2 ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET "Evangelios dominicales", subtítulo de esta obra en cuatro volúmenes, pretende responder y salir al encuentro de todas las lecturas de los domingos y días festivos de los tres ciclos litúrgicos. El autor no sigue el orden de los domingos, sino el cronológico de la vida de Jesús. El objetivo principal será seguirlo en los evangelios de la infancia, comienzo de la vida pública, vida pública propiamente dicha, últimas predicaciones y mensaje pascual. Para la localización de los textos en el ciclo litúrgico, el lector deberá consultar el Indice. Estos comentarios han surgido desde y para una comunidad cristiana concreta, en Benavente (Zamora). Pero hemos creído que pueden servir también a otros cristianos y comunidades de a pie para estimularles a seguir las huellas de Jesús, para el crecimiento personal y comunitario en la fe. Por este motivo nos hemos animado a publicarlos. Evidentemente que no han sido escritos para leerlos todos seguidos. Cada capítulo se puede y debe leer independientemente. Incluso cada apartado es un todo completo en sí mismo. El primer tomo trata de la infancia y el primer año de la vida pública de Jesús. El segundo, del segundo año de su vida pública. El tercero, del tercer año de su vida pública. El cuarto, de los últimos días de su vida, con su pasión, muerte y resurrección; además de un índice que indica el lugar en que se encuentra cada evangelio dominical de los tres ciclos litúrgicos. 1 FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET – 1 Evangelios dominicales EDICIONES PAULINAS 3 © Ediciones Paulinas 1985 (Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid) © Francisco Bartolomé González 1985 Fotocomposición: Marasán, S. A. Juan del Risco, 9. 28039 Madrid Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid) ISBN: 84-285-1057-1 Depósito legal: M. 26.808-1985 Impreso en España. Printed in Spain 4 PRESENTACIÓN Estos comentarios han surgido desde y para la Comunidad cristiana popular de Benavente (Zamora). ¿Servirán, lo mismo que a nosotros, a otras comunidades y cristianos de base a seguir hoy el camino de Jesús de Nazaret? Ese es el deseo que me mueve a publicarlos. A nuestro cristianismo le ha pasado como al juego "mensaje", que consiste en decir una frase sencilla al oído de otro, y éste a otro... Al final no es ni parecida. Hemos de volver al evangelio, dejando de edificar exclusivamente sobre lo anterior; porque si lo anterior es válido, lo será por estar de acuerdo con el evangelio, jamás porque "se hizo siempre así". Las comunidades cristianas no podemos caer en el error de edificar la comunidad sin el evangelio, sin Jesús -un error en el que ha caído en demasiadas ocasiones la Iglesia oficial-. A la larga, acabaríamos haciendo nuestra lucha, nuestra historia..., pero no la lucha y la historia del Dios manifestado en Jesús Si queremos seguir el camino del Mesías, es necesario que ahondemos en el evangelio, porque es ahí donde podemos encontrar los fundamentos de nuestro actuar. Es impresionante el número de gente honrada que se ha ido de la Iglesia. Y esto nos debe hacer reflexionar seriamente, para no seguir dejando a la Iglesia de Jesús en manos de instalados y conservadores. Se puede leer cada capítulo independientemente. No es necesario leer seguido. Cada apartado es un todo completo en sí mismo, y por ello hay repeticiones; de otra forma me parecía que no quedaban claros. Pero todos dependen de los demás: Ningún comentario está en contra de otros. Pretendo responder -en cuatro volúmenes- a todas las lecturas dominicales de los tres ciclos. Pero no seguiré el orden de domingos, sino el cronológico. Seguir la vida de Jesús será el objetivo principal. De ahí que haya que buscar las lecturas teniendo en cuenta el lugar probable que ocuparon los hechos en la vida histórica de Jesús. 5 INTRODUCCIÓN Simplificando mucho, podríamos dividir nuestra sociedad en tres grandes grupos humanos: un grupo de conservadores -muy instalado-, que lo único que desean es mantener sus posiciones de privilegio al precio que sea y que todo lo interpretan desde esa situación, a pesar de que muchos de entre ellos se profesan cristianos y abundan los que pertenecen a estamentos religiosos; otro grupo, que podríamos llamar revolucionario, no está contento con la sociedad en que vivimos y trata de cambiarla, y en el que muchos piensan -es ésa su experiencia- que las religiones son alienantes; finalmente, la masa amorfa, que no acaba de saber de qué va y que es fácilmente manejada por los que tengan el poder político-ideológico, económico o religioso. Y si el mensaje evangélico es revolucionario, es evidente que sólo estarán en camino de interpretarlo fielmente aquellos que deseen y estén trabajando para que termine la situación de injusticia en que está inmerso el mundo en que vivimos. Hemos de leer el mensaje de Jesús como pobres y oprimidos que luchan por liberarse de cualquier tipo de esclavitud -incluida la religiosa-, y que creen que el evangelio tiene la respuesta para alcanzar esa liberación-salvación personal y colectiva. Es necesario que profundicemos en cada pasaje, tratando de descubrir lo que Jesús quiere decirnos hoy a cada uno de nosotros y a cada comunidad cristiana en la vida concreta de cada día. No podemos tomar ningún pasaje ni ninguna palabra del evangelio como si de antemano ya supiéramos su contenido exacto. Hemos de confrontarlos siempre con nuestras vivencias actuales, personales y comunitarias, porque es en la vida diaria donde tiene que surtir efecto el mensaje de Jesús. Es frecuente escuchar estas palabras: "El evangelio tiene respuestas para todos los gustos", "cada uno encuentra en él lo que le conviene"... Y esto, que parece de una increíble inexactitud y superficialidad, es verdad -sobre todo cuando no se lee, asidua y directamente, desprendido-. Es muy difícil una lectura totalmente objetiva. Para evitar el subjetivismo en su interpretación, tenemos que desprendernos de toda idea preconcebida, de todo interés personal, y tratar de hacer una síntesis de todos sus textos, sabiendo que nunca unos pasajes podrán estar en contra de otros. Sólo hay una forma de ir interpretando con fidelidad las enseñanzas de Jesús: intentar vivirlas y relacionar todos sus textos, hasta tener un todo armónico, en el que cada acontecimiento y cada palabra estén al servicio de los demás y los clarifiquen. No nos engañemos: lo mismo que el agua adopta la forma del recipiente en que se echa, de la misma manera, según la situación económica y social que ocupemos en la sociedad y según la co- 6 rrespondiente mentalidad, fruto de esa situación, interpretaremos el mensaje de Jesús de Nazaret. Las comunidades cristianas tenemos que tener estas ideas claras y darnos cuenta de que la mejor -única- forma de que los evangelios nos sirvan ahora y aquí es leerlos abiertos a lo que nos puedan pedir; es encarnarlos en nuestra realidad concreta, en un compromiso de liberación y de justicia con los oprimidos; es leerlos de un modo revolucionario. Sin olvidar que para ser cristiano es necesario vivir en la base, con el pueblo sencillo, donde no hay ningún tipo de privilegios; que es necesario compartir la vida con los oprimidos, como hizo Jesús... Que es necesario ser pueblo. Para interpretar el mensaje de Jesús tenemos que interrogarnos personalmente qué es la vida para nosotros, qué esperamos de ella, qué pensamos de la sociedad en que vivimos, qué nos gustaría cambiar... Debemos buscar para ir encontrando en él las respuestas. ¿Cómo podremos encontrar si no buscamos nada? ¿Y cómo buscar si vivimos satisfechos? No basta con leerlo para poder interpretarlo. Sólo lo iremos entendiendo si tratamos de vivir los ideales de Jesús: nos irá cayendo encima. Una vida comprometida con la causa de Jesús, que es la causa del pueblo, es la clave para su interpretación. El evangelio es un espejo: nos tenemos que ir viendo revelados en él cada uno de nosotros. Es necesario acabar con los comentarios burgueses del mensaje del Mesías de Dios, que no comprometen a nada. Hemos de leerlo y comentarlo desde el pueblo sencillo y para la gente sencilla, únicos interlocutores que pueden entenderlo porque lo necesitan. Además, es de donde surgió y para los que fueron escritos los evangelios. El conocimiento de la vida de Jesús no nos llega por generación espontánea, ni atacando planteamientos equivocados, ni es sólo cuestión de buena voluntad. Y menos aún creyendo que es bueno lo que hacemos porque se hizo siempre así. Nos va llegando a través de la lectura atenta, reposada, abierta del evangelio; unida a la oración encarnada en la vida de cada día, al diálogo en grupos y en comunidades y a una vida comprometida con la justicia y la liberación de los pueblos. Es importante leer entre líneas, comprender lo que se insinúa, que quizá sea tanto como lo que se dice. Quiero adelantar que no es un comentario contra los ricos ni contra la Iglesia. Es a favor de ambos: de los ricos, para que dejen de serlo y puedan ser personas solidarias; de la Iglesia, porque pertenezco a ella con todo mi corazón y deseo aportar todo mi esfuerzo para que sea lo que Jesús de Nazaret se propuso al fundarla: el mejor camino hacia el reino de Dios. 7 PRÓLOGO DE JUAN En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: -Este es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo". Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. (Jn 1,1-18) Juan comienza su evangelio con la descripción de la Historia de la Salvación en forma de himno, que antepone a su obra para presentarnos al protagonista de su narración. A diferencia de los demás evangelistas, no se queda en el bautismo de Jesús y el Bautista (como hace 8 Marcos) ni en su nacimiento virginal (como Mateo y Lucas). Juan llega hasta los orígenes, que se remontan a la eternidad de Dios. Sólo así la presentación es completa. El prólogo no describe a Dios en sí mismo, sino en sus relaciones con el hombre. Resume la realización del proyecto creador de Dios. Jesús aparece como presencia en la historia de la verdad y de la vida personal de Dios. No es posible penetrar en toda su profundidad sin un conocimiento previo de la obra de Jesús y de las reacciones que ocasionó. Ofrece claves para interpretar todo el evangelio y señala los temas principales. Debido a la densidad y abundancia de símbolos, necesita ser explicitado por la misma narración. Es un texto para ser meditado lentamente. Es un poema teológico. Tiene su origen en el Antiguo Testamento y en fuentes anteriores al evangelio e independientes de él. Juan hace el elogio de la Palabra al estilo con que el Antiguo Testamento lo hacía de la Sabiduría (Prov 8,22-31; Sab 9,912; Eclo 24,3-9). Lo mismo que la Sabiduría, aparece la Palabra en su trascendencia e inmanencia: en su trascendencia, porque es anterior al mundo y anima la creación y el futuro de este mundo; en su inmanencia, porque viene a habitar en su pueblo y a traerle sus beneficios. Está redactado en forma parabólica, cuyo centro coincide con los versículos 12-14. Este es el esquema: -La Palabra junto a Dios (vv.1-2). –El Hijo junto al Padre (v 18) -La creación es fruto de la Palabra (v.3). –La re-creación es propia del Hijo (v 17) -La Palabra, vida y luz de los hombres (vv.4-5). –El Hijo es la plenitud de los hombres (v 16) -Testigo: Juan Bautista (vv.6-8 ). –Testigo: Juan Bautista (v 15) -Venida al mundo de la Palabra (vv.9-11). –Venida del Hijo en la carne (v 14) - Finalidad: hacernos hijos de Dios (vv 12-13) 9 1. La Palabra es Dios En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios (vv.1-2). Estos dos primeros versículos constituyen una introducción al resto del prólogo. Juan ha querido poner una base sólida, darnos la razón última de por qué esta Palabra -que encarnada se llama Jesús de Nazaret- puede hablarnos de Dios. Nos la presenta en la esfera divina, preexistiendo al principio de la creación (Gén 1,l ss), en plena comunión con el Padre. La Palabra tiene como contenido el proyecto de Dios y su ejecución. Juan arranca de la existencia eterna de la Palabra, más allá del tiempo. Palabra que tiene como función esencial hablar, dirigirse a alguien esperando ser acogida y respondida. Supone siempre unos destinatarios. La Palabra es Dios. La palabra de una persona es la expresión de su intimidad, de su pensar, de su sentir, de su querer, de su ser interior, de su misterio personal y de su vida. Es la manifestación activa de un yo para dejarse conocer y ser aceptado o rechazado. Lo que llamamos palabra de Dios es la expresión de su intimidad, de su pensamiento y de su voluntad, de su ser personal, de su misterio y de su vida. Expresión total, plena, perfecta. Esta Palabra es el Hijo; encarnada es Jesús. Hay una prehistoria de la palabra de Dios, que preexistía a la creación, que es eterna como Dios mismo. Hay también una historia de la palabra de Dios en dos etapas: creadora y salvadoraliberadora. Dios crea por su Palabra, re-crea por su Palabra, se hace Palabra en Jesús. Y Jesús nos revela la vida íntima de Dios, que es la luz de los hombres. Nos es difícil expresarnos, y hay tantas opiniones distintas porque nuestras vidas no están comprometidas, porque no nos colocamos en el lugar de los que sufren las injusticias, porque nuestras vidas no están respondiendo al plan creador de Dios. De ahí tantas conversaciones intrascendentes. Por eso es tan doloroso hablar cuando estamos algo comprometidos por el Reino. La teoría aleja criterios; la experiencia de unas vidas comprometidas los va unificando. La palabra quema; por esa razón la palabra de Dios acabó su vida en el patíbulo. La palabra vacía, vana, es lo más contrario a la palabra de Dios. ¿Por qué me vendrá ahora a la memoria la llamada "prensa del corazón"? Es la falta de una vida solidaria con nosotros mismos y con el mundo lo que hace tan superficiales tantas cosas en nosotros y en los que nos rodean. Ese no saber hablar y vivir más que de fútbol, quinielas, loterías, modas, programas de televisión, música que no es más que ruido estridente..., ¿no es expresión de una vida vacía? Los hombres debemos ajustar nuestras vidas a esa Palabra primordial, debemos escucharla para tener vida. Palabra original, que relativiza todas las demás palabras. Todas las palabras ante- 10 riores eran expresión parcial de su plenitud. Las posteriores no pueden ser más que clarificaciones de esa misma Palabra. Todas las maneras de concebir al hombre quedarán superadas en la medida en que se conozca el proyecto de Dios sobre el hombre en Jesús de Nazaret. No es una palabra ocasional, sino única y permanente, una interpelación continua, anterior a la Ley y a los Profetas y a la creación del mundo. Frente a la Palabra todo queda relativizado y circunscrito a una época determinada de la historia. 2. La creación es fruto de la Palabra Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho (v.3). Todo fue hecho a imagen y semejanza de la Palabra y todo debe desarrollarse según esa Palabra. Nada existe fuera del proyecto divino, expresado y realizado en su Palabra. No hay criatura que no sea expresión de la Palabra ni que sea mala en sí misma. El mal no es fruto de la obra creadora. Las montañas, el mar, las llanuras, el firmamento..., el hombre..., todo es reflejo de Dios. El progreso material sigue un camino falso al obligar a los hombres a encerrarse en las ciudades. Al ser la Palabra la fuerza creadora de todo, funda el origen de todo: Al principio creó Dios el cielo y la tierra (Gén 1,1). La creación es la primera revelación de Dios. Dios creó la primera materia de la nada; es decir, sin materia ni forma preexistentes. De esa primera materia fueron surgiendo todas las cosas. El cómo corresponde a los científicos, ya que el relato bíblico es simbólico, tiene una finalidad religiosa. En la Naturaleza todo nos habla de Dios, siempre que sepamos ver y escuchar (Rom 1,20): la belleza de una noche estrellada; la inmensidad de los mares, de las llanuras y de las montañas; el agua que, con sed de infinito, corre hacia el mar; los árboles que todos los años pierden sus hojas y parece que mueren, para resurgir cada primavera... Toda la Naturaleza nos habla de infinito, de plenitud. Sin olvidar las maravillas de los espacios siderales. El contacto con la Naturaleza es vital para la vida del hombre. En ella se logran amistades profundas y duraderas, se aprende la entrega a los demás y el compartir..., como hemos descubierto muchos en los campamentos escultistas. En contacto con la Naturaleza se experimenta qué pocas cosas materiales son necesarias para vivir felices; se aprende el sentido de lo esencial. A causa del "pecado del mundo" (Jn 1,29), los hombres no comprendimos esta primera manifestación de la Palabra, por lo que nos es necesario aprender desde niños a experimentar esta 11 realidad. Sin ese pecado -mal del mundo- descubriríamos fácilmente la belleza de la creación, las "huellas" de Dios en ella. Las ciudades esconden la obra de Dios a causa de las obras de los hombres, empeñados muchas veces en un progreso destructivo y en unas diversiones alienantes. Y dijo Dios... (Gén 1,3ss). Nuestra mentalidad occidental considera las palabras sólo en relación con el pensamiento que expresan. Para el hebreo son una realidad viviente. En el relato bíblico de la creación, Dios "habla" y sus palabras son la luz, el firmamento, las montañas, los animales, el hombre. La eficacia de la palabra depende de la convicción del que la pronuncia. Cuando Dios nos habla, los hombres quedamos existencialmente envueltos. Su Palabra es creíble porque es creadora: habla y nace el mundo, habla y sanan los enfermos, habla y los pecados son perdonados, habla y los muertos vuelven a vivir... La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón (Heb 4,12). La palabra de Dios siempre es eficaz, nunca cae en el vacío. Por eso se puede decir que la palabra de Dios es siempre sacramental: realiza lo que significa. Nuestro mundo, inundado de palabrería, ha perdido la atención y la fe en las palabras. Las hemos vaciado de su verdad, de su realidad, de su fuerza. Los anuncios de televisión son una prueba de ello, y no la peor: pensemos en el mundo de los políticos... Tenemos que liberar la Palabra dentro de cada uno de nosotros, porque es nuestra verdadera vida. De esa forma nuestras palabras volverán a decir algo y a hacer algo. Nos tenemos que poner bajo el influjo de la Palabra que todo lo rehace, como se pone el barro en las manos del alfarero. Porque no nacemos plenamente nacidos ni venimos a la vida totalmente vivos. Vamos naciendo y viviendo según vamos haciendo nuestro el proyecto que tuvo Dios al crearnos. Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gén 1,26). Dios es trino. Esta realidad no podemos explicarla: es el mayor de los misterios. Pero podemos experimentarla, porque somos imagen y semejanza de ese Dios trino, de ese Dios que es comunidad de amor. Esa es la razón de la incapacidad que experimentamos todos los hombres para ser felices solos. Necesitamos de los demás para ser felices; de todos los demás para serlo en plenitud. Solamente lo lograremos después de la muerte. El designio de Dios es que el hombre sea la expresión de su misma realidad divina. También el hombre nos habla de infinito y de plenitud. 3.La Palabra, vida y luz de los hombres En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres (v.4). 12 En la Palabra está la única vida. Sin ella la humanidad vive sumida en la muerte, en las tinieblas. Los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas han buscado la respuesta definitiva a sus anhelos y búsquedas. En cada uno de nosotros existe un profundo deseo de encontrar el sentido de las cosas y de la vida, de encontrar una respuesta a nuestros interrogantes, sufrimientos y esperanzas. ¿Cómo vivir en paz sin saber de dónde venimos, adónde vamos, por dónde debemos ir? Nuestro mundo nos marca un ritmo de vida en el que no es posible la reflexión y el silencio. Vivimos atosigados por los problemas de la vida diaria: la casa, los hijos, los padres, los estudios, el trabajo, lo que queremos comprar, las dificultades de los amigos, el hecho de que no cuentan lo suficiente con nosotros, la situación política y económica... Todo esto es como una tela de araña que nos impide ver por qué vivimos, y sufrimos, y luchamos. Y mientras tanto, la Iglesia preocupada fundamentalmente por mantener una institución anquilosada, lejos de las preocupaciones concretas de los hombres. ¿No emplea la mayor parte de sus efectivos -sacerdotes, religiososen sacramentalizar y no en evangelizar? Y cuando algunos de sus miembros intentan abrir caminos nuevos... todo son dificultades de la institución. De ahí el bochornoso desprestigio, ganado a pulso, entre gran parte de intelectuales, obreros y jóvenes, principalmente. Desprestigio que no alcanza a Jesús de Nazaret, que sigue siendo considerado como un hombre excepcional. La finalidad de Dios al crear el mundo fue la comunicación de vida. Y ésa es la misión de Jesús: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10). Jesús nos revela la vida plena que ya está en el interior del hombre. Porque la plenitud de vida está contenida en el proyecto de Dios, según el cual el hombre ha sido creado; el anhelo de plenitud de vida es constitutivo de su ser; anhelo que lo invita a realizarse. Los hombres percibimos que estamos destinados a la plenitud y que tal debe ser el objetivo de nuestra existencia y actividad. Tenemos que entender la vida como actividad encaminada a conseguir la plenitud, la perfección, la felicidad, la justicia, la paz, el amor para todos. Actividad que nos llevará a descubrir que sólo la vida eterna puede contentar y saciar nuestro pobre corazón, demasiado grande para el mundo que le rodea. El secreto de la vida y su fecundidad está en la amplitud en el mirar y en la fuerza que ponemos en realizarlas. Una vida que no podemos alargar, pero sí ahondar. Una vida que no podemos convertir en un juego y en un hacer cosas: la vida es actividad creadora y entrega de sí mismos. Una vida verdadera es siempre el resultado de luchas y desgarramientos, porque la vida es una continua elección y elegir supone renunciar. Elección que nos fuerza a reflexionar, a pensar. Aunque parezca un juego de palabras, es verdad que el que no vive como piensa acaba pensando como vive. Nada hay que los hombres deseemos conservar mejor y que tratemos peor que la propia vida. Vivimos demasiado superficialmente. 13 Sin Dios -sin todo lo que El representa- la vida no tiene sentido. Es una farsa trágica. Está muy lejos del proyecto creador divino. No hace falta vivir mucho para descubrirlo. Se podría objetar que existen muchos agnósticos y ateos que trabajan seriamente por hacer este mundo más humano. Yo creo que con ese trabajo están demostrando que creen en Dios, aunque lo llamen de otra forma. Dudo de los que hablan mucho de Dios y no mueven ni un dedo para mejorar el mundo que les rodea. La vida precede a la doctrina, a la verdad. La verdad nunca es teórica, sino explicación o defensa de un hecho de vida ya existente. Aceptar a Jesús es aceptar la vida tal y como se manifiesta en su persona y se expresa en sus obras. Una vida que es norma de toda actividad verdaderamente humana, ofrecimiento de plenitud y que está dentro de cada hombre esperando ser desarrollada. Juan identifica la vida con la luz. La vida es luz porque es visible y reconocible. La vida de Jesús de Nazaret, experimentada y aceptada, se revela como verdad. El brillo de la verdadera vida es la verdad, que se impone por su evidencia. Para el hombre la única luz-verdad es el resplandor de la vida. La luz es la vida en cuanto perceptible. La verdad es la vida misma en cuanto se puede experimentar y formular. 4. La tiniebla, enemiga de la vida La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió (v.5). La obra creadora de Dios se convierte en obra de salvación-redención-liberación al haberse interpuesto una realidad hostil, la tiniebla, que domina a la humanidad e impide que la creación llegue a su término. Hemos nacido en medio de la lucha de la luz y de la tiniebla. Pero hemos caído del lado de la tiniebla, porque vivimos superficialmente. En la superficie de nuestra vida estamos en contra de la Palabra. Pero si la ahondamos, en la oración silenciosa y en la lucha por la justicia, encontraremos el anhelo de esa Palabra en la intimidad de nuestro ser. En la superficie de nuestra vida aletea "el pecado del mundo": ceguera, comodidad, egoísmo, insensibilidad, individualismo... A ese nivel, nuestro corazón es de piedra, incapaz de latir; nuestra mente es de dura cerviz, sin posibilidad de entender. En lo íntimo de nuestro ser late la imagen y semejanza de Dios, el deseo de plenitud y de infinito. Cuando comenzamos a vivir según la Palabra, comenzamos a tomar conciencia de nosotros mismos. La luz no ha cesado de brillar en medio de un cerco de tinieblas que intentan apagarla. La aspiración a una vida plena ha existido siempre en la persona humana; se inserta en su mismo ser: queremos ser "el bueno" de la película, un buen ejemplo nos cautiva, un buen profesor, un 14 buen compañero, una persona que vive entregada a los demás... Aunque no sean más que ejemplos, nos pueden servir para intuir dentro de nosotros esa aspiración a la luz. La tiniebla no es una mera ausencia de luz, sino una enemiga de la vida. Intenta extinguir la luz, porque ante ella no tiene nada que hacer. Basta que la luz se encienda para que desaparezcan las tinieblas. La luz es una acusación para la tiniebla. La tiniebla no puede recibirla, porque dejaría de existir. Por eso es tan atacado el bien en la sociedad, y fracasa normalmente el justo. La tiniebla es una falsa ideología que, al ser aceptada, ciega al hombre, sofocando su aspiración a la plenitud de vida. ¡Cuánta tiniebla en nuestra sociedad de consumo! La luz no fuerza ni violenta; es evidente por sí misma, animando a la opción. Vivimos entre dos polos antagónicos: luz-vida y tiniebla-muerte. La dialéctica vida-muerte está presente en la historia y en cada uno de nosotros. ¿Quién puede decir que es todo luz o todo tiniebla? Hay aspectos en nuestra vida en que amamos la tiniebla: todos aquellos que no queremos cambiar y sabemos que están mal planteados. En otros parece que amamos la luz: normalmente son aspectos de nuestra vida que ya realizamos porque nos son más fáciles. ¡Qué difícil es vivir plenamente abiertos a la Palabra! Si el anhelo de plenitud de vida pertenece al ser profundo del hombre, reprimirlo significa obrar contra la propia naturaleza e impedir el propio desarrollo. En esto consiste "el pecado del mundo". El hombre puede comprender, si quiere, qué significa ser plenamente hombre. A ello ha aspirado siempre, a pesar de su comodidad y de las dificultades del ambiente. Para ello necesita reflexión, oración, silencio y compromiso. Todo el que anhele de verdad vivir en plenitud, al encontrarse con la luz optará por ella. Quien, por razones inconfesables -"porque sus obras son malas" (Jn 3,19)-, reprime esa vida en sí mismo o en los demás, combatirá la luz y optará por la tiniebla. Juan encarna la tiniebla en la institución judía, que había absolutizado la Ley y estaba en contra de la vida. De ahí su rechazo de Jesús. ¿Dónde encarnar hoy la tiniebla? En todo sistema de poder y de opresión que impida al hombre realizarse plenamente según el proyecto divino. Y en todo hombre que no se esfuerce por realizar en sí mismo ese proyecto. La tiniebla es muerte: injusticia, mentira, odio, guerra, paro... Los dominados por ella son muertos en vida; más los que la causan. 5. Testigo: Juan Bautista Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. 15 No era él la luz, sino testigo de la luz (vv.6-8) La mención del Bautista nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una idea, algo abstracto, sino Alguien: la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret. Jesús es la "luz del mundo" (Jn 8,12) y quiere iluminar a todos los hombres. Testigo de esta luz fue Juan Bautista. Luz que puede aclarar el misterio humano. La misión de Juan es declarar en favor de la luz, despertando la esperanza de los hombres. Juan tenía luz, pero no era la luz porque no realizaba plenamente el proyecto divino en sí mismo ni podía comunicar la vida plena por no poseerla. Juan apoya su testimonio en la aspiración del hombre y anuncia, al mismo tiempo, la posibilidad de su realización. Pretende despertar nuestros anhelos y sacarnos de la resignación y de la mediocridad. Para responder a su invitación tenemos que darnos cuenta de la situación de muerte en que estamos sumidos. Juan era levita y no estaba en el templo. Se había preparado en el desierto para su misión, profundizando en sus ideales y descubriendo cuáles eran realmente suyos. Para que lo fueran necesitaba bastante tiempo: el tiempo de la reflexión, de la oración, de la asimilación personal, de la maduración del propio compromiso, de la entrega de la vida a ellos. Sólo nos es lícito creer en nuestros ideales después de pagar por ellos el precio de la búsqueda, de la paciencia, de la esperanza, de la entrega. ¡Qué fácil les es a la mayoría de los cristianos aceptar las "verdades de la fe"! El verdadero testigo, el profeta, es el hombre que tiene que comunicar una palabra que le explota dentro, y que sabe que esa palabra tiene que pudrirse en la oscuridad, en el rechazo, en la incomprensión, en el sufrimiento... Es el proceso del grano de trigo (Jn 12,24): siempre muere antes de nacer la espiga. El verdadero testigo es el que tiene el coraje de las prolongadas y extenuantes esperas, como Juan: transmitir lo que más ilusiona y preocupa, insistir años y años en los mismos temas fundamentales, afanarse en inculcar y en vivir lo que nos puede hacer plenamente hombres... y encontrarse siempre las mismas defensas, las mismas historias y superficialidades, los mismos prejuicios indestructibles, los mismos equívocos... Y seguir adelante. Seguir sembrando aun cuando se experimente el abandono casi general al llegar a cierta edad. Seguir esperando en medio de la indiferencia casi general. La Palabra parece inútil. Ahí están los hechos para demostrarlo. Y, sin embargo, la prueba de la inutilidad es precisamente la decisiva para la Palabra. Cuando parece inútil, la Palabra se hace fecunda por la vida del que la pronuncia. Cuando parece que no cambia nada, la Palabra realiza su acción silenciosa y revolucionaria, transformadora en profundidad. Juan murió de una forma absurda, pero sigue vivo en su misión de testigo, anunciador de la luz. 16 Las palabras carecen de efecto cuando nacen de la costumbre, cuando "se repiten", cuando no son confirmadas por la convicción, por la autenticidad de la vida del que las pronuncia. Las palabras, aun las verdaderas, no funcionan cuando no es "verdadera" la vida del que las dice. Aunque es verdad que juegan un papel importante la comodidad y la superficialidad, los demás no aceptan nuestras palabras porque tampoco las aceptamos nosotros: las decimos sin convencimiento. Los demás no las toman en serio porque tampoco nosotros las tomamos en serio. Y así es inevitable que se nos oiga distraídos, adormecidos. Un testigo se hace creíble no si aparece triunfante, sino si queda como aplastado bajo el peso de una aventura demasiado grande para él. Antes de hablar debemos comprobar si las palabras nos "dicen" a nosotros mismos. Deben nacer dolorosamente, poco a poco, como si no las hubiéramos pronunciado nunca antes. Solamente eliminando de nuestras palabras toda jactancia y seguridad podremos ponerlas al servicio de la Palabra. Entonces también nuestras palabras llegarán al corazón de los oyentes; pero no serán ya nuestras. Debemos creer y comunicar solamente aquellas palabras en favor de las cuales estemos dispuestos a entregar el precio de la vida. A causa de ello, no podremos ser de muchas palabras: su costo es espantoso. 6. Venida al mundo de la Palabra La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre (v.9). La luz plena se manifiesta en la historia en una existencia humana: el Mesías. Esta luz verdadera se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley. Los hombres tenemos un criterio para distinguir las luces verdaderas de las falsas: nuestro anhelo de vida y plenitud. Todo aquello que aliente ese anhelo será verdadero en la medida en que lo aliente. Lo que reduzca al hombre a un ir tirando o lanzándolo por otros caminos será falso. Si Jesús es la luz, donde El no llega hay tinieblas. Somos libres para aceptarlo o no. Pero solamente hay luz en nuestra vida en la medida que lo aceptamos a El, con nuestro modo de vivir, consciente o inconscientemente. La Palabra es luz, ilumina hasta lo más profundo y escondido del hombre. Pero tenemos que abrir los ojos, tenemos que encontrar silencio. Es fatal acostumbrarnos a ella: pierde toda su eficacia. Es el problema, a mi juicio, de la Iglesia institucional. 17 De la Palabra surge el hombre nuevo. La vida de Jesús es la prueba de ello. Vivió a contrapelo de la corriente general: sus criterios, sus apreciaciones, sus puntos de vista, sus valores... no tenían nada que ver con los de los hombres que le rodeaban; que vegetaban, pero no vivían. ¿Tienen algo que ver con los criterios de la mayoría de los cristianos? Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció (v.10). Ya estaba en el mundo, porque todo se había hecho según esa Palabra. En la Palabra que llega al mundo está presente el proyecto creador de Dios, que incluye la meta que debe alcanzar la humanidad y toda la creación. Los hombres no hicieron caso de la Palabra, no reconocieron su interpelación a pesar de serles connatural. Este versículo resume la situación de la humanidad hasta la encarnación de la Palabra en Jesús. Describe el rechazo voluntario del proyecto creador de Dios sobre el hombre, anuncia el "pecado del mundo" "Mundo" es todo lo que somete al hombre, quitándole hasta el deseo de la propia plenitud. La humanidad en su conjunto se dejó meter en su engranaje de opresión y renunció a vivir. Quedó dominada por el pecado al aceptar el sometimiento a unos "valores" que le impedían dejarse interpelar por la Palabra. No existe zona neutra entre luz y tiniebla. Si la humanidad está sumida en la tiniebla, tiene que salir de ella para dejarse interpelar por la Palabra. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (v.11). La entrada de la Palabra en la historia humana, las reacciones que provoca y los efectos en los que la aceptan constituyen la unidad central del prólogo. Jesús ha sido rechazado por Israel y por el mundo, por la casi totalidad de los hombres. Juan resalta el fracaso de la antigua Alianza, la incompatibilidad entre los dirigentes judíos y Jesús, debido a la distinta concepción de Dios en unos y otro. El Dios de Jesús -Dios creadorcomunica vida. El Dios de los dirigentes religiosos judíos -Dios legislador- oprime al hombre. Para los dirigentes judíos, la fidelidad a la Ley era el valor supremo, aunque matara al hombre; y así hicieron de la Ley un instrumento de opresión y de muerte. ¡Cuántos murieron en nombre de esa Ley! La "idea" de Dios sobre el hombre se realiza en Jesús en toda su plenitud. Y así es el modelo de Hombre, el Hijo de Dios, el Hombre total. Vivimos en un mundo de consumo y de prisas, en un ritmo frenético de trabajo y de cosas que hacer..., y no tenemos tiempo para vivir y profundizar en el encuentro y en la comunión 18 con Jesús. Así se nos vacía la vida y se nos muere la fe sin apenas darnos cuenta. Ignoramos a Cristo. Existimos en la superficie de las cosas, sacudidos hasta por los vientos más ligeros. En toda relación de amistad es necesario un conocimiento profundo, personal, del otro. Porque nadie quiere de verdad al otro sin conocerle. Y nadie llega de verdad a conocer a otro sin amarle. A más conocimiento y comunicación, más amor. A más amor, más conocimiento y comunicación. Al amigo y al ser amado se le encuentra para seguirlo buscando, a fin de conocerle mejor y amarle y encontrarle más a fondo. Lo mismo sucede con Jesús: hay que buscarlo continuamente para encontrarlo, y se le encuentra para seguir buscándolo. Tenemos que tomar muy en serio hacer un hueco importante en nuestra vida para vivir a gusto la búsqueda personal de Jesús, para renovar el encuentro, ahondarlo, profundizar en su mensaje y en su persona. Y todo ello jalonado de encuentros sacramentales y comunitarios en la eucaristía y en la penitencia. 7. Finalidad: hacernos hijos de Dios Pero a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre (v.12). Dios quiere que el hombre alcance su plenitud humana y de ese modo llegue a ser su hijo. Aunque los suyos no lo acogen, hay quienes lo aceptan, sobre todo fuera de su pueblo. Juan habla primero de repulsa, después de aceptación. Recibirlo es sinónimo de fe. Y la consecuencia de esta aceptación es llegar a ser hijo. Esta filiación no procede de la carne ni de la sangre. Ser hijos de Dios es realizar en sí mismos el ideal de hombre, según el plan de Dios. Todo ideal del hombre que esté por debajo de éste limita el proyecto divino sobre él. El ser hijo hay que demostrarlo con una vida que se asemeja cada vez más a la del Hijo. El verdadero hijo es el que imita a su padre y aprende de él, siempre que el padre sea digno de ello. En el caso del Padre Dios no hay ninguna duda. Una vida que fundamentalmente debe consistir en el amor a todos los hermanos. El Padre Dios, como verdadero Padre que es, no da a los hijos la existencia ni el mundo hechos; les comunica su capacidad de amor y de entrega, para que ellos mismos se realicen como personas y construyan el mundo según los planes del Creador. Para esa realización personal y del mundo, el hombre no está solo: colaboran con él el Padre y Jesús, sus compañeros por el camino de la vida. Juan no nos ofrece la adhesión a una ideología, sino a una Persona en cuanto es modelo y dador de la vida que Dios ofrece a la humanidad. El cristiano no es seguidor de unas verdades o de unos dogmas, aunque éstos sean muy sublimes, sino de una Persona. El cristianismo es una Persona: Jesús de Nazaret. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, 19 ni de amor humano, sino de Dios (v.13). Opone dos tipos de nacimiento: el carnal y el de Dios. Los que lo reciben nacen de Dios. Este nacer de nuevo es aceptar a Jesús, su modo de vivir y seguirlo. Es captar su Espíritu y asimilarse a El. Un nacer de nuevo que Juan va a desarrollar en el encuentro de Jesús con Nicodemo, en el capítulo tercero de su evangelio. 8. Venida del Hijo en la carne Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad (v.14). Es la encarnación. Nuestro Dios no es un Dios mudo, ni lejano, ni amenazador. Es un Dios que nos habla, y su Palabra encarnada se llama Jesús. Una Palabra hecha persona, que es el Hijo de Dios, que es Dios. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros tiene tanta importancia el dirigirnos o no la palabra unos a otros; si nuestra palabra de amistad y de amor puede significar tanto para nosotros, ¿qué será esa palabra de Dios, su propio Hijo, que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está siempre entre nosotros? Juan describe la llegada de la Palabra en términos de experiencia. El proyecto divino se ha realizado en plenitud en una existencia humana, la vida es palpable, visible, accesible. Dios habita en un hombre. Muchos no aceptan que Jesús sea Dios. Y nos alarmamos. ¿Por qué no admitir grados en su aceptación? Lo esencial es imitarlo en la vida. Lo demás viene por añadidura. Es normal ver en El, primero, a un hombre extraordinario. Después puede llegar el creer que es el hombre en plenitud y, por lo mismo, el Hijo único del Padre. Lo que es absurdo es pensar que creemos en El sin que se note en la vida, que es lo más frecuente. La existencia de Jesús de Nazaret nos tiene que llenar de alegría, porque nos desvela el sentido global de la vida y del mundo, siempre dentro de la oscuridad de la fe. Jesús tiene la clave para comprender por dónde deben ir los caminos de nuestra vida. En Jesús descubrimos hasta dónde puede llegar un hombre cuando es dócil a la palabra de Dios, cuando vive dependiendo de ella: se convierte él mismo en Palabra. Dios nos dice todo lo que es -y lo es todo- por su Palabra Jesús. Otros hombres -profetas, fundadores de otras religiones, buscadores y luchadores por un mundo de fraternidad e igualdad...- han sido y son revelaciones parciales del Padre. 20 Los hombres somos un vacío con ansias de plenitud, una nada con aspiraciones de serlo todo, que provoca una tensión que nos lleva a una desesperación o a una esperanza. El ruido no nos deja ser conscientes de nuestro vacío, de nuestra nada, de nuestra miseria. Sin silencio y sin compromiso, la vida de Jesús deja de ser un misterio de contemplación. Y si perdemos la capacidad de contemplar, perdemos uno de los valores esenciales de la vida cristiana. La vida de Jesús nos invita a un esfuerzo de silencio. Su lenguaje es silencio, su verdad y su amor son silencio. Su Palabra sólo la podemos acoger en silencio y en humildad, que es como el silencio del corazón. Nuestra capacidad de silencio y de contemplación es nuestra capacidad de poder conectar con Jesús. El objetivo del mal -y de la sociedad de consumo- es convertir todo el mundo en un gran ruido, en una gran tiniebla. Un ruido organizado, que no deje oír, ni pensar, ni vivir. La Palabra entra en la historia humana como uno más de los que hacemos esta historia. Se hace "carne"; es decir, hombre débil, caduco, impotente, limitado, abocado a la muerte. Y, al mismo tiempo, "lleno de gracia y de verdad". La Palabra "acampó entre nosotros". Es la culminación de todos los ensayos de Dios para vivir en medio de los hombres. Se ha encarnado en la historia para orientarla y hacerla luminosa. Ya no estamos en tinieblas. Existe un sentido en la vida, un futuro, una esperanza. Si seguimos el camino de Jesús, entraremos en comunión con la vida de Dios. Ha desaparecido la distancia entre Dios y el hombre y la búsqueda angustiada de Dios. "Contemplar la gloria" equivale al conocimiento personal, a la experiencia inmediata de Dios, a contemplar la plenitud de Dios, presente en Jesús. La presencia de Jesús equivale a la del Padre (Jn 14,9). Jesús es el "Hijo único": sólo El posee la plenitud humana y divina. Quien no contempla la gloria no puede llegar a creer. La entrada de la Palabra en la realidad humana sitúa al hombre ante una necesaria decisión de aceptación o de rechazo. Esta Palabra es, esencialmente, interpelante. Ser cristiano hoy significa ser "signo" para los hombres de hoy. Estamos obligados a buscar, incansablemente, el modo de presentar esta Palabra de forma que sea interpelante para los hombres que nos rodean. Somos cristianos en la medida en que lo somos para nuestros contemporáneos, en la medida en que hacemos presente a Jesús en la sociedad actual con nuestro modo de vivir. Esta es la ley de la encarnación. Porque Jesús no encarnó un tipo abstracto de hombre. Se hizo hombre en un tiempo determinado, en una familia y en un pueblo determinados, en un tiempo histórico y cultural precisos. No podemos responder a una pregunta de hoy con una respuesta de ayer. Hemos de ser actuales. Ser actual es la única manera de ser fiel a la Palabra de siempre. Una Palabra que debo transmitir con mis palabras y con mi vida. Y las palabras y la vida de un hombre son 21 siempre muy limitadas. Una Palabra que choca con mis resistencias, insuficiencias y oscuridades. Una Palabra que juzga y pone en crisis mis palabras y revela mi miseria de instrumento. 9. De nuevo Juan Bautista Juan da testimonio de él y grita diciendo: -Este es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo" (v.15). El gusto de la Palabra lo tiene únicamente quien tiene el gusto del silencio. El hombre de la Palabra es, ante todo, el hombre del silencio. Antes de tener el coraje de las palabras, los verdaderos profetas tienen el coraje del silencio. En el silencio es donde se apoderan de la Palabra, la hacen suya, carne de su carne y vida de su vida. Quizá sea mejor decirlo al contrario: en el silencio es donde la Palabra se apodera de ellos, los hace suyos. Es en el silencio donde la Palabra se incorpora a nosotros, se encarna en nosotros, madura en nosotros. Y nosotros maduramos con ella. Es en el silencio donde la Palabra alcanza su propia fuerza creadora, donde encuentra su fecundidad y nos descubre nuestra verdad. Sin silencio decimos cosas, pero nuestras palabras se niegan a "hablar", no dicen nada. Nuestra palabra y nuestra vida, en este mundo dominado por el ruido, llegarán a su destino si están impregnadas de silencio. Este es el caso de Juan el Bautista -surgió del desierto y vivió en él- y de las comunidades cristianas primitivas que nos han transmitido su testimonio. Testimonio confirmado por su propia experiencia. Testimonio realista, humilde, en el que ha desaparecido todo triunfalismo personal. 10. El Hijo es la plenitud de los hombres Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia (v.16). El amor del Hijo se ha comunicado a los suyos. Amor que existe en la comunidad y en cada uno de nosotros. Amor que es la prueba para el mundo de la credibilidad de Jesús, como nos repitió tantas veces en el transcurso de la última cena. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (v.17). Moisés era considerado por los judíos como el mediador por excelencia. Pero no pudo aportar de parte de Dios más que la ley. Jesús, en cambio, aporta la gracia, el amor y la felicidad. El texto presenta una clara oposición entre la ley, exterior al hombre, y el amor, realidad interior que transforma al hombre desde dentro; entre la ley que vacía al hombre y el amor que se hace constitutivo de su ser. La ley era separable del legislador. El amor es el mismo Jesús, que tiende a crear una comunidad de vida entre los hombres como la que existe entre El y el Padre (Jn 17,21). Ante Jesús queda clausurada la antigua Alianza promulgada por Moisés. Y comienza la nueva Alianza, fundada en el hombre nuevo, no en la ley externa. La acción de Jesús será hacer partíci- 22 pes a los suyos de la vida que El posee en plenitud, para que recorran con El el camino que marcó. Moisés intentó transmitir en una ley el conocimiento intelectual que había adquirido, pero no consiguió reflejar el ser de Dios. Esta ley, al ser absolutizada, "tapó" a Dios. De ahí su fracaso. Me pregunto si este riesgo no lo han corrido las comunidades cristianas en demasiadas ocasiones. 11. El Hijo junto al Padre A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (v.18). Conocer el Dios engendrado, el Hombre-Dios; conocer el proyecto divino plenamente realizado en el Hijo único, equivaldrá a conocer a Dios y será el único medio de conocerlo como es en sí. Solamente Jesús, el Dios engendrado, por su experiencia personal e íntima, puede expresar lo que es Dios. Jesús es la explicación plena de Dios. Lo "explica" con su persona y sus obras; con su enseñanza, que nunca es teórica, sino existencial. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios. Revela lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto divino: el hombre acabado, el modelo de hombre. Revela lo que es Dios, dedicando toda su vida a dar vida al hombre; haciendo, a través de ella, presente el amor sin límites del Padre. Jesús es el único dato de experiencia de Dios al alcance del hombre. En su persona va a poder conocer la humanidad, por primera y única vez, el verdadero rostro de la misteriosa e insondable divinidad Esto contradice la constante utilización del nombre de Dios: "Dios lo quiso... Dios os pide..." Parece que lo sabemos todo de El, de lo que es y quiere. Como si comiéramos con El todos los días. Y esto ha causado y causa una pérdida de fe en este Dios del que no se ha respetado su trascendencia. En cambio, no hemos anunciado con la suficiente firmeza que a este Dios desconocido y trascendente -que siempre está más allá de nuestras imaginaciones y normas- le podemos conocer a través de la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret. Jesús es la manifestación del Padre. Quien lo ve a El, "ve" al Padre (Jn 14,9). Un ver que sólo es dado a quien oye la Palabra y la pone en práctica. Con frecuencia experimento como si el Dios en el que creemos unos y otros no fuera el mismo. Me da la impresión que son muchos los dioses que circulan por el mundo, y que cada uno tendemos a apropiarnos uno que sea dócil a nuestras conveniencias. Y así vemos cómo se compagina la fe en Dios con todo tipo de atrocidades: opresiones, dictaduras de derechas, torturas, asesinatos, injusticias, desigualdades económicas increíbles..., triunfalismos..., cometidos por hombres que tienen el nombre de Dios constantemente en la boca, que no en el corazón. 23 Tenemos que ser conscientes; sólo existe un Dios verdadero: el manifestado en Jesucristo. Y saber cómo es no es fácil; no se improvisa. Nos exige una constante búsqueda y un constante compromiso con la justicia, la libertad, la paz, la verdad, el amor... para todos. Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas. Y han de ser relativizadas. Todas las explicaciones posteriores que no hayan tenido en cuenta a Jesús corren la misma suerte. Dios no termina su proyecto creador dando existencia al hombre "modelado de arcilla y animado por un aliento de vida", como relata simbólicamente el libro del Génesis; lo acaba al engendrar al Hijo, comunicándole su misma divinidad. La acción creadora alcanza su cumbre en la paternidad y en el amor de Dios. La aparición de la Palabra en la carne, por gratuita e inesperada que sea, no carece de continuidad con otras manifestaciones: era ya audible en la creación y en la historia, por una parte, y en la Ley y los Profetas, por otra. Quienes no sean capaces de leer su intervención en los campos de la creación o de la revelación no podrán tampoco descubrir la Palabra hecha carne. Y recíprocamente, creer en la Palabra hecha carne es también encontrarla en la creación a la que anima, en la humanidad que asume y en las Escrituras que inspira. 24 ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JESÚS A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: -No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: -¿Cómo será eso, pues no conozco varón? El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente, Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: -Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró. (Lc 1,26-38) Los evangelios son escritos después de la resurrección de Jesús y desde la fe en esa resurrección. Es evidente que Lucas no hace historia como la haría un historiador moderno. Lo que escribe no puede tomarse al pie de la letra, porque recoge los hechos como eran interpretados por la comunidad cristiana primitiva; hechos en los que se palpaba la acción liberadora de Dios. Por eso, y de acuerdo con aquella mentalidad, los revestían con señales divinas. Y ahora nos es ya imposible separar lo histórico del simbolismo con el que ha sido rodeado. Este pasaje evangélico es muy delicado a causa de su género literario, su composición imaginativa y la lectura historicista que se ha hecho de él. Es necesario que ahondemos en su mensaje, superando el modo en que se nos ha comunicado. 25 1. Protagonistas de la narración El mundo seguía su curso. Los poderosos continuaban haciendo sus planes. Y, entretanto, en un rincón despreciado, acontecían secretamente unos hechos que iban a cambiar la historia de los hombres. Lucas nos presenta el anuncio del nacimiento de Jesús ,como el cumplimiento de todas las promesas hechas por Dios a los hombres en el Antiguo Testamento, como la Buena Nueva respuesta plena- a las esperanzas del pueblo. Por su belleza literaria y por la hondura de su mensaje, este pasaje es uno de los textos centrales del Nuevo Testamento. Son cinco los protagonistas que en él intervienen: Dios, Jesús, el Espíritu Santo, María y la salvación. Dios es quien actúa desde el fondo. Un Dios que dirige los caminos de la historia de Israel, y que ahora va a dar cumplimiento a la promesa de manera decisiva en María: hablando a través del ángel, que es la expresión de su cercanía; actuando creadoramente por medio del Espíritu; haciéndose presente en el Hijo que va a nacer de María. Jesús viene a dar respuesta afirmativa y definitiva a todas las esperanzas de los hombres. Es el Mesías, el fruto del Adviento -espera- de la historia humana, que culmina en María. La persona de Jesús, su mensaje y su vida, es fruto de un don del Padre: no había nada en el mundo de los hombres que pudiera dar como resultado previsible la aparición de Jesús. Por esa razón, su nacimiento sigue cauces distintos del nacimiento de los demás hombres. Sólo existía la esperanza abierta a la intervención de Dios. Abertura de la que es ejemplo María. El Espíritu Santo se adueña de María y la convierte en madre. Es el momento culminante de su manifestación o epifanía. María ocupa un lugar eminente, pero secundario, en el relato. Es la imagen de la humanidad expectante ante el misterio de Dios. Concretiza la esperanza de Israel y el caminar de los pueblos y de los hombres que buscan su verdad y su futuro. Es la realidad del hombre enriquecido por Dios. Más que Juan Bautista, más que todos los profetas, representa a la humanidad insatisfecha que ama y espera, a la humanidad que acepta a Dios, que admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. El saludo que le hace el ángel es probablemente el más impresionante de toda la Biblia; todas las palabras tienen intencionalidad mesiánica; Dios está en ella "llenándola de gracia" para la tarea que va a desempeñar. María creó dentro de sí el gran vacío -humildad- capaz de contener a Dios. Su disponibilidad fue total. Todo lo que es, es un don plenamente aceptado: fue totalmente transparente a Dios. Todo el relato se orienta hacia una meta precisa: la salvación de todos los hombres. Una salvación que ya está significada en la figura de María, que espera en silencio, que escucha la 26 palabra de Dios y la pone en práctica. 2. Experiencia religiosa de María Toda esta narración reposa sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa, de una gran riqueza y de una histórica realidad. Su fuente serían los recuerdos de María. Se compone de tres partes: el anuncio de la maternidad, la explicación de la virginidad y la aceptación de María. ¿Vio María en realidad a un ángel? La palabra "ángel" significa "mensajero", "heraldo", "portador de noticias". El "ángel Gabriel" es, ante todo, como el cliché literario que simboliza el origen divino de la Palabra dirigida a María. Debemos reflexionar sobre el contenido del mensaje que el ángel dirige a María. Y debemos preguntarnos qué sentido puede tener hoy para nosotros, cristianos del siglo XX, la escenografía angélica con que se nos presenta el anuncio hecho a María. Para respondernos de un modo adecuado debemos superar el concepto peyorativo del mito, que lo considera como una mentira o engaño. El lenguaje mítico -parecido al poético- no tiene el mismo tipo de verdad que el científico o el histórico, pero no por ello d eja de tener verdad. El mito quiere hacernos descubrir dimensiones de la realidad imposibles de captar de otra manera. Cuando la Biblia habla de ángeles es para que nos demos cuenta de que no narra hechos corrientes, sino acontecimientos que llevan dentro de sí un mensaje profundo para todos los hombres; acontecimientos no clasificables ni controlables por la ciencia histórica. María recibió, como cada uno de nosotros, una vocación de Dios, una llamada a realizar una tarea en la vida. Vocación singular, difícil de narrar a causa de los límites del lenguaje humano. Nosotros hemos personificado el mensaje. Y como nunca vimos ni veremos un "ángel", corremos el riesgo de creer que Dios no nos dirigirá nunca una llamada, de pensar y vivir como si estuviéramos en la vida sin ninguna misión concreta. El que María haya visto a un ángel o no es algo totalmente secundario. Lo que importa es que nos preguntemos en qué lo reconoció María. Los ángeles en la Biblia llevaban vestiduras blancas. Era la costumbre de la época. Hoy llevan jersey o anorak... Todos nosotros nos hemos encontrado, seguramente, con algunos de ellos. Revisemos cómo hemos llegado hasta aquí, por qué tratamos de caminar por el camino de Jesús defendiendo la causa del pueblo, por qué estamos tan seguros de que es imposible ser cristiano desde cualquier tipo de poder, o de dominio, o de riqueza... Descubriremos, al menos, algunos. Es posible que no estuvieran tan "emplumados" como hubiéramos querido o que nos hayamos quedado sin reconocerlos. 27 ¿En qué se puede reconocer a un "ángel"? ¿En qué reconoceremos que un pensamiento, un encuentro, un suceso, vienen de Dios? Este es un problema vital para nosotros, y es el que María resolvió. ¿Cómo lo consiguió María? Lucas ha escenificado en este diálogo con el ángel el proceso natural de la fe: receptividad y reflexión, meditación y razonamiento, gozo y temor, sentido de Dios y sentido común humano. Todo ello pasando el tiempo, porque no es posible discernir en un instante el Espíritu de Dios. Es lógico imaginar que María intentaría siempre iluminar y comprender su vida a la luz de las Escrituras. Dudo mucho de las comunidades de base actuales que están tratando de ser cristianas sin ahondar sus vivencias y actividades, con asiduidad, en el evangelio. Es esencial para un cristiano el compromiso social, sindical y político con el pueblo; pero ¿dónde fundamentarlo si no es en el evangelio? Como no estemos atentos nos lloverán las crisis y los abandonos. ¿El mensaje era el anuncio de la concepción o la misma concepción? Ni lo sabemos ni tiene demasiado interés saberlo. Lo que importa en nuestra vida no es nuestra vocación -elección concreta para realizar algo-, sino nuestro consentimiento, nuestra respuesta. Podemos pensar que María se descubrió a sí misma un día en una situación que le pareció inexplicable y que no podía confiar a nadie. La elección de Dios cae en el hombre frecuentemente como un mazazo. Su profunda unión con Dios, su sentido de la Escritura, su receptividad a la gracia, la llevaría a la posibilidad de encontrar una explicación religiosa a todo lo que le pasaba; pero tenía sentido común y era suficientemente sencilla y natural para sentirse trastornada ante una aventura tan extraordinaria. Poco a poco su vida se iluminó con la luz de la Biblia, sobre todo con Isaías, y la Biblia se iluminó para ella a la luz de su vida. El Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad. la virgen está encinta y, da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que significa "Dios-con-nosotros"). (Is 7,14) 3.Dios se encuentra a gusto entre los pobres La anunciación de Juan tuvo lugar en el templo, en Jerusalén; su destinatario fue un sacerdote del bajo clero. La anunciación de Jesús, en una casa humilde de una aldea perdida de un país despreciado -Galilea-; su destinataria, una joven sencilla y pobre. Las grandes obras de Dios se realizan en el silencio y la oscuridad de los pobres. Dios no va nunca detrás del poder, detrás de las personas que figuran en la sociedad. No va a los palacios de los reyes ni a las casas de los ricos, ni a las brillantes curias ni a las grandes organizaciones empresariales o políticas... No se fija en personas de categoría social. Dios se encuentra a gusto entre los pobres. El que abarca a todo el mundo va a un pueblo pequeño y pobre, dirige su 28 rostro a Nazaret y escoge a María, símbolo de la comunidad que cree, del resto de Israel que espera la liberación, expresión de todos los humildes cuya única fuerza es Dios. De su seno, del seno de la humanidad de buena voluntad, va a surgir el Salvador: de los pobres, de los sufridos, de los que lloran...; de los profetas y pacifistas, de los que luchan por la libertad, de las pequeñas comunidades cristianas y de todas las comunidades o grupos que se aman, de todos los que sirven y de los que rezan con sentido... El tiempo mesiánico ha llegado. Sus signos son sencillez, humildad, pobreza, plenitud, alegría. Nazaret era un pueblo desgraciado en todos los sentidos: lejos de la capital, Jerusalén; en zona medio pagana, en una región subdesarrollada. Sus habitantes tenían fama de envidiosos y mentirosos. Una joven muchacha, en un pueblo así, no contaba para nada, aparte de ser mano de obra barata o de tener hijos que lo fueran. Es conveniente señalar que, cuando Jesús nació, existían en Galilea, en las proximidades de Nazaret, los primeros grupos de guerrilleros zelotes, al que parece que pertenecieron algunos de sus discípulos. El matrimonio judío se realizaba en dos etapas: los desposorios y, un año después, aproximadamente, la boda. Sólo a partir de la boda vivían juntos los esposos. María estaba desposada con José, descendiente del rey David, pero pobre. Seguramente nacido en Belén, otro pueblo sin importancia. 4. El camino de la alegría "Alégrate". La proximidad del Mesías sólo puede despertar alegría en el corazón de los creyentes, porque con El todos nuestros deseos de plenitud y eternidad serán un día realidad, cuando derrote "el pecado del mundo" (Jn 1,29). A pesar de la euforia de nuestra sociedad de los adelantos técnicos, a pesar de las propagandas que prometen felicidad a bajo precio, a pesar de las ansias infinitas de placer de nuestro mundo..., nos sentimos hambrientos de alegría. Nuestro mundo ha perdido el camino y es víctima de un equívoco cruel. Nada buscamos tanto como la felicidad y la alegría, y nada parece alejarse cada vez más. Cada día más preocupado, nuestro mundo no hace otra cosa que hablar de crisis. Es necesario cambiar radicalmente de dirección si queremos entender la primera palabra que el ángel dirige a María. La alegría que nos prometen los profetas no se parece en nada a la que nos anuncian en la televisión o en las fiestas: acaparar cachivaches, diversión ruidosa, risa estrepitosa, alboroto superficial. La alegría que nos prometen los profetas es la alegría del compartir, no de acaparar, la alegría de servir, no de dominar; la alegría de acoger, no de imponer; la alegría de ser libre, no de 29 la evasión frívola. Es la alegría de no estar solo, de saber que alguien te ama y te ayuda, de estar seguro que todo terminará bien. Esta alegría es activa, crea comunión, gusta de la verdad y del amor. A esta alegría sólo se llega pasando por el riesgo del compromiso con la justicia y la libertad; camino estrecho, difícil de encontrar y de seguir. Alegría difícil de conquistar. Alegría que es más bien una promesa y una esperanza. No podemos eludir la profundidad de la alegría si queremos encontrarnos con ella. El camino hacia la alegría pasa por el sufrimiento -¡de eso sabrá mucho María a lo largo de su vida!Camino marcado por Jesús en las bienaventuranzas (Mt 5,1-12), o al decirnos que tenemos que perder la vida por El para encontrarla (Mt 10,39). El camino hacia la alegría es un camino de entrega y de servicio, de sufrimiento y de sacrificio. ¿No habéis experimentado nunca una gran alegría con lágrimas en los ojos? Sólo el que vaya caminando en esa dirección irá comprendiendo las paradojas del cristianismo y de la vida. El final de ese camino es la alegría. Y la alegría es más profunda que todo, porque quiere eternidad, quiere la profunda y honda eternidad. En los momentos de alegría profunda, ¿no nos gustaría que se pararan definitivamente los relojes? La alegría eterna es el término de los caminos de Dios. Alegría eterna que no se alcanza viviendo superficialmente, ni dejándose llevar por el ambiente, ni viviendo encerrado en sí mismo... Se alcanza adentrándose en las profundidades de nosotros mismos, del mundo y de Dios. En el momento en que alcancemos la última profundidad de nuestra vida, será el momento en que podremos sentir la alegría que la eternidad lleva dentro de sí, porque la eternidad es Dios; y la alegría también. María es invitada a alegrarse. Será a lo largo de toda su vida cuando irá descubriendo y pagando el precio de esa alegría. 5.. Donde abunda el pecado..... "Llena de gracia". El ser humano está herido. No es una herida superficial la que tenemos, sino una herida enraizada en lo más profundo de nuestro ser. Si miramos hacia el mundo que nos rodea y hacia dentro de nosotros mismos, veremos que se trata de una realidad palpable. Miramos a nuestro alrededor y vemos el mal del mundo. No sólo desgracias naturales, como pueden ser terremotos o inundaciones, sino males como resultado de situaciones creadas por los hombres, que acaban teniendo consecuencias que quizá nadie hubiera querido, pero que entre todos hemos creado. Todos decimos que queremos la paz, pero las guerras de todo tipo no cesan. Colectivamente, a escala mundial, ¿quién no ve el pecado -el mal- y la esclavitud en las guerras y en la forma de hacer las paces sin paz, en la opresión de las grandes potencias sobre 30 todos los países, en los montajes de las multinacionales, en las dictaduras, en los gastos absurdos en armamentos, en la violación constante de los derechos y libertades esenciales de la persona -reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948, y violados constantemente por las mismas naciones que la firmaron-, en la lucha de clases, en el odio de razas, en la desviación de las diversiones, en las incalificables desigualdades económicas y de trabajo, en la droga, en el afán de unos pocos por adueñarse de lo que es de todos...? Miramos hacia dentro de nosotros mismos, al pequeño mundo que somos cada uno de nosotros, y tenemos que hacer nuestro lo que decía san Pablo: Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mis bajos instintos; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias (Rom 7,18-25). Abramos cada uno nuestros ojos y nuestra conciencia sobre el mapa mundial, nacional, local, familiar y personal. Y saquemos conclusiones. Y que tire la primera piedra el que esté sin mal -sin pecado-, el que sea absolutamente libre. Y no podemos evadirnos hablando de "superación del pecado" o que "es cosa de niños"..., como hace nuestra "adulta" sociedad. Esa "superación" o ese "infantilismo" son modos de huir para no tener que enfrentarnos abiertamente con nosotros mismos y no tener que reconocer las propias culpas. El mal provoca desconcierto y nos resistimos a integrarlo. El mal es negro y no lo queremos reconocer. Pero solamente reconociéndolo podremos recuperar la paz y la serenidad y podremos mirar a Dios y al futuro sin miedo. Extrañamente, hoy olvidamos e ignoramos el sentido de pecado y la conciencia de esclavitud, refugiados en el "es bueno porque me gusta y malo porque me disgusta". Extrañamente, porque la desarmonía hace cruel y horrible este mundo que debería ser amable. Extrañamente, pues las cadenas pesan y suenan en cuanto queremos movernos a un ritmo distinto al que marca la sociedad. Nos engañamos pensando que el pecado no existe y que somos libres. Y así, no tiene sentido hablar de redención y esperar algún tipo de liberación. Liberación que es, en definitiva, librarse del pecado siguiendo el camino marcado por Jesús; camino que es posible seguir, aun sin conocerlo a El, si somos fieles a la propia conciencia. 31 Si olvidamos nuestra condición, perdemos de vista nuestro destino. Nos incapacitamos para la esperanza, para la gratitud y el amor. Necesitamos abrir la razón y los ojos a la herida del mal que nos marca a todos. Es necesario que dejemos de engañarnos. Sentir la herida es buscar su curación. Somos hijos de una larga tradición de egoísmos; nos cuesta dar un "sí" limpio a Dios y a los hombres. La Biblia nos habla de nuestra condición y de nuestro destino. La condición y el destino humanos fueron objeto de reflexión constante para el hombre de ayer, tanto como lo son para el de hoy. En el siglo x antes de Cristo, un genial teólogo-catequista-profeta definió toda la historia humana como proyecto de salvación. Y en los once primeros capítulos del Génesis nos narra el destino de toda la humanidad, incluida la del porvenir. Los personajes que pone en acción no son históricos, sino símbolos de toda la humanidad, convencionalmente reducida a ellos. Son, por tanto, más reales que si fueran históricos, pues llevan sobre sí la realidad del hombre de todos los tiempos. Adán es el hombre; a Caín lo podemos ver todos los días en el periódico, y tal vez viva en nuestro corazón; los contemporáneos de Noé y los constructores de la torre de Babel somos nosotros mismos. Los once primeros capítulos del Génesis nos descubren los cuatro elementos fundamentales de toda vida humana: creación, elección, pecado y redención. Dios crea y da el crecimiento, como lo proclama el poema de la creación y las grandiosas genealogías, que no deben tomarse al pie de la letra (Gén 1 y 5). También nos muestra que el hombre está destinado a la amistad con Dios, como lo da a entender la historia del paraíso terrenal (Gén 2). El pecado humano. Por amarga experiencia propia, hubo de conocer y reconocer Israel esta constante de la historia humana. Por cuatro veces describe una caída la historia primitiva: la comida del fruto prohibido (Gén 3), el fratricidio de Caín (Gén 4), la corrupción de los contemporáneos de Noé (Gén 6 al 8) y la construcción de la torre de Babel (Gén 11). Todos ellos son símbolos de nuestros pecados. Pero Dios no deja al hombre solo. A cada caída le sigue una manifestación de la gracia: al expulsarles del paraíso, Dios da vestidos a nuestros primeros padres y les promete que la descendencia de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente; Caín recibe un signo para que nadie lo pueda matar; en la historia de Noé, el elemento de salvación ocupa casi todo el relato; e inmediatamente después de la torre de Babel comienza la historia de Abrahán, principio de las promesas que culminarán en Jesús de Nazaret. Estos relatos, con su dramatismo, nos pintan hechos universales en los que todos los hombres somos protagonistas. Nadie ha sabido hablar con mayor sencillez y profundidad de la experiencia de pecado que el autor de estos relatos. 32 "El pecado del mundo" (Jn 1,29) -llamado "pecado original" desde los tiempos de san Agustín (finales del siglo IV y principios del v)- no es una mancha heredada al nacer, sino una realidad presente en el mundo: realidad de egoísmo, de injusticia... Es algo comparable a la contaminación que nos rodea. Todo, de algún modo, está contaminado. Es posible que todos contribuyamos a ello; pero aunque alguno no lo hiciera, padecería y sufriría de la contaminación existente en el mundo, le sería imposible escapar a ella. Eso es lo que significa la expresión "pecado original": no el mal que hacemos personalmente, sino el mal presente en nuestra sociedad que nos afecta a todos, aunque pretendamos ignorarlo. La ruptura interior y la soledad, el aislamiento de unos con otros, el alejamiento de la Naturaleza, la tristeza..., son expresiones del pecado, realidad tan vieja como el hombre, que no debemos atribuir a ningún antepasado. El diálogo simbólico entre Adán y Eva, entre ellos y la serpiente o entre ellos y Dios nos revela nuestras propias contradicciones, nuestras medias verdades que son medias mentiras, nuestros "pecados originales"; es decir, pecados que nos inclinan a cometer otros mayores: para tapar una mentira tenemos que decir otra mayor, un robo conduce a cometer otros... El pecado -el malengendra una cadena de pecados -de males-, de la que sólo podemos liberarnos si reconocemos la culpa inicial y rehacemos, con la ayuda de Dios, el camino en sentido inverso. ¿Nos sabemos pecadores y esclavos? Lo sabremos si razonamos sobre nuestra experiencia. Hemos de tomar conciencia de pecadores: todos somos hijos de Eva; también de la enemistad entre nuestras ilusiones y esperanzas y el pecado que nos domina, y que el triunfo no es fruto de nuestras fuerzas. Sabemos que la explicación del árbol prohibido, la manzana, la serpiente..., más que una historia es una explicación de la vida humana sobre la tierra, una manera de explicar el porqué de los grandes problemas, las grandes limitaciones que tenemos los hombres: el mal y la muerte. Esa tendencia que tenemos desde el principio de ir cada uno a lo suyo, de buscar el propio interés sin pensar en nada más, de creer que somos los más importantes del mundo y que lo que es bueno para nosotros es bueno para todos..., esa tendencia nos ha marcado y ha roto la armonía y la paz y la felicidad que los hombres estábamos llamados a vivir y ha convertido la vida humana en tristeza, en limitación, en muerte. Adán y Eva creyeron y escogieron y desearon ser ellos los dueños de todo, el criterio último de todo. Quisieron tener el poder de dictaminar lo que era bueno y lo que era malo. Quisieron ser ellos los que impusieran para siempre lo que había que hacer y lo que no, y no quisieron prestar atención a los proyectos de Dios sobre sus personas. Dios no quería que los hombres se consideraran propietarios particulares del bien y del mal, no quería que este o aquel hombre llegara a decir: "Eso es bueno y eso es malo porque lo digo yo..., porque me conviene". Ese principio ha llevado a infinidad de dictaduras y de asesinatos por ideales políticos o religiosos. 33 El camino de Dios era otro; nunca el camino de la autosuficiencia e insolidaridad. Dios quiere los caminos del amor, de la paz, de la armonía, de la fraternidad... Los hombres, desde el principio, rompieron este proyecto de Dios y estropearon la historia humana. Esta ruptura ha llegado hasta nosotros: nosotros también queremos en la práctica hacer nuestra voluntad, ir a lo fácil, no comprometernos... El mal es inseparable de nuestra vida personal y de nuestra historia colectiva. ¿De dónde viene el mal? El plan de Dios es bueno (Gén 1,31), pero el mal se ha infiltrado en él. El mal está en cada uno de nosotros y cristaliza en las estructuras empecatadas del mundo. No creo que, ante esta experiencia universal de pecado, sea exagerado elevarlo a verdad universal e indiscutible, a dogma de fe. Es lo que ha hecho la Iglesia. 6. ... Sobreabunda la gracia Esta ruptura, Dios no la ha querido para siempre; Dios no ha querido que los hombres estuviéramos para siempre condenados a no poder levantarnos del mal que nos ata. Jesús, nacido de María, reconstruyó el camino: amando totalmente hasta dar la vida. Y así ahora los hombres, si lo seguimos, podemos aprender de nuevo a amar, podemos librarnos de las ansias de dominio que llevamos dentro, podemos caminar de nuevo hacia el reino de vida que Dios tiene preparado. Para ello tenemos que reconocer la culpa, el pecado que hay en nosotros. Reconocer la culpa no es aún superarla: es un simple imperativo de realismo. Es Dios quien nos libra del mal, siempre que colaboremos. El diálogo del paraíso anuncia, al final, la victoria del linaje de la mujer; victoria que nunca podremos conseguir solos. La culpa, el pecado, no son la última palabra sobre la vida humana. En esta lucha saldremos victoriosos. El pasaje de la anunciación nos presenta el inicio de esa victoria. Dios comienza eligiendo una madre. Redimida por gracia del peso abrumador de tantos egoísmos como a nosotros nos marcan, la madre de Jesús puede ser "llena de gracia", pudo ser totalmente una mujer para los demás. Su corazón no podía aferrarse a nada ni a nadie; debía ser plenamente libre. No es nada fácil ser madre. Y menos aún ser madre de Jesús, el hombre que no se pertenecía, que era todo para Dios y todo para los hombres. Su madre no debía ser para El, ni inconscientemente, ningún obstáculo. Por ello, Dios la preservó de toda tara. Ella debía ser totalmente verdad, para poder participar en la victoria sobre toda mentira. Debía ser totalmente luz, para poder ser la madre del que iba a ser "luz del mundo" (Jn 8,12). Lo que nosotros nos esforzamos para ser ahora a medias y esperamos ser plenamente un día, María lo es desde el principio sin ningún estorbo interior. Ama como es amada y nunca juega con el amor. Consecuencia de nuestro pecado es nuestra tendencia a jugar con el amor. 34 María es capaz, ya desde el principio, de permitir la entrada de Dios con todo su misterio y sin condiciones en su propia vida, y es capaz también de entrar sin miedo en la vida de Dios. Así es María: "llena de gracia", inmaculada. Pero no lo es para ella. No hay ninguna madre que sea para ella lo que es; siempre lo es para el hijo, para los hijos. María es única e irrepetible. Pero, al mismo tiempo, es una muchacha pobre, muy pobre; sencilla, muy sencilla; humilde, muy humilde. Se la representa rodeada de riquezas, de ángeles... Y esto puede alejarnos de la dura realidad que ella vivió. Una Virgen María deshumanizada no es conforme a la Biblia; ni le da gloria a ella ni es una ayuda para nosotros. Dios actúa desde las cosas pequeñas, desde los pobres, desde lo que el mundo olvida y arrincona. Por eso debemos desconfiar de todos aquellos grupos religiosos que creen que van a salvar al mundo dando la mano al poder y reforzados por el dinero. Aunque tengan todas las bendiciones. 7. Sentido de los dogmas. La Inmaculada Concepción Esta realidad de María la expresamos con el dogma de su Inmaculada Concepción. Con él expresamos nuestra fe en que María vivió siempre en plena comunión con la vida de Dios, sin ese desequilibrio o debilidad inherente a la condición humana. Cuando los cristianos pensamos en los dogmas, creemos que son realidades estáticas, superfluas, para aprenderlos de memoria o para torturar la fe de muchos; fórmulas mágicas para disipar todas las dudas, verdades para "creer". Sin embargo, el dogma es una realidad dinámica, viva, que manifiesta lo que acontece en el mundo, intenta revelar un aspecto de la vida, siempre que sea entendido correctamente (por ejemplo: el dogma de la infalibilidad del Papa crea problemas cuando no se sabe lo que quiere decir o se cree que es infalible todo lo que dice el Papa. Pero cuando se descubre que sólo es infalible cuando habla como Pastor supremo y para definir una verdad de fe, que normalmente le ha sido pedida por el pueblo, todo inconveniente a ese dogma desaparece: no habla así casi nunca). El dogma habla a realidades más profundas que la inteligencia. Evoca aspectos de la realidad que se nos escapan, trata de comunicar una experiencia fundamental a todo hombre. Es una verdad para "vivir". Si los reducimos a misterios, que no podemos entender, ¿para qué nos servirán? El dogma no existe para sí mismo, sino para la comunidad de los creyentes. Y debe cumplir la misión para la que ha nacido. Cada época tiene que reinterpretarlo, porque cada generación tiene un modo peculiar de comprenderse a sí misma y, por ello, un modo propio y legítimo de entender la realidad y de interpretarla. Nosotros debemos conectar con el mensaje que el dogma nos entrega. Aunque el dogma sea inmutable, porque revela la realidad y es real lo que revela, sin embargo, el modo de comprenderlo puede variar. El dogma nos revela nuestro ser en el mundo, y 35 nuestra propia experiencia nos ayuda a comprenderlo de un modo determinado. Y ésta es la fuerza y la debilidad del dogma: debe estar siempre vivo para evocar y sugerir, pero, a la vez, está expuesto a una interpretación equivocada. Los dogmas han ido surgiendo del pueblo fiel, de su fe y de su vida. El dogma de la Inmaculada Concepción, tan discutido y controvertido durante varios siglos hasta su promulgación por Pío IX el 8 de diciembre de 1854, tiene gran relación con nuestra vida cristiana: María es signo de la meta a que Dios llama al linaje humano: vencer a la "serpiente". Ella vivió, desde el primer instante de su vida, esa victoria que estamos llamados a alcanzar un día todos los hombres. 8. María, "bendita entre las mujeres" "Bendita tú entre las mujeres". Es muy interesante descubrir cómo en una cultura machista, que despreciaba a la mujer mucho más que ahora, María -y con ella toda mujerqueda ensalzada por las palabras del ángel. Hemos de agradecer que las comunidades cristianas de la segunda mitad del primer siglo dieran a María una importancia tan grande, que no tenía en los comienzos de la predicación apostólica. Hemos de agradecerles este descubrimiento de María, porque puede ser muy positivo de cara a la necesaria liberación de la mujer, dentro de la liberación global de todos. En un mundo radicalmente injusto con la mujer -incluido el mundo cristiano-, María se nos presenta como la imagen ideal de la madre, de la esposa, de la religiosa, de la hija, de la mujer. Una imagen de ternura y gracia, de vida y fecundidad. De otra forma no podría ser "llena de gracia" ni "bendita". Las comunidades cristianas tenemos que esforzarnos por comprender y poner en práctica la misión de la mujer en el mundo actual. Tenemos que descubrir -y luchar contra ellas- las incomprensiones y las injusticias que cometemos con la mujer. Ante María deberíamos interrogarnos sobre el trato que recibe entre nosotros. Interrogarnos todos: hombres y mujeres, chicos y chicas. La mujer es utilizada en concursos de belleza, en el cine y en la televisión, en las revistas, en las modas -en la actualidad también los hombres...- como "objeto". Cosa que a muchas mujeres les va bien. La mujer es marcada desde la niñez para servir al hombre. Los padres les dan un trato distinto al de los hijos; su trabajo en casa está desvalorizado, incluso por ella misma; está marginada de los puestos más cualificados. En el matrimonio es el hombre el que decide siempre, sin pensar que su mujer es persona igual que él. En muchas casas no pasa de ser la criada de todos: lava la ropa, limpia la casa, hace la comida..., nunca tiene descanso ni vacaciones... Los demás, el marido el primero, pueden irse con los amigos a jugar la partida..., y mientras, la 36 esclava en casa. Y esto pasa en familias cuyos miembros pertenecen a comunidades cristianas, lo que es gravísimo. En la Iglesia tiene cerradas la mayoría de las puertas. La lista de injusticias contra ellas sería interminable. Dios tiene otros criterios, y es a una mujer a quien dirige su Palabra cuando quiere plantar su tienda entre nosotros. Y en esa mujer bendice a todas las mujeres. El ejemplo de María nos exige luchar contra el mal del mundo. Nos exige ser solidarios con cualquier esfuerzo humano, social, político, sindical...; solidarios con todo intento de mejorar la vida de todos y de cada uno. El ejemplo de María, el sabernos hijos suyos en la fe, nos tiene que llevar a vivir entrañablemente su presencia maternal en nuestras vidas y a compartir su lucha contra todo lo que hay de mal en nuestra sociedad; su lucha por liberarnos de toda injusticia, mentira, egoísmo, opresión... 9. El encuentro con Dios es siempre turbador María "se turbó". No estaba acostumbrada a oír cosas de ésas. Su vida era muy sencilla. El ángel continuó: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús..." Palabras dirigidas a una mujer que vive en un pequeño pueblo y que hace lo mismo que las mujeres de su tiempo y de su patria. En contra de lo que muchos piensan, no importa si lo que hacemos en la vida es importante o no, sino el cómo lo hacemos. María vivía una vida corriente, pero fiel y marcada por la esperanza. Como tanta gente de su nación, María anhelaba algo más que la vulgaridad de cada día; vivía confiando en las promesas de los profetas que llamaban a espabilarse, que anunciaban la posibilidad de una vida más libre, más llena de gozo; que proclamaban que Dios quería que su pueblo superase tanto mal arrastrado desde siglos, tanto egoísmo, tanta opresión, tanta injusticia... María sabe que Dios actuará, y espera, porque no vive satisfecha ni instalada, porque se siente pobre y ve que, a ella y a su pueblo, les queda aún mucho camino por andar. Y Dios actúa de modo sorprendente: María, que esperaba en Dios, se encuentra haciendo de protagonista de la salvación, de la vida que Dios quiere comunicar. Por medio de ella vendría el Deseado de las naciones; porque Dios actúa a través de los que saben que les queda camino por andar, de los que saben que no lo tienen todo, de los que no se han conformado con la mediocridad del ir tirando. Deberíamos preguntarnos si Dios podría actuar en nosotros como actuó en María. Es decir, si vivimos tranquilos pensando que todo está bien, o si somos gente que espera activamente. Si somos gente que, como María, sabemos que nos queda mucho camino por recorrer, que tenemos a nuestro alrededor y en nuestro interior mucho mal que combatir, mucho egoísmo que romper, mucha falta de ilusión que reanimar... Dios vendrá a nosotros. 37 Sólo si esperamos como María esperó encontraremos a Dios en nuestro camino. Un Dios que nos impulsará a vivir cada vez con más plenitud. Sólo si estamos abiertos a recibir la liberación de todo mal tendremos esa liberación. Se dice a María que tendrá un hijo y que deberá llamarle Jesús, que significa "Dios libera". A este hijo se le atribuyen cualidades que en la Biblia indican la presencia del mismo Dios en medio de su pueblo. Y se le adjudican en grado máximo. 10. Todo es posible al que cree "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?" Tan fuerte y decisiva nos quiere presentar Lucas la intervención de Dios, que nos llega a decir que María será madre no por su encuentro matrimonial con José, sino por una acción maravillosa de Dios. Y esto, lógicamente, no es comprensible para el hombre, y menos para el actual. Nos es difícil hoy admitir que para poner de manifiesto que el que va a nacer es "Dios libera", "Hijo del Altísimo", tenga que haber sido engendrado sin intervención del compañero de María. ¿Es que es impropia de la presencia y acción de Dios la vida sexual y el encuentro entre esposos? Estas preguntas nos las hacemos ahora. En tiempos de los primeros cristianos, por distintas influencias culturales y religiosas, es posible que fuera ésta la mejor forma de destacar la calidad excepcional del que va a nacer. Ya vimos cómo Juan nace de dos ancianos, ella estéril hasta entonces. Ahora, Jesús nace de una joven que nunca ha conocido varón, y que parece, por el contexto, que nunca piensa conocer. Aunque lo importante son Juan y Jesús, no la manera como fueron engendrados, es necesario resaltar que la salvación viene de donde menos se podía esperar: de allí donde las fuerzas humanas parecen estar más disminuidas e incapacitadas, o han dejado de actuar, y que Dios está con el pueblo. María es virgen y obra en ella el Espíritu Santo: su virginidad es signo de su plena disponibilidad y pobreza. No es ella la fuerte, sino Dios. Jesús no es el resultado de proyectos humanos, sino de un designio divino. Para resaltarlo se presenta su concepción de forma milagrosa. "Para Dios nada hay imposible". ¿El Espíritu de Dios la "empujó" a desear de tal manera al Mesías que éste se encarnó en ella? ¿Lo esperó con tanto anhelo que hizo posible su encarnación? Si tenemos en cuenta el sentido que tiene para los orientales la palabra, ésta podría ser una de las enseñanzas religiosas que se nos quiere transmitir, para animarnos a imitar la disponibilidad de María al Espíritu. El Niño nacerá por una intervención del Espíritu Santo. Jesús viene a responder a los anhelos más profundos de nuestro corazón con una respuesta que va mucho más allá de lo que el hombre se atrevía a soñar. Había que presentar su nacimiento de una forma en la que fuera evidente la intervención directa de Dios. 38 Es claro que el nacimiento del hombre por el encuentro sexual de los esposos no tiene nada de negativo. El presentarnos Lucas el nacimiento de Jesús de forma tan extraordinaria nos puede ayudar también a descubrir cómo la virginidad es algo muy importante para la vida humana. El relato -en lectura religiosa- nos presenta a María y José como dos jóvenes desposados que piensan vivir en virginidad. Y como esto es inconcebible para los hombres de todas las épocas, se presentaba a José como anciano, y así no había problema o quedaba muy disminuido. Debemos tener en cuenta, además, que en aquella sociedad una mujer soltera quedaba expuesta a muchos peligros al ser una persona indefensa. Creo que los planes de Dios van por otro camino. El amor de José y de María -seres privilegiados, no lo olvidemos- era un amor que había alcanzado una cierta plenitud. Y a esa altura, la unión carnal ya no tiene razón de ser; como no tiene razón de ser en la vida de los bienaventurados ni en el amor de la madre al hijo, que es considerado como el más perfecto amor en este mundo. 11. Fecundidad de la virginidad, signo del reino de Dios Este planteamiento nos debería ayudar a profundizar en el sentido que tiene la sexualidad -en cuanto genitalidad- en el amor matrimonial. La virginidad es signo del reino de Dios. En el cielo no habrá matrimonios (Mt 22,30). ¿José y María son signo del amor pleno, incomprensible aquí, que supone superar todo lo genital, que se vivirá allí -cielo-? La virginidad es también una actitud de liberación, que debe aceptarse libremente y que no debe unirse jamás a ninguna otra opción. Para mí es evidente que hay que separar la opción al sacerdocio de la opción al celibato. La virginidad es, normalmente, el estado que han elegido los hombres y mujeres más comprometidos por el Reino. Es posponerlo todo en orden al reino de Dios. Es dar la vida a los demás con toda la persona y desarrollar esa vida. Es des-vivirse para que los demás vivan. Es la otra maternidad y paternidad: ayudar a que llegue a plenitud la vida dada por los esposos. Es una maternidad y paternidad más universal: se vuelca en el amor a toda la creación, a todos los hombres. Por eso, María es madre de la Iglesia: su virginidad, su amor pleno, la hizo madre universal. La virginidad es pobreza, y el pobre vive en los demás. Cuanto más pobre, más vive en los otros. El Pobre Absoluto -Dios- vive en todos los hombres absolutamente. La virginidad es entrega a un ideal, a una obra. Pero siempre con la marca del sexo, como cualquiera actividad creadora, ya que la sexualidad no existe en abstracto, sino encarnada en hombres y mujeres concretos que actúan cada uno de modo peculiar. 39 La virginidad es enamoramiento. Todos tenemos necesidad de enamorarnos para poder vivir. La virginidad sin una dedicación -enamoramiento- a las personas, a un ideal, a una tarea, al reino de Dios..., es una quimera imposible. La virginidad requiere una alta capacidad para el amor, para el enamoramiento. Para una persona que ame medianamente, la virginidad es algo que uno se puede imaginar como posible sin serlo. Y un imposible es la obligatoriedad del celibato a todo sacerdote, aunque objetivamente sea mejor. Esa obligatoriedad hace que sea tan frecuente el solterón -y la solterona- y tan difícil la verdadera virginidad. Sin entrar en las frivolidades y escándalos que conlleva. ¿Qué libertad puede dar la ausencia de esposa e hijos, cuando nos rodeamos de padres, hermanos, sobrinas... sin que sea necesario, sólo para estar mejor atendidos? Por la falta de amor y de entrega de los que hemos elegido este camino -aparte de otras causas más visibles, como la permisividad sexual-, la virginidad no es signo para el mundo actual, que no cree en ella. Jesús de Nazaret eligió este camino. La vida que se da en la virginidad parte de Dios de un modo más directo. ¡Cuántos hijos son más nuestros que de sus padres, al haberse limitado estos últimos a traerlos al mundo! Nos hemos acostumbrado a nacer "así", y lo vemos lógico. No nos damos cuenta de que los medios que se ponen para lograr una nueva vida son muy inferiores a lo logrado. Que es maravilloso, a poco que lo pensemos, que de esa causa salgan tales efectos. Nos hemos acostumbrado y lo vemos normal. Lo anormal es tener un hijo y ser virgen. A eso no nos hemos acostumbrado. El caso único, biológico, es el de María -dentro de nuestra fe cristiana-, pero tampoco lo creemos de verdad. ¿Cómo descubrir la fecundidad de la virginidad cuando normalmente no es palpable? ¿Cómo palpar las ilusiones, la libertad, el amor, la verdad, el sentido de la vida, la fe... contagiados a los que nos rodean? La acción de Dios se ve más claramente en la fecundidad de la virginidad, siempre que ésta sea verdadera y se tenga fe. Sin fe, estas cosas no pueden aceptarse razonablemente. Abrirnos al amor del Padre es la única condición para que el Espíritu de Dios pueda fecundar nuestra vida, como fecundó a María. 12. María acepta sin poner condiciones "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Si entendemos textualmente la narración de la anunciación, podemos facilitar todo demasiado a María. Y de esa forma evadirnos de nuestra propia respuesta al plan de Dios. La fe traslada montañas (Mc 11,23). La fe de María, su espera del Mesías fue tan intensa, tan firme, tan abierta a los designios del Padre..., que hizo posible que se hiciera carne en ella el Mesías, el Hijo de Dios. Fue una vocación singular, a la que María respondió con un "sí" también singular y único. 40 También Jesús -su sentido de la vida humana- puede y quiere nacer y desarrollarse en cada cristiano, en cada hombre, que vive abierto a la libertad y a la justicia, a lo que Dios le pida en cada momento, aunque lo llame de otra forma. Para María no fue fácil. Cuando Dios irrumpe en la vida de una persona, trastoca todos sus planes, la lanza a la intemperie, al futuro, al riesgo, a la inseguridad, a la búsqueda. María fue la primera que dijo un "sí" definitivo al plan de Dios. En su "sí" pleno está el "sí" de tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, que tal vez no veían claro, que pasaban dificultades, pero que se fiaron de El. No debemos considerar a María como una criatura que ha abandonado nuestras filas, que se ha separado de nuestro itinerario fatigoso, porque Dios le ha asignado un camino totalmente distinto al nuestro. María nos precede; comparte los riesgos de nuestro caminar. Es el modelo de la humanidad redimida. El "sí" de la anunciación no es sólo la aceptación de una elección singular, sino también la respuesta a una realidad oscura, dolorosa, a menudo incomprensible. El "sí" para ella es esencialmente la aceptación del "precio" de aquella vocación. María aceptó lo cotidiano. Su "sí" inicial se extiende a todos los acontecimientos de su vida, tanto a los que no comprende como a los que llegan de improviso. Es pura acogida. Cuando pronuncia su asentimiento no puede prever todas sus consecuencias. Solamente a lo largo de los días irá comprendiendo a lo que se había comprometido con aquel "sí". Lo irá comprendiendo en la medida que vaya pagando el precio por su compromiso incondicional con Dios: "Una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35). Cuando se acepta el don de Dios no debemos pretender una explicación inicial que esclarezca todas las situaciones en que nos podamos encontrar. Se acepta una revelación progresiva ofrecida por los acontecimientos, y que irá clarificándose según vaya subiendo el precio que se nos vaya reclamando. El "sí" se paga día a día, como a plazos. En el "sí" de María hallamos el ejemplo, pleno y total, de nuestras pequeñas respuestas. Porque lo mismo que caemos en el mal, también somos capaces de generosidades. María deja que Dios actúe plenamente en su vida. Frente a la actitud de autosuficiencia que preside tantas veces la actuación de los hombres, y que es la raíz profunda del pecado, María toma como estilo de su actuar la confianza total en Dios. El que actúa es Dios. Ella le deja actuar, no pone ningún tipo de estorbo a la acción divina. Cuando el hombre toma esta actitud delante de Dios, cuando el hombre le deja actuar, Dios obra maravillas (Lc 1,49). La grandeza de María está en su docilidad a la Palabra. Ella cree en la venida del Señor, y por eso el Señor puede venir. Su ejemplo podría cambiar toda nuestra historia personal y comunitaria. 41 "Y el ángel se retiró". María se queda sola. Ninguna comunicación más. Ningún otro mensaje que la conforte y elimine las dudas. El camino ha de hacerlo con la ayuda de su propia fe, "conservando todo esto en su corazón" (Lc 2,51). De ahora en adelante habrá de interrogar a los acontecimientos cotidianos para saber algo. Y cada vez que diga "sí" -antes aún de haber comprendido- ahondará en el sentido del misterio de la propia existencia. 13. Conclusiones para nosotros Vivimos afanados por muchas cosas, y una sola es necesaria (Lc 10,41s): realizar en nosotros la vocación a la que el Padre nos llama. Y para ello necesitamos iluminar nuestras vidas con la luz del evangelio, que es una profecía: revela lo que está pasando y pasará siempre. Debemos leerlo a la luz de nuestra experiencia personal, pensando que todo lo que en él se cuenta pasa también en nuestra vida; que todo lo que les sucedió a los primeros testigos, nos sucede igualmente a nosotros; que los evangelios no han hecho más que traducir al lenguaje de su tiempo una experiencia que nos es común. Dios camina con nosotros, vive en nuestra historia, está presente dondequiera que estemos, vive en nosotros, ama con nosotros. Toda nuestra vida está entretejida de llamadas de Dios y de respuestas o evasivas nuestras, llena de "ángeles", de mensajeros. Todas esas llamadas divinas a lo largo de la historia han sido "promesas" que en la mano de los hombres estuvo que se convirtieran en realidad. Dios se nos comunica a través de las pequeñas ocupaciones de nuestra vida cotidiana. No vayamos a buscarlo a otra parte. Nuestra vida puede convertirse en una anunciación continuada: hoy puedo ser yo el elegido para algo, hoy puede pedirme el Señor una respuesta, necesitar mi colaboración. Hoy y siempre, la palabra de Dios busca entrañas maternales que la acojan, alimenten y comuniquen. Hoy y siempre, el Señor espera escuchar el "sí" de los pequeños y obedientes, el "sí" de los libres y solidarios, el "sí" de todos los hombres de buena voluntad. Porque también existe el "no" de los opresores y ambiciosos, el "no" del dinero y del odio... Porque la lucha con la "serpiente" continúa; ella y su ralea ya están vencidas, pero no rematadas. Hay que seguir luchando para derribar a los poderosos, enaltecer a los humildes (Lc 1,52) y crear fraternidad. Hay que decir "no" a los que se endiosan y "sí" a los que se humanizan. El ejemplo de María -pobre y pequeña- nos está diciendo que también la esterilidad de nuestra vida puede ser fecundada por la acción de Dios si nos abrimos a ella como supo hacer María. Dejémonos de defender de Dios, derribemos el muro de nuestras suficiencias, recelos y miedos. También en nosotros Dios quiere obrar maravillas (Lc 1,49). 42 ¿Cómo hacer para seguir el ejemplo de María? En primer lugar, hemos de abrirnos como ella a la Palabra, a la gracia, a la venida de Dios: valorando la oración, la lectura evangélica, la acogida a los hermanos, el silencio interior, la comunicación... En segundo lugar, ser fieles a la lucha contra todo mal: reconocer y tratar de superar nuestros propios pecados, el mal de nuestra sociedad, sabernos llamados a un camino de progreso constante, buscar los medios comunitarios y personales que favorezcan esta lucha y este progreso... 43 Visita de María a Isabel y "Magnificat" En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. María dijo: -Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre. María se quedó con Isabel unos tres meses y después se volvió a su casa. (Lc 1,39-56). La alegría de Isabel por la visita de María y el gozo desbordante de ésta por la salvación mesiánica que ella trae forman el núcleo de este pasaje evangélico. María, una joven de un pueblecito perdido en Galilea llamado Nazaret, pertenece a la larga historia de los "pobres de Yavé", que esperan en silencio verse libres del sin sentido de la vida. Todo el Antiguo Testamento había sido un largo camino de preparación de estos pobres para recibir al Mesías. Y ahora, en esta campesina aparentemente insignificante, se ha hecho realidad la espera. Calladamente, sin que nadie lo sepa, Dios le ha pedido permiso para que sea la madre de su Hijo. Y ella ha aceptado con la sencillez de los pobres. La figura de María sólo tiene sentido en el interior de la fe cristiana. Fuera de ella, aparece como una mitificación al estilo de lo que hacen con sus personajes fundamentales otras religiones e ideologías. Decididamente, Dios es incomprensible y desconcertante para el hombre de todas las épocas, especialmente para el hombre moderno, tan complacido siempre en las cosas grandes. El Mesías esperado nacerá en una insignificante aldea de Judea -Belén-, y su madre será una sencilla 44 mujer de pueblo: una muchacha desconocida, hecha para servir; una joven inexperta, que se arriesga a creer; una mujer peregrina, que se apresura a dar su mano en un gesto de solidaridad y comunión. Una joven de pueblo, desposada con un obrero, frente a las grandes señoras de su tiempo... y del nuestro. Dios "miró la pequeñez de su esclava". Los gustos de Dios son muy distintos a los nuestros: nosotros, venga a querer ser como dioses (Gén 3,5); y El, venga a querer ser como hombre (Jn 1,14). Nosotros, empeñados en querer subir hasta el cielo (Gén 11,4); y El, empeñado en bajar hasta el fondo de lo humano (Flp 2,5-8). Nosotros deseosos de hacer siempre nuestra voluntad, y El, deseoso de negarla (Jn 4,34)... Y así no nos damos cuenta de lo que realmente merece la pena. ¡Sólo tenemos ojos para grandezas y corazón para hacernos grandes! Y a la vez que perdemos lastimosamente el tiempo ante la televisión o similares. 1. La vocación humana, disponibilidad al proyecto de Dios La vida del hombre únicamente se puede desarrollar confiando y trabajando por alcanzar metas. Las llamamos ilusiones, deseos de superación... Es lo que en la Biblia se llaman promesas. La vida de cada hombre, sobre todo en las cuestiones definitivas, es un camino sin trazar. Las ilusiones, los deseos de superación, de plenitud y eternidad -las promesas- son como una luz que nos va guiando. Gracias a esa luz tenemos fuerzas para seguir caminando. Para poder llegar a nuestro desarrollo personal y comunitario tenemos necesidad de creer en una promesa, de tener ilusiones, de creer en la plenitud humana. Eso es esperar al Mesías. La vocación de cada uno es como una intuición de una situación nueva que nos llama, pero que hasta que no la alcanzamos, no sabemos qué es ni cómo es. No hay empresa ni proyecto humano que merezca realmente la pena, que se pueda llevar a cabo sin una gran fe en lo que se espera conseguir. Yo no sé cuándo me fue planteada la pregunta. Y no sé si respondí con palabras. Pero sé que un día respondí "sí" a alguien o a algo... Y desde esa "hora" tengo la certeza de que la existencia humana tiene pleno sentido y de que mi vida tiene una meta. Desde esa "hora" fui sabiendo lo importante que es no mirar hacia atrás (Lc 9,62) y no preocuparse por el mañana (Mt 6,34). Desde esa "hora" he ido comprobando que los “juguetes ” -dinero, poder, cachivaches...- nos atraen mientras somos "niños" que se dejan seducir por el "sonajero". Desde esa "hora" he ido sabiendo que el camino de la vida lleva a un tiempo que es muerte y a una muerte que es la vida (Mt 10,39). Desde esa "hora" voy experimentando que todo acabará bien. María, "llena de gracia" y templo de Dios, se abre a los demás. La alegría mesiánica que la llena tiende, como todo don de Dios, a la comunión. Por eso, María sale de sí misma y camina. Y se fue a una ciudad de Judá. Lleva dentro un misterio consumado en la profundidad de su ser; un misterio consumado en el silencio de una vida entregada y en la oración. 45 María ha sabido responder a las esperanzas de Dios. Y quiere responder a las esperanzas de los hombres. Todo se ha desarrollado en el silencio y la sencillez, en la oscuridad de una casa cualquiera, en el corazón de una muchacha de pueblo como tantas. Ahora esta joven camina deprisa hacia arriba, por un camino de montaña. Nadie advierte su presencia: los poderosos están demasiado ocupados en sus complicados juegos políticos y económicos, los intelectuales en sus ideas y en sus libros, los hombres religiosos en sus prácticas y leyes, la gente corriente en sus cosas de cada día... Como ahora. El mundo sigue adelante. Y, sin embargo, algo muy importante ha ocurrido, aunque nadie haya sido informado de ello. Dios se ha hecho presente entre nosotros, porque esa joven, que ahora camina por la montaña, ha aceptado estar presente en el encuentro con El. La vocación humana es fundamentalmente disponibilidad al proyecto de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. Disponibilidad que no puede exigir ver claro, hasta en los detalles, antes de comprometerse. La vocación humana es siempre ponerse en camino; la visión completa se irá teniendo a lo largo del recorrido. Es decir, conoceremos el camino solamente después de haberlo recorrido hasta el final. Las explicaciones vienen siempre después. A la fe del verdadero creyente le basta con saber que El -el Padre- va delante y sabe el camino. La vida humana es un misterio de acogida, de disponibilidad, de libertad. Pero misterio en marcha por los caminos de los hombres. Y es necesario caminar deprisa; tanto más deprisa cuanto más urgente y vital sea el mensaje que llevamos. El "sí", cuando brota del corazón, es siempre decisivo para nosotros y para los demás. Pero es necesario ponerse en camino. La anunciación nos narra lo que le ha sucedido a María; la visitación, lo que María hace que suceda. El encuentro con Dios es desconcertante no sólo para quien dice "sí", para quien se deja encontrar, sino también para todos los que se encuentran con esa persona. Dos mujeres pobres, que esperan un hijo, se encuentran. ¿De qué van a hablar sino del futuro que llevan en las entrañas? Son dos futuras madres que hablan "llenas del Espíritu Santo". Por esa razón el futuro que contemplan no puede reducirse al de ellas mismas o al de los hijos que van a tener, sino al de todo el pueblo, según el plan de Dios, del que ellas y sus hijos son instrumentos. Los pobres se visitan. Comparten y comentan sus presentimientos y esperanzas. Va brotando una nueva cultura liberada y liberadora. Y el pueblo la canta -Magnificat, Benedictus-. Es esto lo que deben ser las comunidades cristianas, la Iglesia de los pobres. Cuando nosotros planificamos nuestras vidas y las vidas de los que nos rodean llenos de nosotros mismos, llenos de egoísmos, encontramos el vacío y la soledad. Si planificamos buscando el bien del pueblo, su liberación, conectamos fácilmente con este pasaje evangélico. Tenemos que decidirnos a ir, como María, a hacer presente por todas partes al mesías -ilusiones, esperanzas, futuro de justicia y libertad para todos- que llevamos dentro. 46 2. Nadie da lo que no tiene Ser madre no es ningún título honorífico. Ser madre es ser capaz de despertar a la vida, de engendrar unos hijos que se parezcan a ella. La presencia de María en casa de Isabel no deja a las personas como estaban. Basta un saludo para suscitar algo nuevo. Hay en ella una profunda realidad que sintoniza inmediatamente con la otra realidad profunda que Isabel lleva dentro de sí. Los encuentros entre las personas sólo son verdaderos si se realizan desde la profundidad de sus ilusiones y esperanzas, si se producen desde lo más íntimo de ellas mismas. Pero una persona no puede encontrarse de verdad con otra sin antes encontrarse consigo misma, sin haber penetrado antes en la profundidad de su ser y haberse habituado a vivir, a permanecer en ese nivel de interioridad. Para saber si de verdad nos estamos realizando como personas no nos limitemos a observar lo que está ocurriendo dentro de nosotros; constatemos qué estamos logrando en los que nos rodean. Debemos tener la humildad y el coraje de tratar de saber lo que provoca en los demás nuestra presencia, nuestra vida; de esa forma podremos comprobar la resonancia del mensaje que llevamos dentro. Este pasaje nos narra el encuentro de María e Isabel, de Jesús y Juan. Jesús quiere siempre encontrarse con cada uno de nosotros. ¿Cómo lo hará? Necesitamos el silencio interior -la oración- para que Jesús se nos pueda manifestar a través de nuestras verdaderas ilusiones. ¿Qué ilusiones tenemos en nuestra vida, qué esperamos? Isabel interpreta los signos naturales, descubre el misterio de María y la grandeza del Niño, y se humilla ante todos. En el seno de María estaba el esperado a lo largo de toda la historia de Israel. "¡Dichosa tú, que has creído!" María realmente ha creído. En su vida sencilla y fiel, en la vida corriente de una mujer de aquel pequeño pueblo de Nazaret, el Padre ha podido actuar. La promesa se ha convertido en realidad. La anunciada madre del Mesías entra ya en escena con un Hijo en las entrañas. Los tiempos nuevos han comenzado. La plenitud y eternidad y la paz anunciadas, y tan deseadas, están ya al alcance de la mano. María, mujer dichosa, nos da ejemplo de fe, de alegría, de disponibilidad, de servicio. ¡Dichosos los que hemos creído!: podemos repetir hoy y siempre, a condición de demostrar nuestra fe en las obras de la vida. Si hacemos así, también en nosotros se cumplirán todas las promesas del Señor. María es proclamada por la Iglesia, desde siempre, como el máximo ejemplo de realización humana. Una mujer que supo estar a la altura de su vocación y que no se acobardó ante las dificultades. Una mujer del pueblo. ¿Habría llegado María a lo mismo si hubiera sido una "señora distinguida" de las que hay tantas en las iglesias y dirigiendo obras "de caridad"? Seguro que 47 no, porque los verdaderos valores humanos no están más que en el pueblo. Las "señoras distinguidas" -lo mismo que "los señores"- están para otros menesteres: "Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio" (He 13,50). Es importante sacar las conclusiones. 3. María, ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano El evangelio de la visitación es, también, una reflexión sobre la Iglesia. María simboliza a la Iglesia. Isabel, al Antiguo Testamento. María, llevando en su seno al Mesías y yendo a comunicarlo, define exactamente el comportamiento que debe ser propio de la Iglesia universal, de cada comunidad cristiana, de cada creyente. Pero es necesario llevar "dentro" al Mesías. De otra forma, ¿qué podríamos comunicar, ritos sin vida? Frente a María -la Iglesia- están Isabel y Zacarías -el Antiguo Testamento-. María es joven, ágil: representa a las comunidades cristianas que se apresuran a comunicar la Buena Nueva que llevan dentro de sí a todas las naciones. Isabel y Zacarías son ancianos. María es quien va a visitarlos; ellos no pueden más que acogerla; no saben más que decir quién es María y quién es Jesús, el Niño que aún oculta. ¡Cuántas veces los no cristianos saben mucho mejor que nosotros quién es Jesucristo! Zacarías e Isabel formaban un matrimonio estéril desde hacía mucho tiempo; vivían de unas ilusiones que parecían no podrían cumplirse jamás. Esclarecen la apasionada espera, próxima al fracaso, que vertebra el Antiguo Testamento. ¿Simbolizan las ilusiones presentes en lo más profundo del corazón humano y que parece que nunca serán realidad? El deseo de estos ancianos se va a ver cumplido: el Niño tan esperado está para llegar. También nuestras ilusiones se cumplirán si sabemos abrirnos al Hijo de María. 4. El "Magnificat", experiencia del creyente Frente a Isabel que grita una fórmula de alegría, junto al niño Juan que profetiza silenciosamente "saltando de alegría en el vientre", junto a Zacarías encerrado en su mutismo, María tiene otra actitud: canta ampliamente las maravillas de Dios; es la primera en cantar el nuevo orden del Reino. Por el mensaje del "ángel", por las palabras de Isabel y por la Sagrada Escritura reconoce María que el Padre ha hecho en ella cosas grandes. 48 El poema se atribuye a María, pero es, en realidad, producto de la comunidad cristiana primitiva. Expresa cómo entendieron la fe de María los primeros cristianos. Se compuso para que la comunidad, al repetirlo en sus celebraciones litúrgicas, se acordara y contemplara la experiencia de salvación que vivió María. Y para que, a la luz de esa experiencia, medite en la realidad de la salvación que ella misma -cada comunidad- está viviendo y de la que debe dar testimonio. Porque lo que canta la comunidad cristiana en el Magnificat es su propia experiencia de salvación. Y si lo refiere a María es porque ella es el modelo de esa experiencia. Lo que Israel percibía débilmente, la Iglesia lo conoce con mayor densidad; por eso puede componer el Magnificat. La Iglesia contempla, iluminada por las palabras de María, su propia misión, comprende mejor su sentido; aprende a reconocer mejor en sí misma al Dios que "hace maravillas". No es comprensible que María dijera todas estas ideas y que alguien las recogiera después al pie de la letra. Es más lógico, y más interesante para nuestra vida, que el Magnificat sea el resumen de la espiritualidad de María, la síntesis de lo que ella vivió, su interpretación del evangelio de su Hijo. A la vez que resume la misión que la Iglesia debe realizar en el mundo si quiere ser fiel a ese evangelio. El Magnificat es un canto de resurrección y de liberación, porque anuncia que Dios destroza los planes destructores de los que oprimen al pueblo y explotan a la humanidad. Es revolucionario: está a favor del cambio radical de unas estructuras empecatadas. Es también modelo de la actitud del hombre oprimido ante la obra de Dios: actitud de contemplación y alabanza. Canta la espiritualidad de "los pobres de Yahvé". Expresa la alegría del pueblo sencillo y pobre ante la visita del Dios Salvador. Es la expresión más elevada del alma de Israel; alma fabricada a lo largo de los siglos de su historia y hecha oración en los Salmos. Las lágrimas y las alegrías, las esperanzas y las luchas de un pueblo se encierran en sus líneas. Sólo los que viven en la indigencia, los que no tienen nada, aquellos cuya vida sólo tiene la solución de esperarlo todo de Dios, podrán recibir el anuncio de la Buena Nueva (Is 61,1-3), podrán conectar con las ideas del Magnificat. Por eso en María, pobre y humilde, el Padre lleva a cabo la gran promesa prometida al pueblo elegido. Promesa que llevará adelante la Iglesia en la medida en que sea pobre y humilde. María deseaba la llegada de lo contrario de lo que existe. Veía necesaria la aparición de un mundo opuesto al suyo y al nuestro. Pero lo que era necesario era también imposible, ya que el peso de egoísmo, de cobardía, de miedo, de mentira, de violencia, era -y es- demasiado grande. Y porque la transformación del mundo era tan imposible como necesaria, María oraba. Oraba y vivía tan plenamente, que dio a luz lo imposible. Desde entonces los hombres podemos buscar esperanzados lo imposible necesario. Desde entonces luchar por la fraternidad universal no es un absurdo. 49 María ha creído, ha acogido la oferta de vida que el Padre ha hecho a todos los hombres y la ha sugerido. El cántico de María está, casi todo él, compuesto por ideas o frases del Antiguo Testamento, tomadas principalmente del cántico de Ana (1 Sam 2,1-10) y de los Salmos. En este aspecto es poco original. Pero es realmente original y creador el poner en boca de los oprimidos, que quieren liberarse, esta selección de frases unidas, formando un solo poema, con un solo tema. Así funciona muchas veces la cultura popular: recoge elementos de muchas partes, incluso elementos aparecidos en la cultura burguesa, y les da un giro subversivo, hace con ellos síntesis denunciadoras y combativas, a veces llenas de ironía. El Magnificat es un caso de ello. Hoy en nuestro mundo el clamor por liberarse de la injusticia es universal entre las masas necesitadas y oprimidas, mientras los más privilegiados -individuos y naciones- tratan de ahogarlo para seguir dominando y oprimiendo. Y mientras muchos dedican su vida en él a teorizar, pero sin hacer nada por nadie, el canto de María se convierte -ahora y siempre- en el grito clamoroso de todos los profetas de Israel y de todos los tiempos. El himno gira en torno a dos grandes temas: la liberación de los pobres y los humildes y el amor de Dios para con Israel, en el que está simbolizado toda la humanidad. Es el Israel pobre, la humanidad oprimida, que ha confiado en Dios, los que verán finalmente el cumplimiento de las promesas que Dios había hecho desde Abrahán. Y María -y con ella la Iglesia de los pobres-, al entonar el cántico, puede aplicarse a sí misma el cumplimiento de la liberación y del amor que esperaban los pobres de Israel. Empieza con el agradecimiento por la salvación que se ha realizado en ella. Ella es la personificación de Israel, y realiza plenamente la imagen de la pobre de Yahvé. En ella, humilde y esclava, el Poderoso lleva a cabo las obras grandes prometidas al pueblo elegido. María encarna el mensaje cristiano. La vida humana ya es posible por la fe, la pobreza, el amor. El hombre ya no es un esfuerzo inútil o una carrera hacia el vacío, sino que tiene en el horizonte de su vida la plenitud y la eternidad de Dios. El hombre verdadero es el que cree y es pobre. Fe y pobreza van siempre unidas. María cree que Dios actúa en la historia; María da gracias; María se siente pobre y desea un mundo distinto donde nadie domine y oprima a los demás... En María se concentra toda la humanidad; manifiesta lo que toda la humanidad y cada uno de los hombres deseamos: que el Hijo de Dios -todo lo que El representa de plenitud y eternidad, de felicidad y paz, de amor para todos- venga al mundo. Manifiesta que la humanidad tiene en su interior unas esperanzas que sólo Dios es capaz de llevar plenamente a término... Son las esperanzas que canta el Magnificat. La palabra de Dios comunica el sentido de la historia, obra de un Padre oculto, a los hombres que buscan y viven insatisfechos. ¿Cómo buscar alimento sin estar "hambriento"? 50 La Iglesia, y con ella cada creyente, percibe el misterio de su existencia a partir de la experiencia de María. Y ésta interpreta, a su vez, su experiencia personal a partir de la experiencia de Israel. El Magnificat nos presenta a la comunidad cristiana iluminada por la luz que reciben algunos de sus miembros, y a estos mismos miembros iluminados por la luz recibida de su propia comunidad. La Iglesia se refiere a María para comprender el sentido que la fe da a su existencia, después que María ha hecho referencia a sus antepasados para expresar el misterio que acababa de invadir su propia vida. María fue capaz de confiar en el Padre, de esperar por encima de todo, de vivir apoyada en las promesas de Dios y no en sus méritos o en su riqueza. Por eso Dios la escogió y la colmó. Porque Dios "colma de bienes a los hambrientos" y "a los ricos los despide vacíos". Porque Dios "dispersa a los soberbios de corazón", "derriba del trono a los poderosos" y "enaltece a los humildes". Porque Dios cumple lo que promete a los hombres. Porque Dios es fiel, y con Jesús nos ha marcado el camino hacia la vida. Un camino de lucha, difícil, como el de Cristo. Pero de lucha llena de esperanza, porque tenemos la certeza de la victoria. El hombre que llenó su vida con los verdaderos valores -amor, esperanza, fe, libertad, amistad, servicio...- comprende por experiencia la mediocridad de las cosas que con frecuencia pretenden llenar la vida humana. Lo mismo el que, por propia experiencia, ha "gustado" la caducidad de todo y la inhumanidad de los que buscan el dinero y el poder, puede comprender dónde están realmente los valores que cuentan. Dios no se deja cazar en la trampa de los poderosos, por más que éstos lo intenten. Siempre logra escapar y volver a alentar a los de abajo para que se subleven y peleen. No lo caza ni neutraliza la cultura burguesa que nos asedia y domina por todas partes -sin excluir la cultura religiosa y las catequesis y clases de religión-. Siempre reaparece cargado de las mayores exigencias justicieras, trastocando todos los planteamientos aceptables por los instalados en el poder o en la comodidad. El Magnificat plantea la lucha de clases sin miedo ni matizaciones: para exaltar a los humildes será necesario derribar a los potentados de sus tronos. Unos y otros no pueden estar juntos. La hermandad puede venir una vez hecha realidad la igualdad de oportunidades para todos en una sociedad sin clases. El Magnificat alaba al Dios que está en estas cosas, y no a otro. Y al alabarlo nos propone una tarea histórica concreta. Lo que canta el Magnificat no se realizará por una simple súplica, sino por una tarea que deberán cumplir los hombres dentro de la historia. ¿Cómo es posible que los poderosos, desde siglos atrás hasta hoy, hayan logrado quitar toda la fuerza subversiva a este poema, dándole una interpretación individualista, privada, "espiritual", como si hablara del encuentro del "alma" con Dios? 51 5. El verdadero amor es siempre servicio "María se quedó con Isabel unos tres meses". El tiempo que faltaba para el nacimiento de Juan. La ayudaría en las faenas de la casa, teniendo en cuenta el estado y la edad de Isabel. Entendió, desde el principio, que el verdadero amor se hace siempre servicio. "Después se volvió a su casa". Su presencia ya no era necesaria... 52 Las dudas de José El nacimiento de Jesús fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: "Mirad: la virgen concebirá v dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa 'Dios-connosotros')". Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y se llevó a casa a su mujer. Y sin que él hubiera tenido relación con ella, dio a luz un hijo: y él le puso por nombre Jesús. (Mt 1,18-25) Este texto evangélico es la respuesta al interrogante que surge al final de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-17), al privar a José de la paternidad carnal de Jesús. ¿Cuál es el origen de Jesús? El Mesías nace por una intervención directa de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. Su nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer la acción divina como una segunda creación, que supera a la primera. En la primera, el Espíritu actuaba sobre el mundo; ahora, en Jesús, lleva a la plenitud la creación del hombre. A esta plenitud no se llega por un mero desarrollo o evolución del hombre: podrían ser más los que llegaran a ella y ser Hijos de Dios. A esta plenitud únicamente puede llegarse mediante una intervención del mismo Dios. Y sólo se da en Jesús; sólo El es el Hijo. Jesús es mucho más que la herencia racial de un pueblo. Aunque era judío por serlo sus padres, su verdadero padre es Dios. Con El nace una nueva raza de hombres, en la que los vínculos de la sangre tienen poca importancia, termina el dominio de una raza sobre otra, de una cultura o pueblo sobre los demás. A partir de Jesús, todos adquirimos la ciudadanía humana como primera y esencial, cuyo único origen es Dios. 53 Las ilusiones del hombre de fe no son una comedia o una fantasía. Las de los cristianos parten de un hombre -Jesús de Nazaret-, que nació y vivió en Palestina, que murió y resucitó y que llegó a la plenitud humana; que hizo realidad en su vida esas aspiraciones de plenitud y eternidad que llevamos todos los hombres en lo más profundo de nuestro corazón. Jesús, su Persona, es el punto de referencia de nuestra fe, de nuestro quehacer, del camino que hemos de recorrer si queremos vivir como cristianos y hombres verdaderos. Aunque tengamos este punto de referencia en Jesús, nuestra fe está de algún modo en el vacío: creemos porque tiene profunda relación con nuestra vida, porque queremos creer, porque sentimos esta fe dentro de nosotros. Pero no tenemos ninguna demostración palpable de lo que creemos. Por eso nuestra fe es también una esperanza. 1. El desconcierto de un hombre justo La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel. Sólo al final se nombra, como de pasada, a Jesús. De José sabemos muy poco, ya que incluso lo que el evangelio de Mateo nos cuenta con cierto detalle hemos de interpretarlo como un intento de la primera comunidad cristiana por transmitir el misterio de la irrupción de Dios en la historia humana. De hecho, lo que se nos dice es simplemente que un hombre llamado José, de profesión artesano, aunque fuera descendiente del rey David, con domicilio en un pequeño pueblo de Galilea, casado con una mujer tan sencilla como él, por nombre María, era considerado como el padre de aquel joven judío, llamado Jesús, que se presentaba con la extraña pretensión de ser el Mesías de Dios esperado. La figura de José ha ido clarificándose con el paso de los años. Del hombre viejo, con barbas largas, protector de María más que esposo, se va pasando a un hombre joven, de una edad parecida a la de su esposa, como corresponde normalmente a un matrimonio. Aunque los evangelistas nos dicen muy pocas cosas de él, sí son suficientes para comprender la grandeza de su vocación y su fidelidad a ella en el silencio. En José y María se vislumbra un misterio profundo: son dos jóvenes desposados que no consuman su matrimonio. De otra forma, María no sería virgen. Ya señalé en páginas anteriores que este matrimonio excepcional es signo del reino de Dios. Mateo afirma el hecho de la concepción extraordinaria y misteriosa de Jesús. El misterio se comunica, se experimenta, se cree, pero no se explica. Maria estaba ya desposada con José, pero aún no cohabitaban: les faltaba la ceremonia de la boda. La fidelidad que se debían los desposados era la misma de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. La ley judía no consideraba pecado serio la relación sexual habida entre los desposados en el tiempo intermedio hasta la boda. Más aún, en caso de que naciese un hijo en ese tiempo intermedio, era considerado por la ley como hijo legítimo. 54 El Padre de Jesús es el Espíritu Santo. Su concepción y nacimiento no son casuales; tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone este nacimiento en la historia humana. La figura de José se presenta en primer plano. Todo se contempla desde la posición que él ocupa. Su desconcierto es natural: el estado de María es incomprensible. José es "bueno", es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que cree en los anuncios proféticos y espera su cumplimiento. Es "justo", palabra que expresa la mayor alabanza bíblica de una persona: justo es el que busca a Dios y adecua su vida a la voluntad divina, el que cumple la ley con todo su corazón y con intensa alegría, el hombre prudente y bondadoso en cuya vida se han unido de un modo singular la propia madurez humana y la experiencia de Dios, la figura ideal en quien Dios se complace, el que acepta el plan de Dios incluso cuando desconcierta el propio. José manifiesta su fidelidad a Dios queriendo cumplir la ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que todos los indicios hacían culpable de adulterio; a la vez, su amor y su fe en ella le impedían difamarla y creer tal cosa. De ahí su decisión de "repudiarla en secreto" y no exponerla a la vergüenza pública. Pero estando desposado con María no podía romper el compromiso sin un repudio legal -público-; por lo que es difícil comprender que le fuera posible hacerlo en secreto. Situación difícil y dolorosa de la que no sale sino por intervención de Dios, al que vive abierto. En María ocurre algo que no entiende. Reflexionando en las profecías del Antiguo Testamento y rezando, intuye un misterio en María y tiene miedo de entrar en él, porque ve la mano de Dios demasiado cerca. Y eso es muy peligroso, porque Dios cuanto más próximo está pide más para poder dar más. Es la poda a los sarmientos de la vid que están dando fruto para que den más fruto (Jn 15,2). No se decide a tomar a María como esposa. Instintivamente quiere volverse atrás, para bien de María y suyo propio. También puede ser que no se encontrara digno de seguir adelante, o no viera el papel que le correspondía a él en todo aquello. No tuvo que ser fácil encontrar solución. ¿Cómo aplicar, sin más, a María el nacimiento virginal del Mesías, por obra del Espíritu Santo, indicado en el Antiguo Testamento? Pienso que la duda sobre la fidelidad o no de María se desvanecería pronto. De otra forma su amor no estaría a la altura requerida en un hombre justo. Además, es difícil pensar que María no le hubiera dicho nada. Cuando Dios se acerca a una persona, la desconcierta. Entrar en el Misterio es dejar de tener en nuestras manos las riendas de nuestra pequeña vida y de nuestro mundo familiar y social; es aceptar que "el Otro" nos envuelva y nos guíe. Dios se nos manifiesta siempre por caminos inauditos. Es indomesticable: 55 Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes. (Is 55, 8-9) Dejar entrar a Dios en nuestras vidas significa exponernos a constantes sobresaltos, a tener que renunciar a nuestras seguridades y abrirnos a la esperanza, a dejar nuestras míseras pero palpables riquezas, a dejarnos a merced del Padre, a prescindir de nuestra voluntad personal y de nuestras propias ideas y planes de futuro. Curiosamente, la religión se ha vivido -y se vive en gran partecomo un seguro que nos permite dominar lo imprevisto. Tendría que ser lo contrario: Dios es aquel que rompe nuestros planes y nuestras defensas. José había hecho sus planes, como cualquier joven. Había elegido esposa, y ve con evidencia que sus planes de matrimonio han sido desbaratados. Se imaginaba seguir caminos de justicia y amor; sin ambiciones mundanas -por ser hombre justo-, trabaja y ama, desea formar una familia en el temor de Dios y en la práctica de la ley..., y de pronto... 2. Dios habla en la oración silenciosa Interviene "un ángel del Señor" que le aclara lo que está ocurriendo y le prepara para introducirle en el misterio, en la vocación que Dios le tiene preparada. Y José, que encarna al "resto de Israel", es dócil a sus palabras; comprende que la espera ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas. El ángel se le aparece a José siempre en sueños. Es un modo de indicarnos el evangelista que no quiere subrayar su realidad. Las apariciones de ángeles en sueños son un modo de presentar las propias reflexiones y decisiones sobre los acontecimientos de nuestra vida. ¿No hemos sentido miedo alguna vez ante una de esas irrupciones de Dios en nuestra vida? ¿O es que no tenemos el silencio suficiente y la oración necesaria para escuchar sus susurros? Porque todos tenemos, lo mismo que José, una vocación, una llamada a realizar algo concreto en nuestra vida. Algo que si nosotros no hacemos quedará sin hacer. Quizá en el mundo haya más problemas de la cuenta debido a la cantidad enorme de personas que se desentienden de su quehacer. El ángel le llama "hijo de David". El derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea del rey David. José no debe temer llevarse a su casa a María, acogerla como su mujer, porque en ella ha tenido lugar un milagro de Dios. Con profunda delicadeza y respeto se indica el misterio. Sólo se nombra un hecho que puede servir de explicación: la actuación del Espíritu Santo. Es el Espíritu que guía a los profetas y a los santos, pero también es el Espíritu que actúa en el silencio y sin ruido. Jesús "viene del Espíritu Santo"; lo envía Dios, su Padre y nuestro Padre, con una misión muy concreta, que solamente El puede realizar: traernos toda la palabra de Dios, el punto de vista de Dios sobre el hombre y sobre el mundo. 56 Según la interpretación más tradicional, la misión del ángel no tiene como objeto principal anunciar a José la concepción virginal, que éste ya sabría por María, y que era el motivo por el que pensaba permanecer en la sombra, sino el de disiparle las dudas que pudiera tener y aclararle su papel en todo aquello: imponer el nombre al Niño y asumir su paternidad legal. Conocida su misión en aquel matrimonio, cesa su turbación o desconcierto. 3. Su misión se va aclarando "Tú le pondrás por nombre Jesús". El nombre revela su misión: "Salvará a su pueblo de los pecados". El nombre se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de la alianza. La palabra "pecado" designa todo aquello de lo que debe ser liberado el hombre y la humanidad: opresión, egoísmo, odio, explotación, guerra... Esta palabra expresa la total oposición a lo que es y quiere Dios para el hombre. Significa toda forma de mal que esclaviza al género humano de todas las épocas y lugares. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la expresión "perdón de los pecados" no significa el perdón de una falta concreta, sino que es el resumen de toda la acción salvadora de Dios. Quiere decir que, con la aparición de Jesús, ha sido superada la separación entre Dios y el hombre; que, imitando a Jesús, el hombre puede ser verdaderamente hombre. Jesús es el "Dios-connosotros" para nuestra salvación. Decir Jesús o Salvador es exactamente lo mismo. Jesús va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero -como creían los que esperaban un mesías político-, sino "de los pecados", de un pasado de injusticia. "Salvar" significa hacer pasar de un estado de mal a otro de bien. El mal del pueblo está principalmente en "sus pecados", en la injusticia radical de la sociedad, a la que todos contribuimos. Salvar del pecado incluye salvar de todo lo que nos oprime e impide llegar a ser en plenitud la imagen y semejanza de Dios, que es nuestra principal vocación y destino. Con Jesús, Dios se acerca al hombre, le visita, le habla, le escucha No es un Dios lejano, tremendo, aislado en su poder, como lo representan la mayoría de las religiones. Es un Dios familiar, sencillo, pobre. Es "nuestro" Dios. La mayoría de las religiones primitivas situaban a Dios lejos de la vida humana, casi despreocupado de los hombres, que utilizaba intermediarios para comunicarse con ellos en determinados lugares y tiempos. Un Dios terrible al que había que aplacar frecuentemente para evitar sus castigos. El Dios cristiano no está lejos ni ausente: es un Dios humano, el "Dios-con-nosotros", que se ha dado a conocer en un Niño, en un Hombre crucificado y resucitado. Un Dios para todos los hombres, que nos invita a vivir como hermanos. No es el Dios de una religión, o de una raza, o de una cultura, o de una Iglesia... Es el Dios de los hombres, de todos sin limitación. 57 Jesús no viene a recibir honores, a triunfar. Quiere sacarnos de una vida rutinaria, torcida, vacía, llena de sombras, sin futuro. Viene para que aprendamos a ser hombres auténticos, para que crezcamos día a día y nos transformemos en hombres nuevos. Viene para que descubramos que solamente seremos hombres verdaderos cuando lo sean también todos los demás. El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (Is 7,14). Mientras por un lado el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término "Emmanuel" da la clave para interpretar la obra de Jesús. No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del Antiguo Testamento. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser, y de hecho va a ser, la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el Salvador. Jesús ha nacido del Espíritu, de lo alto (Jn 3,13). Viene de David, pero a través de una línea de elección que supera la sangre. Cuando decimos que Jesús es el Emmanuel, estamos afirmando algo muy importante: que no estamos solos, que la fuerza del Espíritu de Dios está dentro de cada hombre y de la historia, empujándola hacia adelante. Jesús es la realidad, la encarnación primera y última de nuestro proyecto de hombre y de historia. Es la respuesta a la gran pregunta: ¿qué es ser hombre y humanidad? Nuestro proyecto humano se llama Jesús; el de la humanidad: Cristo total, místico; El y todos los hombres viviendo sus mismos ideales. 4. Cuando el amor es verdadero José se lleva a María como esposa. Sus planes se deshacen. Su fe se traduce en fidelidad. Realiza lo que el "ángel" le había mandado. Acoge con confianza la llamada de Dios y empieza a seguir con generosidad los caminos que Dios le señala. Acepta la misión que Dios le da y la cumple sin ruido. No se pierde en discursos y palabras. Habla el lenguaje que mejor conoce, el que en definitiva importa: el lenguaje de los hechos. Su grandeza está en esta vida anónima y entregada, de trabajo y preocupación por la familia; una vida vivida como respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios. Aceptó a María, convencido de que lo concebido en ella no podía ser fruto de un engaño. Amaba a María por encima de toda sospecha de infidelidad. Y llegó a creer lo increíble. Las Escrituras se le irían aclarando poco a poco. Llevó a la práctica lo que más tarde escribiría san Pablo a los cristianos de Corinto sobre la hondura del verdadero amor: 58 El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. (1 Cor 13,4-8) 5. Jesús, vida humana hasta el fondo "Dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús". Dios está con nosotros en Jesucristo. Nunca más estaremos solos ni perdidos, lanzados a una existencia sin sentido. El aislamiento se ha roto: la familia humana es familia de Dios. El Niño de Belén desarrollará su personalidad, como todos nosotros, con el paso de los años. Y el Espíritu, que está en sus orígenes, le llevará a la resurrección. Entonces el hijo de David será Hijo de Dios en plenitud. La venida de Jesús al mundo es una gran noticia para todo el pueblo. Por fin, los ciegos podrán ver, los sordos oír, los mudos hablar, los inválidos andar y los pobres abrirse a la esperanza de un futuro mejor (Lc 4,18-21). Este Niño marcará con su vida, con su palabra, con su amor, nuestro mundo con algo que nunca más va a borrarse. Abrirá un camino para que todo aquel que quiera seguirlo llegue a vivir en plenitud el ser hombre. Porque El, Jesús, vivirá la vida humana hasta el fondo, del modo más verdadero y lleno que se puede vivir. De una profundidad como sólo la puede vivir Dios; como sólo podría enseñarnos a vivirla el propio Dios. Dios está con nosotros, Dios se injerta en la historia humana para salvar, para llevar a su cumplimiento lo que el hombre anhela en lo más profundo de su corazón. Esta realidad lo transforma todo; ya puede ser posible lo que humanamente parece irrealizable: la fraternidad universal. Por medio de sus padres, Jesús ha recibido toda la fe acumulada por generaciones de creyentes en Israel. Lo han llevado a la búsqueda incesante del Dios de las promesas, viviéndola ellos mismos. Todos sabemos que, normalmente, el hijo aprende lo que la familia vive, que la paternidad es algo más importante que un mero hecho físico: es contagiar día a día, en la convivencia cotidiana, lo que se valora, lo que se vive. Los padres de Jesús son un buen ejemplo para todos los que tienen vocación de fecundidad. Todo es radicalmente nuevo cuando el Hijo de Dios toma carne humana. Puede comenzar ya la Historia de la Salvación. 6. José, patrono de la Iglesia universal José confió en la palabra de Dios; aceptó el riesgo que supone siempre la fe, sin verlo todo claro de una vez, asumiendo con coraje las dificultades y las oscuridades del camino que emprendía. Su 59 confianza, su disponibilidad, su actitud de dejarse guiar por Dios, lo convierte en modelo para nosotros. Ante Jesús, los hombres llenos de sí mismos, demasiado confiados en sus posturas, en sus tradiciones, en su religiosidad..., se vuelven de espaldas. Los hombres de corazón sencillo, abierto, disponible, pobre..., lo acogieron. El ejemplo de José es una invitación para todos nosotros: ¿por qué no escuchar las llamadas a romper las seguridades ficticias que nos rodean y abrirnos a lo desconocido? Abrirnos al otro -inesperado, desconcertante, quizá molesto-- es abrirnos a Dios. Dios se aproxima a nosotros y nos invita a entrar en comunión con El. Dios ha dado ya su paso. El encuentro ya es posible, a condición de que nosotros demos también el nuestro. Sin nuestra colaboración no será posible el encuentro. Todos estamos invitados a vivir en plenitud. Todos tenemos que cumplir en la vida una misión irreemplazable, misión que quedará sin hacer si nos evadimos. Todos necesitamos saber descubrir en nuestro trabajo y en nuestro ambiente familiar y comunitario las llamadas que Dios nos dirige a asumir nuestras responsabilidades y nuestros compromisos. Para ello necesitamos un corazón generoso que nos lance con decisión a hacer de nuestra vida una respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios. En José tenemos el modelo del cristianismo -de Iglesia- que se perfila, de pasar inadvertido, de la fidelidad a las cosas de cada día, de cada momento. Fue un hombre anónimo al servicio de los demás. Permanece oculto y desaparece pronto de la vida de Jesús; siempre es presentado con relación a otra persona: esposo de María o padre legal de Jesús. Su vida es un constante servicio. Esta actitud de servicio tiene que nacer de su gran capacidad de amor. José es un hombre que sabe amar, que se embarca en un matrimonio único, incomprensible para los hombres. Es un creyente que se mantiene en su fe a pesar de pasarlo mal y de correr grandes riesgos. Caminamos hacia una Iglesia anónima. No acabamos de saber si es porque nos estamos convirtiendo al evangelio o porque nos lo impone el estilo de nuestra sociedad, cada vez más secularizada. Ha nacido un estilo de comunidad cristiana sin poder, sin prestigio, sin maridajes. No la sostiene el poder de la institución eclesial -más bien le es contrario-, ni el dinero..., sino la fuerza y la fe que engendran la comunión fraternal entre sus miembros. Caminamos hacia un tipo de cristiano anónimo. Tenemos que superar ese cristianismo triunfalista tan extendido. Nadie tiene derecho a "exhibir" su fe, y menos a provocar con ella, aunque siempre debamos dar humilde testimonio de nuestras creencias a través de las obras. Nos deben reconocer cristianos por el estilo de nuestra vida de servicio y de fidelidad. Nuestro proyecto es ser hombres como los demás, trabajando por realizar el plan de Dios en el mundo. Tenemos que saber reconocer que llegar a ser hombres sin tocar la trompeta es deseo de Dios, y lo 60 mismo cristianos. No hacen falta ni rótulos católicos, ni colegios católicos, ni partidos ni sindicatos católicos, ni nuncios... para vivir la fe y dar testimonio. Más bien estorban, sobre todo si tenemos en cuenta que son títulos que acapara la burguesía. El Hijo de Dios, a quien José cuidó, no fue un Mesías fulgurante y triunfador, sino un fracasado, reducido al anonimato y ajusticiado. Jesús de Nazaret es hijo del pueblo, y hoy -después de casi dos mil años- es en el pueblo donde tenemos que buscarlo. Un pueblo que sigue oprimido, perseguido, torturado, amordazado, alienado con los medios de comunicación y de propaganda, asesinado. Compartir la suerte de este pueblo es la misión irrenunciable de la Iglesia de Jesús, de la que José de Nazaret es el patrono universal. Una Iglesia en la que actualmente podríamos distinguir tres posturas: Una parte está con el pueblo, lucha junto a él, porque es pueblo, y es perseguida. El ejemplo más luminoso es gran parte de la Iglesia latinoamericana. Hay que callar su voz porque es la voz de la justicia y de la libertad, la voz de la esperanza para los pobres... Una voz que hay que silenciar como sea, porque denuncia muchas injusticias y opresiones. En esta Iglesia del pueblo deben estar las comunidades cristianas si no quieren traicionar el evangelio. Otra gran parte de ¿Iglesia? se siente más a gusto en la seguridad. Marchando del brazo de los poderosos sabe que no hay problemas. Es la Iglesia pasiva ante el dolor, la del silencio cómplice, la que en la práctica está de acuerdo y acepta la situación de explotación. Otra parte de la Iglesia intenta "ayudar", pero en el fondo actúa como tranquilizante de las gentes. No libera ni lucha por el desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre. En vez de trabajar por arrancar de raíz la opresión, contribuye a tranquilizar las conciencias de los que se enriquecen a costa de los pueblos. Ha cambiado únicamente el lenguaje, las celebraciones litúrgicas. Los dos últimos grupos en el fondo están muy relacionados y llevan a lo mismo. ¿Qué adelantamos con hablar si los hechos son contrarios? Pero es -si cabe- más peligrosa la última, porque engaña al que no ahonda en sus planteamientos. La reforma del Concilio se ha quedado en una reforma superficial de hacer cosas, de entretener, de adormecer conciencias. Concretar dónde se encuentran estos tipos de Iglesia no creo sea difícil. Que cada uno saque las conclusiones. Y si duda, que se ponga a defender de verdad al pueblo y tendrá pronto la respuesta: es muy probable que lo "jubilen" antes de tiempo si es sacerdote. Hay que trabajar por construir la Iglesia del pueblo, de los explotados, de los que creen y esperan en la liberación desde la pobreza del evangelio. Una Iglesia que trabaje cada vez más con el pueblo pobre y haga tomar conciencia a todos de lo que les aplasta. Una Iglesia organizada en comunidades del pueblo y que vivirá en conflicto en la medida que intente llevar adelante la palabra de Dios. Una Iglesia que levante su voz de denuncia de las injusticias unánime y públicamente. Que condene las torturas, los negocios de armas, los encarcelamientos, las 61 desapariciones y todas las formas de matar al pueblo. Una Iglesia que trabaje por la justicia en la solidaridad con todos los explotados y que colabore con todos los que persigan el mismo fin, aunque sus puntos de partida sean distintos. Esta tarea es aún más acuciante en Europa y en los Estados Unidos que en Latinoamérica, porque la opresión que sufren estos últimos países se engendra en los primeros. ¿Será todo esto un sueño? Confío en que no. Es lucha diaria para llevar a lo concreto de cada situación la palabra de Dios y confianza en que con ella podemos liberar al mundo. Es hora de definirnos, de optar. La verdadera solidaridad no consiste sólo en estar informado. La Iglesia no vive para sí misma, sino para el pueblo, para los hombres. La Iglesia cerrada en sí misma no tiene sentido. La Iglesia sólo puede ser construida a partir de los que necesitan y quieren ser liberados. No es la Iglesia unida a los poderes la que puede salvar. Cerrada sobre sí y con la confortable tranquilidad que le garantiza el estar al lado del poder, no arriesgará su posición adquirida por la liberación de los explotados. Es la Iglesia pobre, la de Jesús y la del pueblo, fundada en la comunión de todos los creyentes en Cristo, la que, trabajando realmente y en lo concreto de la historia, podrá salvar al hombre. Esta es la Iglesia que queremos las comunidades cristianas. Esta es la Iglesia que comenzó a ser realidad en una casita humilde de Nazaret. Realizar esta Iglesia es misión de cada creyente, de cada comunidad. 62 Nacimiento de Jesús En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa, María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: -No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel apareció una legión del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama". Cuando los ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros: -Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor. Fueron corriendo, y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lc 2,121) En el capítulo segundo del evangelio de Lucas podemos distinguir tres planos: los hechos históricos -la marcha de José y María a Belén y el nacimiento de Jesús en la pobreza-, el ropaje con que están contados -apariciones de ángeles...- y el esfuerzo del autor por desentrañar el significado profundo de los acontecimientos -vocabulario pascual: el Niño ya es el Salvador, el Mesías, el Señor-. Este texto trata varios puntos: censo, nacimiento de Jesús, comunicación del mismo a los pastores, ida de éstos a Belén, encuentro con Jesús y sus padres y reacciones de los oyentes. Finalmente, la circuncisión y la imposición del nombre a Jesús. 63 Lucas construye el marco geográfico-histórico del nacimiento de Jesús. El relato empieza hablando de "un censo en el mundo entero"; luego de Siria, de Galilea y Nazaret, de Belén y pesebre. El autor va descendiendo desde la grandeza del universo, gobernado casi en su totalidad por el emperador Augusto, hasta la pequeñez de un Niño en un pesebre. Hace desfilar sucesivamente ante nosotros a las diversas autoridades reconocidas por los hombres, con la indicación del campo en el que ejercen su poder, hasta conducirnos a Aquel que posee la verdadera autoridad, el único verdadero poder: no un César reinando sobre el mundo conocido, ni Cirino gobernando en Siria, ni David en su ciudad de Belén, sino un Niño en un pesebre. Solamente el que acaba de nacer podrá ser llamado, porque lo será verdaderamente, Salvador, Mesías y Señor. Las circunstancias del censo son oscuras. La mayoría de los historiadores sitúan el censo de Cirino el año sexto después de Cristo, pero con la única autoridad de Flavio Josefo. Lo más probable es que este censo al que se refiere el evangelio tuviera lugar entre los años ocho y seis antes de Cristo, y que fuera organizado en Palestina por Cirino, encargado en misión especial para ello antes de ser gobernador de Siria. Lucas utilizaría una fuente popular, sin rigor crítico. 1. Sólo entre pobres es posible el evangelio A los pobres les caen todas. Los padres de Jesús supieron, por propia experiencia, qué son los viajes en circunstancias duras, las noches sin encontrar alojamiento, el tener un hijo en un lugar miserable... Entre los peregrinos, que tienen que cumplir lo ordenado por el decreto del emperador, camina el que será llamado "Hijo de Dios". "Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada". Para narrarnos el nacimiento más importante de la historia de la humanidad, Lucas escribe solamente tres líneas. Jesús nació antes de la muerte de Herodes, ocurrida cuatro años antes de nuestra era. La era cristiana, establecida por Dionisio el Exiguo (siglo VI), está fundamentada en el error de interpretar rigurosamente el versículo: "Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años" (Lc 3,23). Y como el año 15 de Tiberio (Lc 3,1) fue el 782 de la fundación de Roma, restando veintinueve nos da el año 753 como el comienzo de nuestra era. Como Herodes murió hacia el año 749, y Jesús ya vivía, es probable que comenzara su vida pública hacia los treinta y cuatro o treinta y seis años, con lo que habría nacido de cuatro a seis años antes de los señalados por nuestro calendario. La indicación "treinta años" es aproximada y quizá sólo quiere indicarnos que Jesús tenía la edad requerida para ejercer una función pública. 64 No sabemos qué día nació Jesús. La celebración del nacimiento el día 25 de diciembre se debe a que ese día se celebraba la fiesta del Sol, el triunfo de la luz sobre las tinieblas -comenzaban a crecer los días y a mermar las noches-, y al ser Jesús la luz para los cristianos, éstos "cristianizaron" la fiesta pagana en el siglo IV. Cuando Jesús nació no había sitio para El en parte alguna. La madre alumbró en una cuadra sin techo, con olor a animales. El acontecimiento pasó inadvertido para el "mundo", siempre ajeno a lo más verdadero y profundo de los hombres. Sólo se enteraron los más pobres del lugar: unos pastores de ojos y oídos atentos y sencillos, que vivían "al aire libre". Nace separado de los grandes caminos de la historia de los hombres. En un pesebre descansa el centro de la historia humana envuelto en pañales. La única elevación que puede lograr el hombres se encuentra en los abismos de la humillación y de la pobreza. Es difícil entender esta forma de entrar el Mesías en el mundo. Los "grandes" de su tiempo y de todos los tiempos nunca la entendieron. Tampoco la entenderá nunca nuestra sociedad consumista y cristiana, aunque hable constantemente de ello. El Mesías baja a lo más profundo de la incapacidad y de la debilidad humanas. Conoce lo que es la miseria, la explotación, la persecución y la muerte ajusticiado. Este es el camino que Dios se ve forzado a seguir para poder cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de hermanos. Según lo esperaban los pobres de Israel, el Mesías se hace uno de ellos. Comparte todas sus penalidades y esperanzas para progresar juntos compartiendo. Sacar al pueblo de sus penalidades y sufrimientos no se logra tirando desde arriba, sino empujando desde abajo, codo a codo con todos los oprimidos. Solamente con los pobres y desde los pobres es posible hacer avanzar al mundo. Solamente entre pobres surge el amor fraterno. Solamente entre pobres es posible el evangelio. Solamente con los ignorados de la humanidad se puede construir un mundo justo. La pobreza sólo se adquiere por procedimientos de pobreza. El Mesías esperado comparte las miserias de su pueblo para sacarlo de ellas y crear así la Nueva Humanidad. Bajar para poder subir todos juntos: éste será en adelante el camino de la liberación de los hombres. Jesús nació en la última miseria. Al nacer comienza a sentir en su carne el desprecio en que se tiene a los pobres, fruto amargo del egoísmo humano. Para sus padres no había sitio. Las puertas están cerradas y los hombres dentro atrincherados en su egoísmo. Para Jesús no hay sitio en nuestro mundo. Tiene que ir a nacer fuera de la "ciudad" de los hombres. Y fuera de ella morirá también. En nuestros montajes de vida no hay sitio para El; quizá sí para su caricatura. Interiormente nos sublevamos contra aquellos que le cerraron sus puertas. Pero ¿no será una falsa indignación? ¿No vivimos muy cómodos dentro de la "ciudad" -sociedad de consumo-? 65 En realidad, nosotros nos portamos peor. No le dejamos fuera; pero con nuestros finos modales hemos conseguido que su presencia resulte inofensiva. Y así, los cristianos hemos inutilizado el verdadero objetivo de su nacimiento, hemos "matado" el cristianismo. 2. Jesús nace de nuevo en nuestros gestos de ternura y amor Jesús viene a traernos la luz. Es "la luz" (Jn 8,12): "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande" (Is 9,1). Pero nos dimos cuenta en seguida de que su luz era molesta, indiscreta, que descubría nuestros egoísmos y limitaciones, nuestras mezquindades. Que era una luz que no quería ser un adorno en nuestra vida, sino que comprometía y exigía cambios dolorosos en nuestra existencia. Y, como señal de nuestra insensatez, llenamos nuestras vidas de palabrería y ritos, para defendernos de esa luz que llenó con su resplandor la cueva de Belén; de un Niño con una luz dentro de sí capaz de iluminarlo todo. ¡Cómo aprenderíamos si nos decidiéramos a contemplar a los niños! El niño es lo más opuesto al orgullo, a la ambición, al dominio, al poder... Por esa razón muchos judíos pensaban que el Mesías nunca sería niño, que posiblemente aparecería desde el cielo como un hombre ya adulto y fuerte. Cristo viene a nuestro mundo y vive, habla y actúa con la libertad de un amor pleno, que le lleva a enfrentarse a todas las esclavitudes e injusticias que alienaban -y siguen alienando- la vida de los hombres. Nos habla de Dios Padre, de fraternidad universal, de la dignidad humana por encima de toda ley, de la supremacía del amor, de la paz y de la justicia sin límites, de una vida inmortal más allá de la muerte. Se compromete en favor de los hombres más oprimidos y despreciados, y se entrega a la lucha hasta la muerte para abrir a los hombres a una existencia plena y para siempre. Jesucristo es el hombre nuevo. Con su generosidad, su libertad, su crítica, su amor universal, su total desprendimiento de los bienes de este mundo, su fidelidad sin condiciones al Padre y a todos los hombres, su valentía, su no violencia activa, su visión de la vida y de la humanidad, su vivencia de la muerte y su resurrección..., creó las dimensiones del hombre nuevo que sobrevivirá. Lo que se hace visible, cuando Dios se manifiesta, es un hombre, un niño. No existe un camino que conduzca a Dios; pero sí existe un camino que trae a Dios a los hombres: empieza en Belén y termina en el Calvario; comienza en un pesebre y acaba sobre una cruz. Sin este camino, todos los nuestros no desembocan en ninguna parte. Nuestro encuentro con Dios sólo es posible porque Dios mismo ha venido a nuestro encuentro. Dios elige descender, porque la verdadera ley del amor es el abajamiento. El Niño de Belén expresa la ternura de Dios, su proximidad al hombre, su sencillez. Nos dice que podemos encontrar de nuevo nuestra infancia, que el pecado no nos ha lastimado del todo, que podemos cambiar, que lo mejor de nosotros mismos es un reflejo de Dios. 66 Jesús ha nacido en un pesebre, y esto expresa la "debilidad" de Dios, su solidaridad con los desheredados de la tierra, su proximidad con los que sufren marginación. La vida de este Niño quedará marcada profundamente por la pobreza, por el trabajo, por la incomprensión, por la liberación de los enfermos y pecadores, por la denuncia del afán de dominio y de dinero, por el amor. Jesús quiere nacer en la historia de los hombres, en nuestra vida personal, en la vida de cada comunidad y de cada familia. Y nace de nuevo en cada niño, en cada delicadeza, en nuestros gestos de ternura y de amor, en la solidaridad con el mundo del trabajo, en cada gesto de perdón, en cada verdad proclamada, en cada injusticia reprimida, en cada libertad conquistada... Jesús vuelve a nacer cada vez que reencontramos la firme ingenuidad de los pastores, su saber vivir al día..., porque significa que estamos preparados para hallar a Jesús en cada persona que espera de nosotros ayuda, consuelo, esperanza... Ya no estamos solos con nuestro sufrimiento, con nuestras ilusiones y anhelos, porque Dios está con nosotros. Dios se ha convertido en un Niño que está entre nosotros, y su presencia es la respuesta que estábamos esperando en lo más profundo de nuestro corazón. Hemos de prepararle sitio: quiere vivir en nosotros. Viene para hacer posible la ternura y la esperanza, la alegría y la paz entre los hombres. Pero viene también con una gran exigencia: la historia con El empezará de nuevo y todos quedaremos divididos a un lado o a otro: o con El o contra El, pero a través de las obras. Promete lo más hermoso y deseado y exige lo más difícil y absoluto. Como si lo prometiera todo y lo exigiera todo. Hay en este Niño una liberadora y terrible radicalidad. Muchos quieren engañarse creyendo que el Niño es tan dulce que sólo trae obsequios y sonrisas. Y se ponen a celebrarlo con regalos y buenas comidas y cenas. El Niño viene como el don más grande del cielo. No nos pide que hagamos grandes cosas, sino que nos desposeamos de todo y tengamos una verdadera actitud de servicio, que tengamos alma de pobre y corazón arrepentido y fraternal. No nos pide que nos llenemos de méritos, sino que nos vaciemos de orgullo. No nos pide que nos esforcemos por llegar a ser como dioses, sino que nos dejemos capacitar para recibir a Dios. El nacimiento de Jesús llegó después de un largo adviento de la humanidad. El don era muy grande: el mayor; la preparación debía ser larga. Cuando se ha llegado casi a la desesperanza y a la muerte, cuando se han gustado las amarguras de la duda y del fracaso, cuando se palpa la incapacidad e impotencia radicales -Zacarías e Isabel, por ejemplo-, entonces es cuando Dios actúa y salva. Se trata de aceptar un don, no de un concurso de méritos. El Niño nacerá en todos los que lo quieran, se preparen y sean capaces de la alegría más grande y de la más grande exigencia. Es comprensible que el que nace así, que el que no se comporta como los poderosos de este mundo, pida un día a sus discípulos "que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que 67 gobierne, como el que sirve" (Lc 22,26). No creo que el Vaticano tenga en cuenta este pasaje cuando prepara los viajes del Papa. 3. La disponibilidad del pobre Si antes Lucas nos ha hecho ver la pobreza, ahora nos presenta a los pobres como los primeros en enterarse del nacimiento de Jesús. Jesús nace en la pobreza y para los pobres. Por eso son los pastores los primeros que reciben la noticia y los primeros en ir a verlo. Los pastores, hombres marginados de la sociedad, eran una clase social despreciada por tener fama de analfabetos, sucios, violentos. No cumplían con la ley, tan complicada para los pobres, pero saben estar disponibles. "Pasaban la noche al aire libre". Es necesario pasar "la noche de la vida" a la intemperie, en la inseguridad, en la búsqueda, en la insatisfacción, en el compromiso, para entender algo. Los pastores, que se encontraban en "la noche" al recibir la "buena noticia", quedaron envueltos "de claridad". Cambio total de la situación, indicio de la llegada de un mundo verdaderamente nuevo, en el que las realidades puedan aparecer al fin como son. Creen y son modelo de los cristianos que depositan su inseguridad en la pobreza del evangelio por tener un corazón limpio de miras egoístas. El anuncio de los pastores contiene varios elementos fundamentales del camino cristiano: la comunicación de una noticia alegre para el pueblo. Sólo para el pueblo. Para todo el pueblo; hay que hacerse pueblo para entenderlo. Los demás ya tienen cosas y bienes en que apoyarse. Una invitación delicada. No se les obliga a ir. Pero si se deciden a emprender el camino, tendrán una señal: un niño en un pesebre. Muy distinto a lo que podría esperar una persona razonable. Un descubrimiento gozoso y la comunicación de una experiencia. Todo esto fue posible por ser hombres que vivían a la intemperie. Los pastores escuchan y responden a lo escuchado. Por eso verán y contarán lo visto. Finalmente, festejarán las maravillas de las que han sido espectadores y protagonistas. El anuncio gozoso del ángel a los pastores hace referencia a Isaías 9,1-6: se habla de luz, de un pueblo oprimido que camina en tinieblas, de alegría, de un recién nacido que trae una paz sin límites. El Emmanuel esperado está ya presente en medio del mundo. El ángel lo llama Salvador, Mesías, Señor. "Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo...: os ha nacido un Salvador". ¡Siempre la palabra pueblo! Aparecen los primeros evangelistas quitando temores y proclamando alegrías. Cristo viene para llenar de alegría y de sentido nuestras vidas. Alegría, porque sabemos que nuestro Dios piensa en los hombres con amor, que baja hasta el hombre, ¡que se hace hombre! Un Dios que se hace caminante para recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo 68 nuestras penas y miserias, nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos a todos la vida para siempre. Un Dios que viene a traer luz a la noche de nuestra vida. Alegría, porque los hombres podemos ser hombres a imagen del Padre. Buena noticia que anuncia el vuelco de las realidades terrestres que detallarán las bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Pero despreciamos la verdadera alegría. Cristo viene a traernos una felicidad que traspasa todos los horizontes terrenos, y lo consideramos como un intruso, como un aguafiestas, como un enemigo de la alegría. Como si viniera a robarnos la tierra o a quitarnos esos codiciados bienes terrenos con los que tratamos de engañarnos. El no quita nada, pero nos hace descubrir lo que nos estorba para ser solidarios, para ser hombres de verdad. ¿La alegría? Que nos deje saborear en paz nuestras ridículas alegrías humanas: profesión, comodidad, diversiones, modas, programas de televisión, bienes materiales... "Os ha nacido un Salvador". Es un mensaje dirigido a los pastores, que viven perdidos en la tierra, alejados de las ciudades y de los intereses de los hombres. A todos los pequeños de la tierra se dirige este mensaje, cuya "señal" ha roto los esquemas de grandeza de los hombres: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y los pobres, sólo ellos, entienden "la señal". Los pastores eran inadaptados sociales, solitarios. ¿Cómo anunciar algo tan incomprensible en una sociedad instalada en la comodidad v en la seguridad? ¿Es posible que nuestra sociedad cristiana, tan satisfecha de sí misma, haya entendido esto? Lo sabe, pero no lo ha asimilado; intuye que no le conviene entenderlo. "Una legión" de ángeles cantan "gloria a Dios..." Interesante yuxtaposición de dos procesos: la palabra de evangelización y la palabra de alabanza, la que publica la "buena noticia" y la que formula el "gloria a Dios". No es fácil unir en la vida humana los dos procesos, aunque ambos están muy cerca: el primero comunica a los hombres las maravillas divinas, que vuelve a ponderar el segundo para felicitar y agradecer por ellas a su Autor. Nosotros no sabemos ser agradecidos. "La gran alegría" es "para todo el pueblo". Tales son las preferencias de Dios y serán las de Jesús. Y deberían ser las de la Iglesia, con algo más que palabras: pero ésta parece que prefiere presentarse con formas extraordinarias y triunfalistas. Y por ello no podrá ser reconocida como continuadora de la obra de Jesús hasta que no deje todo su fausto y vuelva a su primitivo estado de pobreza. Sólo entonces será reconocida por el pueblo. 4. El hombre satisfecho está incapacitado para buscar Comienza un nuevo acto del drama que se desarrolla en Belén. Los actores principales no son ya los ángeles, sino unos modestos pastores. 69 Los pastores reaccionaron como María: "fueron corriendo". Deprisa es como los pobres v los proscritos reaccionaron ante la predicación de Jesús durante su vida pública: carecen de esperanza v reciben a alguien en quien esperar. Jesús, el Hijo de Dios, irrumpe en la tierra para dar sentido a la historia de los hombres. Una historia trastornada por afanes de dominio y de explotación. Una historia fraguada desde el egoísmo, construida desde las guerras y las opresiones sobre los pueblos. Se ponen en camino. Dios lo quiere. Dios hace fiesta con ellos y en ellos, a pesar de tanta miseria. Una fiesta en un establo, con gente que comparte. Desde entonces es indudable que Dios está con los pobres, y que sólo estando con ellos, siendo "ellos", se puede decir algo válido de El. El hombre que no se siente de verdad perdido en medio de este mundo absurdo, se pierde inexorablemente buscando seguridades. Las pastores encontraron a Jesús y lo reconocieron como Mesías y Salvador, porque sus corazones estaban disponibles y abiertos, porque sus corazones estaban insatisfechos y necesitados de esperanza, porque se pusieron en camino. Y así sus espíritus transparentes llegaron a comprender el mensaje de salvación que traía ese Niño. En cambio, todos los que esperaban un mesías político, que derrotaría a los romanos y restauraría el pueblo de Israel, no pudieron reconocer el sentido del nacimiento de Jesús. Un mesías político no habría podido dar respuesta a las esperanzas e ilusiones concretas e íntimas de los hombres: se hubiera limitado a mejorar las estructuras, desde luego necesarias, de la sociedad. Los pastores aceptan la palabra del ángel, se dirigen a observar el signo, y encuentran al Niño acostado en el pesebre. Hasta aquí todo parece más o menos lógico. Lo verdaderamente extraño es que la "señal" les convenza, que crean que aquel Niño es el Salvador esperado y alaben a Dios por todo ello. ¡Hace falta mucha atención a los acontecimientos para aceptar algo tan incomprensible! No hay adoración de los pastores. Encuentran al Niño y le aceptan como el Mesías esperado, y glorifican a Dios por ello. Los pastores actúan a la manera de los ángeles: tras comunicar la buena noticia a los pastores, entonan un cántico de alabanza. Los pastores hacen lo mismo. Así es como Lucas imagina al discípulo de Jesús: atento a los acontecimientos y a comunicar sus experiencias, y no menos atento a alabar a Dios por el sentido que ha dado a la vida humana. En la escena todos se han colocado al mismo nivel. El diálogo entre la Iglesia y el pueblo funciona perfectamente cuando ambos están al mismo nivel. Es inútil que la Iglesia se empeñe en predicar el evangelio teóricamente y desde el poder. Sólo podrá ser entendida y seguida si da respuesta a las verdaderas esperanzas de los pueblos. 70 5. Decir "sí" y ponerse en camino Ante el relato de los pastores, el texto de Lucas nos ofrece dos respuestas. Están a un lado los curiosos, que se admiran ante lo extraño del suceso: "Todos los que lo oían". Está en el otro la figura de María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón". María tiene una actitud única; sólo de ella se dice que "meditaba" en los acontecimientos para ir sacando conclusiones. Es modelo de fe. Fue la fe y no la carne la que engendró en ella a Jesús. Es evidente que María fue madre en el sentido común y corriente de la palabra. Pero Lucas nos invita a ir más al fondo: gestar a Jesús no es un simple proceso biológico; es también un proceso de fe. Dice san Ambrosio: "María concibió doblemente a su hijo: por la fe en su alma y por la maternidad en su seno". De esta forma, es un ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano, un ejemplo de la búsqueda contemplativa que debe ser propia del cristiano que vive en medio de un mundo que no entiende estas cosas. María es modelo y figura de la Iglesia. Es figura y modelo porque en ella ya se realizó todo lo que la Iglesia desea y espera ser un día. Es una figura limpia, plenamente fiel a la palabra de Dios, en comunión perfecta con la voluntad del Padre. María es la imagen viva de su Hijo y nos ayuda a todos nosotros, con su ejemplo e intercesión, a serlo también. La vocación cristiana no es un hecho consumado; es una realidad misteriosa que se va descubriendo cada día. Afecta al pasado, compromete el presente y nos proyecta hacia el futuro. Y así es una realidad dinámica y misteriosa, que se desarrolla y va desvelándose poco a poco al ritmo de los sucesos diarios. El cristiano no se da cuenta de una forma clara de las consecuencias y de las dimensiones de su compromiso. Para él, el futuro es casi todo él una incertidumbre. No sabe con precisión dónde tendrá que ir ni lo que deberá hacer o decir. Su respuesta a los acontecimientos de la vida es siempre una respuesta de fe. Con la certeza de que Dios, a lo largo de su camino de obediencia incondicional a la Palabra, le irá dando más amplias informaciones y le irá pidiendo nuevos compromisos. Para el cristiano, el acto de fe consiste en decir "sí" y ponerse en camino. El resto se irá aclarando lentamente durante ese caminar. La revelación jamás es completa, sino progresiva. Para un cristiano el diálogo con Dios tiene que ser ininterrumpido. (El que lea estas líneas con mentalidad de "catequesis para la primera comunión" o "celebraciones de sacramentos como festejos sociales" -tan corriente en nuestro cristianismo de consumo- corre el peligro de no entender nada.) Esto adquiere una particular evidencia en María. Entre la anunciación y la asunción, entre la revelación inicial y el cumplimiento final, se da un largo proceso en que María ha ido descifrando día a día el plan de Dios y ha ido descubriendo progresivamente su puesto en ese plan de Dios. Su "sí" inicial se ha ido aclarando, pidiéndole nuevas aceptaciones. El compromiso fundamental se 71 ha ido concretando en una serie de compromisos particulares en las distintas etapas de su vida. Y las sucesivas aceptaciones no han sido otra cosa que confirmaciones de la opción inicial. ¡Cuántas "anunciaciones" después de la primera en la vida de María! Cada situación nueva era una anunciación: Belén, Egipto, Nazaret, Jerusalén, Caná, Calvario. Y en cada anunciación, su "sí". Su vocación se precisaba cada día. Y ella iba descubriendo su sentido y su importancia en el sucederse de los acontecimientos. Cada anunciación, con su sí correspondiente, constituía una revelación parcial del misterio, que se unía con la anterior y quedaba abierta a la futura. María iba uniendo en su interior las piezas de un mosaico que se completaba lentamente. Su postura era de atención a los acontecimientos para descifrar su significado y captar su relación con el misterio. Atención al propio compromiso que iba renovando en cada situación, para no quedar al margen del plan de Dios. María cree. Y, a la luz de su fe, busca y descubre su puesto -nada confortable- en el itinerario imprevisible de la vida de su Hijo. Una vocación que no sea sorpresa continua, revelación progresiva, es una vocación bloqueada en el punto de partida. Es un "sí" que no ha continuado. Es el cristianismo de consumo y de prácticas sin vida que nos rodea: sacramentos por imposiciones sociales, que no son expresión de una vida cristiana personal ni comunitaria. ¿Cuántos bautismos, confirmaciones, matrimonios, funerales... se realizan entre nosotros como verdaderas "señales" de fe? Es mucho lo que tenemos que "meditar en el corazón" para librar nuestro cristianismo de comedias y actos sociales, carentes de compromiso cristiano y social. María de Nazaret, modelo de fidelidad y de entrega al plan de Dios, medita la Palabra y la hace carne y sangre de su vida. Es así como el Hijo se hace presente en el mundo de los hombres. La actitud de María, en relación con su Hijo y su obra, presenta tres características importantes: está presente siempre que Jesús la necesita, nunca estorba el camino de su Hijo y vive entrañablemente interesada en el Hijo y en todo aquello que le atañe. Su vida "es" su Hijo. Es un modelo de totalidad: se compenetró totalmente con su Hijo, con su misterio, sin rehuir lo inédito, lo sorprendente. De ahí su fecundidad maternal: en Cristo, en la Iglesia, en cada uno de nosotros. Es necesario que cada comunidad cristiana "medite en su corazón" y sea fiel al camino que Jesús le vaya marcando día a día. Las seguridades alcanzadas de una vez para siempre ya vemos dónde llevan: triunfalismos, alianzas con poderes, olvido del pueblo, ritos sin vida... De esta forma, Lucas nos resume lo que debe ser la oración cristiana. Todo empieza con una palabra que ha sido proclamada y escuchada. Esta palabra lleva a una experiencia que suscita la alabanza. Oración ligada profundamente a la vida. 72 También nosotros debemos situarnos ante el relato. ¿Lo haremos como María o como los pastores? ¿O simplemente como curiosos? Lo peor seria que, acostumbrados a oírlo y a leerlo, no tuviéramos reacción alguna. 6. Circuncisión e imposición del nombre Jesús era de raza judía, inserto totalmente en la vida de su gente y en la mentalidad y religión que caracterizaban a aquella unidad nacional. Por eso, en su nacimiento e infancia se cumplen rigurosamente los ritos señalados por la Ley de Moisés. Años después, el amor a sus mismos hermanos oprimidos le llevará a prescindir de esta Ley, usada con frecuencia por los dirigentes religiosos para manejar y oprimir al pueblo en nombre del propio Dios. La circuncisión era el rito que, junto con la imposición del nombre, marcaba la entrada del pequeño en la comunidad sagrada de Israel. Expresaba la consagración de la propia vida a Dios, sellaba de modo personal la alianza de amistad con Dios. Como ceremonia de iniciación sexual o de limpieza ritual, la circuncisión era conocida en muchos pueblos del Oriente antiguo. Con el tiempo, y sobre todo a través del contacto con aquellos que no la practicaban, se convirtió en signo de la pertenencia al pueblo de Israel y en garantía del cumplimiento de las promesas divinas (Gén 17). Se practicaba al octavo día del nacimiento. Porque ha surgido de Israel, porque ha comenzado siendo auténtico judío, Jesús fue circuncidado al octavo día como todos los niños de su pueblo. La referencia a la circuncisión aparece para situar los hechos en el tiempo y en el contexto de la fe judía. Lucas se muestra más interesado en la imposición del nombre, realizado en medio de esas circunstancias; demuestra un mayor interés por la novedad que el Niño significa que por la fidelidad a las leyes judías que observan sus padres. "Le pusieron por nombre Jesús". Impone el nombre el padre o aquel que tiene autoridad sobre el recién nacido. En el Antiguo Testamento el nombre se halla estrechamente unido a la persona: indica su misión, su destino. Por eso, cuando Dios escoge de manera especial a una persona, asignándole una misión determinada, le impone directamente el nombre. La imposición del nombre a Jesús significa que Dios mismo lo ha escogido para realizar una obra importante dentro de su pueblo. Esto es lo que a Lucas le interesa resaltar. Al señalar que el nombre dado al Niño es el mismo que había indicado el ángel, el autor reúne en un todo los acontecimientos que van desde la anunciación hasta la circuncisión. 73 7. Dios es más humano que nosotros Lucas cuenta con gran sencillez el acontecimiento. ¿No nos parece absurdo que Dios aparezca así en el mundo? Los hombres tenemos una enorme capacidad para acostumbrarnos y superficializar lo más profundo y trascendente, para ridiculizar lo más sagrado y lo más humano. Jesús nace en un establo y muere en una cruz. Es un nacimiento en absoluta pobreza. Al morir no tiene que hacer testamento, porque nunca tuvo nada. Nace en una familia del pueblo, en la dureza de los pobres, en el amor de los que saben quererse. Entiendo que nos quiere decir que el "ser" hombre está en relación inversa al "tener" cosas propias del tipo que sean; que a la carencia total de bienes le corresponde la plenitud humana. Siempre que esta carencia sea elegida. Los pastores, que vivían al aire libre y eran un grupo social marginado, fueron los primeros en entender que algo nuevo había sucedido. Sigue escribiéndose el Magnificat (Lc 1,46-55). Por el nacimiento de Jesús, Dios comienza a estar en el mundo como uno de nosotros, comienza a compartir nuestro destino en la debilidad de un camino humano, entrando en el juego y en el riesgo de la historia que es el riesgo del dolor y de la muerte. Dios, desde Jesús de Nazaret, ha plantado su tienda entre nosotros, vive entre nosotros. La señal es el Niño en el pesebre, símbolo de la fragilidad y, a la vez, del poder irresistible que tiene un niño para el corazón de cualquier hombre. Todo niño que nace es gozo y ternura; pero es también motivo de miedo e inquietud para los padres. Todo niño es un misterio que lleva consigo unas responsabilidades y no permite que nos tracemos caminos demasiado fáciles. ¿Quién puede sentir miedo, desconfiar, ante un niño? ¿Quién no sentirá renacer la esperanza ante un nuevo nacimiento? María meditaba, buscaba el sentido de todo lo que estaba ocurriendo. El nacimiento de aquel Niño es el comienzo de una historia que sigue viva entre nosotros. Dios, por Jesús, se ha atado a la historia de cada hombre, de cualquier lugar y época del mundo. Y en una vida que Dios ha hecho suya no cabe la enemistad ni la sangre derramada en tantos lugares del mundo; no cabe la miseria de tantas familias y tantas naciones producidas por la cerrazón y el egoísmo de los poderosos; no cabe mantener encarcelados a hombres que han luchado por la justicia y la libertad para todos; no cabe el dolor y la angustia, que se evitarían con un poco más de amor y de desprendimiento; no caben las clases sociales, ni el racismo, ni el dominio de unos hombres sobre otros... Como el mundo era inhabitable, Dios tuvo que nacer de incógnito. Como el mundo sigue inhabitable, Dios vive entre nosotros de incógnito, disfrazado. Dios sólo puede circular en nuestro mundo en la clandestinidad. Apenas enseña su verdadera identidad, lo mandamos a la frontera. 74 Dios es distinto de como nos lo imaginamos. Dios es todo lo contrario al poder, a la autoridad, a la riqueza, a la fuerza. Dios es semejante a los sencillos, a los pobres, a los niños, a los que se sienten hermanos, a los misericordiosos, a los que aman, a los que tienen hambre de justicia y luchan por implantarla sobre la tierra. Dios asume plenamente el camino humano. Acampa entre el egoísmo humano y surge el primer evangelio. Dios es más humano que nosotros, porque es el Amor y nada hay más humano que el amor. Nosotros raras veces somos humanos: ¡sabemos amar tan poco! El evangelio responde a la total esperanza del hombre. Va más allá de las ilusiones humanas corrientes, porque anuncia una salvación plena y para siempre. Los pastores se volvieron alegres. La alegría es patrimonio del que busca. El que busca llega a encontrar, aunque no encuentre precisamente lo que busca desde su mentalidad de hombre, sino mucho más al traspasar la frontera del Padre. Dios viene constantemente a nosotros, con tanta sencillez y humildad que sólo los que vigilan lo comprenden. No temamos: contamos con Alguien que ha vivido todos los pasos -grandes y pequeños- de una vida humana verdadera. Alguien que nos recuerda que nuestra vida está llamada a renacer constantemente. Dios ha confiado en nosotros, hasta el punto de hacerse uno de nosotros. 8. La Navidad ilumina una difícil síntesis ¿Cómo comprender y celebrar hoy el nacimiento de Jesús, la Navidad? Nuestro mundo sigue desgarrado, inhabitable para millones y millones de personas. ¿Qué es lo que podremos celebrar cuando los sufrimientos superan tanto a las alegrías y las tinieblas predominan tanto sobre la luz? Es el hombre el que logra que otro hombre igual a él aborrezca la vida y sufra y odie; es el hombre el que encarcela y tortura y asesina a otro hombre. Nuestra historia actual se ve sacudida por luchas innecesarias y absurdas, por ilusiones colectivas rotas, por una impresión vaga pero muy extendida de que vamos un poco a la deriva, sin norte, sin futuro. Los medios de comunicación nos dan pruebas de ello diariamente. Detrás de las afirmaciones sobre la necesaria renovación de la sociedad, detrás de las grandes palabras como libertad, amor, promoción, desarrollo, paz, justicia..., descubrimos la trampa y la mentira de los manejos, las conductas inconfesables, los egoísmos escondidos, la ambición, el rabioso individualismo, la hipocresía, el uso de la religión para los propios intereses. También nuestra historia personal ha llegado con frecuencia a momentos de auténtica oscuridad, de no saber por qué vivimos, por qué actuamos... Y ello ha supuesto un velo de tristeza en nuestro corazón. Además de comprobar que, detrás de nuestra grandes palabras 75 recogidas del mensaje de Cristo, en el fondo de nosotros y en nuestras obras, se encuentran las mismas mentiras, manejos, conductas inconfesables, los mismos egoísmos. La Navidad puede iluminar nuestra existencia actual y la existencia de nuestro mundo, porque es la fiesta de la luz en el corazón de nuestra noche. La crisis que sufre el mundo es una crisis de fe, de encarnación; es nuestra resistencia a la irrupción de Dios en la vida de cada uno de nosotros y de la humanidad, que es lo mismo que decir nuestra resistencia a vivir como verdaderos seres humanos. Actualmente la humanidad, cada vez más sorda a la voz de la fe auténtica por su afán -noblede independencia y de rechazo de una fe alienante, vuelve a estar entre dos opciones sobre las que cree debe elegir: la búsqueda de Dios sin la construcción de la ciudad humana o el bienestar del hombre en la indiferencia frente a Dios. Como si la búsqueda de Dios y el bien del hombre fueran opuestos, cuando la realidad es que son una misma cosa. Mientras tanto, el hambre de Dios sigue tan viva como antes en la humanidad. Las mismas turbas que antaño seguían a Juan Bautista en el desierto, las que rompían con la sociedad y con la religión (¡establecida por Dios!), las que buscaban a Jesús por lugares apartados..., son las que ahora se congregan lejos de los funcionarios religiosos, fuera de las instituciones, buscando algo que llene sus vidas. Es el deseo de una vida en plenitud lo que ha sacado a muchos de la mentira de la sociedad de consumo y de las religiones ritualistas y los ha impulsado a participar de lleno en el mundo de la droga y del sexo... o, más inocentemente, en el mundo de la música o de la danza. Más allá de sus excesos, los jóvenes están denunciando los males de nuestra civilización: la agresividad que lanza a unas naciones contra otras, a unos individuos contra otros, en una competencia insensata en deportes, en negocios, en política, en religiones... Y, por si fuera poco, está la sociedad de consumo que nos hace trabajar como locos para gastar y distraernos con frenesí. Si gran parte de nuestra sociedad ha descubierto tan acertadamente dónde está la mentira, parece que carece de la preparación, experiencia y cohesión necesarias para descubrir dónde está la verdad. ¿Sabrán encontrar un guía lo suficientemente fraternal para compartir su búsqueda y lo suficientemente inspirado para abrirles el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6)? Entretanto, permanecen al margen en la irresponsabilidad y en la impotencia para construir: los adultos, tratando de buscar un bienestar en el que vegetar tranquilos; los jóvenes, viviendo como parásitos en la basura de la sociedad que rechazan y que les explota, o buscando en el yoga, en el zen, en el naturismo, en el deporte... o en la droga y en la pornografía... una solución a sus problemas y una saciedad a su hambre, decorando su indigencia con cualquier nombre de prestigio: Mao, Lenin o "Che" Guevara... Los jóvenes entraron en política -cuando en España se pudo- lo mismo que en otras épocas entraban en religión; con la misma generosidad y la misma abnegación. Pero no tardaron en darse cuenta -ésta es la experiencia de nuestra comunidad- que la política de partidos es una escuela 76 despiadada que traga rápidamente a los que se entregan demasiado a ella. ¡Cuántos jóvenes se han descubierto vacíos, profundamente alienados en la lucha contra la alienación de los demás! El compromiso político, que está hoy tan de moda, no es, muchas veces, más que una forma de eludir el peso de las propias responsabilidades personales. Puede convertirse en un opio como los demás. El verdadero peligro de nuestra época no es el materialismo, sino ese hambre de lo divino que el hombre actual se ve obligado a saciar con cualquier cosa. Pero Dios sigue actuando secretamente en nuestro mundo. ¿Cómo podrá reunir, reconciliar a los que buscan verdaderamente a Dios y los que sirven de verdad al hombre? ¿Cómo va a lograr una nueva encarnación, revelando que esas tendencias, aparentemente divergentes, se unen en lo más profundo de ellas'? ¿De qué sirve la revolución si se sustituye un gobierno intolerante por otro parecido'? ¿De qué sirve la religión si deja que la mayoría de los hombres sigan hambrientos y sin trabajo? ¿Cómo hablar de Dios sin llenar antes el estómago de los oyentes? No podemos separar la fe de la justicia social. Esta separación es el mayor pecado de nuestra sociedad mayoritariamente cristiana, representada ante la opinión pública por políticos integristas que lo único que buscan es la defensa de sus intereses. La necesidad más profunda del hombre es Dios -todo lo que El representa-; y el único modo de irla llenando de una forma auténtica es el servicio al hombre. Los hombres más religiosos de Israel crucificaron a Jesús porque no reconocieron a Dios en un hombre, porque se negaron a ver en sus relaciones humanas la revelación de su verdadera relación con Dios. Pero el servicio a los hombres pierde todo su sentido si no se fundamenta en la fuente de donde brota: el amor de Dios a todos los hombres (Jn 13,34-35). Es necesario que nuestro mundo llegue a hacer la síntesis de la búsqueda de Dios y el servicio a los hombres, porque son una misma cosa. Una síntesis que raras veces se ha logrado en la historia de los hombres. Y ésa es la luz de la Navidad: el hombre es un ser infinitamente permeable a Dios, un ser que tiene necesidad de Dios para ser verdaderamente hombre. Hemos de volver a nuestra fuente divina si queremos alcanzar nuestra plena humanización, porque Dios es el más humano de los seres; es el único Ser plenamente humano, porque es amor (1 Jn 4,8), y nada hay tan humano como el amor. Dios es plenamente hombre; Dios se complace y se goza en la humanidad; Dios se alegra de vivir y de expresarse como hombre. Para llevar a la humanidad a su plenitud, Jesús de Nazaret no renegó ni abandonó nada de lo que de verdad es humano. Cristo fue al mismo tiempo, la revelación de Dios y la revelación del hombre. Realizó la unión más íntima con su Padre, viviéndola en el servicio a sus hermanos. Vivió en plenitud esa síntesis de que hablaba antes. 77 9. La Navidad es un camino que continúa Nuestras celebraciones navideñas normalmente son un pretexto para representar una vez al año el papel de buenos. En Navidad los cristianos nos alegramos y celebramos la gran noticia: Dios se ha hecho hombre. El misterio de Navidad nos dice que, por muy angustiados que estemos, merece la pena ser hombres; que merece la pena vivir; que podemos renovar nuestra relación con los demás; que podemos sentirnos en paz con nosotros mismos; que el perdón ha llegado a nuestro corazón y estamos ya disponibles para reconciliamos con los hermanos. La Navidad nos lleva a valorar al hombre no por lo que posee ni por el cargo o influencia que tiene, sino por el amor que hay en su corazón; nos enseña que Dios comparte, desde dentro, la condición humana de los sencillos, que quiere convivir con nosotros. La Navidad nos muestra la preferencia de Dios por los pobres; nos muestra que, en un mundo en el que casi todos tratan de ir hacia arriba, Dios va hacia abajo. Y esto es decisivo para entender el mensaje cristiano. No es sentimentalismo ni demagogia: Dios elige una clase, un amplio sector social; Dios se hace hombre del pueblo sencillo. Esta verdad la debería tener mucho más en cuenta la Iglesia: Jesús fue un niño, un joven, un hombre de la clase obrera. Esto es un hecho que la Navidad nos recuerda y afirma. Con una consecuencia muy clara: la renovación de la Iglesia, la renovación de nuestra sociedad, debe surgir de las fuerzas renovadoras presentes en las clases populares, en el pueblo. La liberación de la humanidad no vendrá jamás de los ricos, ni de los sabios, ni de los instalados en la comodidad o en el lujo. Olvidarlo sería traicionar el evangelio. La Navidad nos recuerda un hecho pasado. Fue como el nacimiento de cualquier niño. Un Niño que, para los cristianos, es la encarnación de Dios. Un Niño que responde a la total esperanza de los hombres, más allá de la muerte, al anunciarnos la salvación plena y para siempre, una alegría sin fronteras. La Navidad es un camino que continúa. No habríamos comprendido la Navidad si la redujéramos a un recuerdo enternecedor, como hacen muchos cristianos ante los "nacimientos". El camino que se inició en Belén continúa ahora porque Jesús es nuestro camino (Jn 14,6). Anunció la gran esperanza que es la nuestra. Nosotros creemos que vive resucitado y que es garantía de vida para quienes -incluso sin saberlo- comulgan con su evangelio. Creemos que ha abierto un camino y convertido nuestra pequeña vida en la vida de Dios; que ha hecho que los pobres, los que luchan por una vida más digna para todos, los que quieren aprender a amar, los que no piensan resolver solos sus problemas individuales, sean ahora los realizadores de su obra en el mundo. La Navidad es también un anuncio de futuro, de vida plena con Dios para siempre, más allá del pecado y de las limitaciones de nuestra vida actual, más allá de la muerte. Una vida que tene- 78 mos que ir haciendo realidad aquí y ahora, aprendiendo a amar a este mundo y luchando para que pueda ser verdaderamente la casa de todos. Debemos preguntarnos si la luz de la Navidad ilumina nuestro camino, si intentamos amar como El amó. No miremos sólo la cueva de Belén: miremos también nuestra vida. ¿Cómo continuamos su camino? Para dar una verdadera respuesta a Jesús necesitamos: atención a la voz de Dios, que con frecuencia no es más que un rumor imperceptible; que la Palabra establezca contacto con nuestras ilusiones profundas, que no nos toque desde fuera, sino que conecte con otra palabra que existe ya dentro de nosotros; esfuerzo constante de comprensión del plan de Dios en los acontecimientos de cada día; disponibilidad para llevar a la práctica ese plan de Dios; oración y silencio constantes, porque ¿cómo saber los deseos de Dios sobre nosotros si no se lo preguntamos en la oración y guardamos silencio para que pueda respondernos? Cristiano es aquel que ha escuchado, ha visto, ha palpado, desde lo más profundo de su corazón, y lo comunica a los que le rodean (1 Jn 1,1-3). El desinterés, la indiferencia, la costumbre, la monotonía, el aburrimiento..., son la descalificación más clara del camino cristiano. Cuando no seamos capaces de sorpresas, cuando no tengamos nada que descubrir, cuando nos sintamos desanimados, es evidente que no tendremos nada que dar ni nada que decir. Nuestro cristianismo no será más que una máscara, una desilusión, un vacío para nosotros y para todos los que nos rodean. ¿Cómo celebrar la Navidad sin apostar por la fraternidad universal, sin trabajar en favor de los hombres más abandonados y dejados de la mano de todos, pero no de la de Dios? Nuestra misión de cristianos es convertirnos en luz. Una luz que nos penetre tan íntimamente, que nos transforme, que nos haga tan lúcidos y transparentes, que los hombres al mirarnos queden deslumbrados y sientan todo el atractivo de la Luz que es Cristo. Nuestra misión es convertirnos en alegría. Que todos entiendan que el mensaje de Jesús es de salvación, no de condenación; un mensaje de liberación, no de opresión; un mensaje de alegría, no de tristeza; un mensaje de vida, no de muerte. Nuestra misión es convertirnos en don: hacer de nuestras vidas una entrega sin reservas al bien de la humanidad, como Jesús. Tengamos valor para examinar frecuentemente nuestra conducta de cristianos, para buscar la sencillez, para desmontar nuestra navidad consumista y mecanizada, para descubrir la auténtica Navidad y enriquecernos con su pobreza. 79 Adoración de los Magos Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: -¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: -En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo, Israel'. Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: -Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. (Mt 2,1-12) Los dos evangelistas que narran la infancia de Jesús -Mateo y Lucas-, lo hacen de forma muy distinta; pero ambos coinciden en colocar un signo de contradicción, inmediatamente después de su nacimiento, por medio de los primeros visitantes del recién nacido. Los primeros que reconocen a Jesús no son los que parece sería lógico -los judíos respetables y piadosos, la gente religiosa-, sino personas extrañas al mundo religioso israelita. En Lucas, los primeros visitantes -siguiendo un criterio que marcará todo su evangelio- son unos pobres pastores marginados de la vida de Israel. En Mateo, son unos gentiles los primeros en preocuparse por encontrar a Jesús y en reconocerlo. Mientras, los judíos fieles a Moisés no dan ni un paso en busca del Mesías. Y es que en la vida lo importante no es qué se es, sino cómo se es; no está en lo que hacemos -importante o sencillo-, sino en cómo lo hacemos. Este pasaje es una nueva llamada de atención a nuestras "seguridades" de cristianos en posesión de la verdad. El capítulo segundo del evangelio según Mateo se divide en dos partes: la adoración de los Magos es la primera. Distingue dos formas muy distintas de acogida: los Magos, que buscan a Jesús, y Herodes y Jerusalén, que lo rechazan. La segunda nos narra un itinerario, a manera de nuevo éxodo: Belén, 80 Egipto, Nazaret. La narración, en su conjunto, se desarrolla en cuatro escenas: la adoración de los Magos, la matanza de los inocentes, la huida a Egipto y la vuelta de Egipto. Dos personajes están presentes en las cuatro escenas: Jesús, protagonista principal, y Herodes. Son dos reyes con planteamientos opuestos: Mateo contrapone el poder y la tiranía de Herodes a la debilidad del Niño rey. Cada escena es comentada con una cita del Antiguo Testamento, de forma que el enfrentamiento entre los dos reyes se construye e interpreta a la luz de las Escrituras. Los personajes que aparecen en este capítulo son figuras representativas. Los Magos representan a los hombres inquietos y deseosos de liberación, a los hombres capaces de reconocer la intervención de Dios en la historia humana y dispuestos a todo para construirla según el plan de Dios; son símbolo de los pueblos paganos que un día abrazarán la fe cristiana, pocos años después de la muerte de Jesús; nos representan a todos los cristianos que no pertenecemos al pueblo de Israel. Herodes y Arquelao se identifican con el poder político, siempre celoso de su hegemonía y temeroso de que alguien se la arrebate; un poder político mentiroso e hipócrita, al que no le importa llegar hasta el asesinato con tal de lograr sus propósitos. El pueblo aparece sometido e identificado con el que manda. Los intelectuales lo saben todo, pero no se molestan en comprobarlo; instalados en sus posiciones de privilegio, no desean ni esperan cambio alguno. Son todo lo contrario que José y María, figuras del resto fiel de Israel. Tenemos, en pocas líneas, un cuadro que resume la sociedad del tiempo de Jesús, y que podríamos trasladar a la nuestra con sólo cambiar nombres, fechas y lugares. 1. Atentos a los signos de los tiempos Lo mismo que Jesús expresaba muchas de sus enseñanzas en parábolas, también lo hacían los primeros cristianos. Y así, la exégesis actual opina que la narración de los Magos no es un relato histórico, sino una construcción teológica para presentar una idea de la primera comunidad cristiana: una parábola que expresa el camino que todos debemos recorrer si queremos encontrar a Jesús. En ella, los que vienen de lejos descubren la salvación con inmensa alegría, mientras los poderosos y sabios de Jerusalén no saben hacerlo. Estamos ante una tesis que se hará general a lo largo del evangelio de Mateo: Jesús es rechazado por el pueblo de Dios y es aceptado por los gentiles. Es como si dijéramos: Dios es aceptado por los ateos y agnósticos y rechazado por los creyentes. Este episodio tiene todas las características de una leyenda, con una base sólida que le dio consistencia. Según persuasión del antiguo Oriente, en los países donde se cultivaba la ciencia astrológica -todo el entorno de Palestina-, los movimientos de las estrellas y el destino de los hombres están relacionados; cada hombre tiene su propia estrella. Para ellos, la aparición de una nueva estrella, o la conjunción de dos, significaba un nuevo acontecimiento que llevaría a un cambio en la historia humana. Y la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normali- 81 dad en la marcha del mundo. De aquí que un acontecimiento importante tenía que ser señalado de algún modo en la marcha de las estrellas. Esto lo entenderán perfectamente los aficionados a los horóscopos. Como el nacimiento de Jesús era el acontecimiento más importante de la historia humana, debía ser anunciado necesariamente por los astros. En este punto es donde se unen la leyenda y la teología. No sabemos qué estrella era aquélla. Lo que sí sabemos es que el año siete antes de Cristo -coincide con lo dicho a propósito del nacimiento de Jesús unos años antes de nuestra era-, según los astrólogos, tuvo lugar la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del universo. Para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria, mientras que para los astrólogos helenos era el astro de los judíos. La constelación de Piscis estaba relacionada con el fin de los tiempos. Ante la conjunción de Júpiter y Saturno, los astrólogos parece que pensaron en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos. En Qumrán ha aparecido el horóscopo del Mesías, lo que nos indica que también los judíos mezclaban las creencias astrológicas con las esperanzas mesiánicas y especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el que nacería el Mesías. Mateo pudo haberse inspirado en todo esto, o no. Sea lo que sea, el relato bíblico pretende llevarnos más allá, como iremos viendo. ¿Quiénes son los Magos? Son paganos, personas instruidas en cuestiones sagradas, probablemente sacerdotes babilonios o persas, familiarizados con el curso y las apariciones de las estrellas. Debieron ser astrólogos que hubiesen tenido contacto con el mesianismo judío. Son paganos que buscan y encuentran al Mesías. Dejan su tierra -sus seguridades- y se ponen en camino como Abrahán. Son sabios que no están satisfechos de sus conocimientos y aceptan humildemente la grandeza de Dios, expresada en un recién nacido de un pueblo perdido: "Venimos a adorarlo". Son el símbolo de todas las personas, de todas las razas y culturas que buscan la verdad y el bien. Expresan la sencillez del camino del bien que exige dejar certezas, valorar a los demás, estar atentos a los signos de los tiempos, como ellos supieron estar atentos a la estrella que les condujo hasta Jesús. Este primer encuentro de los gentiles con Jesús puede explicarse históricamente por la esperanza de un Salvador extendida por la Mesopotamia e Irán, potenciada por los judíos allí residentes y en las frecuentes peregrinaciones de gentiles, simpatizantes de los judíos, a Jerusalén. Mateo ha enriquecido la narración con datos bíblicos: profecía de Miqueas (5,1-3), estrella de Jacob (Núm 24,17). Los nombres de los tres reyes y el simbolismo de los dones son tradiciones que tardaron varios siglos en perfeccionarse. El número de tres se sacó de los dones ofrecidos y es del siglo VI. En el siglo VIII reciben los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. 82 ¿En qué sentido puede llamarse a Jesús "rey de los judíos"? En la genealogía hay una referencia: Jesús desciende del rey David. Pero entre David y Jesús se interponen el destierro a Babilonia, el fin del reino de David, la pérdida de todo el prestigio político. Jesús es rey, pero sin corona, sin poder; es rey de un "reino que no es de este mundo" (Jn 18,36). Los Magos preguntan en Jerusalén. Los judíos no se han percatado del nacimiento del nuevo rey; los paganos, sí. Son éstos los que anuncian su nacimiento al pueblo elegido. Herodes "se sobresaltó" ante el temor de un competidor. Tiene razón para sobresaltarse: Jesús es muy peligroso para lo que él vive y representa. La pregunta estremece a la ciudad, que quizá tiembla por miedo a nuevas medidas de terror. Ante la noticia, Jerusalén tiene la misma reacción que el rey tirano; no intuye en el que ha nacido un posible liberador de su opresión. De hecho, el pueblo no hará esfuerzo alguno por encontrarlo. La masa de los pueblos, alienada siempre de tantas formas, tiene pocas posibilidades de luchar por su liberación. A lo largo de la historia de la humanidad ha sido frecuente que hombres inquietos y ajenos a la fe cristiana hayan propuesto caminos de liberación para los pueblos inspirados en el evangelio, aunque no fueran conscientes de ello, y sí contrarios a la práctica de la Iglesia y de la sociedad llamada cristiana. La primera encíclica social seria de la Iglesia -Rerum novarum, de León XIII, del año 1891- provocó una reacción hostil en gran parte de la jerarquía y pueblo católicos. El marxismo, por ejemplo, es una llamada de atención a los cristianos, que hemos olvidado aspectos esenciales del mensaje de Jesús y puesto en práctica otros contrarios a ese mensaje, como el haber divinizado la propiedad privada y privante. Y esto no es más que un ejemplo. En este sentido podemos decir que los paganos nos evangelizan constantemente. Herodes "convocó a los sumos sacerdotes y a los letrados". Convoca a los miembros del Consejo, excepto a los senadores, cuyo papel era meramente político, porque el tema que se propone tratar es religioso. Convoca a los expertos en la Ley, a los teólogos y juristas, a los sacerdotes. Sus decisiones en materia de legislación religiosa o ritual eran decisivas. Herodes identifica al "rey de los judíos", por el que preguntan los Magos, con el Mesías esperado, el Salvador prometido. Le responden con exactitud: "En Belén de Judá". Respuesta doctrinal, teórica, pero exacta. Una respuesta fría, terriblemente fría. Los entendidos de Jerusalén saben muy bien dónde tenía que nacer el Mesías, y se lo indican a Herodes. Pero ellos no se molestan en ir a ver. Lo sabían tan bien que era como si ya no lo supieran. Estaban instalados en sus seguridades. Se lo saben todo, - y por ello no esperan nada nuevo-. Saben todas las respuestas y llevan una vida perfectamente incrédula. ¿No está sucediendo ahora lo mismo? ¿No está Jesús más presente en los hombres que luchan por un mundo más justo, aunque sea de espaldas a las religiones, que en nosotros, refugiados en unos rezos y en unas prácticas religiosas anquilosadas y sin ninguna relación con la vida? 83 Los cristianos sabemos tantas cosas sobre Jesús desde pequeños, que estamos incapacitados para descubrirlo presente en nuestras vidas, incapacitados para entender la palabra de Dios de manera comprometida y viva. Nos sabemos todas las respuestas, pero no nos sirven para nada. Nuestra sociedad espera de nosotros una respuesta vital, encarnada en nuestra propia vida. No entiende las respuestas puramente teóricas, por sabias que parezcan. Hemos de estar siempre dispuestos a dar una respuesta que brote de una experiencia personal, única forma de dar respuesta a las inquietudes de los demás. ¡Cosa extraña!: Dios tardó cientos de años en preparar al pueblo escogido, le colmó de atenciones, de delicadezas; envió de vez en cuando a sus profetas para que mantuvieran la esperanza del Mesías y no se desviaran de su camino... Y cuando llega Jesús, la primera visita se la hacen unos pastores, marginados de la sociedad israelita, y la primera adoración solemne y oficial se la hacen unos extranjeros. Encuentro una gran semejanza con los jóvenes que están con nosotros desde niños y luego marchan: mimados continuamente, rodeados de las bondades de Dios y nuestras, llenos de ideas claves para vivir una vida plenamente humana, descubriendo y viviendo una alternativa de fe y de diversiones sanas al aire libre con el escultismo... Y también semejanza con nosotros, adultos, acostumbrados posiblemente a vivir en esta comunidad: quizá algún día nos llegue alguien de otros lugares, con hambre de vida verdadera, y nos pida informes del Niño -de nuestras ilusiones y esperanzas, de nuestros proyectos de futuro-, y no sepamos qué decirle, y descubramos que realmente nunca nos encontramos personalmente con El, que nunca estuvimos en su presencia... Y llegará él antes que nosotros... Y tal vez no vuelva ni siquiera para decirnos la gran sorpresa que le esperaba en el "encuentro". 2 ¿Quién será capaz de acoger la novedad? "Herodes llamó en secreto a los Magos". No quiere que sus planes sean conocidos. Muestra su hipocresía engañando a los Magos, cuando lo que en realidad se propone es matarlo. Aferrado a su poder y egoísmo, resiste a la luz y quiere ahogarla. "Se pusieron en camino". Todas las generaciones humanas fecundas y todos los hombres fecundos han sido inquietos, inconformistas, deseosos de superación. Han intuido que en cualquier momento pueden descubrir una "estrella", una vocación acuciante a algo nuevo, una llamada irresistible para buscar y realizar el porvenir. Cada hombre y cada generación tiene "su estrella", su misión que realizar, que tiene que descubrir y seguir si quiere hacer avanzar la historia. Debemos ser capaces de acoger la novedad. Debemos saber contemplar como nuevas todas las cosas de cada día. Sólo necesitamos ser pobres para reconocer sin miedo la novedad. 84 La estrella sólo es visible por el camino. En Jerusalén, donde ni el pueblo ni los dirigentes esperan cambio alguno, no pueden verla. Los instalados en la comodidad y el conformismo nunca descubrirán una "estrella". Se les vuelve a aparecer a los Magos cuando se alejan de 'la "ciudad" de los hombres masificados. Los Magos son un ejemplo que debemos imitar: salir de la prisión de nuestras preocupaciones cotidianas para seguir la "estrella", que nos puede llevar hacia el descubrimiento de la manifestación de Dios en esta vida nuestra de cada día. Los Magos son capaces de emprender un camino largo y difícil, y de creer que lo que buscaban se revela en un Niño, nacido en una familia del pueblo fiel. Todos debemos ser atrevidos para emprender el camino de la vida, guiados por la luz de la revelación de Dios, aceptando que hallaremos a Dios en la sencilla realidad de nuestra vida diaria. Un camino, una vida que debemos recorrer con esperanza y con ilusión. Y una luz que solamente ilumina cuando nos ponemos en camino, cuando hacemos algo. Muchas de nuestras oscuridades -¿todas'?- son consecuencia de nuestra pasividad, de nuestro conformismo. Los Magos son ejemplo de búsqueda ilusionada. El camino de cada hombre hacia Dios implica un saber salir de uno mismo para buscar. Es necesario que salgamos de nuestra vida instalada, fácil, ya hecha, sin compromiso con nada ni con nadie, para buscar a Dios presente en cada hombre y en cada acontecimiento. Todos necesitamos emprender un camino -oscuro, inseguroque pueda llevarnos a descubrir esa "inmensa alegría" que llenó a los Magos "al ver la estrella". La alegría es la consecuencia de descubrir el sentido verdadero y siempre nuevo de la vida; es un regalo de Dios a los hombres, porque Jesús vino al mundo para que alcanzáramos la auténtica y total felicidad; es fruto del hallazgo, del anhelo cumplido. La estrella no les fue acompañando paso a paso, solucionándoles todos los problemas, todas las dificultades del camino. Ellos se arriesgan, afrontando con decisión todas las dudas y circunstancias imprevisibles. Gran lección para nosotros, que exigimos respuestas exactas, seguras, para toda clase de problemas, dificultades... sin dar un paso para encontrarlas. Queremos todo claro, exacto, matemático, lógico. Olvidamos que el cristianismo, lo mismo que la vida, no es una clase de matemáticas. ¿Por que no nos resignamos serenamente, ¡dolorosamente!, a caminar en tinieblas, a iluminar a los demás, aun cuando nuestra alma esta sumergida en la más negra oscuridad? Hemos de aceptar nuestro camino, que será siempre un camino incómodo, lleno de dificultades y de-sorpresas. "En la casa" ven al Niño con su madre. José no aparece. En Israel, el rey y su madre formaban la pareja real. De esta forma, la escena subraya la realeza del Niño. Manifiestan su homenaje con una postración: "Cayendo de rodillas, lo adoraron". Mientras Herodes se queda inmovilizado con sombríos pensamientos homicidas ante un posible competidor, y los sumos sacerdotes y los letrados del pueblo les informan, pero no dan ningún paso para descubrir al Mesías, estos gentiles venidos de Oriente se arrodillan delante del 85 Niño. Sabían mucho menos, pero al ver una luz incomprensible se fiaron de ella y partieron hacia lo desconocido. Fueron capaces de superar la rutina de vida y soñar una situación nueva. "Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra". No buscaban a Jesús para pedirle favores, sin para ofrecerle sus dones, lo mejor de sí mismos. Fueron verdaderos "sabios", porque supieron buscar la luz que guía a los hombres en la larga marcha de la vida. Los regalos que le ofrecen son productos típicos que en los países orientales ofrecían a los reyes Avisados "en sueños..." Dios vela por su Mesías, e impide que Herodes sepa dónde está el Niño. Dentro de la humanidad, según mi parecer, hay dos tipos de hombres: los que sueñan y los que se limitan a dormir. Los primeros "hacen" la historia. Los otros se dan cuenta, cuando despiertan, de lo que ha sucedido, de lo que habrían podido hacer también ellos si hubieran tenido el coraje de soñar. Quizá haya, dentro del segundo grupo, los que nunca se darán cuenta de nada porque pasan dormidos toda su vida. El soñador es el más realista, porque lucha por empujar la historia para ponerla al paso de sus sueños. 3.Dios sigue siendo manifestación para los hombres Este pasaje evangélico se lee todos los años en la fiesta de la Epifanía, que es como una repetición de la Navidad. La Navidad insiste en el nacimiento humano del Hijo de Dios, y la Epifanía subraya la manifestación de Dios, en Jesús de Nazaret, a todos los hombres y pueblos. Manifestación universal que debe continuar la Iglesia. La fiesta de la Epifanía tiene un trasfondo profético: la revelación de la gran aventura humana, la búsqueda de todas las generaciones, la actitud escrutante de esa parte de la humanidad que tiene capacidad para acercarse a los acontecimientos de la historia y captar la profunda realidad que en ellos se revela. Para la inmensa mayoría del pueblo cristiano, esta fiesta se ha convertido en el "día de Reyes", fiesta popular centrada en los niños y en los regalos. Y también en la invasión de la propaganda, el abuso de la candidez y la ilusión, la competencia del consumismo. Una fiesta que presenta unas dosis de engaño que va más allá de lo tolerable. La televisión, la publicidad, todo eso que llamamos la sociedad de consumo, nos han estropeado bastante el aspecto popular "de Reyes", y casi ha hecho desaparecer el mensaje religioso que tiene la Epifanía para todos los hombres. ¿Cuántos cristianos "de a pie" saben que la fiesta se llama "de la Epifanía" y no "de Reyes"? Nos han convertido el gozo sencillo de regalar algo a los niños y a los mayores, como recuerdo de los regalos de los Magos a Jesús, en una especie de competición para ver quién gasta más dinero, quién consigue que su hijo se sienta superior a otros niños por tener más regalos ese día. 86 Nuestra sociedad ha convertido esta fiesta en una especie de lavado de cerebro para los chicos al presentarles que lo bueno es tener mucho, es tener más que los demás, es tenerlo todo. De esta forma se van convenciendo, ya desde pequeños, que cuando sean mayores también será lo bueno intentar tener mucho, poseer más que los demás. Así nuestros niños comienzan a participar –con el consentimiento de sus padres- en el afán de dinero, de dominio y de posesión que caracteriza esta sociedad que padecemos. Poco podemos hacer nosotros contra los anuncios de televisión y contra los proyectos de los que dominan nuestra sociedad. Pero, al menos, seamos conscientes del daño que se está haciendo a los niños, y tratemos de evitarlo en lo posible a nuestro alrededor. Pensemos que una sociedad organizada de esta manera es todo lo contrario a los planteamientos de Jesús de Nazaret. Desde luego, es válido mantener el gozo de los niños en este día. El cómo se está haciendo es lo que habría que replantear. Esta fiesta popular, tan rica en aspectos y motivos, ha ido tomando cuerpo con ocasión de la parábola evangélica de los Magos. Es urgente separar los Magos del relato evangélico de los tres reyes que traen regalos. Leyendo el texto comprobaremos que no tienen nada que ver los unos con los otros. No digo esto para echar cubos de agua fría sobre niños y padres ilusionados, sino para evitar el presentar como una historieta un relato que tiene otra intención y que va mucho más lejos. La Epifanía es la fiesta de cada día, porque en todo acontecimiento se revela Dios. Dios es epifanía, manifestación, revelación a los hombres. Dios viene siempre a nosotros, se nos da a conocer poniéndose a nuestro nivel humano. La creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26) nos está indicando la posibilidad de comunicación entre El y nosotros y entre nosotros. El hombre ha sido creado permeable a Dios. Desde la narración simbólica del origen del hombre, Dios es epifanía: bajaba todos los atardeceres a pasear familiarmente con el hombre (Gén 3,8). Dios se comunicaba, se entregaba, se daba. El hombre rechazó aquella revelación y se convirtió en tinieblas. Y llegó el pecado, que es el estado en el que el hombre no puede conocer a Dios, en el que Dios no es sensible. Conocemos bien ese estado. Caemos en él continuamente. Las tinieblas no captan a Dios; no quieren captarlo. A través de la Historia de la Salvación, Dios no ha dejado de manifestarse a sí mismo. Jesús de Nazaret rasgó el velo por completo. Dios decidió, en El, acercarse definitivamente a nosotros. El estado normal, la condición ordinaria del hombre, es la de percibir a Dios en lo habitual, en lo sensible. Pero es necesario, para ello, vivir con el corazón abierto y desprendido, sin pecado. Ante Dios caben dos actitudes, lo mismo que cuando hablaba Jesús: los corazones duros asistían a su predicación como espectadores indiferentes, cerrados. Al terminar El de hablar, no se habían quedado con nada, a no ser con objeciones y críticas. Los otros, los corazones abiertos, cuando Jesús 87 enseñaba, se dejaban instruir, transformar; la palabra de Dios obraba sobre ellos; descubrían el plan de Dios, su llamada y la resistencia que ellos le hacían. Los que eran de Dios (Jn 8,47) escuchaban embelesados la palabra de Dios. Sentían despertarse en ellos las ilusiones más profundas de su ser. Su corazón ardía mientras les hablaba (Lc 24,32). Sé sentían transformados, atraídos hacia El, sin saber muchas veces por qué, incapaces de explicarlo. Callaban para acordarse mejor, para volver a colocarse en el estado al que El los había llevado. Sólo podían decir que "nadie les había hablado jamás como ese hombre" (Jn 7,46). Actualmente, Dios se nos puede manifestar de muchas maneras: en un hombre, en un grupo, en una reunión, en una celebración..., nos damos cuenta, de pronto, que Dios está allí, ante nosotros, visible, palpable; que las tinieblas han desaparecido. Es verdad que estos intervalos de luz vuelven pronto a rodearse de tinieblas. Pero si ha habido luz una vez, esto basta para saber que la luz existe y para creer en la Epifanía de Dios, a pesar de la ceguera de nuestros corazones. Son luz y epifanía los individuos y los grupos que nos orientan y nos marcan el camino que, individual y colectivamente, debemos seguir. Individuos y grupos que, en uno o en muchos momentos de sus vidas, tienen una intuición feliz o un valor y un coraje inusitados que producen en nosotros una luz nueva. Son para todos como profetas que guían los pasos del pueblo. Son epifanía, sobre todo, los que dan su vida al servicio de la humanidad. Cuando oímos de hombres o grupos que animan y defienden a sus vecinos, que corren los mismos riesgos que ellos, que viven como ellos pudiendo evitarlo, que sufren la persecución de los poderosos o dejan oír su voz contra la opresión en América Latina, España, África, Polonia..., ¿no sentimos dentro de nosotros una esperanza, una luz nueva, una epifanía? A veces tiene el carácter de un encuentro personal en la oración. Hay epifanía de Dios en nuestra vida cuando alguien nos infunde confianza y esperanza y del que podemos decir que nos ha iluminado; cuando alguien nos presta atención, se fija en nosotros y nos acepta como somos; cuando alguien nos escucha con hondura y verdad, no para respondernos ni darnos soluciones prefabricadas; cuando alguien nos ama y se identifica con nosotros; cuando alguien nos trata como personas y no como instrumentos a utilizar. También son epifanías las pruebas, las purificaciones, las oscuridades, las dificultades... y hasta los pecados. ¿Somos epifanía la Iglesia, los cristianos, nuestra pequeña comunidad, cada uno de nosotros? ¿En qué? Sólo asumiendo plenamente todo lo que es humano encontraremos a Dios y lo manifestaremos al mundo. 88 4. La universalidad de la salvación El gran tema de la fiesta de la Epifanía es la universalidad de la salvación. Dios ha llamado a la fe de Cristo a todos los hombres, de todos los colores, de todas las culturas, de todas las ideologías. Dios, en su Hijo, llama a todos los hombres a su reino de libertad, de justicia, de amor, de verdad y de paz. El objetivo principal de la vida de Jesús fue el anuncio del reino de Dios para todos los hombres. Luego fundó la Iglesia como el camino mejor, no único, para ese Reino. El reino de Dios es más que la Iglesia. Todo hombre que practica la justicia, la libertad... y trabaja para que llegue a todos, es reino de Dios, aunque no pertenezca a la Iglesia. Y el que cree que está dentro de la Iglesia y no es consecuente con las exigencias del Reino, estará fuera de él y de la Iglesia. La Epifanía es la fiesta de un Dios que se ha mostrado universal, enviando a su Hijo también para los "otros", para los que no piensan como nosotros. Una fiesta que nos alegra, a la vez que nos educa y nos corrige. Una fiesta que debe hacer de nosotros personas abiertas, universales; como lo es Dios, Padre de todos. Esta universalidad es un aspecto fundamental del mensaje cristiano, que es difícil comprender para el hombre de hoy si no le damos una verdadera interpretación. Hoy se han ensanchado los horizontes culturales del hombre, ha aumentado su información sobre otras religiones y modos de vivir y entender la vida; nuestro mundo es cada vez más pluralista, las místicas orientales nos atraen, se relativiza el hecho religioso al saber que existen otras religiones que también se presentan como la única verdad... En estas condiciones es más urgente dar una visión realista del mensaje cristiano. ¿Cómo presentar hoy, de una forma coherente y comprensible para el hombre actual, la universalidad del mensaje cristiano y de la llamada a la fe? ¿Cómo dirigirnos a todo el mundo, a gentes de todas las culturas y religiones, desde la fe cristiana? ¿Cómo unir esta universalidad con la libertad religiosa y el pluralismo sinceramente asumidos? ¿Tendremos que presentar de modo distinto la fe a los creyentes y a los demás? ¿Seguiremos tratando de imponer nuestra fe a todos, por seguir pensando que fuera de la Iglesia no hay salvación? No podemos seguir oponiendo unas religiones a otras. Todas tienen su gran parte de verdad, todas creen en un más allá después de la muerte, todas se dirigen de una forma u otra a Dios, todas tratan de hacer mejor al hombre. De aquí que tenemos que ser capaces de presentar la novedad de Cristo, no negando los valores de las demás religiones, sino tratando de presentar lo que Jesús añade a esas religiones, lo que nos exige un mayor conocimiento de ellas. A la vez, asumiendo sus aspectos positivos, que nos ayudarán a entender mejor el evangelio. Es lo que san Pablo nos aconseja: "Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno" (1 Tes 5,21). ¿Quién puede dudar de la verdad de muchas 89 enseñanzas de Buda o Lao Tsé, por ejemplo? ¡Cuánto reino de Dios en todas las religiones de la tierra! Lo mismo se puede decir de tantos agnósticos y ateos. Es su vida lo que importa: lo que ellos llaman justicia, libertad, paz, amor, verdad, solidaridad..., nosotros lo llamamos también Dios, porque para nosotros Dios es todo eso. Y viceversa: lo que nosotros llamamos Dios, ellos lo llaman de todas esas formas. Lo falso es hablar de Dios y no demostrar la fe en El trabajando por un mundo fraternal; o negar su existencia de palabra y con la vida personal. ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y .faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué le sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras". Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe. (Sant 2,14-18) Otro aspecto del universalismo del mensaje cristiano es el necesario diálogo entre la fe y la ciencia, entre la fe y la cultura, tan maltrecho. Una salvación universal sólo puede anunciarse con lenguaje y con formas culturales plurales y diversas, buscando siempre el entendimiento entre ellos. Encerrar la fe en un lenguaje y una tradición cultural únicos es ir en contra de la universalidad. Es urgente hoy una reinterpretación, a la luz de los adelantos científicos y bíblicos, del relato de las Escrituras del origen del hombre y del mundo, del pecado, del sentido de los sacramentos, de la salvación, de la fe... Reinterpretación que ya está haciéndose en pequeños grupos, pero que está lejos de llegar a la mayoría. La universalidad y credibilidad del mensaje cristiano está muy comprometida por falta de verdadero diálogo con la sociedad tecnificada y secularizada actual. El lenguaje teológico tradicional está desprovisto de interés para el hombre de hoy. ¿Conseguiremos hablar un lenguaje verdaderamente inteligible para el hombre, a la vez que fiel a la revelación? Hemos de realizar un verdadero esfuerzo para que Jesús pueda manifestarse a todos sin que los cristianos lo limitemos. Debemos abrir lo que está demasiado cerrado, vitalizar lo que está mortecino. La fiesta de la Epifanía nos invita a mirar hacia nuestra Iglesia: este misterio de comunión universal que reúne tantas diversidades y que, pese a todas sus imperfecciones y pecados, sigue siendo para nosotros la señal de salvación, la señal de la presencia de Jesús. No tenemos ningún derecho a hacernos una Iglesia a la medida de nuestros intereses. La Iglesia tiene que ser el resultado de la fe en Jesús y "estrella" que lo manifiesta. La Iglesia de Dios es universal. No es patrimonio de ninguna cultura, de ninguna Iglesia particular, de ninguna comunidad, de ningún grupo, de ninguna persona, de ningún partido político o clase social. 90 ¿Somos consecuentes con esta universalidad de la Iglesia? Lo somos en la medida en que no la vivamos como una propiedad nuestra. ¿Nuestra Iglesia es "católica" -universal-? ¿No se presenta identificada con un tipo de pueblos, de culturas, de clase social, de edades? ¿A los pueblos africanos o asiáticos, por ejemplo, les es posible descubrir esa universalidad? ¿Los jóvenes inquietos se encuentran en ella a gusto? ¿No está demasiado identificada con las costumbres de otras generaciones? Los hombres que trabajan por una verdadera transformación de la sociedad -los partidos de izquierda, normalmente-, ¿descubren en ella a su aliada o es lo contrario? No se trata de que los cristianos europeos adoptemos costumbres africanas; ni lo contrario; o que todos seamos o nos hagamos jóvenes; o que todos nos apuntemos a partidos de izquierdas... Se trata de no identificar a Jesús con nosotros, de descubrir en El siempre más, que hay diversos modos de ser cristianos, que la única condición es la fidelidad al evangelio. La fiesta de la Epifanía nos invita al gozo por ser miembros de la Iglesia de Cristo, "sacramento universal de salvación" (Lumen gentium 48), sacramento de la comunión -común unión- de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Un “sacramento" que tenemos que hacer visible con nuestras vidas. Temamos caer en el error de los habitantes de Jerusalén. Caminemos con la ilusión de hacer que la Iglesia y cada uno de nosotros seamos como debemos ser. 91 Presentación en el templo Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor (de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón sea consagrado al Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: "Un par de tórtolas o dos pichones"). Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto en la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel". José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma". Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. (Lc 2,22-40) Es interesante comparar los capítulos que Mateo y Lucas dedican a la infancia de Jesús. Mientras el primero incluye en su narración a los grandes del mundo (Herodes, sacerdotes y escribas, Magos), Lucas describe a la gente del pueblo que espera: los pastores, los ancianos piadosos, la gente sencilla. Mateo describe la realidad de la vida: las dudas de José, la persecución, el llanto, la muerte de inocentes, la emigración, la indiferencia. Lucas nos transmite un ambiente de familia, de alegría, de confianza, de poesía. El evangelio de Lucas interpela directamente nuestra vida y nuestro mundo. Reprueba todo fariseísmo, toda apariencia y legalismo, toda falsedad. Nos muestra cómo tiene que ser nuestra vida, nuestras relaciones personales y comunitarias con Dios y con los demás. 92 Nuestro mundo, destrozado por la injusticia y la opresión, lleno de lágrimas y amarguras, encuentra en el evangelio de Lucas una respuesta a sus esperanzas. Todo el capítulo segundo de Lucas presenta dos rasgos importantes. El primero es que va ampliando progresivamente el horizonte de los que oyen la Buena Noticia: los pastores, los ancianos Simeón y Ana; finalmente, los "doctores", sentados en el templo, escuchan la palabra pronunciada por el mismo Jesús. Con ello el autor nos quiere expresar su concepción de la eficacia de la Palabra: sus comienzos son modestos, pero su marcha es irresistible, como refleja el mismo Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El esquema del progreso evangélico, sobre el que están estructurados los dos libros de Lucas, está ya contenido en este capítulo. El segundo rasgo es el modo de comunicar la Buena Noticia: primero "desde arriba", por los ángeles a los pastores. Luego, mediante el testimonio personal: es el relato que los pastores hacen de su experiencia al que quiera oírles. Finalmente, por la palabra profética dirigida, bajo el "impulso" del Espíritu Santo, a la comunidad reunida para la oración: Simeón y Ana representan a los profetas que comunican a la asamblea de los creyentes cómo entienden ellos los gestos de Dios. Sus palabras expresan lo que la comunidad cristiana piensa de Jesús. Nos muestran que la Palabra divina no penetra en la comunidad, no alcanza a los corazones de sus miembros más que por la iluminación del Espíritu (Mt 16,17), que actúa a través de los profetas (1 Cor 12,3). El texto de Lucas es también fruto de una doble preocupación: subraya el lazo de unión de Jesús con el judaísmo y sugiere la novedad significada y realizada por Jesús. Hay continuidad del Antiguo al Nuevo Testamento, cumplimiento; pero, a la vez, una cierta ruptura. Es de notar la avanzada edad de todos los que representan al Antiguo Testamento: Zacarías e Isabel, Simeón y Ana. 1. El templo, casa de oración María, como hacían todas las mujeres israelitas, va a cumplir los ritos de la purificación, obligatorios para las que acababan de dar a luz. Toda madre, al tener un hijo, quedaba legalmente "impura", y tenía que ser declarada "pura" en el templo por un sacerdote. Además, todo primogénito pertenecía a Dios (Ex 22,28). Los primeros nacidos de los animales eran sacrificados; el primer hijo de cada familia era rescatado por medio de una ofrenda. Se había convertido en un buen negocio para los que controlaban el templo. La purificación de la madre y el rescate del primogénito, prescritos por la ley (Lev 12,1-8), se convierte en Lucas en una presentación del Niño. El tercer evangelista da gran importancia a esta primera entrada de Jesús en el templo de Jerusalén, centro para él del plan divino de salvación. 93 La ofrenda que presentan los padres de Jesús para rescatarle es la de los pobres: "un par de tórtolas o dos pichones". Los ricos presentaban animales más grandes y más caros. El templo era un lugar que avalaba todo tipo de diferencias sociales y raciales: había en él lugares reservados para los sacerdotes y grandes personajes, los hombres y las mujeres estaban en lugares distintos; lugares a los que no podían entrar los gentiles. José y María, que llevaban en su sangre las inquietudes expresadas en el Magnificat, ¿no sentirían una gran repugnancia ante aquellas diferencias sociales y aquel negocio? ¿Cómo no rompían con todo aquello, tan indigno de Dios y que tanto atacaban los profetas del Antiguo Testamento, lo mismo que atacan los "negocios" de la Iglesia los profetas actuales'? Ellos aguantaron aún. Pero el Hijo que traían en brazos iba a desenmascarar todo aquello: "Mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos" (Lc 19,46). 2. El profeta, pregonero de utopía Cuando Jesús nació, muchos en Israel anhelaban un cambio social profundo y la expulsión de los romanos de Palestina. Simeón y Ana veían acercarse su muerte sin haber visto nada de ello. Morirían, como tantos, y todo seguiría en vagas promesas. Simeón es un profeta: esto es lo que significa el don del Espíritu que posee. De ahí que pueda hablar del futuro y en nombre de Dios. El Espíritu Santo actúa y abre los ojos de este anciano, que descubre en el hijo de María "el consuelo de Israel". Iluminado por el Espíritu, intuye, a través de los signos de pobreza, la gran realidad presente en Jesús: la salvación-liberación de Israel. Por eso profetiza, aunque lo único que tiene en brazos es un recién nacido, hijo de unos pobres habitantes de un pueblo insignificante. En aquel Niño vislumbra la revolución liberadora, falte el tiempo que falte. Es posible cambiar las cosas. Podemos llegar a esa utopía que Jesús llamará "reino de Dios". Para el que sabe descubrir estos signos y seguir la lucha que ellos marcan, la muerte cambia de sentido, deja de ser algo desesperante y absurdo. El himno de Simeón es un bello ejemplo de oración. Es la oración de un hombre cercano a la muerte, que da gracias por la "salvación" que se le ha concedido "ver" durante su vida y que le ha producido una profunda alegría. Ha captado el misterio del Niño y encuentra la paz; sabe que Dios es la plenitud humana y canta la gratuidad de la salvación. Las palabras de Simeón corresponden a las dos etapas históricas del plan divino: una es de alabanza a Dios porque la salvación ya ha llegado al pueblo y tiene una dimensión universal, por mediación de Israel (Is 60); la segunda, el rechazo de la mayoría del pueblo elegido, que traerá la crisis y la división en el interior del mismo. 94 La "luz" que llega al templo tiene un destino universal. Israel, representado por el anciano Simeón, puede "morir" como institución religiosa, pues ha llegado el tiempo nuevo de la salvación para todas las naciones, sin distinción alguna. Salvación que no se realizará sin luchas y oposición. Israel deberá abrir su luz a todos los pueblos de la tierra. Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido en plenitud lo humano. Sólo existimos verdaderamente en virtud de la comunidad de los hombres. No existe ninguna profundidad en la vida sin la profundidad de la vida en común. Nuestra vida en la historia se mueve tan en la superficie como nuestra vida individual. El amor de Dios por todos y cada uno de los hombres no es un amor puramente sentimental, no es sólo ternura y expresión de sentimiento, sino también exigencia y renuncia. El amor de Dios no es paternalista, sino que es, sobre todo, liberador: hace personas libres. Jesús es el "Salvador" para "todos los pueblos", "luz" de "las naciones" y "gloria de Israel". Es "luz". No sólo una luz que ayuda a caminar, sino una luz que salva, que guía por un camino que conduce a la vida. Por eso se llama "Salvador". Es "gloria". En lenguaje bíblico significa la manifestación del mismo Dios. Jesús es la "gloria de Israel", porque es la máxima manifestación de Dios en el pueblo. Lucas -que no era judío- nos dice que Jesús es la "gloria" -la culminación- del pueblo judío. Pero, al mismo tiempo, insiste que es para "todos los pueblos". Jesús está plenamente injertado en la historia de la humanidad inquieta, inconformista, utópica. El largo caminar durante siglos del pueblo judío es una progresiva preparación necesaria para llegar a la manifestación culminante de Dios en Jesucristo. Manifestación que ya no queda encerrada en un pueblo, sino que es para todos. Ningún pueblo, ninguna clase, ninguna cultura, ninguna Iglesia tendrá derecho a monopolizar esta "luz" de Dios. La misión propia del pueblo judío fue preparar el advenimiento de esta luz que es Jesús. La misión propia de la Iglesia es comunicar esta luz a todos los pueblos, en todas las épocas. Y si la tentación del pueblo judío fue la de resistirse a traspasar lo que nació en él, también la tentación de la Iglesia -de los cristianos y de las comunidades- es la de no ser transmisores para todos de la luz de Jesús. El pueblo judío sucumbió a esa tentación. La Iglesia también, en gran parte de su historia: ¿qué "evangelio" encarna? ¿Será capaz de abrirse y conectar con los grandes valores del pueblo secularizado contemporáneo? 3. Necesidad de una opción dolorosa Ser creyente es ser peregrino, caminar en la incertidumbre y en la inseguridad, caminar de sorpresa en sorpresa. El amor de Dios es exigente, siempre está empujando para que los hombres crezcamos y maduremos. 95 Para los padres de Jesús fue difícil comprender el plan de Dios y la misión que se les encomendaba. Porque, por muchas ideas que tengamos sobre los planes de Dios hacia nosotros y hacia los que nos rodean, es siempre mucho más lo que se escapa a nuestra comprensión. Estaban admirados de lo que Simeón decía del Niño. Sólo los pobres tienen capacidad de admirarse ante otros. A los "ricos" les da vergüenza: es signo de debilidad y sencillez. María y José, que son las personas más próximas a Jesús, también necesitan de las palabras de los demás para ir comprendiendo mejor lo que el Padre quiere realizar en Jesús para los hombres. Su fe les va descubriendo las profundidades del amor del Padre sobre el Niño. Poco a poco, y con sufrimiento, comprenderán el significado de la misión de su Hijo. Lucas, que escribe muchos años después del asesinato de Jesús, hace decir a Simeón que el Niño será causa de contradicción, "será como una bandera discutida". Jesús viene a renovar todas las cosas. Pedirá un sí o un no, con todas las consecuencias. Y será discutido, será portador de una crisis. Ante El será necesaria una actitud clara de la persona. El Niño provocará la caída de unos y la elevación de otros; unos avanzarán con El hacia la plena liberación, otros se hundirán en egoísmos y conformismos estériles y crueles. La vida de Jesús dará fe de ello. Y la historia, hasta hoy, también. ¿Dónde colocar a los que dicen que "creen" y actúan en contra de esa fe; o a los que dicen que "no creen" y realizan obras de justicia? Desde ahora, la suerte de cada uno se jugará en su decisión ante Jesús, ante lo que El representa: búsqueda de libertad, de amor, de justicia, de paz, de solidaridad... para todos; o encerrarse en las propias conveniencias. El Padre destinó a Jesús para que cada hombre, todo Israel, tome ante El su decisión; decisión que debe ser clarificada por las obras. No es posible mantenerse neutral. En Israel, el pueblo elegido de Dios, no reciben la liberación y logran la salvación más que los que toman una opción por el Hijo. Sólo el que opta personalmente por Jesús -antes y ahorapertenece verdaderamente al pueblo de Dios. Una opción que lleva al compromiso de tomar únicamente desde El todas las decisiones de la propia vida. Jesús es bandera discutida porque sitúa al hombre ante la decisión. Y decidirse es doloroso, porque nos pide ponernos al lado de los desheredados, hacernos desheredados. La contradicción no existe -lo saben muy bien los cristianos bien acomodados- cuando unimos una fe de palabra con una vida sin relación con esa fe. Pero entonces no hay opción por Jesús, aunque nos empeñemos en lo contrario. Por eso existe tan poca contradicción con la sociedad que nos rodea: falta opción por Jesús, vida comprometida con el pueblo en la mayoría de los cristianos. La sociedad de consumo viene en ayuda del hombre moderno para impedirle pensar en el modo de vivir la fe en Jesús, incapacitándole para que descubra la dicotomía entre las palabras y la vida. Hay en nuestra sociedad demasiado ruido y demasiadas prisas, demasiadas comodidades y superficialidades, demasiados egoísmos para llegar a Jesús, presente en lo más profundo del corazón humano. 96 La oposición ocasionada por El será tan brutal, que alcanzará dolorosamente a su madre. Madre e Hijo se ven asociados en un mismo destino doloroso. María irá acompañando a Jesús hasta el momento de su muerte en la cruz, en que "una espada le traspasará el alma". La espada que atravesará a María designa no sólo su sufrimiento personal, sino también el desgarramiento de la "hija de Sión" por la devastación del país, por la opresión y la explotación de los pobres de la tierra. Dios ha dicho su última palabra en Jesús; el hombre dará su respuesta mayoritaria con la cruz: una minoría -los dirigentes religiosos y políticos- dirigiendo el crimen, una mayoría -el pueblo, siempre manejado y alienado- sirviendo de comparsa. La victoria del Mesías nacerá de su derrota. La vida llega por la muerte. Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última consecuencia de la contradicción. Un hombre como Jesús inquieta demasiado y hay que matarlo para poder interpretarlo después a nuestro gusto. Es lo que se hace normalmente con los hombres de esta categoría. Las verdaderas causas por las que murió Jesús resuenan ya en el evangelio de la infancia. Pero, a la vez, quedan al descubierto los pensamientos y los intereses de muchos corazones, a poco que queramos interpretarlos. La decisión que se tome ante la señal que es Jesús y las razones que demos para seguir compaginando una fe sin una vida, descubren las profundidades ocultas de los sentimientos humanos, lo que hay en realidad dentro de cada corazón. 4. Ana canta la alegría de una esperanza Y otra anciana, llena de verdadera religiosidad, que esperaba que todo cambiara un día, entra también en escena. Las palabras de Simeón hallan eco en esta mujer piadosa, profetisa y bendecida por Dios con una larga ancianidad. Como los pastores de Belén, también ella alaba a Dios y habla a todos de aquel Niño, que es la liberación de Israel y de todas las naciones. Caminos que iban a acabarse en la nada, de repente, encuentran sentido. Morirán con esperanza. La palabra de Dios, que sacia las esperanzas de su pueblo, se ha hecho Hombre. Este pueblo está representado en esta mujer pobre y viuda, que ha gastado su vida en ayunos y oraciones cerca de la casa de Dios. Ana reconoce la llegada del Mesías y, llena de gozo, se convierte en apóstol. Cuando nos llena una gran alegría, un gran ideal, no tenemos más remedio que gritarlo. Si esto no nos ocurre, ¿tendremos dentro de nosotros algo que merezca realmente la pena? Ana no cesa de hablar de Jesús a todos los que esperaban al Mesías. Solamente se puede hablar del Mesías a los que esperan algo en la vida, a los insatisfechos, a los pobres, a los que se sienten oprimidos... Los que ya se creen liberados y satisfechos, ¿qué pueden entender? 97 La palabra de Dios tenemos que aceptarla desde nuestras propias ilusiones y esperanzas, buscando en ella las respuestas a los acontecimientos diarios, sean del tipo que sean. Tenemos que aceptarla como se acoge a un íntimo amigo en casa. María y estos dos ancianos iluminan perfectamente el misterio de Cristo Mesías, y se convierten para nosotros en modelos de la espiritualidad basada en la esperanza de los pobres. 5. Y el Niño crecía... Retornan a Nazaret, el pueblo de María, donde el Niño crece y se robustece. El crecimiento abarca a toda su persona; goza en plenitud de la gracia de Dios y de su sabiduría. Gracia y sabiduría que le iban llevando a profundizar en los acontecimientos, a descubrir el porqué de tantas situaciones y la salvación ofrecida por Dios a todas las naciones. Si "se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba", ¿qué le llevaría a hacer, viendo tantas injusticias y opresiones a su alrededor, cuando fuera mayor? José, su padre, era el "arregla todo" del pueblo. Su posición económica debía ser muy modesta. Crecía, se hacía fuerte, rendía..., como hacen todos los niños con un mínimo de condiciones normales para vivir. Fue de los que tuvieron suerte de poder sobrevivir, crecer y robustecerse; porque entonces allí -igual que ahora en tantos lugares del mundo- muchos niños de familias modestas morían por desnutrición, miseria, falta de posibilidades higiénicas... 98 Comienzan las dificultades para Jesús Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: "Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto". Al verse burlado por los Magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los Magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: "Un grito se oye en Ramá: llanto y lamentos grandes; es Raquel, que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven". Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño. Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno. (Mt 2,13-23) Mateo tiene un especial interés en resaltar el cumplimiento en Jesús de las profecías del Antiguo Testamento. Es una forma de decirnos que en Él se cumplen todas las esperanzas. Éste pasaje nos presenta al Mesías, al nuevo Israel, perseguido por los poderes de este mundo y liberado por Dios. Encontramos en él varias citas del Antiguo Testamento: "Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto" (Os 11,1). Oseas se refiere a Dios, que saca a Israel de Egipto, y que nos narra el libro del Éxodo. Jesús, jefe del nuevo pueblo de Dios, revive la historia de la liberación de Israel. "Él oráculo del profeta Jeremías" (31,15), aplicado a la matanza de niños en Belén. "Ya han muerto los que atentaban contra tu vida" (Ex 4,19). Son palabras que dirige Dios a Moisés, refugiado en casa de su suegro Jetró por haber matado a un egipcio, para que vuelva y cumpla su misión de caudillo. Jesús es el nuevo Moisés, el liberador del nuevo pueblo. "Se llamaría nazareno". Ésta cita no se encuentra en las Escrituras, pero podría relacionarse con la palabra hebrea "neser", que significa "vástago", y que se parece a nazareno (Is 11,1). También a "nazir" (Jue 13,5.7). 99 El que recibe las indicaciones de Dios sobre lo que debe hacerse es José, por medio de ángeles aparecidos en sueños. La razón de esta preferencia está en el hecho de que la línea de descendencia davídica le llega a Jesús a través de José; además, es el cabeza de familia y el padre legal del niño. 1. Disponibilidad de José La figura del esposo de María se asocia aquí a la del patriarca José. Ambos salvan a sus familias llevándoselas a Egipto (Gén 45-46), para volver luego a la tierra prometida. El texto no dice que la noticia de la partida de los Magos hubiera llegado a Herodes en seguida de su marcha. De todas formas, la aparición del ángel a José en sueños debió ser la noche siguiente de su partida. Él aviso que recibe es una orden. Herodes hace planes contra el Niño. José se levanta y obra sin pérdida de tiempo. Solamente una persona muy ejercitada en la búsqueda de la voluntad de Dios en su vida puede llevar a la práctica una orden como la que aquí recibe José. José está plenamente orientado hacia Dios. Por eso el Padre puede actuar fácilmente y ser escuchado. Es lo que sucede siempre que una persona está llena de Dios. ¿Cómo expresar una relación tan íntima con nuestro pobre lenguaje? Es la razón de tanto simbolismo en la Biblia. Pocos pasajes tan fuertes como esta huida de la Sagrada Familia. Un rey tirano y loco hace huir a la familia que Dios ha elegido para cumplir sus promesas a los hombres. De Belén a Egipto tenían dos caminos. Uno seguía la costa y era el más fácil y el más ordinario. El otro se internaba por el desierto, tomando después caminos secundarios que se adentraban en Egipto. ¿Qué ruta tomaron? Se cree que la segunda, ya que la primera era la más peligrosa para una huida al estar más vigilada. El ángel no le indica la duración de la estancia en Egipto. Lo deja en la incertidumbre. Tiene que limitarse a hacer lo que se le indique en cada momento. Es así como actúa Dios. ¿Dónde se establecieron? No se sabe con certeza. Todas las tradiciones que se invocan están desprovistas de verdadero fundamento histórico. Egipto era el lugar idóneo de refugio político. Era provincia romana, gobernada por un prefecto y fuera de la jurisdicción de Herodes. Eran muy abundantes en él las colonias judías, siempre prestas a socorrer a sus conciudadanos. En los primeros años de la era cristiana calculaba Filón en un millón los judíos que vivían en Egipto. Allí pudieron ser atendidos, hablar su lengua y vivir hasta su regreso. Otra gran lección para los cristianos, tentados siempre de interpretar a Dios y a Jesús según los propios intereses, sin ahondar en los planteamientos evangélicos. Para conocer los planes de Dios sobre el mundo son necesarios la plena disponibilidad, la oración, el estudio de las Escrituras y el silencio. De todo ello brota la verdadera acción cristiana. Acción que nos llevará constantemente al estudio y a la oración en el silencio interior, y viceversa. Me parece que a 100 muchos cristianos les falta oración, estudio y silencio. Tienen, quizá, buena disponibilidad y acción, pero ¿esa acción es la que hace falta en cada momento para que avance el reino de Dios? 2. Crueldad de Herodes Al cabo de dos o tres días de esperar a los Magos, según lo convenido, Herodes tuvo una de sus reacciones habituales y brutales. Temió una conjura contra su trono, cuya conservación era su máxima obsesión, y da la orden de matar a los niños de Belén y sus alrededores. El pasaje está en relación con el libro del Éxodo (c. 1), en el que el faraón se propone destruir al pueblo hebreo matando a los varones recién nacidos. Sobre el número de niños asesinados se han dado cifras fantásticas. Si tenemos en cuenta el número de habitantes de Belén y sus alrededores por aquellos tiempos (unos mil), un número igual de niños y niñas nacidos y la mortandad superior a la actual, podemos calcular en unos veinte el número de los asesinados. La crueldad de Herodes, particularmente al final de su vida, se conoció hasta en Roma. En sus últimos años mandó matar al sumo sacerdote Hircano II, a tres de sus hijos (Alejandro, Aristóbulo y Antípater), dio un decreto para que fuesen eliminados los principales de entre los judíos, decreto que no llegó a realizarse por haber muerto el tirano... El crimen era para él una medida política normal para mantenerse en aquel trono que, además, era usurpado. El texto no refleja únicamente lo ocurrido en el momento del nacimiento de Jesús, sino también la situación en que vivía la Iglesia cuando se escribió el evangelio de Mateo. Una de las acusaciones que hacían los judíos a los cristianos era que Jesús había practicado la magia que aprendió en Egipto. El relato lo niega claramente, ya que, aunque era verdad que Jesús había estado en Egipto, su estancia había sido de recién nacido. Desde el comienzo de su vida Jesús se enfrenta con el odio, el egoísmo y la avaricia, que pretenden dominar el mundo. Fue calumniado, perseguido, torturado, asesinado. ¿Por qué? ¿No habrá algún camino más fácil para los hombres que quieran liberarse del mal que todos llevamos dentro de nosotros, y que ha cristalizado en la sociedad que padecemos? Jesús sigue siendo perseguido y asesinado en millones de inocentes en todo el mundo: guerras, exterminio de pueblos enteros, muertos por el hambre... ¿Por qué? ¿Cómo se llaman los Herodes de hoy? ¿Cuándo cesará esta lucha del hombre contra el hombre? Mientras Jesús huye a Egipto, sucumben los niños en Belén y toda la nación llora desconsoladamente. Es otro símbolo: el pueblo que expulsa a Jesús de su seno es víctima de su gran error. La matanza de Belén es un signo anticipado de la destrucción del pueblo judío en el año 70. Mateo se muestra optimista: la oposición de los poderes enemigos no podrá impedir la realización de los planes de Dios. 101 3. Regreso de Egipto Al no saber el tiempo transcurrido entre la matanza de los niños de Belén y la muerte de Herodes, no podemos precisar cuánto tiempo duró la estancia en Egipto de la Sagrada Familia. Acaso pueda cifrarse en algo más de un año. "Vuélvete a Israel..." De nuevo el sueño y el ángel para expresarnos la apertura de José al plan de Dios. La muerte de Herodes es el motivo del regreso. Había muerto poco antes de la pascua del año 750 de Roma. Herodes nombró en su testamento a su hijo Arquelao heredero del trono de Judea con el título de "rey", aunque el César sólo le concedió el de "etnarca". Desde el comienzo de su gobierno, incluso antes de ser confirmado por Augusto, Arquelao mostró una gran crueldad. Pocos días después de la muerte de su padre hizo aplastar en el mismo atrio del templo una sedición popular, causando unos tres mil muertos. Nueve años después fue depuesto y desterrado por Augusto a causa de sus violencias y a petición de sus súbditos, pasando Judea a ser provincia romana dirigida por un gobernador. Esto explica la prudente conducta de José de establecerse en Nazaret, donde ya habían vivido anteriormente, que estaba en Galilea, gobernada por Antipas, que, a pesar de su sensualidad y astucia, era mucho más benévolo en su gobierno que los otros dos. Dios actúa a través de los acontecimientos, con frecuencia crueles y absurdos, de la vida de los hombres: nace en Belén por una orden del emperador de Roma, va a Egipto por la crueldad de un rey, vive en Nazaret por los riesgos que podría correr en Belén... Pero de esa forma se va cumpliendo la palabra divina, contenida en las Escrituras. Parece que Dios se deja quitar la dirección de los acontecimientos. Impresión que está presente a lo, largo de toda la historia humana. Idea que no está de acuerdo con la que nosotros nos hemos formado de Dios. De ahí tantas crisis de fe y tantas supersticiones. 102 En el templo a los doce años Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El les contestó: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres. (Lc 2,41-52) Dios se ha revelado en el seno de una familia. No sabemos mucho de la familia de Jesús. Pero una cosa es segura: Dios quiso que Jesús naciera y viviera en una familia pobre, una familia obrera. Una familia que tuvo la amarga experiencia de la emigración y las zozobras de la persecución. Una familia con momentos extraordinarios, como la presentación en el templo, y luego meses y años de vida sencilla, de trabajo en Nazaret. En los medios católicos tradicionales ha habido como una absolutización de la familia. La familia lo era todo, y en aras de ella había que sacrificarlo todo. Jesús niega con su actuación esta concepción: la vocación social, política, religiosa, personal... nunca pueden ser absorbidas por el grupo familiar cerrado. La evolución actual nos hace comprender mejor la negación del absolutismo familiar. Los jóvenes reciben fuera de la familia tanto o más que dentro de ella. Reciben fuera, cada vez más, las ideas, la cultura, la enseñanza, la amistad; incluso el dinero, el alimento y el techo, pues muchos trabajan y viven fuera de ella gran parte de su tiempo. El grupo familiar queda hoy, en cierto modo, homologado con los otros grupos humanos. Pero la familia, aunque relativizada, mantiene todo su valor singular, inintercambiable. 103 1. El otro "nacimiento" de Jesús "Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua". La subida a Jerusalén, al templo, estaba prescrita por la ley para las tres grandes fiestas del año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, y obligaba a todos los hombres, aunque estaban dispensados de acudir los que vivían lejos. Las mujeres y los niños solían acompañarles. Iban en caravanas de familiares y vecinos. Jesús se comporta como un muchacho normal de su edad y de su época. Si tenía doce años, le faltaba poco para ser considerado adulto por el judaísmo, que los admitía oficialmente como tales a los trece años. A esta edad, Jesús, partícipe de la sabiduría y gracia de Dios e hijo de padres que vivían profundamente la religiosidad de la Biblia -manifestada por los profetas- y en el ambiente tan inquieto políticamente de la Palestina de entonces, se tenía que haber dado cuenta ya de muchas cosas. La lucha de clases era evidente, lo mismo la opresión y el negocio que ejercían los dirigentes del templo sobre el pueblo. En esta visita, Jesús comienza el proceso de su nacimiento como hombre responsable en el mundo, comienza a afirmarse como persona distinta. Es el primer aldabonazo de quien un día aún algo lejano, va a romper dolorosamente la propia estructura familiar para consagrarse a la gran familia universal. Este texto ha servido normalmente a los cristianos para profundizar en la manera de comportarse Jesús con sus padres y con Dios, en la jerarquía de su obediencia a unos y al Otro. Sin negar lo anterior, esta narración quizá pretenda ir más allá: Jesús, que partió con su familia para seguir "la costumbre", no vuelve con ellos. Rompe con la costumbre. Cuando los padres "se pusieron a buscarlo" empiezan con toda naturalidad "entre parientes y conocidos". El clan familiar tiene un comportamiento establecido: todos los años van a Jerusalén por la Pascua. Es "la costumbre" impuesta, reconocida y practicada por todos y en la que Jesús ha vivido hasta entonces, sometido a ese grupo unido por lazos estrechos de familia. Cumplidos los doce años, en el momento en que se le propone integrarse en la vida de ese grupo, adoptando libremente sus costumbres, Jesús se aleja. El gesto es grave: próximo a ser considerado adulto, y, por tanto, libre y responsable de sus actos, Jesús rompe con la unidad del clan. La sorpresa es lógica; también la angustia. Ausente del grupo familiar, Jesús está "en el templo". Su alejamiento de "la costumbre" no le lleva a prescindir de la ley. Al contrario, manifiesta un gran interés por ella: le encuentran "sentado en medio de los maestros". Hace preguntas e indica algunas respuestas, hasta tal punto que "todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba". Se palpa en El un conocimiento claro y profundo de la ley. 104 Al romper con lo establecido, Jesús no ha actuado con ligereza: sabe que la Ley debe ser interpretada de forma muy distinta. No se dice de qué hablaba Jesús con aquellos doctores. Sólo se nos dice que los dejaba "asombrados". Pero ¿de qué iban a hablar más que de la ley, de su interpretación? Si, años más tarde, el templo va a ser el punto clave de la lucha entre Jesús y los rabinos, se puede suponer que sus subidas de joven a Jerusalén eran un acumular datos. Años después todo estallaría con fuerza profética. "Hijo, ¿por qué nos has tratado así?..." Jesús responde con otra pregunta, en la que nos indica la conciencia que tiene de ser el Hijo y que marca una cierta distancia de sus padres: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" ¿Qué quiere decir Jesús con su respuesta? No lo sabemos bien. Lo único que está claro aquí es que las cosas del Padre están por encima de todo lo demás, que esas cosas tienen una prioridad total, aunque ello suponga sufrimiento a los seres más queridos. El malentendido entre María y Jesús es total. ¿Qué es lo que tenían que saber sus padres? ¿Quién es este conocedor de la ley que rompe con la ley, este adolescente de doce años que "se sienta" en el templo, este hombre que dice que Dios es su Padre ¿Quién es Jesús? La afirmación de la filiación divina de Jesús sobrepasa incluso la inteligencia de María, completamente abierta a la palabra de Dios. Esta afirmación se irá desarrollando y comprendiendo poco a poco. Sus padres no entienden. Es lo que nos pasa a todos cuando alguien, responsablemente, rompe los moldes sociales y religiosos y no sabemos el porqué. Pero algún día se llega a ver claro y se comprenden muchas cosas si se vive abierto a los acontecimientos. Hemos de reconocer que a los cristianos, casi en general, nos gusta más el Niño del pesebre: está allí a nuestra absoluta disposición, le podemos cuidar, acariciar; no nos proporciona ninguna molestia. Pero este Niño que crece, que camina, ¡nos mete en cada apuro! Nos crea situaciones incómodas. Se nos puede escapar en cualquier momento. Y con ello nos pone en la obligación de seguirle, de caminar detrás de El. ¡Con lo bien que estábamos con todo cronometrado, medido, seguro, fijado! El ideal para la mayoría sería que se estuviera quietecito, que se conformara con el cumplimiento de unas normas y ritos. Dice Lao Tsé en el apartado XXXVIII de su obra Tao Te K i n g : Perdido el Tao (principio superior), queda la virtud. Perdida la virtud, queda la bondad. Perdida la bondad, queda la justicia. Perdida la justicia, queda el rito. El rito es sólo apariencia de fidelidad y origen de todo desorden. 105 A ritos y normas tendemos los hombres a reducir toda relación con Dios. En cumplir ritos y normas emplean su tiempo y sus esfuerzos la mayor parte de las "fuerzas vivas" de la Iglesia católica y de las demás religiones. Jesús quiere meterse en todos los caminos del hombre, tomar parte activa en sus dramas, en sus mismas ilusiones, en sus mismas tragedias, en sus mismas lágrimas, en sus mismas esperanzas y alegrías. No quiere ser presa de "la costumbre", de los ritos. Quiere, superando la justicia, la bondad y la virtud, llegar al "Tao" -a Dios-. El evangelio, si se mira bien, no es otra cosa que un largo y continuo caminar. Como la vida. Jesús es Alguien que camina, que jamás está quieto. Los cristianos hemos decidido seguir a Cristo, hemos hecho de su seguimiento nuestra vocación. ¿Por qué hay tantas vocaciones para no hacer nada? Jesús nunca se dejará aprisionar por nuestros esquemas; nunca entrará en la jaula de nuestras técnicas, de nuestras fórmulas y de nuestros proyectos de apostolado; jamás estará a gusto con nuestras frías celebraciones sacramentales... 2. Crecer con los hijos "Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad". En el oscuro Nazaret se va a ocultar Jesús durante unos veinte años. Va a llegar a la plenitud de la madurez viviendo sometido a sus padres. Posiblemente sea ésta una de las mayores alabanzas para ellos y para todos los padres. Si los hijos mayores están a gusto con sus padres, por algo será. Cuando Jesús nos habla de Dios como Padre, de la comunicación de amor, de la amistad; cuando nos dice lo que le ilusiona..., estaría hablando de su propia familia, de la comunión que existía en su casa de Nazaret, basada en la aceptación y valoración de cada uno. ¡Cuánta influencia de sus padres en el mensaje de Jesús! José y María son ejemplo del paso que hay que dar de la incomprensión a la comprensión. María no entiende. La respuesta total no la tendrá más que al final del drama de la vida de su Hijo. Pero "conservaba todo esto en su corazón". Meditaba todos los recuerdos para encontrar su sentido, para acoger ese sentido cuando le fuera facilitado; y los unía. Los padres y los hijos han de esforzarse por entender. Es muy difícil que los padres comprendan las decisiones de sus hijos cuando éstos deciden caminar con independencia. Personalmente dudo mucho de la independencia que es individualismo. Creo en la independencia para la libertad en el compromiso, en el compartir, en la búsqueda..., que será siempre hacia la comunicación, hacia la comunidad, hacia la familia, hacia los otros. María supo callar, esperar. Y supo aprender de su Hijo. Lo respetó y de esa forma facilitó la misión de Jesús. 106 El amor de María fue un amor liberador, capaz de renunciar a los sentimientos primarios o a los propios proyectos egoístas y posesivos. María supo crecer con su Hijo. Preguntémonos sinceramente: ¿cómo es nuestro amor para con los hijos? ¿Y para con los padres y esposa o esposo? ¿Sabemos valorar y respetar a los otros miembros de la familia? ¿Sabemos callar e interpelar oportunamente? ¿Tenemos conciencia de que los hijos son distintos a los padres y que también ellos tienen una misión que cumplir? ¿Hemos dimitido acaso de acompañarles y de crecer con ellos, sin pretender ser como ellos? ¿Queremos que sean personas libres, capaces de afrontar la vida y el mundo que les ha correspondido vivir, o más bien queremos hacerlos a nuestra imagen de un modo egoísta? ¿Nos limitamos a criticarles o sabemos también reconocer nuestras incoherencias y cobardías? Son preguntas difíciles de contestar porque llevan mucho tiempo y exigen mucha reflexión. Jesús maduró en familia porque lo amaron con un amor libre y liberador. Y Jesús correspondió a este amor valorando y respetando el papel de sus padres. 3. Crecer con los padres "Jesús iba creciendo..." Se repite la frase ya dicha en el versículo 40, y que antes se había aplicado a Juan el Bautista (Lc 1,80). Jesús iba descubriendo su camino, sentía necesidad de vivirlo. Pero no rompe con los suyos. El hombre no puede romper totalmente con la generación anterior. Debe aceptarla como un puente entre el pasado y el futuro. No podemos empezar todo de nuevo. La independencia personal y el romper con algunas cosas no excluye el respeto y el agradecimiento al pasado. Las relaciones interpersonales -la comunicación- siempre han sido y serán difíciles. Pero son el camino para adquirir una verdadera personalidad, para llegar a ser la imagen y la semejanza de la Trinidad (Gén 1,26). La vocación de los hijos es crecer, madurar, independizarse, para poseerse y comunicarse. Sólo el que se posee puede darse, puede comunicarse. Para ello deben ayudar los padres con su ejemplo. "Jesús iba creciendo". ¿A qué puede llegar un niño sin pecado? Jesús, Hijo de Dios..., ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. (Heb 4,15) Al no tener pecado, el desarrollo de Jesús es superior al de todos los demás. Le sucedería lo mismo a cualquier niño que viviera en sus mismas circunstancias. "El pecado del mundo" (Jn 1,29) -original- nos va llegando a todos según vamos creciendo. El ambiente -también el familiar- nos corrompe y nos hace cada día más incapaces de amar. Sin olvidar el mal que cada uno tenemos dentro de nosotros y que va saliendo a la 107 superficie a medida que crecemos. Por eso nosotros no crecemos como Jesús. ¿Cómo es posible que de un niño "salga" un adulto? ¿No deberíamos ser mejores según avanza el desarrollo? Y ¿no es lo contrario lo más frecuente? Jesús crecía "en sabiduría", ahondaba en las causas profundas de todo lo que sucedía a su alrededor. Y sacaba conclusiones. Nosotros crecemos en conocimientos sueltos que no nos ayudan -ni queremos- a profundizar en la realidad, que no nos preparan casi nunca para la vida. No buscamos con ilusión la voluntad del Padre sobre nosotros. Nos encontramos bien en la cultura burguesa. Jesús crecía "en estatura". Como nosotros. Para ello basta que pasen los años de desarrollo dentro de unas condiciones mínimas de subsistencia. Para muchos millones de niños estas condiciones mínimas no se dan, y tienen que pagar con su muerte prematura los egoísmos inconfesables de la humanidad; egoísmo al que todos contribuimos en mayor o menor medida. Queremos que en el mundo haya justicia, pan para todos..., siempre que nuestros ingresos económicos no sufran merma. ¿Es posible la justicia sin quitar a unos para que llegue a todos los hombres el alimento suficiente y los bienes indispensables para una vida digna? Jesús crecía "en gracia"; crecía en el amor hacia dentro, hacia el Padre, y hacia afuera, hacia los hombres. Y se notaba. Para El eran el mismo amor. El amor del Padre era el motor de su amor al Padre y a los que le rodeaban. Nosotros encontramos muchas dificultades para el desarrollo del amor dentro de nosotros mismos y en el ambiente que nos rodea. Cada una de nuestras familias debería ser un lugar de crecimiento. Lo mismo cada una de nuestras comunidades. Nunca termina este crecimiento en el amor. Los padres deben aceptar con alegría la mayoría de edad de sus hijos. Han de caer en la cuenta de que sus hijos también piensan y quieren y buscan. Y deben ayudarles, aunque su camino no coincida con el de ellos. A veces los hijos son mudos en casa, porque el diálogo se hace imposible, a no ser que piensen todos de la misma forma. Los padres deben aceptar morir como tales para que el hijo tenga autonomía, iniciativa, ser creador, pueda llegar a ser padre él también. Deben ir dejando de ser padres para convertirse en hermanos de sus hijos, en compañeros de camino. La misión de los padres es la de preparar a los hijos para la vida, para que ellos puedan realizarse libremente como personas verdaderas. Ser padre es muy difícil, y esto deben comprenderlo los hijos. Ser hijo también es difícil, y esto deben reconocerlo los padres. Que los niños crezcan porque hallen en la familia un ambiente de amor, porque lo respiran en todo lo que se dice y se vive en el hogar. Que los jóvenes crezcan porque hallen comprensión, caminos abiertos, una ayuda que no pide nada a cambio. Que los mayores crezcan porque superen toda tentación de cansancio, de rutina, de malhumor, de dogmatismo, de seguridad. ¡Ojalá que a la 108 pregunta: ¿qué es el amor?, los hijos pudieran responder: "mis padres"; y los padres: "nuestros hijos"! 4. Sólo educa el amor que crece y madura No podemos buscar en la familia de Nazaret un modelo que podamos ahora copiar como si no hubieran cambiado las circunstancias. Si Jesús no hubiera nacido en Palestina, sino en una tribu africana, o si hubiera nacido ahora y no en el siglo I, su vida concreta, personal y familiar hubiera sido distinta. Pero siempre el principio animador hubiera sido el mismo: la fidelidad en el amor. No existe "la familia": sólo existen familias. Y no simplemente porque cada familia es un mundo, sino porque las familias difieren en el tiempo y en el espacio. No podemos mitificar la familia, como si se tratara de un modelo estático. Al ser una realidad humana, la familia es cambiante, móvil. Y en nuestros días vive una verdadera crisis de cambio, con roturas y desgarramientos interiores. Parece que son cambios inevitables, porque responden a una evolución de las estructuras sociales, económicas, culturales, generacionales. La familia une al hijo con el pasado para lanzarlo, sin rupturas, hacia el futuro, hacia la tarea de realizar su mundo según sus propias exigencias. Los padres tienen que amar a los hijos hasta lograr que éstos lleguen a ser capaces de amar. Sólo entonces serán adultos. Entonces, ¿cuántos adultos? Al que ama se le pueden soltar las amarras. Puede hacer lo que quiera; siempre que su amor sea verdadero amor. Porque amor se llama hoy a muchas cosas que no lo son. Un cristiano ama a los demás por sí mismos, poniendo como modelo de su amor el de Dios; es decir, trata de amar a los demás como Dios le ama. El amor al prójimo "por Dios" debemos entenderlo: amar al prójimo como Dios le ama. Lo mismo el padre al hijo. ¿Cómo va a amar un padre a su hijo por Dios? ¡Lo amará porque es su hijo! Lo que le pide Dios es que lo ame cada vez más, hasta que llegue a amarlo como El lo ama, con un amor que debe crecer siempre. Hay mucho egoísmo en el amor del padre y de la madre a sus hijos, a pesar de ser el más perfecto. Dios les ama siempre más, y a ese amor tienen que tender. Normalmente, el hijo aprende lo que la familia vive. No se puede dar lo que no se tiene. Ser padre es contagiar, día a día, en la convivencia cotidiana, lo que se valora, lo que se vive. Pero ¿saben los padres lo que es el amor? ¿Son adultos? ¿Saben amar? ¿Cómo lo demuestran? En la familia no sólo se heredan los rasgos físicos. En ella se realiza también una configuración de la personalidad de cada uno. 109 Todos los hijos, como una plastilina, hemos salido modelados o deformados en gran parte del seno de la familia. Sin olvidar la influencia que ejercen la escuela, la sociedad, los amigos, la televisión... La familia es el lugar privilegiado para la educación en la justicia y en el amor, en la libertad y en la verdad, en la paz. O en todo lo contrario. Los padres y los hijos deben descubrir los valores y el ambiente que han creado alrededor. Lo mismo hemos de hacer en los grupos que hemos formado y en las comunidades. Deberíamos sentirnos convocados a romper el estrecho cerco de injusticias que se nos ha impuesto y empezar o continuar un nuevo estilo de vida. No hablo de rebelión, que es fácil, sino de una conversión auténtica. Estamos todos tan radicalmente deteriorados, que sólo si nacemos de nuevo (Jn 3,3), más allá de la familia, de la carne y de la sangre (Jn 1,13), podemos llegar a ser justos. ¿Están nuestras familias cultivando la justicia o la injusticia? Veamos algunos datos: Muchas familias están organizadas sobre relaciones de poder y autoridad. ¿Por qué no resplandece más en nuestras familias el valor del servicio desinteresado? ¿Por qué no hay más respeto a la autonomía personal? ¿Por qué no se educa al diálogo? Se educa para la dependencia, no para la libertad responsable. Muchos padres inician a sus hijos a la posesión, a la acumulación de bienes. Los hijos van asimilando calladamente la apasionada carrera de sus padres por acumular, por poseer, por ganar dinero... Y así van inclinando a sus hijos a la injusticia, a la insolidaridad. Muchos padres inculcan en sus hijos una religión de ritos sin vida, al ser la que ellos practican. En muchos hogares se siembra el clasismo. Van haciendo connaturales en el niño los aberrantes criterios de la clase social; imponen los valores de casta, sus comportamientos, la insensibilidad ante los demás. Si los padres no descubren a sus hijos la realidad en su conjunto, éstos la percibirán deformada. Muchos padres educan a sus hijos para que no arriesguen nada. Así, los hijos se hacen conformistas, pasivos, sin espíritu creativo y crítico, sin iniciativa. De esta forma las nuevas generaciones se van acomodando al mundo en el que han nacido y se unen para siempre a la cadena de injusticias. Con frecuencia, las familias no son más que una yuxtaposición de soledades. Creen conocerse porque están siempre juntos, mientras que, en realidad, nadie se abre verdaderamente a los demás. Evidentemente, se quieren, pero con un amor puramente instintivo, animal, en el que las facultades propiamente humanas -las que hacen posible el diálogo, la comprensión, el apoyo... casi no participan. No se comprenden, no sospechan siquiera que haya algo que comprender en los padres o en los hijos, en los hermanos o hermanas. La gran mayoría de los desastres conyugales y familiares tienen su origen en la falta de comunicación de los espíritus. 110 ¿Cómo es posible que en una familia en que se vive el acumular los hijos sean hermanos? ¡Nos extrañamos de las peleas entre hermanos por las herencias! ¿No nos damos cuenta de que la familia que queremos es todo lo contrario de los criterios que propagamos y de los comportamientos que tenemos? Se transmite lo que se es, no lo que se dice si se hace otra cosa. Sólo educamos en la justicia si coinciden los criterios y la vida. No es cuestión de hablar de justicia, de amor, de paz, de verdad..., sino de ser justos, de amar, de construir la paz, de ser veraces... Seamos conscientes de la contradicción en que vivimos. ¿No pedimos a los otros -los hijos a los padres y los padres a los hijos- cosas que nosotros no estamos haciendo? ¿No estáis pidiendo los hijos a vuestros padres que hagan cosas que vosotros tampoco tratáis de hacer? ¿No estáis haciendo en todo lo que os da la gana? ¿No es igualmente cierto lo contrario? ¡A pesar de todo esto, pretendemos que la familia sea un oasis, y nos quejamos si no lo es! Si no somos justos de verdad, estamos en contradicción. Los hijos, lo mismo que los padres, serán injustos e hipócritas, con capa de bondad y de justicia. Toda paternidad es un camino de fe y de esperanza en el amor. En familia se ama más de lo que merece cada uno. No se aman en ella unos a otros porque no se encuentren defectos, porque sean unos y otros los mejores..., sino porque son el padre, la madre, los hijos o hermanos. En ella se valoran y se experimentan las grandes ilusiones del hombre, como el amor, la comunicación, la solidaridad. No basta haber engendrado al hijo. Cada padre y cada madre deben preguntarse hasta dónde son padre o madre de sus propios hijos. ¡Cuántos padres se limitan a dar a sus hijos el comienzo de la vida! ¡Cuántos hijos son fruto del instinto exclusivamente! Muchas madres se contentan con llevar a sus hijos en su seno, alimentarlos, cuidarles la salud, que vayan bien vestidos..., y se olvidan de aquello que, más que nada, es el signo de la maternidad: hacer que los hijos, pequeños e indefensos, gracias a su ternura, a su entrega, a su ejemplo, a su fe profunda..., lleguen un día a parecerse a ella, siendo personas adultas, capaces de amar, dignos, conscientes..., hijos de Dios. Paternidad y filiación son palabras mucho más amplias de lo que normalmente entendemos. ¿Cómo se puede limitar la paternidad a engendrar al hijo y a trabajar para darle de comer? Ser padre es dar vida, ser hijo es recibirla. Somos padres en la medida que damos vida a otros y la desarrollamos. Somos hijos en la medida en que nos dan vida y nos ayudan a desarrollarla. Por aquí va la paternidad verdadera. A ella pertenece el celibato de las personas que quieren seguir libremente la opción de Jesús. Opción claramente de amor, de vida en plenitud. El sacerdocio es sacramento, es signo de la paternidad de Dios en el mundo, del amor universal del Padre, del Dios amor. Debe realizar su paternidad dentro de una comunidad cristiana concreta -familia de familias, en la que él es el padre-. 111 La familia y la comunidad cristiana son sacramento, son signo en el mundo de la Trinidad, que es comunidad de amor, y de la que cada uno somos imagen y semejanza. Por ello, los otros me son necesarios para ser yo mismo. Jesús, al mandarnos amar sin condiciones, nos libra de todos los pretextos que ponemos para no amarnos. Necesitamos un motivo absoluto para amarnos: creer unos en otros, fiarnos unos de otros. Las relaciones familiares -y comunitarias- tienen que vivirse por cada uno desde un amor sin límites y con los ojos puestos en la inmortalidad. Porque aunque en la actualidad seamos incapaces de amar de verdad, en plenitud, como querríamos, habrá un día en que será posible que nos amemos todos en plenitud y para siempre. Un día nos amaremos como desearíamos amarnos ahora y somos incapaces. Ese amor pleno y eterno se va construyendo en el aquí y ahora, entre luces y sombras. Si un día viviremos el amor sin egoísmos de ninguna clase, podemos vivir ya desde ahora este amor en la esperanza. Las relaciones familiares y comunitarias adquieren así su profundidad, su verdad. No son ya un padre y una madre y unos hijos que se aman, sino unos hijos de Dios que se van queriendo con amor eterno, ilimitado, inacabable. Lo mismo podríamos decir de las comunidades cristianas en general y de la nuestra en particular. Cada uno tenemos que ir concretando ese amor, buscando el bien y la realización de los demás; y realizándonos nosotros de esta forma. ¡Cuántas cosas se logran entender desde el amor! Debemos revisar hasta qué punto contribuimos al bien común y al bien de cada persona, hasta qué punto nos realizamos buscando la realización de los demás. También debemos revisar nuestra aportación a la sociedad en que vivimos y, a través de ella, en el mundo entero. La familia y la comunidad cristianas deben abrirse a la familia que formamos todos los hombres y deben vivir para todos los hombres. De esa forma irán saliendo de ellas las personas que la sociedad necesita para su transformación. 5. Ayudar y formar, no penalizar La familia vive hoy cambios profundos y resulta difícil encontrar soluciones válidas. ¡Todo ha cambiado tanto! Y todos, de un modo u otro, sufrimos por ello: los padres, los hijos, los abuelos... A todos nos resulta difícil saber lo que tenemos que hacer. Sabemos que no existe una solución prefabricada que se pueda aplicar a todo el mundo. Todos debemos hacer un esfuerzo por superar las dificultades y llegar a un verdadero diálogo, a un verdadero entendimiento. Y todos es todos. 112 Y es importante no equivocarnos de problemas y dedicar nuestras energías a cosas que no son las más importantes. Por ejemplo: la Ley de Divorcio no es el tema más importante que tiene planteado la familia, como si fuera la solución a los problemas del matrimonio; y es lo que muchos creen. Mientras no exista una auténtica liberación económica de la mujer, el divorcio seguirá siendo asunto de gente de dinero, como hasta ahora las separaciones y anulaciones que hacía la Iglesia. ¿Cómo van a vivir de un sueldo dos casas? La solución verdadera no está en el divorcio -que a lo máximo que puede aspirar es a ser un mal menor-, sino en un verdadero noviazgo y en la manera de ser de las personas. Yo creo que muchos hombres y mujeres no son para casados. Si entendiéramos que el enamoramiento no existe únicamente hacia una persona, encontrarían muchos por ahí su camino en la vida. Hay que ser capaces de enamorarse de un noble ideal, de una ilusión, de la vida, de la profesión o vocación personales, de los niños, de la humanidad. Creo que muchos ideales, ilusiones, profesiones..., son para vivirlos en la soledad o abiertos a los que nos rodean. Creo que a muchas personas el matrimonio las limita, las empobrece; mientras que otras no llegan a reunir el mínimo de condiciones para él -los hijos pagarán las consecuencias-. Algunos han nacido para otra cosa, para vivir en otros horizontes, en otras dimensiones. Lo veo claro en el sacerdote dedicado a la gente, como opción personal y libre. Lo veo de alguna manera en otras profesiones: médicos, maestros, investigadores... En la medida en que la persona se dedique a ellas, le llenarán toda su vida y no tendrá tiempo para nada más. No es raro, por ejemplo, que médicos dedicados de lleno a su profesión tengan abandonada la familia. La solución verdadera está en descubrir, ahondar en el sentido de la vida y en la manera de ser personal, y buscar la propia realización. Hay que ser -poseerse- para poder darse. Es lo que hizo Jesús en el seno de la familia de Nazaret. Es lo que vivieron José y María: un matrimonio dedicado plenamente a colaborar con Dios en el camino de Jesús. Más importante que el divorcio es que las familias tengan un lugar digno para vivir, trabajo, escuela para los hijos..., causas de muchos conflictos familiares. Y más importante es ayudar a los jóvenes a descubrir la importancia que tiene el noviazgo. Nuestra sociedad tiende a poner parches en la superficie de los problemas. ¿Hay problema demográfico, o muchos hijos en una familia, o con los hijos se pierde la "línea", o el "ligue" es esencial a la vida humana...? Solución: aborto y píldoras. ¿Despenalización del aborto? Desde luego que sí: es una forma de igualar a todas las mujeres. El castigo raras veces es eficaz; lo que importa es lograr el convencimiento de la persona, que ésta descubra personalmente lo que debe hacer. La coacción externa no ayuda al hombre a ser persona; la sociedad debía de despenalizarlo todo y defendernos de aquellos que atacan a los demás. Y formar a las personas en profundidad. No basta la instrucción escolar. El hombre debe tratar de vivir a su nivel humano y, desde él, buscar las respuestas a los problemas. Y de eso estamos muy lejos. Porque el hombre es más dar que recibir; es amor más 113 que egoísmo; es libertad, no esclavitud ni placer; es desprendimiento, no acumulación; verdad, no mentira; comunicación, no aislamiento; tiende a la plenitud y a la eternidad, sin limitación alguna; tiende a Dios, del que es imagen y semejanza, del que es hijo. ¿Por qué una persona no descubre su camino -su vocación- fuera del matrimonio? En el mundo absurdo en que vivimos, tan erotizado, este planteamiento se puede considerar cosa de locos. De un mundo en que el amor es placer, ¿qué se puede esperar? 114 La predicación de Juan Bautista Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: -Convertíos, porque está cerca el reino de los Cielos. Este es el anuncio del profeta Isaías diciendo: "Una voz grita en el desierto; preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y . miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: -Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles; el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego. El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga. (Mt 3,1-12) Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito por el profeta Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino". Una voz grita en el desierto: "Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos". Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: -Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. (Mc 1, 1-8) En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: 115 "Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios". Muchos iban a que Juan los bautizara; y les decía: -¡Camada de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Producid el fruto que la conversión pide y no os hagáis ilusiones pensando: "Abrahán es nuestro padre"; porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. El hacha está tocando la base de los árboles: y el árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. La gente preguntaba a Juan: -Entonces, ¿qué hacemos? El contestó: -El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo. Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: -Maestro, ¿qué hacemos nosotros? El les contestó: -No exijáis más de lo establecido. Unos militares le preguntaron: -¿Qué hacemos nosotros? El les contestó: -No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga. El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia. (Lc 3,1-18) 1. “El hecho Jesús” es evangelio para nosotros El segundo evangelio se abre con una frase que le sirve de título: "Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". La primera palabra -"comienza"- está llena de resonancias bíblicas, aunque siempre tengamos la tentación de pasarla por alto. No se trata únicamente del comienzo del libro, sino del comienzo de una historia nueva: la del evangelio de Jesús, rey mesiánico, iniciador del reino de Dios; el comienzo de la historia del Espíritu. El evangelio tuvo un comienzo, recorrió el camino de la semilla que se convierte en árbol. El reino de Dios no se estableció de golpe; el Mesías no se presentó como un relámpago que de repente lo transforma todo. Hemos de hablar de un comienzo, de una presencia humilde, de un desarrollo que sólo al final aparecerá en toda su plenitud. Pero eso no es todo. La palabra comienzo no dice referencia solamente al futuro; dice también referencia al pasado e indica ruptura con el mismo. Marcos sabe que comienza algo nuevo respecto del Antiguo Testamento y respecto a la historia y esperanzas de los hombres. La alegre noticia de Jesús no brota de la historia ni se explica sólo por ella, como si fuera el 116 resultado lógico de su desarrollo; Jesús es la irrupción en el mundo de la novedad de Dios. Es una noticia esperada, deseada, pero al mismo tiempo inesperada y sorprendente. La palabra "evangelio" se usaba para indicar la noticia de una victoria llevada a cabo por el emperador. Este lo reunía todo en su persona, era algo divino y extendía su poder sobre hombres y animales. Cuando el autor emplea esta palabra está diciendo algo muy concreto para aquellos lectores de Roma y alrededores: está presentando a Jesús al mismo nivel que el emperador y atribuyéndole los mismos honores. Si Jesús tiene "su evangelio", quiere decir que es una encarnación de Dios, que lleva consigo la salvación del mundo y que ofrece a los hombres la superación de sus penas y el itinerario válido para el Reino. Cuando Marcos escribe su obra, la palabra evangelio no indicaba sólo el anuncio del Reino hecho por Jesús; señalaba más ampliamente el anuncio de Jesús repetido por la Iglesia, actualizado y difundido por el imperio romano a través de la predicación. El término tenía, por tanto, una dimensión eclesial y misionera. A través de la reflexión de las comunidades, el término evangelio se había ido concretando y profundizando: no indicaba solamente el anuncio hecho por Jesús, sino "el hecho Jesús". Se había comprendido que la alegre noticia era el mismo Jesús. Por esta razón, la Iglesia no se limita a repetir su predicación: hace de su persona e historia el objeto del propio anuncio. El evangelista sabe que, para conocer a fondo el evangelio, es necesario volver a sus fuentes, a su origen, captarlo en su momento inicial. La predicación tiene que recurrir constantemente a la historia de Jesús de Nazaret; la Iglesia tiene que meditar siempre sobre El para comprenderle y comprenderse a sí misma; sobre El tenemos que modelar nuestra existencia cristiana día a día. Porque El, y sólo El, es el cristianismo. El evangelio, la alegre noticia que nos llena de gozo y de esperanza, es Jesús, su persona, su historia, su predicación. Podemos traducir: comienzo de la alegre noticia que consiste en el hecho de que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Hijo de Dios, la plenitud humana. Todo el evangelio de Marcos se va a dedicar a mostrarnos pacientemente que Jesús es el "Hijo de Dios"; a hacernos comprender a qué precio podemos adherirnos a esta fe; a revelarnos los cambios que hemos de introducir en nuestras vidas por el hecho de aceptar la fe en Jesucristo, Hijo de Dios. Jesús es el Hijo de un Dios que ama al hombre entero -cuerpo y espíritu- y que se revela en el amor. Marcos no se limita a presentarnos a Jesús como Hijo de Dios. Quiere demostrarnos que el hecho de que Jesús sea Hijo de Dios es evangelio para nosotros; es una buena noticia esperada y sorprendente a la vez. Jesús no es un Hijo de Dios para El, sino para nosotros. En el hecho de que Jesús sea el Hijo de Dios está encerrada nuestra liberación y esperanza. En definitiva, la alegre noticia consiste precisamente en la continuidad entre Jesús de Nazaret y el Señor resucitado: lo sucedido en El nos sucederá a todos los hombres. 117 Si el Hijo de Dios se hubiera manifestado en las formas espléndidas del emperador, no habría sido una alegre noticia: no habría sido ninguna novedad, ninguna liberación ni esperanza. Y si la historia de Jesús se hubiera acabado en la cruz, tampoco habría sido una alegre noticia: habría sido una prueba más de que el amor siempre es derrotado, que la esperanza de los humildes y de los pobres es inútil. La alegre noticia -evangelio- está en el hecho de que Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado (Mc 16,6), es el Hijo de Dios, es el Señor. Es necesario mantener siempre unidos estos dos aspectos de Jesús: hombre y Dios, crucificado y resucitado, Jesús de Nazaret y Señor. En esta unión es donde está la Buena Noticia. 2. Panorama político en el que aparece Jesús El evangelio es un mensaje histórico y relacionado con la historia de los hombres. Para comprenderlo es necesario situarlo en el contexto político de su época, como hace Lucas (3,1-2). Los años que transcurren durante la vida de Jesús y el desarrollo del cristianismo primitivo son muy críticos y dramáticos para el pueblo judío. Palestina había caído en poder de los romanos (años 65-63 antes de Cristo) y declarada provincia romana en unidad con Siria. Pero los judíos no aceptaban esta dominación, cuyo signo era el pago del impuesto por medio de los publicanos, originándose una sorda resistencia que degenerará en la rebelión y el desastre final de la nación el año 70 de nuestra era. La esperanza de un mesías político que liberara a la nación de esta dominación coincide con la presencia de Jesús, que se verá envuelto en un proceso religioso-político, que terminará con El en la cruz. Hacia el año 37 antes de Cristo, Herodes el Grande, que era de Idumea (pueblo al sur de Judea) y, por tanto, extranjero, obtiene de Roma el título de "rey" y gobierna despóticamente hasta el año 4 antes de Cristo. (Como Jesús nació durante su mandato, tendría de cuatro a seis años más de los "treinta" (Lc 3,23) que se le atribuyen cuando comenzó su vida pública.) Antes de morir, Herodes reparte su reino entre sus tres hijos: Arquelao, Herodes Antipas y Filipo. Arquelao hereda Judea, Samaria e Idumea. A causa de su crueldad, Roma lo destituye y coloca en su lugar a un procurador romano, dependiente de Siria. Herodes Antipas hereda Galilea y Perea. Será depuesto y deportado el año 39. Filipo gobernará la zona de mayoría pagana, por lo que se mezclará muy poco en las cuestiones judías. Es el único que ejerce su mandato hasta su muerte (año 34). Los sacerdotes, conductores religiosos del pueblo, formaban una verdadera casta cerrada, dirigidos por el sumo sacerdote, figura clave y muy mezclada con la política. El evangelio nos recuerda dos nombres: Anás, que ejerció sus funciones de los años 6 al 15; Caifás, su yerno, entre los años 18 y 36. 118 El Sanedrín, creado unos dos siglos antes, era el Tribunal Supremo de justicia, compuesto por setenta miembros, sacerdotes y civiles. Estaba dirigido por el sumo sacerdote y se subdividía en tres grupos: los sumos sacerdotes y los jefes de las familias sacerdotales; los ancianos, que constituían la nobleza civil, y los escribas o doctores de la ley. Ejercía una especie de gobierno interno de los judíos dentro de ciertas normas fijadas por Roma. A nivel político, los judíos se agrupaban en cuatro partidos, con posiciones muy distintas respecto a las relaciones con Roma. Los fariseos -conservadores- formaban el partido más numeroso y de arraigo popular. Con mentalidad esencialmente religioso-política, eran instruidos y devotos cumplidores de toda la Ley, a la que habían añadido infinidad de prácticas que, muchas veces, ocultaban una profunda hipocresía (Mt 23). Eran nacionalistas, enemigos declarados tanto de los romanos y del tributo como de los reyes extranjeros de la dinastía herodiana. Después de la destrucción de Jerusalén, seguirán orientando al pueblo disperso en las sinagogas. Los saduceos -liberales- constituían el partido de los sacerdotes y seglares aristocráticos y terratenientes. Dueños del poder, eran partidarios del pacto con los romanos. Lograron evitar las insurrecciones hasta el año 66, en que fueron desbordados por la revuelta. Tras la destrucción de Jerusalén perdieron definitivamente su influencia. En el aspecto religioso eran poco propensos a los dogmas, aceptando solamente la ley escrita en el Pentateuco. Los herodianos -monárquicos- eran un grupo minoritario, amigos y partidarios de los reyes de la línea de Herodes y opuestos a toda sublevación contra Roma. Los zelotes -movimiento de resistencia armada- estaban en permanente lucha contra los romanos. Actuaban en la clandestinidad en forma de guerrillas. Tenían mucha fuerza, sobre todo en Galilea, patria de casi todos los apóstoles. Parece que alguno de ellos procedía de este grupo. Desataron la guerra abierta a Roma el año 66, siendo derrotados. Es fácil comprender la delicada situación de Jesús en un panorama político tan complejo y propenso a la guerra liberadora bajo la dirección del "mesías", cuya expectación estaba muy extendida entonces. Desde un comienzo, el cristianismo se encuentra bajo el signo de la confusión entre la liberación político-religiosa y la liberación interior, propiciada por Jesús, que no se inmiscuye en las opciones políticas de sus seguidores, pero que separa sin ninguna duda ambos terrenos. Todo esto explica el que Jesús evitara el título de Mesías y prefiriera el de Hijo del Hombre, y que tardara tanto en ser comprendido por sus discípulos más íntimos. Existían otros tres grupos relacionados con el evangelio: los esenios -monjes judíos-, que vivían en comunidad y llevaban una intensa vida ascética; los samaritanos y los gentiles -no judíos-. 119 3. Los protagonistas de la historia La historia, la que está en los libros y se aprende en las escuelas y universidades, es la de los vencedores; y la de los reyes, presidentes y papas. Con su poder logran que la historia se escriba a su gusto. Tenemos en España un hecho reciente con el franquismo y la guerra civil. Los vencedores y reyes figuran como protagonistas, aparecen como autores de grandes gestas. La misma historia de la Iglesia se limita, casi en general, al estudio de los sucesivos papas. Los vencidos sólo figuran como fondo, para resaltar la "grandeza" de los vencedores, aunque tuvieran razón. Y el gran vencido, hasta la fecha, ha sido siempre el pueblo, la clase social pobre, la base: las guerras las preparan los poderosos para defender sus intereses y privilegios -siempre contrarios a los del pueblo-, y en ellas los que mueren son del pueblo, la "carne de cañón". Así, el verdadero protagonista de la historia, el autor de todos los verdaderos grandes acontecimientos, el pueblo sencillo trabajador y luchador, aparece sólo como comparsa de los que por la fuerza bruta -normalmente- se han apoderado del poder o han llegado a él democráticamente. Cuando Lucas quiere situar en la historia a Jesús, comenzando por situar a Juan Bautista, que le sirve de entrada, lo hace de la forma usual entre los escritores de su tiempo, servidores más o menos conscientes del poder establecido, que consiste en dar una pequeña lista de los vencedores de entonces, de los que mandaban e imponían su parecer, de los que tenían el poder en sus manos y deslumbraban a las miradas poco profundas. Es la manera burguesa de ver y de escribir la historia. Lucas sitúa dentro de la historia universal los acontecimientos que va a relatar. Situándolos en la historia universal, nos indica que estos acontecimientos interesan a toda la humanidad, que la Persona de Jesús de Nazaret concierne a todos los hombres, que todos debemos interesarnos en El o que, por lo menos, todos estamos invitados a hacerlo. Lucas incluye, en un cortejo solemne, a todos los grandes dictadores romanos y judíos del tiempo de Jesús. Sin olvidar a Anás y Caifás, sumos sacerdotes, pertenecientes a una de las familias más ricas de Jerusalén. Y a todos los subordina a la acción modesta y eficaz de Dios. Realmente un cuadro sombrío. Los podemos imaginar, aunque nunca estuvieron todos juntos, en la tribuna presidencial de algún desfile o acto oficial o religioso. "En el año quince..." Tiberio... Herodes... A ninguno se le presentó la palabra de Dios. Estos "grandes personajes" vivían en las ciudades y ejercían su poder desde ellas. Están muy instalados, incapacitados para entender algo que merezca la pena. Anás y Caifás... Lo lógico sería que a ellos viniera la Palabra... Pero no, ya lo saben todo y, por ello, no esperan nada. Los planes de Dios son otros, su historia sigue otros caminos. No estaría mal que los cristianos, tan dados al triunfalismo y al culto a la persona, nos convenciéramos de ello y obráramos en consecuencia. 120 Dios comunica su Palabra a quien quiere. Esta llega por caminos de encarnación y desde los pobres de la tierra. A ninguna de las personalidades reconocidas y respetadas se dirigió Dios. ¿Por qué va a ser distinto ahora, siendo las condiciones tan semejantes? 4. Juan predica en el desierto La palabra de Dios nace de dentro, es un don del Padre. Para descubrirla es necesaria la oración. En ella podemos penetrar en esas "regiones" donde habita Dios; en ella vamos construyendo nuestra verdadera vida de paz, de alegría, de amor, de lucha..., sean cuales sean las circunstancias en que nos hallemos. Es en esos momentos de oración, en los que aparentemente nada sucede, donde el hombre se va construyendo interiormente. Para el creyente, orar es penetrar en el espacio de Dios -un Dios cercano, que está en nuestro interior más íntimamente que nosotros mismos, que está interesado en nuestra vida y en nuestros problemas-, es sumergirnos en la fuente de la vida y de la alegría, es recuperar siempre la paz, es acceder al lugar donde todo adquiere consistencia y sentido. La oración no significa pasividad ni evasión de responsabilidades. Nos lo recuerda Juan Bautista con su vida. ¿Quién es Juan Bautista? Es un hombre que busca, porque está insatisfecho de sí mismo y de la sociedad en que vive. Un hombre íntegro que se jugó la vida por una causa, a pesar de sus dudas y temores. Un profeta, el mayor de todos: austero, inquieto, que gritó a todos sus simples y estridentes verdades. Un hombre al que le preocupaba la vida de su pueblo, oprimido religiosa y políticamente, en una época en que los intereses de algunos se hacían pasar por intereses de Dios -¿nos suena?-. Juan es un hombre del "desierto": todo lugar árido y poco habitado. En el desierto tenían su lugar todos los grupos que rehusaban el poder establecido en Jerusalén y en el templo. Se esperaba que de él vendría el Mesías. Era el lugar del encuentro con el Dios liberador, de organizarse junto a El. Para los esenios, que querían manifestar su rechazo a todo el sistema establecido buscando una vida comunitaria, silenciosa, dedicada a la oración y al trabajo, preparando así la venida del Mesías justiciero, el desierto era el lugar ideal para su retiro, el lugar del combate personal y comunitario contra todo lo que pervierte el corazón del hombre. Para los zelotes, decididos a la lucha armada contra los romanos invasores y los judíos vendidos a ellos, el desierto era un buen lugar de escondite, de reunión y de reflexión. Allí se llenaban del celo de la ley, que era una ley de justicia y liberación. A Juan Bautista, hombre del desierto, hombre solitario que vivía lejos de los centros de poder y de las cátedras de la ciencia, que no era brillante en nada, le llega un mensaje de Dios. Y escuchó y 121 acogió ese mensaje, que fue creciendo en él hasta convertirse en el objetivo de su vida. Se pone a hablar públicamente en nombre y por encargo de Dios. Es un profeta; por eso no murió en la cama. El opresor le cortó la cabeza por decir la verdad, que es lo que más nos molesta a todos. Así mueren los verdaderos profetas: bajo el hacha, en la cruz, acribillados a tiros o dejados de lado para que se pudran en la marginación. Pero también por ser profeta sus palabras llegan todavía a nosotros después de dos mil años. Surge del único sitio posible. En nombre y por encargo de Dios también hablaban Anás y Caifás y todos los que les rodeaban. Cada vez que aparece la palabra "Dios" deberíamos reflexionar: ¿de qué Dios se habla? ¿Qué características tiene? Juan es levita, debía estar en el templo. Pero Juan no es hombre de templos, sino de desiertos, la región preferida de los ascetas. Juan ha orientado su vida bajo el signo de la austeridad y convoca al pueblo al desierto. Desea la transformación radical de la sociedad. Transformación que consistirá en "elevar" lo pequeño y en "descender" lo grande, consistirá en la necesaria desaparición de las clases sociales. Recibió el mayor elogio de Jesús por valiente (Mt 11,11). Juan predica en el desierto. Retira a la gente de la ciudad para tomar distancia de la vida que oprime y poder así verla mejor. Obliga a la gente a mirar su propia vida y su propia historia desde el desierto: sin prejuicios, sin defensas, sin intereses bastardos. En el desierto el aire es limpio, transparente, sin los humos de los egoísmos y de las violencias. En el desierto el hombre se enfrenta consigo mismo. "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". ¡Qué desniveles más profundos en nuestro mundo! ¿Quién podrá allanar estos caminos para que sean de salvación? Los fariseos -los de ayer y los de hoy- exigen un cambio, pero siempre dentro del esquema actual, al que no tocan para nada. Todo cambio lo transforman en un adecuarse más y mejor al sistema, cuyas leyes fijan hasta el último detalle. Cambian lo externo: algunas fórmulas y ritos de los sacramentos, la edad de la confirmación..., pero el corazón del "creyente" sigue ajeno al seguimiento de Jesús. ¿De qué sirve el cumplimiento de ritos y leyes si el corazón está lejos de Dios? (Mt 15,8). Las imágenes, poéticas, son expresiones tomadas de la realidad del desierto y del camino: montes, colinas, valles, terreno escabroso... Son para nosotros las estructuras del mal, de la opresión, de la injusticia. Son el pecado, la ambición, el orgullo, el egoísmo... Cosas todas ellas que tienen que cambiarse si creemos de una forma eficaz en Jesús. De lo contrario, la fe sería inútil. Solamente en medio de las preocupaciones, las luchas y las alegrías de cada día podemos seguir el camino de Jesús; y es únicamente valorando las cosas verdaderas de la tierra --como Jesús las valoraba y nunca con otros criterios- como tendremos el corazón puesto en las cosas de Dios. En el desierto se prepara Juan para su misión. Lejos de los hombres, en la proximidad de Dios, va descubriendo su quehacer futuro. En Israel, el sacerdocio se propaga por generación; correspondía a la tribu de Leví. Juan es sacerdote como su padre, pero realizará este servicio de modo muy diferente que Zacarías. 122 Tengo la impresión que el sacerdocio actual está demasiado cerca del sacerdocio que se practicaba en el templo y del que también prescindió Jesús, único sacerdote según la carta a los Hebreos. Juan y Jesús son profetas, especie rara entre nosotros, en que es enorme el peso de las costumbres. Es cómodo vivir rodeados de cosas, hábitos y modos de actuar que llegamos a considerar intocables. En nuestro trato con los demás nos rodeamos de unas normas, llamadas de educación, que nos defienden de los otros y nos permiten hacer nuestra vida; de unas ideas, normalmente poco fundamentadas y que nunca ponemos en crisis, que son todo nuestro bagaje intelectual. Desde esta posición lo juzgamos todo. Este modo de vivir nos da seguridad. Y para mantenerla somos capaces de sacrificar todo anhelo de superación personal y de deseo de verdadera comunicación con los demás. Por ejemplo: ahora se presume de ser libres en las modas, en las diversiones, en las opciones... Pero ¡qué raro!: todos hacemos lo mismo (todos, no; la mayoría). Todo lo que ponga en peligro nuestra seguridad nos molesta. Nuestro mayor deseo es la continuación tranquila de este nuestro "ir tirando". No, ¡no queremos la transformación del mundo ni la de nosotros mismos! Parece que el evangelio nunca se ha encarnado profundamente en alguna parte, a pesar de llevar veinte siglos llamándonos cristianos -con excepción de los primeros siglos-. ¿Dónde y cuándo se puede decir que las opciones humanas se han inspirado en las bienaventuranzas? Estas van a contrapelo del hombre superficial de toda época. Pero conectan con las ilusiones humanas más profundas. Hemos convertido el cristianismo en una religión más, preocupada por los dogmas, por la ortodoxia, por el culto y por la autoridad, pero no por la vida concreta de los hombres que viven a nuestro lado. El cristianismo no es una religión más, ni una ideología, ni unos dogmas..., sino una persona: Jesús de Nazaret, que fue asesinado y resucitó, y está en el mundo encarnado en todos los hombres. Por ser una persona viva, no la podemos "meter" en ningún molde prefabricado. Tenemos que irlo descubriendo y encontrando para seguir buscándolo en las personas y en los acontecimientos de cada día. Y esto mientras nos dure el aliento, hasta que nos encontremos con El, cara a cara, en su Reino, que es un don de Dios, pero a cuya conquista tenemos que colaborar con nuestro esfuerzo y trabajo. 5. La difícil conversión "Convertíos..." El hombre moderno apenas tiene conciencia de conversión a Dios, en cuanto significa disponibilidad radical y renuncia total a sí mismo. Observemos las estructuras laborales, educativas, familiares y sociales que nos rodean y en las que nos movemos cada día. Mirémonos a nosotros mismos con una mirada honesta y objetiva. En 123 su necesidad de llenar la vida, el hombre actual recurre a la droga, a la violencia, a la pornografía... Un hombre que habla más que nunca de libertad está embarrado en la mayor de las esclavitudes: imita todos los gestos del amor, pero sin amor; imita todos los gestos de la alegría, sin alegría; se hace masa, se llena de ruidos, de diversiones prefabricadas, para olvidarse de su soledad y vacío. Intenta saciar en todo esto su sed de infinito, de nostalgia, de verdad y de comunión. ¿Podemos decir que no es actual para nosotros el "convertíos" de Juan? El tema de la conversión es central en la predicación de Juan y Jesús. La opción al reino de Dios invita al despojamiento total de sí, a la renuncia a toda forma de orgullo, a seguir dócilmente los impulsos del Espíritu. El hombre que quiera seguir a Jesús está llamado a hacer un vacío en sí mismo, a perderse de alguna manera. Sólo así podremos poner en práctica el mandamiento nuevo del amor sin fronteras, en el que se identifican el amor a Dios y al prójimo. El término conversión supone aceptar que nos hemos equivocado de camino, reconocer nuestros límites y encomendar a Dios el cuidado de salvarnos-liberarnos. No se trata de un simple remordimiento de conciencia, de lamentar el pasado, sino de un compromiso positivo en dirección al camino ofrecido por Dios. "Convertíos": cambiemos de mentalidad y la orientación de la vida, revisemos la escala de valores que nos llevan a actuar, derribemos todo lo que nos separa de los demás. El hombre que se convierte a Dios es restituido a la verdad de su condición humana. El centro de la conversión es el reino de Dios, no las estructuras en las que pretendemos encerrarlo. Una conversión que la Iglesia parece incapaz de lograr dentro de sí misma. Y sin ese cambio, la religión acaba inexorablemente transformándose en una estructura de poder, que hace ciegos y sordos a los gritos de los pueblos explotados, para evitar el riesgo de compartir su misma suerte. Es preferible seguir aliados con los opresores, porque siempre se puede sacar algún provecho de ellos. "Está cerca el reino de los cielos", que pone en crisis nuestro modo de vivir. Está cerca, tan cerca que lo tenemos dentro de nuestro corazón (Lc 17,21). Juan y Jesús anuncian el Reino como lo absoluto, a lo que debemos supeditar todo lo demás. Pero ¿qué es el reino de Dios?: no es eso que nosotros queremos que sea para no tener que seguir buscando más; no es lo que estamos viviendo tan seguros y satisfechos; no es la Iglesia con sus esquemas y derechos canónicos; no es el "humanismo cristiano" del que tanto les gusta hablar a los políticos de derechas... El reino de Dios es lo que está siempre más allá de lo que vivimos y a lo que aspiramos. Exige una conversión y un caminar constantes. Juan en su predicación sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Predica un Mesías justiciero... y se encuentra con un "pobre y humilde de corazón" (Mt 11,29). Y queda desconcertado. Y tiene que mandar a Jesús unos discípulos a preguntarle si es El el Mesías o tiene que esperar a otro (Lc 7,20). Y encima es encarcelado y decapitado por el capricho de una niña "bien". ¡Caminos de Dios! Destino de los que se atreven a seguir a Jesús de cerca. 124 ¿Serán las dificultades de la vida, surgidas de la lucha, una pista para discernir de alguna manera si seguimos o no a Jesús? Nosotros no nos desconcertamos ante Jesús. ¡Nos conocemos desde pequeños! Y ahí está nuestro peligro... y nuestra suerte: la cruz -consecuencia de una vida según el plan de Dios- no nos caerá encima. La austeridad y el contenido de la predicación de Juan nos hacen descubrir que no es suficiente la religión formalista ni el linaje... La buena nueva se debe notar por una conversión nacida del fondo del corazón del hombre. El que no tenga un compromiso concreto y serio en la vida no puede ir entendiendo el evangelio, porque a Jesús lo va encontrando el que lo busca trabajando en la transformación de la humanidad. Esa es la clave de interpretación. ¿Qué hubiéramos opinado nosotros de Juan si viviera ahora? ¿Habríamos aprobado su ruptura con la sociedad, con la religión establecida, con los hábitos de comida y vestido de su época? ¿Nos habríamos unido a aquel contestatario, que ponía en crisis todo el montaje de nuestra vida cómoda y sin compromiso, en que los valores que estamos buscando -lotería, quinielas, buena posición económica y social...- son opuestos a los que Juan y Jesús vivieron y predicaron? ¿No le hubiéramos preguntado por qué no podía vestirse como los demás, vivir como los demás, ser sacerdote como los demás, hacer todo como los demás..., seguir el ritmo cansino de los sumos sacerdotes y de las autoridades civiles? "Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre". El estilo de vida de Juan, su vestimenta y su alimentación han impresionado a Mateo y a Marcos. Juan intenta descubrir a los hombres -descubrirnos- la vida verdadera que ha olvidado la sociedad. Los profetas de ahora tratan de hacernos descubrir la vida que trajo Jesús y que ha aplastado nuestra civilización del consumo y de la violencia y nuestra religión de rutina. Gracias a Jesús, Juan nos aparece ahora como un gran profeta. Juan fue avalado por Jesús. No faltan ahora los profetas, los que intentan romper con el desorden establecido, denunciándolo con valentía. Pero ¿dónde encontrar a la persona capaz de expresar toda la riqueza que lleva consigo ese inconformismo? Las personas acomodadas -en nuestra sociedad suelen llamarse cristianas- se quedarían sorprendidas al ver de nuevo surgir de ese ambiente tan poco recomendable a la mayoría de los discípulos de Jesús. Piensan que aquello sucedió hace muchos siglos y que ahora sería distinto. Son demasiado clasistas y tienen demasiadas cosas que defender para poder entender una palabra. ¿Nos damos cuenta de que continuamente está brotando de las páginas del evangelio de Jesús el Magnificat de María? 125 Sólo aquel que esté dispuesto a responder desde lo profundo de su vida a la llamada de Dios, sólo aquel que viva abierto a lo que Dios le pueda pedir, sin querer defender nada personal, sólo ése irá entendiendo y comulgando con esta gran esperanza que trastoca todos nuestros pensamientos. La voz del Bautista es incómoda: nos invita a un cambio de mentalidad y de vida, nos invita a una opción. Por eso es raro el que la escucha y la pone en práctica. La dejamos escapar. Tenemos demasiadas cosas que hacer: puestos influyentes, posesiones, asegurar nuestro futuro y el de nuestros hijos, quedar bien... Hasta la misma "profesión" de proclamar la palabra de Dios se convierte en pretexto para no escucharla. La salvación viene siempre de una palabra de Dios. Pero es preciso verse reducido al vacío, a la soledad, al destierro, a la miseria más absoluta, para apoyarse sin condiciones en esa palabra de Dios. Estamos demasiado llenos y contentos de nosotros mismos para abrirnos a la esperanza del Padre. La predicación de Juan nos llama a volvernos a Jesús, a convertirnos. Pero tenemos que reconocernos ciegos, sordos, paralíticos, para poder verlo, oírlo y caminar con El. Los sanos, los "decentes"..., se quedarán siempre insensibles; nunca entenderán nada. El desierto, donde Juan recibió y comunicó su mensaje, es el símbolo de la pobreza que debe tener el hombre que se acerca a Jesús. Sólo desde los pobres puede seguir viniendo la salvación de Dios. 6. Convertirse es descubrir otras dimensiones No se puede escuchar la buena noticia sin haber hecho antes penitencia, como no se puede ser libre sin haber roto antes las "cadenas"; ni podemos vivir de verdad sin haber madurado en el sufrimiento. Para llegar a la verdadera vida es necesario pasar por la conversión; y Juan Bautista lo sabe. Una conversión que no se centra en ayunos y abstinencias. Juan, en la mejor línea profética, sólo exige justicia y amor. No ayunar, sino compartir; no llorar, sino cambiar; no lamentarse de que todo está mal, sino luchar para que todo esté bien... Tenemos que escuchar la palabra de los profetas, palabra dura, y ponerla en práctica, para llegar a la vida. El profeta habla de despojo y comunión, de respeto y justicia, de amor y de un bautismo de "Espíritu Santo y fuego". Pero los hombres somos seres muy extraños: discutimos, nos peleamos por conseguir lo que la sociedad nos presenta como nuestros bienes. ¡Sin sospechar que existen innumerables bienes mucho más verdaderos! Bastaría un poco de fantasía y de esfuerzo para comprobar que la vida no se acaba ni se realiza en esos bienes; para descubrir que no son ni bienes. ¡Cuándo descubriremos que lo que realmente merece la pena no se compra con dinero: el amor, la libertad, la paz, la justicia...! ¡Son gratis! 126 Y, sin embargo, enfrentamientos alrededor de los mismos "pozos": poder, tener, valer, subir, gozar, aparentar, dominar, recibir... Descuidando todo lo demás. ¡Así nos va! Los hombres somos animales de costumbres, tropezamos todos en los mismos escollos, estamos convencidos del vacío de muchas cosas que intentamos en la vida -lo vemos claro cuando reflexionamos o esas cosas nos van mal-, y seguimos obrando lo mismo. Y así, no hacemos más que lamentamos: "¡No sé para qué vivimos!, ¡es mejor no pensar!, ¡he perdido la alegría y la ilusión!..." Haber perdido la alegría y la ilusión no es un desastre irreparable. ¡Hay tanta alegría e ilusiones inutilizadas por ahí que nadie quiere! Basta empeñarse un poco en buscarlas. Algún día -la mayoría después de su muerte- nos daremos cuenta, con sorpresa, de que la mayor parte de reservas de alegría y las más grandes ilusiones existentes sobre la tierra están casi intactas. Nuestra vida sería un anticipo del paraíso si tuviéramos los ojos un poco más abiertos. ¿Dónde encontrar la ilusión, la alegría, la esperanza? ¿Dónde la hemos buscado hasta ahora? Ahí está el problema. Nos hemos empeñado en buscarlas en "cisternas rotas", según la expresión bíblica. Y después de largas esperas, de grandes sufrimientos y fatigas, hemos logrado algunas gotas, absolutamente desproporcionadas a nuestra sed... Y seguimos empeñados en lo mismo. ¿Seguiremos? Hemos de convertirnos. El cristianismo conduce a la posesión de lo que habíamos buscado en un lugar equivocado. El cristianismo nos presenta un criterio nuevo sobre la vida, que sólo descubre el que lo va experimentando en su vida. Dice Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5,1-12): "Dichosos..., dichosos..., dichosos..." ¡Nueve veces seguidas! Una dicha que no es sólo para después, para cuando alcancemos el reino de Dios. Es también para aquí, si somos pobres, limpios de corazón, mansos, misericordiosos... El Reino empieza aquí. Es el tesoro escondido y la perla fina (Mt 13,44-46). Pero hace falta coraje, aceptar pasar por loco en una sociedad que considera "anormal" al que rechaza las reglas del juego por ella impuestas y aceptadas por la mayoría. Según la mentalidad común, está loco quien no es, quien no hace como los demás; es un desequilibrado quien no se conforma; es un alienado quien busca en otra parte. Y los que tienen esa mentalidad quieren vivir, pero se equivocan de camino. ¡Como si vivir fuera carecer de ideales verdaderos! ¿Estamos dispuestos a buscar por otra parte?, ¿a efectuar sondeos por el camino que marcan las bienaventuranzas? Se trata de probar. Precisamente de allí donde todo hace suponer que es difícil, imposible, que no vale la pena, que no se saca nada en limpio, que es demasiado arduo..., puede saltar la ilusión y la alegría de vivir. Solamente hace falta vencer la repugnancia inicial, el miedo al esfuerzo y a las consecuencias... y ponernos a trabajar. Esforzarnos por ser amigos, por hacer favores a los que nos rodean, por la comunicación, por el diálogo, por la convivencia, por el olvido de sí mismo, por la entrega, por el trabajo realizado en la fidelidad aunque nadie se dé cuenta... Veremos 127 cuánta alegría e ilusiones insospechadas, nuevas, distintas, profundas. Veremos que es muy fácil re-encontrar la ilusión de vivir: basta con buscarla en otra parte. Hemos de convertirnos, creer en Jesús, que significa volvernos a El, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad e irlos asimilando en las actitudes fundamentales de la vida. La voz del Bautista es incómoda en el fondo, porque nos invita a un cambio, a una opción. Quiere llevarnos a un Reino de libertad y de vida, de justicia y de amor. Convertirnos significa seguir el camino de Jesús, que pasa ahora por nuestra historia, por nuestra vida y por la vida de todos y cada uno de los hombres. ¿Qué es lo que debe cambiar en nuestra sociedad, en nuestra vida personal? La fe en un Dios que nos ama y que nos llama al don de la comunión plena con El y a la fraternidad entre todos los hombres no sólo no es ajena a la transformación del mundo, sino que conduce necesariamente a la construcción de esa fraternidad y de esa comunión en la historia. La comunión con Dios, la fe en El., significa una vida cristiana centrada en el compromiso, concreto y creador, de servicio a la humanidad. Reflexionar sobre la presencia y el actuar del cristiano en el mundo significa salir de las fronteras visibles de la Iglesia, estar abierto al mundo entero, preocuparse por los problemas que se plantean en él, estar atentos a las incidencias de su desarrollo histórico, abriéndonos al don del reino de Dios en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad justa y fraterna... Tenemos que encontrar la respuesta al interrogante: ¿qué relación hay entre la salvación o conversión y el proceso histórico de liberación del hombre? Se trata, en definitiva, de la relación entre la fe y la existencia humana, la fe y la realidad social, la fe y la acción política. O lo que es lo mismo: reino de Dios y construcción del mundo. La política abarca y condiciona todo el quehacer del hombre. Nada escapa a lo político así entendido. La liberación de los países subdesarrollados y oprimidos, de las clases sociales y hombres expoliados, se presenta como la gran tarea de nuestra época. La construcción de una sociedad justa pasa por el enfrentamiento entre grupos humanos con intereses y opiniones distintas. El eje de todo esto será opresión-liberación-salvación. 128 7. Salvación-liberación y bautismo "Todos verán la salvación de Dios" (Is 40,5). Vuelve a aparecer la nota universalista de Lucas con esta cita de Isaías. Y vuelve a aparecer, sobre todo, el tema de la salvación, presente varias veces en su evangelio, mientras está ausente en los otros dos Evangelios sinópticos. Dios ofrece la salvación a los hombres sometidos al pecado: todos. ¿Quién puede decir que hace todo bien y que no deja de hacer nada que debería hacer? De aquí que la primera exigencia en la aceptación de la salvación sea la conversión, salir del pecado, esforzarnos por hacer siempre el bien y evitar el mal, vivir para los demás... ¿Cuál es esta "salvación de Dios" que todos verán? ¿Qué contenido tienen aquí la palabra salvación y la palabra Dios? Leyendo los capítulos 40 al 55 de Isaías, escritos para consolar y reanimar a un pueblo que estaba en el destierro, sometido lejos de la patria, podemos darnos cuenta de que se trata de una liberación política y social, histórica, concreta, aquí en la tierra. Es la superación de toda clase de opresiones y limitaciones con la fuerza de Dios, que empuja al hombre hacia una felicidad propia de él. La religiosidad burguesa que nos envuelve ha dado a la palabra salvación un sentido de encuentro con Dios en la otra vida, en el otro mundo; un sentido íntimo y espiritual de cada uno con Dios, lejos de lo terreno. Por eso, las comunidades que viven la fe en un compromiso de lucha al lado de los explotados de la tierra y quieren llegar a una sociedad sin clases prefieren no usar la palabra "salvación" y sustituirla por la de "liberación". Ser cristiano es aceptar y vivir solidariamente la fe, la esperanza y el amor, el sentido genuino de la palabra de Jesús y el encuentro con El en el devenir histórico de la humanidad, en marcha hacia la comunión total. Es situarse en un contexto amplio, profundo, exigente, que abarque al mundo entero. La Iglesia es el "sacramento" -el signo visible- de esta salvación universal, el lugar donde se hace accesible y visible a todos. Esa fue la voluntad de Jesús. Este mensaje universalista debería llevarnos a revisar si tenemos tendencia a encerrarnos en "nuestra" salvación-liberación individual; o si convertimos o no nuestras comunidades cristianas en reductos cerrados, en lugar de ser proclamadoras de esta salvación universal; o si estamos transmitiendo el mensaje de Jesús muy adulterado... ¿Anhelamos la salvación? ¿Reconocemos que en nuestra sociedad y en nuestras vidas hay injusticias, desigualdades inaceptables? Sólo si reconocemos que estamos lejos de una vida verdaderamente humana estaremos dispuestos a mejorarlo todo, estaremos dispuestos a "allanar senderos". 129 El resplandor de la Iglesia se ve hoy por todas partes. ¿Es realmente el signo sensible del Niño de Belén, o de aquel Jesús que caminaba incansablemente por toda Palestina y que acabó tan mal? La señal de que aceptamos la conversión, con todas sus consecuencias es el bautismo. Planteamiento bien distinto al que está haciendo la Iglesia. La entrada en ella exige la conversión; y el progreso en la vida pide una actitud continua de conversión: a más libertad, más verdad, más amor, más paz, más comunicación, más fe... El bautismo de Juan no era más que un baño por inmersión en el río. Era un rito que debía significar un cambio real de vida. E invitaba a todos. Era un gesto totalmente al margen de los ritos oficiales y sacerdotales del templo de Jerusalén. Juan desconfía y prescinde de ellos, aunque era sacerdote, como sabemos. Juan va al encuentro del pueblo y busca ritos que expresen el sentir de las masas populares para reunirlas y ponerlas en acción cara a la venida liberadora de Dios. Su bautismo era para que la gente cambiara de mentalidad, de actitud, de manera de vivir. Sólo así el gran día de Dios que se acerca será para ellos día de liberación, porque estarán capacitados para entender la hondura del mensaje de Jesús. Aparece el protagonista de la historia que faltaba: "la gente", la multitud. El pueblo, con sus cualidades y defectos, siempre a montones. La "masa", porque el pueblo siempre son muchos, ocupa mucho lugar. Los gritos de castigo de los antiguos profetas, de los que Juan es continuador, iban dirigidos normalmente a los grupos altos de la sociedad, a los dirigentes religiosos y civiles, a los gobernantes. Porque ellos eran -son- los responsables de la injusticia, ignorancia y miseria del pueblo, que Dios no quiere. En el evangelio de Mateo, los gritos de Juan van contra los saduceos y los fariseos, responsables de la explotación económica y de la manipulación ideológica que el pueblo sufría. Lucas prefiere hablar de una liberación ofrecida a todos por igual, a todos los hombres que la necesiten y la busquen. Por ello llama a todos a un cambio de vida, a una renovación. Con palabras durísimas acusa a todos de no estar preparados para la nueva sociedad que se acerca. Porque es cierto que muchos obreros, muchos de las capas populares, por influencia de la cultura y de los valores burgueses, están cerrados en un egoísmo e indiferentismo que frena y hace muy difícil una auténtica revolución. El pueblo también debe saber hacer su autocrítica y crear un ambiente revolucionario, superando el egoísmo que la burguesía le ha inculcado. Lucas quiere dejar bien patente que la fuerza creadora de libertad que hay en el evangelio traspasa todas las barreras nacionales y todos los prejuicios de clase o de casta. Todo hombre puede renovarse y participar en esta sociedad nueva que debemos edificar. Y a todos les pide un cambio en el orden de la justicia, en el que la norma de comportamiento siempre es mirar al 130 otro, mirar hacia el que está más abajo, hacia el que está peor, hacia el que queda fuera del pequeño mundo en que todos tendemos a instalarnos. 8. La conversión se demuestra en el actuar "Entonces, ¿qué hacemos?" Sólo el que está dispuesto a responder desde lo hondo de su vida a la llamada de Dios, sólo el que esté dispuesto a hacer lo que sea preciso para ser fiel a esa llamada, comulgará con la esperanza que trae Jesús y encontrará el sentido de su vida. Lucas insiste en que el cambio no debe ser únicamente de "mentalidad" o del "corazón", sino que debe centrarse en el actuar. Y no pide a la gente que vayan mucho al templo -quizá ya iban- a ofrecer sacrificios de purificación o que hagan muchos ayunos u otras prácticas ascéticas. Les pide -nos pide- un cambio en el orden de la justicia. Y les advierte que no confíen en el hecho de ser de sangre judía, religiosos de toda la vida. Si algún pueblo o grupo se siente con derecho a decir que es el "escogido de Dios", debe demostrarlo en su vivir. Esto se ve en las respuestas concretas de Juan a las preguntas que le hacen algunos. Y en primer lugar, algo que va para todos, aunque siempre es mucho más duro para los ricos: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo". Hemos de repartir para ser hermanos. Aquí lo concreta en el vestido y en la comida. El compartir lo que se tiene es una actitud revolucionaria, imprescindible para hacer realmente eficaz y humano todo cambio de estructuras. ¡Cómo cambiaría el mundo si se llevara a la práctica aunque sólo fuera esta respuesta! La comunidad que Juan trata de reunir está abierta a todos los que quieran caminar por este camino. La Iglesia y cada comunidad cristiana deberíamos ser signo de este compartir. ¡Qué lejos estamos! A los "publicanos": "No exijáis más de lo establecido". En su respuesta, por las razones que sean, no aborda el problema de la licitud de los impuestos y de la dominación romana. Esta respuesta se podría aplicar hoy, creo, en el mundo de los negocios. Un mundo usurero en el que sería muy prolijo entrar ahora. A los "militares": "No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga". Tampoco plantea la objeción de conciencia ni el ser defensores de los "desórdenes establecidos"... No es posible responder siempre a todos los aspectos de las preguntas. La gente le interroga porque ven que Juan no parte de las leyes ya establecidas, sino de una situación nueva, que pronto va a realizarse y que hay que preparar. No sigue la moral burguesa -tenía más de seiscientos preceptos-. Anuncia un cambio radical y las actitudes sociales concretas 131 que conducen a él. Inicia una moral revolucionaria, en la que el principio básico es el pasar de una sociedad basada en el tener a una sociedad basada en el compartir. ¿Qué es lo que la gente buscaba al ir hacia Juan? ¿Qué inquietudes las movían? ¿Detrás de qué andaban? ¿Qué ideas tenían? Es difícil contestar a estas preguntas. Puede ser el hambre de cualquier clase, la insatisfacción, la curiosidad... De todas formas era gente que buscaba algo, que buscaba un cambio. ¿Qué buscamos nosotros? La pregunta "¿qué hacemos?" es propia de un creyente que se ha abierto a la Buena Noticia y que quiere responder a ella en su vida. La gente pregunta qué debe hacer. Y Juan describe la conversión a una vida sencilla, sobria, de amor y de servicio, llena de respeto a los demás. Lo que tenemos que hacer es compartir, trabajar en favor de todos los hombres. Lo podríamos resumir en dos cosas: cumplir con el propio deber -personal, familiar y social- y saber compartir lo que tenemos y somos. Juan aclara su situación con respecto al Mesías. Reafirma su lugar secundario: "No merezco ni llevarle las sandalias". El Bautista no perdió la cabeza. El no era el Mesías ni la Palabra: era la voz, el heraldo. Todo está ya preparado y la misión de Juan está ya cumplida. "El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego". Un bautismo que nos unirá a El para compartir su camino, que lleva a "abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas" (Is 42,7). Nos lleva a no desentendernos de ninguna lucha contra el mal. Cuando Juan exige un bautismo, no inventa nada nuevo. Otros pueblos antiguos tenían también un rito de inmersión en las aguas como forma de purificación de los pecados y de abandono de una vida antigua para ingresar en una nueva. Pero los cristianos debemos bautizarnos, además, en el Espíritu y en el fuego. Tres elementos de la naturaleza cuyo simbolismo es importante descubrir. El agua es símbolo de vida, de transformación interior. El agua purifica, lava y destruye; penetra en la tierra y la hace germinar. Ser cristiano es como hundirse en el agua, para renacer como hombres nuevos con la vida de Cristo. El Espíritu o viento (en hebreo son lo mismo) es una fuerza misteriosa e invisible que empuja al hombre hacia adelante. Fuerza misteriosa por ser invisible. Habla, silba, susurra. A veces se transforma en huracán y lo revoluciona todo en pocos instantes, como sucedió el día de Pentecostés (He 2,1-2). El reino de Dios es obra suya. Sopla, como el viento, en el desierto, donde no hay abrigadas. ¿Cómo enterarnos de su paso si estamos atrincherados en nuestras casas y ciudades? El fuego quema lo que no resiste su calor. Es como el juicio de Dios, que discierne entre lo verdadero y lo falso. Fuego interior capaz de destruir las sutiles mentiras con que nos defendemos. Lo trajo Jesús (Lc 12,49) para que arda, queme e ilumine. Lo malo es que los cristianos parecemos bomberos... 132 El fuego de Jesús da vida. Es el fuego del Espíritu que penetra cada uno de nuestros corazones y los transforma desde dentro. Es el fuego del amor del Padre, manifestado en el amor de Jesús; es el fuego que hace presente en nosotros al Espíritu de Dios. No basta el agua. Hace falta Espíritu y fuego. De nada sirve el bautismo cuando falta el cambio radical de mentalidad. 133 Bautismo de Jesús Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: -Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿v tú acudes a mí? Jesús le contestó: -Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma, y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía. -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. (Mt 3,13-17) Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo v al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se ovó una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo amado, mi preferido. (Mc 1,9-11) En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto. (Lc 3,21-22) 1. Solidaridad de Jesús con el pueblo Una de las cosas que más hacen sufrir a los jóvenes de hoy es la falta de perspectivas de futuro. Les cuesta imaginar qué van a ser, qué van a hacer, con qué ideales e ilusiones se van a identificar... Y esto se agrava al no encontrar trabajo o salidas profesionales válidas; lo que les conduce a la desilusión y a la desesperanza, y a buscar subterfugios para olvidar esta angustia. También los adultos deberíamos tener más claro nuestro proyecto de vida, ya que con frecuencia damos la impresión de haber perdido el sentido de la orientación. Todos, jóvenes y adultos, nos deberíamos preguntar: ¿qué misión hemos de realizar en la vida? Y darnos cuenta de que esa misión quedará sin hacer si nosotros nos evadimos. Juan el Bautista, el profeta de la conversión, predicaba e invitaba a la gente a bautizarse como signo del deseo de cambiar de estilo de vida, de seguir un camino de fidelidad a Dios en los hombres. Pero no se hace ilusiones sobre el alcance de su bautismo; sabe que no forma parte de la etapa decisiva. Y una muchedumbre de israelitas deseosos de vida nueva va a escucharle y a recibir el bautismo de sus manos. Este bautismo es un reconocimiento colectivo, masivo, de la situación de mal y de pecado en que vivimos los hombres. Es una afirmación colectiva del deseo y de la posibilidad de superar ese mal y ese pecado. 134 El rito del bautismo estaba muy extendido entre las religiones de aquel tiempo. Pero mientras esos bautismos eran baños que uno se daba a sí mismo y que podían repetirse a lo largo de una existencia, el bautismo de Juan es un baño que se recibe de manos de un "bautista", que no puede recibirse más que una vez y que implica, por encima de una pureza ritual y legal, la conversión personal. La figura del Bautista nos es presentada con rasgos proféticos: era un hombre independiente. Su austeridad no era debida a un cierto complejo de inferioridad con respecto al mundo, como el que hoy muchos creen que tienen los pocos que rechazan la sociedad de consumo y siguen otros caminos. Tampoco era la suya una espiritualidad evasiva, sino una búsqueda de pobreza y austeridad, porque únicamente desde ahí se puede hacer la fuerte denuncia de los poderosos que él realizaba. Nadie esperaba un Mesías procedente de una oscura aldea de Galilea. Nadie aguardaba a un Mesías que se sometiera a un bautismo de penitencia, participando en el movimiento de conversión de su pueblo. Sin embargo, en este pobre galileo es donde se hace presente la acción salvadora-liberadora de Dios, la acción definitiva y para todos. Y es en una profunda actitud de solidaridad con el pueblo pecador, y en búsqueda de un futuro mejor, como se revela esta acción. Jesús es un joven trabajador manual de Nazaret, hijo de José y de María. Un joven que percibe la gran esperanza del pueblo sencillo, fruto de la gran esperanza que hallaba en las Escrituras; y que ve malparada por la traición de los poderosos y por la instalación de los clérigos, que usaban la religión para su lucro personal, mientras el pueblo estaba abandonado a su suerte. Y siente la llamada del Padre al ver un pueblo sin pastor (Mc 6,34). Y va a dedicar toda su vida a liberar a ese pueblo. Jesús de Nazaret aparece aquí como el Mesías rey, sacerdote y profeta, las tres funciones más nobles de la sociedad antigua: rey, llamado a vivir en la libertad; sacerdote, llamado a vivir en comunión con Dios; profeta, llamado a conocer el sentido profundo de la historia, interpretándola según Dios. 2.. Sentido del bautismo de Jesús En medio de la muchedumbre aparece Jesús. Se acerca al Bautista y le reconoce abiertamente sus credenciales proféticas. Se pone en la fila de los pecadores y recibe aquel bautismo de reconocimiento del pecado y de deseo de cambio. Juan había anunciado que el que venía detrás de él bautizaría con "Espíritu Santo y fuego". ¿Cómo se explica que Jesús venga a pedirle su bautismo, que solamente era de agua? Recibiendo el bautismo de agua, Jesús se hace solidario de los pecados del pueblo y de todos los hombres; y se hace solidario de todos los que luchan por un mundo mejor. Toma sobre sí el pecado del mundo y abre, a todos los que quieran seguir el ejemplo de su vida, el camino a la salvación-liberación de todo tipo de esclavitudes. Jesús no viene desde fuera para decirnos lo que hay que hacer, sino que asume desde dentro, hace suyo, todo lo que es la vida de los hombres: el mal, el pecado, el dolor, la 135 limitación... Y asumiéndolo, nos posibilita para vivir una vida distinta, purificada y liberada. Nos hace descubrir que los hombres llegamos a construirnos viviendo para los demás. Jesús vivió, sufrió y murió para que nuestra vida y nuestra muerte se hicieran semejantes a las suyas. Jesús no hizo como si fuera pecador -no tenía pecado (Heb 4,15)-. Vino a vivir sin más una vida humana, para enseñarnos a amar en el sufrimiento, en la lucha contra la injusticia, en la humillación. Para enseñarnos a amar incluso cuando nos creemos que ya sabemos hacerlo (por ejemplo: los padres a los hijos). Para enseñarnos que ésa es la verdadera vida de los hombres. Jesús no se juntó con los "buenos" de su época ni esperó a que fueran a El los "malos"; se fue a buscarlos, a estar con ellos; y fue tratado como uno de ellos. El bautismo de Jesús es la toma de conciencia del hombre Jesús de la misión que el Padre le encomienda. Toma de conciencia en la que influye la predicación de Juan y la espera mesiánica de "los pobres de Israel". Toma de conciencia que se manifestará progresivamente. La revelación de Dios en Jesús es discreta: no se realiza a base de gritos ni golpes de mando o de fuerza. El bautismo de Jesús es considerado, desde los comienzos de la predicación cristiana, como el principio de la Buena Noticia. Junto con las tentaciones, supone para El el momento de asumir sus responsabilidades mesiánicas. Jesús nace, en el bautismo, como enviado de Dios. Desde él se siente llamado a dedicar su vida entera a dar a conocer el amor del Padre a todos los hombres. Hasta este momento, Jesús, con su vida sencilla, trabajando y rezando en medio de la gente de su pueblo, se había preparado para escuchar la llamada del Padre. Desde su bautismo, el Espíritu le conduce a anunciar a los hombres, a todos, con la Palabra y el ejemplo de su vida, la llegada del reino de Dios. Y Jesús consume toda su vida "haciendo el bien y curando a los oprimidos" (He 10,38), único camino para ser hombre. Y lo hará desde dentro, desde la pobreza de la condición humana, sin valerse de ningún poder más allá del amor y del esfuerzo constantes: "No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente la justicia, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra" (Is 42,2-4). Y asumiendo totalmente nuestra condición humana, nos manifestará el camino de Dios, nos mostrará quién es Dios y hacia dónde quiere conducirnos. El Espíritu entró en El hasta convertirlo en el Hombre nuevo, en el Hombre para los demás. Jesús de Nazaret, entrando en el agua del Jordán, ha comenzado la liberación del mal y del pecado para todos los que quieran seguirle. Abre un camino de fidelidad a todos los hombres, que por eso mismo es fidelidad a Dios. Un camino que lo llevará hasta la cruz. Y por la resurrección nos manifestará definitivamente que Dios se nos revela viviendo hasta el fondo la vida de los hombres, con toda su carga de pecado y de mal. Y así nos salva, así nos llena de su Espíritu y nos hace sus hijos. 136 Toda la vida de Jesús es un bautismo en el Espíritu. Pero su verdadero bautismo es su muerte, momento del encuentro definitivo con el Padre y de la superación de todo mal. Los evangelistas nos hablan de su muerte como de su bautismo en dos ocasiones: beber su cáliz (Mc 10,38-39; Lc 12,50). Lo mismo en nosotros: sólo después de la muerte quedará vencido el pecado y todas sus secuelas. 3. Jesús posee la plenitud del Espíritu Ante una masa de pecadores "se abrió el cielo". El centro de este relato no es el bautismo de Jesús, sino la manifestación del Padre en El, declarándole "el amado", "el predilecto", y la comunicación del Espíritu para que lleve a cabo su misión: liberar a los hombres de toda esclavitud. El protagonista de la palabra de Dios es siempre el Espíritu. Nosotros olvidamos constantemente este Espíritu, apenas contamos con El. Por eso es explicable nuestro desinterés en seguir el camino de Jesús. ¿Entendemos el papel del Espíritu en nuestra vida? ¿No imaginamos la vida cristiana como una tarea nuestra, que depende sólo de nuestras fuerzas? Con Jesús "se rasga el cielo": la esperanza más profunda y más vehemente de Israel y la esperanza de los hombres de todos los tiempos y lugares empieza a hacerse realidad. La relación entre Dios y la humanidad, intensamente anhelada por los hombres creyentes, es desde ahora real y visible. Lo que la ocultaba -el "cielo cerrado"- se abre definitivamente. Ya es posible, ¡por fin!, llegar a ser hombre de verdad; solamente hace falta imitar al Hijo, seguir al Nazareno. Jesús es el signo de esta relación nueva entre Dios y los hombres. Relación de amor, como debe ser toda relación entre padres e hijos. Por ser "el Hijo", Dios pone en El sus preferencias. Jesús, lleno del Espíritu, habla y se comporta siempre como Hijo, con plena docilidad a ese Espíritu. Y así, su. Palabra y su comportamiento son para nosotros criterio y norma. El que es proclamado "mi Hijo, el amado" es un hombre adulto que emprende su camino. Y en la vida, la palabra y la acción públicas de este hombre adulto, Dios se nos manifiesta. Nos vamos salvando-liberando en la medida en que hacemos nuestro este camino y lo seguimos. Según Lucas, el cielo se abrió y bajó el Espíritu sobre Jesús mientras éste rezaba. Detalle que este evangelista siempre señala en los momentos más importantes de la vida del Maestro. La promesa de Dios de estar con su pueblo se cumple en Jesús. Dios ha bajado porque en Jesús se da la plenitud de su Espíritu, porque en El la Imagen se identificó con la Realidad. El ser Hijo no libra a Jesús del sufrimiento; al contrario, lo compromete en una acción por los demás, que lleva a cabo en la solidaridad y la persecución y que culminará en la cruz. 137 4. Sentido de nuestro bautismo El bautismo de Jesús y la misión que inició después deben hacernos pensar en los sacramentos de la iniciación cristiana: nuestros bautismo y confirmación. El bautismo no es para quitar el pecado ‘original' mal entendido -seguimos siendo pecadoresni para hacernos hijos de Dios -lo somos todos los hombres-. Nuestro bautismo es signo de nuestro compromiso de querer vivir según el camino que nos marcó Jesús, camino de justicia y libertad, de amor y paz. El bautismo traza una línea divisoria entre quienes quieren vivir una vida de servicio, sin preocupaciones personales, pero sí preocupados por los hombres que le rodean; y entre quienes prefieren vivir una vida centrada en sí mismos, preocupados únicamente de lo que les afecta a ellos, con olvido de los demás. Línea divisoria que pasa por todos y cada uno de nosotros: una parte de nuestro ser quiere servir; otra, que le sirvan. El bautismo de agua es la opción por la actitud de servicio bajo el proyecto de Jesús: amarnos como El nos ama (Jn 13,3435); opción que se irá realizando a lo largo de la vida. El bautismo de deseo lo tienen aquellos que sirven a los demás y no están bautizados porque no conocen los planteamientos verdaderos de Jesús, por las razones que sean; sin olvidar a muchos que están bautizados y han renunciado a ser cristianos por identificar el cristianismo con los errores de la Iglesia institución, con sus infidelidades al evangelio. El bautismo es signo de una continua conversión a una vida de servicio y amor, de justicia y libertad; en lucha con las seducciones del poder, del tener, del dominar, de la inmoralidad, de la pereza y de los vicios. En los que hemos sido bautizados de niños, el bautismo no conseguirá su plena realidad hasta que, ya adultos, lo asumamos por la fe. ¿Se puede llamar cristiano al bautizado que no trata de seguir en su vida el camino de Jesús? El bautismo es un comienzo; no cambia uno en seguida. Se inserta en un todo, en una vida entera. Es el signo sensible que está expresando la realización de una vida según Dios. Nos tiene que hacer conscientes de que un cristiano tiene que montar la vida exclusivamente desde el evangelio. No podemos realizarnos cada uno en solitario. Nos pudriríamos como el agua detenida en el estanque. Tenemos que transformarnos, transformando a la sociedad en que vivimos. A Jesús su vocación le llevó a solidarizarse con su pueblo, a tomar sobre sí los pecados de todos y destruirlos, aunque esto lo llevó a morir como mueren los hombres a los que la sociedad finge no poder tolerar por demasiado pecadores. El camino de Jesús no acaba con El. Tenemos que continuarlo nosotros. Cada uno de nosotros, desde la aceptación personal de nuestro bautismo -opción de adultos a favor de El, por haber sido bautizados de niños-, tenemos que hacer como Jesús hizo: unirnos a todo movimiento de liberación que brote en la humanidad, a todo lo que signifique defender los derechos humanos y comenzar los que sean necesarios. 138 Todo lo que Jesús ha vivido nos revela todo lo que nosotros podemos llegar a ser, aunque sea en menor grado. Nosotros, por el bautismo, también somos llamados. Hacemos realidad el bautismo según vamos respondiendo a las llamadas que nos dirige Dios cada día, en cada situación concreta. Una llamada que no es para nosotros mismos, sino para los demás: vivir para los demás, ser para los demás. Una llamada que es lo que, en último término, puede hacernos salir de la apatía y de la desesperanza y nos puede situar en nuestro puesto. ¿En qué medida colaboramos con Cristo en ayudar a los demás, en iluminar, en liberar, en construir...? Iglesia de Cristo, ¿dónde se nos ha encallado esta barca de Pedro? ¿Por qué se empeñan tantos en retenerla lejos de la vida real de los hombres oprimidos y explotados, a los que debe ayudar a liberar, a promover, a salvar de tantas situaciones inadmisibles? ¿Cómo podremos devolverle la fuerza del Espíritu de Jesús y soltarla de tantos frenos y alianzas con los poderes políticos y económicos, que la retienen y la reducen a la impotencia en los ambientes de los hombres sencillos? No lo conseguiremos mientras la mantengamos de espaldas a la vida real de los hombres del pueblo o mirándolos de lejos y con muchas precauciones. La misión que Jesús emprende es la de liberar al pueblo de todas sus esclavitudes: dar la "vista" a los ciegos, el "oído" a los sordos, la "libertad" a los cautivos, la "buena noticia" a los pobres... (Lc 4,18). Una misión que no se reduce al plano espiritual. Entonces: Iglesia de Cristo, ¿qué dices de ti misma? 139 Las tentaciones de Jesús Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó diciendo: -Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: -Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras". Jesús le dijo: -También está escrito: "No tentarás al Señor tu Dios". Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor le dijo: -Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: -Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto". Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían (Mt 4,1-11) El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. (M c 1,12-13) Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: -Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: -Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre". Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: -Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: -Está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto". Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras". Jesús le contestó: -Está mandado: "No tentarás al Señor tu Dios". Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión. (Lc 4,1-13) 140 1. Las tentaciones del hombre de siempre La vida humana está llena de pruebas. La seducción asalta constantemente a las personas y a los grupos. Todos los hombres estamos heridos por la tentación, cuando no vencidos por ella. Dos palabras resumen toda la historia humana: vida y muerte. No hay término medio: o vivimos o morimos. Con un agravante: la muerte se nos presenta con rostro de vida y la vida como si fuera muerte. Los hombres, nada más nacer, sentimos en nuestro interior la llamada a negarnos a vivir, al presentársenos la muerte con un rostro tan seductor y atrayente que se nos hace muy difícil resistir su influjo. El mito de Adán, que se deja seducir por la voz de la muerte, es la realidad de todo hombre que pisa esta tierra. Porque la sociedad humana está montada sobre las tentaciones que rechaza Jesús y nos enseña a vivir según su espíritu. Y si no nos damos cuenta y nos proponemos seriamente luchar contra ellas, también nosotros estaremos actuando siguiendo sus dictados. La televisión, la publicidad, el ambiente de consumo y erotismo en que vivimos, ayudan a caer en la trampa que nos tiende la sociedad actual, y que nos incapacita para descubrir los verdaderos valores humanos. Estamos demasiado acostumbrados al "pecado del mundo" (Jn 1,29). Tan acostumbrados que el hombre actual ya no cree en él. El hombre moderno corre el riesgo de convertirse en autómata, de cambiar la conciencia por la pasividad, de no enterarse que ha dejado de ser hombre. A los autómatas se les puede dar todo tipo de libertad, sin peligro para el poder: no sabrán usarla. Sólo se puede ser libre situándose en una alternativa en la que sea posible decidir por sí mismo. La libertad del autómata no existe. Al autómata se le prepara para que compre lo que anuncie la televisión, para que vista con las ropas que le han diseñado y que se llama moda, para que se divierta y haga lo que le programen, para creerse todas las noticias de los periódicos "independientes"..., sin descubrir jamás -está incapacitado para ello- que nuestra sociedad está montada para servir a "la voz de su amo": el capital. La libertad del mundo occidental -hablo de ella porque es la que mejor conozco- es la nueva alienación, el nuevo opio que se da a la masa, como en épocas anteriores se les daba la religiosidad -una religiosidad institucionalizada por el sistema de poder- o los espectáculos circenses... La libertad es neutralizada mediante la masificación de autómatas. Es la libertad para hacer lo que quieras, con tal que quieras lo que se te insinúe. Basta volver la vista a la historia para ver que las masas pueden ser inducidas a hacer cualquier cosa. La capacidad de manipulación de las masas se ha acrecentado en la actualidad y lleva perspectivas de acrecentarse en el futuro hasta límites que aterran al convertirse la 141 manipulación de masas en una ciencia y en una técnica casi perfectas. Cuando los medios de manipulación alcanzan un grado de eficacia tan absoluto, ¿puede existir la libertad? ¿Quiénes encarnarán en el futuro las fuerzas progresistas de la historia?: ¿las masas automatizadas que siguen ciegamente los dictados de un poder en la sombra?; ¿las minorías de hombres que quieran, sepan y puedan sustraerse a la alienación colectiva'?... Las preguntas son muy serias; cuestionan la libertad, tal como es concebida en el mundo occidental. Libertad que tampoco parece tener suerte en los países del Este. Las tentaciones de Jesús nos plantean su lucha contra el mal y su opción radical. Entre las muchas pruebas que nos acechan, tres sobresalen por su importancia. Buscamos un "pan" que sacie el deseo de vivir. Nos asalta la voluntad de poder o de dominio que impide unas estructuras en las que la igualdad humana, la libertad y la fraternidad sean posibles. Vivir con esperanza no es fácil; tener constantemente una actitud de superación, tampoco; por ello las personas y los grupos buscamos motivos espectaculares para mantener la fe, signos contundentes para creer. Nos atrae encontrar una fórmula que nos haga como dioses, conocedores y poseedores de la fuente de la vida (Gén 3,5). Son, en definitiva, las tentaciones de la riqueza, del poder y del milagro. Estas tres pruebas han asaltado también a Jesús. Su actitud es motivo de esperanza para nosotros: podemos enfrentarnos a ellas y vencerlas, como hizo Jesús. 2. Las tentaciones de Jesús Mateo, Marcos y Lucas unen la historia de las tentaciones con el acontecimiento del bautismo. El Espíritu, que acaba de descender sobre Jesús, le "empuja" (Marcos) -palabra que denota violencia- al desierto, hacia la soledad, lejos de los hombres y a solas con Dios. Jesús fue al desierto y allí fue tentado. Juan ya vivía en él. Parece como si en los caminos de Dios la salvación viniera siempre del desierto. El símbolo del desierto evoca la experiencia de nuestra vida: soledad, llamada a lo verdadero, tierra sin caminos, silencio... Todos estamos en el desierto, pero no lo aceptamos o no lo sabemos. Y tenemos que descubrirlo y aceptarlo. Quien no sufre la experiencia del desierto no puede comprender el valor del "agua"; quien no camina largamente con un sol abrasador no puede gozarse de la "sombra". El desierto lo verifica todo: la mentira, la vanidad, la inconsistencia de la vida que estamos edificando. En el desierto nada nos separa de Dios, descubrimos la realidad de nuestra condición humana. Por el desierto el hombre busca, peregrina, espera, decide su vocación, prepara el futuro, se encuentra delante de sí mismo sin posibilidad de hacer trampa. Es el lugar del encuentro con Dios presente en la vida del hombre, el lugar de la experiencia personal de su amor. Es la patria del evangelio, el lugar de la verdad para el hombre, de la decisión, de la 142 opción. En medio de su silencio se puede oír la llamada a la conversión. Dios llama y actúa en el silencio y mueve al hombre y a la historia con las fuerzas que se recuperan a solas con El. La tentación también corresponde a este tiempo de tranquilidad, de soledad, de silencio... del desierto. ¿Cómo escuchar la tentación en medio del ruido que nos rodea por todas partes? ¿Y cómo escuchar a Dios? ¿Es el ruido ya la caída en la tentación? Jesús en el desierto busca el silencio de la oración, el trato a solas con el Padre; se deja guiar por el Espíritu. Nosotros construimos ciudades, civilizaciones, luchamos por jornadas de cuarenta y ocho, cuarenta o treinta y cinco horas semanales de trabajo..., nos llenamos de ruido y bienestar y creemos que ya hemos encontrado la tierra prometida. La palabra de Dios nos llama constantemente a volver al desierto. A ese silencio profundo, más allá del ruido ensordecedor que nos impide pensar. Jesús llega al desierto. Allí está solo, porque la respuesta que tiene que dar es personal. Nadie puede responder por otro cuando se trata de opciones fundamentales de la propia vida. En él realiza la experiencia del vacío físico: tiene hambre; y del vacío más profundo también: el del espíritu. Y allí el diablo -personificación de las fuerzas del mal- lo tienta, lo coloca en una situación de guerra entre el bien y el mal que definirá toda su actuación mesiánica. El evangelio habla de diablo en singular, para indicarnos que hay una única raíz del mal y de la injusticia en nuestro mundo. Es el polo opuesto a Dios: Es una manera de expresar lo que es anti-Dios. Jesús se encuentra sorprendentemente pasivo, como si fuese juguete de fuerzas que le arrastraran sin que El pudiera reaccionar, sólo apto para recibir órdenes: "Di que esta piedra..., si te arrodillas..., tírate de aquí abajo..." Las tentaciones tendían a matar su verdadero "yo": lo que debía ser y para lo que había sido enviado por el Padre. Tendían a buscarle un dios a la medida del mundo. Este hombre solo, "vaciado", ha de optar, debe decidir cómo entiende y cómo debe manifestar su camino. El diablo le invita a vivirlo según un sentido triunfalista muy extendido entre los judíos; el Espíritu le anima a seguir el camino de los profetas. Para el diablo, ser Hijo de Dios es poseer todo poder sobre los reinos terrestres, ser rodeado de la gloria que emana de esos poderes; para el Espíritu, ser Hijo de Dios es, ante todo, rehusar cualquier tipo de idolatría, cualquier práctica que no reservara a Dios el lugar absolutamente prioritario que le corresponde. Jesús es un hombre colocado en medio de la ambigüedad humana, que tiene dificultades para reconocer su camino -es lo que significa "ser tentado"-, que debe esforzarse duramente por ser fiel, que en Getsemaní deberá hacer un último y decisivo esfuerzo para mantener la fidelidad hasta la muerte. Inicia su misión no haciendo milagros ni predicando, sino luchando. Con una lucha que durará toda su vida y le llevará a ser asesinado en una cruz. 143 Los evangelios sinópticos nos describen simbólicamente la lucha de Jesús con la fuerza del mal. ¿Cómo expresar la hondura de la tentación de otra forma? El relato de las tentaciones es la representación dramática de todas las opciones que Jesús tuvo que realizar en su vida: cada vez que la multitud o sus discípulos quieren imponerle su propia idea de la función mesiánica; cada vez que pretenden desviarle de su camino para inducirlo a un mesianismo político temporal, con éxitos halagadores, facilidades o dominio sobre los pueblos; cada vez que se le quiere llevar a elegir un mesianismo falso, un mesianismo triunfalista y humano. Así hubiera agradado a la inmensa mayoría del pueblo de Israel. Por entenderlo así, agrada en la actualidad a tantos cientos de millones de cristianos. Pero ese mesianismo no se corresponde con el plan de Dios. ¿Corresponde el de la Iglesia? Cada uno debe descubrirlo por sí mismo, cada comunidad. ¡Es triste edificar una Iglesia sin Jesús! Al comenzar la vida pública, Jesús pensaría muchas veces en el camino que debería seguir para proclamar el reino de Dios. Sentiría con frecuencia las ganas de llevar su lucha mesiánica por caminos más fáciles y menos dolorosos para El; caminos que no atacaban el mal en su raíz o no respetaban la creatividad del pueblo y se basaban en una fe en Dios alienante. Al igual que nosotros, tendría sus dudas sobre el camino mejor. Esas dudas que tuvo Jesús durante el tiempo de su actividad con el pueblo, se dan en la vida de todo hombre que lucha realmente por un mundo nuevo. Cuando se quiere trabajar eficazmente por una revolución auténtica, no es fácil determinar bien los fines que deben perseguirse, acertar en los medios que conducen a ellos, mantenerse fuera del afán de poder o de honor, aceptar y corregir errores... Los evangelistas resumen todo esto, que fue realidad en la vida pública de Jesús, en un solo pasaje elaborado con imaginaciones mitológicas propias de la religiosidad de aquellos tiempos y con frases sacadas del Antiguo Testamento. "El Espíritu" empuja a Jesús al lugar de la tentación, al desierto, al deseo de vivir verdaderamente como hombre. Jesús vive allí "cuarenta días", recorriéndolo. La presencia del Espíritu, que inspira y provoca su ida al desierto, supone la necesidad de la prueba: no es Hijo de Dios sino aquel que se muestra dispuesto a vivir como tal; lo que lleva como consecuencia el enfrentamiento con el mal, el enfrentamiento con todo lo que trate de impedirlo. La presencia del Espíritu nos hace prever el resultado: la victoria del candidato mesiánico. "Cuarenta" significa el tiempo en que los hombres aprendemos a depender enteramente de Dios, a no contar más que con El; el tiempo del castigo, del ayuno y de la proximidad de Dios; el tiempo de la vida. El relato de las tentaciones del evangelio de Marcos es muy reducido; muy distinto al relato en tres actos de Mateo y Lucas. En Marcos, la tentación no tiene lugar al final de los cuarenta días -como en los otros dos-, sino que acompaña a Jesús a lo largo de todos ellos; nos dice 144 que fue tentado, pero no nos dice en qué. Considera más importante subrayar el vínculo entre el bautismo y la tentación, rico en sugerencias. ¿De qué va a ser tentado el que jamás optó por nada? El Espíritu, que se da en el bautismo, no separa a Jesús de la historia y de la ambigüedad; al contrario, lo coloca dentro de la historia y en el interior de la lucha que en ella se desarrolla. Por eso nos dice que Jesús, después del bautismo, fue tentado "por Satanás". "Vivía entre alimañas y los ángeles le servían". La mención de las alimañas puede ser una simple descripción del desierto, o puede referirse a la recuperación de la paz paradisíaca de los tiempos mesiánicos (Is 11,1-10). Con su obediencia prolongada, a lo largo de los cuarenta días de la tentación, Jesús habría restablecido la primitiva armonía del paraíso. A partir de este momento, dicha armonía está a disposición de los que se adhieran a El o imiten su obediencia confiada. La presencia de los ángeles nos muestra la ayuda especial de Dios. Como respuesta al bautismo, Jesús comienza una existencia en la que experimenta el enfrentamiento con Satanás y al mismo tiempo la ayuda de Dios; una existencia en la lucha y al mismo tiempo en la paz. Es el misterio de Cristo: Hijo de Dios, pero tentado. Y es también el misterio del cristiano que cuestione su bautismo: la vida en la que introduce el bautismo está hecha de luchas, pero está bajo el signo de la victoria y de la paz. El relato de Marcos queda como incompleto. La respuesta plena nos la dará todo el evangelio. La historia sucesiva es la que nos indicará la naturaleza de la tentación, sus peripecias y su resultado. Toda la vida de Jesús es un enfrentamiento entre el "fuerte" -Satanás- y el "m ás fuerte" -Jesús-. L o m ism o debe ser la nuestra. Marcos es el que muestra más insistentemente a Jesús como aquel que pasa por Palestina luchando contra el diablo y librando de él a los hombres. Mateo y Lucas nos ofrecen una descripción más extensa y detallada de las tentaciones. Cambian el orden: la segunda de Mateo es la tercera de Lucas, y al contrario. La primera en ambos coincide. Seguiré el orden de Lucas. ¿Quién es este hombre, "lleno del Espíritu Santo", que es tentado en el desierto? Es un hombre frágil, accesible al hambre, capaz de dejarse seducir por el poder y la gloria. Hombre frágil que se ve en el centro de un conflicto que sostienen entre sí dos fuerzas antagónicas: el mal, representado por el diablo, y Dios, invisible, pero presente mediante la Escritura: "Está escrito", contesta Jesús, a las insinuaciones del adversario. Estas dos fuerzas se enfrentan y es Jesús la apuesta del conflicto; Jesús a quien cada una de las dos quiere apropiarse: el diablo, para esclavizarle a través de la grandeza y de la gloria aparentes; el Espíritu, desde su interior, impulsándole a conducirse como hombre auténtico, como Hijo de Dios. 145 3. Las tres tentaciones y el cristiano Jesús vive durante su vida humana toda la historia profética del pueblo de Israel. Puede hablar de cumplimiento porque en El se han cumplido todas las profecías del Antiguo Testamento. Nosotros tenemos que irnos aplicando su camino, viviéndolo, para poder acceder a su salvación, a su liberación. Las tres tentaciones podrían llamarse mesiánicas -son las que impiden que el hombre llegue a su plenitud-. Son tentaciones tipo, síntesis de las tentaciones reales que Jesús iría superando en el transcurso de su vida. Y síntesis de las tentaciones de cada hombre que quiera ser auténtico. Surgen de la lucha de cada día. Están muy relacionadas entre sí. Se presenta ante Jesús el ideal de un mesianismo temporal y político, compuesto de bienestar, poder y triunfo popular. Jesús tiene que luchar contra ellas para poder anunciar el reino de Dios. Son las mismas que el pueblo elegido sufrió en el desierto. Y son las mismas de la Iglesia, de la sociedad y de cada persona, en todo tiempo y lugar. Son claramente las tentaciones de los sistemas capitalistas -tan "cristianos"- y de todas las dictaduras. Responden también a los tres grandes planteamientos del marxismo: económico, político e ideológico. El triunfo sobre las tentaciones está siempre por alcanzar. Todo hombre se encuentra con la tentación del materialismo, del egoísmo, de la soberbia, de la superficialidad, del afán de poder... El pueblo de Israel -hoy la Iglesia- cayó en la tentación de querer tener mucho -y a muchos- sin esfuerzo, de abusar de la amistad con Dios, de arrogancia frente a los demás pueblos... Aparecen como una confrontación del hombre ante sí mismo y como una crisis del sentido de la vida. No las recibimos -lo mismo que Jesús- de una vez para siempre. Por eso tenemos que estar siempre en vela, ya que vendrán cuando menos lo esperemos. La peor tentación -la más frecuente- es no damos cuenta de vivir en ella. Son las mismas circunstancias de la vida las que ponen a prueba a todos los hombres. Las tentaciones no hay que ir a buscarlas, vienen solas. En la imaginación de la Biblia no son simplemente las circunstancias, es "el diablo" o "Satanás". Jesús las venció. Toda su vida consistió en anunciar que la vida de los hombres es algo más: es creer en un camino de vida que conduce hacia el Padre; es salir de uno mismo y querer vivir cada día con más amor, más justicia...; es ir descubriendo a Dios como Padre que nos ama y querer corresponder siendo sus hijos, hasta desear depender únicamente de su voluntad... Jesús dedicó toda su vida a superarlas, hasta morir por ello y resucitar como señal y garantía para todos. Y así fue un hombre plenamente libre, su relación con los demás fue liberadora y su unión con el Padre fue total. Nosotros tenemos como un deseo imperioso que nos empuja a bastarnos a nosotros mismos, a no creernos dependientes de nadie. 146 a) Primera tentación: el pan y la Palabra Es la tentación del "pan", de la comodidad. Es el problema del "hambre" y de la riqueza. La sociedad de consumo trata de dar gusto y al máximo exclusivamente al cuerpo. Me gusta o no me gusta, se ha convertido en la única norma válida de nuestra sociedad. Es decir, la satisfacción de todo placer físico por encima de todo lo demás. Es el ir tirando, la superficialidad. ¡Bastante difícil está todo para que cada uno no tenga derecho a vivir como mejor pueda! Nos lleva a buscar realidades transitorias, finitas, como si fueran lo básico de la vida. Nos lleva a creer que uno puede bastarse a sí mismo, independientemente de cualquier otro y de Dios. Pero esta forma de vivir no nos deja satisfechos. Tal vez resulte atractiva de momento, pero nos hace insensibles, tristes, sin ilusión para vivir. Nos encierra en nosotros mismos y no nos deja amar ni sentirnos amados. Jesús siente la tentación de asegurarse comodidades, de no sufrir, de hacer su vida. Se siente hombre, con deseos frecuentes de dejar una vida tan sacrificada, tan pobre, tan sin sentido aparentemente, abocada al fracaso. ¿Qué adelantaba con ser un pobre más?, ¿para qué pasar tantas fatigas? Hace falta tener más pan, comer mejor, vivir mejor, para poder rendir más. Además, una vida tan pobre y sacrificada no reflejaba su dignidad de Hijo de Dios. El compromiso con el pueblo le haría plantearse también lo que se plantea pronto todo buen revolucionario: la revolución, ¿es sólo cuestión de pan, vestido y techo? Estas cosas son importantes; por eso, toda verdadera revolución buscará la raíz que produce la miseria de tantos hombres -raíz que hoy es la propiedad privada y privante de individuos y naciones-, a la vez que hará ver que el problema del pan es algo mucho más serio y amplio. En los días de ayuno, cuando parece que todo se oscurece, Jesús "sintió hambre", necesidad primaria del hombre. Está en la situación mejor para ser tentado. El "diablo" se sirve del hambre como tentación: tienes poder ilimitado..., úsalo. "Si eres Hijo de Dios", y Dios se preocupa de los hombres, es evidente que debe alimentarlos, preocuparse de ellos. Y son millones los hambrientos, millones los que lloran sin que nadie los consuele, millones los que mueren solos, despojados y errantes por el mundo. Son millones los que no encuentran el sentido de la vida... Si Dios existe y tiene fuerza, ¿no estará obligado a resolver este problema? Si Jesús viene de parte de Dios, tendrá que resolver la gran tragedia del hambre -de todas las hambres- de los pueblos y de los individuos. Según el marxismo hace falta una revolución económica que destruya la explotación capitalista, supere la esclavitud del hambre y de la miseria y haga posible la justicia. Esto es evidente: es necesario alimentar a los hombres porque el hambre es grande sobre la tierra. Pero... "No sólo de pan vive el hombre". Jesús no cayó en el error de convertir la revolución popular, que se estaba gestando entonces en Palestina -y que era expresión de la fe bíblica-, en 147 una ideología del bienestar y nada más. Sentiría el atractivo de este error. De seguirlo, hubiera sufrido menos, habría sido mejor interpretado y más seguido, pero hubiera sido un falso profeta. Jesús, ante la absolutización del pan de este mundo, nos asegura que hay un pan superior, que el hombre no sólo vive de pan -pero también-, que es necesario que se alimente "de toda palabra que sale de la boca de Dios". Jesús supo ver que toda aquella forma de pensar no era más que una tentación. "Si eres Hijo de Dios", ponte a trabajar y a luchar para que se acabe la opresión de unos hombres sobre otros, que es lo que produce hambre y miseria. Y esto es lo que hizo Jesús. El error de la mayoría de los cristianos está en entender la religión como un recurrir al poder de Dios para que nos solucione todos los problemas. Y así han convertido la oración en un pedirle a Dios que actúe, rehuyendo toda responsabilidad personal en la transformación del mundo. La palabra de Dios no es un añadido, sino que es lo que sustenta y lo que informa todo. Los hombres vivimos cuando nos preocupamos y ponemos en práctica toda la palabra de Dios, que coloca toda la vida humana auténtica bajo el signo de un total desinterés. Para Jesús el problema del hambre en el hombre no se puede resolver sólo a través del alimento. El hombre tiene que aceptar hasta el final su condición de buscador y caminante, tiene que conquistar su propio pan y descubrir a Dios en libertad. El problema se plantea como una alternativa: o pan o libertad. La tentación está en pensar que sólo construye del todo el que da de comer. Así piensan normalmente los hombres que no ahondan en su realidad personal. Si Jesús hubiera optado por el pan, habría respondido al sentir del hombre en general. Según esto, el hombre sería principalmente un estómago; le bastaría con ser rico, poseer, convertir el universo en objeto de consumo, disfrutar de la vida, olvidando la libertad y sus problemas, olvidando, finalmente, su trascendencia. ¿No es éste, en parte, el planteamiento del marxismo ateo y de todos los que niegan o prescinden de la existencia de Dios y de un futuro eterno para el hombre, más allá de la muerte? Nada que tenga fin podrá saciar jamás el corazón del hombre. Jesús ha preferido hacernos libres. Quiere que el hombre se realice por sí mismo y busque su pan. No quiere obligarnos con ninguna evidencia. Sabe que el hombre se realiza en el plano de la elección libre, en el riesgo, en el amor abierto hacia el misterio, hacia la plenitud y la eternidad. Amor desinteresado, agradecido, fuerte, eterno. Un amor que convierta nuestra vida -incluido el pan material- en un don hacia los otros. Un amor que tiende a saciar el hambre de los otros. Este es el fondo de la respuesta de Jesús. A partir de las necesidades de la humanidad, nuestra existencia debe convertirse en un esfuerzo, humilde y confiado, por lograr bienes que puedan saciar el hambre de eternidad y 148 plenitud de los hombres que viven a nuestro lado. Mas ¿cómo saciar el hambre de plenitud sin llenar antes el estómago? No podemos limitarnos a saciarles -y a saciarnos- el hambre material, aunque también luchemos por ello. Correríamos el riesgo de quedarnos ahí, de pensar que no hay más. Tenemos que ayudarles a descubrir que el principio de la vida es el amor, que Dios existe y que nos está ayudando para que nosotros mismos nos realicemos como imagen y semejanza suyas. La Iglesia, la sociedad capitalista, nosotros mismos, hemos caído en la gran tentación de buscar la riqueza en sus múltiples manifestaciones. Y hemos velado el mensaje de Jesús. Jesús nos presenta el ideal de la pobreza como camino mejor para ir venciendo esta tentación. Una pobreza que tiene que ser amor para que sea liberadora, creadora, comunicativa; para que sea bienaventuranza. b) Segunda tentación: El poder no es liberador Es la tentación del "poder" (la tercera en Mateo). Es creer que el camino de la libertad está equivocado y que dará más resultado recurrir a medios contundentes y de poder. El afán de poder es una tentación que viene rondando al hombre desde que vive en el mundo. El hombre ambiciona dominar, quedar encima de los demás. Es un instinto primario y voraz en todo hombre. Este deseo de poder -lo mismo que el deseo de riquezas- es ciego, no se sacia nunca. Impide que podamos entablar en la humanidad relaciones de fraternidad, de igualdad entre todos. Hace imposible un clima de libertad, ya que es necesario reprimir y coartar los derechos de los demás para conservar los propios privilegios, conseguidos a costa de la esclavitud de la mayoría. Los hombres estamos estructurados en sociedades que se imponen por la fuerza. El ansia de poder nos lleva a aprovecharnos unos de los otros. Este deseo de dominio va cristalizando en estructuras de poder, radicalmente injustas, que nos son impuestas y que nos envuelven. ¿Qué adelantamos, por ejemplo, con chillar contra los gastos militares y las desigualdades de trabajo que abruman a nuestro mundo? Los que mandan hacen lo que quieren, y a callar. También son víctimas de este poder los mismos hombres que lo ejercen, ya que les impide ser libres, porque viven esclavos de él para conservarlo. El poder exige adoración, subordinarle todo lo demás. El que lucha por el poder admite que una preocupación inhumana llegue a constituir lo importante y decisivo de la vida. Y así surge el ídolo, la mentira. Es un ídolo lo que, careciendo de valor, se coloca en el centro de la vida, como si lo fuera todo, y nos pide obediencia y sumisión. El hombre anda loco constantemente detrás de los ídolos. Ceder a la voluntad de poder es ceder a todo auténtico ideal, que sólo puede apoyarse en el amor; es escoger, más que la 149 lucha sencilla por mejorar cada realidad, el situarse en el pedestal que da el mandar; es el no servir, el no amar. Jesús, como buen judío, experimentaría en su propia carne la opresión de su pueblo explotado y dominado por los romanos. Y es indudable que alguna clase de poder necesitan los oprimidos para deshacerse de los explotadores -individuos y naciones- y crear una sociedad donde sea imposible la dominación de unos sobre otros. Jesús quería a su nación libre de los romanos y a todo su pueblo -y a todo el mundodisfrutando en plenitud de aquella sociedad feliz, sin clases, que habían soñado y anunciado los profetas. Para ello, hacía falta que el poder cambiara de manos, que el poder que estaba en manos de los grandes pasara a manos del pueblo para llegar a esa sociedad en la que todos fueran pueblo. Pero sabía que hay tipos de poder y maneras de ejercerlo que no conducen a esa meta. Sólo conduce a ella el poder que forma parte del rendir homenaje y prestar servicio al Dios de la Biblia, que es lo mismo que vivir atento al grito del pobre, del oprimido, del esclavizado, y responder concretamente a este grito con la práctica del amor liberador. Parece que Jesús intentó realizar los cambios sociales por el camino del amor "no-violento", aunque el evangelio nunca nos lo presenta criticando a los zelotes, que eran los guerrilleros de su tiempo. Para tener lo que es suyo, el pueblo no debe adorar ni someterse a nadie. El único sometimiento válido es a Dios, que consiste en buscar la auténtica libertad de todos para el bien de todos. El diablo aparece como el príncipe de este mundo, el dueño. El poder total, el que los imperialismos y sistemas opresores siempre han robado al pueblo, aparece aquí en manos del diablo que lo ofrece a Jesús. Jesús no cayó en la trampa del servilismo ante los poderosos. No se doblegó ante ningún poder de este mundo. Se mantuvo totalmente fuera de las estructuras de poder de su tiempo. Es una tentación constante de la Iglesia y de cada cristiano: tratar de llevar adelante la obra de la salvación-liberación del hombre por medios de poder y no mediante el testimonio de una vida de entrega y de servicio. Ceder a ella es aceptar una verdadera corrupción del mensaje, quedando éste absorbido por la voluntad de poder. La Iglesia ha caído de lleno en la tentación y se ha convertido en un gran poder en el mundo. De esa forma es imposible que pueda transmitir el mensaje de Jesús. Realizar una liberación profunda y total basándose en un poder recibido de los opresores del pueblo, por medio de alianzas con ellos, es una contradicción que Jesús supo detectar y superar. 150 Según el marxismo hace falta una revolución sociopolítica, es decir, la construcción de una sociedad en la que no domine un hombre sobre otro, en la que todas las decisiones vengan desde abajo y respondan a las necesidades del pueblo. Lo difícil es el modo de conseguirlo. Frente a todos los gobiernos de injusticias que han regido el universo, parece lógico que Jesús hubiera debido tratar de gobernar, de dominar: El lo habría hecho mucho mejor. Sin embargo, frente al ídolo del poder que le haría señor de las gentes, afirma que sólo ante Dios puede inclinarse la rodilla. Evitó el error de vencer sin convencer. No quiso reducir la liberación popular y la fe bíblica a un simple modelo político que siguiera el ritmo de los que existían entonces. Sabía que el poder que se consigue y que se ejerce en forma de dominio sobre el hombre siempre es alienante, nos pide adoración. Es verdad que con el poder se consigue con rapidez acabar con abusos si se quiere, pero es a costa de otro abuso: convertir la humanidad en una especie de colmena. Y esto es absolutamente destructor e inhumano. Dios no quiere esclavos; quiere hijos. Garantizar así el orden para todos es conseguir un buen rebaño, pero es matar al hombre. Jesús lo rechaza: se le pide al precio de adorar a ese poder que pertenece al diablo. La misión del poder en el mundo es irse convirtiendo en algo innecesario. Nada que se obtenga con el poder o se apoye en él puede construir el reino de Dios sobre la tierra. Jesús ofrece amor, es amor; extiende ese amor callada y humildemente. Y aquí reside su autoridad. El creyente tiene que superar, como Jesús, toda estructura de poder: entre padres e hijos, entre hermanos, entre niños y mayores, entre jefes y subordinados... Nadie tiene derecho a pedirnos que doblemos la rodilla. Sólo ante Dios debemos hacerlo. Nadie puede hablarnos de gobierno o de política cristianos. El mal no se vence con ningún tipo de dominio, sino desde dentro de cada uno, siendo hombres nuevos que siguen el camino del amor de Jesús. En la medida en que un poder se va haciendo cristiano, va desapareciendo, porque no buscará ya su propia conveniencia, sino el bien de todos los demás. Esta utopía del hombre nuevo parece imposible. Y es así si analizamos la realidad que nos rodea por todas partes. Pero Jesús de Nazaret ha realizado este imposible: rechazó para siempre el poder y demostró con su vida entera que es posible vivir totalmente para los demás, sin mandarles, sin tener ninguna forma de poder o de dominio sobre ellos. Sólo hay un Señor -Dios- a quien adorar y una sola ocupación fundamental -el amor-. ¿Cuál es nuestra preocupación?, ¿detrás de qué va nuestra vida? Jesús nos presenta el ideal de la obediencia a la voluntad del Padre como camino para ir venciendo esta tentación. Esa obediencia-dependencia que fue el alimento de su vida (Jn 4,34). Una obediencia que irá superando ese deseo de poder que habita en el hombre por el tantas veces señalado "pecado del mundo" (Jn 1,29). 151 c) Tercera tentación: La fe, no el milagro Es la tentación (segunda en Mateo) del milagro, del triunfalismo, de la superficialidad. Vivimos en la sociedad de la permisividad, de la facilidad, en la que todo carece de importancia. Hemos pasado del tabú del pecado al liberalismo de considerarlo todo como relativo: cada uno tiene su propia moral, que fundamenta en la ley del mínimo esfuerzo. No se trata, naturalmente, de volver a los tabúes -con frecuencia deshumanizantes-, pero sí de ser sinceros y de reconocer que nos pasamos: en el campo del erotismo, que reduce al hombre y a la mujer a meros objetos de placer; en el campo del dinero, con gastos innecesarios; en el campo del trabajo o del estudio no damos importancia al cumplimiento del deber; en el mundo familiar cada uno hace su capricho; en el campo personal es nulo el esfuerzo por superarnos como personas responsables... Esta tentación nos plantea el peligro que tenemos de responder fácilmente ante el sentido de la vida, de creer en un Dios fácil, un Dios que nos da todo hecho y que se adapta a nuestras conveniencias. ¿Deslumbrar o convencer? Jesús pensaría a veces que por el camino de la sencillez y de la humildad no iba a conseguir nada. Quizá fuera mejor presentarse ante el pueblo con solemnidad, hacer ante la gente sencilla cosas maravillosas. Así todo sería más rápido... ¡y mucho más eficaz!, porque da más resultado buscar los aplausos de la gente, de la gran masa, que aplaude tanto más cuanto menos se le exige. Jesús, al verse rodeado de multitudes entusiasmadas ante El, sentiría la tentación de impresionarlas, de demostrar con evidencia que es el Hijo de Dios. Estaba convencido de la posibilidad de una real liberación para el pueblo. Y veía un camino para lograrlo; pero ¿cómo convencer a la gente para que tomara este camino?, ¿cómo lograr que le siguieran? El tenía cualidades de jefe, hablaba bien a las masas, interpretaba sus inquietudes y sentimientos, atraía por su libertad y creatividad personales. Se notaba en El esa "mano de Dios" que el pueblo capta con tanta facilidad. Y sentiría la tentación de usar estas cualidades para deslumbrar, sin preocuparse tanto de convencer y de formar; la tentación de comprometer a Dios en un tinglado así. ¡Cuántos tinglados de éstos conocemos hoy! Jesús está sobre "el alero del templo". Los hombres ante el milagro descubrirán que Dios está con El y aceptarán su palabra. Pero buscar los caminos del triunfalismo es "tentar a Dios", es presentar una imagen de Dios muy equivocada, es abusar de su ayuda, es forzarle a intervenir, es no aceptarle sin pruebas evidentes. Jesús quiere servir a Dios, no servirse de El; quiere obedecerle, no someterle. No quiere presentarnos a un Dios que elimine el riesgo y las decisiones de la libertad humana. Dios debe 152 ser una exigencia que acompañe y aliente el riesgo de los hombres y de los pueblos que luchan por el reino. Toda superficialidad y facilidad es traición al Dios de Jesucristo. Si Dios es liberador, no lo será imponiéndose con triunfalismos y milagros, dogmas o grandes discursos de sus representantes. Lo será si lo descubrimos junto a nosotros en la lucha revolucionaria y en el horizonte de liberación hacia el que caminamos. Jesús vence la tentación ridícula del hombre de convertirse en ídolo. Y acepta el desierto, la debilidad, el verse ante el fracaso, la destrucción y la muerte. Ha tratado de rastrear el sentido de la vida, ahondarlo, pero sin intentar resolverlo todo de una forma definitiva. Ante las dificultades de la vida, confía en Dios, acepta a Dios sin violencia y sin pedirle pruebas. La vida y el Dios de Jesús sólo se pueden aceptar desde la fe. Del milagro que demuestra la fe y quita las dudas nos dice que es "tentar a Dios". Rehúsa ceder al prestigio fácil de la propaganda y de la influencia sobre las multitudes: trata de liberar al hombre, no de conquistarlo ni de seducirlo con el éxito. El milagro reduce la liberación y la fe a una religión triunfalista y espectacular, de santuarios e imágenes con fama de milagrosas, de liturgias solemnísimas; a una religión que aliena al hombre sacándolo de su tarea y luchas humanas y creadoras, y que hay que aceptar sin discusión. Según el marxismo hace falta una revolución cultural, ideológica, que nos lleve hacia una cultura popular que logre un nuevo proyecto de civilización, en la que los hombres pierdan la angustia de la búsqueda o las dudas para siempre. Son muchos los marxistas que creen tener la verdad definitiva; verdad que pueden demostrar como una ciencia porque están apoyados en la base del avance de la historia. Una vez más, la necesidad del milagro lleva al hombre a postular seguridades absolutas, a convertirse en dios. ¿No es lógico pensar que la razón la tiene el tentador? Son los signos que una y otra vez pedimos todos. De ello tenemos muchos ejemplos, muchas "apariciones". Los hombres queremos seguridades, tener evidencia de lo que es verdad y mentira, disponer de Dios y de la vida sin riesgo, creer de una vez. Dios quiere una fe libre. No quiere lograrla con el milagro que resuelva todos los problemas y preguntas de los hombres, aunque nunca sepamos del todo el porqué. Presentimos que en el fondo hay un misterio impresionante de amor y libertad, ya que si una verdad se impone, ha dejado de ser una verdad humana; si el amor se da a la fuerza, ya no puede llamarse verdadero. Lo mismo la fe. Hubiera sido más sencillo relacionarse con Dios a través del prodigio, de reglas científicas demostrables. Pero Dios se nos ofrece, por Jesús, allí donde surge una respuesta a su amor en libertad. Esto debemos tenerlo claro la Iglesia y los cristianos: no tenemos demostraciones ni contamos con milagros. No podemos apoyarnos exclusivamente en los efectos sacramentales con abandono 153 de la santidad personal. Nuestra razón de ser es dar testimonio de Jesús, siguiendo su camino; el encuentro con Dios que se realiza en la hondura de la vida. A partir de la respuesta de Jesús y por la misma constitución del hombre, los cristianos hemos de responder que no existe el milagro, la respuesta que resuelva definitivamente los problemas de la historia y de los hombres. La ciencia tiene respuestas para los planos inferiores de la vida. La ciencia del marxismo ha descubierto las leyes de la evolución de la historia en una determinada perspectiva. Tendrán una respuesta para el planteamiento económico de la sociedad -nunca definitivo-. Pero el misterio primordial del hombre no lo podemos resolver por medio de la ciencia. El hombre se realiza en el plano de la libertad. Libremente entabla contacto con los otros; y sólo en ese campo -en un encuentro interpersonal que no se puede imponer ni resolver con ninguna fórmula- puede encontrarse con Dios, con el Absoluto. Jesús rechaza la prueba del milagro. La Iglesia debe seguir su ejemplo. De igual forma, los marxistas deben rechazar la prueba de la ciencia. Al final de todas las respuestas está el hombre. El hombre, que trasciende todo lo que existe sobre el mundo. El hombre, que supera infinitamente al hombre por ser imagen y semejanza de Dios. Sólo al final, allí donde existe la pura libertad, podremos encontrar la verdad definitiva, sin milagros ni verdades que deban imponerse. Sólo al final el hombre podrá encontrarse abierto al Absoluto. Jesús nos presenta el ideal de un amor de castidad -sublimación y dominio del yo para una entrega plena a los otros en la sencillez de la vida diaria- como el mejor camino para ir venciendo esta tentación. 4. Reflexión final Fiel a los hombres y fiel a Dios, Jesús apunta a una liberación que siempre está más allá; a un tipo de hombre y de sociedad que ahora nos parecen muy lejanos y difíciles de realizar, pero que son posibles. Son la "utopía" por la que vivimos y luchamos. Fue fiel a sí mismo, superando la tendencia al egoísmo, al afán de poder y al lucimiento o superficialidad. Fue responsable de la clase social oprimida, asumiendo una lucha concreta, pensada, creadora, y procuró que todos se sumaran a ella. Le costó la vida. Su opción está clara. "El demonio se marchó hasta otra ocasión". Hasta el momento de jugarse la vida hasta las últimas consecuencias, cuando la represión de los poderosos ya no ofrece pactos o ceremonias esplendorosas, sino cárcel y asesinato. Es la ocasión que acabó con Jesús en la cruz. El ejemplo de Jesús nos debe ayudar a desenmascarar nuestros caminos torcidos. Sus tentaciones, actualizadas, nos indican de qué tenemos que convertirnos hoy: del materialismo consumista, del afán de poder y competir, de hacernos un dios a la medida de los propios 154 intereses, del "pasotismo" y del afán de placer, de la seguridad de creer... Son los ídolos de hoy, contra los que tenemos que luchar y vencer con la ayuda del Espíritu que actuó en Jesús y que actúa en nosotros si le dejamos. ¿No creemos que poseyendo más cada día seremos más felices y tratamos de llevarlo a la práctica? ¿No queremos llegar cada vez más alto, aunque sea pasando por encima de los demás, compitiendo con los que nos rodean? ¿No convertimos la fe, las prácticas religiosas, en una especie de garantía de éxito humano? ¿No queremos "ganar" siempre?... En resumen: sobre el mundo existen únicamente tres fuerzas capaces de cautivar al hombre y dominarlo: el tener -el pan-, el poder y el milagro de una ciencia que lo resuelva y solucione todo. Todas las demás tentaciones del hombre se pueden reducir a estas tres. Jesús ha rechazado cada una de esas fuerzas. No ha resuelto el problema del pan, no ha conquistado el poder universal, no ha demostrado prodigiosamente la verdad de lo divino. Quizá ahora veamos claro lo de Jesús; pero ¿y lo nuestro? ¿Responden en realidad a cada tentación cada uno de los consejos evangélicos? Yo creo que sí. Al menos presentan, juntos, una actitud de vida totalmente contraria a la que ofrecen las tres tentaciones. La victoria plena sobre estas tentaciones tipo, que se va realizando a lo largo de toda la vida, puede estar en los tres consejos evangélicos de pobreza, obediencia y amor de castidad, entendidos en toda su plenitud. Como Jesús los vivió, como los han vivido tantos cristianos que han seguido de cerca sus huellas. 155 De Juan a Jesús 1. Los dirigentes de los judíos envían unos representantes a Juan Bautista Este fue el testimonio de Juan cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: -¿Tú quién eres? El confesó sin reservas: -Yo no soy el Mesías. Le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías? El dijo: -No lo soy. -¿Eres tú el Profeta? Respondió: -No. Y le dijeron: -¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo? El contestó: -Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (como dijo el profeta Isaías). Entre los enviados había fariseos, y le preguntaron: -Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: -Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. (Jn 1,19-28) Lo más importante en la vida de un hombre no es lo que hace, sino lo que es. Lo que hace debe ser consecuencia de lo que es, fruto de sus convicciones profundas. De otra forma será un "fariseo". Vivimos en una sociedad pragmática, que da primacía al hacer, a la técnica. A la vez, olvida tener una visión amplia y un plan claro para la vida, una meta que alcanzar. Nuestro mundo se preocupa de la eficacia y descuida las motivaciones profundas que deberían determinar el comportamiento de una persona. No se preocupa de las consecuencias que esta actitud pueda tener para las futuras generaciones. Quizá el ejemplo más grave de lo que digo sean los riesgos que puedan ocasionar en el futuro los residuos radiactivos. Descubrir, inventar, hacer, ganar dinero con rapidez..., parece ser el objetivo que se ha inculcado al hombre de hoy. La técnica y la 156 eficacia -producir sin más-, ¿no son una de las causas principales del paro obrero existente en los países capitalistas, de la contaminación, del desequilibrio actual? Pero el hombre moderno no es feliz... El cristianismo necesita creyentes que sepan ofrecer a los hombres grandes ideales. Ideales que justifiquen y den sentido al servicio que la humanidad necesita. Creyentes que presenten un modo de ser cristiano, más que unas normas de comportamiento práctico; una "visión" de la vida cristiana -frecuentemente dura, "loca", según la lógica humana-, más que un código moral; una invitación a una aventura arriesgada más que a un programa de seguridades. Es el proyecto sobre la vida el que debe determinar las prácticas. Nunca al revés. Del sentido práctico de la vida nacen inevitablemente las "recetas", que es una forma de infantilismo religioso. El pragmatismo es todo lo contrario a una auténtica formación cristiana y humana, que consiste en estimular el desarrollo personal, el crecimiento responsable, que arranca del interior. ¿Qué es de hecho una fe que no incluya un riesgo, una búsqueda, una decisión, una elección personal? ¿Cómo puede darse fe sin capacidad de asumir las propias responsabilidades? ¿Qué tiene que ver con la fe el tinglado de las primeras comuniones y confirmaciones en masa? Ante la mínima dificultad, las personas carentes de convicciones profundas no saben qué hacer. O cuando surgen las verdaderas crisis -o la llegada a la mayoría de edad-, la fe levantada a fuerza de prácticas religiosas se derrumba de un modo estrepitoso. Es lo que ocurre, hoy más que nunca, con los niños y adolescentes. No es posible perseverar si se carece de principios sólidos propios, si no hay motivaciones bien asimiladas y constantemente alimentadas. Cuando vienen las dificultades, las prácticas religiosas sirven para muy poco. Para seguir adelante hace falta otra cosa: la solidez interior, que procede de la profundidad de una persona que ha encontrado el sentido de la vida. Sólo se puede llegar a ser creyente de verdad a través de un fatigoso crecimiento en la fe. Que es, en definitiva, crecimiento en la libertad, en la responsabilidad, en el coraje, en el amor. Gracias a la fe se madura, se hace adulta en Cristo una persona. Juan, en este pasaje, no nos indica lo que debemos hacer, sino lo que debemos y podemos ser. a) La transparencia de un hombre La gente importante del pueblo judío debía pensar que Juan Bautista estaba loco. Un sacerdote que vivía en el desierto, mal alimentado y mal vestido, extraño, que invitaba a la conversión. Era un personaje realmente raro. Al poco tiempo se convirtió en un hombre peligroso, creador de un movimiento popular que alarmó a las autoridades supremas religioso-políticas de Jerusalén, que le envían una comisión para investigar, con ánimo de detenerle si pretende ser el Mesías, cuya inminente llegada se 157 esperaba en aquel ambiente tenso de la Palestina de mediados del siglo I, a causa principalmente de la miseria y de la dominación romana. El término "judíos" tiene en el evangelista Juan casi siempre un significado ideológico. Lo emplea para designar a los adictos activos, a los dirigentes, incluyendo a los que ejercen cualquier clase de autoridad. Se distinguen del pueblo, que los teme. El interrogatorio comienza autoritariamente, sin fórmulas de cortesía: "¿Tú quién eres?" Quieren que él mismo declare sus intenciones. Juan responde a la sospecha que adivina en ellos: "Yo no soy el Mesías". Para los judíos declararse Mesías significaba oponerse a las autoridades existentes, que se sentían inseguras ante los movimientos populares -algo así como muchos jerarcas actuales ante las comunidades cristianas de base-. Según una opinión muy extendida entonces, uno de los principales objetivos del Mesías habría de ser la reforma de las instituciones y la destitución de la jerarquía, considerada indigna. No es extraña, por ello, la alarma de los dirigentes ante la actividad de Juan, que reconoce no ser el salvador del pueblo ni va a pretender serlo. Quedan desorientados. Las respuestas de Juan Bautista son cada vez más breves, hasta terminar en un escueto y seco "No", que bloquea el interrogatorio y deja desorientados a los inquisidores. No se atribuye ninguna función que pueda centrar la atención en su persona. El evangelista pone en boca del Bautista la triple negación, porque las tres figuras van a ser representadas por Jesús. El Mesías, Elías y el Profeta encarnaban diversos aspectos de la salvación esperada como instrumentos del Espíritu. "¿Quién eres?" Le piden que se defina a sí mismo. Las autoridades quieren una respuesta clara para juzgar si Juan representa un peligro; quieren saber qué pretende con su actividad. No ponen el mínimo interés por enterarse de su mensaje. Así son siempre los dirigentes: ya lo saben todo; sólo tienen que vigilar para que nadie se desmande. Se define como "la voz que grita en el desierto". Es alguien que debe ocultarse para no hacer sombra al que viene. Es la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías. Juan es "la voz', Jesús es "la Palabra". Quita la palabra, ¿y qué es la voz?: un ruido vacío. La voz sin palabras llega al oído, pero no edifica el corazón. Lo que Juan Bautista está indicando es el proverbio: "Si alguien te señala el cielo, no te quedes mirando el dedo". El sólo es dedo que señala al que viene. La actitud de Juan es la única válida para los cristianos, tanto como individuos aislados como formando comunidad. Su misión -nuestra misión- es testificar o indicar la presencia de Cristo en el mundo, procurando que nuestro testimonio sea transparente, que los hombres no tropiecen en nosotros, sino que descubran el rostro de Jesús. Tampoco nosotros tenemos ninguna importancia, no tenemos influencias, pero sabemos que Jesús se encuentra entre nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo. 158 Al identificarse con la "voz" anunciada por Isaías (40,3), Juan conecta con la tradición profética. Y exhorta a los dirigentes a quitar los obstáculos que ellos mismos han puesto: "Allanad el camino del Señor". El Señor va a recorrer su camino y debe encontrarlo libre. Las autoridades son las que han torcido ese camino; han impedido la liberación que el Señor quiere hacer, manteniendo al pueblo en la esclavitud de la tiniebla. Preparar el camino al que viene requiere una actitud activa y comprometida. Con nuestro trabajo tenemos que adelantar el día del Señor. Juan es un ejemplo de creyente convencido de verdad, que trata de "ser". Su acción brotó como consecuencia de su fe adulta. El cristiano no puede vivir fuera del mundo (Jn 17,15); vive en una sociedad en la que sabe que está presente Jesús Resucitado, aunque no sea visible (Mt 28,20). Sabe que este mundo no es el fin, sino camino que construye la futura plenitud. Pero ¿cómo vivir en el mundo haciendo camino hacia el Reino? No hay exclusiones previas, no hay normas que resuelvan a priori los problemas. Es preciso vivir en el mundo, pero sabiendo juzgar, criticar, descubrir "lo bueno". Lo dice san Pablo: "Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno" (1 Tes 5,21). Y el criterio sobre lo bueno es el evangelio: será bueno todo lo que conduzca hacia el Reino, hacia más amor, más justicia, más libertad, más fraternidad... para todos. "Allanad el camino del Señor" es quitar de nosotros todo lo que no responda a ese progreso hacia el Reino. Cada uno verá qué. Y es abrirse a todo lo que nos conduzca a él. Es un examen que cada uno puede y debe hacer. ¿Sabemos rechazar lo que es obstáculo al camino? ¿Qué es lo que estamos rechazando ahora? ¿Sabemos unirnos a lo que favorece este camino, venga de donde venga? ¿En qué lo demostramos? ¿Qué nos impide aceptar el Reino? ¿Qué nos "llena" en el camino hacia él de esperanza, de ilusión, de alegría...? No olvidemos que el evangelio es un anuncio de libertad, de esa libertad que tanta falta nos hace al hombre y a la sociedad de hoy. b) La presencia de Dios, realidad oculta Aparecen los fariseos. Serán los acérrimos adversarios de Jesús a lo largo de todo el evangelio. Es el grupo de los observantes y guardianes de la ley. Se han quedado en la letra de ella y por eso son enemigos del Espíritu. Han absolutizado a Moisés y se opondrán ferozmente a Jesús. Están muy dignamente representados en nuestra Iglesia de hoy. Al no identificarse con ninguno de los personajes previsibles y pretender ser enviado por Dios, Juan parece colocarse fuera de la tradición de Israel. La pregunta que le hacen es casi una acusación: "¿Por qué bautizas?" Era el bautismo lo que provocaba la alarma de los 159 dirigentes, porque el hecho de bautizar estaba asociado de algún modo a las tres figuras mencionadas. El bautismo significaba sepultar el pasado para empezar una vida nueva. El bautismo de Juan pedía la adhesión a la persona del Mesías, que comportaba la ruptura con las instituciones; aparecía como símbolo de un movimiento que avivaba el descontento existente respecto a los dirigentes. Era el signo de una liberación. Desconcertados por sus negaciones, los representantes de los dirigentes han recibido como respuesta a su insistencia un mensaje de denuncia: son ellos los que impiden la obra liberadora de Dios: "Allanad el camino". Ahora les anuncia una noticia inquietante: el Mesías no es él, pero está ya presente y va a responder a los anhelos del pueblo. "Yo bautizo con agua". Juan es consciente de que su bautismo será seguido de otro superior, y quita importancia al suyo. El agua pertenece al mundo físico y únicamente con lo físico puede tener contacto. El bautismo con "Espíritu Santo" (Jn 1,33) penetra en el interior mismo del hombre. El agua simboliza una transformación, pero es el Espíritu el único que puede realizarla. Su bautismo no es definitivo, sino solamente preparación para recibir a un personaje que va a llegar; sólo El dará el bautismo definitivo. Juan suscita un movimiento popular, en espera de Otro. "En medio de vosotros hay uno que no conocéis". El personaje al que mira su bautismo está ya presente, pero ellos no se han dado cuenta aún de su presencia. Los fariseos están incapacitados para reconocer el Espíritu. Lo mismo todos los que son -¿somos?- como ellos. Tampoco nosotros lo reconocemos frecuentemente, pero está en nuestra vida. Esta frase, central en el presente pasaje, sigue resonando en nuestros oídos. Y es que la presencia de Dios es y será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado. ¿Cómo lo reconoceremos? ¿Queremos reconocerlo de verdad? Puede ser cualquiera, puede parecerse a cualquiera. La verdad de la encarnación de Dios es muy difícil de ser aceptada. Llegamos a creernos a duras penas que Dios se encarnó en Jesús de Nazaret. Pero todo se complica cuando vamos entendiendo que Jesús está presente en cada persona que vive en el mundo (Mt 25,31-46; He 9,4-5). Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos oprime. Si Dios vive entre nosotros, no podemos vivir tranquilos. Dios se ha hecho solidario con todos los hombres. Lo que se le hace a cada persona, se le hace a Dios. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del prójimo. Cada ser humano es Dios al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón. Pero somos demasiado "razonables" para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A lo máximo que llegamos es a decirlo, a "creerlo" de palabra. ¿Cómo es posible que Dios se pueda presentar "así"? Es éste un tema importante de reflexión para todos nosotros. Nuestro Dios es terriblemente "molesto". Su presencia será 160 siempre desconcertante, dolorosa, comprometida, una llamada a la generosidad, a la justicia, a la libertad, a la fe, al amor... No esperemos al "juicio final" (Mt 25,31-46) para entenderlo. Dios ha venido a habitar entre nosotros. Tenemos que tener mucho cuidado para descubrirlo en los acontecimientos y en las personas que nos rodean. No solemos aceptarle tal como se nos manifiesta. Tenemos una auténtica hostilidad a la forma que tiene Dios de manifestarse en el presente: nosotros queriendo alejarlo de nuestra vida, encumbrarlo, adorarlo tranquilo en el cielo; y El siempre cercano, a nuestro lado, delante de nosotros cuando nos ponemos a caminar por su camino y detrás cuando le pedimos evidencias. Nuestro Dios no es una idea, una imaginación; es una realidad que hace daño porque nos compromete a una acción en favor de todos los hombres. Juan afirma su inferioridad: "No soy digno de desatar la correa de su sandalia". "Esto pasaba en Betania". La localización de Betania es insegura, hasta el punto que puede dudarse haya existido una localidad de tal nombre. Sin embargo, su localización, real o simbólica, es importante en el relato evangélico: será a este lugar donde Jesús se retire al final de su vida pública (Jn 12,1). "En la otra orilla del Jordán". No es la Betania de Lázaro y sus hermanas. Esta nos recuerda el paso del río efectuado por Josué para entrar en la tierra prometida. Para anunciar la liberación que va a realizar Jesús, Juan se coloca en un territorio que evoca esa tierra, fuera de las instituciones judías. 2. Juan Bautista da testimonio de Jesús Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: -He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. (Jn 1,29-34) Anteriormente, Juan Bautista ha afirmado que él no era el Mesías, que no era más que la voz que clamaba en el desierto. Ahora nos da un testimonio positivo y concreto de Jesús. Cuando el evangelista Juan escribe este pasaje quedaban aún grupos reducidos de seguidores del Bautista que consideraban a éste como Mesías. Es ésta la razón por la que el 161 apóstol subraya sin ningún género de dudas la primacía de Jesús sobre Juan Bautista, haciendo que el Precursor pronuncie una auténtica profesión de fe cristiana: Jesús es "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"..., "el Hijo de Dios". También por eso es el único evangelista que omite que Jesús fuera bautizado por Juan. Es posible que Jesús no se atribuyera a sí mismo más que el poco llamativo título de "Hijo del hombre". Todos los demás le fueron dados por las diferentes comunidades cristianas del siglo I, como respuesta a las preguntas: ¿Quién es Jesús?, ¿qué representa para nuestra vida de ahora?, ¿qué nos aporta? Eran comunidades que se preguntaban y que investigaban profundamente en la figura del Mesías a la luz de los textos proféticos y de los acontecimientos presentes. Y que no se ataban a las palabras como a fórmulas mágicas e inamovibles. ¿No deberíamos imitar su búsqueda, en lugar de quedarnos tranquilos repitiendo fórmulas que nada o muy poco dicen al hombre actual? Es ésta una de las tareas más difíciles y urgentes de los cristianos de hoy: ¿cómo presentar la figura de Jesús al hombre moderno, sin caer en las fórmulas ya hechas y aprendidas de memoria y sin perder de vista lo que los primeros cristianos reflexionaron y aportaron?; ¿cómo expresar hoy de un modo comprensible e interpelante que Jesús es "el Cordero de Dios", "el Hijo de Dios"...? Es un esfuerzo que debemos realizar todas las comunidades cristianas, sin atarnos a fórmulas fijas, pero expresando la misma verdad de entonces. a) De qué pecado liberarse y cómo "Al día siguiente..." Comienza la sucesión de días en el evangelio de Juan: dos series de seis días. El día sexto de la primera serie comienza con las bodas de Caná (Jn 2,1) y llega hasta el comienzo de la segunda serie (Jn 12,1), que culminará con la muerte de Jesús. Con este artificio literario, Juan pretende continuar el tema de la creación anunciado en el prólogo. La creación, en seis días, no estaba terminada, pues el hombre no había llegado aún a su plenitud. El día séptimo, día de la plenitud del hombre, será la resurrección, principio del hombre nuevo. Este pasaje contiene el testimonio central de Juan Bautista sobre Jesús. Resume el sentido de la misión de Jesús diciendo que "es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Palabras que repetimos en cada eucaristía, antes de comulgar, lo que demuestra el valor que les da la Iglesia. El misterio del mal -se llama pecado en lenguaje religioso- desborda el mundo humano. De él surgen las fronteras que impiden una tierra de comunión, la ruptura en el interior de la persona humana: entre mis ideas y mi vida, entre mi vida y la vida de todos los que amo; frontera con los que piensan como yo y frontera con los que piensan distinto. De él la falta de confianza en el otro y en mí mismo: esa desconfianza en el hombre, esa necesidad de sospecha que 162 llega a desfigurar hasta las intenciones más nobles de los demás; la absurda y brutal carrera de armamentos y las injusticias de toda índole; la incapacidad de realizar la comunión universal. De él esas contradicciones en una sociedad que aspira a lograr lo mismo que combate con todas sus fuerzas: libertad, amor, justicia, verdad, paz... La naturaleza, malicia y dimensiones del pecado se van desvelando a través de la historia bíblica. La Historia de la Salvación es el intento de Dios por liberar al hombre de su pecado. El pecado de los orígenes abre la historia de la humanidad: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, prefiere ponerse en el lugar de Dios, quiere ser único dueño de su destino, se niega a depender del que le creó, cortando la relación que le une con Dios. Relación que no sólo era de dependencia, sino también de amistad. El pecado corrompe el espíritu del hombre antes de provocar su acción. Y como le afecta en su misma relación con Dios, cuya imagen es, es la perversión y trastorno más radical. Por ello acarrea consecuencias tan graves. Por el pecado -mal- todo ha cambiado entre el hombre y Dios y entre los hombres. Lejos de Dios no queda más que la muerte. La ruptura vino por el hombre. La reconciliación va a venir de Dios. Jesús "es el Cordero de Dios". Escoge un camino de servicio, de humildad, de pobreza. Así lleva a feliz término la misión que le encomendó el Padre: descubrir a la humanidad la vida verdadera, el camino para ser hombre auténtico, humanidad redimida y reconciliada. Es la paradoja de la vida y de la obra de Jesús: sigue un camino de servicio, sin poder, junto a los más pobres y marginados. Un camino que es locura y escándalo para judíos y griegos -para cristianos y no cristianos- (1 Cor 1,17-31; Rom 8,35-39). Pero es el camino de Dios. Un camino que es lo primero que tenemos que aprender vitalmente los cristianos, si queremos serlo de verdad. Siempre debemos preguntamos si el camino que seguimos es el camino de Jesús, porque espontáneamente tendemos a elegir otro camino que sea más fácil, procurando que se le parezca para vivir tranquilos. Jesús "es el Cordero de Dios" por ser el don total a la humanidad. Es el cordero pascual desde el principio para los cristianos. El acontecimiento mismo de su muerte fundamenta esta tradición: murió la víspera de los ázimos, a la hora en que se inmolaban los corderos en el templo, según prescribía la Ley, en recuerdo del comienzo de la salida -Éxodo- del pueblo de Israel. La sangre de los corderos liberó entonces al pueblo elegido de la muerte (décima plaga) y su carne fue comida por los israelitas antes de emprender el camino (Ex 11-12). Las guerras y las violencias que abundan por el mundo son muestras patentes del fracaso de los métodos de fuerza. Jesús "es el Cordero de Dios" que va a dar la vida para que los demás la tengamos en abundancia (Jn 10,10-11). Jesús "quita el pecado del mundo". No se habla del pecado de cada hombre, sino del "pecado del mundo", en singular. Un pecado único, que oprime a la humanidad entera. Un 163 pecado que ha de ser eliminado para que el hombre pueda ser realmente hombre, imagen y semejanza de Dios. Un pecado que ya existía antes que Jesús comenzara su actividad. Eliminarlo va a ser su misión; mejor dicho: iniciar el camino para su aniquilamiento. El pecado es esa realidad de mal que está presente en el mundo. Es lo que queremos expresar al hablar de "pecado original": un niño al nacer no viene a un mundo limpio, sino a un mundo herido por el mal, que de un modo u otro le afectará. Nadie se libra de esta herida. Jesús no quiere salvar sólo individuos aislados. Quiere liberar a toda la humanidad. Además, es difícil vivir como personas verdaderas en un mundo empecatado; es fundamental cambiar las estructuras para que los hombres podamos realizarnos. ¡Cuántas personas incapacitadas de ser ellas mismas a causa de las condiciones adversas en que viven! Por eso su lucha es contra "el" pecado del mundo, contra esa presencia poderosa del mal que hay en cada uno de nosotros y en nuestro mundo y que ha cristalizado en estructuras inhumanas. Sólo el amor será capaz de lograrlo. El pecado consiste en oponerse al anhelo de vida que Dios ha comunicado en el mismo ser del hombre, en reprimir ese anhelo de la naturaleza humana. El pecado es singular y único. Es la aceptación del "orden" de aquí abajo. El "mundo", en sentido peyorativo, se identifica con el orden político-religioso que se opone a Jesús. Es la humanidad necesitada de salvación, reducida a la esclavitud de la opresión que ejerce sobre ella todo lo de aquí "abajo" (Jn 8,23), que, además, la engaña haciéndola aceptar la esclavitud en que vive. La acción del Mesías va a consistir en dar al hombre la posibilidad de salir del dominio que el mundo ejerce sobre él. Recibir de El el Espíritu significa salir del orden injusto, abandonar "el mundo" (Jn 17,14.16). Si el pecado consiste en aceptar los valores mundanos, haciéndose "esclavo" de ellos (Jn 8,34) y renunciando a la plenitud de la vida, la liberación del pecado consistirá en salir de él recibiendo la plenitud de vida -el Espíritu-, aceptando los verdaderos valores humanos. Jesús va a abrir el camino con el ejemplo de su vida; camino que va a permitir al hombre el paso de la esclavitud a la libertad, si lo sigue. Y lo mismo que el pecado de cada hombre ha cristalizado en estructuras injustas y opresoras, la aceptación del camino de Jesús y su puesta en práctica irá renovando esas estructuras hasta que lleguen a ser reino de Dios. Esta es la misión del Mesías. Para esto vivió y murió Jesús. Su salvación consiste en la liberación del mal. Nos estamos salvando en la medida en que el mal va dejando de tener influencia en nosotros. La plena salvación será la plena liberación del mal. La salvación universal será la desaparición del mal en todos los hombres, en cualquiera de sus formas. Sólo será posible después de la muerte, último mal a vencer (1 Cor 15,26). La salvación no es algo para el futuro únicamente: se va haciendo todos los días. Juan es consciente de la universalidad de la misión del Mesías, que desborda los límites de Israel para extenderse a la humanidad entera: "quita el pecado del mundo". 164 b) El Espíritu liberador "Tras de mí viene un hombre..." Juan eclipsa su figura ante el que llega. Vivía y anunciaba la esperanza de liberación que sentía el pueblo, pero no sabía quién sería el personaje que la llevaría adelante. No ha habido ni habrá en el relato contacto personal entre Juan y Jesús. Son dos figuras independientes; están relacionados como anuncio y realidad. La misión de Juan era la creación de un ambiente, de una expectativa. Esa era la finalidad de su bautismo. "He contemplado al Espíritu..." El Espíritu equivale a la plenitud de amor. Baja sobre Jesús y hace de El la presencia de Dios en la tierra. Por eso Jesús vive en la esfera del Espíritu y pertenece a lo de "arriba" (Jn 8,23). "Ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo". El bautismo con Espíritu Santo no será una inmersión externa en agua, sino una penetración del Espíritu en el hombre. El Espíritu será el manantial interior que da vida definitiva (Jn 4,14), que podrá beber todo el que tenga sed-fe (Jn 7,37-39); será el que vitalice al hombre (Jn 6,63). Jesús tiene la plenitud del Espíritu. Los suyos recibirán espíritu (sin artículo), participando de su plenitud. Recibir espíritu significa la comunicación de Dios mismo, que es Espíritu (Jn 4,24). Esta comunicación es total en el caso de Jesús, parcial en los demás hombres, para ir creciendo hacia la totalidad por la práctica del amor. El Espíritu, cuando se nombra en relación con Jesús, no lleva el apelativo "Santo"; sí cuando se refiere a los demás hombres. Y es que "Santo" designa la actividad liberadora que realiza con el hombre, que le permite salir de la esfera sin Dios. Por eso no se utiliza al describir su bajada sobre Jesús: éste nunca ha pertenecido a esa esfera. El Espíritu es el que libera del pecado del mundo, comunicando al hombre la vida divina, la capacidad de amor. Con esa fuente interna de vida el hombre puede alcanzar su pleno desarrollo, llegar a su plenitud. Mientras el hombre no haya recibido el Espíritu, su creación no está terminada, es solamente "carne" (Jn 3,56). El Espíritu da al hombre su nueva realidad, le hace capaz de un amor como el de Jesús. El Espíritu es el que da el conocimiento de Dios como Padre y el que hace ahondar en el misterio de Jesús. La vida que comunica será un "nuevo nacimiento", un "nacer de arriba" (Jn 3,3-5). Las dos actividades de Jesús aquí reflejadas -el que quita el pecado del mundo y bautiza con Espíritu Santo- están relacionadas: quitará el pecado del mundo comunicando el Espíritu de la verdad, que hace brotar en el hombre una vida nueva y definitiva, contrapuesta a la del mundo. La experiencia de la nueva vida será la verdad que haga al hombre libre (Jn' 8,32). 165 c) El camino de la liberación con Jesús "Este es el Hijo de Dios". Juan completa su testimonio. Jesús es el Hijo de Dios porque el Padre lo ha engendrado, comunicándole su misma vida, el Espíritu. Jesús es el Hijo de Dios porque es Dios en la tierra, el proyecto divino hecho realidad humana. Jesús-Mesías es la cumbre de la humanidad y su misión consiste en comunicar a los hombres la vida divina que El posee en plenitud (Jn 1,16), para que todos podamos realizar en nosotros ese proyecto. Jesús empieza lo que llamamos "vida pública" compartiendo totalmente nuestra condición humana, viviendo totalmente nuestra vida de hombres -excepto el pecado (Heb 4,15)- y abriendo el camino que puede renovar esta vida. Jesús ha asumido el mal, el pecado, en el que los hombres estamos metidos, con todas sus consecuencias. Y compartiendo nuestra vida, ha sido también totalmente fiel a Dios hasta sufrir las consecuencias del modo más doloroso: ser ejecutado. Y así, alguien que es un hombre como nosotros ha vivido plenamente el amor y la verdad de Dios. Jesús ha roto la barrera y nos ha dejado el camino libre para poder participar en el amor pleno, en la vida plena que es Dios. Los hombres podemos, por fin, ser hombres en plenitud, imitándole a El. Y ésta es la redención, la liberación, la salvación de Dios. Una salvación que cada uno debe realizar en sí mismo, ayudando a realizar la de los demás. Ahora, una vez abierto el camino, hay que apuntarse a él. En realidad, todo hombre que quiera vivir el amor entra ya en este camino, lo sepa o no. El testimonio de Juan Bautista es una invitación a los hombres de todas las épocas y lugares: nos hace saber que en Jesús se encuentra la vida verdadera, que imitando su ejemplo podemos liberarnos de toda opresión y ser libres. Sólo la verdad y el amor romperán nuestras cadenas. 3. Los primeros discípulos de Jesús Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos, y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: -Este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que lo seguían, les preguntó: -¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: -Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? El les dijo: -Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. 166 Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: -Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro). Al día siguiente determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: -Sígueme. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: -Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret. Natanael le replicó: -¿De Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: -Ven y verás. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. Natanael le contesta: -¿De qué me conoces? Jesús le responde: -Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael respondió: -Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: -¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera crees? Has de ver cosas mayores. Y añadió: -Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre. (Jn 1,35-51) Descubrir el sentido de la propia vida es lo más importante que los hombres tenemos que hacer. Es frecuente no afrontar esta cuestión, dejarse llevar por los acontecimientos, adoptar una postura pasiva. Quizá sean pocos los que buscan el sentido de la vida y se afanan por realizarlo, casi siempre a costa de sacrificios y de entrega. No debemos conformamos con ir tirando, con soportar la vida. Debemos hacer de ella una realización personal, consciente, libre y coherente. El verdadero creyente trata de construir su vida desde una dimensión de fe. Porque la fe en Dios, la convicción de la existencia de una vida plena y para siempre después de la muerte no anula la búsqueda del sentido de la vida, no invita a evadirse de las responsabilidades del presente. Cuando la fe es verdadera su efecto es todo lo contrario: abre nuevos horizontes al camino de la vida actual y da otras fuerzas para realizarlo. El cristiano sabe que Dios tiene un plan de amor para él y para la humanidad. Este pasaje y el de las bodas de Caná, que viene a continuación, son una especie de tratado de iniciación a la fe, que vale también para el nacimiento de una vocación. Todo gira en torno a la 167 palabra "ver". Hay que "ver" los acontecimientos y a las personas que nos rodean y sacar conclusiones. La fe verdadera arranca del análisis de los sucesos concretos y humanos. No puede hacerse más que en diálogo con Dios, abiertos a su influencia. Es el itinerario que siguieron María, el Bautista y, como veremos a continuación, los primeros discípulos de Jesús. El evangelista Juan nos presenta aquí el recuerdo emocionado de su primer encuentro con Jesús, encuentro que cambió totalmente su existencia. Es la historia de su vocación. Es natural, por ello, que conservara todos los detalles con ternura. Este relato es como una catequesis del proceso que debe seguir todo discípulo que quiera acercarse al Maestro: proceso que es seguimiento y profundización constantes de la persona de Jesús. La experiencia es impresionante. La llamada de Jesús es una amistad. Una amistad y una alegría que sólo se entiende en la medida en que se vive. Jesús recluta sus primeros discípulos de entre los propios seguidores de Juan Bautista. Todos ellos estaban unidos por claros vínculos de amistad o de sangre. El pasaje es la narración sencilla de cómo cinco hombres encuentran a Jesús. Cinco hombres que van a construir los fundamentos de la Iglesia. Cinco hombres que se encuentran con una realidad -Jesús de Nazaret- que transforma sus vidas: nada será ya como antes. ¿Cómo se realiza este encuentro'? No sucede nada extraordinario. Es un encuentro humano. Y así comienza un itinerario, un irse conociendo, una convivencia, una amistad... que irá transformando la vida de aquellos cinco hombres de Galilea. La manifestación de Jesús a sus primeros discípulos representa el paso del Antiguo al Nuevo Testamento: de Juan a Jesús. Este encuentro marca el fin del ministerio de Juan Bautista. Juan se encuentra en el sitio del día anterior: es una figura estática. Está acompañado de dos discípulos, de dos hombres que han escuchado su anuncio y recibido su bautismo. Forman parte de un grupo más numeroso, de un grupo que está abierto al que llega. El día anterior, Juan había visto a Jesús que llegaba; ahora, estando en el mismo lugar, ve a Jesús que pasa y se le pone delante; toma el puesto que le corresponde. Juan queda atrás. Es el momento del cambio. La actitud de Juan, en medio de su fama, es admirable; su desprendimiento y sencillez son sorprendentes, desviando la atención de sus discípulos hacia Jesús; dándole el relevo y proclamándolo públicamente "Cordero de Dios", aunque no lo parezca. Y, aparentemente, no lo parece, porque se ha hecho uno de nosotros, se ha puesto al lado de los que luchan contra el miedo, contra las hambres que pululan por el mundo..., hasta morir. Y nosotros empeñados en creer en un Dios sentado en lo más alto del cielo... La palabra "cordero" alude a la hora de la crucifixión. La actitud de Juan resume su misión y la de todo apóstol: ser simple indicador de Jesús. La pobreza y el desprendimiento deberán ser siempre la primera cualidad del testigo de Jesús, 168 comenzando por la Iglesia jerárquica. Porque no se trata de ganar personas para nosotros, sino de ganarlas para Jesús, que significa ayudarlas a ser más ellas mismas. Tomada superficialmente, la escena parece simple. Pero tiene dentro de sí una tremenda profundidad, como es normal en todo el cuarto evangelio. No leemos la palabra "llamada". Sin embargo, hay una llamada en el sentido más profundo de la palabra. Llamada a seguir y a habitar con Jesús. a) ¿Qué buscamos? El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús en presencia de dos discípulos hace que éstos se vayan con Jesús, que lo sigan; expresión que significa mucho más que acompañar a una persona: seguir indica toda la entrega personal que Jesús exige a los discípulos; indica el deseo de vivir con El y como El; adoptar sus objetivos y colaborar con su misión; significa caminar junto con otro que señala el camino. Expresa la respuesta de los discípulos a la declaración de Juan: han encontrado al que esperaban, y, sin vacilar, se van con El. Juan y Andrés, entendiendo que el Bautista los invita a seguir a aquel hombre, se van detrás de El, se ponen en camino de búsqueda. "Ir hacia Jesús" será uno de los términos preferidos por el evangelista Juan para describir la fe en Cristo. Juan Evangelista, en lugar de insistir en la iniciativa de Jesús, subraya aquí la actitud de búsqueda por parte del hombre. Búsqueda que viene provocada por una indicación que viene de fuera, por un testimonio de alguien que se ha encontrado ya personalmente con Jesús y ha descubierto su personalidad íntima. "¿Qué buscáis?" Son las primeras palabras de Jesús en este evangelio. El contacto con Jesús empieza con una pregunta. Pregunta que es el primer interrogante que debe plantearse todo aquel que quiera conocer y seguir a Jesús. ¿Qué buscamos en la vida? Jesús es consciente del seguimiento, se vuelve y les pregunta, correspondiendo con su interés al interés de los dos discípulos. Su pregunta es válida para los hombres de todas las épocas y lugares. Jesús quiere saber el objetivo que persiguen -perseguimos-, porque puede haber -y de hecho hay- motivos muy diversos para seguir a Jesús. Les pregunta lo que buscan, es decir, lo que esperan de El y lo que creen que El puede darles. Juan insinúa que existen seguimientos equivocados, adhesiones a Jesús que no corresponden a lo que El es ni a la misión que ha de realizar. "Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?" Contestan con otra pregunta. Le llaman "Maestro", indicando así que lo toman por guía, que están dispuestos a seguir sus instrucciones, que reconocen que tiene algo que enseñarles que ellos no conocen aún. Han sido discípulos de Juan; pero aquella situación era provisional, en espera del anunciado. 169 En aquel tiempo la relación maestro-discípulo no se limitaba a la transmisión de una doctrina: se aprendía un modo de vivir. La vida del maestro era ejemplo para la del discípulo. Por eso quieren saber dónde y cómo vive Jesús; están dispuestos a estar cerca de El y vivir bajo su influencia. "¿Dónde vives?", porque donde vive Jesús deben vivir sus discípulos. Quieren pedirle que los admita a una entrevista más detenida, en la que puedan informarse con mayor claridad de su persona. "¿Dónde vives?", expresa el deseo y la necesidad del hombre de estar con Dios, de buscar una plenitud. Encuentra su respuesta en la invitación de Jesús: "Venid y lo veréis". Jesús accede inmediatamente a su petición, invitándoles a ver por ellos mismos, a experimentar la convivencia con El. Es en esta convivencia donde han de encontrar la respuesta a su búsqueda. A Jesús no se le puede conocer por mera información, sino solamente por experiencia personal. No importa lo que se sepa sobre Jesús. Lo decisivo es el encuentro con El. Encuentro que transforma al hombre desde dentro. Encuentro que le hace consciente del comienzo de una nueva etapa en su vida. Lo que convierte a una persona en testigo y discípulo de Jesús es el hecho de encontrarse, de quedarse con El. ¿Qué puede significar, en la vida concreta del hombre de hoy, encontrarse con Jesús, escuchar su voz? ¿No tenemos la impresión, cuando leemos o escuchamos estas expresiones, que son simples frases hechas, sin significado alguno en la vida? ¿De qué modo podemos aún hoy día encontrarnos con Jesús y escuchar su voz? ¿Qué busco en la vida? ¿Quién es Jesús para mí? "Y se quedaron con El aquel día". La experiencia directa los persuade a quedarse con El. Comienza la nueva comunidad, la del Mesías; la comunidad de aquellos que están donde está Jesús. Es el final del antiguo pueblo y el comienzo de la nueva humanidad. Como en los sinópticos, el primer encuentro de Jesús es con dos hombres. No va a ser un Maestro espiritual de individuos aislados; va a formar una nueva comunidad humana. Para los orientales, "las cuatro de la tarde" era ya una hora tardía. Andrés y Juan cenarían con Jesús y pasarían con El la noche. Jesús les ayuda a profundizar en aquello que andan buscando. Es lo que constituye la experiencia del discípulo: no hay discurso ni programas iniciales. El que quiera ser discípulo de Jesús tiene que ahondar en sus sentimientos e ilusiones, en su persona. Ser discípulo de Jesús significa hacer la experiencia de estar con El compartiendo su vida. Sería interesante saber lo que se dijeron los tres durante aquellas horas. Juan, que describirá con detalle los coloquios con Nicodemo y con la samaritana, no dice nada sobre el tema de la conversación de aquellas horas. ¿Sentido del pudor por algo que debe permanecer en la intimidad de la persona y que hay que sustraer a la curiosidad indiscreta? O porque lo 170 importante no es lo que se dijeron, sino el hecho de estar reunidos con aquel que respondía a todos sus interrogantes y a todas sus búsquedas. Ciertos momentos, ciertos encuentros son "gracia", prescindiendo de las palabras que se pronuncian. ¿Simbolizan estos dos discípulos la búsqueda incesante que constituye el vivir verdadero de cada hombre? Comprobaron que lo que les había dicho su anterior maestro era verdad, respondía a la realidad. Lo reconocieron como el Mesías, el que responde a todos los anhelos del hombre. El que busca de verdad, encontrará en Jesús la plenitud de respuesta a esa búsqueda. El que no busca nada ni necesita a nadie, no encontrará nada. ¿Es por eso por lo que estamos tan vacíos, tan conformistas? b) La vocación, experiencia que se comunica "Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús". Escuchar de verdad al Bautista llevaba necesariamente a Jesús, a no separarse de El. La experiencia de Andrés en su contacto con Jesús le lleva inmediatamente a la necesidad de darlo a conocer. Su hermano se encontraba por aquellos parajes, atraído por el movimiento suscitado por Juan; también buscaba algo. Pero no ha escuchado su mensaje ni, por tanto, ha seguido a Jesús. Los dos discípulos sí han comprendido el mesianismo del Maestro. Andrés habla en plural: "Hemos encontrado". Y es que la experiencia del Mesías es comunitaria. Ambos han penetrado el alcance del título que aplican a Jesús. Una verdadera vocación se convierte siempre en la comunicación alegre de un encuentro, de una experiencia decisiva. Una llamada debe convertirse en una invitación a muchos. La llamada del Maestro se hace sentir o directamente o a través de llamadas de los amigos. Los dos primeros se presentaron por una indicación muy precisa del Bautista. Los demás van llegando como consecuencia de las informaciones de los primeros protagonistas. El fenómeno de la vocación sigue siendo un misterio que hay que respetar y frente al que nuestras palabras aparecen tanto más ridículas cuanto más insistentes. La vocación es el misterio de la llamada de Dios bajo el signo de la gratuidad y de la libertad; y el misterio de una respuesta bajo el signo de la libertad. Siempre tiene cabida en ella la mediación humana, manifestando la belleza de un ideal a través del testimonio de la propia experiencia. Los dos primeros que siguieron a Jesús le han dado inicialmente un trato de cortesía: "Rabí". Pero Andrés dice ya a su hermano que aquel Maestro es el Mesías. En pocas líneas se ha descrito el proceso de fe que siguieron los discípulos, y que es fruto de haberse quedado con Jesús, de haber querido entender. 171 "Hemos encontrado al Mesías". Mírame; date cuenta de lo que soy; fíjate cómo he cambiado, cómo me he realizado, qué alegría y qué libertad encontré... La fe y la vocación de muchas personas mueren por falta de una verdadera mediación humana que presente la alegría, la libertad encontradas. Es inútil echar la culpa al clima de indiferencia religiosa, a la actual incapacidad de sacrificio de los jóvenes y adultos, a las dificultades de la educación familiar, a la influencia de un mundo fascinantemente erotizado y hedonista y de una sociedad secularizada. Son dificultades reales. Pero frente a ellas hay que presentar la propia experiencia. Entre las muchas dificultades que se acumulan a la hora de dar una respuesta a vivir unos ideales, una llamada a la fe, una vocación, están los obstáculos de un atractivo que no se ve, de un contagio que no se da, de unos ideales que no se notan, de una comunicación que parece la repetición de una historia de otros tiempos, en vez de presentarse como noticia de verdadera actualidad. "Hemos encontrado al Mesías". Nuestra vida es una palabra a favor o en contra de Jesús. Nunca una palabra neutra. Nuestra postura, mentalidad, pueden ser causa de un atractivo o de una repugnancia. Si dejan en la indiferencia, es claro que repugnan. Debemos reflexionar: ¿nuestro modo de vivir la fe en Jesús será capaz de provocar en alguien el deseo de ser como nosotros? ¿Presentamos algo interesante a los demás? Debemos tener el coraje de mirar a los jóvenes y adultos que nos rodean y decirles: ¡Mira lo que somos! ¡Nos sentimos felices, realizados, libres, útiles! ¿Sabéis que hemos encontrado al Mesías? Os ofrecemos nuestra alegría como prueba de nuestro descubrimiento. Nunca debemos bajar la mirada más que a nuestra propia miseria y pecado. La fe o es un virus o una vacuna; o contagia o inmuniza; o se propaga o provoca la repugnancia y la indiferencia. Para el desarrollo auténtico de una persona es necesario un ambiente de calor humano, de cordialidad, de alegría, de estima, de confianza, de compromiso, de amistad... Una criatura es fruto del amor; y puede crecer, desarrollarse y realizarse solamente en un clima de amor, de respeto, de libertad, de sinceridad... Sólo hay un Mesías: tiene la plenitud del Espíritu al ser el Hijo de Dios, el Cristo, el Ungido. Por eso puede dar respuesta a todas las esperanzas de los hombres. Es la libertad, la verdad, la justicia, el amor... Los demás tenemos libertad, verdad..., pero no somos "la" libertad, "la" verdad... Más que de encontrar a Jesús, se trata de dejarnos encontrar por El. La mejor disposición -la única- es una actitud de búsqueda sincera del bien y de la verdad, de la libertad y de la justicia, del amor... Si nos mantenemos abiertos a todos esos valores, podemos esperar que Jesús, a través de su Espíritu, no dejará de hacerse presente en nuestra vida en forma de paz, de gozo, de fortaleza, de capacidad para amar y perdonar. Y podemos esperar también que, en más de una ocasión, en la fe, nos hará experimentar la certeza de su presencia, la certeza de que los dones vienen de El. Y escuchar su voz significará discernir en cada situación, siempre bajo la 172 acción del Espíritu, lo que es más conforme al evangelio; que será, en definitiva, lo que nos hará más verdaderos. El primer efecto del encuentro con Jesús es un cambio profundo de la existencia, como el que tuvo lugar en los apóstoles a raíz de su encuentro con el resucitado. El que realmente se ha encontrado con Jesús se transforma en un hombre nuevo a imagen suya. El que le escucha de verdad, le sigue y se queda con El, se va convenciendo plenamente que Jesús posee todo lo que deseamos en lo más profundo de nuestro corazón y que nos mostrará todo lo que necesitamos realmente, porque sus palabras son palabras de vida eterna y de vida en plenitud. Y como vemos en el pasaje que estamos profundizando y es una constante en la Historia de la Salvación, el que se encuentra con Jesús y comprende lo que significa en su vida se siente irresistiblemente empujado a comunicarlo a los demás. ¿Existe otro modo de comunicar la fe que el de comunicar las propias experiencias? Sólo el que ha "visto" a Dios tiene derecho a hablar de El. Este pasaje nos invita a nosotros a dos cosas: a hacernos discípulos de Jesús de verdad y a comunicarlo a los demás. ¿Cómo se puede encontrar hoy a Jesucristo? La respuesta está en cómo se encuentra uno con la gente que nos rodea: ¿cómo nace el amor, la amistad... entre las personas? No leyendo libros sobre psicología..., sino tratándose, relacionándose. Con Jesús sucede lo mismo, tratándole: "Venid y lo veréis". Es simplemente hacer eso que está hoy tan de moda hablar: las relaciones humanas. Hay muchas crisis de fe, mucho vacío, mucha decepción... Es lógico: falta trato. ¿Qué le ocurre a un matrimonio que deja pasar meses sin hablarse? Lo mismo entre padres e hijos, entre amigos: llegan a considerarse extraños. Algo semejante ocurre con Jesús: si no lo tratamos es imposible que lo conozcamos. Si no trato a los conocidos, a los padres, a los hijos..., ¿cómo podré encontrar a Jesús en ellos? Si el paro actual no me preocupa, ¿cómo podré ver el paso de Jesús en los millares de familias que sufren sus consecuencias...? Y si no le trato en los sacramentos, en la palabra, en la oración, ¿cómo podré encontrarle? "¿Dónde vives?" Este pasaje nos anima a tener más relaciones personales con Jesús: en el silencio, en la oración, en las personas que nos rodean, en la eucaristía semanal... "Venid y lo veréis". Si no vamos, nada veremos. Los que van, "ven". No se trata de admirar algo, sino de hacer la experiencia de una persona viva, de entrar en la intimidad de Jesús ahora y aquí. Cuando la llamada se ha interiorizado, se ha hecho propia, puede pasar a otro. Y pasa con gozo, con plenitud, porque se comunica un tesoro que se ha encontrado (Mt 13,44). Quien ha visto dónde vive Jesús, lo que hace es encontrar por la calle a su hermano y comunicarle su descubrimiento. Así vemos cómo Andrés se encuentra con su hermano Simón y 173 le comunica que "han encontrado al Mesías'. Y encontrarse con el Mesías era encontrar "todo" para un buen israelita. Una fe que no se comunica, se muere. No puede ser verdadera. Simón se deja llevar pasivamente a Jesús. No comenta la frase de Andrés ni muestra entusiasmo alguno por Jesús. No pronuncia ni una palabra. "Jesús se le quedó mirando". Le miró como persona concreta, con una mirada que comprende y ama, que espera y transforma, que comunica una tarea a realizar. Una mirada que cambiará para siempre el sentido de su vida. Una mirada que significa todo lo que Jesús esperaba de aquel sencillo pescador. Jesús no cambia el nombre a Simón. Le anuncia que será conocido por un sobrenombre o apodo: Pedro o piedra. Con ello le muestra que es consciente desde el principio de la actitud que va a tener Pedro en el futuro. La primera entrevista de Jesús y Pedro es muy singular. No hay llamada ni invitación por parte de Jesús a que le siga; Pedro tampoco se ofrece. Hasta aquí el pasaje nos ha presentado dos tipos de hombres que han sido discípulos del Bautista. Los del primer grupo, representados por Andrés y Juan, esperan al Mesías y siguen espontáneamente a Jesús. Representan al sector de las comunidades cristianas que han comprendido a Jesús y su mensaje y han roto definitivamente con las estructuras caducas de la antigua alianza. El segundo grupo, representado por Pedro, se deja llevar pasivamente a Jesús, no ha escuchado su mensaje ni le ha seguido. Representa a los que han roto con las instituciones, pero no conocen la calidad de la vida que propone Jesús ni su misión; no saben la alternativa que propone. Entre los cristianos sucede hoy algo parecido: están los que van comprendiendo toda la hondura del mensaje del Mesías y han roto con todo lo que impida su realización; están los que han descubierto la falsedad de muchas de las cosas tenidas por sagradas desde hace siglos, pero no han llegado aún a descubrir las exigencias y la vida que encierra el evangelio. Y está el grupo mayoritario, que no ha descubierto nada por las razones que sea, siguiendo cansinamente las normas de la institución, que a nada o casi nada comprometen. Van a ser representados por Felipe y Natanael: no han roto con las instituciones, son fieles a la tradición; muestran una preparación insuficiente al mensaje de Jesús por no haber salido de la antigua mentalidad. La irrupción de Dios en nuestra vida no se reduce a aceptar una doctrina que podemos hallar en un libro; es siempre un encuentro personal, un amor, una esperanza, un camino que es preciso recorrer día tras día. El cristianismo -vocación de servicio a los hombres- es como un camino con señales de pista: cada señal lleva a la siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del futuro, es una respuesta a cada acontecimiento de la vida; es una amistad. 174 Demasiados cristianos tienen -¿tenemos?- miedo a Dios. Algunos, los que le aman, se fían de El. No saben lo que les espera, pero confían. Son cristianos que no piden definiciones ni seguridades: se lanzan. Los cristianos no tenemos que prepararnos principalmente para ser esto o aquello, sino para ser capaces de rezar entero el padrenuestro. La llamada que Jesús hará más adelante a Pedro y demás apóstoles, sin señales extraordinarias, exige un clima de intimidad, una entrega generosa a los demás. Todo lo demás, ¡todo!, es accidental, puede faltar. Pero si falta la amistad, la entrega a Dios en los hombres, ¿para qué sirve todo lo demás? Dios llama a los hombres. Dios llama, con frecuencia, a través de las necesidades de las personas que nos rodean. Cada persona, cada ignorancia, cada vacío, cada sufrimiento, cada necesidad de las personas que están a nuestro derredor o cuya existencia nos golpea de alguna manera, son gritos de Dios, llamadas de Dios, vocaciones. No sentirse aludidos por ellas es traicionarlas. Si alguien nos llama, el que sea, si alguien nos necesita, ése es Dios al alcance de nuestra mano. Acudir a su llamada es seguir al Mesías. Es fácil encontrar razones, disculpas, para no comprometerse. c) Jesús, nuestro camino hacia la plenitud humana "Al día siguiente" Jesús decide salir para Galilea para comenzar la liberación anunciada, Allí, lejos del poder central judío, podrá gozar de mayor libertad de movimientos. Se encuentra con Felipe. Y Felipe se lo comunica a Natanael. Siempre el mismo proceso. Parece que ninguno de los dos pertenece al grupo del Bautista. Ambos se mueven en el marco de las antiguas instituciones. No han percibido la ruptura que Juan Bautista preconizaba como preparación a la llegada del Mesías. Encerrados en su tradición, conciben a Jesús como el cumplidor exacto de la ley y el continuador de Moisés. A Natanael le parece inverosímil la conexión entre Mesías y Nazaret. Ante su escepticismo, Felipe le remite a la experiencia: "Ven y verás". Para conocer a Jesús es necesario estar con El. Este contacto nos irá haciendo comprender su Persona. Nunca debemos rechazar nada antes de habernos asegurado. Dios puede presentársenos de la forma y en los lugares más insospechados. Natanael es un hombre inquieto, acepta comprobar personalmente la afirmación de Felipe. ¡Qué falta nos hace a todos esta actitud! Jesús toma la iniciativa y describe a Natanael como un modelo de israelita. En él "no hay engaño", no hay falsedad. Representa a los israelitas fieles que no han traicionado a su Dios, y han sido escogidos por Jesús para formar parte de su comunidad. 175 "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". El título "Hijo de Dios" tenía dos interpretaciones. Para la primera, en la línea del Bautista, "Hijo de Dios" es el que posee la plenitud del Espíritu y realiza la presencia de Dios en el mundo. Para la segunda, la de Natanael, "Hijo de Dios" es lo mismo que "Rey mesiánico", según el Antiguo Testamento, el que efectuará una salvación sociológica. Natanael es nacionalista, Jesús es para él el rey esperado, que va a restaurar la grandeza del pueblo, implantando el régimen justo prometido por los profetas. Jesús calma el entusiasmo de Natanael y le declara que sus esperanzas son muy pequeñas, en comparación con lo que significa su misión de Mesías. Jesús pronuncia la primera declaración solemne referente a su persona. Está dirigida a Natanael, pero pasa inmediatamente al plural, considerándolo representante de los israelitas fieles, cuya idea del Mesías quiere corregir. "El cielo abierto", significa que Dios ya es accesible al hombre. El lugar permanente de comunicación con El será Jesús. A los títulos de "Hijo de Dios" y "Rey de Israel" dados por Natanael responde Jesús con el de "Hijo del Hombre". El no será rey de Israel dominando a los pueblos, como los reyes de la historia, sino alcanzando la plenitud humana, la máxima realización del hombre, y llevando a toda la humanidad a esa plenitud. Jesús quedará para siempre como manifestación definitiva de Dios en la historia y como medio de comunicación entre Dios y el hombre. La salvación de Dios se irá realizando en el hombre en la medida en que siga la vida de Jesús. En esto se resume el proyecto salvador de Dios sobre cada hombre y sobre la humanidad. Los cristianos no nos reunimos alrededor de Jesús solamente para aprender o para seguir un camino, sino, ante todo, para vivir en el espacio de Dios, que es el de la vida. Con la creación de la comunidad de Jesús, compuesta por grupos de mentalidad muy diversa, termina la sección introductoria del cuarto evangelio. En ella se nos ha expuesto el verdadero concepto del Mesías y se nos han descrito las diferentes actitudes de los discípulos, que encarnan grupos cristianos. Dios sigue manifestándose hoy. Tenemos que encontrarlo presente en nuestra existencia, en nuestro camino de cada día. Tenemos que convivir con El para que vaya transformando nuestra vida. Debemos "ir" y debemos "ver". Jesús no es una respuesta contundente; es un hombre que se acopla a nuestro paso, que con frecuencia es lento y pesado. Y se vale de muchas formas para llamarnos. Si buscamos en los orígenes de nuestra decisión personal de seguir a Jesús, veremos respuestas distintas. Pudo ser alguien que nos impresionó profundamente por la transparencia de su fe. También pudo ser fruto de una iluminación interior surgida de la propia 176 reflexión sobre los acontecimientos que nos rodean... Jesús nos llama a todos, nos necesita a todos, para que seamos portadores de su mensaje a los hombres de hoy. No esperemos hechos extraordinarios. Busquemos a Jesús en los sucesos sencillos cotidianos. Si tenemos interés, si tenemos en nosotros el anhelo que tenían aquellos cinco hombres de Galilea, también nosotros encontraremos. Pero es preciso desear y buscar. En nuestro encuentro con Jesús hay dos aspectos: un esfuerzo personal de búsqueda -el hombre instalado no puede encontrar nada: no lo necesita- y una constante relación personal con El, que lleva a una conversión continua, a una transformación personal. Para ello necesitamos tiempo y silencio. La Iglesia es el lugar privilegiado del encuentro con Jesús. Es lo que significa que sea "sacramento universal de salvación" (Constitución Lumen gentium 48). Ella es la encargada de hacer presente a Jesús entre los hombres. Es en ella, cuando ha conservado viva la memoria de Jesús en la vida concreta de sus comunidades, donde los hombres de hoy podrán reconocer a Jesús y todo lo que El significa para nosotros. Pero esto sólo será posible en la medida en que escuche su palabra, se deje penetrar por su Espíritu y viva de su presencia. La Iglesia debería poder decir como Jesús: "Venid y lo veréis". Su palabra debería limitarse a dar razón de lo que la hace vivir, del fundamento de su esperanza, de la profundidad de su amor a toda la humanidad. 177 Las bodas de Caná de Galilea Tres días después había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: -No les queda vino. Jesús le contestó: -Mujer, déjame; todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: -Haced lo que él diga. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: -Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: -Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: -Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. (Jn 2,1-12) 1. El cristianismo es fiesta y lucha Ante Jesús se han sorprendido siempre dos clases de personas: los fariseos, los beatos; los que pretenden que la religión debe ser negativa, dura, repulsiva, los que piensan que no se puede ser cristiano sin ser una persona aburrida y que aburra a los demás. Estos se rasgan las vestiduras, no cuando Jesús asiste a banquetes, porque eso está en los evangelios, sino cuando se traducen fielmente esas mismas actitudes suyas a la época actual; y así, condenan a los que no ayunan, a los que no machacan el pecado y el infierno todo el día, a los que no están constantemente con las leyes eclesiásticas a cuestas... para que las cumplan los demás (Mt 23, 1-5). También se han sorprendido ante Jesús los que viven como si la vida no fuera más que divertirse y distraerse, los que sueñan constantemente en diversiones y pasatiempos, los que olvidan en la práctica que no viven solos en este mundo y que las personas no son para usarlas a capricho, los que ponen su empeño en tener más cada día. 178 Todos coinciden en creer que la alegría, el gozo, la fiesta... son incompatibles con la vida cristiana. La única diferencia está en el camino diverso que han escogido: unos tratan de servir a un Dios sin alegría, sin fiesta, sin gozo..., y los otros se han ido detrás de una alegría sin Dios. Otros han fabricado un dios a su medida, con lo que han perdido la capacidad de la sorpresa. Jesús desenmascara con su actuar esta separación absurda, sacrílega. A nuestro Dios se le ama no sólo rezando, sino también comiendo y bebiendo todo cuanto ha creado, con espíritu de acción de gracias y de reconocimiento. A Dios se le ama fundamentalmente compartiendo la vida con los que nos rodean. Dios ha creado las cosas para que podamos gozamos y disfrutar con ellas. Sin olvidar que son para todos los hombres. El cristiano tiene que unir en su vida la fiesta y la lucha; tiene que hacer una síntesis de ambas si quiere imitar la conducta de Jesús. La fiesta es como un pequeño campo que cultiva uno en sí mismo, cuando vive la libertad y la espontaneidad, cuando va intuyendo el sentido que ha dado Dios a la vida. Ese campo tiene unos límites: no puedo violentar la conciencia de los demás y hacerles cautivos de mí mismo. La fiesta brota desde dentro de nosotros mismos. En todo hombre existe una parte de soledad que ninguna intimidad humana puede llenar. Ahí sale Dios a nuestro encuentro; y ahí, en esas profundidades, se sitúa la fiesta íntima con Dios a la que nos da acceso Cristo resucitado. Porque Cristo resucitado es nuestra fiesta. Una fiesta que se va ahondando en la medida que vivamos su proyecto de existencia; una existencia que no conocerá ocaso. Los dramas actuales, las guerras, el paro, las injusticias de toda índole..., son intolerables. Es intolerable cualquier miseria del hombre, ese hombre que para un cristiano es sagrado. ¿Cómo podremos cruzarnos de brazos ante el hombre víctima del hombre? Pero en nuestra sed de participar en la lucha por la justicia, ¿renunciaremos a la fiesta íntima ofrecida por Cristo a los hombres cristianos? ¿Acaso el hecho de vivir la fiesta nos cierra el acceso al combate y a la lucha por la justicia? Al contrario: la fiesta no es una euforia pasajera; está animada por Cristo en unos hombres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los acontecimientos más graves. La fiesta es posible incluso en medio del polvorín en que han convertido a la América Latina. Los cristianos sabemos que el combate lo debemos iniciar en nuestras propias personas, para no sumarnos, advertida o inadvertidamente, al número de opresores. La propia lucha se convierte así en fiesta: fiesta en el combate contra nosotros mismos para que Cristo sea nuestro primer amor, y fiesta en la lucha en favor del hombre aplastado. 2. Jesús comparte nuestra vida diaria Las bodas de Caná de Galilea -pueblo de la montaña, a unos quince kilómetros de Nazaret- son el comienzo, según Juan, del camino de Jesús y de sus discípulos. Resalta la 179 manifestación de Jesús en el corazón de la vida humana. Manifestación del Mesías a Israel, que será progresiva y culminará con el episodio de Lázaro (Jn 11,1-45); y provocará su condena a muerte por parte de la máxima autoridad religiosa judía (Jn 11,46-54). El amor será vencido, aparentemente, por el odio. Es lo que ocurre y ocurrirá siempre en este mundo. Esta manifestación plenificará la realidad humana, nos hará ir descubriendo qué es realmente ser hombre. Tomando parte de un hecho, una boda en un pueblo, construye Juan la narración. La boda era símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta boda anónima, en la que ni el esposo ni la esposa tienen nombre ni voz, es figura de la antigua alianza, desde la que va a arrancar el camino de Jesús. Jesús aparece en medio de la vida, sensible a los problemas cotidianos, haciéndose cargo de ellos. Dios se ha comprometido, en su encarnación, a compartir nuestra vida, a hacer suyos nuestros dolores y nuestras alegrías, nuestros problemas y nuestras victorias. ¿Quién se hubiera atrevido a aconsejar a Jesús que hiciese su primer milagro en unas bodas aldeanas, en medio de una escena de taberna, en donde nadie esperaría ver a un profeta? Dios nos contradice sin cesar. Es imposible saber de antemano lo que va a hacer. ¿No ha hecho, en nosotros y en los demás -en el mundo-, las cosas al revés de como las habríamos hecho nosotros? ¿Quién se iba a imaginar que llevaría adelante el Reino en medio del fracaso y la cerrazón de los que nos llamamos cristianos, lo mismo que le había sucedido antes con el pueblo de Israel? Dios ha creado las cosas para que nos podamos gozar en ellas. La primera lección que van a recibir los discípulos (varios, al proceder de Juan Bautista, habían sido instruidos en el desierto, en medio de una vida muy austera), será la de aprender a captar las virtudes más primarias y sencillas: sinceridad ante la vida, ante el gozo y la amistad de la gente. Pensamos que para acercarnos a Jesús tenemos que hacernos más celestiales, más angélicos. Y Jesús tiene interés en demostrarnos que el verdadero camino para parecernos cada vez más a El es el que nos hagamos cada vez más humanos. Si fuéramos más humanos, más generosos, más cariñosos, más atentos los unos con los otros, más compasivos y más delicados, tendríamos en común con Jesús un gran número de sentimientos que nos convertirían en personas cercanas a El. Dejaría de ser para nosotros un personaje extraño y lejano, sin relación con lo que nos sucede en la vida diaria. Cada vez que sentimos en nosotros un anhelo de verdadera alegría, de gratitud, de amor, de pureza, de justicia..., podemos pensar que sentimos algo que también sintió Jesús. Si somos sensibles a la vida, a la alegría de un niño que juega; si amamos la franqueza y detestamos la hipocresía, si nos compadecemos ante el sufrimiento de los hombres, si nos ponemos espontáneamente de parte del débil y del oprimido, si sabemos gustar la belleza de una flor, la grandeza de las montañas y del mar, la paz y el silencio de la noche en el campo bajo un cielo inundado de estrellas..., simpatizaremos con Jesús al sentir las emociones que El conoció alguna vez, al compartir la intimidad que siempre quiso que hubiera entre El y nosotros. 180 La fidelidad en nuestra vida ordinaria nos conduce a Jesús. La palabra de Dios, al encarnarse, nos ha propuesto unos valores humanos, unos gestos, unos sentimientos, que eran de hecho auténticos valores divinos: el amor, la paciencia, la alegría, la gratitud, la fidelidad, la delicadeza, la fraternidad, la comunicación, la lucha, la fiesta... Jesús comparte el gozo y la alegría de los hombres. Lo hace porque sabe que la alegría de los hombres crece cuando los demás se identifican con ella. Que la alegría crece cuando la persona se siente amada de verdad, como ella es y no por su utilidad, por los favores que pueda hacer. La urgencia de anunciar el reino de Dios y de hacerlo presente entre los hombres no ha impedido a Jesús asistir a la boda. Sabe lo importante que es participar en la vida real y concreta de los hombres; sabe que es en ella donde hay que aportar la novedad del Reino: la alegría, el servicio... vividos como frutos del amor. Es necesario que vivamos como Jesús, abiertos a los problemas e ilusiones de los hombres que nos rodean, incluidos los problemas materiales. 3. Cuando falta el vino... "La madre de Jesús estaba allí". Pertenece a la boda, a la antigua alianza. Representa a los israelitas que han permanecido fieles a las promesas de Dios. Aparece Jesús -el Mesías- por primera vez a la cabeza de un grupo de discípulos. No pertenecen a la boda, a la antigua alianza. Llegan como invitados. "Faltó el vino", elemento indispensable en una boda. Es símbolo del amor entre el esposo -Dios- y la esposa -Israel-. En la antigua alianza ya no existe relación de amor entre Dios y su pueblo. En esta situación, de falta de vino-amor, interviene su madre para informarle, para exponerle la difícil situación. Espera que el ponga remedio. Aunque no puede saber lo que podrá hacer Jesús, sí sabe lo que le falta al pueblo. "Todavía no ha llegado mi hora". Jesús quiere hacer comprender a su madre que aquella alianza ha caducado. Su obra no se apoyará en las antiguas instituciones; representa una total novedad. El Mesías no intervendrá en una alianza sin vida. "Haced lo que él diga". María no conoce los planes de Jesús, pero afirma que hay que aceptar su programa sin condiciones y estar preparados para seguir cualquier indicación suya. Palabras lúcidas y llenas de sentido para todo cristiano que quiera serlo de verdad. Las seis tinajas vacías representan la ley de Moisés. Una ley que creaba una relación difícil y frágil con Dios, basada en ritos. Ritos que se habían convertido en obstáculo -y no en mediación- para llegar a Dios. Es la ley la que hace faltar el vino en esta boda, o el amor en esta alianza. ¿No pasa ahora lo mismo!: los cristianos estamos empeñados en ser fieles a unas normas 181 concretas -misa de los domingos, ayunos y abstinencias, esquemas de misas que parecen de laboratorio y matan la espontaneidad, sacramentos por rutina o conveniencias sociales...-, cuando lo que tendríamos que hacer es seguir a una persona viva: Jesús resucitado. El número seis simboliza lo incompleto -el siete es la plenitud-, la incapacidad de la ley para unir al hombre con Dios. Cada tinaja hacía "unos cien litros" -¿cien preceptos?-. Como tenían más de seiscientos... "Llenad las tinajas de agua". Jesús sabe que las tinajas están vacías y hace tomar conciencia de ello a los sirvientes, que las llenan de agua. ¿Por qué no nos damos cuenta del vacío desolador que hay en la mayoría de los ritos y de las estructuras eclesiásticas actuales? ¿O pensamos que los obreros, intelectuales y jóvenes han abandonado en masa la Iglesia por casualidad o por maldad, o simplemente por comodidad? ¿Qué respuestas estamos dando a sus vidas concretas para ahora? Las tinajas nunca van a contener el vino-amor que ofrece Jesús. Los sirvientes "habían sacado el agua". El agua se convertirá en vino fuera de ellas. La ley se interponía y se interpondrá siempre entre el hombre y Dios. Falta de espíritu, mata. Con el Mesías no habrá intermediarios: el vino, que es el amor, establecerá una relación personal e inmediata entre Dios y el hombre. No basta con reformas, es necesario cambiar los fundamentos en que se asienta la institución. Es lo de los pellejos viejos y vino nuevo (Mt 9,17). Las leyes jamás podrán purificar: son externas. Jesús sí: con un vino-amor que penetra dentro del corazón del hombre y le convierte en criatura nueva. "Llevádselo al mayordomo". Representa a la clase dirigente religiosa. No sabía que faltaba el vino. Los jefes -los obispos y los sacerdotes-, cuando sólo piensan en sí mismos, están incapacitados para entender las necesidades del pueblo. Dirigen una institución religiosa, de la que viven. Sólo el pueblo comprometido siente que la situación es insostenible. No caigamos en el error de creer que esto sucedió hace dos mil años y que, por tanto, todos aquellos malos dirigentes ya se han muerto. Jesús también ofrece su vino-amor a los dirigentes, representados aquí por el mayordomo; pero ellos no quieren reconocerlo. Creen que la situación en que viven es la definitiva, la perfecta, y que no tienen nada que esperar ni que cambiar. Creen que su institución no necesita mejora, cuando la realidad es que hace agua por todas partes. El mayordomo constata que el vino que le ofrecen es de mejor calidad, y no se lo explica. Tampoco intenta ahondar mucho en el asunto. Para él las cosas están claras, no duda ni por un momento que lo antiguo pueda superarse. Está incapacitado para entender la novedad del Mesías. Esta boda-alianza anuncia la formación de una nueva comunidad, donde la experiencia del amor del Padre producirá la plenitud de vida. En ella queda superado el obstáculo de la ley, que deformaba la imagen de Dios e impedía al hombre su plena realización por el camino único del amor. 182 Después de trazado su programa en Caná, Jesús va a comenzar su actividad pública. Para ello baja a Cafarnaún, desde donde irá a Jerusalén. Con El bajan "su madre y sus hermanos y sus discípulos". "Pero no se quedaron allí muchos días". Jesús coexiste pacíficamente con su sociedad -tan "religiosa"- muy poco tiempo: no apreciarán su obra y le serán hostiles, por estar apegados a los valores del mundo y del sistema religioso en que viven. ¡Qué difícil es que se convierta -que nos convirtamos- un cristiano "de toda la vida"! La posibilidad de conversión de un obispo o un sacerdote debe ser mucho más complicada: ¡ya lo sabemos todo! El obispo Oscar Romero decía que se había convertido al evangelio al hacerse cargo de la diócesis de San Salvador (capital de El Salvador); y llevaba ya muchos años de sacerdote y varios de obispo. Pero qué pocos ejemplos de éstos; ¡es tan alto el precio que hay que pagar!... 4.. Necesidad de comunidades cristianas Las relaciones entre Cristo y la Iglesia son relaciones de amor, de entrega mutua, de gozosa salvación-liberación. Las bodas de Caná las celebramos los cristianos en cada eucaristía, donde Jesús renueva la entrega de sí mismo en el "vino" de su sangre. En la eucaristía celebramos y realizamos las palabras últimas de este pasaje evangélico: Jesús realiza su "signo" fundamental: entrega de sí mismo a los hombres, con lo que crece "la fe de sus discípulos en El". Una fe que tiene que estar necesariamente unida al compromiso, a la entrega de nuestras vidas al reino de Dios. De otra forma no sería verdadera. Para un discípulo de Jesús, evangelizar es formar comunidad. La Iglesia, para el concilio Vaticano II, no es únicamente escuela de verdad y de contemplación, sino pueblo de Dios, comunidad. De aquí que optar por la comunidad es estar en plena coherencia con la renovación conciliar. Optar por la comunidad no es viable, ni posible ni creíble si no es por una comunidad de dimensiones humanas, donde cada uno es llamado por su nombre, donde cada miembro mantiene una relación real de fraternidad con los demás. Todo lo demás resulta demasiado vago, abstracto, equívoco. Sin comunidad de fe, la identidad misma de la Iglesia pierde fuerza, concreción y credibilidad. La opción por la comunidad es una opción libre. A nadie se le puede obligar, lo mismo que a nadie se le puede obligar a ser cristiano, aunque nos empeñemos en bautizar, confirmar... a destajo y a distribuir a los cristianos -y no cristianos- en parroquias prefabricadas, muchas veces muertas. 183 La comunidad es para todos los que hayan decidido personalmente ser cristianos. La comunidad no es un lujo ni una moda, sino una necesidad. En ella se juega la imagen de la Iglesia, significativa para el mundo de hoy, y también la imagen del ministerio sacerdotal y de la misión de cada cristiano. La alternativa de Iglesia que quieren ser muchas comunidades cristianas no consiste en un cambio superficial, sino profundo. No es una opción reformista. Se trata de crear una Iglesia en la que no se dé un cristiano que no tenga su propia comunidad, elegida libremente por él y sea parte activa en ella y en la sociedad. 184 Expulsión de los mercaderes del templo Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: -Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "El celo de tu casa me devora". Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: -Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: -Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre. (Jn 2,13-25; cf Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46) 1. Un panorama que debe clarificarse Nos escandalizamos frecuentemente porque no acabamos de comprender la muerte de un hombre joven colgado de una cruz. Sería mejor decir que creemos comprender la muerte del Cristo de hace dos mil años, pero no entendemos tantas muertes violentas o lentas del momento actual por fidelidad a un ideal o porque estorban a los intereses de las personas y países poderosos. Pensamos que son procesos distintos: la muerte de Jesús y las muertes de los que luchan hoy por un mundo justo. ¡Como nos han dicho que Cristo murió para redimirnos...! Dice el Documento de Puebla (Méjico), número 49: "Desde el seno de los diversos países que componen América Latina está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos". Es un dato de lo que pasa en el mundo. Mientras tanto, en nuestra sociedad del progreso y del bienestar, unos pocos -y entre ellos nosotros, los cristianos- vivimos aburguesados en medio de nuestras comodidades y de espaldas al sufrimiento de cientos de millones de niños, adultos y ancianos; seres humanos como nosotros, que mueren sin fuerzas para gritar la injusticia que padecen. 185 No todos los cristianos viven alienados y ajenos a los sufrimientos de los hombres. Van surgiendo, cada día con mayor claridad, dos "tipos" de cristianos, enfrentados radicalmente: unos luchando por mantener sus privilegios de clase al precio que sea, y tranquilizando sus conciencias con algunas prácticas religiosas y ayudas a la Iglesia oficial, o perteneciendo a alguna organización de carácter religioso..., y otros que, junto con el pueblo explotado, luchan por liberarlo hasta dar la vida, y que en muchos casos han tenido que salir del montaje de la Iglesia porque creen que desde él es imposible luchar junto al pueblo oprimido. De esta forma, ser cristiano comprometido con los más pobres y marginados se está convirtiendo, también en los países llamados cristianos, en algo más peligroso que ser delincuente: por una parte, los obispos marginan -casi en general- al sacerdote o al laico que lo único que quieren es un mundo más justo y una Iglesia fiel al evangelio; y por otra, ser cristiano nos aparta de todos los movimientos de liberación del pueblo, porque no se fían de nosotros al ver las actuaciones de nuestros dirigentes. Parece como si hubiéramos de ir por el mundo diciendo: "Soy cristiano, usted perdone". Proclamar la paz y la justicia con todas sus consecuencias, trabajar por la libertad de todos y contra la explotación del hombre por el hombre, equivale a condenarse a la marginación, que es una forma de morir lentamente. Y que conste que no hablo de memoria. La todopoderosa doctrina del "orden establecido" -ese soterrado terrorismo de los poderosos para defender sus intereses económicos y de casta- garantiza celosamente un cristianismo domesticado. Y a los que manejan los hilos de este poder demoníaco no se les cae la cara de vergüenza al declararse, muchos de ellos, cristianos. 2.. Hace dos mil años las cosas no eran mejores En las bodas de Caná de Galilea, Jesús anunció el fin de la antigua alianza y comienza su actividad. Y lo hace, según Juan, denunciando las instituciones que pertenecían a aquella alianza. La primera institución con la que se declara incompatible es el templo, centro religioso y símbolo nacional de Israel, cuya corrupción denuncia en este pasaje. Al principio, el templo era el lugar de la presencia de Dios y donde se celebraban el culto y las fiestas. Al mismo tiempo, en él se reunía el Sanedrín, órgano supremo de poder en la sociedad judía. Las grandes polémicas de Jesús con los dirigentes judíos se van a desarrollar en el templo (Jn 7,14 - 8,59; 10,22-39) y es en él donde Jesús hará sus grandes denuncias. Los hombres tenemos muchos recursos para escaparnos de los verdaderos problemas de la vida. Los mecanismos de defensa nos hacen detenernos en cuestiones superficiales, enzarzarnos en cosas sin importancia. Las cuestiones fundamentales no las afrontamos, normalmente. La religión, el culto y las fiestas han sido usados por los hombres para encubrir su falta de compromiso ante la vida. El culto ha santificado el egoísmo, la opresión, el abuso de las 186 personas, la explotación del obrero, la falta de responsabilidad social... Muchos creyentes relegan los verdaderos problemas y ponen todo su interés en discutir las formas del culto, lo que se puede y no se puede hacer, por ejemplo. A la vez que se despreocupan de la justicia. En tiempos de Jesús, el culto desplegaba todo su esplendor en las fiestas. Juan menciona seis, y cada una provoca un conflicto entre Jesús y los dirigentes de los judíos o partidarios del régimen. El culto verdadero no está en las formas, sino en la vida. El culto y la religión que no se refleja en las actitudes ante la vida y en las situaciones humanas es un culto falso. 3. Ya en tiempos de los profetas "Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén". En su origen, la Pascua era continuación o celebración de la instituida en Egipto como signo de la liberación del pueblo hebreo (Ex 12,1-28). Para Juan, esta Pascua "de los judíos" no era ya heredera de aquélla, sino una fiesta manipulada por los dirigentes para, con el pretexto del culto a Dios, explotar al pueblo. Por eso menciona a continuación el comercio del templo. Es la primera de las tres Pascuas "de los judíos" que se mencionan en este evangelio (las otras dos en 6,4 y 11,55). A partir del capítulo 12 omitirá "de los judíos" (12,1; 13,1; 18,2839; 19,14). Será ya la Pascua de Jesús, del Mesías, cuya persona va a sustituir a todas las instituciones del antiguo Israel. Las antiguas fiestas israelitas celebradas en honor de Dios, en las que el pueblo era protagonista, han pasado a ser fiestas oficiales, impuestas, en las que el pueblo no tiene nada que celebrar, dada la opresión en que se encuentra. Su sentido genuino se ha desvirtuado: sólo queda la fachada de la fiesta, porque el pueblo ha vuelto a la esclavitud. De esto saben mucho los dictadores. Jesús escoge una ocasión muy propicia para comenzar su vida pública: al estar Jerusalén llena de peregrinos, su actuación tendría rápidamente repercusión en toda la nación. "Encontró en el templo a los vendedores..." En el atrio de los gentiles, los administradores del templo permitían recaudar la contribución del mismo y colocar puestos para vender lo que se necesitaba en los sacrificios. Naturalmente, cobraban unos impuestos. De esta forma surgió un comercio con el ruido y ostentación propios de los orientales en sus compras y ventas. Y son los dirigentes del templo los que están detrás de todo este negocio. Jesús va al templo y no encuentra en él gente que busque a Dios, sino comercio. La fiesta convertida en un medio de lucro para los dirigentes, en un gran mercado que comenzaba tres semanas antes de la Pascua. Había tiendas que pertenecían a la familia del sumo sacerdote. Pero el templo es la casa de Dios. Ante todo debe ser lugar de silencio y oración para los visitantes de Israel y para los pueblos del futuro: 187 A los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos. (Is 56,6-7) Aquel ruido y regateo no podía atraer a los gentiles a adorar al Dios verdadero. "Haciendo un azote de cordeles..." Jesús los expulsa empleando palabras muy duras. El lugar de la presencia de Dios lo han convertido en un "mercado", en una "cueva de ladrones" (Mt 21,13). La casa de Dios se convierte en un "refugio de ladrones"' (Mc 11,17) cuando no coinciden en la persona su vida y su fe: Palabra del Señor que recibió Jeremías: -Ponte a la puerta del templo y grita allí esta palabra: ¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por estas puertas para adorar al Señor! Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: -Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: "Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor". Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones; si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo; si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda; si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde hace tanto y para siempre. Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: Estamos salvos, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo lo he visto -oráculo del Señor. (Jer 7,1-11) Jesús no sólo acusa como Jeremías, sino que actúa. El gesto de Jesús se inserta en la denuncia que los profetas habían hecho del culto expresado en los sacrificios; un culto hipócrita que iba de la mano con la injusticia y la opresión del pobre: ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no las aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. 188 Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia defended al oprimido; sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. (Is 1,11-17) 4. Jesús va más lejos que los profetas Al expulsar del templo a los animales, material de los sacrificios, declara la invalidez del culto entero. No denuncia sólo el culto que encubre la injusticia, sino el culto que es en sí mismo una injusticia, por ser un medio de explotación del pueblo. No propone, como los profetas, la reforma, sino la abolición. "Los cambistas" ofrecían la oportunidad de cambiar moneda para pagar el tributo del templo, prescrito en moneda legítima. Jesús, "volcando sus mesas", denuncia como un abuso el tributo al templo, una de sus principales fuentes de ingresos. El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados del templo. El gesto de Jesús le iba a costar muy caro al enfrentarse con el sistema económico del templo. El "dios" del templo es el dinero. El culto se ha convertido en un pretexto para el lucro. Al llamar a Dios "Padre" nos indica que, siendo el templo casa de familia, todo pertenece a todos. El comercio y la oración no pueden estar juntos en la casa de Dios. Jesús "limpia" la casa del Padre de ídolos. Su objetivo es terminar con aquella liturgia blasfema. Nuestra mediocridad, nuestro reducir el cristianismo a dimensiones "razonables", o sea a las dimensiones de nuestra cobardía y comodidad; nuestro continuo recortar los horizontes infinitos de Cristo, nuestras vidas que van desmintiendo cada uno de los artículos del credo, nuestro andar cansino y vacilante, nuestra falta de auténtico sentido escatológico, nuestra negativa a mancharnos las manos con las realidades terrenas, nuestras fáciles condenas, nuestra alergia a la cruz, nuestra incapacidad para vivir el evangelio hoy..., son armas que apuntamos contra el templo, contra la Iglesia de Jesús. Es mucho mejor sentir en la propia carne los reproches de Cristo que seguir llevando sobre nosotros un título comprometedor junto a un alma ruin y un corazón cobarde. 189 Jesús de Nazaret aboga por la destrucción de toda liturgia farisaica, y establece un culto que sea la celebración de las ilusiones del hombre ante la vida; un culto que lleve a establecer unas condiciones de vida justas en las que sea posible la fraternidad, la libertad y la justicia para todos, la opción por los más débiles, el desarrollo de todas las posibilidades humanas... El cristianismo no es para esclavizar, sino para liberar. Eso fue en tiempos de Jesús y eso debe ser ahora. Sólo si entendemos el camino cristiano como un camino hacia la libertad seremos fieles a la voluntad de Dios, escrita en lo más profundo del corazón humano. Si lo entendemos como un camino de normas y leyes -de esclavitud, en definitiva-, no hemos comprendido nada. Este camino de liberación que Dios quiere para nosotros no es fácil. De ahí la necesidad de una lucha personal. Porque para ser libres debemos luchar contra todos los "dioses", contra todos los "ídolos", contra todos los "señores" que nos esclavizan. Todo lo que se encierra bajo el nombre de "dinero", de "placer", de "poder"... y, sobre todo, nosotros mismos si nos constituimos en centro del mundo -en "dios" (Gén 3,5)-, nos está esclavizando. Y esta lucha es difícil. Es una tarea de cada día, que nunca debe darse por terminada. Todos somos pecadores, es decir, "esclavos" de algo o de alguien. Cada uno debemos descubrir nuestras propias esclavitudes y luchar por liberarnos de ellas. Pero debemos tener presente que no es fácil tampoco descubrir las propias esclavitudes, a causa de los mecanismos de defensa que todos tenemos. Aunque veamos a Jesús actuando con violencia, no podemos deducir que fuera partidario de ella; pero sí que ante ciertos hechos no transigía ni se limitaba a hablar, sino que actuaba con fuerza. Jesús protesta contra cualquier utilización del nombre de Dios, de su palabra o de su Iglesia en provecho propio. Convertir el templo en lugar de negocios es lo mismo que utilizar la eucaristía para tranquilizar conciencias, o para celebrar actos oficiales convirtiendo una comida fraternal en un acto diplomático, o para celebrar sacramentos -bautismos, matrimonios, primeras comuniones...- como tapaderas de actos de sociedad, o utilizar la palabra de Jesús para defender privilegios personales o de casta... En definitiva, siempre que tratemos de poner a Dios al servicio de nuestras conveniencias. Contra esto Jesús es radical. No tolera que la relación de amor entre Dios y el hombre y entre los hombres se convierta en un negocio interesado. Necesitamos una Iglesia, unas comunidades y unos cristianos pobres, sin oro, sin plata (He 3,6), sin cuentas corrientes, sin ornamentos fastuosos, sin objetos de culto costosos. Una Iglesia que reparta todo lo que reciba. Una Iglesia más cercana a todos los desgraciados del mundo, enfermos no sólo de miseria, sino también de confianza, de soledad, de tristeza... ¡Cuántos 190 volverían a Dios ante el ejemplo de una Iglesia, de unas comunidades y de unos cristianos pobres, sin términos medíos, en lugar de dar la impresión de todo lo contrario! La señal más evidente de que la Iglesia ha dejado de ser un "mercado" es que los pobres se encuentren en ella como en su casa, y que los ricos desaparecieran. La presencia de los pobres anunciaría el cese del mercado. 5. Jesús, nuevo templo Los discípulos interpretan mal el gesto de Jesús: ven en él la afirmación del ideal nacionalista y en su persona al sucesor de David. Pero Jesús no se presenta como un reformista, no pretende apoderarse del templo ni destituir a sus dirigentes. Denuncia la situación para hacer comprender al pueblo el verdadero carácter del culto oficial. Pero El viene a sustituirlo; no va a devolver las instituciones a su pureza original, sino que éstas han de desaparecer ante la nueva realidad que El representa. Los dirigentes no hacen caso de sus palabras y se identifican con los vendedores. Le piden signos para actuar así. Ni por un momento dudan de la legitimidad de su posición. Su seguridad les pierde. No admiten que la crítica de Jesús es evidente por sí misma. Le han pedido una señal y Jesús les da la de su muerte. Los desafía a suprimir el templo que es El mismo. Lo matarán, pero no lograrán destruirlo. Volverá a levantarlo en "tres días". Por su cruz, Jesús nos ofrece el mayor signo y nos revela el sentido supremo de la vida. La verdadera realidad de la cruz, la verdadera razón de la muerte de Jesús en ella, sólo la comprenden los dóciles a la llamada, los que viven disponibles para los demás, porque también a ellos les estará cayendo encima. La táctica aparentemente necia de Dios de triunfar en el fracaso supone una infinita sabiduría; la aparente debilidad de Dios contiene la máxima fortaleza. Lo van experimentando los que siguen de cerca el camino de Jesús. Los dirigentes no pueden entender este lenguaje; se fijan solo en el templo como edificio. Jesús se refiere al "templo de su cuerpo". Jesús "es templo" porque contiene la plenitud del Espíritu (Jn 1,32). Anuncia que ya no será un templo de piedra el lugar de encuentro del hombre con Dios. El templo será el mismo hombre: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. (1 Cor 3,16-17) Dentro de sí mismo será donde el hombre podrá encontrarse con su Dios. Oprimir, despreciar, maltratar a un hombre, es un sacrilegio, porque cada hombre es templo de Dios. Jesús suprime el templo, sustituyéndolo por el "templo de su cuerpo". Esta sustitución es una de las causas más importantes que provocan su muerte: acababa con el negocio del Sanedrín. 191 La persona de Jesús, y por extensión cada comunidad y cada persona, serán el único camino de acercamiento al Padre (Mt 25,31-46). Todo lo demás -sacramentos, actos religiosos, leyes, Iglesia- son ayudas para ir descubriendo a Jesús en la vida de cada día, puesto que Jesús resucitado ya no es visible. Jesús es el único que ha vivido plenamente según el espíritu de la ley, que consideraba a Dios como único absoluto. Y por haber vivido así, fundamentándose sólo en Dios y no en exhibiciones de poder o de sabiduría, ha chocado con este mundo, que se fundamenta en otro tipo de valores, y ha muerto. Pero Dios, resucitándolo, nos ha mostrado que el suyo era el único camino válido. 6. "Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron..." Comprenden lo erróneo de su primera interpretación. Los hechos iluminan las palabras. Si falta la experiencia personal, el conocimiento no es completo. "Muchos creyeron en su nombre". La actuación de Jesús en el templo se extendió con rapidez. Además, su actividad continuó durante las fiestas, lo que hace que muchos crean en El. Juan no nos dice en qué consiste esta actividad. La intervención en el templo nos da la clave para interpretar el resto de su actuación durante las fiestas. Esta adhesión será equivocada: aceptan un Mesías poderoso que desafía al poder; no pueden imaginar que el poder de Jesús sea un amor hasta la muerte. Han interpretado su gesto como un enfrentamiento con los dirigentes como enemigos. "Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos..." No acepta el papel que le atribuyen ni se deja instrumentalizar. No estima válidos los motivos por los que creen en El. Seguirlo no significa adherirse a un triunfador humano, sino aceptar al que va a dar su vida para salvar al hombre y estar dispuesto a unirse a El hasta la entrega de la propia vida. "Sabía lo que hay dentro de cada hombre". Su conocimiento no procedía de información, sino de su penetración en las aspiraciones y tendencias del hombre. Sabe que se le interpreta -y se le sigue interpretando- a partir de ideologías que deforman la realidad, que lo identifican con sus intereses nacionalistas y discriminatorios, desde categorías de poder y dominio. Pero Jesús no viene a condenar ni a excluir, sino a ofrecer a todos una posibilidad de salvación (Jn 3,17). El Dios de Jesús no es el Dios del templo o de la nación, sino el Dios del hombre. Los evangelios sinópticos colocan este pasaje hacia el final de la vida pública de Jesús, mientras Juan lo sitúa al principio. ¿Cuándo tuvo lugar realmente? No lo podemos afirmar con certeza. Lo que sí es claro es que los sinópticos no lo pudieron poner al principio porque Jesús, según ellos, no fue a Jerusalén más que una vez durante su vida pública -que narran valiéndose del símil de un largo viaje de Jesús a la ciudad, durante el cual suceden gran parte de sus 192 episodios-, y ésta fue al final de ella. En Juan, por el contrario, viajó varias veces a Jerusalén y fue en su templo donde tuvo los enfrentamientos más graves con los dirigentes. Parece más lógico que Jesús fuera a Jerusalén varias veces. 193 Entrevista con Nicodemo Había un fariseo llamado Nicodemo, magistrado judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: -Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él. Jesús le contestó: -Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le pregunta: -¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? Jesús le contestó: -Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu. Nicodemo le respondió: -¿Cómo puede ser eso? Jesús le contestó: -Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes esto? Te lo aseguro: de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él El que cree en él no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente, detesta la luz y no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios. (Jn 3,1-21) El evangelio de Juan no es una biografía de Jesús ni el resumen de su vida; es una interpretación de su persona y de su obra, hecha por una comunidad cristiana primitiva partiendo de su experiencia de fe en El. Está cargado de simbolismos. Es posiblemente el peor comprendido de los cuatro evangelios, dentro de la escasa comprensión que de todos ellos tenemos los cristianos. Su mayor proximidad a nuestra 194 forma de hablar hace que demos a sus palabras el mismo sentido que tienen entre nosotros; con lo que corremos el riesgo de expresar nuestro pensamiento con el lenguaje del evangelio, lo que es muy distinto a interpretar correctamente los textos. 1. Es preciso nacer de nuevo Entra en escena Nicodemo. Es un fariseo. Sabemos poco de él; pero sí lo suficiente para poder asegurar que era un dirigente judío muy representativo y miembro del Sanedrín. Es un descontento con la actuación de los máximos dirigentes, y ve en Jesús un Mesías reformador. Es un hombre de buena voluntad, que está dispuesto a aceptar los puntos de vista de Jesús... siempre que entren dentro de sus propios criterios. Un hombre con inquietudes, que conoce la ley y a los profetas. La actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua había provocado un movimiento de simpatía, incluso entre algunos dirigentes. La entrevista va a describir un diálogo de Jesús con representantes de la ley. Nicodemo quiere manifestarle que él, y otros como él, están de su parte. "Fue a ver a Jesús de noche". La noche simboliza la "tiniebla" (Jn 1,5), la resistencia a dejarse iluminar por Jesús a causa de la ideología en que están encerrados. Habla en plural, en nombre de un grupo, y expone la conclusión a que han llegado. Ven en Jesús a un maestro excepcional y están dispuestos a aprender de El y seguir sus enseñanzas. Reconocen en las señales que realiza las credenciales de un enviado de Dios. De otra forma no podría hacer las obras que hace. Reconoce que su denuncia es válida, y que un hombre, sin estar apoyado por Dios, no se atrevería a tanto. Existen también grupos selectos que están con Jesús y en contra de las autoridades del templo. Pero al interpretar las señales cometen el mismo error que los discípulos y la gente que le seguían: las leen también como denuncia de la corrupción institucional y promesa de renovación -como vimos en el apartado anterior-; no comprenden el cambio de alianza; esperan la continuidad con el pasado. Lo que le pasa a Nicodemo y a los que representa es corriente entre nosotros: queremos entender las palabras de Jesús desde nuestras seguridades, desde nuestros conocimientos, desde nuestra propia situación. No estamos dispuestos a cambiar tan fácilmente nuestra mentalidad y nuestro modo de vivir. La entrevista comienza con un diálogo, pero pronto se convierte en un discurso de Jesús. "Ver el reino de Dios" es lo mismo que vivirlo, es tener la experiencia personal de él, es comprender porque "eso" le está pasando personalmente, ya que "el reino de Dios está dentro de nosotros" (Lc 17,21). 195 Jesús dice que para ello tenemos que "nacer de nuevo", tenemos que ser otra persona: con otras ilusiones, otros proyectos, otras metas, otra vida. Tenemos que posponerlo todo ante las exigencias del amor, de la justicia social, de la paz... Tenemos que poner constantemente en entredicho hasta los criterios que creemos más seguros, más intocables, más verdaderos. Tenemos, en una palabra, que estar abiertos siempre al Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere. La ley, el cumplimiento fiel de unas normas o ritos, no puede llevar al hombre al nivel requerido por el reino de Dios. Este está ligado al cambio personal, al amor. "Nacer de nuevo" significa independizarse de un pasado, comenzar una experiencia y una vida. Cada uno somos el resultado de una historia personal, familiar y social; de un ambiente: somos cristianos porque nacimos en España..., pero esta base no nos prepara para el reino de Dios. Para llegar a la meta que Dios ofrece a la humanidad, y a cada uno de nosotros, tenemos que renunciar a nuestras seguridades y replanteamos nuestras convicciones y nuestra fe. El reino de Dios presupone un cambio de actitudes; consiste en llevar a su acabamiento el ser mismo del hombre, comenzar vivir en plenitud, dar a las cosas y a las personas y a la vida el valor que tienen para Dios, que es el que tienen en realidad. Presupone vivir en el amor sin fronteras. Nicodemo es escéptico ante este planteamiento. La exigencia de Jesús es utópica: cada uno es fruto del propio pasado, de una tradición y de una experiencia; sobre ella puede realizarse, pero es ilusorio pretender comenzar de nuevo. Detrás de esta escena entre Jesús y Nicodemo se vislumbra el enfrentamiento de la sinagoga con la comunidad cristiana del tiempo de Juan. Nicodemo, como todo hombre colocado ante el misterio, no comprende lo que oye. La realidad cristiana es incomprensible cuando se la juzga con categorías humanas. El nuevo nacimiento sólo puede venir de Dios, es un don suyo. El hombre está incapacitado para conseguirlo, porque está por encima de sus posibilidades. De aquí la necesidad de la pobreza, de la sencillez, en todo aquel que quiera hacer la experiencia del reino de Dios: es pobre el que tiene conciencia de su incapacidad y se deja ayudar. Y de aquí la imposibilidad de todos los tipos de riqueza -cultural, económica...- para descubrirlo. La riqueza hace autosuficiente, engreído... Dios no nos pide que nos quitemos la cabeza para conectar con El, no nos pide que no pensemos. Únicamente desea que nos quitemos el sombrero de nuestra suficiencia, única forma de ir llegando al conocimiento de su Reino. ¡Qué distinta sería una cultura que arrancara de la vida de los hombres y le fuera dando respuesta! Lo mismo la fe, la formación religiosa. ¡Qué distinta sería la riqueza puesta al servicio de todos los pueblos y personas! Ante la incomprensión de Nicodemo, Jesús le repite lo mismo con otras palabras: sustituye el "nacer de nuevo" por "nacer del agua y del Espíritu". Es necesario nacer de nuevo. Hemos nacido del hombre, envueltos en el pecado, pero tenemos que nacer de Dios. Los hombres no nacemos del todo ni venimos a la vida plenamente vivos. 196 Hemos nacido en medio de una lucha. La imagen deformada del hombre y del mundo la llevamos marcada en nuestro interior como un tatuaje de muerte. Nacer de nuevo es seguir la luz que se enciende de vez en cuando en nuestro ser más profundo, es ser capaces de rasgar la tupida tela de araña que nos envuelve y que nos hace creer que estamos viviendo en un mundo real y auténtico. Cristo, manifestando a Dios en sí mismo, manifiesta toda la profundidad del hombre. Cuantos le reciben, nacen de Dios. El nacimiento provocado por el Espíritu implica una nueva existencia, cuyo origen está en Dios, arriba. Se trata de una existencia teocéntrica, no antropocéntrica (la primera tiene como centro a Dios; la segunda, al hombre). Existen hombres engendrados del Espíritu cuya existencia es incomprensible para la sola razón. Nicodemo pensaba que el hombre podría realizarse en plenitud por su fidelidad a la ley. Jesús afirma que el hombre necesita la ayuda de Dios: sólo se realiza en el amor. Y el amor es Dios. Hay dos principios de vida: la carne y el Espíritu. Cada uno transmite la vida que posee. La carne simboliza la débil condición humana; el Espíritu, la fuerza de Dios, del amor. Las aspiraciones de Nicodemo -y de la mayoría de los hombres- están fundadas en la carne: prestigio personal, bienes económicos... y, en ocasiones, fidelidad a unos principios. Con ello nunca se conseguirá realizar el proyecto de Dios. El hombre, nacido de la carne, tiene que renacer del Espíritu, que es el que dará sentido y plenitud a todo lo que realice. Existen para el hombre dos posibilidades: o renacer del Espíritu y ser espíritu-amor, o no responder a la invitación de Dios y quedarse en la debilidad e impotencia de la carne. Jesús veía con claridad el vacío de los ideales mesiánicos de Nicodemo. El Espíritu no conoce fronteras. El reino del Espíritu no está limitado a Israel. Es libre, no está ligado a nada ni por nadie. Los que nacen del Espíritu no se sienten encerrados en los límites de un pueblo o tradición, ni limitados por unas leyes, ni siquiera por unos sacramentos. Nicodemo creía poder encasillar a Jesús; pero se había equivocado, porque "no sabía de dónde venía ni adónde iba". Ha querido interpretarle según su origen judío, partiendo de lo ya conocido. Pero el Espíritu no admite tales marcos de referencia. Las comunidades cristianas estaban surgiendo por todas partes, sin responder a criterios de raza o pueblo, pero se las reconocía por tener una misma voz y dar un mismo testimonio: el de Jesús. Nicodemo se da cuenta, por fin, de que Jesús no habla de un segundo nacimiento corporal, pero no alcanza a comprender cómo puede ser posible lo que dice. Jesús le hace ver su extrañeza de que él, "maestro de Israel", no entienda estas cosas. Porque El habla de cosas que ya están en el Antiguo Testamento. Si cuando les ha hablado de cosas "de la tierra", que no ofrecen grandes dificultades, no ha sido entendido, ¿cómo va a serlo cuando les hable del Padre y del Espíritu? 197 El fariseo muestra su desorientación y su escepticismo. El legalista no cree posible esa clase de vida, lo mismo que el materialista no puede entender las realidades espirituales. El diálogo es tenso. Nicodemo se mantiene a la defensiva y sólo hace preguntas. Para él, como para todo el magisterio fariseo, Moisés es el único legislador y maestro. Además, han mutilado el Antiguo Testamento, reduciéndolo a unas leyes y normas, excluyendo toda novedad. Y así se han cerrado al Espíritu y a la acción de Dios. Habían sustituido el Espíritu por la letra. Nicodemo no sabe, porque funda su saber en cosas aprendidas de memoria. Jesús sabe por experiencia, por haberlo vivido. La vida del Espíritu se hace experiencia en el interior del hombre. "Lo de la tierra" responde a lo anunciado por los profetas de la antigua alianza. Jesús ha comenzado hablando de lo que les une para introducirlo después en la novedad del Reino. Pero si no están de acuerdo ni en lo escrito por los profetas -en su interpretación-, ¿cómo entenderán "lo del cielo"? Por eso al hablar de "lo del cielo" desaparece la figura de Nicodemo, incapaz de entender la nueva realidad. 2. Jesús, don del amor de Dios a la humanidad Jesús presenta a continuación al verdadero Mesías, aunque no pronuncia esa palabra. Las dos funciones que los fariseos atribuían a la ley -ser fuente de vida y norma de conducta-, serán sustituidas por la persona de Jesús, lo mismo que había sustituido antes el templo por su cuerpo (Jn 2,19-21). Cuando el evangelista habla del "cielo" no le da un sentido espacial. Quiere significar la esfera divina, invisible, aunque no inaccesible a la experiencia del hombre. El lenguaje es figurado. Cuando Jesús dice de sí mismo "que bajó del cielo" nos está diciendo que su origen y su vida no son simplemente humanos, sino que proceden también de Dios. "Haber bajado del cielo" equivale a haber recibido la plenitud del Espíritu: el Mesías es aquel que, por ser "el Hombre", es capaz de amar hasta el don de sí mismo. "El Hijo del Hombre" elevado en alto indica su triunfo en la cruz. Está alzado para que el mundo entero pueda verlo y seguirlo. "Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Este texto es la afirmación clara y terminante del amor de Dios como la causa verdadera y última de la presencia de su Hijo en el mundo. Nos ofrece la explicación definitiva de la realidad del Mesías: Jesús es el don del amor de Dios a la humanidad. "Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Doble formulación: negativa y positiva. El amor de Dios fue la razón del envío del Hijo, y su finalidad única era salvar a todos los hombres. Con lo que queda excluida 198 toda intención negativa. El privilegio del pueblo judío ha terminado: la salvación está destinada a toda la humanidad. Una salvación que consiste en pasar de la muerte -de cualquiera de ellas- a la vida definitiva; que es posible a través de Jesús, imitando su vida. Toda responsabilidad negativa recae sobre el hombre, no sobre Dios. En el hombre son posibles dos actitudes: o se está a favor de Jesús o en contra; no existe la neutralidad. Ante el ofrecimiento del amor únicamente podemos responder a él o negándonos o aceptándolo con la propia actitud práctica. Dios no actúa como juez, sino como don de vida. Al dar a su Hijo, ofrece a la humanidad la plenitud de vida que está en El, dando a los hombres la posibilidad de hacerse hijos por una vida de amor como la suya. Dar la adhesión a Jesús como a "Hijo único de Dios" es creer en las posibilidades del hombre. 3. Las malas obras, causa de la incredulidad "Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas". La fe verdadera en Jesús lleva siempre unidas las buenas obras. Si las obras son malas, la fe es imposible. Este texto deja claro que son las malas obras la causa principal de la incredulidad. El pecado -el mal- es algo que, en el fondo, el hombre normal no quiere. Por ello, cuando pecamos, nos rodeamos de todo tipo de oscuridades, empezando por la oscuridad mental. Ninguno queremos identificamos, ni mentalmente, con lo que está mal. (El problema actual quizá sea distinguir qué es malo y qué es bueno. Parece que todo es relativo y subjetivo.) Los hombres que obran mal, odian la luz y huyen de ella para evitar que sus obras queden al descubierto al ser iluminadas. Y así, el texto identifica la incredulidad con una opción de mala fe. La tiniebla representa toda ideología opresora que sofoca la vida de los hombres. Todos tendemos a encubrir la parte negativa de nuestra vida, aquella que no queremos cambiar. Por eso nos defendemos y no dialogamos. Los que obran la verdad no tienen por qué huir de la luz, ya que ella no hará otra cosa que poner de manifiesto sus buenas obras. Tampoco nosotros ponemos dificultades en que salgan a la luz nuestras buenas obras. De las malas nos preocupa más que se sepan que el hacerlas. Esa es la causa de que seamos tan subjetivos en nuestras opiniones y en nuestras actuaciones. Es la propia conveniencia lo que buscamos normalmente en la vida. 199 Cristo nos coloca ante una alternativa: aceptar su luz en toda nuestra vida y con todas sus consecuencias -a El le llevó a la muerte en cruz, y no es el discípulo más que el maestro (Mt 10,24-25)- o trampear aceptando o rechazando según nos convenga. Unos creen, aceptan que la salvación-liberación viene de los otros, del Otro, y lo demuestran con el estilo de su vida compartida. Otros no creen, no tienen interés por ser libres, se bastan a sí mismos. La causa es clara: en el mundo está la luz, y por ella son atraídos todos los que por su manera de vivir, compartiendo lo que son y lo que tienen, se están encaminando hacia el Padre, aunque no lo sepan; y están los que llevan una vida cerrada en sí mismos, sin posibilidad de descubrir lo pequeño y egoísta que es su felicidad. Sólo los primeros están siendo capaces del nuevo nacimiento: nacimiento en medio de dificultades, de "dolores de parto" (Jn 16,21; Rom 8,22-23; Gál 4,19). Cristo es la luz (Jn 8,12). La luz no es la doctrina que expone, sino El mismo. El que cree en El -en todo lo que representa, aunque de El no haya oído ni hablar o sí le hayan hablado pero equivocadamente (muchos que han dejado la Iglesia)-, está en la luz, siempre que lo demuestre con sus obras, a pesar de sus pecados y limitaciones. El que lo sigue en su vivir no camina en tinieblas. También a éstos les llegará el rechazo de los que viven de espaldas a los demás, lo mismo que fue -y es- rechazado Jesús (Jn 15,20). Y es que la luz expone y denuncia la maldad oculta. La luz lo ilumina todo. Es ella la única norma y la que descubre la bondad o la maldad de las acciones. En una sociedad en la que todos obraran egoístamente, no habría problemas; hasta se llegaría a creer que así había que hacer. El problema surgiría cuando llegara alguien que obrara con desprendimiento. Esa sociedad, ante ese problema, tendría dos posibilidades o respuestas: o imitar la conducta del desinteresado o tratar de eliminarlo. La segunda es la más sencilla y la que se hace normalmente: no pide cambiar nada del propio modo de vivir. Un planteamiento parecido a éste es el que originó el asesinato de Jesús. Jesús nos invita a convertirnos en hijos de la luz. Lo seremos en la medida que vivamos el estilo de su vida. ¿Somos testigos del sentido de su vida? ¿O estamos dejando que cada hombre a nuestro alrededor viva en su noche y muera en su noche? Es doloroso que nosotros mismos, cristianos, vivamos sin saber salir de nuestra noche, vivamos sin dejamos iluminar por Cristo, vivamos sin acabar de decidirnos a seguirlo. Dios no quiere que el hombre perezca. ¡Quiere que viva! La muerte, todo lo que significa la muerte, no lo ha hecho Dios: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había creado..., día sexto" (Gén 1,31). Jesús lucha contra todas las muertes y las vence con la fuerza de su amor. Antes de su venida la humanidad estaba en tinieblas. Después, la mayoría de los hombres prefieren continuar en la muerte, renunciando a la plenitud de vida. Este es "el pecado del mundo" (Jn 1,29; Gén 3). La opción tiene un motivo: el modo de obrar perverso. Los opresores del hombre, a cualquier nivel, 200 no aceptan la luz-vida. Los causantes de muerte rechazan el ofrecimiento del amor de Dios. La opción por la tiniebla no se hace por el valor que tenga en sí misma, sino por el odio a la luz, que nace del miedo a ser desenmascarado. No se opta imparcialmente: existe una repulsa a la vida en aquel que es cómplice de la muerte. Se odia la bondad de la luz. La maldad no puede soportar el bien y pretende sofocarlo. Los causantes de injusticia y muerte no pueden soportar su denuncia. Muerte -tiniebla- es la injusticia, la mentira, el egoísmo, el odio, el aislamiento, el individualismo, la violencia, el vacío... y la muerte. Vida -luz- es la justicia, la fraternidad, la igualdad entre todos los hombres y todas las naciones, la verdad, la libertad, el amor, la amistad, la comunicación, la paz... y Dios, que quiere que el hombre tenga vida abundante, eterna, que participe de su misma vida. Y Dios es la vida en plenitud y para siempre. Este escoger entre vida y muerte, entre luz y tiniebla, lo vamos haciendo realidad en cada instante de nuestra vida. Vida que no es evasión, diversión, "escurrir el bulto", despreocuparse de la sociedad y de los demás, refugiarse en las religiones, aislarse, amasar riquezas para asegurar el futuro, cerrarse en la propia familia, negocios, trabajo... Vida que es amor, comunicación, don de sí, amistad, luz en medio de tanta tiniebla, esperarlo todo del Padre luchando por la igualdad de todos los hermanos: esperar en el Padre como si todo dependiera de El, y trabajar por el mundo nuevo como si todo dependiera de nosotros. Si el hombre se decide por la fe en Jesús, da comienzo a una nueva vida; pero si toma la decisión contraria, permanece en la tiniebla y en el pecado. La palabra de Dios, que es Jesús, se distingue de cualquier otra palabra humana en que únicamente El puede decir palabras cuya aceptación o rechazo son decisivos para dar la vida -luz- o la muerte -tiniebla-. El que acoge el mensaje de Jesús, rinde testimonio a la veracidad de Dios. Quien lo rechaza con las obras de su vida, sobre todo si dice que cree en Dios, hace de El un impostor. Entre Jesús y los demás profetas hay una diferencia radical: sólo El es la palabra de Dios. Si a los profetas se les debe prestar fe, ¡cuánto más a Jesús, que nos trae toda la verdad sugerida por el Espíritu! Todo lo que es Jesús se explica por el amor pleno y eterno que el Padre tiene al Hijo. Si en el Hijo habla y obra el Padre, es lógico pensar que el destino del hombre se decide de acuerdo con la actitud que adopte frente al Hijo. Está creyendo en Jesús el que está poniendo en práctica los valores del Reino, aunque personalmente crea que estos valores no están en la Iglesia, a causa del tremendo velo con que tapamos los cristianos a Jesús. ¿Nuestro conocimiento de Jesús es vivencial, experimental? ¿Se traduce en obras? ¿Cuáles? 201 Tenemos que renacer constantemente, porque la persona humana es una conquista. Nos vamos haciendo día a día en la fidelidad a los acontecimientos de cada momento. Nuestro mayor peligro es el de acostumbrarnos a las cosas, a las ideas, hasta el punto de poder llegar a no saber "ni de qué va". ¡Y hace tantos años que somos cristianos! Decía León Felipe que "cualquiera es capaz de enterrar a un muerto, menos un sepulturero". Sólo una opción personal y definitiva por todo el evangelio nos irá descubriendo el misterio de Cristo, el amor del Padre; irá haciendo en nosotros el hombre nuevo. El hombre que toma conciencia de su persona es el que puede empezar el camino hacia Dios y ayudar a otros a emprender ese camino. No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas; porque Dios no ofrece doctrinas, sino vida. Acercarse a la luz significa dar la propia adhesión a la vida que nos ofrece Dios en Jesús. Quien con su modo de obrar daña al hombre, odia a Jesús y le niega su adhesión, porque teme que se ponga de manifiesto su vileza. No se puede ser opresor del hombre ni de sí mismo y prestar asentimiento a Jesús; lo mismo que no se podía estar con el sistema judío y con Jesús. El hombre se define por sus obras. No existe amor si no se traduce en obras. Lo mismo la fe. Sólo con hombres dispuestos a amar hasta la muerte puede construirse la verdadera sociedad humana. 4. Conocemos a Dios a través de Jesús Algunos de los versículos finales de este pasaje se leen en la fiesta de la Santísima Trinidad, del ciclo A. Por eso trataré de ahondar en esta verdad fundamental de nuestra fe. La palabra "misterio" ha sido muy utilizada desde el principio por el cristianismo y también se emplea mucho ahora. Pero con sentidos muy distintos: cuando la decimos ahora, pensamos en un problema que no podemos entender; cuando la decían los primeros cristianos, querían expresar una realidad llena de vida. La Trinidad no es ningún rompecabezas, aunque con frecuencia nos dejamos atrapar por un problema de matemáticas, tan de moda en nuestra sociedad: uno igual a tres, que es imposible. No es con las matemáticas como podemos abordar este misterio. Hemos de afrontarlo desde un punto de vista existencial. El dogma no es un enunciado, sino un medio para ayudarnos a conocer la realidad. Cuando hablamos de la vida íntima de Dios estamos expresando, a la vez, la clave o la raíz de ser hombres en el mundo. Desde la experiencia del mundo en profundidad y de nosotros mismos, podemos llegar a rastrear a Dios (Rom 1,19-23). La Trinidad es para nosotros un misterio de salvación, de vida en plenitud. Dios es indefinible, impensable, respuesta total y auténtica a las aspiraciones de los hombres. Dios es lo 202 primero y lo último, lo profundo, el fundamento de todo lo que existe. No tenemos palabras para expresarlo. Es tan claro, que no hay pruebas. Es tan hondo, que no se ve con los ojos corporales. Es una llamada, una experiencia más seria que todas las demás. Es un acto de fe, una sugerencia aclaradora, una aventura y, a la vez, base de todo. A Dios lo vamos conociendo a través del Hijo. Y creemos que la comunidad de vida que es Dios es posible en nosotros, es una realidad en nosotros gracias al Espíritu. La Trinidad tiene que estar presente en cada momento de nuestra vida, porque es la vida del hombre. Sólo desde la Trinidad se nos aclaran todos los interrogantes que nos van surgiendo a través de nuestra vida: qué es vivir, por qué no podemos ser felices solos, por qué nos gustan muchas cosas pero ninguna nos llena, la sed de infinito y plenitud... Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. (1 Jn 4,7-8) ¿Quién de nosotros puede afirmar de verdad que ama? ¿No somos egoístas incluso cuando amamos? ¿Quién puede decir que ha puesto en común todo lo que es y todo lo que tiene? Entonces, ¿cómo "ver" a Dios? (Mt 5,8). Vivimos apoyados en la miseria de los pobres, edificamos sobre los que pasan hambre, nuestra comodidad es fruto de los que trabajan como esclavos, perdemos el tiempo de un modo lamentable, mientras tantos de nuestros hermanos necesitarían que les dedicáramos ese tiempo nuestro desperdiciado... ¿No estamos sordos ante el gemido de los que sufren, impasibles ante el silencio de los que se tienen que callar a la fuerza, insensibles ante los encarcelamientos por causa de la insoportable corrupción de nuestra sociedad, indiferentes ante los que nos niegan los derechos humanos más elementales? Nuestra vida no manifiesta amor. Estamos llenos de fariseísmo, de cultos, de palabras de Dios, mientras los que nos ven tienen que exclamar: ¡el Dios de los cristianos ya ha muerto! Jesús nos trajo la vida eterna. ¿Cómo pretendemos poseer la vida, si la hemos matado? Llegamos a llamar a la tiniebla luz y luz a la tiniebla. Escribimos un evangelio de burgueses satisfechos y nos creamos nuestro Dios, que es una grotesca caricatura del verdadero. Vivimos solos, desterrados, incapaces de aceptar a los otros, incapaces de hacer la igualdad, incapaces de crear un ámbito de libertad y de justicia. Los cristianos hemos arrasado demasiados valores para que podamos ver el futuro con optimismo. El mundo llamado cristiano es el principal culpable de la injusticia a escala mundial. Y del hambre. El mensaje cristiano que nos hemos fabricado está al margen del mundo; tenemos miedo al mundo de hoy y al futuro, a la novedad y al riesgo; dudamos de la fuerza transformadora del evangelio. Tenemos miedo porque carecemos de la fe en el Dios de Jesús. Nos dedicamos a transmitir normas y ritos en lugar de ser transmisores del amor universal. Buscamos en 203 ideologías o políticas -"cisternas rotas"- lo que hemos sido incapaces de encontrar en el evangelio. A pesar de todo, el amor de Dios está en el mundo, ofrecido. Dios sigue empeñado en salvarnos. Podemos volver del aislamiento y del destierro. ¿Seremos capaces de aceptar que el amor salve nuestras vidas? 5. Ser padre, hijo y espíritu a la vez es nuestra vocación Lo más importante para un cristiano es vivir en comunión con la vida de Dios, que es el misterio de la Trinidad. La relación de Dios con el mundo no puede ser más que de amor. Cuando el mundo se construye sobre el egoísmo, no puede invocar en su favor al Dios amor. Dios está en contra de la cerrazón, del repliegue sobre uno mismo, del aprovecharse de los otros, del deseo de apropiación, de la voluntad de poder, de la división, de los sistemas económicos que provocan hambre y marginación, de las opresiones, represiones y explotaciones humanas. Afirmar que Dios es amor nos obliga a aceptar al amor como el único móvil, único proyecto y única meta del mundo, de la sociedad y de uno mismo. El Dios del amor nos libera de la soledad al sentirnos habitados por el Padre, el Hijo y el Espíritu, cuando nos entregamos a la comunicación en la amistad fraterna. Para el cristiano, vivir es con-vivir, es amar. El encuentro del hombre con Dios es imposible si está separado del encuentro del hombre con el hombre. Sólo vivimos si convivimos, porque somos imagen de Dios trino, comunidad de amor. Sólo en comunidad somos signo en el mundo de nuestro Dios trinitario, y sólo en comunidad nos realizamos como personas verdaderas. El hombre auténtico, verdadero y completo, ese que es imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26), vive en tres dimensiones: vertical, horizontal y profunda. Es decir, vive con ideales o personas que están sobre él, a su alrededor y dentro de él. Por la dimensión vertical se pone en relación con lo que está sobre él: el padre, la madre... Reconoce los valores que están encarnados en ellos. De ahí brota la obediencia, el amor, la dependencia responsable... Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hijo. Si la rechaza radicalmente, se queda en adolescente, en una estéril rebeldía contra el padre y la madre, se debate en una protesta confusa y absurda, sin saber lo que realmente quiere. Por la dimensión horizontal se pone en relación con lo que está a su alrededor: hermanos, amigos, compañeros, todos sus semejantes... Los valores esenciales en esta dimensión son los de fraternidad e igualdad. Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hermano. Si la rechaza, se queda en un niño egoísta, cerrado en su pequeño mundo individual y caprichoso, únicamente preocupado de su propio bienestar, extraño a las exigencias del mundo que lo rodea, insensible a los problemas de la justicia. 204 Por la dimensión profunda, interior, entra en relación con lo que está dentro de sí mismo, entra en comunión con su propio ser. Es el mundo del alma, del espíritu, de la intuición, de la oración, de la creatividad... El hombre a este nivel descubre los valores de la reflexión, del silencio, de la libertad, de la contemplación, de la poesía, llega a las propias fuentes del ser, a las propias raíces... Se convierte en un ser espiritual. El ser espiritual no es una criatura que vive en las nubes, desencarnada; es el hombre verdaderamente profundo, auténtico. Las personas privadas de esta dimensión interior se condenan a la superficialidad, a la vanidad, a la agitación exterior, al ruido... Se quedan en la superficie de todo. El hombre completo debe vivir en relación con estas tres dimensiones, que debe aceptar y desarrollar simultáneamente. El que vive una sola dimensión será un hombre incompleto. Lo mismo el que vive dos. Así, el que es solamente "hijo" se inclina a asumir actitudes conservadoras, preocupado exclusivamente por mantener el orden o el desorden constituidos. No participará en las luchas por la justicia; no amará la novedad; no sabrá mirar hacia adelante. Tampoco dará importancia a los valores del espíritu. El que es solamente "hermano" -camarada se dice ahora; también compañero- se opondrá a los valores de disciplina, autoridad... y a los valores espirituales. El que se limita al ser "espiritual", considerará el propio mundo interior como una cómoda evasión de los compromisos concretos para la transformación del mundo. Será un "emboscado". El mundo actual parece que pretende presentar estas "dimensiones" como opuestas, en lugar de verlas como son en realidad: complementarias. ¿Qué tiene que ver todo esto con la Trinidad de Dios? El creyente se encuentra con Dios en tres dimensiones fundamentales. Vemos en el evangelio a un Dios que está sobre nosotros. Es el padre nuestro. Un padre lleno de amor, respetuoso con la libertad de sus hijos -no es paternalista, no da todo hecho-, siempre dispuesto a perdonar. También encontramos a un Dios que, en Jesús, ha tomado un rostro humano, fraterno. Un Dios que está a nuestro alrededor. Un Dios hermano nuestro: "Tuve hambre..." (Mt 25,31-46). Dios se encuentra también en la dimensión interior, en las profundidades de nuestro ser. Dios está "dentro" de nosotros. Decía san Agustín: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo". Y así, Dios es nuestro padre, nuestro hermano, nuestro espíritu. Lo vamos descubriendo en la medida que seamos hijos, hermanos y verdaderamente espirituales. En lugar de abordar el misterio de la Trinidad utilizando imágenes y comparaciones insuficientes y gastadas -como el famoso triángulo-, será más útil para nuestra vida reflexionar sobre la Trinidad en una perspectiva de comunión. Dios es una familia, una comunidad. Resultan así iluminadas nuestras relaciones humanas: seremos imagen de Dios siendo familia, siendo comunidad. Nunca solos, porque Dios es 205 comunión de personas. Son tres que comparten todo lo que son -y lo son todo-, realizando aquello que, para las personas que se aman, siempre será un sueño: sin dejar su ser personal, formar una comunidad en la que todos sean una misma cosa. Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Es Padre y sólo Padre. Es la vida, es el amor. "No sabe", "ni quiere", "ni puede" ser otra cosa. Por eso es Padre en plenitud: es el Padre. Y como consecuencia de su amor pleno, da todo al Hijo. Así el Hijo es igual al Padre. El Padre sólo se queda con el ser Padre. El resto es compartido con el Hijo. El Hijo es Hijo y sólo Hijo. Tampoco quiere ser otra cosa. Se entrega al Padre totalmente. Y así es Hijo en plenitud: es el Hijo. El amor compartido del Padre y del Hijo, esa comunicación total, esa amistad eterna, es el Espíritu, amor en plenitud. Dios es comunidad de amor y ha creado al hombre a su imagen y semejanza. También la creación entera es reflejo de este Dios amor. Cada uno de nosotros y cada familia, grupo y comunidad, tenemos que ser reflejo de este Dios trino. Cada uno de nosotros tenemos que ser padres y sólo padres. Lo somos cuando damos vida, cuando vivimos para los otros y en la medida en que lo hacemos. Cuando colaboramos en la realización personal de los que nos rodean. Y esto aunque se sea muy joven. Pero somos tantas cosas, que para ser padres no nos queda tiempo: la profesión, alcanzar una posición, ser más que los otros... La preocupación por el mañana, que impide vivir el presente con intensidad. Los pájaros, los lirios, toda la creación... trabaja duramente y vive al día, no se inquieta por el mañana (Mt 6,25-34). A la mayoría de los hombres y mujeres no les queda tiempo para lo fundamental: ser padres o madres. Limitan su paternidad a traer hijos al mundo y alimentarlos, olvidando la otra paternidad, de la que son signo los célibes y las vírgenes. Muchas personas son más hijos de otros que de sus padres, porque han recibido más de ellos: amor, ideales, apoyo, comunicación, amistad, libertad, paz... ¿Por qué son tan distintos los hijos de lo que los padres desean? Muchos padres es imposible que hagan de sus hijos personas de bien, porque no lo son ellos. Y nadie da lo que no tiene. Dicen que es la felicidad lo único que se puede comunicar aunque no se posea. Los padres pueden decir que con ser padres no se come, que tienen que trabajar duro, descansar de ese trabajo en la taberna o donde sea... Y es verdad, hay que trabajar. Pero como medio, como necesidad y consecuencia de ser padres y siempre desde la perspectiva de la paternidad. Nunca para acumular, para subir, para darse importancia, o como refugio por no saber qué hacer con las horas libres. 206 Cada uno de nosotros tenemos que ser hijos y sólo hijos. Aunque seamos muy mayores. Cuando dejamos de ser hijos nos destruimos. Somos hijos cuando aceptamos la vida que nos viene de los otros y del Otro, cuando nuestra comida es hacer la voluntad del Padre, como Jesús (Jn 4,34). Pero con frecuencia somos todo menos hijos: autosuficientes, individualistas... De ahí nuestra insatisfacción. ¿Por qué los hijos saben tan pocas cosas de sus padres y les demuestran tan poco el amor? Viven, normalmente, demasiado dentro de sí mismos, dándose gusto, temiendo perder una personalidad imposible de lograr solos. Esa es la razón de ese descarado egoísmo que manifiestan tantas veces en las relaciones con los padres y con los demás. Dirán los hijos que tienen amigos, proyectos, cosas que hacer. Y es verdad. Pero todo lo que hagamos, todas nuestras ilusiones, tenemos que realizarlas desde la óptica de sentirnos hijos y sólo hijos, porque sólo dentro de esa filiación es posible llegar a sentirse hijos del único Padre verdadero. ¿Cómo sentirnos hijos de Dios, a quien no vemos, sino a través de sentirnos hijos de los hombres? A Jesús -¿por esto?- le gustaba llamarse "Hijo del Hombre". Cada uno de nosotros tenemos que ser espíritu y sólo espíritu. Lo somos cuando damos "calor", amor a todo lo que nos rodea, cuando tratamos de unir a todas las personas que viven a nuestro alrededor. Pero en lugar de ser acogedores, en lugar de dar, solemos exigir una respuesta a los demás antes de dar nosotros. ¿Cómo dar amor, unión, acogida... a personas tan difíciles en la familia, grupo o comunidad? Pues dándolo sin pedir nada a cambio, a fondo perdido, como hace un padre de verdad; como hace el Padre. Recibiéndolo sin poner trabas, como hace un hijo; como hizo el Hijo. Nuestra misión es sembrar. El fruto no depende de nosotros. Todos los que nos rodean son Dios trino al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón. Si creemos en ellos, si los amamos, creemos y amamos a Dios. Lo demás son disculpas, ganas de complicar las cosas para no comprometernos. Cada familia tiene que vivir todo esto para llegar a la plenitud. Lo mismo cada grupo y cada comunidad. Es más, nadie puede ser padre, hijo y espíritu si no es dentro de un grupo, familia o comunidad. De otra forma, ¿cómo y a quién podría dar vida el padre?, ¿cómo y de quién podría recibir vida el hijo?, ¿cómo y dónde puede ser centro de unión, de amor, de calor, de acogida, el espíritu? Cuando en un grupo se está a gusto, se siente amor, acogida, es fruto del espíritu que está en sus miembros. Cuando en un grupo se recibe algo, se crece personalmente, es fruto de la paternidad, de ese dar vida que está en sus miembros. Cuando en un grupo se nota interés por recibir, deseo de más, necesidad de los otros, es fruto de la filiación, de la dependencia, de la "niñez" -"infancia espiritual"- que existe entre sus miembros. 207 Ser padre y sólo padre, ser hijo y sólo hijo, ser espíritu y sólo espíritu, es el camino del hombre. Y se puede ser a la vez: el padre verdadero es a la vez hijo y espíritu; da vida y la recibe porque ama. Lo mismo el hijo. El espíritu, el amor, está siempre abierto de par en par a todo lo verdadero que le rodea. Ser padre, ser hijo, ser espíritu a la vez, es nuestra vocación de hombres. No tenemos otra cosa que aprender porque es la perfección. Este es el camino del hombre, es el camino de las comunidades cristianas. De esta forma, el misterio más grande se convierte en el misterio más fecundo, que se experimenta en la vida de cada persona que va profundizando, que va viviendo; y en cada comunidad que lo va siendo de verdad y en la medida en que lo vaya siendo. 208 Encuentro con la samaritana Tenía que pasar por Samaria. Llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. - Era alrededor del mediodía. Llegó una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: -Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) La samaritana le dice: -¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. La mujer le dice: -Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le contesta: -El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que bebe del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. La mujer le dice: -Señor, dame esa agua: así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla. El le dice: -Anda, llama a tu marido y vuelve. La mujer le contesta: -No tengo marido. Jesús le dice: -Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad. La mujer le dice: -Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. Jesús le dice: -Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. La mujer le dice: -Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo. Jesús le dice: -Soy yo: el que habla contigo. En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: -V e n id a v e r a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías? Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto, sus discípulos le insistían: 209 -Maestro, come. El les dijo: -Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis. Los discípulos comentaban entre ellos: -¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: -Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: "Uno siembra y otro siega”. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho". Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: -Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo. (Jn 4,4-42) El episodio de la samaritana, junto con el del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41) y la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45), sirvieron de base a la Iglesia durante siglos para su catequesis más importante: la preparación de los catecúmenos para su bautismo en la vigilia pascual. Se leen, en el ciclo A, los domingos anteriores a la Pascua (tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, respectivamente). En los tres tenemos un mismo itinerario: del agua del pozo de Jacob al agua viva para la eternidad; de la luz para los ojos a la luz de la fe; de la muerte a la vida que surge del sepulcro. También hoy deberían ser los textos básicos para la preparación de los cristianos a la celebración de la Pascua. Estos pasajes parten de hechos de vida, de la realidad humana más honda. Hay siempre en ellos un diálogo y una interpelación personal. Un diálogo que se basa en "signos" que es preciso saber "leer" para descubrir todo el contenido significado en ellos. Un diálogo que siempre desemboca en el descubrimiento de Jesús como respuesta a las más hondas aspiraciones humanas. 1. Situación religiosa de Samaria La envidia de los fariseos ha obligado a Jesús a suspender sus actividades en Judea. Y regresa a Galilea. Este texto describe la buena acogida hecha a Jesús en Samaria -región heterodoxa y despreciada-, en contraste con el rechazo de los dirigentes de Judea. Es una constante en toda la vida de Jesús: rechazado por los "buenos" y aceptado por los "pecadores". 210 Unos setecientos años antes de Jesús, los asirios habían invadido Samaria y deportado a parte de la población. Poblaron la región con habitantes de Asiria. Los samaritanos eran los descendientes del cruce de las razas asiria y hebrea. Además, hacía unos cuatro siglos que la comunidad samaritana se había separado definitivamente de la comunidad judía y construido su propio templo sobre el monte Garizín -monte santo de los samaritanos-, rival del de Jerusalén. Un sacerdote, expulsado por Esdras, se había refugiado en Siquén e instituido un culto y un sacerdocio en ese templo. Al hacerse la ruptura definitiva, los samaritanos fueron tenidos por cismáticos. Aunque el templo estaba destruido en tiempos de Jesús (lo había destruido el año 129 antes de Cristo el rey judío Juan Hircano), su cima seguía siendo lugar de culto y allí subían los samaritanos a rezar y a hacer sus sacrificios. Aun hoy los samaritanos celebran en dicha cima todos los años la fiesta pascual, siguiendo al pie de la letra las normas bíblicas. Enfrente del Garizín está el monte Ebal, el monte de las maldiciones. En medio de ambos, Sicar y el pozo de Jacob. El tema central es el del Espíritu, simbolizado en el "agua viva". El Espíritu, que establece con Dios una relación de amor. Los antiguos cultos y templos ya no serán necesarios. 2. Conocer el don de Dios es apuntarse al camino de Jesús "Tenía que pasar por Samaria". Aunque era el camino más corto, podía haberlo evitado pasando por la Transjordania, por el valle del Jordán arriba. Esta ruta era la más incómoda, sobre todo por el calor sofocante de este valle. Por eso, la mayoría de los que hacían el recorrido se decidían por la montaña, a pesar de las hostilidades existentes entre los judíos y los samaritanos. Elige, pues, la ruta más corriente para pasar de Judea, situada al sur, a Galilea, región del norte. Pasa por Samaria porque era necesario para su misión mesiánica. La nueva Alianza se dirige a toda la humanidad. Llega a este país enfrentado con los judíos, que consideraban a los samaritanos como una raza inferior. Cuando más adelante quieran insultarlo, lo llamarán "samaritano" (Jn 8,48). El proceso de la mujer samaritana es un camino típico hacia la fe: la mujer se siente conocida, pero intenta desviar el encuentro hacia temas secundarios, huyendo del planteamiento personal. Todos tememos los planteamientos personales, porque llevan necesariamente a compromisos imprevisibles y costosos. Sin embargo, el camino de la fe pasa necesariamente por el planteamiento y la aceptación de los problemas personales, porque existe una profunda relación entre conocernos personalmente y amarnos, entre ser conocidos y sentirnos amados. De este sentirnos amados nace la posibilidad de abrirnos al don que Dios nos ofrece por Jesús. Don ofrecido sin otra condición previa que el reconocer que tenemos necesidad de El, que lo anhelamos. 211 Conocemos perfectamente el lugar del encuentro de Jesús con la samaritana. No hay otro "pozo hondo" en toda la región. Los patriarcas eran nómadas que iban de un lugar a otro con sus familias y ganados. Algunos de ellos habían cavado pozos para servirse de ellos en sus idas y venidas. Así lo hicieron Abrahán (Gén 26,15-22) y Jacob, según este texto. Aquel pozo, según datos arqueológicos estuvo en uso desde el año 1000 antes de Cristo hasta el 500 de nuestra era. Juan nos va a describir el encuentro con abundancia de detalles. Todo es normal: mediodía, la hora de la sed; después de un largo viaje, Jesús está cansado y tiene sed; llega una mujer a buscar agua. Si hubiéramos vivido algún verano en Palestina y caminado con temperaturas superiores a los cuarenta grados sin encontrar agua durante muchos kilómetros, no necesitaríamos ninguna imaginación para comprender esta narración. Para lo que sí necesitaremos imaginación es para comprender el doble significado del agua y el simbolismo que encarna la mujer. Está "cansado del camino". Es el resultado de la siembra que está haciendo. Su vida es un continuo caminar hacia adelante. Lo mismo debe ser la nuestra. El "manantial", símbolo de las instituciones judías, va a ser sustituido definitivamente por la persona de Jesús "sentado junto al manantial". La mujer samaritana, representante de Samaria, se encuentra con el Mesías. Jesús comienza la conversación: "Dame de beber". Un buen medio para captar la benevolencia del enemigo es acercarse a él en actitud de petición. La humillación que supone pedir elimina las barreras y predispone para un posible diálogo. Es lo que hace Jesús en esta ocasión: pide agua, tiene necesidad de los demás; todos podemos darle algo. Por ser hombre, tiene sed y es, así, solidario con las necesidades de todos los hombres. Pide una muestra de solidaridad humana; esa solidaridad que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y religiosas. Dar agua era señal de acogida y hospitalidad. Jesús ha derribado la barrera que los separaba. Se presenta como un hombre necesitado, en situación de dependencia, reconociendo que ella puede ofrecerle algo indispensable. Con ello dignifica a la mujer, tan menospreciada en aquella época. La mujer saborea una venganza en nombre de todos sus paisanos. Un judío tiene necesidad de algo, y ella, samaritana, se aprovecha humillando a aquel peregrino sediento: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Desaparecen el hombre y la mujer para dar paso al judío y a la samaritana, para dar paso a los prejuicios de razas, causantes de gran parte de los conflictos que han ensangrentado la historia de la humanidad. Mientras su sed corporal la saciaba con el agua del pozo su sed del espíritu pretendía acallarla con el odio y el resentimiento. Simboliza a los que buscan saciarse con posturas egoístas y en una religión cerrada y polémica. Jesús no se fija en la provocación, no acepta el diálogo en el plano del enfrentamiento ni de las puyas. Escucha el desahogo de la mujer. Sabe que, con frecuencia, es una careta que esconde 212 un profundo sufrimiento. Y se limita a responder con cierto tono misterioso: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". Le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mayor que el suyo. El está libre de todo prejuicio. El agua viva no brota de la tierra; es, en Jesús, un don del Padre, una vida eterna. La mujer no conoce más agua que la del pozo y piensa que el agua ha de extraerse con el esfuerzo humano. No conoce, ni se imagina, un don gratuito de Dios. No está preparada para este giro en la conversación. Jesús se convierte en donante. La mujer se da cuenta de lo difícil que es sostener su juego con aquel desconocido. Ha entendido tres cosas: éste se cree alguien, y le llama "señor"; tiene que poseer algún secreto importante; presume de poder sacar agua del pozo. Y le responde en los tres puntos: "¿eres tú más importante que nuestro padre Jacob?", "¿de dónde sacas el agua viva?", ¿con qué vas a sacar el agua? Jesús la ayuda a dar un paso más hacia la verdad: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed". Sin afirmar explícitamente su superioridad sobre Jacob, la da a entender. No quita valor al agua del pozo; se limita a declarar su insuficiencia. El agua del pozo de Jacob podía apagar la sed física. Jesús le ofrece un agua de otra naturaleza, un agua que puede satisfacer las exigencias más profundas del corazón humano. El lenguaje, simbólico, es claramente existencial. Sólo quien haya experimentado la sed del desierto puede entender que el agua sea el don más preciado, el símbolo de lo único que al hombre puede satisfacer plenamente. La insaciable sed humana no tiene pozos suficientes para saciarse. En cada pozo de agua nos llevamos a la boca un ardiente desierto, aunque estemos convencidos que tenemos suficiente frescura y humedad para vivir. Jesús nos plantea la desproporción entre la sed del hombre y las posibilidades que ofrecen las criaturas y la sociedad para apagarla. El corazón del hombre ha sido creado demasiado grande, y todas las posibilidades que nos ofrece la sociedad nos dejan un enorme vacío, que está necesitando de algo infinito para llenarlo. El agua que nos ofrecen todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo solamente nos pueden calmar de momento la sed. Pero la sed de infinito aparece cada vez con más insistencia y nos exige un agua superior para acallarla. Frente a las propuestas humanas, Jesús nos presenta también las suyas. Al agua del pozo propone el agua que brota para la vida eterna. Un agua que bastará beber una vez para que la sed se calme para siempre, porque el Espíritu quedará interiorizado en el hombre. Es el "nuevo nacimiento", desarrollado en la entrevista con Nicodemo (Jn 3,1-21). Jesús no condena nuestras pobres alegrías; lo que hace es proponernos algo mejor, más definitivo. Y este algo tiene que brotar de dentro, porque las ilusiones, el deseo de infinito, lo tenemos dentro de nosotros y dentro tenemos que descubrirlo. 213 Nos quedaríamos lejos de lo que es la fe si nos limitáramos a un encuentro con Jesús como con Alguien que está fuera de nosotros. Es fundamental su afirmación: "El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". El Espíritu que El comunica se convierte dentro de cada hombre en un manantial que brota continuamente y que continuamente da vida y fecundidad, un manantial que va desarrollando a cada uno en su verdadera dimensión humana. La vida verdadera, la que sacia el corazón humano, no está fuera del hombre: brota de sí mismo. Jesús no nos proporciona el agua viva desde el exterior: nos descubre a cada uno el misterio de nuestra personalidad, nos revela a nosotros mismos. Este descubrimiento es el que se va dibujando en sus palabras, con las que progresivamente va desvelando a la samaritana quién es ella. Por eso no habla del agua viva más que a una persona que busca agua y a la que antes le ha pedido que dé de beber a un enemigo. La personalidad de Jesús, su agua viva, no la captan más que los hombres que buscan, para sí y para los demás, "agua" que sacie sus vidas. Es inútil discutir sobre Jesús con gente que no busca nada, que no se ha comprometido con lo profano. Porque Jesús no está por encima ni al margen de lo profano; está dentro y más allá. Deberíamos leer lenta y contemplativamente este pasaje evangélico. También nosotros hemos encontrado a Jesús en nuestro camino, cuando estábamos muy ocupados en las tareas cotidianas, como la samaritana que iba a sacar agua. Y, como ella, tampoco nosotros nos habríamos dado cuenta de su presencia junto al manantial que todos tenemos dentro, si El no nos hubiera llamado y sorprendido al decirnos que quería algo de nosotros. Lo que nos hace creer no es ningún gran esfuerzo nuestro, ni nuestra sensatez, ni nuestra inteligencia, ni nuestra bondad. Creemos porque hay Alguien dentro de nosotros que nos impulsa a ello, creemos aunque no lo sepamos explicar y a veces pensemos que estamos perdiendo el tiempo. Creemos, en definitiva, porque Jesús se ha cruzado en nuestro camino y ha querido entrar en contacto con nosotros. Con su promesa de vida, Jesús ha despertado el anhelo de la mujer, que se declara dispuesta a abandonar para siempre el pozo de la ley y de la tradición que no ha conseguido calmar sus deseos. Su reacción es opuesta a la de Nicodemo. Ella, rompiendo con el pasado, quiere nacer de nuevo: "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla". En lo más emocionante de la comedia en que hemos convertido la vida, damos una nota fuera de tono, quizá la única nota verdadera, la que encierra más autenticidad. Nuestro yo más profundo, más verdadero, cansado de soportar la farsa que recita a gusto del público, lanza un grito de dolor... La mujer ha pedido el "agua viva" y Jesús no la dejará escapar. Se han cambiado las tornas: ella le pide a El. Al principio expuso Jesús su necesidad física, común a todo hombre, y se ofrece ahora para calmar la sed de la vida plena. La fe en Jesús no llega a ser verdadera si cada uno, personal y libremente, no entra en relación con El. Es en ese encuentro personal donde podemos intuir la vida plena que encarna. 214 También la mujer tenía sed y está cansada de ir a un pozo que no se la calma. Su pensamiento se dirige a la fatiga de cada día para ir a buscar agua. El agua que le ofrece Jesús es una bicoca. Dámela y me ahorrarás todo este trabajo de venir al pozo. No acaba de entender lo referente al Espíritu. Lo interpreta de la misma manera que nosotros. También nosotros le pedimos a Jesús esa "agua viva", esa agua que es vida y hace vivir. También nosotros nos hemos apuntado a su camino, queremos llenarnos de su amor, hemos creído que merecía la pena seguirle, le hemos pedido que nos enseñe a vivir como El vivió, que nos dé su fuerza, su amor, su paz, su libertad, su vida. Animados por su "agua viva", intentamos vivir como hombres nuevos. Como la samaritana, también nosotros nos hemos encontrado con Jesús y hemos experimentado que su presencia nos daba felicidad, nos hacía crecer, daba sentido a nuestra vida y a nuestra muerte... Y creemos que durará siempre. Es la tentación del "milagro" (Mt 4,5-7; Lc 4,9-12). Pero hay momentos en los que, de repente, volvemos a tener sed. Quizá lo disimulamos durante algún tiempo, usando esas caretas del disimulo a las que somos tan aficionados los hombres. Pero, con careta o sin ella, aparece nuestro rostro verdadero surcado de insatisfacciones. Todos sabemos lo difícil que resulta mantener la ilusión en las tareas que piden un esfuerzo constante; todos sabemos que en ciertos momentos es difícil no echarse atrás, no abandonar la lucha. A veces lo abandonaríamos todo, nos sentaríamos al borde del camino, sobre todo cuando los que tienen la obligación de apoyarnos nos vuelven la espalda. La fuente que tenemos dentro de nosotros puede secarse. En nuestros desalientos, en nuestras dudas necesitamos recurrir una y otra vez a Jesús, fuente inagotable de nuestra vida. La samaritana pide ayuda, pide de esa agua. Y Jesús le da su ayuda inmediatamente: "Anda, llama a tu marido y vuelve". Jesús ha ofrecido el "agua viva"; sólo después de haber despertado el anhelo denuncia el mal. Primero expone la calidad de su don, luego señala los obstáculos para recibirlo. Comienza con lo positivo; su denuncia no deja a nadie desamparado. No pide una ruptura que deje en el vacío. La samaritana y Jesús están situados en dos planos, en dos mundos distintos. Poco a poco la mujer se irá acercando a Jesús, comenzando a creer, a vivir de esa novedad que Jesús le insinúa. Jesús ha tocado su problema, su pena. Después que sienta su problema, podrá acoger el evangelio. La mujer comienza su confesión: "No tengo marido". Jesús la ayuda: "Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad". Su vida ni es ejemplar ni feliz: ligereza, inestabilidad, desilusiones dadas y recibidas... Todos los del pueblo conocen su historia. Pero este desconocido ha venido ahora a dejar al descubierto su corazón y su vida de miseria. 215 El primer paso para acceder al agua viva es la sinceridad con nosotros mismos. Es el paso más difícil: esa sutil y alta barrera que nos impide ver más allá de lo que queremos ver. Para alimentar esta barrera nos permitimos todo: cerrar los ojos, no escuchar, ponernos la máscara que oculte nuestra insatisfacción, aferrarnos a ritos... Todos tenemos nuestra forma de mentirnos a nosotros mismos. Todos tenemos miedo a nuestra verdad desnuda. La samaritana es símbolo de Samaria. Los cinco maridos y el actual, pueden describir el pasado y el presente irregulares de aquella mujer; y pueden ser también símbolo de los samaritanos, que tuvieron cinco dioses, y el que actualmente tienen -Yahvé-, lo tienen de forma ilegítima (ver 2 Re 17,30-33). El marido representa la búsqueda de seguridades opuestas al designio de Dios, toda alianza contraria a la suya, la pretensión engañosa de encontrar solución fuera de El, todo aquello a lo que nos atamos como un refugio a nuestra debilidad y mediocridad. Esta mujer buscaba en el marido lo que no encontraba dentro de sí misma. Pero el marido no le podía dar lo que buscaba su corazón; por eso reconoció que no tenía marido, que su felicidad era totalmente artificial. Samaria había traicionado a Dios, el Esposo del pueblo, buscando otros apoyos. Pero no había apagado su sed, traducida en esa búsqueda incesante de maridos, que no la habían llevado al encuentro del único Dios. El agua que le dé Jesús satisfará su sed, será el encuentro definitivo con el Dios verdadero. Ante la petición de agua por parte de la mujer, Jesús la invita a tomar conciencia de su vida y culto prostituidos. Esto explica que ella pase a continuación al tema de los templos. 3. Dios quiere adoradores "en espíritu y verdad" "Señor, veo que tú eres un profeta". La presencia de este desconocido que ha leído en su corazón se le hace cada vez más inquietante. Y procura desviar la conversación hacia controversias religiosas. Sus esquemas religiosos están anticuados. Le plantea a Jesús la gran cuestión que dividía a los dos pueblos: ¿Dónde se debe adorar a Dios? Cuestión que sigue dividiendo a los creyentes de todas las religiones y que Jesús zanjó con su respuesta. Siempre buscamos una escapatoria para evitar una decisión personal, una decisión revolucionaria y radical. Ciertas dificultades intelectuales, ciertas teorías, no son más que una coartada para no rendirnos ante Dios o ante una evidencia. Muchas veces charlamos o discutimos porque no queremos o no sabemos decidirnos a vivir. Es muy difícil convertirse. Es muy difícil comprometerse. Es muy difícil dar un salto en el vacío. Por eso inventamos tantas pegas, nos sacamos de la manga tantas leyes. Las tentaciones de Dios resultan mucho más peligrosas y comprometidas que las del "diablo". 216 ¿Hay que adorar a Dios en el Garizín o en Jerusalén? Jesús se sitúa por encima, resuelve el problema colocándose en otro plano, abriendo unos horizontes insospechados. Los hombres pensamos con frecuencia que resolvemos las controversias eliminando motivos superficiales, sin tener en cuenta que es necesario afrontar las causas profundas que están en su origen si queremos arreglar algo. Si Dios estuviera fuera del hombre, en una montaña o en un templo, en un río o en una gruta..., ese Dios estaría muerto. Y lo mismo el culto y los ritos que se le ofrecieran y los adoradores que los celebraran. Los hombres no podemos estar al servicio de las piedras ni de los ritos. Dejémonos de lugares sagrados y de discutir si Dios está en nuestra religión más que en las otras... Dios busca la verdad del corazón humano, y todo culto o fe que no nace de ese corazón verdadero es un culto y una fe muertos. Dios se manifiesta en el hombre que vive el amor universal. Si Dios tiene su casa y su altar en el corazón del hombre sincero, ¿quién le pondrá límites? ¿Podremos decir que adoramos a Dios sólo porque nuestros labios pronuncien su nombre o nuestras manos hagan gestos religiosos? ¿Valdrán de algo nuestras ofrendas si nuestro corazón es ajeno a ellas? El templo, los ritos..., no tienen valor en sí mismos; lo adquieren cuando expresan la sinceridad del corazón humano. Si no hay "cuerpo" entregado, si no hay "sangre" derramada, no hay culto de vida. La desviación de la conversación hacia los lugares de culto sirve a Jesús para abrir caminos hacia el Dios verdadero; y lo hace con las palabras más revolucionarias de todo el Nuevo Testamento sobre el culto. Ahonda en las exigencias de la antigua controversia: "... los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad". No se trata de elegir entre el culto samaritano o el culto judío, porque ambos están prostituidos. Ha terminado la época de los templos. Denuncia la idolatría de los samaritanos: el único Dios verdadero es Aquel a quien está dedicado el templo de Jerusalén. Por eso le dice que la salvación sale de la comunidad judía. El verdadero culto a Dios suprimirá el culto samaritano y el judío, para sustituirlo por un culto nuevo: el culto en espíritu y verdad, que es el culto del amor. El Padre busca esos adoradores porque busca el bien del hombre, y el amor es el bien supremo. Un culto a Dios que dejará de ser vertical, porque El está presente dentro del hombre por el Espíritu. El Padre y Jesús son compañeros de vida del que practica el amor. El culto antiguo exigía del hombre una renuncia a bienes exteriores; era una humillación del hombre ante un Dios soberano. El nuevo culto, lejos de humillarlo, lo eleva, haciéndolo cada vez más semejante al Padre. Consiste en testimoniar que Dios es Padre con una vida de verdaderos hijos suyos y hermanos de todos los hombres. ¿Cómo ser verdaderos hijos sin ser, a la vez, hermanos? Dios no espera dones; busca amor. 217 Con frecuencia estamos inquietos por los lugares de culto: que si en la iglesia, que si fuera de ella. Buscamos lugares, sitios en los que recuperar fuerzas, evadirnos, encontrar otra realidad... Nuestra sociedad moderna está llena de discotecas, de lugares de diversión y de evasión... Pero ¿dan la felicidad? Jesús nos dice que el Padre quiere adoradores "en espíritu y verdad". Y a esos adoradores les promete el "agua viva", les promete saciar la sed de infinito que vive dentro del corazón humano. Al llamar "Padre" a Dios, lo hace pasar de la esfera de lo sagrado a la de la familia. Se propone formar la familia humana. Jesús derrumba los templos, los sacrificios, las fiestas establecidas, los espacios y los tiempos sagrados. La existencia misma, dedicada al bien de los demás, es el culto al Padre, que vive con el hombre. Entre Jesús y la samaritana, en medio de la naturaleza, nace un culto verdadero. Para reconocerlo tenemos que tener una nueva sensibilidad. El Espíritu de Dios, que fecunda y da vida, que es fuente de verdad, de amor, de justicia, de libertad, de esperanza, de paz..., está dentro de nosotros como "un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". Para nosotros, creyentes, la fe es una opción hecha. Vivimos creyendo que el Espíritu es un "surtidor de vida dentro de nosotros". Actuar en consecuencia es obrar "en espíritu y verdad", es obrar en cristiano. El templo, las religiones, dividen a los hombres. Y Jesús nos hace descubrir a Alguien por encima del templo y de los montes sagrados y de las religiones: al Padre. A la religión exterior, a la teología superficial que le presenta la samaritana, responde con la religión interior del amor. No es que quiera excluir lo exterior, sino que quiere fundamentarlo en lo interior. No se trata de una religión desencarnada, sino de una religión cuyo centro no está ya en Jerusalén ni en su templo, sino en el corazón de cada hombre. Los verdaderos adoradores tienen que adorar: en espíritu, con esa parte de nosotros mismos que nos acerca más a Dios, que es el Espíritu; en verdad, porque Dios es la verdad. De esta forma quedan excluidas todas las hipocresías religiosas, que son muchas. Y quedan unidas la fe y la vida. Se pasa del templo de piedras al templo de piedras vivas. Los hombres nos hacemos lugar de Dios. Y nos hacemos también sacerdotes, sacrificadores de nosotros mismos, a través de nuestra adhesión al plan de amor del Padre sobre toda la creación. No sólo de nuestras cosas externas, sino de nuestra misma vida, dirigida plenamente a Dios por la fe y el amor. Lo único que Dios quiere de nosotros, que no lo tendrá si nosotros no se lo damos porque no quiere tomarlo sin nuestro consentimiento, es nuestro corazón, a nosotros mismos, personas vivas, creadas a su imagen y semejanza. Dios es "celoso" de su propia imagen, esculpida en cada uno de nosotros. Nos quiere a través de una decisión espontánea y libre. De esta forma empieza el culto "en espíritu y verdad”: 218 El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. (Jn 14,23) Es inútil toda reforma litúrgica en la Iglesia si no partimos de estas palabras de Jesús. La gran reforma litúrgica del culto es la que se dirige al interior del hombre y no a las formas externas. Quizá la mujer no entendió, o quizá buscaba ganar tiempo dejando para más adelante los compromisos a que le llevaría esta entrevista, y deja para la llegada del Mesías el paso decisivo. Se muestra dispuesta a aceptarlo cuando llegue. Ante su apertura al futuro y su esperanza, Jesús se le revela: "Soy yo: el que habla contigo". Jesús ha ido siguiendo a la mujer, que saltaba de un pensamiento a otro, de una argumentación a otra. A cada una de sus ideas ha respondido con una imagen superior. Ahora llega a la conclusión. La revelación ha sido completa. Su modo de actuar es muy extraño: a una mujer repudiada por cinco maridos y que ahora es concubina de un sexto, le hace Jesús su gran revelación. Con la "esposa" Israel no ha podido hacerlo. Y eso que El es el esposo. 4. "La mujer dejó el cántaro y se fue al pueblo..." "Llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer". La conversación de un rabino con una mujer era considerada como no recomendable. No debía perder el tiempo hablando con ellas, pero no había ninguna ley que lo prohibiera. Los rabinos creían que era tiempo perdido enseñar a las mujeres y decían que era mejor "quemar las palabras de la ley que perder el tiempo enseñándolas a una mujer". Pero Jesús no fue a la escuela de los rabinos, e hizo bien en perder así el tiempo. Los apóstoles se extrañan porque no han superado la discriminación de la mujer en aquella sociedad. Al llegar los discípulos con la comida, la mujer aprovecha y se va. Su respuesta de fe al Mesías es romper con la ley: "Dejó su cántaro", imagen de la ley y que era su conexión con el pozo; dejó su forma vieja de entender la fe. Al contrario que Nicodemo, ha entendido perfectamente. Corre a la ciudad a comunicar a todos sus paisanos su descubrimiento. No lo describe como un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación de razas y de sexos. Es "un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho". Jesús le ha descubierto su pasado y ella ha reconocido su adulterio. No publica los temas de su conversación; se limita a sacudir la indiferencia, a suscitar el interés. Propone su mensaje en forma interrogativa: "¿Será éste el Mesías?" Quiere que cada uno, como ella, llegue a su conclusión personal; cada uno debe verlo con sus propios ojos. El encuentro tiene que ser personal. El comportamiento de la mujer es parecido al de los discípulos cuando encontraron a Jesús: Andrés fue a buscar a su hermano Simón; Felipe, a Natanael (Jn 1,41-45). Ella va al pueblo y anuncia. 219 La respuesta de los habitantes es unánime e inmediata. Todos estaban sedientos y van en busca del "agua viva". Ante un futuro de esperanza, todos responden. Lo mismo que la mujer, son conscientes de que les falta algo esencial. Jesús, al verla volver acompañada de sus paisanos, tuvo que experimentar una gran emoción. Los apóstoles, que habían ido también al pueblo, no supieron plantear el interrogante que logró aquella mujer. ¿Habían perdido el primer entusiasmo y se habían acostumbrado al maestro? Nuestro gozo no puede quedar dentro de nosotros. A través de todo cuanto hacemos y decimos debemos comunicarlo a las personas que nos rodean, porque realmente merece la pena. Pero debemos tener claro que esa comunicación no es una empresa que nos montamos por nuestra cuenta. Incluso una mujer como la samaritana es considerada idónea para transmitirlo. Todo cuanto hacemos debe estar marcado por la presencia de Jesús. La mujer no juega a hacer de Mesías. Se limita a conducir a Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles su propio y doloroso testimonio. Jesús hará lo demás. Después de haber provocado el encuentro de sus paisanos con Jesús, ella puede retirarse. Cuando nos empeñamos en estar en el candelero, acabamos por servir de pantalla, tapando al personaje principal. Los discípulos invitan a Jesús a comer, pero El no acepta su comida. Jesús les va a exponer dónde encuentra el hombre la vida verdadera. Los discípulos no entienden nada; les falta sensibilidad. No entienden que el pan material no recupera las fuerzas verdaderas: las del espíritu. A veces embota al hombre. Ellos sólo conocen el alimento que perece. El alimento de Jesús "es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra". Consiste en trabajar en favor del hombre, haciendo el mundo nuevo. ¿No hemos experimentado cómo las ilusiones, los ideales, las "creaciones"... nos impiden dormir de alegría y nos quitan el apetito por lo mismo? Las cosas del espíritu, cuando se viven con intensidad, absorben totalmente a la persona. Ya sé que somos más conscientes, porque es más frecuente, de perder el apetito y el sueño a causa de los problemas y de los disgustos. Jesús compara dos cosechas: la del campo, todavía lejana, y la de la fe de Samaria, a punto de ser recogida. Invita a sus discípulos a que se den cuenta de la nueva realidad. Sus palabras son un canto de triunfo: el rechazo de Jerusalén y de Judea se ha cambiado en la fecundidad de Samaria. La cosecha ya presente invita a la siega y es un estímulo para los discípulos. La hora de la siega estará precedida de la hora de su muerte. El fruto, que es el hombre nuevo, no es transitorio: tiene "vida eterna". En la construcción de la nueva creación deben colaborar sus discípulos. El fruto es colectivo: la palabra "cosecha" indica la unidad de los que han recibido el "agua viva" del Espíritu y poseen esa vida. El segador cobra ya su salario, que es el mismo fruto que recoge y que alegra lo mismo al que hizo la siembra. El trabajo de uno y otro distaban en el tiempo, pero la alegría es simultánea. 220 Ambos han trabajado mirando a la cosecha: la nueva humanidad. La finalidad era la misma; por eso la alegría es común. Alegría que está en relación con el fruto. Jesús afirma otro hecho: otros no van a gozar del triunfo de su fatiga. El pasado de Israel queda frustrado y el fruto de las promesas lo cosechará la nueva comunidad de Jesús. Por eso les dice: "Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores". Los discípulos gozan de bienes que no les han costado fatiga. Todo esto se va viendo cuando se profundiza en el desarrollo de una persona y de una comunidad; al analizar los cambios que experimenta el niño hasta llegar a adulto, o la comunidad desde que empieza hasta que se va consolidando. Es frecuente creer que perdemos el tiempo con los niños y adolescentes al ver sus profundos cambios al llegar a joven. Por otra parte, nos alegramos con personas a nuestro alrededor en las que fueron otros los que sembraron en ellas. Sin olvidar a los que sembraron en nosotros la fe y que quizá no han tenido tiempo de comprobar su obra. El pueblo israelita tenía como virtud nacional la hospitalidad. Pero esto no se cumplía entre los judíos y los samaritanos, que se negaban el saludo y se cerraban las puertas de sus casas, como signo de rechazo total. A Jesús "le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días". Juan nos lo dice para indicarnos la ruptura de Jesús con los nacionalismos y las discriminaciones racistas. Su mensaje es para todos. Estaba allí a gusto. La fe de los samaritanos ya no se funda en la experiencia de la mujer, sino en la experiencia personal de cada uno de ellos: "Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo". Los samaritanos, heterodoxos, han comprendido el mensaje de Jesús, mientras los judíos ortodoxos, como Nicodemo y los dirigentes del pueblo, no han sido capaces de captarlo. La fe aparece como el resultado del contacto personal con Jesús. Es el pueblo marginado el que responde a Jesús. Mientras los instalados en el régimen judío no lo han comprendido e incluso lo han forzado a abandonar Judea, los despreciados lo acogen. Jesús ha ido descubriendo su múltiple significado en aquella mujer: un peatón judío, un señor, un profeta, el Mesías, el Salvador del mundo. Todo un programa. Hoy sigue acompañando nuestro camino, sigue saliéndonos al encuentro constantemente. ¿Lo aceptamos? Tenemos que estar atentos: nuestra vida es un continuo saltar de una cosa a otra, un continuo defendernos de toda exigencia, porque en último término lo que tenemos que hacer es dar o dejar aquello a lo que estamos tan aferrados. Y es precisamente "eso" lo que nos está impidiendo seguir avanzando. Y Dios siempre nos pide aquello que nos guardamos para nosotros, aquello que no queremos darle, porque es lo que está impidiendo que podamos seguir recibiendo sus dones. Jesús no les pidió a la samaritana ni a sus paisanos que se hicieran judíos. Les rogó que fueran sinceros con lo que estaban haciendo... ¿Aprenderemos la lección? 221 Primera predicación en Nazaret Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. (Lc 4,1421) Hemos construido entre todos una sociedad absurda y pretendemos identificarla con la sociedad querida por Dios. En ella los cristianos nos encontramos a gusto. ¿Cómo explicar, de otra forma, el fuerte conservadurismo que se observa en casi todo lo que se llama cristiano hoy? Si nos dejáramos iluminar por la palabra de Dios, quedaríamos abrumados. El mayor peligro para nuestra vida cristiana -ambiental y rutinaria- es el habernos convencido de que todo irá bien mientras siga como está: siempre hubo ricos y pobres, "negociantes" con cuello duro y ladrones desarrapados, anulaciones de matrimonios y parejas amontonadas..., gente de "bien" y gente de "mal". Los que tienen que cambiar son siempre "los otros", sin que sepamos en realidad quiénes son esos "otros". En nuestras personas y estructuras todo debe seguir igual, porque por algo creemos en Dios. Nosotros debemos volver a lo de antes... Los pobres, los oprimidos..., deben confiar en Dios y aguantarse. Y esta vida nuestra instalada, cómoda, burguesa, injusta, la hacemos coincidir con las exigencias del evangelio. Ese es nuestro engaño: vemos la vida desde nuestros intereses y no desde el evangelio. Me tiene perplejo el hecho de ver manejado el evangelio, en todo tipo de reuniones o escritos, a trozos, para defender esta o aquella postura. Y así, en lugar de descubrir lo que realmente quiere decirnos, lo empleamos para corroborar nuestras conveniencias. Es necesario hacer la síntesis, aclarar unos textos uniéndolos a otros, relacionándolos. Es necesario que terminemos con la lectura burguesa del evangelio. Es necesario que lo leamos en comunión con los cristianos de los primeros siglos, para los que leerlo no era un simple ejercicio intelectual, sino un contacto con la persona de Jesús resucitado. La Biblia nos dice que todo ha surgido por el poder de la palabra de Dios. A semejanza de la palabra humana, esta palabra de Dios ha iniciado el diálogo con el mundo, se ha convertido en 222 revelación. Es palabra inicial, que tiende necesariamente a ser proclamada siempre y en todo lugar; y es palabra terminal, que cumple y realiza lo que anuncia. No creo que del evangelio se puedan sacar conclusiones tan dispares, y sobre todo actuaciones tan contrarias a la mente de Jesús. Los ejemplos que los ponga cada uno: los hay en abundancia. Además, lo iremos viendo al comentar los textos evangélicos. 1. La "buena noticia", palabra clara Los habitantes de Nazaret esperaban al Mesías, un Mesías a su medida. Y el Mesías se pasó más de treinta años entre ellos, inadvertido, compartiendo su vida. Sólo después de haber compartido su vida con ellos como obrero se les presentó como Mesías. Un sábado se encuentra en Nazaret, les lee en la sinagoga un fragmento de Isaías (61,1-2) y lo comenta brevemente: "Hoy se cumple esta Escritura". Hay palabras desgastadas, que se han reducido a meros sonidos fonéticos, incapaces de presentar y transmitir una realidad viva. Y hay palabras que nunca pasarán, pues conservan un perenne sentido actual cargado de novedad. También hay palabras tan manoseadas y manipuladas que han dejado de decir algo al hombre de hoy, o que significan para él algo totalmente distinto: amor, libertad, popular... (la palabra amor se identifica con "hacer el amor"; la libertad, para tapar la opresión económica que ejerce la sociedad capitalista, llamada "mundo libre"; lo popular, para significar partidos de derechas... ¿Cómo calificar la "democracia orgánica" del franquismo -sin recurrir a los chistes- o la "democracia" de la República Democrática Alemana?). La palabra de Dios es clara si queremos entenderla, y es siempre "buena noticia" para nosotros los hombres: nos convoca a reunirnos, nos incorpora a la Iglesia, nos juzga y nos exige una continua conversión, nos libera de oscuridades y desorientaciones, nos ayuda a encontrar el sentido de la vida y abre nuestros corazones a la esperanza. Proclamar la "buena noticia" exige evitar las palabras dulces, diplomáticas, que prolongan situaciones engañosas por intereses económicos, políticos o religiosos; y hablar con claridad comprometida, despertando la conciencia de los oprimidos y marginados, promoviendo la legítima libertad y el necesario diálogo. ¿Es para nosotros el evangelio la palabra siempre nueva, la palabra liberadora que cura, nos convierte y nos libera? 2.. La "buena noticia" es para los pobres Lucas nos presenta en la sinagoga de Nazaret el discurso programático de Jesús: "Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres..." 223 Jesús nos quiere explicar los pasos que tenemos que dar para construir el hombre nuevo y la nueva humanidad, los pasos que tenemos que dar para poder llegar a vivir como hermanos de verdad. ¿Quién es pobre, cautivo, ciego, oprimido? La palabra "pobre" puede ser mal interpretada. Están los pobres "de espíritu": son los que necesitan de los demás para ser ellos mismos, los que viven pendientes de los otros y olvidados de sí mismos, son los "dichosos" de la primera bienaventuranza de Mateo (5,3). Y están los pobres "materiales": los que viven en la miseria, privados hasta de lo más elemental para vivir. Y así como los primeros son "dichosos" por la opción personal que han hecho en sus vidas, estos segundos necesitan librarse de su miseria. Los pobres "materiales" no podrán realizarse como personas sin la esperanza de poder salir de su miseria, de su opresión, de su esclavitud. ¿Cómo luchar por algo que se cree imposible de conseguir? Tienen que escuchar, hablar y planear sobre la forma de romper sus cadenas; tienen que abrir sus ojos y sus oídos, y ver con claridad, apoyados en las palabras de Jesús, el camino que se debe seguir. El evangelio tiene que ser para ellos un mensaje de alegría y de fiesta. Lo mismo para todos los que nos llamamos cristianos, porque tenemos la obligación de luchar con su lucha. ¿Lo es? Esta feliz "noticia" para los pobres fue el primer comunicado que se anunció después del nacimiento de Jesús: Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. (Lc 2,10-12) La pobreza personal es la señal para reconocer al verdadero libertador de los pobres. Cuando algunos discípulos de Juan Bautista dudaban -junto con su maestro- sobre si Jesús sería el verdadero Mesías o no, van a preguntarle y Jesús les da la misma respuesta que en Nazaret, pero con hechos concretos: Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. (Lc 7,22) La "buena noticia" de la liberación de los pobres es la marca del Mesías. La señal que El mostraba para probar que era el verdadero enviado de Dios. Y debe ser también la marca de la Iglesia. Marca que nos costará sangre y lágrimas, porque el evangelio está secuestrado en nuestra sociedad occidental por los tres poderes del mundo -religioso, político-ideológico y económicoen constante alianza. Cautivo es el que está en la cárcel. Pero también son cautivos todos los hombres que no se poseen, que están llenos de egoísmo, de vicios, de pasiones... Es el cautiverio de las modas que "nos gustan", sin pararnos a pensar si ese gustarnos no es un manejo de la sociedad de consumo, un fruto de la propaganda; cautiverio de un trabajo y estudio alienantes, preparados 224 para defender el montaje de la sociedad capitalista -o marxista- que nos impide una visión real de la vida; cautiverio de los anuncios y programas de la televisión; cautiverio del cine y revistas..., montados en gran parte para el lucro, aunque sea al precio de la destrucción de las personas; cautiverio de la prensa, manejada por agencias; cautiverio de los "ídolos", a que es tan propensa nuestra juventud, falta de verdaderos líderes que les indiquen la dirección de la vida que realmente desean; cautiverio de unas prácticas religiosas que no llevan a ninguna parte; cautiverio de los propios pecados, que nos impiden ser plenamente hombres; cautiverio de tantas ideas y costumbres que hemos canonizado porque siempre fue así... Todos somos en gran medida cautivos, y a todos nos quiere liberar Jesús. Lo que hace falta es que lo reconozcamos y queramos liberarnos. Ciego es el que no ve. Y son también ciegos los que no ven el mundo como Dios lo ve, los que no lo ven como una gran hermandad a conseguir. Y es ciego, además, el pobre que es víctima de la injusticia y que no sabe o no quiere salir de esa situación; el que llega a cegarse tanto que piensa que siempre será lo mismo, y se conforma, se adapta. Oprimidos son los que sufren las injusticias de los demás. ¿Nos sentimos oprimidos? En una sociedad en la que, por lo menos aparentemente, se nos ofrecen tantas cosas con todas las facilidades, comodidades y rebajas que hagan falta, no nos gusta vivir con el sentimiento de estar oprimidos. Y, sin embargo, lo estamos en gran medida. Jesús de Nazaret quiere liberarnos a todos los hombres de todas las esclavitudes a que nos tiene sujetos "el pecado del mundo": la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión. Quiere liberarnos de todo tipo de cadenas, de cualquier clase de ceguera, de todas las prisiones. Del egoísmo personal de cada uno y del egoísmo organizado de las estructuras opresoras. De las cadenas de unos estudios, trabajos, diversiones, religiosidades, relaciones humanas... deshumanizantes, alienantes, que nos incapacitan para descubrir la realidad que padecemos. Jesús se cuidó mucho de no dejarse usar. Con una visión muy realista, se daba cuenta de que eran los escribas y fariseos los que oprimían diariamente al pueblo. Por eso no les hacía el juego de atacar a los romanos. Jesús luchó por un cambio radical de las estructuras religioso-políticas que oprimían al pueblo judío. Buscó directamente el cambio de esas estructuras de dominación y explotación del pueblo. Nosotros, después de veinte siglos, seguimos sin querer enterarnos. Por esta razón, aquellos dirigentes religiosos miraron a Jesús como a un revolucionario peligroso y lo asesinaron, no sin antes inventarse unos motivos políticos. Nosotros, con decir que murió para redimirnos y no como consecuencia de su lucha, nos lavamos las manos de cualquier compromiso de liberación del pueblo. Es fundamental ahondar en cómo Jesús realizó esta lucha contra las estructuras opresoras de su época. El espíritu con que realizó esta lucha debe ser el espíritu de sus seguidores sinceros. Y sus esfuerzos por adaptarse a la realidad de su tiempo deben ser la pauta para nuestro 225 esfuerzo por adaptarnos al nuestro. Ser cristiano es luchar para que del mundo desaparezcan todo tipo de opresiones. 3. "El año de gracia del Señor" Se refiere al año jubilar, al año de la remisión de todas las deudas, entendido en un sentido universalista, para todos. Cada semana de años terminaba para los judíos con un año sabático, en el que se debía dejar en libertad a los esclavos y a los deudores y hacer descansar la tierra (Ex 21,2; 23,10-11; Dt 15,1ss; Lev 25,3-7). Al cabo de siete semanas de años estaba previsto el año jubilar: El Señor habló a Moisés en el monte Sinaí: -Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea cuarenta y nueve años... Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores. Celebraréis júbilo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta es para vosotros jubilar; no sembraréis ni segaréis el grano de ricio ni cortaréis las uvas de cepas bordes. Porque es jubileo: lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos. En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. Cuando realices operaciones de compra y venta con alguien de tu pueblo, no lo perjudiques. Lo que compres a uno de tu pueblo se tasará según el número de años transcurridos después del jubileo. El, a su vez, te lo cobrará según el número de cosechas anuales: Cuantos más años falten, más alto será el precio; cuanto menos, menor será el precio. Porque él te cobra según el número de cosechas. Nadie perjudicará a uno de su pueblo. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor vuestro Dios. (Lev 25,1.8-17) Dios no quiere que acaparemos; quiere que se reparta mejor. Jamás la propiedad privada y privante fue de derecho divino. Jesús anuncia el "año de gracia" definitivo, en el que habrá justicia y libertad para siempre en la tierra. Luchó para lograrlo. El reino de Dios comienza cuando en el corazón del hombre se abre paso la certeza de que todos somos iguales, de que las diferencias entre los seres humanos son contrarias a la voluntad de Dios. Y, a partir de esta convicción, encuentra fuerzas para luchar por un mundo justo y libre. 226 4. Liberación evangélica Antes de pasar a cualquier acción liberadora, el cristiano tiene que tomar conciencia de algo esencial al mensaje evangélico: no hay acción liberadora sin una previa concientización liberadora, sin descubrir antes su necesidad. No podemos permanecer "sordos" y menos aún "muertos" (Lc 7,22) a la liberación proclamada por Jesús. "Sordo" es el que no oye; pero lo es más aún el pobre que no oye las voces que le hablan de liberación, porque su dolor le ha hecho perder las esperanzas de que todo puede cambiar, y termina siendo fatalista y pasivo. "Muertos" están los que nunca han vivido una vida humana; sólo han trabajado y sudado como burros, oprimidos por otros hombres que viven a costa de ellos. Cuando estos "ciegos" ven, estos "sordos" oyen y estos "muertos" resucitan de sus tumbas de miseria, el reino de Dios está llegando. Porque el evangelio es una "buena noticia" de liberación integral, que llegará más allá de este mundo, liberándonos para siempre de la misma muerte, pero que comienza ya en esta tierra. En el lenguaje bíblico, la liberación no es algo que el hombre conquista para sí mismo, sino algo que está en función de los demás. No es una posesión o un objeto, sino una relación entre dos o más personas. Ser libre significa ser libre para el otro, para los otros, para todos los otros, para el Otro. Sólo en relación con todos los demás y con Dios somos libres. Esta libertad supone la salida de uno mismo, la muerte de nuestro egoísmo y de toda estructura que nos mantenga en él. La libertad -camino para descubrir lo mejor- se basa en la apertura a los demás. La plenitud de la liberación es la comunión con Dios y con todos los hombres. No podemos ser libres mientras otros sean cautivos. La liberación debe ser colectiva o no existirá jamás. La libertad es el camino para conseguir una sociedad justa. La acción liberadora de Jesús, acción que debe ser la de los cristianos, no es un tópico de los cristianos "politizados", sino un elemento esencial del camino cristiano. Dios quiere la libertad para todos, porque la libertad es El mismo. La libertad sólo perjudica a los poderosos y opresores. Es pavorosa la falta de libertad que padecemos. Una muestra es la "información" que recibimos y que nosotros no podemos ofrecer ni desmentir. Es la información una de las mayores opresiones que pesan sobre las sociedades actuales, al estar controlada y manipulada para defender los sistemas y poderes establecidos. Quienes quieran mantener las cadenas, la opresión, no son de Jesús. Quienes tengan miedo de la libertad, quienes la quieran diluir hasta reducirla a una pura comedia, no son de Jesús. La temen por lo que ocultan. La libertad no es algo que debamos tolerar. Quizá nos hayamos tranquilizado con la excusa de que en nombre de ella se cometen muchos errores. Tratar al pueblo como un ignorante que necesita que le impongan lo que debe hacer y que le prohíban expresarse libremente, se parece mucho al comportamiento de aquellos que mandaban en tiempo de 227 Jesús. Nunca deberíamos olvidar que fue crucificado porque -decían los poderosos- "revoluciona al pueblo" (Lc 23,14). No confiar en la libertad es negar el espíritu que está en nosotros actuando. Solamente seremos libres -y lo mismo la Iglesia- si sabemos acoger y valorar las voces proféticas que, siempre incómodamente, nos llaman a seguir el camino de búsqueda del reino de Dios, anunciando "la buena noticia a los pobres, a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, la libertad a los oprimidos", el oído a los sordos y la vida a los muertos. El evangelio es clarísimo en decirlo. El no quererlo entender y, sobre todo, el no quererlo vivir quizá sea la raíz de tanta ambigüedad en la misión de la Iglesia y en cada uno de nosotros. Misión que debe ser la misma que la de Jesús. 5. La "buena noticia" es Jesús mismo Jesús posee una visión penetrante de la realidad. Por ello el evangelio no es ningún juego: quema. Es la interpelación global y definitiva lanzada por Dios al mundo. Capta todo como es; va a la raíz. Todos vemos cómo el desarrollo, y el progreso, y el aumento de la renta, al final siempre es en beneficio de los mismos, individuos o naciones. De ahí que haya necesidad de cambiarlo todo, que no sea suficiente con hacer arreglos. Este es el reto que tenemos planteado, ahora y aquí, los creyentes: sin confundir el evangelio con ningún sistema ni ideología ni partido político, tenemos que demostrar con hechos que no es inútil, que no es opio. El evangelio valora el pasado y lo integra, abre una puerta de esperanza hacia el futuro, pero se refiere principalmente al presente. En él no lo encontramos todo con una claridad meridiana. Es una semilla que vale para todo tiempo, que en situaciones nuevas tiene una nueva luz. ¿Estamos nosotros, como los oyentes de Jesús en la sinagoga, ávidos, expectantes y esperanzados? Los cristianos tenemos que irnos haciendo a la medida de la Palabra y nunca reducirla a nuestros intereses. A Jesús no nos lo podemos inventar. Si pensamos un poco, veremos claramente que todo lo que le importa al hombre le tiene que importar a Dios, porque para eso es Padre. Y si le importa a Dios, ¿cómo no le va a importar a la Iglesia? Quizá el ser cristiano nos pida, ahora más que nunca, luchar por la promoción humana de los hombres que no tienen el mínimo de condiciones para una vida digna. Es necesario, además, que nos sintamos pobres, cautivos, ciegos, oprimidos, sordos, muertos, para poder comprender el mensaje de Jesús. De otra forma, ¿para qué lo querríamos? En Jesús se cumplen las esperanzas de los profetas y de los pobres de Israel. Lo que el Antiguo Testamento decía por escrito se hace realidad en la persona de Jesús de Nazaret. Dios se 228 hace transparente en El. Habla y actúa por El, como no lo había hecho ni lo hará nunca en nadie más. Encontrarse con Jesús es encontrarse con Dios. En El está la vida en toda su plenitud. Por eso puede decir: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Con El, el tiempo de gracia ha llegado para los pobres, los cautivos, los oprimidos, los ciegos... Su gran presente es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la miseria y de la esclavitud, liberación del pecado. Liberación que siempre es actual para nosotros. Las palabras del profeta Isaías estaban hechas a la medida de Jesús. El evangelio es una "buena noticia" para todos nosotros: Jesús nos trae coraje, libertad, esperanza, luz, justicia... a los pobres, a los cautivos... Y como todos tenemos algo -o mucho- de todo ello, podemos concluir que esta noticia es para nosotros verdaderamente buena. No lo es, naturalmente, para todos aquellos que se están oponiendo a esta liberación-salvación del pueblo. Pero, por nuestro modo de ser, por nuestra comodidad, no acabamos de creernos estas "buenas noticias", nos cuesta reaccionar; preferimos "ir tirando". Nos gusta la libertad que Jesús nos trae, cuando la entendemos; pero nos da miedo el "precio" que tenemos que pagar por ella. Inmediatamente nos damos cuenta de que tras la libertad cristiana está la cruz, el cáliz... Pero, y es una experiencia de muchos, cuando se procura vivir el evangelio se va descubriendo la auténtica libertad, la verdadera alegría. El estilo de vida que Jesús nos propone nos permite poder ser personas, poder ser lo que somos. El evangelio nos libera, nos permite ser y actuar de acuerdo con el sentido de la vida que todos queremos y deseamos en lo más profundo de nosotros mismos. Si la cruz y el cáliz siguen presentes en este enfoque, es debido a que, en todo progreso de maduración y crecimiento, las dificultades y el dolor son elementos tan indispensables como la satisfacción y el gozo por lo que vamos alcanzando. ¿Cómo tener lo segundo si rechazamos lo primero? 6. Rechazo de Jesús por sus paisanos Como es natural, sus paisanos no le creyeron. ¿Cómo un compañero suyo, un trabajador como ellos, iba a tener una misión tan alta? Además, lo que planteaba era muy difícil de aceptar; ellos no eran ciegos, ni cautivos..., ¿qué les importaba aquel anuncio? Todos sabían muy bien que no era más que el hijo de José y María. Así pasa también entre nosotros. Si viene alguien importante de fuera a hablarnos, vamos a escucharlo. Pero si es un compañero el que quiere hablarnos, no le hacemos caso, no le escuchamos. ¿Qué le va a enseñar un pobre a otro pobre, un hijo a su padre, la mujer al marido, el padre al hijo, el amigo al amigo..., ese cura que todos conocemos y que deja tanto que desear'? Tenemos que usar el evangelio constantemente, como espejo con el que comparar nuestro vivir. Estamos saturados de leyes, de cánones, de normas, de ritos, que nada o casi nada tienen que ver con el Espíritu de Jesús. 229 El evangelio nos interpela a través de la vida, a través de la dignidad y de los derechos de los hombres más abandonados y oprimidos. No podemos desentendernos de la realidad, tenemos que enfrentarnos con ella para mejorarla, aunque nos cueste y nos comprometa. Todos somos invitados a esta misión de liberación de toda opresión, interna a nosotros y del ambiente que nos rodea, opresión en nosotros y en los demás. Liberación del vacío, de la soledad, de la incomunicación, del amor y de la amistad, tan mezclados con el egoísmo, del dolor de la demasiada ternura, de la comodidad, de la falta de compromiso, de los buenos propósitos que se quedan en eso, de los enfrentamientos en el interior de los grupos y de las familias, de la ausencia de Dios en nuestras pobres vidas, de la falta de futuro... De esa lista interminable que todos experimentamos en nosotros mismos. ¿Es práctica frecuente en la Iglesia el "discurso programático" de Jesús en Nazaret? ¿Y en nosotros y en nuestros grupos? 230 Vocación de cuatro discípulos Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte una luz les brilló". Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. (Mt 4,12-22) Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios. Decía: -Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: Convertíos y creed la buena noticia. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo. -Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros y se marcharon con El. (Mc 1,14-20) Cuando se pierde el sentido religioso de la vida, la oscuridad se apodera de la mente de los hombres. Digo sentido religioso de la vida, no dogmatismos intransigentes ni normas o ritos rutinarios. Deberíamos ser conscientes los hombres de hoy de la falta de luz que sufrimos en nuestras vidas. Quizá sea éste uno de los aspectos más destacables de la civilización actual, al borde del desastre por la absurda carrera de armamentos y por la crisis de las 231 ideologías. Líderes políticos, pensadores, gente sencilla... que en realidad no sabe cómo encaminar su vida ni la vida de los demás. Nos es difícil encontrar un apoyo para seguir caminando cuando prescindimos de Dios o de los valores que El representa. ¿A qué dejamos reducida la vida sin Dios? Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan. (Sal 90,10) 1. Actividad de Jesús En este pasaje evangélico podemos distinguir tres partes: la actividad de Jesús, su mensaje de conversión y el seguimiento de cuatro discípulos. Jesús se establece en Cafarnaún, y hace de ella el centro de su actividad. Una ciudad en la que la situación religiosa del pueblo era muy precaria. Los destinatarios de Jesús van a ser de nuevo los que, según nuestra mentalidad, menos van a entender, los que aún viven en el paganismo. Y será a través de estos paganos como la predicación de Jesús se dirigirá a todas las naciones. Y siempre la misma paradoja: los paganos le escuchan, los "creyentes" le rechazan. El mensaje de Jesús es el mismo del Bautista en las palabras, no en el contenido. Jesús no vincula la conversión a un bautismo ni se pone a predicar en el desierto. Su mensaje se puede resumir en "está cerca el reino de Dios". Un Reino que se contrapone a todos los demás reinos o poderes humanos que pretenden un dominio sobre los pueblos. Un Reino que expresa el deseo de que Dios reine en el corazón de todos los hombres. Un Reino que comenzó con Jesús y nos pide la conversión. Jesús llama personalmente a unos hombres a que le sigan. Y éstos le dan una respuesta inmediata. Estos hombres serán, como Jesús, testigos del reino de Dios con sus vidas. Ser discípulo significa olvidarse de sí mismo, cargar la propia cruz de cada día y seguirle (Mt 16,24). El discípulo pertenece únicamente a Cristo. Sólo Jesús puede ser la norma de su actuar. Lo mismo las comunidades cristianas: pertenecen únicamente a Cristo. El testigo, el apóstol, no debe buscar nada para sí, debe conducir a Jesús. No llevar a Jesús o no llegar a El es desfigurar el cristianismo. A los hombres, incluso a los inevitables responsables de la propia comunidad cristiana o de la Iglesia, no se les "sigue": son ellos los que tienen que atender y ser camino hacia Jesús para las comunidades. Jesús se acerca a unos pescadores y les dice que se vayan con El. Y ellos lo dejan todo y le siguen. Debía inspirar confianza y dar la sensación de que en su modo de actuar y de hablar 232 había algo que merecía la pena. Su anuncio satisfacía los anhelos tanto tiempo frustrados de aquel pueblo "que habitaba en tinieblas". 2. Galilea, cuna del evangelio Juan Bautista es detenido y encarcelado. Se cumple en él el destino de los grandes profetas. Según Mateo y Marcos, la detención de Juan Bautista es la señal para que Jesús comience su actividad; se hará rabí itinerante, recogiendo la antorcha que Juan se ha visto obligado a abandonar. Se hará predicador ambulante para poder encontrar a todos los hombres y en todas las situaciones en que se puedan encontrar. Ambos señalan que Jesús comienza su predicación en Galilea, que es la región que ahora llamaríamos más descristianizada. Judea, con su capital Jerusalén, era la región de los que se creían más fieles. En Galilea será donde Jesús permanecerá más tiempo, de allí saldrán la mayoría de sus discípulos, de profesiones e ideas poco "religiosas". Sólo uno de los doce era de Judea: Judas el traidor. ¡Qué coincidencia! ¿Tiene esto algo que decirnos a nosotros, "cristianos de toda la vida"? Jesús es luz, es liberación para los que buscan. ¿Buscamos algo nosotros? Es anuncio de alegría y de justicia para cuantos viven en el dolor y en la opresión. Para los satisfechos y para los que quieren que se les diga siempre las mismas cosas que no comprometen a nada y que les permitan vivir en su aburguesamiento, la Palabra de Jesús carece de sentido. Lo lógico era esperar que el anuncio mesiánico partiera de Jerusalén, corazón del judaísmo. Pero Jerusalén no necesitaba a Jesús; ya tenía su templo, su sanedrín, sus cultos, sus seguridades... ¿Necesitamos a Jesús los cristianos de hoy? ¿En qué? ¿No estamos muy satisfechos y seguros con nuestro evangelio rebajado? Muchos bautizados se creen cristianos porque han oído hablar de Jesús. Pero se es cristiano porque se ha oído hablar a Jesús, porque la palabra de Jesús le ha hablado como nadie ha hablado en este mundo, porque reconoce al oírlo la voz que llena todas las aspiraciones, porque Jesús le empuja a vivir como nunca había vivido hasta entonces. Hay ciertos encuentros, ciertos acontecimientos en la vida de los hombres que hacen cambiar nuestro comportamiento, nuestro estilo de vida: un enamoramiento, una nueva amistad, el nacimiento de un hijo... y el encuentro con una persona que, de pronto, ha dado respuesta a nuestras mayores ilusiones, aun a costa de desbaratar todos nuestros planes. Los adultos tenemos nuestra vida y nuestras ideas bien organizadas, y un lugar para Dios; los jóvenes siguen no sabiendo, muchos de ellos, lo que quieren, pero "queriéndolo con todas sus fuerzas". Unos y otros estamos tratando de integrar a Dios y su llamada en nuestra síntesis personal, cuando lo que tendríamos que hacer es todo lo contrario: integrarnos en su proyecto. 233 Dios nos invita constantemente a dar el paso del proyecto de nuestra vida centrado en nosotros mismos, a una disponibilidad a los proyectos imprevisibles de Dios, que se hacen visibles a través de la Iglesia de Jesús y de las necesidades de los hombres. El cristianismo, más que una doctrina o una moral o una comunidad, es una persona, una fe en Jesús fruto de un encuentro de cada uno con El, que cambia para siempre la dirección de la propia vida. "El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande". Desde Cafarnaún -capital judía de Galilea- empezará a brillar la luz del Mesías para todo el pueblo. Cafarnaún era cruce de caravanas y punto de encuentro de muchos pueblos. Su situación a orillas del lago le abría la puerta a los países paganos de la orilla opuesta, a los que también quiere comunicar Jesús su "buena noticia". Mateo señala la situación de Cafarnaún en relación con el antiguo reparto de la tierra (Zabulón y Neftalí) para preparar la cita de Isaías que sigue (Is 9,1). En ella, el profeta promete la liberación a estas dos tribus sometidas al yugo extranjero. La opresión llegará a su fin por el nacimiento de un niño que ocupará el trono de David (Is 9,5-6). "El camino del mar" era el que unía Egipto con Mesopotamia. "Galilea de los gentiles", por ser un país de población mezclada. "La tiniebla" es símbolo del caos e imagen de la muerte. "La luz" lo es de la vida. El hecho de que Dios comience a establecer su Reino entre los hombres, núcleo del mensaje de Jesús, se manifestará en la expulsión de demonios, en la curación de enfermos, en la creación del grupo de los discípulos. "Buena noticia" que pide ser creída y exige "conversión". 3. Conversión y reino de Dios "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos". Jesús interpreta su misión, antes que nada, como la llegada del Dios que salva. En El otras preocupaciones, tan típicas de los hombres que hacen de la religión una profesión, quedan relegadas. No le preocupan las estructuras de la institución religiosa, siempre secundarias y relativas, sino la esencia de la actitud religiosa: descubrir en el mundo las epifanías de un Dios que está en medio de nosotros guiando la historia, aunque de forma tan imperceptible que su presencia pasa totalmente inadvertida. ¿No estamos haciendo lo contrario? Es increíble el tiempo que dedicamos a cosas de "sacristía": posturas en la misa, hábitos, horarios... ¿Se justifican ante la urgencia del anuncio del evangelio al mundo entero? ¿Lo que hacemos pastoralmente está en función del anuncio del evangelio del Reino? ¿No está, más bien, en función de la defensa de la Iglesia como institución, en preocupaciones jurídicas, normativas, rituales, burocráticas? La conversión nace como respuesta a un acontecimiento, a un encuentro con Alguien que cambia nuestro modo de vivir. Supone la fe. Es una transformación total, un paso -sin calcular 234 las consecuencias- del egoísmo al amor, de la defensa de los propios privilegios a la solidaridad más radical. Un cambio imposible de contener en las viejas estructuras personales, mentales, sociales: las rompe (Mt 9,16-17; Mc 2,21-22; Lc 5,37-39). Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de dios y para otra visión del hombre. La esencia de la conversión no es sólo apartarse del mal, sino aceptar enteramente la voluntad de Dios, confiar en El, esperarlo todo de El, como niños. La conversión arranca del descubrimiento del amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a cada uno de los hombres, manifestado en Jesús de Nazaret. Este es el acontecimiento que tenemos que aceptar, del que tenemos que fiarnos y por el que tenemos que dejamos modelar. La conversión es como un segundo nacimiento (Jn 3,3-8). Existe un nacimiento común a todos. Algunos tienen un segundo nacimiento: el nacimiento a un mundo de valores nuevos, al que libremente se abren y se entregan. Un nacimiento que no se logra, sin más, con el bautismo de agua ni con la consagración religiosa o sacerdotal. La conversión afecta a lo más íntimo de la persona. La conversión que nos pide la venida del Reino no es ayunar, vestirse de sayal y cubrirse de ceniza como los ninivitas (Jon 3,110). Estas cosas pueden ser expresión de la verdadera conversión. La conversión que nos pide Jesús es el abandono de nuestras mediocridades y mezquindades, de nuestras cerrazones y servidumbres, de nuestro individualismo y despreocupación por los demás... Y abrirnos a la salvación de Dios, plenitud de vida y libertad. Los profetas de todos los tiempos han criticado duramente el culto que tiene su única expresión en prácticas, en signos externos de arrepentimiento. Por eso han sido siempre tan mal vistos por sus contemporáneos, aunque después se les levanten monumentos (Mt 23,29-32). Para ellos no existe verdadera conversión si no se traduce en un cambio de las actitudes internas. No puede darse una verdadera conversión sin un cambio profundo en las relaciones con todo el prójimo. La conversión al Reino nos exige amar hasta ser capaces de perdonar siempre, ser libres hasta hacernos servidores de todos, ensanchar nuestro espíritu hasta hacer nuestras las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de los demás (comienzo de la constitución Gaudium el spes, del concilio Vaticano II); saber complicarnos la vida para aliviar la vida de los demás... La conversión nos pide cambiar de mentalidad. Nos invita a pensar de una manera completamente nueva; a no pensar gregariamente, a la voz de mando; a adoptar una postura crítica y constructiva ante los acontecimientos; a pensar en el pasado y encontrarlo insuficiente para el reino de Dios; a demoler esa indiferencia desde la que no se piensa; a declarar la guerra a la vanidad, que siempre se siente satisfecha de sí misma. Después debemos preparar los caminos del Señor, pensar en el futuro, plantearnos la pregunta: ¿qué debo hacer en la vida? Es necesario que construyamos nuestras vidas de forma que podamos decir algo a las generaciones que vienen detrás. 235 La conversión en el Nuevo Testamento incluye siempre dos aspectos, que no podemos separar: el arrepentimiento, que implica reconocer que somos pecadores -no en abstracto, sino con unos pecados muy concretos que nos están impidiendo ser lo que debemos ser- y que queremos caminar hacia una vida de más amor, y el abrirnos al amor de Dios, volvernos hacia El, no como un ser lejano, sino como un Dios presente en nuestra vida. Convertirse exige abandonar todo lo que nos esclavice, lo que hacemos a la fuerza, y encontrar la verdadera libertad. Nos pide dejarlo todo, relativizarlo todo. Se hace realidad siguiendo a Jesús, conociéndolo, escuchándolo, fiándose de El. Durante toda nuestra vida tendremos que luchar contra el mal que nos aprisiona, las pasiones que nos frenan, los ídolos que nos seducen, el materialismo que nos come la vida. Estamos sumergidos en una sociedad de consumo -comidas, ropas, diversiones, cine, televisión, drogas, bebidas, tabaco...- y de prisas, en una economía competitiva en la que no importa hundir al otro con tal de aumentar los propios beneficios, en un mundo dominado por un paganismo acaparador, en un ambiente en que los valores del espíritu son claramente rechazados. Y nosotros, aunque parece que queremos ser portadores del espíritu, aunque parece que queremos ser seguidores de Jesús, nos sentimos atraídos por todo este ambiente. Existen en nuestro tiempo muchos jóvenes y adultos que ya están de vuelta de todo y buscan un nuevo estilo de vida, una nueva concepción del mundo. Y nos miran a los cristianos. Y quedan decepcionados al constatar que, aunque lo que decimos sea interesante, nuestra manera de vivir no es consecuente. No podemos escuchar la palabra de Dios como una instrucción ni solamente como una revelación de la verdad, sino que tenemos que dejarnos sacudir por ella. La conversión cristiana es una actitud ante la vida. Mucho antes del encuentro con Jesús, hay una opción, una búsqueda sincera de la verdad y de la justicia..., que ya es un escuchar a Dios. Al encontrarse con Jesús, estas personas adquieren la interpretación de lo que habían hecho hasta entonces en la oscuridad, y se abren a la luz hacia la que se dirigían a tientas. La vida empieza a brotar tan fuertemente de ellas, que transparentan, a través de sus obras, a Cristo como vida. Ya nadie las puede arrancar de las manos del Padre. Su fe es una convicción personal, que puede encontrar pruebas y objeciones; y que posiblemente no puedan triunfar de las unas ni responder a las otras, pero no podrán renegar en las tinieblas de lo que han visto en la luz, no podrán dudar en los momentos difíciles, en los que todo se nubla, de lo que han descubierto en los momentos de lucidez. Porque en las noches nubladas no veamos las estrellas, no dudamos de su existencia. Algo parecido pasa con la fe. Los cristianos hemos sido educados en el cristianismo a base de doctrinas aprendidas de memoria, de normas y de preceptos. No nos han enseñado a contemplar "las estrellas". Y así hemos crecido sin ilusión, sin iniciativa. Nos han dado las respuestas antes de haber formulado las preguntas, y, naturalmente, no las hemos asimilado. La Iglesia nos ha conservado en su 236 "casa cuna", pero no nos ha llevado al encuentro con la persona de Jesús, al que predica. De esta forma admitimos lo que nos dice de Jesús la Iglesia, pero no le escuchamos a El. Por eso no hacemos más que repetir su catecismo, sin haberlo experimentado ni entendido. En estas condiciones, la conversión se nos hace muy difícil por las ideas preconcebidas y por los muchos intereses creados. Y los que de adultos abandonan la Iglesia, difícilmente llegarán a descubrir un día que los anhelos e ilusiones de plenitud que llevan en sus corazones tienen respuesta en el evangelio de Jesús. Hay una presencia, un misterio, un tesoro oculto en este mundo y en cada persona. Nuestra vida cambiará por completo cuando empecemos a descubrirlo. El contenido del pregón inicial de Jesús es el mismo que el de Juan Bautista. En Juan, el acento recaía en la palabra "conversión", como corresponde a su función de precursor. Jesús insiste en "está cerca el reino de Dios", que es una frase de alegría, de felicidad, porque Dios nos ama, porque la esperanza del mundo está cerca, está dentro de todos y de cada uno de los hombres. El "reino de Dios" viene y no puede ser detenido. Pero aún no llega en toda su plenitud. Está delante, a la puerta, ante las murallas del mundo de los hombres, en las fronteras de todo acontecer. Su cercanía es amenazadora y agradable al mismo tiempo: amenazadora, porque nos compromete a una vida entregada a los demás; agradable, porque sólo esa vida puede hacer feliz al hombre. El "reino de Dios" no dominará ni forzará a los hombres ni a los pueblos. Dios llega cuando es esperado -buscado- y aceptado. A la palabra de Dios tiene que responder el hombre. Tenemos que cambiar toda la vida. Sólo cuando esto suceda habrá llegado "el Reino". "Reino de Dios" es la expresión que había llegado a condensar la esperanza del judaísmo: la esperanza en la llegada del momento en que Dios mismo tomaría en sus manos la dirección del pueblo y de toda la historia, sin intermediarios, única forma de asegurar que ningún mal podría dañar en adelante a los hombres y a los pueblos. Deberíamos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a convertirnos? ¿Nos sentimos disponibles para esta transformación dolorosa, que afecta a todos los planos de nuestra existencia? ¿Obligaremos a una larga espera a ese "hombre nuevo" (Ef 4,24) que quiere nacer en nosotros? 4. Seguimiento de cuatro discípulos Hablar del reino de Dios significa también hablar de la comunidad donde es aceptado y vivido. De ahí que Mateo y Marcos presenten en este momento la llamada y seguimiento inmediato de los primeros discípulos. Porque aunque Jesús se dirige en su evangelización a todos los hombres sin distinción, llama a unos pocos para una colaboración más estrecha con 237 El. A éstos los reunirá aparte, les dará instrucciones especiales y les asignará una misión que no parece corresponder a los demás cristianos. La conversión, llevada a sus últimas consecuencias, termina en el seguimiento total de Jesús. Es decir, induce a dejarlo todo, incluso las ocupaciones habituales, para ser enviado a la evangelización, como ocurre con estos primeros discípulos. Jesús los llama, les pide que lo abandonen todo y lo sigan. De otra forma, ¿cómo podría extenderse el Reino? Los discípulos deben dejarlo todo, para poder recuperarlo después desde la perspectiva del Reino; deben ofrecer un estilo original de gozar de las cosas de este mundo, con un gesto de desprendimiento, como quien lo tiene todo y no posee nada. "Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres". Jesús, para proclamar su mensaje, reúne un grupo de personas que quieran ir con El y empaparse de su doctrina. No discute con los discípulos, como haría un rabino. Así Mateo y Marcos nos hacen ver con naturalidad la condición divina de Jesús: solamente se "sigue" ciegamente a Dios. En estas palabras aparecen las características de la vocación de los seguidores de Jesús: es El el que llama; seguirle es para compartir su vida; para dedicarse a servir a los hombres, lo que exige dejar todo lo demás. Podemos sintetizar en cuatro los rasgos que definen al discípulo de Jesús. Primero: Jesús es el centro. El discípulo no es llamado para asimilar una doctrina ni para vivir un proyecto de existencia, sino para seguir a una persona, para solidarizarse con ella. Este discípulo permanecerá siempre discípulo, porque el Maestro siempre será Jesús. Segundo: el seguimiento exige un profundo desprendimiento. Hay que ir dejando todo lo demás, ir viendo todo en función de Jesús. El desprendimiento es progresivo: los primeros dejaron "las redes"; los segundos, "la barca y a su padre". Tercero: el seguimiento es un camino cuya meta está siempre más allá. Un camino que se expresa en dos direcciones: dejar y seguir, que indican un progresivo desplazamiento del centro de la vida. Cuarto: el seguimiento es misión hacia el mundo, siempre en comunión con Jesús. Esta llamada nos puede parecer de muerte. Pero es de vida: es "el ciento por uno" (Mc 10,2830). Nos puede parecer un proyecto imposible, pero "todo es posible para Dios" (Mc 10,27). Nos puede parecer un proyecto para pocos, para gente selecta, pero es para todo el mundo (1 Jn 4,14): Jesús no se encuentra con el hombre, para dirigirle su invitación, en una esfera privilegiada, sino en la orilla del lago, en la vida cotidiana. Lo único que no es para todos es la llamada al ministerio, o a la vida religiosa. Lo que caracteriza al discípulo -y a todos los cristianos- no es el término "aprender", sino el término "seguir". No está la doctrina en primer plano, sino una persona y un proyecto de existencia. En los demás líderes y fundadores de religiones lo que principalmente importa es la doctrina, ya que el "maestro" nunca se puede poner como modelo indiscutible y único; y así eran ellos mismos los que escribían sus enseñanzas. Jesús sí se puede presentar como modelo 238 indiscutible y único; por eso no escribió nada, sino que algunos de sus seguidores escribieron lo que El vivió, más que lo que dijo. Aquí se narra la llamada a los cuatro primeros discípulos, según la versión de Mateo y Marcos: dos parejas de hermanos. "Pasando junto al lago..." El hecho de "pasar" no indica algo meramente casual: es el paso de Dios por la vida de los hombres. Los "llamados" no están preparados en absoluto. Jesús no busca a los discípulos en una esfera particularmente religiosa, sino allá donde viven la vida de cada día. Ante este pasaje se me ocurre poner en duda la tan repetida idea de la necesidad de que de las familias cristianas salgan las vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa. ¿Qué tipo de sacerdote o de religioso presentan? Las vocaciones tienen que surgir de ambientes de insatisfacción, de búsqueda..., nunca de ambientes satisfechos de sí mismos..., aunque para Dios todo sea posible. Parece que estos cuatro discípulos ya eran conocidos de Jesús desde el tiempo en que acompañaban a Juan Bautista. Los llama en la monotonía de los hechos cotidianos. La llamada es categórica, poderosa, penetrante. Llamada a entrar en comunión de vida, de bienes y de acción con el Maestro. Jesús quiere predicar el Reino en grupo, en comunidad. Vida cotidiana y comunidad son dos aspectos importantes que tenemos que profundizar, ya que son clave en toda la vida de Jesús. ¿Qué ocurre en este encuentro? No se saludan ni conversan; solamente se hace un llamamiento a unos pescadores, que suena como una orden: "Seguidme". Una llamada que transformará y llenará de sentido sus vidas para siempre. Una llamada que les exigirá una adhesión incondicional a Jesús. Y añade el objetivo de esta orden: "Os haré pescadores de hombres". Ellos siguen al instante el llamamiento. "Lo siguieron": no dice que lo acompañaron. En estas relaciones de seguimiento, Jesús va delante, ellos detrás; Jesús dirige, ellos son dirigidos; Jesús es el primero, ellos van después. Van a vivir estas relaciones cada vez con más profundidad y entrega, hasta imitar a Jesús en el servicio, en la humillación, en las persecuciones y en la muerte. Y en la resurrección... después. Aquí empieza "el reino de Dios", que no lo debemos confundir con la Iglesia. Existe una clara diferencia entre tratar de convertir a todos los hombres en cristianos y entre llamarlos a sentirse partícipes del reino de Dios. En el primer caso, la Iglesia trabaja para sacramentalizar, para ensanchar sus fronteras y su poder; en el segundo, busca servir a los hombres, evangelizándolos, para que el Reino de la justicia y del amor aflore desde dentro de ellos mismos, porque el Reino está dentro de cada uno como una pequeña semilla con fuerza para transformarse en árbol frondoso (Mt 13,31-32). Que ambas tareas se han confundido es evidente. También lo es la necesidad de deslindarlas y centrarnos en la segunda. 239 Los llamados son hombres muy sencillos. No pertenecen a la clase social de los intelectuales o influyentes del país. Tampoco a los piadosos. Y son pocos. Con ellos empieza Jesús. Serán el fundamento de todo. Hermanos: Fijaos en vuestra asamblea: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a lo fuerte. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. (1 Cor 1,26-29) Los discípulos realizarán su misión a partir de una profunda comunión con Jesús. 5. Jesús sigue llamando hoy El discípulo de Jesús debe estar preparado para asumir todas las consecuencias de este seguimiento. Seguir a Jesús no es una decisión ética autónoma ni una adhesión intelectual o una doctrina; es una acción y un pensamiento nuevos que nacen del acontecimiento de la gracia. La llamada de Jesús exige una separación radical: dejar las riquezas (Mc 10,21), abandonar el camino de dominio y de poder, desmantelar la idea que nos hemos fabricado de Dios para defender nuestros privilegios (Mc 8,34). Y debe quedar claro que "seguir" significa "servir", dar la vida como Jesús: jamás quitársela a los demás, como, por desgracia, ha sucedido en demasiadas épocas de la historia del cristianismo. Seguir a Jesús, creer en El, va unido a anunciarlo. Somos llamados a anunciar a Jesús. Un anuncio que pasa por la comunicación de lo que se vive. Es comunicación de experiencias: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la palabra de la vida (pues la vida se hizo visible); nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa. (1 Jn 1,1-4) Para comunicar a Jesús es necesario que cambiemos de manera de pensar y de vivir. Tenemos que tener ganas de ser liberados y de vivir de acuerdo con esa liberación. También a nosotros nos dirige las palabras "venid y seguidme". Y del mismo modo que los cuatro pescadores dejaron inmediatamente las redes, el padre, los compañeros y la barca, también nosotros tenemos que dejar muchas cosas si queremos estar en la línea de "conversión" que Jesús pide; de muchas cosas que siempre serán aquellas que no queremos dejar y que son las que nos impiden entenderle y seguirle. 240 La palabra de Jesús es inasequible si no existe una transformación interior en nosotros, una apertura de fe a todo lo humanamente imposible. Esta palabra se va interpretando desde la propia experiencia de una vida comprometida con la justicia y la libertad. Lo único importante en la vida es seguir a Jesús, seguir su camino de vida, seguir los ideales y los valores por los que El vivió y murió... y resucitó. Seguir a Jesús implica dejar lo que se es, para reencontrarlo en una nueva dimensión. Es no ser ya "pescadores" en busca de lucro y comida, sino "pescadores para los hombres". Debemos descubrir los planes de Dios sobre nosotros. El es el único que sabe dónde seremos más útiles a la sociedad y, como consecuencia, dónde lograremos realizarnos con más plenitud. Esto supone abandono en sus manos, oración, trabajar por mejorar las condiciones de vida de las personas que nos rodean. Es lo que hacía Jesús: el día lo pasaba dando respuesta a los que buscaban algo en la vida, a los insatisfechos, vacíos, pobres... Y muchas noches se retiraba al monte a orar. Para El, como tiene que ser para nosotros, el contacto con el Padre era una necesidad. La humanidad necesita hombres reflexivos, silenciosos, contemplativos, que ahonden en el sentido de la vida y abran caminos nuevos a los hombres. El seguidor de Jesús tiene que sembrar eternidad en el tiempo, porque es signo del Reino, es mensajero de Alguien vivo y que hace vivir. Los hombres tienen derecho a que los cristianos seamos auténticos. Debemos preguntarnos: este Dios que, en Jesús, sale a nuestro encuentro en los acontecimientos diarios y que se acerca a nosotros tal como somos, ¿ha dado un vuelco a mi vida? ¿Ha hecho cambiar mis proyectos? ¿Se nota en algo? ¿En qué? Si nuestra vida personal y comunitaria no va cambiando; si junto a nosotros continúan las injusticias y no hacemos nada por combatirlas, si no pensamos más que en nosotros mismos, en nuestros proyectos y en nuestros sueldos..., es señal de no haber llegado a nosotros la "buena noticia" de Jesús. 241 El endemoniado de Cafarnaún Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús le increpó: -Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: -¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. (Mc 1,21-28; ef Lc 4,31-37) 1. El evangelio de Marcos El evangelio de Marcos es un libro profundo, muy esquemático y sublime, del que no es posible sacar conclusiones fáciles. Parece que ha tratado de responder a una sola pregunta que nos sigue interesando a todos: ¿Quién es Jesucristo? ¿Cómo podemos llegar a su conocimiento? Su respuesta no es fácil; en cada pasaje nos presenta una parte de su persona. Cada uno tenemos que irlos interpretando, como elementos de un rompecabezas. Marcos habla muy poco de los discursos y de las palabras concretas que dirigía Jesús a sus oyentes. Quiere mostrarnos quién es y qué representa. Nos irá revelando de una forma progresiva su personalidad. Su evangelio es un diálogo entre la realidad que tiene Jesús frente a sí y su reacción ante esa realidad. Haciendo que hablen más los hechos que las palabras, nos quiere hacer ver cómo, a través de la actuación de Jesús, el reino de Dios se abre paso en forma de curación, de liberación y de perdón. El hecho de seguir a Jesús es fundamental en este relato, que al principio narra la explosión popular de admiración y de alegría del pueblo. Admiración y alegría momentáneas de quienes asisten a algo nuevo. Después, las sucesivas reticencias y ataques de los "defensores" de la ley. Jesús despierta, de momento, gran entusiasmo en las multitudes; pero no le comprenden, se quedan en lo externo, no profundizan en el porqué de su actuar. Por eso se dirige cada vez más a un círculo reducido de oyentes y a los discípulos, que de hecho tampoco lo comprenderán 242 adecuadamente hasta después de la resurrección. ¡Qué difícil es querer entender a las personas que nos piden un compromiso serio en la vida! Después de la presentación programática de su mensaje y de la formación del grupo de los discípulos, comienza Jesús de lleno su actuación. Y es en Cafarnaún donde comienza esa actividad. Esta lectura nos evoca dos elementos claves en la actuación de Jesús: Cafarnaún y la sinagoga. Cafarnaún -la casa de Pedro- será el centro de sus actividades en Galilea. La sinagoga ofrecía buenas ocasiones para anunciar el mensaje. Los judíos se reunían en ella los sábados y leían fragmentos de la Escritura y los comentaban, como hacemos ahora nosotros. Para hacer el comentario, tenían la costumbre de invitar a que participaran todos los que pudieran y quisieran aportar algo útil para todos. Cada día es más necesario que los cristianos practiquemos esta costumbre de las sinagogas, porque todos podemos ayudarnos, con nuestros comentarios sobre la Palabra, a caminar hacia el Padre. 2. Enseñaba "con autoridad" ¿De dónde le venía esa autoridad? ¿En qué captaban los oyentes la verdad de sus palabras? La gente se admira no de que Jesús intervenga en la reunión, sino del modo de hacerlo: "con autoridad". Es decir, con convicción, con fuerza, con firmeza, con profunda fe, con alegría. Marcos da más importancia al modo de hablar de Jesús que al contenido de su enseñanza. Nos quejamos de la crisis de autoridad actual. Los padres, los profesores, los gobernantes... son contestados todos los días. Parece que nadie tiene autoridad para hacer acatar su palabra. Nuestra generación, como la del tiempo de Jesús, está harta de tanto oír hablar. Miles de palabras resuenan en nuestros oídos, pronunciadas con calor, con técnicas de persuasión, tratando de convencernos de su verdad. Pero, a veces, nos damos cuenta de que nos mienten, de que son mera palabrería. Otras no nos enteramos a causa de las "técnicas". No es frecuente escuchar palabras con el peso suficiente para calarnos hasta dentro. La comercialización de la palabra tiene su mejor exponente en las técnicas de la propaganda, llevadas hasta el absurdo en los anuncios televisivos y durante las campañas electorales. Nuestra sociedad ha convertido en ciencia la manipulación de las masas: la informática -otra palabra que se nos "cuela" en el diccionario, cuya finalidad es todo lo contrario a lo que significa-. La Iglesia, la comunicación de la palabra de Dios, no escapa a esta "enfermedad": montajes audiovisuales, técnicas pedagógicas, murales... La palabra entre nosotros es percibida como una propaganda alienante más, como tantas que caracterizan a nuestra época. Además, las mismas palabras significan cosas distintas para cada persona o grupo, según quien las diga o las escuche. 243 En un ambiente así, la tentación de la dictadura familiar y social es grande. ¿Cómo comunicar con autoridad la Palabra? ¿Cómo llegar a una verdadera comunicación con los demás? ¿Podemos adquirir, para anunciar el evangelio, un modo de hablar, una técnica apropiada, a los que se les pueda dar fe? Parece que la eficacia de la Palabra tenemos que encontrarla en las actitudes del que habla, en el mundo interior que manifiesta, en la vida que se percibe detrás de esas palabras. Siempre que hablamos en nombre de Dios y tratamos de ser fieles a su palabra, hablamos con autoridad. No con la nuestra: es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras. Siempre que proclamamos la Palabra, siempre que reproducimos fielmente el mensaje evangélico, siempre que con nuestra vida transparente damos testimonio de nuestra fe, Dios habla a través nuestro, y nuestras palabras participan de aquella autoridad con que hablaba Jesús. La autoridad de Jesús está -además de en ser el "enviado" de Dios- en que su Palabra y su vida forman una unidad plena, porque no dice nada que no esté haciendo ya, porque sus palabras brotaban de una experiencia profunda que confirmaba con su vida. Impresionaba el hecho de constatar que en El no existía división entre lo que decía y lo que vivía. Probaba con sus obras sus palabras, vivía lo que enseñaba. Algo muy importante en esta época hipotecada por la "moda" de las crisis, de las dudas, del abstencionismo, del "pasotismo". Jesús es el profeta que educa para la vida: acepta la realidad, la reconoce -enfermedades, contratiempos... que conducen a la muerte-, y nos da a entender que se puede seguir adelante, que se puede amar y vivir a pesar de todo. Los doctores de la ley se limitaban a repetir lo aprendido, quizá sin mucha convicción personal, y no trataban de ponerlo en práctica (Mt 23,1-4). Reducían todo a unas normas de cumplimiento externo. ¿Creemos nosotros de verdad lo que decimos u oímos? ¿No decimos y oímos las mayores verdades como si fueran mentiras? En Jesús late un misterio, el presentimiento de lo que es distinto, el convencimiento de la cercanía de Dios. No busca el poder, ni el prestigio, ni el éxito. Al mismo tiempo, tiene la inaudita pretensión de enseñar con autoridad, de ser "la verdad, el camino, la vida" (Jn 14,6). ¿Paradoja? Jesús no enseña nada verbalmente: se muestra a sí mismo. La autoridad en el que habla nace de su fidelidad a la Palabra. Depende de sus obras. Comunicaremos fe si somos creyentes; descubriremos la salvación a los demás si nos sentimos salvados; anunciaremos la liberación si estamos trabajando por ella. En la nueva ley tienen que ir siempre unidos el mensaje y la vida. ¿Está nuestra vida a la altura de nuestras palabras? ¿Tratamos de que esté? ¿La crisis de autoridad no estará fundamentada en la falta de compromiso, en el pedir a los demás lo que nosotros no tratamos de hacer en absoluto? 244 La Palabra que es Jesús no es una Palabra que nosotros juzgamos, criticamos, oímos con reservas..., sino una Palabra que es la norma, la base del camino para nosotros. El pueblo sencillo veía en Jesús coherencia entre lo que decía y su modo de vivir. Veía en El originalidad cuando hablaba de las cosas del Padre y del Reino; esa originalidad que brota de la experiencia personal. Veía en El libertad e independencia con relación a cualquier estamento social -sacerdotes y escribas, fariseos y saduceos, nacionalistas zelotes-. Era también muy original en el modo de relacionarse con las personas: publicanos, gente de mala vida, leprosos, endemoniados, mujeres y niños. Era una novedad que comprometía tanto la propia seguridad... que era mejor dejarla pasar. Jesús rompía moldes religiosos, perdonaba los pecados y demostraba que tenía poder para hacerlo; añadía nuevos matices a la ley del Sinaí para superar el legalismo y dejar claro el principio iluminador del amor fraterno. La sinagoga reconoce la novedad, pero se queda en la extrañeza, en la admiración a Jesús. ¿No nos quedamos nosotros casi siempre en el "saber"? Ahora no basta con leer el evangelio, con escucharlo cada semana en nuestras reuniones. Tenemos que concretarlo en nuestras vidas, en este mundo que cambia y en el que es tan difícil tener criterios claros. El cristianismo, desde sus inicios, no es una visión teórica de las cosas, sino fuerza de Dios en el mundo, manifestada en la superación del mal, que todo hombre encerramos en lo más íntimo de nuestro ser. Jesús no nos dejó un código que, de antemano, diera respuesta a todas las situaciones. Nos dejó unos principios para que, en el transcurso de cada tiempo histórico, encontráramos soluciones nuevas y concretas para ir dando respuesta a cada realidad cambiante. Tenemos en nuestras manos un verdadero trabajo de creación de cara a los nuevos tiempos que nos corresponde vivir. Estamos llamados hoy, en el umbral de una cultura nueva, a reinventar desde las raíces muchas cosas, a crear juntos un mundo distinto y más humano. Tenemos que superar el integrismo y las rutinas; y tenemos que dar respuestas válidas a las graves interpelaciones que el mundo de hoy nos formula. Si somos coherentes con el evangelio, si nuestra vida no está dividida, su Palabra volverá a ser escuchada, porque no será nuestra opinión personal, sino que llevará en su entraña la fuerza renovadora de la acción de Dios. Jesús se enfrenta con la mentira, con el egoísmo, con el mal, con el pecado. Nosotros tenemos que situarnos claramente en su bando. Tenemos que luchar contra el mal, esté donde esté: en nosotros mismos, en la sociedad, en la Iglesia. 245 3. "El espíritu inmundo" El auténtico sentido de los milagros está en que son signos de salvación, de liberación del mal, de una toma de contacto de Jesús con el mundo y con su miseria, para arrojar fuera todo lo que esclaviza al hombre. La palabra de Jesús tenía fuerza para liberar de todo mal, de todo pecado. Habla "con autoridad" sobre "el espíritu inmundo", y el enfermo queda restablecido. En El está presente una realidad nueva, inaudita y con todos los indicios de venir de Dios. Realidad que se manifiesta en su manera de tratar al "espíritu inmundo". Hoy no es corriente creer en el demonio. Pero no creo que pueda negarse la realidad del mal en el mundo. Que se personifique esta realidad de mal en el diablo o no es secundario. Lo que es grave es que nuestra sociedad actual niega en la práctica la existencia del mal, niega la existencia de la línea que divide lo bueno de lo malo. Esta sociedad consumista, permisiva, escéptica..., tiende a esconder la realidad cruel de mal y de muerte presente en la vida humana. Y sin mal no hay salvación; porque ¿de qué tenemos que salvarnos? Los cristianos tenemos que decir sin miedo que el mal, el pecado, existe en todos nosotros. Que nos supera, porque nunca lo venceremos del todo. Sólo reconociendo esta realidad de mal en nuestras vidas podremos luchar contra él, sabremos abrirnos a Jesús, que venció en El para siempre ese mal. Los antiguos personificaban el mal. Esta personificación del mal o de las fuerzas del mal parece que es de origen persa y da principio a las religiones dualistas: un principio del bien y otro del mal. De esta forma quieren encontrar la respuesta a una experiencia profundamente humana: no acabamos de estar de acuerdo con el mal que hacemos: nos supera, nos desborda (Rom 7,14-25). Es lógico concebirlo como originado por un principio externo y superior. A este principio del mal se le atribuían diversas enfermedades, sobre todo aquellas más desconocidas y misteriosas que desfiguran o alienan al hombre, que afectan al centro de su persona. Entre ellas, y principalmente, las enfermedades mentales y la epilepsia. Estas enfermedades suscitaban en el hombre primitivo un horror más fuerte que cualquiera otra: el comportamiento del enfermo mental y del epiléptico dan a entender que en él ha entrado otra persona, que está "poseído". El causante de esta "posesión" es considerado como un espíritu del mal, un diablo o demonio. Y así, el horror aumenta, creando un comportamiento de defensa y de hostilidad, que lleva a ver en el enfermo un ser execrable que hay que "alejar" como sea. ¿Qué postura adopta Jesús ante la creencia popular de los demonios? El vive y crece inmerso en esta mentalidad y participaría de ella en gran medida. Pero, tanto si existe el demonio como ser personal como si no existe -parece claro que no existe-, el sentido profundo y siempre válido de estos textos es que, ante la fuerza de Dios que actúa en Jesús, las fuerzas del mal retroceden. Dios quiere el bienestar total del hombre. ¿Cómo podría su enviado 246 contentarse con el solo anuncio del reino de Dios, sin "realizar" obras de liberación del hombre? ¿Y cómo expresar esa liberación? El contenido "religioso" de este pasaje no es la existencia de los demonios, sino la necesidad de luchar contra todo lo que oprime y "posee" al hombre, sea cual sea la interpretación cultural que de este hecho vaya dando cada generación. "Espíritu inmundo" significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios; representa lo que hay de opuesto a Dios en la realidad del mundo; es el símbolo de la incomunicabilidad con Dios; el signo de todo aquello que en el hombre, en todos y en cada uno de nosotros, está en radical oposición con el Padre. ¿Cuáles serán ahora los demonios? La ambición de poder y de dinero, la manipulación política y las desigualdades económicas, las opresiones de unos hombres y de unos pueblos por otros, la violencia institucional y subversiva, la carrera de armamentos (se gasta más de un millón de dólares por minuto en el mundo), la degradación ecológica, la idealización y banalización del sexo, las envidias, los rencores e incomprensiones a todos los niveles, las drogas... Los que nosotros deberíamos combatir con más esfuerzo podrían ser: la desesperación, que nos lleva a creer que la vida no tiene sentido, que todo es malo, que no hay nada que hacer; el triunfalismo, que es el extremo contrario: creer que el mundo es un paraíso, que se puede recoger sin sembrar, que la vida cristiana puede existir al margen de la cruz; la evasión, que es dejar el trabajo para los demás, que para eso están; la rutina, que nos hace esclavos del propio pasado y de las propias costumbres. Jesús nos invita a liberarnos de los falsos valores que la sociedad nos presenta y de los ídolos de nuestro corazón, que nos poseen y nos dañan, que nos impiden hacer la voluntad del Padre. Esta invitación no va a quitarnos los problemas, pero sí nos va a ayudar a afrontarlos de un modo nuevo. Lo que Jesús dice se realiza. La fuerza de este "espíritu inmundo" es grande; lo indican la voz y, sobre todo, la violenta agitación a que somete al hombre del que "salió". Es el esfuerzo y la violencia que lleva consigo la lucha contra el mal. Esta fuerza del "espíritu" impresiona a la multitud, que se sobrecoge lo mismo que nosotros ante el poder irresistible de un mal que nos aplasta. Jesús, lejos de impresionarse o de asustarse, habla con autoridad y su voz amenazadora se impone al griterío del "espíritu". Ante el excepcional poder demostrado por Jesús, la multitud reacciona impresionada por su manera de enseñar y de actuar. Todos están sorprendidos, y nadie sabe decir quién es aquel personaje que trae revuelta a la región. Bueno: nadie, no. Hay uno que sí sabe: "el espíritu inmundo". El sí percibe con claridad, imperceptible para los demás, y sabe definir a Jesús: "Sé quién eres: el santo de Dios". 247 Hace pensar que sea el endemoniado el que reconoce a Jesús. ¿Es el enemigo el primero en darse cuenta del peligro? ¿Pasa lo mismo hoy? "Su fama se extendió en seguida por todas partes". Fama que estriba menos en un conocimiento claro sobre Jesús que en las preguntas que se hacen sobre El. Y es que para conocer a Jesús necesitamos seguirle con nuestro compromiso personal a todo lo largo de la vida. Nuestras palabras sólo tendrán algo de la fuerza de convicción que tenían las de Jesús si nacen de una verdadera experiencia, si hablamos de lo que realmente vivimos, si la hemos interiorizado de modo que vivamos de ella. Nuestras palabras, para que puedan creerse, deberán ir acompañadas por el testimonio de las obras. Jesús, con la autoridad de su Palabra, cambia al hombre, lo transforma y le da una fuerza como jamás la había tenido antes. Da un vuelco a todas las cosas, aunque se llamen enfermedades, miseria, malicia o muerte. No es que dé una respuesta a todos y a cada uno de los problemas, pero sí nos da la orientación y la fuerza para afrontarlos. No nos libra de las tentaciones ni de las dificultades, pero nos da un camino de interpretación y de lucha contra ellas. 248 Predica y cura por toda Galilea Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca. El les respondió: -Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios. (Mc 1,29-39; cf Mt 8,14-17; 4,23; Lc 4,38-44) 1. Los gestos de Jesús Después de hablar en la sinagoga de Cafarnaún y de curar al endemoniado, Jesús completa su jornada en casa de Pedro. Allí, en presencia de los cuatro discípulos, en un ambiente de mayor intimidad, cura a la suegra de Pedro. Los gestos de la curación parecen simbólicos: Jesús se acerca a los hombres, nos da la mano y nos levanta. "Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó". Son gestos nuevos, originales: un rabino nunca se habría dignado acercarse a una mujer y cogerla de la mano para devolverle la salud. Al levantarla, la capacita para que emprenda el camino del servicio, característica poco frecuente en el hombre. "Se puso a servirles". Esta reacción de la suegra es significativa de la actitud que deben tener los hombres que han sido salvados, que han llegado a la fe. Si estamos en este camino de salvación, lo estaremos demostrando con la entrega de nuestra vida a los demás. Jesús vivió para los demás, y quiere que imitemos su ejemplo. Quiere que pasemos de la pasividad de estar encerrados en los propios problemas, que nos inmovilizan "en cama", a estar abiertos para servir, para hacer camino con los demás; de no ser capaces de valernos por nosotros mismos, a asumir el riesgo de la propia vida. Jesús conecta con la situación real en que se encuentra cada persona -servidumbre, desorientación..., muerte- y nos muestra el camino para superarlas o para afrontarlas con dignidad y valentía. 249 2. Dios no quiere el sufrimiento "Al anochecer..." La curación de la suegra de Pedro se hizo en sábado. Las que se narran a continuación no pertenecen ya a este día, que terminaba con la puesta del sol. Ahora ya estaba permitido transportar camillas y, por eso, pueden traer a Jesús a los enfermos y poseídos. Llega mucha gente. La acción de Jesús va siendo conocida. La gente va descubriendo en El a alguien al que merece la pena ir, aunque los únicos que realmente le conocían eran los demonios. Dios no quiere el sufrimiento. Jesús toma una actitud activa de lucha contra el mal del hombre y nos invita a sus seguidores a hacer lo mismo. Hemos de tener conciencia del mal y del sufrimiento de nuestro mundo y adoptar ante ellos una postura responsable. Enfermedades, vejez, sufrimientos morales, deficiencias físicas y psíquicas, paro, hambre, ignorancia... de tanta gente que espera de nosotros ayuda y consuelo. ¿Habrá suficiente amor en el mundo para redimir tanto sufrimiento y tanta miseria? ¿No deberíamos los cristianos dedicar nuestra vida a ello? 3. Toda la actividad de Jesús está penetrada por la oración "Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". Todo acontecimiento externo permanece en la penumbra mientras no lo reflexionemos en profundidad. Se necesita la oración para intuir los pensamientos de Dios. La fe domina los significados de la historia, porque Dios está detrás de ella, alentando lo bueno y apoyando la lucha contra todo lo malo. Frente al éxito que va obteniendo ante las muchedumbres, Jesús quiere poner en claro constantemente la misión recibida del Padre, y por ello busca la soledad para orar. En su vida, tan llena de ocupaciones, le resultaba difícil encontrar el tiempo necesario. Entonces "se levantaba de madrugada", o se retiraba al atardecer (Mt 14,23), o velaba durante la noche (Lc 6,12). Toda su actividad está penetrada por la oración. También le era necesario encontrar el lugar adecuado para entrar en diálogo con el Padre. Abandonaba con frecuencia a las turbas, cansado de su incredulidad y obstinación, apenado por la dureza de sus cabezas para comprender. Necesitaba calmarse, apaciguarse, encontrarse en la intimidad con el Padre. Necesitaba clarificar con El el sentido verdadero de su misión. Porque no tuvo siempre la misma claridad de conciencia. Fue vulnerable a las impresiones y sensible a las influencias. Por eso tenía que rezar para pensar mejor lo que pensaba y para saber mejor lo que sabía. En la oración veía las cosas desde más lejos, partía hacia nuevas metas, robustecía la unión con el Padre e iba encontrando el camino adecuado de su misión con una seguridad íntima. 250 Gracias a la oración iba ahondando, reflexionando, encontrando. Gracias a la oración volvía a sentirse Hijo. Y una vez unido así con su Padre, ya no tenía más que una sola oración: "¡Padre, que se haga tu voluntad!" (Mc 14,36). Luego volvía a los suyos renovado, luminoso, sereno. Jesús es hombre de oración. Ha vivido una vida de oración perfecta en medio de las ocupaciones agobiantes de toda su vida pública. No rezaba para damos ejemplo. Si su oración tiene un sentido para nosotros, si es ejemplar, es porque ante todo tenía sentido para El. No disponía de esa claridad de ciencia y de fuerza divinas capaces de ahorrarle la oscuridad, el balbuceo, las dudas naturales en el hombre; necesitaba orar para encontrar la luz y poder seguir su camino. ¡Dichoso el que logre entrar en el secreto de su oración! La única oración verdadera para un cristiano es la que se asemeja a la de Jesús: no una oración de pedigüeños ni de criados, sino una oración de hijos, una oración llena de confianza y de entrega. Rezar es volver a tomar conciencia del don de Dios, acordarnos de que tenemos un Padre, recordar que lo que le hemos pedido ya nos lo ha dado. Rezar es hacernos conscientes de la realidad del mundo y tomar una opción ante ella. No rezamos para vencer la resistencia de Dios para darnos, sino para vencer nuestra resistencia a abrirnos a su don. ¿Cuánto tiempo necesitaremos para rezar así? Sólo en la oración encontraremos la acción que cada uno de nosotros puede y debe hacer para colaborar en la transformación del mundo. ¿Cómo vamos a saber qué debemos hacer, a qué debemos dedicar nuestra vida, cuál es nuestra vocación, sin preguntárselo al Padre en la oración? El es el único que lo sabe, y quiere que realizando nuestra misión en el mundo nos construyamos a nosotros mismos. En la oración nos ayudará para que venzamos nuestras resistencias para ponerla en práctica. Y no llevaremos nada a la práctica sin que estemos convencidos antes de su necesidad. Jesús es nuestro maestro de oración. Sólo El puede hacer que en nosotros brote una oración verdadera. No sabremos rezar mientras Jesús no nos lo haya enseñado en lo más profundo del corazón. Cada vez que Jesús quiso llevar a algunos de los suyos a orar con El, el evangelio nos dice que se durmieron (Mt 26,40). En la oración tenemos que hacer un esfuerzo de perseverancia, suceda lo que suceda y pese a todas las apariencias desfavorables. Y, sobre todo, esperar, porque Dios vendrá a nuestro encuentro cuando y como El quiera. Esperar, aunque sea a lo largo de toda nuestra vida, teniendo en cuenta que Dios no puede venir a nuestro encuentro más que en la medida de nuestro amor. A la oración tenemos que ir para perdernos, para entregarnos, nunca para buscarnos. Nuestra vida de oración debe tener dos modalidades: momentos de oración pura, momentos de retiro, de silencio, de "estar", momentos en los que cesen totalmente otras actividades -en ellos es fundamental la hora, el lugar, la postura-; y una permanencia del estado de oración a lo largo de todas nuestras actividades. 251 Es lo que hacía Jesús: vivía en este estado permanente de oración, y dedicaba largas horas de su tiempo, en medio de jornadas abrumadoras de trabajo, a la oración, retirado en la soledad de la montaña, de la naturaleza. La experiencia de la oración nos hará comprender cada vez mejor hasta qué punto la oración supone un desasimiento de todo lo creado, supone una especie de muerte a todo lo que no es Dios. ¿Será por esta falta de desasimiento por lo que rezamos tan poco o nada? ¿Y será porque rezamos poco o nada por lo que estamos tan apegados a los "valores" de este mundo? La oración debe impulsar y dar sentido a nuestra lucha. Debe ayudarnos a sintonizar con los designios de Dios, a confiar en El; pero al mismo tiempo a asumir nuestras responsabilidades. La oración de Jesús era más intensa en los momentos más decisivos. En ellos adoptaba resoluciones definitivas, volvía a conectar con su misión, con su vocación, con el designio de Dios sobre El. Saber quién es Jesús es lo esencial para la vida de un cristiano. Y esto no puede lograrse sin grandes momentos de oración solitaria. 4. Jesús despierta esperanzas Los discípulos tenían que ir a buscarlo con frecuencia a sus lugares de retiro. "Todo el mundo te busca". Aquí, pensando humanamente, que es como decir sin pensar, van a buscarlo para que vuelva porque todos le buscan. Y Jesús tiene una firme resolución: marchar a predicar a toda Galilea. La gente sigue a Jesús porque despierta esperanzas, pero aún son demasiado interesadas. Jesús no sólo habla. Lucha contra el dolor y el mal y la tristeza que encuentra en su camino. Y todo esto arrastra a la gente, crea ilusión. "Simón y sus compañeros" quieren que se quede para aprovechar el éxito obtenido con sus palabras y con sus curaciones. Pero Jesús opta por marcharse. Huye de la gente que busca milagros, no quiere desvirtuar su misión: para eso ya estarán sus sucesores. Los milagros están al servicio de la fe, de Dios; no al contrario. "Recorría toda Galilea... curando las enfermedades y dolencias del pueblo". El hombre de fe cree que las cuentas sobre el mundo y sobre la historia no salen bien si sumamos solamente las fuerzas de la naturaleza, las del hombre y las de Dios; está, además, la fuerza del mal. El aburrimiento, el hastío, la superficialidad, la injusticia, la opresión, la pasividad, el confort... son las características de nuestra sociedad de consumo, a la que, sin rubor, llamamos cristiana. En ella, cuanto más deseamos pasarlo bien y ser felices, la vida se nos aleja más. 252 Ese clima irreal en el que ni se piensa ni se vive y en el que todo se toma con una superficialidad alarmante. Esa juventud que corre tras la vida, sin encontrarla por falta de esfuerzo, de compromiso... y de ejemplo de los adultos. Ese vacío que se masca en las fiestas y en las diversiones. Ese campo de batalla del trabajo, en el que siempre gana el más fuerte -el que tiene dinero-, apropiándose del sudor del que carece de medios para defenderse; ese trabajo en el que gana siempre el más sagaz, que es lo mismo que decir el más sinvergüenza. Ese mundo de los políticos, en el que es frecuente la búsqueda del éxito personal, por encima del bien común. Esos estudios que no capacitan para hacer un mundo justo al estar pensados para que todo siga igual, para que la gente no piense -por eso abarcan muchas materias, llenan de conocimientos que no se pueden asimilar y que están al margen de la vida concreta del hombre y que muchas veces no sirven para nada-, y en los que se pierden muchos años de la vida, con el agravante de que incapacitan para hacer algo después, como lo demuestran tantas huelgas y reivindicaciones de universitarios de primeros cursos, que cuando terminan sus estudios y se sitúan engrosan el número de los instalados. Ese pueblo, engañado sin cesar, sin esperanzas de ninguna clase, que se aliena con la televisión, con el fútbol, las quinielas, la lotería, los toros, las modas y adquiriendo todo tipo de cachivaches que le permita la sociedad de consumo. ¡Qué alienación más total! Y así perdemos los años de la vida, en todas las edades. 5. Es necesario mejorar la condición humana Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha. (Job 7,1-4.6-7) Job nos hace una dolorosa exposición de la vida humana. Las penalidades del trabajo, el sufrimiento en las enfermedades, cierta sensación de inutilidad de la existencia y la brevedad de la vida humana... son experiencias por las que pasamos más de lo que quisiéramos. En nuestro mundo existe el hombre que sufre, que se consume sin esperanza, víctima de la opresión. Existen también los hombres que se creen conocedores de la voluntad de Dios, que se escandalizan ante la protesta del hombre que sufre, y le aconsejan paciencia y resignación, 253 como si ése fuera el deseo de Dios. Nos hacen creer que es deseo de Dios el que haya ricos a los que sobre y pobres que pasen necesidad; poderosos que nos imponen eso que llaman "orden" y una multitud de gente que siempre depende de su voluntad para tener trabajo, para encontrar piso, para poder hablar; unos, que si están enfermos, o si quieren dar estudios a sus hijos, o si quieren descansar, hallan todos los caminos abiertos para escoger médicos, o colegios y universidades o viajes de placer; mientras que otros, con las mismas necesidades, encuentran todas las puertas cerradas o tienen que aceptar lo que les den y como se lo den. Nuestra vida, como la de Job, símbolo de la existencia humana en el mundo, no es agradable, ni mucho menos. Vivimos de ilusiones que, cuando las alcanzamos, despiertan en nosotros deseos más grandes e inalcanzables. La poca vida que tenemos se nos escapa. Reconocernos así es condición indispensable para poder abrirnos al diálogo con Dios, para poder esperar la salvación, la vida verdadera, luchando por conseguirla ahora y aquí, aunque la plenitud esté siempre "más allá". Los pueblos viven desterrados, a oscuras, llenos de tinieblas. Los poderes y las estructuras crecen sobre ellos, como hormas de hierro, para que nadie se salga de lo establecido. Para que un pueblo sea capaz de moverse, de despertar, es necesario que llegue a creer en la utopía. De lo contrario es muy difícil que supere los yugos de los tiranos. Esta es la labor de los profetas. Es la labor del profeta Jesús. Todos los poderes pretenden hacernos creer que sirven al pueblo. Se habla del poder del pueblo, del pueblo soberano..., y éste llega hasta a creérselo. Y aunque las revoluciones, los grandes avances de la historia, los ha hecho el pueblo, es al que menos se le agradecen sus esfuerzos. Al pueblo se le engaña con palabras bonitas, con promesas que nadie piensa cumplir; se le teme como a una fiera sin domesticar; se le controla; se le pretende llenar la cabeza y, a veces, el estómago, para que no tenga tiempo para pensar ni para hablar: ¡ya piensan y hablan por él "los padres de la patria"! Los pueblos sufren grandes opresiones a causa de los intereses de los sistemas económicos y políticos. Muchos pueblos agonizan, viven sin pensar, sin conciencia propia. Por eso en las elecciones votan -aunque cada vez menos- en contra de sí mismos, a los partidos burgueses, que se presentan como sus salvadores. Jesús muestra un gran amor al pueblo. Un amor que le llevó a dedicar su vida a su salvación y liberación, a su maduración. El cristiano tiene que colaborar para despertar, a la vez que su propia conciencia, las conciencias de los pueblos para que luchen por conseguir sus legítimas libertades y derechos. 254 Tiene que ayudarle a que madure, desde dentro, siendo pueblo también, por medio de la transformación de la cultura alienante actual, el respeto y la igualdad de todos los hombres, la capacidad de diálogo, la convivencia con todas las opciones que no impidan la justicia, su preocupación activa por las cosas públicas. El amor al pueblo exige el esfuerzo por su promoción. Pero una promoción en la línea más profunda de la persona y las colectividades. Una promoción que no puede quedar reducida a darle de comer y poco más -actualmente no llega ni a eso-. Tiene que ser una promoción para que cada hombre llegue a poder usar su propia cabeza. La conciencia del hombre y su realidad social son tan importantes, que ninguna persona podrá desarrollarse de verdad ni podrá ser libre y responsable sin desarrollar en sí mismo estas dos condiciones. Cada generación envejece nada más nacer. El amor al pueblo nos pide emprender una acción de curación, de detectar los males, de sanear las situaciones. No es posible realmente comprender el significado de Jesucristo sin profundizar en la verdad de la condición humana, la estrechez de sus límites y su lastre abrumador. Jesús sólo puede aparecer como Salvador a los que, uno u otro día, sintieron violentamente lo imposible que le es al hombre asegurar por sí solo su propio destino. Descubrimiento que no implica ninguna negativa a asumir las propias responsabilidades. La aceptación de la salvación, sentido de la vida traído por Jesús, estimula a cada creyente a actuar de una forma confiada y eficaz, ya que, si nada es posible sin Jesús, con El todo se hace posible (Jn 15,1-7). Jesús es capaz de dar sentido a la vida de los hombres. En El, muerto y resucitado, tiene plena respuesta nuestra vida. En El, la muerte, con la que poco a poco nos morimos, acaba en la vida. En el horizonte de nuestra vida aparece el Dios de la esperanza, que nos promete cambiar la tristeza en gozo. El olvido de Dios, de todo lo que representa, es la causa principal de nuestro hastío. Quien cree en El encuentra, en su propia realización, en la vida entregada al prójimo, en la lucha por un mundo justo, en la oración, en el fiel cumplimiento del deber profesional -siempre como servicio a la comunidad de los hombres, nunca como lucro o éxito personal-, razones para vivir que ahuyentan todo vacío. Jesús es el libertador al servicio del hombre, que combate contra todo tipo de esclavitud. Toda su vida encuentra eco en el corazón del hombre que entra dentro de sí mismo. Los "demonios" que tenemos que expulsar están en todos los niveles de la existencia humana; en las estructuras opresoras y en el hombre que ha perdido la esperanza. Jesús quiere transformar el mundo. No se limita al espíritu: actúa en todo el hombre. Y éste es el ejemplo y el camino que nos deja: hablar, anunciar la buena noticia de la liberación de todo el hombre y de todos los hombres. ¿Es eficaz hablar para cambiar el mundo? Jesús cree en sí. Por eso su Palabra tiene fuerza: la fuerza de su convicción y de su entrega total. 255 Jesús nos quiere contagiar la fe en su lucha, quiere convencernos para que sigamos su camino. Pero los cristianos hemos cambiado el sentido a las palabras de Jesús, de forma que el "evangelio" que comunicamos al mundo no tiene garra. ¿No está manipulado y defendiendo intereses opuestos al pueblo sencillo? Las curaciones son signo de la salvación integral que Dios quiere para los hombres. Jesús no se limita a "salvar almas": cura también los cuerpos. Y los "cuerpos" que hoy necesitan curación son los de los marginados, hambrientos, explotados, parados, torturados, desaparecidos, analfabetos... Es verdad que las curaciones tienen el riesgo de que los hombres nos quedemos sólo en lo externo y aspiremos únicamente a vernos libres de nuestras necesidades terrenas, sin ahondar en el sentido profundo de ellas, como le sucedió a Jesús y como ha sucedido tantas veces en la historia -santuarios de apariciones celestiales...-, y puede suceder en las luchas revolucionarias de los pueblos latinoamericanos. Pero es mucho peor no hacer nada. Jesús no comulga con quienes pretenden lavarse las manos mientras hablan de paciencia y resignación. El "explica" el mal combatiéndolo con todas sus energías, que es el camino para vencerlo, hasta dejar la vida en el empeño. Jesús, porque ama de verdad, libera del mal físico y moral. No quiere dejar el mundo igual: quiere transformarlo. No es un predicador de paciencia y resignación. Si lo hubiera sido, no habría terminado asesinado en una cruz. No se queda en la sinagoga. Actúa y habla en el corazón de la vida humana. Y para ello no es suficiente la sinagoga. Tampoco es suficiente que la Iglesia se quede dentro de las iglesias, que los cristianos nos quedemos limitados a nuestras comunidades. Es preciso compartir la vida, trabajar en todas las realidades humanas, hablar y actuar en el corazón de la vida de los hombres. 256 La pesca milagrosa La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Simón contestó: -Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -No temas: desde ahora, serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. (Lc 5,1-11) 1. Predicación de Jesús Es la versión de Lucas sobre la llamada de los primeros discípulos. Este episodio lo podemos dividir en tres partes: la predicación de Jesús, la pesca milagrosa y la vocación de varios discípulos. "La gente se agolpaba alrededor" para oír sus enseñanzas. Junto a Jesús hay siempre una multitud de personas ávidas de "palabra de Dios". Lo seguían porque hablaba con convencimiento, porque vivía lo que decía, porque respondía a los grandes interrogantes de los hombres inquietos de todos los tiempos, porque no buscaba nada para sí mismo. Lo seguía el pueblo porque no era un teórico, porque trataba de cambiar la sociedad. Las teorías hay que dejarlas para aquellos que se dedican a prometer sin dejar sus privilegios. Para transformar la realidad hace falta tener un conocimiento verdadero de ella, una interpretación correcta de todo lo que sucede y del porqué sucede, una idea clara de adónde queremos ir y no buscar ganancias personales de ningún tipo. En las largas horas de oración y de silencio que le vemos tener, Jesús analizaba la realidad y descubría los caminos para transformarla. Vería que el opresor, que no quiere dejar de serlo, no puede querer los cambios necesarios para la transformación de la sociedad, no puede aceptar las ideas y acciones que salen de los oprimidos, porque sería al precio de perder ellos sus privile- 257 gios. Esa es la causa de su descalificación de los ricos para seguirle y para entenderle (Lc 18,2425). El rico no puede captar su mensaje; no le conviene. Lo descalifica sin más, porque le delata, porque lo muestra como lo que es: injusto, explotador. Y se dedica a sacar ideas sublimes, elevadísimas, "divinas", con apariencia de fundamentales e intocables -como la propiedad privada-, que oculten la realidad y le hagan aparecer como lo que no es: justo, humano, religioso. Para elaborar estas ideas, estas ideologías encubridoras, usa intelectuales y clérigos. Y así salen tantas leyes y normas para sangrar al pueblo, presentadas como venidas de Dios. La realidad es que no se puede ser revolucionario, no se puede ser seguidor de Jesús y no se puede trabajar honradamente para cambiar la sociedad teniendo muchos bienes. Jesús quiere liberar al pueblo, quiere que la justicia, con todas sus consecuencias, se implante en la sociedad. Su actividad es claramente liberadora. La fe de Lucas y su manera de escribir sintetizando lo que seguramente fueron procesos largos y complejos podría hacernos creer que la actividad de Jesús en Galilea se desarrolló de forma simple y clara, como si todo estuviera previsto de antemano. Sin embargo, la realidad fue muy distinta. 2.. Pesca milagrosa Una mañana, "a orillas del lago", Jesús le pidió prestada la barca a Pedro, porque los oyentes se apretaban contra El, deseosos de oírle. Pedro le escuchaba con interés, con aprobación. Jesús hablaba claro y bien, mucho mejor que todos a los que había oído en la sinagoga o en otros lugares. Tenía "algo" distinto... Pero los sermones no eran asunto de Pedro. Lo suyo era pescar. Y pescaba bien. Cuando Jesús dejó de hablar, se acercó a Pedro y le dijo: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Parece la misma escena descrita por Juan (21,4-8) en su evangelio. Después de una noche sin pescar, Simón, para complacerle, lo hace, a la vez que le expresa la inutilidad de la pesca de la noche. Parece que Jesús lo quiere llevar, junto con sus compañeros, "mar adentro" para hacerles vivir una experiencia decisiva. Porque es de una experiencia de lo que se trata. El Pedro que es invitado aquí a "echar las redes" no es simplemente el pescador que está junto al lago -como en Mateo y Marcos-, sino el Pedro encargado de dirigir la Iglesia. Es un Pedro consciente de sus limitaciones, pero decidido a hacer lo que el Señor le indique. Pedro es la imagen del seguidor de Jesús, acompañado por los demás pescadores. El resultado es grande; se palpa el milagro, el signo. Pedro se quedó sorprendido. En su terreno, en un asunto de su competencia como era pescar, Jesús le demostró que tenía necesidad de El, que ni en su propio oficio se bastaba a sí mismo. 258 No es el trabajo de los hombres -de los pescadores- lo que consigue la pesca abundante, sino la fidelidad a la palabra de Jesús. Pero ellos tienen que echar las redes, tienen que trabajar, realizar su parte. No por muchas técnicas que empleemos en el apostolado lograremos algo verdadero. Es nuestro convencimiento y fidelidad a lo que decimos lo que contagiará a nuestros oyentes: "Lo dejaron todo". Pero, aunque el convencimiento y la fidelidad sean muy grandes, la eficacia de la acción viene siempre de Jesús; no de los discípulos, que "habían pasado la noche bregando" para pescar, sin resultado. La abundancia de peces es signo de la abundancia escatológica, propia del fin de los tiempos, más que de lo que sucederá en el correr de los siglos. Cristo será reconocido por la humanidad plenamente al final de la historia. Hasta entonces, en el ahora, la vida de la Iglesia será una difícil noche de pesca, en la oscuridad de un mar amenazante. De ahí que tengamos con tanta frecuencia la sensación de fracaso. 3. Vocación de varios discípulos Lucas, como es propio de su estilo, ha querido dar un soporte racional, de comprensión y persuasión, a la llamada o vocación de los discípulos. Así lo hace aquí, aprovechando el impacto producido por el milagro de la pesca. Nos hace ver también la indignidad del hombre para esa misión. Pedro ya no le llama "Maestro" como antes, sino "Señor", palabra que indica mayor respeto y distancia. "Señor" significa aceptarle como única norma, única ley; significa que de El no puede discrepar, aunque le cueste; significa tener la certeza de que El siempre tiene razón; significa decir "amén" a todo lo que haga o diga, aun antes de haber entendido; significa darle el mismo asentimiento que a Dios. Jesús lo alienta y, partiendo de su mismo oficio, dice a Pedro que será "pescador de hombres". Y con él, los demás compañeros suyos. Y "lo dejan todo para seguirle". Tenemos en esta narración los elementos esenciales de una vocación: un impacto religioso, una constatación de la propia indignidad, una llamada y un seguimiento. a) Impacto religioso y constatación de la propia indignidad "Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús..." Pedro capta la proximidad de un misterio aplastante. "El asombro se había apoderado de él". Es el asombro del hombre que entrevé un gesto de Dios, una presencia divina, y que se descubre indigno de esa maravilla: "Soy un pecador". 259 Sólo las personas que se aproximan realmente a Dios experimentan las propias limitaciones. El sentido del pecado solamente se tiene -en la fe- cuando se posee el sentido de Dios. Dios es un problema esencialmente humano. Se le experimenta como cercano y lejano. Es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, y está más allá que todas las cosas pensadas, más allá de la historia y de los acontecimientos. Es lo que queremos expresar cuando hablamos de su inmanencia y trascendencia. Por medio de la inmanencia y trascendencia de Dios tratamos de explicar la realidad del mundo: que las cosas no tienen consistencia en sí mismas, que hay Alguien distinto del hombre que lo sostiene todo, que hay Alguien que da fundamento a lo que somos y a todo lo que nos rodea. A Dios lo percibimos, desde nosotros mismos, presente en la historia, en los acontecimientos cotidianos, pero lo afirmamos como el totalmente Otro. Dios es causa y origen de todo palpitar. Y está comprometido con el hombre y con la historia. Solamente podemos conocer a Dios desde el acontecimiento, desde la vida misma. El hombre no crea un Dios trascendente, sino que cree en El porque se ha encontrado con El. La encarnación de Jesús es la manifestación más plena de Dios. A Dios hay que aceptarlo, hay que creer en El cuando se nos "aparece", no se le puede definir, sólo podemos narrar la experiencia que tengamos de El. No se puede descubrir a Dios y seguir viviendo como uno ha vivido hasta entonces. El encuentro con Dios revela el verdadero sentido del hombre y del mundo; lleva consigo una revisión, un juicio, una llamada, un esfuerzo. De ahí nuestra reacción espontánea a huir de El, a apartarnos de su compromiso, a creer que ese encuentro nos va a destruir. Dios no puede entrar en nuestra existencia sin transformarla por completo. Parece que Pedro lo supo desde su primer encuentro con Jesús. Antes de este encuentro, Pedro podía tener una buena opinión de sí mismo, podía confiar en sus recursos... Pero el paso de Jesús por su vida le fue arrebatando su amor propio. Según iba conociendo a Jesús, se iba conociendo a sí mismo e iba sabiendo que era nada. Por ello suplica a Jesús que se aparte de él. Se reconoce indigno, se vacía de su suficiencia. Le harán falta otras experiencias dolorosas, otros fracasos y caídas, antes de aprender a fondo aquella lección. La cercanía de Dios no puede compaginarse con el orgullo. A Pedro no le convenció un sermón, lo convirtió una pesca, una persona. Jesús lo vació de la última satisfacción de sí mismo. Así empieza toda verdadera vocación cristiana. De pronto, la religión deja de ser un artículo de lujo, una prueba de nuestra buena educación, una costumbre, un signo de nuestra cultura y de nuestro dinero y respetabilidad. Nos damos cuenta, de repente, que para vivir, para amar, para trabajar, para vivir un solo día de nuestra existencia tenemos que ceder en 260 nosotros el lugar a Dios; tenemos que rezar, tenemos que recibir ayuda, necesitamos que se nos eche una mano. Lo mismo que Pedro experimentó que necesitaba la presencia de Cristo en su barca, incluso para pescar, nosotros tenemos que llegar a saber que es por una gracia incomprensible y desconcertante por la que queremos ser fieles, honrados y que merece la pena serlo. b) Llamada "Desde ahora serás pescador de hombres". Jesús llama a hombres que se sienten pecadores. Frente a la acción y las palabras de Jesús, los hombres de corazón sencillo y bueno se reconocen pecadores, porque pecado es todo lo que frena o impide la construcción del reino de Dios y de uno mismo. El llamamiento que Jesús hace aquí a Pedro supone una enseñanza previa y una convivencia anterior con El. Jesús pronto se daría cuenta que su acción sería mucho más eficaz si actuaba en equipo, con algunos colaboradores cercanos. ¿Cómo los fue conociendo hasta proponerles hacer un equipo ambulante y comunidad de vida? ¿Cómo fueron descubriendo ellos en Jesús a un hombre que merecía la pena seguir de cerca? Es difícil saberlo, aunque es seguro que por trato personal. Seguro que su vida y su palabra les entusiasmó, seguro que todos eran gentes sencillas de Galilea. Para hacer el equipo de colaboradores suyos, Jesús llama a los que quiere. Tiene El siempre la iniciativa. Todos los cristianos recibimos la llamada para ser "pescadores de hombres", aunque sean pocos los que dediquen su vida a ello. ¿Qué significa ser "pescador de hombres"? La Iglesia y los cristianos hemos confundido demasiadas veces el apostolado con el proselitismo. Proselitismo quiere decir coacción, violencia, propaganda; algo que todo hombre sano acaba detestando. Con ello, desvirtuamos el Evangelio para, bajo pretexto de cumplir la voluntad de Dios, dominar a los demás. Ser "pescador de hombres" significa, ante todo, vivir en medio del mar; del mar como símbolo de la existencia dura y difícil, siempre fluctuante como las olas, las mareas, las corrientes de fondo o de superficie; pero existencia estimulante, creadora. Del mar como símbolo de la humanidad entera, con toda su pluralidad de grupos, tendencias, opiniones... "Pescar hombres" significa dar testimonio de la verdad, de Jesús, del amor, de la vida, del Padre, del Reino, de la transformación total de la sociedad. No se trata de una conquista, sino de un contagio. A Jesús muchos le escucharon, pero pocos le siguieron. Este será siempre el destino de la Iglesia: echa la red, pero no consigue "peces". Son muchas las exigencias que implica seguir a Jesús. 261 Las comunidades cristianas deben vivir en medio de todas. las corrientes, de todas las tendencias, en el cruce de todos los caminos, aunque su existencia se vea amenazada y parezca que no consiguen nada. c) Seguimiento Los discípulos de Jesús, "dejándolo todo, lo siguieron". El verdadero "pescador de hombres" lo deja todo para irse con Jesús. La respuesta que es necesario dar, cuando se descubre la exigencia de participar en la construcción del reino de Dios, debe ser rápida, tajante, positiva, total. ¿Cómo podrá realizar esta labor el que tiene muchos bienes? (Lc 18,22-23). El que pretenda de verdad transformar la sociedad, liberando a los oprimidos, es necesario que no tenga nada que defender personalmente para que pueda ser libre. Pedro, que ha confesado su pecado, no será rechazado. Más allá de los peces, las redes y la barca, Lucas quiere que nos demos cuenta de cómo se va tejiendo la fe de Pedro. Todos los evangelistas nos hablan de este hombre tan importante en el proyecto de Jesús y en la consolidación de la Iglesia. Una y otra vez nos lo presentan con una fe oscilante: entusiasta, temeroso, impetuoso, fiel, de gran corazón. A pesar de los contrastes de su personalidad, Pedro se va adentrando en el conocimiento de Jesús, va creciendo en la experiencia de su persona. Encontramos en él todos los aspectos de la fe. Para él, creer es fiarse, es amar, es comprometerse. Pedro no llega a la fe de repente. El camino que lleva a ella no es único, y cada uno tenemos que seguir el nuestro. Pero el ejemplo del pescador galileo puede darnos confianza, porque está a nuestro alcance. Es un hombre como nosotros: con dudas, miedos, tentaciones; su temperamento le era con frecuencia motivo de tropiezos. Pero su nobleza y buena voluntad le permitieron seguir adelante. Es posible crecer en la fe; es un don que se nos ofrece a todos. Lo que no podemos hacer es poner condiciones. Nosotros hemos de aportar el querer, el pedir y el procurar vivir fiándonos totalmente de Jesús. Aunque hablemos de la fe y del camino que conduce a ella, la fe, como el amor, no se puede explicar. La fe se "demuestra" viviéndola a nivel personal y comunitario. La fe es totalizante: abarca todos los aspectos de la vida. Pedro y sus compañeros son conscientes de ello: "Dejándolo todo, lo siguieron". Nosotros, ¿preferimos ir tirando, trampeando..., o hacemos como Pedro? Es fácil encontrar personas en las que la fe sigue un camino, y su vida de familia, sus diversiones, sus negocios..., otro. El aferrarnos a las seguridades desvitaliza la fe. No es posible que la fe vaya junto a la búsqueda de seguridades. La fe es una realidad fundamental, que exige pobreza y despren- 262 dimiento. Si podemos ser creyentes sin privarnos de nada, o andamos equivocados o no somos creyentes. Al final, es Pedro el que decide lo que debe hacer. Es un ejemplo de gran actualidad: la fe, hoy más que nunca, implica la opción personal. Nadie puede decidir por otro. La herencia familiar o ambiental no basta -el ambiente social actual es más bien adverso: está de moda no creer-. En la fe uno se encuentra solo ante Dios y ante sí mismo. La experiencia del relato, experiencia de Pedro ante todo, es ahora experiencia de la Iglesia, de cada comunidad y de cada cristiano. Es nuestra propia historia lo que percibimos las comunidades y los cristianos en la aventura de Pedro. A partir de tal o cual fracaso, inevitable en la historia de los hombres -aquí no han pescado nada-, Jesús nos muestra que con El es posible otra cosa: es posible ser eficaces en lo mismo en que, antes y solos, habíamos fracasado. Es cristiano el que conoce vivencialmente lo que transmite, el que da testimonio de la verdad de Jesús de Nazaret ante los demás. El que continúa, con su vida y sus palabras, la realización del Reino iniciada por Jesús y que no ha llegado a su plenitud. La Iglesia debe ser continuadora de Jesús. Y, como El, ir siempre al núcleo de los problemas de los hombres, pase lo que pase. Al transmitir nuestra fe a los demás, los cristianos no vamos a llevar a nuestros hermanos no cristianos el mensaje de algo que ignoran o de lo que carecen completamente. Todo hombre y toda actividad humana tienen, en su fondo último, una presencia del Espíritu de Cristo. Nuestra misión no es descubrir lo que el hombre ya es, sino ayudarle a que llegue a ser lo que es inicialmente. Nuestra misión no es destruir, sino revelar; tratar de interpretar la realidad, trabajar en su transformación colaborando con todos los hombres de buena voluntad. Jesús fundamenta todo en el amor, porque sabe que el amor no es un capricho personal, sino lo más esencial a la vida de todo hombre. Jesús conoce a Dios y sabe cómo ha sido creado el hombre; por eso responde a lo esencial. Y hace que el hombre, trabajando en ello, vaya encontrando soluciones a su vida, vaya resolviendo sus problemas. Dios no nos da todo hecho. Jesús hace echar las redes a los apóstoles. Este es el estilo del Mesías en quien los cristianos tenemos puesta nuestra esperanza, del Mesías que nos ha llamado a vivir en la libertad que se fundamenta en la verdad (Jn 8,32). Los cristianos somos libres en la esperanza, porque hemos sido liberados por Cristo de todo lo que nos encadena: opresión, egoísmo, odio, injusticia, mentira..., aunque no sea todavía realidad en nuestro "hoy". Nuestra misión consiste en ayudar a todo el hombre -cuerpo y espírituy a todos los hombres a salir del mar de cualquier mal que trata de ahogarnos a todos; y colaborar en todo lo que sea comunicar vida abundante (Jn 10,10), la vida que es Dios. No podemos callar ni evadirnos si, coma Jesús, hemos optado por estar al servicio de los hombres. Esto es continuar la misión de Jesús. Para esto es su llamada. 263 La opción a favor de la convivencia de todos los hombres, cuando se lleva a la práctica, repugna a todas las demás opciones. Por eso, los cristianos, si seguimos a Jesús de verdad, seremos motivo de contradicción y piedra de tropiezo para los hombres (Lc 2,34), incluso -¿y principalmente?- cristianos. 264 La curación del leproso Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: -Quiero: queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. El lo despidió, encargándole severamente: -No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes. (Mc 1,40-45; cf Mt 8,2-4; Lc 5,12-16) 1. La lepra, signo del pecado La enfermedad y los sufrimientos que la acompañan provocan en el hombre una gran inseguridad, consecuencia de la debilidad y fragilidad de la naturaleza humana. La enfermedad contradice los deseos de absoluto y plenitud que todos los hombres tenemos en lo más profundo de nuestros corazones. La Biblia nos presenta la enfermedad como consecuencia del pecado individual y colectivo de los hombres. Nos presenta el dolor como un mal que, al igual que el pecado, no existirá en el reino de Dios. Las curaciones de Jesús son señales del Reino que va llegando a nosotros. Para el hombre moderno, la curación de las enfermedades es un triunfo exclusivo de la medicina. No aborda ya la enfermedad con el significado religioso que veían en ella los antiguos. La primera y única reacción del enfermo hoy es llamar al médico. Por eso el hombre actual no se inmuta ante las numerosas curaciones atribuidas a Jesús por los evangelistas; ni se inmuta ante la resurrección de muertos. Se limita a negarlas o a prescindir de ellas. Pocos son los que tratan de profundizar en la enseñanza que los evangelistas nos han querido transmitir. Ahondar en su significado es lo que debemos hacer los cristianos si queremos fundamentar nuestra fe en Jesús. Entre todas las enfermedades, la lepra ocupa en la Biblia un puesto muy importante. Los capítulos 13 y 14 del Levítico nos transmiten las leyes sobre las enfermedades de la piel y la lepra, con las medidas preventivas para evitar lo que se creía que era contagioso. Y el complicado ritual que había que realizar, en caso de curación, para reintegrar a la vida normal al que se curaba. La lepra era el signo del pecado, de la impureza ante Dios. Por eso era el sacerdote el que debía diagnosticarla y separar de la comunidad al enfermo, y verificar la curación para reintegrarlo a ella. 265 El pecado, el mal que hay en todos los hombres, también es contagioso. Pero no podemos separar al pecador: tendríamos que vivir todos separados, porque todos somos pecadores: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros... Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. (1 Jn 1,8.10) 2. El mal existe Tenemos que hacer un esfuerzo de lucidez para llamar al pecado pecado; al mal, mal. Hay realidades de mal, de pecado, en las que este esfuerzo de claridad no es difícil. Pero cada época, cada grupo social, cada edad, cada persona, tendemos, casi inconscientemente, a excluir de la lista de pecados un sector de nuestra vida: aquel que más nos compromete y deberíamos cambiar principalmente. Es, por ello, especialmente necesario ser claros, valientes, sinceros, dar a cada acción su nombre. Es urgente en nuestra sociedad esta exigencia de juego limpio. Si una conducta es injusta, no vale decir que es inevitable o que todos lo hacen. Si un silencio, una verdad a medias, es cobardía, no es jugar limpio calificarlo de prudencia. Si es difícil vivir una sexualidad adulta, no es jugar limpio hablar de superación de tabúes sexuales para hacer lo que nos venga en gana... Todos tenemos necesidad de vivir en la verdad, de buscarla con todas nuestras fuerzas, de dar a lo que hacemos su verdadero nombre. ¿Cuánto silencio, reflexión y oración necesitaremos para ello? Es mucho más cómodo seguir así, dejarnos llevar por la comodidad y los "valores" de turno. Es más fácil atacar a los otros. Pero no nos quejemos: así no podemos avanzar ni los individuos ni las colectividades. Dejemos que Jesús nos toque, como hizo con el leproso, y nuestra vida personal y comunitaria quedará transformada. Si leemos este pasaje a través del simbolismo de lepra igual a pecado, nos ayudará a comprender algo fundamental para nosotros. Jesús no se aleja del leproso, no lo condena. Pero tampoco disimula que tenga lepra. Lo ve y lo ama como es. Si el leproso hubiera escondido su lepra -lo mismo que si nosotros escondemos nuestro pecado-, no se hubiera curado porque no habría pedido que le liberaran de su mal. El leproso creyó en Jesús y quedó curado. Tenemos que reconocer nuestro pecado, el mal que hay en nosotros. Sea cual sea. Sobre todo el mal que más nos cuesta aceptar: el mal que no creemos posible quitarnos de encima; la conducta injusta que no sabemos o no queremos 266 modificar; la cobardía que nos domina; el egoísmo que renace siempre en nosotros; la dureza para con las personas que conviven a nuestro alrededor; la falta de esperanza y de amor; el vivir aprisionados por el dinero, el placer, la indiferencia, la vagancia, la comodidad, el "pasotismo"... Tenemos que sentirnos solidarios con todos los pecadores. Sin el reconocimiento de lepra colectiva, la sociedad no tiene posibilidad de seguir adelante. Podemos caer en dos tentaciones: la del fariseísmo de la sociedad hipócrita en que vivimos, del cristiano puritano, de dividir a los hombres en buenos y malos -que siempre son los otros- y excluirlos de la convivencia con los buenos -que siempre somos nosotros-; y la de la permisividad que todo lo considera igual, que es la tentación de la sociedad consumista, escéptica, "desarrollada", que no cree en la lucha contra el mal, que niega en la práctica la línea divisoria entre el bien y el mal; línea que pasa por cada uno de nosotros. Ninguna de ellas es la conducta de Jesús: no excluye a nadie, y no deja el mundo igual. Ama a cada hombre, a cada pecador, a cada leproso. No se desentiende de nuestro mal, de nuestra lepra: nos cura si queremos y nos dejamos. Lucha contra el mal, contra el pecado, porque ama al hombre, a cada hombre. Y porque nos ama, quiere liberarnos, salvarnos, curarnos. 3. La lepra actual El aspecto más terrible de la lepra era la marginación. El leproso se convertía en basura. Más grave aún que la enfermedad -terriblemente repugnante- era la incomunicación que la acompañaba. ¡Cuántas veces nos hacemos leprosos voluntarios al cerramos a la comunicación! La vida humana es relación, que sólo es verdadera si se fundamenta en la comunicación. Nada hay en el hombre más verdadero que la comunicación. ¿No es una exigencia del amor? La comunicación es la utopía de toda persona bien nacida. Comunicación que tiende a la comunión de bienes, de vida y de acción. Se da entre personas que están en ciertas condiciones de igualdad. Para llegar a ella, cada uno tenemos que tratar de ser verdaderos, de ser nosotros mismos. De esa forma estará patente la imagen de Dios que somos y todos nos asemejaremos; hasta llegar al "no tengo nada: soy yo mismo". Sólo seremos en plenitud cuando no tengamos nada, cuando no nos posea nada. ¿Quiénes son los leprosos, los marginados actuales? Además de los "voluntarios" que viven encerrados en sus míseras vidas, pueden considerarse como tales todos aquellos que, dentro de su desgracia, inspiran horror a nuestra sociedad, o repugnancia del orden que sea; por lo que tendemos a orillarlos, a apartarlos de nosotros, a marginarlos. Entre ellos están también los propios leprosos, a pesar de decirnos la ciencia médica que esa enfermedad no es contagiosa. Están las largas listas de marginados sociales: deficientes mentales, delincuentes comunes, drogadictos, 267 alcohólicos, prostitutas, gitanos, ancianos, minusválidos... Todos ellos demasiado olvidados de nuestra sociedad. No debemos contentamos con la enumeración de listas generales. Cada uno debemos procurar mirar a nuestro alrededor para descubrir, de un modo concreto, a las personas que viven como verdaderos marginados, o que cada uno mantenemos como tales en la familia, en la vecindad, en los grupos, en la comunidad... 4. La curación El leproso va a Jesús. Se le acerca dando muestras de una plena confianza en El, de una verdadera fe: "Si quieres, puedes limpiarme". En sus palabras está implícita su confesión en el poder divino de Jesús, al pedirle algo que sólo Dios puede hacer. Al acercarse a Jesús, el leproso rompe todas las normas vigentes en Israel. A la trasgresión del leproso de las prescripciones que le obligaban a vivir apartado, Jesús corresponde con el signo máximo de acercamiento a una persona, también prohibido por la ley y que debería hacer de Jesús un excluido más de aquella sociedad: "lo tocó". Esta posibilidad de ser excluido parece que no le importa en absoluto. Y es que para Jesús sólo existe una ley importante: la del amor. Jesús cura al leproso, símbolo del alejamiento humano. ¿Por qué es un mal la incomunicación? Porque pudiendo tener un corazón abierto al infinito, nos encerramos en nuestro mundo raquítico: mis hijos, mi trabajo, mis problemas, mis ilusiones, mis neurosis... Nos encerramos en una jaula, pudiendo volar hacia las alturas infinitas del amor. Estos son los leprosos "voluntarios" a que me refería más arriba. Jesús indica al ex leproso que no haga publicidad de su curación, ya que su finalidad no era hacer ruido y atraerse a la gente, sino reintegrar a la sociedad a un marginado. Para desembocar de verdad en la fe en Jesús y en su evangelio es necesario que recorramos un determinado camino: oír la Palabra; reflexionar en ella personalmente; aceptarla, convirtiéndonos a ella; bautizarnos y seguir a Jesús, imitándole con nuestra vida. Existen etapas que es imposible escamotear. Por eso, Jesús no quiere una publicidad que pudiera tergiversar su verdadera misión. No quiere masas alienadas a la búsqueda de éxitos y milagros espectaculares. Prefiere el anonimato. Sabe que el bien verdadero no hace ruido, ni el ruido hace bien. El evangelio es una luz invenciblemente eficaz, y la evangelización un camino que no puede ignorar los plazos, las etapas, en el recorrido personal de la fe del niño al adulto. Lo recordó Jesús y lo repiten los evangelistas. ¿Cómo puede olvidarlo la Iglesia en sus planteamientos catequéticos y sacramentales? Aunque el sentido más profundo de estas curaciones se nos escape, forman parte de unas realidades esenciales del cristianismo. El milagro, que proclama la actuación de Dios en Jesús, es 268 un arma de doble filo: su finalidad es manifestar que Dios está presente en Jesús, que está a favor del hombre, y nos pide fe y entrega a El; nos ayuda a decidimos a seguirle. Tiene el riesgo de, ante el bienestar producido, quedarnos en ese bienestar renunciando al compromiso del seguimiento de Jesús. La mayoría de los hombres, de antes y de ahora, al no calar en el sentido profundo de los acontecimientos, acuden a Jesús o a la religión en busca de milagros o apariciones. Sus auténticos discípulos van a El para seguirlo, en la "noche" de la fe. Jesús despide al ex leproso y le hace presentarse al sacerdote, único que podía certificar que ya estaba curado, para que le examine, paso necesario para que pudiera reintegrarse de nuevo al pueblo y al culto. Así, aquel hombre tendrá de nuevo acceso a la convivencia social. El ex leproso, al que Jesús recomendó que no dijera nada, empezó a comunicarlo a todos, provocando la afluencia de las masas, el triunfo según la mentalidad humana e impidiendo a Jesús entrar en los pueblos. Se quedaba en los lugares solitarios fuera de los pueblos y ciudades. La ciudad es el lugar en el que acampa la masa, la muchedumbre. Y la masa quiere prodigios, folklore, novedades..., pero es incapaz de ahondar en los significados, en los compromisos que encierran. Jesús quiere evitar un éxito demasiado patente con respecto a la muchedumbre: no desea verse encerrado en su círculo. Por eso había mandado callar al ex leproso. Quiere que los hombres lleguemos personalmente a sus profundos planteamientos, a las razones de su vivir y actuar, única forma de poder conectar con El. Jesús quería evitar la contradicción de confesarnos cristianos y, a la vez, impedir su acción íntima y transformadora. Tomarlo como un buen médico que nos conserva en la vida sin problemas, y no como Alguien que nos pide perderla para ganarla (Mt 16,25). Llevar escapulario, ir a procesiones, frecuentar la iglesia... y tener el pie pronto a zancadillear (Mt 7,21). Jesús hace el bien; no puede dejar de hacerlo. Por eso quiere que el leproso quede limpio, aunque su curación no le lleva a seguirle, como hubiera sido lo lógico. El despiste del leproso curado que no es seguidor de Jesús puede servirnos de punto de referencia para revisar nuestro seguimiento, para ver lo que tenemos que rectificar en nuestra vida. El leproso tiene un conocimiento muy claro de Jesús y sabe que, si quiere, puede curarlo; pero ese conocimiento no le lleva a irse con El. La salvación-liberación está en el seguimiento de Jesús. Nos vamos curando en la medida en que lo vamos siguiendo. Así es como vamos superando el pecado en nuestra vida; superación que será total en cada uno de nosotros después de la muerte. 269 El paralítico de Cafarnaún Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: -Hijo, tus pecados quedan perdonados. Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: "¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?" Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: -¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados..., entonces le dijo al paralítico: -Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos, y daban gloria a Dios diciendo: -Nunca hemos visto una cosa igual. (Mc 2,1-12; cf Mt 9,2-8; Lc 5,17-26) 1.Nuestra sociedad paralítica Es evidente que vivimos en una sociedad injusta: unos pocos tienen mucho y otros muchos, poco o nada; el lujo de unas naciones lo pagan otras con el hambre y el subdesarrollo; una minoría acumula en sus manos la posibilidad de imponer sus decisiones a la mayoría y de privarla de los derechos más elementales -por ejemplo, el problema de la contaminación: como unos pocos tienen sus piscinas para bañarse y sus zonas residenciales para poder respirar, ¡qué les importa la limpieza de los ríos y de las zonas industriales, si ellos ganan así más dinero!-; muchas personas viven atrapadas por interminables jornadas de trabajo y pluriempleos, mientras otras pasan dificultades económicas por el paro y el salario insuficiente; con el armamento existente se puede destruir el mundo varias veces, y se siguen construyendo a gran escala para defendernos: ¿de qué?, ¿no es suficiente con destruir el mundo una vez?... En nuestra sociedad, por unas u otras causas, la mayoría de los hombres y de los pueblos se encuentran imposibilitados para realizarse como personas. Todo esto es fácil reconocerlo. Pero ¿qué hacemos para cambiarlo?, ¿no estamos paralizados?, ¿no somos unos dóciles borregos que vamos a donde nos quieran llevar los que mandan? ¡Hasta puede que nos pongan alguna medallita si seguimos por este camino! 270 ¿Y en la Iglesia? Mucho hablar de concilio, de cambios, de los jóvenes que pierden la fe y de los adultos que no la vivimos; mucho hablar de los obispos y de los sacerdotes y de lo mal que está todo..., pero ¿qué hacemos en concreto, además de lamentarnos? ¿Y en nuestra vida personal? ¿Qué hacemos para que la familia sea más cordial, los estudios no alienen y preparen de verdad para la vida, los grupos sean más fraternales?... Acusamos a la vez que buscamos excusas para no hacer nada. Nos paraliza la comodidad y la superficialidad de la sociedad de consumo; el limitarnos -en el mejor de los casos- a denunciar lo que creemos está mal sin esforzarnos en profundizar en lo que debería ser; el individualismo, el pecado que todos llevamos dentro y del que no salimos porque no queremos o porque queremos salir solos; el silencio por la falta de compromiso; la pasividad ante todo lo que ocurre delante de nosotros; la soledad y el vacío por no ahondar en la gran cantidad de ideas e ilusiones que pasan a nuestro lado; la cobardía que supone no decir de verdad lo que pensamos y no buscar la ayuda de otros para caminar por la vida... Nos paraliza la falta de fe en Jesús, al que tenemos miedo, porque sabemos que nos lo quiere pedir todo, porque sólo ese "todo" nos puede liberar y dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. Nos paraliza la falta de oración encarnada en nosotros y en los acontecimientos y personas que nos rodean. Nos paraliza el no querer compartir la vida con la familia, los amigos, los grupos, la comunidad. ¿No deberíamos identificarnos todos nosotros, individual y colectivamente, con este paralítico de Cafarnaún? ¿No somos todos pecadores? ¿No vivimos paralizados? ¿Cómo avanzar solos por un camino que hemos de hacer juntos? 2. La "salvación" empieza en el ahora La curación del paralítico nos la cuentan los tres evangelios sinópticos. El relato de Marcos sirve de base a los otros dos. Mateo reduce la escena a lo esencial, prescindiendo de los detalles anecdóticos y plásticos de Marcos y Lucas. El relato comienza con una concentración popular en torno a Jesús, en la que "El les proponía la Palabra". La multitud sigue a Jesús, pero los maestros de la ley, los dirigentes, están al acecho. El ambiente de acogida de los sencillos empieza a romperse al entrar en escena los escribas y los fariseos. Jesús vive lo que dice, y contagia a los que le escuchan. Y esto no se lo perdonan los dirigentes: con su vida deja al descubierto la hipocresía de los que se llaman representantes de Dios. Parece que es la fidelidad de su vida a la Palabra lo que inspira la confianza de los oyentes y lo que les mueve a formularle sus más íntimos deseos. Para Jesús, su mensaje no es un modo de teorizar o de ganarse la vida, sino su misma vida. Diferencia abismal con los que nos llamamos seguidores suyos. Esto le acarreará resistencias, que irán aumentando con el paso de los días: sus parientes le querrán disuadir de su misión, los 271 discípulos no acabarán de entenderle, los enfermos irán a El únicamente para quedar sanos de su mal físico... ¿Por qué las resistencias a Jesús? Es muy difícil aceptar a una persona que puede poner en peligro nuestra seguridad, nuestra comodidad y nuestro futuro si la seguimos. Es más cómodo y más rentable, si lo miramos con ojos mundanos -como es lo normal-, seguir a aquellos que lo máximo que nos piden son unos ritos externos al margen de los intereses verdaderos de nuestra vida: posición social, negocios... En el caso de Jesús no estaban dispuestos -ni lo estamos ahora- a aceptar que El fuera la medida de todo lo humano. Aceptamos al Jesús de los prodigios, al Jesús que apoya las propias situaciones y privilegios, aunque con las palabras sigamos hablando del Jesús que está a favor de los pobres, de los marginados... Rechazamos al Jesús que establece una nueva escala de valores, que destruye los formulismos religiosos sin espíritu, que compromete seriamente a sus seguidores con la justicia y la libertad, que está a favor de los que margina la sociedad, que contradice los intereses de los poderosos civiles y religiosos... Esto nos da miedo. La multitud de los sencillos cree en Jesús con una fe muy primaria. Tienen el corazón abierto al no tener nada que defender. Con mucha frecuencia, para creer tendrán que superar las estructuras que tienen "encadenado" al Dios de Jesús y al mismo Jesús. La búsqueda de Dios es un don suyo que siempre pide una respuesta libre del hombre: de apertura, de conversión, de fe. El Dios de Jesús, el que nos presenta la Biblia, nunca es alienante; el que presentamos nosotros, muchas veces sí lo es. Al Dios de Jesús no le preocupan sólo las "almas" ni sólo la mejora del mundo en lo material: le importa liberar, salvar a todo el hombre para siempre, y en lo posible, ya en la historia. La salvación-liberación definitiva es escatológica -para después de la muerte-, pero ha comenzado ya en la historia. 3. Jesús perdona los pecados... La palabra que transmite Jesús no consiste solamente en hablar: es eficaz, realiza lo que significa, es sacramento. Así se explica que el texto, después de decirnos que Jesús "les proponía la Palabra", nos ofrezca un ejemplo plástico de esta Palabra eficaz: sus curaciones son "Palabra". "Llegaron cuatro llevando un paralítico..." La fe del paralítico y de los que lo llevan conmueve a Jesús y le impulsa a actuar. Lo que cuenta es siempre y sólo la fe. Una fe que no es creer todos los dogmas de la Iglesia -eso quizá venga después-, sino creer que Dios actúa en nuestra vida y nos puede liberar de todo mal para siempre. Para "levantar unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrir un boquete y descolgar la camilla con el paralítico", ¿no es necesario tener una gran fe en el poder curativo de Jesús? Una fe tan grande que venció todos los obstáculos y dificultades; una fe que es confianza ilimitada en el poder de Jesús, 272 los obstáculos y dificultades; una fe que es confianza ilimitada en el poder de Jesús, puesto a disposición del hombre. La fe condiciona los signos de Jesús. Cada uno los capta según sea su actitud de apertura hacia El, según los intereses que quiera defender. Este relato nos va a presentar la curación como signo externo de la realidad del perdón de los pecados, núcleo del texto. "Tus pecados quedan perdonados". Con este perdón Jesús quiere llevar hasta el fondo la liberación del hombre; porque el pecado está en la raíz del desorden del mundo, manifestado externamente en la enfermedad, el dolor y, sobre todo, en la muerte. El paralítico -como cada uno de nosotros y todos los hombres- padece dos enfermedades. La enfermedad del pecado es la más grave, porque ningún médico humano puede enfrentarse a ella. Sólo Dios puede curarla. Lo sucedido al paralítico y a los que le acompañaban le puede suceder a todo el que se ponga en camino de búsqueda. Aquí unos hombres acuden a confiar a Jesús el problema que les agobia; Jesús acoge su petición, pero, al mismo tiempo que la acoge, la eleva. Del hombre ante su suerte se pasa al hombre ante Dios. Paso decisivo, que algunos rehúsan y se recluyen en el cerrado mundo de sus limitaciones; y que otros aceptan capacitándose para su encuentro con Dios. La respuesta de Jesús a la fe de aquellos hombres parece equívoca a primera vista: le perdona los pecados, cuando lo que ellos querían era la curación de la parálisis. Con ello, Jesús no quiere decir que aquel paralítico fuera particularmente pecador. Para El, el mal físico -enfermedad, muerte- no pertenece al proyecto inicial de Dios, sino que es un añadido debido a la maldad de los hombres. En la Biblia el "pecado" no es solamente la culpa de un individuo consciente, sino principalmente un estado de cosas, una estructura que los hombres podemos vencer a condición de no olvidar la casi identidad entre mal y pecado. No podemos combatir el pecado humano sin, al mismo tiempo, luchar eficazmente contra el mal que asedia al hombre por todas partes. Como tampoco podemos transformar el mundo sin curar el pecado que anida en los corazones humanos. Por eso, como signo de la posibilidad de curación que hay en las parálisis de los individuos y colectividades, comienza curando los pecados, causa y raíz de todos los males. ¿Cómo hacer una sociedad en la que reine la justicia si somos nosotros injustos?: "Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano" (Mt 7,5). Jesús llega al nudo del drama humano: "el pecado del mundo" (Jn 1,29), el pecado del hombre. Los compañeros del paralítico y el propio enfermo no deseaban otra cosa que obtener la curación: no sufrir, ser felices... Jesús no prescinde del drama humano, causa del grupo que se formó a su alrededor, pero orienta la búsqueda de la gente hacia lo que es la raíz del 273 sufrimiento y del dolor, el pecado, cuyo perdón es necesario para que pueda realizarse la curación que se pide. Sin curar antes el pecado no se puede curar la parálisis. Todos somos pecadores y paralíticos. Vivimos reducidos a pensar y actuar de un modo raquítico: "el hombre no es más que..., no soy capaz..., me gustaría, pero..." Algunos ejemplos que nos afectan en mayor o menor grado: enamorarse... y llegar a reducir al otro a objeto de placer y así degradar el amor, o encerrarse en ese enamoramiento como si no hubiera más gente alrededor; casarse con toda la ilusión del mundo y dejar de alimentar ese amor, llegando hasta la total incomunicación; niños encantadores que, paso a paso, se van convirtiendo en adultos que no saben otra cosa más que matar el porvenir... Esto se llama pecado en lenguaje religioso y explica el drama humano. Es pecado vivir manejado, no tener un criterio personal de las cosas y de los acontecimientos; repetir como un loro los eslóganes que sufrimos, incapaces de pensar y actuar en ella con independencia... Es pecado todo lo que impide nuestra plenitud personal y la plenitud de toda la humanidad, una humanidad que ha perdido el sentido del pecado, y eso que el pecado ocupa el centro tenebroso de esta vida y explica el sufrimiento del hombre. Jesús cura el pecado, la causa de todas las limitaciones humanas, nos abre el camino para ser hombres de verdad. Para ello hemos de imitar su vida: dar más que recibir, vivir para los demás con olvido de uno mismo, amar hasta dar la vida, ser pobres, trabajar por la libertad de todos para ser libres nosotros mismos -no lo seremos nunca solos-... Iremos superando el pecado siguiendo los planteamientos de la vida de Jesús. Y así nos vamos salvando, nos vamos realizando como personas. Jesús perdona con facilidad los pecados de unos, a la vez que ataca duramente los pecados de otros. Y no lo hace por la clase de pecado, sino por la actitud del hombre ante su pecado. Perdona los pecados de los "malos", de los pecadores -de los que se reconocen como tales-, nunca los pecados de los "buenos" -no los tienen-. Sólo se interesa por los enfermos. Lo somos todos, pero sólo podrá buscar curación el que lo reconozca y no esté a gusto en esa situación. Para que un pecado sea perdonado es necesario reconocerlo. Y, a la vez, creer que hay Alguien más fuerte que nuestro pecado: Dios. Sin esta fe no hay nada que hacer. Con fe, todo es posible: incluso que un paralítico, nosotros, comencemos a caminar. Fe no en nosotros, sino en la fuerza de Dios presente en nuestra vida. Los escribas y los fariseos, razonando lógicamente, creen que Jesús blasfema contra Dios. ¿Cómo puede perdonar pecados si eso es algo que compete únicamente a Dios? Los evangelistas no los desmienten: Jesús se comporta como si estuviera en el lugar de Dios. Los escribas y los fariseos son los defensores de los "derechos de Dios". Y hay algunas cosas, exclusivas de Dios, que no pueden ser tocadas en absoluto por los hombres. Tal es el perdón de los pecados. Que los hombres nos perdonemos unos a otros, de acuerdo; pero el perdón de los 274 pecados es algo que viene directamente de Dios, y los canales de ese perdón están rigurosamente establecidos, fuera de la vida cotidiana de los hombres. Con sus palabras, Jesús nos declara que Dios no es la pureza ritual, ni el juez de los hombres, ni el Señor que prepara el castigo de los malos: es el amigo que ofrece a todos su amistad. Por eso perdona sin pedir nada a cambio. 4. ...Y cura las parálisis de los hombres "Para que veáis... Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa". Por ser el pecado la causa del sufrimiento, la curación es la señal del perdón. Perdón que está fuera del alcance de los hombres, lo mismo que la curación de un paralítico. Jesús hace lo que ningún hombre puede hacer: perdona el pecado como paso previo para poder anular los efectos de ese pecado: el sufrimiento del hombre. Nada podemos hacer sin El (Jn 15,6). ¿Cómo curamos la parálisis de la comodidad, de no querer ver, de ir tirando... si Jesús no nos anima a levantarnos, ayudándonos a quitamos las defensas en las que nos hemos refugiado? La curación del paralítico, con el perdón previo de sus pecados, es síntesis de la palabra predicada por Jesús. No podemos reducir el anuncio del reino de Dios a la zona de lo espiritual o de lo corporal exclusivamente. Todo el que pretenda limitar el anuncio del evangelio de Jesús al perdón de los pecados, sin incluir el problema de la liberación humana integral -corporal, social, política-, será un traidor a la palabra tan claramente anunciada por Jesús. Lo mismo que toda tentativa de liberar a la humanidad de sus alienaciones que no tenga en cuenta la estructura de pecado que envuelve la existencia y la historia de cada uno y de la sociedad, tiene el peligro de desembocar en un completo fracaso. El evangelio es la buena noticia que anuncia la liberación total y plena del hombre: cuerpo y espíritu. La salvación-liberación que trae Jesús es total. Ha recibido, privilegio único, "potestad en la tierra para perdonar los pecados" y para curar las enfermedades. Por ello es comprensible la admiración que brota de la multitud, "sobrecogida" por la evidencia: allí estaba presente Dios. Pero esta multitud no sabe decir nada más; sigue ignorándolo todo acerca de Jesús; se limita a constatar que "nunca hemos visto una cosa igual". La multitud ha visto, pero no sigue a Jesús. Es un modo de afirmar la lentitud del proceso de la fe que lleva a El y de indicarnos que no basta con saber para actuar. Quizá esta multitud no era consciente de estar enferma y necesitada de curación, al no haber sido liberada de su pecado. Una multitud que nos debería hacer reflexionar a nosotros sobre cómo estamos llevando a la vida los conocimientos que vamos teniendo de Jesús. 275 Jesús siempre se nos aparece preocupado por sanar al hombre, por animarle a que sea realmente él mismo, llegando hasta lo más profundo de su mal. Los milagros le son arrancados por la fe y por el sufrimiento de los hombres. En Mateo la maravilla de la muchedumbre no está suscitada, a diferencia que en Marcos y Lucas, por el prodigio realizado, sino porque Dios "da a los hombres tal potestad". 5. El sacramento de la penitencia El poder de Jesús de perdonar los pecados fue comunicado a la Iglesia. Y, dentro de ella, a los hombres elegidos por El para realizar directamente esta misión de perdón. Un perdón que es inseparable de la persona de Jesús y de su comunidad de creyentes. El sacramento de la penitencia es el signo del perdón que el Padre nos concede. Un perdón que nos es concedido directamente por Dios al arrepentirnos y que los cristianos debemos celebrar individual y comunitariamente en el sacramento. De otra forma no sabríamos cómo hacerlo. En este sacramento hay muchas cosas que clarificar, partiendo de la historia y del concilio Vaticano II. Limitarnos a criticar la forma en que se realiza no lleva a ninguna parte. Es necesario que las comunidades cristianas reflexionemos sobre cómo deberíamos celebrarlo, sobre cómo sería signo para nosotros del perdón del Padre y de los hermanos y del que nosotros mismos otorgamos a los demás. Es el sacramento que ha sufrido más variaciones en la historia, en la forma de su celebración. Cambios que no han terminado ni podrán terminar nunca, que deberán renovarse constantemente, para que los signos sean más asequibles a la comprensión de los hombres de cada época y lugar. Siempre quedará en el proceso penitencial, como lo más fundamental y necesario, la conversión interior del hombre pecador. Sin ella, todo lo demás es inútil, como lo demuestran tantas confesiones frecuentes, durante años y años, sin ninguna repercusión en la vida. Dios busca, ante todo, la sinceridad del corazón, no la "magia" tan extendida de unos gestos externos. En el perdón que los hombres nos damos y recibimos y en la vida entregada al bien de los demás está presente el reino de Dios y el perdón de los pecados, y no en otra parte. Y eso es lo que debemos celebrar en el sacramento. Sólo cuando los cristianos nos amemos y amemos al mundo, sólo cuando formemos comunidades auténticas, seremos signos ante los hombres del perdón de los pecados que el Padre nos ha concedido. 276 La vocación de Mateo Cuando salía de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. El se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores que habían acudido se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: -¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y dijo: -No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. (Mt 9,9-13; cf Mc 2,13-17; Lc 5, 27-32) 1. La conversión de Mateo El texto nos presenta la llamada de Jesús a un publicano, recaudador de impuestos, a seguirle y formar parte del grupo de discípulos; y una comida en casa de este hombre con marginados de aquella sociedad. Mateo coloca su conversión entre las narraciones de milagros, porque sabe que el mayor milagro es siempre una conversión, porque ha experimentado hasta qué punto la llamada inesperada, desconcertante, transformadora de Jesús ha sido para él camino de vida verdadera. Mateo, que pertenece a una clase social despreciada por los judíos por colaborar con la dictadura romana y obtener así ventajas económicas, es incluido por Jesús en el grupo de los Doce. A los pescadores se les une ahora uno a quien se le niega el saludo. Se ve de nuevo la predilección del maestro por los despreciados de la sociedad. El clasismo religioso y social del tiempo de Jesús era tan nefasto y absurdo como ahora. Las disputas a causa de él eran frecuentes. Pero Jesús se mantuvo por encima de ellas; habló de amor y libertad y transmitió el mensaje del Reino a todos, sin fijarse en la situación social o procedencia de los hombres. Con el paso del tiempo iría constatando que eran los marginados los que le seguían, mientras los "piadosos" le atacaban, y no pararon hasta acabar con El en la cruz. Quizá algún día nos convenzamos de que ahora está pasando lo mismo: juzgamos a las personas según vayan o no a misa, cuando lo importante es que estén o no trabajando por el Reino de la justicia, que es el reino de Dios y de Jesús; pensamos que cree en Dios todo el que lo afirma así, sin darnos cuenta de que la fe en El se tiene que demostrar en las obras. ¡Cuántos ateos y agnósticos están demostrando hoy con sus obras de justicia su fe en el Dios de 277 Jesús! En momentos como el nuestro, en que los hombres vivimos enfrentados por divisiones políticas, económicas o religiosas, el gesto de Jesús es luminoso. Es necesario que creemos una comunidad nueva, en la que desaparezcan todos los privilegios, todas las opresiones y odios, todas las clasificaciones, una comunidad en la que todos tengamos los mismos derechos y obligaciones y en la que todos participemos libremente como hermanos. El cobrador de impuestos, además de ser despreciado por los judíos por colaborar con los romanos, era "pecador" porque se contaminaba constantemente con su trato frecuente con los paganos. Marcos y Lucas llaman a este cobrador de impuestos Leví. El primer evangelio lo llama Mateo. Era corriente que un judío tuviera dos nombres, uno hebreo y otro griego; aunque a veces los dos nombres eran hebreos. Es posible que Jesús le cambiara el nombre de Leví por el de Mateo, que significa "don de Dios", lo mismo que había hecho con otros de sus íntimos (Mc 3,16-17). Jesús llama a Mateo a seguirle. Su respuesta es inmediata y total, como debe ser la respuesta de todo auténtico seguidor de Jesús. Se entrega sin reservas: "dejándolo todo, se levantó y lo siguió". El proceso personal real de la conversión de Mateo lo desconocemos. Pero sí sabemos que por pasarse al bando de Jesús, que es el bando del pueblo de los pobres, dejó el empleo, su modo de vida, por ser incompatible con el seguimiento de Jesús. Era un ciego y un paralítico, ya que su horizonte se limitaba al dinero, atado a su mesa, a su oficio, a su ambiente. De todo se vio libre y pudo empezar una nueva vida. Sigue a Jesús, acoge su Palabra, dejando sus propias seguridades. Creen en Jesús los que siguen sus pasos, los que ponen en práctica sus ideales, porque sólo siguiéndole se le puede ir entendiendo y comulgando con su vida. Ser cristiano es tener la experiencia personal de sentirse llamado a seguir el camino de vida de Jesús. 2. Jesús come con pecadores Mateo invita a comer a Jesús y a sus seguidores. Esta comida atrae a toda clase de gente de mala reputación. En el mundo oriental antiguo, comer con otro era tenido por un gran honor y expresión de confianza e intimidad. Entre los judíos era el signo más valioso de amistad y comunión, no sólo a un nivel humano, sino en el mismo plano religioso: indicaba de alguna manera comunidad ante Dios. Por eso los judíos evitaban comer con los miembros pecadores del pueblo. Comer con ellos era entrar en profunda convivencia con los pecadores, era como asumir y aceptar su modo 278 de vivir. Los fariseos únicamente comían en las casas donde era seguro que se cumplían todas las complicadas normas rituales de abluciones, rezos..., cosa poco probable en casa de un publicano. Comer con los publicanos, que se aprovechaban de sus paisanos al cobrar los impuestos y no cumplían con los ritos religiosos, era un gran escándalo. Jesús se comporta de forma distinta, no se avergüenza de convivir en esta sociedad equívoca. Se encuentra bien en ella; no teme quedar impuro según la ley. Con su actitud da un gran paso hacia la liberación de las estructuras, de las clases sociales..., que impedían relacionarse a unos con otros al clasificar a cada uno de antemano por su actuación externa. Tiene su propia escala de valores: ha hecho la opción por los marginados y pecadores y les da la mano para reintegrarlos a la sociedad de los hombres y a la amistad con Dios. Se rodea de una sociedad "selecta". Nosotros hacemos como los fariseos: vamos haciendo exclusiones a nuestra medida, clasificamos a las personas según nos interesa o según sea el volumen de su cartera. Pocas veces tratamos de comprender en profundidad a una persona antes de emitir nuestro juicio sobre ella. Jesús habla con frecuencia del reino de Dios comparándolo con un banquete. Estas comidas con los pecadores son un signo y anticipación de la fiesta del banquete del Reino. Banquete abierto a todos, que instaura un nuevo tipo de relaciones con Dios y con el prójimo, en el que los últimos serán los primeros (Mt 20,16). Los judíos que han llevado a la cruz a Jesús, acusándole de blasfemo por romper el orden "querido por Dios" sobre la tierra, le han comprendido mucho mejor que los millones y millones de cristianos que han reducido su mensaje a "salvar almas" y a ritos sin vida. Para los fariseos lo que está pasando es escandaloso y condenable. Dios no puede querer eso. Preguntan a los discípulos. ¿Qué pretensiones podía tener un "maestro" que frecuentaba aquellas compañías peligrosas? La atención que Jesús dispensa a la gente que no observaba la ley, según la interpretación farisaica, es motivo de choque. La respuesta de Jesús puede parecer desconcertante a primera vista. El no se refiere a que sea mejor ser pecador que justo, enfermo que sano. Lo que hace es ayudarlos a que se reintegren a la sociedad de los hombres y a la amistad de Dios, en lugar de excomulgarlos despectivamente como hacían los escribas y fariseos. Jesús se dirige a los pecadores, no porque desprecie o aprecie menos a los justos, sino porque aquéllos tienen más necesidad de El. Además, en una sociedad en la que todos somos pecadores y enfermos, solamente podrán ser perdonados y curados los que se reconozcan como tales y pongan los medios para ello. De hecho, fueron los que se consideraban justos los que le rechazaron, los que no reconocieron la necesidad que, también ellos, tenían de conversión, los enfermos inconscientes que creían no tener necesidad de médico. La respuesta de Jesús no es tampoco una justificación de los pecadores. No niega que lo sean: eran reconocidos como tales y no pretendían ocultar sus defectos. Pero son los escribas y los 279 fariseos los verdaderos pecadores, porque se consideraban justos y no lo eran. Con su conducta se cierran totalmente al perdón de Dios. Los que se creen sanos, los que la ley de los fariseos consideraba sanos, no necesitan médico. Jesús emplea la ironía, única forma a veces de descalificar a los "buenos". No dice que los fariseos sean sanos, sólo afirma que El ha sido enviado a los enfermos. Los que se consideren sanos nunca acudirán a un médico, que, según ellos, no les hace falta. ¿No es evidente que todos somos pecadores, enfermos? Lo que necesitamos es reconocerlo. Sólo entonces podrá Jesús entrar en nuestra vida. El "sano" cree que se basta solo para hacer frente a sus dificultades. Se identifica con el "listo". Los hay de muchas clases: el "listocientífico", el "listo-religioso", el "listo-político", el "listo-economista"... Lo saben todo y lo hacen todo bien. Niegan todo aquello que no saben, o no entienden, o no les conviene; son ellos la medida de todas las cosas. El creernos sanos es una tentación que nos acecha a todos. Los que se creen sanos se cierran a caminos nuevos y se pudren en su cerrazón. Los marginados tienen más tendencias a abrirse y a admitir cambios: los necesitan. Con éstos se puede hacer el reino de Dios; con los otros, no. Todo el texto está formulado en una perspectiva eclesial: los judíos acusan a los discípulos de Jesús, a los cristianos, de comer con los publicanos y pecadores. Esto significa que la actitud de Jesús continuó en su Iglesia. Nosotros deberíamos preguntarnos: ¿se puede dirigir esta acusación a los cristianos de hoy? ¿Nos caracterizamos por el hecho de romper todas las barreras de raza, de religión, de sexo, de clase social, de ideas políticas...? ¿Creamos fraternidad y comunión, "comiendo" con los hombres perdidos de la tierra? ¿Se nos podría lanzar esa "acusación" a cada uno de nosotros? Quizá Jesús no tenga necesidad de defendernos, como defendía a sus primeros discípulos, porque nosotros hayamos preferido abandonar su senda... 280 El ayuno y la nueva ley Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno, vinieron unos y le preguntaron a Jesús: -Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no? Jesús les contestó: -¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos. (Mc 2,18-22; cf Mt 9,14-17; Lc 5,33-39) Jesús manifestó ampliamente su sentido de Dios -Padre y Amor- y su proyecto de existencia humana, como respuesta a ese Dios. Fue fervorosamente acogido por gran número de personas -desheredados de la tierra, buscadores de sentido para la vida, insatisfechos...-; pero también encontró adversarios -los que ante su programa tenían algo que perder-. Estos últimos han manifestado su repulsa por el sentido que daba Jesús al sábado, por su pretensión de perdonar pecados y le han criticado por sus relaciones amistosas con publicanos y pecadores. Ahora se opondrán a la actitud de libertad que presenta ante el ayuno; una libertad a la que la mayoría no están acostumbrados. Este pasaje evangélico entra de lleno en la polémica y el contraste entre la buena nueva de Jesús y las prácticas religiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan Bautista. Está construido de pequeños fragmentos con un sentido único: lo que Jesús trae al mundo es algo totalmente nuevo, que no se puede entender como continuidad de las prácticas de la ley antigua. Es un nuevo proyecto de existencia y de salvación para los hombres. 1. El ayuno en Jesús El ayuno, rito tradicional, tenía un significado muy preciso en el Antiguo Testamento: era un gesto de humillación que acompañaba a la oración, a la que añadía un profundo sentido de la dependencia del hombre respecto de Dios. Así como algunas "huelgas de hambre" quieren significar que, si la sociedad no cambia en el aspecto determinado que se reclama, no es posible que puedan seguir viviendo los que las 281 practican, el ayuno de alimentos quería proclamar que la suerte de los hombres está por entero y exclusivamente en las manos de Dios y que fuera de El la existencia humana se hace imposible. En tiempos de Jesús, en que la espera del Mesías era particularmente intensa, la práctica del ayuno estaba unida a esta gran esperanza. Todos los grupos religiosos de aquella época se reconocían fácilmente por la práctica de ciertos tipos ascéticos, de los que el más conocido era el ayuno. El ayuno practicado por "los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos" era expresión de unos creyentes deseosos de la llegada del Mesías; con él pretendían apresurar su venida y disponerse a acogerlo. "¿Por qué los tuyos no?" La pregunta nace del comportamiento de los discípulos y se dirige a Jesús. El discutido es siempre Jesús; es a El al que ponemos en evidencia con nuestro comportamiento cristiano, y desde El tenemos que dar razones de nuestro actuar. Juan y sus discípulos, al igual que los fariseos, llevaban una vida de severa penitencia, de ayunos. Además de lo mandado con carácter general, ellos se imponían otros sacrificios. No tenían motivos para acusar a Jesús de incumplimiento de sus obligaciones religiosas, pero tenían la duda de si Jesús hacía lo que enseñaba. Porque si Jesús, al igual que ellos, enseñaba una doctrina superior a la que estaba prescrita para la masa, ¿por qué no guardaba un ayuno más severo con sus discípulos? Parece que Jesús no tenía, ni para El ni para sus discípulos, normas o ritos religiosos especiales. Aparecían, por esa razón, como poco religiosos respecto a la vida de piedad habitual entonces. Aparecían demasiado sueltos y libres, poco aficionados a las devociones oficiales o populares. Jesús rechaza todo ritualismo que pretenda sustituir la auténtica actitud religiosa del hombre, planificándole y asegurándole sus relaciones con Dios. Para El, Dios tiene siempre la iniciativa, y el hombre debe vivir abierto a sus exigencias. Jesús responde hablando de sí mismo. Sus discípulos tienen con ellos al Mesías, son los "amigos del novio", no deben ayunar "mientras el novio está con ellos". Es tiempo de fiesta, no de ayuno. Cuando "se lleven al novio" -cuando lo detengan y asesinen- será el momento del desprendimiento y de la lucha. "Aquel día sí que ayunarán", pero será un ayuno que tendrá otro sentido. Jesús está con ellos. El ayuno, que tendía a provocar la intervención de Dios con la llegada del Mesías, en lo sucesivo ya no tiene razón de ser. La práctica de abstinencia de alimentos por la ausencia del enviado de Dios, debe suplirse por la comida fraternal, que significa la nueva comunidad que el Mesías viene a formar con todos los hombres. Si lo que Jesús anuncia es que ha empezado ya la fiesta escatológica de la alianza plena entre Dios y los hombres, lo que hay que hacer es proclamarlo y celebrarlo. No tiene sentido la práctica de duelo y penitencia del ayuno. 282 Jesús es el "novio" esperado por la tradición bíblica, nombre que reservaba para Dios. Los días del Mesías eran descritos en la literatura rabínica con festejos propios de las bodas. La comunidad nupcial está establecida; desde este momento debe comenzar el banquete. La imagen del matrimonio, muy usada en la Biblia, era un símbolo para expresar la relación de amor entre Dios y el pueblo elegido. Lo nuevo es que Jesús se presente en lugar de Dios. Sus discípulos no practican el ayuno por una circunstancia gozosa: se encuentran en un momento de plenitud interior, viven un instante de gozo como en el momento de las bodas. Pero "se llevarán al novio", morirá Jesús. Destaca la otra vertiente de la fiesta escatológica en este mundo: la situación de interinidad hasta que la fiesta no sea plena en la parusía. Lo definitivo aún no ha llegado. El ayuno, proscrito por la presencia del "novio", se volverá necesario por la ausencia. Refleja la situación compleja del cristiano, que posee sin disfrutar plenamente, y que debe seguir buscando al que ya ha encontrado. La adhesión a Cristo nos llevará fatalmente a momentos difíciles, en los que no hará falta ayunar para hacer penitencia. Sus palabras no exigen ninguna ascesis concreta, pero implican un compromiso total. El ayuno que Jesús pide a sus seguidores va por otro camino. Porque, ¿qué sentido humano y religioso pueden tener los ayunos si lo que fundamentalmente importa es luchar para hacer realidad la justicia que reclaman los explotados, única forma auténtica de realizar aquí y ahora el reino de Dios? ¿Se trata de convencer a Dios con nuestros ayunos para que nos ayude, o se trata de luchar para que se cumpla el programa anunciado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19)? Para Jesús el ayuno verdadero es la lucha contra toda explotación del hombre por el hombre. Bastante sudor y lágrimas lleva consigo una vida cristiana tomada en serio. Refugiarse en unos ayunos y no luchar para transformar el mundo, además de muy cómodo, es una hipocresía. En pocas palabras Jesús nos ha presentado dos realidades inseparables para un cristiano: la fiesta y la lucha. Y nos ha dado las razones para ambas. El camino cristiano es principalmente un camino de fiesta, porque Dios está con nosotros por Cristo y por su Espíritu (Jn 14,16.23). Nos cuesta entender la relación con Dios como una amistad con un Padre que nos ama y se compromete a amarnos siempre, con un Padre que quiere que vivamos como hermanos, porque todos somos sus hijos. Ninguna lucha puede ahogar esta suprema realidad del cristianismo: creemos en una alianza nueva y definitiva entre el Padre y los hombres. Por ello vivimos la fiesta, el banquete de bodas, en la esperanza. Una fiesta que será plena después de la muerte. Mientras tanto, nuestro camino es también lucha contra el mal, el egoísmo, el orgullo, la dureza, la mentira, la injusticia... en cada uno de nosotros y en la sociedad. Para comprender y vivir la novedad de Jesús es necesario que seamos muy exigentes en la lucha. La oración debe ser "para no caer en la tentación" (Mt 6,13) de pensar que la lucha no 283 va con nosotros, para reflexionar atentamente sobre lo que sucede a nuestro alrededor y en el mundo y tomar postura a la luz de la experiencia de los profetas y de Jesús en la intimidad con el Padre. Jesús libera de la ley, del ayuno y reacciona contra el falso ascetismo. No se sometió al ayuno ni quiso ni buscó la cruz. Amó y obedeció a la voluntad del Padre, vivió lo que decía, y la cruz le cayó encima como consecuencia. Su pasión no fue una obra de ascesis, sino de fidelidad al amor de Dios en los hombres. No perdió el tiempo buscando la forma de sufrir: se entregó totalmente al bien de los hombres y esto le llevó a la cruz. Y ésta es la cruz que Jesús nos invita a llevar: la que resulta de la lucha por implantar el reino de Dios entre los hombres. Nuestro mundo cristiano ha dado mucha importancia al ayuno, pero no ha ahondado en su significado. Hemos inventado muchas cosas para evitarnos el trabajo de amar con hechos, de compartir con los demás, de luchar por la justicia. Ayunar es estar disponible a lo que Dios nos pida en los demás. Jesús nos ha demostrado su gran sentido religioso. Nosotros pocas veces hemos seguido su ejemplo. 2. El evangelio es novedad plena Jesús no se contenta con responder al tema del ayuno. Sigue denunciando los verdaderos motivos por los que los fariseos se muestran perplejos y escandalizados frente a su manera de comportarse. El modo de vivir la religión en los tiempos de Jesús no podía ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino galileo. Con El habían llegado los tiempos mesiánicos, tiempos nuevos, por lo que no se le podía valorar con la medida de los viejos esquemas mentales, religiosos o sociales. Era necesario interpretarlo con mentalidad y ojos nuevos, dispuestos a cambiar hasta lo tenido por más sagrado, si fuera necesario. No es que su mensaje sea enteramente nuevo dentro del campo de la historia de los hombres: su verdad empalma de algún modo con las verdades y esperanzas de las religiones de la tierra. Pero, a la vez, lleva esas verdades y esperanzas a plenitud. El es "el primero y el último" (Ap 1,17). El primero: es la Palabra por la que el Padre creó el mundo (Jn 1,1-3). El último: Dios lo ha colocado por encima de todos los seres del cielo y de la tierra (Flp 2,10). No es posible remendar el manto viejo del judaísmo añadiéndole pequeños trozos de evangelio. Es necesario confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los gestos de Jesús. Los hombres, al estar muy apegados a nuestras costumbres, tradiciones y comodidades, solemos cerramos a la novedad, nos negamos a renovarnos. Por eso no tiene lugar en nosotros el milagro de la conversión, a pesar de escuchar con frecuencia la palabra de Dios; no ofrecemos 284 ninguna zona de sincera disponibilidad para el cambio, para la fe, para la inseguridad, para la acción de Dios en nosotros. Rechazamos a Jesús constantemente por ser siempre nuevo. ¿No tenemos la impresión de que a nuestro cristianismo le falta Cristo? El cristianismo no es una componenda ni una reforma religiosa como tantas que sufrió el judaísmo y tenemos tendencia a hacer los cristianos. Confiesa que Dios no está allá arriba, sentado en su cielo, sino que vive entre los hombres no para ser adorado, sino para ser seguido. El cristianismo es un estilo de vida que rompe los moldes de cualquier religión. La realidad Jesús es el valor máximo que lo transforma todo y da base a todo. No niega las demás realidades humanas -ideologías, partidos políticos, filosofías, luchas, trabajo, familia...- en lo que tengan de verdadero, ni las demás religiones; pero les da su sentido profundo, trascendente, nuevo. No es un remiendo. Quiere una sociedad fraternal, en la que los poderosos ya no estén en sus tronos (Lc 1,52), donde todos los hombres podamos realizarnos como personas. Y esto no se puede lograr con pequeñas o grandes reformas a la injusticia estructural que hoy existe, o con cambios sólo en la buena voluntad de las personas, o cambiando unos ritos por otros, o celebrándolos de modo distinto... Debe ser una transformación revolucionaria de las estructuras, de las mentalidades humanas, del enfoque religioso... de todo. De otra forma, pronto viene el retroceso a formas de sociedad tan injustas o más que aquellas que se quería cambiar. La historia es maestra en darnos ejemplo de ello. No valen los remiendos, que es lo que queremos hacer normalmente. Creer y anunciar a un Dios que quiere la fraternidad e igualdad entre todos y, al mismo tiempo, querer domesticarlo y tenerlo a nuestra disposición con ritos, sin luchar contra la injusticia radical que nos rodea, es una contradicción que vivimos en la Iglesia. Jesús quiere el cambio a todos los niveles. Los que viven apegados al pasado porque les va bien, difícilmente comprenderán la vitalidad de lo verdaderamente nuevo. Y lucharán contra ello, incluso en nombre de Jesús y de Dios. Muchos lo están haciendo. La novedad del Reino rompe los moldes tradicionales de la religiosidad judía, exige encontrar una manera enteramente nueva de existencia. Es el sentido de la parábola de los odres y el vino. La fe en Jesús es incompatible con la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales. Para aceptar el mensaje cristiano es necesario "nacer del agua y del Espíritu" (Jn 3,5), libres de prejuicios, despegados de sectarismos peligrosos e infructuosos. La adhesión fanática a los moldes viejos tuvo entonces como consecuencia la ruptura entre la Iglesia y la sinagoga. Ahora puede ser causa de rompimientos entre la Iglesia burocrática y la Iglesia de los pobres. Los "odres viejos" están hoy demasiado gastados y no pueden aguantar sin reventar la fuerza de transformación que el mundo necesita para ser verdaderamente fraternal y humano. El evangelio es novedad plena. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse como si nada de lo antiguo valiera. Y no es ésa la intención de Jesús. Por eso añade Mateo al final: "Y así las dos 285 cosas se conservan". Echar el "vino nuevo" del evangelio en los "odres viejos" de las instituciones judías perjudicaría tanto a los odres como al vino. Lucas termina el pasaje identificando el evangelio con el "vino añejo". ¿Lo llama "añejo" porque es anterior al mismo judaísmo, al estar "impreso" en el corazón humano? Nadie que cate los verdaderos valores del mensaje de Jesús querrá algo de lo demás, porque habrá encontrado "todo". La novedad de Jesús pide ser acogida por unos corazones bien dispuestos. Hoy, en los momentos de transformación que vivimos, tenemos el peligro de siempre: aferrarnos a la letra que mata y perder el Espíritu, limitarnos a remiendos, parches y retoques superficiales que nada renuevan en profundidad, poner lo nuevo en odres y vestidos viejos. O fabricar moldes, paños, odres nuevos, organizaciones, estructuras y planificaciones nuevas, que sean sólo letra que mata: montajes audiovisuales, libros de religión muy amenos, celebraciones litúrgicas "bonitas"... Sin el Espíritu de Jesús en nosotros, se nos gastan las palabras nuevas y los métodos nuevos por usarlos vacíos. Tenemos que vivir abiertos a la Palabra, aceptando modificarlo todo si es necesario para que nuestra vida se ajuste a ella. Y esto constantemente. De otra forma pronto nos convertiríamos en odres y vestidos viejos, viviendo la tragedia de "querer" recibir el "vino nuevo" y tratando de parchear nuestra vida insatisfecha. ¿Descubriremos algún día la novedad absoluta, creadora y transformante del mensaje de Jesús en nuestras vidas? 286 Enfrentamiento de Jesús con los fariseos sobre el sábado Un sábado atravesaba Jesús un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: -Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido? El les respondió: -¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros. Y añadió: -El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del Hombre es señor también del sábado. Entró otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: -Levántate y ponte ahí en medio. Y a ellos les preguntó: -¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir? Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: -Extiende el brazo. Lo extendió, y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él. (Mc 2,23 - 3,6; cf Mt 12,1-14; Lc 6,1-11) La vida y la predicación de Jesús estuvieron dominadas por un conflicto fundamental: el que le enfrentó a los hombres de la ley, que reducían su religiosidad a una serie de ritos y normas. De esa forma, la religión era un poderoso instrumento de dominación del hombre por el hombre; porque una religión que hace al hombre esclavo de sus leyes, hace siempre al hombre esclavo del hombre que las interpreta. Cuando las leyes, sean civiles o religiosas, se convierten en algo rígido, dejan de cumplir su finalidad, que es la de ayudar al crecimiento auténtico de la sociedad por el ejercicio en ella de la justicia. Las leyes, suponiendo que sean imprescindibles -y es mucho suponer cuando proliferan tanto-, deben ser elásticas, móviles, para que puedan ir promoviendo el avance social que el pueblo necesita. 287 1. El descanso sabático La discusión entre Jesús y los fariseos sobre el descanso sabático -quicio del sistema religioso judío- es uno de los grandes temas de su enfrentamiento con los dirigentes del judaísmo. Aquí la fricción es doble: la violación del sábado por los discípulos al arrancar espigas y por El mismo al curar a un enfermo que no se encontraba en grave peligro de muerte. La práctica del descanso sabático aparece en los documentos más antiguos de la ley. Estaba ligado al ritmo sagrado de la semana, que se cerraba con un día de reposo, de regocijo y de reunión cultual. Este descanso permitía, además, que los esclavos se recuperasen. Al resaltar tanto estos conflictos, los evangelistas nos están indicando que se trataba de algo muy importante para los cristianos de entonces. En efecto, las comunidades cristianas comenzaban a celebrar el domingo como día de descanso, en lugar del sábado, lo que les estaba creando muchos problemas. Además, era necesario entender el verdadero sentido del descanso y de cualquier ley o norma. El domingo es para nosotros un signo del reino de Dios, que intenta expresar el sentido de nuestra existencia. El reino de Dios es el domingo definitivo, en el que los hombres descansaremos para siempre de todas las fatigas y sufrimientos. Lo mismo que por nuestro trabajo imitamos la actividad creadora de Dios en los seis días -simbólicos- de la creación, el descanso es signo del "día séptimo", en el que "cesó Dios de toda la tarea creadora que había realizado" (Gén 2,2). Los seis días de la creación simbolizan toda nuestra vida; el día séptimo, el descanso definitivo en el reino de Dios. A todas las personas y sistemas opresores les va bien que las creencias religiosas se transformen en leyes o normas que, como reveladas por Dios, deben cumplirse incondicionalmente bajo pena de quedar excluidos de la salvación. Los que controlan una sociedad injusta y clasista, como la del tiempo de Jesús y la nuestra, necesitan unas normas o leyes rigurosas para tener adormecido al pueblo. Si no las tienen, tratan de inventarlas o hacen que las inventen los hombres "religiosos". Por ello se profesan muy creyentes -muy católicos- y se alían con los dirigentes religiosos, a los que también les van bien esta clase de leyes. Estos, quizá de buena fe, pero sin analizar a fondo lo que pasa en la realidad, las imponen como principios eternos queridos por Dios. Y así ocultan la injusticia establecida en la sociedad. La religión verdadera es siempre liberadora del hombre. Aquellos jefes la habían hecho esclavizadora. Jesús, que quería la libertad y la vida del hombre, tenía que enfrentarse necesariamente con los que lo esclavizaban, con el agravante de hacerlo en nombre de Dios y de su ley. El descanso del sábado (Dt 5,12-15) era uno de los preceptos divinos más claros e indiscutibles, un día particular para Dios. El israelita, al vivirlo amoldándose a los deseos divinos, 288 proclamaba la autoridad de Dios sobre su vida entera. Recordaba también la liberación de Egipto, acontecimiento que permitió al pueblo hebreo existir como nación. El Deuteronomio ve en el trabajo, máxime si es a sueldo, una servidumbre. Al liberarle Dios de Egipto, el pueblo israelita se había liberado del trabajo forzoso. Israel debe recordarlo marcando cada semana con un día en el que todo trabajador sea liberado de su trabajo, de su servidumbre. El descanso sabático fue en sus orígenes una ley humanitaria, al servicio del hombre, una ley verdaderamente profética. Proclamaba la secundariedad del trabajo productivo, para impedir que éste dominara la vida del hombre y lo aplastara, convirtiéndolo en una máquina de trabajar. Todo hombre es más que el trabajo productivo y necesita tiempos de ocio, de contemplación, de descanso sosegado, de reflexión... En tiempos de Jesús se había convertido en institución sagrada, la más sagrada de todas; una institución que ya no estaba al servicio del hombre. Su observancia estaba rígidamente regulada y controlada. Se admitían excepciones por motivos de particular gravedad, y sobre ellas discutían las diversas escuelas teológicas. Se trataba siempre de excepciones a una regla: la supremacía del sábado sobre el hombre. Guardar el sábado se había ido convirtiendo en algo superior al hombre, algo que le dominaba y limitaba, algo divinizado e intocable, que debía cumplir rigurosamente todo judío piadoso si no quería verse alejado de Dios y perseguido por los dirigentes del pueblo. La ley del sábado era una forma de controlar al pueblo, de esclavizarlo, de engañarlo, de distraerlo de cosas más fundamentales y urgentes, y así apagar su fuerza. La gente sencilla, obligada por un precepto tan absoluto y complicado, quedaba absorbida y limitada, llena de temores, sin capacidad de acción y reflexión. El trabajo y el descanso son medios de realización de la persona; nunca deben emplearse para esclavizarla y alienarla. Nuestra sociedad capitalista trata de esclavizar al pueblo haciéndole trabajar duramente -y crea el paro para asustarlo y manejarlo-, a la vez que quiere convencerlo que es eso lo único que tiene que hacer, que ha nacido para trabajar. Y de esa forma enriquecer cada vez más a los opresores de turno. En ella, el hombre vale lo que produce en el trabajo, el estudiante según las notas y la situación económica de sus padres... La Iglesia, con la distinción entre trabajos serviles y liberales mal interpretada, ha cambiado el espíritu del descanso dominical: una ley favorable al trabajador manual -esclavo en épocas anteriores- se ha transformado en una injusta discriminación en su contra. 289 2. Los discípulos quebrantan el sábado Los pobres podían comer los productos de la tierra si tenían hambre (Dt 23,25-26). Es lo que hacen los discípulos de Jesús. Pero el frotar las espigas (Lucas) para comerse los granos se contaba expresamente entre las actividades prohibidas en día de sábado, por ser considerado como un trabajo de recolección. Los fariseos, que vieron esto, acusan a los discípulos no de arrancar las espigas y comerse los granos, sino de realizarlo en día de sábado. Al que quebrantaba el sábado inadvertidamente -lo que era fácil por la cantidad de "detallitos" que había que cumplir-, había que llamarle la atención, y el trasgresor debía ofrecer un sacrificio de expiación. Pero si trabajaba ante testigos y después de ser avisado, podía ser lapidado. Los fariseos no sólo habían incurrido en una casuística minuciosa y absurda en su aplicación, sino que además su error era más profundo: no entendían qué era una ley, y menos una ley de Dios. No podían encender fuego los sábados, ni recoger leña, ni preparar los alimentos, estaban contados los pasos que se podían dar... Jesús tratará de ir aclarando su concepto del descanso sabático. Jesús no va contra la ley ni es indiferente al descanso del sábado, tan importante para los judíos. En su respuesta quiere ayudarnos a descubrir el sentido auténtico del sábado y de todas las leyes. Responde con una contrapregunta, método dialéctico que usaban las escuelas judías en sus disputas. Se remite primero a las Escrituras (1 Sam 21,2-7), autoridad reconocida y suprema para los judíos. Los panes "de la proposición" eran doce y permanecían durante una semana sobre una mesa en el santuario del templo como ofrenda presentada a Dios. Nadie podía comerlos fuera de los sacerdotes, una vez terminada la semana. Sin embargo, David y sus compañeros los comieron una vez que tenían hambre y no había otro pan a su alcance. Nadie reprochó esto a David ni al sacerdote que se los dio. Por tanto, la necesidad excusa la trasgresión de la ley. Los discípulos no violan la ley al frotar y desgranar espigas el sábado porque tienen hambre. ¿No podían haberse aguantado el hambre? Creo que sí, pero aquí importaba más que Jesús nos enseñara que Dios no dio las leyes para afligir al hombre. El libro de Samuel no nos dice que la acción de David fuera en sábado; Jesús toma el ejemplo para indicar que quebrantó una ley cultual. Luego la ley del sábado no es algo absoluto, al ser también una ley cultual; admite excepciones impuestas por diversas causas, entre ellas la necesidad humana. También "los sacerdotes -dice Mateo- pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa". Para los fariseos, cumplir con el precepto del sábado en todos sus detalles era aceptar a Dios como autoridad absoluta, a la que el hombre debe obedecer y someterse incondicionalmente. Concebían la religión como un orden establecido intocable. Los preceptos estaban por encima de 290 todo lo demás. Algo parecido a lo que ahora ocurre en la Iglesia con la misa dominical y su precepto: es la medida de la conducta de un cristiano. Conciben la religión como un intocable orden establecido. Para Jesús, el bien del hombre es la medida de todas las leyes y mandamientos. Dice Marcos: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado". La ley básica de entonces estaba al servicio del hombre. Esta afirmación tuvo que sonar como una blasfemia. Primero el amor y la justicia, luego el cumplimiento de las prescripciones del culto. Jesús proclama el valor absoluto del amor. Nadie había tenido la osadía de hacer una afirmación tan escandalosa. "El Hijo del Hombre es señor del sábado". El es el profeta autorizado para decirnos lo que Dios quiere y lo que no quiere. Posee una autoridad en función siempre del hombre, al que viene a liberar de todas sus cadenas; en primer lugar, de la cadena de las leyes. Los cristianos, al profundizar en la actuación de Cristo, tenemos que relativizarlo todo, incluso el orden legal, por muy legítimo que parezca y a pesar de los peligros evidentes que esta actitud pueda tener. Todas las leyes tienen que estar al servicio del hombre, de todos los hombres. Jesús es "señor del sábado", es decir, está por encima de todo orden legal, de todo sistema establecido. "Es más que el templo" (Mateo). Y los cristianos es a El al que tenemos que obedecer y seguir. Jesús es más que la Iglesia. La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía, que muchos dirigentes civiles pretenden abortar o, al menos, silenciar con concesiones a la institución eclesial. El cristiano no puede jamás entender los mandamientos, las leyes, las normas, como algo que es preciso observar ciegamente, como si tuvieran valor en sí mismas. Cualquier ley cristiana tiene que ser un camino de liberación para el hombre, un servicio al hombre, un camino de crecimiento humano. Si se convierten en normas que esclavizan en lugar de liberar, o cierran el camino a los que no piensan como nosotros, es evidente que hemos perdido su sentido. Toda ley que esclaviza al hombre es antievangélica, porque el evangelio de Jesús es salvaciónliberación para el hombre. Una ley que no esté a favor de todos los hombres, en especial de los marginados, no puede ser obedecida por los cristianos. Es fácil multiplicar las prohibiciones y reducir las normas y leyes fundamentales a minucias; es fácil "colar el mosquito y tragarse el camello" (Mt 23,24). Y así es fácil condenar a los que no viven como nosotros, a los que tienen otro modo de entender la vida y la convivencia. La ley del descanso sabático era una ley en favor del hombre, de todos los hombres, una ley de libertad. Y éste es el sentido que reivindica Jesús. 3. Jesús también con su curación La interpretación farisea de la ley sólo permitía curar en sábado cuando había peligro inminente de muerte. Un brazo o una mano paralizados no presentaban ese peligro. Con sus 291 complicadas interpretaciones sobre el sábado, los fariseos habían llegado a impedir hacer el bien al hombre con el pretexto de agradar a Dios. ¿Cómo agradar a un Dios que es Amor al margen del bien del hombre? Esta rigidez legal debía ser cambiada por una manera humana de pensar. No hacer el bien cuando se puede es hacer el mal. Lo que decide no es la ley, sino el hombre afectado por la ley. El centro es siempre el hombre. "Estaban al acecho", espiándole para ver si lo podían coger en alguna infracción y poder acusarlo a los tribunales. Si se puede sacar de un pozo a una oveja en sábado (Mateo), ¿cómo no se va a poder curar a "un hombre", que "vale mucho más que la oveja"? "Se quedaron callados". No querían reconocer su error y su sinrazón. Tampoco podían argumentar a la sabiduría de Jesús. Y es muy peligroso dejar al descubierto y en ridículo a los que tienen el poder; responderán con la única "razón" que tienen: la de la fuerza. Jesús, "dolido de su obstinación", curó al hombre. Su modo de actuar era coherente con sus ideas. Restablece el verdadero sentido del sábado, que debe ser un día en el que se disfrute y se proporcione alegría a los demás, un día en el que se haga el bien a las personas que sufren. El hombre que está "en medio" quiere vivir. ¿Es esto posible a un hombre que tiene paralizado un brazo, que no puede trabajar y tiene que vivir de la ayuda ajena? Los fariseos tenían tantas contradicciones en sus prácticas que siempre terminaban "furiosos" y encolerizados. La actitud de Jesús les irrita tanto que planean "el modo de acabar con él". No encuentran otro camino que la fuerza bruta que aplasta al débil. El odio les impide pensar y reflexionar con lucidez. Rechazan a un Dios que los ama y los libera. Prefieren, por lo visto, a un Dios que mande sobre ellos y los oprima. En nuestra Iglesia tenemos una grave desviación: hemos consagrado las formas, lo externo, que tenemos por intocable -vestiduras del sacerdote para la celebración de la eucaristía, palabras fijas de las plegarias eucarísticas, despachos parroquiales en los que todo está anotado...-. El apego a lo externo, a lo burocrático, es muy explicable y comprensible: da mucha seguridad, llena el tiempo y nos justifica. Pero Jesús no lo acepta. El amor es el valor fundamental de la ley cristiana. Toda norma concreta tiene que ser interpretada, aplicada o derogada únicamente a la luz del amor al hombre. ¿Las normas de la Iglesia nos liberan o nos esclavizan?, ¿las vivimos en libertad o a la fuerza? En la medida en que seamos libres en su cumplimiento y estemos rechazando las que opriman o alienen al hombre, estaremos entendiendo la actuación de Jesús. 292 Índice Presentación Introducción Prólogo de Juan (1, 1-18) 1. La Palabra de Dios 2. La creación es fruto de la Palabra 3. La Palabra, vida y luz de los hombres 4. La tiniebla, enemiga de la vida 5. Testigo: Juan Bautista 6. Venida al mundo de la Palabra 7. Finalidad: hacernos hijos de Dios 8. Venida del Hijo en la carne 9. De nuevo Juan Bautista 10. El Hijo es la plenitud de los hombres 11. El Hijo junto al Padre Día de Navidad Segundo domingo después de Navidad 5 6 8 10 11 12 14 15 17 19 20 22 22 23 Anuncio del nacimiento de Jesús (Lc 1, 26-38) 1. Protagonistas de la narración 2. Experiencia religiosa de María 3. Dios se encuentra a gusto entre los pobres 4. El camino de la alegría 5. Donde abunda el pecado... 6. ... Sobreabunda la gracia 7. Sentido de los dogmas: La Inmaculada Concepción 8. María, “bendita entre las mujeres” 9. El encuentro con Dios es siempre turbador 10. Todo es posible al que cree 11. Fecundidad de la virginidad, signo del reino de Dios 12. María acepta sin poner condiciones 13. Conclusiones para nosotros Cuarto domingo de Adviento. Ciclo B Fiesta de la Inmaculada Concepción 25 26 27 28 29 30 34 35 36 37 38 39 40 42 Visita de María a Isabel y “Magníficat” (Lc 1, 39-56) 1. La vocación humana, disponibilidad al proyecto de Dios 2. Nadie da lo que no tiene 3. María, ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano 4. El “Magníficat”, experiencia del creyente 5. El verdadero amor es siempre servicio Cuarto domingo de Adviento. Ciclo C Fiesta de la Asunción de María 44 45 47 48 48 52 Las dudas de José (Mt 1, 18-25) 1. El desconcierto de un hombre justo 2. Dios habla en la oración silenciosa 3. Su misión se va aclarando 53 54 56 57 293 4. 5. 6. Cuando el amor es verdadero Jesús, vida humana hasta el fondo José, patrono de la Iglesia universal Cuarto domingo de Adviento. Ciclo A Vigilia de Navidad Fiesta de San José 58 59 59 Nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-21) 1. Sólo entre pobres es posible el evangelio 2. Jesús nace de nuevo en nuestros gestos de ternura y amor 3. La disponibilidad del pobre 4. El hombre satisfecho está incapacitado para buscar 5. Decir “sí” y ponerse en camino 6. Circuncisión e imposición del nombre 7. Dios es más humano que nosotros 8. La Navidad ilumina una difícil síntesis 9. La Navidad es un camino que continúa Noche de Navidad Aurora de Navidad Fiesta de Santa María, Madre de Dios 63 64 66 68 69 70 73 74 75 78 Adoración de los Magos (Mt 2, 1-12) 1. Atentos a los signos de los tiempos 2. ¿Quién será capaz de acoger la novedad? 3. Dios sigue siendo manifestación para los hombres 4. La universalidad de la salvación Fiesta de la Epifanía 80 81 84 86 89 Presentación en el templo (Lc 2, 22-40) 1. El templo, casa de oración 2. El profeta, pregonero de utopía 3. Necesidad de una opción dolorosa 4. Ana canta la alegría de una esperanza 5. Y el Niño crecía Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo B 92 93 94 95 97 98 Comienzan las dificultades para Jesús (Mt 2, 13-23) 1. Disponibilidad de José 2. Crueldad de Herodes 3. Regreso de Egipto Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo A 99 100 101 102 En el templo a los doce años (Lc 2, 41-52) 1. El otro “nacimiento” de Jesús 2. Crecer con los hijos 3. Crecer con los padres 4. Sólo educa el amor que crece y madura 5. Ayudar y formar, no penalizar Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo C 103 104 106 107 109 112 La predicación de Juan Bautista (Mt 3, 1-12; Mc 1, 1-8; Lc 3, 1-18) 1. “El hecho Jesús” es evangelio para nosotros 2. Panorama político en el que aparece Jesús 3. Los protagonistas de la historia 4. Juan predica en el desierto 115 116 118 120 121 294 5. 6. 7. 8. La difícil conversión Convertirse es descubrir otras dimensiones Salvación-liberación y bautismo La conversión se demuestra en el actuar Segundo domingo de Adviento. Ciclo A Segundo domingo de Adviento. Ciclo B Segundo domingo de Adviento. Ciclo C Tercer domingo de Adviento. Ciclo C 123 126 129 131 Bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22) 1. Solidaridad de Jesús con el pueblo 2. Sentido del bautismo de Jesús 3. Jesús posee la plenitud del Espíritu 4. Sentido de nuestro bautismo Fiesta del Bautismo de Jesús. Ciclo A Fiesta del Bautismo de Jesús. Ciclo B Fiesta del Bautismo de Jesús. Ciclo C 134 134 135 137 138 Las tentaciones de Jesús (Mt 4. 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13) 1. Las tentaciones del hombre de siempre 2. Las tentaciones de Jesús 3. Las tres tentaciones y el cristiano a) Primera tentación: El pan y la Palabra b) Segunda tentación: El poder no es liberador c) Tercera tentación: La fe, no el milagro 4. Reflexión final Primer domingo de Cuaresma. Ciclo A Primer domingo de Cuaresma. Ciclo B Primer domingo de Cuaresma. Ciclo C 140 141 142 146 147 149 152 154 De Juan a Jesús 1. Los dirigentes judíos envían unos representantes a Juan Bautista (Jn 1, 19-28) a) La transparencia de un hombre b) La presencia de Dios, realidad oculta Tercer domingo de Adviento. Ciclo B 156 2. 161 162 165 166 3. Juan Bautista da testimonio de Jesús (Jn 1, 29-34) a) De qué pecado liberarse y cómo b) El Espíritu liberador c) El camino de la liberación con Jesús Segundo domingo ordinario. Ciclo A Los primeros discípulos de Jesús (Jn 1, 35-51) a) ¿Qué buscamos? b) La vocación, experiencia que se comunica c) Jesús, nuestro camino hacia la plenitud humana Segundo domingo ordinario. Ciclo B Las bodas de Caná de Galilea (Jn 2, 1-12) 1. El cristianismo es fiesta y lucha 2. Jesús comparte nuestra vida diaria 3. Cuando falta el vino 4. Necesidad de comunidades cristianas Segundo domingo ordinario. Ciclo C 156 157 159 166 169 171 175 178 178 179 181 183 295 Expulsión de los mercaderes del templo (Jn 2, 13-25; cf Mt 21, 12-13; Mc 11, 15-17; Lc 19, 45-46) 1. Un panorama que debe clarificarse 2. Hace dos mil años las cosas no eran mejores 3. Ya en tiempos de los profetas 4. Jesús va más lejos que los profetas 5. Jesús, nuevo templo 6. “Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron” Tercer domingo de Cuaresma. Ciclo B 185 185 186 187 189 191 192 Entrevista con Nicodemo (Jn 3, 1-21) 1. Es preciso nacer de nuevo 2. Jesús, don del amor de Dios a la humanidad 3. Las malas obras, causa de la incredulidad 4. Conocemos a Dios a través de Jesús 5. Ser padre, hijo y espíritu a la vez es nuestra vocación Cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo B Domingo de la Santísima Trinidad. Ciclo A 194 195 198 199 202 204 Encuentro con la samaritana (Jn 4, 4-42) 1. Situación religiosa de Samaria 2. Conocer el don de Dios es apuntarse al camino de Jesús 3. Dios quiere adoradores “en espíritu y verdad” 4. “La mujer dejó el cántaro y se fue al pueblo...” Tercer domingo de Cuaresma. Ciclo A 209 210 211 216 219 Primera predicación en Nazaret (Lc 4, 14-21) 1. La “buena noticia”, palabra clara 2. La “buena noticia” es para los pobres 3. “El año de gracia del Señor” 4. Liberación evangélica 5. La “buena noticia” es Jesús mismo 6. Rechazo de Jesús por sus paisanos Tercer domingo ordinario. Ciclo C 222 223 223 226 227 228 229 Vocación de cuatro discípulos (Mt 4, 12-22; Mc 1, 14-20) 1. Actividad de Jesús 2. Galilea, cuna del evangelio 3. Conversión y reino de Dios 4. Seguimiento de cuatro discípulos 5. Jesús sigue llamando hoy Tercer domingo ordinario. Ciclo A Tercer domingo ordinario. Ciclo B 231 232 233 234 237 240 El endemoniado de Cafarnaún (Mc 1, 21-28; cf Lc 4, 31-37) 1. El evangelio de Marcos 2. Enseñaba “con autoridad” 3. “El espíritu inmundo” Cuarto domingo ordinario. Ciclo B 242 242 243 246 Predica y cura por toda Galilea (Mc 1, 29-39; cf Mt 8, 14-17; 4, 23; Lc 4, 38-44) 1. Los gestos de Jesús 2. Dios no quiere el sufrimiento 249 249 250 296 3. 4. 5. Toda la actividad de Jesús está penetrada por la oración Jesús despierta esperanzas Es necesario mejorar la condición humana Quinto domingo ordinario. Ciclo B La pesca milagrosa (Lc 5, 1-11) 1. Predicación de Jesús 2. Pesca milagrosa 3. Vocación de varios discípulos a) Impacto religioso y constatación de la propia indignidad b) Llamada c) Seguimiento Quinto domingo ordinario. Ciclo C 250 252 253 La curación del leproso (Mc 1, 40-45; cf Mt 8, 2-4; Lc 5, 12-16) 1. La lepra, signo del pecado 2. El mal existe 3. La lepra actual 4. La curación Sexto domingo ordinario. Ciclo B 265 265 266 267 268 El paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12; cf Mt 9, 2-8; Lc 5, 17-26) 1. Nuestra sociedad paralítica 2. La “salvación” empieza en el ahora 3. Jesús perdona los pecados... 4. ... Y cura las parálisis de los hombres 5. El sacramento de la penitencia Séptimo domingo ordinario. Ciclo B 270 270 271 272 275 276 La vocación de Mateo (Mt 9, 9-13; cf Mc 2, 13-17; Lc 5, 27-32) 1. La conversión de Mateo 2. Jesús come con pecadores Décimo domingo ordinario. Ciclo A 277 277 278 El ayuno y la nueva ley (Mc 2, 18-22; cf Mt 9, 14-17; Lc 5, 33-39) 1. El ayuno de Jesús 2. El evangelio es novedad plena Octavo domingo ordinario. Ciclo B 281 281 284 257 257 258 259 259 261 262 Enfrentamiento de Jesús con los fariseos sobre el sábado (Mc 2, 23-3, 6; Cf Mt 12, 1-14; Lc 6, 1-11) 1. El descanso sabático 2. Los discípulos quebrantan el sábado 3. Jesús también con su curación Noveno domingo ordinario. Ciclo B 287 288 290 291 Índice 293 297
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