¿Cómo nos toca la guerra? - Problemas Rurales

¿Cómo nos toca la guerra?
Maestría en Desarrollo Rural
Facultad de Estudios Ambientales y Rurales, Universidad Javeriana
Bogotá. Noviembre de 2009
PRESENTACIÓN
INDICE
Este es el cuarto compendio de crónicas en torno a la pregunta
¿Cómo nos toca la guerra? Como en ocasiones anteriores, las
historias aquí contadas constituyen testimonios de mujeres y
hombres, que inician sus estudios en la Maestría en Desarrollo
Rural.
1. DE FRAGMENTACIONES
2. ¡NO LO LOGRÉ!
Esta experiencia de recopilación, pese a lo repetitivo que puede
parecer, ofrece otras perspectivas, actores, lugares y reflexiones. Lo que me he estado preguntando tiene que ver con el
momento en que las y los autores deciden escoger una historia
y escribirla. Me pregunto por el proceso interno de discusión;
sobre cómo hacerlo; cómo contar algo de lo que alguna vez o
día a día viven, a veces incorporándolo como una parte más de
la realidad, tal vez sin muchas sorpresas y quizá con algo de
temor. Imagino las dudas por colocar los nombres reales de
lugares y de personas; supongo las preocupaciones por cómo
situarse en la narración. Y también percibo, cómo luego de esas
incertidumbres -rumiadas quizá en algún camino veredal y pensando en esa tarea pendiente, que además es una exigencia
pero que no tendrá nota- la historia empieza a fluir, abriendo
recuerdos y afinando descripciones y emociones. Alcanzo a suponer, quizá de manera optimista, que cada crónica movió memorias, supuso una reflexión propia como sujeto en medio de
una guerra que por lo omnipresente, a veces se invisibiliza, como ocurre con la vida cotidiana.
3. ¿Y ESTO PASA EN COLOMBIA?
Cada crónica ha logrado situar una historia concreta, haciéndola
única, particular. La ha sacado del anonimato de las anécdotas
que se acumulan y van perdiendo sentido, para ubicarla de manera protagónica en nuestra historia. Ahora, son testimonios.
Como testigos de esta realidad que nos ha tocado vivir, tenemos
un papel que cumplir en su recuperación y visibilización, para
que tanto dolor y resistencia no los borre el olvido!
12. EN CARNE PROPIA
4. DESDE EL SUR DE BOLÍVAR
5. ¡ELLA NOS TOCA! RELATO DE MÚLTIPLES VOCES
6. SOMBRAS DEL DESARROLLO
7. TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A…
8. DESDE LA CAPITAL…
9. CRUDA REALIDAD
10. LA OSCURA MANO DE LA GUERRA
11. PAGAN JUSTOS POR PECADORES
13. ENTRE EL DOLOR Y LA ESPERANZA
14. LA VIDA SE ME VINO A PIQUE
Flor Edilma Osorio Pérez
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
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1. DE FRAGMENTACIONES
Era como siempre un día muy soleado… ese sol y esas tierras
siempre tan dispuestas a multiplicar la bendita Erythroxylum
coca; bendita porque se oculta de los de afuera y bendita porque no muere, trae alegrías, comida, billete y modernidad... y
tan fácil. Maldita también… a veces; maldita porque engendra
muertes, problemas, desgracias.
Pero bueno; la historia no es esa. Allá todos los días son soleados, la gente siempre le sube el volumen al equipo para que
todos los días parezcan de fiesta: ¿será una forma de olvidarse
de tanto lío? Los hombres ya están arriba… arriba en las montañas, trabajando y no vuelven hasta después de las 4, sólo las
mujeres se quedan en casa cocinando, aunque algunas suben a
cocinar a las montañas; el calor sólo da ganas de ver televisión
y encender el abanico, mientras esperan que llegue la hora de la
reunión con los que vienen de Ocaña.
La reunión siempre empieza tarde, porque toca esperar a todas
las mujeres que bajan de las veredas; la casa campesina se
llena de mujeres con sus hijos e hijas; a los pegotes les toca
aguantarse la reunión porque no hay quién los cuide en la casa.
En la reunión, una de esas muchachas que viene de Ocaña empieza su charla diciendo que está preocupada… preocupada por
la mala comida que preparan las mujeres, por la ausencia permanente de las frutas y las verduras en los platos, por las desnutriciones de los pegotes y las pegotas. Algunas escuchan
atentas y se preocupan, otras sonríen como reconociendo tímidamente su culpabilidad; las de la junta directiva regañan e
invitan a las demás al cambio.
Todo transcurre como se espera, pero de repente el ruido de un
helicóptero que aterriza en la mitad de la cancha que se encuentra frente a la casa campesina, desata el caos y el desorden.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Todas las mujeres de la reunión con sus hijos e hijas corren a la
puerta, quieren ver lo que pasa; de la calle principal bajan corriendo 4 soldados del ejército nacional que cargan en sus hombros a uno de sus compañeros gravemente herido. Las personas
que corren desde la calle principal acompañándolos se ven muy
asustadas, algunas de ellas llegan hasta la puerta de la casa
campesina y conversan con las mujeres que ya no tienen el más
mínimo interés en la reunión; algunas se llevan las manos a la
boca, otras exclaman cosas como: “pobre hombre” o “que peca„o”. La muchacha que viene de Ocaña aún no comprende muy
bien qué es lo que pasa.
El helicóptero se eleva llevando consigo al soldado herido y una
tensa calma empieza a apoderarse del lugar de la reunión. De
repente la muchacha que viene de Ocaña se atreve a preguntar:
¿Y qué fue lo que pasó?
Y Sharel, una niña de 9 años que viene acompañando a su
mamá a la reunión responde:
Es que el soldado pisó una mina… así igualito le pasó a papito, él
también pisó una cuando yo estaba más pegotica, pero como a
él no se lo pudieron llevar rápido en helicóptero, se murió aquí
mismo, antes de salir de San Pablo. Yo todavía me acuerdo de
eso, le salía mucha sangre y lloraba y le decía a mamita que no
lo dejara morir.
La muchacha que viene de Ocaña, luchando contra un nudo
grueso que se hace en su garganta y aguantando con fuerza las
lágrimas, decide terminar la reunión.
2. ¡NO LO LOGRÉ!
Transcurría el año 2000 y el país en general atravesaba por un
momento delicado en materia de orden público. Por supuesto la
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localidad de Sumapaz, con toda su historia y su condición de
zona roja, no era la excepción y cada vez más se hacía complejo
la permanencia en este lugar. Con todas estas dificultades, por
momentos muy peligrosas, algunas personas pensamos en la
importancia de este territorio, de su gente, de su belleza natural
y en especial de sus niños y jóvenes; por eso decidimos dar la
pelea a través de procesos concertados y creados desde la propia comunidad.
La presencia del grupo guerrillero (frente 53 de las FARC), se
convertía en un problema latente y permanente para niños y
jóvenes de la localidad, siendo aún más agudo el problema
cuando no se tenían oportunidades para el desarrollo de esta
población. Esto nos hacía pensar en la creación actividades, y
entre las muchas posibles nos decidimos por un grupo ecológico
que denominamos “cazadores de semillas de Sumapaz”, con dos
objetivos principales: conservar los recursos florísticos del Bosque Altoandino y crear oportunidades a niños y jóvenes para
evitar su ingreso a las filas de la guerrilla.
Creo que se hizo la gestión correspondiente y se obtuvieron recursos y capacitación por parte de algunas instituciones distritales entendidas del tema. Se convocó a la comunidad y se conformaron los grupos de trabajo; comenzamos a trabajar y sin
temor a equivocarme arrancamos sonrisas y alegrías de estos
muchachos, compartíamos conocimiento, ellos aprendieron y
también nos enseñaron cosas a los técnicos y los adultos, que
jamás nos imaginamos que sabían.
Todo transcurría de manera normal. Aún en esos momentos de
incertidumbre salíamos a los bosques, estudiábamos o conocíamos de las plantas y sus usos, y llevábamos material para un
vivero que se tenía para propagación de plantas. Cada uno de
los cazadores hacia un ensayo y se preocupaba por ser el mejor.
Dentro de este grupo numeroso de jóvenes se encontraba Deisy,
una niña que tan solo tenía 12 años, muy simpática, curiosa y
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con ganas de aprender; quizá era una de las que más se gozaba
las salidas.
A finales del año 2000 cuando todos se iban de vacaciones, Deisy la más pila, la más bonita y la que más aportaba y había
aprendido de todo eso de la conservación y de las semillas, se
dejó convencer de la guerrilla y se fue con ellos. ¡Qué tristeza!
Aquello por lo que habíamos luchado, por lo que había sido
creado el grupo ecológico, sencillamente se convertía en una
frustración. Haber perdido a un miembro querido y especial del
grupo causó tristeza. Pero cuando nos enteramos que Deisy, al
mes de ser reclutada, fue llevada a combate frente a un grupo
de soldados profesionales y había perdido la vida, sentimos rabia y resentimiento. Luego fue Rodrigo y otros jóvenes más,
cuyos nombres no recuerdo ya.
Si logramos el objetivo de arrancar jóvenes a la guerra, no lo sé.
Pero si creo que valió la pena el esfuerzo, pues después de 10
años tenemos profesionales en la zona que están aportando su
grano de arena para que aún en medio de la guerra por lo menos podamos sobrevivir y los niños y jóvenes de esta localidad
tengan oportunidades diferentes a las que les tocó vivir por esta
década.
Como profesional siempre me he preguntado si lo que hago
puede servir para que otras personas tomen el camino correcto.
Pero en este caso en particular, perdí a una de mis mejores
alumnas. ¡No lo logré!
3. ¿Y ESTO PASA EN COLOMBIA?
Desde que estudiaba en la universidad me preguntaba por las
desigualdades sociales del país. Inicie estudiando agronomía y
me entusiasmé mucho por el medio ambiente, la naturaleza, la
botánica; luego me encarreté con las plantas y terminé enfocado
en los cultivos, pero mientras este era mi enfoque de formación
en la carrera, por otro lado me seguía preguntando por qué la
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pobreza, por qué los indigentes, por qué los desplazados,… todo
ello lo escuchaba de mis amigos, la familia y las noticias. Luego
en la facultad comenzaron a aparecer grafitis como “tierra pa´l
que la trabaja”, “palma para la vida y no para la muerte”, “quinua sabiduría popular” entre otros… que me cuestionaban cada
vez más y me llevaban a preguntarme ¿para qué sirve la agronomía? Comencé a indagar con amigos, profes y conocidos tratando de resolver mi inquietud y terminé encontrando en libros
y videos algunas experiencias de agroecología, eso sí, fuera del
plan de estudios de la carrera pues era un tema clausurado.
Después de conocer sobre agroecologia deseaba ir a trabajar
con comunidades. Entonces terminé asistiendo a clases en la
facultad de sociología, en la cátedra de sociología rural; se imaginarán el choque académico, de entendimiento de esos conceptos, las lecturas largas y las discusiones complejas. Difícil, pero
muy enriquecedor: compartía con estudiantes de otras carreras
y todos aprendimos algo de los demás. Allí tuvimos una práctica
en una vereda de la ciudad y conocí de cerca, palpe de verdad,
la realidad campesina y la forma como se organizaban. Esto me
impulsó entonces a cuestionarme más sobre el papel de los
agrónomos en el campo; entendí que hay mucho por hacer e
intenté en la facultad buscar por dónde,… pero no, nada que
ver, esos temas son vetados; las respuestas de los profesores
eran: usted debería estudiar sociología o ciencias sociales, el
énfasis de agronomía es la producción y no los temas sociales,
entre otras muchas.
Fue en ese momento cuando con otros estudiantes dimos forma
y vida a un grupo de trabajo que llamamos “Arando”. Éste nos
sirvió de plataforma para invitar a campesinos de las diferentes
regiones de Colombia para que nos dieran a conocer la realidad
del campo. Hicimos nuestro mayor esfuerzo tratando de vincular
a más estudiantes y a los profesores, aunque estos últimos no
asistían argumentando que no eran espacios académicos. Fue
muy rica la experiencia y desde allí nos cuestionábamos con
otros estudiantes sobre la necesidad de aplicar con otro enfoque
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nuestra formación: que tuviera en cuenta al campesino, la seguridad alimentaria y la agroecologia principalmente.
Gracias a estos encuentros, al contacto con campesinos y organizaciones sociales, conocí a las personas que al terminar mi
carrera me ayudaron a vincularme con el trabajo en el Magdalena Medio.
Inicié trabajando en un proyecto que los campesinos tenían de
seguridad alimentaria y granjas autosostenibles, financiado por
la Unión Europea en el marco de los Laboratorios de Paz. Ahí me
di cuenta que no sabia un carajo, que todo lo teórico de mi formación no aplicaba allí. Poco a poco aprendí de los campesinos
muchas cosas de sus practicas de siembra, de las fechas de cultivo, del corte de árboles con relación a la luna, de la relaciones
de trabajo entre ellos y sobre todo de su parte humana. Luego
vine a conocer la historia de la región y sentí mucho miedo
cuando me comenzaron a contar sobre las masacres, los desplazamientos, los huérfanos, los desaparecidos, etc.; entendí en la
práctica cómo la gente del campo siente eso que me contaban
mis amigos, familia y noticias en la ciudad; sentí mucho temor
al escuchar esos relatos; quería salir corriendo y llegar a casa,
donde se encontraba mi familia; eran sensaciones encontradas
pues a la par del miedo encontraba el afecto, el amor y la seguridad que esos seres maravillosos “los campesinos” me brindaban, generaban una sensación de estar en familia en donde encuentras muchos hermanos, hermanas y papás y mamás por
montones. Ellos por su parte se alegraban de poder contar con
un profesional para que les “enseñara” y estuviera con ellos.
Estos sentimientos los mantengo vivos: esas comunidades los
brindan sin reparo alguno y son la fuerza que me mantiene para
seguir desempeñándome como profesional de apoyo a las comunidades campesinas.
Ellas siempre que uno sale lo acompañan, lo dejan en el carro,
lo recomiendan con el conductor y en el pueblo otro campesino
lo recibe a uno y lo acompaña a la chalupa. Solo podría decir
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que esto se ha logrado porque nos aprendimos a querer desde
el dialogo, el compartir, el vivir sus necesidades, sus sueños y
estar con ellos.
Desempeñándome como profesional aprendí cómo comportarme
en las diferentes zonas: en la parte alta se siente mucha seguridad porque tu no andas solo, la comunidad se mueve en grupos
por los caminos de una vereda a otra y siempre se avisa de caserío a caserío cuando alguien sale para estar pendientes; toca
así porque están los grupos armados y en cualquier momento te
puedes tropezar con alguno de ellos y bueno la comunidad ya
tiene normas de convivencia que los actores armados deben
respetar. Aquí hay dos casos:
utiliza como medida de protección, pero que las juntas de acción
comunal son las que permiten que personas las usen, que no
son todas las personas, principalmente comerciantes, que las
juntas de acción comunal se responsabilizan por esta persona o
de lo contrario denunciarán el hecho ante la defensoría del pueblo. Bueno; al fin soltaron a la persona después de 12 horas.”
“En otra ocasión llego la guerrilla al caserío y entonces estaba
un señor vendiendo plátanos en su Toyota Land Cruser; venía
de una vereda que queda como a cuatro horas. Entonces la guerrilla comentó que ese carro y ese señor eran raros y entonces
iban a quemar el carro, pero la comunidad se aglutinó al lado
del carro y no permitió el hecho y le dijeron a la guerrilla que
respetaran que el señor era campesino y vivía cerca y les estaba
ayudando, ya que el plátano estaba mas barato aquí que traerlo
del pueblo; al final la guerrilla se fue”.
Estos dos casos son tan solo una muestra de la autonomía que
las comunidades han ganado en medio del conflicto armado ya
que los actores con sus acciones involucran a la población civil
en este conflicto.
“Un día el ejército toma a un campesino y por llevar como cinco
millones de pesos y un revolver lo capturó para poderlo sindicar
de ser comandante guerrillero. Lo llevarían en helicóptero a la
capital, pero la comunidad reaccionó y como la persona era un
miembro reconocido en esa región, se agruparon alrededor de
100 personas y no le dejaron llevar, explicándole al ejército que
la persona es de la comunidad y que transporta el dinero así,
porque es el producto del trabajo de la mina de oro la cual es la
base de la economía por estos lados; y el arma porque existen
personas que pueden llegar a robar la plata en el camino y se
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En las zonas planas cerca del río ya la cosa es diferente pues el
control por el paramilitarismo y el narcotráfico es fuerte. Uno
tiene que andar con los distintivos de la Unión Europea, de la
Ong y el escudo de Colombia, en el traslado de un punto a otro;
así vayas solo o acompañado, se debe mantener comunicación
constante por teléfono o por mensajes de texto con alguna persona de la Ong o un familiar indicando por dónde vas (cada 15
o 30 minutos), ello por las desapariciones y acciones que se han
realizado en las riveras del río y que generan temor, esta es tan
solo una de las tantas medidas de protección que se deben tomar.
En alguna ocasión me pasó lo siguiente:
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“Salimos de Barranca para
encuentro de campesinos y
no, la defensora del pueblo,
bamos como 200 camisetas
la vereda. Viajábamos a un tallerallí se desplazaba un líder campesiun integrante de la Ong y yo; llevápara entregar a los campesinos.
En el transcurso del camino, en el punto donde deja uno el río y
toma el carro, tomé el paquete con las camisetas y me quedé de
los demás miembros de la comisión. Entonces se acerca un señor y me pregunta ¿Qué lleva ahí? A lo cual le respondí: unas
camisetas. Luego me preguntó ¿Para dónde las lleva? Le comenté que para la vereda y a un evento, y siguió preguntando y
yo contestaba…, me acompañó hasta el carro y al llegar allí me
preguntó ¿quién es usted? En ese momento se acerca la chica
de la Ong que viajaba conmigo y el tipo se va. Luego el conductor del carro me dice él es el comandante de las águilas negras
aquí, y no se le puede contestar nada; entonces comprendí la
importancia de andar con los distintivos, no andar solo y saber
hablar.
En otra ocasión, en el pueblo en donde está ubicada la oficina
donde laboro, comenzaron a presentarse unas muertes (más o
menos una muerte diaria), al parecer por el conflicto entre paramilitares por el control de las rutas de narcotráfico. Me daban
ganas de salir para la vereda o para la casa y dejar el trabajo,
pero la señora dueña de la pieza en donde me quedaba le decía
a la hija: “mijita lleve al muchachito al trabajo y recójalo también”; así fue como por los siguientes dos meses, más o menos,
siempre andaba con el celular en la mano y comunicándome
cuando salía y volvía a entrar a la oficina ya que se sentía miedo
de estar en el pueblo. Además, andaba acompañado la mayor
parte del tiempo, aunque la gente decía que el problema no era
conmigo, pero la verdad es que en una balacera uno puede resultar gravemente herido o hasta perder la vida. Entonces decidí
madrugar a trabajar a la oficina y salir más temprano en la tarde. Romper con las rutinas.
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Con otros profesionales que trabajaban en diferentes proyectos
diseñábamos nuestros propios escenarios para estar alegres en
medio de la tristeza y el temor. Entonces preparábamos comida
para todos en el apartamento de un amigo y llevábamos la
hamaca para pasar la noche allí; en ocasiones comprábamos
cervecitas y nos las tomábamos dentro de la casa en tertulia
porque no teníamos ni grabadora, y a las seis de la tarde ya
estábamos guardaditos compartiendo.
Esta pequeña nota es una muestra del conflicto en el que se
encuentra nuestra Colombia y de cómo la población vive en medio de la guerra, a mí también me ha tocado vivirla por el trabajo que desarrollo, y bueno, toda esta experiencia me deja una
enseñanza: la importancia de valorarse como ser humano para
valorar al otro; la importancia de cuidarnos los unos a los otros
y cada día fortalecer los lazos afectivos que nos unen y nos motivan para seguir trabajando a pesar de las dificultades, de los
miedos y la incertidumbre de no saber cómo será el mañana en
estas regiones de nuestro país, donde la muerte, la pobreza, el
abandono por parte del estado y de la sociedad, las disputas de
poder entre los actores armados, entre muchas otros cosas, son
el pan diario para las personas de estos lugares.
4. DESDE EL SUR DE BOLÍVAR
Arturo Cova es un hombre urbano, que se acerca a los cincuenta
años de edad. Adoptó ese nombre cuando tenía veinte años y lo
hizo porque fue en ese momento de su vida que descubrió, con
admiración, a ese otro hombre aventurero y apasionado en el
amor, que terminó tragado por la selva, después de sufrir con
su amada Alicia todas las tropelías de las empresas caucheras
que expoliaban a indios y a colonos en el inmenso infierno verde
de la amazonia. Al igual que él –dice- cuando era muy joven, se
sentía un hombre desprendido, con alma de poeta y sueños de
explorador y aventurero incansable. Recuerda cómo, hasta los
años ochentas, todavía podía meterse en la selva a descubrir las
rutas de las caucherías, de la quina y del oro del Guainía, y los
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olvidados caminos de indios. Más adelante sería imposible
hacerlo, so pena de ser declarado objetivo militar por parte de
cualquier bando de la guerra.
“La guerra entre Estado e insurgencia lleva más de cuarenta
años en Colombia. Todos los de mi generación nacimos en medio de la guerra” -sentencia Arturo. En la medida que pasaba el
tiempo, que iba madurando, iba comprendiendo más la guerra y
sus horrores, sin entender las causas que la propiciaban. Jamás
se imaginó que iba a estar tan cerca del teatro de operaciones
de guerra. Sus convicciones sobre la necesidad de trabajar con
las comunidades, de conocer el país desde abajo, lo llevaron a
trabajar en zonas tan bravas, como el Guaviare de comienzos de
los años noventas y el Magdalena Medio desde finales de 1995.
En 1998, Arturo Cova, como minero y líder comunitario de San
Pedro Frío, un pequeño pueblo en las estribaciones de la Serranía de San Lucas del sur de Bolívar, forma parte del éxodo campesino que desde el sur de Bolívar y el Valle del Río Cimitarra
movilizó a cerca de 10.000 hombres y mujeres, campesinos,
mineros, jornaleros y raspachines de coca hacia Barrancabermeja. Un par de meses antes había ocurrido la masacre del 16 de
mayo, en la cual los paramilitares incursionaron en el barrio
popular El Campín, de Barrancabermeja y usurpando la alegría
de la gente que compartía desprevenidamente, asesinaron a 7
personas y se llevaron a 25 más como rehenes, los cuales a la
postre serían declarados como desaparecidos.
Los campesinos se movilizaban contra el incumplimiento de los
Acuerdos pactados con el gobierno durante las marchas campesinas de 1996, que versaban sobre titulación de baldíos, arreglo
de las vías terciarias, puestos de salud y mejoramiento y dotación de las escuelas rurales, permanencia de la pequeña minería
del oro, pero sobre todo pedían protección de su vida e integridad física, abiertamente amenazadas por grupos paramilitares
que señalaban a los pobladores del sur de Bolívar como auxiliadores de la guerrilla o como guerrilleros de civil. Ese estigma era
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muy corriente, tratándose de una región con presencia histórica
de las guerrillas por más de 30 años.
Las consignas de “primero la vida” y “por la defensa de nuestro
territorio” guiaron la movilización de 1998.
Después de tres meses de permanecer en Barrancabermeja, en
condiciones de hacinamiento y crisis sanitaria y alimentaria,
ocupando escuelas, universidades y colegios de la ciudad, obligaron al alto gobierno de Pastrana, recientemente posesionado,
a sentarse alrededor de una Mesa de negociación. Arturo Cova
era uno de los voceros del movimiento. Su condición de hombre trabajador, de campesino minero, de líder honrado y frentero y con experiencia en esas lides pues había sido desplazado
del Guaviare y del Guainía a comienzos de los noventas, lo hacía
apto para representar los intereses populares del sur de Bolívar.
La Mesa de negociadores y facilitadores estaba representada
por ocho voceros campesinos, la Iglesia Católica, representantes
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del gobierno nacional, del gobierno local, ONGs, el joven Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y las fuerzas
armadas.
Los voceros del movimiento le plantearon al gobierno sus demandas, le reiteraron la petición de cumplir con los acuerdos de
las marchas campesinas del 96 y le exigieron, como punto central, garantías para sus vidas e integridad física seriamente
amenazadas. En concreto le pidieron combatir a los grupos paramilitares que, para ese momento, desalojaban a los campesinos de sus tierras, tomaban posesión de las fincas y ejercían
presión militar, en contubernio con la fuerza pública acantonada
en los cascos urbanos. Los campesinos denunciaban los desplazamientos que ocurrían con ocasión de los enfrentamientos entre paramilitares y guerrilla, en un escenario de guerra en el que
las autoridades civiles y militares eran indiferentes o tomaban
partido del lado de los grupos paramilitares.
El gobierno prometió revisar los Acuerdos del 96, supuestamente incumplidos –según sus palabras- . También prometió y firmó
un Acuerdo en que se comprometía a combatir los grupos paramilitares, pero se negó a entregar recursos de inversión del orden de $ 200.000 millones o más, que el movimiento exigía y
sustentaba. El gobierno argumentó que la situación fiscal no era
la más estable y que, sólo entregaría recursos si el movimiento
los presentaba en el marco de un Plan Regional.
El joven Programa de Desarrollo y Paz, que hacía presencia en la
región desde 1995, y que ya contaba con un diagnóstico global
de la región, fue garante y mediador de los Acuerdos entre el
gobierno y la Mesa de voceros campesinos. También la Iglesia
Católica representada en su Obispo de la Diócesis de Barrancabermeja. Los campesinos decidieron construir el Plan sugerido
por la Mesa de negociadores y facilitadores, al cual le dieron el
nombre de “Plan de Desarrollo y Protección Integral de los Derechos Humanos del Magdalena Medio”, que sería conocido sim-
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plemente como Plan Integral y cuya formulación se pactó en
tres meses.
Los Acuerdos firmados por Pastrana el 4 de octubre de 1998,
distensionaron el ambiente entre el campesinado y el gobierno.
La Mesa de voceros campesinos, con la colaboración del Pdpmm,
hizo todos los alistamientos necesarios para cumplir con el Plan
Integral. Se conformó un equipo humano para coordinarlo y
formularlo y se hizo el correspondiente programa de trabajo.
Entretanto, el movimiento campesino se preparaba para regresar a sus tierras en el sur de Bolívar y el Valle del Río Cimitarra.
Mientras el Plan Integral empezaba su formulación el campesinado retornaba a sus hogares. Sin embargo, se empezó a constatar que, a pesar de las promesas del gobierno, los campesinos
seguían siendo hostigados por las huestes paramilitares, desde
que salieron de Barrancabermeja y con mucha más persistencia
cuando llegaron a su territorio. El desplazamiento forzado se
profundizó. La formulación del Plan Integral avanzaba en medio
del fuego.
Arturo Cova y el resto de voceros campesinos seguían activos en
su función de orientación y apoyo en la formulación del Plan.
Programaban talleres con las comunidades de sus municipios poco más de 20- casi en condiciones de clandestinidad, en razón
a las amenazas que desde un principio recibió el Plan Integral.
Las comunicaciones entre esos municipios y Barrancabermeja,
eran difíciles. No obstante, llegaban noticias preocupantes:
“que los paramilitares estaban arrasando pueblos, haciendo retenes y deteniendo personas, a quienes amarraban y se llevaban a las partes altas de la montaña. Que quemaron varios caseríos, en Altos de Rosario, en la zona minera de Buena Seña,
en Montecristo, Tiquisio y “Micumao”. “Que los líderes del éxodo
fueron declarados objetivo militar”. “que hay enfrentamientos
entre guerrilla y paramilitares casi todos los días”. “que la gente
está saliendo masivamente, en medio de los combates”.
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Este era el teatro de guerra del que hablaba Arturo Cova.
Jamás se imaginó, ni siquiera cuando vivió en el Guaviare, que
estaría tan cerca de la guerra. Nunca pensó encontrarse en medio del fuego cruzado de dos bandos de guerra, con helicópteros
sobrevolando los caseríos y el ejército de la patria en posición de
retaguardia. Nunca, hasta ese momento, se imaginó que sacarle
el oro a la tierra fuera una empresa tan difícil. Años después,
desterrado de su territorio, trabajando una pequeña parcela en
Arauca y un poco más viejo, diría que lo que más lo aterrorizó y
conmovió fue verse en medio de las llamas tratando de ayudar a
salir de sus casas a mujeres y niños que lloraban, gritaban y
corrían despavoridos hacia ninguna parte.
Esa coyuntura de éxodo campesino y de formulación del Plan
Integral, seguramente contribuyó a engordar las cifras del desplazamiento forzado del sur de Bolívar, que registra entre 1997
y 2006, poco más de cincuenta mil personas expulsadas, de un
total de no más de 300.000 habitantes.
La formulación del Plan Integral se concluyó en enero de 1999,
pero ya no había campesinos en Barranca que lo respaldaran
frente al gobierno. Este contó con esa circunstancia y archivó el
documento que expresaba las aspiraciones de los marchantes
del éxodo campesino. Por su parte, los pobladores del sur de
Bolívar decían que: “para qué sirve un Plan Integral si matan y
desplazan a sus dolientes”?
Los voceros campesinos fueron amenazados y algunos fueron
declarados objetivo militar. A Edgar Quiroga, a quien cariñosamente sus amigos lo llamaban “cuco”, líder visible de los voceros campesinos del éxodo, compañero de Arturo Cova, lo retuvieron los paramilitares en noviembre de 1999, en San Pablo,
sur de Bolívar. Se dice que fue llevado al cuartel general de Carlos Castaño en el Nudo de Paramillo; que fue torturado. Hacia
mediados del año 2000, en las páginas centrales del periódico El
Tiempo, se daba la noticia de que Carlos Castaño aceptaba que
había matado a Edgar Quiroga, luego de hacerle un juicio en el
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que se dictaminó que era un guerrillero. Su cuerpo, nunca apareció y es lo único que su anciana madre reclama.
No se sabe a ciencia cierta qué pasó con los demás voceros
campesinos. Algunos pocos salieron del país; otros fueron desplazados y siguen luchando en otras regiones, y, los menos,
volvieron a sus parcelas en el campo o a las minas de oro y son
hombres y mujeres anónimos, que resisten la pertinaz guerra.
El Plan Integral vive en las mentes y el espíritu de pobladores
que fueron protagonistas del Plan y que aún permanecen en el
sur de Bolívar. El Pdpmm rescata el sentido del Plan en cuanto
a la vigencia de los derechos humanos, su defensa y protección
integral. De alguna manera, en las luchas reivindicativas del sur
de Bolívar, después de 1998, está presente el Plan Integral.
5. ¡ELLA NOS TOCA! RELATO DE MÚLTIPLES VOCES
Para responder esta pregunta decidí recoger opiniones de varias
personas en torno a una de las miles de actividades cotidianas
que realizo, como ir al trabajo, hacer deporte, ir de compras,
visitar a mi amigo, etc. Ahora bien, solo escogí ir de mi casa al
trabajo y miren lo que encontré:
Al salir de mi casa me encontré con mi amiga Ángela y al pedirle
su opinión sobre el interrogante ella contestó: ¨La guerra nos
toca de diferentes maneras de acuerdo al tiempo que nos encontremos y a las circunstancias¨.
Al llegar a la esquina del semáforo le pregunte a un joven estudiante de arquitectura de primer semestre y me respondió: ¨a
mi me afecta en la manera de vivir porque no se vive tranquilo¨
Esteban.
Transcurrido una cuadra y media en dirección al trabajo, le solicito el favor que me responda a la pregunta a una joven de 18
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años y ella dijo: ¨La guerra me afecta porque se pierde el sentido de respeto a las personas, se empieza a ser como violento,
agresivo, el sentido de la muerte se hace algo normal y deja de
ser algo patológico¨ Paula Andrea.
En mi caminata observo al ejecutivo que con su estilo afanado
de caminar se detiene al escuchar mi solicitud y de manera muy
cordial procedió a responder: ¨He tenido la suerte de pensar
que la guerra no me ha tocado personalmente, pero tengo la
desdicha de sentir el terrible tacto de la guerra por la desventura de mis semejantes. Quizá sea la peor forma de sentir la guerra¨ Vicente.
No acababa de responder el ejecutivo y repentinamente aparece
el joven de apariencia descomplicada con su morral a su espalda, su cabello largo y varios tatuajes en sus manos, no podía
dejar pasar a este individuo sin recoger su opinión y al detenerlo
y pedirle respuesta al interrogante él sin reparos contestó ¨La
guerra me toca porque el gobierno me la hace tocar¨ y se
marchó.
Habían transcurrido alrededor de diez minutos y ya empezaba a
creer que la guerra tiene un manto tan grande que si bien no
puede cubrirme, al menos sí me hace sombra.
Al seguir con mi camino, destino al trabajo, decido preguntar a
una mujer que esté en el rango de 50 a 60 años. Con facilidad la
pude localizar entre la multitud llevaba en sus manos un paquete de compras, cuando le pregunté ella con mucha naturalidad
contesto ¨a mí me toca la guerra porque he tenido que pagar
mucho más caro estos productos ya que parte de este dinero
será utilizado para matar colombianos.
así fue que me quede en la plaza del carnaval¨ y lean lo que
encontré:
¨La guerra si me afecta porque me da temor de dejar solos a
mis hijos ya que hay mucha inseguridad y en cualquier momento les puede suceder algo malo, además en un tiroteo pueden
caer muchos inocentes¨ John.
¨Si me afecta, más que todo en el ambiente o sea que me genera un malestar en el estado de ánimo, me da preocupación, indignación por secuestros. Económicamente me afecta al igual
que a todos los colombianos porque la plata que se invierte en la
guerra se podría invertir para otros fines productivos¨ Carlos.
¨Me perjudica en lo social porque el desplazamiento complica la
situación de la ciudad no hay trabajo y hay más desempleados,
me resulta más difícil conseguir trabajo¨ Jhoana.
¨Me toca la guerra porque hay inseguridad, falta de empleo, no
se respetan las decisiones de alguien; el dinero se lo emplea en
la guerra y no en lo productivo, educación, salud¨ Sandra.
¨Me afecta porque los reinsertados salen a atracar, hacen daño,
roban apartamentos. También porque no se puede viajar tranquilo¨ Érica.
En ese momento ya me sentía tocado y decidí llegar unos minutos tarde al trabajo ubicándome en un lugar estratégico en donde podía recoger de manera tranquila muchos más testimonios y
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
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ción, ver masacres que hay en Nariño; mejor dicho ya no quiero
escuchar noticias¨ Catalina.
¨Me toca la guerra diariamente por la información y la desinformación que hacen los medios de comunicación todos los días,
sobre todo en la televisión el canal RCN y Caracol, eso hace más
daño que la guerra en sí¨ Alejandro.
A mí ya me ha tocado y me sigue tocando con estos testimonios.
Entonces LA GUERRA NOS TOCA… ELLA NOS TOCA!!!!!!!!
¨La guerra en sí es la ruina del país y como yo vivo en este país
de alguna manera me afecta, de pronto no miro en este momento las consecuencias pero de alguna manera me afecta¨
Rosa.
¨Me afecta porque no encuentro trabajo ya que la plata se gasta
para la guerra y soy madre de dos hijos¨ Ana.
¨Me toca mucho sobre todo porque hay desempleo, mala vivienda, la muerte de soldados y el país tan corrupto por el tal
presidente Uribe. Si el país tuviera otro presidente tal vez fuera
mejor¨ Paola.
¨De pronto seria insensible decir que no me afecta porque
económicamente la plata que se invierte en armamento, seguridad, etc. se las podría invertir en otras casas que generen desarrollo.
También me afectó cuando a mi hermana que trabajaba en Internariño la secuestraron en la vía a Tumaco por una semana.
También porque es triste escuchar siempre en las noticias ataques de la guerrilla, desapariciones que hace el ejército, corrup-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
¨la guerra es una acción de hombres que no se conocen y se
masacran, en nombre de hombres que como sí se conocen no se
masacran¨ Paul Valéry.
6. SOMBRAS DEL DESARROLLO
Para mi fortuna en los lugares en los cuales he vivido nunca he
presenciado hechos violentos o actos atroces, que pudiesen llegar a marcar de una u otra forma mi vida; pero, haciendo memoria, hace aproximadamente unos diez años visité en el departamento del Casanare, un municipio que en este breve relato
denominaremos La Palma. En una visita que hicimos a la
hacienda de un pariente, ubicada llano adentro, en una noche de
luna clara, por cierto, escuché la historia narrada por el capataz
de nombre Víctor, quien ya finalizadas sus faenas cotidianas de
vaquería, comenzó su narración bajo el incandescente fuego de
una luz mortecina producida por una hoguera hecha por él y los
demás vaqueros en medio de unas planicies de nunca acabar,
con la constante presencia de extraños ruidos emitidos por animales y los susurros del viento que se estrellaba contra los morichales que rodeaban el lugar que habíamos escogido para per-
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noctar esa noche. Historia que para mí, rayaba entre la ficción
y lo despiadado e inhumano que puede llegar a ser el hombre.
Don Víctor, comenzó entonando una corta melodía de vaquería,
que según él se la había enseñado su abuelo, para alejar los
malos espíritus de la llanura y así protegerse no solo de ellos
sino, también, de los animales salvajes que circundan la zona y
de las personas que quieran echarles “mal de ojo” o hacerles
brujería. Empieza su relato lamentándose porque el llano de sus
padres había empezado a desaparecer paulatinamente por la
destrucción absurda de sus recursos naturales, y por la pérdida
de valores e identidad del otrora autóctono llanero, pues se dejaron contaminar por los colonos que llegaron a la zona, según
él, con malas costumbres y el afán de conseguir dinero y poder,
que cuando no se saben manejar corrompen a cualquiera.
Tras un profundo suspiro, como oteando el firmamento, evocando años pasados, empieza a contar que por allá, por el año
1980, se empezó a hablar del hallazgo de un pozo petrolero que
generó gran expectativa entre los moradores de La Palma, pues
se especulaba que ahora sí se vería el desarrollo y el progreso
en el pueblo, pues al decir de los entendidos, el Estado iba a
empezar a enviarles “regalías” por la explotación de ese precioso
líquido negro. Pero esta afirmación con el correr de los días resultó en parte ser muy cierta -exclamó en voz alta- ya que fue el
comienzo del fin de la tranquilidad y acontecer apacible que hasta ese entonces brindaba el pueblo La Palma. En efecto, como
primera medida llegaron grandes máquinas muy raras, marcadas con palabras y dibujos, que, por más de que trataba no relacionaba, ni entendía y menos el por qué esa llegada tan rápida
e inesperada de tantas cosas nuevas a la vez (gente, aparatos,
maquinaria, lujosas camionetas, casas móviles, luz eléctrica,
entre otras); en fin, todo comenzaba a cambiar tan rápido que
cuando menos se percataron, en menos de 2 años, de una población de unos 900 habitantes en el pueblo, se pasó a un promedio de unos 1300 nuevos residentes, los cuales comenzaron a
construir nuevas casas, cementar casi todas las calles del pue-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
blo, colocar luz, agua y alumbrado público hasta en las zonas
lejanas del pueblo, construir enormes polideportivos y una de
las excentricidades más absurdas, el inicio de la construcción de
un puente en donde ni siquiera se necesitaba, ya que no pasaba
río o caño alguno por allí.
Adujo don Víctor, “no me entiendan mal, no es que yo esté en
contra del progreso ni el desarrollo para mi pueblo, con lo que si
me encuentro totalmente en desacuerdo es con el desorden en
que se dio tanto cambio”. Se quedó pensando con la vista fija en
el fuego, cuando de pronto observé que una lágrima resbaló por
su mejilla, la que rápidamente secó con su hombro y echando la
culpa a un insecto que, según él le entró en su ojo y le hizo llorar, comenzó de nuevo a hablar.
-“De este proceso de cambio lo que más me afectó no fue la
infinidad de nuevas cosas que comencé a ver, sino la llegada y
rápido surgimiento de un grupo armado comandado por el patriarca de una familia Buitrago, que luego se convirtió en el famoso grupo paramilitar conocido como la Autodefensas Campesinas del Casanare –AUC-, comandado por Martín Llanos, hijo
del creador del grupo. Ellos en sus inicios realmente se organizaron para ser el brazo armado de los narcotraficantes que se
habían ya asentado en la región, encabezados por una familia
venida del departamento de Boyacá de apellido Feliciano. Con
el transcurrir del tiempo, en esta tierra sin Dios ni ley, se fueron
apoderando de todo, de las tierras, los ganados, los puestos
políticos, y hasta de las empresas que extraían el crudo”.
Según contó don Víctor, estos grupos ilegales estaban muy bien
organizados, tenían un jefe militar muy temido al que llamaban
“HK” y terminaron apoderándose de todo; se volvieron los dueños y señores de la vida, honra y bienes de quienes allí habitaban; comenzaron a imponer unas reglas absurdas, entre las
cuales que todo local, tienda o negocio debía pagar una pequeña
cuota de carácter obligatorio para garantizar su protección; los
contratos celebrados con la administración pública debían cance-
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lar un porcentaje del valor total del mismo, mediante unas tasas
de cobro establecidas dependiendo del tipo de contrato a desarrollar; todas las fincas debían pagar un tributo por protección
y un porcentaje por animales vendidos, eso sí con previo aviso
al encargado de la zona para poder celebrar cualquier tipo de
venta, so pena de incurrir en decomiso, muerte de los semovientes y hasta, en algunos casos tan absurdos, la muerte del
encargado de la finca en señal de lección para aquellos que no
querían colaborar o acatar las normas establecidas.
Las remembranzas del capataz lo llevaron a un domingo en la
tarde, cerca de las cinco, cuando se encontraba departiendo en
un caño (pequeño riachuelo) con su familia y unos amigos de la
vereda en la que vivía en ese entonces, cuando de repente llegaron dos camionetas Toyota color rojo, nuevecitas, ocupadas
por personas vestidas con camuflado militar, armas al cinto y
fusiles terciados. Se apeó uno de estos personajes y ya fuera del
vehículo preguntó a grito entero ¡quién de ustedes trabaja para
Clodomiro Méndez!; el silencio se apoderó de todos los allí presentes, quedándose mudos e inmóviles. El hombre de camuflado
volvió a vociferar: “¿Es que no hablo claro? ¿Quién de ustedes
trabaja o es el encargado de la hacienda de Clodomiro
Méndez?”. El silencio reinaba entre todos, cuando de repente el
individuo hizo dos disparos al aire y dijo: “Creo que este fusil
comenzará a preguntar uno por uno hasta que se rompa ese
silencio”; los niños comenzaron a llorar y las mujeres a consolarlos, aunque estaban igual de perturbadas, cuando en medio
se abre paso un joven de unos 24 años, de nombre Andrés
Pinzón, con una cara de niño que quien no le conociera no lo
pondría más de 18 años, y se identifica como el encargado de la
hacienda El Morichal, de propiedad de don Clodomiro Méndez.
El hombre de camuflado le dice: –“Viejito, acompáñenos que
tenemos que mandarle una razón muy importante a su patrón
con usted”-
Andrés volteó la cabeza hacia atrás y dio una mirada con unos
ojos llenos de terror y tristeza; lo subieron en una de las camionetas y se alejaron a gran velocidad del lugar.
Cuando los demás campesinos se percataron de lo sucedido,
entraron en pánico y angustiados por la suerte de aquél jovencito, a toda prisa partieron de ese lugar, temerosos de que estos
individuos se devolvieran en cualquier momento. Emprendieron
una larga caminata, en medio de desechos, potreros y pantanos,
pero nunca por la carretera, ya que el miedo colectivo se había
apoderado de ellos; caminaron a tan apresurado paso, que en
menos de hora y cuarto llegaron al perímetro urbano de La Palma, recorrido que normalmente se hacía en más de dos horas.
Llegaron a donde Pedro Guíes, un compadre de Víctor, y automáticamente se dirigieron al comando de policía para informar
lo ocurrido. Allí los recibieron y comenzaron a narrar lo acontecido con el muchacho (Andrés), que desconocían por qué se lo
habían llevado, que lo único que podían aseverar era que insistentemente preguntaban por quién trabajaba con don Clodomiro Méndez, que lo localizaran. El comandante les pidió una dirección en donde eventualmente pudiera contactarlos para informarles la suerte del joven o por o si llegaran a necesitar de
nuevo su testimonio.
Los días pasaron y nada que se tenían noticias, ni de la policía ni
de la suerte del muchacho, hasta que en una mañana de lunes,
cuando estaban haciendo el ordeño, llegó una camioneta de la
policía a la finca (era la dirección de referencia que había dejado
en el comando de policía), y luego de saludar a don Víctor le
pidieron el favor de acompañarlos para identificar un cuerpo que
fue hallado en medio de una palizada del río Upía. Mientras se
ponía ropa limpia y despertaba a sus tres hijos, su esposa les
ofreció un tinto a los policiales y luego partieron hacia el lugar
en el que estaban haciendo el levantamiento del cadáver.
Después de unas dos horas de recorrido en carro y una a pie,
llegaron al rio Upía. Allí se encontraban dos personas que se
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
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identificaron como de la Fiscalía, algunos policías y un grupo de
soldados fuertemente armados, que estaban prestando seguridad en la zona; ya habían acabado de hacer el levantamiento
del cadáver y lo tenían dentro de una bolsa negra que abrieron y
se reconoció a Andrés Pinzón, el joven al que se habían llevado
los hombres armados. Comenzaron el recorrido de vuelta y dos
soldados cargaban el cuerpo en una especie de camilla elaborada con dos palos largos amarrados a la bolsa que contenía al
cuerpo; a medida que caminaban los funcionarios de la Fiscalía
indagaban al capataz, que si lo conocía, que de dónde era, que
quién era su familia; pero él solo pudo atinar a decirles que lo
único que sabía era que venía de Boyacá, nada más.
Habían transcurrido unos tres días desde la identificación del
cuerpo de Andrés, cuando se empezó a diseminar por la región
que lo habían matado para darle una lección a su patrón, porque
no había querido cancelar la cuota de protección que le habían
fijado para su hato. Igual sucedió con trabajadores de otras
ocho fincas, también se desquitaron con los empleados por no
sujetarse a las cuotas establecidas por este grupo insurgente,
les robaron sus pertenencias, se llevaron las cabezas de ganado
que quisieron; en fin, se convirtió en tierra de nadie, en donde
la vida no valía nada, hasta que decidió irse con su familia para
Yopal (capital del departamento).
El cambio fue duro para todos, nuevas costumbres, pasaron de
ser alguien en su vereda a ser un número más en esta ciudad.
Buscaron ayuda en la alcaldía, en la personería, en diversas entidades gubernamentales pero si acaso recibieron uno que otro
mercado y algo de ropa usada que gente de buen corazón les
regalaba. Entre desdichas y una que otra alegría permanecieron
allí tres años; trabajando en construcción, con una compañía de
aseo, de celador, descargando camiones de mercado los domingos, en fin …; hasta que un buen día, ya cansado de ese estilo
de vida, decidió averiguar con un compadre que todavía estaba
viviendo en el pueblo, cómo se encontraban las cosas, y se enteró que el supuesto pozo no resultó ser lo que esperaban, que
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
los ingenieros se fueron y que el ejército volvió a hacer presencia permanente, por lo que había disminuido la presencia de las
AUC pero de paso el tan anhelado dinero de las regalías por la
explotación del petróleo, también había dejado de percibirse.
Esta noticia lo alegró tanto que automáticamente organizó viaje
de regreso y al otro día ya estaba de vuelta en su pueblo con su
familia. Cuando llegaron a La Palma, apenas se habían apeado
del bus en el parque principal, dio un rápido vistazo y observó
una serie de construcciones sin terminar, casas abandonadas,
llenas de señales de la guerra que allí se había vivido, y se le
achicó el corazón pues más parecía un pueblo fantasma. En seguida partieron para su parcela; encontraron la casa casi derruida por el abandono. Comenzaron de nuevo la vida en ese lugar,
y se enteraron de un sin número de hechos de barbarie que
habían sido cometidos por las AUC, mujeres violadas, hombres,
niños y mujeres asesinados de forma despiadada, ora enterrados vivos, ora quitándoles piernas y brazos hasta darles el golpe
de suerte; seres humanos y sus bienes expropiados a la fuerza o
calcinados; muchos de sus parientes y amigos desaparecidos,
gran parte de ellos seguramente comidos por los caimanes y las
pirañas de los ríos y caños donde los botaban.
Finalmente don Víctor vuelve a suspirar largamente, cortando su
historia abruptamente y diciendo como a manera de conclusión:
-“La guerra y la violencia duermen un poco por ahora en esta
zona, pero temo que en cualquier momento despierten y comience de nuevo ese calvario, pero ahora quizá para mis
hijos…”Don Víctor bosteza y exclama: “Bueno debemos dormir ya, mañana la jornada de vaquería se reiniciará muy temprano”.
7. TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A…
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Me llamo Pedro, mis amigos me dicen Pepe, tengo 17 años y
estoy a punto de cumplir los dieciocho. Desde que nací he recorrido estas montañas; no recuerdo otros lugares que no sean el
pueblo y las veredas más cercanas. Pienso en lo que tengo que
hacer y no tengo respuestas; me siento encerrado, acorralado,
ya no soy un niño y todos me miran diferente. No se para dónde
ir, pues no conozco a mucha gente.
Mi cuerpo crece, mi mente no se queda quieta, siento que la piel
no resiste mis deseos y que tengo que hacer algo. Todos dicen
que me ponga a trabajar y no hay trabajo. Yo le ayudo a cuidar
las vacas a don José, el vecino de la finca del frente; él trabaja
en la ciudad y viene de cuando en cuando. El viejo es buena
gente y me paga un jornal semanal por cuidar las vacas y la
tierra; además nos permite tener una ternera en la finca, como
apoyo por el cuidado de sus tierras.
Yo vivo con mi madre y mi hermana en un ranchito muy pequeño; hasta hace muy poco tiempo solo teníamos una pieza, la
cocina y el baño. Mi hermana se consiguió unos pesos y pudo
construir una pieza en material. Ahora yo duermo en el cuarto
viejo y las mujeres en el nuevo.
No solo me la pasé peleando en la escuela de la vereda y de las
otras veredas hasta que ya no me recibieron en ninguna; la verdad: no me interesaba aprender a sumar o leer. También recorrí los valles, las montañas; aprendí sobre el aire, las flores y
las aves. Me gocé hasta no más mi soledad y los días enteros en
el rio. No sé lo que es el miedo de la noche, ni el dolor de la
muerte. Soy como un animal silvestre, sin temores en el campo,
pero con mucha prevención para salir de aquí.
Mi verdadera ilusión es manejar una volqueta; siempre he pensado en tener una de esas “brigadier”. Me imagino en ella, con
un buen equipo de sonido, escuchando vallenatos y viajando por
los pueblos ¡Tengo ilusiones!, aunque la gente no las vea.
Ayer en el mercado del domingo se llevaron a Arnulfo; bien me
dijo mi hermana: “por allá no se asome Pepe, no quiera que lo
cojan”. Hoy es un día común y corriente, desde la loma se ven
las vacas de don José y no pasa nada. El cucho no vino ayer,
casi siempre viene los domingos, por lo menos me desaburre y
me trae plata. Aunque si me la trae el domingo mi hermana se
la lleva para el mercado y me deja sin nada.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
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“¡Baya busque trabajo Pedro, que hace ahí criando mañas!”, me
grita mi mamá, “haga como su hermana que cocina en la escuela y busca qué hacer, no está pensando pendejadas”. Al fin y al
cabo a mi hermana le pagan lo mismo que a mí por cocinar todos los días para los chinos de la escuela, lo mismo que a mí,
que desde esta piedra cuido el ganado del viejo José. Mañana
voy a donde don Carlos haber si me da unos jornales en las cogidas de café. Al fin al cabo mañana será otro día.
¡Pepe, Pepe!, vaya se esconde marica que andan buscando manes. Y eso ¿quien?, los muchachos. ¿Cuáles? ¡Ahora se va hacer
el pendejo!... Me voy p´al monte. ¡Corra marica! Piérdase.
Pasan unas horas… “Pedro, ¿donde andaba? Dice la vieja. “Por
ahí mirándole el ganado al cucho José” contesto. Pobre mi vieja
si supiera que me le escondí a los guerros; no me jodería tanto
la vida. “¿Ya hay algo que comer?” pregunto. “¡De lo que trajo!”
me dice ella con rabia. Coma mucha… “¡Pepe, Pepe!” Grita mi
hermana “¿Y ahora qué?”. “¿Qué pasó? se llevaron a Arnulfo!”,
“No Pedro, se llevaron al hijo de Marcos al ´mono` ese que es
como pendejo”. “¿Qué? ¿Al “mono”?. “Si, Pepe”. “¿Quién se lo
llevó?”, “unos manes que dicen que ahora todo va a estar bien
por aquí”.
En el trascurso de la conversación con mi hermana, continúo
diciendo: Mañana me voy para donde don Carlos a ver si me da
trabajo en las cogidas de café. “Pepe, allá están los hijos de la
comadre de mi mamá y están diciendo que p´abajo está mejor
el trabajo”. “¿Cuál trabajo?”. “Allá con los mágicos”. “¿De raspachín?” “Pedro, mejor vamos al río y me ayuda a recoger las
canastas de guayaba para venderlas mañana”.
En la noche… Mamá, las estrellas están muy brillantes esta noche. “Eso es porque las almas vuelan buscando los sueños de los
desocupados. Más bien váyase a dormir y deje de estar mirando
p‟al cielo, que allá ya no se acuerdan de nosotros” dice ella en
tono seco y me manda callar.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Al día siguiente… Otra vez ese gallo, ya amaneció. Me voy p‟a
donde don Carlos… ¡Mamá! ¿Dónde está el pantalón que me
trajo el cucho José? “¡Pedro venga tome tinto!, Pero rápido, me
voy p´a donde don Carlos; la bendición más bien”.
De camino por la carretera solo… Suena un carro grande; ¿será
una brigadier? Será… no, es el ejército, no joda están de cacería
temprano y vienen con toda. “Hey pelao no se esconda. Se voló
este… ¡Tras él”.
Corrí y corrí, no se por cuánto tiempo; sentía que el corazón se
me salía y el pecho me ardía, la mente se pone en blanco y lo
único que atinaba era a correr sin límite por los caminos que
solo yo he recorrido respirando en silencio y con dificultad.
Detrás de los matorrales, con todos los sentidos prestos a cualquier situación está Pedro: la mirada fija y atenta al mínimo
movimiento, los olores de los intrusos develando su posición, el
oído alerta para no distraerse con los sonidos ya conocidos y el
viento golpeándole el rostro lo hacen consiente del sudor que
escurre por su frente. ¡Otra vez se les volvió a escapar!
Finalmente me pude esconder de los soldados en la loma de los
colorados, allí escuche que el sargento les gritaba “¡cojan ese
carbrón, que no se les escape! ¡Cójanlo que si lo dejan escapar
los pongo a trillar duro!”.
Si antes estaba encerrado ahora va a ser peor; no tengo a
dónde ir, no tengo trabajo, no tengo plata, no tengo estudio, no
tengo… no tengo… Lo que creí que tenía parece que no sirve a
nadie; “ser campesino, pobre, trabajador muy honrado”, como
dice el disco no me sirve para vivir aquí, y como veo las cosas
en ninguna parte. O soy soldado o me cogen los muchachos o
me meto a raspachín. Lo único que sé es que quedarme aquí ya
no es posible, pues ya soy visible y de hambre no me voy a morir. A nadie le debo nada porque nadie me ha dado nada; solo a
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mi vieja y a mi hermana. Cualquier dirección que coja será igual
al fin y al cabo todos los caminos conducen a la muerte.
distantes se tomaron la ciudad por asalto, a sangre y fuego.
Creo que ese día cambio todo en mi mente. Por primera vez
entendía la magnitud de la tragedia que es la guerra.
8. DESDE LA CAPITAL…
Bogotá, tal y como la describe Carrizosa (Carrizosa, Julio, Colombia de lo imaginario a lo complejo, 2003: 17-18), pareciera
que fuera otro país, alejada y protegida contra las desgracias
que agobian al resto de la República, hasta el clima y por consiguiente la vegetación parecen de un país de zona templada.
Refugio de los cientos de miles de refugiados primero de la violencia de la mitad y finales del siglo XX, y comienzos del siglo
XXI, Bogotá concentra cada día mayor poder y riqueza, renunciando a entender las causas de la guerra y consumiéndose en
una indiferencia con la creencia de que si el resto del país la
imitaran cesaría el conflicto.
Para las personas de mi generación y que nacimos en Bogotá,
nos fuimos acercando a la guerra a través de la televisión. Al
comienzo las noticias llegaban en forma esporádica y desde
algún lugar recóndito lejano en nuestra imaginación. Después
con más frecuencia, y según recuerdo, en aquellos tiempos los
movimientos guerrilleros tenían alguna legitimidad, eran según
decían los mayores, la respuesta a las injusticias y desigualdades sociales. Al parecer, las masacres y los secuestros no hacían
parte de la guerra y pareciera que ésta se limitaba sólo a dos
bandos sin involucrar a la población civil.
En la medida en que fuimos creciendo seguimos viviendo la guerra a través de las noticias; recuerdo que el movimiento guerrillero 19 de abril M19, se hizo famoso por el robo de la espada de
Bolívar, lo que constituyó un acto emblemático, cargado de mucho significado “libertador”. Por aquél entonces los integrantes
de la cúpula de esta guerrilla eran intelectuales, profesionales e
ideólogos rodeados por un halo de leyenda. Hasta que sucedió lo
de la toma del palacio de justicia. Ese fue un día memorable, de
nunca olvidar. Por vez primera los acontecimientos que eran
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Con el paso de los años, la experiencia estudiantil en la Universidad Nacional, me introdujo en otros aspectos, en la otra cara
de la moneda: percepciones diferentes de lo que conocía hasta
el momento. Discursos de corte socialista y Leninista. Personajes de diverso tipo, reaccionarios, filósofos, ideólogos, todos
conviviendo en el alma mater, unos por convicción y otros, porque estaba de moda hablar y ser de izquierda.
Cuando comencé a ejercer mi profesión, como ingeniero agrónomo del Comité de Cafeteros de Cundinamarca, por cuestiones
de trabajo comencé a viajar a sitios catalogados como “zona
roja” en la provincia del Rio negro en Cundinamarca. Allí conocí
el miedo de la gente, las viudas, los huérfanos, los desplazados,
los desarraigados, en fin, compartí su miedo y llegué a lugares
donde el ejército en el monte tenía sus cambuches.
Por aquella época la violencia y la agresión llegaron a un punto
de máxima intensidad. Fue la época en que nuevos y diversos
actores entraron a formar parte del conflicto, lo que desencadenó una cadena de violentas agresiones en el campo y en las
ciudades. Fue la época de las vendettas de los esmeralderos en
las céntricas calles; el inicio de las autodefensas, de los carteles
de la droga, de la guerra entre carteles y posteriormente de la
persecución de los grandes capos por parte del grupo élite de la
policía nacional y en medio del fuego de este múltiple caos, la
población civil.
Una vez en el Meta, razones de trabajo me llevaron a un pueblo
llamado el Calvario. Allí compartí con la comunidad una semana
inolvidable de mi vida. En el día con los campesinos, compartiendo sus expectativas, sus problemas, su comida, en medio de
una niebla eterna y de una llovizna pertinaz. En las noches, en
un desvencijado hotel del pueblo, sumido en la penumbra a cau-
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sa del toque de queda declarado por el ejército, los pobladores
narraban a la luz de las velas, la toma del pueblo por la guerrilla
de las FARC. Oía con atención las historias de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos que habían padecido todo el rigor de la
guerra, de heridos trasladados en helicópteros, de un pueblo
que partió en dos su historia; un pueblo en donde el sitio turístico lo constituyen las ruinas carbonizadas de lo que una vez fue
una estación de policía. Un pueblo que después del asalto se fue
progresivamente quedando solo.
También por razones de trabajo, tuve la oportunidad de recorrer
hermosos paisajes del Cauca y Nariño, y mientras conversaba
con los campesinos e indígenas, oía el sonido del avión fantasma
sobrevolando, mientras que con el transcurrir de las horas una
inquietud se iba apoderando de todos, por las incertidumbres
que podría traer la noche. Cuando empezaba a ponerse el sol, la
preocupación era salir rápidamente en busca del amparo de la
ciudad. En esas salidas a zonas de conflicto siempre me acompañaba el miedo, porque era la época de las pescas milagrosas.
Sin embargo tuve la fortuna de que nunca me pasó nada.
Con la muerte y extradición de los grandes cabecillas de los carteles, la guerrilla asumió el control del narcotráfico y la lucha
armada se convirtió entonces en un negocio de droga, de secuestro y de muerte. Toda una vida generaciones y generaciones inmersos en una guerra eterna e inhumana que acabó con
nuestros sueños de conocer la paz o de soñar con ella.
Después mi trabajo me alejó del campo, de las comunidades,
del olor a leña, a suelo húmedo y vegetación frondosa, del miedo, de la cruda realidad que padecen millones de compatriotas y
me convertí en un burócrata más, ajeno y distante a la realidad
y no sé si se fue apoderando de mí una indiferencia mortificante.
Sin embargo, sé con toda certeza que donde esté y a donde
quiera que vaya, nunca podré alejarme de la guerra, porque ella
está en mí, porque soy parte de ella, porque está presente en
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
todas partes, en la política, en la economía, en las calles, en el
día y en la noche, en los millones de desplazados y violentados
por ella.
Todo lo anterior me conduce a concluir, sin lugar a dudas, que
todos los colombianos en mayor o menor grado hemos sido tocados por la guerra de forma directa o indirecta, por más o menos tiempo. Todos somos producto de una cultura amalgamada
en la violencia y desde hace mucho tiempo ésta se ha convertido
en nuestra forma de vida. Vale la pena preguntarse, ¿cómo sería
la vida individual y colectiva sin la guerra?; ¿cómo sería nuestra
economía, nuestra salud, nuestra educación, nuestra forma de
percibir la realidad y de relacionarnos con el ambiente? Tal vez
estamos condenados a no encontrar jamás la respuesta, porque
nuestros cerebros, nuestro razonamiento, están contagiados por
la guerra.
Esto nos permitiría también concluir que todos los Colombianos
somos excluidos, marginados y desplazados por la guerra con
relación a gran parte de la humanidad que no vive esta tragedia.
Pero desde luego, al interior del país, unos son más desplazados, excluidos y marginados que otros. Parece que los efectos
del conflicto armado tienen un gradiente de intensidad, el cual
es más acentuado en las zonas distantes del país, donde la ausencia del estado es mayor y decrece en la medida en que hay
mayor cercanía a los poblados, sin querer decir que éstos están
Problemas Rurales. Noviembre 2009
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exentos completamente, porque de acuerdo a mi experiencia en
algún momento han sido escenario de la guerra urbana.
9. CRUDA REALIDAD
Comienza el día, como de costumbre me levanto temprano, me
dispongo a tomarme un buen café y a disfrutar de la brisa de los
frescos amaneceres caucanos, antes de empezar a organizar las
labores del día.
Reviso mi agenda y tengo pendiente una cita en el internado de
Toribío, municipio al cuál decidí ir por un tiempo para conocer
todo el proceso organizativo de la comunidad indígena Paéz. El
objetivo de la visita consistía en recorrer el colegio, conocer sus
instalaciones, observar las labores académicas y técnicas que
vienen adelantando los estudiantes acompañados por algunos
de sus profesores.
Todo parecía indicar que iba a ser un día “normal”. Me dispuse a
caminar hacia el colegio, que queda a 20 minutos saliendo del
centro del poblado, en una finca grande donde se pueden divisar
las montañas, el paisaje y el casco urbano del municipio, así
como la salida del mismo. Cuando me encontraba en la sala de
internet del colegio, de pronto vi que llegó de manera pausada
un profesor quién me dijo “se están tomando el pueblo”, yo no
entendía que era lo que me estaba diciendo y luego repitió: “¡la
guerrilla se está tomando el pueblo!”, yo no lo podía creer, y
pensé por un momento, que me estaba haciendo una broma.
No sé qué estaba pasando, lo cierto es que salimos del salón,
estudiantes, profesores y personal que labora en el colegio así
como líderes y visitantes que se encontraban a esa hora allí.
Desde la cancha empezamos a observar que pasaban varios
carros llenos de personas vestidas de prendas militares con botas de caucho en dirección al pueblo. De pronto se empezaron a
escuchar disparos y estruendos, la gente decía que lo que sonaba eran cilindros bomba. Por las montañas empezaron a bajar
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
largas filas de guerrilleros. Nosotros observábamos atónitos
desde la distancia.
Al poco tiempo empezaron a sobrevolar helicópteros y los guerrilleros desde las montañas se defendían disparando para evitar
el acercamiento de las aeronaves. Todo parecía como de película; nunca antes había visto tan de cerca una toma guerrillera, ni
mucho menos un enfrentamiento entre los ejércitos. Era real, lo
estaba viviendo muy cerca, estaba asustada y a la vez preocupada, porque aunque no estaba en el pueblo, imaginaba lo que
estaban sintiendo sus pobladores, la destrucción de las casas,
los ataques desde la tierra por parte de la guerrilla y desde el
aire por parte del ejército; no pude dejar de sentir zozobra y
pensar en cómo se encontraba la gente con la que trabajaba y
que estaba en el pueblo en medio del enfrentamiento.
Pronto comprendí que lo que estábamos viviendo, no era extraño para los pobladores de la región, por la forma de actuar y de
asumir la situación. Por momentos pensé que lo que estaba pasando era común a ellos y aunque para mí era extraordinario,
para ellos esa situación era parte de su historia, pues no era la
primera ni la última vez que presenciaban un hecho como éste.
Me daba cuenta del coraje que mostraban al encontrarse, no en
medio del conflicto, sino sentando una posición como comunidad
a pesar de estar en condiciones de desventaja relativa, pues,
aunque los pobladores no tenían armas, la guardia indígena y
las organizaciones se hicieron presentes para defender su territorio, impidiendo que la guerrilla atacara sus instituciones. En el
sitio en que me encontraba había rumores de la gente sobre la
intención de la guerrilla de atacar no sólo a las instalaciones
donde residía la policía del pueblo, sino también la alcaldía, los
medios de comunicación comunitarios y a la emisora del proyecto indígena NASA.
Es impresionante cómo la comunicación se da en medio de los
acontecimientos, pues la comunidad alcanzó a reportar ante los
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organismos internacionales lo que estaba sucediendo. Creo que
primero se enteraron fuera de Colombia de lo que estaba pasando que al interior. No sólo eso me tranquilizó, sino ver la
fuerza con que actúan estas comunidades y el “humor” que manejan en medio del conflicto al comentar entre ellos todas las
anécdotas y experiencias que han vivido por varios años de enfrentamientos no sólo con la guerrilla, sino también con la fuerza
pública.
Yo no alcanzaba a entender el por qué unos hombres se agreden, no encuentro lógica a estos sucesos. Muchas veces decimos que estamos en guerra, que vivimos un conflicto, pero otra
cosa es estar presente y sentirse en medio de él. Por un momento pensé a qué horas empezarían a atacarnos a los que
estábamos en el colegio, pues éramos bastantes y entre ellos
habían líderes y dirigentes, pero me tranquilicé, cuando un líder
me comentó que eso era imposible, pues de algún modo nos
encontrábamos protegidos por ser la institución educativa un
territorio neutral, de manera que no era posible ser “objetivo
militar” o blanco de los ataques.
Pasan las horas, el combate se prolonga y empieza a anochecer,
los ataques siguen, el sonido de los disparos y detonaciones a
manera de pólvora continúan, creo que durante toda la noche
van a seguir y cada vez que suenan pienso en dónde habrán
caído, a quién habrán herido o qué daño habrán causado. Nunca me había molestado tanto escuchar el ruido de los helicópteros sobrevolando, de los sonidos de pólvora y las detonaciones. Trato de evitar concentrarme en los ruidos, hablando con la
gente que está a mi alrededor, o haciendo cosas que normalmente son cotidianas como comer, caminar, hablar con alguien
o ver televisión, pero los sonidos vuelven a mí y me hacen recordar la situación en la que me encuentro.
Y de pronto vuelvo nuevamente a la realidad, y me doy cuenta
que hay hombres enfrentándose de manera ilógica e inhumana y
lo que es peor, hay una población que se encuentra atrinchera-
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
da, en medio del conflicto, escondidos en sus casas o buscando
un lugar de refugio, pasando la noche en vela preocupada por su
vida y por no saber en qué momento puede ser alcanzada por
una bala o por una explosión. Creo que esta noche nadie va a
dormir.
La gente se organiza para la comida y para ubicar a las mujeres
y a los niños en lugares para el descanso, pero ¡nadie puede
descansar! A mí me ubican en un camarote que comparto con
otras personas que me aconsejan que trate de dormir y descansar. Yo hago el intento, pero cada vez que trato de conciliar el
sueño, me despierto sobresaltada por el ruido de los explosivos
y se vienen a mi mente imágenes de guerra, y pienso en mi
familia, en lo preocupada que debe estar, pues a esta hora ya se
deben haber enterado por las noticias. La noche estuvo muy
larga e intranquila; sólo deseaba que amaneciera pronto.
La guerrilla quería atacar todo lo que representara institucionalidad del gobierno, incluyendo la infraestructura del proyecto NASA, pero pronto las comunidades indígenas salieron en su defensa e impidieron que les hicieran daño a sus líderes y representantes de la comunidad, así como a las autoridades propias.
Al día siguiente de manera más pausada siguen los combates,…
nosotros desde ese lugar tratando de imaginar que estaría sucediendo; algunos intuían. Este hecho resultó todo un suceso,
pues los medios de televisión alcanzaron a cubrir el momento en
que los guerrilleros les perdonan la vida y entregan a los policías
que se rindieron ante el ataque fuerte de la guerrilla, pues no
sólo el puesto de policía quedó totalmente destruido, sino algunas casas vecinas.
Cesaron los combates al final de la mañana y poco a poco la
guerrilla empezó a salir del pueblo y replegarse en las montañas. Unos iban en camiones, otros a pie, unos más jóvenes,
otros más viejos, unos mestizos, otros indígenas. Caminaban
exhibiendo sus armas y sus camuflados de manera confia-
Problemas Rurales. Noviembre 2009
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da. Este conflicto es sólo una batalla entre el sinfín de batallas
que ha vivido el pueblo NASA en el cuál el poder económico y la
lucha por el territorio alimentan la confrontación.
A pesar de lo que pasó, es sorprendente que los daños no hayan
sido mayores. Todo parecía indicar que el pueblo quedaría totalmente destruido, que se iban a presentar altas cifras de
muertes o heridos, pero la población respondió de manera enérgica; su táctica fue actuar en comunidad, haciendo valer sus
derechos como habitantes de dichos territorios y dejando claro
que están dispuestos a defender sus instituciones, organizaciones y el proceso que han venido construyendo durante años en
medio de la confrontación entre ejércitos de la guerrilla y del
gobierno.
En medio de las inmensas heridas que ha dejado el conflicto
armado que por años se lleva a cabo en estos territorios, el
pueblo indígena ha logrado tejer lazos de identidad y defensa de
su dignidad como cultura.
Son personas fuertes, con gran coraje y resistencia ya que la
misma tierra se ha encargado de enseñarles que la alternativa
es la construcción de proyectos que respondan a las necesidades
de sus pobladores, la defensa de sus derechos y de su plan de
vida.
10. LA OSCURA MANO DE LA GUERRA
Estaba por terminar mi carrera de pregrado. Solo me faltaba mi
pasantía y me convertiría en Zootecnista de la Universidad Nacional de Colombia. Después de tanto buscar elegí trabajar en la
Sierra Nevada, allí fui a trabajar con apicultores. Mi misión: fortalecer el sistema productivo, apoyar a los apicultores, colaborarles en mejorar la producción. Y es que las abejas son un tema que me apasiona hace varios años, y allí me fui. Mis amigos
me decían: “Qué bacano, la sierra es muy chévere, yo he ido al
Tayrona a pasar vacaciones y es la verraquera”. Para ellos la
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Sierra es un sitio donde ir a pasar vacaciones: playa, brisa y
mar. Esas son las palabras con las cuales podría resumir los
comentarios de mis amigos y algunos familiares. Llegó el día de
la verdad y allí estaba en Santa Marta, con unos amigos. Ellos
me decían que eso bien arriba de la montaña estaba caliente,
que pilas, que me cuidara. Luego conocí a mi jefe. El me aterrizó
acerca de la situación en el cerro, me trato de calmar un poco y
me dijo “que no me preocupara que ellos ya sabían que un universitario iba a estar trabajando por allá”. Llegó el día de subir
a la Sierra Nevada de Santa Marta, ¡al corazón del mundo! Llegué y me quedé por cerca de 17 meses. Allí vi a los actores armados que desangran el país, escuché a la gente. Relataban
historias de masacres, de gente que murió. Observé el rostro de
miedo, de terror, de angustia de la gente, y así fue durante los
meses que estuve. La incertidumbre de estar en una zona donde
la vida no vale nada, yo un citadino, un bogotano que desconocía totalmente ese ambiente lleno de violencia. Pero la comunidad que habitaba allí estaba ya conforme con esa situación. De
todas formas no tenían más camino y solo tenían que vivir de
acuerdo a la autoridad de turno, autoridad que siempre ha sido
de grupos al margen de la ley. Nunca llegué a imaginarme estar
en una situación de estas, de sentir el toque de la oscura mano
de la guerra, pero al mismo tiempo me di cuenta que la guerra
siempre me ha tocado, y nos toca a todos. Lo que pasa es que
hemos perdido la sensibilidad y allí la recobré. Entre la alfombra
verde, las nubes de niebla, los loros que revolotean por los aires, entre los cafetales, en los caminos, en las trochas llenas de
polvo y barro, entre la dulce miel de los panales, entre la gente
que tiene que vivir esa realidad y que la guerra los toca, los golpea y los maltrata y nosotros no sentimos nada. La guerra nos
toca a todos los Colombianos, a unos más que a otros, pero ella
es implacable, ella no distingue, solo que algunos somos insensibles y solo lo vemos en un televisor, en un periódico. Y si no
nos gusta, nos incomoda, tan solo cambiamos el canal.
11. PAGAN JUSTOS POR PECADORES
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Esta es una de las tantas historias que se escriben a diario por
muchos ciudadanos y ciudadanas de diferentes partes del país
que en su cotidianidad viven en medio del conflicto, que mantienen su esperanza de que las cosas van a cambiar. Es decir, que
le apuestan a la vida aún estando en medio del juego cruzado
entre unos y otros. Sin embargo, esta situación es poco llevadera y en muchos momentos se ven obligados a dejar lo que han
construido o simplemente resignado a perder la vida o ver perder la vida de sus seres queridos.
Son las cinco de la tarde, la temperatura ya empieza a bajar.
Para Nena1 termina una jornada más de trabajo en su parcela,
hay alegría en su rostro al ver su huerta con frutos de diferentes
colores y sabores, piensa en una deliciosa ensalada que podrá
ofrecer a su familia al día siguiente.
El nuevo día llegó, con un gris intenso indicando que va a llover;
sin embargo esto no es impedimento para que Nena se disponga
a empezar sus labores primero en la parcela y luego en la visitas
de acompañamiento a otros horticultores que hace como dinamizadora comunitaria de su barrio, pero antes de iniciar: un
buen café para recargar energías. No ha terminado de tomárselo
cuando el sonido del celular llama su atención y una mala noticia
cambia la tranquilidad; al otro lado de la línea esta su mamá
llorando diciéndole que habían matado a su hermano Víctor, el
menor. Desesperada Nena llama a varias personas buscando
alivio a su dolor, en ella está la pregunta ¿por qué lo mataron?...
A sus 45 años Nena es una mujer delgada, alegre, que le gusta
el trabajo comunitario y compartir con sus vecinos, le gusta la
fiesta, hacer sancocho y conversar mucho; ha vivido el desplazamiento y el sufrimiento por la pérdida de un ser querido: “recuerdo que hace 8 años mataron a mi esposo en San Antonio de
Getucha, inspección de Milán, Caquetá; tuve que salir de allí con
1
Nombre cambiado para proteger la identidad de la persona que cuenta la historia.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
mi hijo de 12 años, porque si no nos mataban a los dos; logré
sacar la ropita y un dinerito” sus lágrimas no se pudieron contener.
Llegó a Florencia con su hijo a la casa de su mamá en el barrio
Malvinas2 en búsqueda de refugio y tranquilidad. Los días pasaron y Nena consiguió trabajo como empleada doméstica, conoció
a su segundo compañero con el que compró una parcela en la
periferia de Florencia y se fue a vivir allá; sembró flores, plátano, yuca, hortalizas, cuidaba gallinas y peces; hizo nuevas amistades, se vinculó a la propuesta del barrio de sendero ecológico,
inició un proceso de formación como líder comunitaria, se hizo
abuela; en fin, parecía que la vida nuevamente le sonreía y era
posible alcanzar la felicidad; pero no fue así, vino la muerte de
su hermano y nuevamente todo cambio.
“Desde la muerte de mi hermano no hemos vuelto a tener tranquilidad; estamos amenazados toda la familia, mis hermanos,
mi hijo y mi mamá. Hace unos días le llegaron a mi mamá a su
casa; nos amarraron y la revolcaron buscando una plata que mi
hermano les tenía, pero no encontraron nada; mi hermano era
comprador de coca en San Antonio, le estaba yendo muy bien,
era muy buen hermano, nos ayudaba mucho y era el que sostenía a mi mamá, pero por un mal negocio hoy está muerto y
nosotros condenados por algo que no hicimos”.
2
El barrio Malvinas de Florencia es resultado de la invasión del movimiento campesino en 1982 producto de
la violencia que vivía el Caquetá, invadieron terrenos de propiedad de Oliverio Lara, toma su nombre del
conflicto entre Inglaterra y argentina por las islas Malvinas, se encuentra ubicada en la comuna nororiental
de Florencia tiene una extensión de 10 hectáreas, habitan allí aproximadamente 6000 personas y se encuentra dividido en 9 sectores.
Problemas Rurales. Noviembre 2009
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5 días para que se fuera de Florencia ella y toda su familia, porque sino los mataban uno por uno. La sorpresa de Nena es que
son personas que viven como si nada en Florencia y tienen un
grupo que les colabora, hasta personas conocidas, pero que
tienen su negocio montado y andan amenazando al que tengan
oportunidad.
A Nena no le quedó más alternativa que salir. Trató de buscar
ayuda pero no la encontró y las instituciones que se la ofrecieron tampoco eran garantía para salir tranquila. “Cuando uno
llega a ciertos lugares se encuentra la gente que te amenaza y a
uno le toca hacer como si no los conociera”.
Las amenazas se hicieron cada vez más frecuentes: llamadas,
cartas debajo de la puerta, personas que nos seguían y nos decían que nos cuidáramos, nos manteníamos encerrados, no conversábamos con casi nadie, ya no se estaba tranquilo en ninguna parte; por donde quiera que caminábamos nos aparecían
personas extrañas, tuvimos que recurrir a disfrazarnos, usar
gafas, gorras, cambiarnos el color del pelo y gracias a esto mi
mamá se salvo de ser asesinada; mis hermanos y sus familias
se escondieron yo no supe dónde, solo quedamos mi mamá y
yo. Me resistía a esconderme, irme de aquí porque en mi conciencia yo no debía nada y ya habían matado a mi hermano que
más querían.
En un acto de valentía Nena le propone a los que la amenazaban, conversar para saber qué era lo que querían si ella nos les
debía nada; como pudo consiguió la cita con el comandante paramilitar y trató de aclarar las cosas pero fue en vano: le dieron
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Con lágrimas en los ojos comenta “pagamos justo por pecadores; seguramente mi hermano andaba en malos pasos pero yo
no tenía nada que ver con eso. Yo salí de San Antonio buscando
tranquilidad; he trabajado honradamente para ganarme la comida, y justo ahora que tenía mi parcela produciendo y bonita,
con alimentos para mi familia y para compartir con los vecinos,
tengo que irme a otro lugar que yo no conozco -porque yo nací
y me crie aquí en el Caquetá- a tratar de iniciar de nuevo sin
saber si para donde vayamos no nos persigan y nos maten a
todos”.
A la fecha no sé donde se encuentra Nena y su familia, lo último
que me dijo es que se iban a juntar todos en un lugar secreto
que había conseguido uno de sus hermanos y estaban viendo la
posibilidad de salir del país.
Quizás yo puedo decir que en el círculo de mi familia la guerra
no me ha tocado, sin embargo sí me toca cuando veo los rostros
sin esperanza de mujeres, niños y ancianos que lloran el asesinato de sus seres queridos de los cuales dependían, me piden
ayuda y realmente es muy poco lo que puedo ofrecerles; cuando
cada vez nos hacemos más insensibles a lo que pasa, las cifras
de los muertos nos es indiferente. Es contra la indiferencia que
nos toca luchar todos los días para no continuar legitimando la
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violencia con la que parece nos hemos enseñado a vivir en nuestra cotidianidad.
acuerdo económico para que no atentaran en contra mía o de mi
familia, y la extorsión se volvió personal, es decir de mis propios
ingresos, logrando liberarme.
12. EN CARNE PROPIA
Hoy el país no cree en la guerrilla. Lo que tal vez empezó como
una necesidad y deseo de cambios estructurales en el país, terminó convertido en una fuerza de bandoleros, extorsionistas y
traficantes de drogas, que tratan de engañar a la comunidad
internacional y al país con una filosofía poco arraigada y vacía
en propuestas y en actos.
A veces suponemos que la guerra toca a los ricos (por que se
pueden extorsionar), a los campesinos que se encuentran en
medio de las balas y al estado que pone los muertos de las filas
militares y políticos secuestrados como rehenes de guerra.
En el Departamento del Huila nos hemos visto a merced de grupos armados al margen de la ley, particularmente de la guerrilla
de las Farc con los frentes Teófilo Forero y José Losada, que han
realizado actos casi increíbles para vulnerar las instituciones del
Estado y demostrar la imposibilidad del gobierno de proveer
seguridad a sus ciudadanos.
A pesar de todo esto seguimos siendo insensibles y confiados,
en el sentido de guardar tranquilidad frente a nuestra seguridad,
de creer o pensar que cosas como éstas se encuentran al margen de nuestras familias, porque nos consideramos ajenos al
conflicto.
El país invierte muchos recursos para la guerra: se asignan esquemas de seguridad altamente costosos para proteger la representación de las instituciones. A veces parece muy fácil criticar al presidente por este tipo de decisiones, pero quienes colocamos el pecho en las comunidades como políticos y representantes del Estado, sabemos que no es suficiente para proteger
nuestras vidas y que aunque a muchas personas les moleste la
inversión en este sentido, también es cierto que se tiene que
defender el estado social de derecho y mantener la legitimidad
para no caer en la anarquía.
En mi ejercicio político como alcalde tuve mi primera experiencia
con la guerrilla, quien interceptó mi vehículo durante una salida
en ejercicio del cargo; me internaron en las montañas del municipio de Acevedo y de la manera mas descarada me pidieron que
les entregara el 10% del presupuesto municipal para apoyar la
guerra y sus ideales de cambio.
Al inicio de su intervención hablaron de un control político; de
estar vigilantes frente a actos de corrupción; y al final hicieron
esta onerosa solicitud. La pregunta inmediata que lance sin titubear fue: ¿Cómo pretenden que consiga esa plata y la saque del
presupuesto del municipio, si ustedes hablan de estar vigilantes
a sancionar actos de corrupción? La respuesta fue: “Ingénieselas, nosotros necesitamos esa plata”. Al final llegamos a un
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
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A todos nos toca la guerra, de manera directa o indirecta. Todos
conocemos o hemos vivido el drama del secuestro, la extorsión,
la barbarie, las drogas, el reclutamiento, y nos compadecemos
de los campesinos, que son quienes han puestos muertos y desplazados.
Lo mas triste de todo esto es que ellos mismos se presten para
encubrir este tipo de organizaciones, a veces por temor y a veces por aprovechar coyunturas, para recibir recursos del estado,
programas sociales, apoyos de gobiernos extranjeros y hacer
uso indebido de estos dineros.
Este conflicto tiene muchos matices y actores; además, lleva
muchos años y en medio de él está la sociedad civil, quien es la
que debería ser más responsable y tomar decisiones de fondo.
En la medida que esta sociedad civil rechace de manera permanente a los actores armados que generan desestabilidad en el
país, informe de manera oportuna y denuncie los abusos, será
mucho más fácil tomar medidas de control que permitan detener
esas acciones.
No podemos seguir callándonos y ser cómplices, o comportarnos
como personas insensibles esperando cuando nos toque a cada
uno de nosotros para poder entonces reaccionar.
13. Entre el dolor y la esperanza
Hacer una crónica sobre cómo me ha tocado la guerra, me lleva
a hacer un recorrido hacia el pasado. Concretamente me lleva al
año 2008, cuando queriendo aportar en algo frente a la situación de sufrimiento de la población desplazada y siendo miembro de una congregación religiosa, me ofrecí como voluntaria
para acompañar un grupo de desplazados que retornaron a sus
territorios en medio del conflicto, bajo la figura de comunidades
de paz, acompañados por la Diócesis de Apartadó.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Contaré que aunque llevaba 10 años de religiosa, y compartiendo mi vida viviendo en barrios populares de Cali, no había dimensionado la pobreza asociada a la guerra, como lo pude experimentar en el Urabá chocoano en el Bajo Atrato, concretamente en Riosucio y en el corregimiento donde viví siete meses,
Domingodó.
Los campesinos afros y los colonos cordobeses llamados por los
primeros chilapos en el bajo Atrato habían iniciado su éxodo
desde diciembre de 1996. Su proceso de retorno inició en el año
1998, y yo llegue a éste escenario de muerte y vida, dolor y
alegrías en agosto de ese año y salí de la zona en marzo de
2009 cuando terminé la experiencia de voluntariado.
Los siete meses vividos, me permitieron ver los ojos del sufrimiento, del miedo, del dolor, pero también, los ojos de la esperanza, la valentía, la alegría. Los campesinos me enseñaron la
simplicidad de la alegría y la solidaridad. La confianza en un Dios
que aún en medio del horror de la guerra, ellos sobrevivientes
despojados de sus tierras y riquezas conservaban la confianza
que ese Dios estaba a su lado y de su lado.
Los asentamientos se ubicaron en lugares estratégicos para que
los miembros de comunidades aledañas se acercaran a sus propios territorios. Pero acercarse no era sencillo. Había que ganar
confianza para adentrase a sus fincas y recuperar los cultivos o
volver a cultivar, habían pasado más de dos años desplazados y
sus tierra abandonadas a merced de actores armados que quedaron en el territorio.
Problemas Rurales. Noviembre 2009
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Pasé y pasamos cada mes, varios días sin alimentos, pues en los
siete meses que viví con ellos nunca llegó la comida humanitaria
que el Estado asumió el compromiso de suministrar mientras
retornaban definitivamente a sus tierras. Mensualmente llegaba
el complemento alimenticio que las ONG de ayuda humanitaria
llevaban en embarcaciones hasta Riosucio. Era la única comida
que se distribuía entre todas las familias del Asentamiento de
Domingodó. Este fue uno de los asentamientos que recuerdo se
conformaron con las personas y familias que se declararon Comunidad de Paz San Francisco de Asís.
Tengo imágenes de éste tiempo: escuchar los niños llorar impacientemente, ver las mujeres negras de senos escurridos, teniendo a los bebés pegados varias horas del día a sus senos. Ver
a muchos enfermos cuando llegaba la comida, pues después de
días de hambre y mal comer llegaban los alimentos y comían
hasta saciarse y de inmediato enfermar pues el estomago no
resistía fácilmente los alimentos.
Otra imagen que viene de manera reiterada a mis recuerdos es
la tenacidad de los líderes, la inteligencia y brillantez de Edwin
Ortega, líder que luego supe fue asesinado. La confianza y serenidad que Emilson transmitía, el empeño de Ernesto por estudiar
y aprender, la ternura de Manuel. Sus rostros, sus miradas aún
están en mi recuerdo. Sus sonrisas me alegran en muchos momentos cuando siento perder las fuerzas y la capacidad de seguir ante las dificultades. Vi mujeres y hombres, niñas y niños,
soñando y luchando por reconstruir sus vidas, por buscar nuevas formas de asumir su existencia día a día. Baile, recé, jugué,
estudié, canté, junto a ellos, cocinamos, caminamos, navegamos el Atrato y los caños para ingresar a las fincas y visitar
otros asentamientos.
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
Vi el miedo en los ojos de los soldados y policías a quienes vi
rezando en la iglesia católica de Riosucio Chocó.
Sentí el pánico, cuando la guerrilla solicitaba la presencia de
alguno de los que estaban en el asentamiento, esperar ansiosa
su regreso. Sentí el miedo de cómo manejar los conflictos y tensiones al interior del mismo asentamiento.
Conocí grandes amigos y amigas, profesionales y voluntarios
que vinculados a instituciones religiosas, ONG, entidades del
estado, me ayudaron a conservar la esperanza y la alegría en
medio del conflicto.
La guerra ha sido cruel con los que la han padecido directamente, pero el tejido de relaciones y afectos que nacieron en medio
de este primer acercamiento consciente y de manera directa con
las victimas del conflicto armado, me trajo vivencias que ayudaron en la toma de decisiones personales, que dieron otro rumbo
a mi vida, ayudaron a ratificar principios de solidaridad y de
construcción con los otros de mundos posibles de felicidad,
igualdad y justicia.
14. LA VIDA SE ME VINO A PIQUE
En Colombia todos hemos sido tocados por la violencia de una
manera distinta sin importar clases o estratos sociales, raza,
edad ni género; cada uno de nosotros en algún momento de la
vida ha sentido angustia, miedo, dolor y hasta impotencia al
enfrentar o vivir de lejos o de cerca el comportamiento deliberado de algunos que provocan daños físicos o psicológicos a otros,
sin importarles las marcas que dejan y guiados por una gran
irracionalidad que los ciega.
Por eso, entrar en el imaginario de cada persona y escuchar la
huella que ésta le ha dejado, es descubrir también que pese a
Problemas Rurales. Noviembre 2009
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nuestra diversidad somos tocados de muchas formas y muchas
de ellas muy dolorosas y desgarradoras, como es el caso de
Andrea quién jamás pensó ver convertida su corta vida en un
infierno, por unirse al juego del amor en brazos de un jefe paramilitar de su pueblo, “Don Wilmer”, caracterizado como todos
sus pares por su crueldad, salvajismo e insensibilidad.
Andrea a sus 13 años dejó los estudios para empezar a trabajar
y así ayudar a sus padres a conseguir el dinero necesario para
comer y pagar la luz, único servicio público que les cobijaba. Ella
en el albor de su adolescencia, consciente de sus bondades físicas y su simpatía, acude al famoso restaurante del pueblo aprovechando la amistad con la propietaria del lugar y le solicita que
la emplee; obtuvo como repuesta un sí, que le dio el indicio de
que todo saldría muy bien. “Me ganaba $5000 pesos diarios, que
me rendían mucho, ayudaba a mi mamá y me alcanzaba para
comprar ropa a cuotas porque casi no tenía”.
Este concurrido restaurante muy visitado por los viajeros, ganaderos, obreros y comerciantes de la región y de los pueblos vecinos, era también el lugar de encuentro de los jefes paramilitares que llegaban allí a disfrutar de los típicos y deliciosos platos
que se ofrecían. Fue en este mismo lugar donde Don Wilmer
puso sus ojos en la jovencita. Empezó a preferir su atención, a
ofrecer buenas propinas y a dar uno que otro piropo a Andrea,
quien se sentía alardeada por este personaje.
Poco después de 6 meses este hombre contrató los servicios de
Andrea como mesera en una de sus desbordantes fiestas, en
donde reinaban las bebidas, la música, la comida, las drogas y
las mujeres. Su función era servir el ron a él y sus selectos amigos. Andrea, ilusionada con el dinero que recibiría como pago
aceptó y solo pidió a cambio que contrataran también a su mejor amiga, a lo que Don Wilmer aceptó.
Luego de esta fiesta Andrea se convirtió en la novia de Don
Wilmer, o mejor, en su segunda mujer, porque este personaje
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
haciendo estricto cumplimiento de sus costumbres tenía su señora, sin embargo esta nueva relación no podría ser un problema para ninguna de las dos. Desde allí estas mujeres debieron
aprender a convivir, a compartir su pareja, espacios y muchas
otras cosas. “Eso no fue nada fácil; a punta de juete y de laso
aprendí”, dice sin tropiezos Andrea, pues al mínimo de expresión
de inconformidad, de rebeldía o de roces, eran lastimadas físicamente por Don Wilmer y amarradas juntas con laso.
Sin importar esas circunstancias, la inconformidad y miedo de
sus padres y hermanos, esta joven se hizo mujer al lado de Don
Wilmer, quien empezó a complacerla con lujosos regalos que de
cierta forma calmaron la angustia de su familia, casa, mercados,
moto, ropa, plata y joyas, la hacían sentir la mujer más feliz del
mundo.
Al lado de este hombre pensó haber aprendido la insensibilidad,
vio asesinar, dar paleras, amedrantar mujeres, pegar sustos,
entre otros. Al principio hasta se desmayaba, le daba mucho
miedo, pero con el tiempo no le prestaba atención y esto ya no
la afectaba.
Andrea se hizo madre de una linda niña a sus 16 años, suceso
que llenó de alegría a Don Wilmer, quién completaba ya sus 3
hijos. “Yo quería que él viviera por fin conmigo pero no importó
que la niña naciera; seguimos igual que siempre, mandaba a
recogerme con los muchachos ya cada semana, me quedaba por
allá con él unos 3 días y me mandaba para la casa, la niña se
quedaba con mi mamá” cuenta Andrea Juliana.
Su rol como madre y su misma etapa de desarrollo, la llevaron a
confrontar lo que hacía y en lo que había convertido su vida
desde hacía ya 3 años. Se sintió triste, se sintió sola, se sintió
perdida e intentó decir basta, pero una pela y un “mía hasta que
se muera”, la hicieron sentir condenada de por vida. Bastaron
tres días para recuperarse e intentar emprender otras acciones
Problemas Rurales. Noviembre 2009
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como terminar sus estudios, pero tampoco fue posible, pues
Don Wilmer se lo prohibió.
Cómo decir no, si le había vendido su vida a tan cruel hombre;
cómo arriesgar que sus familiares murieran por intentar cambiar
las cosas; cómo mantener la esperanza cuando estaba totalmente coartada su libertad; qué pensar de la vida; qué pensar
de los sueños; qué pensar de la violencia, a la cual ahora le
temía.
Aun más duro que cerrar el capítulo de su vida donde pensó
hacer realidad sus sueños, debió aceptar el matrimonio de su
Wilmer con una joven de 16 años de un pueblo cercano, que se
convertía en su tercera mujer. “Desde ahí, a mí se me daño el
corazón y la cabeza; yo a esa pelada no la quiero ni tantico y
desde que Wilmer se metió con ella, empecé a pedirle buena
plata y a darme mejor vida, ya no me afectaba si me llamaba, o
si me buscaba cada 15 días” expresa Andrea Juliana.
Toda la aparente historia rosa comenzaba a tornarse gris, discusiones, golpes, amarradas… la misma etapa ya vivida se repetía,
pues a sus dos primeras mujeres había demorado más de un
mes para darle lujos, pero cuenta Andrea Juliana que a la nueva
pareja, “la vendedora de perros de la esquina en un mes la tenía
viviendo en casa nueva, cargada de oro y andando en dos ruedas”. Jamás han tenido buenas relaciones entre las tres, sin
embargo entre los tres hijos se llevan bien.
Cansada con esta realidad y viendo que su hija crecía, se armó
nuevamente de valor y le pidió a Wilmer que la dejara estudiar,
ya que estaban abiertas las inscripciones en el colegio para
adultos. Finalmente él aceptó colocándole ciertas condiciones
acerca de su actitud con sus compañeros hombres. Esto le generó mucha felicidad a Andrea. Como si fuera por primera vez a
un colegio, compró los útiles necesarios para estudiar y ser la
mejor estudiante; tarea que no le costó mucho trabajo ya que le
gustaba darlo todo, ser cumplida en sus tareas, responsable y
¿Cómo nos toca la guerra? Crónicas.
puntual. Durante el primer año, validó 6° y 7° grado y se hizo a
un grupo de compañeras, en donde se sentía muy a gusto, pues
tenía ya varios años sin experimentar este tipo de relaciones.
Ese mismo grupo de compañeras en algunas ocasiones intentaban aconsejarla frente a su relación con Wilmer pero ella, a pesar de que escuchaba con atención, no respondía nada, pues no
se sabía si alguna de ellas trabajaba para él como informante.
Consciente de su condición siempre se mostró imparcial frente a
sus compañeras y así evitaba problemas.
No obstante Wilmer no estaba muy contento con esta idea, pues
perturbaba su tranquilidad el hecho de llegar a sentirse traicionado, tanto así que en cierta ocasión le pidió a Andrea que dejase las juntas con una de sus compañeras, la cual se había convertido en un gran apoyo dentro de su grupo de estudio, con la
excusa de que la hermana de su allegada era lesbiana, y que
muy seguramente era terminaría volviéndose la mujer de ella.
Esta situación indignó profundamente a Andrea, quién consciente del buen proceder de aquella honesta mujer, expresó su indignación a Wilmer, quién la golpeó drásticamente. “Aún siento
mucha rabia, miro atrás y me avergüenzo de lo que hice con mi
vida; tanta humillación y tanto palo a cambio de un poco de
mugre”, expresa sollozando Andrea al recordar ese hecho.
Cansada de esta situación le pide a Dios que guíe sus pasos y
que le ayude a llevar esa enorme cruz, pues se sentía desfallecer. Su mamá quién desde el primer momento le advirtió las
consecuencias de su relación con Wilmer, le sirvió como siempre
de apoyo y consuelo. Andrea ese día sintió mucho odio hacia ese
injusto hombre que empañaba su rostro de lágrimas por sentirse
fuerte y respetado.
Andrea* se desconectó de su realidad como mujer de don Wilmer y empezó a frecuentar las tabernas del pueblo, a salir y a
relacionarse con quienes por años había obviado por temor a las
consecuencias. Estaba decidida en demostrarle a Wilmer que
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ella era feliz sin él, lo que jamás se imaginó ella, era que poco a
poco estaba era firmando su sentencia de muerte o mejor estaba asegurando su muerte en vida.
Ella no explica cómo ni en qué momento puso sus ojos en ese
hombre tan despreciable y malo. Pensaba muy a menudo cómo
le explicaría a su hija cuando creciera y empezara a entender el
mundo, el por qué su papá le hacía tanto daño a la gente, e
incluso a ella, su propia mamá. Esta encrucijada la motiva entonces a intentar restablecer su vida, aprovechando que su grupo de amigos y amigas seguía creciendo.
En medio de esta nueva etapa apareció un hombre que se dispuso a enamorarla. Y ella con un gran temor pero con ganas de
huir acepta poco a poco, ciertas atenciones e invitaciones tratando de no levantar sospechas de nada. Pensó que podía jugárselas así, a escondidas; pensó que esto no llegaría a oídos de
Wilmer porque sería cautelosa, pero nada de esto fue así. Terminó cayendo en una trampa del mismo Wilmer, pues aquel
hombre que la cortejaba había sido contratado para comprobar
los rumores que a él habían llegado.
Aquel hombre atento le puso una cita en cierto lugar para compartir un momento de intimidad y al llegar al sitio un vehículo la
interceptó y se la llevó con la escusa de que su esposo la buscaba. En medio de 6 hombres llegó a donde estaba Wilmer indignado, agobiado por descubrir esa realidad y con ganas de acabar con Andrea, quién al verlo se derramó en llanto pues sabía
que debía enfrentar una dura prueba de la cual quizás no saldría
viva.
lante de sus hombres, la insultó y golpeó incesantemente y pidió
a sus 6 custodios que la usaran como mujer delante de él; ellos
intentaron negarse pero con el arma en la cabeza uno a uno
abusó de ella, mientras Wilmer la insultaba y le gritaba miles de
ofensas. No obstante habiendo realizado esto la amarró con laso
e intentó darle muerte y tirarla al río, pero sus hombres lo convencieron que la dejara quieta, que ya era suficiente.
Mientras esto sucedía en el pueblo su familia era golpeada por
otros de sus trabajadores, su ropa quemada en la calle, su casa
vaciada y su hija, su compañera, su motor de vida era arrebatada de los brazos de sus ellos, seguramente para ser llevada al
cuidado de alguna de sus otras dos mujeres.
¿Como la violencia más allá de tocarnos de alguna manera deja
huellas, marcas o cicatrices en la mente y en el cuerpo?, ¿Cómo
generar calidad de vida después de estas duras experiencias que
se viven? ¿En qué se convierten nuestras vidas después del paso
de la violencia? Son estos pocos los interrogantes que surgen de
esta crónica y del mismo hecho de pensar en la violencia. Hoy
Andrea está en manos de la justicia junto con su familia en el
plan de protección a testigos; busca poder seguir viviendo, no
para vengarse sino para recuperar a su hija, la que desde aquél
día no volvió a ver y mucho menos a saber como está.
La violencia tiene sus propias historias que contar, sus propias
reflexiones que hacer y más en Colombia que ha sido un escenario para la vivencia de muy duras experiencias de niños, niñas, jóvenes y adultos desde hace varios años.
Pensó en que se le había presentado una oportunidad, que había
llegado el momento de sentirse nuevamente amada, de recuperar su vida, sus sueños… de olvidar a Wilmer. Sin embargo nada
fue así. “Me equivoqué y la vida se me vino a pique, estoy marcada de por vida y estas marcas solo me las quita la muerte”,
expresa Andrea. Pues ese hombre a su llegada la desnudó de-
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