TERESA DE LIXIEUX: LA MISERICORDIA DIVINA ES MEDICINA

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TERESA DE LIXIEUX: LA MISERICORDIA DIVINA ES MEDICINA
EVANGÉLICA Y ECLESIAL QUE A LOS PEQUEÑOS LOS CONVIERTE EN
SANTOS.
Jubileo de la Misericordia 2015-2016
1.- El amor suelo vital
El amor en Teresa de Lisieux, es lo esencial en su vida. Su testimonio conocido
por generaciones la convierte, por medio de sus escritos, en Maestra universal
dentro y fuera de la Iglesia Católica. El Doctorado otorgado por el P. Juan Pablo II,
confirma dicho testimonio y doctrina sobre el amor auténtico. En Teresa de
Lisieux, este amor tiene un nombre y rostro, es una persona, Jesucristo, también
tiene un espacio, la Iglesia, y una misión el mundo.
Es en la persona de Jesucristo, donde Teresa encuentra una de las características
de este amor, su Amor es infinito. Es este Dios hecho hombre donde depositará
toda su capacidad de amor. Si el apóstol Juan definió que Dios es Amor (1Jn. 4,8),
para ella Jesús es su único Amor. Como ÉL es Dios y hombre verdadero, también
su amar divino y humano. Esto es lo que fascina y enamora a Teresa.
Al comenzar sus escritos la “Historia de un alma”, dirigidos a la Madre Paulina, su
hermana mayor le expresa que quiere “comenzar a cantar lo que un día repetiré
por toda la eternidad:¡¡¡ Las misericordias del Señor!!!” (Ms.A2r; cfr. Sal.88,2).
Teresa se siente, como los discípulos, que fueron llamados por Jesús, los que él
quiso, origen de su vocación y fundamento de los privilegios que le otorgó a lo
largo de su vida (cfr. Mc.3,13; Rm.9,15-16). Se pregunta: ¿Por qué Dios tiene
preferencias y no prodiga sus gracias a todos por igual? Tiene preferencias con
quienes le han ofendido, cita a Pablo y Agustín, a quienes forzaba quizás a recibir
sus gracias; en cambio estaban los santos que desde la cuna al sepulcro, fueron
prevenidos en su camino de todo aquello que les impidiese subir hasta él,
manteniendo inmaculada su vestidura bautismal; pero estaban los salvajes que
morían si haber jamás escuchado el nombre de Dios. Comprende abriendo el libro
de las naturaleza que todas las flores son bellas, porque creadas por Jesús, lo
mismo las almas, que es su jardín. Ha creado grandes Santos, con la hermosura
de los lirios y las rosas, pero también santos más pequeños, comparable a las
margaritas o violetas, con las que se recrea cuando mira sus pies. Finalmente,
comprende que unos y otros deben hacer su voluntad, si quieren ser perfectos, es
decir, ser lo que él quiere que seamos (cfr. Ms. A 2v). Pero característica de este
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amor que no sólo es infinito, sino que se abaja hasta el santo doctor, el niño que
gime, como al salvaje su selva, porque abajándose es cómo muestra su infinita
grandeza. Su experiencia es que Dios ha querido rodearla de amor, tiernas
sonrisas y cariño de parte de todos, haciendo su corazón cariñoso y sensible (cfr.
Ms. A 3r-4v).
Este Amor que la invadió desde pequeña la hizo también fuerte y creativa a la
hora de aplicar ese mismo amor en personas concretas, muy alejadas
precisamente del Amor. En Julio – Agosto de 1877, luego de haber recibido la
gracia de Navidad, su conversión en la noche del nacimiento de Jesús, comienza
su carrera de gigante, había entrado la caridad en su corazón, se sentía como los
apóstoles pescador de almas, olvidándose de sí misma para dar gusto a los
demás (cfr. Ms. A 44v-45v; Lc. 5,4-10). Este Amor que la ahora la consumía, es
manifestación no sólo de la Divinidad de Jesús sino que ello lo contempla como
Amor misericordioso o Misericordia infinita. Este Amor infinito es lo que le asegura
la salvación eterna de un criminal como era Pranzini, su primer hijo espiritual, que
en Paris había sido condenado a la horca. Ella confía tanto en la misericordia de
Jesús, que sólo pide una señal de arrepentimiento para saber que sería
perdonado, aunque no se confesase, ni mostrase arrepentimiento. La señal le fue
conferida, el reo besó tres veces la cruz que le presentó el capellán antes de
morir. Su oración había sido escuchada (cfr. Ma. A 46r-46v). Desde ahora vivirá a
la sombra de la cruz, para recibir el rocío divino y derramarlo sobre las almas,
purificarlas y presentarlas a Jesús que le decía. Tengo sed o como a la
samaritana: Dame de beber. Era un divino intercambio, ella aplacaba la sed de
Jesús, pero crecía en su alma la sed ardiente por la salvación de las almas,
bebida deliciosa de su amor (cfr. Ms. A 46v).
2.- En la Iglesia, su vocación es ser el Amor
Es en el Carmelo donde experimenta las mayores gracias y descubrimientos sobre
el Amor de Jesús. Luego de luchar por su ingreso a la Orden del Carmelo a sus
quince años, pedido hecho al Papa León XIII en el Vaticano, vencidas las dudas
del obispo de Lisieux, Mons.Hugonin, y del superior del Carmelo, canónigo
Delatroëte, el 28 de Noviembre de 1887 la hermana Inés recibe la autorización del
vicario general Mons. Révérony. Pasada la cuaresma y en tiempo pascual, el 9 de
Abril, por fin, ingresa Teresa al Carmelo de Lisieux.
En el Ms. B, dedicado a su hermana María del Sagrado Corazón, le revela los
secretos que Jesús deposita en su corazón, luego de su último retiro espiritual
privado (7 al 18 de Septiembre 1896). María le había pedido le enseñara la
doctrina del Caminito. Este manuscrito es una recopilación de las gracias recibidas
en esos últimos meses de su vida hasta descubrir su vocación personal en el
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Carmelo: su vocación es el Amor, así lo será todo (cfr. Ms. B 3v). Hasta el
momento había experimentado el fuego del Amor de lo que la llevará a descubrir
la acción del Espíritu Santo en su vida. El día 9 de Junio de 1895, Teresa movida
por el Espíritu se ofrece como víctima al Amor misericordioso de Dios.
Recibe la gracia de conocer cuánto desea Jesús ser amado. Sabía que había
personas, religiosas, que se ofrecían como víctimas a la justicia divina, para que
descargara sobre ellas los castigos merecidos por los pecadores, sobre todo
públicos. ¿Qué comprende Teresa de todo esto? Esas personas en el fondo no
aceptaban que Dios pudiera perdonar gratuitamente. Exigía algo, compensación,
reparación por sus pecados personales, el pecador debía pagar por sus crímenes.
Su gesto si bien parecía heroico, para Teresa, simplemente, esas personas no
han comprendido a Dios, no pide eso, no espera eso de sus hijos. No manifiesta
su justicia, con el castigo, sino con otra necesidad. ¿Qué desea mayormente?
“Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas
que se inmolen como víctimas...? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor
misericordioso...? En todas partes es desconocido y rechazado. Los corazones a
los que tú deseas prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigándoles a
ellas con su miserable afecto la felicidad, en vez de arrojarse en tus brazos y
aceptar tu amor infinito...«¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que
quedarse encerrado en tu corazón? Creo que si encontraras almas que se
ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente.
Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura
que hay en ti... «Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta
descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso,
pues su misericordia se eleva hasta el cielo...! «¡Jesús mío!, que sea yo esa
víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor...!» (Ms. A
84r). ¿Qué había sucedido ese día 9 de Junio? Durante la Misa de la Trinidad,
Teresa escribe esta fórmula de Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso que dice
así:
a.- Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso
de Dios.
El acto de ofrecimiento propiamente dice así: “A fin de vivir en un acto de perfecto
amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te
suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma
las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a
ser mártir de tu amor, Dios mío… Que ese martirio, después de haberme
preparado para comparecer delante de ti, me haga por fin morir, y que mi alma se
lance sin demora al eterno abrazo de tu Amor misericordioso… Quiero, Amado
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mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de
veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un
cara a cara eterno… María Francisca Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
Fiesta de la Santísima Trinidad. El 9 de junio del año de gracia 1895” (Or.6) .
Teresa ofreciéndose como víctima al Amor misericordioso que arde en el Corazón
de Cristo, se hace partícipe del mismo Espíritu en su propio corazón lo que
percibe como olas de ternura infinita, océano de gracias (cfr. Or.6; Ms. A 84r). La
respuesta del cielo no se dejó esperar con otra manifestación que su ofrecimiento
había sido aceptado: la herida de amor. En sus Últimas Conversaciones, en Julio
de 1897, la Madre Inés le pide recuerde lo sucedido después de la Ofrenda al
Amor en Julio de 1895: Madrecita, te lo confié aquel mismo día, pero no me
prestaste atención. (En efecto, había aparentado no darle a la cosa ninguna
importancia.) Comenzaba a hacer viacrucis cuando de pronto me sentí presa de
un amor tan intenso hacia Dios, que no lo puedo explicar sino diciendo que era
como si me hubiesen metido toda entera en el fuego. ¡Qué fuego aquél y al mismo
tiempo qué dulzura! Me abrasaba de amor, y sentía que un minuto, un segundo
más, y no hubiese podido soportar aquel ardor sin morir. Entonces comprendí lo
que dicen los santos sobre esos estados que ellos experimentaron tantas veces.
Yo no lo probé más que una vez, y un solo instante, y luego volví a caer enseguida
en mi habitual sequedad. Un poco más tarde: A partir de los 14 años, he tenido
también otros ímpetus de amor. ¡Ay, cómo amaba a Dios ¡Pero no era, en
absoluto, como después de mi ofrenda al Amor, no era una verdadera llama que
me quemase” (UC 7.7.2).
¿Cómo había llegado Teresa a estos descubrimientos, a ofrecerse al Amor
misericordioso de Dios? La lectura del Evangelio la hizo conocer el carácter de
Dios, lo que la llevó a reconocer el modo de actuar de Jesús y cómo buscaba
personas que lo acepten, comprendan su mensaje, lo amen. Lo primero que
descubre es el Rostro de Dios, lo paradójico es que lo descubre como mendigo de
amor (cfr. Cta.124; 151; 170). En una obra recreativa de Navidad de 1895: El
divino mendigo de Navidad pide limosna a las carmelitas donde resalta aquello de:
“Misterio emotivo que os llora mendigo el Verbo eternal”, para dar cuenta cómo
Dios se rebaja a mendigar nuestro amor. Lo mismo interpretará de Jesús cuando
le pide de beber a la samaritana: “Tenía sed de amor” (cfr. Ms. B 1v).
Otra característica de Jesús es que busca a los pecadores: vino a buscar a los
extraviados. Teresa experimenta después de una falta, arrepentida y confiada en
atraer el amor de aquel que no vino a buscar a los justos sino a los pecadores”
(Ms. B 5r; Ms. A 39r; Mt. 9,13; Lc. 7,47). La parábola del Buen Pastor expresa ese
deseo de Jesús por traer al redil a quien se ha extraviado (cfr. Lc.15, 6-7.10; Ms. A
46r; Cta.108). Además de buscarlos, Jesús quiere reunirlos en un solo rebaño y
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cuenta con todos (cfr. Mt.18, 10.14; Cta. 225). En la Huida a Egipto la Virgen
exclama: Qué maravilla de la misericordia divina, que se oculta a los sabios y
prudentes para revelarse a los pequeños, a las ovejas descarriadas” (RP 6,8v). La
parábola del hijo pródigo, llena de confianza el alma de Teresa y piensa en la
acogida que el padre brinda a su hijo: “El Dios infinitamente justo, que se dignó
perdonar con toda bondad todos los pecados del hijo pródigo, ¿no se mostrará
también justo conmigo que estoy siempre a su lado” (Ms. A 84r; Ms. C 36v;
Cta.108).
El que Dios en Jesús ame a quien es ingrato, interesado en todos incluso quien
en apariencia es despreciable merece toda su dedicación, para rescatarlo, llama
la atención de Teresa. El gozo que los justos dan a Dios es perenne, pero será
mayor si un pecador se convierte (cfr. Ms. A 46r). Si Dios tenía planes
misericordiosos manifestados en Jesús, no pareciera que quisiera ser más
justiciero que misericordioso. Jesús no realizaba el juicio que el Bautista había
planificado para el Mesías, obraba con misericordia, mansedumbre, busca
recuperar lo extraviado (cfr. Mt. 11, 2-6; 12,15-21; 18,11; Lc.15, 32). El gran
descubrimiento de Teresa es que Dios en el fondo, tiene misericordia de nosotros.
Aquí está el motivo de la creación y de nuestro existir. Ese Ser eterno, Perfecto en
todos sus atributos, al que nada le falta, pero desde el momento que se abre a los
seres creados, al hombre, hasta encarnarse, y buscar a cada ser humano, revela
una necesidad, una economía de salvación.
Tanto interés de parte de Dios en introducirnos en su amistad divina tiene un
propósito: aceptar su proyecto salvífico, nuestro aporte, nuestra respuesta, estar
dispuestos a ofrecernos para que ÉL, lo realice en nosotros. Era lo que sentía
Teresa debía realizar, pero se encontrará con su propia imperfección, pequeñez.
¿Cómo alcanzar la santidad, perfección? Si su idea era que la santidad, “la
perfección consistía en ser lo que Dios quiere que seamos” (Ms.A.2v), eso
significa que debemos ofrecernos a Dios para que realice su obra santificadora, de
modo de dejarle, que su voluntad de amarnos, de darse a cada uno de nosotros
se haga realidad.
Si bien la priora, M. Inés, le había permitido a Teresa ofrecerse como víctima,
confiando en su discreción, no pareció darle mayor importancia, sin embargo ella
experimento desde ese día algo totalmente nuevo: “Madre mía querida, vos que
me permitisteis ofrecerme de este modo a Dios, conocéis los ríos, o, mejor, los
océanos de gracias, que han venido a inundar mi alma... ¡Ah! Desde aquel día
feliz, me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor
misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella
huella de pecado” (Ms. A 84r).
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Desde pequeña había querido ser santa, su modelo Juana de Arco, Teresa de
Ávila, había comprendido que no serían las obras deslumbrantes, su gloria no la
contemplarían los hombres sino Dios. Su deseo lo consideraba temerario, por
saberse imperfecta, pequeña, sin embargo, confiaba no en sus méritos sino en
Aquel, que viendo sus pequeños esfuerzos la “elevaría hasta él y, cubriéndome
con sus méritos infinitos, me hará santa” (Ms. A 32r, Ms. C 2v,/ 3r). Pero ahora ha
descubierto que precisamente es su imperfección su impotencia y debilidad lo que
atrae el amor misericordioso sobre ella y la ha dispuesto para ofrecerse como
víctima a su Esposo Jesús. Por ello exclama: “No soy más que una niña,
impotente y débil. Sin embargo, es precisamente mi debilidad lo que me da la
audacia para ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh Jesús! Antiguamente, sólo las
hostias puras y sin mancha eran aceptadas por el Dios fuerte y poderoso. Para
satisfacer a la justicia divina, se necesitaban víctimas perfectas. Pero a la ley del
temor le ha sucedido la ley del amor, y el amor me ha escogido a mí, débil e
imperfecta criatura, como holocausto... ¿No es ésta una elección digna del
amor...? Sí, para que el amor quede plenamente satisfecho, es preciso que se
abaje hasta la nada y que transforme en fuego esa nada...” (Ms. B 3v).
Teresa, no ha implorado sobre sí, la justicia divina, sino ensalzar su misericordia
divina, es la ternura divina la que la atrae irresistiblemente. Jesús no quiere
descargar castigos ni justicia, sobre los hombres sino su amor misericordioso. Si el
Padre nos entrega a su Hijo por puro amor, le da la confianza, para creer que los
deseos que descubre en su corazón, que no duda un instante, que se verán
cumplidos.
Teresa se presenta ante el amor misericordioso, con grandes deseos, que los
manifiesta llena de confianza: Quiero ser santa. Pero siente su pequeñez y pide a
Dios ser su misma santidad. Como esposa de Jesús Salvador ofrece los méritos
de su Esposo que son suyos, y quiere ser mirada por el Padre a través de la Faz
de Cristo y de su Corazón abrasado de amor. Ofrece en una palabra lo recibido,
Cristo es mío y para mí, como S. Juan de la Cruz. Jesús, es el mayor regalo que
ha recibido del Padre y por ello lo ofrece, junto a los méritos de María Santísima y
todos los Santos. Ella misma se ofrece como hostia y su ofrenda es de toda su
existencia: “Yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso y
te suplico me consumas sin cesar”. Será el Espíritu Santo, quien consuma su vida,
en esas oleadas de amor que la inundaron el día de su bautismo, por ello firma su
ofrenda con sus nombres que en esa hora recibió.
Su deseo del cielo invade toda su oración, la mueve la esperanza teologal, de ser
transformada en Cristo crucificado, donde su cuerpo crucificado por el dolor de la
noche del espíritu y el martirio del cuerpo, una vez glorificado por los estigmas de
Jesús. Del destierro de esta vida, quiere pasar al abrazo eterno del amor y gozar
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de su Esposo por toda la eternidad. Quiere comparecer al final de sus días sin
nada más que el amor, con las manos vacías, y seguir trabajando sólo con el
amor de Jesús y así conquistar almas para su gloria. Su deseo es renovar esta
ofrenda a cada latido de su corazón. Una forma de recordar esta ofrenda al Amor,
será llevar sobre su corazón los evangelios, la fórmula de su Profesión religiosa, y
esta ofrenda al Amor misericordioso.
b.- Efectos de la Ofrenda al Amor Misericordioso
El primer efecto es una verdadera renovación interior, inundada de luces (cfr. Ms.
A 32r), siente a Jesús más cercano como verdadero guía e inspirador de su obrar
(cfr. Ms. A 83v), el amor la purifica y no deja huella de pecado en su alma (cfr. Ms.
A 84r); cuando vive la prueba de la fe es cuando más percibe este amor
misericordioso (cfr. Ms. C 7r).
Un segundo efecto se refiere a la oración que hasta ahora ella oraba a Jesús,
después de la Ofrenda es la relación de Jesús con ella: “Madre querida, ésa es mi
oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan
íntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí.” (Ms.C36r).
Otro efecto vivir una caridad ardiente. “Sí, lo se: cuando soy caritativa, es
únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a
todas mis hermanas.” (Ms. C 12v), siente que Jesús llena sus manos vacías todas
la veces que es necesario (Ms. C 22v), su confianza en el amor es tan grande que
sus faltas desaparecerán como gota de agua en el brasero encendido del amor
divino (UC 11.7.6).
Quizás uno de los efectos del vivir de amor, es también morir de amor, con lo que
quiere concluir su carrera y combate de la fe. Era un deseo que no era nuevo,
pero que se hará más fuerte al final de sus días cuando su doble martirio el de la
fe y el de la enfermedad los vivía intensamente (cfr. P17,14; Ms. C 6v.8v; UC
4.6.1; 4.7.2; 27.7.5; 15,8.1; 31.8.9; 2.9.8). Ese debería ser el final obvio de una
víctima del amor o mártir del amor. Hace suyos los versos de S. Juan de la Cruz:
“Hace tal obra el amor,/ después que le conocí,/ que si hay bien o mal en mí,/ todo
lo hace de un sabor/ al alma transforma en sí/ y así, en su llama sabrosa,/la cual
en mí estoy sintiendo,/ apriesa, sin quedar cosa,/ todo me voy consumiendo” (P11.
Glosa a lo divino. Con arrimo y sin arrimo).
Estando un día en la enfermería, su hermana María del S. Corazón, contemplaba
con cuanto amor miraba el cielo por la ventana, miraba el cielo atmosférico,
porque el otro hacía tiempo que parecía cerrado para ella sin embargo reflexiona:
“Pero inmediatamente después me dije a mí misma con gran paz: Sí, es una gran
verdad que miro al cielo por amor; sí, lo miro por amor a Dios, puesto que, desde
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mi ofrenda, todo lo que hago, mis gestos, mis miradas, todo lo hago por amor” (UC
8.8.2; cfr. Ms. A 84v). Siente que así como su vida llega a su fin en esta vida, Dios
ha iniciado a cumplir todas sus aspiraciones de llegar a la cumbre del amor, hasta
poder exclamar: “Dios mío, habéis rebasado mi esperanza” (Ms. C 3r; cfr. UC
31.8.9; LB 1,6.30).
Cruzados los umbrales de la eternidad, Teresa promete pasar su cielo haciendo el
bien en la tierra, no descansará mientras haya almas que salvar, sólo entonces,
cuando al sonido de la trompeta, el ángel diga que tiempo ha terminado, y todos
los elegidos hayan ingresado en el cielo, todos gocen y descansen en Dios (cfr.
UC 17.7). Por ello piensa que su “caminito” al cielo no era sólo para ella, pide a
Jesús que lo recorran otros, una legión de pequeñas almas. “¡Que no pueda yo,
Jesús, revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu condescendencia...!
Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y
más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía
mayores, con tal de que ella se abandonase con entera confianza a tu misericordia
infinita. ¿Pero por qué estos deseos, Jesús, de comunicar los secretos de tu
amor? ¿No fuiste tú, y nadie más que tú, el que me los enseñó a mí? ¿Y no
puedes, entonces, revelárselos también a otros...? Sí, lo sé muy bien, y te conjuro
a que lo hagas. Te suplico que hagas descender tu mirada divina sobre un gran
número de almas pequeñas... ¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas
víctimas dignas de tu AMOR...!” (Ms. B 5v).
El último día de su vida, corona toda su existencia el amor con una certeza que
sintetiza toda su experiencia del amor. “No me arrepiento de haberme entregado
al Amor” (UC. 30,9).
P. Julio González C.