LAS FURIAS Y LAS PENAS. O DE CÓMO FUE Y PODRÍA SER LA

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LAS FURIAS Y LAS PENAS.
O DE CÓMO FUE Y PODRÍA SER LA ANTROPOLOGÍA
CONFERENCIA INAUGURAL DE LA CONMEMORACIÓN DEL 50° ANIVERSARIO
DE LA CARRERA DE CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS, REALIZADA EL 3 DE ABRIL DE 2008
EDUARDO LUIS MENÉNDEZ
Graduado y ex docente, FFyL, UBA.
Prof. e investigador del Centro de Investigaciones
y Estudios Superiores en Antropología Social
(CIESAS) de México. Fundador de la carrera
de Antropología de la Universidad de Mar del Plata.
Mi conferencia será un tanto dispersa e, inclusive, anecdótica. Y la primera anécdota tiene que ver con su
título, el cual trataré de aclarar dado
que varias personas me han preguntado sobre su significado. Creo que elegí
ese título por tres razones complementarias. Primero, porque quería citar uno
de los grandes textos de Pablo Neruda,
Las furias y las penas, para subrayar que
en la época en que contribuimos a crear la carrera de Antropología, a varios
compañeros y especialmente a mí –y
esto lo quiero subrayar– nos interesaba
mucho más la poesía que los textos
antropológicos, incluidos los marxistas
y fenomenológicos por los cuales yo
estaba bastante influido. En segundo
lugar porque, dada su ambigüedad, el
título podía atraer a algunos compañeros –y especialmente a los más
jóvenes– a escucharme, ya que temía
que fuéramos muy pocos. Y tal vez
ese sea uno de los factores que ha
convocado a tantos asistentes a esta
reunión donde la mayoría son jóvenes
estudiantes y egresados.
Y, por último, porque dicho título
no solo tiene que ver con lo que voy
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a exponer sino que constituye una
especie de metáfora, y tal vez una síntesis, de lo que fue la trayectoria de la
carrera de Ciencias Antropológicas de
la Universidad Nacional de Buenos
entre 1958 y 1976. Una trayectoria en
la que, justamente, las furias y las
penas fueron constituyéndose en
características básicas de nuestra
sociedad, a través de procesos que
condujeron no solo a nuestra masiva
–y a mi juicio, equivocada– renuncia a
la universidad luego de la denominada “noche de los bastones largos”, sino
también al dominio de la carrera por
profesores y proyectos, que salvo
excepción, se caracterizaron por su
baja calidad académica y por representar concepciones antipopulares. Y,
sobre todo, por la desaparición, muerte y exilio de compañeros en distintas
etapas de esa trayectoria.
Señalado lo anterior, aclaro que
en esta plática voy a hablar de tres
aspectos más o menos complementarios. Primero presentaré algunos
comentarios algo personales sobre
el origen y desarrollo inicial de la
carrera de Ciencias Antropológicas
en la Universidad Nacional de Buenos Aires, como se llamaba en aquellos tiempos. Después plantearé
algunas ideas sobre lo que era,
debía o podía ser la antropología
social en ese primer lapso, para
nosotros. Y, por último, me detendré
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en algunas consideraciones sobre la
situación actual de la antropología
social que contrastan, a mi juicio,
con aquello que nosotros pensábamos que “debía ser” la antropología.
Comenzando, entonces, con el primero de los temas señalados, quiero
especificar que la carrera de Ciencias
Antropológicas que se creó en 1958
fue exclusivamente un proyecto de
varios profesores de la carrera de Historia y, especialmente, de uno de
ellos: Marcelo Bórmida. Es Bórmida –y
muy en segundo lugar otros profesores– quien propone a los alumnos de
Historia la posibilidad de crear dicha
carrera. Y un pequeño número de
esos alumnos, caracterizados porque
éramos buenos alumnos, estudiosos,
y también activistas, resolvimos apoyar dicha creación y formamos parte
del proyecto. Pero el plan inicial
–quiero subrayarlo– fue formulado
exclusivamente por los docentes y, en
ese momento, no hubo ningún plan
alternativo de los alumnos. Solo más
tarde, entre 1962 y 1964, vamos a
comenzar a proponer modificaciones
al plan de estudios a partir de objetivos propios.
Ahora bien, se ha hablado mucho
sobre la ideología fascista y nacionalista
de derecha del cuerpo docente de la
carrera de Ciencias Antropológicas en
sus inicios. Además, varias personas han
señalado su asombro y desconcierto
por el apoyo que inicialmente los alumnos dimos al plan propuesto por dicho
cuerpo docente. Y, por lo tanto, yo creo
que hay que hacer algunas precisiones
y aclaraciones.
Lo primero a recordar para algunos o de informar para otros, es que
ciertos docentes iniciales no eran ni
fascistas ni nacionalistas de derecha
sino, por el contrario, estaban cerca
de lo que podríamos llamar posiciones socialdemócratas –como Fernando Márquez Miranda y más tarde
Enrique Palavecino– o pertenecían a
tendencias más o menos liberales en
términos sociales y políticos –como
Rosenwasser o Cortazar. Pero, y es el
punto que más me interesa aclarar,
los docentes que, más tarde nos
enteramos, tenían un pasado nazifascista no incluían estas perspectivas en el desarrollo de sus clases ni
fuera de ellas, por lo menos en los
primeros años. Es decir, la dimensión
ideológica no aparecía inicialmente
como un factor de antagonismo ni
de proselitismo.
Más aún, es importante recordar
que la principal figura teórica de la
carrera, es decir, Marcelo Bórmida,
cuya materia Etnología General era el
núcleo teórico fuerte de la misma, no
solo no hablaba ni recomendaba
bibliografía relacionada con posiciones fascistas o de extrema derecha
sino que el autor que más recomendaba y con el cual él se identificaba
era Ernesto De Martino. Y De Martino,
para los que no lo conocen, les
recuerdo que era –y para mí sigue
siendo– el principal antropólogo
gramsciano italiano.
Nosotros comenzábamos nuestra
formación teórico/metodológica
leyendo un texto de De Martino que
se llamaba Naturalismo e storicismo,
que era una crítica a las teorías positivistas y funcionalistas y coincidía en
gran medida con nuestras lecturas
marxistas y de otras corrientes críticas
respecto justamente de posiciones
positivistas y funcionalistas. Seguíamos con la lectura de Il mondo
mágico, donde si bien De Martino utiliza las ideas de Benedetto Croce,
cuestiona algunas de las principales
propuestas neohegelianas de este
autor, que en ese momento tenía una
influencia muy notable, y no solo en la
carrera de Antropología. Y, lo que más
me interesa subrayar, es que en textos
ulteriores, como Muerte y llanto ritual o
La terra del rimorso, De Martino no solo
se distancia radicalmente de Croce,
aniversario
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sino que establece una especie de
programa de estudio de las clases
subalternas italianas, y en particular de
los sectores campesinos localizados
en el sur de Italia, basado en gran parte en las concepciones de Gramsci.
Pero además, De Martino trabaja
con una serie de antropólogos y psiquiatras jóvenes que, como Tulio Sepilli
y Giovani Jervis, se caracterizarán no
solo por su filiación marxista sino también por su activismo profesional y político. Más aún, De Martino era miembro
del ala izquierda del Partido Socialista
Italiano que dirigía Pietro Nenni y había
participado activamente en la lucha
contra el fascismo.
Y esto Bórmida lo sabía mejor que
nosotros, y sin embargo en aquellos primeros años rescataba positivamente el
pasaje de De Martino desde posiciones
croceanas a una posición a la que no
daba nombre pero que era la gramsciana, la que se expresa en La tierra del
remordimiento, en Muerte y llanto ritual,
en Sur y magia y, especialmente, en el
texto de De Martino En torno al mundo
popular subalterno.
Estas propuestas y posiciones no
solo posibilitaron inicialmente una
convivencia teórico-ideológica sino
que, en mi caso, contribuyeron a
introducirme en la lectura de De Martino y de Gramsci. Paradojalmente,
fuimos uno de los primeros grupos
que, en la Universidad de Buenos
Aires, comenzamos a manejar en forma directa o indirecta a Gramsci,
antes de que se produjera ulteriormente su expansión. Yo rescato fuertemente estos aspectos, que más
adelante van casi a desaparecer,
cuando Bórmida gire cada vez más
hacia determinadas posiciones fenomenológicas.
Pero para mí el eje del distanciamiento no está tanto en la adhesión de
Bórmida a la fenomenología, sino en el
alejamiento y crítica que él establece
respecto de una antropología que
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comienza a preocuparse por determinados problemas sociales actuales, y
que es la que va a impulsar cada vez
más una parte de nosotros. Y cuando
digo “nosotros”, me refiero al alumnado
de esta primera época.
El proceso de politización de nuestro país, y especialmente el que se
generó en el movimiento estudiantil a
fines de los cincuenta y durante los
sesenta, condujo a nuestro propio
proceso de politización e ideologización. Esto nos llevó, a parte de los
estudiantes de antropología o recién
graduados, a recuperar problemáticas
que no eran tratadas por los docentes
de antropología y de las cuales las
más importantes en aquel momento
eran la situación y la explotación
colonial, el racismo especialmente
referido a nuestras poblaciones indígenas y afroamericanas, los movimientos sociales de liberación y las
desigualdades socioeconómicas pensadas en términos de clases sociales.
Ahora bien, no pueden entenderse
estos procesos si no se los refiere al contexto económico, político e ideológico
del lapso que estamos comentando,
pero que no tenemos tiempo de desarrollar ni de analizar. Dicho contexto
debe referir, además, no solo a procesos
económico-políticos sino a los específicamente universitarios o a aquellos en
los cuales los universitarios tendremos
una participación activa. Y subrayo lo de
universitarios porque en ese momento
gran parte de la vida política la referíamos casi exclusivamente a la situación
interna de la universidad.
Considero que durante el lapso que
estamos presentando, algunos de los
principales procesos de este último tipo
fueron los siguientes:
–La lucha en torno a lo que se denominó la “laica/libre”, que fue importante
en el proceso de ideologización y
politización de muchos de nosotros.
–El inicio de episodios de lucha
armada en el noroeste de nuestro
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país, en los cuales participaron compañeros universitarios, como saben
algunos de ustedes.
–La denuncia del “Proyecto Camelot”
y de otros realizados en América
Latina dirigidos y/o concretados por
antropólogos y sociólogos, y de los
cuales el más significativo para
nosotros fue la investigación sobre
violencia social en el medio rural
realizada en cuatro países de la
región, incluida la Argentina, y en la
que participaron activamente sociólogos y antropólogos de izquierda
de la Universidad de Buenos Aires.
–El golpe militar encabezado por el
general Onganía y la renuncia masiva
de universitarios –que se calcula fuimos mil trescientos– como expresión
de oposición al mismo.
–La realización del Congreso de Americanistas en la Argentina, que inicialmente cuestionamos, proponiendo
que era incongruente que hubiéramos renunciado mil trescientos
docentes a la universidad y se tuviera una participación activa en dicho
Congreso sin denunciar la situación
que estaba atravesando el país y la
universidad. Por lo cual solicitamos
que el Congreso de Americanistas
planteara una denuncia del golpe
militar de Onganía, lo que no se hizo
y por lo tanto no solo lo cuestionamos sino que no participamos.
–Hay otros procesos que ocurrieron
en ese lapso, y de los cuales solo
voy a citar dos más, porque eran, de
alguna manera, muy decisivos al
interior del movimiento estudiantil y
universitario en general durante los
cincuenta, y sobre todo durante los
sesenta: la discusión sobre si el trabajo político debía reducirse a la universidad o si debía realizarse básicamente fuera de ella.
–El papel del saber, del conocimiento,
en los procesos que, utópicamente o
no, nos planteábamos en términos de
transformación social.
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Son estos y otros aspectos los que
a mi juicio van a generar realmente el
distanciamiento cada vez más fuerte
con Bórmida y otros miembros del
equipo docente y que nos van a conducir a nosotros como grupo a “descubrir” el nazismo de Menghin y a
cuestionar su permanencia en la universidad. Que nos va a llevar a proponer una modificación del plan de
estudios –ahora sí, propuesta por
nosotros– centrada en la defensa e
inclusión de la antropología social. Y
esto, más allá de nuestras críticas a la
antropología social estructural-funcionalista, que en esos momentos era
una de las tendencias dominantes a
nivel internacional.
Debemos reconocer a la distancia –cosa que no ocurría en ese
momento– que nuestras críticas a la
antropología social coincidían con
varias de las críticas formuladas por
Bórmida, aunque desde diferentes
perspectivas. Por eso, desde mi
interpretación, la “fenomenología”
adoptada por Bórmida y la “antropología social” adoptada por nosotros
constituían algo así como máscaras
ideológicas y no solo oposiciones
teórico-metodológicas. Los elementos de fondo del distanciamiento se
referían a los aspectos que ya señalé, aun cuando se expresaran a través de estos enmascaramientos teórico-metodológicos. Es decir, fue
nuestro proceso ideológico y de
politización y nuestras nuevas propuestas sobre los temas y problemas que la antropología social
debía estudiar, los que condujeron
al distanciamiento, mucho más que
las “posiciones teóricas y metodológicas” en torno a la fenomenología o
a la antropología social.
Subrayo que ésta es mi interpretación del proceso y no pretendo que
otros compañeros que vivieron dicho
proceso lo registren e interpreten en la
misma forma que estoy proponiendo.
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Lo que la Antropología podía
o debía ser
El segundo aspecto que voy a desarrollar brevemente y que complementa
lo dicho hasta ahora tiene que ver con
la idea que teníamos respecto de lo
que la antropología debía y podía ser.
El primer aspecto a señalar es que la
casi totalidad de los alumnos que inicialmente apoyamos e impulsamos la
creación de la carrera de Antropología
teníamos una visión nebulosa, deshilvanada, con motivaciones difusas de lo
que era y lo que podía ser la antropología. Para ser más correcto impulsamos
este proyecto sin tener muy claro en
qué consistía, incluidos los objetivos y
posibilidades de la Antropología.
Y este aspecto lo considero muy
importante porque nuestras ideas
sobre el quehacer antropológico se
fueron construyendo en la práctica, y
en función tanto de procesos teóricos
y metodológicos específicos como de
los procesos políticos e ideológicos
desarrollados dentro y fuera de los
ámbitos universitarios. Es dentro de
estos ámbitos que vamos a ir precisando nuestros objetivos intelectuales
en torno a eso que al principio teníamos bastante confuso y difuso. Y no lo
planteo en términos peyorativos ni
negativos sino en términos de descripción fenomenológica.
Si bien la politización y la ideologización fueron básicas para precisar y establecer nuestra manera de pensar y
hacer antropología, eso no significa que
nosotros pensáramos en una determinación económico-política e ideológica
del conocimiento. Desde nuestra formación historicista y en menor medida
existencialista e interaccionista simbólica, considerábamos el saber, por lo
menos en parte, como una construcción social, pero nunca como un proceso determinado, y menos determinado
desde afuera del propio saber.
Ahora bien, las principales características de la antropología social que
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pensábamos debía realizarse son casi
obvias, pero me interesa presentar y
comentar al menos algunas de esas
obviedades.
La primera de esas características –y
no en orden de importancia– es que
nos interesaba estudiar y comprender
problemas y grupos sociales latinoamericanos. Esto suponía dos cuestiones
centrales. La primera, que teníamos una
fuerte visión latinoamericana, y no solo
nacional. Creo que este es uno de los
elementos que, más allá de que algunas tendencias peronistas lo rescaten
como un elemento propio, estaba prácticamente en casi todos los grupos,
vinieran de donde vinieran. Es decir que
entre fines de los cincuenta y durante la
década de los sesenta, pensar en términos latinoamericanos constituía una
manera común de pensar nuestro país,
lo cual es una de las características que
más rescato de ese período.
Y segundo, un hecho que al principio era borroso –como la mayoría de
los hechos de este tipo para nosotros–
pero que luego se fue precisando en la
práctica y en las reflexiones sobre el
misma. Y así comenzamos a proponer
que si nos íbamos a dedicar a la antropología social, era para estudiar sujetos
y procesos que pertenecieran a nuestra
propia sociedad, aún trabajando con
grupos étnicos. Es decir con grupos que
más allá de sus radicales diferencias culturales, no eran ajenos a nosotros,
como podían serlo para un antropólogo europeo o para uno norteamericano, sino que nuestra situacionalidad era
radicalmente distinta y teníamos que
reflexionar a partir de ella. Esta posición
supuso varios cuestionamientos, entre
los cuales subrayo nuestro rechazo al
exotismo y a la exotización del sujeto
de trabajo antropológico, así como un
cuestionamiento del relativismo cultural en términos de irresponsabilidad
epistemológica y social. Proponíamos
pensar y actuar la realidad a través de
nuestros intereses y objetivos y no de
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modas teóricas y epistemológicas de
turno. Y, además, acompañar el acto
intelectual por una suerte de apasionamiento que nos movilizara y movilizara
a los otros sin reducir por ello nuestra
rigurosidad intelectual.
Algunos compañeros con los que
he hablado a lo largo del tiempo
recuerdan justamente esa característica en comparación con otros momentos del desarrollo de nuestra Antropología social. Es decir recuerdan el grado de “belicosidad afectiva” con que
nosotros planteábamos los problemas,
sin que hubiera ninguna estrategia
metodológica y/o ideológica, sino que
lo dominante era el intento de transmitir problemas e interpretaciones que
en ese momento considerábamos
básicas. Y de ahí el grado de afectividad que aplicábamos a nuestros cursos, a nuestras discusiones, a nuestros
proyectos. Y esto es algo que nos
caracterizaba a todos como grupo,
más allá de nuestras diferencias.
Era la época –y me da casi pudor
decir las siguientes palabras dada la
suma de críticas y autocríticas más o
menos banales que existen respecto de
las mismas– en que, como recordarán,
no solamente hablábamos de que íbamos a cambiar la sociedad sino de que
íbamos a cambiar la vida. Y más allá de
lo utópico –y también banal– de esa y
otras consignas, las mismas tenían que
ver, sin embargo, con las propuestas de
múltiples autores y, especialmente, de
un autor que también nos influenció
profundamente como generación. Y
me refiero a Wright Mills, cuando nos
planteaba que nuestro conocimiento
debía incluir como un elemento esencial el “imaginario sociológico”. Por lo
tanto también rescato estas propuestas
como parte de esa antropología que
intentamos desarrollar.
Junto a estos aspectos, hay otros
que íbamos aprendiendo y proponiendo, y de los cuales solamente voy
a nombrar algunos. Uno de los más
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significativos es que comenzamos a
pensar la antropología social como un
estudio de lo evidente y manifiesto
pero, además, como la descripción y
descubrimiento de lo obvio y de lo
paradojal. En última instancia no deja
de ser una paradoja que yo, como
estudiante avanzado y luego como
joven profesor recibido y asumido
como marxista, me enterara a fines de
los ‘50 que existía Gramsci como teórico de la cultura, y lo leyera a través de
las recomendaciones de un profesor
de orientación fascista.
Como parte de esa apropiación
gramsciana aprendimos que en las
sociedades actuales existe siempre
hegemonía junto con dominación; y
que parte de nuestro trabajo debía
estar dedicado a cuestionar y deteriorar
las hegemonías vigentes, y a
buscar/pensar/ impulsar otras alternativas contrahegemónicas. Y esto no solo
respecto del campo profesional antropológico sino del campo social.
Y aprendimos toda una serie de
necesidades, posibilidades y objetivos,
de los que voy a recuperar uno, que tiene que ver con una suerte de lucha
constante contra el “olvido”; contra la
desmemoria de nuestros pasados,
inclusive inmediatos.
Yo, por ejemplo –y lo he escrito en
un libro mío–, había descubierto en mi
adolescencia un libro titulado La Patagonia trágica, que describía, entre otras
cosas, la exterminación intencional por
los dueños de la tierra de onas, yaganes, alacalufes y, en menor medida, de
personas de otros grupos étnicos. Pero
–y es la cuestión– en nuestra carrera
de Ciencias Antropológicas ningún
profesor hablaba de este tipo de episodios, de estos asesinatos intencionales de grupos étnicos. Pese a que, por
ejemplo, Menghin y Bórmida se dedicaban a investigaciones arqueológicas
y etnológicas en la Patagonia. Pero –y
lo subrayo– tampoco se refería a esos
episodios ninguno de los profesores
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social-demócratas ni de los liberales. Es
decir, el silencio sobre el exterminio
intencional de nuestros grupos indígenas era común a nuestros profesores
de derecha, de centro y (más o menos)
de izquierda. O sea, no había una
conspiración de silencio: directamente
no aparecía como problema en el horizonte de aquellos que nos enseñaban
antropología, estudiaran o no estudiaran esos sujetos y problemas.
Más aún, los que se especializaban
en grupos del Chaco, de Misiones o del
Noroeste argentino, lo más que hacían
era nombrar la existencia de racismo
pero sin estudiarlo en términos antropológicos. Y esta es una de las grandes
omisiones de nuestra disciplina, que se
expresó en nuestros programas de
estudio, en las investigaciones etnológicas pero también de Antropología
Social donde esta problemática no existía. Y frente a esta omisión primero
como estudiantes, y más tarde como
docentes tratamos de incluir el racismo
como parte de la “nueva agenda” que
debía estudiarse, que debía preocupar
a nuestra antropología.
Complementariamente asumimos
que la antropología social había sido
parte importante de la empresa colonial, de lo cual no hablaban tampoco
los profesores social-demócratas ni los
fascistas. Y descubrimos que las ciencias antropológicas habían sido importantes no tanto como proveedoras de
información sino como algo mucho
más significativo, ya que generaron
gran parte de las teorías y de los conceptos que favorecían y justificaban la
hegemonía de las sociedades occidentales respecto de los pueblos coloniales y colonizados.
El descubrimiento de estos
hechos lo aplicamos a nuestra propia
antropología, y por eso durante los ‘60
y ‘70 no sólo cuestionamos a Bórmida
y a la Escuela Histórico Cultural tanto a
nivel teórico como a nivel político/ideológico dado su pasado fascista; sino
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ESPACIOS
que cuestionamos, el trabajo de antropólogos como Richard Adams, quien
estuvo estrechamente relacionado con
Esther Hermite y otros antropólogos
argentinos, pese a haber sido denunciado como agente de la CIA en varios
países latinoamericanos, y especialmente en Guatemala donde trabajó
durante varios años.
Es decir, en función de buscar determinado tipo de coherencia dentro de
nuestras enormes incoherencias, tratábamos de no jugar exclusivamente al
fascismo o al antifascismo porque nos
parecía que era jugar a esquematizaciones que no permitían entender la realidad social, pero tampoco la producción
teórico-metodológica.
En mi caso –y esto sí ya es más
estrictamente personal– el descubrimiento de lo que fue el nazismo me llevó a usarlo como una especie de límite
para pensar la teoría y la práctica, y no
solo de la antropología. De esto tampoco he hablado demasiado, solo en mi
libro La parte negada de la cultura, pero
no mucho más. Creo que mi interés por
el nazismo se debió a varias razones,
entre las cuales rescato algunas:
–El hecho de que varios de mis compañeros y de mis mejores amigos
desde el colegio nacional sean de origen judío, y la mayoría de ellos perdiera familiares bajo el régimen nazi.
–El hecho de que el nazismo impulsó y
usó la antropología como ningún otro
sistema sociopolítico. Y la usó con el
objetivo de llevar a cabo algunos de
sus objetivos ideológicos y sociales.
–El hecho de que el nazismo llevó,
además, hasta sus últimas consecuencias algunos de los grandes problemas teóricos que caracterizaron a
la antropología, como ser el de las
relaciones entre lo cultural y lo biológico, o el del papel de la cultura y de
los rituales en la construcción de
hegemonía y dominación. Más aún
problematizaron radicalmente ciertas
problemáticas que duran hasta la
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actualidad dado que la cuestión de la
prioridad de lo biológico o la cuestión
racista reaparecen constantemente,
como podemos observarlo a través
de la discusión sobre la cuestión
genética o el desarrollo del racismo,
especialmente en países europeos.
–Pero el aspecto del nazismo –o mejor
dicho de la reflexión sobre el nazismo– que más influyó en mi manera
de hacer antropología es la necesidad
de plantear los problemas en términos de verdad/no verdad, que cuestiona las diferentes variantes de relativismo cultural y/o de las epistemologías post que han dominado la antropología actual, que niegan la cuestión
de la verdad/no verdad, como una
cuestión exclusivamente ideológica.
Estas son algunas de las características de la antropología que proponíamos e íbamos aprendiendo a desarrollar. Y, por supuesto, existían otros
aspectos de los que no hablé, de los
cuales varios tuvieron consecuencias
negativas mientras que otros siguen
siendo rescatables.
Diferencias y contrastres
La última temática que trataré tiene
que ver con algunas características de
la antropología social actual que contrastan fuertemente con lo que nosotros pensábamos respecto de lo que
podía ser la antropología social. Y aclaro
que cuando hablo de antropología
social actual, me estoy refiriendo a la
que pasó a ser hegemónica a mediados
de los años ‘70 y dominó la antropología durante las décadas del ‘80 y del ‘90
a nivel internacional.
El primer punto a señalar es que hay
una serie de aspectos paradojales en la
antropología social actual, de los cuales
solo mencionaré algunos a manera de
ejemplos. Una antropología que expresa o tácitamente rescata muchas de las
orientaciones que planteaba Bórmida y
que elimina muchos de los objetivos
que proponíamos nosotros.
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Como señalé al principio, Bórmida
había focalizado siempre sus trabajos y
sus intereses en el campo de lo simbólico, excluyendo toda otra dimensión, y
cuando más tarde adhiere a la fenomenología, coincide con las propuestas
que a nivel internacional habían pasado
a ser hegemónicas, especialmente a
través de la figura de C. Geertz y más
tarde de determinadas corrientes post.
Se desarrolla por lo tanto una
antropología que desplaza o directamente elimina las problemáticas que
nos interesaban especialmente a nosotros. Pero dicho desarrollo es en gran
medida paradojal sobre todo mirado
desde una situación latinoamericana, y
en particular argentina. Y la primera
paradoja se refiere a que la hegemonía
de lo simbólico y la secundarización o
exclusión de lo económico-político
ocurren en un momento en que a
nivel de América Latina se agudizan
algunos de nuestros más graves problemas económico-políticos, que además tendrán como una de sus principales consecuencias negativas el recaer
sobre el sujeto clásico de estudio de
los antropólogos, es decir nuestros
grupos indígenas.
Porque la orientación hacia lo simbólico operó durante el lapso que la
CEPAL llamó de las dos “décadas perdidas”. Y fueron dos décadas perdidas
porque América Latina entró en un
espiral de pobreza y extrema pobreza
que convirtió en pobre o hundió aun
más en la pobreza a la mayoría de la
población de nuestros países. Pero
además durante los ‘80 y los ‘90 se
profundizaron las desigualdades
socio-económicas para convertir a
nuestra región en el área con mayores desigualdades socioeconómicas a
nivel internacional. Y conjuntamente
se generon en términos económicopolíticos, algunos de los períodos
más negativos y sangrientos en términos de dictaduras políticas y de
sus consecuencias .
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Y es justamente cuando ocurren
estos procesos que nuestra antropología no solo se dedica a estudiar casi
exclusivamente lo simbólico, sino que
deja de hablar de clases sociales, de
lucha de clases, de explotación, de
imperialismo y hasta de ideología. Más
aún, algunos comienzan a hablar en
términos gramscianos, pero de un
Gramsci totalmente culturalizado.
Quiero aclarar que no estoy negando la importancia de la dimensión simbólica, sino subrayando su focalización
casi exclusiva durante un período en
que justamente se agudizan determinados problemas sociales y económicopolíticos. No negamos tampoco el
cuestionamiento y abandono de todos
o algunos de los conceptos señalados,
que en su mayoría son de origen marxista, pero la cuestión es que no fueron
reemplazados por otros conceptos. Y
no fueron reemplazados porque la realidad dejó de ser pensada no sólo en términos económico-políticos, sino inclusive en términos simbólicos como queda
claramente evidenciado con la exclusión del campo ideológico.
Como lo he señalado en varios trabajos, el lapso analizado se caracteriza
porque los antropólogos van a utilizar
básicamente teorías que no son producidas por antropólogos, sino por sociólogos y sobre todo por filósofos. De tal
manera que Ricouer, Derrida, Foucault
o Wittgenstein pasan a ser algunos de
los autores de referencia junto con
Geertz y Bourdieu. Cada vez que llego a
Buenos Aires me tengo que acostumbrar a que no solo los antropólogos
sino los mozos de café me hablen de
deconstrucción.
Pero al mismo tiempo los antropólogos “descubren” al sujeto y especialmente al sujeto como agente, ocurriendo un hecho interesante en términos
epistemológicos y de sentido común.
Y es que pasa a primer plano un autor
como Foucault en el mismo período en
que los antropólogos recuperan el
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papel del sujeto; pero ocurre que Foucault constituye una de las expresiones
más importantes e influyentes de la
negación del sujeto. Más aún, toda una
serie de trabajos hablan del papel activo del sujeto e invocan simultáneamente a Foucault.
Y una última situación se refiere a
que nuestra antropología se ocupará
cada vez más de la etnicidad, lo cual
nos parece importante, pero al mismo
tiempo hablará y estudiará poco el
racismo, pese a que nuestros grupos
indígenas constituyen tal vez el principal sujeto del racismo. Esta omisión es
realmente incomprensible dado que no
solo sabemos de la existencia normalizada de los diferentes racismos cotidianos, sino que ocurrió una serie de
hechos masivos que la sociedad civil
ignoró y que los antropólogos no asumieron en toda su significación.
En la década de los noventa en
Perú fueron esterilizadas por el Sector
Salud 250.000 mujeres casi en su totalidad son origen indígena. Pero este
fenómeno no ocurrió solamente en
Perú, sino que también ocurrió en Brasil, en Guatemala, en México, donde
además de esterilización de mujeres
hubo una política de esterilización de
varones indígenas. Si bien esto fue
denunciado por antropólogos, si bien
algunos escasos antropólogos estudiaron esta problemática, si bien algunas
estudiosas de género se preocuparon
por estos procesos, sin embargo la
mayoría de nuestra profesión y de las
diferentes tendencias y campos no trabajaron seriamente esta problemática
pese al auge de los estudios de etnicidad, interculturalidad y género.
Las situaciones que presenté expresan algunos de los procesos paradojales
de la antropología social actual, y especialmente lo que evidencian son las tendencias a excluir y omitir determinados
aspectos significativos en términos teóricos y etnográficos y lacerantes en términos de derechos humanos.
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Señalados estos aspectos paradojales, y para ya entrar en la curva final de
mi exposición, quisiera señalar rápidamente algunas de las características de
la antropología actual que entran fuertemente en contradicción con lo que
nosotros pensábamos. Posiblemente el
área de mayor contraste está en algo
que ya señalé, y es el abandono de la
preocupación por describir los procesos
en términos de verdad/no verdad, dado
que todo se convierte en narrativas
donde lo único que interesa son las significaciones y resignificaciones de los
actores y sujetos, pero sin evidenciar
dichas significaciones en términos de
verdad/no verdad.
Un segundo aspecto relevante es la
tendencia de las ciencias actuales,
incluida la antropología, al “productivismo” que entra en conflicto y contradicción con las formas tradicionales de trabajo antropológico. La producción y
publicación de artículos, la concurrencia a congresos, la producción de
ponencias se convierten cada vez más
en objetivos centrales de nuestro trabajo que tienden en los hechos a reducir
justamente las características y calidad
del trabajo antropológico. El invento de
las etnografías rápidas o la aplicación
de grupos focales tiene que ver con
esta orientación.
Y el último aspecto corresponde no
solamente a la antropología actual sino
a la antropología que también practicábamos en los primeros años de nuestra
carrera. Y me refiero a la tendencia, tanto en el pasado como ahora, a plantear
los problemas, su descripción e interpretaciones en términos de polarizaciones extremas. En términos no de negociaciones o transacciones o articulaciones o el nombre que ustedes quieran
darle, sino fundamentalmente en términos de oposición: o estudiamos lo económico-político o estudiamos lo simbólico; o estudiamos la estructura o
estudiamos el sujeto; o estudiamos las
experiencias o estudiamos las represen-
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taciones sociales. Es decir, la antropología constituye una especie de estadio
donde los hinchas de River y los de
Boca se enfrentan a partir de posiciones
ya establecidas. Esto expresa, tanto en
la actualidad como en el pasado, el
dominio de tendencias que promueven
el distanciamiento y no la articulación,
subrayando que yo también participé
–y seguramente sigo participando– en
alimentar diferentes polarizaciones.
Creo que ya he hablado demasiado,
y voy a tratar de concluir con algunos
comentarios finales, que no son
comentarios sino más bien despedidas.
En principio, pienso que por lo menos
una parte del trabajo antropológico,
intencional o funcionalmente, es un trabajo de tipo autobiográfico. Nuestros
trabajos expresan no solo nuestra capacidad o posibilidad etnográfica y reflexiva sino aspectos de nuestra propia
existencia, que a veces aparecen ocultos, larvados, poco expresados, pero
que “están ahí”. Si esto fue posible hasta
ahora, a mi juicio, es debido a una
antropología basada en tiempos lentos
y profundos en todos los pasos del
quehacer antropológico, cuya continuidad pongo en duda por algunos de los
procesos señalados.
Por último considero, como dice una
de mis más queridas y antiguas amigas
–y me refiero a Mirta Lischetti–, que si
algo caracterizaba a la antropología de
los primeros años era el desarrollo de
amistades profundas. En el fondo, y más
allá de las diferencias, nos gustaba estar
juntos –y Hugo Ratier lo sabe bien porque él generalmente cantaba ciertas
canciones en nuestras asiduas reuniones. Yo no sé si este gusto por estar juntos en nombre o por culpa de la antropología tiene algún valor, lo cual en este
momento me preocupa poco, y rescato
el peso que esas relaciones tuvieron para
mi vida. Podría concluir diciendo que
durante algunos años, el Museo Etnográfico, donde realmente vivíamos, era
–como diría Hemingway– una fiesta.
Cs. Antropológicas
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PANEL “50 AÑOS EN LA FORMACIÓN DE ANTROPÓLOGOS. ARTICULACIONES ENTRE DOCENCIA E INVESTIGACIÓN”.
SECCIÓN ANTROPOLOGÍA SOCIAL, 21 DE MAYO DE 2008
COLOQUIO “50 AÑOS EN LA FORMACIÓN
DE ANTROPÓLOGAS/OS. ARTICULACIONES ENTRE
DOCENCIA E INVESTIGACIÓN”
MABEL GRIMBERG
Directora de la Sección de Antropología
Social – ICA, FFyL, UBA
1. La exposición del Prof. Boivin tiene
comprometida su publicación en un artículo
de próxima aparición.
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ESPACIOS
Este año la Sección de Antropología
Social del Inst. de Cs. Antropológicas
colocó el conjunto de sus actividades
en el marco de la conmemoración de
los 50 años de nuestra carrera organizando actividades especificas. Una es el
Coloquio que titulamos “50 años en la
formación de antropólogas/os. Articulaciones entre docencia e investigación”,
(21/05), y el Grupo de Trabajo 1 Historia
de la Antropología: formación universitaria y práctica profesional, coordinado por
Susana Margulies y Alicia Martín, en las
V Jornadas de Investigación en Antropología Social (19-21/11).
A partir de la recuperación de actividades como la Mesa Redonda sobre
Antropología y Dictadura con la que
cerramos las IV Jornadas de Investigación en Antropología Social en 2006,
este Coloquio se propuso como un
espacio de debate que, centrado en la
historia de la Antropología en Bs. As.,
promoviera la reflexión en torno de las
vinculaciones y tensiones entre docencia e investigación. Se buscó acotar las
exposiciones a ciertos hitos y momentos de la disciplina privilegiando en cada
una el análisis de las orientaciones teóricas y metodológicas dominantes; las
relaciones con las antropologías de otras
universidades del país y del exterior; las
trayectorias y preocupaciones de
docentes e investigadores; las principales discusiones y polémicas; la relación
docente-alumno y el movimiento estu-
diantil en las actividades de docencia e
investigación; el vínculo entre “política” y
“antropología” y, por supuesto, toda otra
cuestión relevante para los expositores.
El Coloquio, coordinado por Josefina
Martínez, contó con la participación de
María Rosa Neufeld, Mauricio Boivin,1
Pablo Perazzi y Juan Besse. Sus presentaciones abarcaron las décadas de los
‘60, los ‘70 y los ‘80, y se refirieron al período que va desde la creación de la
carrera hasta la intervención de la Universidad en 1966; al proceso de 1973
en adelante incluyendo la Dictadura
Militar, y a la reorganización de la carrera, el cambio de plan de estudios y las
prácticas militantes estudiantiles de la
segunda parte de los ‘80. Presentamos a
continuación las exposiciones en el
orden en que fueron realizadas:
La enseñanza de la antropología en
Buenos Aires (1958-1966). De los cursos al
campo, María Rosa Neufeld.
Una pasión antropolítica: las ciencias antropológicas en los años sesenta,
Pablo Perazzi.
Ante el recuerdo. Estudiantes-militantes de la carrera de antropología en nuestros años ’80, Juan Besse.
Esperamos poder contribuir, junto
con el Depto. de Cs. Antropológicas, a
este proceso en curso de construcción
de memoria y de recuperación de trayectorias y propuestas académicas y
políticas en el marco de un análisis crítico de nuestra historia. Como Sección de
Antropología Social, buscamos fortalecer un campo de estudios –el de la historia de la antropología en nuestro país–
en desarrollo en nuestra Universidad.
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LA ENSEÑANZA DE LA ANTROPOLOGÍA
EN BUENOS AIRES (1958-1966).
DE LOS CURSOS AL CAMPO
MARÍA ROSA NEUFELD
Profesora Titular de Antropología Sistemática I,
carrera de Ciencias Antropológicas, Directora del
Depto. de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA
Este escrito intenta reconstruir –a
partir de recuerdos propios y ajenos y
la revisión de algunos textos–, los
contenidos y ausencias que caracterizaron la formación recibida por quienes pertenecieron a las primeras
generaciones de egresados de la
Licenciatura en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y
Letras y los procedimientos por
medio de los cuales se buscaba
aprender algo así como una metodología que permitiera plantear y abordar problemas de la sociedad contemporánea (y de paso o por la magia
de esa apropiación, convertirse en
antropólogas y antropólogos).
¿Qué significó, en términos de
formación, esa ya lejana carrera de
antropología? Podemos suponer que
hubo un proyecto compuesto por
ingredientes contradictorios: la
presencia aparentemente sólida y
hegemónica de la escuela históricocultural mezclada con posturas difusionistas limitadas. Nos referimos a la
aplicación de las “áreas de cultura”
planteadas por Clark Wissler (1940) a
América del Norte, adaptada para
nuestro país por Enrique Palavecino,
e ingredientes del estructural-funcionalismo de la época.
La presencia de la escuela histórico-cultural era muy fuerte en el campo de la antropología porteña, cuyos
exponentes centrales, Marcelo Bórmida y Oswald Menghin, se dedicaban en esos tiempos a la arqueología
de Pampa y Patagonia. Reinaba total
desprecio por las investigaciones
–supuestamente neoevolucionistas–
llevadas adelante por Rex González.
Los criterios teóricos de la escuela
histórico-cultural –la existencia de
“ciclos” culturales (en los cuales los
sujetos sociales desaparecían) capaces de expandirse y migrar, así como
las precisiones difusionistas–, se
combinaban con la impronta de los
“curadores” de museos: esa era una
vertiente próxima a la experiencia
de algunos docentes conspicuos de
ese momento.
La propuesta metodológica era
coherente con el cuadro anterior: la
antropología que presentaban era
“una”, por tanto “una y única y para
todos” era la metodología que se le
dictaba a cada cohorte: en el caso
de quien escribe, recibió por toda
metodología un cuatrimestre destinado a arqueología que, a su vez,
consistió en la clasificación de un
heterogéneo conjunto de utensilios
de piedra entre los que había que
distinguir raederas de raspadores y
luego numerarlos. Obviamente,
“otros” habían decidido antes que
eran artefactos y no producto de la
erosión, y los habían recogido en
playas remotas de la Patagonia. En
otros casos, se dictaría metodología
folclórica o etnológica, las otras
orientaciones posibles previstas por
el plan de estudios.
Cs. Antropológicas
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Había otras instancias de aprendizaje: en alguna materia se aprendía a
confeccionar fichas eruditas, las horas
de adscripción al Museo permitían
hundirse en el pasado de los estilos
cerámicos de la zona andina, propia y
del Perú, conocer las colecciones de
cráneos o momias que allí se guardaban. Flotando en el aire había mucho
de exotismo y una fuerte convicción
en torno a que el trabajo de campo
era la verdadera “iniciación” en la
antropología.
Estaban muy principalmente las
bibliotecas, la de la Facultad (en el
edificio de Viamonte, actualmente
ocupado por el Rectorado) y la del
Museo Etnográfico: completas, con las
revistas al día, que abrían a una variedad de temáticas y enfoques que
superaban en mucho a los docentes y
mentores locales.
Y la experiencia que se podía
adquirir trabajando –como muchos lo
hicieron– en encuestas organizadas
desde el Departamento de Sociología, especialmente en la investigación
llevada a cabo en la Isla Maciel (en
torno a la migración rural-urbana que
había constituido desde hacía entonces una década las villas-miseria, y en
general las grandes ciudades).
En realidad algunos habían tenido
previamente, oportunidades vinculadas con el acompañamiento a algún
profesor en sus “viajes de campo”. O
bien, las salidas sorprendentemente
autogestionadas, sin más acompañamiento que las ganas, la guía Murdock para la clasificación de datos
culturales, de lo más autónomos. La
colega y amiga Mirtha Lischetti
recuerda que comenzaron a viajar a
Perú en 1960, aún estudiantes, y en
ese momento vieron, en el Cuzco,
una película acerca de las batallas
rituales, con piedras. Alentadas por el
Dr. Cortazar y gracias a la buena relación de ese momento con Bórmida,
consiguió que el CNICT (Conicet) y el
100
ESPACIOS
Fondo de las Artes financiaran los dos
viajes siguientes, a lo que ella, Carmen Muñoz y Celina Gorbak respondieron con un informe minucioso y
un artículo publicado en la prestigiosa Revista del Museo Nacional de Lima.
Recuerda la colega que la guía Murdock era la orientación principal:
“Describíamos todo, una suma de culturalismo más hiperempirismo…”.
Entre enero y febrero de 1961 nos
trasladamos a la provincia de Kanas y
recorrimos varias localidades con el
fin de observar y recoger todo lo relativo a las fiestas y rituales de San
Sebastián y el Carnaval. Fue entonces
cuando presenciamos las batallas de
Chiaraje del 20 de enero y del jueves
de compadres. Esto incluía la descripción de las batallas, el análisis del
contexto socioeconómico en el que
se ubican los acontecimiento, la
“determinación y el análisis de las
motivaciones y funciones que cumplen estas ceremonias, origen de
estas batallas según los informantes y
la bibliografía…”.
La descripción es minuciosa y respetuosa: “la muerte de un luchador
es señal de prosperidad. En caso de
haber víctimas, el grupo se presenta
ante el juez, acusa a uno de sus integrantes, aunque sea inocente, que es
quien pagará la pena colectiva.
Cuando este es encarcelado, organizan una cooperativa que sostiene a
su familia…”.
El texto reconoce que “la estratificación social en la sierra sur del Perú
está íntimamente relacionada con la
diferenciación racial y cultural desde
la implantación de la colonia. Se
habla de “la masa campesina”, los
mestizos y los criollos (los grandes
terratenientes).
“En el análisis de las motivaciones
y en la determinación de las funciones que se señalan en la conducta
de las personas que participan en las
batallas que estamos analizando,
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seguimos en lo fundamental, en
cuanto a la metodología, el paradigma para el análisis funcional en ciencias sociales de R. K. Merton”…
“podemos decir que la función propiciatoria tiene, en el Tocto, plena
vigencia, mientras que en el Chiaraje,
tal vez por la mayor proporción de
elementos mestizos, la función propiciatoria comparte el primer puesto
con otras complementarias, para los
miembros de la parcialidad de Bangui en particular (la codicia por el
botín, la función de cohesión o solidaridad o la lucha por terrenos) la
función recreativa…”.
Luego se realiza un minucioso
análisis de las fuentes históricas acerca de aymaras e incas. Y un final “de
época”: “otras instituciones que comparten con estas ceremonias la función de cohesión de los grupos dispersos reemplazarán paulatinamente
las sangrientas batallas, disfuncionales
para la estructura social”.
En mi caso, la primera “salida de
campo” consistió en acompañar a
uno de los profesores, Enrique Palavecino y a su esposa, en un viaje que
debía llevarnos desde Embarcación,
en un camión, hasta el río Pilcomayo,
(en la época de pesca en la que chorotes, chulupís y matacos [sic] como
se les decía aún, confluían junto al
río). Recorrido que quedó trunco, porque el camión se rompió en el monte y nunca fue reemplazado por otro
que nos llevara al río. Sé que pernoctamos más de una noche en un claro
que abrieron los indígenas que nos
acompañaban, varados igual que
nosotros en sus expectativas de llegar
rápidamente a destino. Ese viaje significó una serie de descubrimientos: el
monte del Chaco Salteño, atravesado
a la noche por bagualas desgarradoras, cantadas por quién sabe quién,
cruzado por sendas de los wichi, usadas en sus recorridas habituales como
hacheros o en sus actividades de
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cacería y recolección de cháguar y de
frutos del monte, las “picadas” de
exploración de YPF, por las que se
desplazaban los vehículos. ¿Qué
aprendí? La entrada a chozas abandonadas durante el día por sus dueños,
tarea que me correspondía como
“asistente”, con el objeto de “hacer la
ergología” (“museologismo” que significaba hacer el inventario de “la cultura material”.1 Junto a esto, el desinterés de mi profesor por la problemática
que a sola vista sugerían esos (a mi
mirada) patéticos conjuntos de personas que, también por su indicación,
iba fotografiando a medida que el
camión avanzaba de un caserío a
otro. Más interés le despertaba la
“choza cupuliforme” habitada por un
viejo que la situación del mismo viejo,
flaquísimo, sin abrigo en el desapacible invierno del monte. Porque la
choza era un mensaje decodificable:
permitía confirmar la adscripción de
sus dueños a los más primitivos cazadores-recolectores del Chaco, así
como afirmar que las sandalias de
cuero que calzaba ese hombre eran
un préstamo cultural que testimoniaba
la influencia andina (lo cual iba produciéndome oleadas de indignación,
en tanto vivía internamente conmocionada por toda esa experiencia).
Finalmente, el cursillo de Especialización (que cumplía las funciones de
una tesis). Aunque los trabajos eran
individuales, daba lugar a la formación de grupos de afinidad personal,
que se combinaron con la mayor o
menor cercanía a uno u otro profesor,
lo cual significaba también asociarse a
las áreas geográficas y a las temáticas
que estos abordaban.
Cuenta Mirtha Lischetti (comunicación personal, 2008): “En el año
1964 realizamos el trabajo correspondiente al cursillo de Especialización,
en San Martín del Tabacal. Fui con
Gorita. Nos alojamos, durante tres
meses en casa de un lotero, que era
1. Décadas después, cada vez que releo el Prólogo de Los Argonautas, de Malinowski, que en su
p. 22 dice que “…para empezar con temas que no
pudieran despertar suspicacias, comencé a ‘hacer’
tecnología. Unos cuantos indígenas se pusieron a
fabricar diversos objetos…”, recuerdo la demanda
de “hacé la ergología” de Palavecino.
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Trabajo de campo de los arqueólogos
2
2. Adolescentes de esa población.
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1
1. Una habitante de Quitilipi.
3. La escuela de Quitilipi.
5
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4. Tareas agrícolas.
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5. Chozas típicas.
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6. Los investigadores durante la comida en la escuela.
7. Conversación con un habitante del pueblo.
8
8. Choza cupuliforme en Salta.
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9. Cocinando en la escuela de Quitilipi.
10. Notas y esquemas de los investigadores.
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11, 12 y 13. Los traslados y paseos se realizaban a caballo o en sulky.
14 y 15. Chozas de Quitilipi.
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16. Familia lugareña.
17. Una clase al aire libre.
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18. Otra entrevista en el marco de la investigación.
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19. Alfarería.
20. Un niño de Quitilipi.
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pariente de Enrique Gorostiaga. Era el
lote Sarita. La guía seguía siendo la
Murdock pero el trabajo estaba más
planificado, centrado en la vida cotidiana, las costumbres del grupo, también lo exótico. Pero también registrábamos la presencia del almacén, en
donde se endeudaban los trabajadores, y las leyendas del “familiar”. No
aparecía todavía lo que esto significaba como parte de una estructura de
dominación. Sí como una unidad
social, local y total.
Luego, los archivos de Tarija. Fueron a conventos e iglesias, y registraban lo que tuviera que ver con las
migraciones de trabajadores a los
ingenios.
Como parte de lo que anotaban,
registraron muchos mitos (no por
“mitos” sino como parte de “la totalidad”. Y cuando tuvo que hacer su
monografía, pretendió analizarlos desde el Lévi-Strauss recién conocido en
el seminario de Eliseo Verón: “Tardes
enteras de sentarse a trabajar, no los
podía analizar con lo que había
aprendido de Lévi-Strauss. Me producía una enorme frustración personal”,
reconstruye.
En mi caso, Quitilipi fue el lugar
elegido para el trabajo de campo de
un mes y medio, durante el verano.
Llegamos a la Colonia Aborigen, cercana a Sáenz Peña, después de contactarnos con los maestros de esa
población y Machagai, uno de los
cuales, René Sotelo, había organizado la Asociación Amigos del Aborigen, que un año antes había realizado una encuesta. Ellos nos habilitaron, como vivienda, una escuela que
por ser verano, estaba vacía… de
personas, no así de murciélagos. Éramos cuatro: Celia Mashnek, Eliana
Carreira, Ariel Thisted y yo, los que
compartimos quince días en la
escuela, tras los cuales yo quedaría
sola, en una casita del grupo
mocoví que había en la colonia,
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ESPACIOS
compartiendo ahí sí, la comida, las
rutinas, las conversaciones.
Mientras estuvimos en grupo,
recorríamos a pie la Colonia. Cuando
podíamos obtener en préstamo un
sulky, se acortaban las distancias. De
ese trabajo queda, además de la versión definitiva, parte de los informes
colectivos que “decíamos” a la noche,
delante del voluminoso grabador que
habíamos comprado con el premio
del Fondo Nacional de las Artes, y
también fragmentos correspondientes a las conversaciones ya fluidas que
sosteníamos una vez roto el hielo de
los primeros encuentros, acerca de los
médicos hechiceros, la curación tradicional por el canto, y sin solución de
continuidad, la curación por el canto
a cargo de “los evangelistas”.
Releo las notas originales, previas
a los “recortes” inducidos por el uso
de la guía Murdock: habíamos conversado con tobas y mocovíes que
recordaban el proceso de reducción
del que habían sido objeto sus
padres o abuelos, cómo se habían
ido moviendo a medida que se construía el ferrocarril y nuestras notas
todavía recogen esa historia hecha
de antepasados muertos (en la
mariscada, al desplazarse de un punto al otro), de otros que fueron
baqueanos del ejército. Pudimos
registrarlo, así como los recuerdos de
la rebelión de Napalpí y la tremenda
represión de la que fue objeto. Nos
dábamos cuenta de la enorme
importancia de estos hechos y su
conocimiento nos transformó. Contamos lo mejor posible lo que se nos
había confiado, buscamos confrontar
fuentes (el relato de la “Cacica
Dominga”, una de las protagonistas
que aún vivía, con lo que recordaban
los “colonos” italianos vecinos a la
colonia), y documentos de la época.
Seguramente, hoy hubiéramos trabajado con los mocovíes en la recuperación de “su” historia…
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Sin embargo, el conocimiento de
los líderes de la rebelión de 1924, así
como la importancia del pentecostalismo, quedaron subsumidos en lo que
era el esquema teórico-metodológico
que habíamos logrado construir en
ese momento: una mezcla entre la
sociología de Germani y la antropología del “continuum folk-urbano” ya criticado por Lewis. Sin embargo, no podía
en ese momento incorporarlos como
problemas en sí mismos, y a esto se
agregaba el esfuerzo de construcción
del “presente etnográfico”, que tampoco ayudaba.
A este buceo emprendido en la
“memoria ampliada” por la conversación con Mirtha Lischetti, agregaremos algún comentario, producto de
una búsqueda en la biblioteca –en los
textos y materiales conservados de
esa época que permiten reconstruir
algo del horizonte teórico y las discusiones del momento.
No puedo citar más que unos
pocos ejemplos, algunos que remiten
a quiénes eran los profesores. Como
ejemplo: en esta búsqueda de biblioteca fue posible recuperar un texto
de Palavecino que se atrevía (parapetado en Julian Steward), a hacerle
frente desde lo teórico a Menghin y a
Bórmida, que hegemonizaban los
espacios más prestigiosos: en “Mecanismos del cambio cultural”, publicado por la Comisión de Publicaciones
de los Estudiantes de Ciencias Antropológicas, CEFYL, FUBA, 1964 decía:
“Cualquier cambio cultural es principalmente, el fruto de la propagación
de invenciones producidas dentro del
grupo o fuera de él, y se cumple en
función de… la posibilidad de aceptación psicológica/ posibilidad de
ajuste morfológico-funcional/ posibilidad de funcionamiento en el hábitat.”
“…nos es dado observar como
testimonio del cambio gradual el
conflicto de las generaciones, el lento
variar de las pautas de conducta, el
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flujo de la moda y, en modo singularmente sugerente, las variaciones
espaciales que se observan dentro de
un ámbito cultural determinado (un
área cultural).”
Discutía las secuencias de Morgan,
se interesaba en Gordon Childe porque reconocía la “entrada en acción
de la difusión”; calificaba de biologicista, etnocéntrico y antropomorfizante a Frobenius –“la cultura como ser
viviente, dotado de un desarrollo en
tres etapas: niñez, adolescencia, adultez. No es la voluntad del hombre la
que produce las culturas, sino la cultura vive sobre el hombre…” Y evaluaba que “en el campo puramente etnológico, el evolucionismo multilineal
ha hecho una aparición espectacular
(el reciente libro de Steward Theory of
culture change) donde se afirma que
ciertos tipos básicos de cultura pueden desarrollarse de similar manera
bajo condiciones similares, pero reconoce también el peso de la difusión y
singularidades locales”. Bajo el título
siguiente, La teoría ciclo cultural, realidad y falacia, decía que “tendríamos
que reprochar a los miembros de la
escuela histórico-cultural el haber
descuidado un tanto el desarrollo de
la idea del cambio cultural. Citaba a
Bórmida, “tocante a la temporalidad
del ciclo, sostiene que el ciclo cultural
es extratemporal y en ello reside su
verdadero valor…”. Se posicionaba
frente a él, “formulando algunas apreciaciones”: “ningún ciclo es anterior o
posterior a las culturas a través de las
cuales se manifiesta…”. Y plantea la
“tentativa brillante de Menghin…
como que no pasa de ser un desideratum por ahora de difícil alcance…”.
También siguen en la biblioteca
los “otros textos”, los que reemplazaban, más bien complementaban y
desafiaban a esa particular formación
que brindaban los profesores de la
carrera de antropología de esos días.
Uno de ellos nos permite recordar
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que en esos mismos años, en los flamantes contextos en los que se
enseñaba antropología en la Argentina eran posibles otras experiencias:
en 1963 se publicaba Tradicionalismo
y cambio social. Estudio de Área en el
Valle de Santa María, que daba cuenta de un emprendimiento colectivo
de docentes y estudiantes de Rosario, dirigidos por A. Meister –iniciado
en 1960– y que unió, para el “estudio
integral del valle de Santa María”, en
Catamarca, los enfoques de la sociología y la antropología social rosarinas (que allí no era palabra prohibida
casi, como en la formación porteña.
En esta historia la caída de Illia y la
posterior Noche de los Bastones Largos (1966) establecen un quiebre real
y brutal, que incidió en nuestras
vidas, en más o en menos, y que
dejó en unas fichas amarillas, en tramos casi ilegibles, las clases y los
materiales que los flamantes graduados, concursados en ese momento,
preparaban para los prácticos de los
que se estaban haciendo cargo después de los concursos de 1965. Una
de esas fichas era “Colonialismo, neocolonialismo, racismo”, de Eduardo
Menéndez, que hoy todavía utilizan
nuestros alumnos. Este texto anticipaba, entre nosotros, la crítica de la
antropología y sus miradas conformadas por la situación colonial que
las antropologías metropolitanas
comenzaban a desarrollar en esos
mismos años. No nos corresponde
imaginar lo que no sucedió, pero sí
podemos señalar, como lo diría
Gluckman, cuáles eran en esos días,
las “líneas de clivaje”.
Referencias bibliográficas
Gorbak, Celina; Lischetti, Mirtha y Muñoz, Carmen, “Batallas rituales del Chiaraje y del Tocto de la provincia
de Canas (Cuzco, Perú)”, en Revista del Museo Nacional, Tomo XXXI, Lima, Perú, 1962, pp. 245-304.
Meister, Albert; Petruzzi, Susana y Sonzogni, Élida, Tradicionalismo y cambio social. Estudio de Área en el Valle de
Santa María, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional del Litoral, 1963.
Menéndez, Eduardo Luis, “Colonialismo, neocolonialismo, racismo”. Mimeo. Comisión de Publicaciones,
Estudiantes de Ciencias Antropológicas, CEFYL, FUBA, 1964.
Palavecino, Enrique. “Mecanismos del cambio cultural”, Mimeo. Comisión de Publicaciones, Estudiantes
de Ciencias Antropológicas, CEFYL, FUBA, 1964.
Wissler, Clark, Indians of the United States, Doubleday, 1940; en español Los indios de los Estados Unidos de
América, Paidós 1966.
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UNA PASIÓN ANTROPOLÍTICA: LAS CIENCIAS
ANTROPOLÓGICAS EN LOS AÑOS SESENTA
PABLO PERAZZI
Becario doctoral del CONICET. Docente de la
cátedra Historia de la Teoría Antropológica,
carrera de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA
La sociabilidad intelectual de la
generación de antropólogos formados en la década de 1960 no fue ajena a los dilemas, complejidades y singularidades de una época. Revolución cubana, Vietnam, guerra fría,
descolonización, nueva izquierda,
movimientos de liberación, violencia
política, fueron tópicos que, directa o
indirectamente, cruzaron de un extremo al otro el devenir de la disciplina.
Aunque educarse “al otro lado de la
Plaza de Mayo”,1 en el Museo Etnográfico, tal vez aislaba de las discusiones y novedades de Viamonte, Florida
y Reconquista, el debate y la práctica
política parecen haber sido preocupaciones tempranas.
Externamente, sin embargo, la
antropología todavía era percibida
como una rutina de anticuario, una
ciencia dedicada al estudio de “cosas
hermosas, sugestivas, horrorosas,
extrañas, caprichosas, crueles, enemigas, tiernas”.2 Así, en torno de este
doble condicionamiento, aislamiento
territorial y exotismo temático, se tramaría la socialización universitaria de
los antropólogos porteños en los
años sesenta.
Pueblo, colecciones y fusiles: el
Museo Etnográfico en la encrucijada
Uno de los primeros emprendimientos del grupo fundacional fue la
creación de Anthropologica. Revista de
los estudiantes de la Carrera de Ciencias
Antropológicas de la Universidad
Nacional de Buenos Aires.
Corría el año 1962, algunos dejaban atrás su condición de estudiantes, en las elecciones de junta y
asamblea departamentales el Movimiento Universitario Reformista obtenía 28 votos contra 14 en blanco y 2
anulados, Carmen Muñoz, Mirtha Lischetti, Hugo Ratier, Celina Gorbak,
María Aitana Alberti, María Rosa Neufeld y Blas Alberti hacían sus primeras
incursiones en el terreno de la política universitaria,3 el mundo salía lentamente de la “crisis de los misiles”, y las
librerías porteñas ponían en circulación las últimas novedades antropológicas: La civilización maya de Morley, Las antiguas culturas mexicanas
de Krickeberg, Antropología de la
1. Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras, N° 18,
diciembre de 1962, p. 11.
2. Ibid., p. 32.
3. Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras, N° 17,
marzo-julio de 1962, p. 8.
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4. Correo del Centro de Estudiantes de Filosofía y
Letras, N° 1, año 1, junio de 1962, p. 12.
5. Anthropologica, n° 1, octubre, noviembre,
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pobreza de Lewis y Tipos humanos
de Firth.4
En su primera entrega, Anthropologica recogía un pormenorizado
reclamo sobre “el estado actual del
Museo Etnográfico”. Lo interesante
del reclamo, además de la referencia
a las pésimas condiciones edilicias,
era su alusión, un poco al pasar, al
“legítimo propietario” de Moreno 350:
“el pueblo”.5 ¿Quién era el “pueblo”
para aquellos antropólogos?
A juzgar por ciertos tópicos, el
“pueblo” se presentaba bajo la forma
de grupos afroamericanos (Ratier),
del folklore bahiano (Bilbao), de pastores de puna (Gorbak, Lischetti,
Muñoz), o bien de adhesiones al
“imparable proceso de cambio que se
desarrolla en nuestro continente”
(Anthropologica).
En su conferencia de inauguración de los cursos de 1964, el entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras, José Luis Romero, expresaba su preocupación por el avance
de “una peligrosa y casi amenazante
sensación de descontento”.6
Pocos días después, el rector Julio
Olivera le solicitaba la elevación de
un informe dando cuenta de las
declaraciones del centro de estudiantes acerca de los alumnos de
antropología asesinados durante los
enfrentamientos entre la Gendarmería y el Ejército Guerrillero del Pueblo.
Aunque acorralado por los trascendidos de la prensa, Romero buscaría
atenuar las presiones señalando que
solo se trataba de manifestaciones
propias del sentir generacional:
diciembre de 1962, p. 30.
6. Romero, José Luis, La experiencia argentina y
otros ensayos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano,
1980, p. 389.
7. Gaceta de Filosofía y Letras, N° 5, año 2, 8 de julio
de 1964, p. 8.
“Morir por una causa desinteresada
es cosa que siempre conmueve a los
espíritus juveniles, y por cierto cabe
preguntarse si esta reacción no es
más noble que la contraria”.7
8. Ibid., p. 9.
9. Boletín Universidad de Buenos Aires, N° 57, octubre 1965, pp. 24-25.
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ESPACIOS
Hay quienes recuerdan que, antes
de partir a Salta, aquellos estudiantes
mantuvieron un encuentro con el
profesor Marcelo Bórmida para
comentarle los detalles de una
supuesta expedición etnográfica
y solicitarle el aval institucional.
Lo cierto es que, una vez enterado
del engaño y acaso para despegarse
del asunto, Bórmida haría público
en una sesión del consejo directivo
su “elogio y agradecimiento” a la
“función civilizadora” de la Gendarmería Nacional.8
El 13 de agosto de 1965 el diario
Clarín titulaba: “Dieron muerte a un
estudiante”. Se trataba de Hernán
Spangenberg, alumno de la carrera
de Ciencias Antropológicas. La noticia apareció en los principales matutinos y llegó a ocupar un editorial de
La Prensa (“La infiltración subversiva
en la Universidad”, 02/09/65).
El sostenido bombardeo periodístico obligó al rector a ofrecer una
ronda de prensa, en la que un cronista sugirió la necesidad de efectuar una investigación, “desde el
punto de vista científico”, sobre las
“motivaciones políticas” de los “activistas extremistas”.9
Según Clarín (13/08/65), los primeros indicios hablaban de un ajuste de cuentas: Spangenberg era un
“conocido militante anticomunista”.
Luego se sabría que Spangenberg
había denunciado un robo de colecciones arqueológicas del Museo
Etnográfico y su supuesta colocación en el mercado negro para una
no menos supuesta compra de
armamento por cuenta del Ejército
Guerrillero del Pueblo. Los medios
aprovecharon el revuelo y acusaron
a la UBA de oficiar de semillero de
insurgentes.
En su declaración judicial, el
director del Museo, Ciro Lafón, sostuvo que la desaparición de 30 piezas de una colección cercana a las
120.000 “podía considerarse natural”
(La Prensa, 26/08/65). Aunque el
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daño estaba hecho y las sospechas
sobre la UBA no desaparecerían,
Clarín (27/08/65) terminaría admitiendo que, valuaciones mediante,
el robo denunciado por Spangenberg apenas representaba una cifra
infinitesimal.
Des-exotizar la antropología:
desafíos y dilemas de una
disciplina indisciplinada
En 1968, Eduardo Menéndez atribuía a la presencia privilegiada de
las distintas vertientes del historicismo cultural la causa del escaso desarrollo de la antropología social en la
Argentina.10
El hecho de que las investigaciones sobre las comunidades indígenas estuvieran claramente identificadas con dichas corrientes condujo a
los antropólogos no culturalistas a la
búsqueda de un objeto que estuviera a la medida de sus apetencias
intelectuales. No se trataba de una
búsqueda caprichosa –Menéndez se
había desempeñado como representante de la Universidad de Buenos
Aires ante el Consejo Asesor Honorario del Primer Censo Indígena Nacional– sino fundada en elecciones
disciplinares y posicionamientos
ideológicos concretos.
En su caso, priorizar la “crítica
epistemológica” a la “práctica etnográfica”11 suponía terciar en el debate sobre las herencias científicas recibidas (historicismos culturales),
debate que, como cualquier controversia teórica, no podía resolverse en
otro medio –ni con otra audiencia–
que el propiamente intelectual.
La apuesta teórica de Menéndez
se inscribía en un doble propósito:
por un lado, oxigenar el abigarrado
panorama conceptual de la disciplina
introduciendo comentarios y lecturas
de obras sociológicas (George H.
Mead, Wright Mills) y, por el otro,
incorporar temáticas y discusiones
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de actualidad (colonialismo, neocolonialismo, racismo).
En una línea ligeramente parecida,
Blas Alberti agregaría literatura antropológica no culturalista, como
Human Types de Firth, Fundamentos
de antropología social de Nadel y
“Panorama de l’Ethnologie” de LéviStrauss.12
En el orden de los estudios empíricos, los trabajos de Hugo Ratier
abrirían nuevas áreas de análisis en
antropología urbana y procesos
migratorios. Estas experiencias constituirían tendencia a principios de la
década siguiente, a través de diversas
publicaciones:
–El cabecita negra y Villeros y villas
miseria de Hugo Ratier (1971),
–La cultura de la pobreza de Carlos
Herrán (1972),
–Movimientos prepolíticos en el siglo
XX. Mesianismos y milenarismos de
Mirta Lischetti (1972),
–Movimientos campesinos contemporáneos de María Rosa Neufeld
(1972), y
–Racismo, colonialismo y violencia
científica de Eduardo Menéndez
(1972).
***
Las búsquedas de los antropólogos
formados en los años sesenta estuvieron signadas por las fluctuaciones de
una época convulsionada y por las
mediaciones que, frente a ello, proponían las ciencias sociales. Doblemente
condicionada, entre el aislamiento
territorial y el exotismo temático, la
aventura intelectual de los primeros
antropólogos porteños se resolvió en
el desafío de ofrecer una salida alternativa al legado recibido.
10. Actualidad Antropológica, N° 3, julio-diciembre
de 1968, p. 48.
11. Guber, Rosana, “Antropólogos-ciudadanos (y
comprometidos) en la Argentina. Las dos caras de
la ‘antropología social’ en 1960-70”, en Journal of
the World Anthropology Network, N° 3, 2008, p. 90.
12. La disponibilidad de bibliografía no culturalista se hace evidente, a su vez, en los ingresos registrados en la Biblioteca del Museo Etnográfico. Ver:
Novedades de la Biblioteca, catálogos 1 al 21,
Biblioteca del Museo Etnográfico, FFyL-UBA.
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ANTE EL RECUERDO. ESTUDIANTES-MILITANTES DE LA
CARRERA DE ANTROPOLOGÍA EN NUESTROS AÑOS ‘80
JUAN BESSE
Profesor Adjunto regular de Metodología de la
investigación, Depto. de Geografía, FFyL, UBA
I. Entradas
LapsusdeBataille,ayer,enunadiscusión
durante la cual me trató de ‘idealista’
y de ‘kantiano’: ‘el aperitivo categórico’.
Michel Leiris. Diario 1922-1989
Las notas que siguen son un recorte de otras más extensas que fueron
soltando forma después de mi participación en el coloquio por los 50 años
de la carrera de Ciencias Antropológicas de la UBA, organizado por la SEANSO. En la exposición quise hacer hincapié en la experiencia de la militancia
estudiantil en la carrera “de antropología” durante la segunda mitad de los
años ´80 y, de modo particular, en
cómo esa militancia pensaba, imaginaba y concebía la relación entre la formación recibida y la apertura hacia
nuevos estilos de profesionalización,
entre los cuales el entrenamiento para
la investigación en el campo específico
era visualizado como un asunto clave.
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ESPACIOS
En torno a ese foco se arracimaron
preguntas sobre muchos tópicos insitos en el espesor histórico –tal vez
debiera escribir político– que esa relación tenía en las encrucijadas de los
años ´80, entre ellas, preguntas acerca
de algunas figuras que entiendo fueron constituyendo a la antropología
como disciplina y, en especial, a la
antropología social; pero también
sobre el lugar, cuando no el papel, de
nuestra carrera en la construcción de
la política universitaria durante el
escampado pasaje de la dictadura a la
democracia. Preguntas acerca de las
preguntas que nutrían nuestro quehacer militante y nuestro tránsito estudiantil en una disciplina cuyo estatuto
social y profesional, en la Argentina y
por aquellos años, era una cuestión en
sí misma. Estudiar antropología y
enunciarse como antropólogos sociales suponía preguntarse en qué consistía hacer antropología. Sin duda, la
práctica de investigación y la investigación aplicada a, por ejemplo, el
desempeño en la gestión pública era
en ese entonces una de las marcas
que caracterizaban el nuevo horizonte
de profesionalización que se abriría
después de 1983.
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Para la exposición, opté por escribir
unas frases breves que oficiaran como
guía pero que, a la vez, no obstaculizaran hacerse –como dice Benjamin–
con un recuerdo tal como relampaguea en un instante de peligro o vacilación. Por otra parte, si iba a tratarse
de una rememoración, esto exigía el
desafío de incluir, aunque por un desvío inactual, lo colectivo. Pensé entonces que la relectura de los viejos documentos que amarilleaban en el archivo
podría morigerar el declive encubridor
que entraña recordar. Así leí o revisé,
luego de muchos años, los escritos
que sintetizaban las conclusiones de
las jornadas de estudiantes llevadas a
cabo en 1987, las convocatorias a los
encuentros previos a esas jornadas,
una parte de los diez números del
Boletín,1 panfletos de las que habían
sido mis agrupaciones políticas de pertenencia, minutas de las sesiones de
junta, notas burocráticas y otros escritos, algunos, difíciles de clasificar.2
Por otra parte, atento a que rememorar es re-inscribir pero también a
que el análisis de una determinada
actuación política en un campo disciplinar requiere de la historiografía de
ese campo y de la labor que dicha
reconstrucción histórica comporta en
la retrospección configurante de esos
actos, tomé contacto con producciones recientes que escrutaban el período que me proponía relatar. Los cruces
de esas fuentes promovieron un novedoso estar ante el recuerdo que, en
parte, fue a contrapelo de muchas de
las identificaciones establecidas a lo
largo de años que no podría situar con
precisión pero que, inadvertida e insistentemente, se revelaban estagnadas
por el inevitable maridaje entre el
tiempo y el ideal.
A su vez, la invitación a rememorar
en un coloquio por los cincuenta años
convocaba a hablar desde distintos
lugares. Tres de los presentes, los expositores que “encarnábamos” –aunque
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solo haya sido a título generacional– la
representación circunstancial de los
´60, los ´70 y los ´80, en algún momento de nuestro discurrir, lo hicimos desde la mirada de ex estudiantes. Estudiantes-militantes o al revés. Fórmulas,
sin duda, cuya densidad y montaje
variaron mucho en estos cuarenta o
cincuenta años transcurridos desde la
institución de la carrera pero que, en el
caso antropológico mostraron, con vaivenes, una pervivencia casi estructural.
En algún sentido, los relatos acerca
del pasado ofrecidos por los expositores –me incluyo– entrelazaron el estudio antropológico con una memoria
de la militancia. Memoria esta última
siempre proclive a adquirir otro color si
se la enuncia o se la acopla a un término en boga y afectado de cierta enamorodiación: “memorias militantes”. Al
respecto, cabe decir brevemente que,
en los últimos años, la expresión misma
“memorias militantes” viene siendo
puesta en entredicho.3 Un entredicho
que, conjeturo, no se deriva del ejercicio de la función crítica que supone la
duda metódica o la sospecha epistémica sino que muestra hebras de una
sospecha existencial. Es cierto, o si no
lo es podría pensarse así, que el sustantivo militante deja lugar a la memoria y
es esta entonces la que se adjetiva
como militante. Como resultado de
este último movimiento de la lengua,
el adjetivo militante con el que se
caracteriza a estas formaciones de
memoria queda recubierto por el participio presente del verbo militar; lo cual
no deja de pintar un cuadro afectado
de cierta recursividad. Así, pareciera
que las memorias de la militancia al
seguir siendo forjadas por ex militantes
que –a su vez– parecieran conservar
una cierta condición militante (aunque
esto no sea estrictamente así), o que
sencillamente no reniegan de esa
experiencia, quedan marcadas por una
cierta impureza de “origen” traspuesta
en el alerta de riesgo que supone la
1. La denominación del boletín era Antropología. Boletín de los estudiantes y se editaron diez números entre
abril de 1985 y marzo de 1988. No he chequeado si
hubo un número 11, recuerdo algo de su elaboración
pero no sé si la “dinámica”electoral (en octubre fueron
la elecciones parar constituir la primera Junta departamental desde 1966) absorbió su concreción.
2. Entre ellos el documento “Más vale tarde que
nunca. Lista Clave-Antropología”, octubre de 1990,
firmado por Juan Besse, María Inés Pacecca y Josefina Martínez. Balance crítico de la gestión de la
mayoría estudiantil en la primera Junta departamental constituida luego de la normalización de las juntas producida en 1988.
3. Entre otros, tres cuestionamientos, con estilos,
fundamentos y calidades argumentativas distintas,
han tomado una distancia en ocasiones crítica o, por
párrafos, de principio, respecto del papel que fungen en la construcción de conocimiento las llamadas memorias militantes. Vezzetti, en su libro Pasado
y Presente, hace referencia a las “memorias de la militancia” como memorias ideológicas. En otro trabajo,
posterior, se refiere a ellas como “memorias militantes”. En ese segundo artículo, una clasificación –operada a partir del concepto formaciones de memoria– propone cuatro tipos de memoria: 1) familiar, 2)
ideológica, 3) intelectual y 4) pública/política. Vezzetti, Hugo, (2003) [2002], Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo
XXI Editores y Vezzetti, Hugo, (2004) “Políticas de la
memoria: el Museo de la ESMA” en Punto de vista, N°
79, Buenos Aires, agosto. Romero, Luis A. (2007), “La
violencia en la historia argentina reciente: un estado
de la cuestión”, en Pérotin-Dumon, Anne, Historizar el
pasado vivo en América Latina. Publicación electrónica Universidad Alberto Hurtado. Centro de Ética.
Santiago, Chile. Véanse especialmente las Conclusiones del citado trabajo ordenadas según las preguntas “¿El fin de la violencia política? ¿qué estudiar del
pasado reciente? ¿Cómo estudiarlo?”, pp. 128-137 y
Romero, Luis A. (2008), “Memoria de El proceso” en
Lucha Armada, Año IV, N° 10. Asimismo, Altamirano
ubica una parte sustantiva de esos relatos que ‘estilizan’ la militancia en el terreno de la construcción de
ingentes “interpretaciones facciosas”. Altamirano, Carlos, (2007) “Pasado presente” en Lida, Clara E.; Crespo,
Horacio y Yankelevich, Pablo (comps.), Argentina,
1976. Estudios en torno al golpe de Estado, México, El
Colegio de México, p. 30.
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4. Guber, Rosana y Visacovsky, Sergio (1998), “Controversias filiales. La imposibilidad genealógica de
la antropología social de Buenos Aires”, en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXIIXXIII. Asimismo, el cierre del trabajo de Rosana
Guber, “Crisis de presencia, universidad y política en
el nacimiento de la antropología social de Buenos
Aires, Argentina”, en Revista Colombiana de Antropología, n° 43, pp. 263-298. Fui más atrás, a otros
textos de Guber, de Visacovsky, de Perazzi, a la
polémica desatada por la letra de Reynoso en tor-
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ausencia de un contralor exterior que
sopese y puntúe las asunciones incorregibles del individuo o el grupo militante en cuestión.
Por esa razón, la denominación
memorias de la militancia es más amable y menos ríspida a la razón académica que la figura de una memoria
militante; ya que las memorias de la
militancia, por derecho, lo son de la
política, y al hallarse bajo el signo de
cualquier memoria de la política pueden ser revisadas a la luz de otras exigencias lógicas y éticas como las que
promueven desde la academia los estudios de memoria o desde un espacio
más gris, por sus contornos y sus prácticas, entre el saber y el hacer público, las
llamadas políticas de la memoria.
Así, estas notas quieren acompañar
el ejercicio de la memoria que supuso
dejarme llevar por el recuerdo de aquellos años que, ni tan exigentemente
dorados como los ´60, ni tan trágicos e
intensos como los ´70, estuvieron marcados por una deriva deseante donde,
queriendo ser imperativos, muchos
pudimos recrear colectivamente un
“mundo” antropológico, diezmado o
casi inexistente con la euforia, y el valor,
de un aperitivo categórico.
A pesar de las precauciones antes
expuestas o de los intentos de fundar
este escrito en fuentes documentales
o citas conceptuales al pie de página,
es decir en algo más que el esfuerzo
de memoria, pienso que es razonable
considerar a estas notas, y esto más
allá de la decisión de no conservar en
su escritura el sello coloquial de la
exposición, como un testimonio.
no a la “muerte” de la antropología. Separadas por
una coma me escuché fraseando: el deseo de Bórmida, el deseo de Germani. La antropología porteña (si el constructo soporta la referencia, está, hoy
todavía, entre el deseo de Bórmida y el de Germani. La antropología porteña se constituyó, pensaba,
en la hendidura de esas filiaciones italianas.
5. Guber, Rosana y Visacovsky, Sergio (1998),
op. cit, p. 54.
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ESPACIOS
II. La institucionalización política
y académica de la carrera:
estudiantes- militantes en las
encrucijadas de los nuevos repartos
La institucionalización de la carrera
tomó cuerpo a través de controversias
políticas y epistémicas en torno a qué
hacer de y con la antropología después
de la dictadura.
Un trabajo de Guber y Visacovsky
trazó una semblanza que en parte hice
mía. Coincidencias y discrepancias parciales coexistían en la lectura con cierta
distancia respecto de algunos puntos.
Este trabajo, que leí en los días previos
al Coloquio, me suscitó una sensación
de incómoda coincidencia. El texto toca
hebras sensibles de la constitución
antropológica porteña. Se entromete
en el fantasma de cada uno y de casi
todos los que nos reconocemos bajo el
nombre de antropología y de antropología social particularmente.4
En el cierre de dicho trabajo, los
autores señalan que hacia finales de la
última dictadura “la Antropología
Social se definía, pues, como una disciplina principalmente política abocada
a la actividad académica, perseguida
por los regímenes autoritarios, y defendida por jóvenes comprometidos con
la transformación social, los ‘antropólogos sociales’. Estos rasgos, comunes a
las juventudes y al campo universitario
argentinos hasta fines del PRN, permearon más hondamente a la Antropología que, a diferencia de otras Ciencias
Sociales, no logró construir un plantel
de profesores y de escuelas distintivo.
Si, como en otros órdenes, la Antropología intenta replicar desde la Academia la vida y las voces nativas, no es
menos cierto que en la Argentina los
antropólogos en general, y los antropólogos sociales en particular, consiguieron replicar los movimientos
socio-políticos también en sus patrones de historización. Edificaron una
memoria generacional fragmentada
temporal y espacialmente, incluso al
interior de la generación misma, forjada en múltiples y esperados regresos.
Recurrentemente amenazada pero
siempre apasionada y joven, la Antropología Social de Buenos Aires debió
negar su genealogía para asegurar la
legitimidad de su ilegítima filiación”.5
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Estas palabras dieron con cierto
espesor de lo que, muchos de los estudiantes militantes sentíamos, e incluso
pensábamos con cierto ahínco, al inicio de la democracia: nuestra opción
por la Antropología era una opción
política. El campo antropológico local,
por los avatares que lo constituyeron,
era un terreno a desmalezar y construir
de nuevo, no había padres, acaso solo
hermanos mayores.
***
Una vez transcurrida la etapa de
parición del nuevo plan de estudio, lo
que aconteció hacia finales de 1984, la
entrada en vigencia en 1985 –está por
cumplir sus bodas de plata–, debía iniciarse el período de implementación y
prueba del plan. De forma, en el caso
de la carrera de Ciencias Antropológicas son cinco los años que el novel
diseño curricular requería para estar,
según la jerga de la gestión universitaria, ”a régimen”. Sin embargo, entre la
militancia estudiantil los cuestionamientos al nuevo plan fueron inmediatos.6 Por una parte, un cuestionamiento de los tiempos en los que el nuevo
diseño curricular fue discutido y aprobado. Por otro flanco, se produjo una
crítica en relación con ciertas ausencias tanto desde el punto de vista del
contenido del plan como de la escasa
flexibilidad curricular. El contenido y la
estructura, ambos tópicos sentidos
como limitaciones surgidas de la corta
duración del tiempo en que se llevó a
cabo la discusión fueron, a lo largo de
1985, 1986 y 1987 objeto de debate
tanto en las asambleas como en el
interior de las agrupaciones políticas
con anclaje en la carrera. Un órgano
enlazado al CEFyL, la Comisión de
estudiantes de Antropología, se constituyó en la manifestación institucional
de ese malestar.
***
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Difícil trazar un panorama del mundo que constituía por entonces el
estudiantado de la carrera y, en especial, el espacio de la militancia. A modo
de imágenes, sin duda difusas, algunas
tal vez erróneas o imprecisas, afectadas
por cierta hipóstasis de rasgos, en los
párrafos que siguen, intentaré trazar
un bosquejo de algunos atributos de
ese espacio. Tal vez más densos cuando se refieren a la militancia de extracción peronista o filo-peronista porque
se nutren de un mayor caudal de
recuerdos o de evidencias plasmado
en las fuentes disponibles. Por ejemplo, en la JUP7 sostuvimos entre 1986
y 1988 largos, imposibles, y a la vez
proteicos debates acerca de la especificidad de la militancia universitaria
que bordeaban la copla, imposible,
entre el nombre peronista y el nombre
universitario. Eran tiempos en que, a la
saga de las figuras del compromiso y
la implicación política, para muchos de
nosotros, era inconcebible pensar la
actividad intelectual o, en términos
más modestos, el quehacer universitario más allá de la actividad militante.
Algunos de los militantes universitarios
peronistas sosteníamos que la relación
entre política y universidad requería
cuestionar una militancia sin anclaje
sustantivo en los temas y los problemas de la Universidad.
6. Los cuestionamientos eran esperables, lo que
quizás no lo era tanto es que fueran tan diversos,
extendidos y cruzaran a las diferentes agrupaciones políticas.
7. En la agrupación Juventud Universitaria Peronista-Capital que fuera, junto con la JUI (Juventud
Universitaria Intransigente), uno de los pilares de
***
la alianza electoral FUNAP, hacia 1986 y en 1987
se realizaron plenarios de articulación con la JUP-
Quienes formaban parte de la
Comisión de estudiantes de antropología o de las distintas comisiones de
trabajo que la constituían con una
lógica de agrupamientos ad hoc eran
mayoritariamente parte de la especies
(si el orden dice algo) militantes-estudiantes y estudiantes-militantes. No
recuerdo casi ninguno solo militante.
Tampoco, como decíamos entonces, la
presencia permanente de estudiantes
“crónicos”. Participar de ese espacio
suponía, ya, no concebirse como un
Regional en el marco de los cuales la discusión
sobre la especificidad de la militancia peronista
universitaria tuvo algún lugar. La JUP-Capital era
una expresión política que databa de finales de la
dictadura y en los inicios de los ´80 estuvo asociada a la muy reciente manifestación que cobijaba
el término renovador, un peronismo de modo
más o menos conciente expurgado de sus sueños
revolucionarios, mientras que la Regional conservaba en su misma denominación algo de aquel
sueño. Sin embargo, es notable el significante no
cualquiera que nuestra agrupación ostentaba
para particularizarse: capital.
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estudiante “puro” pero también cuestionar al militante político sin anclaje
específico en la carrera.
***
8. Los términos no se recubren el uno al otro. La
interacción no concluye en una dialectización
dado que hay un núcleo de imposibilidad. Porge
dice que “ese losange –el punzón– se presta a
equívocos que nada tienen que envidiar a los
equívocos significantes. ‘Está hecho para permitir
veinte y cien lecturas diferentes’, afirma Lacan (...)
luego será de buena gana descompuesto (como
los caracteres chinos) en ‘<’ y ‘>’ e identificado con
la división del Otro y la Demanda, de la S y a son
respectivamente el cociente y el resto; (...); la disyunción/conjunción; el más grande/el más
pequeño; el vel de la alienación y el borde de la
separación en la intersección y la reunión de conjuntos; la implicación y la exclusión”. Porge, Erik,
(2005) Transmitir la clínica psicoanalítica, Buenos
Aires, Eudeba, 2007, p. 63.
9. Recuerdo risas, léase en vez de ironía mera distancia, en torno no al lema mismo pero sí a su ins-
Estudiantes y militantes.8 La “y” gramatical junta y separa. Los discursos
políticos de la militancia estudiantil en
los ‘80 mostraban una sintaxis de las
categorías políticas, o de los meros términos, construida al ritmo de la percusión de discursos constituidos en la
lengua militante de las izquierdas y de
sus variaciones y articulaciones con el
peronismo durante las dos décadas
anteriores. Sin duda, una lengua más
antigua que una veintena de años,
pero que se forjó con contornos más o
menos precisos en los ´60 y los ´70. En
los años ‘80 el espacio discursivo militante de la Facultad de Filosofía y
Letras incluía también la existencia de
la Franja Morada cuya presencia en los
vaivenes de la carrera de Antropología
durante esos años era escasa o nula. La
conjugación entre militancia y estudio
con anclaje en las cuestiones propias
que permitía anidar el continente de
lo antropológico, pienso, era transversal a todas las filiaciones políticas e
ideológicas que constituían el universo
militante. Si como se ha dicho la antropología, y de modo muy particular, la
antropología social se concebía como
una disciplina política, es dable pensar
que, contra reembolso de esa asunción compartida por amplios grupos,
surgiera una política de la Antropología, o al menos el pensamiento de que
la Antropología podía ser el espacio de
una práctica política específica tendiente a instalar la disciplina más allá
de los claustros universitarios, como
una profesión comprometida con el
cambio social o, según las opciones, o
las preferencias discursivas, con la
transformación revolucionaria.
cripción en algunas fervorosas argumentaciones
de asamblea.
116
ESPACIOS
***
La enunciación de ese carácter
político intrínseco a la condición antropológica estaba presente en muy
diversas declaraciones y panfletos de
las agrupaciones, basta con consultar
las fuentes documentales supervivientes. Sin embargo, en el interior de los
debates propuestos por la militancia
antropológica, dos figuras, casi dos
muletillas en el habla nuestra de aquellos días, se anudaban de manera
intrincada y no siempre lineal o autoevidente; eran estas: “el rol del antropólogo” y “la devolución a la sociedad”.
Dejo en suspenso el alcance de este
“nosotros”. Por momentos me incluyo y
por otros me pregunto hasta dónde
para mí, y para algunos –tal vez
muchos– otros, esas figuras ya entonces estaban en el borde de un cliché
políticamente eficaz, pero epistémicamente insostenible.9
***
En más de un sentido, la eficacia
discursiva de dichas figuras era mayor
cuanto menos significaban y en la justa medida en que eran usadas para
constituir lazos políticos constituyentes de la, pienso que cabe el término,
comunidad militante. Así, con relación
a las figuras de “el rol” y “la devolución”
cabe decir que circulaban y eran convocantes mientras no se avanzara
demasiado sobre definiciones. El intento de definir ambos (emb)lemas mostraba el orillo de imposibilidad que
destilaban y, en consecuencia, explicar
demasiado en qué consistían tornaba
las discusiones algo triviales. Habría
que rastrear y reconstruir los escritos
del momento para avanzar con rigor
literal en interpretaciones menos intuitivas sobre la relación entre esas consignas y la cuestión antropológica que
movía a los estudiantes. Solo diré que
intentando pensar en lo que pensábamos entonces, sobrevino como una
ráfaga, la escritura en el cuerpo del
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recuerdo de un cierto gusto colectivo
afincado en nuestra, ya por entonces,
advertida excepcionalidad que se
prorrateaba entre un cierto esoterismo teórico disciplinar con prestigio
trasnacional (la resonancia exotérica
de ese esoterismo)10 y un estilo de
relación solidario entre docentes y
estudiantes, como también entre
estudiantes, intermitentemente tentado por el ‘mutualismo’.11
***
Levantamiento militar de Semana
Santa, 1987, señales inequívocas del fin
de la primavera alfonsinista. Mientras
tanto, y desde 1984, la dinámica militante del estudiantado antropológico
se ordenaba por el asunto Califano.12
En rigor, Califano era, más allá de sus
responsabilidades en la represión
interna y de las acusaciones puntuales
contra su persona, el nombre propio
que subsumía el trabajo y la lucha
contra lo que había sido la antropología prevalente durante la dictadura.
Las diferencias políticas e ideológicas
entre los estudiantes encontraban en
esa lucha una común medida. En relación con el asunto Califano, cualquier
diferencia de otro orden era una contradicción secundaria.
Así, hasta que la Justicia se expidió
en 1988 autorizando a Domingo Mario
Califano y Anatilde Idoyaga Molina a
dictar Historia de la teoría antropológica,
y durante, los boicots a las inscripciones
a la materia esa lucha fue el pivote de la
militancia antropológica, un punto de
encuentro que nos permitía a los militantes hablar y conocernos con menos
reservas políticas o ideológicas.13
***
Así como hacia fines del 87, el año
en que se hizo en la sede de Marcelo T.
el “controvertido” funeral de la antropología funcionalista,14 era evidente la
Page 117
deflación de la primavera democrática,
pienso que la práctica militante estudiantil en la carrera había entrado, sin
saberlo, en el andarivel de una razonable sutura entre convicción y responsabilidad. Como si en ese quiebre de fines
de los ‘80, el imperativo revolucionario
(politicista) pero también el imperativo
reformista (cientificista) hubieran entrado en reversa. Por un lado, porque las
prácticas militantes se hicieron más flexibles, y porque junto a la sensación
aperitiva, de que la copa antecede a la
concreción de un deseo más nuestro
que prestado, se extendía el espíritu de
un cierto aburrimiento.15 Empezar a
pensar la política universitaria y la política a nivel de la carrera suponía la responsabilidad de conocer el funcionamiento del sistema de educación superior y, al menos, el de la institución universitaria. En esos días política y gestión
comenzaron a aparecer en nuestros discursos anudadas de un modo novedoso (a la manera de un entre-dos que no
hace dos). Parafraseando a Kant, la política sin gestión estaba vacía y la gestión
sin política estaba ciega. Y así las segundas jornadas que convocamos ese año
tuvieron el horizonte político, a fines de
1987 todavía no muy tangible, de la
normalización departamental.16 Normalizar el departamento y obtener una
representación estudiantil era visualizado como un modo de anudar el sueño
político al despertar de la gestión. No
sabíamos que, en ocasiones, iba a ser al
revés: el despertar político iba a sumirse
en el sueño de la gestión.
10. Recordé las disquisiciones de Lévi-Strauss en
el capítulo “Cómo se llega a ser etnógrafo” de Tristes trópicos.
11. El término mutualismo da cuenta de un cierto efecto de degradación, sin espíritu trágico, de
la solidaridad en asociación mutual, donde la
experiencia de estar en grupo viene entonces a
compensar, o incluso a desmentir, la experiencia
de estar en situación de, para el caso antropológico, estudio, investigación o labor profesional,
Jacques-Alain Miller (2000) “Intervención sobre el
mutualismo” y “Apertura” en La erótica del tiempo y
otros textos, Buenos Aires, Tres haches, pp. 71 y 84.
12. Véase, por ejemplo, “Nuestra memoria (I)”, en
Antropología. Boletín de los estudiantes, N° 5, mayo
de 1986, pp. 31-33. A principios de septiembre de
1986 (Resolución N° 96 con fecha 11 de septiembre) el CONICET deja sin efecto el convenio suscripto con el Centro Argentino de Etnología Americana (CAEA) en 1977; fue tal vez la última medida política tomada por el CONICET respecto de
los docentes activamente involucrados en el juego universitario de la dictadura.
13. No recuerdo qué sucedió con su materia en
1984. Luego de aprobado el plan 1985 la materia
que había concursado en 1982 durante la dictadura militar, “Antropología”, quedó en suspenso.
Califano recurrió a la justicia la que en 1988 obligó
a la Universidad a darle ubicación. Creo que la
cátedra A (Califano) de Historia de la teoría antropológica se dictó por primera vez en 1989. En la
junta debatimos con circunloquios (su JTP M. C.
Dasso formaba parte de la minoría de graduados
en la primera junta departamental) qué hacer.
14. Véanse las notas “Sobre la Antropología, el
***
Funcionalismo, los cajones y Herminio”, S. Markendorf; “De antropologías, funerales y funciona-
Un poco antes de la primavera,
hacia mediados del año, se decidió la
convocatoria a las “II Jornadas de Estudiantes de Antropología de la Universidad de Buenos Aires”. Con fecha 13 de
agosto se cursaron las invitaciones para
participar en dos pre-jornadas que sirvieran para pre-calentar el ambiente del
lismos”, Gabriela y “Acerca del funeral de la Antropología funcionalista”, Marcelo y Hugo, en Antropología. Boletín de los estudiantes, N° 9, agostooctubre 1987.
15. Evoqué la frase de W. H. Auden: “El aburrimiento no necesariamente implica desaprobación”.
16. La resolución para normalización departamental databa de 1986, pero no se concretó hasta 1988.
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17. II Jornadas de Estudiantes de Antropología
UBA, Gacetilla N° 2. El copete de la gacetilla decía
“En cuanto a la evolución, la propuesta es analizar
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debate. Fueron invitados los integrantes
de todos los claustros, como así también profesores de otras carreras, miembros de organismos de promoción de
la ciencia y la tecnología, dirigentes gremiales del sector de ciencia y técnica y
miembros del Colegio de graduados de
Antropología, algunos de los cuales oficiaron de expositores.
La primera pre-jornada se realizó el
9 de septiembre y llevó como título “La
planificación de la investigación social”.
El temario que se anticipaba en la invitación a los expositores decía:
“1) ¿Qué prioridades se tienen en
cuenta para la planificación de la
investigación en la institución en la
que Ud. está inserto?
¿Qué objetivos guían a la investigación social?
¿Qué aplicación tiene?
2) ¿Cómo podría implementarse una
vinculación entre las distintas instituciones que tienen a su cargo la planificación de la investigación?
¿Cuáles instituciones tendrían un papel
preponderante en esta planificación?
¿Esta vinculación permitiría la implementación de una política global de
investigación?”
los objetivos alcanzados por el plan 85, las limitaciones en sus estructuras y en sus contenidos, así
como las carencias. En ese sentido, queremos
explicitar el perfil del antropólogo que surge de
éste plan y las dificultades que surgen al querer
intentar introducir la investigación en la curricula.
Se propone contextualizar el debate en la perspectiva de la regionalización de la Universidad. Se
propone tomar como base el plan actual, quedando abierta la posibilidad de una transformación estructural en tanto se considere necesario.
Creemos imperativo avanzar en la especificación
de los contenidos, agregando los que faltan y realizando las reformas curriculares necesarias para
introducir la investigación de manera tal que
acompañe todo el proceso de aprendizaje. Tanto
el sábado como el domingo trabajaremos primero en una reunión general de información para
La segunda pre-jornada se realizó
el 14 de septiembre y llevó como título “El plan de estudios y la investigación”. El temario que se anticipaba en
la invitación a los expositores decía:
“1) ¿Qué antropólogo está formando el
plan actual y qué papel tiene la investigación en dicho plan?
2) ¿Qué plan de estudios permitiría
vincular la teoría y la práctica y qué
modificaciones deberían implementarse para la incorporación de la
investigación dentro de dicho plan?”
En este caso los invitados eran representantes del Departamento y el Instituto de Ciencias Antropológicas y estudiantes becados con becas de investigación.
luego trasladar el debate a las comisiones, cada
una de las cuales debatirá el temario completo”.
118
ESPACIOS
***
Las jornadas se realizaron el 19 y el
20 de septiembre en un clima de trabajo que recuerdo basculante entre
monástico e hilarante. Las jornadas se
dividieron en dos etapas, según la
segunda gacetilla que circuló “el sábado 19 debatiremos bajo la consigna
Evaluación del plan ´85, y el domingo
20 lo haremos con la de proponer”.17
Entre los temas más relevantes que
se expresaron en las segundas jornadas pueden reseñarse puntos vinculados específicamente al plan de estudios y su diseño y otros de carácter
más político. Según la misma estructura del documento final, con relación al
plan de estudios, la inclusión de la formación sistemática en investigación
propuso junto con un Área de formación básica y un Área de especialización la conformación de un Área Taller
que vertebrara la articulación entre
materias teóricas y metodológicas. Un
de las perlas era el enlace entre enseñanza y transmisión: cursantes egresados del último taller participarían junto
con los docentes en el trabajo del primer taller.
El documento contenía también
una Propuesta política. Brevemente, los
puntos destacados fueron: a) la política
de concursos; b) la relación con la
comunidad, textualmente “la tan mentada relación con la comunidad”; c) la
política de regionalización, donde se
desplegaban argumentos acerca del
rol de la Antropología y de la cooperación inter-universitaria; d) la normalización departamental y su relación con
la articulación Departamento/Instituto/Museo Etnográfico.
En cuanto al espíritu de la propuesta, dos asunciones a destacar. En primer
lugar que el impulso del nuevo plan
debía inscribirse en el impulso de un
nuevo modelo de universidad articulado con las políticas públicas. En segundo lugar que la discusión del plan solo
tenía futuro si se llevaba a cabo
mediante una política interclaustros.
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III. Salidas
Ante una imagen –tan antigua como sea–,
el presente no cesa jamás de reconfigurarse por
poco que el desasimiento de la mirada no
haya cedido del todo el lugar a la costumbre
infatuada del “especialista”. Ante una imagen
–tan reciente, tan contemporánea como sea-,
el pasado no cesa nunca de reconfigurarse,
dado que esta imagen solo deviene pensable en
una construcción de memoria, cuando no de
obsesión. En fin, ante una imagen, tenemos
humildemente que reconocer lo siguiente: que
probablemente ella nos sobrevivirá, que ante
ella somos el elemento frágil, el elemento de
paso, y que ante nosotros ella es el elemento del
futuro, el elemento de la duración. La imagen
a menudo tiene más de memoria y más
de porvenir que el ser que la mira.
GEORGES DIDI-HUBERMAN. Ante el tiempo
La experiencia de las jornadas del
87, las restringidas del 19 y 20 de
septiembre y las ampliadas de cada
día, como también el trabajo de formación que nos impusimos a lo largo
del ´88 hizo de nosotros algo así
como unos convencidos responsables y encauzó los esfuerzos de la
militancia hacia la obtención de una
representación en el co-gobierno
departamental.
Un conjunto de compañeros con
distintas extracciones políticas constituimos una lista, la Clave, con el fin
de construir una plataforma que proyectara nuestro trabajo en la carrera,
en la gestión académica de la misma.
Había que afrontar también la compulsa electoral. Esa, aunque fogueada
en estas lides, es otra historia y amerita pensar el trabajo realizado según
otras coordenadas.
Sin embargo, quisiera dar salida a
estas notas con una breve semblanza sobre un gesto colectivo. Luego
de debatirlo internamente decidimos que, como agrupación política
con aspiraciones públicas, debíamos
sacarnos una foto donde se vieran
las caras. Fue como salir de un cierto
goce militante que ya no nos pertenecía, el de la clandestinidad. Una
ruptura con las tradiciones que nos
habían constituido, donde los signos
podían co-existir sin la tensión del
pasado.
Rémond plantea “uno llega a preguntarse si la transmisión de aquello
que constituye lo más valioso de la
experiencia de una generación no
estará irremediablemente condenado a desaparecer; en otras palabras,
si la comunicación entre generaciones es realmente posible”.18 No sé si
fuimos algo tan contundente y consistente como el concepto que pretende despuntar el término generación, una generación. Tampoco si la
singularidad inherente a una experiencia colectiva puede “comunicarse”, y si lo hace, tal vez solo sea por
el desvío del malentendido. Sin
embargo, pienso que la transmisión
es posible, no-toda.
Integrantes de la lista “La Clave”.
18. Rémond, René, (1999) “La transmisión de la
memoria” en AA.VV. ¿Por qué recordar?, Foro Internacional Memoria e Historia, Unesco, 1998, Barcelona/Buenos Aires/México, Granica, 2002, pp. 70-71.
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Jornadas “50 años de antropología en Buenos Aires, 1958-2008
1
2
1 y 2. Creación y primeros años, 1958-1966.
4
5
3
3. Construyendo memorias: estudiantes, docentes y graduados detenidos, desaparecidos y asesinados de la carrera de Cs. Antropológicas de la UBA, 1974-1983.
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4 y 5. Debates internos y éxodo de profesionales, 1967-1972.
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6 y 7. La Ciencias Antropológicas y el proyecto de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, 1973-1974.
8
8. La Ciencias Antropológicas y el proyecto de la Universidad Nacional y Popular de
Buenos Aires, 1973-1974.
9
9. El impacto de las políticas neoliberales en la producción antropológica, 1992-2001.
10
11
10. Dictadura y resistencia, 1975-1983.
Cs. Antropológicas
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CONSTRUYENDO MEMORIAS:
DETENIDOS-DESAPARECIDOS DE LA CARRERA
DE CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS (1974-1983)
M. EUGENIA MOREY / PABLO PERAZZI
CECILIA VARELA
Becarios doctorales de CONICET.
Docentes de la cátedra Antropología Sistemática I,
Depto. de Ciencias Antropológias, FFyL, UBA
El presente trabajo se desprende
de una investigación enmarcada en
las actividades conmemorativas de
los 50 años de la carrera de Ciencias
Antropológicas, cuyo objetivo consiste en la reconstrucción del listado
de estudiantes, profesores y graduados detenidos-desaparecidos durante la última dictadura militar. A partir
del trabajo de revisión de los legajos
académicos surgió la necesidad de
reconstruir algunos aspectos de las
condiciones de cursada entre mayo
de 1973 y septiembre de 1974. En
ese sentido, los cursos de verano de
1974, así como el plan de estudios
aprobado meses después, indican
un cambio de orientación de los
contenidos curriculares que se inscriben en el nuevo ideario de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires. En la primera parte, nos
proponemos una presentación preliminar del proceso de armado del listado y de búsqueda de materiales
122
ESPACIOS
complementarios, así como de las
derivas e interrogantes surgidos a
propósito de ello. En la segunda parte, sobre la base de la reconstrucción de la trama burocrático-administrativa de resoluciones y expedientes y sus lagunas, el análisis de documentación de la época y la realización de algunas entrevistas con informantes clave nos proponemos aportar elementos para la discusión de un
período poco explorado de la historia
de la carrera de Ciencias Antropológicas que, esperamos, puedan echar
alguna luz sobre el pasado y presente
de nuestra disciplina.
Trastienda de una investigación
Hace poco más de un año, un
grupo de graduados nos propusimos
reactualizar el listado de detenidosdesaparecidos y asesinados de la
carrera de Ciencias Antropológicas
retomando experiencias anteriores.
De este modo, el desarrollo del trabajo comenzó articulando experiencias de otras carreras y áreas de la
Facultad (Cátedra Libre de Derechos
Humanos, Programa Historia y Cine
de la Secretaría de Extensión Universitaria), así como la de la Facultad de
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Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Contando con tales antecedentes,
decidimos revisar fichas académicas y
legajos radicados en la Dirección Técnica de Alumnos y en la Dirección de
Personal.
Comenzamos con un listado de
14 personas, que fuimos ampliando a
través del trabajo articulado con
organismos de Derechos Humanos,
así como a través de informaciones
brindadas por quienes fueron docentes y estudiantes durante los años
setenta. En julio de 2008 ya habíamos
digitalizado el material correspondiente a 26 estudiantes, graduados y
docentes detenidos-desaparecidos.
La documentación consiste en planillas de inscripción con formatos
diversos –según los años– que contienen datos personales, títulos
secundarios, parciales, permisos de
viaje, solicitudes de títulos, materias
aprobadas, referencias temporales y
calificaciones. Aunque fragmentario
(en la medida en que muchas veces
parte de los legajos se ha perdido en
las sucesivas mudanzas y traslados, o
no ha podido aún ser hallada) y en
proceso de análisis, el material reunido constituyen piezas de los múltiples recorridos de dichos compañeros durante sus años universitarios.
Asimismo, el trabajo coordinado con
organismos de DD.HH. (Equipo
Argentino de Antropología Forense y
Abuelas de Plaza de Mayo) y con
colegas que desenvuelven su actividad en áreas de gobierno abocadas
al desarrollo de políticas de DD.HH. y
memoria, nos permitió formalizar
contactos con algunos familiares y
compañeros e incorporar información sobre afiliaciones políticas, registros laborales, participación en proyectos académicos, etc.
El listado que presentamos es el
resultado de una primera etapa de
trabajo. Por sus propias características, no puede considerarse cerrado,
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sino más bien en un continuo proceso de enriquecimiento, ampliación y
profundización. Al tiempo que escribimos estas líneas y gracias a la difusión preliminar que realizamos, algunos compañeros acercan nuevos
nombres que serán próximamente
cotejados con las fuentes documentales. A continuación presentamos
algunas referencias respecto de algunos casos que nos encontramos
reconstruyendo.
Tres compañeras, Gemma Fernández Arcieri, Graciela Muscariello
y María Inés Cortes, se graduaron en
esta casa de estudios. A través de los
datos recogidos en el archivo del
Departamento de Ciencias Antropológicas y en la Dirección de Personal,
supimos que las dos primeras ejercieron la docencia en Introducción
a las Ciencias Sociales, en 1973.
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1. Solicitada publicada en El Tribuno, el 28 de
diciembre de 1974, p. 9 y Villarroel, María Jimena,
“Universidad Nacional de Salta: Creación, procesos
y crisis”. Mimeo.
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ESPACIOS
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Testimonios de quienes entonces
eran sus compañeros refieren que, en
algún momento entre 1974 y 1975,
partieron con destino a la provincia
de Salta para integrarse al equipo
organizador de la carrera de Ciencias
Antropológicas en la UNSa (Universidad Nacional de Salta). Ambas resistieron el proceso de cesantías1 y, una
vez producido el golpe de estado,
fueron asesinadas por grupos de
tareas: Muscariello en julio y Fernández Arcieri en septiembre de 1976.
Por su parte, Laura Pérez Rey,
Estela Lamaison, Alejandra Lapacó y
María del Carmen Reyes, las más
jóvenes del grupo, se inscribieron en
la carrera entre los años 1975 y 1976
y desarrollaron su militancia en la JUP
(Juventud Universitaria Peronista). A
través de las informaciones de Abuelas de Plaza de Mayo y el EAAF sabemos que las cuatro fueron detenidas
y desaparecidas con pocos días de
diferencia, entre el 17 y el 19 de marzo de 1977.
Algunos compañeros recuerdan
con mucho afecto a Adriana Franconetti y subrayan su protagonismo en
la militancia estudiantil. Ella fue
secuestrada junto con su marido, Jorge Calvo, en la puerta del cine Ritz
de Belgrano en septiembre de 1977.
Lucrecia Avellaneda ingresó a la
carrera en 1969. En su caso no hemos
podido hallar la ficha académica donde constan las materias aprobadas,
pero los testimonios de sus compañeros indican que estaba a punto de
graduarse hacia 1976. Hay testimonios que señalan que su secuestro
ocurrió en el Instituto Nacional de
Antropología y Pensamiento Latinoamericano, su ámbito laboral, y otros
que refieren que su detención se produjo el 13 de enero de 1977 en el
barrio de Congreso, donde trabajaba.
El nombre de Carlos Augusto
Cortes surgió de algunos de los listados con los que estábamos trabajando y, si bien todo indicaba que pertenecía a la carrera, no conseguíamos dar con su legajo. Un día, mientras nos encontrábamos en la Dirección Técnica de Alumnos, una profesora se nos acercó, comenzó a revisar
los papeles y, tras consultarla sobre
Cortes, nos señaló que había sido
uno de sus compañeros de estudio.
Insistimos, pues, con la búsqueda del
legajo y, aunque dimos con una versión incompleta, descubrimos azarosamente su ficha académica en un
antiguo mueble de documentación
de egresados. “Esta ficha está fuera de
sitio, esta persona no recibió el título,
esto está mal ordenado”, dijo enfáticamente una empleada de la Dirección. Miramos detenidamente la
ficha y advertimos que Cortes había
cumplido con la totalidad de las
materias. No obstante, escrito en
lápiz, en un extremo del documento,
surgía la siguiente inscripción: “Ojo,
no corresponde Historia de las luchas
populares”. Se trataba de una asignatura aprobada en marzo de 1974. En
el ángulo superior derecho aparecía
otra leyenda: “4/8/76. Atendió la
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mamá, grave problema”. El 1 de junio
de 1976, dos meses antes de aquella
fecha, Carlos Cortes era detenido y
desaparecido. Una de las versiones
que recogimos señala que esto ocurrió mientras se dirigía desde su trabajo en el Instituto de Ciencias
Antropológicas hacia el edificio de la
Facultad de Filosofía y Letras a los
fines de realizar un trámite.
Dedujimos, entonces, que Cortes
había dado por sentado que estaba
en condiciones de solicitar el título.
De ahí que su ficha se hallara traspapelada entre las de los egresados. El
hecho de que la solicitud no prosperase tal vez obedecía a aquella denegación de la materia Historia de las
luchas populares. Nos dispusimos,
pues, a reunir información y hallamos
que dicha asignatura no constaba en
el Plan de Estudios de Ciencias Antropológicas. Consultamos luego a un
profesor de activa participación en el
Departamento en aquella época y a
algunos de quienes habían sido compañeros de cursada, pero nadie
recordaba nada. Sospechamos que
quizás correspondía a la carrera de
Historia, pero en el Departamento
respectivo tampoco conseguimos
saldar nuestra inquietud.
La Biblioteca Central de la FFyLUBA conserva gran parte de los programas. Consultamos las carpetas y,
curiosamente, descubrimos que la
sección correspondiente al 2° cuatrimestre de 1973 y al 1° de 1974 no
contenía programa alguno. El registro se detiene en el 1° cuatrimestre
de 1973 –existe una carpeta de Ciencias de la Educación (2° cuatrimestre
de 1973) y otra de 1974 común a la
diferentes licenciaturas– y se reanuda en 1975.
Fue así como resolvimos consultar el hasta entonces poco explorado, en cuanto a investigaciones se
refiere, Archivo del Departamento de
Ciencias Antropológicas. Ni bien
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comenzamos a abrir los primeros
cajones percibimos que se trataba de
un extraordinario reservorio de
memoria institucional. Así, nos topamos con viejos programas y, aunque
a través de ciertos relatos suponíamos que íbamos a encontrarnos con
contenidos sugestivos, la sorpresa
fue mayor a la esperada. El de “Antropología Social” del profesor Guillermo Gutiérrez (2° cuatrimestre de
1973) llevaba por subtítulo “La antropología social y los problemas de la
planificación cultural en la etapa de
la transición revolucionaria”,2 y el de
“Folklore Argentino” del profesor
Rodolfo David Ortega Peña proponía
un recorrido histórico desde la “caída
de Rosas” hasta la “rebelión armada:
del Uturunco a FAP, FAR y Montoneros”.3 No menos sugestivo fue el
hallazgo de la resolución 198 (22 de
febrero de 1974) del Consejo Superior. Esta establecía un Ciclo de Iniciación común a todas las carreras de
la FFyL-UBA, vigente desde el 1° cuatrimestre de 1974, comprendiendo
las siguientes asignaturas: Introducción a la Realidad Nacional, Historia
de las Luchas Populares por la Liberación y Teoría y Método. Si bien la
segunda parecía coincidir con la cursada por Cortes, no creímos que se
tratara de la misma: Cortes había
aprobado su materia en marzo de
1974 y la resolución 198, en cambio,
hablaba de una asignatura de duración anual.
Unas semanas después, en otra
visita al Archivo del Departamento
de Ciencias Antropológicas, encontramos un viejo cuadernillo titulado
“Actividades de verano en la Facultad
de Filosofía y Letras. Año 1974”, cuyo
contenido resultaría esclarecedor. Su
encabezado decía: “A partir de la
necesidad de ofrecer a los estudiantes
la posibilidad de trabajar para la
Reconstrucción Nacional durante todo
el año y a la espera de un ordenamiento
2. Carpeta “Programas”, Archivo del Departamento
de Ciencias Antropológicas.
3. Carpeta “Programas”, Archivo del Departamento
de Ciencias Antropológicas.
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uniforme para toda la Universidad respecto al uso y distribución de los doce
meses del año, esta Facultad considera
las siguientes tareas estivales…”, tareas
que serían desarrolladas por los diferentes departamentos entre el 7 de
enero y el 8 de marzo de 1974. De la
amplia oferta, dos cursos concitaron
nuestra atención: “Migraciones y
vivienda popular en la Argentina” a
cargo de los profesores Hugo Ratier y
Alfredo Lattes, bajo la órbita compartida de los departamentos de Ciencias Antropológicas y Geografía, e
“Historia de las luchas populares” a
cargo de los profesores Juan Pablo
Franco y Fernando Álvarez, bajo la
órbita del Departamento de Sociología. Fue entonces cuando conseguimos despejar nuestra duda respecto
de la materia de Cortes: se trataba,
efectivamente, de una de las asignaturas dictadas durante aquel verano
de 1974.
Si bien el objetivo original del proyecto consistía en la reactualización
del listado de estudiantes, graduados
y docentes detenidos desaparecidos
y asesinados, nuestras erráticas y azarosas pesquisas nos llevaron a plantearnos la necesidad de contextualizar
las condiciones de cursada entre
mayo de 1973 y septiembre de 1974.
Las conversaciones de pasillo y los
primeros escarceos bibliográficos
empezaron a dotar de encarnadura
real a aquellos de los que entonces
solo sabíamos sus nombres. Ya no se
trataba únicamente de documentos,
fotografías y datos aislados sino de
estudiantes y militantes que, poco a
poco, comenzaban a adquirir presencia. Así se nos fueron apareciendo
algunos interrogantes: ¿en qué proyectos de universidad realizaron sus
recorridos?, ¿qué expectativas depositaron en su(s) elección(es) disciplinaria(s)?, ¿qué tipo de formación recibieron?, ¿qué lecturas paralelas efectuaron?, ¿qué participación tuvieron
126
ESPACIOS
en la reforma del plan de estudios y
en la transformación de los contenidos curriculares?, ¿cómo articularon
educación formal con militancia estudiantil y profesional?, ¿qué significado
tuvieron –en este contexto– los cursos de verano de 1974?
Fragmentos de una época
La década de 1970 ha estado sujeta a interpretaciones dicotómicas –de
lo encomiástico y apologético a la
detracción cínica– que parecen
reproducir antiguos enfrentamientos,
obturando de ese modo investigaciones y debates que, aunque situados,
intenten echar luz sobre una etapa
compleja de la historia reciente. En
los últimos años, sin embargo, han
aparecido estudios que, combinando
herramientas de la historia de los
intelectuales y la historia política con
la sociología y la antropología del
poder y los campos académicos,
comenzaron a poner en cuestionamiento las lecturas normativas y a
ofrecer nuevos materiales de estudio.
Este acercamiento todavía preliminar
y fragmentario a través de la búsqueda, selección y análisis de fuentes
documentales de variada índole, desde resoluciones del Rectorado, el
Decanato y el Consejo Directivo hasta volantes de organizaciones estudiantiles, legajos docentes y archivos
personales, nos introdujo en los recodos e intersticios de una época
sumamente compleja.
El golpe del año 1966 significó un
punto de inflexión en la historia de
las universidades argentinas: intervenciones, renuncias y cesantías,
limitación de la libertad de cátedra,
dependencia de las universidades
del Ministerio de Interior, represión
estudiantil. Pese al avasallamiento de
la autonomía universitaria y, en términos generales, al cierre de los canales de participación política (disolución del parlamento, prohibición de
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los partidos políticos e instauración
de la doctrina de seguridad nacional), las casas de altos estudios se
convirtieron en uno de los epicentros del proceso de radicalización
política de la época.
Ya a principios de la década de
1970, los intentos de las autoridades
universitarias de morigerar los conflictos internos aplicando sanciones
presuntamente ejemplificadoras
(denuncias policiales, sanciones disciplinarias, persecución de dirigentes
estudiantiles) se vieron desbordados
por la fuerza de los acontecimientos.
Corrían los años en que el compromiso declarativo comenzaba a ceder
espacio a las medidas de acción concretas y en que grupos mayoritarios
de estudiantes iniciaban un masivo
tránsito al nacionalismo y la resistencia peronista, en simbiosis con el
marxismo, el catolicismo postconciliar y el tercermundismo. En ese contexto, las “Cátedras Nacionales”4
cobrarían enorme protagonismo,
transformándose en itinerario y brújula de una parte por demás significativa del frente universitario.
De difícil encuadre, las “Cátedras
Nacionales” emergieron de una alianza entre un sector del estudiantado
en proceso de radicalización política
y un grupo de profesores que había
accedido a cargos universitarios en la
UBA luego de la intervención de
1966 (Recalde, 2007). En términos
muy esquemáticos, implicaban la
introducción de teorías marxistas, del
revisionismo histórico (por oposición
a la historiografía liberal), de escritores y ensayistas del pensamiento
nacional, y de literatura peronista y
tercermundista. Con sus matices, la
nueva oferta bibliográfica y conceptual, hasta entonces predominantemente atada a las corrientes académicas metropolitanas, contribuyó al
proceso de peronización de amplios
sectores del ambiente universitario,
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ambiente principalmente conformado por clases medias urbanas. El
momento de esplendor de las “Cátedras Nacionales” se produjo entre
1967 y 1971 (Malimacci y Giorgi,
2007; Recalde, 2007). Los órganos de
difusión fueron las revistas Envido y
Antropología del Tercer Mundo, dirigidas por Arturo Armada y Guillermo
Gutiérrez, respectivamente.
El 31 de mayo de 1973, días después de la asunción presidencial de
Héctor Cámpora y de los nombramientos de Jorge Taiana como ministro de Educación y del historiador
Rodolfo Puiggrós como rector de la
Universidad Nacional y Popular de
Buenos Aires, el sacerdote Justino
O’Farrell era designado “delegado
interventor” de la Facultad de Filosofía y Letras. La designación de O’Farrell, un cuadro identificado con las
corrientes del catolicismo postconciliar, coronaba un breve aunque intenso derrotero académico-intelectual.
Mentor de las llamadas “Cátedras
Nacionales”, director del Departamento de Sociología desde 1969 y hábil
articulador de idearios teórico-ideológicos hasta entonces poco menos
4. Entre los miembros fundadores de las “Cátedras
Nacionales” se destacaron, entre otros, Gonzalo
Cárdenas, Guillermo Gutiérrez, Roberto Carri, Alcira Argumedo, Blas Alberti, Amelia Podetti, Horacio
González, Jorge Carpio, Conrado Eggers Lan y
Gunnar Olson.
Cs. Antropológicas
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5. Resolución 13 del Delegado Interventor FFyLUBA (4 de junio de 1973).
6. Resoluciones 209 y 210 del Delegado Interventor FFyL-UBA (12 de julio de 1973).
7. Resolución 110 del Delegado Interventor FFyLUBA (27 de junio de 1973).
8. Por resolución 206 del Delegado Interventor
FFyL-UBA (11 de julio de 1973) se rindió homenaje
al empleado y estudiante Juan Pablo Maestre, asesinado el 13 de julio de 1971, y por resolución 332
del Delegado Interventor FFyL-UBA (20 de julio de
1973) se declaró “profesor emérito” de la FFyL-UBA
al doctor Rodolfo Puiggrós.
9. Resoluciones 5, 6 y 7 del Delegado Interventor
FFyL, UBA (1 de junio de 1973).
10. 30 años de Antropología en Buenos Aires,
1958-1988, Jornadas de Antropología, Buenos
Aires, 24 y 25 de noviembre de 1988, FFyL, UBA. El
7 de mayo, Hugo Ratier, de acuerdo con el nuevo
reordenamiento del organigrama de los Departamentos Docentes, es designado como Coordinador del Departamento de Ciencias Antropológicas
por intermedio de la Resolución 40 de la Decana
Normalizadora, FFyL-UBA.
11. Resolución 697 del Delegado interventor
FFyL, UBA (28 de agosto de 1973).
12. Carpeta “Facultad Disposiciones”, Archivo del
Departamento de Ciencias Antropológicas.
13. Op. cit., p. 2.
14. Op. cit., p. 2.
15. Resolución CS UBA 375 y Resolución 255 Delegado Interventor FFyL, UBA (14 de marzo de 1974).
128
ESPACIOS
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que insospechados, se convertiría en
figura emblemática del frente universitario y en artífice visible de la apertura de cátedras, departamentos e
institutos a docentes, intelectuales,
investigadores y militantes vinculados al peronismo de izquierda.
La administración de O’Farrell no
supuso, sin embargo, ninguna discontinuidad con las herramientas
político-institucionales desplegadas
durante las sucesivas intervenciones
de las universidades argentinas:
1) solicitud de renuncia a funcionarios, docentes e investigadores 5,
2) juicios académicos a ex decanos
(Ángel Castellán y Antonio Serrano
Redonnet),6 3) supresión transitoria
de los órganos de decisión (consejo
directivo), 4) declaraciones de compromiso con las autoridades entrantes, 5) suspensión de las sanciones
aplicadas por motivos políticos, gremiales, sociales y estudiantiles7,
6) actos reivindicativos y de homenajes8 y 7) armado de un programa de
recambio y normalización, así como
de “planes de transición” para las
diferentes carreras de la facultad.
En ese sentido, entre las primeras
medidas, se dispuso la remoción de
los directores de los departamentos,
institutos y centros, designándose a
sus respectivos reemplazos. En cuanto al Departamento de Ciencias
Antropológicas, Guillermo Gutiérrez
ocuparía su dirección, así como la del
Instituto de Antropología y el Museo
Etnográfico,9 hasta la designación de
Hugo Ratier el 26 de noviembre de
1973.10 A través de un pedido elevado por Gutiérrez al delegado interventor O´Farrell, se dispondría la
redenominación de los espacios institucionales disciplinarios 1) el Instituto
de Antropología por el Centro de
Acción e Investigación Cultural “Raúl
Scalabrini Ortiz”, 2) el Museo Etnográfico por el Centro de Recuperación
de la Cultura Popular “José Imbelloni”
y 3) Departamento de Ciencias Antropológicas “John William Cooke”. 11
Según el “Informe de las actividades desarrolladas y los proyectos de
ejecución por parte del Departamento de Ciencias Antropológicas ‘John
William Cooke’”, el segundo cuatrimestre de 1973 fue declarado de
“Transición y reestructuración de la
carrera” con el objetivo de “redefinir
los objetivos de la antropología y
englobarla dentro de una ciencia histórico-social única junto con el resto de
las carreras afines (sociología, psicología, etc).”12 De este modo, se proponía un perfil de científico social que
debía “dejar de ser un agente de la
colonización cultural para pasar a ser
un trabajador de la cultura comprometido con la realidad social del país”,13 y
cuyo rol consistiría en brindar elementos para la planificación en áreas
de gobierno consideradas prioritarias
(salud, vivienda, educación). La aspiración de máxima era “rescatar y recrear la autentica cultura nacional y popular, es decir, las pautas culturales que
surgen de la lucha por la liberación
nacional y social en los marcos de la
unidad nacional y latinoamericana”.14
La intención de producir modificaciones sustantivas en la formación
disciplinar se hace visible, a su vez,
en el ingreso de nuevos nombres a
la planta docente y en cambios significativos de los contenidos curriculares, ingreso y cambios que empezarían a advertirse en el segundo
cuatrimestre de 1973, aún antes de
la aprobación del nuevo plan de
estudio. Ratificado por el Consejo
Superior el 15 de marzo de 1974, el
flamante plan entraría en vigencia a
partir del primer cuatrimestre de
1974.15 Dentro del ciclo de orientación sociocultural se incluían especializaciones en antropología sanitaria, antropología de la vivienda,
antropología de la educación, antropología indígena, antropología rural.
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Entre las innovaciones del nuevo
plan –por comparación con los anteriores–, aparece la asignatura “Principios de planificación social”, la cual,
según algunas entrevistas, conllevaba la intención de dotar al perfil profesional de herramientas de intervención en la gestión pública.
La intervención del presbítero Raúl
Sánchez Abelenda en septiembre de
197416 decretará la suspensión del
esquema propuesto, circunscribiendo
su existencia a un único cuatrimestre
y declarando la caducidad de todas
las reformas introducidas.17 La decisión de disolver institutos y centros
fue fundamentada en que “los mismos
servían para la difusión de la ideología
comunista que se expandía en todos los
ámbitos de la Facultad”.18 El cierre de
la facultad dispuesto por el rector
interventor Alberto Ottalagano y el
pase a disponibilidad de todo el personal docente determinarían la interrupción de una intensa y agitada
experiencia generacional.19
¿Cuál fue –en este nuevo contexto– el destino de los cursos de verano de 1974? La documentación
hallada no es del todo unívoca al respecto. Por un lado, en el archivo del
Departamento de Ciencias Antropológicas existen carpetas que contienen notas que deniegan u otorgan
validez a estos cursos, caso por caso.
El seminario “Migraciones y vivienda
popular” fue en líneas generales validado por las nuevas autoridades,
mientras que el seminario “Historia
de las Luchas Populares” no parece
haber corrido la misma suerte. Quienes se desempeñaron como personal administrativo en aquella época
señalan que el profesor Bórmida
tomaba las decisiones personalmente en cada caso. Por otro lado, la
Resolución 731 del Delegado Interventor Sánchez Abelenda indica que
la validez de los cursos de verano fue
revisada, siendo algunos de ellos
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declarados “actos administrativos inexistentes, emitidos por funcionarios de
hecho, fuera de todo ámbito de competencia asignada”.20 Según esta misma resolución, la estrategia de la
nueva gestión parece haber sido
acceder –para el caso de los estudiantes que hubiesen asistido a los
mimos– a reducir a una la cantidad
de materias requeridas (como optativas) según el Plan de Estudios. Así,
en algunos casos, se reconocía de
hecho la participación en los cursos,
pero, a su vez, se garantizaba que
estos no constaran en los certificados analíticos de los alumnos.
16. Resolución CS UBA 17 (24 de septiembre de
1974).
17. Resolución Delegado Interventor 91 FFyL, UBA
(27 de diciembre de 1974).
18. Resolución Delegado Interventor 83 FFyL, UBA
(27 de diciembre de 1974).
19. Resolución CS UBA 34 y 35/74.
20. Resolución Delegado Interventor 731 FFyL, UBA
(18 de julio de 1975).
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En un contexto de radicalización
de las luchas políticas al interior del
peronismo, las universidades se convirtieron entre 1973 y 1974 en un
espacio clave para la rápida movilización de la militancia estudiantil. En
ese sentido –según los testimonios
recogidos–, los cursos del verano de
1974 pueden leerse como una estrategia destinada a garantizar la ocupación efectiva del territorio académico, ante el avance de sectores
“duros” que aspiraban al control de
los resortes institucionales. Sin
embargo, también pueden interpretarse en sintonía con la necesidad de
acelerar las transformaciones operadas en los contenidos curriculares.
Retomando la experiencia de las
“Cátedras Nacionales”, dichos cursos
implicaron un principio de renovación de la oferta de cátedras y de los
registros bibliográficos. Convertidos
algunos en materias obligatorias del
“ciclo de iniciación” (“Historia de las
luchas populares”), constituyeron los
antecedentes de futuras carreras
(“Introducción a los medios masivos
de comunicación” en relación a la
Licenciatura en Comunicación
Social)21 y de nuevas perspectivas
disciplinarias (“Migraciones y vivienda popular” en relación con antropología rural y antropología urbana).
Es entonces en el replanteo
general de los programas de estudio, de los contenidos curriculares,
de los regímenes de cursada y evaluación, del esquema de funcionamiento de los institutos y centros de
investigación, y de los modos de
participación y acción política de las
organizaciones estudiantiles, donde
el período revela cabalmente las
peculiaridades, ambigüedades y
tipicidades de una época.
Referencias bibliográficas
21. Anguita, Eduardo y Caparrós, Martín,
La voluntad II, Buenos Aires, Norma, 1998.
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ESPACIOS
Anguita, Eduardo y Caparrós, Martín, La voluntad II. Buenos Aires, Norma, 1998.
Barletta, Ana M. y Lenci, Laura, “Las revistas de la ‘Nueva Izquierda’. Politización de las Ciencias Sociales en
la Argentina. La revista Antropología 3er. Mundo, 1968-1973”, en Sociohistórica. Cuadernos del CISH
(Universidad Nacional de La Plata), Nº 8, 2do. semestre de 2000.
Barletta, Ana M., “Una izquierda peronista universitaria. Entre la demanda académica y la demanda política, 1968-1973”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, Nº 6, 2000.
Malimacci, Fortunato y Giorgi, Guido, 50 aniversario de la carrera. VII Jornadas de Sociología. Pasado, Presente y Futuro. Carrera de Sociología, UBA, 2007.
Recalde, Aritz, Universidad y liberación nacional, Nuevos Tiempos, Buenos Aires, 2007.
Villarroel, María Jimena, Universidad Nacional de Salta: Creación, procesos y crisis. Mimeo.
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HOMENAJE A SANTIAGO WALLACE Y NILDA ZUBIETA
50° ANIVERSARIO DE LA CARRERA DE CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS
PANEL: ANTROPOLOGÍA, SALUD Y TRABAJADORES
Presentación a cargo de Susana
Margulies
Este panel ha sido organizado
como homenaje a dos compañeros
fallecidos en un lamentable accidente
el 26 de marzo de 1998. Santiago
Wallace, que en el momento de morir
era profesor regular del Departamento
de Ciencias Antropológicas, director de
proyecto UBACyT en el marco del Programa de Antropología y Salud de la
Sección de Antropología Social, y además consejero directivo por el Claustro
de Profesores.
Su compañera, Nilda Zubieta, que
muere con él, había sido durante
algunos años ayudante en la cátedra
de Antropología Biológica y Paleoantropología y, en el momento de
morir, era investigadora y JTP en la
Sección de Antropología Biológica y
Paleoantropología.
Para este panel se ha invitado a
colegas que tuvieron contacto con
ellos en distintos momentos de sus
trayectorias. La primera expositora es
Mabel Grimberg, profesora de Antropología Sistemática I, directora de la
Sección de Antropología Social y directora del Programa de Antropología y
Salud; ella va a comentar la trayectoria
académica de Santiago Wallace.
En segundo lugar hablará María
Josefina Martínez, docente del Departamento e investigadora del Programa de Antropología Jurídica de la
Sección de Antropología Social, quien
presentará su experiencia como asistente de Santiago Wallace en una
investigación sobre salud y trabajo, en
la obra social de los cerveceros de la
empresa Quilmes.
Luego, hará su presentación Cristina Cravino, profesora e investigadora
de la Universidad de General Sarmiento, que fue becaria de Santiago en el
momento en que él falleció. El
siguiente será Raúl Carnese, profesor
consulto de la Universidad y director
de la Sección de Antropología Biológica y Paleoantropología, quien nos
hablará de la trayectoria de Nilda
Zubieta. Finalmente, y sintetizando de
alguna manera su vínculo con ambos,
nos hablará Marcelo Sarlingo que es
director del Departamento de Antropología Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del
Centro de la Provincia de Buenos
Aires, con sede en Olavarría.
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MABEL GRIMBERG
Primero, un agradecimiento al
Departamento por la idea de que la
segunda actividad de conmemoración
por los 50 años de la carrera de Antropología sea una recordación, un
homenaje, a Santiago Wallace y a Nilda
Zubieta. Y agradezco, por supuesto,
que me hayan invitado.
Siempre estos períodos, fechas que
rememoran acontecimientos que de
alguna manera han sido significativos,
implican un trabajo de memoria, en el
que a veces es difícil deslindar lo
colectivo, los procesos grupales, el tipo
de experiencia grupal, de los aportes
de cada una de las personas en esos
grupos.
En este caso, para mí preparar esto
fue realmente una experiencia emocional difícil y un duro ejercicio para
poder tratar de no hablar de mí. No sé
si lo lograré, la idea es presentar el proceso que hicimos juntos con Santiago
y, en un segundo momento, precisar
los aportes originales que él hizo respecto del trabajo colectivo en el que
estábamos inmersos.
En lo que voy a contar hay una
serie de situaciones que, a lo largo del
tiempo, remiten a circunstancias anteriores. Este proceso que voy a explicar
se desarrolló en distintos momentos y
tiene que ver con una serie de elecciones, de afinidades electivas, que permitieron que nos juntáramos.
Los ámbitos en los que coincidimos, que compartimos en esta Facultad, fueron la cátedra Sistemática I y el
Programa Antropología y Salud. Me
quiero referir específicamente al trabajo que desarrollamos en esa confluencia en un área que habíamos formado
y que se llamaba Salud de los trabajadores, desde el año ‘86 al ‘98.
Para contextualizar mínimamente,
voy a plantear en términos históricos
tres escenarios. El primero, durante los
años ‘82 y ‘83, en un grupo político de
gente que provenía del peronismo de
132
ESPACIOS
base, discutíamos sobre la coyuntura,
la etapa, la experiencia anterior, e
incorporábamos ciertas historias personales que tenían que ver con la cárcel, el exilio externo y el interno, los
trabajos y las carreras.
En ese grupo, una de las personas,
en el año ‘83, cuenta que hay dos
compañeros antropólogos de La Plata,
que van a ir al Primer Congreso de
Antropología Social de Misiones; otro
dice que también hay una amiga
antropóloga de Buenos Aires, y se ofrecen a presentarnos. Entonces, en
Misiones, conozco a los dos compañeros antropólogos, que eran Santiago y
Nilda, y a esta amiga, compañera de
otro, que era Susana Margulis.
El segundo escenario es en la cátedra de Sistemática durante el año ‘85.
En ese momento, además del entusiasmo por todo lo que se abría y
todas las posibilidades de articulación
de la historia, de ciertas fortalezas perdidas, de derechos expropiados, etc.,
se daban becas, y recuerdo que un
compañero hacía propaganda, insistía,
para que nos presentáramos a la beca.
Yo, por una militancia anterior en la
CGT de los Argentinos, estaba intentando desde el ‘83 hacer una historia
de la CGT de los Argentinos. Intentaba
hacerlo, pero estaba absolutamente
empantanada porque parte de mi historia personal estaba muy comprometida en eso, por lo que no podía realmente llevar a cabo el proyecto.
En esa reunión de Sistemática I,
Santiago dice: “Pero vos podés hacer
un proyecto sobre salud de los trabajadores.” “¿Cómo?”, respondo yo. Y me da
un libro que tenía un prólogo de
Eduardo Menéndez sobre la salud de
los trabajadores. Era un libro que analizaba la experiencia italiana.
Leer ese libro cambió las dos vidas,
podría decir, y permitió que trabajara
más o menos, en el mismo lugar; porque era un trabajo sobre trabajadores
gráficos y la CGT de los Argentinos
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conducida por el Secretario General
de los trabajadores gráficos, que
era Ongaro.
El tercer escenario es el año ‘86, ya
con las becas conseguidas. Y en función del Segundo Congreso de Antropología Social surge la posibilidad de
armar un área de salud dentro del Instituto. ¿Quiénes estaban en este área?
Santiago, Susana y otros compañeros
más. La formamos e iniciamos un proceso de discusión profunda que llevó a
la creación del Programa de Antropología y Salud en el año ‘88 y a la presentación y primera convocatoria de
UBACyT, es decir, de subsidios para
proyectos colectivos de investigación
de la UBA.
El proyecto que presentamos era
colectivo, con tres áreas de trabajo,
una de salud de los trabajadores, en la
que Santiago investigaba con trabajadores cerveceros de Quilmes y en la
que también estaba yo, que trabajaba
con gráficos; un área de atención primaria y participación social, que la llevaba Susana Margulis; y un área de
enfermedades de transmisión sexual.
Este proceso implicaba un ida y
vuelta entre la cátedra, la investigación y una reformulación de la práctica, que intentaba salir de la dicotomía
entre práctica antropológica, académica, profesional, docente e investigación y práctica política. La propuesta
básica era articular los recursos de la
antropología y capitalizar y recuperar
nuestra experiencia política previa en
un solo camino que permitiera el
compromiso, en este caso, con procesos políticos que se estaban llevando
a cabo, porque los trabajadores, tanto
cerveceros como gráficos, más otros
sindicatos y agrupaciones que habían
participado de la CGT de los Argentinos, en ese marco del ‘85 al ‘87, buscaban recuperar sus conquistas, sus
armas de negociación, estaban desarrollando una serie de demandas o
sea, intentaban recuperar posiciones
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de poder y derechos que durante la
dictadura se habían perdido.
Fíjense que el objetivo no era solo
entrar con un objeto de estudio que
había estado separado por años y
dejado de lado. En gráficos se decía, la
salud es lo último que se demanda y
lo primero que se negocia. Negociar
en el sentido de resignar.
Un objeto, la salud de los trabajadores, que a nosotros nos permitía
incluir los aportes de Marx, Thompson,
Gramsci, Williams, viendo cómo eran
esas relaciones de clase en una experiencia cotidiana de trabajo; y cómo
los efectos de la dominación, de la
opresión, se transformaban en sufrimiento, malestar, desgaste corporal;
cómo la experiencia de clase obrera
era cotidiana, se marcaba y se hacía
con el cuerpo.
Este objeto es el que trabajamos en
conjunto, y lo hicimos tratando de
acompañar, aportando herramientas,
para que las mismas y el proceso se
transformaran en un mutuo aporte
para el conflicto o para una negociación. En el caso de Santiago, el sindicato cervecero estaba llevando adelante
una serie de demandas en las que él
mismo participó.
Ahora, ese objeto salud de los trabajadores, en este tipo de práctica
que uno diría de una Antropología
crítica, una Antropología politizada,
se transformó en otro objeto. Ya no
solo como salud de los trabajadores,
sino en términos del control por parte de los trabajadores de las condiciones que desgastan, enferman y
matan, porque ellas son parte de un
proceso de disputa entre los trabajadores y las patronales.
En este marco me puse a ver el
aporte específico de Santiago. Cuando
uno trabaja en grupo y son varios proyectos juntos que se llevan a cabo en
un marco teórico y metodológico
común, no puede estar saliendo todo
lo mismo, o sea, hay que encontrarle
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una especificidad. Y yo creo que hay
dos aportes que diferencian lo que
hacía Santiago de lo que hacíamos
Susana o yo.
Pero antes de eso, una síntesis del
programa. Era un programa de investigación, docencia, transferencia y construcción. Lo que pretendíamos era
recuperar la experiencia, los saberes y
las prácticas de los trabajadores; y también sus demandas, los modos de problematizar y de resolver colectivamente. En los dos casos hubo equipos
donde los trabajadores o los activistas
sindicales tuvieron un rol importante
en la investigación.
Para apreciar los aportes originales
de Santiago veo dos momentos que
se expresan en términos de publicación, uno de estos va del ‘89 al ‘93. Me
falta un trabajo que lo leí en su
momento pero ahora no lo pude
encontrar, de Cuadernos Médicos Sociales de Rosario, y me falta otro que es
anterior, del grupo editor de Quilmes.
Ahí hay un trabajo importante. Yo sí
tenía “Tras las huellas de 100 años, la
cerveza y los trabajadores cerveceros”,
que se publicó en Cuadernos de Antropología Social en el año ‘91, y otro que
se llama “El proceso del trabajo cervecero, una mirada desde los riesgos”,
que apareció en una compilación de
Berrotarán y Pozzi que se llamó Ensayos inconformistas sobre la clase obrera.
¿Cuál es el aporte de Santiago?
Estudiábamos el proceso de trabajo,
hacíamos un análisis a partir de lo que
ellos nos decían que eran sus riesgos,
sus problemas de salud, observábamos todas las relaciones y las mesas
de negociación, si podíamos estábamos adentro. Pero, ¿qué hacía Santiago? Le encuentra una especificidad al
proceso de trabajo cervecero y a las
modalidades de relaciones obreropatronales, que era justamente la
ingesta de cerveza, un tipo particular
de ingesta. Y él lo que hace es contextualizarla en un proceso mayor, en un
134
ESPACIOS
proceso macro, de competencia inter
empresaria por el mercado, que en ese
momento de principios de la década
del ‘90 está avanzando sobre el vino en
los sectores populares y está avanzando en los jóvenes desplazando a las
gaseosas también.
A su vez, analiza las transformaciones más generales en los procesos de
trabajo de la década y las estrategias
empresarias en relación con los trabajadores; así como los cambios en la
conformación y el papel del Estado
que se iban dando.
Santiago dice que la ingesta de
cerveza es el principal componente
de un conjunto de transacciones permanentes entre los trabajadores y los
empresarios, entre los trabajadores y
los médicos del trabajo, entre el sindicato y la empresa. Él ve que esto no
solo es constitutivo del proceso de
trabajo, muestra cómo este tipo de
transacciones en torno a la cerveza
no solo surge del proceso sino que a
su vez lo está modelando, le está dando una particularidad.
Para ello, además, este trabajo, que
lo recomiendo, va a recuperar los aportes de Eduardo Menéndez sobre el
proceso de alcoholización, las funciones sociales manifiestas y latentes,
pero dándole esta particularidad que
tiene que ver con este proceso de relaciones obrero-patronales, de llevar
bien al ras las relaciones de clase en la
vida cotidiana en una empresa.
El segundo aporte, que para mí lo
empezó a trabajar a partir del ‘93, lo
hizo solo, es su línea particular, es un
pasaje coherente de buscar aproximarse a las clases, a la hegemonía, de sujetos concretos, como eran los trabajadores y sus relaciones, va a dar un nuevo paso en su preocupación ya no en
términos de sujetos solamente, sino de
subjetividad. Sobre esto hay dos trabajos que yo tengo, uno es en colaboración con Pablo Pozzi, Miriam Wlosco y
Cecilia Ros, y se llamó “Trabajo, cultura
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y subjetividad: un estudio acerca de las
transformaciones en la significación
del trabajo”, y está en un libo que se
llama Reconversión y Movimiento Obrero, publicado en el año ‘94.
El otro artículo es una ponencia
para la Segunda Jornada de la Cuenca
del Plata, del año ‘97, publicada en el
libro que hizo Antropología Sistemática
en el ‘98, titulado Antropología Social y
Política, hegemonía y poder. El mundo en
movimiento, publicado por Eudeba.
Estos trabajos analizan los cambios
producidos a partir de la crisis del
modelo taylorista-fordista, y muestran
cómo se sustituye el esquema de producción rígido y masivo por esquemas
de función flexibles, los mercados segmentados, las nuevas tecnologías, las
nuevas formas de gestión de la organización del trabajo y de la fuerza de trabajo, todo eso en busca, a su vez, de la
historicidad y la particularidad de las
relaciones obrero-patronales en la
Argentina y el rol de Estado. En ese
sentido hace una serie de consideraciones interesantes con respecto a que
los sindicatos se desarrollaron discutiendo y disputando el precio de la
fuerza de trabajo, no el modo de uso,
de gestión, de esta fuerza.
Analiza también otros elementos,
los contrasta con la búsqueda de
datos del conurbano y, en particular,
se dedica a Quilmes con trabajadores
metalúrgicos, cerveceros y una empresa privatizada de servicios públicos.
Él aquí plantea dos niveles de análisis, trabajar lo colectivo, el proceso, y
trabajar a nivel de la singularidad y los
cambios en la subjetividad en relación
con estas nuevas formas de trabajo. Va
dando datos concretos de cómo este
cambio en el caso que analiza significa
desocupación, desindustrialización,
precarización salarial, con un avance
impresionante del trabajo en negro;
que la implementación de las nuevas
tecnologías y las nuevas formas de
gestión no eran lo relevante pero sí lo
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eran cómo impactaba la reforma del
Estado y el cambio en la legislación.
Se preguntaba por los cambios en
el peso social, el papel y los sentidos
del trabajo; así como por las transformaciones que se pudieran estar dando
en las identidades colectivas o por la
configuración de nuevas estructuras
de sentimientos que están en la base
de las culturas laborales.
Más en particular, se preguntaba
por las expectativas, los proyectos de
vida de los trabajadores y los significados del trabajo para los desocupados, para los que ya venían con una
segunda generación sin trabajar,
para los jóvenes, los jubilados y los
nuevos pobres.
En este marco está su aporte específico. Por un lado, articular estos procesos macro sociales, historizar, ver
estructuras y al mismo tiempo aproximarse a la subjetividad; y cómo se
acerca también, porque dice que hay
que ir más allá de las identidades, propone trabajar con ciertas dimensiones
relacionadas con el deseo, las emociones, los afectos. O sea, que no va a
pensar la subjetividad solo en términos de la identidad, si uno es trabajador, afiliado a un sindicato, etc. Sino
que va a ir más allá para poder tomar
en profundidad estas dimensiones.
Entonces, dice que el problema del
deseo permite aproximarse a los ideales, a la búsqueda de conocimiento, a
estas estructuras de sentimiento, es
decir, a toda la trama simbólica que
muestra que el significado del trabajo
no es solo idea.
Con respecto a la segunda línea, a
la subjetividad, dice así: “Pensar las historias individuales como historias
sociales”. Y cita una frase muy sugerente de Emiliano Galende que para mí es
un descubrimiento: “El sujeto no deviene histórico, lo es desde su origen, y
en este ser histórico se hace abordable
y define su singularidad.” Santiago
agrega a esto: “La historicidad no es
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una construcción lineal de lo vivido, es
una reconstrucción y una resignificación sometidas a la fuerza del deseo”.
Y lo último, dice en el artículo
publicado en el libro que editamos en
el año ‘98: “Trabajar de esta manera
[con la subjetividad] permitiría ver que
lo que aparece como carencia o falta
en términos de conciencia, solidaridad
y participación halla a nivel subjetivo
una expresión a través del sufrimiento,
entendido como una forma de resistencia a las nuevas modalidades de
dominación. El estudio de la subjetividad permitirá entonces escapar a ciertas visiones que conciben la relación
dominación-resistencia en términos de
conciencia o de falta de ella. La sumisión y la resistencia se desarrollan también, y quizás prioritariamente, en el
campo de las prácticas, en el del sufrimiento psíquico y corporal, en el campo de un sufrimiento las más de las
veces silencioso. Es en este nivel, que
muchas veces no tiene expresión verbal, ideológica ni política, en el que
quizás se están gestando espacios
posibles de resistencia.” Y se estaban
gestando…
JOSEFINA MARTÍNEZ
Voy a tratar de que lo mío sea muy
breve y muy centrado en lo que fue
una corta, pero para mí muy importante experiencia como auxiliar de investigación, porque yo ni siquiera fui becaria de Santiago. Yo trabajé con él, concretamente, en el relevamiento de
datos en la cervecería Quilmes y en la
Obra Social de la cervecería durante
dos años y medio, del ‘87 al ‘89.
Lo que voy a hacer es algo que no
sé si existe pero gira entre una reflexión testimonial y un testimonio reflexivo. No soy especialista en el tema, no
seguí trabajando en Antropología,
salud y trabajadores, más allá de que
me parece muy interesante y sigo tributando muchas de las cosas que
incorporé en ese momento como
136
ESPACIOS
auxiliar de él, pero de todas maneras
creo que esto puede complementar la
presentación que hizo Mabel de lo
que fue el trabajo con los cerveceros.
Como dato biográfico, yo había
ingresado a la carrera en el año ‘84, y
no lo tuve a Santiago de profesor en
ninguna de las materias que él daba,
de hecho, no lo conocía.
Hacia el año ‘87, a mitad de la carrera, me empecé a preguntar qué voy a
hacer, qué temas me interesan para
poder trabajar, y algunos amigos que
eran amigos de Santiago, me acercaron a él, lo conocí y empecé a trabajar
con él. Concretamente, la convocatoria
era para trabajar en el relevamiento de
datos en la Obra Social del Sindicato
de Cerveceros de la Cervecería Quilmes. Fue mi primera aproximación a la
investigación, y fue bastante intensa
porque esa tarea de auxiliar implicaba
ir a Quilmes dos veces por semana
junto con él, hacer relevamientos de
las historias clínicas de la Obra Social,
participar de las reuniones de la Comisión Interna del Sindicato, entrevistar a
trabajadores cerveceros y revisar expedientes de la justicia laboral iniciados
por accidentes de trabajo por parte de
muchos trabajadores cerveceros que
formaban parte de este núcleo.
Lo cuento desde el registro anecdótico, pero quiero rescatar una cuestión, que es que esta experiencia de
investigación refleja para mí una de las
características más importantes de lo
que significó Santiago para todo un
grupo de estudiantes, básicamente, los
que habíamos entrado en el ‘84 y el
‘85, y es que era una persona, mirada
desde la estudiante de veintipico de
años, muy comprometida con el tema
que trabajaba.
Esta cuestión de averiguar de qué
manera la cerveza llegaba a los trabajadores día a día, cotidianamente, dentro de la fábrica, era una especie de
obsesión, y era un dato que perseguíamos en cada una de las fuentes que
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íbamos recorriendo. Porque eso estaba
tan encubierto y a la vez tan naturalizado en los propios trabajadores que
era una dádiva, un beneficio que la
patronal les daba, un gesto de buena
onda de dejarlos tomar cerveza durante el horario de trabajo, que incluso en
las entrevistas era todo un arte llevarlos a ese tema y tratar de identificar
concretamente cómo había sido el
proceso por el cual se había llegado a
esa situación, no solo en el marco
general de la fábrica, sino también en
el marco general de cada uno de los
sectores de trabajadores donde había
modalidades distintas de la patronal.
De esa experiencia de investigación
creo que se desprende una de las
características de Santiago, que por lo
menos a los estudiantes de aquella
época nos quedó muy marcada y que
tenía que ver con la pasión y la dedicación por la búsqueda de datos en un
tema tan complejo como este de analizar las relaciones dentro de la fábrica
desde el punto de vista etnográfico,
cosa que no es sencilla, creo que sigue
siendo bastante complejo, incluso desde el punto de vista metodológico; y,
por otro lado, pone también de relieve
la forma en la que encaraba esta investigación, el compromiso político con
esos actores sociales.
Creo que de esta experiencia de
investigación esas fueron dos cosas
que a mí me marcaron absolutamente
las líneas, las posibilidades de investigación en Antropología Social.
Para recalcar esta dimensión humana de lo que significó Santiago para
los estudiantes de aquella época quiero poner énfasis en tres momentos
que me parece que pintan de cuerpo
entero su práctica, no como investigador, sino como docente y como formador de gente durante la carrera, lo
que yo considero que es su legado.
Una es que, como chica del interior
trasplantada a Buenos Aires, para mí
en los tres primeros años de la carrera
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no fue nada fácil enterarme de cómo
funcionaban las relaciones sociales en
la Facultad entre docentes y alumnos,
y creo que fue, no solo para mí sino
para todo ese grupo, la figura de Santiago la que nos mostró que había una
forma directa, campechana, a veces un
tanto cabrona también, un poco chicanera incluso, de comunicarse, discutir y
pelear entre profesores y estudiantes, y
eso no formaba parte de los cánones.
En eso era excepcional, era una figura
que se destacaba.
Me parece que para todo este grupo en la primera mitad de la década
del ‘80, Santiago fue eso, la posibilidad
de acercarse a un profesor al que uno
se podía aproximar y contarle cualquier proyecto, aunque fuera delirante,
y él iba a tener el tiempo y la capacidad para escucharlo y después orientar en la medida de las posibilidades,
de una forma abierta y democrática.
Me parece que esa es una de sus principales características.
La segunda es que, como estudiantes de Antropología, tuvimos la posibilidad de tener un contacto directo con
el hacer, con la práctica profesional de
la investigación, a partir de este campo
de Antropología y trabajadores, y eso,
como sabemos, deja un recuerdo
imborrable, es la primera experiencia
de campo, el primer acercamiento a
un tema de investigación.
Si lo miro desde ahora, como
docente, hay algunas cosas risueñas
en la forma que Santiago tenía para
estimular en el trabajo, porque en
general cuando uno le preguntaba, le
decía, bueno, vos podés resolver esto,
qué te parece, y era una pelea constante porque él lo que quería era que
uno tuviera cada vez más autonomía
y se hiciera cargo de las cosas, mientras que uno a mitad de la carrera lo
que quería era que le dijeran lo que
tenía que hacer y cómo hacerlo. Ese
me parece que era otro rasgo que
configuraba su forma de relacionarse
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con los estudiantes o con los que trabajábamos con él en este tema de la
investigación.
Por último, algo para abrirme del
tema de la investigación. Ya hacia el
final de la carrera se hacía evidente
que yo no iba a seguir investigando
en el tema de Antropología y Salud.
Entonces, me acuerdo que para ese
momento Santiago, con esa característica de acortar las distancias y acercar a la gente a los grupos de trabajos, me había presentado a Mirta Lischietti y había empezado a dar clase
en el CBC y en Sistemática I. En esa
época yo empecé a estudiar Derecho
y le dije que lo que me interesaba era
la Antropología y el Derecho, entonces Santiago, así, con ese estilo directo y sin poner ningún obstáculo, me
dijo: “Vos tenés que hablar con Sofía
Tiscornia”, y ahí mismo propició una
reunión con ella. Lo risueño, es que
después, en los años siguientes, el
chiste constante de Santiago hacia
Sofía fue “Me la robaste”, cuando él en
realidad había propiciado eso porque
era mi mayor interés, pero eso formaba parte del estilo de Santiago.
En síntesis, lo que yo quiero marcar con estos recuerdos, con esta forma de ser profesor y establecer las
relaciones entre profesores y estudiantes, es la actitud generosa y abierta que siempre tuvo para recibir a
todos los estudiantes que se acercaban con alguna inquietud, chicaneando, peleando, provocando muchas
veces, pero siempre con una actitud
inclusiva, y eso en esa época era un
factor muy importante para ir creando circuitos de institucionalización y
de inclusión en el trabajo antropológico que todavía no estaban hechos,
porque la normalización estaba en
curso y los circuitos institucionales no
estaban tan definidos como ahora.
Entonces, me parece que estas
características de la preocupación por
incluir, por orientar, por formar, por dar
138
ESPACIOS
un lugar, porque cada uno de los estudiantes interesados pudiera acercarse,
este abrir la puerta de muchos lugares
y considerar al estudiante como un
compañero, para mí constituyen el
legado de la figura de Santiago para
todos nosotros.
Por eso, muchas veces, cuando se
acercan estudiantes a pedir orientación y cuentan que tuvieron antes
alguna entrevista y los trataron mal, los
trataron con desprecio, con cierto desdén, yo les digo, es cierto, te puede
pasar, forma parte de la vida académica. Lo único que te pido es que no te
olvides de eso, así cuando vos seas
profesor no lo repetís, vos tratá de
acordarte de lo que pensás ahora, para
luego tener una actitud inclusiva,
generosa y abierta, y sin decirlo, pienso, como Santiago Wallace, que creo
que fue el que tuvo visiblemente una
actitud así.
CRISTINA CRAVINO
Lo conocí a Santiago como profesor,
no tengo recuerdos muy precisos, pero
lo que sí me acuerdo es de ese Congreso del ‘86, cuando era estudiante y
escuché la ponencia de Santiago. Me
acuerdo que muchos nos quedamos
fascinados con su trabajo, con su línea.
Yo empecé medio de casualidad a
trabajar con él, aunque no fue casualidad sino la generosidad de Santiago,
porque yo estaba recibida, estaba
haciendo una Maestría. Me acerqué al
Departamento a hablar con él para ver
quién le parecía que podía dirigirme
una beca. Tenía bien en claro el tema
que quería investigar, que estaba vinculado a una parte del trabajo de Santiago, que era el de los movimientos
sociales, y que por ahí no es lo que
más se conoce de él, pero el artículo
que escribió sobre eso me parece muy
interesante como mirada crítica. Después se dijeron muchas cosas que ahí
Santiago las planteaba muy incipientemente pero con mucha claridad.
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Finalmente, me dijo: “No sé quién
puede ser, pero no te preocupes, yo te
dirijo.” Fue así, Y me acuerdo de cuando preparé el proyecto, fueron millones de veces, idas y venidas de corrección. Y yo lo que agregaría a lo que se
planteó antes, es lo del compromiso
político, querría reforzar un poco eso,
porque me parece que ahora está muy
vapuleada esa palabra, está de vuelta
casi de moda, en el sentido de que era
un posicionamiento, no era una distorsión política o una cosa más superficial, era una coherencia absoluta en
todas sus instancias, y eso es lo que yo
más rescataría de Santiago. Coherencia
como docente; recuerdo que sus clases nunca terminaban con los alumnos yéndose rápidamente, sino juntándose alrededor de él para preguntarle
cosas; y su posicionamiento político en
los temas que elegía y en cómo articulaba con los actores fue lo que me
transmitió y lo que me dejó, como
dice Josefina, de legado. Yo siempre
intento y quisiera ser coherente como
lo era Santiago en ese sentido.
Empecé a trabajar el tema de toma
de tierras y también Santiago tenía
contactos políticos por todos lados.
Por supuesto, también tenía en la
empresa Quilmes con Gustavo, y ya el
traspaso al vínculo con Gustavo tenía
desde el vamos este compromiso político. Esto tiene que ver también con
cómo se construye el objeto de estudio en el sentido en que uno trabaja
con sujetos, ese es su objeto de estudio; pero desde el vamos uno veía que
eso para Santiago significaba que la
cosa era de igual a igual, porque hay
en ciertos sectores esta cosa de poner
al sujeto objeto de estudio en un lugar
distinto que el del respeto absoluto
hacia un igual a nosotros, un igual con
el cual uno va a intercambiar.
Intercambiar en el mejor sentido
de la palabra, porque a veces escucho
que no se sabe muy bien qué implica
eso. Un intercambio de ideas. En ese
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sentido, Gustavo de Quilmes era el
personaje, el cual leía el informe de
investigación, discutíamos horas, y
muchas cosas que me decía me servían
y viceversa. Era una práctica de trabajo, Santiago estaba involucrado en
eso y me lo transmitía siempre, no
escapar al posicionamiento político e
ir de frente en lo que uno pensaba,
que eso no significaba ciertas debilidades en la forma de trabajar, sino
todo lo contrario.
Y yo creo que esa es una de las
cosas que siempre recuerdo; una persona que siempre actuaba como consejero en todos los aspectos, incluso
en mi vida. Me “estrenaba” como
madre y me recuerdo hablando horas
con él por teléfono.
RAÚL CARNESE
En principio, deseo agradecer a los
organizadores de este evento que me
hayan invitado a participar de este
homenaje a nuestros compañeros Nilda Zubieta y Santiago Wallace. De
acuerdo con lo convenido, describiré
sucintamente lo que entiendo fueron
las características más relevantes de la
personalidad de Nilda.
Dividiré la exposición en tres partes, que se corresponden con tres
épocas: la primera es cuando nos
conocimos en la Universidad Nacional de La Plata, a mediados de la
década del ‘60. Ella comenzaba sus
estudios en la carrera de Antropología y yo era su ayudante diplomado
en la Cátedra de Fundamentos de
Antropología, en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP;
una segunda etapa que se extiende
desde octubre del ‘74 al ‘83, que abarca la última parte del gobierno de
Isabel Perón y la larga noche de la
dictadura cívico-militar, período en el
cual dejamos de vernos; y la tercera,
que se corresponde con nuestro
reencuentro en la Universidad de
Buenos Aires en la década de los ‘80,
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después del advenimiento de la
democracia en nuestro país.
No hay que olvidar que a mediados
de los ’60, que es cuando Nilda ingresa
a la Facultad de Ciencias Naturales y
Museo de la UNLP, el país y la Universidad se vieron conmovidos por el golpe militar de Onganía. La dictadura
intervino las universidades y hubo
renuncias masivas de profesores. En la
UNLP el movimiento estudiantil y
organizaciones gremiales de profesores y no docentes se organizaron para
resistir el embate de la dictadura. No
voy a analizar aquí ese nefasto acontecimiento, porque no es el motivo de
esta charla, solo lo señalo para contextualizar el ambiente en que se desarrolló gran parte de la actividad universitaria nacional.
Sin embargo, a pesar de ese contexto opresivo, se continuaron generando y contrastando proyectos de
cambios para la Universidad y el país.
La actividad científica, cultural, social y
política se continuó desarrollando
pese a la persecución y represión política. En esa época, el movimiento estudiantil, las organizaciones políticas
populares y los movimientos sociales
estaban muy motivados por los logros
de la revolución cubana, de la lucha
del pueblo argelino por su liberación
del colonialismo francés, del mayo
francés, de la lucha vietnamita contra
el imperialismo yanki y del cordobazo.
La década del ‘60 fue la incubadora del
setentismo.
Intentaré ubicar a Nilda dentro del
contexto social y político de esa época. En la ciudad de La Plata funcionaba
un comedor estudiantil, dependiente
de la Universidad, que cumplió una
función social extraordinaria. Llegó a
cubrir diariamente el almuerzo y cena
de 15000 estudiantes con un pago
simbólico que, estimo, serían hoy diez
pesos anuales. Eso posibilitó la convergencia hacia la UNLP de estudiantes
de clases humildes del país y también
140
ESPACIOS
del exterior, procedentes de Bolivia,
Perú, Paraguay, Venezuela, etc. Cada
uno de estos grupos tenía sus peñas,
donde se bailaba, se cantaba, se discutía de arte, de política... en fin, todas las
cosas que se hacían en nuestra juventud. Además, era el lugar de encuentro
de los estudiantes y donde, también,
se organizaban las asambleas universitarias. En todas esas movidas estaba
Nilda, con su presencia.
En la Facultad, participó de la lucha
contra la intervención, por el mejoramiento de los contenidos de la enseñanza, por los cambios del plan de
estudio de la carrera de Antropología,
donde se logró incorporar como materia Antropología Social. En ese
momento se dictaba Etnología, siendo
la bibliografía básica Epítome de Culturología de Imbelloni; no se estudiaba,
por ejemplo, a autores como Levi
Strauss, Gordon Childe, Steward y
White. Era una época que en nuestra
disciplina predominaba el paradigma
hiperdifusionista de la Escuela Histórico-Cultural.
En otros espacios, también, hacía
sentir su presencia. Valga una digresión
de carácter anecdótico. El cine Select
de la Plata era la versión platense del
Lorraine de Buenos Aires. Una de las
diferencias era que en el Select se exhibían casi siempre tres películas, recuerdo las de Fellini, Bergman, Visconti, las
rusas más famosas como el Acorazado
Potemkin y Alexander Nevsky de Eisenstein, Pasaron la grullas y tantas otras.
En el Select se daba un hecho muy
interesante, como si hubiera existido
un acuerdo tácito entre el operador y
el público, siempre los intervalos entre
películas se extendían entre 15 y 20
minutos y en ellos se discutía. Recuerdo ver a Nilda, también allí discutiendo, participando, siempre con su vena
irónica pero no agresiva.
Hacia fines de los años ‘60, comenzó a desarrollar tareas de investigación
y docencia. Entre el ’69 y el ‘71 fue
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miembro estudiante del equipo de
investigación del Dr. Mario Margulis, en
la Facultad de Ciencias Naturales y
Museo de la UNLP, con quien desarrolló estudios en poblaciones carenciadas del conurbano bonaerense. La
docencia, también la atraía; y fue ayudante alumna en las Cátedras de
Antropología Social de la UNLP con los
profesores Floreal Palanca y Guillermo
Gutiérrez. Esta tarea la desarrolló
durante el ’74.
El 8 de octubre de ese año la Triple A asesinó a dos compañeros de la
UNLP, Rodolfo Achem y Carlos
Miguel, Secretario Administrativo y
de Planificación, respectivamente, de
la UNLP y el gobierno de Isabel Perón
intervino la Universidad. Muchos profesores, estudiantes y trabajadores
debieron abandonar la Universidad,
la persecución política se había convertido en una verdadera pesadilla.
En ella participaron activamente integrantes de la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU) que era fuerte en algunas Facultades y representaba la versión nazi-fascista del
Comando de Organización. El CNU
pasó a incorporarse, posteriormente,
a los grupos de tarea de la dictadura
cívico-militar.
Debido a esa situación no pudo
concluir sus estudios universitarios. A
partir de esa época muchos de nosotros dejamos de vernos, con Nilda
habíamos generado una gran amistad,
aunque militábamos en diferentes grupos políticos.
Con el advenimiento de la democracia en el año 1983 volvimos a reencontrarnos. Lo primero que hizo fue
recibirse de antropóloga en marzo del
‘84 y luego comenzó a desarrollar una
intensa actividad profesional, como
para recuperar el tiempo perdido.
Realizó cursos y seminarios sobre
salud y antropología con Eduardo
Menéndez, Luis F. Dias Duarte y Paulo
Alves, entre otros.
Page 141
En 1985 se incorporó como Ayudante de Primera en la cátedra de
Antropología Biológica y Paleoantropología de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA. Además, entre el ‘91 y
el ‘97 fue docente en la cátedra de
Antropología Social II de la Escuela
Superior de Trabajo Social de la UNLP,
a cargo de la profesora Liliana Tamagno y fue profesora adjunta en el Taller
III de Planificación y Formulación de
Proyectos en la UNCPBA.
Paralelamente a esas tareas
docentes se desempeñó como asesora, coordinadora e investigadora en
diversos proyectos de investigación
sobre salud en las Municipalidades
de Quilmes y Berazategui. Esas actividades le posibilitaron tener un contacto personal con los problemas de
los barrios carenciados del conurbano bonaerense, lo que le permitió
visualizar los graves problemas existentes sobre el aborto y sus consecuencias para la mujer y la salud
pública. Comenzó, entonces, a abordar ese tema, participando como
codirectora en dos proyectos de
investigación en la Escuela Superior
de Trabajo Social de la UNLP. Esos
estudios los comunicó en diversos
Congresos y publicó dos artículos
“Aborto: en busca de un sentido” y
“Médicos y legos. Convergencias y
divergencias respecto del aborto”.
Entre los años ’89 y ‘98 participó
como investigadora en un UBACyT,
que se desarrolló en la Sección de
Antropología Biológica del Instituto
de Ciencias Antropológicas (FFyLUBA). En él se incluían proyectos de
investigación sobre genética de
poblaciones, epidemiología y crecimiento y desarrollo en poblaciones
indígenas del país.
Para la concreción de esos proyectos, realizó varios viajes de campaña a
la provincia de Río Negro para trabajar
con las comunidades mapuches de las
localidades de Cerro Policía y Aguada
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Guzmán. Tenía una predisposición
natural para establecer relaciones con
los miembros de las comunidades y,
además, aptitud para resolver los problemas de convivencia que, a veces,
suelen presentarse entre los miembros
de un grupo de investigación, que
pasa varias semanas de trabajo de
campo, en lugares inhóspitos de la
meseta patagónica.
Una de las preocupaciones centrales en esas comunidades era la
hidatidosis, que es una enfermedad
endémica de esas regiones. Con el
médico del equipo de investigación y
el agente sanitario de la zona trabajó
en la elaboración de las historias clínicas y, además, participó de las charlas a los miembros de las comunidades para explicar la forma de transmisión de la enfermedad.
Paralelamente, participó en la elaboración de tablas de valores normales de crecimiento de niños de
ambos sexos de 6-12 años de edad,
de las poblaciones mapuches de
Aguada Guzmán y Cerro Policía. Adicionalmente, evaluó el estado nutricional de los mismos mediante el
análisis de sus historias clínicas. El
aporte de Nilda en esos estudios ha
sido significativo, más aún, si consideramos que esas tablas fueron
empleadas por los médicos de las
unidades sanitarias de la región para
el seguimiento y control nutricional
de los niños y adolescentes de esas
comunidades.
Estos estudios los comunicó en
congresos de la especialidad y, posteriormente, con otros autores, los
publicó en Extensión Universitaria Nº 1
(FFyL-UBA,1995) “Estándares de Crecimiento Normal para la Población
Mapuche de Río Negro” y en la Revista Argentina de Antropología Biológica
(1996) “Perfil Infectológico de Poblaciones Mapuches de Cerro Policía y
Aguada Guzmán de la Provincia de
Río Negro”.
142
ESPACIOS
Estos proyectos los intentó desarrollar, también, en poblaciones indígenas
de Santa Victoria Este en la provincia
de Salta, pero lamentablemente no
pudo concretarlo.
En síntesis, desde sus comienzos
como estudiante demostró poseer un
pensamiento crítico y una profunda
preocupación por lo social, que la
canalizó a través de su práctica profesional y política.
Nilda fue mi amiga y también de
mi familia, tenía un fuerte compromiso
afectivo con sus amigos. En este
homenaje quise rescatar parte de su
personalidad, espero que lo haya
logrado, y decirle Nilda, flaca como la
llamábamos, te extrañamos mucho.
Muchas gracias.
MARCELO SARLINGO
Cuando Susana hizo la presentación aclaró que yo venía de la ciudad
de Olavarría. La experiencia de hacer
Antropología en Olavarría era bastante particular cuando se fundó la carrera en el año ‘88. Santiago empezó a
dar clases allí en el año ‘90, lo convocó Hugo Ratier, que en ese momento
era el Coordinador, y yo era parte de
la primera promoción junto con ocho
compañeros. Éramos nueve personas,
todas muy distintas, de diferentes
edades, situaciones, con distintas
experiencias, pero que más o menos
funcionábamos sin entender demasiado todavía qué era la Antropología.
La primera imagen que tuvimos
de Santiago fue que él viene, da la
primera clase y dice: “Bueno, ahora
ustedes me dan clase a mí, quiero
que me hagan conocer la ciudad”, y
como ninguno de nosotros tenía
auto ni nada, lo subimos a un colectivo y recorrimos algunas cosas, así
que en la charla él nos iba preguntando algunas cuestiones y nos contaba cosas de él, que se crió en un
pueblo chico, que hacía tal cosa, tal
otra, siempre cerca del campo.
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Y ahí vimos esa cuestión que
Josefina remarcaba, es decir, inmediatamente un feedback muy fuerte
que para nosotros se mantuvo
durante los ocho años que estuvo en
nuestra Universidad.
Obviamente, la materia que él
daba, que era Antropología Urbana,
por el contexto particular de la Facultad no era solo de Antropología Urbana, sino que Santiago mezclaba otras
cosas y las clases se alargaban, a veces
seguían en la casa de alguno de nosotros, se mezclaban con otras charlas, y
eso fue generando un vínculo bastante interesante, que fue la base para
que después, al año siguiente, comenzara con un Seminario de Antropología Médica, donde directamente nos
planteó una cuestión, lo que refuerza
lo que decían quienes me precedieron
respecto de cómo concebía la actividad académica.
Para él ese seminario tenía que ser
abierto a la comunidad, entonces,
había que invitar a los médicos, a las
enfermeras, y como Olavarría era una
ciudad muy chata en ese momento,
en cierta medida lo sigue siendo,
nosotros le dijimos que eso no iba a
andar. Y Santiago dijo que igual invitáramos a todos, que mantenía su
idea original.
El día que se inauguró el seminario
había 30 médicos y un montón de
personas. Para Olavarría, que en ese
momento tenía 80.000 personas, era
un hecho inédito. Y así arrancó la primera experiencia del Seminario, con
un diálogo constante de nosotros que
estudiábamos Antropología, Santiago
que coordinaba las clases, y lo que era
el afuera de la Facultad en ese entonces, que como era una Facultad en formación, todos éramos conejitos de
Indias de esa experiencia, los docentes
también, por supuesto, y funcionábamos a ensayo y error.
Al año siguiente, en el ‘92, Nilda
empezó a dar un Taller, que ya no se
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pensó como una materia sino como
un espacio para hacer trabajo de
campo, para hacer actividades aplicadas, y entonces obviamente Nilda
salía a terreno y nos llevaba a todos
nosotros y un poco así nos iba
empujando, con todas sus ganas.
Yo recuerdo que a ella le molestaba mucho el frío y sin embargo
nos empujaba todo el tiempo, era la
que salía primero, la que llamaba a
todas las salas de primeros auxilios,
la que nos impulsaba para que hiciéramos entrevistas.
Y así, cara a cara, fuimos haciendo
un vínculo que no fue único, porque
lo tuvimos con muchos de los profesores pero, en cierto modo, en particular con ellos, era indistinguible
estudiar Antropología de otras cosas,
era indistinguible de nuestras vidas
personales, indistinguible de una
posición política que teníamos en la
ciudad, una ciudad fundamentalmente reaccionaria y dominada por las
fábricas cementeras.
Ahí Santiago nos marcó que había
un campo muy interesante para trabajar
con la salud, con los problemas de las
enfermedades laborales, con las cuestiones de la subjetividad de los trabajadores, y también nos fue empujando un
poco a trabajar, con mucha rigurosidad,
mezclando muchas veces cierta impaciencia, porque nosotros teníamos los
datos de la investigación ahí adelante y
a veces no los podíamos ni siquiera ver,
entonces Santiago a veces perdía la
paciencia y nos retaba también, y a los
que éramos hinchas de Boca, él siendo
hincha de River, nos criticaba mucho
más duramente.
A Nilda le interesaban otras cosas,
pero recuerdo, por ejemplo, que a las
compañeras les encantaba salir con
Nilda porque las protegía de una
manera que nosotros no podíamos
entender casi.
La cuestión es que de a poco fuimos avanzando. Yo tuve la suerte de
Cs. Antropológicas
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que Santiago aceptara dirigirme.
Recuerdo las primeras correcciones,
donde no había una sola palabra que
estuviera bien. Yo venía con los borradores y tenía que rehacer todo nuevamente, y de a poco iba avanzando.
Yo quería trabajar otros temas y
hasta tenía miedo de planteárselo y
finalmente cuando lo hice, de la
manera más abierta, me dice: “bueno,
vos metele para adelante y la semana
que viene me traés algo escrito”. O sea,
era como un motor que nos impedía a
nosotros caernos, porque siempre
estaba empujando a su manera.
Obviamente, siempre había chispazos con algún compañero también,
porque él no aceptaba que nosotros
no cumpliéramos con ciertas cosas, y
menos entendía, por ejemplo, que
teniendo una realidad tan rica y tan
compleja, cómo alguno decidía dejar
la carrera o perderse en temas más
posmodernos. Pero esas cosas siempre
se resolvían con él, se charlaba y de
nuevo se avanzaba.
Esa experiencia en el caso de Olavarría no solo se daba con él sino
también con otras personas que aún
siguen yendo, y esto nos marcó profesionalmente y nos llevó a una manera
de entender la Antropología, y también nos ubicó, de la misma manera
que lo plantearon las chicas, que
explicaron esa mezcla de compromiso, de posición política clara, de
muchas veces sostener una idea y no
volver atrás, con lo cual el interlocutor
tenía que fundamentar con la misma
rigurosidad. Realmente los años en
los que se pudo trabajar en el seminario, que se fue articulando con otro
seminario de Antropología del Trabajo, fueron bastante brillantes. Coincidieron justo con lo peor de los ‘90, es
decir, para el caso de Olavarría, la
reestructuración de toda la dinámica
fabril dejó miles de obreros en la
calle, una depresión económica muy
fuerte, y ante ese tipo de clima que
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ESPACIOS
existía nosotros teníamos la Antropología delante de nuestros ojos y caminando por la ciudad uno ya hacía
muchas cosas.
En la medida en que después fuimos completando las tesis, encarando los posgrados, siempre Santiago
aparecía como una referencia, pero
no solo en términos académicos, sino
también en términos humanos. Él
nos fue ayudando a varios de nosotros, a algunos con mucha generosidad les abrió las puertas para que
hicieran posgrados en Brasil, y él mismo en el año ‘97 tenía pensado ir a
México, a hacer algunas cosas, y yo
recuerdo que una vez, en ese
momento, recién arrancábamos a
usar los e-mails con frecuencia, las
computadoras más modernas eran
las AT y las XT, y entonces en esa
época él le había escrito un correo a
Eduardo Menéndez a México, y
Menéndez le contesta, y recuerdo
que un día, tomando un café en Olavarría, me dice: “Mirá la respuesta que
me da Menéndez”, y Menéndez le
decía: “¿Para qué vas a venir a México
si vos sabes más que nosotros?” Y
bueno, un poco esa cercanía que
tenía con todos nosotros nos hacía
perder justamente que él realmente
había hecho un camino, y nosotros
después recién nos dimos cuenta de
que éramos herederos de algo que
en ese momento no sabíamos.
Algunas cosas de lo que Santiago
y Nilda dejaron estamos de alguna
manera recuperando, y haciendo
otras cosas, por supuesto, porque el
mundo cambió en estos diez años,
hay otras situaciones, otros problemas, algunos mucho peores, y ellos
siguen siendo una referencia importante para todos los que hacemos
Antropología, incluso para los chicos
que sin conocerlos nos preguntan
quiénes eran cuando se paran frente
a la placa del aula que en la Facultad
lleva sus nombres.