¡Hoy yo te amo más que ayer! Familias Católicas / Matrimonio y Sexualidad Por: Vivian Forero Besil | Fuente: Catholic.net “Yo te recibo a ti como esposo (a) y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Estas palabras que muchas veces por el afán y por el estrés del día de la boda, se pronuncian sin considerar el significado que encierran y que, en muchas ocasiones se olvidan en el día a día de la vida, son trascendentales para detener el tiempo y recapacitar cuán importante son en el camino que se inicia de a dos en el momento del matrimonio. “Yo te recibo a ti” involucra un todo, incondicional y absoluto, con los defectos y virtudes. “Yo me entrego a ti” indiscutiblemente es una muestra de la capacidad de donación hacia el ser amado, en cuerpo y alma. “Serte fiel” consiste en vivir y sentir la virtud de la fidelidad, unida a la lealtad, la confianza y la sinceridad. “En la salud y en la enfermedad” como signo divino de amor verdadero, que se manifiesta en la seguridad de entregarnos y descansar confiados en que vamos a estar con la persona que nos acompañará en todos los instantes de la vida, así haya oscuridad o luz. Es sencillo estar juntos en las alegrías; es sobre natural estar en las desavenencias y en las contrariedades. Dios instituyó el matrimonio como un sacramento que es signo visible de gracia. Y ¿qué significa “visible de gracia”? El matrimonio, como todos los sacramento, es un don que Dios concede para poder alcanzar la vida eterna porque es presencia viva de que Él existe en cada alma y en las acciones (cuerpo). Y conociendo este significado trascendente, es importante cuestionarnos si somos capaces de poder llevar con responsabilidad esta decisión la cual se ha tomado de manera libre y con la certeza de unir los caminos en uno solo hacia el alcance de objetivos comunes. Al entonces recibir la bendición del santo matrimonio estamos reconociendo esta gracia Divina, capaz de darlo todo por el ser amado, de transformar positivamente todo lo que nos rodea para el bien común y el alcance de la felicidad. Ese amor que nace un día y que se va robusteciendo a través de los años, es la razón de ser del matrimonio. Se debe cuidar con pequeños detalles para que crezca y se fortalezca, para que al pasar los años podamos sentir y decir con seguridad “Hoy yo te amo más que ayer”. El verdadero amor debe nacer de lo más profundo del ser y está orientado a hacer el bien al ser amado. Mimarlo, protegerlo, engrandecerlo, consentirlo y ayudarlo, deben ser condiciones necesarias que se vivencien en la cotidianidad de la vida en pareja. Qué maravilloso es poder compartir nuestro camino con una persona excepcional, que lo da todo por hacernos felices, por dedicarnos su tiempo y su espacio para disfrutar juntos, pasear, jugar con los hijos, leer, orar, cenar, y demás momentos que hacen estrechar lazos indisolubles. Es fácil organizar y llevar a cabo una boda (porque hasta podemos contratar a una empresa o a personas expertas para ello); la tarea magnánima está en lo que se emprende a partir de la bendición de Dios. Ese saludo diario, el reconocimiento de lo bueno que tiene la pareja, la dedicación y la manera de tratarla, la resolución de los problemas con asertividad, y muchos otros momentos que van hilando el lazo resistente de virtudes esenciales en el matrimonio como la amistad, la comprensión, la tolerancia, la alegría, la bondad, la fe y la esperanza. El matrimonio como vocación, como lo expresó San Josemaría Escrivá de Balaguer porque “…está hecho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él: para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra en ese estado —con la gracia de Dios— todo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive”; nos llama a trabajar por la tarea diaria de perfeccionarnos y ayudar a perfeccionar al conyugue. Es un trascender a través del esposo o de la esposa, de santificarnos y ganarnos el cielo. En muchas ocasiones escuchamos decir entre los esposos “te amo igual que cuando nos casamos”, pero realmente la clave está en alimentar tanto ese amor, que con el tiempo llega a ser más grande que el inicial. En el noviazgo, época en la cual conocemos a la persona con la que decidimos emprender el matrimonio, es una etapa en la que en muchas ocasiones dejamos pasar detalles que sería conveniente identificar antes de dar un paso tan importante, como la manera de ser de la persona, el trato personal, los valores y los aspectos por mejorar. A veces consideramos que podemos llegar a cambiar hábitos o costumbres al casarnos y en la mayoría de las circunstancias éstos, no se atenúan, por el contrario, se acrecientan ocasionando la ruptura del matrimonio. Pero lo que debe quedar claro, es que en el momento en que tomamos la decisión voluntaria y madura de emprender juntos un camino y bendecirlo con la unión grandiosa del matrimonio, no hay vuelta atrás. Debemos luchar porque ese camino sea orientado hacia Dios; de la mano con Él podremos encontrar la solución a muchos conflictos. No digo con ello que será un camino fácil y sin obstáculos porque se podrán presentar muchos, pero con su compañía siempre será más llevadero todo lo que tengamos que atravesar. No existen montañas que sean imposibles de escalar, ni tormentas que persistan ilimitadamente. Sólo debemos esperar el tiempo de Dios y orar porque todo pase y por el contrario, fortalecernos y unirnos más en el matrimonio. ¿Qué amamos más o valoramos más? Aquello que más nos cuesta. Lo fácil es efímero y transitorio, sin importancia muchas veces. Por eso, es indispensable siempre pensar antes de actuar. Es un refrán muy repetido pero que es válido recordarlo en este momento. ¿Cuántos matrimonios se han terminado o se han quebrado por un momento vivido del cual nos arrepentimos toda una vida?, ¿Cuántas palabras hirientes hemos expresado al ser que más amamos y dejamos huellas de dolor en su corazón? Amar sin condición es demostrarlo en cada momento y en cada lugar, repitiendo y demostrando sin cansancio: “Hoy yo te amo más que ayer” y “posiblemente menos que mañana”… La actitud y el deseo permanente de los conyugues por conservar y cuidar el amor deberá de ser uno de los mayores anhelos porque de ello dependerá la felicidad del hogar y el legado que se deje sembrado en sus hijos. Nada hay más fuerte entre la pareja que el amor verdadero, aquel que lo soporta, lo entrega y recibe todo desinteresadamente. Y que se transmite con el simple hecho de observarlo en cada acto de cariño, de ternura, de sacrificio, de simpatía, de servicio. Siempre debemos recordar que el amor se vive y se siente dentro de cada quien y se transforma en hábitos de hacer el bien en cada momento, circunstancias y lugar, y definitivamente se debe empezar desde casa, que es el primer espacio vital para poner en práctica los buenas costumbres y los sentimientos más sublimes.
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