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ANTOLOGÍA VIRTUAL
ALTAZOR
Selección y edición
Horacio Valencia
3
Primera edición: ALTAZOR: alta asesoría literaria y discursiva, 2014
Portada: Ana Paulina Lugo
Derechos reservados. El contenido de este libro no podrá ser reproducido total o parcialmente, ni
almacenarse en sistemas de reproducción, ni trasmitirse por medio sin el permiso previo del editor
o los autores.
© 2014, Horacio Valencia
www.altazor.com.mx
IMPRESO EN HERMOSILLO, SONORA, MÉXICO
4
Índice
Presentación
6
Minicuentos
Daniel Calles / Ese asesino…
8
Diego Chavarría / Jardín cósmico
9
Luis Alberto Durazo / Lecho matrimonial
Dannia Lara / Aquel niño…
10
11
Blanca Rosa López / Suseth
13
Adriana Manjarrez / Historias de caballos
Alejandra Meza / Males crónicos
14
15
Fernando Mósinet / El hombre que se vio en la necesidad…
Lorena Platt / El Sueño
18
Poemas
Héctor Apollinar / El cuerpo de la luz
Zulema Bustamante / Lluvia
21
Daniel Camacho / Ya no…
22
Guillermo Candros / Invierno
Moisés del Cid / Conflicto
23
24
Edith Encinas / En la claridad
Ana Espinoza / Tus raíces
Silvia Espinoza / Axila…
20
25
26
28
Saraí Mejía / Tu condena
30
Guillermo Pérez / Disfraz
31
Diana Regalado / Fondo de agua oscura
Horacio Vidal / Él come solo
34
33
17
5
Relatos
Enrique Ban / Is this it?
37
Saturnino Campoy / Farol de la calle…
Ramón De la Cruz / Chocolate
Edith Encinas / Oscuridad
Martín Encinas / Crisóstoma
39
41
45
47
Alfonso Marín / Se alquila alcoba
51
Yolanda Noriega / Palabras con olor a café
Joaquín Robles Linares / El enfermo
53
55
María Robles Linares / Confesiones de un secuestro
Pablo Sau / Prisionero
60
Horacio Vidal / Helena
65
Ensayos
Moisés Del Cid / La poesía
70
Juan Manuel Silva / El caso de Rita Bonaris
Biografías
78
73
58
6
Presentación
Apreciado lector, con franca alegría y orgullo, te comparto una selección de
escritos manufacturados por personas que han pasado por nuestro centro de
creatividad. La Antología virtual ALTAZOR, tiene el objetivo de difundir la obra
literaria para la crítica y el gozo de otros, tu gozo.
Cada uno de los integrantes de esta antología, son hombres y mujeres con
cosmovisiones propias, con intereses particulares: cada uno piensa y siente como
le da la gana. Es en la libertad y en el pluralismo que se manifiestan al mundo.
Llegaron con ganas de escribir y deseos de aprender, pero a lo largo de las
diversas sesiones y ejercicios, se dieron cuenta que el único compromiso que
asume un escritor es con el propio texto, para lograr la vinculación con el lector,
contigo.
En ALTAZOR buscamos que los alumnos aprendan herramientas de
escritura, también la pasión por la disciplina de un oficio nada fácil. Tú serás
testigo (y juzgarás) el dominio de su palabra literaria en cuentos breves, poemas,
relatos y ensayos. La calidad radica en ese dominio del discurso y en la propuesta
de creación. Estos son las nuevas y diversas miradas de un buen número de
escribientes, que están despegando por el fascinante espacio de la tradición
literaria.
A ellos les deseo más horas de sufrimiento y placer, a la hora de escribir y
publicar. A ti, apreciado lector, te agradezco por dar un poco de tu tiempo para
indagar en las imaginaciones, los pensamientos y las emociones de los
altazorianos en turno.
7
Mini cuentos
8
Daniel Calles
Ese asesino…
Ese asesino tuvo la suficiente astucia como para clavarle la navaja, en grotesco
acto, por detrás, con velocidad y éxtasis, sin que el hombre se diera cuenta. La
sangre empezó a brotarle por la boca, y el asesino lo dejó ahí, a que se retorciera
como un perro.
9
Diego Chavarría
Jardín cósmico
Las autoridades reportan que el cadáver del jovencito fue encontrado después de
realizar un arduo trabajo de localización en la zona. En medio del espeso matorral
de un jardín, evidentemente descuidado, fue descubierto el cuerpo sin vida del
niño, cuyo nombre hasta hoy, continúa siendo un enigma. Los vecinos declaran
que nadie supo nunca su verdadero nombre, pero todos en el barrio lo conocían
como El Principito.
10
Luis Alberto Durazo
Lecho matrimonial
̶ Me gustan las nalgas grandes, las manos suaves, lo senos respingados…
̶ Pues levántate y vete con tu madre.
11
Dannia Lara
Aquel niño…
Aquel niño subió el túmulo y recogió una varita. Pensó que esa era la que había
estado buscando. Cruzó el bosque oscuro y titilante. Crujieron algunas ramas. Un
graznido desvelado hizo que volviera la cara hacia atrás. Nada. Al llegar al claro,
vio sombras en el cielo. Caminó despacio y llegó al montón de ramas que había
logrado apilar durante el día. Se sentó contrayendo las rodillas y entre sus pies,
colocó una rama, sujetándola; encima, puso la varita y empezó a frotarla. Lo hacía
desesperado. Se secó el sudor frío de su mugrosa frente. Un moco resbalo hacia
sus labios y lo expulsó con fuerza.
A lo lejos se escuchó un quejido. Respiró profundo y tuvo que sonarse la
nariz de nuevo, pero ahora casi en silencio. Frotó por un rato. Sus ojos se
paseaban por los linderos del bosque. Aguzaba el oído intentando escuchar a lo
lejos. Saltó una chispita, apenas reconocible. Entonces su mirada se torvó. El
ruido a su alrededor desapareció. Le cubrió una sonrisa que estiraba su rostro y lo
descomponía. El cuello se le tensó. A pocos metros, se escuchaban pasos y
cosas que se arrastraban hacia él. El silencio se apoderó del bosque. A lo lejos
sólo ululaba el viento. Brotó más humo y él con los hombros alzados y las manos
como garras, protegió aquella rama y la cubrió de hojarascas que traía entre sus
pieles viejas.
Entonces sucedió. Surgió el fuego y su cara se volvió enorme. Su cuerpo ya
no era el de un chiquillo. Se enderezó tanto que parecía un gigante. El sol ya no
estaba en el cielo, sino en la mano de aquel ser humano. Los ruidos, las bestias,
las plantas retrocedieron a las sombras más lejanas. Pero una parte del bosque se
quedó amenazante. La mano se extendió hacia ella y rozándola, la encendió en su
ira. Como castigo no la destruyó sino que entre sus cenizas surgieron las raíces
12
más nobles que, ante la breve y milagrosa llovizna, floreció. Las ramas apiladas
quedaron ahí, expectantes. El sol del humano se levantó y replegó los restos del
pasado oscuro. La propia sombra enjuta del niño, desapareció.
13
Blanca Rosa López
Suseth
Suseth levanta el papel que ha llamado su atención. Lo extiende. Lo hace girar en
diferente dirección, observándolo. Lo deposita en la bolsa de su pantalón corto.
Monta la bici y zigzaguea. Llega a casa de su abuela y le dice:
̶ Mi papá es millonario.
̶ ¿Oh, sí? ̶ responde la abuela.
̶ Sí. Me ha comprado una sirena.
̶ Vaya, ¿y es real?
̶ Sí. Tiene los cabellos rojos.
̶ ¿Y dónde la tienes?
̶ En un tambo con agua.
̶ ¡Oh! ¿Y es bella?
̶ Sí. Tiene una cola de muuuchos colores y quiere mucho a los peces.
Suseth, con sus escasos cuatro años, monta su bici y un papel arrugado
cae de su pantaloncillo. La abuela lo levanta y lo desdobla; los colores saltan de la
hoja igual que los reflejos de las escamas de los peces en el agua.
14
Adriana Manjarrez
Historias de caballos
Pocas personas conocen la voz de Martín. Si decidió trabajar en una biblioteca, no
fue sólo porque le gustara leer, sino porque ahí puede mantenerse callado durante
buena parte del día. Cuando alguien le solicita algún libro, él responde casi
siempre cabizbajo y nunca jamás sonríe. Si una persona le pide que repita lo que
acaba de decir, entonces, levanta una mirada desafiante y alza la voz con el ceño
fruncido.
Su vestimenta, gris o marrón, entalla su pequeña figura, escuálida y
encorvada. Pocas personas, si no es que nadie, conoce su nombre, y entre un
grupo de estudiantes, se ha ganado el apodo de marciano. Sobre Martín se
cuentan muchas historias dentro y fuera de la biblioteca. La que más ha cobrado
fuerza es la que dice que el bibliotecario sólo habla con los niños; con ellos sonríe
y que, extrañamente, siempre cuenta historias de caballos.
15
Alejandra Meza
Males crónicos
Aquella tos fue diferente porque en vez de aire expulsó letritas en cantidades
industriales. Juan José supuso que eran restos de todas las palabras que nunca
había dicho.
Entonces empezó a aprovechar cada acceso de tos para expulsar cantidad
de palabras tal, que podría haber armado un volumen de Enciclopedia con ellas.
En el baño de la oficina, el elevador, las escaleras, a veces en su escritorio
cuando tenía ganas de arriesgarse, ponía a prueba su capacidad expectorante y
echaba miles de consonantes y vocales que formaban palabras, antes de diluirse
en el aire.
A veces disfrutaba cubrirse y sentir pequeños ríos de letritas correr entre
sus dedos. Con cada palabra suelta, frase u oración inconclusa, Juan José
recordaba algún episodio incompleto de su vida. No obstante, un día le invadió la
enorme congoja de sentir que estaba soltando más palabras de las debidas. Fue a
la farmacia en busca de algún medicamento que le parara la tos de inmediato.
̶ ¿Tos seca o con flemas?
̶ Con palabras.
Mientras caminaba a casa con las manos vacías, se preguntó si algún té y
reposo podrían surtir el mismo efecto que un antitusivo. Lo puso a prueba y al
parecer le funcionó, pues de repente, un día dejó de toser letras.
16
Ahora sus compañeros de trabajo se preguntan por qué entrará tan seguido
al baño.
17
Fernando Mósinet
El hombre que se vio en la necesidad…
Cada tarde, cuando la música del carnaval por fin cesaba y los extranjeros
descansaban en sus hostales, un miserable vagabundo acudía a la fuente,
deseando las monedas que las personas arrojaban con la ilusión de que se les
concediera el deseo pedido.
La noche de la que trata este cuento fue aquella en la que el hombre no
soportó el frío. Se adentró en la fuente y, no queriendo robar demasiado, tomó la
cantidad de monedas suficientes para comprarse una cobija de cordero. Cuando
se dirigía al puesto de las cobijas, sus piernas cambiaron de rumbo y caminaron
con voluntad propia. El hombre, con los bolsillos repletos de dinero ajeno, se pasó
la noche cumpliendo los deseos inscritos en cada moneda que había recogido.
18
Lorena Platt
El Sueño
Cuando dormía soñaba maravillas. Soñaba sobre sí mismo, siendo quien en
realidad era, esa persona que se esconde y que no se conoce. En el sueño era
una persona altruista, piadosa, amorosa e impecable. Astuto también, todo lo
podía hacer y él sabía que si tan sólo los demás lo vieran, lo pudiera lograr. Al
despertar deseó inmensamente ser esa persona con la que soñaba: sentir la
sensación de triunfo de nuevo. Entonces, se volvió a dormir.
19
Poemas
20
Héctor Apollinar
El cuerpo de la luz
El cuerpo recostado era iluminado tenuemente por la luz que se filtraba por la
ventana reflejada en el espejo. La luz oblicua dejaba ver un conjunto de líneas,
formas y posiciones; su cuerpo quieto, relajado, plácido, dormido.
Se quedó admirándola largo tiempo para grabársela en la memoria, para no
olvidar esa imagen continental, ni los espacios íntimos de su cuerpo; para poder
recordarlo muchos años después, justo en los instantes previos a la muerte, como
una de las últimas imágenes del mundo. Para tener el privilegio de la memoria de
sus espacios.
De su desnudez emanó una luz obediente a los movimientos de su torso,
de su cadera y brazos. Una luz enmarcada en la noche; una noche sin palabras,
sin personas, ni actos.
Recorrió los contornos de su cuerpo con el ligero tacto de la vista, sin
pronunciar palabra, sin comunicarlo, queriendo hablar, pero sin palabras ante esa
visión intransferible.
Los espacios de la belleza sin otro testimonio que ella misma.
21
Zulema Bustamante
Lluvia
Minúsculos diamantes líquidos
descienden de las albinas
esferas de algodón
que adornan el cielo.
Se deslizan por el viento,
mientras rayos y relámpagos
ríen traviesos al alumbrar
aquella colección de transparentes figuras
que armonizan con el grisáceo firmamento,
y al unísono, se entrelazan para obsequiar
una melodiosa audición,
cuando al caer, un susurrante sonido mántrico
se libera y serena las almas,
los egos, las dualidades.
Una niebla de paz se percibe,
y el nostálgico perfume
a tierra húmeda atrae
con su aroma los recuerdos
impregnados en el espíritu de cada ser.
22
Daniel Camacho
Ya no…
Ya no "quiero morir
en altamar y con la cara al cielo..."
en tu cama
sí
con tu pelvis
de almohada
y tus muslos como remos,
morir
en tu lecho,
sin médicos
ni rezos,
con suero
el de tus pechos,
con olores a sexo...
y sabores de besos...
muchos besos.
23
Guillermo Candros
Invierno
Esa tarde
la última del pasado milenio
Ana contemplaba el espejo de las montañas
ese espejo nevado, ese cristal de hielo.
Sentía el frío paso del viento,
los lebreles del invierno.
Azul era la luz, azul era en los ojos
una mirada de espera
escuchando el aullido de los lobos
el llamado de los cánidos
¿Qué era lo que esperaba?
El fin del milenio, la huida de los hielos.
¿Cuánto tiempo esperaría Ana?
Ojalá la promesa del amor fuese como la Luna
distante, pero clara y segura.
24
Moisés Del Cid
Conflicto
Al sentir mis manos temblar
me entero que soy débil.
Mi espíritu no desea abreviarse,
mis pensamientos buscan una salida:
las pesadillas no esperan al sueño.
25
Edith Encinas
En la claridad
Vamos al abrazo
que nos arropa con ternura
donde no hay ayer, ni mañana
donde todo es perfecto
donde no falta nada
donde no falta nadie.
Es el acurrucarnos
y volvernos uno,
uno con el Amor
en un vuelo suave
de seguridad y cuidado.
Flotamos en la luz.
Es plenitud
más allá de palabras,
de música
y silencios.
Nos damos cuenta de que superamos todo
en la paz perfecta,
en un sueño dulce, amoroso, eterno…
26
Ana Espinoza
Tus raíces
Adoro tus montes,
ese comenzar a recorrerte entero,
palmo a palmo, vello a vello,
en silencio y con tus ojos entreabiertos.
Con ese zumbido que sólo escuchan los amantes,
los entregados por completo,
me gusta cuando no disimulas tu alegría del encuentro,
de tenerme contigo como gacela que va a tu ritmo.
Tienes fuerza y ternura en los brazos,
que me elevan y acomodan a tus raíces que me buscan,
cuando quieres sembrarte en mí,
no hay tregua, es la pasión que se contiene y nos llama.
Difuminas nuevos contornos y sombras en mi cuerpo,
eres tú el hombre de mis turbaciones nocturnas,
el que ensancha arroyos antes dormidos,
y descubre en mí nuevas mujeres gozosas.
Eres el sembrador de momentos sin olvido.
Enséñame cómo se hacen los nudos del amor en el aire,
en el justo momento donde se reinventan los motivos,
y fluyes hacia mí desde tu espacio más divino.
Por eso me rindo ante el martillar de tus caderas,
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y en nuestros labios se conjugan nuevos elixires,
entonces, todo estalla cuando la carne es una sola,
y no hay más camino que el retenerte dentro mío.
28
Silvia Espinoza
Axila…
Axila, esta palabra me da risa.
Olote. Verborrea. Satánico,
son palabras divertidas.
Para navegar por este mundo,
hay que transitar con una
roja nariz bajo tus ojos,
y como Garric, reírle al destino
como inquilino de la Cruz del Norte.
Para navegar por este mundo
hay que entender las leyes de Murphy
que aunque me caen de madres,
son la verdad destilada en papel.
Nada me interesa más
que seguir viva en esta vida.
Vivo entre zopilotes que
revolotean en la comida,
entre caramelos de cianuro
y té de cicuta, pero…
Yo quiero vivir,
porque me da miedo morir.
Me aterra no saber que hay más allá.
Voy a vivir aunque tenga una filosa
y brillante navaja cerca de mi cuello.
29
Amores, honores y poderes,
no me interesan.
Con nadie me interesa quedar bien,
ni siquiera con Dios,
porque a las personas más buenas,
les pasan las cosas más malas,
es más, a mí nadie me preguntó
si yo quería venir, pero aquí estoy
y no me quiero ir.
Hay un nudo de ideas en mi cabeza.
La vida es una mujer loca y descocada,
y es mujer, porque sólo ella puede
embarazarse de mil demonios
y parirnos en este infame planeta,
pero yo… quiero vivir.
30
Saraí Mejía
Tu condena
Que los filamentos de incoherencia crucen por tu cabeza,
y se aten tan fuerte, que sientas su filo.
Que su delicadeza te presione y taje entre esponjas de cordura.
¡Qué has hecho de mí, sino un pobre diablo abandonado!
Me dejas sin estribos, sin vísceras, sin alma.
Descuartizas mi sentir con realismos fingidos,
atraes mi naturaleza humana con un nítido cinismo.
Que la lástima y el delirio te acompañen,
y la sordidez de tus dedos, sea tu cómplice.
Que los zumbidos en tus oídos sean eternos,
y la tilde de tu rostro sangre.
31
Guillermo Pérez
Disfraz
Surgiste de la configuración
del movimiento de líneas paralelas
que cruzan y continúan
lo sucesivo de sus puntos
hasta donde la nada
se esconde entre las cosas.
Vestido de concordia
apareces envuelto
en pliegos de cutis
cometes el esfuerzo del inicio
con toda la ternura del origen.
El tiempo en su disfraz, baja de su nido,
sus horas son brazos que te jalan la carne
sus minutos son manos que te estiran los huesos
sus segundos, dedos de mago que te expanden,
su cuerpo se posa frente a ti
y creces untado de gracia.
Las chispas de sus ojos
entran en los tuyos
para mostrarte
lo antes no visto,
la incertidumbre del futuro.
32
Imitas el canto del tiempo
con balbuceos que recuerdan
moradas de alquimia,
que te inventan cada vez.
Transmutas,
cambias,
el universo te reconoce.
33
Diana Regalado
Fondo de agua oscura
Y no es que sea el refugio, ahí donde se atoran las ramas
es el desalojo... el aislante sonido del agua y las sales,
es la piel de los árboles que crecen ahí dentro,
son las arañas tejiendo danzas silenciosas.
Es mi propio cuerpo encerrado y contemplativo,
tan de la tierra,
cuando todo es un rompecabezas
de interminables piezas.
Pero de allá vienes,
de la unidad, aunque ahora los huesos y la sangre y el pelo;
agua, sol, idea carcomida de mis primeras memorias,
que lo abarcaba todo, también.
Aquí estoy.
34
Horacio Vidal
Él come solo
Arroz.
Arroz blanco.
Cae del infinito.
Es multitud en el plato.
Tibio, caliente. ¿Importa? No.
No importa.
Como, trago. Es una purificación.
Fue mi culpa. Por mi culpa, por mi culpa,
por mi estúpida culpa.
Templo de oro,
arca de la alianza,
torre de David.
Mi boda.
Cae arroz del cielo.
Más arroz. Más arroz.
Trago, como.
¿Mayonesa?
¿Sal? Sabor.
¿Sed?
Sí, sed.
Mayonesa. Arroz.
35
Solo. Estoy solo.
Arroz en mi boca llena de arroz.
Boca llena, mesa vacía.
¿Mañana?
Arroz.
¿Pollo?
No.
Arroz.
36
Relatos
37
Enrique Ban
Is this it?
I
Nadie me vio descender en la verde noche del jardín. Nadie me vio entrar. No me
vieron las figuras de bronce ni el tigre ni el simio, no me vio el elefante ni el lagarto
ni el centinela. No me vio su tragedia ni su escándalo. Estoy frente a él, retiro con
minuciosidad la sábana y la dejo caer. Descubro un cuerpo que es mi cuerpo.
Duerme pesadamente, por obligación. Tomo la mano que me maneja y la acaricio.
Pronto seremos uno y pronto amanecerá.
II
Las cámaras de video son omnipresentes, se dice que hay almacenadas más de
cien horas del ensayo. No pertenezco a cualquier producción, constantemente
resuena que haremos historia.
Trabajo con el cantante más reconocido en el mundo. Formo parte de un
todo inmutable, formo parte de él. Me convertí en una extensión de su cuerpo:
marioneta que pende de una blanca mano. En algunos momentos siento que
somos el mismo hombre y que su cuerpo es mi cuerpo. Piensan que soy un loco
más que creció viéndolo. Quizá no se equivocan.
Recuerdo que mamá me dijo que lo vio, pero que era otro, un pedacito de
carbón, tímido, con una sonrisa como luna llena, y que hoy sólo le queda el mote.
No me fue difícil creerle. La primera vez que lo vi actuar fue hace doce años:
pálido, casi transparente, altivo y dinámico, una ameba asombrosa que bailaba,
bailaba y bailaba… que cantaba, cantaba y cantaba. Poco ha cambiado.
38
Fui elegido de entre setecentos participantes. Al final, otros nueve también lo
fueron, y desde entonces, ensayamos: bailar, bailar y bailar. Hoy no fue diferente:
bailamos hasta consumirnos en la explanada inmensa, en los proyectores, en las
toneladas de acero, en los amplificadores, la pirotecnia, y las plataformas móviles,
en los cables que se prolongan hasta perderse en una oscuridad infinita. Al
terminar, al centro del escenario, nos sujetamos de las manos y formamos un
círculo. Él habló, nos dijo que estamos viviendo una gran aventura, el espectáculo
más grande del planeta. Poco a poco fuimos desapareciendo. Fui el primero en
irme.
III
El sol hiere como hace un año. Todo hiere como hace un año. La plaza sola. Veo
a una jovencita abandonar el bazar de música que está al frente. En su mano lleva
una copia en video del epítome de más de cien horas de grabación. Se detiene y
le retira el envoltorio. Lo hace delicadamente, con nostalgia, como si acariciara un
recuerdo de la infancia. La imagino pequeña, imitando con su hermana mayor las
coreografías que bailé, bailé y bailé como hace un año. Ya terminó de retirar el
lienzo, lentamente va cayendo, como una sábana.
39
Saturnino Campoy
Farol de la calle….
Don Ismael fue muy claro en sus órdenes: ¡Jesucristo no necesitó aire
acondicionado para predicar su palabra y en esta casa tampoco lo necesitamos
para vivir!
La temperatura ambiente rondaba los 40°C y su mujer e hijos no dejaban de
echarse aire con sus abanicos de mano. Doña Alicia nunca se hubiera atrevido a
pedirle a su esposo comprara un mini Split para la recámara, de no ser porque la
hija menor, Alma, se había deshidratado la semana anterior y el doctor
recomendara mucho reposo, líquidos y no salir al calor.
“Si algo le pasa a nuestra hija, sobre tu conciencia caerá Ismael”. “No le
pasará nada mujer, ya se repondrá. Ya verás”. Contestó Don Ismael, al tiempo
que pensaba: “Estas mujeres están cada día peor, ¿no saben lo que consumen de
energía esos aparatos? Ni loco caeré en las garras de esos bandidos de la
Comisión. Ya bastante les pago con lo que consumen el refrigerador y las
lámparas, y eso que yo aún utilizo el quinqué de petróleo en mi recámara. El mes
pasado pagué más de 200 pesos. ¡Un robo!”
Sólo lo tranquilizaba pensar que al día siguiente iría, como todos, a misa de
seis de la mañana a Catedral. La homilía y comunión diaria eran su mayor
motivación, y claro, también lo ayudaban su trabajo como Director General de la
Financiera Regional, las comidas semanales de los martes con el Obispo, y los
juegos de dominó los jueves, con sus amigos.
Un día recordó que tenía que ir a visitar a su cuñado el notario. Urgía poner
en orden su testamento. Ya lo había decidido: el edificio de la financiera, los
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terrenos de las huertas y las inversiones a plazo serían todos para la Iglesia. “Mi
familia estará bien
̶ pensó ̶ . Les dejo, además de la casa, dinero suficiente.
Después de todo la casa funciona con menos de 5 mil pesos al mes…”.
41
Ramón De la Cruz
Chocolate
Ahí estaba yo, sentadito en una silla de madera, sobre un pequeño cojín para que
pudiera estar más cómodo, llorando, temblando de miedo, y mirando a cada rato
el reloj de pared que colgaba frente a mí. Me encontraba en la dirección de mi
escuela esperando a que llegara la hora en que mi madre había sido citada; y
estaba allí desde el momento en que había terminado la hora del recreo. Era un
niño de seis años, cursaba el primer año de primaria, y no se podía decir que era
un niño problema, puesto que siempre tuve dieces en mis calificaciones. Sin
embargo, a veces la edad, mi propia inmadurez, o la manera en cómo había sido
educado en casa, me hacían pasar malos momentos.
En su escritorio se encontraba la señora directora, también esperando de
manera impaciente a que llegara mamá. Se encontraba leyendo unos reportes de
los maestros y de vez en cuando me miraba para asegurarse que no estaba
haciendo otra cosa más que estar cabizbajo y llorando. En eso se levantó de su
escritorio y tomo unos pañuelos.
̶ Ten, sécate esas lágrimas –me dijo tajante ̶ . No quiero que tu mamá te vea de
esa manera.
Tomé los pañuelos y de inmediato se humedecieron como si los hubiera
metido en un vaso con agua.
̶ Gracias, miss ̶ apenas si podía pronunciar palabra por mi gimoteo.
̶ Toma un poco de agua para que tranquilices un poco –me lo dijo con toda la
autoridad que ella tenía.
̶ Gracias, miss ̶ volví a decir.
42
̶ Mira, ahí viene tu mamá –dijo la directora, quien miraba por el ventanal que
estaba al fondo de la oficina, y se dirigió a la puerta para recibirla–. Apúrate a
tomarte el agua y sécate la cara.
Terminé con prisa el agua, y casi por inercia, solté el vaso y lo coloqué a un
lado, sobre otra silla. Me había puesto nervioso y la directora lo había notado.
Empecé a secarme la cara con mis manos. Entonces, mamá entró.
̶ Disculpe señora directora, vine lo más rápido que pude. Había mucho tráfico, y
usted sabe, a esta hora del mediodía y con este calor es toda una odisea –dijo
mamá agitada ̶ . Pero dígame, ¿Qué pasó con mi hijo?
̶ No hay cuidado ̶ dijo mientras emitía una sonrisa de lo más apacible ̶ . Pero, que
sea él quien se lo diga –y entonces apuntó con su palma hacia donde yo me
encontraba.
Agaché de nuevo mi cabeza y hacia un esfuerzo descomunal para no
soltarme llorando. Quería ser valiente ante los ojos de mi madre, o quizás quería
hacerle creer que era inocente de toda culpa al mostrar mi mejor cara. Una cara
serena,
sin
sospecha.
Pero
no
pude.
Mamá
comenzó
a
observarme
desconcertada, con esos ojos café, que me recordaban la razón de mi castigo.
̶ Pero, ¿qué le han hecho a mi niño? –preguntó con una voz clara e infantil, me
abrazó.
–A ver, dime, ¿qué fue lo que pasó mi pequeñín?
Volví a agachar la cabeza y mamá se levantó para darme espacio y
poderme expresara.
̶ Anda, cuéntanos –pidió la directora–. Dinos la razón por la que estás aquí
castigado. ¿Qué pasó con tu amiguita nueva, Milka?
43
Levanté la cabeza y me dirigí hacia mamá.
̶ Los otros niños le empezaron a decir cosas.
̶ ¿Qué tipo de cosas? –preguntó la directora.
̶ Muchas cosas –continué–, decían que estaba gorda, que parecía una vaca y que
era fea porque era negra.
̶ ¿Y tú crees todas esas cosas? –volvió a preguntar la directora.
̶ La verdad es que no, miss. Milka es una niña muy agradable. Una vez me ayudó
con una tarea que no entendía –comencé a llorar de nuevo, al recordar el
momento en que ella se había portado tan amable conmigo.
̶ Pero entonces –intervino mamá ̶ , ¿qué ha sido tan grave que a ti te han
castigado y a los otros niños no?
-Bueno, ahora sí –dijo la directora–. Dinos que es lo que le hiciste a la pobre de
Milka.
Estaba sollozando de nuevo, intentando encontrar la palabra que me
hundiera menos. Pero era imposible, no era bueno en eso.
̶ La mordí –dije y agaché la cabeza con todo el peso de la culpa.
̶ ¡Dios Santo! –exclamó mamá–. Pero hijo mío, ¿qué te llevó a hacer tal
barbaridad?
̶ No sé –ya no supe que decir mientras mi voz se quebraba en esas dos palabras.
̶ ¿Alguien te dijo que lo hicieras? –preguntó mamá.
̶ No –respondí. Moviendo la cabeza como loco, de un lado para otro, negándolo
todo–. Bueno, uno de los niños que la estaba ofendiendo, dijo algo que me llamó
la atención y quise ver si era cierto.
̶ ¿Y que fue eso que te llamó la atención? –preguntó mamá.
̶ Es que…. –apenas si podía pronunciar palabra ̶ , uno de los niños dijo que era
gorda y café como un chocolate.
Entonces, solté a llorar intensamente y me arrojé a los brazos de mi madre.
44
-¡Pero yo no quise hacerlo! ¡No lo quise hacer! Es verdad, mamá. Yo quiero
mucho a Milka, no le quise hacer daño. ¡Tenía hambre! Por favor, dile que me
perdone.
-Sí, hijo. Claro que sí.
Y fue así como mi mamá se arrodilló ante mí, tomó un pañuelo que traía en
su bolso y me secó las lágrimas. Me hizo que pidiera perdón a la señora directora
por lo que había hecho y que declarara que no se volvería a repetir. Ella misma
pidió disculpas a la directora.
Después de tres días de castigo, volví a la escuela. Fui directo al mesa
banco de Milka para pedirle perdón. Ella lo aceptó muy gentilmente, y me dio un
beso. Desde entonces comprendí lo que era una verdadera amistad, sin dejarme
influir por otros y ser respetuoso con todos mis compañeros.
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Edith Encinas
Oscuridad
Por algo sentí que ese día no debía tomar el avión. Esta idea de responsabilidad
finalmente ganó sobre mi intuición. Apenas llegué al hotel, me perdí en un sueño
de sepultura. No es lo mismo aguantar 15 horas de viaje a los 20 que a los… ¡En
fin!
La modernidad me alcanzó. Abrí los ojos en una habitación oscura, con
controles eléctricos para todos: persianas, luces, televisión. Para volver a la luz
era INDISPENSABLE colocar mi llave/tarjeta a un lado de la puerta, pero ¿dónde
había quedado?
Volví a encender mi celular, pero la hora quedó en ceros, mientras el reloj
de la habitación parpadeaba las doce en un rojo grosero. Para colmo de males al
marcar a la operadora, me pedían paciencia en tres idiomas, pero nadie me
contestaba.
Abrí las cortinas y me encontré la luz temerosa de un día que no supe si iba
o venía. Una luz insuficiente para regalarme un poco de información sobre mi
entorno. Tendría que salir para investigar mi ubicación en el tiempo. Me urgía
saber si debía salir a mi junta o podría seguir descansando.
A tientas abrí mi maleta y saqué lo que pude. Sin control de lo eléctrico, ni
siquiera agua salía de la llave. Mi melena enmarañada no respondía a mis manos.
Calcetines, un pantalón y la chamarra sobre la blusa. Todo se veía del
mismo pardo. El susto era por si había que salir de ahí volando a la junta. La
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penumbra era un mareo de mis ojos a la cabeza. Ese vaivén del agotamiento…
Tenía que encontrar un interlocutor que me ayudara a encender la luz.
Un último intento con el teléfono, y esta vez, ni siquiera la grabadora me
dirigía la palabra. Abrí la puerta ante un pasillo iluminado tímidamente con las
luces de seguridad.
Finalmente en la salida a las escaleras me encontré con una pareja joven:
̶ ¡Hola!
̶ ¡Hola! –respondieron en un español que me tranquilizó.
̶ ¿Van para abajo?
̶ Sí, yo creo que somos los últimos que quedamos en el piso.
̶ ¿Cómo?
̶ Sí. Por el temblor.
̶ No me di cuenta. Estaba dormida. Perdón… ¿qué hora es?
̶ Las siete.
̶ ¿Del día o de la noche?
̶ ¿Cómo dice?
̶ Es que acabo de llegar de México.
̶ ¡Ah sí! Entiendo ese sentimiento. Son las siete de la noche.
Juntos bajamos los dos pisos de escaleras, donde me di cuenta que llevaba
un zapato negro y otro azul marino, pero creo que no se notaba tanto. Finalmente
llegamos a la recepción del hotel, donde había varias personas, pero ninguna con
el aspecto tan perdido como el mío.
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Martín Encinas
Crisóstoma
Habíamos cruzado la pendiente más terrible de aquel paisaje volcánico y más allá
de sus límites inmediatos se encontraba ella. Crisóstoma, a quién todo hombre
que alguna vez intentó cruzar el estrecho de Epafrodito aprendió a temer y a quién
desde ese momento, sin más remedio, encomendamos nuestras almas.
En el horizonte divisábamos sólo ásperas montañas desnudas que a
menudo eran difusas, debido al espeso manto gaseoso que nos cubría poco a
poco. La corteza que pisábamos parecía estar cada vez más húmeda; bañada
desaforadamente por el rocío mefítico que aludía a una muerte segura.
Durante toda nuestra vida escuchamos historias acerca de ella, de las
inefables maravillas que escondía su celoso velo y del terrible precio que habría
que pagar por usurpar en su seno sagrado.
Pero ahí estábamos, marchando desesperados hacia ella. Inexpresivos,
sosteniendo nuestra conciencia en nuestro débil aliento. Como si intentáramos
encontrar un consuelo, un pretexto para correr hacia sus brazos.
Éramos los heraldos de un mismo propósito, uno que seguía siendo
relevante a pesar de la insensatez de esta guerra creciente. Sin embargo, no
mentiría si dijera que nuestra supervivencia estaba, desde un principio, fuera de
cuestión, independientemente de lo que el mensaje contuviese.
Era evidente ante todos, quienes estaban familiarizados con la ruta que
descendía del estrecho, ni siquiera la criatura más despiadada y mordaz de estas
tierras se atrevería a adentrarse en las cumbres de Crisóstoma, a pisar sus
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senderos vírgenes. Pues no existe criatura alguna en este mundo que padezca la
mortal incertidumbre en su espíritu, a la que sólo un humano puede aspirar. Sin
embargo, nosotros no huíamos de ningún ser nativo de estas tierras, ni de este
mundo. Puesto que los rasgos más fundamentales que residen en nuestra
naturaleza nacen de los conflictos más insensatos y de sus resoluciones.
No había ya nada que pudiésemos perder, más que la sangre de las
generaciones por venir, las cuales, tendrían que vivir en este mundo, al cual no
pertenecen y pagar por nuestra necedad.
Todos acordamos que aquí, cuando menos, la muerte sería más certera
que al aguardar el destino que nos deparaba a manos de los rebeldes. Y
confiábamos fríamente en la posibilidad de que ellos no nos seguirían hasta aquí.
Las cortinas gaseosas comenzaban a disiparse frente a nosotros. Nos daba la
breve ilusión de que habíamos avanzado ya bastante.
Aliviando cada paso desalentador se encontraba la esperanza de llegar,
postrarse ante su glorioso vientre para olvidarlo todo y hundirnos en nuestra
debilidad, sin remordimiento. Y estar salvos al fin, al menos en nuestras
desdichadas conciencias.
Lentamente, a la par con nuestra marcha de muerte, pudimos apreciar la
sublime fauna desolada, escondida del resto del mundo. Nuestros ojos hinchados
sólo podían ascender con el anhelo indeliberado de observar los extraños gestos
que cubrían nuestros alrededores.
De pronto, la obtusa naturaleza del planeta comenzó a ser ajena a todo lo
que observábamos. Una variedad de misteriosos organismos se reveló tras la
última cortina. Sus colores se mezclaban denodadamente de una forma que sólo
pudo ser concebida por ella. La flora y todos los que la habitaban atendían a
nuestra intrusión, pasivos y en perfecta armonía con su exquisita morfología.
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Siempre atentos a nuestro paso; extenuados deliberadamente a nuestra vista. Era
como si su naturaleza hubiese sido forjada con el único propósito de seducir a los
intrusos.
Nos aproximábamos a una extensa vereda de estanques, la cumbre
perfecta en donde florecería tal ecosistema indescriptible. El aire ya no parecía tan
pesado, y la gran mayoría de nosotros aún no se encontraba delirante. Pero yo
había logrado avanzar todavía más. Había dejado a mis colegas detrás, y de ellos
ya no reconocía nada, más que sus indefinidas siluetas en deterioro, a las que
miraba con frecuencia, de reojo al colocar mi mentón sobre mi hombro.
Pronto todas sin excepción detuvieron sus pasos y cedieron en piadosa
agonía. Tras ese momento, nada irrumpió en mi razón, o al menos nada con el
suficiente ímpetu como para hacerme retroceder. Pero algo inmenso se interpuso
en mi camino, poco después de que los perdiera, finalmente entre la neblina. Eran
los restos colosales de una extraña planta que había sido petrificada hacía eras, a
la que sólo mi fugaz imaginación sería capaz de remontarse. Extrañamente
conservaba su orgullosa figura, denotando con claridad que no cedería jamás a la
decadencia y endosada su existencia a Crisóstoma, era claro que así sería.
Permanecería como un faro remanente en este paraje de almas perdidas.
No me quedaba otra opción más que trepar sobre su rígida corteza dividida
y esperar que detrás, no me depararan peores adversidades. Casi podía jurar que
lo escuchaba recitar el epitafio de mis colegas y de todos los invasores que
optaron por perecer aquí. Pero mis pies seguían firmes y mis pulmones no habían
cedido aún, ante su dulce veneno. ¿Había sido acaso yo elegido?
Por alguna razón, tal vez reservada a ella y al destino, mi sangre aún corría
ferviente por mis venas. Detrás del último tallo, justo en la dirección que me había
sido interrumpida, pude divisar un sendero definido en la lejanía, cuyas
delimitaciones eran perfectas. Desde ese momento supe que no sería más una
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baliza perdida, consolada por el abismo. Había aprobado su juicio y eso me
adjudicaba una responsabilidad que no estaba preparado a recibir. Tras cruzar
aquel sendero, abandonando su cálido rocío, se encontraba de vuelta nuestro
mundo engendrado a la fuerza y abatido finalmente.
Recobré la precedida marcha después de vacilar durante unos momentos, y
continué hasta el poniente que aclamaba mi triunfal llegada. Efímera, como todo lo
que eludía su presencia. Tras esa hazaña incauta y olvidada no dudé jamás en
regresar a ella, a su cálido manto, a su dulce placebo de muerte.
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Alfonso Marín
Se alquila alcoba
La fachada del edificio en la Rue Le Rose lucía algo descuidada. Verifiqué una vez
más el domicilio en el anuncio del periódico. Apenas podía distinguir el número
pintado junto a la puerta, sobre la pared manchada de moho. La lluvia era intensa.
Pasaban ya de las nueve de la noche. Toqué el timbre, apenas perceptible desde
afuera. Nadie vino a abrir. Toqué de nuevo. Alcancé a escuchar los maullidos de
un gato desde el interior. Me disponía a retirarme cuando un fuerte relámpago me
detuvo por sorpresa. “Buenas noches”, saludó una voz grave a mis espaldas. La
puerta ahora estaba abierta y allí una mujer entrada en años, muy delgada,
vistiendo unas prendas pasadas de moda. “¿Qué desea?”, inquirió sin mostrar
ningún gesto. “Buenas noches”, saludé, “he venido por el anuncio a ver la alcoba
que tiene en alquiler”. Por unos instantes me pareció que no me había escuchado
o quizá dudaba. Por fin me miró con extrañeza, frunciendo ligeramente el ceño. Le
mostré el anuncio, el papel periódico escurría. “Oh, sí… perdone usted… suba
conmigo, es en la azotea”.
Una escalera estrecha que apenas dejaba pasar a una persona nos
condujo hasta la habitación. Se trataba de un estudio con una pequeña ventana y
un tragaluz en el techo. “Tiene un baño completo, una cama, una escribanía y un
pequeño armario. Por ahora no podría ofrecerle alimentos. La renta sólo incluye la
estancia”, indicó moviendo en al aire un vaso de vino tinto que llevaba en su
mano, sin beber un trago. Apenas podía distinguir los pocos muebles en la
habitación, la luz era muy tenue. “Es el bombillo”, dijo como adivinando mi
pensamiento, “es muy viejo, lo haré cambiar mañana mismo antes de que se
mude”. ¿Cómo es que daba por hecho que tomaría el alquiler?, pensé. De repente
recordé los maullidos que había escuchado al sonar el timbre. Sombra, llamó con
voz asertiva. Los amarillos ojos de un gato brotaron de la oscuridad, tenía un
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pelaje pardo y liso, no pude evitar estremecerme. “No tema, Sombra me hace
compañía; no lo verá entrar a su habitación”. El gato fue a esconderse tras la
mujer y maulló como disculpando su atrevimiento. “Es un buen chico, ¿verdad,
Sombra?”
Recorrí la habitación con la mirada. Ella veía hacia la ventana. El gato me
observaba con curiosidad. El vaso de vino seguía en su mano. “No bebo todo el
tiempo. Es más, pienso que debería dejarlo ya”. Se acercó al ventanal, lo abrió de
golpe y arrojó el vino a la calle. Un relámpago iluminó en ese instante la habitación
cegándome de momento; traté de proteger mis ojos con el brazo por mero reflejo.
De vuelta en la oscuridad tardé varios segundos en recuperar la visibilidad,
pero la mujer ya no estaba, se había ido. “¿Madame?”, la llamé, no respondió.
Escuché los maullidos del gato, pero venían de lejos, al parecer del vestíbulo. Salí
de la habitación y bajé las escaleras con cuidado. La puerta de la calle estaba
abierta y allí estaba el gato, maullaba de un modo extraño. Echó a correr hacia
afuera y lo seguí sin saber por qué.
Cuando salí a la calle escuché la puerta cerrarse a mis espaldas con un
ruido sordo. Al darme vuelta sentí un ligero mareo y sudaba copiosamente.
Confundido saqué el periódico de mi gabardina, estaba seco. Verifiqué una vez
más el anuncio y entonces reparé en la fecha de la publicación, estaba fechado
exactamente un año atrás. Alcé la vista y descubrí a Sombra mirándome desde la
cornisa del ventanal, con sus ojos amarillos y penetrantes. Se relamió los bigotes y
dio un salto hacia el interior. La tormenta había terminado, pero el pavimento
estaba seco.
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Yolanda Noriega
Palabras con olor a café
Desde pequeña se sintió cautivada por su aroma fuerte, intenso. También le
gustaba su color obscuro, así como las tazas que lo contenían. Alguna vez se
aventuró a tomarlo a escondidas y de la misma manera que entró, salió por su
boca como una manguera abierta, y en chorro también salieron los gritos y
regaños de su madre asustada, quien volvió a prohibirle la ingesta del aromático
elixir. “Es para grandes”, le decía, y tal vez fue la advertencia la que lo hizo tan
atractivo, o ver a su abuelo tomarlo cada tarde; era ella quien se lo llevaba y veía
lo especial de la bebida.
Posaba cuidadosamente la taza en la pequeña mesa junto al periódico de la
Ciudad de México, que su abuelo recibía por las tardes y absorbía esa mezcla de
olores tan agradables, el de la tinta y el del café recién colado. Entonces se
apuraba a traer su taza de juguete, donde su abuelo, a escondidas, le compartía
un poco, mientras él resolvía su crucigrama, con recuadros y palabras en tinta tan
negra como la bebida. “¿La tinta estará hecha con un poco de café? ̶ pensaba
ella ̶ , entonces si tomo mucho como mi abuelo, llegaré a saber tantas palabras
como él”.
Y así cada tarde se repetía el ritual de pasar café, de la taza de porcelana a
la de juguete. Lo tomaba despacio con pequeños sorbos para no quemarse y
mucha azúcar para contrarrestar su sabor amargo. El olor a café y el de la tinta del
diario y los libros, quedaron para siempre entrelazados en su memoria. Imaginaba
al líquido oscuro viajando por sus venas y subiendo a su cerebro donde se
derramaba y comenzaba a formar palabras, ideas, frases.
“Sí, el café es como tinta para mi abuelo” ̶ pensó. Cada tarde cuando su
abuelo se lo tomaba despacio, veía surgir en él las palabras para su crucigrama,
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las anotaba con su elegante pluma dorada, lo veía como hipnotizada, sacarla del
bolsillo de su camisa, para después, deslizarla como una bailarina sobre el papel.
Después venían las interminables historias que le narraba sobre princesas
valientes y dragones miedosos.
El café, la tinta, las palabras, las historias y su abuelo, todo dentro de
aquella estancia en colores cálidos, donde la luz
se colaba por las cortinas
caladas que veían morir el día, cada tarde.
Esos momentos quedaron suspendidos en el tiempo, marcado por el reloj
grande con cadena del abuelo… ¡Ese que tanto le gustaba! Lo veía sacarlo
colgado de la larga cadena prendida de su pantalón y observaba la figura grabada
del tren que tenía en la cubierta. Memorias que sangran y duelen por dentro,
ahora ella quisiera volver a sentarse frente a su mesita, frente a su taza, frente a
su abuelo.
Las memorias fluyen dentro de ella y viajan por todo el cuerpo a través de
su sangre, cuando la nostalgia invade. Quién sabe, tal vez su sangre también se
haya vuelto cada vez más oscura como la tinta y como el café, que no falta a su
lado cada mañana y cada tarde, cuando se sienta a trabajar.
“La sangre llama”, ha escuchado decir por ahí, pero la de ella no llama… la
de ella grita con cada recuerdo y cada palabra que aún escucha al cerrar los ojos
y regresar a esa estancia, donde todavía está sentado su abuelo en su
inconfundible sillón, esperándola y sonriéndole con los ojos al verla llegar.
Sí, su sangre le llama y le grita llena de café y de tinta. Le pide que no
olvide, que conserve y que transcienda, que escriba y cuente a los que están y a
los que han de venir. Ella lo hace cada vez que se sienta con su pluma dorada que
escribe y danza con vida propia, dejando tras de sí palabras negras, intensas y
aromáticas. Palabras con olor a café.
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Joaquín Robles Linares
El enfermo
El rostro en el espejo se reflejaba con un cierto brillo, que acompañaba una
discreta emoción. Su camisa blanca, sin ninguna arruga, impecable y de manga
larga, le hacían ocultar la delgadez de los brazos.
El pantalón gris Oxford con las pinzas delanteras, lo hacían verse más
corpulento de lo que en realidad era. Él siempre buscaba la combinación gris con
blanco, lo llevaba a recordar la añeja elegancia de su niñez, donde todos los
pequeños que asistían a la iglesia se uniformaban, con la intención de parecer
adultos y formales, tratando de simular pequeños señores.
Se acabó, se dijo ante el espejo, no más dudas, esperas, exámenes, malas
caras. ¡Se los dije! Si yo ya sabía, pero no, siempre dudando de mí. Es difícil en
ocasiones aceptar que se está equivocado, claro.
El silencio volvió y con un gozo disimulado seguía arreglándose. Se había
bañado desde muy temprano. Cumplía con su antiguo ritual: levantarse, hacer
café, leer el periódico, para después bañarse y rasurarse, esto último a contrapelo,
como su padre lo había enseñado.
Ese era un día especial, la mañana parecía fresca, aunque no lo había
comprobado del todo. No había salido de casa. Llevaba algunos años cumpliendo
el estricto protocolo matutino, su paso por el colegio militar y el cáustico
tratamiento de sus superiores, lo habían entrenado. Pero esa mañana era
diferente, ya que sus pronósticos largamente acariciados, por fin se habrían de
cumplir.
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Todavía recordaba su primera visita al doctor. Siendo muy niño, lo
deslumbró el color blanco de la bata, el uniforme radiante de la enfermera, los
olorosos algodones con alcohol dentro de un frasco de vidrio, la claridad del
consultorio, y lo mejor, descubrir todos los instrumentos sumergidos en soluciones
antisépticas; el olor penetrante y envolvente, aun estando en casa, lo seguía
disfrutando.
Por fin, dijo entre dientes, ahora espero que mi información ponga en
evidencia la verdad, que por tanto tiempo se me ha ocultado. Desde hoy pasaré
con el doctor González y le dejaré la información. No, mejor haré una cita.
Dio un ligero tirón al cinto y acomodó la camisa para no verse desaliñado, y
así, parecer un hombre tenso.
A ver qué cara pone, comentó ante sí, ya no se vale que me diga lo de
siempre; aquí está la respuesta, si yo sabía, espero que no minimice el pronóstico.
Se colocó de lado, ante el espejo, y se vio de cuerpo completo, la camisa
blanca de manga larga y los pantalones oscuros de pinzas, lo hacían verse
grueso, todo esto a pesar de ser un hombre delgado, casi seco, pero él buscaba
parecer más robusto, tratando de aparentar lo que no era.
Hoy será distinto, escucharé atentamente, pero pondré mis objeciones. No
me dejaré llevar por su experiencia y poder de convencimiento. No me importa lo
que diga, si no es así, me iré con otro hasta que se haga lo que yo diga.
Recordó la primera visita con el doctor González, éste, después de una
minuciosa revisión, ordenó una batería de exámenes de todo tipo. Luego, recorrer
gabinetes radiológicos y laboratorios de análisis. Siempre sin desayunar. Agotar
todos sus recursos económicos en pruebas, contrapruebas y radiografías.
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Con los papeles en sus manos habló para hace la cita. En el consultorio
esperó desde las seis de la tarde, y ya siendo casi las ocho, después de haber
leído revistas médicas, el doctor lo hizo pasar. Leyó lentamente los resultados, sin
inmutarse, sin ningún gesto, se paró y revisó acuciosamente las radiografías.
Después de un silencio, el médico aprovechó para apuntar en la abultada historia
clínica todos los nuevos elementos de su diagnóstico. Al cerrar el expediente fijó
sus ojos a los de su paciente, con voz grave comentó: ¡nada!, todo está perfecto,
usted no tiene nada.
Pero ese día era diferente, tomó un pequeño papel que estaba sobre la
cómoda lo abrió y lo leyó en voz alta:
Diabetes mellitus, sus niveles de glucosa están ligeramente elevados, se
recomienda asistir con su médico para el respectivo tratamiento.
Hoy es un día especial, diferente. Al fin. Pensó.
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María Robles Linares
Confesiones de un secuestro
Lo recuerdo perfectamente. Esa tarde había tenido mucho trabajo, demasiado. Al
salir decidí ir a tomarme un café y leer mi revista de modas, necesitaba relajarme.
Al llegar a la plaza sentí la mirada de esos cuatro tipos. No les di importancia y
seguí con mi camino. Ordené lo de siempre: un capuccino descafeinado. Me senté
en la terraza, la noche era especial y el aire se sentía limpio y fresco, pero esas
miradas me perturbaban. Sus ojos me provocaron miedo.
Al poco tiempo me concentré tanto en la revista que se me olvidó todo lo
que me rodeaba. Dieron las doce de la noche y yo seguía ahí. Uno de los
empleados me pidió amablemente que me retirara, ya era hora de cerrar el lugar.
Al salir, el estacionamiento estaba oscuro, solo, sin vida. Esa sensación de
felicidad que había sentido antes, de pronto, se convirtió en un terror inmenso.
Presentía que algo no andaba bien, por lo que aceleré el paso para llegar
más rápido a mi auto. De pronto, un paliacate sucio y maloliente cubrió mi cara.
“Sí, somos nosotros bonita”, me susurró una voz de hombre. Todo se borró y sólo
se me vinieron a la mente los cuatro hombres del café. No podía ver, hablar, y
tampoco, moverme, me sujetaron de las manos y de los pies.
Sólo pensaba en mi familia, en mi trabajo y en todos los proyectos que tenía
en mente. Esos imbéciles habían acabado con mi felicidad en menos de veinte
segundos. Entre ellos hablaban, pero no los escuchaba del todo. Yo no dejaba de
pensar en mis padres, ¿cuánto les iban a pedir?, ¿podrían mis papás pagar esa
cantidad? Y si no… ¿me matarían? Era cierto que teníamos una muy buena
posición económica y que en mi trabajo me estaba yendo bastante bien, pero,
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¿podría resistir un secuestro? Era más que evidente que se trataba de eso: de un
secuestro.
Me arrojaron en la cajuela de una camioneta. Escuchaba sus voces
nerviosas, inmediatamente me di cuenta que se trataba de secuestradores
inexpertos, y fue ahí cuando me dio más miedo, me entró tanto pánico que me
llevó a un desmayo.
Abrí los ojos y me encontraba en un cuarto pequeño. Tenía un algodón con
alcohol en mi nariz, y frente a mí, uno de los secuestradores. Era un hombre de
unos 35 años, alto, moreno, de complexión delgada, ojos verdes, pero tristes.
Después de despertar por completo, el Cachora se presentó y me pidió el número
de teléfono de la casa de mis padres. Sabía que el Cachora no era el mejor
hombre del mundo, pero percibía en él una mirada de tristeza, y eso hacía que me
enterneciera y me diera lástima.
Me dejó sola y busqué la manera de salir, comenzaba a sentirme asfixiada,
mi respiración no fluía y sentía que no cabía en ese lugar, me sentía como un
producto empacado al vacío. Me sentía como una muñeca arrumbada en lo más
profundo de una caja de juguetes. Pasaron varios días, y las sensaciones de
ahogo, no cesaban. Cada día sentía que iba perdiendo, poco a poco, mi
respiración.
Han pasado tres meses y mi familia todavía no reúne la cantidad que los
secuestradores les han exigido. Acabo de cumplir veinticinco años y me siento
como una mujer de sesenta. Mi juventud se convirtió, en un abrir y cerrar de ojos,
en senectud. Pienso que ya no volveré a ser feliz. Es imposible acostumbrarme a
vivir así, asfixiada por el miedo, como un producto empacado al vacío.
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Pablo Sau
Prisionero
Escribo estas líneas usando sólo mi mano derecha, la izquierda está de momento
ocupada. Seré breve y espero me comprendas. Si ves mi cuerpo encima del
teclado, te aseguro que no será un suicidio; bueno, en teoría sí lo es, ya que mi
cuerpo es el que habría acabado consigo mismo, pero te juro que no será bajo mis
órdenes.
Sé que es confuso, pero no encuentro manera de explicarlo. Recordarás
que he sufrido toda mi vida de migrañas que me dejan incapacitado por días, y
recordarás también que a veces quedo paralizado por minutos, mi cuerpo se tensa
y yo pierdo todo control sobre él. Esto era normal, pero hace un mes, en un
episodio de parálisis, sucedió algo que jamás me había ocurrido.
Estaba sentado en la silla del desayunador, tomándome un té, cuando me
quedé congelado con la mano derecha sosteniendo la taza caliente. Mis dientes
se apretaron y por poco me cercenaban la lengua. Yo estaba tenso y mi mano
izquierda se levantó firme, se acercó a mi mano derecha y me quitó la taza para
ponerla sobre la mesa. Sabrás también que cuando me dan estos episodios, mi
sentido del tacto desaparece, no siento dolor, ni frio ni calor.
Después de que mi mano izquierda arrebató la taza, el brazo cayó flácido a
mi costado y en ese momento recuperé control de mi cuerpo. Fue entonces
cuando sentí que me ardían los dedos de la mano derecha y me levanté para
enfriarlos con agua.
Mientras me aliviaba con el chorro del fregadero veía intrigado a mi mano
izquierda, sorprendido por lo que acababa de suceder. Pareciera que la mano
supiera que me encontraba en peligro y actuó consciente para protegerme. Estaba
igual de correcto como de equivocado y me vine a dar cuenta días después.
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A la semana de mi episodio en el desayunador, tuve otra parálisis, pero
esta vez frente al teclado de la computadora. Los dedos se contrajeron hasta
volverse puños, pero a los segundos, mi mano izquierda logró extenderlos; otra
vez sin que yo se lo comandara. Mi mano comenzó a aplastar las teclas
lentamente, como si le costara un gran esfuerzo. Traté de encontrarle sentido a lo
que escribía, pero eran letras al azar. Volvió a hacer un puño y golpeó el teclado
una y otra y otra vez, sobre la pantalla se imprimían letras y símbolos sin ningún
sentido, como expulsados por un autor frustrado.
Consternado por esto, busqué información para ver si existía una condición
similar a la que estaba sufriendo. Encontré un síndrome conocido como “mano
extraña”, en el que el sujeto no puede controlar una extremidad y toma vida
propia, ésta hace todo tipo de actividades, desde abrochar y desabrochar botones,
jugar con llaves o garabatear con lápices.
Se me ocurrió tomar una pluma con mi mano izquierda, en cuanto mis
dedos la tocaron, me vino la parálisis, excepto en mi brazo izquierdo, que sostenía
la pluma en posición para escribir. Como no tenía una hoja delante de mí, la mano
comenzó a rayar mi brazo derecho. No podía mover mi cabeza hacia abajo, y no
pude ver lo que escribía hasta que mi parálisis terminó y mi mano estaba otra vez
flácida a mi izquierda. Vi mi brazo derecho tatuado de líneas de tinta y sangre que
me causó la punta de la pluma. No había letra o símbolo alguno, sólo rayas y
garabatos sin sentido; al parecer comenzó a rayar desde mi muñeca y fue
subiendo en dirección a mi hombro, y entre más subía, más profundo hacia los
surcos y más caóticos eran los tajos.
En medio de una noche desperté ahogado, sin poder respirar y con la mano
apretando mi cuello con fuerza mortal. Así es, mi mano izquierda me estaba
ahorcando y cuando estaba a punto de perder el sentido, logré control de mi
cuerpo, pero mi mano no se desvaneció como las veces anteriores. Tuve que
esforzarme con la derecha para quitar la izquierda de mi cuello. Siendo yo diestro,
tenía más fuerza en la derecha, y aún con trabajo, logré zafarla. Entonces fue
cuando recuperé sensación en mi extremidad siniestra. Mi mente hizo síntesis de
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lo que acababa de suceder y llegué a una conclusión: mi mano izquierda quiere
matarme y cada vez logrará más control sobre mí.
Busqué ayuda con mi psiquiatra, pero lo único que me decía era que me
tranquilizara, que el síndrome, aunque es raro, no existían casos de que la mano
ocasionara algún daño más allá de una travesura. Nadie había muerto a manos de
su mano extraña. Cuán equivocado estaba. Todas las noches amanecía en medio
de una batalla librada en mi cuello, con una mano ahorcando y la otra
liberándome. Otros días me jalaba los pelos y trataba de estrellar mi cabeza contra
la pared. Otros, me daba puñetazos en el estómago. Otros más, tomaba algún
objeto y me golpeaba con él. Yo trataba de dar siempre mi costado derecho a
tijeras, martillos o desarmadores para que estuvieran fuera del alcance del
extraño. La parálisis ya no era necesaria para que emergiera. En cualquier
momento podía suceder: en plena ducha, conduciendo o comiendo.
Hoy cometí un error que me tiene sentado frente a mi teclado escribiéndote
estas líneas. Sin darme cuenta mi costado izquierdo quedó demasiado cerca de
un largo cuchillo que uso en la cocina. Él lo tomó y lo puso contra mi garganta,
cuando levanté mi mano derecha para tratar de quitarlo, lo hundió un poco en mi
piel, suficiente para que una ligera gota de sangre corriera y me hiciera retroceder.
Estuve inmóvil algunos minutos, sin saber qué hacer, si me hubiera querido
degollar, lo hubiera hecho de inmediato. Una intuición afloró desde las nieblas de
mi consciencia, y una voz a lo lejos me hablaba sin formar palabra alguna, pero la
entendía perfectamente: me ordenaba sentarme a escribir en la computadora, y no
dijo más.
No he recibido otra instrucción, así que estoy dfgscn
Dcfveseb
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63
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Pppppppppppppppppppppppppppppppppppppp
Pppppp
Pp
Prissssssssiiiiiiiiiiooooooonnnnnnnnneeeeeeerrrrrrrrrooooooooooooo
Sssssssssssssssoy prisionero
Soy. Sólo Soy.
Siento no expreso.
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En un cuerpo que no controlo él da las órdenes se cumplen sus deseos
Encerrado busco mi fin inútil sin dominio pero hoy logré control y antes de que
se extinga te diré que este mensaje es para tu prisionero léelo de nuevo son
instrucciones para
65
Horacio Vidal
Helena
Helena Cervantes dejó de escribir y empezó a perder las palabras. Se le paralizó
el brazo y ya no pudo teclear. Era difícil hablar y mover ciertas partes de su
cuerpo. Lo demás se derrumbó poco más tarde.
Solo su extremidad izquierda respondía: Helena era el resto de sí misma.
Al principio prensa y crítica le prestaron atención. Ella, celebérrima
escritora, autora –como alguna vez dijo Juan Villoro– de las páginas más
luminosas en las letras de Hispanoamérica, había caído dos metros desde el
escenario instalado en el Zócalo metropolitano donde regalaba autógrafos.
Estaba en la Feria del Libro Políticamente Correcto. Y ahora, como ayer con
Rulfo, fuerte es el silencio.
***
¿Qué hago aquí? Ya les dije todo. Yo no me metí a robar, menos a hacer daño. Si
es cierto, andaba huyendo pero no de la policía. A mí me perseguían los
estudiantes y esos no se andan con cosas. Ya les dije que soy Ángel Rafael
Encinas. Trabajo en una ferretería, en la que quemaron, tenía quehacer, por eso
traía herramientas. Vi la manifestación, pero le saqué la vuelta. Yo no sé de
política. Ni siquiera voto. Pero ahí estaban unos señores, unos viejitos muy
enojados azuzando a la gente y a mí me confundieron. Creo que fue por las
herramientas. A lo mejor pensaron que iba a pegarles, pero no. Si yo nada más
iba a arreglar un tubo. Nada más. Se los juro.
66
***
El tiempo pasó. Los homenajes cesaron. No más talleres literarios. Se acabaron
prólogos y presentaciones de libros. La rabia ante Dios se desvanecía entre visitas
cada vez menos frecuentes de amigos y colegas para quienes Helenita no se
olvida.
Y aunque las regalías de sus cuentos y novelas cubrían con dignidad los
honorarios de una enfermera profesional, el Instituto Nacional de las Bellas Artes ̶
a regañadientes– cedió ante la presión de la prensa, diputados liberales y redes
sociales para terminar con asignarle una pensión vitalicia “por su contribución al
arte y la literatura de México”.
Así, cada día era una pena. De la cama a la silla de ruedas. Helena
sobrevivía, comía y defecaba asistida por una joven extraña que, con aséptica y
científica actitud enjugaba sus miasmas.
Nubia, la enfermera, también se hacía cargo de otros menesteres. La
comida del gato. La limpieza del cuarto. La televisión siempre en CNN en español.
Y por indicación del médico y sus familiares, de vez en cuando la lectura en voz
alta de alguna de sus historias favoritas.
Una en especial: “Gaby Brimmer”.
***
Me pegaron en la espalda. Con varillas de hierro. Por eso me hicieron sangrar. Yo
no les hice nada. Eran como cuatro, o cinco. Corrí hasta la ferretería, pero ellos ya
la habían quemado. No pude esconderme. Caí al suelo y ahí me agarraron. No
podía defenderme, ¿Cómo iba a pensar en robar? Yo ya no quería que me
pegaran más. Entonces fue cuando oí la sirena de la policía. Me levanté y volví a
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correr. Mi novia era enfermera en una de las casas de ahí. Estaba con mucha
sangre, no quería llegar con mi madre así, ¿Qué otra cosa podía hacer?
***
Esa noche, en la estancia, frente al televisor encendido, Helena escuchó ruidos en
la cocina. El gato saltó desde el regazo de la escritora y corrió hacia el alboroto.
Entonces, nerviosa, se acercó Nubia. Trató de explicar lo que estaba
ocurriendo. Su novio había sufrido un brutal asalto. Está herido. Está sangrando.
Necesita auxilio, curación.
Tal vez sea urgente llamar a la ambulancia.
De pronto, la puerta de servicio fue derribada. El joven que irrumpió, furioso,
llevaba la pistola metida entre el pantalón y su ingle. Con la mirada buscó a su
víctima. Sacó el arma y apuntó al muchacho ensangrentado.
Que nadie se mueva. El asunto es entre ellos dos.
Dos tiros. El primero. Casi sin querer. Nada, nadie se movió. En las
crónicas que Helena escribía el héroe moría con dignidad, después de sufrir,
después de luchar por la causa, por la libertad y la justicia.
Pero esta es la vida real y en la vida real cuando a alguien le vuelan la
cabeza o le meten un tiro en el cuerpo, aquel que sobrevive se queda tan quieto
como una estatua de sal.
La policía llegó poco después. El intruso había huido. Sobre el cadáver de
Helena yacía el cuerpo de Nubia, sin rostro. Afuera, la gente empezó a inventarse
historias que las autoridades comenzarían a interpretar en los días siguientes.
68
***
¿Qué más quieren que les diga? La señora se puso muy mal. Le supliqué, me
arrodillé para que se calmara. A mí me dolía todo el cuerpo. Casi no podía ver,
pero sí me di cuenta de lo que hizo, de lo que le hizo a mi novia. La agarró de
escudo. Y luego el gato. Me atacó. Me arañaba. Me mordía. ¿Qué iba yo a hacer?
69
Ensayos
70
Moisés Del Cid
La poesía
El artificio de la poesía se desenvuelve en un medio subjetivo donde se plasma
cromáticas emociones y simbólicas ideas. En el desarrollo de un ser intelectual y
sensible que plasma, de mil formas, letras que trasfieren al lector hacia un mundo
cautivante y que pretende conmoverlo de manera extraordinaria, sacándolo de su
estadio rutinario, para llevarlo hacia un puerto de contemplación, sensibilidad y
reflexión.
Lo poético es un arte en donde no hay un método rígido o una ciencia
dirigida. Es un ejercicio en la armonía de lo que se es y en lo que se existe, un
modo de imbricación de sujeto y ambiente que se mezclan en una compleja
amalgama literal, que transforman las palabras en sensaciones y reflexiones,
quedando por obra un poema.
Según la etimología, la palabra poema proviene del griego poeima que
viene a traducirse como “una cosa hecha”. Pero dicha construcción artística se
deriva de artificios que, si bien se manejan de manera rigurosa en métrica y ritmo,
también pueden fundarse en elementos o palabras ordinarias que expresan y
conmueven a grupos sociales, dando cierta idea de identidad; he ahí que se
puede vislumbrar un poema culto de un poema público.
Definir a un poema no es fácil, ya que sería como expresar lo inefable. El
manejo de las palabras discurre en distintas direcciones, tanto racionales como
emotivas, y no se puede encapsular en una fórmula lo universal y la complejidad
humana. Ser poeta es una aventura, es un camino que lleva al rapsoda por un
laberinto esencial y existencial, del cual no se sabe si terminará o quedará como
un viaje inconcluso. Es tachonar de colores y razones de íntimos motivos que
punzan al ser del poeta, y éste, lo trasplanta en la ordinaria existencia de los
71
demás: es plasmar en una hoja palabras que encierran un conjuro subjetivo de la
realidad o la ensoñación en que se vive.
Un poema no tiene extremos porque es una obra infinita, es un legado
simbólico, es algo extendido más allá de nuestro manejo cotidiano, es apartarse
del mundo por un momento, para declarar lo sublime y lo patético en nuestro vivir.
Fatalidad o bienaventuranza, tristeza o alegría, misterios o vulgaridad, verdades y
fantasías, deseos e impotencias, de lo sublime o de lo ordinario, de lo ajeno o de
lo propio; mil relaciones más que hacen al poeta evidenciar su paso por este
mundo.
El poeta hace un conjuro que hace vibrar al alma humana, son las
exclamaciones íntimas de alguien que manifiesta el sabor de su existencia, son las
oraciones místicas y profanas del que se afana en una vida diferente a las demás;
es obra que exalta lo humano en lo mundano, de quien se abre paso por la vida en
donde los demás viven en silencio. Poderoso alquimista que trastorna las palabras
simples y desabridas, en poderosos versos que cautivan a los demás, en su
insípido vivir.
La
poesía
es
el
arte
de
querer
expresar
lo
inefable
o
decir
extraordinariamente lo que para la mayoría es cuestión cotidiana. La poesía es el
arte de transmutar el sentido ordinario de las palabras, a los más sublimes
sentimientos e ideas. Así como la árida tierra absorbe las gotas de lluvia, así como
el papel absorbe la negra tinta en su blancura, el alma absorbe lo esencial de las
palabras, para florecer en conmoción, en aprecio o aversión por la obra poética.
La poesía es el estudio estético de las cosas, es la literatura que busca el
misterio que guardan las cosas, como expresa Federico García Lorca: "Todas las
cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tiene todas las cosas". Es
aguzar la mirada en la intimidad de los seres y los sucesos, para extraer una
composición armónica en el concierto de idea y emoción.
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Platón definía la poesía como la obra producto de la posesión de seres
sobrenaturales que comunicaban de diversas cuestiones a los hombres,
inspirando a escribir versos, de ahí proviene el concepto de las musas que
inspiran al poeta. Como he dicho antes, definir la poesía escapa más allá de la
propia línea escrita, va más allá de una fría formula. Es elevarse sobre sí mismo y
derivar líricamente por sobre lo que acontece, para expresarlo. Como se entiende
de Aristóteles en su poética, la poesía se ejerce sobre cuestiones generales de los
seres, sucesos y cosas. De las cuestiones particulares se ocupa la ciencia.
73
Juan Manuel Silva
El caso de Rita Bonaris
Recién despuntaba el siglo XX. Fue el 31 de agosto de un caluroso verano del año
de 1901. Ese día se cometió un horrendo crimen que conmovió a la sociedad
hermosillense. Aquí vamos a narrar los trágicos acontecimientos:
El crimen se perpetró en “La Blanca”, pequeña comunidad minera del
municipio serrano de Suaqui Grande, pueblo cercano a la ciudad de Hermosillo.
Abraham González y los hermanos José María y Francisco Ramírez regresaban a
sus casas después de trabajar en las duras tareas del campo. Los tres iban
platicando despreocupados por el camino. De pronto, en medio del monte
escucharon el lloriqueo desesperado de un infante. Callaron. Caminaron
sigilosamente para escuchar mejor. No había duda; era el llanto de un recién
nacido. Se acercaron despacio al lugar donde procedía el llanto, venía de allá, de
las faldas del cerro sobre el lecho de la cañada. Se quedaron paralizados sin
saber qué hacer. En un hoyo, semienterrado entre las piedras, se encontraba un
bebé de escasos tres días de nacido. Tenía todo el cuerpecito cubierto de tierra y
sangre, luchaba desesperado por sobrevivir.
Rápidamente Abraham González lo tomó entre sus brazos, lo llevó
corriendo a su casa para limpiarle las heridas. Tan pronto como pudo lo llevó a la
casa de doña Mariana Siqueiros, la matrona de la localidad. Le pidió que lo
atendiera mientras él y sus amigos iban a dar parte al Presidente Municipal de
Suaqui Grande.
El niño estaba bastante grave. Estuvo semienterrado durante tres días en el
hoyo, en medio del monte, solo, sin alimento y sin la protección de la madre que lo
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parió. La madre, una vez que lo abandonó lo dio por muerto. Era un verdadero
milagro que estuviera con vida.
Abraham, José María y Francisco denunciaron los hechos ante el comisario
de policía, luego, los cuatro fueron al sitio del hallazgo con el juez local quien
levantó el acta correspondiente para comenzar a averiguar quién había sido el
culpable. Los tres denunciantes firmaron con una cruz, pues no sabían leer ni
escribir. De inmediato, el juez y el comisario de policía iniciaron las
averiguaciones.
Mientras tanto, en el pueblo de Suaqui Grande, la noticia del “niño
enterrado” corrió como reguero de pólvora: la gente de los ranchos cercanos a
Suaqui llegaron al mineral de “La Blanca” para ver al niño. El escándalo fue tan
grande que el rumor llegó pronto a Hermosillo.
La pequeña habitación de Doña Mariana ̶ la matrona ̶ era insuficiente para
tanta gente curiosa que quería saber cómo estaba el pequeño. ¡Milagro! ̶ decía la
gente ̶ ¡Eso sí que era un milagro! Todo el pueblo fue a ver al recién nacido
menos una mujer que de inmediato se hizo sospechosa; era la Rita Bonaris alias
la Humos, aquella jovencita de 19 años que siempre andaba maldiciendo a todo el
mundo; era de carácter fuerte, por eso la gente la llamaba así. Ella, no fue a ver al
niño, simplemente porque no podía; se encontraba postrada en la cama por
enfermedad
de
parto.
Estaba
malparida,
tenía
tres
días
sangrando
abundantemente: se debatía entre la vida y la muerte.
Dos médicos legistas procedentes de Hermosillo fueron enviados al lugar
para saber del caso, eran los doctores Fernando Aguilar y Alberto G. Noriega.1
Ellos atendieron al niño: estaba muy grave –ese fue su diagnóstico ̶ . Su frágil
cuerpecito casi no tenía aliento, pero se agitaba con intensidad. Se debatía entre
la vida y la muerte igual que Rita Bonaris.
1
Dos calles de Hermosillo llevan el nombre de estos médicos porfiristas.
75
A petición del juez de Suaqui Grande, los médicos hicieron una descripción
detallada de las lesiones que presentaba el infante. Por la tarde de ese caluroso
verano acudieron a la comisaría a entregar el escrito. Según el parte médico, el
niño perdió mucha sangre por el ombligo, su madre que lo parió sin ayuda, nunca
se lo amarró. El niño tenía varios golpes contusos en la cabeza; Rita en un intento
desesperado por hacerlo callar, lo golpeó con las piedras. Los médicos
pronosticaron que al niño no le quedaba mucho tiempo de vida. Ese mismo día, al
ocultarse el sol, tomaron sus caballos y se perdieron en el camino rumbo a
Hermosillo.
El juez local y el comisario de policía atendiendo la voz popular, procedieron
a detener a los sospechosos. Entre ellos estaban algunos parientes de la Rita
Bonaris. Los metieron a un cuartucho maloliente a orines, que hacía las veces de
cárcel, y los interrogaron.
En las primeras declaraciones ante el juez, uno de los sospechosos,
Nebundo Ramos, concubino de la Rita, declaró que no sabía quién pudiera ser el
autor de tan grave delito. Tranquilino Ramos, hermano de Nebundo, declaró que él
sospechaba de Rita, su cuñada. María Bonaris, hermana de Rita, señaló que ella
no sabía, pero sospechaba de su hermana, porque era la única mujer del pueblo
que estaba embarazada. Rita no pudo declarar ese día por su gravedad.
Al día siguiente, Doña Mariana Siqueiros llevó al niño con la Rita para que
lo amamantara. Lo alimentó como pudo durante cinco días, pero al sexto, el
pequeño no soportó más y falleció víctima de las lesiones recibidas. Hubo tal
consternación en el pueblo que todos a viva voz pedían la cabeza de Rita, la
madre. Nuevamente la indignación y los rumores llegaron hasta Hermosillo. Todos
pedían un castigo ejemplar para la culpable.
76
Rita, después de un mes, pudo declarar. Confundida y arrepentida, se
declaró como la única responsable del delito. Alegó locura al momento de cometer
el crimen: “no sabía lo que hacía”. La verdad era que nunca quiso a Nebundo y la
pagó con el niño.
Rita Bonaris, después de permanecer detenida durante un tiempo en la
comisaría de Suaqui Grande, fue llevada a la cárcel de Hermosillo y declarada
presa el 25 de noviembre de 1901. El 24 de diciembre, Rita fue condenada a sufrir
la pena de 15 años de prisión. El juez de primera instancia de Hermosillo valoró
que Rita cometió homicidio, y por lo tanto, merecía una pena mayor. El delito de
infanticidio consignado en el artículo 494 del Código Penal2, castigaba a las
mujeres que cometían ese tipo de delitos con una pena máxima de ocho años de
prisión. Entonces, ¿por qué el juez sancionó a Rita con una pena mayor? Fue
homicidio o infanticidio.
La pena impuesta a la Bonaris parecía excesiva, el defensor de pobres
Jesús E. Nuño, apeló la sentencia, retomó el caso y procedió a defender Rita en
una segunda instancia. En su defensa ante el juez, abogó por la acusada de la
manera siguiente:
La defensa conviene en la enormidad del crimen cometido por la Bonaris, y
conviene igualmente que la ley recaiga vigorosa sobre la culpable; pero siempre,
como
un
acto
de
conmiseración,
se
permitirá
como
lo
hace;
llamar
respetuosamente la atención de ese Honorable Cuerpo ̶ se refería al Supremo
Tribunal de Justicia ̶ sobre las circunstancias que concurren en esta desgraciada,
cuales son:
La rudeza característica de la clase a la que ella pertenece y la creencia admitida
por los hombres de ciencia, sobre el estado patológico de las mujeres que pasan
2
Código Penal del Estado de Sonora. Hermosillo. 1884. Imprenta del Gob. a cargo de A. J. Corral.
Dicho documento puede consultarse en la Sala del Noroeste de la Biblioteca Fernando Pesqueira
de la Universidad de Sonora.
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por el estado de embarazo, el cual trae de ordinario la perturbación de las
facultades intelectuales en que se presume que la Bonaris, como ella misma lo
expresó, padeció en los momentos mismos de la comisión del delito; una locura
propiamente dicha, y aunque, esta convicción no se haya justificada, la defensa
espera su conmiseración y se le reduzca la pena....
El 24 de marzo de 1902, el juez de segunda instancia procedió a dar su
fallo; revocó la sentencia de 15 años emitida por el juez de primera instancia y le
impuso una pena de 5 años de prisión. El 25 de septiembre de 1905, Rita salió
libre, pero su vida y la vida de todo un pueblo quedaron marcadas para siempre.
Rita jamás regresó a su pueblo natal.
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Biografías
Héctor Apollinar
Hermosillo, Sonora. Periodista, aprendiz de poeta, analista de información. Fue
funcionario público en el sector educativo. Colaborador del portal digital Lupa
Ciudadana, de la revista Letras Libres y de Dossierpolitico.com. Director de
Vanguardiainfo.com. Escritor de los periódicos Cambio y El Independiente.
Enrique Ban
Chihuahua, 1981. Estudió en la Universidad del Noroeste. Ha radicado en diversas
ciudades de México. Por ahora, lo hace en Hermosillo, Sonora. Trabaja para el
periódico El imparcial.
Zulema Bustamante
Cananea, Sonora. Se define como una feliz ama de casa. Escribe sus poemas en
diversas revistas de la localidad y está preparando un poemario y un libro de
cuentos para niños. Pertenece a las filas de ALTAZOR desde el 2011.
Daniel Calles
Hermosillos, Sonora, 1998. Estudia en Instituto Vanguardia. Actualmente curso el
segundo año de preparatoria. Gran lector de obras como Canción de hielo y fuego
de George R. R. Martin, Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe o La
metamorfosis de Franz Kafka.
Daniel Camacho
Pericos, Sinaloa. En 1971 se establece en Hermosillo, Sonora. Miembro activo de
Escritores de Sonora A.C. Como escritor ha publicado el poemario Carrizos tiernos
(ed. La Cábula, 2002). Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías. Es
Abuelo Cuentacuentos y como tal imparte talleres de oralidad para diversas
instituciones culturales. Es miembro del comité editorial del Taller de Autobiografía
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de la Universidad de Sonora. Escritor en Quehacer Cultural y del Diario del Yaqui.
Orgulloso miembro de la tropa de ALTAZOR.
Saturnino Campoy
Hermosillo, Sonora, 1964. Lic. en Contaduría y Lic. en Dirección de Ventas. Le
encanta leer biografías y novelas históricas.
Guillermo Candros
Ciudad de México, 1989. Radica en Hermosillo desde 1991. Lic. en Ciencias de la
Comunicación por la Universidad de Sonora. Tiene una novela inédita titulada
Eduard Blaidd.
Diego Chavarría
Hermosillo, Sonora, 1984. Estudió Mercadotecnia. Desde muy pequeño mostró
gran interés por las artes (música, dibujo, pintura, escritura), a cambio, sus papás
lo metieron a clases de karate. Cuando pudo tomar decisiones propias comenzó la
búsqueda del yo interno y fracasó. Comenzó a juntarse con otros tipos igual que él
y juntos hicieron ruido con guitarras y tambores. La melomanía se ha comportado
coqueta con Diego durante toda su vida y esto le viene de familia: una madre
adicta al tocadiscos y un padre locutor de radio. Su reto más grande en la vida fue
haber tenido que escribir la presente biografía y hasta hoy en día vive frustrado
por no haber conseguido los resultados deseados. Actualmente reside en el D.F.
por voluntad propia, trabajando como creativo y redactor publicitario para una
importante compañía de comunicación, “que escriban los que saben, yo sólo
muevo la pluma y los dedos cuando tengo algo qué decir, en una de esas y sale
algo interesante”.
Ramón De la Cruz
Empalme, Sonora, 1985. Radicó en su ciudad natal hasta sus estudios de nivel
media-superior. Actualmente vive en Hermosillo trabajando de maestro de inglés.
Le apasionan las novelas de vampiros.
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Moisés Del Cid
Hermosillo, Sonora, 1974. Licenciado en Filosofía. Empresario y comerciante.
Profesor y conferencista. Autor del poemario Versos en su tinta (ed. Pitaya, 2014).
Bajo el brazo tiene un texto inédito titulado Filove Sofía.
Luis Alberto Durazo
Hermosillo, Sonora, 1991. Participó en el primer ciclo de ALTAZOR durante el
2009, en los cursos de creación literaria y lectura narrativa. Fue primer lugar del
XXXI Concurso Regional de Composición Literaria por el departamento de Letras
y Lingüística de la Universidad de Sonora con el micro-poemario La desgana del
poeta. Resultó ganador en el XVI Concurso Juvenil de Literatura "Profra. María
Guadalupe Rico Ramírez" convocado por el Instituto Sonorense de Cultura con
otro micro-poemario De lo ajeno y otras posesiones. Actualmente estudia
Ingeniería en Sistemas de Información en la Universidad de Sonora.
Martín Encinas
Hermosillo, Sonora. Estudia la preparatoria en CDI AlFaEs. Finalista del XXXV
Concurso Regional de Composición Literaria de la Universidad de Sonora. Cursó
la materia de creación literaria en ALTAZOR.
Edith Encinas
Lic. en Educación Superior por el Tecnológico de Monterrey. Convencida de la
relación entre palabra y realidad.
Ana Espinoza
Autora con publicaciones en el suplemento cultural Perfiles del periódico El
Imparcial. También en programas de televisión y radio. Pertenece al círculo
literario de Wine and Books de ALTAZOR.
Silvia Espinoza
Lic. en Ciencias de la Comunicación. Poeta y pintora.
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Dannia Lara
Es la persona más inteligente en la historia de ALTAZOR. Dannia no sigue
ninguna regla y eso hace a Dannia ser quien es. Por lo tanto, nos gusta que ella
no siga ninguna regla. Cuando se le da la instrucción de escribir un poema,
Dannia escribe un cuento, y viceversa. Esperamos que pronto publique su primer
libro de relatos o poemas. El que ella quiera.
Blanca Rosa López
Tonichi, Sonora. Autora de Trilogía de pastorelas (ed. ISC, 2006), Murmullos del
ayer (cuentos, 2008) y Veredas del ensueño y otras jácaras habituales (cuentos,
2012). En ALTAZOR ha trabajado, desde el 2011, la edición de diversos textos de
ficción.
Adriana Manjarrez
Hermosillo, Sonora, 1975. Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación
en la Universidad de Sonora. Se ha desempeñado en diversos medios como
periodista. Bajo el colchón de su cama hay más poemas que dinero.
Alfonso Marín
Hermosillo, Sonora, 1968. Diplomado en Arte y Cultura italiana por la Universidad
de Siena. Contador público por la Universidad Kino. Su experiencia como escritor
de cuentos y crónicas inicia en el suplemento Perfiles del periódico El Imparcial.
Ha cursado diversos talleres de escritura creativa.
Saraí Mejía
Guaymas, Sonora. Escritora intermitente en la eterna búsqueda de nuevos
caminos. Alumna de los cursos de ALTAZOR.
Alejandra Meza
Hermosillo, Sonora. Periodista y escritora. Estudió escritura creativa en ALTAZOR
y en diversos talleres en Madrid, España.
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Fernando Mósinet
Hermosillo, Sonora. Escritor de cuentos y novela. Actualmente coordina clubs de
literatura y animación a la lectura.
Yolanda Noriega
Hermosillo, Sonora. Licenciada en Psicología en Guadalajara, Jalisco. Maestra en
Educación en Hermosillo, Sonora. Desde hace 25 años se ha dedicado a la
animación de la lectura con niños de preescolar. Ha impartido diversos talleres
para la capacitación de docentes.
Guillermo Pérez
Ciudad de México. Maestro de educación especial. Desarrolla diversos proyectos
empresariales. Le apasiona el ciclismo, la carpintería, los cactus y las letras. Una
de sus locuras es la de escribir poesía. Fue miembro, a lo largo de 30 años, de la
comunidad Los Horcones: proyecto ecológico, autosuficiente y social.
Lorena Platt
Hermosillo, Sonora, 1991. Estudia Historia del Arte en la Universidad
Iberoamericana en la Ciudad de México.
Diana Regalado
Nació el día de los muertos en el año de 1994. Escribe poemas y cuentos. Ha
participado en varios concursos de escritura literaria.
Joaquín Robles Linares
Cirujano Dentista por la UAG. Especialista en Endodoncia. Dedicado a su práctica
privada. Estudios de Historia por la Universidad de Sonora.
María Robles Linares
Hermosillo, Sonora, 1991. Estudia Derecho en la Universidad de Sonora.
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Pablo Sau
Estudió la carrera de Ingeniería electrónica. Es un lector diverso, pero los relatos
de ciencia ficción son los que más le seducen. Ha escrito un libro inédito de
cuentos llamado Días felices. Busca editorial. Pablo Sau se define como chef
aficionado, boxeador amateur, escritor en cierne y fabricante de cerveza artesanal
Juan Manuel Silva
De oficio historiador. Sus estudios lo llevaron a obtener el grado de Doctor en
Ciencias Sociales con especialidad en Historia por el CIESAS Occidente de la
ciudad de Guadalajara. Antes, estudió Historia en la Universidad de Sonora y la
Maestría en el Colegio de Sonora obteniendo su grado de Maestro en 2007.
Jubilado de Comisión Federal de Electricidad desde el año 2003. Juan Manuel es
aficionado a la lectura y le gusta escribir cuentos y relatos históricos. Su trabajo se
basa en hecho reales obtenidos de documentos de los archivos judiciales de
Sonora, pero les da el tinte literario para que el lector se sienta confortable con su
lectura. Ha participado en simposios de Historia y escribe para revistas
especializadas en la materia.
Horacio Vidal
Hermosillo, Sonora, 1964. Desde hace más de 20 años se dedica a la creación de
campañas publicitarias, siendo su especialidad la redacción o copywrite. Es socio
propietario de Publitecnia, S.A. de C.V., agencia de publicidad responsable, entre
otros trabajos, de la imagen de Fiestas del Pitic 2005, 2006 y 2009. Tiene una
trayectoria en prensa, radio y televisión como crítico cinematográfico. Actualmente,
se desempeña como Director Creativo de la Oficina de Imagen Institucional del
Gobernador de Sonora. Miembro fundador de ALTAZOR.