as Reyes. Los Reyes y los niños. t o alzó en vilo ante el buzón de Correos. El chico pataleó, entre risitas inefables, y con la carta en la mano, dijo: —¿La echo por aquí? —Por ahí, rico. Por ahí. Entonces surge en el muchacho el drama interior. En la carta a los Reyes hay una acusación. Una acusación desleal. Una acusación a mansalva contra su hermano, hecha con ánimo de recibir mejores regalos. ¿La mantendrá echando la carta? El momento de escribirla fué un gran momento. El de lanzarla a su destino, demasiado solemne, de una realidad impresionante. El pequeño, entre remordimientos, vacila. El padre, entre impaciencias, se sorprende. •—¿La echas, o no? Vamos, anda... El conflicto entre el remordimiento y la ilusión se apresura. El chico, al fin, echa la carta en el buzón. Pero las risitas han cesado. Camina después preocupado, sólo unos pasos. Pero se olvida de todo. La ilusión vence al remordimiento. —Papá, ¿crees que me traerán el tren aerodinámico? El padre sonríe y asiente. Nada adivina de la breve lucha interior que momentos antes conturbaba al niño, lucha muy humana que alcanza a grandes y a pequeños. Sólo que en el alma infantil tiene las flaquezas del novicio, y en el alma del hombre, las durezas del veterano. Los Re3re8 representan para el niño la omnipotencia; mas también representan la Justicia. Cada carta infantil es como un juicio de Dios. Por eso este pequeño y antiguo drama se repite en cada nueva Epifanía. El niño se confia a la Ilusión; jwro teme el balance de ' su conducta. Los Reyes no sólo disponen de los bazares y de sus juguetes, sino también de los corazones y de sus secretos. Son los Magos, no por el hechizo de ! sus dones, sino también porque adivinan en los espíritus. Nuestro pequeño, en su camino de la tierra, escruta las vías del cielo, donde reluce, como el ojo de Dios, la estrella de los Reyes Magos. Al recordar la acusación de su carta, siente dolor de corazón, propósito de enmienda, tiernas y hondas congojas de un arrepentimiento profundo. Pero a poco, vuelto al padre, libre ya de sus pecados, le pregunta: —¿Crees que me traerán el tren aerodinámico? I/Os Reyes y los padres. La fiesta de los Reyes Magos es de origen puramente español, y aunque se haya dado paso a oteas fiestas de Navidad de factura extranjera, no podemos arranearla de nuestras costumbres, pues ninguna excita tanto la sensibilidad infantil, ninguna es tan sugestiva como esta fiesta española de Reyes extranjeros. Por unos días, el niño vive lo fabuloso, de paso ál ensueño: el sortilegio toma viso de realidad. En su primera edad recibe con cierto miedo el mito de los Reyes de Oriente. Aquellos hombres barbudos... Uno ^egro, otro rojo, otro blanco... Cargados de oros, de ofrendas..., subidos en gigantescos camellos... Seres que se enfrentan con él por primera vez, le atemorizan... Claro que le traen juguetes; pero la idea de Verlos allí, de pronto... Que los Reyes del Nacimiento se hagan grandes, grandes... Cuando son mayorcitos, ya no les asustan. Saben Que llegan de noche, que no han de verlos, que son buenos y que suelen colmar todos sus deseos, sus más forados anhelos... Han conseguido dominar el mito: hacerlo realidad. Pasada esta edad critica—¿los cinco?, ¿los siete años?—, ¡el niño no cree ya en los Reyes! La desilusión ''a penetrado en su alma. Empieza a ser hombre; pero por eso mismo quiere asirse a la quimera, y cuanto '"layor sea la sensibilidad del infante, mayor será su afán por ocultar aquel primer fracaso de su ilusión, í^ps Reyes no existen: son papá y mamá. El niño emPieza a ser hombre; pero no lo es aún. Confía en aquel padre y en aquella madre que para él suplen a la '^yenda y toman forma de Providencia. Y en su alma, esta consoladora idea vive algún «lempo, hasta que se va adueñando de él una inquietud, *"! temor latente, el presentimiento del largo camino ^'*® le aguarda... sin Reyes y sin padres. Piensa que quizá alguna vez se verá obligado a 11a^^ en su ayuda a los Reyes Magos. 1 entonces, ¿la realidad se convertirá en mito a su ^Vocación* PRESENTACIÓN ORTIZ DE CASTRO crdtiscd
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