Está prohibida por ley la reproducción, almacenamiento o transmisión, total o parcial, por cualquier medio o procedimiento técnico, de esta publicación –incluido el diseño de la misma y las ilustraciones– sin permiso expreso del editor. Las fotografías de portada e interiores han sido cedidas gratuitamente por las productoras o distribuidoras de los films, que conservan los derechos de propiedad y reproducción sobre las mismas. Portada: María José Casanova Diseño: Laura de la Iglesia y Álvaro Sánchez © 2009 Ediciones Mensajero, S.A. – Sancho de Azpeitia, 2 – 48014 Bilbao. E-mail: [email protected] Web: www.mensajero.com ISBN: 978-84-271-7017-9 SUMARIO Cómo usar este libro Equipo Reseña y colaboradores Julio Punto de vista: Mohsen Makhmalbaf en Granada (Sergio Fernández Pinilla) Fechas Premios Estrenos Agosto Punto de vista: Hacia un cine clónico: reelaboraciones de la ficción (Ernesto Pérez Morán) Fechas Premios Estrenos Septiembre Punto de vista: Paul Newman ya es leyenda (Fernando L. Bejarano) Fechas Premios Estrenos Octubre Punto de vista: Barcelona audaz: el otro cine español (José Antonio G. Juárez) Fechas Premios Estrenos Noviembre Punto de vista: Teoría, identidad y oficio del actor (José Luis Sánchez Noriega) Fechas Premios Estrenos Diciembre Punto de vista: Julio Diamante, una generación del cine español (F. Moreno y J.L. Sánchez Noriega) Fechas Premios Estrenos Bibliografía cinematográfica Cómo usar este libro El libro está dividido por meses. En cada uno de los capítulos el lector encontrará breve noticia de los hechos ocurridos en ese tiempo, los premios concedidos, crítica de todos los estrenos en Madrid con su fecha técnica y, en su caso, las reposiciones. Cuando las reseñas no llevan firma o figura entre paréntesis y en cursiva N.I., se trata de una nota informativa. Las claves de las abreviaturas para las fichas técnicas son: T.O.: Título original. Son: Sonido. P: Producción.D.A.: Dirección artística. A: Argumento.Dec: Decorados. G: Guión.Ves: Vestuario. D: Dirección.EE: Efectos especiales. F: Fotografía.I: Intérpretes. M: Música.Dis: Distribuidora. Mon: Montaje.Estreno: Estreno en Madrid. A los anteriores datos se añaden la duración del film en minutos, la clasificación estatal y la de la OCIC. La del Estado tiene las siguientes claves: (T) = Todos, (7) = No recomendada a menores de 7 años, (13) = No recomendada a menores de 13 años, (18) = No recomendada a menores de 18 años. Las claves de la OCIC-España son: (T) = Todos, (AD) = Adolescentes, (J) = Jóvenes, (A) = Adultos, (AR) = Adultos con imágenes e ideas que pueden molestar, y (N) = Desaconsejable. Equipo Reseña y colaboradores Manuel Alcalá Norberto Alcover Rafael Arias Carrión Fernando Bejarano Francisco María Benavent Sergio Fernández Pinilla José Antonio García Juárez Miguel Ángel Huerta Floriano Luis Ángel Inurria Pedro Miguel Lamet María Teresa S. Lancis Cristina Leza José Luis Martínez Montalbán Francisco Moreno Ángel Antonio Pérez Gómez Ernesto Pérez Morán José Luis Sánchez Noriega Pedro Sangro Colón Alfonso Santos Gargallo Luis Úrbez Preparación de la edición José Luis Sánchez Noriega y Ángel Antonio Pérez Gómez JULIO Punto de vista Mohsen Makhmalbaf en Granada El festival Cines del Sur de Granada programó en su segunda edición una amplia retrospectiva del otro gran realizador iraní que existe actualmente. Sin haber gozado de la resonancia mediática que entre la crítica especializada tiene cada nueva película de su colega Abbas Kiarostami (algo que seguramente se deba a la estética insobornable de éste), la relevancia del cine y de la figura de Makhmalbaf es fundamental para todo el que pretenda acercarse a la cultura persa posterior a la Revolución Islámica. Cineasta urgente, autodidacta, popular y revolucionario (ya sea contra la dictadura del Sha, el fundamentalismo teocrático o contra el propio dispositivo cinematógrafo en cuanto fábrica de sueños), Makhmalbaf departió en la capital andaluza sobre su trayectoria fílmica, la situación política que se respira en su país y el difícil momento que atraviesa su familia, todavía con el regusto amargo del último atentado perpetrado contra el equipo de rodaje de Shamira, su hija mayor. Las películas de Makhmalbaf se pueden agrupar en cinco etapas que se suceden cronológicamente y que discurren a partir de los años 80, años en los que escribe y filma al servicio de la Revolución, su toma de conciencia como activista desencantado con la realidad que se impuso tras el regreso del ayatolá Jomeini y en el cual retrata a los mostazafin o despojados sociales (la película que marca este punto de inflexión es, como señala Mirito Torreiro, El matrimonio de los benditos, de 1989), una etapa de reconciliación con la tradición cinematográfica y a la vez metarreflexiva, con películas como Un momento de inocencia, Érase una vez el cine o Salaam Cinema, y un periodo de plenitud formal, en la que Makhmalbaf encuentra un nuevo lenguaje cinematográfico que entronca con la tradición lírica persa de los Sohrab Sepehri, Akhavan Zales o de la también cineasta Forough Farrokhzad. Ésta es la época a la que corresponde la realización de su obra maestra Gabbeh, excepcionalmente desglosada en el artículo de Negar Mottahedeh incluido en la selección de textos coordinada por Fernando González García Mohsen Makhmalbaf, del discurso al diálogo (Filmoteca de Andalucía y Cines del Sur, 2008). En esta película, y también en El silencio, Makhmalbaf establece una nueva relación con los elementos del paisaje, con los objetos, con los elementos del encuadre, descubriendo un nuevo simbolismo y otras formas de narrativa. Hasta el momento, la última etapa en la carrera de este singular realizador iraní se corresponde con el extrañamiento forzoso de su país de origen debido a las continuas amenazas de muerte, con los cinco filmes que Makhmalbaf ha rodado en el exilio gracias al apoyo financiero de empresas como Wild Bunch, que sigue produciendo películas difíciles a pesar del clientelismo de algunos festivales y distribuidoras. Filmes tan incomprendidos como El grito de las hormigas (2006) suponen una continuación en la relación que el cineasta mantiene con lo aprensible: son indagaciones que se fundan en el pensamiento, los viajes y la experiencia para tratar de trascender la realidad misma, y que responden al viejo anhelo de Makhmalbaf por encontrar ese lugar diferido entre la cámara y la realidad. Además de las referencias autóctonas, reconoció el director de Teherán la atracción que siente por la obra de artistas como Buñuel, Dalí y Federico García Lorca, como también su admiración, aunque tardía, igual que su cinefilia, por el Neorrealismo italiano. En estas últimas películas de su prolífica carrera, las conexiones sugeridas desbordan las confesadas, y permiten tender puentes con las películas exploratorias de Jean Renoir, Rosellini y hasta de Philippe Garrel. Durante su encuentro con la prensa, Mohsen Makhmalbaf disparó contra la proliferación del audiovisual: «No todo el que coge un bolígrafo es capaz de ser un escritor» o «Para mí, el cine de hoy es un cine de ruidos», dijo. Además trazó un esclarecedor mapa sobre los tipos de películas que se hacen actualmente en su país, diferenciando entre el cine de propaganda financiado con dinero público, el cine meramente de entretenimiento y un cine alternativo de aquéllos que, como él hizo en sus orígenes, tratan de reflejar la realidad y de modificar aquello que ven, con la pretensión de cuestionar el punto de vista oficial y el de sus potenciales espectadores. Según Makhmalbaf, estas películas se topan en Irán con el veto de la censura, con la falta de ayudas oficiales y con una escasa repercusión interna, pese a su ocasional éxito en los festivales internacionales. Sergio Fernández Pinilla Fechas 1: A punto de cumplir 97 años muere en París el famoso historiador y ensayista cinematográfico francés Henri Agel. 2: Se descubre en Buenos Aires una copia íntegra en 16 mm de Metrópolis (1927) de Fritz Lang. Incluye los treinta minutos del montaje del estreno que desaparecieron de las copias posteriores. 3: En la Filmoteca Nacional se inaugura la exposición México fotografiado por Luis Buñuel, que recuerda al cineasta aragonés al cumplirse veinticinco años de su muerte. 4: Comienza el festival de Karlovy Vary. Hasta el día 12. Véase premios. En la sesión inaugural se entrega un Globo de Cristal honorífico a Robert De Niro. La retrospectiva se dedica a Arturo Ripstein. Deceso de la actriz norteamericana Evelyn Keyes (Unión Pacífico, Lo que el viento se llevó, La vuelta al mundo en ochenta días). 6: La estrella del cine soviético Nonna Mordiukova fallece en Moscú. Se dio a conocer en 1948 con La joven guardia (Molodaya Gvardiya, 1948) de Serguei Guerásimov y se convirtió en la «estrella oficial» del régimen comunista. En España sólo estrenó La comisaria (1967). 7: Óbito de Charles H. Joffe, productor habitual de los filmes de Woody Allen (Annie Hall, Manhattan, La rosa púrpura del Cairo). 8: El AFTRA, el sindicato minoritario de actores de EEUU, aprueba el convenio laboral propuesto por la asociación de productores de cine y televisión. El sindicato mayoritario, el Screen Actors Guild, sigue considerándolo inaceptable. 11: Aparece muerto el actor brasileño Breno Mello, protagonista de Orfeo negro (1959). Trabajó luego en otros filmes, pero sin alcanzar notoriedad. 15: La Academia española de Cine nombra miembro de honor a la actriz María Isbert. 21: Fallece la actriz hispano-argentina María Vaner (El romance del Aniceto y la Francisca, La Raulito, En retirada). 22: Defunción de la actriz estadounidense Estelle Getty (Tootsie, La máscara, Alto o mi madre dispara). 27: Mueren la actriz italiana Marisa Merlini (Pan, amor y fantasía, El juicio universal, El demonio de los celos) y el director egipcio Yusuf Charine (Hijo del Nilo, Lucha en el valle –debut de Omar Sharif–, Alejandrie New York). 29: Se celebran diversos homenajes a Luis Buñuel al cumplirse veinticinco años del día de su muerte. Se anuncia que Ermanno Olmi recibirá un León de Oro honorífico en el próximo festival de Venecia. Premios 43.º FESTIVAL DE KARLOVY VARY Globo de Cristal: Terriblemente feliz (Frygtelig Lykkelig, DIN) de Henrik Ruben Genz. Especial del Jurado: The Photograph (INDON-FR-HOL-SUI-SUE) de Nan T. Achnas. Dirección: Alexey Uchitel por Cautivo (Plennyj, RUS-BUL). Actriz: Martha Issová por Hijos de la noche (Děti noci, CHE) de Michaela Pavlátová. Actor: Jiří Mádl por Hijos de la noche. Mención: ex aequo Los hermanos Karamazov (CHEQ-POL) de Petr Zelenka y El investigador (A nyomozó, HUN-SUE-IRL) de Attila Gigor. Largometraje documental: Man on Wire (GB) de James Marsh. Cortometraje documental: Mundo perdido (Letünt vilá, HUN-FIN) de Gyula Nemes. Globo de cristal (carrera): Robert De Niro, Dušan Hanák y Juraj Jakubisko (Eslovaquia) e Ivan Passer. Globo de cristal (contribución al cine mundial): Christopher Lee, Danny Glover y Armin Mueller-Stahl. Premio Este del Oeste: Tulpan (KAZAJ-RFA-SUI-RUS-POL) de Sergey Dvortsevoy. Público: 12 (RUS) de Nikita Mijalkov. FIPRESCI: Los hermanos Karamazov. SIGNIS (ecuménico): The Photograph. Estrenos Aliento T.O.: Breath / Soom. P: Kim Ki-duk Film, Cineclick Asia y Sponge (CS, 2007). G y D: Kim Ki-duk. F: Sung Jong-moo. M: Kim Myung-jong. Mon: Wang Su-an. I: Chang Chen (Jang Jin), Zia (Yeon), Ha Jung-woo (marido de Yeon), Kang In-hyung (joven prisionero), Kim Ki-duk (jefe de seguridad), Lee Joo-seok (preso pintor), Oh Sun-tae (preso gordo), Kim Eun-seo (Hee, hija de Yeon). Dis: Golem. Estreno: 4-7-2008. 84 min. (13). Harta de su vida de pareja, resentida por la infidelidad de su marido, la noticia del intento de suicidio de un reo (Jang Jin) en el corredor de la muerte despierta la curiosidad de Yeon. Un atónito Jang Jin recibe la visita de Yeon, quien con apenas cuatro palabras logra establecer una misteriosa relación de intimidad que obra un cambio en ambas azoradas criaturas. Desde la desesperanza que les une y a través de las originales visitas que sintetizan el tiempo, Yeon y Jin configuran una suerte de relación simbiótica acorde con sus necesidades, la de Yeon de ser escuchada, y la de Jin, rostro del desaliento, de la crónica de una muerte anunciada, entregándose un átomo de lo que la vida les ha negado. Kim Ki-Duk pertenece a esa variedad de directores innatos, sin formación cinematográfica, proveniente de otras artes –la pintura en su caso–, que se encuentran casi sin ambicionarlo detrás de una cámara y descubren su vocación. Inspiración y formación bañan la plasticidad de su estilo, en una rara frontera entre la lírica, el artificio y la naturalidad, con un trabajo soberano sobre los colores y su valor significante. Mientras, los textos del coreano se humanizan tras el velo de la ingenuidad, hallándose inundados de personajes en el filo, aislados, en espacios apartados que les definen, en lucha por comunicarse, pero apenas con recursos y vías para hacerlo, emitiendo unos mensajes difícilmente penetrables, presididos por un ansia constante de materialización física, una necesidad de sexo que excede muchas veces lo pasional. El autor de La isla (2000) no habla de la incomunicación, sino de otras vías de comunicación inexploradas, y así fundamenta buena parte de su lenguaje en el gesto y la mirada, dejando el verbo –que evita tenazmente– en un papel muy accesorio. Inunda su cine de primeros planos, de juegos malabares con la composición y la profundidad, los espejos y los vanos de muros que enmarcan dentro del marco de celuloide. Añade una simbología conscientemente aprehensible para cualquier público con la que hila secuencias y establece paralelismos de especial significación entre acciones, personajes u objetos (las esculturas de ángeles y la camisa que desciende delicadamente como un ala rota), amén de cuidar hasta los más pequeños detalles casi inapreciables, que adornan el discurso (la matrícula del coche y el número del reo contiguos, para hablar quizás de una supuesta fatalidad), e insistir en las estaciones como metáfora de la vida y de los estados emocionales: una primavera en ebullición, donde la pasión exacerba tanto lo positivo como lo negativo. Un verano de plenitud que deja paso al depresivo otoño. Por fin un invierno de tranquilidad desde la experiencia, capítulo final que facilita la toma de decisiones que no acarrearán consecuencias en este mundo. Pese a su absoluta frescura y un texto veteado de los giros sorprendentes a los que nos tiene acostumbrado su director, no se aprecia en Aliento una verdadera evolución del cine de Kim Ki-Duk, sino más al contrario una actitud un tanto acomodaticia en la que se puede considerar su «marca de la casa». José Antonio G. Juárez Bienvenido a Farewell-Gutman P: Quimelca y Just (ESP, 2008). G: Xavi Puebla y Jesús Gil Vilda. D: Xavi Puebla. F: Ángel Luis Fernández. M: Mikel Salas. Mon: Jordi Suárez. I: Ana Fernández (Adela), Lluís Soler (Fernando), Adolfo Fernández (Lázaro), Héctor Colomé (Lúger), Pep Anton Muñoz (Santiago), Sergio Caballero (Martín), Marta Novotna (Nadia). Dis: Aurum. Estreno: 4-7-2008. 106 min. (13). La película recuerda inevitablemente a El método (2005) de Marcelo Pyñeiro y se inscribe en un subgénero del cine social que se centra en la situación laboral, las relaciones humanas y los procesos de selección y promoción dentro de las empresas, por lo general, de gran tamaño. Hasta Caos calmo podría incluirse en este apartado, pues la situación profesional de su protagonista tiene muchos puntos de contacto con la de este film. Sólo que en la película italiana es una trama secundaria y aquí central y casi única. Tres altos ejecutivos de Farewell-Gutmann, una compañía multinacional, se pelean por la poltrona de su jefe de departamento, que ha quedado vacía por defunción. A su vez, dos de ellos seleccionan también nuevos empleados para la fábrica, pues el sillón en disputa es el de Recursos Humanos. El guión nos da lo previsible y esperable en un planteamiento semejante. Los tres candidatos son, en principio, poco recomendables y no sólo se miran de reojo para vigilar al contrincante sino que recurren a toda clase de artimañas para desbancar a sus oponentes en la carrera hacía la ansiada promoción. El perfil psicológico, el dibujo de su personalidad tampoco es un dechado de finura y matices. Son personajes extraídos de una tipología de manual y, lo que es más grave, se comportan de manera siempre acorde con lo que cabría esperar de ellos, aunque en algún caso, como la relación entre Lázaro y Adela, o el acoso al que éste somete a una solicitante ucraniana, parecen extemporáneos y escasamente verosímiles a tenor del trato que se otorgan los dos primeros y la escasísima sutileza con que está planteado el chantaje sexual en el segundo caso. También la displicencia inicial de Adela con el médico epiléptico, solicitante de trabajo, y luego su conversión final me suenan a parábola evangélica, aquella de los dos deudores, en la que la moraleja es «con la vara que midieres serás medido». Por otra parte, el personaje misterioso y mistérico de Lúger resulta un pastiche de tomo y lomo. Su metodología para seleccionar al más idóneo para el puesto resulta, cuando menos, aberrante y totalmente al servicio del «mensaje» que los guionistas quieren transmitirnos, que no es otro que el ya tópico de que «el hombre es un lobo para su semejante». Una última observación antes de terminar con esta película que no merece mayor atención: muchos de los que escriben y dirigen este género de filmes parece que nunca han sido seleccionados o han trabajado en una de estas empresas, porque el ambiente entre los empleados y hasta la disposición de los despachos no tienen parecido con la realidad. Parecen más bien unos decorados expresionistas cuando no minimalistas y los actores que interpretan estos personajes dan el cante, no por su rostro y apariencia (en este film el casting es lo único bueno), sino porque tenemos la impresión, viéndolos, de que nunca han trabajado en una oficina. La película de Piñey, inspirada a su vez en una obra de cierta consistencia como es El método Grönholm, aun con sus defectos, está a años luz de esta secuela, bien intencionada, eso sí, pero escasamente atractiva y, desde luego, nula como denuncia del arribismo entre altos directivos y como reflexión sobre la naturaleza competitiva de los humanos. Ángel Antonio Pérez Gómez Cómo cocinar tu vida T.O.: How to Cook Your Life / Wie man sein Leben koch. P: Megaherz Film (RFA, 2007). G y D: Doris Dörrie. F: Jörg Jeshel y Doris Dörrie. M: Sven Faller, Mathias Götz, Florian Riedl y Martin Kolb. Mon: Suzi Giebler. I: Documental con las intervenciones de Doris Dörrie y Edward Espe Brown. Dis: Karma. Estreno: 4-7-2008. 100 min. (T). La propuesta de la directora Doris Dörrie y el cocinero zen Edward Brown en este documental sobre la relación entre la filosofía zen y la cocina es la de interpretar el mundo actual –en sentido más cosmológico que terrenal– a partir de sencillas metáforas, que brotan de un seguimiento constante de la cámara que lleva Doris Dörrie por las clases y conferencias de este maestro, a quien vemos en sus clases teóricas y en sus clases prácticas de cocina. Edward Brown imparte desde 1985 clases de cocina y meditación. Durante estos años ha publicado diversos libros de cocina, entre los que destacan El Libro Tassajara del Pan, que se basa en la filosofía de que el buen pan necesita algo más que harina, agua, leche y huevos, y El Libro Tassajara de Recetas, una colección de recetas basada en sus 30 años de experiencia en el Tassajara Zen Center; en él incide en el cuidado especial en la elaboración de los platos, siguiendo la máxima del maestro Suzuki Roshi: «Cuando laves el arroz, lava el arroz; cuando cortes las zanahorias, corta las zanahorias, y cuando remuevas la sopa, remueve la sopa». En el fondo, Cómo cocinar tu vida no pasa de ser una amable película de autoayuda, aunque aquí se parte de una verdad incontestable, por lo menos para todos aquellos que cocinan habitualmente: comer es algo más que ingerir alimentos. Bajo esta premisa, se desvelan paralelismos, bastante simples, sobre la necesidad de cuidarse uno mismo, de ingerir buenos alimentos, de que todo alimento puede ser exquisito, incluso el más barato, de que cocinar es sumirse en un estado de meditación y comunicación a la que ayuda la filosofía zen, frente a un mundo en el que la soledad es vista como un continuo pesar, en donde las prisas hacen que las más de las veces comamos aquellos alimentos que nunca hemos preparado ni siquiera visto, tocado, amasado. Es decir, lo que buscan Doris Dörrie y Edward Brown es deleitarnos con un recital de sencillas sensaciones para que, cuando salgamos del cine y vayamos a casa, probemos a mimar los alimentos que vamos a ingerir, puesto que en ellos está en lo que nos valoramos. La idea central de la película es la de unir en un mismo proceso el acto de cocinar y el acto de comer. Rafael Arias Carrión Las crónicas de Narnia: el príncipe Caspian T.O.: The Chronicles of Narnia: Prince Caspian. P: Walt Disney y Walden Media (USA, 2008). G: Andrew Adamson, Christopher Markus y Stephen McFeely. A: el libro de C.S. Lewis. D: Andrew Adamson. F: Karl Walter Lindenlaub. M: Harry Gregson-Williams. Mon: Sim Evan-Jones. EE: Baseblack, Escape, Framestore, Fugitive, Gentle Giant, MPC, Rainmaker, Rising Sun, Scanline y Weta. I: Ben Barnes (el príncipe Caspian), Georgie Henley (Lucy), Skandar Keynes (Edmund), William Moseley (Peter), Anna Popplewell (Susan), Peter Dinklage (Trumpkin), Pierfrancesco Favino (lord Glozelle), Sergio Castellitto (rey Miraz), Warwick Davis (Nikabrik), Damián Alcázar (lord Sopespian), Vincent Grass (Dr. Cornelius), Alicia Borrachero (reina Prunaprismia), Shane Rangi (Asterius). Dis: Walt Disney. Estreno: 4-7-2008. 147 min. (T). Érase una vez un grupo de hombres, geógrafos para más señas, decididos a crear un mapa que recogiese fielmente todos y cada uno de los accidentes del globo, todas y cada una de las montañas y de los ríos, todos y cada uno de los detalles que hacen únicos a los distintos parajes. Al final, lo que obtuvieron fue una copia perfecta del original, tan aparatosa que a nadie servía. Una representación duplicada de la realidad. Esto se cuenta en Del rigor a la ciencia, uno de los relatos más brillantes de Jorge Luis Borges, que puede ser útil para explicar algunos puntos clave de la reciente –que no última– adaptación sobre el universo de Narnia. Madejas con las que urdir el tejido intertextual de un conjunto que conforma un enorme mapa de geografía literario-cinematográfica al que es necesario prestar atención. En cuanto al enclave espacial de Narnia, se describe como un sitio maravilloso, poblado de animales parlantes y figuras con claras reminiscencias cristianas: es difícil, ya en el texto fundacional Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario, no ver al felino Aslan como un redentor de los pecados de ese lugar fantástico. Lugar donde llegan de tanto en tanto –es decir, con cada entrega– los hermanos Pevensie: Peter, Susan, Edmund y Lucy. Tiernos colegiales en su anodina existencia, se transforman allí en los reyes de Narnia... de los viejos días, puesto que Lewis se encarga de subrayar la dialéctica entre lo antiguo –asociado según él a conceptos como fe, ilusión y misterio– lo nuevo: destrucción, tiranía o cientificismo. Baste apuntar que este segundo polo no sale, precisamente, muy bien parado. Y del espacio pasamos al tiempo: cada mundo tiene su cronología y, aunque los protagonistas crecen y maduran en Narnia, vuelven a nuestro universo convertidos otra vez en mozalbetes. Esta sugerente paradoja permite dibujar el arco áureo de la construcción de los personajes y plantear unos conflictos internos dominados por las dificultades de adaptación de los chicos. Por otra parte, y moviéndonos aún en los resbaladizos terrenos de la dimensión temporal, el potencial lector de las novelas del escritor C.S. Lewis es eminentemente infantil, amén de los mensajes píos que se trasladan de forma más o menos subrepticia. Así, se tiene un receptor tipo, dos tiempos y dos mundos. El último de los cuales es todo un cosmos repleto de figuras fascinantes, malvados muy malvados y seres que ayudan a los héroes. En Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian, los humanos invocados –invirtiendo el procedimiento habitual, pues en la literatura fantástica los llamados suelen ser las criaturas sobrenaturales– deben socorrer al legítimo heredero del trono, en lucha contra su padrastro, el pérfido Miraz. La trama sirve como recurso para recalcar no pocas intersecciones: la amistad entre Tolkien y Lewis –y una fructífera apuesta– dio pie a esta serie de siete libros; la estación y el andén 9 ¾, en el que Harry Potter y compañía encuentran el puente hacia Hogwarts, se inspira en uno análogo de esta segunda entrega narniana... Y no puede entenderse la recuperación de Lewis sin atender al éxito de El Señor de los Anillos o Harry Potter. Igualmente a rebufo nace la traducción a celuloide de Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian. Una nueva superproducción con un formato similar al del resto de las ilustraciones tan frecuentes en los últimos lustros y que sigue idénticos parámetros. Se podría hablar de una réplica perfecta de otros taquillazos, tan aparatosa como ellos mismos. Una de las pocas diferencias es el desarrollo de los efectos digitales –anacrónicas quedan algunas recreaciones de la primera parte de El Señor de los Anillos: La comunidad del anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, Peter Jackson, 2001)–, cuya eficacia durará lo que tarden los programas informáticos en superar a los anteriores, configurando un cine caduco empeñado en ser absolutamente fiel a la realidad, cuando, desde hace mucho, se sabe que eso es imposible para cualquier imagen. Pero las intenciones miméticas tropiezan con un obstáculo: la puerilidad –en el sentido estricto y no peyorativo del término– del referente. Frente a él, El príncipe Caspian resalta los elementos épicos desde el principio: interminables ralentís, ángulos contrapicados de cariz grandilocuente, subrayados musicales, planos aéreos y énfasis en el dramatismo de unas situaciones que en la novela se revisten de infantil desenfado. La Disney y Andrew Adamson, responsable de los dos primeros filmes de Shrek y de Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario, juegan la baza del heroísmo, conscientes de que ese barniz acerca la película a públicos mayores, lo que a su vez amplía las posibilidades de recaudar más dinero... Esta obsesión comercial provoca la adición de pasajes que describen las intrigas palaciegas de Miraz y sus secuaces –lo que modifica el montaje paralelo de la fuente literaria en un triple relato simultáneo– y de una batalla completa en su castillo, sin otro propósito que insuflar acción y falso ritmo a un largometraje estirado hasta el hartazgo. Se adelanta el encuentro de Caspian con los hermanos y se añade un enfrentamiento inverosímil entre aquél y Miraz en los aposentos del segundo, así como un impostado morreo adolescente de Lucy y Caspian en el epílogo, con el fin de satisfacer las ansias románticas de un espectador tratado con bastante poco respeto. Y es que estos modernos geógrafos, que elaboran copias de lo real y quieren llegar con sus mastodónticas obras, con su representación, a cubrir toda la superficie terrestre, se niegan a admitir que lo que manufacturan no es cine, sino fugaces trampantojos sin más utilidad para el público que empapar sus retinas de imágenes. El resto es dinero. Ernesto Pérez Morán Doomsday: El Día del Juicio T.O.: Doomsday. P: Rogue Pict., Crystal Sky Pict., Scion e Intrepid Pict. (USA, 2008). G y D: Neil Marshall. F: Sam McCurdy. M: Tyler Bates. Mon: Andrew MacRitchie. EE: Artem, FB-FX, Machine, Senate y Team FX. I: Rhona Mitra (comandante Eden Sinclair), Bob Hoskins (Bill Nelson), Adrian Lester (sargento Norton), Alexander Siddig (primer ministro Hatcher), Malcolm McDowell (Dr. Kane), David O’Hara (Michael Canaris), Crag Conway (Sol). Dis: Universal. Estreno: 24-7-2008. 105 min. (18). En muchas ocasiones, el cine de terror ha ofrecido un límpido reflejo del catálogo de miedos y amenazas que agitan al ciudadano de a pie en periodos de convulsión social y política. A mediados de los años cincuenta, por ejemplo, la mítica productora Hammer evidenciaba el clima de inquietud de la Guerra Fría en El experimento del Dr. Quatermass (Val Guest, 1955). Un año más tarde, la también famosa La invasión de los ultracuerpos (Don Siegel, 1956) era interpretada bajo coordenadas políticas en la medida en que ponía de manifiesto el delirio de la esfera gubernamental ante el peligro de la infiltración comunista en el pueblo norteamericano. Ejemplos hay a raudales. Sin embargo, esta faceta social como fermento de producciones de terror ha rebrotado con fuerza en la última década, sobre todo a partir de los atentados del 11-S y de las noticias publicadas sobre armas biológicas con fines terroristas. Existe, pues, un clima de inseguridad en nuestra sociedad que se ha agravado aún más con la sobreexplotación de los recursos naturales y la amenaza del cambio climático. Estos factores se perciben con claridad en argumentos donde, sin causa conocida, sobrevienen virus letales que, además de provocar la destrucción de la sociedad, transforman a sus individuos en muertos vivientes o sucedáneos. Con mayor o menor explicitud, este es el telón de fondo de películas sobre zombis como 28 días después (Danny Boyle, 2003), Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004), La tierra de los muertos vivientes (George A. Romero, 2005), 28 semanas después (Juan Carlos Fresnadillo, 2007) o Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007). No es casualidad que en estos títulos haya un híbrido entre el género de catástrofes y el de terror. De hecho, un motivo visual recurrente en todas ellas es el de una gran ciudad vacía y derruida, imagen que, en última instancia, aglutina el horror vacui de las peores pesadillas sociales. Doomsday: El Día del Juicio se une a esta lista de obras apocalípticas. Cuando en Escocia un virus mortal y desconocido empieza a extenderse imparablemente, las autoridades deciden aislar a la población y levantar un infranqueable muro alrededor del país con el fin de frenar la epidemia. Como resultado, la mayor parte de los habitantes son abandonados a su suerte. Sin embargo, y gracias al empeño de su madre, la pequeña Eden (Rhona Mitra) es de las pocas evacuadas. Desde entonces, reside en Londres y, ya mayor, trabaja como soldado en unas misiones especiales dirigidas por Bill Nelson (Bob Hoskins), que ejerce en ella una influencia entre paternal y profesional. Pero el virus reaparece en Inglaterra y Eden es elegida junto a un pequeño destacamento para volver a Escocia y encontrar al Dr. Kane (Malcom McDowell), del que creen que ha desarrollado un antídoto al haber sido localizados algunos supervivientes. Neil Marshall había llamado la atención con sus dos películas anteriores, Dog Soldiers (2000) y The Descent (2002), las cuales, aunque no memorables, eran trabajos artesanales y de bajo presupuesto, con secuencias muy bien resueltas. En ellas, el realizador irlandés sacaba excelente rendimiento de los espacios naturales en los que arraigaban las historias: un bosque asolado por hombres lobo y una extensa caverna habitada por horribles criaturas. Con un recurrente humor negro que se asomaba sin disimulo en ambas producciones, lo cierto es que el cine de Marshall apuntaba ya algunos aspectos no demasiado halagüeños, como la profusión de frases y diálogos soeces, cierto efectismo en la puesta en escena y, sobre todo, un exceso de casquería y sangre a borbotones para complacer a los amantes del género, en la línea del terror hiperrealista de La casa de los mil cadáveres (Rob Zombie, 2003) o Las colinas tienen ojos (Alexandre Aja, 2006). Con Doomsday, Marshall ha realizado una película mucho más ambiciosa que las dos anteriores, pero los logros están muy lejos de lo esperado. Persisten el humor negro, los diálogos zafios y el regusto por lo viscoso y lo repugnante cuando los efectos del virus hacen acto de presencia, pero donde el filme realmente se va a pique es en su intento de abarcar diferentes géneros: si bien arranca como una película de catástrofes, con el paso de los minutos el terror deja paso a la aventura medieval y, finalmente, a una persecución automovilística al estilo de Mad Max (George Miller, 1979). Este vaivén genérico podría a primera vista resultar atractivo, ya que –y esto es indiscutible– nuestras expectativas acerca de los derroteros argumentales se ven siempre frustradas. Sin embargo, lo que de verdad descubrimos tras esta opción narrativa no es sino una impúdica voluntad festivalera; el afán de apabullar al espectador con continuos cambios de registro, introducidos gratuitamente. De hecho, el guión, bien mirado, parece sin querer una máquina del tiempo, aunque su palimpsesto étnico sea atropellado e inconsistente; el espectador llega a sentirse perdido. Lástima que la última secuencia de la película tardara tres semanas en rodarse (!): el enfrentamiento automovilístico que recrea, por inverosímil, resulta una auténtica parodia. Aunque el punto de partida de Doomsday está muy relacionado con el trasfondo social referido más arriba, no existe elemento alguno para trascender su esquema argumental y buscar lecturas más profundas, aunque se infiltre una crítica bastante severa (y manida) a los mandamases políticos… algo que sí ocurre, por ejemplo, en las últimas y corrosivas películas de George A. Romero, La tierra de los muertos vivientes y El diario de los muertos vivientes (Romero, 2008). Neil Marshall ha querido hacer otra cosa: un producto carnavalesco, comercial, plenamente consciente de su naturaleza lúdica y dirigido a paladares muy poco exigentes. En contrapartida, el resultado dejará bastante que desear a quienes entienden el terror como un género legítimo, capaz de sugerir comentarios sobre nuestra naturaleza y el mundo que nos rodea. Desde luego, quien espere encontrar algo de esto se equivoca de película. José Antonio Planes Dos colgaos muy fumaos: fuga de Guantánamo T.O.: Harold & Kumar: Escape from Guantanamo Bay. P: New Line Cinema, Mandate Pict. y Kingsgate (USA, 2008). D: Danny Leiner. G: John Hurwitz y Hayden Schlossberg. F: Daryn Okada. M: George S. Clinton. Mon: Jeff Freeman. I: Kal Penn (Kumar), John Cho (Harold), Roger Bart (Dr. Beecher), Rob Corddry (Ron Fox), Neil Patrick Harris (él mismo), David Krumholtz (Goldstein), Eddie Kaye Thomas (Rosenberg), Jack Conley (sargento Frye), Paula Garcés (Maria), Danneel Harris (Vanessa), Eric Winter (Colton). Dis: TriPictures. Estreno: 11-7-2008. 100 min. (18). Hay una escena que me ha producido cierto escozor, que me ha hecho reflexionar. Me refiero a aquella en que la pareja de tontos formada por Kumar y Harold, por extraños dislates, acaban presos en la base de Guantánamo. Allí, antes de escaparse, por iguales azares de la historia, vestidos con el tristemente típico mono naranja, son obligados a hacerle una felación a un mando militar caracterizado por su descomunal pene. La escena –como toda la película, mal planificada y carente de resolución, con nulo ritmo interno– me produjo la incomodidad de que viéndola pensaba que eso mismo pudiera estar sucediendo ahora mismo en Guantánamo y que ya había sucedido en otra prisión, Abu Ghraib, y me hacía poca gracia, como si fuera una autocensura, cuando siempre he creído, y no soy el único, que para superar cualquier desgracia colectiva hay que reírse de la misma, puesto que «la corrección política nos ha traído tabúes que anteriormente no lo eran, la realidad sigue acuñando tabúes inéditos al socaire de irrupciones traumáticas que desestabilizan un orden que hasta entonces parecía estable»1. Y la corrección política parece una mordaza a la expresión, al humor negro. Dos colgaos muy fumaos: fuga de Guantánamo, carece de la menor inteligencia y ritmo en la sucesión de gags, incluida la aparición de George Bush Jr, interpretado por James Adomian en su primer papel para el cine. Tal como dice Kal Penn, Kumar en la película: «Ésta es una película muy pro-América. El personaje de Bush dice que tú no tienes por qué estar de acuerdo con el Gobierno para ser un buen americano. Sólo tienes que creer en tu país. Y ése es el mensaje de la película», es decir, América por encima de todo como tierra de esperanza y libertad, por encima incluso de los buenos o malos gobiernos, una América, en el fondo, del salvaje Oeste, donde George W. Bush sería uno más, tal y como aparece en la película, y donde por encima de todo rezaría la libertad de expresión, como afirma Kumar: «Tengo libertad de expresión y nadie me va a callar». Lo malo es que sólo ellos parecen creer en la libertad de expresión. La película se basa en la sucesión de aventuras supuestamente divertidas que harían avanzar la historia en pos de una meta, que Kumar reencuentre a su amor y que Harold encuentre uno. Es una historia típica y tópica:un ejemplo lo tendríamos en las comedias de Jerry Lewis y Dean Martin, y en muchas otras comedias de dúos. Lo que aquí falla es que en toda esa sucesión de historietas de dudoso gusto y nulo ritmo, la inmersión de la pareja en la realidad estadounidense –el cazador con su esplendorosa esposa, que es su hermana, y que tiene a su vástago escondido en el sótano, puesto que por cuestiones de consanguinidad nació cíclope; el Ku Klux Klan reunido en una fogata contando las perrerías que han hecho durante esa semana a todo aquél diferente de ellos, como si fuera una reunión de boy scouts, no hay una superación de les personajes, no hay una evolución que los haga no repetir los errores. Aquí, en fin, comenzamos como al principio, con dos pringaos viajando a Amsterdam a ponerse hasta arriba de marihuana... pero ahora van acompañados. Rafael Arias Carrión Escondidos en Brujas T.O.: In Bruges. P: Blueprint Pict., Focus, Film4 y Scion (GB, 2008). G y D: Martin McDonagh. F: Eigil Bryld. M: Carter Burwell. Mon: Jon Gregory. I: Colin Farrell (Ray), Brendan Gleeson (Ken), Ralph Fiennes (Harry), Clémence Poésy (Chloë), Jérémie Rénier (Eirik), Thekla Reuten (Marie), Jordan Prentice (Jimmy). Dis: Universal. Estreno: 18-7-2008. 107 min. (18). Por fin un thriller original. Saturados del esquema hollywoodiense de una acción trepidante y una historia sentimental en paralelo, generalmente cursi, el género negro necesita volver a sus fueros. Se trata de la ópera prima como director cinematográfico del autor teatral Martin McDonaugh, que, tras unos días en Brujas como turista, decide ambientar en la ciudad medieval una comedia dramática muy rompedora, que además de humor es una reflexión penetrante sobre el sentimiento de culpa. Como dramaturgo McDonagh fue nominado a dos premios Olivier, por El teniente de Inishmore y El hombre almohada, y a cuatro Tony por otras obras. Escribió y dirigió el corto Six Shooter, protagonizado por Brendan Gleeson, por el que obtuvo el Oscar al Mejor Corto en 2006. Dos matones dublineses a sueldo, Ray (Colin Farrell) y Ken (Brendan Gleeson), se encuentran en Brujas a la espera de órdenes tras un imprevisto ocurrido en el último encargo. Se trataba de matar a un cura en el confesionario, pero el más joven, Ray, asesinó también a un niño accidentalmente cuando éste examinaba su conciencia antes de recibir la absolución. Tras este hecho, su jefe, Harry (Ralph Fiennes), los ha destinado de alguna manera a que disfruten de la ciudad medieval mejor conservada de Europa hasta nuevo aviso. El viejo killer, de carácter tranquilo y que ya vive en una actitud de verlas venir, se recrea en los monumentos y se toma el contacto con la belleza y la historia de la villa como unas vacaciones turísticas. Mientras, Ray, nervioso, inquieto, torpe y visceral, no para un momento y le importan un bledo los monumentos. Su único deseo es ligar con una desconocida que, aparte de ser actriz accidental, comercia con estupefacientes. Diríamos que la película es el paseo por Brujas de dos matones, que en un inteligente diálogo tragicómico desnudan su alma. La ciudad, aburrida para uno, interesante para otro, es el trasunto icónico de ese parón en su carrera de asesinos, como un retiro obligado, una especie de ejercicios espirituales laicos que les ponen en el disparadero de la reflexión. La clave de Escondidos en Brujas es sin duda un excelente guión de réplicas y contrarréplicas absurdas, a medio camino entre la risa y las lágrimas, que revela la formación dramática como autor teatral de su autor. La sencillez y la complejidad de la relación de esta singular pareja obtiene el tercer ángulo del triángulo con la aparición del jefe, un excelente secundario Ralph Fiennes (Harry), el gángster que aparece para arreglar las cosas y completa el trío de lúcidos actores. La realización, sobria, evita por un lado el documental turístico de Brujas y, por otro, la moralina que cabía esperar de la introspección. El cinismo es la cáscara que oculta el verdadero contenido del film: hasta los gángsteres tienen conciencia y sentimiento de culpa cuando sin quererlo llegan a matar a un niño, junto a cierta experiencia de la amistad. La fuerza de los diálogos no convierte la obra en exclusivamente literaria, ya que tiene contrapunto en la imagen, que en Brujas es arte medieval que evoca el pecado, la muerte, la sangre de la iconografía religiosa. Su torre, a la que Ray se niega a subir al comienzo, posee también connotaciones escatológicas. No obstante, un film así es difícil de terminar. McDonagh sale bastante airoso en el trepidante último tramo, aunque el final sea discutible y lo peor de la película. Aparte, el personaje femenino de Clémence Poésy (Chloë) está bien elegido y la presencia del enano, símbolo literario de la marginación junto a las prostitutas, viene a ser como el espejo de estos espíritus desarraigados. El director consigue engrasar todo ello con un humor divertido y desconcertante, que distancia ante cualquier dualismo maniqueo ente el bien y el mal y revela la honestidad que oculta todo ser humano aun dentro del código brutal de los asesinos. Un film, pues, a tener en cuenta cuando el cine negro, embotado por la violencia y la acción, nos hace añorar a Scorsese y Melville. Brujas, la verdad, no queda muy bien. Aparece como una ciudad triste, aburrida y anclada en el tiempo. No es extraño que el director haya declarado: «Tengo muchas ganas de volver a Brujas, pero creo que será mejor ir antes de que la película se estrene allí. Luego me matarán». Una prueba más de que, sin muchas pretensiones, con pocos buenos actores y un brillante guión, se puede realizar una buena película, en este caso desmitificadora también del tópico thriller americano de consumo. Pedro Miguel Lamet Eskalofrío P: Fausto Prod., Telecinco Cinema, Apuntolapospo y Televisió de Catalunya (ESP, 2008). G: Hernán Migoya, Alejandro Hernández, José Gamo e Isidro Ortiz. D: Isidro Ortiz. F: Josep María Civit. M: Fernando Velázquez. Mon: Bernat Aragonés. I: Junio Valverde (Santi), Blanca Suárez (Ángela), Jimmy Barnatán (Leo), Mar Sodupe (Julia), Francesc Orella (Dimas), Roberto Enríquez (Antonio), Andrés Herrera (Fabián), Paul Berrondo (Óscar), Anna Ycolbazeta (Gloria), Berta Ros (Erika Hassel), José María Domenech (Teófilo), Christian Najera (Raúl), Pau Poch (Tito). Dis: Buena Vista. Estreno: 18-7-2008. 91 min. (13). Al indiscutible dominio de la maquinaria estadounidense en lo que al cine de género se refiere sólo cabe oponerle, como alternativa real, las armas de las que aquella carece o prescinde voluntariamente. Historias que huyan de la artificiosidad, personajes más reales y estéticas menos prefabricadas e intercambiables pueden ser los ingredientes principales para abrir una brecha artísticamente interesante, de naturaleza alternativa y que encuentre suficientes réditos comerciales en otros mercados como el español. En cuanto al cine de terror, REC, del dúo Balagueró-Plaza, es a mi juicio un buen ejemplo de lo expuesto por su audacia y su afán de distinción, virtudes de las que carece –más por impotencia que por vocación– Eskalofrío, la última película como director de Isidro Ortiz. Con una carrera que cuenta como jalón más reconocible Fausto 5.0 (2001) –dirigida junto a los miembros de La Fura dels Baus Alex Ollé y Carlos Padrissa– y con las menos conocidas Jugar a matar (2001) y Somne (2001), el realizador de origen extremeño y experiencia en el ámbito publicitario se pierde en una maraña narrativa de notable consideración. El galimatías gira alrededor de Santi, un adolescente que sufre una enfermedad que le impide exponerse a la luz solar. Desesperada, su madre decide abandonar la ciudad y se instala junto al chaval en un caserón de un sombrío pueblo. Allí sufre la desconfianza de los lugareños, mucho más después de que empiecen a aparecer cadáveres devorados por lo que parece un animal salvaje. Al asunto hay que sumarle un policía malencarado, una chica atractiva, un padre chulesco, un amigo graciosete, un casero con cara de malo y una turbamulta pueblerina y asilvestrada dispuesta a atacar al presunto monstruo a la menor oportunidad. Esta galería interminable de seres no tienen más misión que la de aparecer y desaparecer de la trama para hacer y decir exactamente aquello que se necesita para que el mecanismo avance. Pero todo está tan forzado que la coherencia salta sistemáticamente por los aires, así como la continuidad y el armazón dramático, de tal modo que la tensión, por mucho que se esfuerce Ortiz en el uso de la cámara y en las citas cinéfilas, se desactiva en una obra que la promete a raudales. Tampoco los intérpretes, por si fuera poco, son capaces de incorporar un aliento de profundidad humana a sus personajes, títeres de una representación a la que la gratuidad le rompe el alma. Sólo el voluntarismo del realizador, solvente en el manejo de los recursos audiovisuales para crear una atmósfera desasosegante en escenas aisladas, sobresale en un filme lastrado por sus dislates narrativos. Miguel Ángel Huerta Funny Games T.O.: Funny Games U.S. / Funny Games. P: Halcyon Pict., Tartan, Celluloid Dreams, X Filme Int., Lucky Red, Belladonna y Kinematograf (USA-FRRFA-IT, 2007). G y D: Michael Haneke. F: Darius Khondji. M: varios. Mon: Monika Willi. I: Naomi Watts (Anna), Tim Roth (George), Michael Pitt (Paul), Brady Corbet (Peter), Devon Gearhart (Georgie), Boyd Gaines (Fred), Siobhan Fallon Hogan (Betsy), Robert LuPone (Robert), Susanne Haneke (cuñada de Betsy), Linda Moran (Eve). Dis: Warner. Estreno: 4-7-2008. 111 min. (18). En 1997, el cineasta austriaco Michael Haneke estrenó en el festival de Cannes Funny Games. Hasta entonces, había trabajado muchos años para la televisión; debutado en el largometraje con El séptimo continente (1989), uno de los filmes más inquietantes, crudos y que menos concesiones ha otorgado al espectador en las últimas décadas; adquirido relevancia con la clarividente El vídeo de Benny (1992) y desplegado un lienzo caleidoscópico en 71 fragmentos de una cronología del azar (1994). Con Funny Games saltaba al panorama internacional y algunas de sus constantes temáticas fraguaban: la violencia como fenómeno posmoderno, el estudio quirúrgico de sus causas, el irrenunciable planteamiento moral al mostrar sus efectos, la imagen en cuanto recreación necesariamente falsa de la realidad –ha rebatido a Godard afirmando que «el cine son veinticuatro mentiras por segundo»– y el gusto morboso por llevar al público hasta el límite de lo soportable. Posteriormente, Haneke adaptará a Franz Kafka y a Elfriede Jelinek en El castillo (1997) y La pianista (2001), dos títulos de resonancia dispar, y elaborará uno de los más lúcidos análisis de la incomunicación en Código desconocido (2000), que deja a cintas tan sólidas como Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006) en balbuceos esteticistas. Su última película, Escondido (Caché, 2005), hacía honor a su nombre y proponía un maquiavélico juego al espectador, que salía de la sala con una pregunta en la cabeza: ¿quién es el culpable? Mucho se escribió sobre ella y bastantes críticos se aventuraron a aportar su teoría supuestamente definitiva..., sin advertir que Haneke, además de su inteligencia para fundir ética y estética, discursos en clave política y sensaciones turbadoras, lleva dentro un niño travieso al que le encanta jugar con el receptor de sus mensajes. Tal vez por eso el largometraje, hoy considerado de culto en Estados Unidos, se titule Funny Games. Tal vez por eso, diez años después, ha decidido rehacerla plano a plano –como si de un puzzle ya resuelto se tratase– con actores famosos. Su primera versión fue proyectada en los circuitos de arte y ensayo y no llegó al gran público. Eso es lo que el autor ha declarado: adelantándose a previsibles y disparatadas lecturas de sentido, Haneke ha dejado claras sus intenciones. Pero estamos ante un amante de los juegos, de los equívocos, y por ello resulta ilustrativo un acercamiento pormenorizado a ambas obras. El argumento es idéntico y basta detallar algunos vectores de la trama: un matrimonio y su hijo llegan a pasar unos días en su residencia de verano. Enseguida se presentan una pareja de jóvenes ataviados con ropas blancas y sospechosos guantes del mismo color. Les piden huevos, diciendo ser amigos de sus vecinos, comienzan a discutir y le destrozan la pierna al padre con uno de sus palos de golf. A partir de ahí, los tres serán prisioneros de unos psicópatas que se toman la agresión como un pasatiempo, no manifiestan ningún tipo de remordimiento, se divierten generando dolor y apuestan a que, a la mañana siguiente, los tres estarán muertos. La espiral crece merced a unos dementes que –para entonces ya se sabe– están aniquilando al vecindario. Y lo hacen de forma lúdica, de una manera similar a la de Alex y su banda en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971). El mismo espíritu que exhibe Haneke, maestro de marionetas que se sirve de ellas para poner sobre el tapete sus concepciones cinematográficas. La fascinación por la violencia halla su paradoja en que todos los asesinatos ocurren fuera de campo... a excepción del de uno de los verdugos, Peter, que su compañero arregla cogiendo el mando a distancia y rebobinando –literalmente– la película que ve el espectador. En ese momento, éste se siente engañado, pues lo reversible de los hechos y lo irreversible del relato denota la omnipotencia del director. Él, a través de su alter ego Paul, el cínico cabecilla, nos ha interrogado ya –mirando a cámara– acerca de qué es lo que queremos, explicitando el atractivo inconfesable de observar ocultos la asfixiante desgracia de una familia bien. Hay muchos recursos puestos al servicio de ese agobio: después de la muerte del niño, un plano secuencia de más de diez minutos atrapa a los padres y dilata el tiempo, mientras ellos toman conciencia, como si salieran de una pesadilla, de que deben huir. Y el que apenas se muestre nada hace de los límites del encuadre auténticas fronteras. Haneke es inflexible: en la órbita de Claude Lanzmann, sostiene la incapacidad de la imagen para captar el horror. Se dibuja así una radiografía de la violencia cuyas dos versiones encuentran sus diferencias en el espacio, el tiempo, las interpretaciones y la factura. En primer lugar, los escenarios varían, aunque mantengan ciertas similitudes. Si la recreación de la casa es fiel, los exteriores –el jardín y el lago– son distintos. En cuanto al elemento temporal, algunos planos han sido recortados o alargados para modificar el ritmo, o bien condicionados por los movimientos de los actores y la cadencia de las réplicas. La principal divergencia está en las interpretaciones, siendo muy superiores las del filme de 1997. Naomi Watts no logra alcanzar el patetismo contenido en el trabajo de Susanne Lothar. La angelical estampa de Michael Pitt no insinúa ni de lejos los matices y lo mefistofélico del papel de Paul, soberbiamente encarnado por un Arno Frisch que ya había demostrado su talento precoz en El vídeo de Benny. Y Tim Roth cae en el exceso al intentar emular la deslumbrante labor de Ulrich Mühe, que ganó una notoriedad casi póstuma al protagonizar La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006). Por último, la factura de la nueva versión está dominada por los tonos fríos y el blanco que satura una fotografía más monocorde que la anterior. En aquélla, los colores cálidos trasladaban lo acogedor de un hogar, sugerente contrapunto del terror que allí se vivía... Las luces directas sobre los ojos de Arno Frisch conformaban unas imágenes impactantes y profundas, que se pierden aquí en un conjunto menos contrastado. Si bien el ejercicio de reescritura sirve también a Haneke para alterar ciertas composiciones. La escena en la que los cinco personajes se encuentran en el recibidor es reveladora. En la original, los intrusos se sitúan uno a cada lado del encuadre, encerrando a la familia y anticipando lo que pasa después. En la más reciente, Peter y Paul están en uno y sus víctimas en el otro, enfatizando el enfrentamiento. Un ejemplo de la habilidad del realizador a la hora de traducir conceptos mediante la imagen. Así, se podría inferir que los motivos de esta reformulación posmoderna son la mayor difusión y el afán perfeccionista. No obstante, un visionado simultáneo de ambas descubre el curioso diálogo de imágenes, el juego de espejos deformantes –al segundo de los cuales se le prohíbe la improvisación– y un alarde de apasionante mimetismo caligráfico por tratarse de una misma obra poblada por los mismos personajes con distintas apariencias, de los mismos conflictos con dispares soluciones estéticas... y de un solo discurso con el mismo genio detrás. Ernesto Pérez Morán Garage T.O.: Garage. P: Element Pict., Film4, Bord Scannán na Éireann e Irish Film Board (IRL, 2007). G: Mark O’Halloran. D: Lenny Abrahamson. F: Peter Robertson. M: Stephen Rennicks. Mon: Isobel Stephenson. I: Pat Shortt (Josie), Anne-Marie Duff (Carmel), Conor Ryan (David), Don Wycherley (Breffni), Andrew Bennett (Sully), Michael Denis Conway (Garda), Tom Hickey (Sr. Skerrit), George Costigan (Dan), John Keogh (Sr. Gallagher). Dis: Avalon. Estreno: 18-7-2008. 85 min. (13). Los personajes un tanto retrasados mentalmente, ésos a los que la sociedad considera por debajo de la normalidad, no suelen gozar de un buen destino en las ficciones cinematográficas (o novelescas) que protagonizan, máxime si, además, son de carácter solitario y bonachón. Josie, el introvertido e ingenuo encargado de una gasolinera perdida en lo más profundo del campo irlandés, y protagonista de Garage, no es una excepción a la regla. Y ese sino funesto, que se hace previsible casi desde la primera secuencia, planea inconvenientemente sobre una película que tampoco hace nada por evitarlo. Durante algo más de una hora, el cineasta Lenny Abrahamson (autor en 2004 de un film anterior, Adam & Paul, no estrenado es España) se dedica a trazar el retrato del simplón Josie, al que muestra como un individuo feliz a su manera con su sencilla existencia, pese a ser con frecuencia objeto de las chanzas de sus convecinos. Emplea para ello un estilo minimalista, tan minimalista que, según su propia declaración, el primer montaje de la película llegaba a las dos horas y media, duración que fue reduciendo hasta los 85 minutos de la versión definitiva... En fin, todo es cuestión de opiniones, pero uno se resiste a creer que una historia a la que se puede aligerar de algo más de una hora en su montaje final sea una historia bien planeada y construida. De hecho, y pese a estar siempre en pantalla, hay demasiados aspectos importantes de la vida de Josie que nos quedamos finalmente sin conocer, como, entre otras cosas, todo lo que afecta a su pasado o a su sexualidad, a pesar de la importancia que este último asunto tiene en la última parte. Pues bien, y volviendo al argumento que dábamos al principio, durante todo ese tiempo no hace falta ser un espectador muy avisado para preguntarse a cada momento cuándo surgirá el drama o para hacer apuestas sobre cuál será el motivo del conflicto. Éste, finalmente, resulta ser bastante tonto, pero no así sus consecuencias, que acabarán en la tragedia que era de esperar. A la postre, lo que mejor le queda a Abrahamson no es la semblanza de su protagonista (tan parecido a tantos otros que el cine ha ofrecido) sino el negro retrato de la sociedad rural irlandesa que del film se desprende. De hecho, está muy claro que los espectadores irlandeses han encontrado en Garage muchas más cosas, y por supuesto más cercanas, de las que aquí podamos detectar, como bien lo revela el hecho de haber recibido todos los premios importantes (mejor película, guión, director y actor) de la Academia de Cine de Irlanda. Y es que, pese a sus errores, no estamos ante una película en absoluto despreciable. Sus deficiencias como guionista o componedor de ficciones las suple, en parte, Abrahamson con unas buenas maneras de director: la puesta en escena es concisa y elegante, y los actores están todos impecablemente bien. En un hermoso plano final, incluso, se permite redimir el carácter inexorable del relato con una alusión poética que viene bien construida desde el guión. Francisco Moreno Gente de mala calidad P: Telespan 2000 y Telecinco Cinema (ESP, 2008). G y D: Juan Cavestany. F: David Azcano. M: Miguel Malla. Mon: Fernando Pardo. I: Alberto San Juan (Manuel), Maribel Verdú (Osiris), Javier Gutiérrez (Fernando), Francesc Garrido (José Luis), Fernando Tejero (Andrés), Pilar Castro (Lola), Antonio Molero (David), Adriana Ugarte (Eva), Carmen Ruiz (Mónica). Dis: Manga. Estreno: 11-7-2008. 90 min. (13). El nombre designa la cosa, de manera que esta película se califica a sí misma. Como su guionista y director ya alertó de que se lo estaban poniendo fácil a los críticos al usar este título, no es necesario abundar en lo obvio. Alguien dijo que la peor película cuesta más esfuerzo que cualquier comentario que se haga sobre ella. Una vez aceptada esta tautología, podemos entrar en detalles: la película Gente de mala calidad es un despropósito. O dicho según el método deductivo: es un errático experimento (no químico, sino audiovisual) llevado a cabo por Juan Cavestany para demostrar la diferencia que hay entre lo que uno pretende hacer y lo que desgraciadamente le sale. Más que un film, parece el piloto de una estrafalaria comedia de situación televisiva sobre unos personajes grotescos. Son una mezcla de inmaduros, jetas incapacitados para relacionarse con los demás (y por consiguiente, para entenderse a sí mismos), mentirosos que utilizan su enfermiza fantasía para sobrevivir sin dar un palo al agua. Manuel es un gigoló que ha contado a sus amigos que ha estado en Escocia. Su exnovia es una esfinge que utiliza a los hombres para no estar sola, pero les echa de su lado constantemente. Entre sus amigos, hay uno que quiere ser militar con 37 años y se hace una tarjeta profesional con su nombre y la adjetivación militar (oiga, tal cual); hay una pareja que adopta a un niño negro a la vez que el marido mantiene relaciones sexuales con una joven, para lo que le pide que le deje la cama al gigoló. Otro es peluquero (oficio al que se dedicaba anteriormente el gigoló) y tiene el síndrome de las tijeras asesinas: imagina que hiere a sus clientes, por lo que se encierra y no sale de su casa. Sintiéndose mal por su permanente impostura, Manuel empieza a reconocerse a sí mismo como un falsario. Todas estas situaciones están pegadas una a otras sin el menor respeto por el espacio, el tiempo y el sentido común. Los actores hacen lo que pueden por ganarse el sueldo con sus mecánicos gestos en los planos y contraplanos (algunas veces apenas se les ve la mitad de la cara por la penosa iluminación). Si el guión no pasa de ser un primer borrador de trabajo, la dirección difícilmente aprobaría un ejercicio de escuela. Como radiografía costumbrista de cierto estilo de vida descerebrado, la película hace agua por su incapacidad para crear una sola situación reconocible. Ni es un esperpento ni es una parodia: sencillamente lo que se ve es una bobada sin sentido y sin gracia. Los diálogos son de juzgado de guardia: carecen de chispa y no consiguen arrancar al menos una leve sonrisa. Al parecer, la génesis de esta película es una reflexión en clave cómica sobre la honestidad. Una vez respetados los principios del sacrosanto mercado en el que cualquiera tiene derecho a hacer negocio con lo que mejor le parezca, y aplaudiendo el encomiable deseo de divertir al público, también se puede expresar libremente que lo más honesto hubiera sido dedicar el costo de este filme a otros fines tan loables como la investigación sobre las células madre o la erradicación del mosquito que transmite el dengue. Claro que esos fines no están en la normativa que obliga a los canales de televisión a invertir en la producción del cine español. Fernando Bejarano Hancock T.O.: Hancock. P: Columbia, Relativity Media, Blue Light, Weed Road y Overbrook (USA, 2008). G: Vy Vincent Ngo y Vince Gilligan. D: Peter Berg. F: Tobias Schliessler. M: John Powell. Mon: Paul Rubell y Colby Parker Jr. EE: Furious, Gentle Giant, Lidar, Sony y X1fx. I: Will Smith (Hancock), Jason Bateman (Ray), Charlize Theron (Mary), Eddie Marsan (Red), David Mattey (Man Mountain), Maetrix Fitten (Matrix), Thomas Lennon (Mike), Johnny Galecki (Jeremy). Dis: Sony. Estreno: 18-7-2008. 92 min. (7). La secuencia inicial promete un desarrollo fresco y tímidamente arriesgado: unos violentos y despiadados delincuentes que huyen por una autopista de Los Ángeles a todo gas se enfrentan con un defensor del bien muy diferente al apolíneo protagonista propio del género de superhéroes. Su nombre es Hancock y su descripción es la siguiente: un negro cabreado consigo mismo y con el mundo que le rodea que, con poderes muy similares a los de Superman, ejerce su trabajo de superhéroe como si se tratase de un mal funcionario amargado. Enfundado en sus ropas de rapero y escudado tras sus gafas oscuras y la embriaguez de su exceso de alcohol, acomete la detención de los criminales de forma irresponsable y colérica, dando tumbos en su irregular vuelo y provocando toda serie de destrozos materiales en una captura que no parece emocionar a los habitantes de la ciudad a la que se supone sirve y protege (si los guionistas se hubieran atrevido a convertirlo, además, en fumador, en vez de superhéroe local sería, probablemente, el enemigo público número uno). Narrada con un sutil sentido del humor –el justo para salvar al personaje de la bufonada–, la presentación de Hancock en el primer tercio del filme hacía presagiar que los grandes estudios daban carpetazo al cine post 11-S en el que los héroes inmaculados proyectados desde Hollywood habían cristalizado en iconos contemporáneos representativos de la defensa de América y sus valores. Lo que este blockbuster mostraba era, por el contrario, un antihéroe nihilista y poco ecológico, capaz de tratar a una ballena encallada en una playa como los maleteros del aeropuerto tratan a nuestro equipaje, irascible y ajeno a la complicidad infantil –como demuestra el momento en el que propina una lección sobrada al insolente y retorcido niñato que reiteradamente le llama idiota de forma provocadora–, pero humano y dotado de una cierta verdad por su condición de ser marginal. Era sugestivo comprobar, en esos compases iniciales, cómo la pirotecnia digital también podía ponerse al servicio del diseño de un universo posmoderno y crítico vigilado por una versión de El gran Lebowsky en formato de superhéroe. Desmitificada la seguridad nacional característica de la política americana de los últimos años, parecía que el cine de acción contemporáneo de grandes audiencias experimentaba un vuelco hacia nuevos territorios. Pero, lamentablemente, todo era un espejismo: en pocos minutos, la cinta entrará en una deriva total perdiendo toda originalidad. Utilizado como prólogo al detonante de la trama, el Hancock cachondo y humanizado se diluye en el momento en que su director pretende dotarle de una profundidad incompatible con el concepto de película propuesto, sólo al alcance de realizadores más dotados como Christopher Nolan o Sam Raimi. Y es que a partir del momento en el que el superhéroe salva la vida a Ray Embrey, un publicitario altruista y utópico que, agradecido, le convence para intentar un cambio de vida, la película se centra en desarrollar un torpe e insustancial relato de redención y anagnórisis contado de forma gruesa y explícita. Will Smith encaja a la perfección en las dos lecturas de la cinta propuestas, pues su imagen mediática –una réplica contemporánea de la honestidad y fortaleza que reunían actores clásicos como James Stewart o Henry Fonda– sirve tanto a la figura patética del Hancock marginal como a la del Hancock heroico. A su lado, una Charlize Theron más modelo que actriz rellena con sus bellas y publicitarias miradas este conservador guión revisado en exceso por su nutrido grupo de productores de renombre, sin duda, algo mutilado en el montaje final, a tenor de la débil continuidad de su historia. Una cinta, a la postre, irregular y desaprovechada, temerosa de no gustar a un público demasiado acostumbrado a las convenciones del bien y el mal que Hollywood ha transmitido en esta década. Como siempre, muchos millones gastados en efectos especiales y pocas perras invertidas en contar una historia sólida y emocionante. El resultado: aburrimiento. Me quedo con el Hancock borrachuzo. 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