¿Cómo quiere Dios que lo sirvamos? - B&H Publishing Group

¿Cómo quiere Dios que lo sirvamos?
por Selva Martin de Calabretta
L
a respuesta a esta pregunta la encontramos
en la Palabra de Dios, porque la Biblia nos
enseña cómo hemos de servir a Dios.
- Con todo el corazón. «Ahora, pues, Israel, ¿qué
pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová
tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo
ames, y sirvas a Jehová con todo tu corazón y con
toda tu alma?» (Deut. 10:12). Hoy también Dios
nos pide a Sus hijos, salvados por la obra perfecta
de Cristo, que lo sirvamos con todo nuestro
corazón y con toda nuestra alma. Esto nos habla
de una vida completamente entregada a Él
porque Dios actúa a través de nosotros. Él quiere
utilizar nuestros labios, nuestras manos, nuestros
pies, todo nuestro ser, para servir a las personas
que nos rodean. Pero siempre debemos estar en
plena dependencia de Él; porque como dijo Jesús:
«separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5).
- De buena gana. David le pide a su hijo
Salomón: «Reconoce al Dios de tu padre, y sírvele
con corazón perfecto y con ánimo voluntario» (1
Crón. 28:9). Dios escudriña nuestro corazón
y nuestros pensamientos. A Él no lo podemos
engañar, por tanto no debemos servir al Señor
por obligación ni tampoco como una carga. Si
así lo hacemos, no sirve. Debemos hacerlo de
todo corazón y con nuestra voluntad rendida en
obediencia, buscando complacer a Dios en todo.
- Buscando Su gloria. Pablo nos recomienda:
«Hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor.
10:31). Todo lo que hagamos debe ser hecho
buscando Su gloria. Jesús nunca utilizó Su poder
en beneficio propio sino que siempre lo hizo
buscando la gloria del Padre. Nosotras también,
siguiendo Su ejemplo, debemos buscar la gloria
de Dios, el beneficio y la salvación de todos los
que nos rodean.
- Con amor. «Servíos por amor los unos a los
otros» (Gál 5:13). Necesitamos olvidarnos de
nosotras mismas y pensar en los demás. Debemos
hacerlo con el mismo amor con que el Señor Jesús
nos amó a nosotras. Hay una canción que refleja
esa enseñanza:
Muchas veces di todo mi amor y mi pan
Pero fui defraudada y no quise dar más
Sin embargo no pude vivir sin amar
Y aprendí que perder es ganar.
Jesucristo me enseña cómo he de vivir
Él dio todo lo suyo sin guardar para sí
A pesar del desprecio Su amor entregó
En la cruz el perdón me alcanzó.
Quiero vivir como Cristo lo exige de mí
Y voy a dar aunque no tenga más para dar
Voy a entregar hasta mi última gota de amor
Pues no quiero defraudar al Señor.
Experimentamos un gozo especial cuando
de corazón y por amor ayudamos a la gente.
Dios merece lo mejor de cada una de nosotras.
Cuando servimos a los demás, servimos a
Dios.
- Con humildad. «Nada hagáis por contienda
o vanagloria; antes bien con humildad» (Fil.
2:3). La humildad debe ser para nosotras una
lucha diaria. Debemos servir humildemente,
no buscando el aplauso ni el reconocimiento
de los demás. Servir sin egoísmo ni orgullo,
poniendo en primer lugar los intereses del
Señor. Ninguna tarea es pequeña a los ojos
de Dios. La célebre frase de John Wesley lo
resume a la perfección: «Haz todo el bien que
puedas, por todos los medios que puedas, de
todas las maneras que puedas, en todos los
lugares que puedas, en cualquier tiempo que
puedas, a da la gente que puedas, cada vez que
puedas».
- Con alegría. «Servid a Jehová con alegría»
(Sal. 100:2). Sin quejas, sin rezongos, sin
críticas. Dios se fija con qué actitud servimos.
Debemos hacerlo porque amamos al Señor
y estamos agradecidas por Su favor. Servir
al Señor produce en nosotras gozo, porque
vemos que Dios obra, bendice y salva a otros
por nuestro intermedio. La tarea a realizar no
es fácil pero sabemos que hay recompensa.
Hay alegría en la tierra: «Los que sembraron
con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando
y llorando el que lleva la preciosa semilla;
mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus
gavillas» (Sal. 126:5-6). No hay mayor gozo
que asombrarnos ante el maravilloso milagro
que Dios realiza, cuando un alma se convierte
a Cristo por obra del Espíritu Santo.
- Con gratitud. «Tengamos gratitud y
mediante ella sirvamos a Dios» (Heb. 12:28).
Cómo no agradecer a Dios Su gran amor,
que lo demostró entregando a Su amado
Hijo Jesús por todos nosotros, y así alcanzar
nuestra salvación eterna. ¡Cuánto costamos!
Jesús murió por nosotras para que nosotras
vivamos para Él.
- Para el Señor. «Y todo lo que hagáis,
hacedlo de corazón, como para el Señor y no para
los hombres» (Col. 3:23). Todo lo que hacemos
cada día, debe ser una ofrenda para el Señor.
La verdadera motivación no debe ser agradar
al hombre sino agradar a Dios.
- En santidad. «Mis ojos pondré sobre los
fieles de la tierra, para que estén conmigo; el
que ande en el camino de la perfección este me
servirá» (Sal. 101:6). Fidelidad y perfección.
El camino de la perfección es el camino de la
santidad; solo así podremos ser útiles para Él.
Solo así seremos aptas para Su servicio.
- En el Espíritu. «Porque nosotros somos los
que en espíritu servimos a Dios, y nos gloriamos
en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la
carne» (Fil. 3:3). Como creyentes debemos
vivir en el Espíritu y por el Espíritu. Debemos
ser controladas y guiadas por el Espíritu Santo
que vive en cada una de nosotras, si somos de
Cristo. Sin Su guía, consejo y poder todo es
en vano. Por eso, en todo tiempo, debemos
servir dirigidas por el Espíritu. De esta manera
tendremos una intuición espiritual y un discernimiento sano y
verdadero. El poder de Dios se manifestará a través de nuestras
vidas, para así realizar una tarea efectiva, que dé como resultado la
gloria de Dios y el bien de las almas.
¿Qué estamos haciendo para nuestro Señor? Un corazón salvado
es un corazón que quiere amar y servir a los demás. Si no es así,
algo anda mal. Todas, sin excepción, debemos estar ocupadas en
Su obra. Él nos lo pide, Él lo reclama; es lo menos que cada una de
nosotras podemos ofrecerle: nuestra vida, nuestro corazón, nuestra
voluntad y nuestro servicio. ¿Qué mayor privilegio que servir al
Rey de reyes y Señor de señores, al más alto y sublime, al Dios
eterno y misericordioso, al Soberano, al único y verdadero Dios, al
gran Yo soy?
1