CARTELERA TEATRAL 4 Y 5 / ESTE SÁBADO COMIENZA EL ARGENTINO DE TEATRO, QUE SE SUMA A LA AMPLIA OFERTA DE OBRAS QUE SUBIRÁN A ESCENA ESTE FIN DE SEMANA EN LAS DISTINTAS SALAS DE LA CIUDAD. EL LITORAL www.ellitoral.com JUEVES, 3 DE NOVIEMBRE DE 2016 PRODUCCIÓN EL LITORAL ARGENTINO ® IGNACIO ANDRÉS AMARILLO [email protected] Hacía casi un cuarto de siglo que los Guns n’ Roses se habían disuelto: en la era analógica de las revistas de rock, se anunció el fin de una de las bandas estrella de los primeros años del ‘90, unos admiradores de Aerosmith que “anduvieron bien” en los malos años de Tyler & Perry, y figuras del hard rock clásico en la primavera del grunge. Después vinieron los largos años: William Axl Rose manteniendo el nombre y embarcándose en el largo proceso de “Chinese Democracy”; Slash y Duff McKagan primero en solitario y luego junto a Matt Sorum y Scott Weiland en la experiencia de Velvet Revolver. Esos proyectos visitaron finalmente la Argentina, para mayor o menor gusto del público, pero la magia de aquella banda gigante, meteóricamente popular como pocas en la historia, polémica en sus visitas a la Argentina (al menos en eso parece otra era geológica) y desvanecida en la cima, parecía perdida para siempre. Por eso, cuando se anunció el “Not in This Lifetime Tour” pareció una invitación a viajar en el tiempo, o a recuperar el tiempo perdido: volver a ver a la leyenda como si nunca se hubiese ido, tocando viejos himnos sin negar los años en las costillas de los artistas. Y con una formación que uniese las épocas: a los tres fundadores se les sumaron Dizzy Reed (tecladista de la alineación más célebre del grupo, que permaneció junto al cantante en sus andanzas) junto a Richard Fortus y Frank Ferrer, integrantes de los últimos elencos gunners pre-reunión, y la incorporación de la tecladista “maquinera” Melissa Reese, que recupera las búsquedas artísticas de Rose (el cupo femenino del grupo). LA ESPERA La alineación de los astros y de los empresarios de espectáculos hizo que Rosario reemplazara a Córdoba en la gira, y Fue una noche especial, única, donde un puñado de veteranos vencieron al tiempo, uniendo nuestra era con tiempos más glamorosos, más sencillos, tal vez, más felices. FOTO: TÉLAM GUNS N’ ROSES EN ROSARIO CENTRAL En busca del tiempo perdido que fuera el primer concierto en el país. El lugar elegido fue el estadio de Rosario Central (“El Gigante de Arroyito”, enfatizaban las entradas), rodeado por un complejo y algo excesivo operativo de seguridad (queja uno: lo complicado del acceso; la dos es la escasez de baños en el campo). Aunque se anunció que Cielo Razzo abría la jornada, fue Massacre la banda encargada de recibir a los primeros en llegar, ya antes de las 18, que era la hora anunciada. Con la solvencia que los caracteriza en años de festivales y teloneos, dieron un set compacto, con un Walas que ahorró algunos “mi amor” y agradeció a Dios por detener el temporal que azotó la región por la mañana: “Dios viene de California, de Santa Mónica, quiere que toquen los Guns”. Para ese entonces, el cielo estaba diáfano, y el sol pegaba de refilón sobre la cancha canalla. A las 19.15, salió el grupo rosarino, encabezado como siempre por Pablo Pino y Cristian Narváez, que expuso un show de una hora, con pocas intervenciones verbales y una cantante invitada. A esa altura, el público se repartía entre los que seguían atentamente a los soportes, los que se acomodaban para quedar más adelante y los que no veían la hora de que empiece el show. Llegó la noche y empezaron a presentar las primeras visuales en las pantallas, que desataron las primeras ovaciones. Las luces se apagaron, y el campo ya empezó a agitarse con la música de los “Looney Tunes”. Ahí empezaron a entrar los músicos, con la música de la película “The Equalizer”: Fortus, como una mezcla de Izzy Stradlin (otro fundador) con Ronnie Wood; Ferrer, más nü metalero que glam; Reese, con su pelo celeste en varias colas y su carita aniñada, como un personaje de animé; Reed, barbado y maduro. Y los dueños de la pelota: Rose, lejos de las calzas ciclistas, más delgado que en el último tiempo, haciendo gala de una colección de camperitas sureñas, camisa leñadora a la cintura y botas texanas, llevando sobre el final su emblemática bandana; Slash, siempre igual a sí mismo, con leñadora, galera y gafas; y Mc Kagan, con camperita sin mangas y un bajo con el símbolo de Prince (cuando se convirtió en símbolo). Sabedor el viejo zorro de que es un fundador y tiene hinchada abajo del escenario, pero reconociendo (y habiendo sido el facilitador, dicen) que los otros dos son la química esperada: el cantante y el guitarrista que se cruzan sobre el escenario, mirándose poco, y por ahí se buscan pero se dejan distancias (sólo sobre el final del show Axl se sentará al lado de Slash sobre un monitor, mirándolo tocar un solo, sonriente). EXPLOSIÓN “En Chile, arrancaron con ‘It’s So Easy”, gritó uno, antes de que explotara todo con esa canción (incluyendo unos fuegos artificiales), seguida por “Mr. Brownstone”; ambas de las viejas, de “Appetite for Destruction”. El salto fue con “Chinese Democracy”, para otro subidón en el calor popular: Slash empezó a amagar con la intro con delay de “Welcome to the Jungle” que finalmente explotó en un agite que hoy recorre las redes sociales. Quizás un poco frío en la fresca de la noche, se lo vio a Axl un poco incómodo en los agudos de los estribillos. CONTINÚA EN LA PÁG. SIGUIENTE
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