Seminario Internacional “Incidencias Regionales y Globales de la Alianza del Pacífico” Fundación Konrad Adenauer C. de México, 13-14 de octubre 2014 Presentación inaugural Manfred Wilhelmy v. W., Director Ejecutivo, Fundación Chilena del Pacífico; Profesor, Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile Distinguidos participantes: Agradezco sinceramente la invitación de la Fundación Konrad Adenauer a este importante evento, y especialmente el haberme honrado con el encargo de dar una de las conferencias inaugurales. Dado que estamos compartiendo este tiempo el Dr. Andrés Serbin y quien habla, procuraré ser breve. Frente a la cantidad de interrogantes que nos ha enviado la organización del seminario esto es todo un desafío. Pero naturalmente no se trata en unas palabras de apertura de responder a todas las preguntas, sino solamente señalar el sentido general de los temas que nos convocan. Los connotados especialistas que han presentado ponencias abordarán la temática en toda su extensión y profundidad, desde diferentes perspectivas. Harán, así esperamos, un significativo aporte intelectual al proyecto Alianza del P., que mucho lo necesita. La perspectiva de este expositor se orienta más bien a las políticas de los actores públicos y privados frente al proyecto de Alianza del Pacífico. Esta es una elección que no se opone a enfoques más conceptuales y teóricos, partiendo por interrogantes como la naturaleza política y jurídica de la agrupación. Este tema está comenzando a ser abordado en la literatura, y junto con otros como el lugar de la Alianza en la economía política internacional contemporánea, merece atención detallada, lo que por supuesto ocurrirá en este seminario. Sin duda, la A del P es una nueva e interesante manifestación del regionalismo, o del subregionalismo, latinoamericano. El punto de partida es un tanto precario. Como ha destacado el distinguido economista y ex ministro y parlamentario chileno Alejandro Foxley, la trayectoria de la integración latinoamericana a lo largo de más de medio siglo a partir de los años 60, no puede ser motivo de orgullo o satisfacción. Si en la UE el comercio intra-regional es del orden de los dos tercios del comercio del bloque, sobre la base de un complejo aparato institucional, y en el Este de Asia, sin engranajes institucionales muy elaborados, este comercio alcanza la mitad del intercambio de esa región, el rango de 15 a 20% de comercio intralatinoamericano se ve muy modesto. Acaso esto se ha debido a - que las voluntades políticas efectivas no han estado a la altura de objetivos de integración reiteradamente proclamados; - - que el énfasis en la sustitución de importaciones a nivel nacional siguió gravitando en las políticas de cada país, mientras por otra parte se ponían en vigencia variados esquemas de integración; o que los mercados de terceros países, fuera de la región, nunca han dejado de ser los más relevantes para los actores del comercio latinoamericano, objetivamente y en el horizonte de sus preocupaciones y prioridades reales y cotidianas. Por otra parte, qué duda cabe que la fragmentación de América Latina en una multiplicidad de actores políticos y económicos de tamaño pequeño y mediano ha mantenido y aún acentuado las asimetrías frente a los grandes actores del Este de Asia, que vienen siendo los grandes protagonistas del dinamismo de la economía internacional en el último cuarto de siglo. Esas asimetrías, esa falta de tamaño, nos han restado visibilidad, y por tanto han contribuido al limitado interés en las relaciones con América Latina que se percibe en la ribera opuesta del Pacífico. La iniciativa del Arco del Pacífico primero, proyecto de la Cancillería chilena durante la gestión del Canciller Foxley, y luego su sucesora la Alianza del Pacífico, iniciativa como se sabe del Presidente Alan García, aparecen como reacciones frente a esta desfavorable condición. La Alianza ha sido ampliamente percibida como una agrupación integracionista con el potencial de lograr un cambio significativo en la referida trayectoria de la región, o de parte de ella. En síntesis, para que ello tenga una buena probabilidad de llegar a ocurrir, marcando una diferencia cualitativa con la ya mencionada trayectoria histórica, los procesos de la Alianza del Pacífico tendrían que asumir un perfil caracterizado por algunos rasgos que paso a enumerar de manera ilustrativa, y que estimo sería útil debatir en las sesiones de este encuentro. (1) Cada uno de los países miembros debe considerar que sus políticas en la agenda de la Alianza son “políticas de Estado”, relativamente poco afectadas por los vaivenes de la política contingente, y especialmente por los sucesivos cambios de gobierno; (2) En cada país es necesario trascender los marcos limitados de las entidades estatales ejecutivas y legislativas, alcanzando progresivamente un arraigo efectivo a nivel de la sociedad civil; de otra manera difícilmente podría llegarse a lo que los miembros de la Alianza han llamado una “integración profunda”; (3) Los países participantes deberían acordar una “hoja de ruta” general de la Alianza, con metas específicas a corto plazo y metas adicionales a mediano y largo plazo; este plan amplio debiera complementarse con una serie de programas para abordar cada uno de los temas de la agenda de la Alianza, con sus plazos, metas, progresiva definición de instrumentos e indicadores para la evaluación del avance en cada uno de ellos. (4) Sin perder el dinamismo y agilidad de los años iniciales –sin duda un logro notable- los gobiernos deberían acordar calendarios de trabajo que puedan sostener efectivamente en el tiempo, acumulando progresivamente avances en los diferentes aspectos de la llamada “integración profunda”, evitando en consecuencia la muy frecuente utilización de las Cumbres y la retórica que generalmente se asocia con este tipo de citas. En otras palabras, se trata de encontrar el ritmo de progreso político y económico apropiado para un proceso de largo plazo, más allá del acelerado proceso gestacional que ya comienza a quedar atrás. (5) Es necesario involucrar de manera efectiva al sector privado de los países miembros, considerando que en la agenda de integración económica las empresas e instituciones gremiales del empresariado son actores centrales en los temas de comercio e inversión. El CEAP ha sido una buena idea, ha hecho aportes constructivos, pero requiere en nuestra opinión, un fortalecimiento para llevarlo a un nivel comparable al que ha alcanzado, por ejemplo, el consejo empresarial del APEC, ABAC. (6) Cada uno de los gobiernos debería hacer un esfuerzo sistemático para “alinear” a las respectivas administraciones públicas con la agenda de la Alianza. De manera realista, hay que reconocer que fuera de las Cancillerías y unas pocas reparticiones públicas, el tema de la Alianza es desconocido o -en el mejor de los casos- poco conocido; a nivel de las burocracias, las prioridades son otras, y no se conocen las contrapartes de los países socios de la Alianza, por lo que no hay por lo general experiencia de trabajo en conjunto, que será vital para el avance del acuerdo. (7) La Alianza debería llegar a contar con alguna capacidad operativa común, más allá del mecanismo de Secretaría “pro tempore” rotativa. Este mecanismo puede funcionar bien para los mecanismos políticos, pero en la medida que se tome en serio la idea de “integración profunda”, se requerirá del concurso de profesionales altamente calificados en algún tipo de entidad coordinadora de proyectos. Reconociendo los valiosos aportes que pueden hacer instituciones como el BID por ejemplo, una unidad operativa y asesora propia será un requerimiento que, sin constituir una maquinaria burocrática pesada, deberá tener mandatos específicos para poner en marcha proyectos de interés común. (8) La Alianza tiene que legitimarse dentro de la región. Las críticas de Brasil a la Alianza se originaron, y pudieron formularse, debido a un palpable déficit de legitimación regional del acuerdo, que se pudo aprovechar fácilmente para enjuiciarla como intento de constituir un bloque orientado “contra” otros en la región. Por eso, la propuesta del gobierno chileno de propiciar un diálogo entre la Alianza y el Mercosur es una idea plausible. No es que la Alianza deba supeditarse a otros acuerdos, ni que algún país de la región, por importante que sea, se le reconozca una especie de veto. Pero en la medida que la Alianza es un acuerdo de un número limitado de miembros en una región mayor, el diálogo parece indispensable. No me hago demasiadas esperanzas que la Alianza vaya a dinamizar el Mercosur –tampoco es su objetivo- pero tampoco debemos abrigar un exagerado temor a que éste vaya a paralizar la Alianza; lo más probable es que, como ha dicho el Canciller Heraldo Muñoz, cada referente avance a su propio ritmo, mientras se buscan puntos de encuentro. La importancia del diálogo radica en su potencial para enfrentar los obstáculos generados por la desconfianza. Confieso, en todo caso, mi preferencia personal por ciertos diálogos de la Alianza con países, como Brasil en primer lugar, y también con Argentina. Este enfoque, a diferencia de la aceptación del Mercosur como referente, permitiría evitar varios riesgos, por ejemplo, que un tema bilateral como las demandas territoriales de Bolivia hacia Chile pudiera llegar a afectar las conversaciones. Sería prematuro anticipar el contenido de eventuales acuerdos, pero pienso que en terrenos como cooperación en infraestructura y conectividad en general, así como en medidas de facilitación de comercio, existe una agenda relevante que se podría considerar. (9) Es indispensable que la Alianza defina roles que permitan aprovechar el “voto de confianza” que están dando los numerosos y destacados observadores que se han acercado a ella. El mero rol pasivo de “observar”, valga la redundancia, más temprano que tarde cansará a los observadores y provocará su progresivo alejamiento. A mi juicio, la clave está en la cooperación, un ámbito en el cual la participación de los observadores de las Américas, Europa, Asia y Oceanía puede hacer un aporte inestimable. Ello requerirá elaborar consensos entre Alianza y países observadores, y el diseño de programas de interés común, de manera que la cooperación sea parte de la integración y no solamente la suma de prestaciones bilaterales. (10) Dado que la Alianza nació con objetivos de vinculación externa con la región Asia-Pacífico, es indispensable diseñar una estrategia de acercamiento, que permita explicitar las expectativas de los miembros frente a los países y agrupaciones del área. Me parece que la presencia entre nosotros de Eduardo Pedrosa, Secretario General de la red PECC, es particularmente oportuna en este contexto. PECC es una red tripartita, pública, privada y académica, lo cual va muy bien en relación con las diferentes dimensiones de la Alianza del Pacífico. Entre sus muchas tareas, Eduardo Pedrosa es editor del prestigioso PECC State of the Region Report, importante publicación que incluye una encuesta de líderes de opinión que en sus dos últimas versiones está midiendo el sentir de estos sobre la Alianza del Pacífico. Las opiniones se encuentran divididas entre quienes piensan que la Alianza del Pacífico puede lograr sus objetivos y quienes disienten. PECC también es, junto a ASEAN, observador oficial en APEC. Es notable que en APEC se esté diciendo oficialmente que la Alianza es una de las trayectorias posibles de acercamiento al objetivo declarado de un FTAAP (acuerdo amplio de libre comercio del Pacífico). Aquí hay un detalle que podría ser relevante, ya que la Alianza, al incluir a Colombia, estaría abriendo una vía para una potencial expansión del proyecto de una zona pacífica de libre comercio más allá de los actuales miembros de APEC. También es muy positivo que participe en este encuentro el distinguido académico de la Universidad de Tokio y ex Decano del Asian Development Bank Institute (ADBI), Dr. Masahiro Kawai. En Chile tuvimos recientemente el honor de tener al Dr. Kawai como expositor central en un importante seminario. Sin duda que tiene mucho que aportar al tema que nos convoca, tanto desde una perspectiva regional como japonesa. Asimismo, la presencia de calificados representantes de Tailandia y China, el Prof. Chaowarit Chaowsangrat de la prestigiosa Universidad Thammasat de Bangkok, y el Dr. Haibin Niu del Shanghai Institute for International Studies, constituye un aporte relevante a este evento, de manera que se configura una representación asiática de la que podemos aprender mucho para el diseño de una estrategia asiática bien estructurada por parte de la Alianza del Pacífico. Concluyo señalando que es importante que se haya realizado muy recientemente en Nueva York un primer diálogo entre los Cancilleres de la Alianza y los de ASEAN. No es todavía una estrategia, pero ha sido una valiosa primera aproximación. Debería haber otras, entre las que destacaría la importancia de contactos entre los respectivos Consejos empresariales, CEAP y ABAC. El empresariado de la Alianza tiene mucho que aprender del ABAC, que tiene una trayectoria de 18 años de funcionamiento, con altibajos por supuesto, pero en general la experiencia de ABAC ha sido fructífera. Por último, pienso que algo similar debería suceder entre Instituciones académicas asiáticas y de los países de la Alianza, para progresar en el perfilamiento de una estrategia sobre la base de análisis rigurosos. En esto sin duda podría jugar un papel relevante la Fundación Konrad Adenauer, que es tan importante en ambas regiones, a la que nuevamente expreso un reconocimiento por la convocatoria a esta importante actividad.
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