46 | CULTURA Lecturas críticas otro logos, un diálogo posible Fotografía: Enfoque Rojo Otro logos. Signos, discursos, política, es el nuevo ensayo de la escritora y crítica Elsa Drucaroff, publicado por Edhasa. Aquí nos cuenta cómo se desarrollaron algunos de los debates que propone en diálogo con Eduardo Grüner, quien dirigió la tesis doctoral de donde surgió el libro. Ariane Díaz y Celeste Murillo Comité de redacción. Otro logos comenzó como marco teórico de otro ensayo sobre narrativa argentina, Los prisioneros de la torre, pero terminó cobrando peso propio, excediendo la producción literaria y abriéndose a diálogos y contrapuntos con otras teorías y prácticas. Drucaroff encontró dos órdenes discursivos que, aun entrelazados en nuestro sistema social, no tienen el mismo origen histórico ni las mismas implicancias: el Orden de Clases y el Orden de Géneros, que analizará no para construir un esquema que permita acomodar cada teoría en uno u otro casillero, sino para mostrar la complejidad de sus relaciones. Convocados así los cuatro encuadres teóricos del libro –el marxismo, el psicoanálisis, las teorías feministas y las del discurso–, llegará a la definición del falo-logocentrismo: así como el marxismo define un determinado “modo de producción de riquezas”, puede definirse también un“modo de producción de las personas”, que se construye desde el terror a aceptar lo diferente y la necesidad de expulsarlo para constituirse como una plenitud. Lo “otro” en esta matriz de significación es nada menos que la mitad de la humanidad: las mujeres. La reflexión de Drucaroff, madurada durante más de dos décadas –cuando de género hablaban aún pocas especialistas y en la academia se desestimaba, cuando los femicidios no se reconocían como tales–, se encuentra con un contexto político en que, sobre todo después de #NiUnaMenos, el problema de la violencia contra las mujeres “se ha vuelto hegemónico, se volvió una cuestión de agenda”. IdZ: Entre que arrancaste con el libro y su publicación cambió el debate político, sobre todo en las cuestiones de género. ¿Esperás que el libro encuentre otras lecturas que no habías pensado cuando lo empezaste? ED: Hoy ya no es políticamente correcto decir “de qué se quejan las minas”, o discutir cada 8 de marzo si es discriminatorio un día de la mujer porque no hay un día del varón. Eso cambió. Algo que yo deseaba era saltar el “corralito” de género, porque sentía que todos los discursos sobre el género estaban atrapados ahí. No creo que el libro invente algo, tal vez lo mío fue poner en relación cosas que estaban circulando. EG: Es cierto, pero no es frecuente ver, y creo que es un hallazgo del libro, esta discusión que está ya en su primera parte, donde se I dZ Noviembre - Diciembre concentra lo que podríamos llamar el “discurso del método”. Decías recién que “el discurso de género se ha vuelto hegemónico”, y ni bien leés ese primer capítulo te das cuenta de que a vos te resulta sospechoso. Y hacés una cosa que no se hace frecuentemente: poner en cuestión, en estado de interrogación crítica, la diferencia sexo/género, como lo hacés con base/superestructura. Es decir, someter a crítica categorías que ya parecen un sentido común. Eso me parece sumanente productivo. ED: Cuando algo se vuelve hegemónico enseguida viene la versión fácil. Es mejor que el problema de género se haya visibilizado a que se te rían en la cara, pero al mismo tiempo están todos los peligros de que se vuelva un lugar común. IdZ: Nancy Fraser, la feminista norteamericana, señaló, inquieta, que los “cambios culturales” a partir de la segunda ola del feminismo, saludables en sí mismos, fueron sin embargo absorbidos por un neoliberalismo individualista que ofrece una emancipación restringida a sectores minoritarios en algunos países, mientras siguen siendo brutales los agravios contra la inmensa mayoría de las mujeres a escala global. EG: Algo similar sucedió con el discurso de los derechos humanos, que se volvió tan “obligatorio” que terminó sustituyendo a la política, y despolitizándose a sí mismo. Por ejemplo, cuando se acusa a un organismo de derechos humanos de hacer política para una tendencia, se parte de una “universalidad abstracta” que no debería contaminarse con las particularidades concretas de la política… ED: Con el feminismo queer pasa eso a veces, se despolitiza. Se valoriza la diferencia contra la igualdad que aplana –y es cierto que hay algo en la “igualdad” que remite a la razón capitalista– y terminamos defendiendo derechos muy particulares. Son derechos que apoyo, pero no podemos hacer política solo desde ahí. Puede terminar siendo un discurso que paraliza: cada diferente termina diciendo “no necesitamos que piensen por nosotros”. Pero no es pensar por los demás… es leer y pensar juntos. IdZ: ¿Por qué ponés el eje en estos dos órdenes, el de Clases y el de Géneros, y no en otros órdenes opresivos, como la xenofobia por ejemplo? ED: No podría jurar que no hay otros… Pero lo que me hizo pensar en esos dos órdenes fue el marxismo, que planteó cómo el modo de producción de riquezas es pilar de la construcción de una sociedad y afecta la subjetividad de las personas. Engels agrega en el prólogo de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado que habría que pensar la producción de personas como una línea específica, y creo que tiene razón. ¿Hay más ejes? El de la xenofobia lo veo como parte de esa subjetivación que necesita expulsar a los diferentes. Empezamos expulsando a las mujeres, después mujeres y hombres necesitan expulsar a los paraguayos o a los judíos; terror a la diferencia: seguimos en el falo-logocentrismo. Por otro lado, el orden de clase utiliza la xenofobia para sobreexplotar… EG: La produce más bien, porque si uno se toma en serio el concepto de racismo o xenofobia, se da cuenta de que es un invento de la Modernidad, de la propia lógica de producción del capitalismo, que para su expansión mundial necesita, por ejemplo en América, traer personas negras de África para responder al problema de la mano de obra. Ahí se encuentra con la contradicción insoluble entre la necesidad de usar fuerza de trabajo y una Modernidad cuya supuesta base éticofilosófica es la libertad individual, necesaria para que los obreros puedan vender su fuerza de trabajo en el mercado. ¿Y cómo se hace compatible esta contradicción? Hay que inventar no solo diferencias sino inferioridades. Eso no le era necesario a los griegos o a los romanos, que tenían esclavos. ED: Los griegos tenían el concepto de “bárbaros”, había una idea de pueblos superiores e inferiores… EG: Pero como dice Aristóteles, eran “esclavos por naturaleza”, no necesitaban una justificación. No en el sentido moderno en el que por ejemplo un color de piel puede aparecer como la marca inmediata que justificaría alguna clase de inferioridad que me permitiría legitimar una dominación. ED: Pero sí era necesario crear la idea de que las mujeres son inferiores, por ejemplo. Diría que la xenofobia es una utilización nueva, en el capitalismo, de algo que está instalado previamente en la subjetividad, que es la satisfacción de cierta gente de decir “yo estoy plena respecto de ese otro ser”, y presta sus servicios al modo de producción de riquezas. La xenofobia tal como la conocemos hoy es un invento del capitalismo, pero la construcción de pueblos inferiores es del falo-logocentrismo. EG: Esto es pensar otra lógica de la “producción de personas”. La importancia teórica de la primera parte de Otro logos es que Elsa consigue hacerse cargo de las “novedades” de las que ya no podemos retroceder en el campo de la teoría (la marxista, la feminista, o la teoría semiótica) sin perder de vista | 47 las bases materiales, la relación entre semiosis y no semiosis. Si para algo sirven los mitos en las sociedades arcaicas, o la ideología en las sociedades de clase, es para organizar las conductas. Eso va a tu discusión con el esquema base/superestructura. En el mismo texto de Marx donde aparece ese esquema están todos los elementos para, no digo refutarlo, pero sí abrirlo: si en la base están las fuerzas productivas y las relaciones de producción, para Marx relaciones de producción es ya lucha de clases, y entonces están ahí la política y el derecho. Drucaroff discute con visiones mecanicistas del marxismo –como la socialdemocracia o el stalinismo, que tuvieron enorme peso en lo que se definía “marxista” en el siglo XX–, que redujeron la opresión de género al problema de clase, impidiendo ver los problemas propios que supone esta forma de violencia milenaria. También retoma conceptualizaciones que, desde el marxismo, han aportado a la crítica de ese mecanicismo, y que pueden ser herramientas para dar cuenta de los problemas específicos del Orden de Géneros. IdZ: Si vamos por el lado del feminismo, ¿qué problemas tiene, a su vez, pensar el problema del género sin tener en cuenta las características propias del Orden de Clases? ED: Cuando la teorización de la diferencia llega a un punto demasiado específico, termina obstaculizando cualquier agrupación con alguna reivindicación política-social. Sin negar el derecho de pequeñas minorías a defender sus reivindicaciones y sin negar el apoyo que merecen y su impugnación contra la obligación de encajar en una identidad compulsivamente impuesta, el fanatismo posmoderno contra la identidad puede llevar a un punto en el que no podamos hacer política. Por otro lado, se pierden urgencias de agenda: para hacer política socialista, de clase, hoy no se puede ignorar que el 40 % de la clase obrera son mujeres. La variable de género atraviesa la de clase, no se fusiona pero no se puede ignorar. Hay feminismos no socialistas que no se pierden en la extrema atomización de lo particular y reivindican problemas de género muy importantes, como la legalización del aborto; es clave luchar en conjunto, aunque no todas seamos anticapitalistas. Creo que es posible una sociedad injusta en la distribución de la riqueza, pero donde tener o no algo entre las piernas no signifique discriminación; pero el mundo no va a ser más justo si terminamos solo con el falo-logocentrismo.
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