PARROQUIA PADRE NUESTRO Alameda de Osuna. Avda. de Cantabria 4 28042- Madrid Telf.917652110 www.padrenuestro.es Núm. 969 SANTA MARÍA MADRE DE DIOS 2017.01.01 ANTE UN NUEVO AÑO Dice el teólogo Ladislao Boros en alguno de sus escritos que uno de los principios cardinales de la vida cristiana consiste en que “Dios comienza siempre de nuevo”. Con él nada hay definitivamente perdido. En él todo es comienzo y renovación. Por decirlo de manera sencilla, Dios no se deja desalentar por nuestra mediocridad. La fuerza renovadora de su perdón y de su gracia es más vigorosa que nuestros errores y nuestro pecado. Con él, todo puede comenzar de nuevo. Por eso, es bueno comenzar el año con voluntad de renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se nos invita a vivir de manera nueva. Por ello, es importante escuchar las preguntas que pueden brotar de nuestro interior. ¿Qué espero yo del nuevo año? ¿Será un año dedicado a “hacer cosas”, resolver asuntos, acumular tensión, nerviosismo y mal humor, o será un año en que aprenderé a vivir de manera más humana? ¿Qué es lo que realmente quiero yo este año? ¿A qué dedicaré el tiempo más precioso e importante? ¿Será, una vez más, un año vacío, superficial y rutinario, o un año en que amaré la vida con gozo y gratitud? ¿Qué tiempo reservaré para el descanso, el silencio, la música, la oración, el encuentro con Dios?¿Alimentaré mi vida interior, o viviré de manera agitada, en permanente actividad, corriendo de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero ni para qué vivo? ¿Qué tiempo dedicaré al disfrute íntimo con mi pareja y a la convivencia gozosa con los hijos? ¿Viviré fuera de mi hogar organizándome la vida a mi aire, o sabré amar con más dedicación y ternura a los míos? ¿Con quiénes me encontraré este año? ¿A qué personas me acercaré? ¿Pondré en ellas alegría, vida, esperanza, o contagiaré desaliento, tristeza y muerte? Por donde yo pase, ¿será la vida más gozosa y llevadera o más dura y penosa? ¿Viviré este año preocupado sólo por mi pequeño bienestar o me interesaré también por hacer felices a los demás? ¿Me encerraré en mi viejo egoísmo de siempre o viviré de manera creativa, tratando de hacer a mi alrededor un mundo más humano y habitable? ¿Seguiré viviendo de espaldas a Dios o me atreveré a creer que es mi mejor Amigo? ¿Permaneceré mudo ante él, sin abrir mis labios ni mi corazón, o brotará por fin desde mi interior una invocación humilde pero sincera? Lecturas: Núm 6, 22-27/ Sal 66/ Gál 4, 4-7/ Lc 2, 16-21 Lc 2, 16-21 En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. LECTIO DIVINA Ambientación. Hemos tenido ocasión, en la homilía, de contemplar donde fundamenta el Espíritu Santo la identidad más honda de María: en escuchar y amar. Da la impresión de que la paz se consigue a base de componendas, de una especie de sintonía equilibrada, en acuerdos de mínimos, incluso a base de no afrontar los conflictos que toda convivencia entre personas vivas conlleva necesariamente. Nos preguntamos. En el ambiente en el que me muevo, ¿me preocupo de escuchar a los demás o me repliego en las redes sociales para evitar el «cara a cara» con los otros? Amar obliga a estar pendientes de los demás para poder ayudarlos a ser cada vez más ellos mismos. Ahí está la síntesis entre amor y libertad. ¿Me ocupo de los demás o permanezco indiferente para que «no me compliquen la vida»? Nos dejamos iluminar. ¿Qué ecos resuenan en mí al escuchar este relato? Sugerimos ir colocándonos en el lugar de los pastores (son evangelizadores); en el lugar de María (que escucha y ama en silencio meditativo); en el lugar de José (de quien no tenemos ni una palabra). Seguimos a Jesucristo hoy. Pidamos a Dios que nos transforme el corazón para que, ocupándonos de los demás, más que de nosotros mismos, podamos amar al estilo de María que, seguramente, es un estilo que enseñó a su Hijo Jesús: amor discreto, servicial, entregado libremente. Proclamamos la Palabra: Lc2, 16-21
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