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Humanismo con “diploma”
N
O en vano últimamente personalidades
tales Frei Betto han hecho hincapié en
la necesidad de que la universidad responda a las demandas del pueblo y que brinde una formación humanista, lo más integral
posible. El teólogo de la Liberación y ensayista se refería a esto en un congreso internacional sobre esa enseñanza efectuado en la despierta Cuba.
Y afirmamos que despierta por una razón
simple: como el orador, una reseña de cuya
conferencia magistral en el encuentro fue desplegada en el digital Cubadebate, en la Isla se
percibe, por contraste con su práctica que,
globalmente, “la realidad es que todas las disciplinas siguen el mismo objetivo estratégico:
formar mano de obra calificada para el mercado”, o sea que “hacemos una educación para
el mercado y no para que la gente sea feliz,
digna, solidaria. La universidad pasó a ser un
cuartel de entrenamiento de gente que va con
la cabeza hacia el sistema capitalista”.
Con ese fin está sucediendo, también a
nivel planetario, una singular doble proletarización, en el leal saber y entender del reputado economista Renán Vega Cantor, quien
asegura que los profesores han pasado, en
este caso para mal, a integrar la clase
denostada, a más de esquilmada, por los burgueses, y ensalzada por Marx como sujeto
de la revolución.
Para sostener su tesis, plantea que existen dos tendencias predominantes en el análisis de esa multiplicada “obrerización”. La
primera, nos informa, fue estudiada por Harry
Braverman, en la obra Trabajo y capital monopolista, publicada en 1974. Según este autor,
la búsqueda de ganancias por los empresarios
conduce a la“descualificación laboral”, con la
implementación de mecanismos de vigilancia que atañen tanto a la mano de obra de
la industria, como a la de “cuello blanco” en
las oficinas. “Esta descualificación busca aumentar la productividad, y reducir los costos
de producción, mediante el control directo
de los trabajadores. Debido a este énfasis
se le ha bautizado como la teoría del control
patronal”.
Braverman, amplía Cantor, estudió con detalle el taylorismo como el principal modelo
de organización capitalista, en el que se
COSAS DE HOY...
Por EDUARDO
MONTES DE OCA
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implementaron las formas más “sofisticadas” por intermedio de la introducción del
cronómetro y el registro de tiempos y movimientos. “Esto se inició en las fábricas de
los Estados Unidos, pero después continuó
en las oficinas y en los servicios, colonizando a las profesiones liberales, que quedaron
sujetas a la fragmentación productiva y al
control patronal”.
Aquí es donde entra la labor de los educadores. Aunque parezca un contrasentido, porque son portadores del conocimiento científico, les está pasando lo que a los proletarios,
que para Braverman devienen aherrojados
por la fragmentación de un proceso en múltiples operaciones simples, que se asignan
a individuos diferentes.
“Con esto se incrementa la división técnica
del trabajo, con tres mecanismos complementarios: separación de la concepción y ejecución
en el proceso productivo, como resultado de lo
cual el trabajador se limita a efectuar tareas
que la gerencia le impone; la descualificación significa una pérdida de conocimientos
y habilidades que le permitían al operario
planificar, comprender e intervenir en la producción; y se pierde el control sobre el propio
trabajo, que ahora queda en manos del capital
y sus gerentes, lo que dificulta la organización
y resistencia de los obreros”.
Algo que se extiende como un tsunami en
la medida en que se despliegan relaciones
de producción de la formación económicosocial de marras. Y se explaya hasta lo que
el investigador Charles Derber desarrolla en
Professionals as workers: mental labor in
advanced capitalism, libro salido a la luz en
1982 y también aludido por Vega, quien hace
notar que se diferencia entre la proletarización técnica y la ideológica.
“En la segunda, el asunto se centra en la
pérdida de control no sobre los procesos técnicos como tales, sino en los fines del trabajo […] Constituyen elementos de la
proletarización ideológica la capacidad de
decidir o definir el producto final del trabajo
de cada uno, su disposición en el mercado,
sus usos en la sociedad en general, y los
valores o política social de la organización
que compra la fuerza de trabajo”. En ese
caso, “los aspectos morales, sociales y tec16 de septiembre de 2016
nológicos son sutilmente situados fuera del
alcance del trabajador, así como este pierde el control de su producto y su relación
con la comunidad”.
Ahora, como norma, los afectados por la
proletarización ideológica no responden con
rebeliones directas o resistencia masiva, sino
que utilizan mecanismos defensivos o
acomodaticios, es decir, se pliegan a las transformaciones en marcha, con vistas a proteger sus intereses.
Al respecto existen dos variantes: la desensibilización ideológica, que supone no reconocer que “el área en que se ha perdido el control
tenga algún valor o importancia”, con lo cual se
abandona cualquier compromiso con los usos y
fines sociales de su trabajo. “En otras palabras,
se niega el contexto ideológico del empleo, puesto que no se enfatiza en su dimensión moral y
social, sino que se aceptan los criterios técnicos
que se implantan desde afuera; la segunda forma es la cooptación ideológica, con la que se
redefinen los fines y objetivos morales de una
profesión para que se vuelvan compatibles con
los imperativos de la organización. Esto significa que un trabajador identifica su labor con los
propósitos morales que otros definen por él y se
los imponen, en sentido estricto El Estado o los
empresarios capitalistas”.
Así que la proletarización ideológica se
constituye en un “emergente sistema de control organizativo”, con la intención de integrar a los profesionales, concediéndoles en
apariencia cierta autonomía, lo que significaría que a la larga permanecerían lejos de
los asalariados industriales.
Para nuestra fuente, múltiples signos hay
de que ese plan maquiavélico está en marcha en diversos sitios del orbe en el sector
docente, incluyendo a los universitarios. “El
aspecto central es el referido a la pérdida de
control del profesor de importantes aspectos del proceso de trabajo, porque ya no decide sobre el tipo y la forma de evaluaciones, que vienen dictados desde fuera y por
arriba –por las autoridades educativas, por
los rectores y gerentes–, no es dueño del
tiempo que se le destina a una asignatura,
porque hay una meticulosa programación de
tiempos y contenidos (acorde con el taylorismo) y en general el currículo está fuera de
su control y se le impone desde el exterior en
forma autoritaria. Además, tiene que dedicarse a realizar tareas que antes no efectuaba y
en las que invierte gran parte del tiempo que
le destinaba a sus labores pedagógicas, tales
como las de llenar papeles y formularios, desempeñar labores administrativas y, en muchos casos, de tipo empresarial, como vender cursos fuera de la escuela…”.
Año 108/No. 19
El maestro pierde por completo el dominio del proceso educativo. Y se convierte en
pasivo ejecutor de procedimientos y administradores más que en pedagogo. “De todo
esto se deriva que en la escuela ya no cabe
la labor artesanal, en la que los profesores
controlaban gran parte del proceso de trabajo y tenían una visión global sobre el mismo,
puesto que la educación se convierte en una
empresa con labores de administración y
supervisión en la que los profesores vienen
a ser una parcela de la cadena de producción”. Un tanto para el capitalismo.
Por todo ello, para el politólogo y sociólogo Atilio Borón, las universidades latinoamericanas deben anclarse en torno a cierto núcleo de valores básicos, que propicien una
formación humanística en componentes éticos, a favor de la emancipación. En pro de
los más.
“Se gradúa un ingeniero, pero no estudió
Filosofía, Ciencias Sociales, la historia de su
país. Un médico no tiene la menor idea de la
sociedad donde va a ejercer su profesión. Esto
no pasa en Cuba. Aquí es diferente”, sentenció Borón, reparando en que, en contraposición al neoliberalismo, se pone énfasis en la
participación de las casas de altos estudios en
el desarrollo local, por ejemplo, lo que “le da a
la universidad un contacto fuerte con la realidad donde está enclavada, pero siempre
conservando la idea de la universalidad del
conocimiento, del proyecto emancipatorio,
de la misión que tenemos los intelectuales y
científicos en el mundo, que no es de poca
responsabilidad”, y que ”a veces no se toma
en cuenta en la forma que debiera”.
Como sí se toma en cuenta en la mayor
de las Antillas, donde, conforme a las palabras del primer vicepresidente, Miguel
Díaz-Canel Bermúdez, en el reciente balance del Ministerio de Educación Superior,
“la tarea del momento es movilizarse en
la línea de una formación política ideológica con un alto contenido humanista, que
supone educar en valores como la solidaridad, la cooperación, la lucha por la justicia,
la defensa de los seres humanos, la preservación ambiental”.
Lo que, a no dudarlo, constituye un modo
de contribuir a formar gente feliz, digna, y no
adocenados defensores, reproductores del
estatus basado en la propiedad privada.
De ahí deriva un graduado capaz de responder a las demandas del desarrollo económico y social. Con vocación de servicio.
De servicio al socialismo, por ende a la especie, que no solo a sí mismo, como triste
ente embridado por doquier por el orden
que campea por sus respetos.
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