Programa de los comunistas chilenos (en desarrollo) I. CONSIDERACIONES PRELIMINARES 1.-Los comunistas nos proponemos la consecución de nuestros objetivos estratégicos sin descartar a priori ninguna forma de lucha ni el uso de espacios que permitan a las fuerzas populares avanzar en la conformación de una correlación de fuerzas favorable a la instauración de la dictadura del proletariado, entendida como aquel régimen republicano que organiza las fuerzas de las clases trabajadoras en función de la desaparición de las condiciones materiales que hacen posible la explotación del trabajo asalariado y la reproducción de privilegios y sinecuras. 2.- Entendemos que la función gubernativa no se limita al ejercicio del Poder Ejecutivo, o de los poderes del estado en general, sino que en su sentido amplio se refiere a la totalidad de los organismos sociales, políticos, gremiales, culturales y económicos a través de los cuales diversos sectores del pueblo pueden llegar a ejercer institucionalmente o por la vía de los hechos, algún grado de autoridad en distintos niveles de toma de decisiones. Será, por lo tanto, la instauración del Poder Popular y solo ella, la que garantice el ejercicio democrático de los derechos de los trabajadores en la sociedad de tránsito al comunismo que se inaugura con la revolución socialista del proletariado. 3.- El Programa Mínimo es mucho más que el conjunto de medidas que los comunistas impulsaremos en la eventualidad de llegar al Gobierno. Se trata en realidad, de una plataforma agitativa de la que nos dotamos para convertirla en exigencia y demanda general de los sectores populares y proletarios, independientemente de quien ejerza el poder del estado. Sin embargo, sus lineamientos y propuestas apuntan a que, en coalición con otras fuerzas del pueblo o sin más apoyo que el de la mayoría popular, seamos capaces de alcanzar el Poder Ejecutivo, para desde allí impulsar las medidas democráticas básicas que el pueblo trabajador reclama para poder vivir dignamente. 4.- Los comunistas no renunciamos a la dictadura del proletariado, luego, no pretendemos instaurar el socialismo a través de la acumulación de reformas al estado burgués, ni mediante el cumplimiento mecánico de etapas entre las cuales pudiera estar la Presidencia de la República. No obstante ello, consideramos que las probabilidades de alcanzar el Gobierno en una coalición popular amplia y heterogénea aunque escasas, no son inexistentes. Ello nos obliga a tener un programa que se adapte a una situación embrionariamente revolucionaria, dentro de la cual nos toque impulsar las medidas más radicales posibles, rechazando de plano toda cooptación del partido hacia un gobierno en coalición con la burguesía social reformista, salvo que tal coalición haga suya la totalidad del programa mínimo, y por ende, se halle bajo la hegemonía indiscutible del partido de la clase obrera. II. INTRODUCCIÓN 1. El ciclo de octubre El mundo de hoy sigue estando determinado históricamente por el resultado de la Gran Guerra Imperialista (1914 – 1945). Este fenómeno debe ser estudiado en una perspectiva de largo plazo. El fin de la guerra, lejos de haber dado lugar al surgimiento de dos potencias hegemónicas en equilibrio político militar, que es lo que afirmó la retórica oficial del Movimiento Comunista Internacional, es el inicio de la recomposición del campo imperialista luego de la derrota que le infligió el proletariado en 1917. Es un craso error pensar que en algún momento tuvimos a nuestro favor cuotas de poder que nos permitieran disputar con ventaja, o en simple situación de equilibrio, la hegemonía al poderío imperialista. Esta desventaja estratégica en que estuvimos siempre, se hizo más profunda a partir de 1945, pese a que grandes y significativas victorias (que ahora sabemos, no fueron decisivas) parecieron mostrar lo contrario: Vietnam, Albania, Yugoslavia, China, Corea y Cuba. Sobreponderados, estos datos resultan peligrosamente engañosos; en efecto, al fin de la guerra, tanto el territorio de la URSS como el de la totalidad de los países que pasaron a la órbita socialista, estaba totalmente devastado. Tanto nazis como “aliados” de la URSS se encargaron de que la destrucción de los medios de producción en la zona centro oriental de Europa fuese lo más extensa e intensa posible. Por dar solo un ejemplo ilustrativo en grado sumo, pues se repitió hasta la saciedad, la destrucción de la ciudad de Dresden por las fuerzas aéreas británica y yanqui no tenía, militarmente, otro objeto que dejarle a los soviéticos la tierra quemada. Por otro lado, la capacidad industrial de Francia, Gran Bretaña, Japón y la zona occidental de Alemania, apenas sufrieron algún daño. La de USA simplemente quedó intacta, y además, repotenciada por el gran negocio que la guerra fue para los yanquis. Es un mito, que el socialismo salió fortalecido de la guerra; lo afirma Eric Hobsbawm (“Historia del siglo XX”). El socialismo que se consolidó en 1945, lo hizo en las zonas más devastadas y técnicamente más retrasadas del planeta; la República Popular China hasta el día de hoy basa su desarrollo técnico en el espionaje industrial o en la simple compra de tecnologías de punta, principalmente a USA. Por otro lado, las revoluciones triunfantes de la pos guerra son escasísimas; y las que tuvieron un sello proletario lo son más aun. No vamos a entrar en la discusión con los oportunistas que cuestionan el carácter proletario de la Revolución de Octubre, tesis que ya casi tiene carácter de oficial en el viejo PC de Chile: los argumentos de esa gente son exactamente los mismos que esgrimiera Kautsky en su odioso panfleto, al que Lenin ya dio, en 1918, la respuesta consecuentemente proletaria. Solo hay que hacer notar que esos sinvergüenzas vuelven a traer al ruedo a Kautsky con el único objeto de darle fundamento a su descaro: por más que de palabra reivindiquen a Lenin, lo que en los hechos hacen los revisionistas es negarle toda validez a su obra y su pensamiento, y a la gloriosa construcción que, con todos sus defectos y todas sus virtudes, llevó a cabo el proletariado mundial bajo la conducción de su vanguardia. El mensaje es tan claro como descarado: la burguesía nada debe temer de estos comunistas de nuevo cuño; su programa, lleno de los más ominosas renuncias, ni siquiera menciona la dictadura del proletariado, y como ya es notorio, están dispuestos a integrar gobierno en coalición con grupos que ni siquiera se proponen la nacionalización de las riquezas naturales del territorio, por no hablar de los muertos que ya se empiezan a sumar en las manifestaciones populares, represión de la que los haremos solidariamente responsables. 2. Restauración y reacción. Los años 50 y 60 del siglo XX son la época dorada del imperialismo. El socialismo, en tanto, crecía a altas tasas, pero a partir de una devastación casi total, y en medio de un retraso técnico que, salvo en la industria siderúrgica y aeroespacial, era generalizado, y como se vio después en la práctica, irremontable. En electrónica, tanto cibernética como informática, la brecha no hizo más que agrandarse conforme transcurrían los lustros. El presupuesto militar de la URSS y sus aliados, por otra parte, presionaba fuertemente sobre el gasto de las personas; la inversión, pese a mantener altas tasas, no incidió proporcionalmente en el desarrollo y aumento de la productividad del trabajo. Los países socialistas invertían y crecían mucho, pero su capital reconvertible se desvalorizaba a tasas elevadas y preocupantemente crecientes. El bloqueo tecnológico al campo socialista fue muy efectivo, y definitivamente destructivo en el largo plazo. Mientras tanto, el imperialismo, con su aparato productivo intacto, y con mercados en plena expansión, lograba tasas de ganancia tan inusitadamente altas, que pudo brindar a segmentos numerosos de sus clases trabajadoras niveles de consumo similares a los de la pequeña burguesía profesional. Los avances del socialismo fueron, asimismo, un acicate poderoso para la elevación del nivel de vida de los trabajadores: la amenaza de una clase obrera en el poder hizo necesaria una fórmula de desmovilización social y política menos disuasiva pero más persuasiva que el viejo y desprestigiado fascismo. El modelo caminó bien hasta mediados de los 70; pero el aumento de la productividad del trabajo por efecto de los grandes adelantos técnicos de las décadas del 50 y el 60, había traído consigo una sostenida caída de las tasas de ganancia, lo que encendió las luces de alarma del imperialismo, particularmente del yanqui y del británico. La crisis del petróleo que se inicia inmediatamente después de la guerra del Yom Kipur (octubre 1973), junto a otros factores económicos y político militares concomitantes, obligan al imperialismo a rediseñar su estrategia de dominación. Los países socialistas constituían un inmenso mercado, sobre todo laboral, de obreros altamente calificados y disciplinados, y de consumidores poco exigentes, que se ofrecía casi inmaculado a las fauces del imperialismo. Pero apropiárselo no era fácil; había que destruir el socialismo para poder acceder a ese mercado y de ese modo abaratar drásticamente los costos de producción, atajando así la sostenida caída de las tasas de ganancia que el aumento de la productividad del trabajo, como resultado de la revolución ciber informática, había producido. Si algo sabemos bien los marxistas, es que el aumento de la productividad presiona a la baja las tasas de ganancia, y que el paliativo de que se vale la burguesía industrial ante este problema insoluble, es el aumento del grado de explotación del trabajo. Nada hay más absurdo que atribuir el aumento de las tasas de ganancia del capital al progreso científico técnico. Quienes sostienen esto o no saben nada de marxismo, o son unos oportunistas sin remedio, que subrepticiamente tratan de hacernos creer que el capitalismo lejos de hallarse agónico, todavía es progresivo. Y pareciera que Marx les diera la razón: “Una formación social no desaparece nunca antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen relaciones de producción nuevas y superiores antes de que hayan madurado, en el seno de la propia sociedad antigua, las condiciones materiales para su existencia.” (Marx: Contribución a la Crítica de la E. P.) En efecto, leído con anteojeras oportunistas, este párrafo sugiere que hay que esperar a que un modo de producción se agote totalmente para recién entonces considerarlo caduco y regresivo. Si todas las clases en ascenso hubieran razonado así, todavía habría faraones en Egipto. Nunca un modo de producción se agotará totalmente; su descenso y caducidad están determinados primero que nada por el ascenso de una clase nueva (revolucionaria) y por la primacía ideológica de las relaciones sociales que esa clase representa. No existe un límite técnico a partir del cual se pueda afirmar que una formación social está madura para el cambio revolucionario. En otras palabras, es la conciencia de clase, esa que el reformismo se empeña en rebajar y desconocer, la que manda a la hora de impulsar la revolución. Así, afirmando el marxismo de palabra, pero negándolo en la práctica, se terminó inutilizando la única arma que nos brindaba alguna posibilidad de victoria. Superados económica y militarmente, solo el arma de la crítica en manos del proletariado internacional podía haber conducido a la clase a hacer la crítica de las armas en el resto de los países que conformaban la cadena imperialista. La debilidad estratégica en que quedó el proletariado mundial luego de la defección de China hace que a principios de los 80 las expectativas de restauración que abrigaba el imperialismo dejaran de tener el carácter de mero anhelo. Santa Fe I y II son la mejor prueba de ello. La presión económica que el imperialismo empezó a ejercer sobre el socialismo proletario se hizo cada vez más agresiva. A comienzos de los 80, el despliegue de 572 misiles crucero en Europa central (principalmente en la República Federal Alemana) obliga a la URSS y sus aliados a dar una respuesta simétrica mediante el emplazamiento masivo de cohetes SS-20, portadores de ojivas nucleares de alto poder, y por supuesto, de alto costo. Pero los vectores soviéticos, de trayectoria balística, eran eventualmente blanco fácil para el escudo espacial anti misiles desarrollado por la NASA y el Pentágono. Rota la simetría militar estratégica, probablemente de modo más aparente que real, el socialismo cae en más que dudosa batalla. Un socialismo desnaturalizado y estratégicamente arrinconado por fuerzas superiores a las que no supo y/o no quiso combatir adecuadamente, pese a contar con la poderosa arma del marxismo leninismo, se rindió luctuosamente. El oportunismo, que desde los mismos inicios del ciclo revolucionario iniciado en octubre del 17 había ido cobrando alas ante lo ímprobo de la tarea revolucionaria, afloró sin tapujos. El reformismo más vil fue cuidadosamente envuelto en fraseología revolucionaria, y la corrupción generalizada de burócratas y dirigentes que destruyeron los mecanismos de control proletario, terminó por pervertir los designios de la vanguardia leninista. El camino fácil, que durante décadas se había disfrazado mañosamente de “convivencia pacífica”, de pronto se convirtió en “perestroika”, es decir, en total capitulación, no sin recurrir para ello al léxico “marxista”. La clase, ya sin referente ni dirección real, cayó en el marasmo en que hoy se halla. 3. Dispersión y derrota. No existe la fatalidad en la historia, y nosotros, los marxistas, más que nadie, rechazamos de plano todo fatalismo. La derrota que nos infligió la burguesía hacia finales del siglo XX se pudo haber evitado con la adecuada conducción de las fuerzas del proletariado mundial. Incluso los nefastos efectos del pacto Nixon – Mao (1971), ratificado por la visita de Deng a Washington (1978), podrían haber sido subsanados y/o revertidos si la URSS hubiese sabido ganarse la conciencia y la confianza de las clases trabajadoras; lejos de ello, la profundización de la brecha socio económica entre la masa popular y la élite burocrática del socialismo dio lugar a una pérdida de confianza de los pueblos en su propio sistema, el que fue haciéndoseles cada vez más ajeno. Resulta evidente que los estados proletarios no fueron capaces de llevar a cabo el programa de transición hacia la sociedad sin clases, y que en lugar de erigir una organización política cuyo objetivo fundamental fuese la extinción del estado, y que fungiera principalmente como brazo ejecutor de la coacción contra los agentes residuales de la burguesía recién derrocada, terminaron perpetuando un sistema que reprodujo formas de explotación del trabajo que en el largo plazo resultaron inviables, dado lo inorgánico de la estructura de clases en que se apoyaba; los embriones de restauración capitalista que habían proliferado a consecuencia del bloqueo del imperialismo y del retraso técnico, finalmente germinaron en medio de la corrupción generalizada y de la hecatombe anti obrera de los años 80 y 90. La burocracia no es una clase, sino el grupo de élite de la administración pública y de los staffs de dirección de la gran empresa monopolista. El proceso a través del cual la revolución proletaria degeneró en dominio burocrático es complejo, y aun es materia de discusión el conjunto de causas que lo provocaron. Por de pronto es necesario dejar en claro que constituye un error caracterizar la experiencia histórica del socialismo como capitalismo de estado; como dice Marx reiteradas veces en El Capital, no hay capitalismo independiente de la persona del capitalista, es decir, sin propiedad privativa de los medios de producción.1 Como la burocracia no es una clase, y solo puede vivir a la sombra de las condiciones materiales que reproduce la clase dominante, resulta obvio que el proletariado no puede ser el que le suministre estas condiciones. La dictadura del proletariado, por definición, no puede tener burocracia, luego, desde el momento en que esta surge y pone al estado revolucionario bajo su férula, deja de haber dictadura del proletariado. La burocracia, para poderse perpetuar, necesita la restauración del capitalismo, y la lleva a cabo, siempre violentamente, dentro de los cauces institucionales del estado surgido de la revolución (China, Vietnam), o simplemente destruyendo hasta los cimientos el estado surgido de las revoluciones del proletariado (URSS, Europa Central y Oriental en general). La burocracia, siempre dependiente de la clase dominante, al hacerse con el poder omnímodo del estado, fue incapaz de desarrollar una política internacional que no estuviese bajo el signo de la subordinación a la burguesía. El modo concreto de hacerlo fue la alianza con las burocracias de los estados capitalistas, táctica que tendió a funcionar mejor con los países sometidos a la dominación imperialista que con los estados imperialistas mismos. El engranaje más funcional de esta extraña política de alianza eran los PP. CC. de los estados con los que se buscaba un grado variable de compromiso, el cual suponía de antemano la renuncia a la revolución proletaria y por ende, el reconocimiento de la democracia burguesa como el paradigma universal de la democracia. Que esta es la base de la corrupción2 que aqueja hasta hoy a los viejos PP. CC. de la mayor parte del mundo, es un hecho suficientemente documentado. A este proceso de descomposición no ha estado ajeno el Partido Socialista. Lo paradójico de esto es que, quienes históricamente sostuvieron las críticas más justas contra las desviaciones burocráticas que se daban al interior del Movimiento Comunista, hoy son los que han hecho del oportunismo, del latrocinio y del descaro una práctica consuetudinaria, que pone en evidencia el carácter pluriclasista y burgués de este partido de truhanes. Convertidos en apéndices de la burocracia, los viejos partidos terminaron por asimilarse a ésta y perder de vista todo interés que no fuera el corporativo. La clase, abandonada a su suerte por quienes afirmaban a voz en cuello ser su vanguardia, con un modelo fracasado de socialismo que no era el suyo, pero que se le sigue atribuyendo con el bajo propósito de refregarle la inviabilidad de un régimen carente de sustentación orgánica, se halla hoy por hoy incapacitada de dar una lucha que exceda el marco estricto de la reivindicación laboral. La burocracia, en tanto, reniega de su propia creación y declara impensable una revolución proletaria para las próximas generaciones, dada la ausencia de las condiciones objetivas que ella requiere. Y para poder renegar en toda la línea y con argumentos tomados (tergiversados) del marxismo, nada mejor que descubrir tasas de ganancias que crecen desorbitadamente al aumentar la composición orgánica del capital, o seguir insistiendo en que es posible llegar al socialismo sin instaurar la dictadura del proletariado. Mientras tanto, la clase real, la de carne y hueso, vegeta con salarios de hambre. 1 Capitalismo de Estado, para los marxistas, no significa estado empresario. Todo capitalismo monopolista es de estado (ver Lenin; El Imperialismo, fase superior del capitalismo). 2 Se entiende por corrupción la pérdida de las cualidades esenciales del ser. Un PC que no lucha por el comunismo, ha dejado de ser comunista; se ha corrompido. Por abuso e ignorancia, se ha impuesto mediáticamente una noción estrecha de corrupción que la identifica con el fraude a los intereses del estado, o con el latrocinio común y corriente. Pero la burocracia ha propiciado, además, la dispersión ideológica de la clase obrera al renunciar a aspectos de la doctrina marxista y de la práctica revolucionaria que no ameritan duda razonable ni discusión alguna. El burócrata cree que el socialismo fracasó porque el estado se apropió de todos los medios de producción, pero no se le ocurre pensar que en realidad la supervivencia y perpetuación del estado es obra de la burocracia. Es la falta de control popular lo que explica el estancamiento de la revolución obrera; la disociación entre el órgano de poder de la clase y las condiciones materiales concretas a que fue sometida la fuerza productiva de la sociedad. La clase no debe renunciar al monopolio de la producción social, porque no es el monopolio lo que la llevó a la derrota, sino la administración de ese monopolio en manos de un grupo que poco a poco se fue haciendo jurídicamente irresponsable de su propia gestión y socialmente divorciado de las relaciones concretas de producción, única manera en que se reproducen los que no producen. La clase no debe discutir siquiera que el origen de la ganancia sea la plusvalía obtenida del trabajo industrial, y que por lo tanto todo trabajo improductivo se valoriza estrictamente en función de la cuota de poder que las clases improductivas mantienen bajo el capitalismo. La clase debe reivindicar su programa estratégico; la dictadura del proletariado, y renunciar a cualquier cuota de participación en el estado burgués que no vaya en directa relación con la materialización de su programa mínimo (el conjunto de medidas de carácter irrenunciable que la clase le exige al estado burgués). Pactar con la burguesía a cambio de un reconocimiento parcial (y muy mezquino) del programa mínimo, como lo ha hecho el viejo PC de Chile, es simple continuación de su inveterada deformación burocrática. La clase, en fin, debe aprender de nuevo a discernir cuáles son las conductas y prácticas que no deben volver a repetirse si no queremos reincidir en los errores del pasado, y cuáles son aquellas conductas que aun siendo las correctas, la ideología dominante hace aparecer ante nosotros como causantes de nuestro fracaso. La dispersión que nos aqueja está directamente relacionada con la renuncia a la defensa de nuestros principios; en nombre de la libertad de crítica la burocracia de los PP. CC. ha permitido que se dude de todo, y se discuta todo. En las publicaciones el viejo PC de Chile en los años 90 era difícil encontrar otra cosa que claudicaciones en toda la línea. Intelectuales que se decían marxistas hacían fila para vanagloriarse de tener más dudas que certezas. Errores evidentes en la interpretación de textos clásicos del marxismo eran defendidos con burocrática contumacia, con lo que cualquier discusión medianamente seria se hacía por completo imposible. Una clase que declara discutibles las cuestiones de principio e indiscutibles las vulgaridades de sus funcionarios, no tiene más destino que la dispersión. De nada sirve decir que se es discípulo de Lenin si en la práctica se desvirtúa con propósitos oportunistas todo el contenido concreto de su doctrina. Afirmar que los soviets son una particularidad estricta de la revolución rusa ignorando todos los pasajes de El renegado Kautsky y La Enfermedad Infantil en que Lenin dice precisamente lo contrario, confirma que se ha desahuciado el leninismo. Los comunistas no podemos descartar de plano que incluso nuestros fundadores hayan cometido errores en la fundamentación de la doctrina, pero corregir una cuestión de principios, que ha sido afirmada en dos de las obras clásicas de Lenin y que por constituir un descubrimiento doctrinario de la mayor importancia ha sido repetida en la mayoría de sus escritos posteriores a la Revolución de Octubre, sin dar más argumentos que una contra afirmación, es un procedimiento inaceptable. Incontables son, por otra parte, los pasajes de las obras de Lenin que han sido usados para afirmar algo diametralmente opuesto a lo que expresan sus palabras. El aliado de masas del que habla Lenin, sacado de contexto, es invocado para perpetrar un compromiso oportunista, en circunstancias que apenas dos párrafos después Lenin agrega: Los socialdemócratas revolucionarios de Rusia aprovecharon antes de la caída del zarismo frecuentemente la ayuda de los liberales burgueses, es decir, contrajeron con ellos innumerables compromisos prácticos, y en 1901-1902, aun antes del nacimiento del bolchevismo, la antigua redacción de "Iskra" (en la que estábamos Plejánov, Axelrod, Sasúlich Mártov, Pótresov y yo) concertó (no por mucho tiempo, es verdad) una alianza política formal con Struve, jefe político del liberalismo burgués, sin dejar de sostener al mismo tiempo la lucha ideológica y política más implacable contra el liberalismo burgués y las menores manifestaciones de su influencia en el interior del movimiento obrero; Lejos de luchar implacablemente contra el liberalismo burgués, el PC se ha convertido en el más incondicional defensor de un gobierno que ni siquiera cumplió con el mezquino programa de reformas que ofreció, que no ha tocado la propiedad de los grandes monopolios, ni ha mejorado mínimamente siquiera las condiciones de vida del pueblo. Además, en este texto Lenin habla de aprovechar la ayuda, no de darles ayuda a los liberales burgueses, y ni por asomo sugiere integrar un gobierno subordinado a la burguesía, ni siquiera en el caso que ésta esté llevando a cabo una revolución, pues como explica Lenin en las Dos Tácticas, la participación en un gobierno burgués revolucionario solo tiene por cometido no cederle a la burguesía la hegemonía del proceso. En Chile, la última posibilidad que tuvo la burguesía de ser una clase revolucionaria se extinguió con la crisis de los años 1960, de modo que la tesis que se expone en ese libro es del todo inaplicable a nuestra realidad. La autocrítica de Galo González a la participación del partido en el Frente Popular cayó en el más absoluto olvido: “En lugar de luchar por la hegemonía del proletariado dentro del bloque popular, hicimos una política conciliadora, olvidando que no desaparecieron los partidos y las clases, por consiguiente, la lucha de clases. Perdimos las perspectivas de la lucha revolucionaria y, una vez obtenido el triunfo en las elecciones, dejamos que nuestros aliados archivaran el programa. No enseñamos al Partido que no hay que sembrar ilusiones que signifiquen frenar las luchas por las condiciones de vida de las masas”. Y no olvidemos que se aceptó integrar gobierno con los radicales (1946) cuando el cadáver de Ramona Parra todavía no terminaba de enfriarse. Exigirle a la burocracia que contuviera la dispersión que se empezaba a producir en los años 80 era una quimera en la que muchos creímos; ahora, lo único que queda es comenzar a construir de nuevo el partido de la clase obrera. III. SITUACIÓN HISTÓRICA, SOCIAL Y ECONÓMICA DE LAS CLASES TRABAJADORAS EN CHILE 1. Acumulación y despojo Nuestro país nació a la vida republicana con la revolución que se inició en 1810. Fuimos república un siglo antes que casi todos los países capitalistas imperialistas de Europa, entre los cuales hay muchos que aun son monarquías. Sin embargo, nuestro país no fue una formación social capitalista en plenitud sino hasta el último tercio del siglo XX. En efecto, el predominio de las formas señoriales en las relaciones sociales de producción se prolongó desde la revolución de la Independencia hasta el colapso total del latifundio oligárquico acaecido en la década de 1960. Tan larga pervivencia de una institución caduca se debió al fracaso de los intentos modernizadores de O’Higgins, Portales y Bello, únicos próceres nacionales que junto con Bilbao propusieron la transformación de la propiedad señorial y el uso de la tierra como factor de la producción social. La concentración de la propiedad agraria en Chile sufre un primer revés con la abolición de los mayorazgos en virtud de las disposiciones del derecho sucesorio establecidas en el Código Civil redactado por Bello, promulgado en 1855 y vigente desde 1857. Sin embargo, la oligarquía terrateniente encontró la manera de evadir los efectos de la nueva ley, y es así que hasta el primer tercio del siglo XX los niveles de concentración de la propiedad agraria no habían variado sustancialmente. Según Claudio Gay, el número de las grandes propiedades (las que tributaban más de $25 al año) se triplicó desde el último censo colonial, pasando de 12.000 a algo más de 30 mil3 en un lapso de 60 años. Confrontados estos datos con los que aporta el senador Marmaduke Grove en su moción de ley de Reforma Agraria, es claro que la situación se había retrotraído a niveles de concentración muy superiores a los que habían resultado de las reformas de Bello.4 Pero a partir de los años 1920, cuando comienzan a darse los primeros movimientos migratorios del campo a la ciudad, es decir, cuando se hace evidente que la masa de población rural, al no tener tierra donde trabajar prefiere emplearse en la naciente industria citadina, un sordo clamor a favor de un nuevo reparto de la tierra irrumpe al principio con timidez, luego con resolución, hasta alcanzar el tono de la urgencia. Este es el estado de ánimo que predominaba durante las elecciones de 1938, en las que ganó la presidencia un connotado terrateniente radical, abogado, economista, empresario monopolista5 y profesor de estado, quien impone un programa de reformas económicas modernizadoras cuyo fracaso está en gran medida relacionado con el desistimiento de su gobierno de llevar adelante una reforma agraria; al quedar la agricultura fuera del marco de las relaciones capitalistas de producción, se produce una exacerbación de la presión migratoria hacia la ciudad y su periferia, la que se ve imposibilitada de absorber a la masa proletarizada que se ofrece a una industria aun muy incipiente. La marginalidad en las grandes urbes alcanza niveles inusitados y espeluznantes; es enorme la cantidad de gente cuya calidad de vida es misérrima. El campo, necesitado de manos para trabajarlo, se despoblaba por falta de oferta laboral, mientras millones de hectáreas de tierra baldía quedaban incultas y sin expectativas de uso productivo en el mediano plazo. El señor Aguirre, cuyo gobierno tuvo la posibilidad histórica de enderezar el rumbo de nuestro país hacia una auténtica modernidad, prefirió, junto con toda la casta a la que pertenecía, conservar privilegios atávicos y posponer las necesidades de las clases rústicas de nuestra sociedad hasta que los atisbos de insurrección campesina se hicieron palmarios. 2. Proletarización en gran escala. 3 Gay, Claudio: Historia de la Agricultura de Chile, vol I Grove, Marmaduke; Reforma Agraria: La tierra para el que la trabaja. Departamento de Publicaciones, Secretaría Nacional de Cultura. P. S. de Chile, 1939. 5 Don Pedro Aguirre es el fundador y primer presidente del directorio de COPEC (1934), empresa que jamás ha sido del estado. 4 Desde mediados del siglo XVII contaba ya Chile con una ingente masa rural proletarizada; faltaba, sin embargo, el capital necesario para que ese proletariado se convirtiera en una fuerza industrial asalariada: en proletariado moderno. Pero faltaba también una clase culturalmente facultada para instaurar relaciones sociales modernas de producción. Así como Europa no trasplantó el feudalismo a América, tampoco trajo a la clase con la que los terratenientes feudales europeos debieron disputar la hegemonía de la sociedad. En América, incluida la del norte, las burguesías nacionales, si bien comparten el origen generalmente plebeyo del conquistador, se erigen como resultado de la fusión de la propiedad señorial dedicada a un cultivo agropecuario extensivo, con las mucho más lucrativas actividades mercantiles y faenas mineras. La clase de los terratenientes que se va conformando en Chile durante la colonia es a la vez una oligarquía agraria y minera, cuya élite incursiona también en la actividad mercantil en gran escala, donde amasa grandes fortunas que comienzan poco a poco a moverse hacia el ámbito de la industria, sobre todo agropecuaria, movimiento fomentado primero por la apertura de mercados que dieron origen a dos ciclos de exportación triguera, y luego por las reformas de Carlos III. La revolución independentista se nutre ideológicamente de la conciencia de clase que germina en esta incipiente burguesía formada por la élite minero mercantil de la vieja oligarquía terrateniente. Esta conciencia de clase, muy débil aun tanto en cantidad como en calidad, es no obstante, la que proporciona al movimiento de 1810 su contenido material concreto. La revolución de 1810 es un movimiento del gran patriciado terrateniente, el que no intentó siquiera introducir alguna modificación a la estructura de propiedad de la tierra, principalmente porque las masas campesinas que participaron en la revolución en ningún momento significaron una amenaza seria a sus intereses. Por eso es que un elemento esencial del programa portaliano como era la transformación de la propiedad señorial en propiedad agraria industrial, se vino a cumplir recién a partir de los años 60 del siglo XX. Es la consumación del despojo, condición ineludible de la acumulación de capital industrial. Es el paso que le faltó dar al fallido programa de sustitución de importaciones promovido por los gobiernos radicales, partido con hondas raíces agrarias, por ende, bastión de la propiedad señorial. Pero fue necesario el ínterin reformista de la UP para que la burguesía pudiera reorganizar en regla el nuevo modus vivendi con las clases agrarias. El reparto de la tierra realizado por la Unidad Popular, en lugar de revertirse después del golpe del 11 de septiembre, hizo que las tierras repartidas pasaran a ser medio efectivo de producción, y por lo tanto, objeto de apropiación del capital industrial. La moderna agro industria chilena actual descansa en el presupuesto material de toda industria; la formación de un proletariado, en este caso rural, que pasó de inquilino a propietario y de allí a proletario en apenas una generación. 3. Industrialización de baja intensidad (composición de capital). La nueva fase de industrialización de Chile germina con pretensiones mucho más modestas que el intento fallido de los años 30 y 40, pero con una proletarización significativamente superior en masividad. El proletariado industrial, según cifras del INE, alcanza al 45% de la fuerza de trabajo del país, correspondiendo el 55% restante a trabajadores del sector terciario, entre los cuales abundan la subcontratación y los salarios paupérrimos. Más de la mitad de los asalariados en Chile percibe menos de $450.0006 al mes, cantidad que apenas alcanza para cubrir, por ejemplo, el arancel mensual de una carrera universitaria de bajo costo. La fuerza laboral del país pasó de ser algo más de un tercio de la población en los años 70, a un poco menos de la mitad de la población en la actualidad, mientras que en el mismo periodo los ingresos por concepto de salarios pasaron de ser un 64% a apenas un 46% del total de ingresos de las familias. Que en los últimos 40 años el 6 US$650. proletariado chileno ha aumentado en términos absolutos es indiscutible; pero también ha aumentado su tasa, mientras que sus ingresos han disminuido drásticamente en términos relativos. Del nivel de ingresos de los pensionados solo diremos que según datos recientemente publicados por el INE, el 90% de las pensiones alcanza un monto inferior a los $148.000. Chile es un caso exitoso de proletarización masiva y muy reciente, perpetrada bayoneta en mano, con la meta explícita de convertir al país en una usina agro extractiva de baja productividad. Una burguesía lumpen, esto es, periférica y marginal como la chilena, es orgánicamente incapaz de llevar a cabo un programa de desarrollo basado en un progreso autónomo; lo suyo es lumpendesarrollo porque se trata de una lumpenburguesía7. El programa que presentamos a la sociedad chilena es la declaración de la voluntad de los comunistas de avanzar hacia la segunda y definitiva independencia de Chile. Este programa se basa en el convencimiento de que el desarrollo de la sociedad humana ya no puede seguir avanzando con la mantención de la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos, en desmedro de la inmensa mayoría de la humanidad que ha sido despojada hasta de la satisfacción de las más básicas condiciones de vida. La riqueza escandalosa de los que consumen sin freno ni medida mientras hay ingentes masas humanas muriendo de hambre, lejos de constituir en sí una contradicción del sistema, como afirma el senescente PC de Chile, son el resultado natural de la dominación política y económica del imperialismo, y resultado, además, necesario, de la contradicción esencial e insoluble del capitalismo: la que surge de la explotación del trabajo asalariado por el capital. Luego, la desaparición del consumismo y el despilfarro solo es posible mediante la apropiación de los medios de producción por la clase obrera en un primer momento, y por toda la sociedad en una etapa posterior. Para los comunistas, un gobierno verdaderamente democrático, incluso en un sentido burgués, debe entregar al estado un rol determinante en la conducción de la economía, ejerciendo directamente la propiedad de las grandes empresas que por su envergadura industrial o por su carácter estratégico, no pueden ni deben quedar bajo el dominio de intereses particulares. Asimismo, en manos del estado democrático deberá estar la responsabilidad por el desarrollo de la investigación científica y técnica, cuya iniciativa deberá responder a una planificación definida en razón de los intereses de Chile y de su pueblo. Consideramos que la vejez, después de haber entregado toda una vida al trabajo, debe vivirse con dignidad, permitiendo que todos los que lleguen a esa edad rompan las cadenas de la necesidad para terminar dignamente sus días, lo que se asegura con una pensión que satisfaga las necesidades básicas de la vejez en materia de salud, vivienda, esparcimiento, etc. La educación debe ser un derecho asegurado a todos los que habitan esta tierra, y el estado debe asegurar que ésta esté al servicio de un desarrollo integral del ser humano. Debe, por lo tanto, el estado, asegurar el libre acceso sin discriminación de ningún tipo, desde la enseñanza pre básica hasta la universitaria. Los comunistas sostenemos que existen condiciones materiales para que todos podamos vivir dignamente. Para ello es imprescindible la recuperación de nuestras riquezas básicas, partiendo por el cobre, e incluyendo el agua. Esto supone recuperar la soberanía sobre todo nuestro territorio, modificando el dominio estatal eminente que establece nuestro Código Civil, dándole un carácter de dominio absoluto. 7 Concepto elaborado por el economista alemán André Gunder Frank. Aquí comienza el Programa antiguo. Nuestro programa establece que la defensa y seguridad del país deben ser responsabilidad de las FF. AA. y de todo el pueblo, pues este último es el único interesado en la defensa de sus conquistas sociales, económicas, políticas y culturales. Esto supone democratizar las FF. AA., garantizando el ingreso de los sectores populares a todas las escuelas de oficiales, y enfatizando los principios democráticos en la formación de su cuadro permanente tanto de oficiales como de suboficiales y clases. El programa de desarrollo nacional (mínimo) de nuestro partido establece que la patria democrática debe reconocerse plurinacional, multiétnica y multilingüe, independientemente de los porcentajes de población que cada pueblo represente en el total de habitantes del país. No obstante ello, la enseñanza del castellano será obligatoria en todas las escuelas y liceos de país. Nuestro programa manifiesta nuestra vocación de paz para el mundo, y considera que el único enemigo de la paz es el imperialismo, que en su afán hegemónico pretende adueñarse de todos los recursos del planeta y mantener a la humanidad bajo la esclavitud del capital. Nuestro partido considera que todos los diferendos “pendientes” –de cualquier índole que sea- con estados y pueblos hermanos deben resolverse políticamente, y en beneficio de los pueblos concernidos. Al mismo tiempo, nuestra vocación revolucionaria y latinoamericanista nos lleva a levantar la bandera de una “integración justa y democrática”, para hacer de la independencia política y económica una tarea continental. El estado debe garantizar una efectiva igualdad de todos ante los órganos jurisdiccionales, y por ello garantizaremos la erradicación efectiva de toda fórmula existente que consagre abierta o encubiertamente la discriminación por sexo, por filiación genérica o cultural, o por diferencia física, mental o de otro tipo. Los comunistas consideramos que todo proceso de reformas que no ataque la esencia dictatorial de la actual constitución terminará afirmándola y fortaleciéndola, a pesar de su evidente ilegitimidad y de su marcado carácter antipopular. Por ello nuestro programa considera que una asamblea constituyente elegida por votación popular debe redactar una nueva carta fundamental que, discutida democráticamente, nos dote de un nuevo marco jurídico político que conduzca hacia una efectiva democratización de la sociedad. La mantención de la actual constitución sólo prolonga en el tiempo la dictadura sin dictador. La cultura es parte de nuestra propia vida, pues representa la relación estrecha entre los hombres y su lucha por cambiar el medio ambiente. Por eso consideramos que sería importantísimo el rol del estado –aunque no el único- en el fomento de las condiciones para que progrese y se despliegue el potencial cultural de Chile para beneficio nuestro y como aporte a los pueblos del mundo. Nuestro gobierno asegurará que nuestras riquezas básicas sean explotadas en beneficio de todos, en equilibrio con la conservación del medio ambiente, y en general, de la biodiversidad, tendiendo a controlar la contaminación de toda clase de desechos tóxicos hasta llegar a extinguirla en beneficio propio y de las futuras generaciones. Los comunistas a través de su acción gubernativa, asegurarán una vida digna a todos los niños y niñas. El contexto antidemocrático en que se han celebrado los TLC, nos obliga a revisar exhaustivamente sus términos, de modo que en la medida que resulten lesivos a los intereses fundamentales de nuestro pueblo, serán declarados nulos total o parcialmente, de modo soberano y unilateral si es necesario. Los comunistas consideramos que la deuda externa es ilegítima en su origen, pues el estado no debe ser garante de deudas contraídas por capitales privados o por gobiernos corruptos, y cuyos fondos no han ido en beneficio de los intereses populares y nacionales. IV. PROGRAMA DE DESARROLLO NACIONAL (Democrático) Los comunistas proponemos al pueblo de Chile el siguiente conjunto de medidas: 1. Nacionalización de la Gran Minería. 2. Nacionalización de la Banca. 3. Nacionalización del transporte aéreo, ferroviario y naviero, de carga y pasajeros, y de todas las telecomunicaciones (compañías de teléfonos, servidores de Internet y TV Cable). 4. Fin de las AFP. Previsión solidaria. Nacionalización de todos los fondos previsionales. Pensión mínima igual al salario mínimo. 5. Condonación total e inmediata de las deudas habitacionales sobre inmuebles avaluados en menos de 1.000 UF. Condonación parcial regresiva y negociada de las deudas hipotecarias sobre inmuebles avaluados entre 1000 y 3000 UF. a. De 1001 a 1500 = hasta 90% b. De 1501 a 2000 = hasta 75% c. De 2001 a 3000 = hasta 50% d. La cancelación del saldo en ningún caso sobrepasará un plazo de 8 años, ni el arancel de pago podrá exceder al 10% de los ingresos nucleares. 6. Condonación de todas las deudas estudiantiles con institutos públicos y privados, y de todas las deudas personales de pensionados con Cajas de Compensación o instituciones financieras. 7. Control y fiscalización ministerial de la Educación y la Salud públicas. 8. Intervención sindical de toda empresa cuyos activos excedan los US$ 15 millones. 9. Abolición del derecho de herencia sobre bienes inmuebles y de patrimonio cultural. 10. Sindicalización obligatoria de los trabajadores asalariados. 11. Salario mínimo equivalente al 50% del PIB per capita. 12. Defensoría popular judicial en el ámbito civil totalmente gratuita. 13. Fin del Dominio Eminente y reemplazo por el dominio estatal absoluto del subsuelo y el fondo marino, del litoral oceánico, del mar territorial, y de los lagos y ríos.8 14. Fuerte impuesto progresivo a los ingresos personales. 15. Fin del IVA a todos los alimentos y bienes básicos. 16. Fuerte impuesto al consumo suntuario. 17. Jornada laboral de 35 horas semanales. 18.Confiscación de los bienes de las instituciones religiosas. Entre las cuestiones puramente técnicas de las que sólo dejaremos enunciados los criterios generales a que deberemos ceñirnos para la elaboración de las medidas definitivas, se hallan: - Salud: Resguardo de una atención integral y oportuna a todos los habitantes del país. Debe ser responsabilidad del estado fomentar una cultura de salud preventiva. - Vivienda: Fin del criterio puramente comercial en la definición de los parámetros de calidad de la vivienda social. Edificación y urbanización respetuosa del medio ambiente. Control de las tarifas de los suministros básicos. - Educación: Educación laica y gratuita para todos. La libertad de enseñanza sólo estará permitida dentro de los parámetros educativos que defina el estado. PROGRAMA DE TRANSICIÓN DE LOS COMUNISTAS CHILENOS Entendiendo que las medidas democráticas que le exigiremos al estado burgués difícilmente podrán cumplirse siquiera parcialmente dentro de un ordenamiento jurídico político de carácter industrial capitalista, los comunistas sostenemos que es necesaria una fase de transición hacia la sociedad sin clases, en la cual el proletariado políticamente organizado9 ejerza dictatorialmente el poder en contra de la clase burguesa, de las formas jurídico políticas de su dominación, y de la estructura de propiedad sobre la que se reproduce su hegemonía. Definimos el programa de Transición como el conjunto de medidas que la clase obrera en el poder, en conjunto con los sectores del pueblo trabajador que hagan suya la aspiración a una sociedad sin clases, impulsará como resultado del derrocamiento del poder de la burguesía y su sustitución violenta y dictatorial por las instituciones del Poder Popular, las que se definen “transitorias” porque su propósito final es desaparecer o “extinguirse” en el más breve plazo posible. La clase obrera, durante la fase de transición a la sociedad sin clases, llevará a efecto las siguientes medidas: 8 9 Control obrero de la producción y control popular de los precios del comercio. Control obrero de la banca y de las finanzas de las empresas. Abolición total de la propiedad de los medios de producción, de la tierra, y de todos los bienes de uso público. Abolición del matrimonio y del derecho de herencia. Tesis de don Andrés Bello que no prosperó durante las discusiones legislativas en torno al Código Civil. Marx K.; Manifiesto del Partido Comunista. Cap. II Control obrero de los institutos armados y de los organismos de defensa. Abolición de la Policía; creación de una Milicia Obrera sujeta a control popular permanente. Supresión del Congreso y de los Tribunales de la burguesía. Transferencia de las funciones legislativa y jurisdiccional a los órganos del Poder Popular. Instauración de la amovilidad de todos los cargos públicos y limitación de los estipendios al nivel del trabajo obrero calificado. Proscripción progresiva del ejercicio liberal de la abogacía. Supresión de toda forma de educación en establecimientos privados. Socialización de todas las clínicas y establecimientos hospitalarios privados, y prohibición progresiva del ejercicio de la medicina como profesión liberal. Integración de las ciencias de la salud con los conocimientos de la medicina popular autóctona. Socialización de la vivienda. Garantía de vivienda sólida y digna para todos los trabajadores. Remuneración conmutativa al esfuerzo productivo. Solidaridad internacional de clase, que se traducirá en fomento de la revolución proletaria mundial y en ayuda material a los pueblos insurrectos.
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