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Una lectura de Mis dos mundos, de Sergio Chejfec
La narrativa líquida
I. El escritor vagabundo
No hay comienzos definidos ni finales visibles, sólo recomienzos, inciertos y
desenlaces que adelgazan sus formas hasta la disolución. La narración se deja atravesar por
esas incertidumbres que pululan en la trama (donde se opera el desvanecimiento de la
historia), en el lenguaje (siempre provisorio, dubitativo, resbaladizo) y en los resultados del
texto (que se encarga de deconstruir toda idea de eficiencia textual, esto es, descree de
cualquier acumulación o logro narrativo).
Un escritor, a punto de cumplir años, camina por un parque del sur de Brasil. La
escritura recorre ese espacio para dar cuenta del pensamiento (incesante, indoloro,
indefinido, errático) que se desplaza por el parque obedeciendo a la casualidad y al blando
asombro:
“me puse a buscar en el paisaje urbano rastros generales del pasado...“(Chejfec;
2009: 15)
“los puntos o circunstancias donde concentro mi atención toman la
forma de enlaces de internet... evocaciones y pensamientos conectados,
muchas veces azarosos...“ (Borges; 1955: 25)
La mirada del caminante, modelada por la cultura, reconocible en sus
apreciaciones de la arquitectura o el detalle paisajista, no logra jamás afirmarse como un
orden, como linealidad racional: vagabundea, oscila, camina, en definitiva, sin delimitar
objetivos ni procedimientos.
La incursión, sin embargo, también depara zonas más inquietantes: los cisnes a
pedales del lago -asegura el narrador- lo observan fijamente, y le recuerdan los dibujos de
William Kentridge, que materializa la mirada de sus personajes. Así, lo cotidiano se cruza con
lo imaginario, con la invención artística, para no ser ninguna de las dos y, a la vez, la
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confluencia de las dos. Se diseña la idea de los “dos mundos“ como paralelos, indefinibles e
inatrapables en su ser, su corporeidad, su sentido.
Sólo cabe, en esa precaria coexistencia, caminar, ver, intentar escribir.
En una de las metáforas más impactantes que el relato construye sobre esa
noción dual, un viejito que el caminante ve en el parque podría ser él mismo en otro tiempo:
como una cifra borgeana en la que la realidad juega nuevamente con “las simetrías y los
leves anacronismos“(Borges; 1955).
Otra figura imaginativa del texto es un reloj cuyas
agujas giran en sentido inverso y que la economía de la novela vincula a las ciudades como
las alemanas, que reconstruyeron la minuciosidad de su pasado tras la demolición de la
guerra. En esos signos, la novela de Chejfec parece insinuar que no sólo el presente es
inasible en la posmodernidad, también puede serlo el pasado (que borra nada menos que los
bombardeos) o las difusas posibilidades del futuro.
En esa aproximación al tiempo y al espacio, como una divagación sin certezas,
como un desvío de las maneras de conocimiento y percepción habituales, se diseña la
narrativa líquida. Borges, Saer y Macedonio laten en esa escritura de la incertidumbre, pero
también Marcelo Cohen y su poética de la disolución, tan presente en Donde yo no estaba,
verdadera joya de ese “adelgazamiento del ser“ que reaparece en la obra de Chejfec,
especialmente en El aire y, claro está, en Mis dos mundos:
“Los objetos perdían consistencia o densidad, aunque no su forma,
en una segunda reacción, dado que no podían estallar, se volvían
blandos, muelles, como si fueran modelos de goma o silicona“ (Chejfec; 1992:
121)
La novela de Chejfec invita a ver, desde ese prisma ambiguo y vacilante que su
escritura construye con deliberación, algunos modos de relación social, de comprensión del
mundo y de construcción de una cultura de época; de aquello que podríamos llamar el
espíritu posmoderno. En la recorrida por el parque el narrador cree ver
formas de
fantasmas, y los describe subrayando su antiguo carácter extraordinario para contraponerlos
a su anodina presencia actual, como acercando sus contornos hasta desdibujarlos en una
sola, precaria y deslucida evanescencia...
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“en un mundo cada vez más angosto y sin demasiados ribetes, ellos
también han sufrido el adelgazamiento. Hoy son vapor y sombra“ (Bauman; 2006:
43)
La idea aparece ya en El aire, en la que pasado y presente también se esfuman
para dejar ver solamente las marcas, livianas, casi líquidas, del presente:
“El pasado era el olvido, el futuro era irreal; quedaba por lo tanto el
presente aislado del universo, como una burbuja suspendida en
el aire que necesitaba sin embargo de ese mismo tiempo del que
estaba exiliado para permanecer flotando sobre su ambigüedad“ (Chejfec; 1992:
175)
De algún modo, la escritura líquida de Chejfec anticipa y expande las nociones
que ha diseminado Zygmunt Bauman (3), esto es, la de una sociedad que no mantiene su
misma forma, que trata de hacer pie en la precariedad y la incertidumbre, la de un hombre
que carga con bienes u objetos inservibles, sin finalidad, que se deshace de ellos con más
rapidez que la que usa para obtenerlos, que se desliza en una “vida líquida“ en la que no hay
comienzos sino recomienzos y finales vertiginosos, incesantes, indefinidos.
II. Objetos:
El paseo del narrador reconoce objetos en el espacio del parque. Disperso,
desprovisto de entusiasmos, el ojo y el lenguaje dan cuenta de un itinerario material:
caminos, senderos, fuentes, árboles, plantas, animales. Las personas, los sitios, los objetos,
parecen decir cosas que el paseante ve y describe desplegando referencias realistas,
anodinas a veces, o imaginarias, como el suceso del cisne a pedales, el viejo que parece
habitar un tiempo paralelo o los personajes de Kentridge.
Un desvío significativo aparece cuando el narrador recuerda. Los objetos ya no
están en presente -como los que se rastrean en el parque- sino en el ayer. Y desde ese ayer
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cobra sentido la memoria, pero no una memoria humana sino objetual. No un recuerdo que el
hombre, el narrador en este caso, proyecta hacia los objetos que el pasado le ofrece, sino al
revés: son las cosas del pasado las que dicen, las que significan, las que señalan que algo
ocurrió y seguirá ocurriendo.
Esta percepción de la memoria objetual es destacada por el mismo Chejfec
cuando analiza Austerlitz, de W. G. Sebald:
“Austerlitz va rescatando de la memoria infantil escenas repartidas
por la geografía europea. Los objetos luchan por revelarse, hay
una concentración de sensaciones imprecisas y de percepciones
contradictorias... las cosas, no sólo los hombres, pueden guardar
las marcas del recuerdo... que los objetos sean residuos de la
memoria y no al revés“ (Chejfec; 2005: 125)
En Mis dos mundos esa operatoria se evidencia en los objetos que el escritor
liga a su pasado: un encendedor de su abuelo, un largavistas de su padre, el reloj propio.
Esas pertenencias, heredadas, serán ofrecidas a sus sobrinos, otra vez como herencias.
Objetos puestos en el tiempo para significar el tiempo.
Beatriz Sarlo en esta misma línea, agrega:
“los objetos permiten pensar en la muerte, por eso, como un memento
mori, entrar en este relato: ellos persistirán cuando el narrador los
deje como herencia“ (Sarlo; 2009)
Una operación similar advierte Sarlo en la novela Boca de lobo, de 2000, en la
que Chejfec contrapone los objetos que intercambian los obreros pobres a la circulación
capitalista de objetos:
“Los trastos más miserables van girando de mano en mano, regulados
por una ley de honor que hace que esos préstamos sean siempre
restituidos“ (Sarlo; 2007)
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De esta manera parece desplegarse en la narrativa de Chejfec una semiótica de
los objetos, desplazados de su significación ordinaria para decir lo que el sistema mercantil
no deja ver, ya sea en su uso social y político (Boca de lobo) o en su memoria y sentido (El
aire, Mis dos mundos).
III. Un escritor íntimo:
El escritor que camina lleva en su morral los elementos del caminante que
escribe: un libro, un cuaderno y lápiz, el mapa de la ciudad donde una mancha verde señala
el parque desprolijo, descuidado, sin los rigores del ordenamiento paisajístico. El mapa,
como una novela de la divagación, con un territorio por descubrir: el espacio literario, sin
programas ni hojas de ruta; como el parque que recorre el escritor, la novela no tiene centro,
no construye certezas, es un texto que inventa, descubre y revisita bordes, rincones, sitios
sin rastros. La caminata del escritor (por el parque y por la novela) no obedece a las rutinas
del turista sino a los antojadizos vaivenes del explorador.
Ese afán andariego, esa obsesión caminante, olvida y deconstruye los recorridos
épicos o aventureros del viajero clásico, del andante tradicional para ofrecer la modesta
posibilidad del viajero posmoderno. Sin rumbo preciso, sin fines heroicos, más cerca del
extravío que del conocimiento racional, el personaje de Chejfec intenta entender el paisaje
cercano para comprender, desde esa mirada, desde esa especie de “pensamiento débil“, el
sitio y el tiempo del mundo que le tocó vivir. Y habla desde esa movilidad, desde esa
“errancia como escenario del discurso“, como llamó el mismo Chejfec al
estilo de su
admirado W.G. Sebald.
La recorrida no obedece a la higiene sanitaria ni a impulsos deportivos o
paisajistas sino al estímulo literario:
“si decido comenzar así es porque dos amigos, a través de sus libros,
me hicieron ver que estas fechas pueden ser motivo de reflexión y
de excusa o justificación sobre el tiempo vivido“ (Chejfec; 2005: 7)
Desde su ensayo Miedo líquido, Z. Bauman analiza la idea de simulacro de
Baudrillard (una clave del debate modernidad/ posmodernidad), quien lo diferenciaba de la
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simulación, más parecida al fingimiento. El simulacro baudrillardeano, dice Bauman,
“niega la diferenciación entre la realidad y su representación y, por tanto, anula
e invalida la contraposición entre verdad y falsedad, o entre el parecido y la
distorsión de éste“ (Bauman; 2006: 64)
La novela de Chejfec se escribe desde ese pliegue, entre esos “dos mundos“;
ante la imposible tarea de diferenciar o al menos deslindar esos planos, el narrador decide
abandonarse a la vacilación y la incertidumbre; oscila y permanece en esa zona que no es
realidad ni ficción, verdad ni falsedad sino mero simulacro...
“cada quien tiene su mentira vital, sin la cual la existencia diaria y
acostumbrada, se desmoronaría; la mía consistía en los simulacros,
de la literatura en este caso“ (Chejfec; 2009: 118)
El sitio del texto es esa convivencia entre los “dos mundos“, esa zona que
termina siendo un espacio literario, el único capaz de cobijar los contenidos de los dos
mundos, que lo tienen como catalizador. El narrador se convierte, por su actitud vacilante,
por su pensamiento débil, por sus efímeras convicciones de novelista, en un escritor
privado, vergonzoso de ser descubierto escribiendo en público y reprendido por realizar
trabajos improductivos. Más aún, es un escritor íntimo que no escribe, que no lee la novela
que lleva en el morral (¿es una novela no escrita? ¿es la misma novela escribiéndose? ).
La caminata del narrador por el parque, entonces, como una cifra de la escritura
del texto en el tiempo y en el espacio del parque. Escribir como quien camina sobre un mapa
sin delimitación ni objetivos. Escribir el mapa de la novela desde los sentidos que los objetos
expresen, desde la memoria que los objetos desplieguen en el tiempo a la vez real e
imaginario del paseo. Narrativa como divagación del sentido.
El hombre despojado de cualidades o aptitudes elije, por decantación,
simplemente caminar. O escribir sin exponerlo: escritura de una intimidad sin atributos, sin
mercado, sin aspiraciones públicas.
“Desde un temprano momento me he sentido inepto para albergar
cualquier entusiasmo: incapaz de creer en casi nada, o en nada
directamente... inútil en síntesis para el trabajo en general, carente
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de todo esto no me quedó más opción que caminar, lo más parecido
a la mente disponible y en blanco.“ (Chejfec; 2009: 56)
Chejfec replantea el concepto de narración. Otra vez en la línea MacedonioBorges- Saer- Cohen pone en jaque las nociones de narrador/ texto / lector. Procede a su
desedimentación, a la reformulación de esas categorías pero desde una escritura personal,
alejada y hasta indiferente del consejo editorial.
En Mis dos mundos deconstruye especialmente la noción de escritor,
adelgazando su presencia hasta la disolución para luego construir, desde ese vaciamiento, la
idea del escritor íntimo, del narrador que recorre un texto como quien visita un parque sin
otra ambición que la ambigua divagación.
La minimización de la figura de narrador, su escamoteo deliberado en el
engranaje narrativo, obedece a una convicción más profunda, compartida con buena parte
del posestructuralismo francés (Barthes, Blanchot, Derrida, entre otros) pero especialmente
con Juan José Saer: el vaciamiento del sujeto y las (im) posibilidades que enfrenta la
narrativa actual para dar cuenta de lo real.
Sergio G. Colautti
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Referencias bibliográficas
Bauman Zygmunt, Miedo líquido, Paidós, Barcelona, 2006. (pág. 64)
Borges Jorge Luis, El Sur, en Ficciones, Emecé, Bs. As. 1955.
Chejfec Sergio, El aire, Alfaguara, Bs As. 1992.Chejfec Sergio, Mis dos mundos, Alfagaura, Bs As, 2009.-
Chejfec Sergio, La historia como representación y condena, en El punto
vacilante, Norma, Bs. As., 2005 (pág. 125)
Sarlo Beatriz, la originalidad y el recato, sobre Mis dos Mundos, de S.
Chejfec, en Perfil, Bs. As., 5-10-09.Sarlo Beatriz, El amargo corazón del mundo, en Escritos sobre literatura
argentina,. S XXI editores, Bs As, 2007.- (pág. 398)
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