F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I CA MARZO DE 2017 555 ADEMÁS Mercados abiertos, pactos sociales por david ibarra El volcán y el sosiego 555 F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I CA MARZO DE 2017 Viaje a la semilla E sta casa editorial se honra al celebrar el primer centenario del natalicio de Gonzalo Rojas, poeta seminal, aclamado y estudiado por generaciones de poetas, críticos y lectores como uno de los grandes artífices de la muy prestigiosa poesía chilena y de la literatura hispanoamericana del siglo xx. Dada la potencia y multiplicidad de sentidos de sus poemas verbales, hay diversas maneras de entrar a ellos, pero la primera reacción del lector es el asombro. Asombro por su audacia al hibridar la carnalidad y la espiritualidad, el pasado más remoto y el vértigo del presente, la elegancia y el desparpajo, la erudición y la cultura popular, el dolor y la alegría, la seriedad y el juego, el pesar y el buen humor, el escepticismo y la celebración de la vida, “el volcán y el sosiego”, según el título de su exhaustiva biografía escrita por Fabienne Bradu, publicada por el Fondo de Cultura Económica. Esta capacidad suya para conjugar polos opuestos parece provenir de la atención de su oído a la reverberación de las palabras a partir de su materialidad, de su peso específico. No es que desdeñe su significado, sólo lo suspende para concentrarse en el sonido y en la estructura silábica de las palabras, como el músico llevado por una nota clave a partir de la cual desarrolla su composición, con quiebres sintácticos sorpresivos que ahondan el significado de lo dicho. El sonido y el ritmo van guiando sus pasos hasta redescubrir un sentido renovado de las palabras como acabadas de salir del taller del Creador. Este proceder lo hermana con los grandes poetas de todos los tiempos, aquellos que dirigen su imaginación al origen de todas las cosas, no por pretensiones de inaugurar el mundo, sino porque ese génesis imaginario hace eco en su sentimiento de la vida y en su perplejidad ante el mundo. Existencialista sin remedio. De todos los sentimientos de su registro existencial, el más profundo y constante es el amor erótico, no el amor libertino, por enamoradizo que haya sido, sino la fusión de la sensualidad con el misterio de la mujer como semilla, con la palpitación del universo en su herida más profunda. Que este modesto homenaje se extienda a los grandes poetas chilenos que lo preceden y cuyos poemas absorbe transformados en su propia poesía de acuerdo con un riguroso y honesto sentido de la tradición. ¿Por qué ha habido tan grandes poetas en Chile? ¿Será que la geografía y la geología del país les hablan del origen del mundo?• 3 5 De qué más se te acusa Gonzalo Rojas Gonzalo Rojas Gonzalo Rojas El volcán y el sosiego dossier 7 Hubo alguno una vez mauricio electorat 9 El volcán y el sosiego Una biografía de Gonzalo Rojas fabienne bradu 11 Una sempiterna ambivalencia adriana valdés 13 Todos los mundos posibles daniel freidemberg 14 Oscuro, de Gonzalo Rojas josé emilio pacheco 16 José Carreño Carlón Director general del fce Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Karla López y Octavio Díaz Consejo editorial Roberto Garza Iturbide Editor de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄ [email protected] www.facebook.com ⁄ LaGacetadelFCE La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 Ilustración de portada © Archivo familiar (1965, Concepción, Chile) 17 Metamorfosis de lo mismo Mercados abiertos, pactos sociales david ibarra 20 22 Papelera de reciclaje lorenzo garza gaona poema De qué más se te acusa Gonzalo Rojas Gonzalo Rojas La irreverencia juguetona de Gonzalo Rojas se muestra en estas líneas, apuntes para poemas que no escribió pero cuyo eco resuena en otros poemas de quien nació “heraclíteo con manchas de parmenídeo”. m ar zo d e 2 01 7 l a g aceta 3 dossier 555 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego A cien años de su nacimiento, Gonzalo Rojas sigue volando y reptando en el mundo de habla hispana. Fabienne Bradu presenta un adelanto de El volcán y el sosiego, primera biografía del poeta. Daniel Freidemberg, fundador del Diario de Poesía de Buenos Aires, destaca los temas esenciales de Rojas y parece dar en el blanco. Reproducimos una reseña de José Emilio Pacheco sobre Oscuro: hay poetas que cambian y poetas que ahondan; Gonzalo Rojas es de los segundos, escribe. Mauricio Electorat destaca la faceta de Rojas como incitador de vocaciones literarias y compromiso político. Incluimos una condensación prosaica de versos del poeta sobre “la única”, aquella que entró en su cabeza como una bala loca y lo muslificó. ¶ Extra: introducción de David Ibarra a su libro Mercados abiertos, pactos sociales, de próxima publicación por esta casa. ¶ Nuestra concurrida sección Trasfondo vuelve a pulsar la tecla del patetismo con un cuento sobre la esterilidad del escritor. m ar zo d e 2 01 7 © si lvi o torr i jos c 5 l a g aceta 6 l a g ac e ta m a r zo de 2 017 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego Hubo alguno una vez Semblanza de Gonzalo Rojas como el formador, el incitador de conciencias estéticas y también políticas, el hombre de letras y también de justicia. Su poesía como “obra abierta”, aquella en que se lee también la actitud del hombre ante el mundo. mauricio electorat U na tarde de verano del año de 1984, lamentablemente ya remoto, me encontré con Gonzalo Rojas por primera vez. Digo por primera vez porque tuve la fortuna de estar con él muchas veces en mi vida y la fortuna aun mayor de corresponder con él desde bastante antes de ese primer encuentro, o sea, visto con la perspectiva de los años, podría decir ahora, desde siempre. Conocí a Gonzalo Rojas por escrito, primero leyéndolo, claro, cuando, adolescente aún, di en alguna parte con un viejo ejemplar de Contra la muerte. Lo leí con dos poetas que fueron fundamentales en mis años de formación: Apollinaire y Saint-John Perse. A Apollinaire y a Saint-John Perse no los leo hace mucho, pero a Gonzalo Rojas lo leo y lo releo hasta el día de hoy. En fin, esa tarde me estaba esperando en la estación de Chillán y lo primero que hizo fue llevarme a dar una vuelta por la Plaza de Armas. Y allí se puso a recitar a Virgilio. En latín. Yo nunca había estado en Chillán y nunca había escuchado a alguien recitar en latín. Y no miento si digo que, hasta el día de hoy, no he vuelto a encontrarme con nadie que sea capaz de recitar a Virgilio en latín... ni en Chillán, ni en cualquier otra parte del vasto mundo. Yo era por aquel entonces, como dice García Márquez, jo- m arzo d e 2 01 7 archivo familiar ven, feliz e indocumentado, pero a pesar de esas carencias, recuerdo que tuve una conciencia nítida de estar viviendo un momento excepcional. Ese señor que, de no haber sabido uno quién era, podría habernos parecido un notable de provincias —el rector del liceo, el presidente de la corte de apelaciones— pasaba de Virgilio a Horacio y de Horacio a Heidegger y de Heidegger a Breton y de Breton a Mao y de Mao a Octavio Paz con la naturalidad de quien está leyendo una receta de cocina. A propósito de cocina, también me llevó a comer al mercado y, al día siguiente, a una casita de campo que tenía en las afueras, al borde de un río caudaloso y brutal, como suelen ser los ríos de montaña de Chile. Él la llamaba el Torreón del Renegado, lo que le acarreó la condena de ciertos paleoizquierdistas anémicos que vieron en ese nombre no un juego de palabras entre el nombre del río y la famosa torre de Quevedo, sino la prueba de una renuncia a sus principios ideológicos. Lo cierto es que allí, en la precordillera chillaneja, Gonzalo subía los faldeos de la montaña, abriéndose paso entre los campos de trigo y los matorrales, con la agilidad y la destreza de esos pequeños zorros de Chile, llamados zorros culpeos, mientras nosotros, seres eminentemente urbanos, sudábamos la gota gorda tras él. Gonzalo Rojas subía y, para todos nosotros, creo, sigue y seguirá subiendo en nuestra memoria. l a g aceta 7 h u bo alguno una v e z Aquí hay dos cosas que es de interés recalcar: el hombre de la tierra y el hombre universal. Y esta dicotomía, que no es dicotomía sino armonía, nos lleva a nuestra casa común: ese edificio tan singular llamado la poesía chilena. Hombre de la tierra es ese Gonzalo Rojas nuestro a quien acompañará por siempre el relámpago; de hecho, para quienes somos sus lectores, me atrevería a conjeturar que no hay relámpago sin Rojas, así como todo río veloz debe necesariamente brillar como un cuchillo. Hombre de la tierra, hombre chileno, hombre americano, hombre del mundo. Lo mismo, si lo pensamos bien, fueron Gabriela Mistral, Neruda, De Rokha: herederos de una lengua —o de un habla, puesto que todo es habla— ancestral y auténtica: la que se forja en el crisol del antiguo pueblo chileno, la que con un poco de oreja y de suerte alcanzamos aún a escuchar en los valles transversales del Norte Chico o en las aldeas y pueblos de los profundos bosques y ríos del sur. Cito a Gabriela Mistral, citada a su vez por Gonzalo Rojas en un artículo que le dedica a nuestra primer premio Nobel en Todavía, la recopilación de su prosa que acaba de editar el Fondo de Cultura Económica: «El campo americano —y en el campo me crié— sigue hablando su lengua nueva veteada de ellos. La ciudad, lectora de libros doctos, cree que un tal repertorio arranca en mí de los clásicos añejos, y la muy urbana se equivoca» (Rojas, 519). Es esa «lengua nueva veteada de ellos», o sea esa magnífica lengua que da cuenta, más que ningún tratado de historia, de la potencia y el alcance del fenómeno que llamamos «lo americano» (lo americano es lengua española hecha nuestra más paisaje, lengua española nuestra y tierra nuestra; tierra a su vez con sus lenguas y culturas vernáculas, claro), es esa lengua, olvidada y portentosa, la lengua madre de Gonzalo Rojas, como la de todos nuestros grandes poetas nacionales. No hay poesía oligarca en Chile. ¿Y Huidobro?, se podría objetar. Sí, pero Huidobro perteneciendo a esa oligarquía, tradujo, adaptó, importó las vanguardias y para ello creó su propia lengua, no heredó la de su clase. Lo que quiero decir es esto: los poetas que forman los cimientos de ese edificio que llamamos poesía chilena —construcción bastante imponente y compleja a estas alturas, como las altas torres de Gaudí— vienen de esa lengua campesina, rural, castellana ancestral y que es acaso lo mejor que nos legaron los españoles: un poco de Edad Media. La Edad Media del marqués de Santillana, la de Gonzalo, el otro, el de Berceo, la de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita... Esa lengua primorosa, pastoril, divina en su gracia, celestial y carnal al mismo tiempo, esa lengua popular, en definitiva, es la lengua primera de nuestros campesinos y el verbo primero de nuestros grandes poetas. Con esa arcilla de relentes medievales, más Garcilaso, más Quevedo, más Darío, es decir, más instrucción pública y bibliotecas que no se sabe muy bien de dónde salían y que hoy día serían un perfecto milagro, se construye lo que a estas alturas del siglo xxi, y sin temor a exagerar, podemos llamar el Siglo de Oro de la poesía chilena. Allí lo tenemos, sólo a algunas millas náuticas detrás de nosotros. Y en ese siglo, se inscribe, de pleno derecho, la obra de Gonzalo Rojas. Y su travesía. Su travesía del siglo que fue el suyo, su travesía de un siglo al otro. Ahora, sería de recibo preguntarse por qué la poesía de Gonzalo Rojas fue tan determinante para tantos jóvenes aprendices de escritores de la época. Para responder a esta pregunta es necesario un poco de historia y otro de lectura, lectura de su obra, desde luego. He afirmado al comienzo de este artículo que tuve el privilegio de establecer una relación personal con Gonzalo Rojas desde muy joven. Pero para no faltar a la verdad, debo decir que no fui el único. Lejos de ello. Son muchos los poetas, escritores, estudiantes de literatura o sencillamente los lectores que estuvieron, por decirlo así, bajo el «influjo» de la poesía y de la personalidad de Gonzalo Rojas. Yo diría más. Diría que, con excepción de los poetas de estricta obediencia a ese otro tótem de la poesía chilena que es Nicanor Parra, cuyo tabú es uno y único: Gonzalo Rojas, mucho más que Neruda —cuya poesía parodia, es decir, cita, sistemáticamente y frente a la cual elabora su propio «sistema poético»—, no hay un solo aprendiz o aspirante a ese título vago pero prestigioso de «poeta chileno» que no haya pasado por la órbita de la poesía de Gonzalo Rojas. De su poesía y de su predicamento, porque de eso se trata: Gonzalo Rojas es un poeta de «obra abierta», se «lee» en su poesía, pero también en su «actitud». Y esa «actitud» es eminentemente dialogante. Va a buscar al Otro en su diversidad. Allí donde Gonzalo Rojas dialoga, Parra impone, 8 l a g ac e ta con gracia, inteligencia y talento, desde luego, pero un poeta joven no podía —y me temo que hoy en día mucho menos— acercarse a Parra sin ser previamente un parroquiano de Parra. Con Gonzalo Rojas ocurría lo contrario: él iba a buscar a sus interlocutores. Que uno se rindiera al hechizo de su palabra y de su gracia personal, es otra cosa, pero él no lo exigía de antemano. Hay, además, un aspecto crucial en Gonzalo Rojas que lo singulariza en el campo literario chileno: su magisterio. Gonzalo Rojas no es sólo un gran poeta, es también un eminente profesor: vivía, también, de esa palabra en diálogo que es la del maestro, pues la práctica del profesor no es sólo prédica, sino también escucha. Gonzalo Rojas quería saber qué estabas leyendo, cuáles eran tus ideas estéticas y políticas, con qué autores te habías formado, pero también quiénes eran tus padres, qué oficios ejercían, dónde habías pasado tu infancia y si te faltaba dinero. Diálogo abierto, pues, entre iguales, no entre maestro y discípulo. Aunque él se las arreglaba siempre para sugerirte la lectura de algún filósofo, de algún poeta, también sabía escuchar. Muchos docentes que hoy ejercen su magisterio en diferentes universidades del mundo son alumnos de Gonzalo Rojas. Me acuerdo que durante esa primera visita a su casa de Chillán, él grabó para mí un cassette con una selección de sus poemas que yo me había permitido hacer. Por mi parte, le dejé unos poemas manuscritos. Ése era el juego, de tú a tú. Pero él era el profesor, claro. No era sólo el poeta singular, ese «alter dei» tan caro a los románticos que le devuelve a su pueblo el fuego sagrado de la belleza olímpica, sino el poeta, también, como formador. Formador, incitador, alentador... de conciencias estéticas y, al mismo tiempo, de conciencias políticas. Ése es el sentido del magisterio de Gonzalo Rojas: lo único y lo común, la poesía y la polis. Gonzalo Rojas paseándose con un joven aspirante a poeta por la plaza de Chillán y recitando a Virgilio en latín es un filósofo ateniense y la imagen de ese «momento», una metáfora: condensa enteramente el sentido de su estela poética, la del intelectual «con» los otros. Yo diría: con nosotros. Éste es otro detalle fundamental a la hora de valorar la gravitación de Gonzalo Rojas en el campo literario chileno: la conciencia activa, crítica, del presente. En América Latina, se suele decir, no tenemos filósofos, no hay pensamiento original en el ámbito de la filosofía especulativa, ese pensamiento hay que ir a buscarlo en nuestros poetas y escritores. Gonzalo Rojas es un ejemplo magnífico de ello. Nuestros Sartre y Derrida se llaman Borges, Lezama Lima, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Gonzalo Rojas. Siguiendo la huella abierta en Chile por Neruda, Gonzalo Rojas fue también ese intelectual moderno, vuelto hacia el presente, como preconiza Foucault, el hombre de letras y el hombre de justicia. Más cercano a los novelistas y a los intelectuales del campo político —como Carlos Droguett y Volodia Teiltelboim— que a los poetas de afiliación surrealista que fueron los de su generación (la de 1938), de quienes se apartó precisamente porque no lo convencía ese surrealismo criollo, Gonzalo Rojas nos demuestra con la relación entre poesía y conducta, entre literatura y política, el vínculo profundo entre el intelectual que posee la palabra y su circunstancia histórica, es decir la de su pueblo y su país. Gonzalo Rojas es, pues, como sus predecesores, un poeta nacional, en el sentido romántico de la expresión: Goethe, Victor Hugo, Éluard, Neruda, Rojas... Es más, podemos afirmar que Gonzalo Rojas es el último de nuestros intelectuales totales, hijos de la Ilustración, habiendo bebido en Kant y en Voltaire, pero también en Andrés Bello, en Sarmiento, en Bilbao. Esto explica, además de su poesía, la importancia de Gonzalo Rojas para las generaciones que entran al campo cultural chileno desde mediados del siglo pasado en adelante. Para los que éramos apenas unos niños cuando Pinochet mandó al desván de la historia la normalidad democrática de la antigua República chilena, para los que vivimos una adolescencia marcada por la forclusión del espacio público, con su estela macabra de desaparecidos, degollados, quemados, silenciados y humillados cotidianamente, Gonzalo Rojas se alza como un ejemplo. Ya en los años cincuenta del siglo pasado organiza los ahora míticos —por imposibles— Encuentros de intelectuales de Concepción: Chile, entonces más aldea que ahora, se abre con ellos al planeta. Desde la misma Universidad de Concepción, tan activa en el acompañamiento intelectual de los movimientos sociales ascendentes en el Chile de los años sesenta, organiza una verdadera caja de resonancia de ese «frente amplio» que es la Unidad Popular. Salvador Allende lo envía a China, enseguida a Cuba y, por último, Gonzalo Rojas conoce el mismo oprobio de tantos millones de chilenos de la época: el destierro, la prohibición de su propio suelo y de su lengua, la negación de su obra. Negarle su lengua y silenciar su obra es un doble exilio para todo escritor. A Gonzalo Rojas le sucedió lo mismo que le ocurrió a Cabrera Infante en Cuba. Con mejor fortuna eso sí: Cabrera Infante no pudo volver a pasearse por las calles de La Habana; Gonzalo Rojas fue enterrado con honores nacionales. Pero la dimensión política convierte al poeta que escribe en Críptico: Viñedo es el nombre de la Vía Láctea para ordeñar uva y amor, tiempo fresquísimo de pastores antes del cataclismo ¿pero qué sabe nadie hoy de Patmos para ver eso y escribirlo? en «uno más», en uno de nosotros o en uno «como» nosotros. Podemos seguir leyendo la obra de Gonzalo Rojas: nos rescatará siempre del desamparo en tiempos de iletrismo e incultura arrogante como los nuestros. Pero ahora también podemos leer su vida como una obra. Y en esa «obra» estamos nosotros. Por último, una palabra sobre su poesía. Hay en Gonzalo varios Rojas. Es decir, varios poetas. Está por una parte el poeta elegiaco, el poeta erótico que todos conocemos, el poeta político. Pero también está el poeta estoico. «Cerca que véote la mi muerte... Tórtola occipital, costumbre de ti/ no me duele que respires de mí, ni me hurtes/ el aire: amo tu arrullo...» escribe, por ejemplo, en «Almohada de Quevedo». Y en «Fragmentos»: «¿Todo es igual a todo, mi Oscuro?/ ¿Todo/ es igual a Ti mismo?» Este Rojas nos conecta, y nos conectó a nosotros que comenzamos a leerlo a los 17, a los 18, con Heráclito y por allí con Grecia y con lo que él llamó el pensamiento salvaje. En ese pensamiento salvaje que es su poesía late, como una estrella viva, toda la gran tradición de la poesía occidental. Desde el Oscuro hasta Vallejo («Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: Todavía»), pasando por el san Juan de Patmos y el san Juan de la Cruz, mezclando a Catulo con Armstrong, elogiando a Pound y dedicándole su palabra no sólo a las hermosas, sino también a sus amigos, vivos y muertos. Filosofía y circunstancia se hibridan así en la palabra poética que es la palabra del hombre-en-situación. Lo mismo hizo Quevedo, lo mismo Góngora, Manrique y Garcilaso. Gonzalo Rojas no es clásico por su trayectoria como sujeto histórico, tampoco lo es porque lo leamos «con previo fervor y con una misteriosa lealtad», como dice Borges en Sobre los clásicos (1952), aunque las sucesivas generaciones de hispanohablantes lo lean así. Gonzalo Rojas es clásico porque escribe como un clásico, renueva a los clásicos, los comenta y los trae a su circunstancia, que es la nuestra. A esto llamo yo una «obra abierta», de la que se puede aprender y se aprende. Lo que afirmo es lo siguiente: si la lengua de Parra es más cercana, como él mismo escribió poco antes de publicar sus Antipoemas, a la del novelista y a la del periodista que a la del poeta,1 la lengua de Gonzalo Rojas hace entrar en la poesía chilena el caudal de la gran poesía española, inglesa, francesa, alemana y, por allí, la urdimbre histórica del pensamiento occidental. Tradición poética y tradición filosófica en «una lengua nueva, veteada de él», allí radica la importancia de la poesía de Gonzalo Rojas. Haber tenido a Gonzalo Rojas al alcance de la mano, al alcance de un texto, al calor de una conversación no puede sino haber sido un privilegio para todo escritor. Como lo es para todo lector adentrarse en su obra. Yo, humildemente, digo que he aprendido con Gonzalo Rojas mucho más que en ninguna de las universidades que he frecuentado. Como diría Lacan: ce n’est pas rien. No es poca cosa. Es mucha.• Mauricio Electorat. Novelista y crítico chileno. Profesor de la Universidad Diego Portales, Santiago de Chile. 1 «La función del idioma es para mí la de un simple vehículo […] Busco una poesía a base de hechos y no de combinaciones o figuras literarias. En este sentido, me siento más cerca del hombre de ciencia que es el novelista que del poeta […] El lenguaje periodístico de un Dostoievski, de un Kafka o de un Sartre, cuadran mejor con mi temperamento que las acrobacias verbales de un Góngora o de un “modernista” tomado al azar.» En Hugo Zambelli, 13 poetas chilenos, Valparaíso, s/r, 1948. m a r zo de 2 017 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego fragmento El volcán y el sosiego Una biografía de Gonzalo Rojas El volcán y el sosiego, primera biografía de Gonzalo Rojas, es producto del trato directo de la autora con el poeta por más de 10 años y del conocimiento, el análisis y la edición de su obra literaria desde mucho antes. Reconstrucción minuciosa de la vida pública y privada de Rojas, entretejida con sus poemas. fabienne bradu E l 2 de enero de 1948 muere Vicente Huidobro en su casa de Cartagena, no muy distante de Valparaíso, y el 28 de abril Gonzalo Rojas pronuncia una conferencia en homenaje a tres poetas chilenos fallecidos: Miguel Luis Rocuant, Vicente Huidobro y Óscar Castro. La conferencia magistral es auspiciada por el Grupo Cultural Valparaíso y tiene lugar en el salón de actos del Liceo Eduardo de la Barra. Las frases dedicadas al poeta Óscar Castro (1910-1947), fundador en Rancagua del grupo Los Inútiles, traicionan el espíritu contestatario de Gonzalo Rojas: «[Óscar Castro] realizó su obra literaria en la provincia, allí donde a los escritores se les considera inútiles, porque los únicos hombres útiles son los analfabetos que confunden todos los valores, con excepción de los valores bancarios». El diario La Unión de Valparaíso publica al día siguiente una larga reseña de la conferencia, en la sección «Vida social», donde la poesía coexiste con la moda y las recetas de cocina, que termina con las palabras de rigor: «El conferenciante fue muy ovacionado por la numerosa concurrencia que acudió a escuchar su valiosa palabra la tarde de ayer».1 En ese mismo mes de abril se cumple un año de la atribución del premio, y la Sociedad de Escritores Chilenos sigue sin cumplir la dotación, a saber, la publicación del libro [La miseria del hombre]. Harto de esperar lo merecido y alentado por su esposa y sus amigos, Gonzalo Rojas decide publicarlo por cuenta de autor. «Lo dejé dormir nueve meses, no nueve años como dice Horacio», asegura el poeta.2 Si bien la explicación más probable al incumplimiento de la sech podría resumirse en la palabra desidia, también es cierto que en ese lapso las intrigas y las luchas intestinas por el poder son prácticamente las únicas actividades de la asociación. Por otro lado, a principios de 1948 el presidente González Videla, anticipándose al McCarthy de la Guerra Fría, inaugura una cacería de brujas con el desafuero del senador Pablo Neruda, luego de que éste denunciara la represión de González Videla contra los comunistas y lo acusara de traidor y totalitario. La justicia ordena la captura de Pablo Neruda, quien entra en la clandestinidad cómplice de Valparaíso, donde muchos conocen su escondite, incluyendo el presidente de la República, como llega a afirmarse. En abril de 1948 el presidente presenta un proyecto «Sobre la defensa permanente del Régimen Democrático», que solicita al Congreso Nacional poderes especiales para controlar la agitación comunista manifestada a través de los movimientos sindicales. El proyecto se vuelve la «ley maldita» que proscribe el Partido Comunista Chileno, tercera fuerza política del país en las elecciones municipales de abril de 1947. 1 La Unión, sección “Vida social”, Valparaíso, 29 de abril de 1948. 2 José Antonio Cedrón, «Gonzalo Rojas: soy un animal rítmico», Plural, vol. 8, núm. 89, México, febrero de 1979, pp. 10-13. m arzo d e 2 01 7 archivo familiar En este clima deprimido, Gonzalo Rojas se arma de valor y parte en busca de una imprenta a la medida de sus escasos recursos. Cierra un trato con Carlos Ríos Jiménez, linógrafo de la Imprenta Roma que, hasta entonces, nunca ha fabricado un libro, pues se dedica esencialmente a imprimir carteles, anuncios de fiestas y programas de circos ambulantes. ¿Acaso hay mucha diferencia entre los poemas dispuestos en columnas, tal unos pozos de letras, y los volantes que anuncian insólitos espectáculos?, le pregunta Gonzalo Rojas para convencerlo de lanzarse a la aventura. El libro se paga a destajo: 140 pesos al mes, y Gonzalo Rojas firma unas letras que no son de sangre como las de sus poemas, sino de crédito. La miseria del hombre termina de imprimirse —aunque no de pagarse— el 15 de julio de 1948, en una fea edición de papel manila, averiado antes de envejecer, de 500 ejemplares, que poco mejoran las seis ilustraciones del pintor Carlos Pedraza, antiguo conocido del Internado Barros Arana. En rigor, antes que adornarlo, los grabados de Carlos Pedraza acabarán por distorsionar los comentarios críticos que asimilan el expresionismo de la portada al estilo de la poesía. El libro no sale perfecto: además de macilento, ostenta unas indecorosas erratas pese al cuidado que le ha aportado su autor. Sin embargo, el colofón registra los nombres de los obreros que han intervenido en la fabricación del libro, a quienes Gonzalo Rojas agradece conmovido por la proeza. Asimismo, ya se identifican los gustos del poeta con respecto a la presentación que procurará en cada uno de sus libros: formato grande, nueva página para cada poema, aire en los márgenes para que el oxígeno blanco del papel permita una idónea respiración a los versos. Una tarde lluviosa de julio de 1948, un empleado de la Imprenta Roma entrega la totalidad de los 500 ejemplares a la casa de la calle San Enrique. Previsoramente encamado a causa de una gripe neurótica, el poeta le grita que suba los paquetes hasta el segundo piso. El temblor con que rasga el grueso papel del primer paquete no es provocado por la emoción ni la fiebre. Es un raro estremecimiento de pavor y «rechazo fisiológico». Abre uno de los libros horrorosamente repetidos hasta el infinito de cinco centenas y comienza a leer, al azar, un poema, y luego otro, y otro, pero sin completar la totalidad de las 130 páginas. Cierra el volumen con una náusea, un asco muy similar al que sintió una tarde remota de su infancia en que su hermana le dio a beber agua en un dedal. Y el asco le despierta una ira de niño: una ira radical e irracional, como el recuerdo sorpresivo del asco. Gonzalo Rojas cierra el libro con un sabor a agua rancia en la boca secada por la fiebre. Guarda los ejemplares en un estante, con los lomos mirando hacia la pared. Vuelve a acostarse y, a semejanza de los libros, se queda viendo la pared. l a g aceta 9 e l volcán, y el sos i eg o . un a bi o g r a f í a d e g o n z a lo r ojas Del estupor pasa a la furia contra sí mismo: ¿por qué se ha empecinado en publicar estas páginas volanderas donde, sin embargo, ha intentado fijar su alma? La furia se acompaña de un sentimiento de impudicia. El asco no es sino una reacción de ira ante el pudor traicionado. Pero, ¿qué está mal en La miseria del hombre? ¿Haber develado el alma o haberla develado tan insatisfactoriamente? ¿La traición proviene de la publicidad o de la expresión? «Veo lo que era tan mío, tan íntimo, develado por las palabras», recuerda Gonzalo Rojas al evocar la tarde en que, por primera vez, abrió su primer libro de poesía, «y el aire es una lágrima sobre Valparaíso».3 No obstante, en una actitud contradictoria a esta primera e inmediata, Gonzalo Rojas no tarda en enviar La miseria del hombre a críticos y poetas chilenos. Comienzan a aparecer las reacciones en la prensa del país. La primera reseña se debe a Luis Merino Reyes, poeta y novelista de la Generación del 38, que da a conocer sus comentarios en el diario Las Últimas Noticias de julio de 1948, en Santiago. Arranca con la misma frase que un año antes encabezaba el artículo de Ester Matte Alessandri: «Nada sabemos de Gonzalo Rojas —y prosigue—. Gonzalo Rojas, algo seco en su forma poemática, salpicado de prosaísmos de uso corriente, distante de ese temblor sugerente que proviene de la retórica hispana, en su grado más favorable, es un poeta de verdad, un hondo y desenfadado poeta. Su formación, seguramente de origen francés, nutrida más de traducciones que de originales, le permite esbozar una fábula poética que, conteniendo el ritmo narrativo nerudiano, es original, buena hija de Baudelaire y de Lautréamont, el padre inimitable de Maldoror [...] Su expresión no se desnaturaliza con la truculencia y la sequedad natural, propia del furor poético o de la imprecación que subraya la miseria del hombre, buscando una sana vitalidad. Es sublimada por la belleza de las metáforas y por el ritmo sostenido del vigor estilístico [...] Con este antecedente, nos atrevemos a expresar que Gonzalo Rojas probablemente, en su madurez orgánica o en camino de ella, inscribe su nombre entre los valores destacados de la poesía chilena». En un extenso artículo publicado en una nueva revista santiaguina: Pro-Arte, el refugiado español que fungiera como secretario de Pablo Neruda en el embarque del Winnipeg, Darío Carmona, destaca desde el título «la fuerza poética» que percibe en el libro: «De Gonzalo Rojas se ha de hablar mucho y muchos traspasarán cuartillas analizándolo. Su libro está allí, reciente y vivo, rebosando poesía, angustia y poderío. Los conceptos a que ajusta su voz poética, sus temas como la muerte, la sangre, la vida sórdida, la misión del hombre, el goce erótico, se entretejen milagrosa y sabiamente entre sí, hasta obtener una serena unidad, una rama única, que es la esencia misteriosa de la vida».4 Otro refugiado español, Eleazar Huerta, publica una tercera reseña que también entrega al periódico Las Últimas Noticias, el sábado 14 de agosto de 1948. Su opinión, si bien positiva, es un poco más temperada: «Esta facilidad expresiva de Gonzalo Rojas lo distingue de otros poetas actuales y señala evidentemente un rango. Realiza sin esfuerzo, como un clásico, aquello que suele costar a los demás el sacrificio de la sintaxis. Con todo, tal facilidad acaba por producir en el lector un hábito, y el daño consiguiente para la estimación de lo leído. En definitiva, Rojas me parece seguro y fácil, pero frío». Subraya el trasfondo filosófico del libro: el absurdo de la vida, la muerte, la angustia, y finalmente, destaca lo que le parece el estoicismo del poeta. Antes de que termine agosto, Milton Rossel comunica sus comentarios a la revista Zig-Zag de la capital: «La poesía de Gonzalo Rojas tiene el ímpetu fogoso de la juventud, que deja libre la expresión a todo cuanto lleva dentro de su alma, y lo dice sin recatos, briosamente, con un lirismo violento y desgarrado, sin importarle nada los aspectos formales. Las palabras fluyen atropelladas, violentas, incontenibles, con un furor dionisiaco. Técnicamente, podemos incluso considerar que lo que ha escrito Gonzalo Rojas no son versos; pero hay en ellos poesía, una poesía en estado larvario, instintiva, en que, junto a aciertos que revelan auténtico temperamento poético, encontramos expresiones que parecen el monólogo de alguien que de pronto ha perdido el juicio y habla y grita desaforadamente, desesperadamente...»5 La mañana del domingo 12 de septiembre el poeta toma el ascensor Reina Victoria con su hijo Rodrigo Tomás para el paseo que acostumbran dar en su único día de descanso. A la salida del ascensor, el poeta se detiene a intercambiar unas palabras con un zapatero que resucita cualquier zapato viejo dándole una segunda o tercera vida, comunista para más señas, que le va informando de los progresos de Pablo Neruda en su escape del país por la Cordillera de los Andes. Pasan frente al café Riquet, pero rara vez se detienen: Gonzalo Rojas no es proclive a la atmósfera gregaria de los cafés como lo sería, por ejemplo, el fugitivo y su cofradía de «la bota». Junto a la Fuente Alemana, una puerta da acceso a una escalera que conduce a una secreta librería. El librero es originario de Praga, donde conocía a Kafka; vende libros en alemán, inglés y otros idiomas que quizá sólo él descifra. El paseo se prolonga hacia la plaza Aníbal Pinto, donde comienza el centro comercial de Valparaíso y se localizan las buenas librerías de la época. Gonzalo Rojas compra El Billiken para su hijo y, para él, los principales periódicos de la capital y del puerto. Padre e hijo se sientan en una banca y, con la misma seriedad, hojean sus respectivos periódicos. Gonzalo Rojas descubre en El Mercurio de Valparaíso una «Carta abierta» que le dirige Andrés Sabella, otro miembro de la Generación del 38, poeta y periodista originario de Antofagasta. La extensa carta de Sabella es una retahíla de elogios líricos y hasta pletóricos: «Usted, Gonzalo Rojas, no canta porque sí, a guisa de lírico gorrión, o gracioso trovero en la ventana de la felicidad. ¡He aquí su fortuna!: usted canta porque entiende cuál es su responsabilidad, y conoce qué herramientas y materiales precisa para la estatua fugitiva de su mensaje». Luego de enumerar las cualidades de La miseria del hombre, Andrés Sabella le advierte: «Estoy seguro de que las críticas enjaezadas de domingo y pereza, aludirán a su río de lenguaje y a sus negros atavíos (usted es “capaz de vestirse de locura”), porque están acostumbrados a un estilo de semáforos y a una pastelería floral para uso de señoritingos. Pero los poetas (¡y a ellos envía usted la flecha viril de su voz!) han medido su musculatura y elogian, sin reservas, al compañero que trae un morral luminoso de palabras y una visión virgínea del ser, clara honradez en la mirada, que no deforma al monstruo, sino que lo describe en labor de sangre y gracia...» El jueves 7 de octubre de 1948, la revista ProArte saca una nueva reseña de La miseria del hombre, firmada esta vez por Luis Droguett. El poeta chileno evoca de entrada su antigua amistad con Gonzalo Rojas y una noche «del barrio Recoleta, poblado de extraños edificios, de ermitas, de hospitales, de casa de orates, de cerros y de cementerios, allí, en la casa, Gonzalo Rojas me abrió estos poemas que fue desangrándolos, en una terrible disección, en ese helado y modesto comedor de parientes. Habíamos atravesado la ciudad: desde el barrio Diez de Julio hasta el Mapocho y la noche, por el interior de esos tranvías con ojeras beodas, con cigarrillos y prostitutas. Era en cierto modo, un turbio deceso para llegar hasta su poesía». Amparándose en Kierkegaard, Luis Droguett enfatiza el tema de la angustia y de la responsabilidad del escritor en los tiempos modernos: «La angustia, esa mujer que muchos creen reconocer en nuestros tiempos, le ha mostrado sus manos sangrando, sus ojos heridos de experiencias. Ella ha florecido sus ramazones, y a través del oído ese mar de cosas y seres, de distancias y de habitaciones pobladas de signos que sólo su tacto sabe descifrar, ella le ha ido, virgilianamente, señalando “el tormento” y el “gozo”». Después del rosario de reseñas, al que se suma una carta de felicitación por parte de Eduardo Anguita (la cual desgraciadamente se ha perdido), y otras anónimas de simples lectores, se produce una tregua crítica que propicia una reflexión en Gonzalo Rojas: «Era tanto lo que aparecía sobre mi libro en los diarios, que yo un domingo, vivía entonces en Valparaíso, bajé desde mi Cerro Alegre, por la cuesta del Peral, como siempre, compré los periódicos y vi que ya no aparecía nada sobre mí. Cuando advertí eso me quedé preocupado y a continuación me vino una vergüenza de mí mismo. De cómo yo también andaba buscando la adhesión o, aunque fuera, el rechazo, pero en todo caso aparecer adentro de ese papel. Me avergoncé y me callé y no hablé nada. Fue una lección ante mí mismo. Después me di cuenta de cuán necio y qué aburrido, qué equívoco es eso de andar buscando figuración literaria».6 • 3 Gonzalo Rojas, «Conjuro», en Íntegra, op. cit., p. 221. 4Darío Carmona, «Gonzalo Rojas o la fuerza poética», Pro-Arte, Santiago de Chile, jueves 12 de agosto de 1948. 5Milton Rossel, «La miseria del hombre», Zig-Zag, núm. 2266, Santiago de Chile, 28 de agosto de 1948. 6Gonzalo Rojas, Apsi. Revista de los libros, núm. 10, enero de 1989. 10 l a g ac e ta archivo familiar m a r zo de 2 017 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego Gonzalo Rojas: una sempiterna ambivalencia adriana valdés m arzo d e 2 01 7 l a g aceta 11 gonzalo rojas: una sempiterna ambivalencia Texto de la presentación de El volcán y el sosiego en la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile, octubre de 2016. La autora contrasta la sensibilidad varonil y la rigurosa formación intelectual de Rojas con la sensibilidad y el ambiente intelectual actuales en América Latina. B ien difícil la tarea que asumió Fabienne Bradu con esta biografía de Gonzalo Rojas, tan poco tiempo después de su muerte, con tanta polémica todavía viva. Difícil también encontrar a alguien más capacitado para escribirla. Fabienne conoció mucho al poeta, personalmente; lo entrevistó largamente; es la editora de Íntegra, la “suma poética” de su obra; de Todavía, compendio de la obra narrativa, y, hace casi quince años, de Otras sílabas sobre Gonzalo Rojas, que ella misma define como una especie de “aproximación anticipada” a esta biografía. La ha hecho bien. Como lectores, se agradecen los datos, los fragmentos de cartas, las fotos, los documentos... Configuran un horizonte afectivo y cultural de esa época, que era otra. Aprendí mucho de la relación entre los poemas y las circunstancias vitales de Gonzalo Rojas, muchas cosas que no sabía y que devuelven el espesor a esos tiempos. Pasan los años y nos vamos quedando con visiones simplificadas de las cosas. Restablecer las dificultades, las pugnas, las discusiones y polémicas en que todos parecen excederse y equivocarse, es volver a sentir su densidad. Se puede así dibujar un mapa de oposiciones donde se ubica la obra y la palabra de un poeta: a quién está contradiciendo, aludiendo, apoyando; a quiénes les habla, en el espacio imaginario de cada poema. Esta biografía lo facilita y lo permite, y para quien admira la poesía de Gonzalo Rojas, es un regalo. Confieso haberme llevado no pocas sorpresas, intelectuales y de las otras, al leer esta biografía. Haré un breve recorrido más bien sentimental de mi parte, sólo con el fin de despertar ganas de leerla. Me cautivaron los capítulos sobre su educación. No pude evitar compararlos con la enseñanza de hoy en día, y suspirar. De admiración por la curiosidad intelectual y la capacidad de Gonzalo Rojas, por su sensibilidad y su avidez de conocimiento como alumno, pero también por el calibre de los maestros con que se encontró. Suspiro de envidia: no me enseñaron a deslumbrarme con Séneca, en mis tiempos, ni me dieron a leer de chica a Píndaro, Ovidio y Horacio, ni tuve un profesor que hiciera leer a Rimbaud en su idioma original. En fin. Entre otras sorpresas de esta biografía, una que los incitará a la lectura apelando a una curiosidad menos confesable: la relación de los poemas con las circunstancias vitales de Gonzalo Rojas. Confieso con vergüenza haber cedido a fisgar en sus amores, haber escrito nombres que me sorprendieron bajo los títulos de algunos de sus poemas eróticos, e introducir así un factor sorpresa en su lectura. Retomando la idea del mapa de las oposiciones en que se ubica la obra y la palabra de Gonzalo Rojas, se encontrará en la biografía mucho material sobre el horizonte de la generación del 38; testimonios de hechos culturales de primera importancia, como los encuentros de escritores en Concepción, y de las ideas que se manejaban entonces, en las palabras de sus protagonistas; historias de la diplomacia chilena en China y en Cuba, durante el gobierno de Allende; historias del exilio en México, en la RDA... Sobre todo, encontrará una visión de la poesía chilena que contrasta vivamente con la actual porque está vista desde un ángulo que no es el de hoy. En fin, son grandes y merecidos los elogios que se pueden hacer de esta biografía. Sólo podemos imaginar las muchas horas que Fabienne Bradu ha pasado documentándose, y aquí están, en un libro del que podemos aprovecharnos. (Si un reproche puede hacerse, no es a la autora: se han colado las temibles erratas —no pocas— en esta primera edición.) Del elogio paso al comentario: del sosiego al volcán, por dar una vuelta al título Quisiera hablar un poco de “una sempiterna ambivalencia” (la frase es del libro, y se refiere a Gonzalo Rojas). Quiero extenderla a esta biografía. Hay tensiones en ella. Que el título sea doble ya dice algo. Que el libro se inicie con “la figura siamesa de la contradicción”, una parte muy distinta del resto, dice todavía más. En esas páginas se encuentra un elogio y una teoría de la dualidad y la contradicción —yo iba pensando, al leerlas, en la palabra paradoja, que Paz utilizó—. La poesía es muchas veces, y en muchas tradiciones, unión de los contrarios. Nada que reprochar en el terreno poético, por cierto. Y el poeta, según las palabras famosas de Fernando Pessoa, es un fingidor. Quién más que Gonzalo Rojas poeta, gran maestro de sus efectos. Una de las tensiones de esta biografía, sin embargo, es que aquello de “fingidor” pasa a ser menos simpático cuando se refiere a los datos de la vida real, que tanto busca un buen biógrafo. Y la tensión se traslada desde el objeto de la biografía hacia quien la escribe. Una tensión que se aprecia desde los epígrafes y que resurge en muchas páginas. Dice Fabienne Bradu que: “el poeta es muy renuente a la exactitud de las fechas y, a veces, de los hechos que entran en contradicción con el mito de sí que pretende legar a la posteridad” (p. 335). Y muy discretamente, en una nota, informa que esto ha tenido un costo para ella: “Yo misma fui víctima de sus ficciones que reproduje como verdades en mi libro Otras sílabas sobre Gonzalo Rojas, fce, México, 2002, pp. 159-160”. (p. 451, nota 25.) Nos encontramos, entonces, con múltiples capítulos en los que la autora ha debido hacer un contraste entre los hechos documentados y el mito creado en torno a su persona por el poeta. A veces, las menos, las ficciones tenían que ver con los sentimientos de otras personas, y eran equivalentes a mentiras piadosas. Muchas otras, en cambio, tenían que ver con la creación de un personaje público congruente con un “yo” poético manifestado en la escritura. Los datos de la realidad son esculpidos como un pedazo de piedra o mármol, para que en ellos aparezca un “personajo” cercano a sus poemas. La biografía no es un Gonzalo Rojas par lui même: es muchas veces un Gonzalo Rojas cotejado con los hechos. Y ésa es una tarea difícil que Fabienne Bradu ha realizado de manera tan firme como delicada. Ha buscado no la verdad, sino la exactitud: según uno de los epígrafes del libro, “el nombre más humilde” de la verdad (Yourcenar). “Arropar el mito” de un yo poético es un tema de historia de la literatura. Para aproximarme a lo que quisiera decir, un contraste. Tamara Kamenzsain acaba de publicar en Buenos Aires un libro con un título curioso: “La intimidad inofensiva”, sobre poetas argentinos de los años noventa.1 Me hizo mucho sentido al pensar en esta biografía que estoy presentando. Se refería a poemas de “los que escriben con lo que hay”. La “persona poética” prácticamente no existe, o está al ras del suelo, y la mayor intimidad carece de sentido, como si la “personalidad”, lo propio y característico de un sujeto determinado, se hubiera desvanecido en el aire, y con ella cualquier secreto o misterio por revelar o cualquier cosa que arropar. Describe bien un hecho contemporáneo de la literatura. Algo así como el polo opuesto de lo que se da en la poesía de Gonzalo Rojas y en todo “el mito que pretende legar a la posteridad”, todo el mito que pretende “arropar”. En aras de la historia de la literatura, el ser un poeta “vate” puso en su época a Gonzalo Rojas en contradicción con la “antipoesía” de Parra, por 1 T. K., Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2016. 12 l a g ac e ta ejemplo: la biografía recoge palabras despreciativas y amargas. Muchos jóvenes habrán pensado en un principio lo que escribió Fernando Pérez Villalón sobre la poesía de Rojas: “... escrita desde una concepción de lo poético imposible de mantener en nuestros tiempos, más afines a la ironía de Lihn, al tono socarrón de Parra...”2 Y más de alguien, como yo, habrá escrito al margen versos de Lihn: “No soy hombre de fe. Los mitos me asquean. Las profecías me abruman y no puedo decir más”. Sin embargo, en poesía hay una oscilación entre algo así como el minimalismo y el maximalismo del sujeto poético. La nota ácida, corrosiva, es recurrente, y más que necesaria. Pero la poesía de Rojas, muchas veces ácida y corrosiva también, en otro tono, resucita una y otra vez, revive su pulso y su ritmo, consigue sus efectos, y hace exclamar a alguien como Julio Cortázar, en 1968, que “le devuelve a la poesía tantas cosas que le han quitado”.3 Pienso que en la biografía de Fabienne Bradu hay material precioso para pensar sobre esto, y que es un buen tema: se lo regalo a algún tesista inspirado. Para terminar, una anécdota de la que me enteré leyendo el libro. Y otro buen tema, casi “the elephant in the room”, como dicen los gringos, que debe haberse planteado cuando el libro se presentó en Argentina. Somos tres mujeres en esta mesa. No creo que sea accidental. Mágico, tal vez; no accidental. La anécdota cuenta que Gonzalo Rojas rechazó el prólogo de María Moreno, cronista argentina, para uno de sus libros, que iba a republicarse en Chile. “¿Para qué publicar un prólogo de alguien tan alérgico a mi poesía?”, dijo (413). Sin embargo, la misma María Moreno publicó en 2011 en Página 12 lo que esa revista califica de “un sentido homenaje que lee en clave de literatura y género algunos de sus gestos y poemas”.4 ¿Qué pasa ahí? Sucede que, tal como algún malvado inventó esa frase irresistible que es “alto kitsch”, otra persona —mujer argentina, no María Moreno— inventó aquello de “machismo de altura” para referirse a la poesía erótica de Rojas. Lo cierto es que hay cierta incompatibilidad entre sus musas desmelenadas y las mujeres parlantes. Que se le da mejor hacerles preguntas retóricas a “Teresa de Ávila, Virginia Woolf, Emily mía/ Bronte de un páramo a otro/ Frida mutilada/ que andas volando por ahí, de qué/ escribe uno?” que recibir respuestas. Que la mujer tan celebrada por sus sentidos es, como escribió en uno de sus primeros poemas y reiteró en su madurez, “una página en blanco”, sobre la cual el poeta realiza “un acto génesico”, despliega su fuerza varonil, y se mira a sí mismo en el acto de desplegarla. Otra pregunta retórica, mía esta vez. ¿Y cómo van ahí las mujeres, páginas blancas, blanquísimas? ¿Perdidas en la noche, malheridas de amor, como la gran gata blanca de otro de sus poemas? Estamos ciertamente en otra época. En las fotos del mundo intelectual de los años cincuenta en adelante, me llama la atención la cantidad de personas que fumaban: era por entonces lo natural. El intelectual y el cigarrillo iban juntos. El intelectual y el machismo también, de modo inconsciente: era natural que prácticamente todas las redes de poetas, de profesores universitarios, de periodistas, fueran casi exclusivamente de varones. Las mujeres estaban en una especie de historia paralela, y menor, de la literatura, y las solidaridades y ayuditas se daban entre hombres, salvo algún prólogo que no escondía la admiración de un poeta por alguna belleza que, además, escribía. Otro punto para pensar, con los datos que nos brinda esta notable biografía.• Adriana Valdés. Escritora y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. Santiago de Chile, 22 de octubre 2016. 2 “Rojas en Oriente”, Revista Vértebra núm. 3, republicada en http://www.letrasenlinea.cl/?p=1786. 3 Citado por Pedro Lastra en la nota a su edición de Poesía esencial, Santiago, Editorial Andrés Bello, 2001, p. 9. 4 Página 12, viernes 11 de mayo de 2013. m a r zo de 2 017 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego S olía formarse una ola de simpatía en torno de él cada vez que venía a la Argentina. Fue un hombre muy querido por los poetas argentinos de las tres últimas décadas, muchos de los cuales lo admiraron como a un maestro. Más que a cualquier otro poeta chileno, exceptuando a Pablo Neruda, pero, si lo que se tiene en cuenta es el afecto al hombre de carne y hueso, la buena onda que suscitaba Gonzalo Rojas no tiene comparación. Alguna vez Nicanor Parra, su gran colega, compatriota y coetáneo, ironizó sobre “el incurable surrealismo de la escuela de Buenos Aires”, y algo tal vez tenga eso que ver: como nuestro Enrique Molina, al que se asemeja en más de un aspecto, Rojas viene de los alrededores del surrealismo y bastante de aquella aventura de los sentidos y de aquel juego de la imaginación insiste en sus versos, como la energía vital con la que los surrealistas supieron animar las palabras, y el humor, y las ráfagas de delirio, tanto como la carnalidad espesa —más espesa y material en Rojas que en los surrealistas— y el irrenunciable espíritu rebelde, ese mal llevarse con las convenciones de la vida burguesa y el sentido común. Como Molina también, Rojas está entre quienes mejor lograron hacerse cargo de la turbulenta propuesta de “poesía impura” que concretó Neruda, en 1933, con Residencia en la tierra (una poesía, decía Neruda, “gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley”), pero a esa herencia y a la de los surrealistas, y a las tempranas preferencias por los románticos alemanes, se agrega, decisiva, la marca de César Vallejo. Más que en cualquier otro poeta chileno, probablemente, la entonación desnuda y franca del peruano subyace como un contracanto básico en la poesía de Gonzalo Rojas, con lo que tiene de desolado y balbuceante, y también de coloquial. Ya está todo eso ahí, en su primer libro, Miseria del hombre, uno de cuyos poemas, “La poesía es mi lengua”, planteaba a quien quisiera atender: “Ya sé que el sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno proceso/ de rotación y traslación llamado falsamente Poesía./ A veces, como hoy, esta aparente confusión me hace reír a carcajadas./ Este torbellino de palabras volcánicas como una erupción,/ que son una amenaza para los sacerdotes del soneto y el número.” Sin esa obsesión, la de la inevitabilidad de la muerte, no se percibe la compleja dimensión del pensamiento que esta poesía desplegó, y en torno de esa obsesión la escritura orbita como un cuerpo estelar, convencida de que escribir o vivir la poesía es lo mismo que zambullirse en la concreta vida terrestre y viceversa, sabiendo que no se debe a confusión alguna esa coincidencia de vida y escritura y tomándola más bien a risa, entre palabras que fluyen arrebatadas, incontenibles y turbias. “Estoy perdido para el mundo —agregaba el mismo poema—,/ aunque mi reino sean todos los mundos posibles,/ porque yo soy el testigo de mi propia creación./ Mi creación es mi pasión. Por eso hago soplar los vientos/ para que den testimonio de mis llamas.” Es muy difícil, cuando uno quiere dar cuenta de cómo es y de qué se ocupa la poesía de Rojas, no citar sus versos. Ahí está todo dicho, una y otra vez, porque es una poesía que mientras va haciéndose va pensándose, o que, más bien, hace del pensar un hacer, ya que no tiene cómo pensar la escritura sin pensar la aventura de moverse en el mundo: no hay diferencia entre una cosa y otra. Miseria del hombre es de 1948, cuando su autor tenía 31 años, una edad tardía en comparación con la habitual en los primeros libros de poesía. El siguiente, Contra la muerte, apareció 16 años después, y recién 13 años más tarde, en 1977, el tercero, Oscuro. No está precisamente Rojas entre los poetas más “productivos”, y aunque hay cerca de una veintena de títulos en su bibliografía, en general son volúmenes con poemas de libros anteriores a los que agrega otros, un criterio nada caprichoso ni oportunista, porque en realidad Rojas fue escribiendo un único libro a lo largo de los años, o como si cada poema fuera un movimiento de una gran obra, que se despliega enérgica y ensimismada en sus propias profundas razones. ¿Qué encuentra uno en esa obra? Habría que hablar de una visión contradictoria, lúcida, inestable y audaz del mundo, o más bien de los modos de estar en el mundo, que es un estar fugaz y provi- m arzo d e 2 01 7 Gonzalo Rojas Todos los mundos posibles Al hablar de la poesía de Gonzalo Rojas parece imposible no citar sus poemas, como si todo lo que uno quisiera decir estuviera ya en ellos. No obstante, los conceptos de Freidemberg parecen dar en el blanco. daniel freidemberg soriamente, siempre buscando hacer contacto con la prodigiosa maravilla de lo que realmente existe, en sus manifestaciones más materiales y particulares, entre ellas las mujeres deseadas y amadas. Es milagroso el contacto con lo concreto porque se lo sabe condenado a deshacerse, a pudrirse, y porque el “hambre de vivir” que los poemas invocan tiene lugar contra la oscuridad sin fin de la nada. Habría que hablar, tal vez, de un radical escepticismo festivo, que puede mirar de frente la fatalidad porque le gusta reír y de entrada aprendió a no tomar nada muy en serio, si por “no tomar en serio” entendemos un rechazo a la solemnidad, una decisión de “no creérsela” que mucho tiene que ver con los vínculos con la vida popular que el poeta nunca dejó de mantener. De ahí la soltura de los versos. Hay una alegría de escribir, aun las cuestiones más terribles: de gozar un juego se trata, el de meterse con todo en todo lo que tiene que ver con la vida, lo bueno y lo malo, sin atenuarlo ni disfrazarlo y asumiéndolo sin vueltas. Como Rojas supone que hay que vivir, con los ojos abiertos y envuelto en la música imparable de las palabras que, como las cosas de la vida, van urdiendo entreveradamente su marcha. Lo que no implica que falte la precisión o la medida: pocos, muy pocos, conocieron tanto y supieron manejar en el siglo xx las formas de versificación, los metros, los ritmos, las sonoridades y los tonos, y es admirable cómo, sin que decaiga nunca la sensación de espontaneidad, cada palabra, cada frase y cada comparación parecen cuidadosamente escogidas, como parecen cuidadosamente calculados los cambios de entonación, las pausas, las interrupciones, los saltos en el sentido, el arte del montaje. “No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad / en mitad de la calle y hacia todos los vientos: / la verdad de estar vivo, únicamente vivo,/ con los pies en la tierra y el esqueleto libre © si lvi o torr i jos c en este mundo”, anunciaba Gonzalo Rojas en “Contra la muerte”, el más conocido de sus poemas. Eso hacía, precisamente, al escribir: con los pies en la tierra, en mitad de la calle, libre y vivo hasta el colmo, lo que en particular lleva a cabo Rojas en aquel ya clásico poema de los años sesenta es reivindicar la vasta y basta vida, tumultuosa y terrestre, ante la arrasadora constatación de que nada hay más inevitable que la muerte, la que lo ha alcanzado ayer y ante la cual su palabra no quiso oponer esperanza, ni en un Dios ni en la Historia: al “hambre de vivir” nada hay que pueda sustituirlo o superarlo. Vivir, sin embargo, en Rojas, implica no menos que afirmarse en los sentidos, el erotismo, el trato con la materia espesa y olorosa, tener los ojos abiertos a la destrucción, el deshacerse, la condena al charco hediondo, siempre presentes como una sombra irónica o desolada, sin la cual el cuadro de la vida no cierra, ni vale mucho: si es, como lo es, un milagro lo vivo y corpóreo, es porque se da contra la contundencia sin fondo de la nada. Hijo de una familia minera, Gonzalo Rojas nació en la sureña Lebu en 1917, vivió en varias ciudades de Chile y, durante el exilio al que lo llevó la dictadura de Augusto Pinochet, en la República Democrática Alemana y Venezuela. Fue profesor en universidades de su país, de la RDA y de Estados Unidos, y diplomático en China y Cuba durante el gobierno socialista de Salvador Allende. Entre otros premios, tuvo el Nacional en su patria y el Reina Sofía y el Cervantes en España. Murió el pasado 25 de abril y quien busque acercarse a sus poemas descubrirá, muy probablemente, una palabra tan viva hoy como cuando fue escrita, o más.• Daniel Freidemberg. Poeta y crítico argentino, fundador del Diario de Poesía de Buenos Aires. l a g aceta 13 14 l a g ac e ta m a r zo de 2 017 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego Oscuro, de Gonzalo Rojas Relato del descubrimiento de la poesía de Gonzalo Rojas por la red subterránea de lectores, aquella que consagra antes que los premios y los homenajes. “Cada página suya honra la lengua en que está escrita.” josé emilio pacheco A ntes de que los generales convirtieran el extremo sur en campo de concentración y exterminio había en esta América una red de comunicaciones casi clandestinas y al margen del mercado, los discursos, las reuniones de “expertos”. Algunos libros de poesía, nunca vendidos pero siempre leídos, iban de un país a otro, de una mano a otra; dueños de una celebridad subterránea, por ello más intensa y duradera de la que conceden honores y reconocimientos oficiales. Muchos conocimos así a Gonzalo Rojas: en ejemplares ya maltrechos de sus dos libros: La miseria del hombre (Valparaíso, 1948) y Contra la muerte (Santiago, 1964). Uno lo trajo alguien que estuvo exiliado en Chile; otro lo consiguió un amigo en una librería de Bogotá o se lo regalaron en Cuba o Costa Rica. Esta secta de los lectores de poesía, que no siempre son al mismo tiempo sus practicantes, opera en las catacumbas; sus entusiasmos se expresan en cartas y conversaciones, rara vez salen a la luz pública de las reseñas y conferencias porque de todos modos no tiene mucho caso hablar de libros inconseguibles en el mercado. Probablemente Rojas no se enteró nunca de este tráfico, de esta admiración que no espera recompensa ni reciprocidad. Oscuro es el tercer libro de Gonzalo Rojas y el primero que obtendrá una difusión que hoy, por vez primera en nuestra historia, ya no podemos llamar continental. Ni antología ni obra completa, Oscuro es en realidad el libro único que Rojas ha venido escribiendo desde 1935 y del cual los dos títulos anteriores aparecen, bajo esta luz, como adelantos. Con ser una obra definitiva, Oscuro es también parte de una tarea viva y en marcha que ojalá se prolongue por muchos años. Rojas ha conservado las fechas al pie de algunos poemas pero ha disuelto La miseria del hombre y Contra la muerte en la unidad que le dan a Oscuro sus tres partes: “Entre el sentido y el sonido”, “Qué se ama cuando se ama” y “Los días van tan rápidos”. Hay poetas que cambian y otros que ahondan. Rojas es de los segundos. Desde sus poemas iniciales encontramos la perfección y el aplomo de sus versos de 1976. Como en este “Monólogo del fanático” (1940): Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil que come cuatro veces al día como un puerco, que me tutea y me deprime con su palabra ufana, testimonio evidente de esta parte de mí que se muere al nacer, como una nube; lo blando, lo confuso, lo que siempre está fuera del peligro, el adorno y el encanto… m arzo d e 2 01 7 En otros casos la ausencia de fechas produce resultados sorprendentes. Quien no lo haya leído (y subrayado) en Contra la muerte creerá que “Aquí cae mi pueblo” se escribió con posterioridad al 11 de septiembre de 1973: Aquí cae mi pueblo. A esta olla podrida de la fosa común. Aquí es salitre el rostro de mi pueblo. Aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo, que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices de los salones refinados en que se compra la belleza… Y que por lo tanto puede figurar junto a los poemas finales como “Liberación de Galo Gómez”, “El helicóptero”, “Desde abajo”, “Cifrado en octubre” —su elegía a Miguel Enríquez a quien sutilmente nunca se menciona por su nombre completo, del mismo modo que el nombre de Guevara está ausente de “Octubre 8”—, poemas que ya están al centro del cancionero de la resistencia chilena. Así también el número 4 de “Conjuro” y su triple eficacia de poesía, protesta y testimonio: La alambrada huele de la costa aullante, la oreja de lejos, de la mutilación, es lo que oye uno, la nieve manchada que solloza, eso es lo que mira uno de tanta patria diáfana, de tantas aves azules en el arcancielo de Huidobro rey, de tanta cítara tensa y libre como las cumbres y las olas, cuando Dios moraba entre nosotros antes: ésa es la pérdida de uno, y el aire es una lágrima sobre Valparaíso. Cuando Rojas llegó a Santiago en 1937, desde su Lebu araucano y las minas de carbón en que transcurrió su infancia, encontró una capital convulsionada por el descontento contra la segunda presidencia de Arturo Alessandri, descontento que se traduciría en la coalición que llevó al poder a Pedro Aguirre Cerda. El joven de 19 años que era Rojas halló también a Neruda recitando en público las primeras páginas de España en el corazón y a Huidobro que gritaba en un mitin: “Fascismo, fuera de aquí”. Todo esto lo narra en uno de sus escasos textos en prosa (Actualidades I, Caracas, 1976). El respeto por Neruda, en primer término por “la maestría rítmica única que nos ha enseñado a respirar a todos”, ha perdurado como la admiración por Huidobro. No es casual que Rojas haya escogido el silencioso homenaje de retratarse bajo un retrato de Huidobro en la fotografía incluida en Oscuro. Lo que modestamente calla Rojas es el problema que se le presentaba al joven poeta de 1937: no ser Huidobro ni Neruda, no ser De Rokha ni Gabriela archivo familiar Mistral. Pero, como alguna vez ha dicho él mismo, la brecha entre las generaciones no es menos real que los puentes o vasos comunicantes tendidos de una a otra. Rojas aprendió de todos ellos, nutrió su originalidad en la más atenta lectura de cada uno. Y así, desde los veinte años, Rojas no se parece más que a sí mismo. Otra experiencia central fue su paso por La Mandrágora, el primer grupo surrealista de Hispanoamérica. La Mandrágora se disolvió a los pocos años, como se desintegran todos los grupos, pero su fertilidad no ha dejado de nutrir a la poesía chilena, por más que alguno de sus miembros aciagamente concluyera en el pinochetismo. De la fuerza o debilidad de un poeta depende que su pertenencia a un movimiento sea liberación o servidumbre. Rojas tomó del surrealismo la amplitud lírica, el impulso de poblar las zonas de lo que hasta entonces se juzgaba indecible, el derecho de escribir sobre todo y en todas las formas a su alcance. Pero no son muy numerosos los poetas como él capaces de aliar a la pasión extrema el extremo rigor, de saber contra nuestra enfermedad continental: la autocomplacencia que pendularmente nos lleva, en palabra de Hernando Valencia Goelkel, de la tontería del academismo al academismo de la tontería, que …no hay azar sino navegación, número, carácter y número, red en el abismo de la cosas y número. Por virtud de su radiante maestría, Rojas puede darse el lujo de ser prosaico, imprecatorio, irónico, elegíaco, erótico, oracular y cien cosas más sin dejar de ser nunca un gran poeta, aunque no haya cumplido el requisito para ser considerado como tal: estar muerto. Puede escribir versos muy cortos y cuartetas feroces como la “Sátira a la rima”, que más bien debió llamarse “Sátira de la burguesía” y fue cantada por Violeta Parra. Sin embargo, su medio expresivo entrañable es el verso largo que nunca llega a ser versículo. Si Pound creyó que la poesía se asfixia al apartarse demasiado de la prosa, Rojas —sin negar la verdad de Pound— parece añadir que el verso se ahoga si se aleja en exceso de la música. Sus poemas son casi invariablemente poesía y muchas veces gran poesía, pero antes constituyen verdaderos modelos de versificación más allá de las normas y formas sancionadas por el uso. El oído de Gonzalo Rojas es infalible. Cada página suya honra la lengua en que está escrita.• Vuelta, México, vol. 1, núm. 8, julio de 1977, pp. 39-41. l a g aceta 15 gonzalo rojas. el volcán y el sosiego 16 l a g ac e ta m a r zo de 2 017 Gonzalo Rojas Metamorfosis de lo mismo Hay poetas que cambian y poetas que ahondan; Gonzalo Rojas es de los segundos, dijo José Emilio Pacheco. Ahonda en un mismo sentimiento y una misma idea: la búsqueda del otro. Esta selección arbitraria de versos y estrofas de diversos poemas suyos quiere poner a prueba esta idea. L a primera palabra es ábreme, vengo del frío… ¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer, y a dormir, y a gozar, si todo se reduce a palpar los placeres en la sombra…? Arráncate la máscara riente. Espérame a besarte, convulsa belleza. Espérame en la puerta del mar. Espérame en el objeto que amo eternamente… ¿Soy yo mismo estampado en este muro, con mis grandes heridas, con mis grandes pasiones partidas de alto a bajo, mis arrugas, mis costras? ¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo sino un cuerpo prestado que hace sombra? Tú y yo somos dos tablas que alguien cortó en el bosque de un árbol milenario. Pero ¿quién plantó ese árbol para que de él saliéramos y en él nos encerráramos? A ti no te conozco, pero tú estás en mí porque me vas buscando. Fácil me hubiera sido morderte entre las flores como a las campesinas, darte un beso en la nuca, en las orejas, y ponerte mi mancha en lo más hondo de tu herida. Juro que esta mujer me ha partido los sesos, porque ella sale y entra como una bala loca, y abre mis parietales, y nunca cicatriza, así sople el verano o el invierno, así viva feliz sentado sobre el triunfo y m arzo d e 2 01 7 el estómago lleno, como un cóndor saciado, así padezca el látigo del hambre, así me acueste o me levante, y me hunda de cabeza en el día como una piedra bajo la corriente cambiante, así toque mi cítara para engañarme, así se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas, marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen unas sobre otras hasta consumirse, juro que ella perdura, porque ella sale y entra como una bala loca, me sigue adonde voy y me sirve de hada, me besa con lujuria tratando de escaparse de la muerte, y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna vertebral, y me grita pidiéndome socorro… Ella vive esperando que un rayo parta el brillo de su copa, pero el rayo es el alma de este cuerpo. Vive afilando su hacha y la arroja de frente o de perfil sobre la piel del Árbol. Pero el filo es un beso en su mejilla. Estemos preparados. Quedémonos desnudos con lo que somos, pero quememos, no pudramos lo que somos. Ardamos. Respiremos sin miedo. Despertemos a la gran realidad de estar naciendo ahora, y en la última hora. Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una, a esa única que me diste en el viejo paraíso. La que duerme ahí, la sagrada, la que me besa y me adivina, la translúcida, la vibrante, la elegancia de tu presencia natural tan próxima, mi vertiente de diamante, mi arpa, tan portentosamente mía. Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara en esos muslos de individua blanca, tocara esos pies, te oyera aullar, te fuera mordiendo hasta las últimas amapolas, mi posesa, me arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo de otra pureza, te lamiera, te amara. Tan bien todo que iba, los remos de la exactitud, el silencio con su gaviota velocísima, lo simultáneo de desnacer y de nacer en la maravilla de la aproximación a ninguna costa que soy, cuando cortándose cortóse la mano en su transparencia de cinco virtudes áureas, cortóse ella el trato de arteria y luz, el ala cortóse en el vuelo, algún acorde que no sé de este oficio, algún adónde de este cuándo. Miedo al arcángel, le tuve miedo al arcángel de no verte, a estos años que hemos volado contra la tormenta, tú en tu nogala, yo mío en mi nogal, ni apestados por la costumbre archivo familiar de la sombra, ni despavoridos por el error hermoso de la intemperie, como tanteando el aire a esta altura, pérdida en la pérdida. Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma. Parece que de lo que muere uno es de maniquí asustado en la vidriera, inmóvil y horizontal con ese descaro como si uno no fuera el que es bajo los claveles y los gladiolos de alambre por lo equívoco de las luces; extraña sal parece entonces que se apodera de uno de las uñas a los párpados, se crece por resurrección fosfórica. El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón y te amo, es decir, amo tu nariz, la sorpresa del zafiro de tus ojos, lo que más amo es el zafiro de tus ojos, pero lo que con evidencia me muslifica son tus muslos longilíneos cuyo formato me vuela sexo y cisne a la vez aclarándome lo perverso que puede ser la rosa, si hay rosa en la palpación, seda y olfato. No hay otro sexo que la hermosura, el asombro de la hermosura.• Selección de Ramón Cota Meza, Antología de aire, Gonzalo Rojas, fce, Chile, 1991. l a g aceta 17 a d emás Mercados abiertos, pactos sociales Introducción al libro Mercados abiertos, pactos sociales, de próxima publicación por el Fondo de Cultura Económica. La obra es una disección de las grandes transformaciones y deformaciones económicas y sociales de las últimas décadas, y una propuesta para introducir un mejor equilibrio público-privado sin regresar la historia. david ibarra E n el último cuarto del siglo xx el mundo emprendió un notable experimento con la transformación globalizadora del orden económico internacional, sólo comparable en sus alcances a la Revolución industrial inglesa del siglo xix. Ayer como hoy, los cambios, sin descontar sus efectos positivos, causaron —y siguen causando— profundas inestabilidades socioeconómicas y hondos desarreglos distributivos que tomará años componer. Ahora, la apertura de fronteras lleva a la disolución o empobrecimiento de muchos de los acuerdos que habían sometido a control social el comportamiento de las economías. La integración universal de los mercados dio a luz un sistema económico parcialmente inmune a sus consecuencias sociales dentro de cada nación. El orden de la globalización diseñado por las potencias dominantes postula, como camino único, una utopía universalista aplicable a cualquier sociedad humana decidida a cerrar su pasado, a abrazar un individualismo radical, a desdeñar la acción colectiva para disfrutar plenamente de los beneficios de la competitividad internacional, soslayando su impacto en términos de equidad o cohesión políticas. Se confió y se confía en que la eficiencia —aun de los monopolios— acabe por filtrarse a todos los estratos sociales y que la capacidad innovativa atribuida a los mercados produzca bienestar y crecimiento de manera automática. En aras de esa ideología esperanzadora se debieron debilitar y hasta demoler, repito, los pactos políticos que armonizaban mercados abiertos y pactos sociales y el funcionamiento de los mercados con los postulados de las democracias nacionales.1 1 Ese universalismo macroglobal que postula políticas uniformes, semejantes, en todos los países, contrasta con el segundo ingrediente de las políticas en boga: un individualismo microsocial, diversificador de inclinaciones y preferencias que suele actuar en contra de los propósitos nacionales y universales de la igualdad y la solidaridad sociales. En sus orígenes, el individualismo de la Ilustración se concibió como la afirmación de la libertad de creencias, como el antídoto al dogma, como el cimiento de la tolerancia y de la paz. Hoy, el individualismo economicista no descansa en la 18 l a g ac e ta Recuérdese aquí el gran acomodo político entre países del siglo xvii, el de la paz de Westfalia, que erigió el concepto de soberanía nacional y rechazó todo universalismo, fuese ideológico, religioso o económico. Otorgó, en cambio, libertad de credo, de cultura y, en general, de diseño nacional de las políticas. Así se aseguró la coexistencia pacífica de las naciones, recurriendo al principio regulador del equilibrio entre los miembros de la comunidad internacional mediante alianzas pragmáticas, variables, que impidiesen la ascensión hegemónica de algunos de ellos. La concepción westfaliana sirvió por siglos para evitar conflagraciones bélicas. Todavía estuvo parcialmente vigente durante la Guerra Fría, pero recibió un golpe devastador con el universalismo económico de la globalización que, al reducir el ámbito de las soberanías nacionales, sustituyó el dogmatismo religioso transfronterizo por una suerte de canon económico carente de normatividad, de la acción atemperadora de pactos sociales de alcance universal.2 A la ruptura de los principios westfalianos3 se suma el desmoronamiento del otro gran acomodo de la convivencia política del siglo xx entre democracias y capitalismos. Ese pacto consistió en proteger la vida democrática de las interferencias abusivas del poder económico, refrendando la soberanía de los gobiernos en decisiones fundamentales, determinantes de la política de empleo, crecimiento y protección social.4 Así, se procuraba aliviar el malestar causado por las fluctuaciones cíclicas, las crisis económicas o los conflictos resultantes de la concentración de ingreso y riqueza, mientras se competía políticamente con el socialismo soviético. Aun cuando ello creó separaciones nacionales, el resguardo de la soberanía de los gobiernos les permitió elegir y responsabilizarse de la ruta de su desarrollo, en tanto garantes del bienestar de sus poblaciones. Algunos componentes medulares de esos grandes arreglos históricos resultaron incompatibles con las exigencias de los mercados sin trabas y con el cambio obligado de prelaciones en los objetivos nacionales. El crecimiento, el empleo y las metas distributivas fueron remplazados por el logro de la estabilidad de precios y el equilibrio de las finanzas públicas, ambas metas congruentes con el libre comercio. La lucha por la eficiencia, la innovación, la competitividad, pasó a ser considerada vital en un mundo abierto, necesitado, además, de limitar y hasta proscribir la intervención estatal en materia económica, excepto cuando estuviere enderezada a desregular, transferir funciones de gobiernos a mercados o a salvar a empresarios o bancos de la quiebra.5 Ese cambio ideológico en los países líderes, junto al desmoronamiento del socialismo soviético, frenó la nivelación de los beneficios del crecimiento económico entre las distintas capas sociales de las zonas industrializadas o de muchas en desarrollo y, por tanto, el avance progresivo de los Estados de libertad de creencias, sino en la libertad de mercados, en la validación de la competencia eficientista que rechaza casi toda acción social colectiva, como la vía de acceso al crecimiento y al bienestar humanos. Véase en F. Williams (1992), “Somewhere over the Rainbow: Universality and Diversity in Social Policy”, Social Policy Review, 4, pp. 200-219; B. Rothstein (2001), “The Universal Welfare State as a Social Dilemma”, Rationality and Society, 13 (2), pp. 213-233; G. Esping-Andersen (1990), The Three Worlds of Welfare Capitalism, Princeton University Press, Princeton; G. Dumenil y D. Levy (2011), The Crisis of Neoliberalism, Harvard College, Boston; R. Frank y P. Cook (1995), The Winner-Take-All Society, The Free Press, Nueva York; F. Fukuyama (1992), The End of History and the Last Man, Hamish Hamilton, Londres; J. Gray (1998), False Dawn, The New Press, Nueva York; J. Habermas (1981), “Modernity versus Postmodernity”, New German Critique, 22, pp. 3-14; E. Huber y J. Stephens (2001), Development and Crisis of the Welfare State, The University of Chicago Press, Chicago; D. Ibarra (2008), La degradación de las utopías, Facultad de Economía, unam, México; N. Luhmann (1998), Sistemas sociales: lineamientos para una teoría general, Anthropos, Barcelona; K. Polanyi (1944), The Great Transformation, Beacon Press, Boston, y R. Skidelsky (1977), The End of the Keynesian Era, Palgrave Macmillan, Londres. 2 Véase L. Gross (1948), “La paz de Westfalia”, Revista Americana de Derecho Internacional, 42, pp. 20-41, y H. Kissinger (2014), World Order, Penguin Press, Nueva York. 3 La visión westfaliana resultó desplazada en Europa al ganar hegemonía Alemania en la política económica de la comunidad, desplazando a Francia e Italia, entre otros países. 4 En sus orígenes, el nacimiento del Estado de bienestar europeo fue una creación conservadora de fines del siglo xix —Bismarck y Lloyd George— como medio de apaciguar a la clase obrera, sin afectar el control político y económico de las élites. 5 Así llega a sostenerse que los mercados deciden mejor que los cuerpos políticos. Por tanto, la justicia del mercado en que cada quien recibe conforme a lo que aporta al producto, es mejor que la justicia política de los derechos humanos, que es criticada por conducir al desperdicio de recursos escasos. Curiosamente, la salida parcial de la Gran Recesión de 2008 obligó a la mayor intervención gubernamental de la historia, a interrumpir las reglas antiintervencionistas de los mercados, curiosamente en tiempos de condena a la manipulación estatal de los asuntos económicos. bienestar. Antes, durante buena parte del siglo xx, paradójicamente si se quiere, las guerras mundiales, las tareas de reconstrucción y luego los ajustes sociales anticrisis —el New Deal en Estados Unidos y la socialdemocracia en Europa— habían revertido la acentuada concentración del ingreso típica del siglo xix al sostener políticas igualitarias de desarrollo y gastos extraordinarios de los gobiernos.6 Tal es el proceso histórico que contraviene, proponiéndoselo o no, el nuevo paradigma de la libertad de mercados. El tránsito de la socialdemocracia europea y del New Deal estadounidense al neoliberalismo de Reagan o Thatcher fue mucho más que una confrontación de ideas: significó un cambio de élites de distinta composición y la reorientación del poder económico de los gobiernos. Al elevar competitividad y eficiencia económica a la consideración de principios ordenadores, de objetivos fundamentales de la vida social, el neoliberalismo instaura la desigualdad como el resultado necesario del juego económico. La competencia es un simulacro bélico en el que siempre hay ganadores y perdedores que se consolidan a medida que el juego se repite en el tiempo. Atemperar esos resultados con intervención estatal, esto es, con regulaciones normativas, rompe el libre funcionamiento de los mercados. Las desigualdades resultantes son el premio a los más competitivos, los más eficientes, que debieran ser aplaudidos, no combatidos. Por otro lado, ese enfoque es congruente con los nuevos principios del intervencionismo estatal y de las leyes económicas: favorecer la libertad de mercados, no enturbiarla persiguiendo otras finalidades económicas o sociales.7 Esa sustitución paradigmática a partir de la séptima década del siglo pasado da nacimiento universal a dos estrategias de desarrollo con ingredientes comunes: el crecimiento hacia fuera y el crédito a familias y gobiernos como sostenes de la demanda de los países. Ambos enfoques, compatibles con la apertura de mercados y con el vuelco político hacia objetivos eficientistas, eluden, sin resolverlas, tensiones distributivas y desarrollistas al completar artificiosamente el gasto de las sociedades ya sea captando demanda externa o supliéndola transitoriamente con la expansión del crédito. Se trata de estrategias que al final de cuentas no llenan la insuficiencia del poder de compra de las poblaciones ni alientan la inversión, frente a la concentración del ingreso derivado de la ruptura de los pactos sociales. El modelo de crecimiento hacia afuera tropieza a la corta o a la larga con un impedimento estructural: los países buscan exportar y, a la vez, restringir —aunque no lo manifiesten— sus importaciones, inmersos en una suerte de neomercantilismo interdependiente, singularmente acusado en tiempos de crisis.8 A su vez, la llamada democratización del crédito tiene como límite el rezago acumulativo de los ingresos familiares.9 Y, en cuanto al endeudamiento público, hay topes económicos y políticos que impiden sea sustituto eterno de la cortedad de la demanda privada. Ello es especialmente cierto cuando por razones políticas es difícil llenar el diferencial entre gastos gubernamentales en ascenso e ingresos públicos estancados por la crisis y la degradación de los impuestos progresivos. Hasta ahora los resultados del experimento de la apertura externa o del creditismo han resultado en general poco halagüeños. Del lado positivo, la inflación ha cedido terreno y algunos países emergentes han crecido mucho y reducido su pobreza. En cambio, la inestabilidad económica no se ha erradicado como lo demuestran palmariamente la Gran Recesión de 2008-2009 o la generalizada concentración del ingreso. Además, cuando ocurren contracciones económicas resultan obstruidas ideológicamente 6 Véase T. Piketty (2014), Capital in the Twenty-First Century, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Mass. 7 Véanse J. Peck et al. (2010), “Postneoliberalism and its Malcontents”, Antipode, 41, S1, pp. 94-116; W. Davies (2013), The Limits of Neoliberalism, sage Publications, Los Ángeles; P. Krugman (1994), “Competitiveness: A Dangerous Obsession”, Foreign Affairs, marzo-abril; R. Turner (2008), Neoliberal Ideology, Edinburgh University Press. 8 Desde luego, la supresión de las barreras al comercio alienta la eficiencia y la especialización, sobre todo al importar lo que se produce nacionalmente con mayores costos, siguiendo las tesis de las ventajas comparativas. Por otro lado, es dudoso que eso mismo genere más producción y empleos netos para todos, y que reduzca los desequilibrios de pagos internacionales. De aquí las poco publicitadas maniobras de gobiernos y zonas de integración para alimentar la devaluación de sus monedas y alimentar contiendas cambiarias. 9 En cierto sentido, los ingresos de las familias de los trabajadores que habían sostenido la prosperidad global de la posguerra fueron temporalmente justificados en Estados Unidos y otros países por el consumismo del crédito. m a r zo de 2 017 mercados abiertos, pactos sociales Cuadro 1. Tasas reales de crecimiento del producto Periodo Mundo Estados Unidos Europa Japón Alemania China México 1950-1973a 4.91 3.91 4.81 9.29 5.68 4.92 6.37 1973-2003a 3.17 2.94 2.19 2.62 1.72 7.34 4.32 2004-2012b 3.90 1.71 0.51 0.81 1.52 10.55 2.72 3.20 2.61 1.78 2.18 1.64 7.81 3.58 2009 0.00 −2.80 −4.50 −5.50 −4.50 9.20 −4.70 2014 3.40 2.40 0.90 −0.10 0.90 7.40 2.10 1973-2012 c a Las cifras de base son de A. Maddison, The World Economy, ocde, París. Las cifras de base son del fmi. c Los resultados son producto de la combinación de las dos fuentes de datos, que puede responder a metodologías distintas. b las vías de escape, prefiriéndose deprimir el gasto público, acentuar el desempleo, elevar impuestos indirectos o recurrir a devaluaciones internas, sin dar solución plena a crisis repetitivas y cada vez más prolongadas. En consecuencia, la incertidumbre económica propia de la competencia en los mercados tiende a trascenderlos y a convertirse en incertidumbre política, en descontento de ciudadanos, trabajadores y clases medias en torno a resultados económicos que los desfavorecen casi sistemáticamente. En los hechos, el crecimiento de la economía global se ha contraído de 4.9% anual en el periodo 1950-1973 a 3.2% entre 1973 y 2012 (47%), aun tomando en cuenta el ascenso espectacular de China e India (cuadro 1). La Gran Recesión ya rebasa los siete años de vigencia; además, Japón, Suiza y algunos países de la Unión Europea sufren el riesgo de la deflación.10 Del mismo modo se viven inestabilidad, contagios depresivos y enormes disparidades de ingreso y riqueza que quizá resulten políticamente insostenibles.11 La transformación ideológica ha llevado al empobrecimiento de los instrumentos institucionales y jurídicos que ponían coto a la transformación del poder económico en poder sociopolítico. La expresión sintética de esa situación reside —coincido con Piketty— en que la tasa de remuneración del capital ha superado la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso, provocando con el tiempo desigualdades y desequilibrios, cuyas raíces debieran identificarse con la mayor nitidez posible. Detrás de ello, explicitándolo, hay una miríada de reformas jurídicas, institucionales y políticas que, a la par de dejar inermes a los gobiernos nacionales, confluyen en determinar menor crecimiento y sesgos que atenazan el bienestar de las poblaciones. Quiérase o no, se han trastocado el contenido y la dirección de las políticas públicas. En rigor, el neoliberalismo no persigue simplemente retirar al Estado de la vida económica, sino remodelarlo al igual que a las instituciones públicas, privadas y a la propia mentalidad de los individuos para hacerlos compatibles con los mercados y la globalización. El intervencionismo resultante —nacional e internacional— paradójicamente alcanza intensidad excepcional en la historia, como lo atestigua la apertura universal de mercados. Para instaurar esos objetivos el Estado neoliberal desplaza las viejas metas macroeconómicas de empleo y crecimiento.12 Ahora lo que importa es la estabilidad de precios, condición necesaria para mercados abiertos y para contener tentaciones políticas de los gobiernos. Por eso se otorga autonomía de jure o de facto a los bancos centrales para responsabilizarlos de la lucha antiinflacionaria con independencia y por encima de cualquier otro objetivo de los gobiernos. Los fines redistributivos de la política fiscal (gastos e ingresos) y sus mismas funciones desarrollistas pierden 10 La deflación crea diferentes problemas macroeconómicos. Primero, hace más costoso el servicio de las deudas públicas y privadas. Asimismo, hace difícil la amortización de los préstamos, prolonga, cuando no agrava, la recuperación de las crisis. Segundo, en la medida en que crea perspectivas de baja de precios, propicia que consumidores e inversionistas pospongan su gasto y prolonguen la debilidad de la demanda. 11 Véase J. Stiglitz (2012), The Price of Inequality, W. W. Norton, Nueva York; P. Krugman (2007), The Conscience of a Liberal, W. W. Norton, Nueva York; A. Atkinson et al. (2011), “Top Incomes in the Long Run of History”, Journal of Economic Literature, 49 (1), pp. 3-71; T. Piketty y E. Saez (2003), “Income Inequality in the United States, 1913-1998”, Quarterly Journal of Economics, 118 (1), y T. Piketty (2014), Capital in the Twenty First Century, op. cit. 12 En el caso de México, a partir de 1980 las enmiendas constitucionales se suceden por cientos hasta trasmutar el mismo sentido de la carta revolucionaria de 1917. La despolitización de las políticas estabilizadoras no se ha reservado a las economías en desarrollo. El Banco de Inglaterra, por ejemplo, se ha liberado del control gubernamental para determinar por sí mismo la política monetaria. m arzo d e 2 01 7 relevancia al ser debilitados ex profeso. En efecto, elevar impuestos se ha convertido en anatema, se da preeminencia macroeconómica al monetarismo, suprimiendo buena parte de la progresividad de los gravámenes —a la renta, a las herencias y a la riqueza— o tomando al equilibrio presupuestario como la meta a perseguir en cualquier circunstancia. Más que buscar el fortalecimiento de la tributación se ha recurrido a expropiar, privatizar o desregular más y más actividades económicas del Estado o a contratar deudas públicas, mientras se procura restringir el gasto destinado a la protección social de las poblaciones y a la inversión pública. Otro tanto ocurre con la supresión deliberada de las capacidades conciliadoras de los mercados de trabajo. En efecto, las exigencias de la competitividad hacen trizas el compromiso vertebral de los modernos mercados de trabajo: reducir el activismo político de los trabajadores a cambio de otorgarles garantías de empleo y de protección social en economías cerradas.13 Como resultado, hoy prevalecen el desempleo crónico, la informalidad y una deteriorada influencia política de los trabajadores; además, se pagan salarios descendentes respecto al producto —resultado de la competencia internacional y la flexibilización laboral—, marcados fenómenos de outsourcing, desindustrialización, fragmentación o deterioro de las fuentes tradicionales de empleo y debilitamiento generalizado de los procesos de negociación colectiva. Poco ha quedado sano de las viejas funciones de los mercados de trabajo. En buen número de países, el régimen de jubilaciones se ha reconvertido en negocio financiero privado, esto es, ha dejado de ser un derecho a recibir beneficios definidos al término de la vida laboral. El nuevo régimen se alimenta con el ahorro forzoso de los propios trabajadores y somete las pensiones resultantes al riesgo doble de las oscilaciones financieras y de la precariedad de los mercados de trabajo. Por si fuese poco, la política industrial de numerosos países ha quedado maltrecha ante la abrupta apertura de los mercados, en ausencia de programas puntuales de reconversión productiva y de reconstitución de los multiplicadores de empleo. La consecuencia ha sido el resquebrajamiento o la migración competitiva de los puestos de trabajo mejor pagados de muchos países. Asimismo, el cambio tecnológico, sin la mediación de políticas favorables al empleo, atenuadoras de los efectos de una automatización destructora indiscriminada del mismo, se ha sumado a la desorganización de las protecciones a la mano de obra. A mayor abundamiento, los paradigmas empresariales someten buena parte de la orientación estratégica de las empresas al control de las instituciones financieras. La maximización obligada del valor de las acciones —el llamado share holder value— reduce la formación potencial de capital y amplifica la concentración de los ingresos, sea en beneficio del propio sector financiero o de las remuneraciones de los dirigentes empresariales. El gigantismo de los bancos, aparte de concentrar sectorialmente las rentas, crea riesgos desestabilizadores mayúsculos, sea porque en las crisis resulten demasiado grandes para quebrar, como en Estados Unidos, o para ser salvados, como en buena parte de Europa. En todo caso, los rescates financieros obligan a la absorción masiva de deudas privadas por los fiscos y, en última instancia, por los contri13 En varios países se dan acuerdos complementarios semejantes. Por ejemplo, el convenio entre empresas y trabajadores de las industrias siderúrgica y automotriz de Estados Unidos (Tratado de Detroit), en el que los segundos ceden el control del manejo de los talleres a cambio de seguridad en el empleo y en los salarios. Véase S. Fraser (2015), The Age of Acquiescence, Little Brown, Nueva York. buyentes, redistribuyendo regresivamente las cargas resultantes. A lo anterior se añade la timidez competitiva de las políticas sociales, unida a factores demográficos, deformaciones e imperfecciones de los mercados y disparidades entre países que ocasionan el desorbitado desempleo juvenil, monstruosas tensiones migratorias, así como desigualdades mayúsculas en las remuneraciones entre empresarios, funcionarios y trabajadores, mucho más allá de sus respectivas contribuciones al producto. En torno a los señalamientos anteriores, no cabe olvidar la terciarización o informalización de gran número de economías —que invierten el tránsito de la mano de obra hacia actividades mejor remuneradas—, el abatimiento de las tasas de desarrollo de los países industrializados y emergentes, el envejecimiento de la población o el descuido del medio ambiente. Se trata de fenómenos de naturaleza diversa, cuya desatención conduce casi invariablemente a establecer diferencias abismales entre ricos y pobres. También cuenta —y en mucho— la globalización como fenómeno que mueve las estructuras distributivas nacionales y las oportunidades del crecimiento universal. Dejar librados a la competencia internacional, casi sin regulación alguna, a los mercados de trabajo, a los regímenes impositivos o a los alicientes a la inversión devalúa radicalmente los alcances de las políticas públicas nacionales. Con frecuencia lleva a la precarización de las condiciones de trabajo, a la insuficiencia de los ingresos fiscales o a la necesidad de ofrecer atractivos excepcionales al ahorro externo. Al propio tiempo, la globalización no reparte de manera pareja sus beneficios o costos: ahí están muchas de las tensiones migratorias para probarlo. Además, de tiempo en tiempo, casi inevitablemente, es causa de notorios desequilibrios comerciales y financieros.14 Unos países crecen mucho (India, China), otros se debaten en el estancamiento (muchos africanos). En América Latina, la inversión extranjera compró mercados ya construidos, demandas ya creadas, mediante privatizaciones y extranjerizaciones, sin constituirse en fuente decisiva de nuevo empleo o nueva producción; en cambio, en China creó, de raíz, oferta, puestos de trabajo y exportaciones antes inexistentes. Por último, así como la apertura inicial de mercados determinó el auge del comercio en décadas pasadas, hoy se convierte en cadena transmisora de malestares internacionales. La pérdida de empuje del intercambio global, la crisis europea no resuelta, el actual receso latinoamericano —asociado al rompimiento de la burbuja internacional de las materias primas—, el abatimiento de las antiguas economías socialistas de Europa, la debacle griega, el repliegue del auge chino y de su mercado accionario, son otras tantas manifestaciones concatenadas de una interdependencia global deficientemente pensada y regulada. En conclusión, hemos derruido buena parte del armazón social que sostenía normativamente la legitimidad de los gobiernos. Y se ha hecho por la presión de los países dominantes, con ayuda de un claro y desusado intervencionismo estatal de la gran mayoría de los países. Las constituciones nacionales han sido prácticamente reescritas o sus contenidos subvertidos por los acuerdos implícitos o explícitos de apoyo al nuevo orden económico internacional. En términos más concretos, la abrumadora, interminable, avalancha de reformas estructurales del neoliberalismo explican las desigualdades que se extienden en el mundo. Enmendar el desbarajuste distributivo prevaleciente demandaría tiempo y una reconstrucción casi utópica de los órdenes institucional, jurídico, económico y político que privan hoy día. Acceder a sociedades menos polarizadas, más dinámicas, entraña hacer a un lado intereses poderosos y pesadas inercias estructurales, así como ganar la disposición universal a comprometer esfuerzos cooperativos enormes. Entraña, en suma, la remodelación de la filosofía económica que hoy arrincona a la justicia y la democracia. Aun así, por escabrosas que sean las dificultades, por repetidos los tropiezos o lentos los avances, habrá que acercarse a un mejor equilibrio entre el individualismo eficientista y la equidad colectiva o, dicho en términos distintos, entre el interés público y los de orden privado. El reto no consiste en regresar la historia, sino en ganar la justicia democrática en las circunstancias creadas por la interdependencia global.• 14 La debacle griega, como antes las de Irlanda, Portugal e Islandia, resaltan la ausencia de protocolos equitativos de ajuste entre países deudores y acreedores. l a g aceta 19 N OVEDADES FOND O DE CULT UR A ECO NÓ M ICA M A RZO D E 2 017 555 Obras completas guadalupe dueñas Este libro reúne por primera vez la obra publicada e inédita de Guadalupe Dueñas, considerada por Elena Garro como la mejor cuentista mexicana contemporánea. Desde su primer libro Tiene la Noche un Árbol (1958), Dueñas manifestó ser poseedora de una voz innovadora, irreverente y sumamente imaginativa. Su lenguaje es a la vez poético e inquietante, explorando las zonas subterráneas de la condición humana con una ironía inteligente e implacable. La presente edición cuenta con un ensayo introductorio a cargo de Beatriz Espejo mismo que presenta al lector las principales claves y obsesiones de esta gran cuentista mexicana, así como un prólogo de Patricia Rosas Lopátegui. La poesía de Gonzalo Rojas letras mexicanas 1ª ed., 2017 hilda r. may La poesía de Gonzalo Rojas se ha transformado en una voz fundamental dentro de la historia de las letras hispanoamericanas. Hay en su poética una urdimbre de pensamiento y estética, de historia personal y del contexto social del que fue testigo, así como de diálogo ininterrumpido entre lo clásico y lo moderno. Hilda R. May se sumerge en la obra de Rojas desde una mirada fenomenológica y también desde una mirada muy personal. En su estudio sobre el poeta revela sucesos cardinales en la vida del autor que tienen estricta relación con su oficio mayor, profundizando así en su sistema imaginario. lengua y estudios literarios 1ª ed., fce-Chile, 2016 $390 20 l a g ac e ta © fce m a r zo de 2017 2 017 El complot mongol rafael bernal; ricardo peláez (dibujos) y luis humberto crosthwaite (guión) En la calle de Dolores, en una Ciudad de México secretamente poblada por agentes internacionales, políticos corruptos y células asiáticas, un grupo de chinos parece estar planeando una conjura para asesinar al presidente de los Estados Unidos durante su visita a nuestro país. Filiberto García, antiguo verdugo de las tropas villistas y ahora matón del gobierno en turno, debe hacer lo necesario para desmantelar la intriga, incluso colaborar con la KGB y el FBI. Durante sus investigaciones, al tiempo que descubre los entresijos de una clase política viciada por manejos sucios y violencia, se ve envuelto además en un romance para el que no está preparado. La trama del clásico policiaco de Rafael Bernal es bien conocida por afectos al género negro, entre quienes se propagó en los últimos años el rumor de que existía “por ahí” una versión gráfica de esta pieza magistral. El volumen que aquí se reseña ilustra la tremenda versatilidad de El complot mongol, la novela aparecida en 1969 bajo el sello de Joaquín Mortiz. Con un trazo cercano —por el uso del alto contraste— al del cómic estadunidense, pero con la finura de los mejores dibujantes franceses, Ricardo Peláez recupera la sordidez recóndita del México moderno a partir de un guión en el que Luis Humberto Crosthwaite condensa el humor agrio y el cinismo del rudo Filiberto García. Porque las alianzas no quedan sólo en el terreno de la ficción, el FCE y el Grupo Planeta han complotado para concretar este proyecto guardado en un cajón por varios años. tezontle 1ª ed. (fce, planeta) 2017 El producto interno bruto Una historia breve pero entrañable De la plata a la cocaína Cien años de historia económica de América Latina, 1500-2000 diane coyle Este trabajo explica los principales conceptos en torno al PIB y describe su historia, reflexionando sobre la manera en la que se ha construido y ha evolucionado este importante concepto y echando un vistazo a su desarrollo. Asimismo, establece sus limitaciones de cara a las condiciones económicas actuales. Por último, la autora defiende este índice como un indicador clave para la política y la economía. Esta obra es una herramienta útil para que los lectores no especialistas comprendan en que consiste este indicador. breviarios 1ª ed., 2017 carlos marichal, steven topik y zephyr frank (coordinadores) El presente volumen, compuesto por una serie de ensayos que buscan documentar la dinámica del comercio internacional efectuado por Latinoamérica desde fines del siglo XVI hasta nuestros días, se aparta de los enfoques convencionales del análisis económico, buscando en cambio un acercamiento al mundo de las finanzas a partir de la trayectoria seguida por las diversas mercancías comerciadas. Los autores realizan una revisión histórica de once productos, iniciando con la plata y continuando con diversas materias primas muy estimadas por los imperios español y británico. Consideran factores tales como el proteccionismo, los subsidios y la regulación del mercado, y expresan la problemática del comercio de los productos sobre los que se sostenía (y sostiene) la economía del continente americano, desde los tintes textiles, el café, el cacao, el tabaco y el azúcar hasta la cocaína. historia 1ª ed., 2017 El té de tornillo del profesor Zíper juan villoro, con ilustraciones de rafael barajas, el fisgón ¿Te imaginas estar atrapado en el mismo instante? En esta novela, el profesor Zíper intentará ganarle una competencia al tiempo. Se trata de una novela de aventuras, sumamente ágil, donde Lucio, el hermano mayor de Alex, lleva doce años desaparecido y nadie tiene noticias de él. Hasta que un día, un extraño anciano se presenta en la Tintorería Espacial, el negocio familiar que Alex atiende, para informarle que su hermano se encuentra atrapado en la Isla de los Inmortales, un lugar remoto donde el tiempo nunca pasa. El anciano le revela también que la única manera de salir de esta isla es comiendo el fruto del tiempo, el cual provoca que quien lo coma viva todas sus edades en una semana, hasta la muerte. El joven tintorero decide emprender un viaje para rescatar a su hermano, pero antes busca la ayuda de Dignísimus Zíper, el único científico capaz de preparar un antídoto para contrarrestar los efectos del tiempo inmóvil. A este emocionante viaje, los acompañarán también Leonardo Coronel, falso taxidermista y verdadero vendedor de pieles, Azul, la mejor amiga de Zíper, y Pig Brother, la mascota del profesor. Con La cuchara sabrosa del profesor Zíper, Villoro retomó esta serie que, desde su lanzamiento, se posicionó entre sus libros más exitosos y que ha sido bien recibida por lectores de distintas generaciones debido a la calidad literaria y al humor que caracteriza la obra del autor. El té de tornillo del profesor Zíper es el segundo título de la serie, reeditada este año por el FCE y con nuevas ilustraciones de Rafael Barajas, El Fisgón, quien construye personajes empáticos y divertidos, muy en el tono del texto. a la orilla del viento 1ª. ed. en el fce, 2017; 176 pp. m ar zo d e 2 01 7 l a g aceta 21 t ras f o n d o Papelera de reciclaje Lorenzo Garza Gaona ona La esterilidad del escritor también es tema literario; la alucinación alcohólica puede convocar fantasmas que producen historias realistas y conmovedoras por su patetismo. C omo cada jueves, me disponía a deambular de bar en bar en busca de una aventura en alguna barra. Fantaseaba pensando en conocer a una bella dama que por casualidad estuviera ahogando sus penas en un vaso, dolida con ganas de olvidar y buscando consuelo, dispuesta a escuchar mis historias, que riera un poco y después se dejara explorar los labios. Quería llevar a la cama a esa mítica mujer que hasta la fecha no había encontrado. La realidad es que siempre terminaba bebiendo solo, haciéndole un chascarrillo al cantinero que hacía una mueca de sonrisa por compromiso, seguro harto de tipos como yo. En otras ocasiones me topaba con borrachos solitarios, dispuestos a intercambiar algunas palabras sin fondo, platicábamos de sus desdichas, sus felicidades, sus problemas o cualquier tarugada que, siendo sincero, no me importaba, pero claro, estaba dispuesto a soportarlo porque ellos soportaban mis conversaciones, que estoy seguro —apostaría un riñón— tampoco les importaban. Era una tarde en que caía la infalible llovizna que parece que te corta la piel. Podría ser la combinación entre el apabullante frío de la noche que se avecinaba y el aire empujando con velocidad el agua tan fina que parece convertir las tenues gotas en armas punzocortantes. Yo venía de ser rechazado de un periódico más. Me decían que podría ser un gran columnista, pero que por el momento no ocupaban más personal. “Nos comunicaremos contigo, ya tenemos tus datos”, “Pronto te llamaremos”, “Date una vuelta el siguiente mes” y todos esos burdos pretextos que ponen para no darte una patada en 22 l a g ac e ta el culo y echarte del lugar diciéndote que te dediques a otra cosa, a veces preferiría que fuera así, crudo, traumático, pero real. Como siempre llevaba puestos mis zapatos para las entrevistas, esos que tengo guardados en su caja original y solo salen de su oscura tranquilidad para hacerme lucir bien ante un rechazo casi seguro. No quería que se dañaran y ya comenzaban a encharcarse las calles, pensé en refugiarme en algún lugar para beber algo. A lo lejos noté una luz de neón que decía “Abierto” parpadeando en intervalos. Parecía un bar de dudosa calidad, pero decidí entrar y poner a salvo mis zapatos para evitar enfangarlos en las sucias calles de la ciudad. Fiel a mi costumbre me senté en la barra, deseando pedir el mejor whisky del lugar. —¿Qué le sirvo? - Preguntó el cantinero mientras limpiaba una copa con su trapo —Una cerveza oscura. Le di un largo y reconfortante trago, el primer sorbo siempre es el mejor. Me bebí la botella como si estuviera a cincuenta grados en el desierto. Hice un rápido examen visual a mi alrededor para percatarme si en el lugar se encontraba laa mujer de mis fantasías. Desde luego no tuve suerte. Pedí otra cerveza y luego otra y así hasta que perdí la cuenta. Me sentía a gusto, tranquilo, esta ocasión mi objetivo sólo era disfrutar en soledad el no poder escribir en ningún sitio; de seguro sii le pedía al mesero una pluma para rayar algún texto en la barra me diría: “Ahí no se puede escribir” y laa arrebataría de mis manos. Había secado mis zapatos rozándolos contra la parte trasera de mi pantalón, bebía otra cerveza y me © andrea a garcía garcí a flor flores es m a r zo de 2 017 pa p elera de recicla j e sentía bastante calmado; después de imaginar el rechazo, ya no me afectaba, incluso no me importaba. Quise fumar un cigarro y para mi desgracia no llevaba ninguno, le pedí al cantinero que me vendiera un cigarro suelto, de mala gana me contestó: “Sólo se venden por cajetilla”. La compré. Después de repetidos avisos, las ganas de mear me obligaron a levantarme de mi banco. Odiaba cuando llegaba ese momento, por alguna extraña razón puedes contener tus ganas de ir al baño por bastantes tragos, pero una vez que te haces presente en el mingitorio parece que le haces la promesa de volver a cada trago acabado sin falla, como si de una promesa de amor se tratara. Poniendo un pie fuera del baño escuché una acalorada discusión que provenía de una mesa en el rincón. Como buen curioso intenté ver de qué se trataba. Para mi sorpresa eran dos hombres bastante familiares a mi memoria, uno corpulento, de cabeza y barba blanca producto de los años y el otro viejo, panzón, con prominentes entradas y con la cara marcada por un acné de juventud. A primera vista quedé impactado, no podía creer que dos de mis mayores inspiraciones literarias estuvieran juntas, discutiendo en el mismo bar en el que me encontraba. Seguro eran las cervezas que se me habían subido a la cabeza. Cual vil turista en país ajeno me acerqué para observarlos con detenimiento. Entrecerré los ojos para fijar mi vista. Sintiendo mi mirada, el hombre que parecía ser el autor de Mujeres en persona, me miró con desprecio y, sin soltar eel cigarro que tenía entre dientes, me grritó: —¡Qué me ves maldito infeliz! — Laas palabras desaparecieron de mi boc oca como las de un escritor frente a la primera hoja en blanco, di un peque ueño paso para atrás humillado porr la vergüenza y el fuerte hombre dee canas le dijo: —No seas as descortés, mira al pobre muchaacho, parece un venado temblando de m miedo. Seguro sólo quiere retratars rse con nosotros o que le firmemos un li libro. ¡No lo podía cre reer! Era real, estaba frente a uno de llos escritores de la Generación Perdid ida, el máximo exponente dell re realismo sucio. Seguí perplejo o del delante de ambos sin poder articul ticular palabra. Papa, como le decían sus amigos, me miró expecd tante, mientras tanto, el creador del mítico Henry Chinaski abrió la garganta y de un profuso trago terminó con su bebida sin q quitarme la vista de encima. No supe cómo reaccionar, me di la vuelta y regresé a mi banco en la barra, me sudaban las manos, me sentía un completo idiota. Prendí un cigarro con la mano aún temblorosa para intentar rela- m arzo d e 201 2 01 7 jarme. Hurgué en mi cartera y me percaté que tenía muy poco dinero, pagaría la cuenta y quedaría debiendo la propina. Eso no podía ser un obstáculo para mí, tenía que idear la manera de instalarme en su mesa. Augurando una buena paliza por el personal del bar me atreví a pedir tres cervezas más, nada importaba, yo iba a sentarme en esa mesa. Aspiré fuertes bocanadas de aire para darme valor. Lo peor que podía pasar era que me rechazaran y tuviera que seguir bebiendo como un tonto en la barra con mis tres cervezas. Como torero en el ruedo me dirigí hacia la mesa con paso lento pero seguro. Ellos conversaban con cierta intensidad. Cuando llegué a su lugar me adelanté a cualquier comentario y les pregunté: ¿Una birra? El autor de Muerte en la tarde me agradeció, pero se negó, argumentando que estaban en una conversación personal. Al instante el llamado escritor maldito le rebatió: Vamos, viejo, hay que darle una oportunidad al muchacho, seguro tiene algo bueno que decir, además no hay que ser descorteces. Me arrebató una cerveza y me hizo un ademán con la mano invitándome a sentar. Ambos bebían whisky directo, el premio Nobel volvió a rechazar la cerveza y Charles con la velocidad de un galgo tomó también la cerveza rechazada diciendo con su terrible sonrisa: Yo me encargo. Un silencio incómodo se adueñó de la mesa, los dos me miraban expectantes. Yo intentaba cavilar una frase, una palabra para romper el hielo, pero estaba seco, con el seso sorbido. Temía decir algo fuera de lugar y quedar como un tonto ante ellos. La primera puñalada al mutismo vino del prolífico poeta: Si eres reportero tendrás que largarte de esta mesa antes que te reviente esta botella en la cabeza porque no vas a sacarnos nada, maldito cuervo carroñero. —¡No, no lo soy, lo juro! Soy escritor. —¡Oh, vaya! ¿Qué has escrito? Preguntó el hombre que dio vida al viejo Santiago, sin saber que estaba oprimiendo mi herida —Tengo algunas colaboraciones en un periódico, de esos que no leen ni sus editores y he escrito dos manuscritos que ninguna editorial ha querido publicar y no entiendo por qué si son bastante buenos, contesté escondiendo la mirada Los dos colosos literarios se miraron y rieron con complicidad. —La vida del escritor es así muchacho, muchas penurias, demasiados rechazos, pero si tienes algo bueno que decir, algo que pueda quedar marcado en la memoria de los lectores, algún día saldrás a la luz, aunque para ese momento ya hayas muerto. Mi primera novela la publicaron en el 71, yo tenía 51 años y el viejo Hemingway ya se había volado la cabeza. Combinando tos crónica con risa burlona, Hank continuó: “Ahora que, lo más probable es que escribas puras mierdas y seas uno de esos tantos pretenciosos que intentan hacerse los interesantes, buscando fama y fortuna que desde luego no conseguirás y continuarás escribiendo por un tiempo hasta que te aburras y termines sentado en una oficina con un sueldo miserable, con un horrible traje como el que traes puesto, la corbata te apretará tu papada, oprimirá tus pensamientos, tus zapatos tendrán hoyos en las suelas y no te importará, tu ego y ambiciones se irán apagando, consumidos por una vida rutinaria. No serás infeliz, pero tampoco feliz, simplemente pasarás los días, sabiendo que no hay remedio, no te quedará nada más que levantarte día a día con el pesar de ser una sombra gris sin ninguna gracia y para tu desdicha acabarás saliendo con Estela la de recepción, ella que ha sido encamada por todo el personal de la oficina, pero tú no lo sabrás y se reirán de ti a tus espaldas. Así será tu destino, nulo, aburrido, como programado para despertar, trabajar, comer, cagar, dormir, y esperar el fin de semana para emborracharte hasta perder la razón, follarás una que otra vez con Estela; otras veces, que serán la gran mayoría, discutirás con ella, y así por el resto de tus días, hasta que la vida te bendiga con la muerte”. De nuevo me hallaba sin nada que decir, no entendía la situación, las palabras certeras del misántropo escritor me habían golpeado despiadadas, las sentía reales y cercanas, pero no me dolían, no me afectaban, se me resbalaron sin más. Lo único que daba vueltas en mi cabeza era cómo podía estar bebiendo con aquellos dos hombres que ya no existen en la vida terrenal y que ni siquiera entre ellos se conocieron algún día. No importaba, existía la posibilidad de que me estuviera volviendo loco o tal vez me arrolló un vehículo saliendo de aquel periódico. —Tampoco se trata de matar tus ilusiones o aspiraciones, hijo —decía Alfred de Musset—. El hombre es un aprendiz y el dolor es su maestro; ninguno se conoce a fondo hasta que ha sufrido. Solo la miseria libera al genio… ¡Conviene que el artista sufra!... ¡Y no sólo un poco!... ¡Mucho y más!... ¡Ya que él solo da a luz en el dolor!... ¡Y el dolor es su maestro!” Grábate eso muchacho, será tu pan de cada día. Y debes saber que mientras más reprimido esté tu corazón, más libre estará tu pluma— sentenció el hombre que participó en las dos guerras mundiales. El prosaico autor brindó por lo dicho, o por el simple placer de seguir bebiendo y con la mirada perdida y su copa aun en alto comentó: —Bebe todo lo que puedas, escribe todo lo que puedas y lee todo lo que puedas. La clave está en leer, devora con ferviente pasión cada libro que se atraviese en tu camino, así ellos te irán enseñando el camino de la verdad, sólo tienes que sumergirte en esa realidad alterna para llegar a la autenticidad. No todos los libros serán buenos, encontrarás autores que no te llenarán, pero sin duda aprenderás algo de cada uno, concluyó Papa. —Basta de habladurías— refunfuñó Henry, soltando un gargajo que para mi infortunio cayó en mi zapato, haciéndome dar un brinco involuntario de la silla, que hizo a Ernest expulsar una sonora carcajada y a Bukowski reír con malicia. Continuamos bebiendo como si nada. Las horas se comían mi reloj, devorando la mejor noche de mi vida, estaba borracho en exceso y por alguna extraña razón no había vuelto a mear desde que llegué a esa mesa, mi vejiga ya habría explotado en una noche normal, pero esa noche era todo menos normal. Los dos personajes reían hablando de mujeres, no era una plática como la imaginé llena de pasajes de sus novelas, era una conversación tan simple como la que llegué a tener con los ebrios de las barras, con la diferencia que cada detalle me interesaba, no quería perder el hilo ni un segundo. Cada palabra que salía de sus bocas era un caudal de agua fresca para mí. Algún día platicaré que me emborraché con ellos y los borrachos de las barras me mirarán pensando en otra cosa, como siempre fingirán prestar atención, tal vez sin saber siquiera de quienes les hablo. Comenzaba a perder la noción de lo que sucedía, el alcohol que inundaba mi sangre hacia un efecto de flashazos sobre mi ser. No quería que la noche se terminara, aún quería un poco más. Olvidé preguntarles cosas banales, simples, como: ¿Por qué tienen gatos? ¿Siempre que escriben están alcoholizados? ¿Con cuántas mujeres han estado? ¿Quién es su escritor favorito? ¿Cómo enfrentan sus bloqueos? Los flashazos comenzaban a llenar el lugar, creo haber visto a uno de ellos con una muchacha sentada en sus piernas, fumando y bebiendo whisky de la botella mientras le pasaba la mano de forma indecente a la mujer que reía a carcajadas vulgares. Y al otro, apasionado hasta el éxtasis, hablando con un grupo de hombres y contoneando su cuerpo de forma extraña, parecía simular los movimientos de un torero, no lo sé, nada estaba muy claro. No podría decir cómo sucedió de manera exacta. Recuerdo que el peso de mi cabeza me fue venciendo, mis párpados habían perdido la batalla minutos antes y estaban aplomados el uno contra el otro. Cuando al fin desperté, me hallaba sentado frente a mi computadora, con el mismo traje de esa noche, con los zapatos sucios y la boca seca, pastosa. Me incorporé llevando una mano a mi cabeza por la fuerte jaqueca seguro provocada por la resaca, vi la mesa repleta de latas de cerveza aplastadas, una botella de whisky Black and White semivacía y un sinfín de colillas de cigarro. ¿Cómo demonios llegué aquí? ¿Cómo acabó todo? Miré el monitor de la computadora, de inicio me deslumbró los ojos, los tallé con mis dedos y poco a poco se fue esclareciendo mi mirada. Me sorprendí sobremanera, ¡había un escrito! Me coloqué mis lentes y a toda prisa comencé a revisarlo. Tenía bastante tiempo sin lograr escribir ni media cuartilla. A medida que avanzaba en la lectura, más me sorprendía, hacía pequeñas pausas para beber un sorbo de la botella del económico pero estimulante whisky. Cuando terminé de revisarlo me quedé anonadado, busqué un cigarro y no pude encontrar más que uno que estaba a menos de la mitad aplastado contra el cenicero, sin dudarlo lo encendí. No podía entender como había sucedido, pues todo lo aquí descrito era el texto en mi monitor. Quise emocionarme, había vuelto a escribir. Lo volví a leer con calma, repasaba cada línea, no sabía si el encuentro con estos imprescindibles autores había sido un sueño o una fantasía de mi cabeza deseosa de escribir. Analicé la historia con detenimiento y me di cuenta que era muy mala, era inútil, tal vez la escritura no era mi camino. Viendo con frialdad el documento lo eliminé de mi computadora, decidí no bañarme, me coloqué la oprimente corbata, peiné un poco mi cabello reseco y sin lavarme los dientes emprendí el camino a mi oficina. Saludé a Estela en la recepción, ella parecía molesta pues anoche no la llamé, me dirigí a mi cubículo y comencé a trabajar.• l a g aceta 23 OBRAS DEL CENTENARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE 1917 El derecho de propiedad y la Constitución mexicana de 1917 Emilio Rabasa Estebanell HISTORIA Texto inédito del jurista mexicano Emilio Rabasa Estebanell, escrito poco después de la promulgación de la Constitución de 1917, realiza una crítica jurídica a su artículo 27. Presentado por el ministro Luis María Aguilar, cuenta con un prefacio de Tania Rabasa y estudios del ministro José Ramón Cossío Díaz y de José Antonio Aguilar Rivera. De Cádiz a Querétaro. Historiografía y bibliografía del constitucionalismo mexicano Catherine Andrews HISTORIA Este libro ofrece una introducción historiográfica y bibliográfica al estudio de la historia constitucional en México. En la primera parte hay un ensayo historiográfico que discute las formas en las que actores políticos, historiadores, juristas y politólogos han abordado la historia constitucional desde principios del siglo XIX hasta la actualidad; en la segunda se presenta una bibliografía temática de los textos de historia, derecho constitucional y ciencia política que se ha escrito sobre el constitucionalismo en México desde 1808. Lecturas de la Constitución. El constitucionalismo mexicano frente a la Constitución de 1917 La división de poderes en México. Entre la política y el derecho Leticia Bonifaz POLÍTICA Y DERECHO José Ramón Cossío Díaz y Jesús Silva-Herzog Márquez (coordinadores) POLÍTICA Y DERECHO Ensayo que aborda, desde una perspectiva histórica y desde la teoría jurídica y política, el desarrollo de la división de poderes de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Se analizan los equilibrios, tensiones y contrapesos de esta forma de organización política. Obra colectiva que recoge las principales vertientes del constitucionalismo mexicano y la forma en que éstas han problematizado la Constitución de 1917. Las reflexiones giran en torno al pensamiento de Emilio Rabasa, Miguel Lanz Duret, Manuel Herrera y Lasso, Felipe Tena Ramírez, Mario de la Cueva, Ignacio Burgoa, Jorge Carpizo y Antonio Martínez Báez, entre otros. México en 1917. Entorno económico político, jurídico y cultural Cómo hicieron la Constitución de 1917 Uno de los acontecimientos más importantes dentro de la historia política del desarrollo de nuestro país ha sido la promulgación de una nueva Constitución en el año de 1917, sus antecedentes próximos y sus secuelas inmediatas nos reafirman que ese año fue determinante para la historia posterior de México. Plantearse el conocimiento y estudio de los hechos que llevaron a la promulgación y entrada en vigor de esta Constitución resultan sumamente relevantes dentro del marco del aniversario de sus cien años. Estudio histórico-político sobre el proceso constituyente de 1917 en el que se analizan los acontecimientos históricos que influyeron en la celebración de un nuevo congreso constituyente en México, quiénes fueron los constituyentes, a quiénes representaban, cómo votaron y, por otro lado, estudia las continuidades y rupturas entre la Constitución de 1857 y la de 1917. Javier Garciadiego, et. al. Ignacio Marván Laborde BIBLIOTECA MEXICANA Bases del constitucionalismo mexicano. La Constitución de 1824 y la teoría constitucional David Pantoja HISTORIA Estudio de historia constitucional en el que se analizan las discusiones en torno al Acta Constitutiva de la Federación, las cuales dieron origen a la Constitución mexicana de 1824. El autor defiende la tesis de que estos debates no tienen una importancia marginal, sino que sientan las bases del constitucionalismo mexicano. Estos arrojan luz y obligan a indagar sobre un hilo conductor que parte de la época colonial y que terminó influyendo en las subsecuentes prácticas constituyentes, incluidas las que dieron origen a la Constitución vigente (1917).
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