del
proceso: Hay cambios (en las
élites), avances desarrollistas
y clientelares (porque no
falta plata) y retrocesos (en
el sistema judicial, que,
contra todo pronóstico, el
MAS ha demostrado podía
ser empeorado). En este
balance, la “descolonización”
es un proceso que ha quedado
pendiente (pues no hay que
desistir de su necesidad y
urgencia) y la palabra misma,
“descolonización”, en disputa.
A esa disputa contribuyen en
este número Silvia Rivera
Cusicanqui, H.C.F. Mansilla y
Mauricio Souza Crespo.
Artista invitada: Ejti Stih.
Soza, un delincuente confuso
Delincuente confuso: así definió el presidente Morales
al otrora todopoderoso fiscal Soza, en un lapsus que
terminó siendo tan revelador como las nuevas denuncias que profirió el principal operador gubernamental
del “caso terrorismo” a tiempo de solicitar asilo político en Brasil. Soza admitió que todas las irregularidades cometidas en ese caso son ciertas pero no son
imputables a él sino a funcionarios del Gobierno: allanamiento del Hotel las Américas por orden directa del
Presidente y sin presencia de un fiscal; implantación
de pruebas en la escena del crimen; adulteración del
informe forense; compra de testigos falsos; extorsión
a los familiares de los implicados; utilización del caso
para fines de persecución política; infiltración de agentes de gobierno para la ejecución del único atentado
atribuido al grupo de Rozsa; etc. Soza reconoció que
las grabaciones en las que relata las irregularidades del
caso son auténticas. En una de ellas habla de su estrecha relación con el Presidente y el Vicepresidente, con
quienes coordinaba las acciones punitivas. “Si se cae el
caso, se cae el gobierno”, se le escuchó decir. Toda esta
trama delincuencial es ciertamente muy confusa.
Contrapuntos / Aldea Global
Crónica
Alejandra Ramírez S.:
Cómo leer el contexto pre-electoral boliviano, 4
Franco Gamboa Rocabado:
A diez años de la Revolución Naranja, 5
Marc Gavaldà:
Industrializar la Amazonía:
¿Los pueblos sobran?, 13
José Luis Saavedra:
Crónica del ataque a la sede del conamaq
(segunda parte), 14-15
Debate
H.C.F. Mansilla:
Los manifiestos conservadores en Bolivia:
De Tamayo a Sanjinés, 6-7
Silvia Rivera Cusicanqui:
Respuesta a Álvaro García Linera: Indianizar al
mestizaje y descolonizar al gobierno, 8-9
Mauricio Souza Crespo:
Colonialidad y descolonización desde el Estado
boliviano, 10-12
Libros / Las Artes
Juan Cristóbal Mac Lean E.:
Retrato de una dama en el fin del mundo, 16-17
Ana Rebeca Prada:
True Detective, 17
Mariano Schuster:
Sobre La abuela civil española
de Andrea Stefanoni, 18
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Cientos de artículos publicados quincenalmente desde octubre de 2007,
ordenados cronológicamente por temas y secciones, incluyendo nuestra pinacoteca.
/3
editorial
Marzo 2014 / Nº 140
El fugitivo Soza y la crisis del Estado plurinacional
A
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l comentar la reciente fuga en cámara lenta del ex fiscal
Marcelo Soza –una fuga que convocó las entusiastas y deliberadas negligencias de la fiscalía boliviana (que parecía
como invitando a Soza a que lo hiciera de una buena vez)–, el
presidente Evo Morales dijo lo que siempre ha dicho en estos
casos: “Puedo entender sobre Soza que es un corrupto y delincuente confeso. Si alguien no tiene nada, debe defenderse y no
escaparse, por lo que ahora todo está en manos de la justicia”.
Al declarar lo que declaró, el Presidente, al parecer, no estaba todavía enterado de dos cosas que
cualquier ciudadano del mundo sabe
ya hace mucho tiempo: a) que caer en
manos de esa justicia boliviana es, hoy
más que nunca, una desgracia y b) que
la inocencia o la culpabilidad no tienen
nada que ver con el advenimiento de
tales desgracias legales. El autoritario y
amenazante “nada tiene, nada teme” es
un eslogan que, en Bolivia, tiene hoy el
mismo estatuto ficcional y fantasmagórico que otros: “la defensa de la Madre
Tierra”, “la descolonización del Estado”, “la transparencia en la gestión pública”, “la austeridad en los gastos”.
Pero la más grande omisión en la declaración presidencial
es, sin embargo, la que está a plena vista: esas manos de la justicia
boliviana a las que el Presidente nos pide confiemos nuestros destinos son exactamente las manos de Marcelo Soza, un “corrupto y
delincuente confeso” si atendemos al sumario juicio y descripción
de su Excelencia. Es decir, las manos de una justicia que –en representación del Estado Plurinacional– dedicaba sus esfuerzos a
pedir dinero, a extorsionar, a inventar pruebas, casos y culpables,
a presionar jueces, a cumplir órdenes del Ejecutivo. O sea: ya no
un sistema de justicia sino una difusa banda de redes para-estatales
de extorsión monetaria y política. Un sistema que produce a diario
noticias como estas (que aquí simplemente copiamos, al azar):
—El magistrado Gualberto Cusi dijo que el magistrado Ruddy
Flores sostiene reuniones con miembros del Ejecutivo antes de la emisión de fallos, cuyos contenidos se ocultan a la opinión pública.
—El Consejo de la Magistratura decidió revocar la designación
de 59 jueces, tras denuncias de extorsión en el proceso.
—Ricardo Maldonado, juez 5° de Instrucción Cautelar de La
Paz, fue destituido de forma definitiva por determinación del Consejo
de la Magistratura. Maldonado considera que su despido se debe a las
represalias de la presidenta del Consejo de la Magistratura, Cristina
Mamani, y de la magistrada Wilma Mamani, contra quienes inició una querella penal por estar presuntamente vinculadas con Pedro
Montaño, detenido por hacerse pasar como asesor del Presidente del
Estado Evo Morales para exigir dinero.
Todos somos iguales ante la ley dicen los carteles que es hoy un
requisito colgar en negocios y oficinas de Bolivia. Frente a este
viejo eslogan liberal, incluido en todas nuestras Constituciones,
hoy como antes tenemos que esforzarnos para interpretar su verdadero sentido, leer entre líneas. ¿Qué quieren decir
ahora los que nos repiten, por enésima
vez en nuestra historia, que somos iguales
ante la Ley?
¿Que sería una buena idea, para el
futuro, que todos fuéramos iguales ante
la Ley, aunque por ahora no siempre, ni
modo, así nomás son las cosas?
¿Que, con la excepción de las jerarquías estatales y para-estatales, todo el
resto somos igualmente insignificantes
ante el Poder Ejecutivo y sus burocracias?
¿Que somos iguales ante esa Ley
porque todos somos posibles y probables víctimas de algún juez,
fiscal, notario, funcionario, asesor gubernamental o miembro
de alguna corte celestial?
En 2003 el Estado neoliberal comenzó a vivir su crisis general. Hoy, una década más tarde, asistimos al principio de otra,
la del Estado plurinacional. ¿Cómo se la podría describir? Quizá como la crisis de un Estado en el que el Ejecutivo entiende su
poder como la anulación completa de la relativa autonomía de
los otros poderes. De ahí la ruina del Poder Legislativo –cuyo
trabajo consiste por ahora en levantar manos y no fiscalizar
nada–, la del Tribunal Electoral –que no es sino una repartición
menor o trastienda del Ejecutivo– y, sobre todo, la ruina del
Poder Judicial, que opera como el brazo letrado de la Policía: es
decir, cumpliendo órdenes del Ejecutivo y enriqueciéndose en
premio a esa corrupta obediencia debida.
Más que cualquier debate electoral, hoy es urgente la discusión de la crisis del Poder Judicial en Bolivia. Porque es una
verdadera crisis estatal, de esas que exigen ya no reformas sino
verdaderos procesos de cambio.
El malestar latinoamericano
A
mérica Latina atraviesa por un mal
momento. La complacencia que
imperaba hace poco, ha cedido paso
a una situación de insatisfacción social que
se traduce en movilizaciones y protestas
ciudadanas, la gran mayoría de las cuales
demanda mejoras económicas, servicios
públicos de calidad y, en algunos casos,
reclama también por la falta de seguridad
pública. Una vez concluido el hiperciclo
de las materias primas, resulta evidente
que pocos países aprovecharon la bonanza
externa para realizar las transformaciones
estructurales conducentes a un desarrollo
más autónomo y equitativo, capaz de
sostener niveles cada vez mayores de
ciudadanía efectiva.
La ortodoxia neoliberal de los años
noventa fue sustituida por una gama diversa de políticas económicas con diferentes grados de intervención estatal y
pautas de inserción en la economía mundial. Los resultados son muy desiguales
indistintamente del enfoque doctrinal
adoptado, y todo hace pensar que todas
las economías latinoamericanas necesitan
ahora ajustes importantes de sus políticas
económicas, que respondan a los problemas que enfrenta cada una en particular,
pero donde todas ellas incorporen la integración regional como una de sus prioridades estratégicas. El imperativo de la
integración económica se justifica por varios factores, pero uno no menor es el que
alude a la necesidad de encarar colectivamente los nuevos desafíos que plantean
las asimetrías de la economía mundial, así
como las pugnas geopolíticas que se están
gestando entre las zonas desarrolladas del
mundo.
En tal contexto, los mecanismos de
la integración latinoamericana, además de
la promoción de interdependencias crecientes entre las economías, tendrían que
viabilizar una posición regional conjunta
frente a los mencionados desafíos, que difícilmente pueden ser atendidos por cada
uno de los países por separado.
Cabe recordar que los objetivos
clásicos de la integración económica fueron abandonados en la década pasada, en
buena medida debido al fuerte contenido
ideológico que se imprimió a las alianzas
emergentes entre grupos de países latinoamericanos, debilitando en paralelo a
mecanismos establecidos como la Comunidad Andina y el mercosur, pretendiendo su virtual reemplazo por iniciativas
como la alba, la unasur y la celac.
Sin embargo, la desigual importancia
que confieren los gobiernos a estas cinco
entidades, la diferencia de sus respectivas
coberturas geográficas y la gran disparidad en cuanto a sus capacidades operativas, han traído consigo el debilitamiento
generalizado de los organismos regionales
encargados de las cuestiones económicas
y comerciales, pero asimismo de aquellos
que deben ocuparse de la consulta y la
coordinación políticas.
La relevancia de la unasur va ser
sometida por de pronto a una prueba difícil en el caso de Venezuela, donde se necesita ciertamente una mediación externa
legítima para detener los enfrentamientos
violentos entre el oficialismo y la oposición, que han enlutado a ese país desde
hace más de un mes.
4/
contrapuntos
Marzo 2014 / Nº 140
De lo “macro” a lo “micro”
Cómo leer el contexto pre-electoral boliviano
Alejandra Ramírez S.*
La socióloga Alejandra Ramírez ofrece aquí una suerte de “metacomentario”: identifica los presupuestos y límites de dos tipos de acercamiento
al proceso electoral boliviano (ese proceso que ocupará, sin duda, buena parte de nuestros sueños y pesadillas durante el 2014). Y propone la
necesidad de pasar del comentario “deportivo” de las incidencias electorales –así sea “micro” o “macro”, estructural o anecdótico– a uno que
aspire a dar cuenta de la complejidad.
instituciones, entendidas como
el conjunto de normas y reglas
–escritas o no–, las que generan
los devenires y las formas de acción de las personas. Así, el hecho de que se haya proclamado
un cierto tipo de Constitución
Política o de leyes, normas u
ordenanzas definen las formas
en que las personas pueden actuar o actúan. Y no poco del
interés de este tipo de análisis
se concentra en los programas
políticos, los discursos escritos
y pronunciados, las alianzas –y
amarres institucionales–, los
“modelos” de democracia.
En general, los análisis
“macro” aparecen como más
objetivos: se lee desde arriba y
de manera externa.
U
no de los grandes debates sociológicos es hoy el que gira en
torno a la integración del análisis de lo macro y lo micro (en el
caso de la sociología norteamericana) o
la estructura y la agencia (en de la europea). Se argumenta en ambos casos que
no se puede comprender la complejidad
de una sociedad o de una coyuntura sin
tomar en cuenta la interrelación existente –y no dicotómica– entre las estructuras (o lo “macro”) y las acciones/agencias (o lo “micro”).
Queda mucho camino todavía para
lograr análisis integrados: las lecturas
tienden hacia una u otra perspectiva.
Por un lado, tenemos las visiones que
parten de lo macro, lo institucional o
la estructura como principios de explicación de los procesos. Por el otro, se
ofrecen los enfoques micro o ubicados
en la agencia, que buscan comprender
la sociedad a partir de las interacciones
humanas cotidianas y su capacidad para
introducir cambios en su entorno sociopolítico y económico más –o menos–
cercano.
Aquí, en estas líneas, intentaremos
caracterizar los tipos de análisis dominantes sobre el contexto pre-electoral
(boliviano), diferenciando aquellos en
los que se prioriza lo “macro” de los
comprometidos con la noción de “agen-
cia”. Cerramos postulando la necesidad
de una visión no binaria, ni dicotómica,
que permita una comprensión integrada
capaz de rendir cuenta de la complejidad
social.
Lecturas desde las estructuras
y las instituciones
Dos son las tendencias en este este grupo de lecturas de lo social. Por un lado,
miradas en las que se prioriza el análisis
de las estructuras globales, nacionales
y locales –relaciones de poder preestablecidas por sistemas económicos
mundiales, estructuras de clase y modos
de producción dominantes– como principio de explicación de los hechos sociales. La idea básica es que las personas
viven y sufren los vaivenes del sistema
capitalista, hoy en día más acentuado
por el crecimiento incontrolable de las
nuevas Tecnologías de Información y
Comunicación (tic’s). Se manipula a
las personas a nivel local, empujándolos
en muchos casos a luchar en contra de
sus propios intereses colectivos. Así se
explicó por ejemplo, la “primavera árabe” o se está explicando los conflictos
en Venezuela. En ambos ejemplos, es el
sistema capitalista mundial el que determina las acciones.
La otra tendencia de análisis macro
es la “institucionalista”. Es decir, son las
Lecturas desde lo micro.
Lo contrario ocurre con las lecturas que priorizan lo micro –las
interacciones sociales, lo simbólico, las intersubjetividades– o la agencia
–las acciones de las personas para incidir en su (y la) historia–. Se estudian así
los intereses que mueven a la gente, los
imaginarios, los amores, odios, las negociaciones identitarias y políticas, que son
fluctuantes y dependen del momento
y contexto de acción. La acción de las
personas, tanto individual como colectiva, es la que hace a la realidad. Se reconoce, por supuesto, que esas acciones
ocurren en marcos y contextos estructurados previamente. Pero esos contextos
son constantemente modificados por el
mismo accionar de la gente, que actúa
movida por una serie de intereses/proyecciones/sueños o reacciones siempre
cambiantes.
Desde esta perspectiva “micro”,
no se puede explicar la crisis venezolana
como simple producto de la injerencia
imperialista ni tampoco dar cuenta de
las actuales tendencias de votación en
Bolivia por las virtudes de un proyecto
político, o la existencia de una institucionalidad consolidada, o la pertenencia
a una clase o a los resultados del llamado
‘proceso de cambio’. Desde la perspectiva de las “agencias”, son siempre varios
y contradictorios los factores que hay
que considerar: por ejemplo, los juegos y entramados de poder que se tejen
y traman en torno a distintos objetivos
individuales y colectivos. Tender hacia
una u otra elección política está probablemente más ligado a los intereses personales que a la pertenencia a un estrato
socio-económico, a un origen étnico o a
una “posición” ante (o en) la economía
mundial.
El analista se encuentra aquí con
un problema: es que su “agencia” (sus
intenciones, motivaciones, imaginarios,
acciones) influye explícitamente en su
lectura, haciendo visible algo que en las
miradas “macro” aparece disimulado
detrás una aparente objetividad: lo que
se estudia son realidades construidas
por las mismas lecturas. Es difícil –y casi
nunca se la busca o pretende– la neutralidad. El analista busca ser un agente.
El desafío de integrar
las miradas
El encuentro entre estas dos lecturas,
la macro y la micro, es una necesidad.
Acaso se pueda empezar con estas preguntas: ¿Para qué hacer el análisis de
una situación determinada? ¿Cuál es la
intención?
En el caso del estudio del contexto
y debate pre-electoral en Bolivia: ¿Qué
es lo que se quiere aportar con un análisis? ¿Convertirse en una suerte de comentarista deportivo que va relatando
el desarrollo de un juego marcado por
ciertas reglas y normas previamente establecidas? ¿Una lectura que permita
comprender el comportamiento sociopolítico y cultural de aquellos que integramos un país? ¿O una descripción
de las formas de la agencia ciudadana
(entendida como todas aquellas estrategias, vías y modalidades que los agentes
utilizan movilizando sus distintos diferenciales de poder –en base a ciertos
sueños/proyectos personales o sociales–
para influir directamente en la toma de
decisiones políticas que afectan a su calidad de vida)?
Quizá acercarnos al contexto y al
proceso pre-electoral boliviano desde
una mirada integrada y dinámica nos
puede dar luces para comprender de manera no pre-determinada –aunque sin
desconocer patrones estables de comportamiento–. Y esa comprensión, a su
vez, puede permitir asumir y proponer
alternativas de acción, de futuro.®
* Responsable del Área de Estudios
del Desarrollo, cesu-umss.
/5
aldea global
Marzo 2014 / Nº 140
La violencia en Ucrania
A diez años de la Revolución Naranja,
la historia se repite como tragedia
Franco Gamboa Rocabado*
Gamboa atribuye los recientes conflictos en Ucrania –con decenas de muertos en las calles, vacíos de poder y hasta una invasión militar– a los
pecados de origen de la llamada Revolución Naranja de 2004: “La democracia que prometió esa ‘revolución’ nunca terminó de echar raíces”,
dice. Y cree que ese fracaso quizá explique por qué, diez años después, Ucrania regresa a la violencia y se convierte, otra vez, en posible
escenario de un conflicto a escala internacional.
E
l actual conflicto en Ucrania –y el siempre presente espectro de una invasión militar rusa– no
pueden entenderse sin el análisis de los alcances
y fracasos de la llamada Revolución Naranja.
Esta “revolución” fue un acontecimiento de indudable importancia en la Europa postcomunista, aunque
la democracia que prometió nunca haya terminado de
echar raíces: las dinámicas del poder no siempre se resuelven por medio de reglas electorales y la postulación
de instituciones democráticas. En muchos casos, el hecho de organizar elecciones libres con la participación
de varios partidos políticos no garantiza ninguna legitimidad. Mucho menos resuelve las contradicciones
de un sistema político como el de Ucrania, de fuertes
tradiciones autoritarias. Quizá sea necesario volver a
analizar las condiciones del surgimiento y desarrollo
de la Revolución Naranja del año 2004. Porque diez
años después, Ucrania regresa al caos y se convierte,
otra vez, en posible escenario de un conflicto a escala
continental.
Una revolución “extraña”
Fue de entrada muy extraño que los medios de comunicación internacionales bautizaran como “revolución”
un proceso de típicas negociaciones políticas, proceso
que terminó con la entrega del poder a un conjunto de
élites partidarias. Son esas élites las que participan en
las elecciones del 31 de octubre de 2004 e iniciaron así
un proceso de pugnas hostiles entre, sobre todo, dos
candidatos: Viktor Yushchenko, líder de la coalición
de partidos “Nuestra Ucrania” y Viktor Yanukovych,
cabeza del “Partido de las Regiones” del este y del sur.
Y es ese mismo Yanukovych el que volvió a desencadenar una crisis de gobernabilidad al abandonar el país en
medio de la violencia en febrero 2014, luego de negarse
a firmar un tratado comercial con la Unión Europea,
invocando más bien la necesidad de un acercamiento
geopolítico a Rusia.
A diez años de la Revolución Naranja
A diez años de la Revolución Naranja, el conflicto en
Ucrania continúa presentado dos perfiles. Por un lado,
están en juego los que buscan una consolidación pluralista del sistema político y la legitimidad del voto ciudadano en tanto eje de cualquier democracia y agenda
pública. Por el otro, aquellos líderes que hacen cualquier cosa para controlar el poder, instrumentalizando
para eso el apoyo internacional y el juego de equilibrios
o desequilibrios en un contexto geo-estratégico.
El lado democrático lo encontramos en las protestas, en la capacidad de organización en las calles de
la sociedad civil. El lado autoritario se identifica con
los cálculos de poder de los líderes nacionalistas o prorusos y buena parte de los partidos políticos: los liberalconservadores Batkivschyna y el Bloque Nuestra Ucra-
nia-Autodefensa Popular, el Congreso
de Nacionalistas Ucranianos, el Partido
Comunista de Ucrania, el Partido de
las Regiones (de fuerte inclinación pro
rusa), el ultranacionalista Svoboda.
El pragmatismo que eclipsó
la Revolución
En aquello que parecía ser un proceso
revolucionario hace diez años –como
en los conflictos de hoy–, el papel de la
sociedad civil fue decisivo pero contradictorio. Es cierto que fue la movilización de masas la que dio nacimiento a
la Revolución, es decir, la que promovió una intensa participación para exigir que el voto popular sea respetado.
Pero también fue la sociedad civil la
que pidió a las élites políticas que negociaran para evitar un estancamiento
o la violencia. Esto último limitó el accionar de la
sociedad civil y su intervención efectiva en la esfera
democrática: las negociaciones sobre el poder fueron
transferidas a la Corte Suprema, al Parlamento y a la
Comisión Electoral.
Las élites siguieron siendo las mismas y siguieron
repartiéndose los beneficios. En 2004, el poder fue entregado a Viktor Yushchenko, que finalmente ganó el
proceso electoral, pero tanto Yanukovych, como otros
líderes y oligarcas, que aparecían como “independientes”, permanecieron bajo su influencia. Todos respondían a las élites dominantes, inclusive las supuestas
novedades. Este final pragmático y realista mostró que
la democracia de coaliciones electorales en un sistema
multipartidista, en un régimen presidencial-parlamentario como el que rige en Ucrania, exige que las negociaciones sean el núcleo principal para la definición del
poder. Los acuerdos pueden moverse muy bien dentro
de un sistema de intercambios de espacios de poder, al
margen de la legitimidad que brinde el voto popular y
la opinión pública.
Una ilusión para consumo de la prensa
La Revolución Naranja fue una ilusión vendible (a la
prensa internacional) en el mercado de aspiraciones
postmodernas donde todo se confunde con todo: autoritarismo con democracia, contubernios con negociaciones, beneficios personales con liderazgos, política con la distribución de prerrogativas. Negociar, en
este sistema, es tomar lo que se pueda en el momento
oportuno. Ganar, en el fondo, implica negociar con
Dios y con el Diablo, con la izquierda o la derecha,
con buenos y malos, nacionalistas, europeístas o aprovechadores. La negociación es el arte de lo posible y, en
el fondo, el escenario donde la política se desplaza con
sus verdaderos rostros y facultades. Todo es negociable
mientras sirva para validar alternativas y vocaciones de
poder.
Los últimos años
Las elecciones presidenciales de febrero de 2010 dieron la victoria al Partido de las Regiones de Yanukovych, aunque no obtuvo la mayoría absoluta (las fuerzas
de Yulia Tymoshenko se posicionaron como la segunda
alternativa, resistiéndose a reconocer su derrota). El
gobierno nuevamente tuvo que pactar para controlar
el Parlamento.
Pero la violencia tomó nuevamente las calles en
febrero de 2014 cuando Yanukovych se negó a llevar
adelante un conjunto de acuerdos comerciales que
acercarían a Ucrania a la Unión Europea. Yanukovych
ordenó una represión que dejó 77 muertos. Escapó del
país en medio del caos, denuncias de enriquecimiento ilícito y provocó un vacío de poder. Vladimir Putin
aprovechó el momento y tomó la decisión de probar
los límites de su hegemonía en Crimea, con una intervención militar que desafía a la Unión Europea y los
Estados Unidos.
Diez años después de la Revolución Naranja,
Ucrania continúa dividida entre un ánimo de europeizarse bajo la égida del liberalismo conservador y globalizante de la economía y las fuerzas que se identifican
con el pasado soviético y el presente de la gran patria
rusa. El nacionalismo exacerbado todavía moviliza
fuertemente lo popular y la inestabilidad política es
endémica. Ucrania no alcanzó la edad democrática y
ahora está en medio de probables hostilidades bélicas.®
* Doctor en gestión pública y relaciones internacionales,
miembro de Yale World Fellows Program.
6/
debate
Marzo 2014 / Nº 140
Los manifiestos conservadores en Bolivia:
De Tamayo a Sanjinés
H. C. F. Mansilla*
Mansilla se ocupa aquí de delinear, en pocas líneas, lo que llama los “manifiestos conservadores” de una tradición intelectual boliviana
identificada como la de Franz Tamayo, Carlos Medinaceli, Fausto Reinaga y Javier Sanjinés. De este último, Mansilla comenta un último
libro (Rescoldos del pasado), al que llama “un genuino Manifiesto Conservador, que, escrito en el lenguaje académico de la actualidad,
postula francamente la fidelidad a un orden social arcaico”.
C
omo afirma Fernando Molina en un texto provocativo, los pensadores bolivianos a lo largo
de la historia republicana no han ignorado a los
indígenas. Sobre ellos se ha escrito y reflexionado ampliamente, se ha hecho arte y literatura en gran
escala.1 Otra cosa, muy comprensible, es que los resultados teóricos y prácticos no hayan sido satisfactorios para
todos. Persiste una especie de telón de fondo, que es el
tema irresuelto de las identidades colectivas en territorio
boliviano, tema que está agravado por la existencia de
varios conflictos trabados entre sí: la polémica entre la
preservación de lo tradicional y ancestral, por un lado, y
la adopción de lo moderno y occidental, por otro; la controversia entre los valores particularistas y las normativas
universalistas; la hostilidad entre una élite urbana relativamente privilegiada y los dilatados sectores indígenas
rurales; la contienda entre diferentes comunidades por
recursos materiales cada más escasos y, simultáneamente, las pugnas –totalmente convencionales– por la ampliación de los espacios de hegemonía política. No hay
duda del derecho que asiste a los sectores indígenas, que
combaten una discriminación secular y se sienten (o se
sentían) excluidos de los frutos de la modernidad. Pero
varias disputas importantes del presente no poseen necesariamente un cariz étnico-cultural.
La modernidad:
Ese ambivalente objeto de deseo
La base última de esta problemática reside en el éxito
y la facultad de atracción de la modernidad occidental,
que es ambicionada y detestada simultáneamente. Casi
todas las corrientes indigenistas, indianistas, nacionalistas, teluristas y hasta socialistas combinan un rechazo radical de las esferas política, ética y cultural de la
modernidad occidental con una aceptación, a menudo
entusiasta, de sus adelantos tecnológicos. No sólo en
Bolivia, sino en buena parte del Tercer Mundo se cuestionan enfáticamente los logros del modelo civilizatorio occidental, sobre todo en la perspectiva políticoinstitucional, pero al mismo tiempo se quiere alcanzar
1
Fernando Molina, “Yvy Marey: la condición boliviana como amistad”, Página Siete (La Paz) del 1 de noviembre de 2013, p. 15.
rápidamente los adelantos técnicos y económicos que
han surgido de ese mismo ámbito. El resultado es una
ambivalencia básica y traumática frente a la modernidad
occidental, una constelación signada por la propensión
a la imitación y el anhelo de producir un nuevo paradigma civilizatorio original. A más tardar en la segunda
mitad del siglo xix estos factores diluyeron la vigencia
de los valores ancestrales de orientación y conducta y
llevaron a la pregunta por la identidad nacional. En el
Tercer Mundo todas las identidades basadas en la tradición entraron en crisis frente a un modelo civilizatorio
exitoso, basado en la ciencia y la tecnología e inspirado
por normativas universalistas en casi todos los campos.
En busca de los fantasmas de la identidad
En el seno de esta problemática debe verse la actividad
de los principales intelectuales del país, que ante los desafíos de la modernización han tratado de escudriñar y rescatar el alma del país, la esencia profunda de la tierra, por
un lado, y el destino histórico del pueblo, por otro. Estas
entidades metafísicas no pueden ser detectadas empíricamente. Salen a la luz únicamente mediante esfuerzos
interpretativos. En este terreno los intelectuales son los
llamados a descubrir y describir ese cimiento profundo,
que en Bolivia ha estado en situación de vulnerabilidad a
causa de las influencias externas, por ejemplo cuando la
sociedad se expone a las actuales corrientes de la globalización, o anteriormente cuando sucedió la revolución de
los transportes y la comunicaciones, o cuando se trató de
reformar el sistema educativo boliviano.
Tamayo y su manifiesto conservador
Uno de los primeros intentos de resistir conscientemente la “importación” de los parámetros occidentales
de desarrollo se dio en el campo de la educación, y ha
sido hasta ahora el designio modernizante más debatido
por los intelectuales. Franz Tamayo afirmó en 1910 que
los problemas de la pedagogía boliviana constituirían un
asunto de la psicología nacional,2 es decir de la identidad
2
Franz Tamayo, Creación de la pedagogía nacional [1910], La Paz:
Ministerio de Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas
1944, p. 10.
profunda de la nación. Para comprender esta última no
habría que ocuparse de otros países y culturas. El núcleo de la identidad resulta ser la “energía nacional”, que
definió como el orgullo, “el culto de la fuerza en todas
sus formas”, “el desprecio de los peligros”, “el desdén
de la muerte”, “el amor de la acción” y el combate de
“la pereza de la raza, secular y tradicional” (96). Este
esfuerzo teórico de Tamayo (y de muchos autores pertenecientes al telurismo y tendencias afines) se enmarca
en el vitalismo filosófico y literario,3 como era lo usual
a comienzos del siglo xx, cuando se conjugaba un estilo
altisonante, osado y belicista con reminiscencias estoicas
y románticas. Todas las cualidades nombradas no son específicamente bolivianas y pueden ser calificadas como
virtudes marciales propias del irracionalismo europeo
que Tamayo conoció en su juventud. El propósito de Tamayo por captar la esencia de la identidad boliviana tiene
lugar mediante un lenguaje enfático y ampuloso, pero, al
mismo tiempo, impreciso y ambiguo. Haciendo gala de
un espíritu tradicionalista, Tamayo quería mantener a la
mayoría de la población boliviana –los indígenas– fuera
de la escuela, lo que es lo mismo que preservarlos de la
incipiente modernidad, pues sostenía que estos perderían sus virtudes características: “la sobriedad, la paciencia, el trabajo” (10, 83, 96, 148, 191) por el contacto con
valores de orientación e instituciones “foráneas”. Toda la
argumentación de Tamayo –cuyo carácter de alta poesía
no está en duda– puede ser calificada como un alegato contra la modernidad occidental y, al mismo tiempo,
como un manifiesto conservador envuelto en un lenguaje radical y congruente con las corrientes intelectuales
de su época. La nostalgia por la sencillez y la moralidad
de la vida rural premoderna, exenta de las alienaciones
contemporáneas, alimenta este tipo de argumentación.
Otro conservador: Carlos Medinaceli
Muy similar es la posición de Carlos Medinaceli, quien
afirmó en 1928: “Lo corrompido en nuestro país, y más
que corrompido, artificioso y falso, son las ciudades y la
3
“Hay que enseñar que no hay más que una doctrina: la máxima
expansión de la vida, como individuo o como nación” (97).
vida de ciudad”.4 Y proseguía: “Lo verdadero y sano es
el campo, y son las campesinas costumbres […]. Éramos
un pueblo sano, de costumbres y vida aldeanas y feudales
[…]” (366). Su descripción de lo negativo no deja lugar
a dudas: “La libertad y la democracia son, precisamente,
dos síntomas de decadencia, de corrupción racial, social
y política” (366). Lo positivo, según Medinaceli, estaba
encarnado en “la santidad campesina de la vida del hogar”, a la que sería razonable regresar, pues el hombre es
“más desgraciado y más esclavo” (371) cuando se aparta
de la naturaleza (el ámbito rural) y aspira a la libertad
política y a la diversidad de opiniones y valores, que es
lo que caracteriza el espacio urbano. Es una clara declaración programática contra la modernidad, compartida
por numerosos pensadores de la época, pues la vida de
las grandes urbes, regida por el principio de eficacia y
rendimiento, sería, en el fondo, un orden social insoportablemente complejo e insolidario.
Reinaga, el indianismo confuso
y la descolonización
Ya en 1969 el pensador boliviano más importante del indianismo, Fausto Reinaga, había identificado los cuatro
elementos de la civilización occidental que debían ser radicalmente rechazados y eliminados porque esclavizaban
a los indios sudamericanos: “El derecho romano, el código napoleónico, la democracia francesa y el marxismoleninismo”.5 Es muy probable que el confuso indianismo
propalado por canales oficiales a partir de 2006 haya sido
influido, aunque sea parcialmente, por la obra de Reinaga. Estas teorías sobre la necesidad de procesos radicales
de descolonización tienen un cierto peso en el área cultural y valorativa. Las publicaciones del Viceministerio de
Descolonización son a veces documentos estimulantes y
controvertidos porque revelan el núcleo de los designios
gubernamentales que anhelan la preservación de las viejas tradiciones políticas y culturales, junto con la obtención de la modernidad tecnológica.
La teología elemental de Javier Sanjinés
Además: estas teorías de la descolonización constituyen
el mejor ejemplo de un “ajuste de cuentas con el otro”,
como afirma Javier Sanjinés en el libro teóricamente más
exigente de esta tendencia. Sin el ajuste de cuentas, según
Sanjinés, no hay una posibilidad seria de avanzar hacia
una sociedad emancipada. Es, como dice este autor, “un
ir y venir” entre el renacimiento de la memoria arcaica
y el pasado mítico, por un lado, y las coerciones de la
“azarosa vida moderna”,6 por otro. Esta obra puede ser
considerada como un genuino Manifiesto conservador, que,
escrito en el lenguaje académico de la actualidad, postula francamente la fidelidad a un orden social arcaico
–porque sería profundo y en armonía con la naturaleza–,
en detrimento del orden moderno urbano, que sería una
fuente artificial de corrupción y decadencia (212). “Lo
arcaico”, dice este autor, “no es lo caído en desuso, sino
lo profundo” (191). Sanjinés da a entender que los fenómenos modernos, como la formación de la nación cívica
mediante la decisión consciente de los ciudadanos, representan algo superficial que no alcanza la dignidad ontológica de lo arcaico, de las estructuras comunitarias precoloniales y del modelo endógeno-indígena (168-169).
La democracia en cuanto deliberación racional y abierta
constituiría un factor exógeno y moderno, por lo tanto:
deleznable, insustancial y hasta frívolo. No tendría la calidad y la solidez de los valores de la tradición, que son la
“promesa de la continuidad”: “la fidelidad, la admiración
y la gratitud” (12). Sólo ellos evitarían “esa multiplicidad
4 Carlos Medinaceli, Carta a José Enrique Viaña (Valle de San
Pedro, 12 de abril de 1928), en: Mariano Baptista Gumucio
(comp.), Cartas para comprender la historia de Bolivia, Oruro: zofro, 2013, pp. 364-371, aquí p. 366.
5 Fausto Reinaga, La revolución india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1969, p. 15.
6 Javier Sanjinés C., Rescoldos del pasado. Conflictos culturales en sociedades postcoloniales, La Paz: pieb / Plural editores, 2009, p. 2.
/7
debate
Marzo 2014 / Nº 140
confusa de tendencias y aspiraciones que supone el libre
albedrío individualista. Se trata, pues de la fidelidad a una
causa superior que supera las mudanzas del tiempo” (12).
El libro de Sanjinés resulta ser una auténtica confesión
de un espíritu conservador que no quiere analizar ni criticar, sino admirar y agradecer una herencia cultural que
viene de muy atrás. Hay que acercarse a ella únicamente
con amor y lealtad. Es, en cierto sentido, un retorno a
posiciones anteriores a todo racionalismo, una regresión
a una constelación signada por una teología elemental
de unas pocas creencias sólidas e inamovibles, y un claro
rechazo de la pluralidad ideológica y del individualismo
liberal que caracterizan a nuestra era.
La invención de la tradición y el desdén
por la vida cotidiana
Por otra parte, esta obra está muy a tono con las modas
postmodernistas del momento. Es un texto sobre otros
textos. En ningún momento discute problemas de la
profana realidad. Dialoga exclusivamente con otros
escritos académicos y hasta esotéricos. En ningún momento desciende a los temas de la vida diaria. Jamás
menciona los valores modernos –a menudo cosmopolitas– a los que se pliegan hoy las generaciones juveniles
de origen indígena, sobre todo en las esferas del consumo, la diversión y el ocio y en la elección de la carrera profesional. Nunca se preocupa por las prácticas
cotidianas sincretistas de las etnias que dice estudiar. Y,
por supuesto, no considera la configuración de nuevas
élites privilegiadas con inclinaciones capitalistas en medio de un régimen presuntamente igualitario.
Estas teorías dejan de lado la posibilidad de que
el renacimiento del pasado mítico contenga mayoritariamente elementos de una interesada “invención de la
tradición” y la probabilidad de que la memoria arcaica
encierre también factores de una herencia cultural fuertemente autoritaria y adversa a la emancipación femenina. En un libro sugerente, aunque confuso, Oscar Olmedo Llanos señaló que no es casualidad que en Bolivia
no se hayan publicado investigaciones sobre la estructura familiar del mundo aymara, ni tampoco en torno a
las relaciones patriarcales y verticalistas que prevalecen
en las comunidades campesinas; la insatisfacción crónica
de las mujeres campesinas fomenta evidentemente una
atmósfera generalizada de autoritarismo colectivista.7
Estos son temas que no despiertan el interés de aquellos
intelectuales consagrados a admirar los logros civilizatorios de un pasado embellecido indebidamente.
En el ámbito islámico nos hallamos frente a una
constelación similar: la realidad premoderna, determinada todavía hoy por fenómenos como el autoritarismo político, la indiferencia ante los derechos humanos
y la resistencia a la emancipación femenina, es ahora
enaltecida por ideologías de corte postmodernista, que
exhiben un impulso anti-imperialista y anti-occidental
bastante radical. Pero al mismo tiempo estas corrientes
han renunciado deliberadamente a la dimensión crítica y representan, por consiguiente, un serio obstáculo
para la comprensión de muchos problemas actuales,
como la persistencia del arcaísmo cultural en el seno de
procesos de globalización y el surgimiento de la crisis
ecológica en medio del tan deseado progreso tecnológico. En muchos países del Tercer Mundo la crítica
general de la legitimidad histórica de un modelo social
basado en el Estado de derecho y en la vigencia de los
derechos humanos contribuye a reflotar antiguas tradiciones autoritarias, que ahora, con lustre académico y
vocabulario progresista, retornan para ser consideradas
como los fundamentos autóctonos de un régimen que
se ha liberado del colonialismo cultural.®
* Doctor en filosofía y escritor boliviano.
7
Oscar Olmedo Llanos, Paranoiaimara, La Paz: Plural editores,
2006, pp. 354-357, 363-369.
Diario del Círculo de Achocalla
Más problemas chinos
y las vueltas que
da la vida
Y
a ni las plantas crecen bien en China
Ya es conocida la grave contaminación en
China. En el Noreste, la expectativa de vida
se ha reducido entre 5 y 7 años por esa contaminación. Ahora, científicos han detectado que
también las plantas sufren. Las semillas, por la
poca luz que reciben, no están germinando normalmente. La germinación se reduce hasta en
un 30%, lo que podría ser causa de pérdidas en
las cosechas.
El gobierno de China está con la espalda
contra la pared: pues por un lado la población
exige que se reduzca la contaminación, pero, por
el otro, la única manera de hacerlo es producir
menos electricidad (mediante carbón), lo que a su
vez disminuiría el crecimiento industrial. Y una
disminución del crecimiento igualmente provocaría más descontento popular.
No debemos pensar los problemas de
China como ajenos: somos responsables de la
contaminación en China al comprar productos
chinos.
La vueltas que da la vida
El jefe de la petrolera Exxon, Rex Tillerson,
es –claro– un ardiente defensor del método de
extracción de petróleo llamado de “ruptura hidráulica”. Funciona introduciendo grandes cantidades de agua, arena y químicos dentro de la
tierra. Los químicos obviamente se quedan en
la tierra y –tarde o temprano– contaminan las
aguas subterráneas. Y puesto que Exxon es una
de las empresas que extrae más petróleo por este
método, no es de sorprender que su jefe lo defienda.
Pero las cosas cambian cuando se acercan a
casa. La casa de Rex Tillerson obviamente no es
una casa en la ciudad, sino una mansión en un
terreno de 33 hectáreas. Cerca de allí se quería
construir una torre de 160 metros de altura para
almacenar agua que sería utilizada para extraer
hidrocarburos por ruptura hidráulica. El terreno
del señor Tillerson perdería valor y por eso su
apoyo al método de ruptura hidráulica comenzó a cambiar. Ahora está protestando como otros
vecinos.
* www.circuloachocalla.org
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debate
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¿Qué hay que hacer para responder a la “Nación” de Álvaro García Linera?:
Indianizar al mestizaje y descolonizar al gobierno
Silvia Rivera Cusicanqui*
Silvia Rivera Cusicanqui interviene aquí en un debate: responde a lo propuesto por Álvaro García Linera en su libro de distribución
gubernamental Identidad boliviana. Nación, mestizaje y plurinacionalidad. Y lo hace con esta claridad: “Porque soy una birchola
desconfiada y propensa a las teorías conspirativas, a mí me late que el ethos que gobierna este escrito es nomás una justificación retórica,
pobremente argumentada, de la actuación del Estado colonial y de sus colonizados gobernantes en Chaparina”. Y añade: “Vislumbro en
su defensa de la Nación una tendencia a la totalización autoritaria de la nación territorial y del gobierno como administrador colonizado.
Astuta es la estrategia de las élites mestizas letradas que se subieron al carro del ‘proceso de cambio’ para envolver en discursos intelectuales lo
que es un hecho por demás triste y redundante: la reedición de los estilos políticos del viejo mnr, desde la ch’ampa guerra hasta la división de
las organizaciones sociales y el prebendalismo”.
A
dquirí con cierta avidez el último número de
Nueva Crónica. Esperaba encontrar un sustancioso debate intelectual sobre el tema del
mestizaje, que parece estar ocupando mente
y chuyma de muchas personas de la oposición liberal
(Carlos Mesa, Diego Ayo). Esta ocupación legítima
resulta de los desaciertos del gobierno; particularmente, es una respuesta a los desvaríos de sus intelectuales.
En el otro wing, en calidad de cabeza visible del think
tank gubernamental, el vicepresidente Álvaro García
Linera ha publicado recientemente un opúsculo, Identidad boliviana, del que Nueva Crónica extrae la nota
al pie 19 y la enmarca en un recuadro tras el artículo
de Mesa, como para dar a la edición la fisonomía de
un debate cara a cara. Como era de esperarse entre
mestizos letrados, afanados por los asuntos del poder,
los egos se pavonean en el curso de este clinch, sin que
las lectoras atentas a los matices y retruécanos de los
discursos dominantes hayamos sacado en claro qué es
lo que al final pretenden, aparte de restregarnos en
las narices quién es el más inteligente o el que más ha
leído.
Dejemos de lado por el momento las aclaraciones
de Mesa, no por insuficientes sino porque confieso no
haber leído su libro en razón de un prejuicio femenil
casi idiosincrático. En materia de sirenas y mestizajes
abigarrados, me bastan y sobran los dos libros funda-
cionales de su mami.1 La seriedad en la pesquisa visual
y osadía en la intuición interpretativa me hacen reconocer a doña Teresa como la mayor proponente en Bolivia
de un abordaje profundo del tema del mestizaje.
Mi inquietud por lo que dice García Linera viene
en cambio de un hecho más prosaico y contingente. Me
preocupa el que su discurso tenga la capacidad de generar perdurables “efectos de alcance estatal” (R. Zavaleta).
Vislumbro en su defensa de la Nación como logotipo y
como mapa (aunque matizado de patujú) una tendencia
a la totalización autoritaria de la nación territorial y una
visión del gobierno como administrador colonizado de
sus estructuras subyacentes. En un principio fui entusiasta sostenedora, como mucha gente, de la promesa
encarnada en el llamado “proceso de cambio”. Fue una
sucesión de desaciertos, que inicialmente parecían simples metidas de pata –del gasolinazo en adelante–, lo que
me llevó a advertir cuán astuta es la estrategia de las élites
mestizas letradas que se subieron al carro del “proceso de
cambio”, para envolver en discursos intelectuales de alto
fuste lo que es un hecho por demás triste y redundante:
la reedición de los estilos políticos del viejo MNR, desde
la ch'ampa guerra hasta la división de las organizaciones
sociales y el prebendalismo.
1
Teresa Gisbert de Mesa: Iconografía y mitos indígenas en el arte y
El paraíso de los pájaros parlantes.
En el opúsculo Identidad boliviana: Nación, mestizaje
y plurinacionalidad, salta a la vista la lógica aristotélica y
el binario cartesiano de los años de García Linera como
matemático. Por sobre todo –y esto sorprende de un
marxista que se precia de dialogar con intelectuales de
la emancipación postcolonial en todo el mundo–, revela qué profunda huella le ha dejado el núcleo duro del
Estado colonial boliviano. Hay en García Linera una
concepción autoritaria e idealista de la Nación, a la que
muestra como entelequia, premisa de ser del Estado
boliviano, preexistente aunque construida (no se sabe
por quién ni cómo) y que sin embargo estaría ahorita
en vías de consolidarse como una identidad primordial
y de “adhesión fuerte”. El razonamiento simplificador
y simplista se recubre de una narrativa implacable que
soslaya u oblitera los hechos irresueltos y las demandas
vividas de los/as protagonistas diversos del conjunto de
la modernidad boliviana en el horizonte populista post
52 y aun en el propio “proceso de cambio”.
Si de inicio el opúsculo vicepresidencial se ocupa
de la persona (entendida como individuo/a, es decir,
resultado ya del horizonte moderno), poco a poco se
desliza hacia las identidades agregadas, hacia las identidades primordiales y excluyentes que van creciendo
territorialmente desde el barrio hasta la ciudad, desde
el departamento hacia la región y el país. Finaliza, como
es lógico, por atribuirse –en representación de los visionarios bolivianos constructores de un ser real para
la nación, el Estado Plurinacional– de la capacidad de
teorizar y comprender el proceso que el propio gobierno desata con sus acciones, y de nutrir esa acciones –por
más autoritarias que sean– de un impulso misional y de
un contenido trascendente.
No he de reclamar aquí por la abundancia de lugares comunes ni por la ausencia completa de preguntas, de inquietudes, de dudas, que caracterizan al estilo
apodíctico y lapidario de García Linera, sustentado en
lo que podríamos llamar la falacia territorial. Pero debo
señalar que, a partir de cierto punto, nos desliza desde
las identidades colectivas emergentes en la lucha hacia
los anclajes territorializados de las confrontaciones políticas, para llegar a aquella entelequia incuestionable y
con mayúsculas, la Nación boliviana, una entidad estatal que nos uniría a todos (nos nombra en masculino, p.
47) y en la que no podrán más que subsumirse e incorporarse las naciones en minúscula, esas entidades territoriales de base ancestral y cultural que él asocia con lo
indígena. La conclusión de este “argumento por falacia
territorial” no es sino dar por sentada sin debate previo
la arbitrariedad cultural que constituye la Nación. Y así
García Linera convierte lo contingente en necesario, y
transforma, al mismo tiempo, la Nación boliviana en
una doxa (P. Bourdieu), para proclamar desde allí que
* Colectiva Ch’ixi, Tembladerani.
Marzo 2014 / Nº 140
todo el/la que se atreva discutir sobre el mestizaje es
impostor/a o irrelevante (64).
Al descartar de plano la importancia de este debate,
todo atisbo de cuestionamiento a la identidad primordial
realizada por el gobierno que él encarna queda desautorizado de antemano. El juego de poder que el Estado
representa ante las “naciones” indígenas sólo admite un
ganador, y hace descender en cascada abrumadora la totalización territorial y el esencialismo cultural. Bajo la
rúbrica de un sentido común trascendente, plasmado en
sucesivos mapas territoriales estancos, su discurso nos
permite entrever que lo que se nos viene podría ser una
suerte de ch'ampa guerra universal de todxs contra todxs.
En esta perspectiva, las diversas alianzas internas y externas con los factores de poder podrían acabar diezmando
el resto de dignidad y autonomía en las 36 “naciones”
reconocidas por nuestra carta magna.
Con su opúsculo, García Linera parece echar por
tierra un siglo y más de esfuerzos por repensar el espacio y la realidad social boliviana en términos de diferencias civilizatorias ancladas crucialmente en los
diversos modos de apropiación y transformación del
paisaje. Tampoco estima en mucho los esfuerzos de
innumerables personas a lo largo y ancho del planeta
que intentan crear un espacio taypi, de diálogo, entre
los portadores heredados de esos modos de hacer y de
crear la vida y aquellas otras colectividades movilizadas,
abigarradas y “de a pie” que constituyen lo más vital de
la contestación democrática y política contra el neoliberalismo. Muchos/as somos quienes nos hemos sumado a
esa utopía planetaria de interculturalidad postnacionalista, que Boaventura de Sousa Santos llamó “ecología
de saberes”. Y esto no excluye a mestizxs ilustradxs que
a través de sus actos e ideas problematizan día a día las
construcciones heredadas y autoritariamente impuestas, denominadas Estado y Nación. Baste recordar la
experiencia de las mujeres en el marco de las guerras
y derrotas bolivianas para entrever cómo es que se nos
terminó imponiendo un mapa,2 camisa de fuerza para
esos circuitos de mercado y de cultura transfronterizos y para las prácticas insurgentes y emancipatorias
de una multiplicidad de comunidades urbanas y rurales, indígenas y cholas, que articulan el día a día de la
subsistencia y hasta le procuran el almuerzo a nuestro
Vicepresidente.
Para él, sin embargo, estas realidades no cuentan.
Así, nos larga la enormidad de que la lengua compartida (habría que usar el plural) y el territorio “alcanzado”
(19-20) son el producto de la nación (!!!) y no su premisa. Por más Goffman y Bourdieu que nos esgrima,
el discurso del Vice es un sopapo en la cara de toda la
tradición marxista y postestructuralista y hasta de lo más
jacobino en la tradición liberal. De qué nomás entonces
será “producto” esa entidad abstracta –la Nación Estatal– que todo lo construye, lo ordena, lo racionaliza
2
Ese es el mapa que García Linera acaba por defender fervientemente, con todo y sus divisiones territoriales ilógicas y conflictivas, heredadas del período de la Nación-hacienda, que él
mismo se ocupa de describir.
debate
y que se convierte, como por arte de magia, en voluntad autoperpetuada de poder. ¿Cómo se habrá ideado
y plasmado esta entidad, de la mano de qué intereses, a
lo largo del tiempo? Estos cuestionamientos se aplican
desde los horizontes prehispánicos hasta el Estado colonial, ya sea en sus versiones republicana, nacionalista o
plurinacional. Que hace falta no sólo una respuesta, sino
hasta un atisbo de pregunta en torno a estas cuestiones
vitales, es muestra clara de que García Linera nos quiere
hacer pasar gato por liebre. Para él, la Nación Estatal
(en mayúscula) y a la vez plurinacional (en minúscula)
no es sino otro nombre, más acorde con los tiempos,
de la Razón hegeliana, esa vieja Razón de Estado cuyo
efecto pragmático, en la Bolivia de hoy, será el de interpelar precisamente a los sectores más proclives a asumir
fervientemente su discurso: las Fuerzas Armadas. Porque soy una birchola desconfiada y propensa a las teorías
conspirativas, a mí me t'inka que el ethos que gobierna su
escrito es nomás una justificación retórica, pobremente argumentada, de la actuación del Estado colonial y
de sus colonizados gobernantes en Chaparina (25 septiembre 2011), cuando la Nación estatal encarnada en la
Fuerza Aérea (el fantasma de Barrientos) quiso imponer
su vocación hegemónica –de la mano de intereses brasileros– por sobre la nación cultural y ancestral de los
habitantes del TIPNIS.
La invisibilidad de este discurso subyacente –una
dominación que borra sus propias huellas para travestirse de “cambio” mientras hace perdurar lo arcaico– demuestra que nuestro Vice ha sido el mejor alumno del
peor Bourdieu. En efecto, Álvaro ha encarnado como
habitus in-corporado aquello que fue pregunta y angustia existencial en Sergio Almaraz, René Zavaleta, Jaime
Mendoza y en el propio Bourdieu. Ellos sintieron la
ausencia de un Padre proveedor –eso es el Estado para
nuestro Vice– pero también decidieron recorrer los caminos de la Madre. Treparon por los cerros y descendieron a los valles, caminaron por territorios devastados por
la guerra, aprendieron sobre plantas y sobre kharisiris,
entraron en los socavones a saludar al tío y pulsaron con
combos y alcoholes la energía de la pacha. Aquellos intelectuales críticos pero integrales al “proceso de cambio
del MNR”3 resultaron al fin más ukhu runas (hoy
diríamos ch'ixis) que nuestro colonizado Vice.
Estuvieron mejor sintonizados con las angustias
y deseos de las colectividades trabajadoras y con
las energías telúricas que inspiraron a las mentes
clarividentes de todos los tiempos. Esas energías
que, desde la guerra del Chaco, nutrieron los valientes cuerpos masculinos y femeninos para detener la avanzada paraguaya, para enfrentar a la
Gulf, a la Standard o a la Bechtel. Nuestro Vice,
en cambio, se contenta con negociar contratos
y guardar las divisas o gastarlas en movidas prebendales, con recibir migajas y tolerar engaños
de Petrobras, San Cristóbal y cuántas más. Estas
3 Subtítulo de uno de los acápites del texto La Nación
Ch'ixi. Una mirada desde la Isla del Sol de Mario Murillo,
Ruth Bautista y Violeta Montellano, en preparación.­
/9
compañías no sólo dañan la tierra sino la dignidad del
mundo, no nos hieren como bolivianas o como paceñas
o benianas, como transportistas o biólogas, sino como
humanos y humanas que debemos convivir día a día con
las señales del malestar planetario, con las inundaciones,
las sequías, la desaparición de los ríos y glaciares, con la
contaminación minera y petrolera, y con los abusos de
nuestros gobernantes.
Como mestiza ch'ixi plenamente identificada
conmigo misma y con mis ancestros diversos (aymaras y judíos, entre otros), le hago notar a nuestro esforzado intelectual que en su exhaustivo inventario
de identidades binarias excluye una, la fundamental:
nuestra identidad y nuestras responsabilidades como
gente –jaqi, runa, humans–: especie que convive con
la infinita diversidad de habitantes de la tierra. Por
ello, tampoco comulgo con los oponentes de García
Linera en el mencionado debate. Al frente de la (im)
postura de García Linera está el ámbito de quienes se
atrincheran en la noción de lo mestizo como identidad ciudadana universalista, en oposición al supuesto
“particularismo” de las identidades indígenas, sexuales o de género. En este tema no me es posible entrar
ahora, si no es para decir que ellos tampoco reconocen la condición colonizada del Estado boliviano, la
camisa de fuerza de la Nación, o su propio papel como
correa de transmisión de la dominación externa. Son
nacionalistas sin nación vivida, trajinada o trabajada,
sin paisaje de referencia. La propuesta de descolonizar
el mestizaje supone un esfuerzo de aproximación al
mundo indio desde la planetariedad de un dilema: hoy
sabemos que nuestra supervivencia como especie podría resultar inviable a mediano plazo. En esto reside
la indianización del mestizaje, que es a la vez una demanda por descolonizar el gobierno de Evo Morales y
de su astuto acompañante. Retomar las huellas intelectuales de Jaime Mendoza, Matilde Garvía, René Zavaleta, Sergio Almaraz, Yolanda Bedregal y tantxs otrxs
mestizas que supieron reconocer en su subjetividad el
llamado a cuidar la tierra, a hablar lenguas alegres y a
habitar un espacio, un paisaje, un país, capaz de nutrir
la pluralidad en lugar de subordinarla y humillarla.®
10 /
debate
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Primera parte
Colonialidad y descolonización desde el Estado boliviano
o de la triste historia de algunas palabras
Mauricio Souza Crespo*
Colonialidad, descolonización, descolonizador: palabras del mismo universo discursivo que, en declaraciones ya rutinarias y frecuentes, en
documentos, constituciones y proyectos, han empezado a formar parte, en Bolivia, del vocabulario cotidiano. El “proceso de cambio”, se nos dice,
aspiraría a combatir la colonialidad (del poder, del saber), es decir, el “proceso” sería descolonizador. Pero ¿de dónde vienen estas palabras? ¿Qué
quieren decir?¿O qué se quiere decir con ellas? ¿Cuál es su contenido concreto, o sea, político? ¿Cuáles son las prácticas descolonizadoras a las que
aluden o llaman? En esta primera parte de un texto en dos, se intentan algunas (tentativas) respuestas a estas preguntas.
b. Imaginaremos los presupuestos filosóficos, los gestos teóricos no declarados, de esta teoría estatal específica (y no la única) de la colonialidad y la descolonización.
c. Ofreceremos, en la segunda parte de este ensayo,
ejemplos puntuales (y, claro, rápidos) sobre cómo
esos “presupuestos” se manifiestan en producciones
discursivas estatales o paraestatales específicas, en
Bolivia.
1
Una cuestión de palabras
Pero no es posible una respuesta rápida a tales preguntas, tal vez porque éstas –colonialidad, colonización–
son palabras que nos remiten a tradiciones teóricas
diversas, unas más recientes que otras, y que han sufrido,
como suele suceder con las palabras, un desplazamiento
constante en función de su uso y suerte en diferentes refriegas discursivas. Acaso una manera de responderlas –en
vez de optar por la imposible tarea de enfrentarlas en su
generalidad (lo cual nos remitiría a un vasto corpus de teorías y prácticas, a veces incompatibles)– sea permitirnos una
primera reacción nominalista y genealógica. O sea, reducir
las preguntas a su dimensión e historia concretas y locales.
Las mismas preguntas serían así reformuladas: ¿de dónde
sale (o nos llega) la noción de “colonialidad (del poder, del
saber)”? ¿Cuál es relación de este concepto con el llamado
a establecer, desde el Estado boliviano, prácticas descolonizadoras? Quizá una respuesta tentativa a estas preguntas –que
configuraría una especie de análisis textual-ideológico– sea
posible. Proponemos pues esas respuestas en varios pasos:
a. Nos preguntaremos, en principio, qué es y de dónde sale la noción teórica de “colonialidad (del poder, del saber)”.
* Periodista y catedrático.
2.Genealogía de la “colonialidad”:
¿de dónde sale el concepto?
Y ya que hablamos de las palabras y no de las cosas, la respuesta rápida y algo amnésica a esta primera pregunta podría ser la siguiente: la noción de “colonialidad” deriva del
trabajo de Walter Mignolo –un teórico norteamericano de
origen argentino– que, según cuenta él mismo, se tropezó con la palabra en 1992 al hojear el artículo “Colonialidad y modernidad/racionalidad” del sociólogo peruano
Aníbal Quijano.1 Desde entonces, y con sentidos no del
todo coincidentes con el trabajo de Quijano, Mignolo y sus
numerosos discípulos (que en Latinoamérica son, lamentablemente, legión) han ido dándole cuerpo al concepto.
En Mignolo y cia. la “colonialidad del poder” es un
concepto o herramienta general de tenue o irrelevante especificidad histórica. Remite, en concreto, a identificar lo
que él llama “cuatro áreas de control” –en un lenguaje prestado de Michel Foucault– en las que, desde un “afuera”, se
administra o gestiona al subalterno no-occidental. A saber:
las subjetividades, la autoridad, la economía y el conocimiento. Es decir, lo no-occidental es controlado, colonialmente, desde agencias eurocéntricas, en esas cuatro áreas.2
1
2
El libro en el que Mignolo “descubrió” el concepto de “colonialidad” para su audiencia norteamericana es: Los Conquistados:
1492 y la población indígena de las Américas de Robin Blackburn,
Heraclio Bonilla, et al. (Colombia: Tercer Mundo, 1992). El
texto de Quijano en cuestión, “Colonialidad y modernidad /
racionalidad”, es el último del tomo, pp. 437-449.
La explicación más reciente del concepto de “colonialidad” de
Todo esto suena muy parecido a una versión ampliada pero vaga de un conocido (y otrora útil) objeto
teórico, el “imperialismo” que es ahora cualificado como
un dispositivo de poderosa carga etnocéntrica. Los dos
giros adicionales en la teorización de la “colonialidad”
son viejas ideas que adquieren una nueva oportunidad
por una puesta al día del vocabulario que las resucita: a)
esa “colonialidad” sería la “cara oculta” de la modernidad
y sus proyectos modernizadores, es decir, la colonialidad
es parte central de la modernidad (y posmodernidad) y
no su obstáculo; b) el sujeto modernizador, el agente que
impone la colonialidad, es un sujeto blanco, occidental,
heterosexual (nada “diverso” ni pluri ni multi, en suma).
Los énfasis de esta teoría de la colonialidad son claros y, también por eso, no es difícil establecer sus debilidades, que son muchas.
3. La cara no tan oculta de la “colonialidad”
Se podría, legítimamente, cuestionar estas nociones por
su propio origen y sus maniobras expositivas básicas. Para
empezar, el hecho de que –ya que los orígenes son para
esta teoría fundamentales– provienen de sujetos eurocéntricos blancos heterosexuales, para luego ser absorbidas –
parece– por los intelectuales subalternos. O recordar que
la elaboración misma de la teoría, al menos en Mignolo,
es presentada biográficamente como una especie de epifanía autorial que presupone el acto de ignorar: a Mignolo se “le ilumina” el futuro académico un día de 1992 con
este descubrimiento, epifanía de la mala fe pues desconoMignolo (explicación que aquí usamos para ilustrar sus ideas)
la podemos encontrar en su artículo “Coloniality: The Darker
Side of Modernity” [“La colonialidad: La cara oculta de la modernidad”], en Modernologies. Contemporary Artists Researching
Modernity and Modernism Catalog of the Exhibit at the Museum
of Modern Art, Barcelona, Spain. Ed. curator Sabine Breitwisser.
Barcelona: macba, 2009, pp. 39-49. El opus magnus de Mignolo, en lo que a la colonialidad se refiere, es Local Histories/Global
Designs: Coloniality, Subaltern Knowledge and Border Thinking
(Princeton: Princeton up, 2000).
debate
Marzo 2014 / Nº 140
ce, deliberadamente, una larga tradición latinoamericana
de reflexión sobre el colonialismo. O el hecho de que las
nociones producidas parecen menos interesadas en iluminar o construir objetos teóricos que en patentar un repertorio de palabras listas para su consumo directo (y de ahí
que los textos de Mignolo y sus discípulos se tomen tanto
tiempo en inventar nuevos nombres que los diferencien
de sus competidores en el mercado transnacional de la
teoría: “ellos dicen altermodernidad, nosotros transmodernidad”, etc.). Pero estas objeciones no identifican, sino indirectamente, el verdadero problema, que radica ya no en
el origen de la teoría sino en la teoría misma. Es más: la
deleznabilidad de la teoría de la “colonialidad-a-la-Mignolo” interesaría poco o nada si no se filtrara, como creo
que lo hace, en los discursos estatales o paraestatales de la
descolonización, aquí por ejemplo, en Bolivia.
Podríamos resumir esos problemas de la teoría o al
menos los que, en el contexto discursivo latinoamericano (aunque hablo desde Bolivia), tienen una importancia
estratégica, en los siguientes puntos:
a. Mignolo y cia. entienden la modernidad (y su cara
oculta, la colonialidad) como un asunto discursivo.
Es decir, la colonialidad vendría a ser, poco menos,
que una creación de intelectuales, los productores del saber. Cuando, en una especie de consigna
final, Mignolo afirma que “la organización racial y
patriarcal subyacente a la generación de conocimiento
(la enunciación) forman y mantienen la matriz colonial
del poder…”,3 lo que confirma es este simplificador
énfasis culturalista-epistemológico. Quizá aquella
consigna –tan atractiva para tantos intelectuales– de
que el “poder es saber” haya sido adoptada muy literalmente, lo que genera, claro, una política literal,
o sea, voluntarista: de lo que se trata es de proponer
“otros conocimientos”, éstos ya despojados de su
heterosexualidad eurocéntrica de origen, lo cual, al
parecer, nos permitiría abrogar la colonialidad.
b. En su énfasis discursivo-culturalista, la “colonialidad/
modernidad” es un concepto escandalosamente antimarxista. Tiene todo el derecho a serlo, por supuesto,
pero al precio de una teorización de la modernidad
que es en definitiva light, casi parte de los discursos
liberales de la globalización (la “modernidad” sería un
“estilo de vida” que podemos “rechazar” por algo más
“propio”). Seamos claros: la modernidad es el capitalismo, el dominio global de un modo de producción
(y, por eso, hablar de “modernidades capitalistas” es
una redundancia innecesaria o una tautología que no
sabe que lo es). En el sentido en que hay un mercado
global cada vez más “total”, todos somos modernos
(así sea el caso que el lugar que ocupamos en esa modernidad/capitalismo no nos guste).
c. El énfasis superestructural es aquí intenso, una dimensión de las inclinaciones culturalistas de la teoría de la colonialidad: “A principios del siglo xxi, el
mundo está interconectado a través de un solo tipo
de economía (el capitalismo) y se distingue por una
diversidad de teorías y prácticas políticas”.4 Es decir,
si ese es el caso, de lo que se trataría es de encontrar o
construir inflexiones locales del capitalismo (i.e.: “el
sistema es el mismo, pero la superestructura política
es diversa”). Algo así como crear “modernidades” a
la boliviana, a la venezolana, a la colombiana.
d. El esencialismo identitario está a la vuelta de la esquina: se postula sujetos subalternos portadores de
un “saber no occidental”, de “tradiciones” que niegan a ese sujeto “eurocéntrico heterosexual blanco”
y que, claro, potencialmente, desde “sus” saberes,
harían tambalear la modernidad ya desahuciada.
Nos tendríamos que imaginar que, si se problematizan o corroen los saberes y las ideas, también las
realidades se caen, en este caso, del capitalismo. Y
no es casual que la agenda que construye este tipo
de ideología “descolonizadora” sea culturalista: una
especie de Revolución Cultural mundial –que Mig3
4
“La colonialidad”, p. 49 (énfasis de Mignolo).
Ibíd., p. 40.
nolo llama un “cosmopolitismo descolonial”– acabará, parece, con el capitalismo.
4. La llegada de la “colonialidad” a Bolivia
Que la “teoría de la colonialidad del saber/poder” –que
encuentra en la noción de “descolonización” una putativa
práctica política– se haya puesto de moda (como, poco antes, la noción de “hibridez” o, antes, la de “dependencia”)
no es en absoluto una descalificación de su posible utilidad teórica. Pero es aún más productivo preguntarse, en
cambio, por las razones de la generosa receptividad que la
ha beneficiado en países como Bolivia y procesos estatales
como el que vivimos aquí. Después de todo, podríamos
estar discutiendo estos asuntos desde trabajos teóricos
mucho más complejos y ricos.5 Pero a ratos es difícil no
pensar que el Estado en Bolivia, al menos en estos temas,
está como atrapado en las estelas dejadas por la escuela
de Mignolo. Creo que una respuesta rápida y simple a la
cuestión de la receptividad de esta “teoría de la colonialidad” tiene que considerar, en principio, el eco que tales
conceptos encuentran en una serie de hábitos intelectuales
o certidumbres colectivas en Bolivia (y que, me imagino,
algunos países latinoamericanos comparten). Por ejemplo:
a. La noción, que en nosotros es de sentido común,
que la ruptura republicana en Bolivia (y en países
latinoamericanos como Bolivia) no supuso un cambio sustancial.
b. Que las estructuras de “modernidad” (o más bien
de las olas “modernizadoras”) impuestas en Bolivia
han escondido y esconden una cara colonial.
c. Que ese colonialismo, no disuelto sino rearticulado
por la República, desprecia lo propio: de lo que se
trataría es de “pensar el mundo desde Bolivia”.
Estas certezas preparan sin duda la recepción, un
tanto entusiasta, de ideas como las de Mignolo. Sin embargo, al menos en su uso restringido, esas ideas tienen
una ventaja adicional más importante: son simples. Se
prestan, quiero decir, por igual a un discurso anti-capitalista, anti-globalizador y, de paso, fuertemente identitario. Es más, se prestan a una pobre construcción ideológica puesto que recurren a un esquema narrativo básico:
un binarismo no problematizado que, de repente, se torna en una opción ética: el bien y el mal, o el capitalismo
5
En la tradición teórica boliviana, por ejemplo, el trabajo de la
ensayista Silvia Rivera Cusicanqui, que dialoga no sólo con el
mundo (los postcolonialistas de la india, por ejemplo) sino además con una tradición del “conocimiento local”, latinoamericano.
/ 11
vs. la comunidad, lo colonizado vs. lo descolonizado, lo
moderno vs. lo tradicional emancipatorio, etc. Y, como
en todo binarismo simple, se suelen reducir los objetos
teóricos considerados a su dimensión ética mínima (por
ejemplo, ya en Mignolo, se oponen los saberes occidentales “especializados” a las comprensiones “holísticas” no
occidentales: una oposición creada por la modernidad, ya
en el romanticismo, hace un par de siglos).
5. Los presupuestos “epistemológicos”
Se puede discutir, como se lo ha hecho más o menos desde principios del siglo xx, las formas en que las epistemologías modernizadores son esenciales a la colonialidad
del poder y del saber. Pero lo que encontramos en una
parte de las producciones discursivas descolonizadoras
en Bolivia, esas discursividades “a la Mignolo” producidas a veces desde el Estado y su “proceso de cambio”, es
más bien la fundación de una doxa escasamente reflexiva y abiertamente instrumental (que opera, en términos
generales, como un clásico discurso legitimador). Este
“discurso legitimador” simplifica y deforma, sin duda, el
contenido emancipador de una serie de experiencias organizativas, de movilizaciones de base, de debates ideológicos no estatales (que sí existen, con gran riqueza, en
Bolivia y cuya historia o descripción excede el propósito
de estas líneas). Y lo hace no desde una “ruptura epistemológica” sino desde la perpetuación –con un contenido distinto– de una serie de gestos que precisamente las
formas más ricas de pensamiento o práctica descolonial
se han ocupado de invalidar. Es más: otras tradiciones
de pensamiento crítico hubieran sido aquí pertinentes,
en vez de Mignolo, como modelo (el feminismo radical,
por ejemplo, que reconoce estos gestos de perpetuación
de una epistemología instrumental a leguas de distancia).
Esquematizando un poco, podríamos resumir esos
presupuestos discursivos (todos ellos lugares comunes
harto conocidos) en la siguiente lista:
a. Esencialismo identitario. Se maneja la noción de “identidades fijas”, que serían la expresión, permanente,
de una matriz cultural no-occidental. Como todos
los esencialismos identitarios, éste tiende a una naturalización de las diferencias y oposiciones postuladas, desdeña las complejidades histórico-culturales
de su construcción y tiene la tendencia a ignorar las
contradicciones performativas de su práctica (la diferencia entre “lo que hago y lo que digo que hago”).
Produce, además, una especie de reducción política:
en tanto encarnación de un contenido esencial distinto, los “sujetos sociales subalternos” sólo tienen
12 /
que ocupar el poder (o sólo se tiene que decir que
lo ocupan) para que éste sea otro. Descolonizar
se reduciría a que el sujeto no-colonizado tome el
poder estatal (o despatriarcalizar,­a que las mujeres
sean funcionarias del Estado), pues porta en sí mismo, como una naturaleza, un principio de saber y
poder distinto. Hay en esto, sin duda, algo de las
tradicionales políticas liberales (y capitalistas) del
“reconocimiento” cultural o genérico; también, ecos
de viejos reduccionismos clasistas (“mi origen de
clase determina el contenido y forma de mi práctica política y cultural”). Pero, aún más importante,
es que el esencialismo identitario puede ser un gesto
epistemológico autoritario (como muchos de los que
parten de la noción de “identidad”), normativo y, de
hecho, tendencialmente reaccionario. Si la “esencia
identitaria” es un hecho ya dado, un dato de la realidad a la espera de su reconocimiento y uso político,
el cambio es un mero procedimiento de visibilización o énfasis “valorativo” y no una transformación
de lo dado (que incluye, en su triste gravedad, esas
mismas identidades que se proponen como principio de “otra realidad”). El cambio revolucionario,
en cambio, debería ser quizá un llamado a explorar
la diferencia, incluyendo aquella que me separa de
mí mismo (esa frágil e hipotética identidad). Aquí, el
“esencialismo estratégico” es, a la larga, una falsa solución (la reconstrucción política de una “identidad
fija”, con fines estratégicos, termina convirtiéndose
en toda la estrategia: “nosotros vs. el resto”).
Ya en una historia que se repite, esa lógica de “recuperación”, reivindicativa, convierte el mito trágico
del buen salvaje (un mito imperial, modernizador)
en la teatralidad posmoderna (y para consumo posmoderno) de las “sabidurías ancestrales”.
b. Una estructura ética binaria. Una vez identificados
los contenidos y agentes hegemónicos (“la colonialidad”, el “sujeto blanco occidental heterosexual”, el
“saber modernizador”), los contrahegemónicos se
producen a partir de una simple replica o desdoblamiento binario (en este caso: “la descolonización”,
“el sujeto etnizado no-occidental heterosexual”,
“los saberes propios tradicionales”). En esta dualidad, bastaría el reemplazo, progresivo, de lo malo
(hegemónico) por lo bueno (contra-hegemónico).
c. Un cierto idealismo no-dialéctico. Este idealismo no sólo
deriva del esencialismo del proyecto y de su tendencial organización en binarismos en definitiva éticos (y
por “éticos” entiendo aquí la dimensión “filosófica”
de la praxis burguesa). Nace, además, de una suerte
de enamoramiento intenso con una noción de la política como un asunto de refriegas y disputas discursivas
(en muchos casos meramente académicas). Se corre el
riesgo, también, de una suerte de intenso divorcio con
la práctica: todo lo que es sólido flota, en este caso,
entre los vapores de ejercicios discursivos divorciados
de lo dado (y de lo que todavía no es). Y es un idealismo no-dialéctico: su claridad “ética” y su inclinación
por las “esencias” lo conduce a pensar en la contradicción como una dinámica “externa”. Por ejemplo:
no puede pensar que esa identidad postulada como el
contenido de la descolonización es, en sí misma, también fruto de la colonialidad del poder, esa medida en
que, como decía el ensayista boliviano René Zavaleta
Mercado, “uno pertenece a lo que niega”.
d. Un énfasis cultural-político. Por lo dicho, y en tanto
ejercicio de intelectuales, la “colonialidad” de la que
aquí hablamos se organiza como un concepto cultura­
lista: imagina el cambio político en tanto Revolución
Cultural (i.e.: es una teorización poco interesada, en
los hechos, en las determinaciones económicas de esa
Revolución). No es casual que, en Mignolo por ejemplo, la posibilidad de salir del capitalismo (que se reconoce, contradictoriamente, como “sistema único”)
pase por una especie de revolución limitada de los
aparatos ideológicos del Estado, una modesta batalla
cultural-educativa (consistente, según su esencia­lismo
debate
e.
de partida, en incorporar, en esos aparatos, al “otro”
no-occidental). En su versión boliviana, no es por eso
extraño que el hacer decolonial desde el Estado se haya
concentrado hasta ahora en los Ministerios de Culturas y de Educación y no en el de Finanzas (que, en todo
esto, es un Ministerio muy respetuoso de las ideas de
Mignolo: parece decir, en lo hechos, que el capitalismo –así sea de Estado– es nomás el sistema único al
que estamos condenados; lo que podemos producir –y
ni eso con ganas– son los gestos de una “revolución
cultural”, mera superestructura, ceremonia).­
La descolonización como Revolución Cultural. En su origen, la noción de Revolución Cultural (que proviene
Marzo 2014 / Nº 140
del Lenin de sus últimos escritos), busca o teoriza algo
específico: la creación de una nueva cultura que responda a un nuevo modo de producción o a la transición a un nuevo modo de producción. Para Lenin esto
significaba: a) la creación de una nueva cultura en el
sentido tradicional de la palabra (un nuevo cine, una
nueva literatura, una nueva pintura); b) la preparación
educativa para el cambio (alfabetización, educación en
general); c) la formación de nuevos hábitos políticos y
culturales. Entendida en los términos de la colonialidad
aquí descrita, ninguna de estas tareas es central, pues
de lo que se trata es simplemente de un reemplazo:
los contenidos y prácticas ya presentes (o con posibilidad de ser rescatados) en el sujeto contra-hegemónico
no-occidental son el principio, por su mero reconocimiento, de la revolución cultural descolonizadora.
f. Un paradójico a-historicismo. Si las esencias identitarias o civilizatorias se dan como dadas –cuando
quizá sean, en los hechos, complejas recuperaciones
y resignificaciones de una tradición que se postula,
políticamente, como emergente– no es sino lógico
que ese uso se produzca al margen de su inscripción
histórica y social específica. La simplificación, casi
folletinesca, de la historia está por eso a la vuelta
de la esquina (en Mignolo, por ejemplo, con sus
escolares resúmenes de la historia de Occidente
en un párrafo o con textos estatales en Bolivia en
los que “lo colonial” es un par de generalidades).
Tampoco es casual la tendencia de hacer de los
sistemas culturales, a través de la glosa en torno a
las lenguas no-occidentales, un principio de saber
alternativo (la hipótesis Sapir-Whorf llevada a su
extremo paródico: los presupuestos lingüísticos de
una lengua no-hegemónica como principio de Revolución Cultural, la simple diferencia reificada en
tanto contenido de la descolonización). Finalmente, es igualmente frecuente que en su lógica binaria
se postule como diferente, y al margen de la historia, aquello que, en el otro, supuestamente “no
somos nosotros”. (Por ejemplo, lo “holístico nooccidental” versus las fragmentación occidental: en
los hechos, los llamados al “holismo” del saber son
tan viejos como esa occidentalización instrumental,
y configuran uno de sus discursos dominantes).
g.Apocalíptico. Puesto que, en la práctica, su tematización del “capitalismo como sistema único” es perentoria y superficial (es un pensamiento que carece
de especificidad), la teoría de la colonialidad opera,
directa o indirectamente, la frecuente conjunción
de un voluntarismo programático y un horizonte
apocalíptico ingenuo. Por voluntarismo deberíamos entender la noción ya glosada de “reemplazo
de contenidos y formas”: el capitalismo empezaría
a caer en el momento en que otros saberes y otras
formas de organización lo reemplacen (en un momento histórico en que el “sistema mundial”, es
decir, el capitalismo como mercado global, no ha
dejado libre ningún rincón de la tierra). Por apocalíptico, debemos entender que, con un entusiasmo
enternecedor, una de las periódicas crisis del capitalismo, la actual –que como las anteriores muy probablemente se pruebe simplemente una etapa de su
expansión–, es leída como su fin. (Algo así como
proponer que la crisis internacional del neoliberalismo augura ya la utopía).
h. Horizonte transnacional. Por sus inclinaciones a-históricas, su carácter discursivo-culturalista, sus simplificaciones, esta teoría de la colonialidad se presta
a viajar muy bien: su falta de especificidad política,
o equipaje, le permite traducirse en los circuitos internacionales del anti-globalismo. Mignolo propone
al respecto un “cosmopolitismo descolonial” (muy
a tono con el ímpetu de cierto tipo de ongs) y no
poco de lo descolonizador desde el Estado, en el caso
boliviano hoy, sigue esas pautas. No es casual que su
público, en buena medida, sean esas redes internacionales de “solidaridad” vaga y voluntariosa.®
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crónica
Industrializar la Amazonía: ¿Los pueblos sobran?
Marc Gavaldà*
La apuesta de ypfb por explorar hidrocarburos en la cuenca del río Madre de Dios –una exploración que supone, de paso, la intervención
de la Reserva Nacional Manuripi– debería obligarnos a prestar atención a los posibles (y previsibles) impactos de esta actividad extractiva
en pleno corazón de la Amazonía. El reciente libro Gas amazónico de Marc Gavaldà, que describe las consecuencias del “desarrollo
industrial” extractivo en la vecina cuenca del río Urubamba (Perú), puede aportar, quizá, algunas premoniciones, algo sombrías sin duda.
P
erú vive un modelo económico extractivista. Y,
como sus vecinos, no ha logrado convivir con
el respeto de los derechos fundamentales de la
población. En la Amazonía, las expectativas del
movimiento indígena con el nuevo presidente, Ollanta
Humala, se diluyeron como el petróleo que fluye impunemente por los ríos Corrientes, Marañón y Trompeteros. Diferentes organismos peruanos e iniciativas
de seguimiento comunitario ya han advertido que, con
esta ampliación de la frontera petrolera, se han multiplicado los impactos en los ecosistemas amazónicos y
se han generado conflictos territoriales con las comunidades nativas.
El auge de las concesiones
En la última década, se ha acelerado la entrega de lotes
petroleros en la Amazonía. Esa entrega afecta a más del
72% del territorio, la mitad en zonas donde nunca hubo
actividad petrolera. A lo largo de la historia, sólo un 16%
del territorio de la Amazonia peruana se ha salvado de
tener en algún momento un bloque petrolero. Actualmente, son más de 50 las compañías petroleras operando en un centenar de lotes en territorio peruano. Según
datos del Ministerio de Energía y Minas, sólo en 2010 se
registraron 7.405 km de líneas sísmicas 2D y 4.108 Km2
de líneas sísmicas 3D (un incremento de 24,1% y 77,9%
respectivamente con respecto al año anterior).
Cuatro décadas de contaminación
En el departamento de Loreto, al norte del país, se
cumplen cuatro décadas de explotación petrolera. Los
resultados son nefastos: cuadros epidemiológicos en los
pueblos ribereños por el consumo de agua y pescado
contaminado con metales pesados. En octubre de 2011
, un comunicado de federaciones indígenas bloqueaba
una concesión (la del lote 192) hasta que sean remediados los sistemáticos vertidos de otro lote (el 1AB), cuyo
titular, Pluspetrol Norte, pretende deshacerse de los pasivos ambientales como ya lo hizo Texaco en Ecuador.
Consultas sólo en el papel
Tras los levantamientos amazónicos de 2008 y 2009, se
aprobó en Perú una Ley de Consulta que obliga a pedir
permiso a las comunidades afectadas por una concesión
antes de que ésta sea licitada. Pero en la práctica se repiten las malas prácticas que omiten la voluntad de la
población, como se ha visibilizado en los conflictos que
enfrenta por ejemplo Repsol con los pueblos Harakmbut (lote 76), Awajún y Shawi (lote 109) y Kakinte (lote
57), entre otros.
Camisea: gas con sabor a caucho
Al sur de Perú, la selvática cuenca del Bajo Urubamba
fue escenario hace un siglo de la explotación cauchera
que diezmó a pueblos amazónicos. En la actualidad, ahí
mismo, cinco empresas se reparten un botín gasífero
que ha empezado a reportar extraodinarias ganancias.
En total, más de un millón y medio de hectáreas, repartidas en cuatro concesiones, acorralan los territorios
de los pueblos matsiguenga, yine yami, nahua, nantis,
ashaninka y kakintes. Protagonistas de un desembarco industrial sin precedentes, las compañías petroleras
presumen de los trillones de pies cúbicos de gas descubiertos al borde de reservas naturales de importancia mundial por su biodiversidad: el Parque Nacional
Manu, el Parque Nacional Otishi y el Santuario Megantoni. La inaccesibilidad, la falta de testigos, unido a
una complicidad gubernamental y las engañosas campañas de imagen corporativa y relacionamiento comunitario, permiten a Repsol, Petrobras, Hunt y Pluspetrol actuar con un holgado margen de impunidad.
Gas amazónico: Reportando el etnocidio
El libro Gas amazónico aporta nuevas pruebas sobre las
acciones de estas empresas en ambos márgenes del río
Urubamba, al sur de la Amazonía peruana. Allí, decenas de comunidades nativas se han visto intervenidas
para dejar paso al gas.
Los efectos de esta industrialización ya se sienten
y han modificado las condiciones de vida de las comunidades. Los lotes se encuentran todavía en una fase
germinal de desarrollo, pero las compañías que los
operan llevan un lustro explorando. Habiendo descubierto reservas probadas de gas, se ha entrado en la
cuenta atrás para la apertura desenfrenada de decenas
de pozos en cada lote, el tendido de kilómetros de ductos, la ampliación de depósitos de almacén y la construcción de nuevos y gigantes gasoductos para exportar
las riquezas descubiertas. Y con esta industrialización,
el destino de las comunidades quedó, sin saberlo, atrapado para siempre dentro de este complejo industrial
que lo abarca todo.
En el libro Gas amazónico se ha perseguido la
documentación de accidentes y derrames de hidrocarburos en los ríos, el gradual deterioro de la calidad de los recursos por la intensificación del transporte fluvial y aéreo o los instrumentos de Relación
Comunitaria enfocados a conseguir un consentimiento servil a partir de la disposición de mecanismos de dependencia en las comunidades. Además,
se reconstruye la reciente historia del contacto y
debacle poblacional del pueblo nahua a partir de
la entrada de Shell y las posteriores operaciones de
Pluspetrol en el interior de la Reserva Territorial
Nahua Kugakapori Nanti.
Atropello industrial en la Amazonía
Camisea es una comunidad machiguenga que ha dado
nombre al proyecto energético más grande en la historia de la Amazonía peruana. Sus inicios se remontan a la década de 1980, cuando esa región fue primero explorada y perforada por Shell. El ingreso de esta
compañía en aquella zona, hasta entonces impenetrada, fue fatal para el aislado pueblo Nahua, que sufrió
una mortalidad del 50%. Tras el abandono de Shell
por desacuerdos contractuales, Pluspetrol (compañía
argentina accionariada por Repsol) lidera el consorcio
que opera en la zona.
La explotación del lote 88, superpuesto a la Reserva Territorial Nahua Kugakapori Nanti –creada
para proteger el hogar de los pueblos Nahua, Nanti
y Matsiguenga– constituye una amenaza. Inmersa en
una campaña de expansión de actividades dentro de la
reserva, en julio de 2011 Pluspetrol contrató a indígenas para mediar en posibles contactos con los pueblos
que encontrara a su paso. Un documento confidencial,
interceptado a un gerente de operaciones, demostraba
que Pluspetrol quiere construir una antena parabólica
para que los comunarios nahua sintonicen Direct tv
en el interior de la Reserva.
En las últimas semanas –enero 2014– Pluspetrol
ha recibido el apoyo de un gobierno: el permiso para
ampliar las actividades con nuevos proyectos de exploración sísmica y construcción de 18 nuevos pozos al
interior de la Reserva. Esta no es sino la ejecución de
un etnocidio.®
* Ambientólogo y documentalista del colectivo Alerta Amazónica.
14 /
cronica
Marzo 2014 / Nº 140
Segunda parte
Crónica del ataque a la sede del conamaq
José Luis Saavedra*
La toma gubernamental de la sede del conamaq es una historia que tiene, por lo menos, dos episodios. En el número anterior de Nueva
Crónica, Saavedra trazó la reconstrucción (a través de una nota, un par de comunicados de las organizaciones indígenas y un comentario)
del asalto gubernamental del 10 de diciembre del año pasado. En esta segunda parte de su crónica, se ocupa de los hechos violentos que,
organizados desde el gobierno, el 14 de enero de este año derivaron en la creación de un seudo “conamaq” para-estatal.
P
ara esta segunda parte de nuestra crónica de la toma
gubernamental basta transcribir (salvo algunas indicaciones) el comunicado oportunamente emitido
por el Consejo de Gobierno del conamaq. (Fue
nula la difusión que en su momento tuvo este documento, pese a su lúcida y detallada explicación del ataque gubernamental). Un ataque que vulneró, flagrantemente, el
ejercicio de los derechos fundamentales y atentó contra
la dignidad y soberanía política de las organizaciones y
pueblos indígenas de las tierras altas de Bolivia.
La denuncia “El Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (conamaq) ante la violenta ocupación y toma de
su Casa de Gobierno, ocurrida en la mañana del 14 de
enero de 2014, por una turba contratada y apoyada por
el gobierno del señor Evo Morales Ayma, que viola de la
manera más flagrante los derechos humanos y las libertades fundamentales de los pueblos indígenas, manifiesta
y denuncia públicamente las agresiones sufridas, para el
conocimiento de los organismos pertinentes sobre los
derechos humanos y los derechos de los pueblos indígenas del sistema interamericano y de las Naciones Unidas.
El conamaq es el gobierno originario de los pueblos y nacionalidades indígenas, constituido el 22 de
marzo de 1997, con personalidad jurídica No 0342, que
cumple con las tareas y las competencias fundadas en la
milenaria cultura política y reconocidas en la normativa
inter-nacional y la Constitución Política vigente. La elección, consagración y actos administrativos del conjunto
de las autoridades indígenas está amparada en el artículo
30 de la Constitución Política del Estado Plurinacional,
el Convenio 169 de la oit y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los pueblos Indígenas.
En el marco del artículo 3ro de la Declaración, los
pueblos indígenas del Qullasuyu tienen por norma de
elección y renovación de sus consejos al thakhi (camino) y
muyu (turno), siendo sus instancias máximas de decisión
Mara Tantachawi (Congreso anual) y Jach’aTantachawi
(Gran Congreso). En el Jach’a Tantachawi se elige y consagra al Consejo de Gobierno, cuya gestión dura 2 años.
Así ha ocurrido desde el año de 1977 hasta el presente.
Este sistema de gobierno originario viene desde el
tiempo de los inkas, resistió a la colonia española y a la
república. También ha sido el resguardo del territorio
y la vida de millones de indígenas qullas hablantes del
aymara, quechua y uru. Los consejos de gobiernos (integrados por las autoridades originarias) preservan la
autonomía e independencia política en relación con las
ideologías, partidos políticos y regímenes de gobierno.
Ante la imposibilidad de uncir al conamaq a los
lineamientos del Movimiento al Socialismo (mas), el
partido de gobierno, Evo Morales y sus ministros se
dieron a la tarea de intervenir y entrometerse insolentemente en los asuntos del gobierno originario, armando grupos de choque y asaltando con la ‘ayuda’ de
la policía la Casa del conamaq, donde fue instalado
* Docente en la umsa.
ecologistas, universitarios y simpatizantes de las
ciudades de La Paz y el Alto.
3. En el viii Jach’a Tantachawi (Congreso), realizado en el Coliseo de la Universidad Mayor de San
La relación de los hechos
Andrés los días 12 y 13 de diciembre de 2013, se
La relación sucinta de los actos de violación es como
renovó el Consejo de Gobierno a la cabeza de los
sigue:
Tata Apus Freddy Bernabé del suyu Sura y Cancio
1. La noche del 10 de diciembre un grupo de indiRojas de Charka-QharaQhara con sus respectivos
viduos vestidos de ponchos, para hacerse pasar
mama t’allas, siguiendo el camino de sus normas
por autoridades originarias, asaltó la Casa de Gode gobierno. Los Consejos de Gobierno saliente
bierno del conamaq. Era el quinto intento de
y entrante acordaron llevar el día 14 de enero un
ocupación violenta que el gobierno propiciaba a
Consejo de Consejos, para la transición de las actitravés de dos supuestos mallkus: Hilarión Mamani
vidades orgánicas y administrativas. El Consejo de
y Gregorio Choque. No pudieron hacerlo a pesar
Consejos tiene como mandato revisar y adoptar la
de las sombras de la noche y la complicidad de
agenda propuesta por el Consejo de Gobierno.
la policía boliviana, que desde esa noche mantuvo 4. En la mañana del 14 de enero, cuando las autosecuestrada la casa, echando a la calle a las autoriridades del Consejo de Gobierno se aprestaban
dades indígenas, quienes instalaron una vigilia de
a dar la bienvenida protocolar a las autoridades
resguardo y también una oficina desde donde deselectas de los suyus (naciones), fueron sorprenpachaban los asuntos administrativos y orgánicos.
didos por la violenta irrupción de una turba disEstos hechos fueron puestos en conocimiento del
frazada con ponchos bajo la identidad de ‘Capac
representante del Alto Comisionado de Derechos
Omasuyos’, que a vista y paciencia (complicidad)
Humanos, señor Dennis Racicot y el Defensor del
de la policía, que supuestamente resguardaba la
Pueblo, señor Rolando Villena.
casa del conamaq, procedió a agredir violen2. La vigilia fue mantenida hasta el día 14 de enero
tamente a las autoridades originarias con palos y
por las autoridades de los 16 suyus (naciones), mulátigos, destrozando las carpas y los bienes de los
jeres y jóvenes líderes de los ayllus con el acomque hacían la vigilia. Acto seguido dos policías de
pañamiento de activistas de derechos humanos, alta graduación procedieron a abrir las puertas de
un supuesto ‘directorio’ de autoridades indígenas, que
usurpa el nombre conamaq y hace pública su adhesión al partido político de Morales Ayma.
la casa a los agresores y asaltantes. La policía actuó
pues como parte interesada y parcializada”.
Por qué el gobierno tomó el conamaq
“Lo ocurrido en la tradición política boliviana no tiene
otro nombre sino el de Golpe de Estado. El gobierno de
Evo Morales, ante la imposibilidad de doblegar al conamaq y a sus 16 suyus, no tuvo mejor elección que echar
mano de ese infame método de ‘toma del poder’, siendo
que el Presidente y sus ministros se quejan todos los días
de supuestos golpes de estado, como fue la acusación para
la expulsión de la organización no gubernamental ibis
Dinamarca. No hay duda alguna que es el afán gubernamental de control absoluto de los pueblos y organizaciones indígenas, el que ha llevado al gobierno del presidente
Evo a atentar contra la democracia del ayllu y a buscar
dividir el Consejo de Gobierno de los pueblos indígenas y
naciones originarias como es el Qullasuyu.
Cuáles son las causales, los pecados cometidos por
el conamaq? Desde el vii Jach’a Tantachawi de diciembre 2011, el Qullasuyu en pleno (con todas sus
autoridades) decidió ejercer su derecho a la libre determinación dejando el Pacto de Unidad, para así exigir,
desde la acción de la autonomía efectiva, la implementación de la Constitución y el ejercicio íntegro de los
derechos de los pueblos indígenas consagrados en el
artículo 30 de la cpep. Es por tanto en el cumplimiento de los mandatos del vii Jach’a Tantachawi, que el
Consejo de Gobierno a la cabeza del Apu Félix Becerra
concentró sus esfuerzos por la efectiva realización de:
• El derecho a la libre determinación a través de la
consulta para el consentimiento libre previo e informado en todos actos legislativos y administrativos
del Estado concernientes a los pueblos indígenas.
• La defensa de la integridad de los territorios de
los pueblos indígenas, donde hayan proyectos de
re-colonización a través de los mega-proyectos
(represas, carreteras, etc.), mega-minería y plantaciones de agro-combustibles.
• La participación solidaria del conamaq en las
viii y ix marcha indígenas por la defensa del tipnis, que fue calificada como un delito por Evo
Morales y su entorno.
• Una situación realmente extrema fue la vivida por
los ayllus afectados por el proyecto minero Mallku Quta, por cuya causa fue secuestrado, torturado y encarcelado el kuraka Cancio Rojas.
• La participación política como derecho humano
fundamental. La defensa de este derecho desató la
furia del gobierno que busca mantener en calidad de
rebaño a las organizaciones y pueblos indígenas. Así
fue como, desde el gobierno, las autoridades originarias y los líderes del conamaq fueron señalizados
y criminalizados por supuestas alianzas con el ‘imperialismo’, con la ‘derecha’, etc., cuando es el propio
gobierno de Evo morales el que hace amarres con el
empresariado racista y fascista de Santa Cruz”.
Conclusiones
Estamos pues ante la reiteración de las históricas agresiones y violencias coloniales en contra de los pueblos
indígenas, hoy reactivadas y más aún intensificadas por
el gobierno del presidente Evo. Actualmente no sólo se
acrecientan los ataques y asaltos gubernamentales en
contra de las organizaciones indígenas u originarias,
básicamente la cidob y el conamaq, sino también la
derechización cada vez más creciente del ‘gobierno de
los movimientos sociales’, tanto que hoy los enemigos
ya no son los separatistas de la media luna sino los propios indígenas (sustento primordial de la construcción
del Estado plurinacional).
Se impone pues la reactivación del awqa pacha
(tiempo de insurgencia) por la vida y por la sagrada memoria de nuestros héroes, que ofrecieron su vida por
legarnos una patria emancipada. ¡Jallalla!®
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libros
Marzo 2014 / Nº 140
Crítica de libros
¿Qué pasó con el proceso de cambio?
E
l último libro de la socióloga Fernanda Wanderley se llama ¿Qué pasó con el proceso de cambio?
Ideales acertados, medios equivocados, resultados
trastocados y hace un repaso de las principales políticas públicas del Gobierno del mas, tanto las que se
proclaman como tales (el fortalecimiento de la economía plural, la superación del extractivismo, y el
“vivir bien”), como las que se realizan efectivamente
(aprovechamiento de la extracción de recursos naturales para financiar la expansión del gasto público
y la creación de nuevas empresas estatales, así como
una política social relativamente activa, con pros y
contras).
Wanderley señala su coincidencia con los propósitos del primer tipo de políticas, que son las formalmente inscritas en los documentos estratégicos
de Gobierno pero que en la práctica no se aplican,
y en cambio critica las que efectivamente se llevan
a cabo, no sólo por su incoherencia con los ideales,
sino también por la poca eficacia del mas para realizarlas.
Aunque en el periodo 2006-2012 la pobreza y
la desigualdad han disminuido, las causas no son los
cambios introducidos por el Gobierno (excepto los
sucesivos aumentos de salarios), sino el crecimiento
económico del país y las transformaciones que dicho
crecimiento ha causado en el mercado laboral. Las
demás políticas laborales, y sobre todo las políticas
relativas a la educación y la salud, adolecen de serios
problemas, que Wanderley anota puntualmente.
Los avances, entonces, han terminado como “resultados trastocados”, es decir, no se han dado gracias
a los medios por los que se buscaron, ya que estos
medios estaban y están equivocados.
El libro que comentamos es sobre todo un informe sobre la situación de las políticas públicas,
tanto las “teóricas” (en cuyo caso la autora analiza
sus contradicciones discursivas y denuncia su poca
relevancia en el verdadero quehacer gubernamental), como las “reales” (que se evalúan de manera
empírica). Como es característico de Wanderley, el
trabajo es claro y, sobre todo, objetivo. No minimiza
las dificultades que cada política debía y debe enfrentar, no prejuzga negativamente al pasado ni carga las
tintas a la hora de enumerar los errores y las insuficiencias del presente. En esa medida, constituye
un aporte plausible a la comprensión de la situación
socio-económica que atraviesa el país, la cual resulta
desafiante para el análisis porque es completamente
nueva: nunca antes una racha de prosperidad había
durado tanto tiempo.
Sólo en una pequeña parte de su trabajo Wanderley va más allá, saltando del “qué pasó con el proceso de cambio” a una pregunta más difícil: “(por)
qué pasó (esto) con el proceso de cambio”. Y entonces dice lo siguiente: “Es posible identificar tres
principales visiones políticas en pugna al interior del
gobierno al inicio de la gestión en 2006: i) las que
retomaron utopías socialistas y comunitaristas en
el horizonte de la superación del sistema capitalista
(comprendido como cualquier dinámica de mercado), ii) las que proponían un modelo de desarrollo
unidimensional con base en la homogeneización del
tejido económico sobre la disciplina del mercado
pero bajo el protagonismo del Estado (capitalismo
de Estado), y iii) las que más bien proponían políticas diferenciadas para apoyar y fortalecer las diversas dinámicas económicas presentes en el territorio
boliviano”.
Como la mayor parte de los observadores del
proceso boliviano, Wanderley admite que la segunda corriente, la desarrollista homogeneizadora, es
la que se impuso sobre las otras que disputaban la
orientación del proceso. Al mismo tiempo no esconde su simpatía por lo que llama la “tercera vía”:
“avanzar en políticas diferenciadas y adecuadas para
potenciar el desarrollo tecnológico, el incremento
de la productividad, la capacidad de innovación sobre la base de las formas plurales de organización,
propiedad y regulación (individual o colectiva) y
prácticas (acumulación o solidaridad)”.
Seguramente Wanderley hubiera apostado por
esto, y sin embargo es muy discutible si esta vía resulta factible o si, en cambio, el incremento de la
productividad y la tecnología de una actividad económica exige necesariamente la transformación radical de los supuestos organizativos, propietarios y
demás de esta actividad. En resumen, es muy discutible si la tercera vía no se ha aplicado hasta ahora
porque ha predominado el desarrollismo de Estado,
o si el desarrollismo de Estado prima porque la tercera vía no es aplicable.
Fernando Molina
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las artes
Marzo 2014 / Nº 140
Retrato de una dama en el fin del mundo
Ruinas, piedras y sueños
Juan Cristóbal Mac Lean E.*
Desde el fondo de los tiempos, desde el fondo de las ruinas, esta mujer casi nos mira. Con una mano sostiene la pluma, en la otra un
cuaderno, o un libro. De pronto un pensamiento que se busca, unas palabras aún no formuladas, han quedado atrapadas para siempre en este
fresco viejo, viejo como las ruinas, viejo como Roma, viejo como la erupción de los volcanes. Pero ese momento ella no sabe, ni tiene por qué
saberlo, que pronto ya no habrá nada más que saber y se acabará el mundo, se destruirá Pompeia.
D
esde el fondo de los tiempos,
desde el fondo de las ruinas,
esta mujer casi nos mira, aunque ahora está absorta, concentrada en algo que acaba de leer o que
está punto de escribir; mira vagamente,
sus grandes ojos no se posan en ningún
plano sensible ni visible y delatan más
bien una operación que se cumple en el
interior de la lectora/escritora. Con una
mano sostiene la pluma, en la otra un
cuaderno, o un libro. De pronto un pensamiento que se busca, unas palabras aún
no formuladas, han quedado atrapadas
para siempre en este fresco viejo, viejo
como las ruinas, viejo como Roma, viejo
como la erupción de los volcanes.
Ella está detenida, en suspenso,
atenta como una corza que hubiera escuchado algo, algo que ella todavía no sabe
qué es, pero está punto de saber y no sabrá nunca –así como es la literatura– y
que nosotros intuimos al contemplar su
gesto. Es el retrato, también, de algo que
está todo el tiempo por advenir, en modo
de retrato, en modo de historia, en modo
de cromo. Bajo el rubro de lo clásico y de
la catástrofe.
Pero ese momento ella no sabe, ni
tiene por qué saberlo, que pronto ya no
habrá nada más que saber y se acabará el mundo, se
destruirá Pompeia, se acabará lo que acaba de leer, lo
que quizá considera si mandar o no al trasto de tachar,
de sobre escribir, sobre vivir. ¿Está concentrada en
algo que acaba de leer en ese cuaderno de tabletas de
madera, o está pensando en lo que pronto escribirá en
él? Eso que no sabemos, eso que no vemos ni leemos,
es lo que ha quedado atrapado en el retrato, y cuya
presencia sin embargo intuimos, aunque sea invisible,
ausente, pero por ahí mismo visible por su huella, y
tan presente como la lluvia que es, aún antes de que
llueva o después de que llovió, una segura presencia
en el aire entero.
¿Y quién sería esa patricia? ¿Existió realmente?
Lo más probable es que sí. La pintura romana se especializó notablemente en el arte del retrato. No había,
se cuenta, general o patricio destacado que no tuviera
bustos esculpidos o retratos que lo eximan del olvido.
De manera que es muy posible que esa mujer joven de
Pompeia haya existido realmente, haya tenido un nombre (¿Tulia, Fulvia, Justa, Lidia, Petronia…?) que nadie
ya nunca sabrá más. Y si estuvo en Pompeya durante la
explosión del Vesuvio, el 24 de agosto del año 79, habrá
muerto esa misma noche, asfixiada por los gases como
Plinio el Viejo, o de forma peor. Pero quizá logró huir
antes, como muchos lo hicieron, y pasaría el resto de
su vida en otra villa, mirando en el mar Mediterráneo
* Escritor, pintor y traductor.
los colores de la resurrección. Y ahí quedó su retrato,
para siempre aliado de la muerte y de las ruinas. Muy
inquietantemente, queda retratada, también, la vieja
alianza de la lectura, la escritura, con la catástrofe desconocida, la inminencia siempre latente de la resurrección o de la ruina.
Esta mujer cuyo nombre ignoramos es hermana
de Sei Shonagon, es hermana de Safo. De la primera
nos han llegado sus cuadernos escritos en el siglo xii
japonés, cuando hacía listas de las cosas del mundo,
espiaba los ruidos de la corte. No es descabellado imaginarla exactamente en la misma posición o actitud de
la intelectual de Pompeia: justo en el momento, justo
con el kimono en que está pensando, por ejemplo, en
cuáles eran las cascadas más bellas del Japón. Y que luego anota, como si ella misma, o la escritura, no fueran
sino otra espuma de las cascadas, de los hechos, de los
reinos.
En cuanto a Safo, la otra hermana, sabemos que
vivió y murió en otra isla, llamada Lesbos, entre los
siglos vii y vi a.c. De lo que escribió sólo nos llegaron
fragmentos, tiras en calidad de ruinas. Se cumple, en la
dichosa arqueología escritural que la resucita, la ruina
de la escritura misma: sólo pedazos de papiro o pergamino, letras materialmente en ruinas. Y a través de tales viejos restos de escritura, se escucha tenue la voz de
Safo. Ella se retrata así (en una versión de José Emilio
Pacheco): Se fue la Luna. /Se pusieron las Pléyades. /Es
medianoche. /Pasa el tiempo. /Estoy sola.
De la afición de los romanos por
el retrato da cuenta Plinio el Viejo, que
murió al lado del mar, sin poder ya embarcarse, en alguna cala necesariamente
cercana (la zona afectada por el volcán
es relativamente pequeña) a la villa en
que se encuentra el retrato de esa patricia. El Libro xxxvi de la gran Historia
Naturalis1 está dedicado a la pintura. En
él Plinio cuenta de una vieja pasión por
los retratos. Habla de los del pintor Varron, que quiso “salvar (algunos) rasgos
del olvido, impedir que la duración de
los siglos no se imponga contra los hombres”. No sabemos quién habrá pintado
a la dama de Pompeia, pero ahí están sus
rasgos, salvados del olvido, sustraídos al
desgaste de ya casi veinte siglos –pero
también están salvados su cuaderno, su
lápiz. Paralela a la pasión por el retrato
pictórico también estaba otra, escrita y
que se encuentra en las Vidas de filósofos
ilustres de Diógenes Laercio, las Vidas
paralelas de Plutarco, los Anales y las Historias, de Tácito. ¿Se debería ello, también, a que entonces habría una mayor
conciencia de la fragilidad de la vida, se
sabía más de los dominios del azar? La
guerra permanente, las enfermedades, el
hambre, el dios adverso, la vida corta, la
muerte constante harían que quizá fuese más acuciante
la voluntad de salvar algo, siquiera mediante retratos,
escritos o pintados. Monumento y memoria. Pero todo
ello mucho después, claro, de esculpir, pintar, hacer venir, llamar, convocar a los dioses.
El problema de los orígenes de la pintura, dice
Plinio, es oscuro. Pero inmediatamente se desentiende
de ello, afirma que tal problema no pertenece a su obra
en curso –en indefinido, ilimitado curso. Sin embargo,
asevera que es un arte iniciado, ya seis mil años antes,
en Egipto… Y luego habla de la invención de la silueta,
del color, de templos en ruinas y de pinturas más viejas que Roma. No hay nada más maravilloso que ellas,
dice. En otra parte, concluye que “el arte salió del caos,
inventó las luces y las sombras”, a los que añadió el brillo, el destello. Habla de cómo se fabrican los colores,
del tono, el claroscuro y la armonía. Todo esto, en el
siglo i d.c.
Después, y por muchos siglos, nadie volvería
a hablar de algo así como la pintura. Tampoco nadie
volvería al descabellado proyecto de, prácticamente,
consignar el universo, anotarlo y mencionar absolutamente todo lo conocido. A eso lo llama, Plinio el Viejo, Historia Natural. Historia Naturalis. No deja pasar,
en ella, nada referente a lo conocido de la astronomía,
1 Hay versiones disponibles en línea de la Historia Naturalis:
empleamos aquí la traducida al inglés por Rackman, Jones y
Eichholz.
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las artes
Fondo de ojo
True Detective
meteorología, geografía, mineralogía, zoología, botánica… habla así de árboles y de astros, de animales, mares y países, pueblos, halcones e insectos, y del incienso
y la canela, el ébano de la India, el vino y las manzanas
de Asiria. Mi tema, dice al principio, es el mundo de la
naturaleza, es decir, el de la vida.
¿Y cómo hacía para recopilar los cuentos o los hechos de esa verdadera Enciclopedia Universal que iba
erigiendo? Él mismo asegura, en su prefacio, que trata
de 20.000 temas importantes, que se basó en más de
cien autores para hacerlo. Plinio el Joven, su sobrino
(que llegó a huir a tiempo de la explosión del Vesuvio)
cuenta de su tío que éste nunca paraba. Estaba leyendo
o haciéndose leer todo el tiempo o ya también andaba
escribiendo día y noche, exigiéndose saber cualquier
cosa. Y eso es muy bello cuando se lee la Historia Natural: no hay ninguna jerarquía. La suerte de los monstruos marinos de la India, la descripción de los árboles
como templos de deidades, el estudio de las hormigas,
o la pregunta sobre si el mundo es finito o infinito, son
cosas que ante todo hay que anotar, consignar, establecer. Su tarea era la de salvar el mundo y sus cosas, simplemente dando fe de ellas y dando fe, por eso, de lo
que leía, o se hacía leer.
Cómo sería entonces el comercio de libros, cómo
se haría para conseguirlos, cuánta disponibilidad de
ellos habría, qué formas tendrían, qué formatos… En
todo caso, y con la misma reverencia con que uno a
veces se acerca a un objeto muy bello y muy antiguo,
es ya hermoso el tan solo escuchar esos nombres propios, esos títulos de algunos de los libri en los que se
basó Plinio: De materia medica, de Dioscórides. Sobre las
plantas, de Crateuas. Y están la Historia de los animales
de Aristóteles, la Ornitogonía de un Boecio, la matemática de Timoteo de Sicilia y más, más libros que leyó,
después de haber empuñado la espada y la jabalina, du-
rante doce años, doce años que su biografía no podría
omitir. Era la de un romano.
Cita repetidamente al griego Teofrasto, de quien
hoy tenemos el libro Sobre las piedras. On Stones. ¡Cuánto tuvieron que rodar esas piedras para llegar hasta
aquí, a ser citadas 20 siglos después, incluso en algún
rincón perdido de los Andes! ¡Rolling Stones!
Y no solo fueron las piedras las que rodaron a través de los siglos, pues también hay sueños que rodaron
tanto. Rolling Dreams.
Se sabe que en el templo de Sarapis, en Memfis,
Egipto, alguien llamado Tolomeo transcribió, fidedignamente y dos siglos antes de Cristo, los sueños de dos
mellizas egipcias, Thaues y Taous… Entonces pues,
hubo una niña que una vez, muchos milenios atrás,
contó un sueño. Alguien registró ese sueño (¿en qué
lengua?). Y éste fue rodando y rodando por los siglos,
por las escrituras, las traducciones, y hoy podemos saber, en ésta página, en castellano, de las ruinas (toda
transcripción, toda traducción ya es una ruina) de lo
que esa niña doble dijo haber soñado: “En mi sueño
bajaba por la calle. Conté nueve casas. Quería volverme. Dijeron: eres libre de irte. Respondí: demasiado
tarde para mí.”
¿Y estaría, quizás, esa gran dama retratada, aprestándose a anotar un sueño que no recuerda bien –y de
ahí su aire absorto? Si parece demasiado caprichoso
imaginarlo, no importa. Pues ella misma es un sueño,
es ahora el sueño de las ruinas que nos miran. Pero es
también el sueño de la resurrección, es decir el sueño
del arte. Así, cada vez que la miramos, ella resucita, amparada para siempre en la destrucción y las ruinas, en
la catástrofe.
Y desde el fondo de los tiempos, desde el fondo de
lo salvado, ella casi nos está citando, aunque ahora está
absorta, concentrada…®
P
ara un género creado en la primera mitad del
siglo xix, la verdad es que el policial (tanto en
su expresión literaria como aquella vinculada a la
imagen en movimiento) sigue sorprendiéndonos con
su diversidad y su novedad. Seguramente ya no una
novedad que tenga que ver con el invento de algún
nuevo elemento estructurante, sino la de una forma
nueva de encarar e imaginar los ya tan conocidos elementos que constituyen al género.
Es el caso de True Detective (2014), una serie
televisiva en 8 entregas, creada por Nic Pizzolatto:
novelista, cuentista y profesor de literatura, además
de guionista; y dirigida por Cary Fukunaga. El fuerte
de la serie, obviamente, es el guión, y la magnífica actuación de Woody Harrelson (que siempre será para
mí el insustituible Mickey Knox de Natural Born Killers [1994]) y de Matthew McConaughey, quien en el
último tiempo nos ha dejado boquiabiertos con Killer
Joe (2011), Mud (2012) y Dallas Buyers Club (2013),
por la que ha ganado recién un Oscar. Su actuación
en True detective está a la altura de sus actuaciones en
el cine; lo mismo puede decirse de Harrelson. Hemos
entrado en una nueva era de la television, está claro:
así lo demuestra también la serie policial Top of the
Lake (2013), creada y dirigida nada menos que por
Jane Campion. Hoy vemos en tv lo que hace poco
sólo veíamos en las salas de cine.
Lo particular de True Detective es la compleja
relación entre Marty Hart (Harrelson), un detective más o menos regular, y su compañero Rust Cohle
(McConaughey), un hombre abrumado por numerosos demonios, y por un muy filosófico y oscuro tránsito vital. Porque, así como Top of the Lake, esta serie
es en el fondo una compleja reflexión sobre el mal
–ese que repta, en este caso, por los pantanos, los ríos
y las planicies enfermas del sur de Lousiana–. Y aquí,
claro, tenemos una conexión con el gótico sureño,
con sus infaltables estirpes decadentes e incestuosas;
sus antiguas y derruidas casas, ocultas en medio de la
maleza, en cuyo interior se gestan crueldades y perversiones impensables; y su referencia a una religiosidad desvirtuada y (re)torcida.
La supuesta resolución del misterio del asesino
en serie y la coincidente pelea y distanciamiento de
Marty y Rust constituyen una primera parte de la historia. La segunda tiene que ver con la reaparición de
los indicios de los asesinatos y la investigación que
continua Rust por su cuenta, habiendo ya abandonado la policía. Ello implica la reconciliación y el retorno a la investigación, ya en términos de “una deuda”,
como la llama Rust: se entiende que hay una misión,
un deber moral de detener la infamia de la desaparición y los horrosos asesinatos de niños –sobre todo
cuando las instituciones políticas y religiosas locales
están involucradas, al igual que la propia policía–.
Lo particular de la serie, pues, es un excelente
guión, algo extraño; actuaciones de primera; y un trabajo de imagen que aprovecha al máximo los escenarios particulares de Louisiana (interiores y exteriores)
para generar una sensación constante de mal –reptante, contagioso, total–. Y de peligro.
Ana Rebeca Prada
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libros
Marzo 2014 / Nº 140
Presentación y elogio de una novela
Enójense pacifistas:
Sobre La abuela civil española de Andrea Stefanoni
Mariano Schuster*
La escritora argentina Andrea Stefanoni presentará su novela La abuela civil española (Seix Barral, 2014) en La Paz el jueves
3 de abril (a las 19 horas en el Centro Cultural de España, Av. Camacho 1484). Stefanoni (sí, es hermana del historiador y
periodista Pablo) publicó su primera novela en 2012, Tiene que ver con la furia, escrita con Luis Mey. La abuela civil española
es su segunda novela. Además, Stefanoni dirige una editorial independiente, Factotum, y, en horario de oficina, gerenta el paraíso:
la librería más grande de Buenos Aires y, según los entendidos, una de las más hermosas del mundo: El Ateneo Grand Splendid
(ver foto). Presentarán la novela Fernando Molina y Eugenia Bridikhina. A modo de ir adelantándonos, publicamos aquí una
reseña escrita para Nueva Crónica por Mariano Schuster.
I
E
nójense pacifistas. Los altoparlantes anuncian
que la guerra ha comenzado. Las granadas se
lanzan al destino. La muerte se convierte en
moneda de cambio. Los fusiles apuntan directamente en dirección Norte. Y también Sur. Y también
Este. Y también Oeste. Enójense pacifistas. Los altoparlantes anuncian que la guerra ha comenzado. Los
ejércitos ya están aquí. Todo es podredumbre y muerte. Quien tenga mejor puntería sobrevivirá. Enójense
pacifistas: Los altoparlantes anuncian que la guerra ha
comenzado. Y puede que no lo sepan. O que quizás
no hayan querido oírlo. Pero la guerra ha comenzado
desde que una explosión llamada Big Bang lanzó sus
primeras ráfagas de luz.
Así que... como dice Leonard Cohen:
Hay una guerra entre el rico y el pobre
Una guerra entre el hombre y la mujer
Hay una guerra entre la izquierda y la derecha
Una guerra entre el blanco y el negro
Una guerra entre el par y el impar, entre lo extraño y lo
evidente
¿Por qué no vuelves a la guerra? Toma tu pequeña carga
¿Por qué no vuelves a la guerra? Que todo se haga evidente
¿Por qué no vuelves a la guerra si me oyes hablando?
Hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra
y los que dicen que no la hay
¿Por qué no vuelves a la guerra que se insinúa?
¿Por qué no vuelves a la guerra que está comenzando?
Enójense pacifistas. La guerra ha comenzado. Y
hay gente dispuesta a librarla.
II
Si la guerra ha comenzado, es momento
de definir posición. Y luchar en la única que tiene sentido: la propia guerra.
La guerra personal por los recuerdos, la
añoranza y la memoria. Sólo los escritores, los poetas y los amantes saben de
que se trata el combate.
Por eso Andrea Stefanoni se calza
el uniforme verde oliva y produce su
guerra para purgar otra, tan hermosa y
rebelde como la suya. Por eso Andrea
Stefanoni escribe sobre su abuela Consuelo. La abuela civil española. Un libro
imprescindible. Al menos para quienes
entienden que en este oficio se trata de contar buenas historias. Historias de gente con ganas de triunfar
sobre el destino. Historias de hombres y mujeres dispuestos a dejar un pedazo de vida en los recovecos del
desastre. Historias de apuestas perdidas que un día, sin
embargo, ganarán la misma Historia.
Historias como las de Rogelio, un joven convocado
a desarrollar la Falange en un pequeño pueblo de España. Un joven que traiciona a los líderes fascistas y que se
apodera de las armas destinadas a matar comunistas para
forjar un batallón rojo y republicano y dirigirlas contra
aquellos que han atentado contra la República.
Historias como las de Consuelo, la muchacha que
soporta en carne propia las consecuencias de una cultura autoritaria, mientras baja a las minas de carbón para
buscar algo más que una sobrevida.
La historia de dos personas justas, que necesitan,
como todos, una isla en la que refugiarse. La isla en la
que deberán continuar su guerra. La isla en la que sus
nietos emprenderán la propia. La isla que tendrás que
conocer leyendo las páginas del libro, mientras definas
tu posición en el campo de batalla.
III
Todavía nos emocionamos cuando escuchamos, en un
cafetín o un club popular, una canción de la guerra civil
española. El Ay Carmela se nos presenta como un canto
rebelde de aquellos ilustres derrotados que un día quisieron cambiar el mundo. El Hijo del pueblo nos resulta
una melodía dispuesta a emerger del pasado para modificar el futuro.
Eran jóvenes y no eran soldados. Jamás habían estado en una trinchera. Pero creían firmemente en la libertad, la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos.
Estaban convencidos de que la derrota de Franco era el principio del fin
del fascismo y del nazismo. Convocaron a miles de mujeres y de hombres,
de todos los lugares del mundo. Muchos
fueron a pelear sin siquiera conocer el
idioma. Eran momentos en los que la
solidaridad no se expresaba en un me
gusta de Facebook o en un retweet. Eran
tiempos en los que la solidaridad implicaba el compromiso del cuerpo. Eran
tiempos en los que la solidaridad podía
costarte la vida.
Como siempre, perdimos la guerra. Pero los latinoamericanos todos
abrimos los brazos a esos parias que lle-
gaban con los ideales del socialismo, el comunismo y el
anarquismo.
Por eso amamos a esos hombres. Porque como
dijo Albert Camus: Fue en España donde los hombres (y
las mujeres) aprendieron que es posible tener razón y, aun
así, sufrir la derrota, que la fuerza puede vencer al espíritu,
y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa.
IV
La abuela civil española es, al mismo tiempo, la novela
de la sentimentalidad familiar. La red de rescate de los
ancestros, de los hombres y mujeres que vivieron para
enseñar una batalla que hoy sabemos ganada aunque
haya sido perdida.
En un mundo que camina lento pero seguramente
hacia la eliminación de los abuelos a través del encierro, los geriátricos y la desatención familiar, la revalorización se impone como una apuesta.
¡Queremos a nuestros abuelos y los queremos ya!
–parece gritar Andrea Stefanoni.
Y sobre todo, queremos abuelas viejas. No ancianas con voluntad de adolescencia, shopping y viajes al
extranjero. Abuelas de historias duras y reales. Abuelas de lucha y rebelión. Abuelas a quienes Caperucita
pueda exclamarles: Abuelita Abuelita, pero qué ovarios tan
grandes que tienes. Abuelas honradas y justas. Abuelas
como las de antes...
La abuela civil española. La abuela de la verdad, la
paz y la justicia. La abuela de la literatura y de las grandes gestas.
La abuela civil española. Una novela necesaria en
medio de esta guerra.
Enójense pacifistas. Los altoparlantes anuncian
que la guerra ha comenzado. Y nosotros vamos a combatir leyéndola.®
* Jefe de redacción de La Vanguardia,
periódico del Partido Socialista argentino.
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libros
Marzo 2014 / Nº 140
Para verte mejor
Arte de mediana edad
E
El legado indígena
Los viajes del buen salvaje. Crónicas
Sandokán, el rey del mar
Jack Weatherford
FCBCB / A la venta en Librerías Plural
Antonio Cisneros
Peisa / A la venta en Librerías Plural
Emilio Salgari
Claridad / A la venta en Librerías Plural
Reedición de una traducción del
2000 de un libro en inglés de 1988 (y
que deriva de viajes de investigación
financiados por la Fundación
norteamericana W. K. Kellogg, la de
los cereales y su maíz transgénico). El
texto de Weatherford –que es un clásico
en su género: el de la divulgación
antropológica reivindicativa– parece
mantener su interés: legible, ameno,
informativo. El subtítulo resume sus
asuntos: “De cómo los indios de las
Américas transformaron el mundo”.
Jorge Sanjinés, en su prólogo, cree que
el libro es un buen antídoto contra “la
imagen del indio feroz y salvaje que ha
entronizado el cine norteamericano en
el imaginario de la Humanidad”. En los
hechos, el libro de Weatherford es un
poco más complejo y llega, inclusive, a
discutir la construcción discursiva del
“buen salvaje” (mucho más frecuente
en nuestra época, ya post Danza con
lobos). (m.s.)
Cuando no era un poeta (irregular
pero capaz de grandes grandezas), el
peruano Antonio Cisneros (que murió
el 2012) se empleaba con entusiasmo en
el periodismo nómada. Este libro reúne
algunas de esas crónicas de viajes, que
para Cisneros siempre fueron ocasión
de la anécdota narrativa. Por otra parte,
como confiesa en su prólogo, lo suyo
consistía en hablar de ciudades y lugares
a los que no quería regresar.
Es claro que Cisneros escribía muy
bien y que su desordenada vida
lo empujaba a encontrarse con
experiencias fuera de todo programa.
Tenía, además, mucho de salvaje. (De
buen hombre, poco). Esta combinación
es la que convierte a algunos de los
textos incluidos en este libro en dignos
de ser leídos otra vez. (A los interesados
en su poesía, habría que recomendarles
empezar con el magnífico Canto
ceremonial contra un oso hormiguero, un
libro de 1968). (m.s.)
Para toda una generación, el Sandokán
de Salgari no fue sino una erudita e
incomprensible referencia en Mafalda
(el padre, disfrazado de pirata,
intenta participar en el juego infantil
al grito de “Sandokán al abordaje”;
“¿San quién?”, responde Mafalda;
¿al ‘abortaje’, dijo?”, añade Susanita).
O fue el héroe de una mala serie de
televisión de la rai (protagonizada por
el bombón indio Kabir Bedi, luego
convertido en némesis de James Bond
en Octopussy). En los hechos, Salgari y
su personaje más famoso –el misterioso
trotamares Sandokán– sólo fue una de
las encarnaciones (otra: Julio Verne)
de algo que nació en el siglo xix: una
literatura de entretenimiento y masiva,
tonta y mal escrita. (A diferencia de, por
ejemplo, la obra de Dickens, que era
también masiva, pero ni tonta ni mal
escrita). Esta novela es sólo un episodio
de una saga de once. La nostalgia, sin
duda, no descansa. (m.s.)
Lágrimas en la lluvia
Imaginarios a cielo abierto
Mi padre, última tarde. Y otras crónicas
Rosa Montero
Seix Barral / A la venta en Librerías Plural
Rodríguez-Carmona, Castro y Sánchez
ACSUR / A la venta en Librerías Plural
Salvador Romero Ballivián
Plural editores / Colección Hojas de vida
El título de esta novela, sin duda
digno del kitsch involuntario que suele
frecuentar Montero, no proviene
de un mal bolero sino de uno de los
monólogos más famosos de la historia
del cine: el que pronuncia un androide
agonizante y en calzoncillos al final de
Blade Runner (y que es una cursilería de
Ridley Scott, el director de la película,
y no de la novela de Philip K. Dick, de
la que parte). Esta cita, ya de entrada,
anuncia dos cosas: a) que la novela de
Montero intentará esa mezcla de ciencia
ficción distópica y policial negro que
hace de Blade Runner una película por
lo menos entretenida; b) que Montero
demuestra aquí, otra vez, su peculiar
talento para conmoverse con lugares
comunes. Pero la novela de Montero no
es muy entretenida: sus lugares comunes
son demasiado comunes y, a diferencia
de otros textos inspirados en la cultura
de masas, tampoco está mejor narrada
que esa cultura de masas. (m.s.)
El subtítulo del libro aclara las cosas:
“Una mirada alternativa a los conflictos
mineros en Perú y Bolivia”. Y, sobre
esos conflictos, el tomo reúne una gran
diversidad –intensamente informativa–
de materiales: estadísticas, gráficos,
imágenes, documentos, proclamas,
historias, coplas, etc. Y esos materiales
son organizados, a su vez, con
inteligencia y pensando –a diferencia
de tantas publicaciones oenegeístas–
en un lector de a pie (y no sólo en los
financiadores de la investigación).
Es cierto, por otra parte, que es
difícil no extrañar las vulgaridades del
marxismo vulgar al leer libros como
este, algo desdeñosos de la economía
dura y como más interesados en el
carrusel, altamente ambiguo, de los
“imaginarios culturales”. Quizá al
extractivismo minero habría que
combatirlo con herramientas un tanto
menos discursivas, menos culturales,
más políticas. (m.s.)
El libro reúne 34 crónicas breves sobre
temas diversos: personas, personajes,
autores, lugares, experiencias. La
crónica que presta su título al libro es,
como lo dice, un retrato del padre, el
intelectual Salvador Romero Pittari,
muerto en 2012: “La casualidad, si
tal diosa existe, quiso que aterrizase
en La Paz apenas unas horas antes
que se desplomase y muriese en mis
brazos. Murió como vivió: en paz, con
tranquilidad, sin cuentas pendientes,
en medio de una conversación familiar,
sentado en su sillón, en su propia
casa”.
Salvador Romero Ballivián es doctor
por el Instituto de Estudios Políticos
de París. Ha sido profesor de varias
universidades de Bolivia y hoy es
director del Instituto Nacional
Demócrata de Honduras. Es el autor
de los libros Diccionario biográfico de
parlamentarios, Geografía electoral de
Bolivia y Razón y sentimientos.
n nuestro medio el arte contemporáneo producido por artistas jóvenes, llamado arte joven, capta la mayor atención de los gestores
e impulsores culturales. Es una buena política para
hacer visibles a los jóvenes artistas: antes nadie les
hacía caso. Las convocatorias para concursos o
muestras de arte joven hacen posible que artistas
sin contactos e influencias o del “interior” de Bolivia accedan a los espacios de exposición y crítica
que ofrecen La Paz y Santa Cruz.
Las convocatorias de arte joven tienen su techo entre los treinta a treinta y cinco años dependiendo del caso. El éxito de estos emprendimientos es innegable. Los artistas y las obras que hemos
podido conocer gracias a estos incentivos son muy
buenos. Por citar ejemplos recientes, la obra Wilancha Age de Juan Fabbri o las esculturas de gran
formato de Liliana Zapata son, a mi parecer, de lo
mejor que se ha producido en arte contemporáeno
en los últimos tres años.
Pero ¿qué pasa cuando pasas los treinta y cinco
años? ¿Quién te apoya? Cuando los artistas precisamente necesitan de un sistema para sostener una
producción y lograr establecerse como tales es justamente cuando se les quita esta opción, una que no
tiene nada que ver con el arte: dejaron de “ser jóvenes”. Los apoyos de este tipo buscan siempre lo
emergente, inquietud que responde a la eterna obsesión moderna con la novedad. El problema reside en
que nuestro arte de mediana edad se ha vuelto dependiente de este tipo de incentivos de juventud porque
así es como surgió. En otras profesiones es comprensible, uno a los treinta está ya, ojalá, bien ubicado o
en vías de lograrlo y es muy difícil conseguir becas
después de los treinta y cinco. Pero los medios artísticos son vanidosos y viven de la novedad. Si “estás
viejo” y no estás consagrado, desapareces.
Lógicamente cuando uno está en los veintes
estas no son preocupaciones reales y los que las critican “deben ser unos viejos amargados”. Es hasta
que se cumplen los treinta y el panorama empieza
a oscurecer.
Se puede argumentar que este es un filtro natural en el arte. Que los artistas buenos lograrán
consagrarse hasta sus cuarenta de forma que no les
falte espacio para mostrar sus obras. El tema, sin
embargo, es sobre todo financiero. Galerías, museos o centros culturales se interesan en los artistas
de todas las edades mientras sean buenos; el problema es que los apoyos económicos están restringidos.
Tal vez no sea muy buena estrategia apostar económicamente por artistas cuarentones mientras que
los veinteañeros evidentemente necesitan asistencia
y prometen éxitos. Un artista de más de cuarenta
años que no puede pagarse su propia muestra podría considerarse “un desastre”. Lamentablemente
el arte contemporáneo vende muy mal y un artista
no se puede mantener vendiendo arte conceptual.
El resultado es que cada vez hay más artistas
jóvenes, las muestras incluso van mejorando y los
apoyos se vuelven más interesantes. Sin embargo,
existe un vacío, muy notorio a mi parecer, de artistas contemporáneos de cuarenta para arriba. De
hecho, algunos incluso han salido del panorama
dejando un gran vacío que ni los menores y mucho
menos los mayores pueden llenar.
Lucía Querejazu Escobari
20 /
B
Marzo 2014 / Nº 140
La otra orilla
Artista invitada
La áspera verdad
Ejti Stih: Mi celu y yo
Carlo Ginzburg (n. en 1939)
Ilustramos esta Nueva Crónica, la número 140, con Mi celu y yo,
reciente serie de acrílicos sobre lienzo, de gran formato, de la artista
eslovena-cruceña Ejti Stih.
alzac lanzó un explícito desafío
a los historiadores de su propio
tiempo; Stendhal, un desafío implícito a los historiadores del futuro.
El primero es conocido, el segundo
no. De este último intentaré analizar
un aspecto.
[…] En la hoja de guarda del
ejemplar de Rojo y negro […] Stendhal
garrapateó algunas frases: “Roma, 24
de mayo de 1834. Durante mi juventud escribí biografías (Mozart, Miguel
Ángel), que en cierto modo son libros
de historia. Me arrepiento de ello.
Creo que la verdad acerca de las cosas
pequeñas como de las grandes es casi
imposible de alcanzar, al menos una
verdad algo detallada […]”.
Los epígrafes colocados al comienzo de cada uno de los dos volúmenes que componen Rojo y negro
echan cierta luz sobre estas cláusulas.
La primera es atribuida a Danton:
“La vérité, l´âpre vérité. [La verdad,
la áspera verdad]”. La segunda es atribuida a Saint-Beuve: “Elle n´est pas
jolie, elle n´a point de rouge. [Ella no
es agraciada, no usa carmín]”. Para
Stendhal, “verdad” quería decir, antes
que cualquier otra cosa, rechazo por
toda belleza cosmética. Mi libro –declaraba con orgullo– no es agraciado:
es inmediato, directo, áspero.
[…] Rojo y negro siempre fue leído
como una novela. Pero las intenciones
de Stendhal son evidentes. Por medio
de un relato basado en personajes y
acontecimientos inventados, él intentaba alcanzar una verdad histórica
más profunda. […] Como justamente
enfatiza Auerbach, el aburrimiento es
para Stendhal un fenómeno histórico,
ligado a un espacio y a un tiempo específicos. Pero el período señalado [y]
el símil con Inglaterra, no son conciliables con la idea de Auerbach: que
el aburrimiento descrito en la novela
deba situarse en la “Francia poco antes de la revolución de julio”.
¿Qué es entonces el aburrimiento? Es el producto [dice Stendhal, en
una reseña de su propio libro] de la
moralidad, de una “Francia moral”
todavía desconocida para los extranjeros, pero que se dispone a volverse
un modelo para Europa entera. [Las
fechas inscritas por Stendhal], ambas inexactas, querían sugerir a los
lectores –e incluso Auerbach se dejó
engañar– que Rojo y negro era una representación escrupulosa de la sociedad francesa bajo la Restauración. […]
Aburrimiento y tristeza, producidos
por la intrusión de la moralidad en la
vida privada, eran las características de
las sociedades industriales modernas,
entre las cuales pronto se encontraría
Francia. [Auerbach] no notó que en
las novelas de Stendhal, la ausencia de
un nexo orgánico entre el hombre y
la historia es el resultado de una elección deliberada, expresada mediante
un procedimiento formal específico.
El aislamiento de los héroes de Stendhal es recalcado e intensificado por
sus propias reflexiones interiores, que
alternándose con la descripción de
sus acciones dan lugar a una suerte de
contrapunto. […] En una carta a su
hermana Pauline, tan querida por él,
Stendhal […] intentó razonar de modo
correcto, para encontrar una respuesta
exacta a la pregunta: “¿Qué es lo que
deseo?”. En los Recuerdos de egotismo,
Stendhal escribió: “Uno puede conocerlo todo, excepto a uno mismo”.
[El “discurso directo libre”] da
voz al aislamiento de los personajes
de Stendhal, a su ingenua vitalidad
derrotada por un proceso histórico
que sacude y humilla sus ilusiones. Es
un procedimiento que parece de antemano vedado a los historiadores, ya
que por definición el discurso directo
libre no deja huella documental. Estamos en una zona situada más acá (o
más allá) del conocimiento histórico,
e inaccesible para éste. Sin embargo,
los procedimientos narrativos son
como campos magnéticos: provocan
preguntas y atraen documentos potenciales. En ese sentido, un procedimiento como el discurso directo libre,
nacido para responder, en el campo
de la ficción, a una serie de preguntas
planteadas por la historia, puede ser
considerado un desafío indirecto lanzado a los historiadores. Un día ellos
podrían hacerlo propio, en formas
que hoy no logramos imaginar.
Cf. Carlo Ginzburg (2006). Il filo e
le tracce. Vero falso finto, Milano,
Giangiacomo Feltrinelli Editore. (Trad. cast.
de Luciano Padilla: El hilo y las huellas.
Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, Buenos
Aires, fce, 2010, pp. 241-266).
S
obre la serie Mi celu y yo de Stih, el
periodista Darwin Pinto escribió:
“Nosotros, por nuestras fuerzas, no
alcanzamos para asegurarnos la eternidad. Con la imagen, tenemos la ilusión
de ser eternos en los ojos de los que están y de los que vienen. Somos queridos
un segundo. Por eso hay que documentarlo. Y ojo que lo importante no son
los lugares en donde nos sacamos la foto
con el celular, lo importante somos nosotros. Eso, más un me gusta en el feis, es
sinónimo de felicidad. Click, click, like,
like…
Y de eso también se trata la serie
de pintura de Ejti Stih ‘Mi celu y yo’. Se
trata de ver el mundo según ese ojo que
cada vez mejora su capacidad en pixeles
para ‘veeeerte mejor’, como diría la licantrópica abuela de Caperucita. Se trata del mundo según mi celu, de yo según
mi celu. Este ojo que no es el mío, es el
que me muestra quién soy. El ojo mecánico y helado que ve lo que yo quiero
que vea, a mí, para que todos vean, para
que sepan”.
El crítico de arte Juan Pita piensa,
en cambio, lo siguiente:
“No sé de dónde saca Ejti la desvergüenza para pintar un celular, afrontando la tarea de reinterpretar una vez
más a Narciso enamorado de su imagen,
embobado en un yoísmo que juega con
el agua sinuosa de la pantalla táctil. Hace
falta ser dios para verlo. Hace falta escaparse del ensimismamiento propio y
ajeno para ver desde un rincón oculto
el acto de amor imposible entre viajeros
pasmados y los cristalitos algo ridículos
a pesar de su poder hipnotizante.
Pero espero que a nadie se le escape que, por encima de todo, lo que Ejti
nos ofrece es pintura. Ese milagro insustituible que juega con dimensiones y
texturas como ningún logaritmo podrá
jamás hacerlo, convirtiendo el cuento
de nuestra contingencia en inmanentes homenajes a la materia, retratando
como si fueran mudas profundas cicatrices de la historia vistas desde ángulos
imposibles.
Si desde el título de esta serie, Mi
celu y yo, se anuncia que vamos a encontrar a Narciso, no hay que engañarse
esperando un autorretrato. Lo que hay,
una vez más, es una conciencia–denuncia en la que todos nos podemos reconocernos. Yo la hubiera titulado Tu celu
y tú”.
Stij Stih nació en Eslovenia (1957).
Estudió en la Academia de Bellas Artes
en Ljubljana. Desde 1982 vive y trabaja
en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. En
su carrera como artista ha incursionado
en pintura, escultura, cerámica, grabado
e instalaciones, realizó ilustraciones para
libros y afiches; diseñó vestuario y escenografía para 45 obras de teatro. Desde
el año 2005 es directora voluntaria de
la galería sin fines de lucro Manzana
1 Espacio de Arte (www.manzanauno.
org.bo) que fundo junto a dos colegas
en Santa Cruz. En los 35 años de su carrera presentó más de 60 exposiciones
individuales en Eslovenia, Bolivia, Italia, Francia, España, Estados Unidos,
Bélgica, Chile, Argentina, Perú, Brasil,
Portugal, Países Bajos, Cuba y otros.
Ha participado en muchas exposiciones
colectivas y bienales internacionales. Ha
ganado distintos premios internacionales. Sus obras se encuentran en colecciones privadas y públicas en todo el
mundo.