Dossier de historietas contra la violencia policial Presentacion de Laura Vazquez Hutnik Y a atrás quedaron aquellas premisas teóricas que se interesaron por la historieta como objeto privilegiado para la denuncia crítica o vehículo de ideología; casi como si las literaturas dibujadas no sirvieran para otra cosa más que para el entretenimiento ocioso de los medios industriales o el siempre bien ponderado despertar de las conciencias populares.Y sin embargo los historietistas (a diferencia del itinerario trazado por artistas y escritores) no sostuvieron ni manifiestos programáticos ni acciones que cristalizaran en el ya mítico pasaje de la palabra a las armas. Históricamente y en la Argentina, fueron escasas las obras puestas al servicio de esa militancia efervescente y de la añorada transformación socialista. Las reglas del mercado hegemonizaron el trabajo profesional y las casas matrices editoriales impusieron con sus métodos de disciplinamiento desde estéticas gráficas hasta temas, géneros y procedimientos estilísticos. Por supuesto que hubo autores que con su producción experimental se deslindaron de las pautas férreas del mercado masivo pero difícilmente hallemos en las aventuras semanales y populares o las adocenadas historias de fantasía heroica casos de propuestas revolucionarias. Tal vez pueda decirse que y siguiendo a Oscar Steimberg, precisamente, porque la historieta no concede el cierre del sentido ni la enunciación de su emplazamiento definitivo resulta un lenguaje resbaladizo para su tipificación esquemática. Desde los enfoques miserabilistas planteados por Armand Mattelart y Ariel Dorfman en su ya clásico Para leer al Pato Donald hasta las aproximaciones pioneras del moderno Oscar Masotta, la historieta fue pensada o bien desde su vocación reaccionaria y determinista (en el primer caso) o desde su potencialidad desalienante y transformadora (en el segundo). En todo caso, de un lado y otro de la ecuación, el argumento ponderó el “valor estético” del “mensaje” de los medios masivos en función de intereses teóricos y/o políticos más amplios. Y si El Pato Donald resultó un texto ideal (¿el discurso sobre un discurso?) para develar las funciones y atropellos del imperialismo cultural, la otra línea sostenía que historietas como Mort Cinder de Alberto Breccia y Héctor Oesterheld o Valentina de Guido Crepax (casos ejemplares de ruptura estética y fuga genérica) servían para demostrar que las limitaciones industriales del medio podían ser sorteadas mediante la experimentación plástica/narrativa, figurativa y estilística. En definitiva, se trataba de encontrar en las demarcaciones técnicas y constitutivas del lenguaje una oportunidad de desvío excepcional ya no en el underground sino en el “alma” de la industria cultural. Pasó el tiempo desde aquellas posiciones intelectuales y los acontecimientos históricos que dictaban las urgencias de una época. En esta edición sobre Activismos las historietas que presentamos ponen en escena tanto las convenciones textuales y gráficas como las formas de reconocimiento de aquello que alguna vez los pioneros llamaron “literaturas dibujadas”. Bajo el nombre de las víctimas de la represión, la tortura y el asesinato perpetrado por el aparato político y las fuerzas policiales los casos de Ezequiel Demonty (por Federico Reggiani y Fabián Zalazar), Sergio Durán (por Rodolfo Santullo y Marcos Vergara), Fabián Yapur (por Néstor Luis Martín), Iván Torres (por Esteban Cánepa), Mariano Wittis y Darío Riquelme (por Daniela Ducraroff y Pablo Lizalde), Luciano Arruga (por Pablo De Bella), Miguel Bru (por Lautaro Fiszman) y Darian Barzabal (por Paula Peltrín), ya no solo casos: son manchas de tinta china mezclada con sangre sobre la hoja, dibujos justos y justos dibujos que reclaman memoria y justicia, textos que narran el horror de lo que aún espanta y asoma, trazos que rasguñan la celda de una viñeta para dejarse ir, fotos que ponen en evidencia la mirada de lo que aún no cesa, crónicas que relatan el hecho, testimonios que hacen del arte una consecuencia, pero jamás su fin. No alcanzan los lápices del mundo para reparar estos siete asesinatos y por ello son historietas tan necesarias como prescindibles. Los guionistas y dibujantes de esta serie arremetieron con su empresa política, artística e intelectual para dar testimonio y alzar la voz de la imagen. Aún en tiempos difíciles y aunque el crimen no siempre paga estamos los de este lado para denunciarlo, para exigir justicia, para activar la memoria. Gracias a los autores, por la palabra dibujada y la acción de una mano que sigue golpeando con el puño cerrado sobre un trozo de papel.
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