Entre nosotros, cuando sentimos la amenaza de un grave riesgo que compromete seriamente nuestro mañana, la necesidad de la aparición de un "Salvador" (un Caballero) está grabada en nuestro imaginario colectivo, lo demuestra su presencia en el corazón de los grandes mitos y leyendas. Ese Caballero deberá hacer al menos tres cosas: Demostrar que es capaz de afrontar la situación que lo promueve al liderazgo, derrotar al enemigo y después devolver al grupo a su estado deseado, a la buena vida que quiere llevar. Un nuevo Caballero ha aceptado el reto y ha logrado superar la primera prueba. Sin embargo, en torno a él se agrupan las suficientes cuestiones como para convenir que este Caballero porta consigo una enorme paradoja: ¿Es posible que alguien solucione algo, aplicando medidas que, en el fondo, no son ni nuevas ni demasiado distintas a las que causaron los males que debe remediar?. En esencia, y pese a su indudable singularidad, el Caballero emerge del mismo magma que obedece a un patrón central de conducta: "Dinero ahora, rápido e incontable". Quizás su genialidad le permita sustraerse del empuje de esas fuerzas, pero hasta ahora esa ha sido la energía que le ha animado, la misma que ha creado una globalización al servicio de la desigualdad y puesto en jaque al planeta. ¿Qué sentido tiene que la misma energía que genera graves problemas se ofrezca para resolverlos? Un Caballero solo puede ser un Salvador frente a males que él no ha provocado o si acaso lo ha hecho en el pasado, antes debe renegar vitalmente de tales actos, "purificarse" en 1 el más mítico de los términos. Si no es así nada tiene sentido, o si lo tiene es realmente muy perverso, convirtiendo el conocido esquema de "bombero-pirómano" en algo que puede ser poco más que un inocente juego. Marià Moreno El Blog de Marià Moreno - goo.gl/G44teY - 4 minutos - 2
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