área de formación pastoral

Los tiempos en México
P. Alfonso López Muños, L.C.
Director de Centro Sacerdotal Logos
Estimados en Cristo, hermanos
sacerdotes:
Reciban un cordial saludo en el Señor.
Como saben, en los últimos tres
números de nuestra revista se ofrecieron
una serie de comentarios y reflexiones a la Relación final del sínodo de los
Obispos de octubre pasado, con el fin de tener una visión completa y mundial
de las inquietudes y motivaciones de fondo de parte del pueblo de Dios y de
manera especial por medio de sus pastores reunidos en torno al Santo Padre.
De esa manera Sacerdos hay podido poner su “granito de arena” en orden a
que podamos seguir profundizando en cuanto el Papa Francisco nos ha
legado en la Exhortación post-apostólica Amoris laëtitia sobre la realidad
actual de la familia en la Iglesia y en el mundo.
Es de sobra sabido cómo son enormes y arduos los desafíos y amenazas que
acechan al matrimonio natural y a la familia, aunque no menos son las
oportunidades que se nos presentan hoy también como sacerdotes no sólo
para curar las heridas de los matrimonios y familias en ese “hospital de
campaña” -como gusta decir al Papa- en que se han convertido el mundo y en
la Iglesia estas realidades santas, sino para acompañarlos en sus luchas por
alcanzar el Ideal de vida y santidad, y por ende de salvación,
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al cual Jesucristo les ha invitado y para el cual les ofrece el auxilio de Su
Gracia constantemente, y al cual se han comprometido y se comprometen
cada día, con nuestro apoyo y acompañamiento.
A dichos retos y desafíos a nivel mundial no es ajeno nuestro país y la Iglesia
de Dios que peregrina en tierras mexicanas, en que se viven momentos
turbulentos y difíciles. A ello dedicaremos nuestro próximo número, con el
favor de Dios. Bástenos ahora sólo evidenciar que los tiempos en México, hoy
más que nunca, son duros, pero también de Gracia, pues se está tomando
consciencia de que la defensa del matrimonio y la familia es misión de todos
sin excepción, en la Iglesia y en la sociedad en general. Esos mismos tiempos
exigen de nosotros, pastores de almas, el estar bien preparados, convencidos
y firmes en el Evangelio, a lo cual pretende seguir coadyuvando este pequeño
esfuerzo que representa Sacerdos, como instrumento de formación integral y
de santidad para nuestras vidas sacerdotales.
Que Dios les bendiga en su vida y en su misión. Suyos en el Señor, Equipo
coordinador Centro Sacerdotal Logos.
Centro Sacerdotal Logos
septiembre – octubre 2016
ÁREA DE FORMACIÓN HUMANA
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¿NOCHE OBSCURA O BURN OUT O CRISIS DE LA MITAD DE LA VIDA?
PBRO. JUAN CARLOS ARCQ GUZMÁN
ÁREA DE FORMACIÓN INTELECTUAL
VERDADERA PSICOLOGÍA DESDE LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA
16 HACER
DRA. NORMA PESCHARD GUTIÉRREZ
ÁREA DE FORMACIÓN ESPIRITUAL
EL CANTOR DE LA MISERICORDIA DIVINA
24 AGUSTÍN:
FR. JOSÉ EZEQUIEL GONZÁLEZ AYALA, O.S.A.
LUIS MARÍA MARTÍNEZ RODRÍGUEZ EN LA MEMORIA
38 MONS.
P. PEDRO FERNÁNDEZ RODRIGUEZ, OP
UNA NUEVA PASTORAL DE PASTORES
44PARA
PBRO. DR. ANTONIO JIMÉNEZ C.
ÁREA DE FORMACIÓN PASTORAL
Director responsable: P. Alfonso López Muñoz, L.C.
Consejo editorial: Centro Sacerdotal Logos, sede central México
Coordinación Editorial: Erika Mondragón Tapia
Coordinación Editorial: En Sacerdos velamos porque todo cuanto se escribe en nuestra
revista re eje en todo momento la doctrina de la Iglesia Católica sobre cada uno de los temas
tratados; sin embargo, la responsabilidad del pensamiento y de las ideas en concreto de
cada artículo competen a su respectivo autor.
EL EXORCISTA MINISTRO DE MISERICORDIA
60 +MONS.
ADOLFO MIGUEL CASTAÑO FONSECA
MANDAMIENTO DE LA PREDICACIÓN
68 DÉCIMO
P. ANTONIO RIVERO, L.C.
PASTORAL CASTRENSE
72 LA
PBRO. JOSÉ LEONARDO GARCÍA MARTÍNEZ
PASTORAL DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA, CONTRA CORRIENTE
76 UNA
P. GONZALO MIRANDA L.C.
*Este artículo debió publicarse en el número anterior de nuestra revista, ya que se trata de un
comentario a la Sección tercera de la Relación final del Sínodo de los Obispos sobre la familia del
pasado octubre 2016, en la que se comentó dicha Sección; sin embargo, como habíamos
comunicado en su momento, el autor del artículo tuvo que ser internado en el hospital.
Agradecemos su colaboración, al mismo tiempo que agradecemos a Dios N. S. el que ya se haya
reestablecido plenamente.
ÁREA DE FORMACIÓN HUMANA
¿Noche obscura o burn out o crisis de la
mitad de la vida?
Testimonio
Pbro. Juan Carlos Arcq Guzmán
Rector Seminario Arquidiócesis de Monterrey
¿Qué me estaba pasando? ¿Era una prueba de lo alto? Se venían a mi
mente aquellas palabras del salmo: “Sujetas los párpados de mis ojos y la
agitación no me deja hablar”. ¿Dónde había quedado aquella otra certeza
también del salmo que afirma: “En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo me haces sentir seguro”?
Pasaron así tres meses de lucha en silencio y aislamiento. Intensifiqué la
oración, aunque en realidad me refugié en horas diarias ante el santísimo
seguro de que, como me había pasado en otras ocasiones de enfermedad o
pequeñas crisis el Señor me daría un texto, una señal o algo providencial que
iluminaría el dolor y la crisis. Pero los días pasaban y Dios callaba. Yo cada
día más me obsesionaba con lo que sentía y vivía aislado en mis
pensamientos. No quería que nadie me viera o lo supiera, y aunque nunca
dejé de trabajar, cada día me sentía más cansado y el temor a no funcionar
bien crecía, por lo que fui disminuyendo o cancelando compromisos sociales,
misas y actividades.
Para cuando me di cuenta, de ochenta kilos que pesaba bajé a sesenta; ya no
podía comer. Dormía un promedio de tres horas y soñaba angustiado que no
podía dormir. La ansiedad crecía, y poco a poco llegué a creer que se
acercaba el final de mi ministerio.
Todo comenzó “aparentemente” a mis cuarenta y dos años con una molesta noche de
insomnio, precedida por una segunda muy ansiosa, y luego una tercera noche sin
conciliar el sueño. Y así pasó un mes, dos meses, tres meses durmiendo muy mal....
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Dios seguía en silencio. Por primera vez en mi vida, me sentí profundamente
solo. Pensaba: ‘ya no tengo a nadie’, renuncié hacía varios años a la
posibilidad de casarme y formar una familia, y ahora ¿Quién cuidará de mí? Ni
ejercería el sacerdocio ni tenía familia. Mi destino sería estar abandonado en
algún hospital psiquiátrico o en la casa sacerdotal en la que tenía seis meses
viviendo por no tener habitación en mi trabajo de misiones. Me sentía viejo y
acabado.
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El veinticuatro de Diciembre del 2009 ya no pude celebrar la misa de Navidad,
ni la de fin de año.
Dos días antes de Navidad me decidí a dejar los remedios que utilicé y a
hacer lo que debería haber hecho antes: consultar un médico. Caminé al
hospital más cercano y un excelente doctor después de ver mis síntomas me
sugiere ver a un psiquiatra. ‘Es quizá una pre-depresión o un trastorno de
ansiedad’ me comentó. Él mismo en ese momento me consiguió cita con un
colega suyo psiquiatra. Tenía mucho miedo a que fuera una depresión y que
fuera hereditaria, pues mi madre llevaba años con una enfermedad que
algunos diagnosticaron como depresión. Además, pensaba, ‘¿no sería una
falta de fe ponerme en manos de un psiquiatra? ¿Acaso Dios no saldría a
liberarme como lo había hecho antes?’.
El doctor Federico Ramos había sido muy bien recomendado por el médico
general al que consulté: ‘es muy bueno para diagnosticar’, me aseguró.
Después de escucharme y hacerme preguntas el psiquiatra me dijo que no me
preocupara, que no era depresión y no era ninguna enfermedad mental. Me
diagnosticó un “burn out”, explicando que es un síndrome, un trastorno
temporal muy común en quienes tienen vocación de servicio. Con
medicamento y un serio trabajo interior, sin necesidad de dejar de trabajar, en
unos meses me recuperaría. Fue muy claro cuando me dijo: ‘Tienes que
revisar tu interior, tú entiendes a qué me refiero’; pero esa exhortación era
propia de un director espiritual, pensé, no de un médico. En fin, me dio cierta
tranquilidad, me fui a la casa sacerdotal y como aún mi conciencia me
cuestionaba si a caso no estaría huyendo de una prueba de lo alto me fui al
Santísimo y le pedí al Señor: ‘¡Por favor háblame! ¡Sin ti no puedo! ¡Ayúdame!
Si tú no me ayudas jamás saldré de esto!’. Fue entonces cuando por primera
vez en varios meses el Señor me volvió a dirigir su Palabra mediante una
firme y clara moción interior: ‘¡Necesitas de los hombres!’. Mis paradigmas
espirituales no captaban esa respuesta, ¿Necesitar de los hombres? ¿A caso
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no soy yo el que ayuda a otros en sus necesidades? Los que tenemos una
vocación de servicio solemos caer en la tentación de reconocer y atender las
necesidades de otros, pero ser ciegos ante las propias.
De hecho, al esconderme para que nadie me viera también oraba: ‘Que por mi
causa no queden defraudados los que en ti confían’. Yo debía estar fuerte,
firme, seguro, sin vacilar jamás, pues no podía mostrar signos de debilidad a
quienes exhortaba a ser fuertes, a luchar, a salir adelante. Creía en verdad
que presentarme débil y vulnerable escandalizaría a tanta gente a la que
servía en mi ministerio sacerdotal.
Antes de continuar permítanme explicar algo acerca del burn out, pues cuando
busqué en internet lo que me habían diagnosticado comprendí que era eso
exactamente lo que tenía. En efecto, estaba en manos de un buen psiquiatra
que me había diagnosticado correctamente. Este término (burn out) lo acuñó
por primera vez en 1974 Herbert Freudeberger, psiquiatra que trabajaba como
voluntario en una clínica de atención a toxico dependientes en NY. Observó
que la mayoría de los jóvenes voluntarios comenzaban con gran entusiasmo,
pero, con el paso del tiempo, el contacto con el mundo de la droga los llevaba
a deprimirse y a sufrir trastornos emocionales. Se volvían personas cansadas
y tristes, hasta que comenzaban a mostrarse poco comprensivos con sus
pacientes y a irritarse con ellos. A modo de paréntesis; “cualquier parecido con
la realidad (de la vocación sacerdotal y nuestro trato a los fieles), es pura
coincidencia”.
Hay estudios que aseguran el 70% de los sacerdotes en América Latina han
padecido este síndrome y sus consecuencias. El término burn out se utilizaba
para designar el cerebro “quemado”, dañado por el consumo crónico de
drogas en los adictos, por lo que este término fue aplicado también a los que
servían a los adictos y presentaban un estado de fatiga o de frustración
cuando su entrega no producía el resultado esperado.
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El Cardenal Martini le llamaba “cansancio moral” a este estado manifestado en
la vida sacerdotal. Este síndrome se asoció con la experiencia que vive la
persona cuando pierde el sentido de su vocación inicial debido al desequilibrio
prolongado que se produce entre el sentido de la tarea y la realidad objetiva
del fracaso. Todo lleva a la baja auto estima y frustración, por lo que tiene
síntomas depresivos aunque no sea propiamente una depresión y síntomas
agresivos para quienes se sirve.
Freudeberger estaba convencido de que las personas idealistas, ingenuas,
optimistas, en definitiva buenas, se entregaban a su trabajo excediendo sus
posibilidades por la necesidad inconsciente de tener una imagen positiva de sí
mismas. Lo que se produce fundamentalmente es un agotamiento de los
recursos psicológicos para afrontar demandas de trabajo de asistencia a
terceros.
Para poder entender lo anterior tengo que regresar al 2005 en Chiapas, donde
estuve de misión hasta el 2009 cuando comenzó la crisis; había estado
trabajando sin descanso ni vacaciones en esos años, y a mi regreso en un
proyecto diocesano de misión permanente que inició antes de Aparecida. El
proyecto, inspirado en los 12 pasos de la vida de Jesús, atraía a los laicos,
causaba conversiones pastorales de agentes laicos e incluso algunos
presbíteros antes ciclados en la pastoral.
El momento culmen del apogeo fue cuando fui invitado a presentarlo a la
Conferencia del Episcopado Mexicano. Sin embargo, a medida de que el
proyecto crecía más y más en Monterrey y otras diócesis del norte del país
también creció la oposición y las críticas, lo que yo veía como una lucha
abierta de algunas instancias diocesanas y personas contra el proyecto
“Pueblo de Dios en Misión”, y, según yo, también contra mi persona. En
realidad estaba seguro que el problema venía de afuera; mi “inteligencia
emocional” estaba fallando y me focalicé en defenderme de las críticas y en
obsesionarme por perfeccionarlo. En realidad aprendí con el tiempo que yo
era el principal responsable de lo que sentía y era yo quien en mi mente
provocaba ese estado de cansancio y frustración cuando las cosas no salían
como yo esperaba en proporción a mi incansable trabajo.
En el momento de la crisis el estar en una casa sacerdotal ya no me ayudaba;
debía salir del aislamiento y conectarme con una parroquia, ya que por varios
años trabajé a nivel diocesano recorriendo una parroquia tras otra e incluso, a
nivel del norte del país, recorriendo una y otra diócesis llevando el proyecto
“Pueblo de Dios en Misión”. Por ello me salí y fui unos días a casa de mi
familia, quienes ya sabían lo que me estaba pasando, pero no duré allí, ya que
algunos hermanos sacerdotes fueron a buscarme, me vieron asustados, me
veían pálido, triste, muy delgado y algo acabado. Me dieron opciones de
lugares para recuperarme, mismas que rechacé al principio; me sentía sin
rumbo ni claridad en qué hacer y a dónde ir, pero ante la insistencia de un
buen hermano sacerdote que me llamó -ya que estaba enterado de lo que
vivía y lo había vivido él también- accedí cuando me ofreció su casa parroquial
para recuperarme. Me invitó siete veces, hasta que acepté.
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Era un lunes santo cuando pensé suspender el ejercicio que me había
recetado el doctor además de los medicamentos por no ser algo “santo”; así
que decidí dedicarme a los oficios y la misión. Pero necesitaba una
orientación, por lo que fui con Chenchito, un anciano misionero ejemplar, que
en su parroquia era una autoridad moral y quien en un taller de “Pueblo de
Dios en Misión”, delante de toda la gente, me mandó llamar desde su silla de
ruedas, me bendijo y profetizó: ‘El Señor te envía a todas las Iglesias’, sin
saber yo que meses después estaría presentando el proyecto a nivel nacional.
Pensaba que seguramente Chenchito tendría para mí una palabra de parte de
Dios y si a mí no me hablaba directamente desde hacía meses quizás sí a
través de un hombre santo; sabía que él arrancaría a Dios una palabra y así
fue, estando en su casa hablaba y oraba, y tres veces mirándome fijamente
repitió: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todas tus fuerzas’, y levantando la voz esas tres veces
enfatizó: ‘¡Y a ti mismo como a tu prójimo! Entonces entendí claramente que
el amor a mí mismo en su forma más pura y auténtica no es egoísmo, y por
ello ya no dudé en atender mis necesidades “muy humanas”. Al menos por el
momento tenía que anteponerme a “mí mismo” al prójimo y buscar, contra mi
ego, ayuda humana.
¡Necesitas de los hombres! Me había señalado el Señor ante mi ego inflado,
ya que me creía yo firme. Inconscientemente yo creía tener cierto derecho y
privilegio a ser atendido rápida y directamente por Dios sin necesidad de
mediaciones humanas.
Entonces comencé a comprender lo que significaba “necesita de los hombres”;
misteriosamente lo que tantas veces pedí a Dios con lágrimas me fue
concedido. Le había pedido al Señor que si no me devolvía la salud lo
aceptaba, pero que me concediera recuperar la alegría de los
bienaventurados. En los días de recuperación en la Parroquia de San Rafael
Arcángel, un domingo le pedí al padre Roberto, párroco y amigo, que me
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concediera presidir y predicar, ya que hasta ese momento nos turnábamos la
presidencia y la predicación, pues mi agotamiento y cierto miedo me impedían
hacer lo que antes hacía con mucha facilidad. Era una capilla pobre, con piso
de tierra y techo de lámina, como muchas de las capillas de Chiapas -se
llamaba, por cierto, San Juan de la Cruz-, donde presidí y prediqué por
primera vez en mi proceso de recuperación. Tocaba el evangelio de las bodas
de Caná y me sucedió exactamente eso: de pronto el vacío psicológico y
espiritual que vivía, como aquellas tinajas; y de pronto se volvió a llenar. Me
encendí, volví a recuperar la pasión y la alegría de los bienaventurados,
aunque poco a poco.
Al terminar la misa le pedí al padre Roberto que, si estaba de acuerdo, me
permitiera vivir en su parroquia de manera indefinida, pues ya tenía el permiso
de mi obispo, el entonces Arzobispo Francisco Robles Ortega, de residir
donde yo considerara mejor. Le ayudaría con alguna misa el domingo en esa
capilla de San Juan de la Cruz, ya que ése, afirmé, era un lugar hecho para
mí, y seguiría también en el departamento de misiones con el proyecto por el
que tanto había trabajado. Él aceptó inmediatamente y me dijo: ‘Por cierto,
aquí en esta colonia es donde está trabajando Raza Nueva’. Abrí los ojos
asustado: ¡Noooo! ¿En serio?, pregunté, ya que desde que inició el burn out, y
precisamente en esos días de insomnio y ansiedad, mi obispo me había
pedido asumir la dirección de ‘Raza Nueva en Cristo’, un proyecto de misión
con pandillas. Intenté muchas veces librarme e incluso fui a renunciarle al
padre Héctor Pérez, fundador de ese proyecto, y quien me había comunicado
la encomienda, renuncia que no aceptó.
En verdad, buscaba por todos los medios no asumir ese proyecto, era
totalmente ilógico: la violencia estaba intensa en la ciudad, los templos se
cerraban después de misa y los grupos misioneros ese año suspendieron sus
actividades en las zonas rurales. Mientras la actividad pastoral cerró sus
puertas por las noches, mi obispo, que sabía como me sentía, me envío a esa
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misión. Con insomnio, tenía que caminar por las noches, con miedo y
ansiedad, y tenía que enfrentar el problema de la violencia, pandillerismo y el
narcotráfico en las esquinas de las colonias más marginadas y golpeadas
socialmente. ‘¡No tiene lógica!’. Y, además, ¡más trabajo! ¿No se suponía que
lo que tenía era un cansancio laboral? Pero ese domingo en San Juan de la
Cruz caí en la trampa al decir: ‘Este lugar es para mí y yo soy para este lugar’,
el lugar donde vivían los ex pandilleros misioneros a quienes debía animar,
coordinar y pastorear. Allí, en San Juan de la Cruz, vivían y trabajaban los
misioneros de Raza Nueva. La lógica de Dios no es la nuestra. Agradezco al
Cardenal Robles su apoyo y confianza, el que creyera en mi persona y el que
me animara a creer que sí podía.
El mejor modo de sanar los miedos no es estar encerrados como lo hice yo al
principio, sino saliendo y dando la cara a la realidad, especialmente si es Dios
el que nos llama y nos envía desde nuestra debilidad. ¿Por qué en San Juan
de la Cruz? Porque lo que había vivido, el burn out o la crisis de los cuarentas,
era también -y no se dónde está la frontera entre una cosa y otra- una noche
obscura en la fe. Ahora que veo con más claridad bendigo a Dios por esa
crisis o noche obscura. Desde esa situación la confesión y la atención a las
personas cambió radicalmente; ahora no despido a nadie que llega con dolor y
sufrimiento interior sin antes escucharle pacientemente. Antes, algunas veces,
hacía sentir a quienes me solicitaban un servicio o tiempo para hablar que me
quitaban mi valioso tiempo. Experimentarme vulnerable y reconocer que tenía
necesidad de otras personas, además de la necesidad de Dios, me humanizó,
hizo que mi ego se desinflara, al menos por el momento; y con los pies en la
tierra pude, al mismo tiempo, poner los ojos en el cielo, y con la mirada de los
bienaventurados ponerlos también en los más pobres y marginados.
texto hermosísimo: “Ustedes van a escandalizarse de mí esta noche, porque
está escrito, heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, pero después de mi
resurrección iré delante de ustedes a Galilea, allí me verán”. En efecto, Dios
mismo sujetó los párpados de mis ojos, me hirió, para asemejarme a su Hijo,
quien experimentó una angustia y pavor mortal ante la traición y negación,
ante el aparente fracaso humano. Es cierto que esos días, aunque nunca
abandoné el rebaño, Pueblo de Dios en Misión y Raza Nueva tuvieron su
crisis, pues el pastor estaba herido y no podía ni con su alma; sin embargo,
Jesús, que no se quedó encerrado en el sepulcro y que ayudó a Pedro y a sus
demás discípulos a salir de la crisis, también salió a mi encuentro y me ungió
con nuevas fuerzas para continuar en ese momento la misión que tenía;
tiempo después una nueva misión, al igual que las pandillas, fue un gran
desafío para alguien no apto para el puesto. Me llamó, sorpresiva e
inesperadamente para mí y para muchos, al Seminario; primero en la pastoral
y poco después en la rectoría. Sé que alguien débil y vulnerable, con pocos
estudios, no parecía ni parece el más idóneo, pero creo firmemente que es
precisamente mi limitación la que me hace abrirme a buscar en Jesús la
fuerza y no en mí mismo. Sin esa experiencia, de la que aprendí mucho, no
habría podido asumir y enfrentar este nuevo reto. Una vez más se cumple el
texto que en mi vida y vocación ha sido programático: “Todo concurre para
bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). No temamos enfrentar las crisis
propias del ministerio, no temamos ser frágiles y transparentes; el Señor
renovará nuestro ministerio y hará que nuestro sufrimiento interior no sea el fin
sino el comienzo de una vida nueva al servicio del pueblo de Dios que
necesita, sí, hombres de Dios, pero con un corazón muy humano y cercano, y
que ha sido probado en el sufrimiento.
Esta experiencia además me rejuveneció; en verdad me sentía viejo a mis
cuarenta y dos años. Pero lo más valioso fue el experimentar el cumplimiento
de la promesa de Jesús cuando en mi proceso de recuperación me regaló un
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ÁREA DE FORMACIÓN INTELECTUAL
Hacer verdadera Psicología desde
la Antropología Cristiana
Dra. Norma Peschard Gutiérrez
Doctorado en Educación
Responsable de la Pastoral Educativa y Cultural
Arquidiócesis de Tlalnepantla
Hay quienes al estudiar Psicología han perdido la fe. Otros, los más, al hacer
análisis psicológicos tienden a buscar respuestas sobre la conducta humana
que se alejan de una visión unitaria de la persona.
Tal parece que para muchos la vida espiritual y su desarrollo ha sido sustituido
por una explicación meramente psicológica del ser humano. Vemos el
itinerario científico humanista de los siglos XX y XXI, que tiende a excluir
algunos elementos integradores de la persona.
La Psiquiatría ha invadido a la Psicología, la Psicología ha invadido a la
Espiritualidad y a la Teología. El estudio de la mente tiende a complementar el
estudio del resto del cuerpo y a sustituir el estudio del alma.
Del 20 al 24 de junio del 2016, el Centro Pastoral LOGOS y la Universidad
Anáhuac de México organizaron el curso “Psicología y Antropología Cristiana”,
sobre el conocimiento de la evolución espiritual como criterio de
discernimiento en la Psicología y Psicoterapia.
Este curso fue impartido por el P. Ignacio Andereggen, quién dictó una serie de
sesiones a partir de su reflexión y actividad pastoral e intelectual.
Cuando el pensamiento y la vida cristiana no están bien establecidos,
fácilmente se sucumbe ante nuevas propuestas sobre el significado y el
sentido de la existencia.
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Algunos de los temas abordados en el curso fueron:
- La necesidad de una reflexión cristiana sobre la Psicología.
- La Psicología a la luz de la fe.
- El Magisterio de la Iglesia y la Psicología.
- Problemas prácticos: educación, crisis individual, crisis en ámbitos eclesiales
e instituciones educativas.
- La Psicología del Siglo XX y su vigencia en la actualidad, con especial
referencia al psicoanálisis de Freud.
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- Alfred W. Adler y el carácter neurótico.
- G. Jung y la gnosis.
- La vida espiritual en San Juan de la Cruz
- San Francisco de Sales y la introducción a la vida devota.
El influjo del ambiente, las experiencias personales confusas y los
acontecimientos traumáticos son elementos que difunden en la vida cristiana
la búsqueda de apoyo psicológico. En el fondo de estos fenómenos muchas
veces se encuentra el estancamiento espiritual y moral.
El P. Ignacio Andereggen es un sacerdote católico argentino, doctor en
Filosofía y en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Es
uno de los principales representantes del tomismo argentino contemporáneo.
El P. Andereggen también es especialista en Teología Mística, desde sus
raíces medievales en Dionisio, san Agustín, santo Tomás y san Buenaventura
hasta la modernidad, especialmente en san Juan de la Cruz. En el campo de
la Filosofía es especialista en el pensamiento de Hegel, así como en el
análisis de la infiltración de las ideas del pensador alemán en la Teología
católica contemporánea. Ha incursionado también en el campo de la
Psicología y propone el desarrollo de una Psicología Católica.
Las crisis en la vida moral provocan perturbaciones psíquicas. La unidad de la
persona se afecta radicalmente cuando hay rompimiento en su vida interior. A
veces se recurre a soluciones de nivel inferior para situaciones de nivel
espiritual. No se puede reducir la evolución de la vida espiritual a un patrón
común. La interacción de la gracia en cada persona particular siempre es
diferente. El criterio de discernimiento no puede ser externo ni apoyado en la
ciencia experimental.
La Psicología es una realidad compleja y personal que se encuentra entre la
confusión de la conducta humana referida a la persona y la simplicidad de la
mirada unitaria.
Hay autores que tratan de remediarla con una concepción unitaria de la vida
espiritual, de la vida social, de la vida personal, como San Juan de la Cruz y
San Francisco de Sales. Bajo la guía de santo Tomás muestran una verdadera
Psicología que reconsidera los elementos fundamentales de la vida humana a
la luz de la fe.
Es claro que en los últimos años se ha producido un quiebre y discontinuidad
respecto de la tradición espiritual de conocimiento del hombre y de las leyes
que regulan su conducta respecto de la edad patrística. Ni siquiera en los
ámbitos cristianos se conoce a los grandes de las leyes profundas de la
evolución mística y espiritual.
18 www.centrologos.org
En ocasiones la necesidad de la Psicoterapia es inducida por la ignorancia de
la vida espiritual o de elementos éticos. Por lo general se desconoce la raíz
filosófica de varias doctrinas psicológicas: Nietzsche, Darwin, Schopenhauer,
Kant, Freud, etc.
Algunos directores espirituales se apoyan en estos autores que quieren
ocupar el lugar de la Filosofía y de la Teología Espiritual. No es posible una
terapia que sane sin el auxilio de la gracia y sin la inserción en la comunidad.
Es necesaria la prudencia divina, el don del consejo dado por el Espíritu Santo
que armoniza las potencias naturales y sobrenaturales.
Nunca hay una solución meramente humana de los problemas, y menos aún
de los problemas psíquicos. La salud psíquica no puede darse sin el auxilio de
la gracia.
Para evitar desviaciones que fragmenten la integridad de la persona, resulta
imperioso considerar las orientaciones del Magisterio de la Iglesia sobre la
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Psicología y la Psicoterapia. 1
“La persona es lo más digno que hay en toda la naturaleza”, dice santo Tomás.
La relación entre la Psicología, la Teología y la Pastoral sigue siendo confusa.
La época moderna es una época de confusión. Frente a las distintas
propuestas psicológicas que se nos presentan surge la pregunta: ¿cómo
orientarse? Ante todo es necesario mantener una actitud crítica y tener como
base la relación entre la naturaleza y la gracia. El fundamento de la persona
es la inteligencia en el orden natural y también en el sobrenatural. Sin una
verdadera Metafísica de la persona no puede darse una correcta Psicología de
la persona. No bastan las abstracciones. La persona, por esencia, es unidad,
es un todo. No se puede tratársele fragmentándola.
Algunos autores dicen que para resolver los problemas humanos es necesario
ordenar la naturaleza de manera que después pueda actuar la gracia de Dios.
Otros hablan de la necesidad de la gracia para que la naturaleza sea
restaurada y pueda funcionar de manera íntegra. De estas concepciones
surgen distintas formas de entender la Psicología.
La Psicología como método humano que explica los problemas de la persona
y determina los niveles más profundos de la vida espiritual: ésta es una
Psicología que reconoce el primado de la gracia en todo lo humano, en el que
sin la unión con el Verbo Encarnado la naturaleza humana está incompleta y
gravemente enferma. Esto supone una Psicología cristiana. Cuando se coarta
la acción de la gracia sobre la persona pueden producirse serios daños.
La Psicología abarca la dimensión corporal y los fenómenos de la conducta
humana integral.
El pretendido análisis experimental no siempre busca las causas. Por
naturaleza, las causas son objeto de investigación humana. La mayoría de las
tendencias actuales confunden lo que es la inteligencia. La ciencia verdadera
es: conocimiento cierto a partir de las causas.
Concluyó el curso el P. Anderegeen exponiendo las claves que orientan hacia
una verdadera Psicología desde la investigación de las causas:
•
En la segunda mitad del Siglo XIX la Psicología se desarrolla de manera
experimental en relación a emociones y sentimientos. En el Siglo XX se
diversifica la Psicología en muchas corrientes, algunas son incompatibles en
sus últimos principios. Pocas veces se toma en cuenta la visión unitaria de la
vida humana como aquella que se logra por la fe. Por la fe cada persona
humana es vista en su unidad, determinada por su propio ser recibido de Dios.
A la Psicología se le pide una acción eficaz a nivel práctico, buscando una
concepción unitaria, es decir, captar al ser humano en su particularidad.
•
•
•
Unidad y totalidad psíquica: cada acto humano es un acto personal, en el
cual se da unidad espiritual si hay gracia.
Unidad estructurada en sí misma, en orden y armonía.
Unidad social: la perfección comunitaria es inseparable de la perfección
personal, y viceversa. No hay verdadero bien personal si no hay verdadero
bien común, y el bien común incluye los bienes particulares.
Unidad trascendente, con tendencia hacia Dios.
La propuesta de la Psicología Católica previene a las personas de fe ante la
hiperactividad de nuestra época actual. Advierte que el activismo lleva a una
1. Pío XII Discurso a los participantes del V Congreso de Psicoterapia y de Psicología clínica,
Roma, Italia, 13 de abril de 1953.
20 www.centrologos.org
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despersonalización neurótica. El desarrollo de la vida humana es un desarrollo
de la conciencia, del alma, y no sólo del cuerpo, de la razón, de la inteligencia.
Una vez más se concluye sobre la necesaria relación entre fe y razón, entre la
dimensión espiritual y la dimensión racional para alcanzar la plenitud de la
identidad del hombre.
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ÁREA DE FORMACIÓN ESPIRITUAL
Agustín: el cantor de la misericordia divina.
Fr. José Ezequiel González Ayala, O.S.A.
San Agustín, sintiéndose personalmente tocado por la misericordia de Dios en
su sus Confesiones, que son como un canto de agradecimiento a la
misericordia divina, nos ha dejado en sus escritos un gran tesoro para vivir y
predicar la misericordia, como Él lo hizo en su ministerio como pastor del
pueblo de Dios.
El obispo de Hipona no escribió un tratado sistemático sobre la misericordia,
pero el tema está presente en muchos pasajes de su obra como son: las
Confesiones, los Comentarios a los salmos, Sermones y otros escritos, de los
cuales citaré algunos párrafos.
Muchas veces pensamos que lo que mueve a Dios para ser misericordioso es
el pecado del hombre; sin embargo para Agustín lo que mueve a Dios a ser
misericordioso es en primer lugar cuánto hay de bello en el hombre, es decir
por lo que hay de imagen de Dios en él, y no por su pecado.
En la recta final de este año de la Misericordia convocado por el Papa
Francisco ponemos muestra atención en un personaje que dentro del
cristianismo tiene mucho que enseñarnos sobre la misericordia, la cual es uno
de los atributos con los que la Sagrada Escritura define a Nuestro Padre Dios.
Me refiero a Agustín de Hipona: el hombre, el santo, el pastor.
Este pequeño artículo no pretende profundizar en el tema de la misericordia
en el pensamiento agustiniano; es sólo un pequeño aporte que pueda ser de
ayuda tanto en nuestra vida espiritual como en la de nuestros feligreses, y
ojalá sirva de estímulo para profundizar en la doctrina del santo obispo de
Hipona.
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“Así como Agustín en sus confesiones dirigiéndose a Dios dice: Nos hiciste
para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti, Dios, a
su vez, nos podría decir: ‘Te he hecho para mí y mi corazón estará inquieto
hasta que no reposes en mí’. Esta “inquietud” de Dios se manifiesta en su
misericordia”.
No obstante que el hombre se aleja de Dios, Dios no se aleja del hombre, Dios
no lo abandona porque, pese a toda la miseria humana, el hombre sigue
siendo imagen de Dios, y la mirada de Dios no deja jamás de fijarse en el
hombre, sino que entonces lo ve con misericordia. 1
1. Cf. AGOSTINO DI HIPONA, Misericordia, vita e gioia per sempre, Cur. Maragnese Giusto, Milano, 2015, Ed.
Ancora.
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De frente a Dios que lo mira y le ofrece su misericordia, el hombre, movido
por su libertad, puede tener una de dos actitudes opuestas: de rechazo y
desprecio, o bien de apertura y conversión.
talentos que el Señor nos ha regalado y, por ende, alabarlo por ello? La
humildad va de la mano de la verdad, decía Santa Teresa de Ávila, gran
conocedora de San Agustín.
Misericordia y Encarnación
Una cosa que nos podría parecer extraña es que para Agustín lo que motivó al
Padre a realizar la Encarnación de su Hijo más que el amor fue la
misericordia. La Encarnación: es la más grande misericordia que Dios haya
tenido hacia el hombre en su condición mortal.
En nuestro ministerio, ya sea en la administración del Sacramento de la
reconciliación o en la dirección espiritual ¿qué tanto ayudamos a
nuestros feligreses a que vivan su autoestima según su semejanza con
Dios, sobre todo después de haber confesado, arrepentidos y llenos de
humildad, sus pecados?
Las promesas de Dios se cumplen en la Encarnación de su Hijo, uno de los
temas de los cuales Agustín habla con mayor agrado. Con la Encarnación
Dios se abaja para llegar al hombre en su humanidad con toda su fragilidad,
con todo lo que implica ser frágil y enfermo, lo que se asemeja a la hierba o a
las flores del campo. El hecho mismo que Dios se encarne es una prueba de
la dignidad del hombre, de lo importante que es aquél para Dios; tal dignidad,
sin embargo, no debe degenerar en soberbia, ya que la Encarnación es fruto
sólo de la misericordia de Dios:
El Tiempo de la Misericordia
El Señor nos da tantas posibilidades de volver a Él, oportunidades que se
presentan en nuestra vida diaria, pero también en ocasiones
extraordinarias que nos invitan a hacer un alto en nuestro caminar para
contemplar la grandeza de nuestro Dios, que se manifiesta en tantos
aspectos, como lo es su amor y su misericordia.
“Considera que eres hombre y que todavía vales tanto que por ti Dios se ha
hecho hombre, y no te lo atribuyas con soberbia, sino a su Misericordia”
(Sermón 341, A).
Hijos de Dios hechos a su imagen y semejanza: es algo que tanto la
valoramos y apreciamos. Pero nos podríamos cuestionar cómo es nuestra
autoestima: ¿Está de acuerdo a esa semejanza Divina, con todo lo que
conlleva? ¿Nos invita tal realidad a conocernos a nosotros mismo y a Dios?
“Que te conozca y que me conozca”, le pedía Agustín al Señor en sus
Soliloquios. En ese autoconocimiento ¿qué tanto somos conscientes de
nuestros errores y limites, para pedir su misericordia, o de nuestros dones y
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El ser humano tiene la capacidad para llegar a Dios; lleva en su interior
esa fuerza que lo incita a buscar a Dios. Junto con esa fuerza tiene
también su libertad, que cuando es mal usada, ésta opta por otras cosas
que dejan a Dios de lado, con lo cual se adormece el espíritu: “El sueño
del cuerpo, con el que se repara su salud, es cosa buena. El sueño del
alma consiste en olvidarse de Dios. El alma que se olvida de su Dios,
duerme” (Comentario al salmo 62,4).
San Agustín nos dice: “El tiempo de la misericordia es ahora”. Tiempo de
misericordia es esté presente en el que estoy, este jubileo que el papa
Francisco ha convocado. Porque no porque mañana, o terminado este
año jubilar, el Señor no nos mostrara su misericordia, no. Sabemos que
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Él estará siempre presente, pues “eterna es su misericordia”; pero: ¿quién
tiene asegurado el mañana o el próximo año?
“Él ama la misericordia y la justicia. Llévalas tú a la práctica, porque también
él las practica. Pon atención en la misericordia y en la justicia. El tiempo de la
misericordia es ahora, y el de la justicia viene después. ¿Por qué es ahora el
tiempo de la misericordia? Porque ahora llama a los extraviados, perdona los
pecados a los que se convierten; tiene paciencia con los pecadores, hasta
lograr su conversión; y cuando se convierten olvida todo su pasado y promete
el futuro; anima a los perezosos, consuela a los afligidos, enseña a los
interesados, ayuda a los que luchan; no abandona a nadie cuando está en
apuros y le pide auxilio; él mismo da lo que se le ha de ofrecer en sacrificio, y
concede con qué aplacarlo. Que no se nos pase, hermanos, que no se nos
pase en balde este gran tiempo de la misericordia. El juicio vendrá después:
entonces habrá arrepentimiento, pero ya infructuoso. Dirán entre sí
arrepentidos, entre sollozos de angustia en su espíritu, tal como está escrito
en el libro de la Sabiduría: ¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿De qué
nos ha servido el presumir de ricos? Todo aquello pasó como una sombra.
Digamos ahora: Todo pasa como una sombra. Digamos ahora
provechosamente: "Todo pasa", y así no tendremos que decir entonces
inútilmente: Todo pasó. Sí, ahora es el tiempo de la misericordia; luego vendrá
el del juicio” (Comentario al Salmo 32, II, 1, 10).
¿acaso te ha prometido alargar tu vida un solo día? ¿O no te la prometió Dios,
sino que te la prometió el astrólogo, para que Dios os condenara a ti y a él?
Muy sabiamente estableció Dios que fuera incierto el día de la muerte. Piense
cada uno salutíferamente en su último día. Fruto de la misericordia de Dios es
que el hombre ignore cuándo tiene que morir. Se nos oculta nuestro último día
para que vivamos bien día a día” (Sermón 39, 1).
“Decid, Señor, perdónanos nuestras deudas. Por mucho que progreséis,
tenéis en vosotros aquella concupiscencia. Por ende, antes de que la muerte
sea eliminada en la victoria, decid: Perdónanos nuestras deudas. No alcéis la
cabeza con orgullo, temed a Dios, pues vivimos de misericordia. Decid de todo
corazón: Perdónanos nuestras deudas. Esto se refiere al pasado, a las obras,
dichos y pensamientos” (Sermón 77 A, 3).
Para el obispo de Hipona el tiempo de la Misericordia, podemos decir, es un
presente continuo, ya que la naturaleza humana tocada por el pecado tendrá
que luchar y solicitar perenemente la misericordia divina:
“Por todas partes te rodea misericordiosamente la providencia divina. ¿Qué
dices ahora? «Dios me prometió el perdón; cuando me convierta me lo
otorgará». Ciertamente que te lo dará cuando te conviertas, pero ¿por qué no
te conviertes? «Porque cuando me convierta me lo dará». Pero ese cuando,
¿cuándo es? ¿Por qué no es hoy mismo? ¿Por qué no es ahora mismo,
mientras me escuchas? ¿Por qué no ha de ser ahora mismo, cuando clamas?
¿Por qué no ahora mismo, cuando alabas? ¡Hermano! Que mi clamor te
ayude; y que tu clamor sea un testigo contra ti. ¿Por qué no hoy, por qué no
ahora? Y tú dices: «mañana». Dios me prometió el perdón. ¿Tú te lo prometes
para «mañana»? Quizá me muestras el códice sagrado para leerme que Dios
te prometió el perdón si te conviertes, pero ¿te lo prometió en forma que
puedas diferirlo de un día a otro?” (Sermón 20, 4).
“Hemos escuchado, hermanos, a Dios que dice por boca de su profeta: ‘No
tardes en convertirte a Dios, ni lo difieras de un día para otro, porque vendrá
su ira de repente y te perderá al tiempo de la venganza. Te ha prometido que
el día en que te conviertas ese mismo día olvidará tus pecados pasados. Pero
En estos meses que hemos celebrado el jubileo de la Misericordia: ¿Cómo lo
hemos vivido, tanto a nivel personal como a nivel a nivel comunitario, en el
cual somos pastores, ya que como sacerdotes estamos rodeados de
tentaciones ante las cuales en cualquier momento caemos y, por ende,
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necesitamos de la Misericordia Divina para levantarnos y caminar con
nuestros hermanos a quien acompañamos en el camino de búsqueda de
Dios? ¿Qué tanto hemos motivado a nuestra grey con nuestro ejemplo a
sentirse amados por Dios y merecedores de su Misericordia?
Misericordia Divina y humildad humana
Dios es la fuente de la misericordia desde la perspectiva de la vida y
conversión de Agustín; para él la desdicha humana originada por el pecado es
sanada únicamente por la misericordia de Dios, con la que uno debe de
cooperar mediante el reconocimiento de la propia necesidad y con el ejercicio
con amor de las obras de misericordia. La responsabilidad del cristiano no
consiste únicamente en buscar la misericordia de Dios, sino incluso
demandarla: “No dudemos en exigir del Señor, nuestro Dios, la misericordia.
Quiere en absoluto que se le pida… ¿Quieres conocer de qué modo te
dispense Dios la misericordia? Veamos si limitas al ofrecer. Cuanta es la
riqueza que hay en la misma cumbre, haya tanta, si puede ser en la imagen”
(Comentario al Salmo. 32,2.2.28).
Sólo quien tiene la humildad de reconocer sus pecados y sus faltas, su propia
debilidad, puede acercarse al Médico Divino que es Cristo. Quien se cree que
está sano y que es por sí mismo santo tiene la lepra de la soberbia, y no
puede ser curado por Cristo, pues no reconoce su propia debilidad. Por ello el
primer paso para acercarse a Dios es la humildad, el reconocimiento de que
todos tenemos la necesidad del Médico Divino. Ante este médico es preciso
no esconder las heridas, sino presentárselas para que ellas sanen: “He aquí
que no escondo mis heridas. Tú eres médico y yo estoy enfermo. Tú eres
misericordioso y yo miserable” (Conf. 10,39).
¿En la búsqueda de Dios, tanto personal como comunitaria, abandono la
soberbia que se ha acumulado a los largo de mi vida? ¿Soberbia al tener un
puesto en la sociedad, soberbia por los conocimientos académicos o de mi
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formación en general como sacerdote, soberbia al sentirme superior a los
demás? ¿Cómo aplico en mi vida diaria la humildad requerida para la
búsqueda de Dios y de su misericordia? ¿Con qué actitudes manifiesto la
humildad? Como ministro de la misericordia ¿qué tanto la hago presente en
mi vida y en la del Pueblo de Dios?
Misericordia y conversión
Convertirse no significa ser otro hombre, o ser perfecto “de golpe”, sino
establecer con Dios una nueva relación en la cual, no obstante las caídas, el
hombre se empeña en corregirse. Dios es la salvación del hombre por medio
de la muerte y la resurrección del Hijo; ¡no podía hace más para rescatar al
hombre del pecado! Un rescate motivado por la misericordia.
San Agustín nos dice que aquellos a quienes compró por medio de la sangre
de su Hijo, no los compró para que se perdiesen, sino para vivificarlos. Si
nuestros pecados nos abruman, Dios no desprecia lo que pagó por nosotros,
es decir, un precio muy alto. Con todo, no nos halaguemos mucho pensando
en su misericordia si no nos hemos esforzado en la lucha contra nuestros
pecados. Y si hubiéremos cometido algunos, sobre todo capitales, no nos
hagamos la ilusión de que su misericordia ha de ser tal que se le asocie la
iniquidad. Muchos nada hicieron por corregirse, sino más bien permanecieron
en la obstinación y dureza de ánimo, y hasta acusaron a Dios para defender
sus pecados.
El Papa Francisco en la homilía del inicio de la cuaresma del 2015 nos dice:
“Regresar al Señor ‘con todo corazón’ significa emprender el camino de una
conversión no superficial y transitoria, sino un itinerario espiritual que tiene que
ver con el lugar más intimo de nuestra persona. El corazón, de hecho, es el
centro de nuestros sentimientos, el centro en que maduran nuestras
decisiones”.
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En el entorno donde se desarrolla mi vida diaria: ¿Se siente la necesidad de
conversión a nivel personal?, ¿a nivel de mi comunidad religiosa?, ¿a nivel de
la comunidad de fieles a quienes servimos en la parroquia, templo o colegio?
¿Cuáles son las dificultades más grandes que existen hoy para la conversión
personal y comunitaria? ¿Cuáles actitudes podrían manifestar mi proceso de
conversión?
Misericordiosos como el Padre
En el logo del año de la misericordia, diseñado por el artista jesuita Marko Ivan
Rupnik, junto con la imagen de Jesús el buen pastor, el buen samaritano que
lleva en sus hombros al hombre necesitado de misericordia, se encuentra el
lema de “Misericordiosos como el Padre”, palabras tomadas del evangelio de
San Lucas, las cuales podríamos decir son un programa de vida iluminada por
la misericordia divina.
La invitación a ser misericordiosos como el Padre tiene una respuesta en el
hombre que se concretiza como expresión de su conversión en la práctica de
la obras de misericordia.
Para Agustín la desdicha humana originada por el pecado es sanada
únicamente por la misericordia del Padre bueno que es Dios, con la cual el
hombre debe colaborar mediante el reconocimiento de la propia necesidad y
por el ejercicio con amor de las obras de misericordia.
“Han oído cómo Dios practica la misericordia y la justicia; practica tú también
la misericordia y la justicia. ¿Es que acaso pertenecen sólo a Dios y a los
hombres no? Si no pertenecieran también a los hombres no habría dicho el
Señor a los fariseos: Han descuidado lo principal de la Ley: la misericordia y la
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justicia. Así que también te pertenecen a ti la misericordia y la justicia”
(SERMÓN 32,11).
Ninguna obra de misericordia fue mayor que la de Cristo, que se hizo solidario
con nuestra desdicha. A causa de la misericordia de Cristo cada cristiano está
llamado a ser misericordioso con los demás. El aporte de Agustín al tema de la
misericordia está centrada en Cristo. En el sermón 38,8 nos dice:
“Cristo es el que nutre, y Él va hambriento a causa tuya, Él es tu bienhechor y
es indigente, tú estás dispuesto de buena gana a recibir; cuando Él es
indigente, tú no estás dispuesto de buena gana a dar; Cristo es indigente
cuando algún pobre es indigente”.
Cuando Agustín exhorta a sus feligreses a hacer obras de misericordia
subraya no sólo el contenido externo, sino que, como maestro de interioridad,
exalta el sentido interno. La misericordia hacia uno mismo permite que el acto
misericordioso esté realizado en Cristo y que sea una acción de Cristo.
“¿Quieres encontrar más tarde algo en tus manos? No repudies ahora la mano
del prójimo; atiende a las manos vacías si quieres tener las manos llenas. Así
dijo el Señor: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber; fui peregrino, y me hospedasteis; etc. Y ellos: ¿Cuándo te vimos
hambriento, sediento y peregrino? Y él les responde: Cuando lo hiciste con
uno de estos mis pequeñuelos, conmigo lo hiciste. Quiso sentir hambre en los
pobres el que es rico y está en el cielo. ¡Y tú, hombre, dudas en dar al hombre,
sabiendo que dando lo que da, se lo das a Cristo, de quien recibiste todo lo
que das! Pero ellos durmieron su sueño, y nada encontraron en sus manos
todos estos hombres ricos” (Comentario al Salmo 75,9).
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La misericordia cristiana es para Agustín una participación en Cristo y en la
Iglesia; es un medio y un signo de unidad entre los cristianos. Este tema
Agustín lo trataba especialmente durante la cuaresma, cuando más se
practicaban las obras de misericordia. Si el practicar las obras de misericordia
es un camino para llegar a Cristo y a la Iglesia, entonces no puede ser un
simple medio de salvación personal sino que es un camino para manifestar
que toda la Iglesia es de Cristo. En este sentido, practicar la misericordia es un
sacramento de la fe en el mismo Cristo. 2
Montaña, utilizando frases de la Sagrada Escritura, agrupa las obras de
misericordia en tres tipos o grados de perfección. En el primer grado de
misericordia se encuentra quien no responde mal por mal, es decir quien
perdona las ofensas y renuncia a la venganza. En el segundo grado de
misericordia se encuentra aquel quien da a quien pide o tiene necesidad. Y en
el tercer grado está quien responde al mal recibido con el bien, es decir quién
ama a los propios enemigos, a los que lo odian y ora por ellos; éste sería el
grado máximo de la práctica de las obras de misericordia. 3
“Ser misericordiosos como el Padre”. San Agustín explica que los
Misericordiosos “son aquellos que se conmueven ante la miseria del próximo
y, en cuanto es posible, la socorren, Estos, dice el Evangelio, son
bienaventurados, porque en trueque o permuta también ellos serán liberados
de sus miseria” (Del Sermón de la Montaña, 1, 2, 7). Sólo en el ejercitarse en
las obras de misericordia Agustín ve el camino privilegiado para unirse a Dios,
y este camino es el amor concreto hacia el prójimo.
“¿Quién puede estar dispuesto a soportar injurias de los débiles, en la medida
que sirva de provecho para su salvación?; ¿y quién desea ser víctima de la
iniquidad ajena antes que devolver el mal padecido?; ¿quién está dispuesto a
dar a quien le pide algo, o lo que pide, si lo tiene y si lo puede dar
honestamente, o dar un buen consejo o un gesto de benevolencia?; ¿o no
volver la espalda a quien pide un préstamo, a amar a los enemigos, a hacer el
bien a quien le odia, o a orar por quienes le persiguen? ¿Quién puede hacer
esto si no el que es completa y plenamente misericordioso? Con este consejo
se evita la miseria con la ayuda de quien dijo: Quiero misericordia más que
sacrificios. Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.”
(Del Sermón de la Montaña. 1, 23, 80).
Las obras de misericordia que estamos llamados a practicar, según enseña el
Evangelio, son de dos tipos: el perdonar, y salir al encuentro de las necesidades
del prójimo; siendo tantas las necesidades espirituales y materiales, se puede
afirmar que son tantas como las formas de pobreza y de necesidad de los
hombres. De tal manera que ningún hombre está exento de dichas necesidades.
Las miserias de las que más podemos darnos cuenta son las que tocan el
cuerpo, como el hambre, la enfermedad, la cárcel, el exilio, la lejanía de la patria
y de la familia, etc. Pero también hay otras necesidades humanas como la
tristeza, la soledad, la duda, el error y todas las pobrezas espirituales, que en
ocasiones pasan inadvertidas. Agustín, en el comentario al Sermón de la
2 Cf. FITZGERALD ALLAN, Misericordia, obras de misericordia, en Diccionario de San
Agustín, San Agustín a través del tiempo, Cur. Allan D. Fitzgerald, Burgos, 2001, Ed. Monte
Carmelo, p. 900.
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A modo de conclusión
Agustín, basado en su experiencia, profundiza a través de la Sagrada escritura
el tema de la misericordia de Dios hacia el hombre, que se hace presente a
través de la Encarnación de su Hijo, con la cual quiere restablecer en el
hombre su imagen y se semejanza impresa en el momento de la creación y
que fue deformada por el pecado.
3. Cf. CIPRIANI NELLO, Muchos y uno solo en Cristo, La espiritualidad de Agustín,
Guadarrama, 2013, Ed. Agustiniana, pp. 403-405.
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Agustín, podemos decir, marca todo un itinerario para vivir esa misericordia,
que es siempre actual y presente, y que el hombre puede beneficiarse de ella
si tiene como punto de partida la conciencia de necesitarla y pedirla al Señor
con humildad, para que se dé así una verdadera conversión del alma, que una
vez traspasada por el dardo del amor a Cristo, trascienda al amor a los
hermanos. Este amor al próximo, que es imitación del amor divino, se
concretiza en actitudes y acciones que llamamos obras de misericordia, que
en el pensamiento agustiniano son el camino para llegar a Dios y lograr la
perfección cristiana.
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ÁREA DE FORMACIÓN ESPIRITUAL
MONS. LUIS MARÍA MARTÍNEZ RODRÍGUEZ
EN LA MEMORIA
Pedro Fernández Rodríguez, OP.
Postulador de la causa de Mons. Luis María Martínez
Una manera de expresar nuestro
agradecimiento a Dios por las
figuras que han contribuido a
construir la historia de la Iglesia
mexicana en el siglo pasado es
haciendo memoria de ellas. Y
entre estas figuras ocupa un lugar
especial el Siervo de Dios Mons.
Luis María Martínez (1881-1956),
Arzobispo Primado de México
desde 1937 hasta su muerte en
1956. Recordamos a Mons. Luis María Martínez no sólo como pacificador de
la sociedad mexicana en los años posteriores a las guerras cristeras, sino
sobre todo como representante de la cultura católica, como organizador de la
presencia social de la Iglesia en su tiempo y de modo particular como ejemplo
en la práctica heroica de las virtudes cristianas, tal como se manifestó en sus
memorables sermones y en la dirección espiritual de algunas almas selectas.
1. Su proceso de canonización
Estamos esperando que la Congregación para las Causas de los Santos
proceda al juicio de los teólogos sobre la Positio, depositada en la
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mencionada Congregación el año 2008, en orden a aprobar su práctica
heroica de las virtudes cristianas. De todos modos, como se trata de una
causa mística, debido a los fenómenos espirituales por él vividos y también
por su responsabilidad en la dirección espiritual de almas místicas, como la M.
María Angélica Álvarez Icaza (1887-1977) y la Venerable Conchita Cabrera de
Armida (1862-1937), presenta dificultades especiales que hay que seguir
superando mediante los estudios pertinentes al respecto, realizados por
teólogos místicos.
Es cierto que la base para iniciar el proceso de canonización de alguien es la
fama de santidad y para su continuación es la comprobación de haber vivido
en grado heroico las virtudes cristinas en los niveles moral y teologal. Pero
cuando nos encontramos ante fenómenos místicos, experimentados en sí
mismos o aprobados en otras personas, es preciso realizar los estudios
adecuados para responder a las posibles dificultades concretas que se
ofrezcan. Ante estos fenómenos es necesario comprobar, primero, su
posibilidad y, segundo, su realización concreta en las personas indicadas.
En el caso de Mons. Luis María Martínez es evidente que las dificultades que
se están presentando surgen en este nivel místico, lo cual exigen estudios
especiales que nos ayuden a probar que tales fenómenos místicos son en
absoluto posibles y de hecho se pueden comprobar en las personas
respectivas. Ahora bien, más que de dificultades debiéramos hablar de
oportunidades de descubrir las maravillas que Dios realiza en las almas,
sorprendiendo siempre nuestra pobre imaginación humana y, sobre todo,
expandiendo los posibles encuadres ideológicos de los teólogos.
En general, es misión de la postulación de su Causa de Canonización
mantener viva su memoria, recordando su historia y sus repercusiones
sociales y religiosas, especialmente en la vida de la Iglesia en México en la
primera mitad del siglo XX.
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2. Mons. Martínez, un sacerdote para los sacerdotes
No me equivoco al afirmar que Mons. Luis María Martínez fue sobre todo un
sacerdote enamorado y convencido de su ministerio sacerdotal, que vivió
plenamente entregado a transmitir sus ideas y sus vivencias espirituales sobre
el ministerio sacerdotal ordenado a los seminaristas que con tanta dedicación
acogía y formaba en sus seminarios, primero, en la Ciudad de Morelia del
Sagrado Corazón y, después, en la Ciudad de México. Mons. Martínez fue
ante todo un formador de nuevos sacerdotes, un acompañador de jóvenes
sacerdotes, un acogedor de sacerdotes mayores, quizá cansados o incluso
heridos. Lo sacerdotal fue su pasión en orden a poder realizar mejor la misión
de la Iglesia en este mundo, que es hacer presente a Dios en la sociedad y
extender la redención de Jesucristo a todos los hombres por medio de los
sacramentos celebrados piadosamente por sacerdotes instruidos y santos.
Bien sabía Mons. Luis María Martínez que para formar adecuadamente a los
sacerdotes no era suficiente una adecuada formación intelectual, sino también
se precisaba una necesaria experiencia espiritual de la propia debilidad y del
poder de la gracia de Dios para curar las heridas que ha dejado en nosotros el
pecado original, y de este modo fortalecer la práctica de las virtudes heroicas,
que hacen posible que los sacerdote sean sacramento visible de la presencia
de Cristo en medio de su pueblo, al cual están llamados a guiar y a alimentar
con el pan de la palabra de Dios y el culto de los sacramentos, mientras
peregrinan con ellos y ante ellos hacia la patria celestial.
Si la formación intelectual, y sobre todo la espiritual era necesarias en los
tiempos de Mons. Luis María Martínez, más urgente es hoy día, cuando las
heridas que hay curar en nosotros no sólo proceden de las heridas dejadas en
nosotros por el pecado original, sino también del secularismo en las
costumbres y del relativismo en las ideas y en las conductas morales. Hoy día
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es necesario no sólo una buena formación teológica y una verdadera vida
espiritual para no sucumbir ante las ideas mundanas que nos inundan de
tantos modos, sino que es especialmente urgente una experiencia espiritual,
que es lo que al final concede la estabilidad necesaria en el servicio pastoral
fecundo en la viña del Señor Jesucristo.
Mons. Martínez fue el mejor orador sagrado de su tiempo. Su libro “El
sacerdote, misterio de amor”, editado por el Monasterio de la Visitación de
Santa María, Ciudad de México, el año 2009, es un modo de manifestar la
estima, el respeto y la admiración que llevaba en su mente y en su corazón
por el ministerio del sacerdote ordenado. Otro libro, intitulado “Mons. Martínez
y la santificación del sacerdote”, el cual contiene discursos y otros textos
relacionados con el Seminario de Morelia durante los años 1906-1937,
editado también por el Monasterio de la Visitación de Santa María, Ciudad de
México, el año 2005, muestra su entrega apasionada a la formación de los
seminaristas.
Cuidemos a nuestros sacerdotes, ayudándolos y rezando por ellos
El sacerdote es para Dios y para el pueblo de Dios; es para la celebración de
los misterios y para la atención pastoral de los fieles. Por esta razón, el pueblo
de Dios ha de cuidar con esmero y predilección a sus sacerdotes mediante la
atención material y la oración entregada. El sacerdote, cuando busca a Dios y
muestra el rostro de Jesús a los demás, nunca está solo. Pero es el pueblo el
que tiene que manifestar al mismo sacerdote que lo que espera y necesita de
él es que le muestre a Jesús, que le enseñe a conocer y a amar a Jesucristo,
nuestro Señor y nuestro Salvador. Jesús nunca estaba solo, y el sacerdote
santo tampoco está solo, aunque a veces tendrá que aislarse para tener sus
momentos de encuentro a solas con su Señor, como hacía Jesús con su
Padre del cielo.
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Sólo Dios nuestro Señor nos puede conceder a los sacerdotes la mirada
pastoral sobre el mundo en la Iglesia de hoy. Sólo el Señor nos otorga la
capacidad de cuidar la salud de nuestra alma en una época en que se cuida
demasiado la salud del cuerpo. Sólo el Señor nos puede conceder a los
sacerdotes el celo pastoral, que nos capacita para atraer a todos hacia
Jesucristo, invitando a los hombres a mirar con fe el rostro de Cristo
Crucificado. Estamos de paso, somos peregrinos, no tenemos morada fija en
esta tierra. Caminemos, pues, con paso seguro, lo cual es posible, cuando el
corazón está encendido por el amor de Cristo y la mente iluminada con la
verdad de la fe. Si Cristo ha dado su vida por nosotros, ¿no seremos nosotros
capaces de dar al menos nuestro tiempo para la salvación de las almas?
eterna; estamos en este mundo, pero somos conciudadanos de los santos del
cielo. Al final, el sacerdocio es una gracia de Dios. Las cosas son como son,
como Dios las hace, no como nosotros las pensamos o las imaginamos. Dios
sea siempre bendito por los siglos. Amén.
Pedro Fernández Rodríguez, OP.
Hoy necesitamos sacerdotes enteros, estables, de una pieza, inquebrantables,
y ello es fruto de la gracia, no de las convicciones humanas, que hoy son unas
y mañana pueden ser otras. No necesitamos sacerdotes ilustrados,
sacerdotes sabios según el mundo, sino sacerdotes sencillos como palomas y
astutos como serpientes. Necesitamos sacerdotes que se dejen hacer por la
gracia de Dios y por el amor al prójimo, a quien hay que salvar, abriendo a
todos los caminos que conducen al cielo. Sacerdotes que sepan estar en el
mundo y en la Iglesia, en el altar y en el confesonario, que sepan servir,
dejando siempre el protagonismo a Cristo. Sacerdotes que tengan tiempo para
Dios, orando, y para las almas, acogiendo a todos. Mons. Luis María Martínez
nos sigue enseñando hoy día a ser buenos y santos sacerdotes.
Ser sacerdote no es una profesión humana, no se trata de ser generosos, no
se trata de entregar nuestra vida por los demás. El sacerdocio es demasiado
grande para fundamentarlo en un propósito humano. Hay que construir sobre
la roca, que es Cristo, no sobre la arena, que somos nosotros. No se trata de
realizarnos nosotros en este mundo, sino se trata sólo de dejarse hacer por
Cristo, muriendo como el grano de trigo bajo tierra para dar fruto de vida
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ÁREA DE FORMACIÓN ESPIRITUAL
PARA UNA NUEVA PASTORAL DE PASTORES
Pbro. Antonio Jiménez C.
Doctor en Filosofía y Mtro. en Psicología
Formador del Seminario de Chilpancingo, Chilapa
inicio de la formación de los presbíteros estamos invitados a tener en cuenta.
Reflexionemos, pues, en algunos de estos puntos que el Santo Padre ha
propuesto, no tanto desde su magisterio solemne, sino de sus reflexiones
diarias que encierran su propia teología que de ningún modo podemos ignorar.
Encontraremos en ellas el perfil que de alguna manera se desprende de estos
pensamientos del Papa, para que haciéndolos nuestros, podamos modelar
con ellos los aspectos más íntimos y nobles de nuestro sacerdocio.
1.- Ministros: = hombres sanos
Introducción
Dentro de la formación permanente que el
Magisterio de la Iglesia pide a los presbíteros,
hay sin duda un sinnúmero de posibilidades en
cuanto a las ciencias sagradas, a los documentos
emanados de la Santa Sede, a la vida del
sacerdote en la situación actual, o ante la misma
cultura de nuestros días que amenaza con leyes
civiles que van en contra de la naturaleza del
hombre.
Hoy, dentro del gran abanico de posibilidades de estudio formal, sólo
queremos ofrecer una propuesta por demás modesta, pero que quiere
hacerse eco de lo que el Santo Padre Francisco ha expresado en varias
ocasiones, sin otro afán que tener a la vista algunos rasgos que el mismo
Papa propone, como aspectos importantes para el sacerdote de hoy. En la
dimensión de la Pastoral de Pastores, creemos que es importante detenernos
a considerar seriamente las propuestas del Papa.
En este punto, nos vamos a detener a ver uno de los rasgos que el Papa
recientemente ha señalado como algo de suma importancia en el perfil del
presbítero de nuestros días: la salud en todos los sentidos.
El pasado 20 de noviembre de 2015, al celebrarse en Roma el Congreso para
conmemorar los 50 años de los decretos del Concilio Vaticano II “Optatam
totius” y “Presbyterorum ordinis” dedicados a la formación de los sacerdotes,
el Papa pedía especial atención al “discernimiento vocacional y a la admisión
al Seminario. Buscar la salud del joven, salud espiritual, salud material, física y
mental” 1. El papa fue muy claro al hablar de tener los ojos abiertos para la
admisión de los seminaristas, y pidió prestar especial atención a los exámenes
psicológicos para evitar que ingresen jóvenes con enfermedades mentales.
1. Papa Francisco, Discurso, al celebrarse en Roma los 50 años de los decretos “Optatam
totius” y “Presbyterorum ordinis” del Conc. Vat. II. 20 de Nov. De 2015.
Sólo queremos llamar la atención sobre algunos rasgos que el sucesor de
Pedro propone como un perfil que exige nuestro mundo actual, y que desde el
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Además de las “enfermedades mentales” específicas, como pueden ser entre
otras la depresión, la neurosis, la psicosis, la esquizofrenia, la paranoia, la
mitomanía y el narcisismo, se incluyen en esta denominación algunos graves
desajustes de la personalidad, que a nivel teológico el magisterio de la Iglesia
llama desórdenes. Dentro de los más dolorosos y los más comunes, están el
homosexualismo, la pedofilia, la masturbación (menos grave que los dos
primeros) y el donjuanismo 2. Para algunos de estos desórdenes el magisterio
de la Iglesia reconoce algunas atenuantes, pero los considera
“intrínsecamente desordenados”. ¿Cuál es el principal problema de estos
desajustes?
Según mi opinión, es la fragmentación de la personalidad que impide una
madurez armónica que hace incapaz a la persona para vivir el amor, el
servicio, la entrega y sobre todo el celibato. La persona no es dueña de sí en
la cuestión afectiva, estará a merced de sus necesidades no resueltas y de los
impulsos del instinto, buscará compensaciones de diversa índole con las
cuales llenar las lagunas psicoafectivas que configuran su historia y
determinan su futuro si no se recibe atención especializada. Ahora bien, esta
atención debió de darse más para prevenir que para curar. Hay veces que las
vivencias traumáticas se estructuran de tal manera en el psiquismo que
inconscientemente forman parte de la personalidad, y por lo tanto, aunque
detectarlas no sea tan difícil, solucionarlas sí. El ministro ordenado, si trae
consigo arrastrando problemas afectivos no resueltos, como serían una
infancia desgraciada en una familia disfuncional, afectivamente desnutrido,
ignorado, violentado, víctima de abuso sexual, humillado y no reconocido
afectivamente, con toda seguridad tendrá graves problemas que si bien,
durante su formación pudo haber ocultado con tácticas inconscientes,
difícilmente podría vivir el celibato y la castidad.
Éstas dos exigencias, suponen una madurez afectiva probada, unas
relaciones subjetivas sanas basadas no en la necesidad de las
compensaciones, sino en la madurez psicoafectiva normal; de lo contrario,
éstas aflorarán y encajonarán el ser y el actuar en la búsqueda de satisfacer
todo aquello de lo cual se carece, especialmente la cuestión afectiva. Una
persona así, no puede ser alegre, porque las vivencias traumáticas archivadas
en el subconsciente determinarán su “modus vivendi” ensombrecido por esa
historia de necesidades, de tal manera que muchas veces hará no tanto lo que
quiere y debe, sino lo que está determinada a hacer de manera inconsciente.
Y esto es un grave problema que complica muchísimo la vida para la persona
misma y para los demás. Y más tarde, si se ordena, para la Iglesia.
Generalmente, un candidato al sacerdocio o un presbítero, si tienen alguno de
los problemas antes mencionados, serán afectivamente inseguros, ególatras,
cerrados en sus turbios y pequeños mundos afectivos, lo cual incapacita para
un desgranar la vida a favor de los otros; porque necesitados del afecto que
desde su infancia debió de configurar su personalidad, pasarán por la vida
buscando quien les suministre ese amor que no tuvieron a su debido tiempo.
Es esta la razón por la que una personalidad así determinada, en vez de amar
a los demás con la intensidad del evangelio, buscará a toda costa quien le
ame a sí misma, y desplegará todas las argucias conscientes e inconscientes
para conseguir lo que no tiene, porque la peor desgracia que desde este
aspecto les pudo haber pasado, es no haber sido amados como lo necesitaron
a su debido tiempo. Un sacerdote así, más que amar a los otros se replegará
sobre sí mismo. Y el ministerio sacerdotal, así como la formación
seminarística, suponen un grado de madurez afectiva en donde estas
carencias estén superadas de manera evidente.
2. Cfr., Basti, G., Diccionario de Psicología sexual, Herder, Barcelona, 1972, págs. 133-134.
3. Catecismo de la Iglesia Católica, Núms. 2352 y 2357-2359.
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Un ministro con una personalidad patológicamente necesitada de afecto que
no ha sido atendida de manera profesional y en gran parte superada, se
dañará a sí mismo y dañará a la Iglesia, así como un ministro maduro
afectivamente hará mucho bien. Este último en vez de volcarse hacia sí mismo
para ser amado por otros, saldrá de sí para darse y consumirse con ardor
evangélico en favor de los necesitados como lo pide recurrentemente el Papa.
Un ministro narcisista y ególatra compensará sus deficiencias recurriendo
hasta a la autolatría, y entre otras cosas, cultivará el culto de su propia imagen
a costa de las ovejas, y puede unir a su pobre status existencial varias de las
típicas dependencias psicológicas de los clérigos, como son el dinero, el
alcohol y los afectos desordenados, a veces vividos en la penumbra,
precisamente por inconfesables y tortuosos. Para ello el Papa recomienda
abrir los ojos.
2.- Ministros: = hombres orantes. (Estar con Él).
El día 22 de enero de este año, en su clásica misa en la casa Santa Marta,
decía el Papa en la homilía que “El primer deber del obispo es estar con
Jesús”, y añadía de manera incisiva: “El primer deber del obispo no es hacer
planes pastorales… ¡no, no! Rezar, éste es el primer deber. El segundo es ser
testigo, es decir, predicar”. Nosotros no somos obispos, quizá alguno lo
pretenda, pero somos ministros y ustedes aspiran al sacerdocio ministerial. En
esta perspectiva vale la pena detenernos un poquito, porque no podemos ser
llamados al sacerdocio para predicar y para testificar, desconociendo a Aquel
a quien se supone amamos y de quien debemos ser testigos con la vida y la
predicación. Entonces, nosotros también tenemos como primer deber el
mismo que tienen los obispos y que el Papa enuncia de una manera
sencillísima pero profunda: “Estar con Él”. Este estar, debe entenderse
entonces como “existir, hallarse permanentemente una cosa en un lugar o
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circunstancia” 4. Es decir, el verbo que usa el Papa está en modo infinitivo, no
expresa tiempo ni persona concretos, sino que se refiere a un modo de ser,
más que a una conjugación gramatical. Estar entonces con Jesús, es darse en
primer lugar a Él, conocerlo desde una relación de amor personal, profunda y
comprometedora. Se trata de estar con Él porque se le ama, admira, adora, en
ese desmenuzar la existencia sin límite de tiempo. Es hacer del amor nuestro
ejercicio, como decía S. Juan de la Cruz 5.
“Estar”: de alguna manera nos remite a ese acontecer de la existencia que se
sabe recibida, sostenida y llamada. Estar con Jesús es hacerlo dueño de
nuestra vida, es hacer de su presencia nuestra felicidad, nuestro objetivo
constante sin disminución de intereses ni de atractivos. Estar con Él, es como
el clásico estribillo de los enamorados que al estar con, son eso que al estar
con el que están, se asemejan a aquel con quien los une la preposición por
haber consumido el tiempo estando. Si, derramando el ser de uno en el
corazón del otro y viceversa. Es decir, derramando la existencia el corazón
amante, en la herida del corazón conocido del amado, los dos, en un hontanar
donde el dar fructifica en recibir. Estar con Jesús no es estar con ningún otro
existente sino con Aquel de quien depende la existencia misma. Estar con Él
es dejarse arrebatar por el asombro de haber sido llamados, y en la llamada
enaltecidos.
Estar con Él es la actitud de quien encuentra en Aquel con quien se está, la
felicidad sin musitar palabra. Sólo en el acontecer del amor, primero venido a
lo divino, y después, ofreciéndolo a lo humano. En última instancia, esto, este
4. AAVV., Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado, Reader’s Digest, Tomo IV, voz: estar;
México, 1988, pág. 1380.
5. Juan de la Cruz, Cántico espiritual, canción 28. En: Obras completas, a cargo de
Maximiliano Herráiz, Sígueme, Salamanca, Esp., 1992, págs. 710-711.
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sólo estar, es una forma de oración que fácilmente conduce a la adoración
extática a la que el amor conduce con su sólo torrente. Estar con Él es entrar
en el abismo sonoro del silencio donde su sola presencia inunda con la
armonía del amor que se convierte en gozo. A este tipo de oración nos invita el
Papa, haciendo, pues, que los ministros, seamos hombres verdaderamente
orantes, pues la raíz de la oración no puede ser otra cosa que el amor, con el
cual podemos aderezar los salmos con los que entretejemos el actuar del día
y con los que descansamos al comenzar la noche. A esta experiencia nos
remitiría el típico “contemplativo en la acción” de San Ignacio, tan claramente
vivido en la forma de ser del Papa. Resumiendo, pues: estar con Él, como dice
el Papa que es nuestro primer deber, es ser hombres de oración sin límite de
tiempo.
3.- Ministros: = Pastores con olor de ovejas.
El 28 de marzo, Jueves Santo del 2013, en su primera misa como Sumo
Pontífice de la Iglesia Universal, en una homilía ya célebre de la Misa Crismal,
el Papa desconcertó al mundo por su sencillez evangélica, cuando hablando
en una hermosa meditación sobre la unción sacerdotal dijo a los sacerdotes:
“… -esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez
de ser pastores en medio al propio rebaño” 6.
Lejos de los academismos y altos vuelos teológicos, el nuevo Papa sintetizaba
en una metáfora bucólica el mensaje del Evangelio. “…El que entra por la
puerta es pastor de las ovejas. (…) y las ovejas escuchan su voz; y a sus
ovejas las llama a cada una por su nombre y las saca fuera. Cuando las ha
6. Papa Francisco, Homilía del Jueves Santo en la Misa Crismal, 28 de marzo de 2013.
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sacado, va delante de ellas, y sus ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la
voz de los extraños”.7
Este trocito del Evangelio de san Juan, sin pretender hacer exégesis
complicadas, lo primero que nos pone a la vista es un conocimiento familiar de
las ovejas, una relación de cercanía que como dirían los existencialistas pone
de frente al yo con el tú. Es una convivencia íntima entre el pastor y las ovejas.
Conocer el nombre de cada una es signo de la personalización que extrae del
anonimato homologante para darle el lugar que le corresponde en un corazón
que ejerce sobre ella un profundo conocimiento. El conocimiento, como
sabemos, en la Sagrada Escritura no es tanto una experiencia que procede de
una actividad puramente intelectual, sino una vivencia profunda e íntima que
se tiene con una presencia envolvente, que ennoblece y dignifica. Conocer es
ir al fondo del ser, entrar en él y vivir su misterio con asombro extático.
El trocito anterior del Evangelio nos hace ver esa cercanía del pastor con las
ovejas, esa convivencia a lo largo de los días que deja huella tanto en ellas
como en él. Si las ovejas escuchan su voz es porque Él les habla, y si
conocen esta voz es porque saben descubrir en ella lo que el pastor es. Si lo
siguen es porque saben que las conduce a los pastos que alimentan y no a las
plantas que envenenan, a las aguas que refrescan y no a desfiladeros que
asfixian. El pastor conduce, pues, a la vida, a la seguridad y al descanso. Es
sorprendente lo que el Papa nos pide de manera explícita: “ser pastores con
olor de ovejas”.
7. Evangelio de San Juan, 10, 2-5.
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Desde el tiempo del arte paleocristiano la figura del buen pastor se ha hecho
paradigmática para comprender lo que Jesús es, cuando en una de sus
autodefiniciones dice de sí mismo: “Yo soy el buen Pastor” 8. Y dice por qué.
Los artistas de las catacumbas llevaron a las paredes de estos túneles
obscuros la esencia teológica de una figura como la que Jesús aduce, dando
desde ese entonces, una importancia capital a la imagen que, por su denso
contenido teológico, se convertía en clave para los primeros cristianos, que
identificaban a Cristo como aquel que lleva sobre sus hombros al perdido, al
enfermo, al pecador, es decir a la oveja que, además de negra, está
descarriada.
En el arte paleocristiano el pastor es un hombre simple, rudo, fuerte, con los
ojos bien abiertos y con los hombros amplios, capaces de soportar cargas muy
significativas. La oveja puesta sobre éstos, es tomada con sumo cuidado, y
hay algunas imágenes donde el hocico del animal casi rosa el rostro del pastor
que carga. Es el pastor cuyos hombros se dejan ensuciar por la tierra donde
ha caminado la oveja, donde ha pasado las noches amamantando a las crías;
es la oveja que con sus sudores mancha la nuca del pastor, porque al llevarla
así se posibilita un contacto de piel contra piel y de sudor contra sudor. La
oveja lleva no sólo el olor de los pastos idílicos o de la majada tibia; lleva
también el de sus propios excrementos y hasta aquella transpiración que en
sus épocas de celo pierde la mansedumbre y se convierte en furor.
El pastor lleva el olor de las hierbas donde las ovejas pastan, y aparejado a él,
la salmuera de sus lágrimas. Lleva también el olor de su transpiración que se
confunde con la transpiración del pastor mismo, precisamente porque el pastor
está con ellas; y esto es curioso, pues el olor de las ovejas se adhiere al del
pastor solamente cuando el pastor está largo tiempo con el rebaño amado, ya
que el olor no se pega al saltar una cerca, al deslizar una mirada y salir, sino
que el olor se pega cuando el pastor vive precisamente allí: ¡Con ellas! Y este
“estar” con el rebaño que transmite el olor de la oveja es el mismo “estar” que
el Papa nos pide ante el Señor. ¿Es entonces un “estar” con las ovejas
equivalente al “estar” con el Supremo Pastor? Sin temor a equivocarnos
podemos decir que sí, porque si estamos en ese “estar” sin límite de tiempo,
entonces el Pastor se identifica con sus propias ovejas. “En verdad os digo
que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo
hicisteis” 9. El pastor que tiene olor de oveja es porque ha estado con ella,
existiendo con ella y para ella, hallando en ella la presencia de quien le llamó a
ejercer la tarea de pastorear.
Si el pastor tiene el olor de sus ovejas es porque el olor se le ha pegado a los
poros al rozar su piel, al curar sus heridas, al atender su alimentación, su
cobijo y bienestar. Todos los que provenimos del campo sabemos a qué cosa
huele un rancho. Cuando uno toca los animales por cualquier razón queda en
el tacto un aroma de cercanía, en el que predomina, por supuesto, lo que el
animal es. Y hay veces en que el pastor debe asistir a las ovejas en el
momento de parir, humedeciendo sus manos y sus brazos con aquellos
líquidos que envolvieron las crías recién traídas al mundo. Y este es uno de
los mayores gestos del pastor en las necesidades supremas de su oveja:
¡Facilitar la vida! Un pastor que huele a ovejas lleva las huellas de los
barrancos en donde se han perdido, y las huellas de los espinos que le
rasgaron la piel, cuyo tacto del pastor sabe curar con cuidado y con
delicadeza, poniendo en ello la ternura del samaritano bueno.
9. Evangelio de San Mateo, 25, 40.
8. Evangelio de San Juan, 10, 11. 14.
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Sabe entender cuándo el balido del cordero es una queja, o bien cuándo lleva
la tesitura de un gemido que pide a sollozos un pedacito de consolación. Sabe
interpretar la garganta de la oveja de tal manera que sabe lo que quiere no
sólo cuando grita, sino sobre todo cuando calla. El olor de la oveja puede
definir en el pastor la dedicación para con el rebaño, porque el olor también se
transmite cuando se acaricia sosegadamente dejando en el tacto el testimonio
de haber sido tocados con amor y con nobleza de alma. Ser pastores con olor
de ovejas; en otras palabras, es la identificación del pastor con su rebaño, es
el llevar en los poros la presencia de la oveja con que marca nuestra piel. Y
así, poder un día dejar que el olfato de Dios perciba en nuestra carne el olor
de sus ovejas, y no tanto lo que hemos sido para nosotros mismos sino lo que
hemos sido como pastores, especialmente con esas ovejas enfermas y
errabundas, dóciles o montaraces, o también con aquellas que, sosegadas en
la sombra, nos hablan de la paciencia y de la espera. Al fin de cuentas Jesús
resucitado es el Supremo Pastor con el más perfecto olor de sus ovejas, ése
que ya no se podrá quitar porque se le adhirió a la piel a través de nuestra
propia carne, esa carne con la que nos redimió y nos alcanzó la gloria.
4.- Ministros: = Misericordiosos como el Padre.
Para entender los adjetivos calificativos, ayudan sin duda los diccionarios y las
etimologías. Pero, para comprender ciertas realidades debemos dejarnos
inundar por ellas. Podemos conocer de memoria lo que la misericordia es, así
como conocemos la definición de las palomas, pero quizá no hayamos tenido
experiencias profundas siendo nosotros verdaderamente misericordiosos. A
raíz del magisterio del Papa se ha escrito considerablemente sobre la
misericordia, cuyo significado último es, como sabemos, un amor entrañable,
nacido de lo más hondo y exquisito del ser, que abre el propio corazón para
darlo a quien lo necesita, sólo movido por un amor sin barreras ni límites. Si
este Ser es Dios, podemos imaginar qué calibre tendrá su misericordia.
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Nosotros no podemos tratar aquí en detalle lo que es, sino tan sólo ver un
poquito la exigencia del Papa porque seamos nosotros misericordiosos.
Para ello sólo quiero invitarlos a considerar, aunque sea de lejos, las dos
parábolas más emblemáticas de la misericordia, para encontrar los rasgos de
un ministro misericordioso: la parábola del Buen Samaritano y la parábola del
Hijo Pródigo 10. ¿Qué perfil tiene el samaritano que bajaba de Jerusalén a
Jericó, qué hace ante el hombre medio desnudo que encuentra en el camino,
cual es la resonancia que el sufrimiento del hombre caído tiene en el corazón
del viajero? ¿Hasta dónde éste se compromete con el desconocido, al grado
de no evadirlo ignorándolo, abrazarlo y subirlo a su cabalgadura? ¿Por qué
llevarlo a la posada, pagar por él y comprometerse a saldar lo que haya
habido que pagar en su ausencia? ¿Qué cosa lo movió para pasar una noche
sin dormir, allí junto al desvencijado viajero, que yendo solo por el camino fue
asaltado recibiendo una paliza brutal, al grado de dejarlo medio desnudo y
casi muerto? ¿De dónde le vino a este samaritano el ímpetu de ayudar, de
detenerse, de perder una noche escuchando los quejidos del resquebrajado?
Y sin pensar mucho, la respuesta es extremadamente simple. Todo lo que
hizo, le vino del corazón. “Míser, cor, dare” 11, son las palabras latinas en
donde se acuña nuestro término misericordia, dar el corazón al mísero. Pero,
para dar algo, necesitamos primero ser dueños de lo que damos. Porque,
como bien sabemos, nadie da lo que no tiene. ¿Cómo podemos ser dueños de
nuestro propio corazón para poderlo dar?
10. Evangelio de San Lucas, 10, 30-37 y 15, 11-32, respectivamente.
11. Blánquez Fraile, Agustín; Diccionario Latino-Español, Ed. Sopena, Barcelona, 1961;
Tomo I, Voces: cor-cordis, pág. 482; dare, (de: Do, das, dare, dedi, dátum), pág. 596. Y
míser, míserum; Tomo II, pág. 1054.
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Al samaritano no le importó llegar un día después a su cita, quedar mal con
quienes le esperaban, quedarse sin los denarios que pagó al posadero, no
pegar los párpados toda una noche acompañando los descalabros de un
desconocido, no le importó pasar una vigilia gris, sólo con la luz mortecina de
una lamparilla de aceite con que miraba los despojos de su prójimo. Pero por
sobre de esta fenomenología simplísima, ya el viajero había entrado en
comunión entitativa con el desventurado. Tenía el samaritano un corazón
vulnerable ante el sufrimiento ajeno, ¡Era misericordioso! El agredido estaba
en las periferias del ser, el núcleo del abolengo brillaba por su ausencia, sólo
era un hombre sufriente, pero ahora… ¡cobijado, más que con un manto para
el frío, con el propio corazón de aquel desconocido viandante!
realidad de nuestra unción siendo misericordiosos como el Padre, que abraza
y besa lleno de gozo al hijo un tiempo cínico y desvergonzado, fornicario y
derrochador, no sólo del patrimonio paterno sino de la propia esencia con
prostitutas y bebedores, llevando una vida disuelta en placeres efímeros. El
Padre no condiciona su amor. Corre trastabillando a recibir al ausente, al
muerto resucitado, al perdido encontrado, y acoge con la misma ternura al hijo
mayor, resentido y envidioso, taimado y calculador, que juzga ensoberbecido
al mendicante que llega. El ministro está obligado a mostrar las mismas
entrañas del Padre, sobre todo cuando, arrepentidos, llegan hasta él los
hombres que han encontrado su propia obscuridad, su traición, su pactar con
el pecado buscando la liberación e implorando la gracia.
Pero volvamos a la pregunta ¿Cómo podemos ser dueños de nuestro corazón
para poderlo dar? Y también aquí la respuesta es extremadamente simple:
¡Dejar a Dios que haga su papel de invasor, tomándolo como posesión suya!
Si Dios nos expropia el corazón, sólo entonces podemos ser su dueño. Sólo
podemos adueñarnos de él cuando lo hemos entregado sin remilgos, porque,
muchachos, el corazón se posee cuando se da. ¡Oh, extraña paradoja, que
raya en lo absurdo para nuestra cultura narcisista, ególatra y materialista,
encumbrada banalmente por los títulos y cargos!
Dice el Papa: “Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un
verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa.
Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca
de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la
misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor
divino que perdona y que salva. (…). Los confesores están llamados a abrazar
ese hijo arrepentido que vuelve a casa y manifestar la alegría por haberlo
encontrado. Nunca se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que
se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es
injusto y no tiene ningún sentido delante de la misericordia del Padre que no
conoce límites” 12.
En la parábola del Hijo pródigo encontramos el sublime parangón con que
estamos llamados a medir nuestra propia misericordia. El Padre del hijo
pródigo sólo tiene amor en las entrañas; no hay nada a su alrededor que no se
empape de este amor. La casa, los dos hijos, los criados, la túnica, las
sandalias y el anillo, y por si fuera poco la fiesta para recibir a un
despilfarrador, que desde el lodo de la ignominia pudo levantarse y buscar el
seno tibio de su padre. Y es precisamente esto lo que el Papa tiene en su
corazón como un estribillo recurrente, para invitar a los ministros a vivir la
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12. Papa Francisco, Misericordiae vultu”, Núm. 17; Buena Prensa, México, 2015, págs. 2122.
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Vale la pena recordar que el término latino “misericordia” connota una imagen
muy honda: el corazón. “Misericordioso” es el que tiene corazón ante la
desdicha, la miseria y el apremio del prójimo. El “corazón” designa aquí el
centro íntimo y fontal de la persona, la unidad al límite del ser, de donde brota
y se despliega todo cuanto es y hace el hombre. El “corazón” es la cifra del
hombre concreto, el venero de su hacer, de su actitud existencial básica.
Expresa la mentalidad y la sensibilidad de la persona: cómo opina, siente y
reacciona ante los demás, ante la vida y el ser del prójimo. “Misericordioso” es
el que abre el cogollo íntimo de su persona a la miseria y al dolor de otro y
realiza fielmente, con talante perseverante, esta apertura existencial.
El único rostro capaz de devolverles la alegría a los desvalidos y
menesterosos, a los despreciados y desposeídos, a los ladrones y las
prostitutas, a los sicarios y secuestradores, a los hipócritas y los necios, a los
leprosos y los que tienen sida, y a los pusilánimes como nosotros, que tantas
veces tememos arrojar las redes en su nombre.
El rostro, en definitiva, capaz de levantar la humanidad hundida, lastimada y
sangrante que gime en el abismo de sus propias miserias. ¡No es fácil la tarea!
Pero para ello hemos sido llamados y constituidos ministros de la misericordia.
“A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de
torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el
bien posible. (…) A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor
salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus
defectos y caídas” 13.
Es así como el Santo Padre nos invita, nos interpela, nos cuestiona a ser
ministros de la misericordia y la ternura, de manera especial en lo que él llama
las periferias, que no necesariamente son extensiones geográficas, sino más
bien realidades existenciales en las que el hombre, despeñado quizá, con
palizas brutales como la víctima socorrida por el samaritano, nos espera a
nosotros para hacer presente el amor de Dios, en “Jesucristo (que) es el rostro
de la misericordia del Padre” 14.
13. Papa Francisco, Evangelii gaudium, Núm. 44, Buena Prensa, México, 2014, págs. 38-39.
14. Papa Francisco, Misericordiae vultus”, Núm. 1; Buena Prensa, México, 2015, pág. 3.
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ÁREA DE FORMACIÓN PASTORAL
EL EXORCISTA MINISTRO DE MISERICORDIA
+Mons. Adolfo Miguel Castaño Fonseca
Obispo Auxiliar de México
III Vicaría
1. ¿Qué es exorcismo?
Desde el punto de vista etimológico, “exorcismo” y “exorcista” provienen del
griego exorkismoς (exorkismós) y exorkisthς (exorkistés) respectivamente.
Ambos derivan del verbo exorkizw (exorkízo) cuyo significado más literal es
“hacer jurar”, pero también “conjurar”. Este último es el significado que ha
ganado preponderancia en el uso de los términos.
60 www.centrologos.org
Pasando al ámbito específico de la fe católica, los exorcismos pertenecen a la
categoría de los llamados “sacramentales”, es decir, los signos sagrados con
los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos
sobre todo espirituales, obtenidos por intercesión de la Iglesia… Santifican
diversas circunstancias de la vida (Catecismo de la Iglesia Católica 1667).
El mismo Catecismo de la Iglesia Católica dedica un breve espacio para
hablar del “sacramental”, llamado exorcismo. En el número 1673 explica el
sentido, significado y alcance del mismo:
Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo,
que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno
y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1,
25s), de él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. (cf. Mc 3,15; 6,7.13;
16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del
Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un obispo o un
sacerdote con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con
prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El
exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco
gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy
distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado
pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de
celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de
una enfermedad (cf. CIC can. 1172).
De lo señalado por el Catecismo y por el Código de Derecho Canónico, es
importante considerar algunos aspectos.
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2. La misión de Jesús: liberar del mal, del pecado y del Demonio
Antes que nada, es preciso partir de la misión de Jesucristo, tal como es
expresada por san Pedro, en el discurso en casa del centurión Cornelio: “Dios
ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el
bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el Diablo, porque Dios
estaba con él”. (Hech 10,38). La misión de liberar a los oprimidos por el Diablo
es también parte de la misión que el Señor confía a sus discípulos (Mc 3,13;
Mt 10,1; Lc 6,13), pero es preciso establecer algunas puntualizaciones.
Hay que enfatizar que Jesucristo es el vencedor y rescatador (“redentor”) de
todo tipo de mal, es decir de todo aquello que intenta oponerse al reino o
reinado de Dios. Su misión es llevar a plenitud el plan de salvación del Padre y
a los seres humanos a la plena comunión con Él. Por eso, su predicación está
centrada en el reinado de Dios: Dios es el único Soberano, a quien hay que
reconocer como único Señor y ponerlo en el centro de la vida. Nadie puede
usurpar esta soberanía divina absoluta. Así, la misión salvadora de Cristo
implica la victoria sobre el pecado y todo lo que se opone a la soberanía de
Dios. Por eso afronta y vence al mal y al espíritu que lo personifica (Satanás,
Demonio, Diablo, Príncipe de este mundo…). El relato de las tentaciones (Mc
1,12-13, que Mt 4,1-11 y Lc 4,1-13 desarrollan e ilustran) es un ejemplo
paradigmático de esta victoria del Señor, la cual tipificará todo su ministerio.
De esa misma manera, Jesús afronta y vence todo mal que aqueja a la
humanidad. Así queda claro que ningún poder o fuerza (pecado, enfermedad,
muerte, espíritu impuro) tiene superioridad sobre el Mesías de Dios. Tal es el
sentido de los episodios en que entran en escena posesos: el endemoniado
de la sinagoga (Mc 11,23-27), el de Gerasa (Mc 5,1-20), el endemoniado
mudo (Mt 12,22), etc.
62 www.centrologos.org
La expulsión de los demonios (por posesión, enfermedad o sometimiento de
poderes de la naturaleza) es una prueba clara y contundente de que el reino o
reinado de Dios ha llegado y está presente en la vida de los seres humanos
(Mt 12,25-28). Al enfrentar y vencer el mal, Jesús muestra su poder sobre toda
expresión del mismo, pero también al mismo tiempo muestra así su infinita
misericordia para con aquellos oprimidos por el mal y por quien lo representa y
personifica, el Demonio.
3. Los discípulos, continuadores de la misión de Jesús
Jesús comparte su misión con aquellos que ha elegido y les da potestad para
curar enfermedades y liberar a los oprimidos por cualquier tipo de mal (Mc
3,13; Mt 10,1; Lc 6,13). En adelante los exorcismos se efectuarán en nombre
del mismo Jesús (Mc 9,38-39; Mt 7,22). Él mismo, al enviar a sus discípulos,
les comunica su poder sobre los demonios (Mc 6,7.13; Mt 10,1; Lc 9,1), pero
siempre en la misma línea de lo que hacía el Maestro: poner de manifiesto que
Dios es el único Señor y Soberano y no hay otro poder que se le pueda
equiparar y mucho menos usurpar.
En Hechos de los Apóstoles aparecen liberaciones de espíritus malos (8,7;
19,11-17). Sin embargo la lucha de los discípulos de Jesús contra los
demonios adopta también otras formas: contra la magia, las supersticiones
(Hch 13,8-12; 19,18-19) y contra las creencias en los espíritus adivinatorios
(Hch 16,16).
En otros pasajes del Nuevo Testamento, la lucha más fuerte es contra la
idolatría (Ap 9,20). Comer de la mesa de los ídolos es adorar a los demonios
(1 Cor 10,19-21): también lucha contra la falsa sabiduría (Sant 3,15), contra
todo tipo de doctrinas demoníacas, es decir las que en todo momento tratan
de engañar a los hombres (1 Tim 4,1) y contra todo lo que lleva a la mentira y
a servir a la Bestia (Ap 16,13).
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63
La Iglesia, por tanto, como su Señor y Mesías Jesús, está empeñada en la
fidelidad a Dios y a su Reino, luchando contra toda fuerza opositora y
conserva la esperanza fundamental: Satanás ha sido vencido y su poder ha
quedado limitado. El final de los tiempos verá su derrota definitiva y la de
todos sus cómplices. Pero mientras llegan los tiempos finales, la Iglesia
continúa la misión del Señor, seguir liberando a los oprimidos por el Demonio.
Esto es, sin lugar a dudas, una expresión fehaciente de la misericordia que la
Iglesia ejercita, en continuidad con su Señor Jesucristo.
4. El exorcismo en la tarea de la Iglesia
La Iglesia en todo tiempo ha recibido la misma misión de continuar luchando
contra todo lo que se opone al reinado de Dios. Es que la presencia y acción
del mal en el mundo no da tregua. Se manifiesta ante todo en el pecado, la
injusticia, la maldad, la perversión, la destrucción y en todos los signos de
muerte que amenazan y se oponen a la vida nueva que Jesucristo nos da.
a) El primer exorcismo, en el inicio de la vida cristiana: el bautismo
Es precisamente en esa amplia dinámica de lucha contra el mal y en favor del
reinado de Dios, donde se ubican los exorcismos. Por eso también, como
señala el Catecismo de la Iglesia Católica, el primer exorcismo tiene lugar en
el bautismo, que se denomina “exorcismo menor” o “exorcismo simple”. Este
exorcismo tiene lugar en el mismo rito bautismal, cuando se pronuncian las
palabras: “Dios todopoderoso y eterno, Tú enviaste a Jesucristo al mundo para
que nos liberara del espíritu del mal y nos hiciera pasar de las tinieblas al reino
admirable de tu luz; te pedimos, humildemente, que libres a… de la mancha
original y lo conviertas en templo de tu gloria a fin de que habite en él el
Espíritu Santo...”
64 www.centrologos.org
La razón de tal exorcismo es que en el bautismo, puerta de los sacramentos,
inicia el camino de la fe y de la vida cristiana, por lo que la liberación del mal
resulta necesario e imprescindible. En el exorcismo se invoca a Dios para que
libere del pecado original a la persona, de modo que pueda ser templo del
Espíritu Santo. Porque sólo quien es liberado del pecado y del Espíritu del mal
puede estar preparado para renacer a la nueva vida en Cristo y participar en el
reino de Dios. Quien administra el bautismo y efectúa este “exorcismo menor”
es, por tanto, ministro de la misericordia del Dios que libera y salva. Este
primer exorcismo inspira y acompaña la vida del bautizado para buscar la
soberanía de Dios contra el mal. La unción con el óleo de los catecúmenos
simboliza también la fuerza que Dios otorga para luchar contra todo lo que se
opone a su reino.
b) El exorcismo solemne: liberación de la posesión diabólica
Por cuanto respecta al llamado exorcismo solemne, son en realidad pocos los
casos en que éste se amerita realmente. Esta es la razón por la cual el canon
1172 establece: “Sin licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar, nadie
puede realizar legítimamente exorcismos sobre los posesos. Y añade: El
Ordinario concederá esta licencia solamente a un presbítero piadoso, docto,
prudente y con integridad de vida”.
El canon 1172 restringe el ejercicio del exorcismo solemne, en virtud de lo
delicado del mismo y pide que el exorcista tenga las cualidades pertinentes
porque es imprescindible un prudente y sabio discernimiento.
Ya desde los tiempos del Nuevo Testamento, muchas veces se equipara la
enfermedad a la posesión diabólica (Mt 17,15.18), de manera que
indistintamente se dice que Jesús cura a los posesos o que expulsa a los
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demonios. Sin poner en duda casos de auténtica posesión diabólica (como Mc
1,23-28 y quizás también 5,1-20) en la antigüedad se solía atribuir
directamente a los demonios fenómenos que hoy competen a la neurología y a
la siquiatría. Sobre todo es importante subrayar que para entonces toda
enfermedad o dolencia era signo del poder de Satanás sobre los humanos,
como aparece en Lc 13,10-13. Tal vez sea el caso de María Magdalena, de la
que Jesús “había expulsado siete demonios” (Lc 8,2), donde posiblemente se
refiere a la curación de las muchas enfermedades que padecía dicha mujer.
Por lo tanto, es fundamental e imprescindible la correcta atención pastoral e
integral a las personas. Cuando alguien cree estar influenciado o de plano
poseído por el Demonio, suele vivir una realidad muy dolorosa y lacerante, lo
que es causa de sufrimientos no sólo para sí mismo, sino que afecta a muchas
otras personas, empezando por la propia familia. De ahí que sea insoslayable
el discernimiento adecuado y el acompañamiento preciso, de modo que la
persona logre experimentar la cercanía y la misericordia de Dios, incluso en la
mayoría de los casos, en los que puede haber explicación científica.
Por eso hay que tomar en serio lo que dice Catecismo de la Iglesia Católica:
“Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo
cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse,
antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y
no de una enfermedad” (1673).
El Santo Padre nos dice: La misericordia siempre será más grande que
cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona
(MV 3). Y recuerda que Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de
ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se cansa
de tender la mano. (MV 19).
La misiericordia exige atención pastoral integral a las personas afectadas por
algún mal, se trate o no una posesión diabólica propiamente dicha. Es
indispensable ayudar, hasta donde se pueda, a la reconstrucción integral de la
persona. El discernimiento de cada caso y el acompañamiento adecuado son
imprescindibles si de verdad queremos ser ministros de misericordia.
+Adolfo Miguel Castaño Fonseca
Obispo Auxiliar de México
Conclusión
En cualquiera de los casos mencionados, todos los que ejercen un ministerio
de lucha contra el pecado y el mal, lo que incluye desde luego a los exorcistas,
pero no sólo a ellos, colaboran en la misión de Jesús que pasó haciendo el
bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el Diablo (Hech 10,38).
Estos ministerios no se pueden entender sino desde el ejercicio de la
misericordia infinita del Señor que ama, por eso libera del mal y busca
restaurar integralmente a las personas en su dignidad.
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ÁREA DE FORMACIÓN PASTORAL
DÉCIMO MANDAMIENTO DE LA
PREDICACIÓN SAGRADA
“SACA DE LOS NICHOS A LOS SANTOS
Y HAZLOS CAMINAR POR NUESTRO MUNDO, TERMINANDO CADA
PREDICACIÓN CON LA VIRGEN, MODELO EN TODO”
P. Antonio Rivero, L.C.
Doctor en Teología espiritual
Licenciado en Filosofía y en Humanidades clásicas
Debemos sacar con frecuencia en las predicaciones aspectos y virtudes
de los santos. Los santos son hermanos nuestros que ya consiguieron lo que
nosotros, con tanto empeño, estamos buscando: la santidad de vida. Ellos nos
dan ejemplo y nos dicen qué aspectos hay que practicar para agradar a Dios,
crecer en las virtudes y alcanzar la salvación eterna, que es la gracia de las
gracias. ¡Cuánto edifican las anécdotas de los santos!
Por eso una de las cosas que no debería faltar en nuestro estante de libros es
una biografía de santos, de algún santo. Y leer cada día una página. ¡Cuánto
edifican nuestros hermanos, los santos!
Una anécdota de ellos vale más que mil explicaciones nuestras. Las
“palabras vuelan, pero los ejemplos arrastran”, decían los clásicos.
Cuando prediquemos a niños y adolescentes, no deberíamos olvidarnos de
san Tarsicio, de santo Domingo Savio, san Luis María Gonzaga, Jacinta y
Francisco videntes de Fátima, santa Laura Vicuña, santa María Goretti, etc.
Cuando prediquemos a jóvenes es obligado hablar de san Agustín de Hipona,
san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Inés, santa Teresa de
Jesús, santa Teresita de Jesús, san Juan Diego, santo Tomás Moro, santa
Gianna Beretti, san Juan Pablo II, etc.
Y mil santos más o en proceso de canonización: el rey Balduino de Bélgica y
su esposa Fabiola, la niña Alexia González-Barros, etc.
¿Quién mejor que ellos que ya consiguieron lo que todos buscamos: llegar al
cielo?
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Hay que sacarlos de los nichos de las iglesias, quitarles las telarañas y
hacerlos caminar alegres por nuestros caminos, por nuestras plazas, por
nuestras ciudades. Ellos siguen siendo actuales. No pasan nunca de moda.
Las predicaciones con ejemplos de santos tocan mucho más el corazón y
dejarán un anhelo de imitarles en quien nos escucha. ¡Haz la prueba!
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¡Ah!, y no termines una predicación sin invocar la protección de la Virgen
Santísima, pues Ella es modelo de todas las virtudes. Modelo de esto fue san
Juan Pablo II, fiel devoto de María.
Escuchemos ahora una de las meditaciones que dio el cardenal
Van Thuan en los ejercicios espirituales al Papa y a la curia el año 2000. Noten
la originalidad y novedad al hablar de Cristo, la expresividad a base de
anécdotas de su vida. Y saca del nicho a santa Faustina Kowalska. Se titula la
meditación: los defectos de Jesús. Un poco atrevido, ¿no creen? Trascribo
sólo unas líneas.
LOS DEFECTOS DE JESÚS
Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz.
Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los
trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad,
perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me
alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a Dios,
incorregibles.
Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida he
pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de
Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que
Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi
corazón».
En la prisión, mis compañeros que no son católicos quieren comprender «las
razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena
intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas,
para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial!». Por su parte,
mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es
una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora?»…
Y nosotros hemos creído en el amor
Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor
(cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no
calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.
Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un
amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a la
locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.
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ÁREA DE FORMACIÓN PASTORAL
LA PASTORAL CASTRENSE
José Leonardo García Martínez
Pbro. Rector
Rectoría “Cristo de la Paz”
La Pastoral militar es autónoma en cada Diócesis y es la responsable de
atender las necesidades de sus miembros. La Religión en la persona es un
derecho que se debe respetar y son muchos en las fuerzas armadas que
profesan la Religión Católica. La Comisión de la comunión inter-eclesial
organiza una vez al año el Encuentro de Pastoral Militar para poder vivir la
Comunión en México con los sacerdotes que están al servicio de las fuerzas
armadas. La Pastoral Militar tiene como objetivo llevar la Buena Nueva al
corazón de todos los hombres que profesan la religión católica y ayudarlos a
vivir su fe en cada una de sus circunstancias. “Dios quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4).
En México la Pastoral Militar no es reconocida, ya que el Estado, siendo laico,
éste y la Iglesia están separados. Sin embargo, la Iglesia, un poco ‘desde
fuera’ está al pendiente de los militares y sus familias, y cada día se busca la
mejor manera de atender a sus necesidades. El camino de la Iglesia es el
hombre en cada una de sus circunstancias, por lo que no puede ignorar a los
militares y sus familias; por el contrario, se esfuerza constantemente por
responder de la mejor manera. Cuantas veces los militares y sus familias
necesiten de nuestra atención, estamos más que dispuestos y gustosos de
ayudarlos. El responsable de la Pastoral Castrense de parte del Episcopado
es Mons. Miguel Angel Alba Díaz, Obispo de la Paz, Baja California Sur.
URGENCIA Y NECESIDAD.
La Pastoral Militar es una actividad que está contemplada en el Programa de
la Conferencia del Episcopado Mexicano, por lo que ha buscado establecer
capellanías en las cercanías de las distintas zonas militares para poder
atender de cerca a los más de 400.000 militares extendidos por todo México.
Actualmente existen en México alrededor de 20 capellanías militares donde se
atienden a las familias militares y sus necesidades espirituales.
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FRUTOS.
Estoy trabajando en la Rectoría “Cristo de la Paz”, ubicada en Legaria 861,
Col. Irrigación, Delegación Miguel Hidalgo, en la Ciudad de México,
perteneciente a la Vicaría II y Decanato II de la Arquidiócesis de México.
Colabora conmigo el P. Luis Enrique Calderón Arellano; tanto él como yo
estamos al servicio de las fuerzas armadas. Atendemos el Hospital Militar, el
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Velatorio Militar y la Prisión Militar. El P. Otto Galicia Soto, quien ahora se
encuentra en la Parroquia de San Isidro Labrador en la Colonia República
Social, sigue colaborando con nosotros en este servicio. Él estuvo trabajando
en esta Rectoría por más de 19 años y tiene un grande amor a la Milicia. La
Rectoría Cristo de la Paz fue edificada especialmente para atender a las
familias militares por mandato del Arzobispo Luis María Martínez en 1948,
quien puso la primera piedra de dicho templo. Actualmente el Cardenal
Norberto Rivera, actual Arzobispo Primado de México, ha estado apoyando
mucho la Pastoral en esta Rectoría. En la Rectoría se ofrece la Catequesis
sacramental para el Bautismo la Confirmación, la Primera Comunión, así como
los demás sacramentos. Se acompaña el trabajo de los ministros de la
Comunión y se tiene Adoración Eucarística los jueves y viernes. En cuanto al
campo específico de la evangelización, trabajamos con la Escuela de San
Andrés y actualmente estamos llevando las catequesis del grupo Alpha. La
Escuela de Pastoral trabaja los domingos con su formación, al igual que el
grupo de Catequistas, dado que los integrantes de la Escuela de Pastoral en
su mayoría son familias militares que viven su fe inmersos en las actividades
de la Rectoría.
Del 29 de Agosto al 2 de septiembre se llevará el Encuentro Nacional de
Pastoral Castrense en la Ciudad de Monterrey, mismo que tiene el fin de
fortalecer este apostolado.
En la Rectoría tenemos el siguiente lema: “Hombres y mujeres de fe al servicio
de la Patria”. Por ello aprovecho para agradecer a Dios la oportunidad de
servir a Cristo en la milicia.
Bibliografía:
-Curso Internacional de formación en derecho humanitario para capellanes militares
católicos, Ciudad del Vaticano, Roma 2003.
-Conferencia internacional de jefes de capellanes militares, Madrid 2010.
-Plan Pastoral Militar de la Arquidiócesis de México.
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ÁREA DE FORMACIÓN PASTORAL
Una pastoral de la familia y de la vida,
contra corriente
Gonzalo Miranda, L.C.
Profesor de bioética y teología moral
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma
reproducción artificial (n. 33), es decir, que en un documento dedicado a la
familia se habla ampliamente de la vida. No podía ser de otra manera. No
hacerlo, sería una omisión.
Familia y vida humana son dos realidades estrechamente conectadas, no se
da la una sin la otra; o mejor: No debería darse la una sin la otra. Por ello no
es extraño que existan en muchas diócesis, o a nivel de conferencias
episcopales, comisiones episcopales llamadas precisamente "Familia y vida".
Posiblemente, en la reforma de la Curia Romana planteada por el Papa
Francisco, esas dos realidades quedarán unificadas en un solo dicasterio.
Esta interconexión entre familia y vida nos invita a prestar una atención
especial, en el servicio de pastoral familiar, a los problemas que tienen que ver
con la apertura a la vida, con su acogida y respeto. Me parece significativo
que estos números estén situados en la tercera parte del documento,
dedicado a "la misión de la familia". Generar la vida, protegerla y promoverla
son integrantes esenciales de la naturaleza de la familia y de su misión.
Un binomio inseparable, contra corriente
La Relación Final del Sínodo de los obispos de 2015 dedica un capítulo al
tema "Familia, procreación y educación" (nn. 62-65). En él son mencionados
algunos de los temas clásicos de la disciplina llamada Bioética. Además de la
procreación y la apertura a la vida, se hacen consideraciones sobre la
regulación de la natalidad, el aborto, la esterilización, el ensañamiento
terapéutico y la eutanasia. Varios capítulos antes se había hablado ya de la
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Desgraciadamente, precisamente esos temas tan delicados y "vitales" en el
sentido más literal se encuentran hoy entre los más agredidos en nuestra
cultura y nuestra sociedad. La Relación sinodal lo expresa claramente cuando
dice que: "Está muy difundida la mentalidad que reduce la generación de la
vida al solo deseo individual o de pareja" (n. 62); o cuando menciona la
existencia de "una mentalidad a menudo hostil a la vida" (n. 63). Es importante
comprender que, efectivamente, que nos encontramos ante "una mentalidad",
es decir, una visión cultural muy difundida en muchos países, sobre todo de lo
que se suele llamar Occidente.
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En el servicio pastoral y en la tarea cultural son incontables los problemas que
reclaman nuestra atención y nuestra acción, pero en muchos lugares los
relacionados con la apertura a la vida y con el respeto de la vida humana nos
obligan de manera especial a "nadar contra corriente". Tenemos que afrontar
situaciones de pobreza e injusticia, de abandono y de ignorancia… Pero no
existen leyes que reconozcan como derecho la explotación del trabajador, o el
abuso de menores; sí existen, en cambio, leyes que declaran en muchos
países el derecho a poner fin a la vida de un ser humano inocente mientras se
encuentra en el seno de su madre. Derecho reconocido y hasta financiado a
veces por el Estado. Es legal también en muchos estados la producción,
congelación y destrucción de vidas humanas en estado embrionario. En
algunos lugares la ley aprueba que se cause voluntariamente la muerte de
quien sufre o se encuentra en estado terminal. Es enorme la presión que
algunas organizaciones nacionales e internacionales ejercen a través de los
medios de comunicación social, del influjo sobre los políticos, etc., para que
esas graves violaciones de los derechos humanos sean reconocidas como
expresión de esos derechos. Son también constantes las presiones para que
se difundan y hasta se impongan las prácticas de anticoncepción y
esterilización, sobre todo en los países en vías desarrollo.
Como Iglesia de Cristo no podemos mirar para otro lado y dejarnos llevar por
las corrientes de esas "mentalidades". Tampoco podemos dejar pasivamente
que las personas confiadas por Cristo a nuestro servicio pastoral sean
arrastradas por ellas.
Apertura a la vida
Una de esas "mentalidades" comentadas por la Relación es, como decíamos,
aquella "que reduce la generación de la vida al solo deseo individual o de
78 www.centrologos.org
pareja" (n. 62). En muchos ambientes sociales los matrimonios (y las así
llamadas "parejas de hecho") consideran como ideal procreativo conseguir "la
parejita", si es posible niño y niña. Para muchos incluso un solo hijo es más
que suficiente: ya han podido realizar su deseo de experimentar la paternidad
y la maternidad. En esos lugares las familias que tienen tres o más hijos son
vistas por muchos como retrógradas e irresponsables (se ha llegado a decir
que son culpables de contribuir al "calentamiento global").
Como dice el texto que estamos comentando, a esa mentalidad se une la
existencia de "factores de orden económico, cultural y educativo que ejercen
un peso a veces determinante, contribuyendo a la fuerte disminución de la
natalidad" (Ibid). Situaciones complejas de tipo social, económico, incluso
estructural (como el tamaño de las casas en las ciudades), etc., se unen a los
condicionamientos culturales y los retroalimentan. Se forma así una especie
de espiral descendente que lleva a que siga disminuyendo el número de los
niños que nacen en muchos países en los que se constata un grave "invierno
demográfico".
Por ello el texto elaborado en el Sínodo subraya que "la apertura a la vida es
una exigencia intrínseca del amor conyugal" (Ibid). Ya desde la comprensión
de la realidad meramente natural del matrimonio y la familia se puede
entender que la procreación de los hijos (y su educación) es un bien
constitutivo de esa unión. Lo recuerda claramente la Relación en páginas
anteriores, cuando afirma, recogiendo una expresión del Derecho Canónico,
que "el matrimonio es el ‘consorcio de toda la vida, ordenado por su misma
índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la
prole’ (CDC, can. 1055 - §1)" (n. 49). De ahí la "inseparabilidad" intrínseca
entre esos dos bienes propios del matrimonio, el unitivo y el procreativo (cfr.
nn. 49 y 50).
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Si además nos dejamos iluminar por la Sagrada Escritura comprendemos
todavía mejor que "el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la
transmisión de la vida están ordenados recíprocamente (cf. Gn 1,27-28)" (n.
63). La paternidad y maternidad son una verdadera participación en el amor
creador de Dios. Ese es el sentido más profundo y bello de la palabra "procrear". Si "la vida es don de Dios y misterio que nos transciende" (n. 64),
tenemos que reconocer que los esposos, a través de quienes el Señor da la
vida, cooperan de manera privilegiada en una realidad misteriosa y
trascendente. Nunca deberíamos "acostumbrarnos" a ese misterio de la vida
que brota del amor de los esposos. Y debemos ayudarles a ellos a seguir
"asombrándose" con agradecimiento ante el misterio de la confianza de Dios,
que deposita en ellos su plan de amor sobre la humanidad: "el Creador hizo al
hombre y la mujer partícipes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los
hizo instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la
humanidad a través de la transmisión de la vida humana" (n. 63).
La sabiduría infinita del Creador ha puesto en la naturaleza leyes,
mecanismos, instintos, fenómenos biológicos, etc., gracias a los cuales la vida
sigue multiplicándose sobre la tierra, en todas sus maravillosas expresiones.
De algún modo también las plantas y los animales colaboran con el Creador.
Pero al ser humano, creado a su imagen y semejanza - como hombre o mujer, el Señor le permite ser "partícipes de la obra de su creación… e instrumentos
de su amor" de manera consciente y libre; y por tanto, de manera
responsable. Los esposos que dan la vida a un hijo "responden" a una llamada
del Creador, a una verdadera "vocación".
Este es el sentido más hondo y más genuino del concepto de "paternidad
responsable" (y maternidad responsable). En ocasiones se tiende a reducirlo a
la regulación de la natalidad, para no tener más hijos de los que conviene.
80 www.centrologos.org
Reducirlo de ese modo es deformarlo. Ya el papa Pablo VI, en su encíclica
Humanae vitae (citada en el número 63 de la Relación), exponía la riqueza del
concepto (HV n. 10): paternidad responsable significa conocimiento y respeto
de las funciones biológicas; dominio de la razón y la voluntad sobre las
tendencias del instinto y las pasiones; decisión ponderada, según las
condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, de tener una familia
numerosa o de evitar un nuevo nacimiento, temporalmente o por tiempo
indeterminado; finalmente, y sobretodo, comporta una relación profunda con el
orden moral objetivo, establecido por Dios e interpretado con conciencia recta.
Por ello, la Relación recoge la enseñanza de la Gaudium et spes: "Los
cónyuges se abren a la vida formándose ‘un juicio recto, atendiendo tanto a su
propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir,
discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida tanto
materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la
comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia’ (GS, 50; cf.
VS, 54-64)" (n. 63). Y por lo mismo nos recuerda que "la elección responsable
de la paternidad presupone la formación de la conciencia" (Ibid). De hecho,
"en la medida que los esposos más traten de escuchar en su conciencia a
Dios y sus mandamientos (cf. Rm 2,15), y se hagan acompañar
espiritualmente, tanto más su decisión será íntimamente libre de un arbitrio
subjetivo y del acomodamiento a los modos de comportarse en su ambiente"
(Ibid).
En esa perspectiva de una paternidad verdaderamente responsable (y por
tanto en una "relación profunda con el orden moral objetivo") los padres
sinodales invitan a "promover el uso de los métodos basados en los ‘ritmos
naturales de fecundidad’" (Ibid). Podría no ser superfluo aclarar que, aunque
se hable de "ritmos naturales", no se trata necesariamente del así llamado
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"Método del ritmo" (o "Método Ognino-Knaus"), que tiene un bajo índice de
eficacia y no es utilizado por casi nadie hoy día. Existen métodos naturales
realmente eficaces (eficacia reconocida incluso por un estudio de la
Organización Mundial de la Salud en cinco países), como son el Método
Billings, el Método Creighton o el Método Sintotérmico.
hecho de que tienden a perder, en la conciencia colectiva, el carácter de
‘delito’ y a asumir paradójicamente el de ‘derecho’, hasta el punto de pretender
con ello un verdadero y propio reconocimiento legal por parte del Estado y la
sucesiva ejecución mediante la intervención gratuita de los mismos agentes
sanitarios (EV n. 11 — cursiva en el original).
Es significativo, finalmente, que la Relación haya querido expresar la gratitud
de la Iglesia hacia las familias "que acogen, educan, rodean de afecto, y
transmiten la fe a sus hijos, en modo particular a los más frágiles y con
discapacidad", con la convicción de que "la presencia de las familias
numerosas en la Iglesia es una bendición para la comunidad cristiana y para la
sociedad" (n. 62).
Los padres sinodales recogen la expresión tan típica del papa Francisco para
describir a nuestras sociedades, cuando habla de "cultura del ‘descarte’" (n.
64). La Relación menciona brevemente dos de las manifestaciones más
graves de esa "cultura de la muerte" o "cultura del descarte": el aborto y la
eutanasia. El texto reafirma el "carácter sagrado e inviolable de la vida
humana", aplicándolo al "drama del aborto" (Ibid); pero vale igualmente para
iluminar el drama de la eutanasia.
Respeto de la vida
La Relación menciona también, como decíamos, la existencia difundida de
"una mentalidad a menudo hostil a la vida" (n. 63). En nuestra cultura no sólo
se hace cada vez más estrecha la apertura a la vida; se difunde también una
mentalidad de rechazo y hasta hostilidad hacia ella.
A esa mentalidad se refería san Juan Pablo II cuando en numerosas
ocasiones denunció la "cultura de la muerte" (por ejemplo en su encíclica
Evangelium vitae). Precisamente ese humus cultural tan extendido ha hecho
posible que en los últimos 40 años se hayan multiplicado leyes, sentencias y
regulaciones a favor de prácticas homicidas en relación a los dos momentos
de mayor fragilidad del ser humano: su gestación y su fase final. Juan Pablo II
quiso llamar la atención de manera particular hacia "[…] otro género de
atentados, relativos a la vida naciente y terminal, que presentan caracteres
nuevos respecto al pasado y suscitan problemas de gravedad singular, por el
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Se trata de dos atentados contra la vida humana que se han ido difundiendo
en nuestras sociedades y configurando una "mentalidad". En efecto, podemos
hablar hoy también de una "cultura del aborto" y de una "cultura de la
eutanasia". Una mentalidad que echa sus raíces en el terreno de una visión
materialista y reductiva de la persona humana, que se ha ido plasmando con
los caracteres de una auténtica "ideología", y se concreta en la promulgación
de leyes que convierten esos comportamientos en derechos. Y esta situación
legal retroalimenta aquella ideología y socava ulteriormente la conciencia de la
dignidad universal las personas humanas.
Uno de los factores que más agravan esos comportamientos es que a menudo
participan en ellos los familiares, contradiciendo de ese modo la esencia
misma de la familia. La familia, en efecto, es y debe ser lugar de acogida, no
de descarte: "es tarea de la familia, sostenida por toda la sociedad, acoger la
vida naciente y hacerse cargo de su última fase" (Ibid).
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La familia es la comunidad humana por antonomasia. En el sentido de
comunidad formada por personas humanas que se unen y se aman y se
relacionan precisamente en cuanto personas y solamente en cuanto tales.
En otras uniones sociales el otro es considerado, vale, pertenece, no tanto en
cuanto persona, sino en cuanto persona que sabe hacer o producir. No por lo
que es, sino por lo que es capaz de hacer. Si no sabe jugar al fútbol no puede
pertenecer al equipo; o tiene que dejarlo si se rompe el menisco y ya no puede
seguir jugando. Si no sabe realizar un trabajo determinado, no se le admite en
la empresa, o se le despide. Si no invierte, no puede pertenecer al grupo de
socios, etc. Por eso comprendemos y aceptamos que un empleado pueda ser
substituido por otro más eficiente, o incluso por una máquina más productiva.
En la familia en cambio no se despide al que no es buen padre o buen
hermano. No se le retira a nadie el "carnet familiar" por haber perdido alguna
de sus facultades. En la familia no se sustituye a la madre por otra más joven
o más eficiente. No se cambia un hijo por otro más estudioso o más cariñoso.
Porque en la familia el otro cuenta por ser (por ser tú). Y se le acoge así como
es. En la familia el otro cuenta, y cuenta en cuanto persona. Y la persona no
puede ser substituida en cuanto persona.
Esta es una dimensión específica de la comunidad familiar. Y es una
dimensión esencial: no hay verdadera familia si no hay esta acogida
incondicional del otro así como es, y simplemente por ser él.
Precisamente por esto, la familia es una verdadera escuela de amor y por
tanto prepara en la capacidad de trascender la propia individualidad. Es en el
seno de la familia en cuanto tal donde cada persona aprende desde niño a
abrirse al otro, a los otros, a todos los demás en cuanto personas.
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La mentalidad abortista fomenta exactamente lo contrario: la propia madre
decide acabar con la vida del hijo que lleva en las entrañas, porque no lo
acepta. Lo rechaza, por la razón que sea. El hijo es indeseado, y por ello
mismo eliminado.
Podría parecer que la eutanasia – entendida como procurar voluntariamente la
muerte de otra persona por piedad hacia ella– es una expresión de compasión
y por tanto del amor interpersonal típico de la familia.
Sin embargo, si lo analizamos en profundidad, comprendemos que la
eutanasia es la negación de la verdadera compasión, la que nace y se funda
en el reconocimiento del otro en cuanto otro, que merece siempre ser amado y
respetado (incluso contra su misma petición de ser anulado).
Para entenderlo hay que tener presente que la petición de eutanasia es una
petición de anulación voluntaria de la propia existencia, del propio yo. No
existe "la vida" en cuanto algo que está separado del propio yo personal. Decir
que "mi vida no tiene sentido" es decir que "yo no tengo sentido". Por ello, una
persona que ante el dolor y la proximidad de la muerte pide que se acabe con
su vida, es una persona que sufre una tremenda derrota, una derrota
existencial. Si yo verdaderamente la quiero, intentaré ayudarla a vencer esa
última batalla de su vida. Si no lo logro, la respetaré igualmente, ofreciéndole
mi comprensión y cercanía. Pero no podré aceptar, si me lo pide, poner fin a
su existencia.
Decirle que sí sería decirle implícitamente: "Sí, tienes razón: tu vida no tiene
ya sentido, ya no tiene valor. Es decir, tú no vales ya. Estoy de acuerdo
contigo: es mejor que mueras, que dejes de existir".
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Al comentar esos dos graves problemas, aborto y eutanasia, la Relación
menciona la tarea de servicio, también concreto y práctico, desarrollada por la
Iglesia. Ella, además de afirmar continuamente el carácter sagrado e inviolable
de la vida humana, "se compromete concretamente a favor de ésta" (n. 64).
Por lo que se refiere al drama del aborto el texto menciona las actividades de
asesoramiento a las embarazadas, el apoyo a las madres solteras, la
asistencia a los niños abandonados y la cercanía hacia quienes han sufrido el
aborto. En relación con la eutanasia se recuerda la acción de la Iglesia cuando
se hace cargo de los ancianos, protege a las personas con discapacidad,
asiste a los enfermos terminales y consuela a los moribundos (además de
rechazar con firmeza la pena de muerte).
El respeto de la vida y su acogida generosa, lleva incluso a algunas familias a
un gesto de especial gratuidad, como es la "adopción de niños, huérfanos y
abandonados". A ella dedica la Relación todo el número 65. Tras ponderar la
belleza de este tipo de acogida, considerada incluso como "una forma
específica de apostolado familiar", los padres sinodales reclaman que se
alienten todas las iniciativas que faciliten los procedimientos de adopción, que
se frene el tráfico de niños, que se actúe favoreciendo el interés superior del
niño en los procesos de adopción y acogida, y que se dé el apoyo necesario
para que los pequeños pueden crecer en su familia natural.
Pastoral como servicio a la familia y a la vida
La iglesia entera, especialmente sus obispos y sacerdotes, se ponen al
servicio de la familia y de la vida con plena consciencia de la inseparable
relación que hay entre ambas. Una tarea apasionante y trascendente, que
nunca se podrá considerar concluida.
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Por una parte, una labor continúa en el ámbito de las ideas. Hemos hablado
de "mentalidades", de ideologías y de cultura. Como pastores de la Iglesia,
debemos "contrarrestar una mentalidad a menudo hostil a la vida" (n. 63) que
continúa difundiéndose como una mancha de aceite. En números anteriores,
la Relación afirmaba que "la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra
de verdad y de esperanza" (n. 33), proclamando la grandeza de la vida
humana desde la fe cristiana: "‘La vida humana es sagrada porque desde su
inicio comporta ‘la acción creadora de Dios’ y permanece siempre en una
especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida
desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede
atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente’
(Congregación de la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum vitae, 5; cf. Juan
Pablo II, Evangelium vitae, 53)" (Ibid).
En la realización de ese servicio pastoral, se nos recuerda "la necesidad de
divulgar siempre más los documentos del Magisterio de la Iglesia que
promueven la cultura de la vida" (n. 62). Los caminos y los instrumentos para
realizar esta labor son múltiples y diversos. Hay que recorrerlos y utilizarlos.
Por ejemplo, en los itinerarios de preparación al matrimonio. Encuentros y
cursos que incidan de verdad en las mentes y en las vidas de quienes se
preparan a formar un hogar en el que acoger y respetar la vida de los hijos
que Dios les conceda, en colaboración pro-creadora con Él. El texto indica
incluso, de manera muy concreta, que "la pastoral familiar debería tratar que
los especialistas católicos en materia biomédica participaran más" en esos
itinerarios y "en el acompañamiento de los cónyuges" (Ibid).
En ese acompañamiento diario, los pastores somos llamados a escuchar a las
personas (Ibid) para poder mejor ayudarlas, teniendo en cuenta que muchas
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veces encuentran dificultades serias contra la apertura y la acogida de la vida
y que las mentalidades contrarias ejercen un fuerte influjo sobre ellas. Sólo así
podremos "dar razón de la belleza y de la verdad de una apertura
incondicional a la vida, necesaria para que el amor humano sea vivido en
plenitud" (Ibid).
Es fundamental, igualmente, ayudar a los esposos y las familias a formar su
conciencia, de forma que puedan discernir y decidir con "un juicio recto" (n.
63). También la ayuda espiritual puede demostrarse fundamental para que
puedan abrirse generosamente al plan de Dios sobre su familia y acoger y
respetar la vida en todas las circunstancias, también cuando ello requiere de
una especial dosis de generosidad.
adecuada a los pequeños, en la cual se ofrece ayuda y acompañamiento en la
obra de educación de la prole (cooperación entre parroquias, padres y
familias)" (n. 63).
Ciertamente los breves números que hemos comentado no podían agotar toda
la problemática en torno al binomio familia y vida. Tampoco podían proponer
todas las acciones pastorales que la Iglesia puede y debe desarrollar a favor
de esas realidades confiadas por el Señor a su solicitud y responsabilidad. El
corazón pastoral de cada uno de los obispos y sacerdotes llevará a la
búsqueda de iniciativas e instrumentos con los cuales servir a las familias y a
la sociedad entera, contribuyendo así a "que en ella [la familia], Iglesia
doméstica, brille cada vez más Cristo, luz del mundo" (n. 94) y Señor de la
vida.
Los padres sinodales piden además que se promueva el uso de los métodos
naturales para la regulación de la fertilidad, haciendo ver que "‘estos métodos
respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen
la educación de una libertad auténtica’ (CIC, 2370)" (n. 63). Será necesario,
por tanto, que los pastores se esfuercen por conocerlos de manera suficiente
como para estimarlos y favorecer su difusión en los ambientes en los que
prestan su labor, sabiéndose valer también de especialistas en la materia.
Además de la dimensión cultural y de la tarea de acompañamiento diario, la
Iglesia y sus pastores son llamados a esforzarse también para favorecer
situaciones concretas que favorezcan la apertura y la acogida de la vida. En la
medida de lo posible, será necesario contrarrestar esos factores económicos,
culturales y educativos que contribuyen a la fuerte disminución de la natalidad
(cfr. n. 62). La Iglesia — nos recuerda la Relación —, cuenta con "numerosas
instituciones dedicadas a los niños" (n. 63). A través de ellas, y con otras
múltiples iniciativas y posibilidades, se debe favorecer "una atmósfera
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Predicador: Antonio Rivero, L.C.