documento 2357766

PREGÓN SAN JULIÁN 2016
Muy buenas noches…
Señor alcalde, miembros de la corporación municipal,
autoridades, corte de honor…
Quiero comenzar dando las gracias al Ayuntamiento por
concederme este inmenso e inmerecido honor.
Gracias a la reina y damas, que representan a los distintos
barrios y pedanías de la capital conquense, y gracias al
coro del conservatorio por compartir este escenario
conmigo -es imposible estar mejor acompañada-.
Gracias a todos ustedes por su presencia. Aquí me siento
en casa, entre muchos amigos y conocidos, con
compañeros que no se lo querían perder, y con mi familia
que, una vez más, me demuestra su apoyo incondicional.
Esta es una noche muy especial para mí. A todos gracias
de corazón.
Aunque soy pregonera de noticias, eso es, en resumen, un
periodista, es la primera vez que me veo en este trance.
Les confieso que, aunque estoy acostumbrada a la
alcachofa -es así como llamamos al micrófono- éste que
tengo aquí delante me impone muchísimo respeto; y esta,
que yo recuerde, es la conexión en directo más
emocionante y exigente de toda mi vida.
Así que le pido a nuestro patrón San Julián que a ustedes
les dé paciencia y a mí me ilumine para que no me
atenacen los nervios.
Como les digo, es la primera vez que estoy en este atril,
pero hace unos años, bastante más de los que quisiera, me
tocó estar ahí, en el sitio donde se sientan mis colegas de
profesión. Yo era una estudiante de periodismo en
prácticas en el Día de Cuenca. El pregón, entonces, se
pronunciaba desde el balcón del Ayuntamiento en la Plaza
Mayor. Recuerdo que, en aquella ocasión, el pregonero era
José Luis Lucas Aledón. Como todos sabemos, el año
pasado nuestro querido escritor y poeta pronunció su último
pregón con un discurso de esos que dejan huella, quizá
porque a muchos nos supo a despedida. Por esas
casualidades de la vida a mí me corresponde hoy sucederle
como anunciadora de estas fiestas patronales. El que fue
uno de los mejores cronistas de Cuenca, de sus gentes y
de sus costumbres me ha dejado el listón muy alto, tanto
que yo sólo puedo sumarme al homenaje que se le rinde
aquí al maestro.
Por eso, con toda humildad, quiero comenzar este pregón a
su manera, presumiendo de ser de Cuenca, algo de lo cual,
según decía Lucas Aledón, muy poca gente puede
presumir.
Algunos, incluso presumimos de Cuenca sin serlo del todo,
y me explico: en mi ADN, en mis genes, está grabado que
soy de esta tierra por los cuatro costados; en mi DNI, sin
embargo, se puede leer que mi lugar de nacimiento es
Santander. También pone que soy hija de Juan Ángel y de
Pilar. Gracias a ellos, en primer lugar, estoy aquí esta
noche. Mis padres, en una época en la que lo habitual era
el viaje de ida para buscarse la vida, escogieron el viaje de
vuelta, de la costa, más próspera, a su tierra, la tierra de
mis abuelos; optaron por seguir arraigados en este mar de
roca, de olas de piedra, que son las hoces del Júcar y del
Huécar. Aquí criaron a sus cinco hijos, todos muy
conquenses, haya sido o no nuestro lugar de nacimiento.
Y aquí estoy, presumiendo de ser de Cuenca, y orgullosa
de ser hija de Jareño, el dentista y, durante muchos años, el
forense de esta comarca. Esta noche, seguro, estaría muy
contento. Y creo que también está muy contenta mi madre,
la auténtica Pilar Ruipérez. Ella nos ha enseñado a estar
muy ligados a esta ciudad, a quererla y a tratar de
mejorarla. Les pongo un ejemplo: un buen día se lanzó a
crear aquí la asociación de amas de casa, cuando se
enteró, por la tele, de que Cuenca era una de los pocos
lugares de España donde no existía.
A los de Cuenca, queridos amigos, se nos ve orgullosos de
nuestra ciudad y, además, se nos nota enseguida. De
repente nos sale un “ea”, por el que nos reconocemos y nos
reconocen en los lugares más remotos; o mencionamos
algún plato típico que sólo puede ser conquense, como el
morteruelo, los zarajos y el alajú; los de aquí decimos
Casas Colgadas, en vez de colgantes; cuando cruzamos el
puente de San Pablo no sufrimos de vértigo; nos sentimos
amparados bajo el manto de la Virgen de la Luz y el de las
Angustias; y no cambiamos nuestra Semana Santa por
ninguna.
Los conquenses no dudamos al decir que Carretería es
nuestra calle principal, últimamente, por cierto, ha sido
objeto de mucha polémica sobre su uso y diseño. Yo
espero que más pronto que tarde recupere su atractivo
como arteria comercial y social de la ciudad, y su esplendor
como el lugar donde se suceden las mejores historias
cotidianas de Cuenca. Que vuelva a ser el espejo de la
vitalidad de sus habitantes. Creo que es un deseo que
todos compartimos.
“Cuenca es única”. Me acuerdo de esa pegatina que había
en el cristal de atrás de muchos coches, con esta frase:
“Cuenca es única”. Han pasado 20 años desde que ese
hecho, tan normal para nosotros, fuera reconocido por la
UNESCO, al otorgarnos el título de Ciudad Fortificada
Patrimonio de la Humanidad.
Según relata otro de nuestros pregoneros, y uno de mis
maestros, el periodista José Vicente Ávila, “fue en un día
emblemático para Cuenca, un Viernes Santo, cuando
Federico Mayor Zaragoza nos entregó este título”. A
nosotros hoy nos toca lucirlo con orgullo y cuidar con celo
este legado de singular belleza, esta Cuenca “alzada sin
razón altiva” que describe nuestro Federico Muelas; esta
arquitectura arriesgada y este paisaje mágico, con tintes
medievales, que tan bien supo plasmar con sus pinceles
Víctor de la Vega, al que hemos recordado esta noche.
Cuenca es nuestro patrimonio de arquitectura y naturaleza
entremezcladas para recreo de la humanidad, nuestro
mayor reclamo turístico, en definitiva, y el mayor tesoro
para asegurar el porvenir de las futuras generaciones de
conquenses.
Este año, se ha destacado aquí, celebramos otro
cumpleaños importante. A sus 50 años, el Museo de Arte
Abstracto Español vuelve a ser joven de nuevo. Me sumo al
reconocimiento al alcalde Rodrigo Lozano, que impulsó la
cesión de las Casas Colgadas para la instalación de este
centro pionero en su género. El Museo de Arte Abstracto y
la Semana de Música Religiosa son nuestra “joya de la
corona”, los baluartes que sitúan a Cuenca en el mapa
mundial de la cultura y el arte. Y quiero mencionar aquí a
Ismael Barambio, un chico de mi generación, al que todos
admirábamos y veíamos con toda naturalidad, como lo que
será para siempre, un guitarrista único y genial. La música y
el talento del Maestro quedan para siempre en nuestros
corazones.
Este pregón podría ser, de hecho, una lista de nombres
propios, una larga lista de personas singulares,
extraordinarias que, orgullosas de ser de Cuenca,
generosamente han compartido su buena estrella y la han
llevado a todo el mundo. Podría estar toda la noche citando
los logros de nuestros conciudadanos, pero me van a
permitir que aproveche este momento para destacar a una
sola.
Quiero recordar a Ricardo Ortega, compañero de profesión
en Antena 3. Como reportero supo remover conciencias,
denunciar realidades incómodas y ser valiente, también
para morir, hace ya más de diez años, haciendo su trabajo
como corresponsal de guerra en Haití. Ricardo fue
excepcional como periodista y, por tanto, una buena
persona. Además, presumía de ser de Cuenca. Su familia,
su tía Mari Carmen, cuenta con todo mi cariño y el de
muchos periodistas que le seguimos teniendo como un
referente.
No quiero robarles más tiempo. Mi tarea esta noche es,
sobre todo, la de invitarles a participar en la Feria y Fiestas
de San Julián. Y lo hago, como no podría ser de otra
manera, desde mi propia experiencia. Son las fiestas de mi
niñez, las que he vivido con mayor ilusión; son las fiestas de
mi juventud, las que he vivido con más entusiasmo; son las
fiestas que he disfrutado, como madre, al llevar de la mano
a María, mi hija; son las fiestas que ahora sigo disfrutando
con los más pequeños de la familia.
Los tiempos van cambiando pero el bullicio del recinto ferial
es la misma locura; las atracciones son más modernas pero
siguen siendo los altavoces de las canciones del verano
que, a todo lo que dan, se mezclan con el megáfono de la
tómbola, esa que siempre reparte premios y si no ilusión. La
feria sigue siendo ese lugar de encuentro para tomarse
unos churros, una gran bola de algodón dulce, o unos
pinchos morunos entre familiares y amigos. El jolgorio está
asegurado.
Imagino que este año, además, uno de los atractivos será el
juego de moda. Apuesto a que vemos a más de uno, móvil
en mano, recorriendo la feria para ir a la caza del pokemon.
¡Ea! como decimos aquí ¡esto es lo que hay! Pero sí me
quedo con una imagen es con esa que sólo transmite la
mirada de un niño cuando le dices “¡Nos vamos a la feria!”
Eso no tiene precio, vivir ese momento especial con los
más pequeños.
Cuenca en fiestas es el broche de oro al verano. Siempre
me ha llamado la atención que esta ciudad se despereza
por unos días de su proverbial tranquilidad y se viene
arriba. Se convierte en una ciudad “a todo color” como
refleja tan maravillosamente el cartel de este año de Rubén
Lucas García. Mi enhorabuena.
Mañana arrancan las fiestas con un desfile de carrozas
especial con motivo del XX Aniversario de la declaración de
Cuenca como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Creo
que el Ayuntamiento ha hecho un esfuerzo extra, así que
les animo a salir a la calle para escoltar, como se merece,
al cortejo de reinas.
La Plaza de Toros acoge de nuevo la “Champions del
Toreo” con importantes figuras como Morante de la Puebla,
Enrique Ponce, El Juli, Manzanares, Alejandro Talavante,
Castella, Perera, los jóvenes Roca Rey y López Simón.
Además de todo un acontecimiento como la reaparición de
Cristina Sánchez. Enhorabuena, por tanto, a los aficionados
a la fiesta nacional.
Y voy con el programa de espectáculos. Aquí viví mis
primeros conciertos. Hace unos días me lo recordaba José
Vicente Ávila, que está en todo, y colgó en su blog una de
mis crónicas de principiante en el Diario de Cuenca. Era el
año 1983, un año en el coincidieron en el cartel de festejos
José Luis Perales, Mari Carmen y sus muñecos y José Luis
Coll, como pregonero. Los tres profetas en su tierra, según
contaba la periodista en ciernes, aquí presente. Este año es
un lujo contar, entre otros, con los insuperables Raphael y
Melendi.
Y no me quiero olvidar de la hípica. El concurso hípico de
San Julián, que nació casi por casualidad hace más de 60
años -como un entretenimiento alternativo a los toros
porque la plaza estaba de obras- se ha convertido uno de
los más importantes a nivel nacional, tanto en categoría
como en asistencia. También para presumir de Cuenca.
A nuestros visitantes decirles que Cuenca es una fiesta
para los sentidos todo el año. Cualquier ocasión es buena
para recorrer su impresionante casco antiguo, para
asomarse a los balcones del Júcar y del Huécar, para
disfrutar de la tranquilidad de sus paseos, que hacen que te
olvides del estrés de las grandes urbes. Cuenca, a medio
camino en AVE entre Madrid y Valencia, es un buen plan
para disfrutar, como no, de la cultura con mayúsculas -la
muestra “La poética de la Libertad” que se exhibe en la
Catedral es sólo un ejemplo-; Cuenca es un buen plan para
disfrutar de la naturaleza, de la Ciudad Encantada, la
serranía conquense. En verano, tenemos nuestra playa; en
invierno, la Mogorrita, nuestra estación de nieve. Ahí se
quedó, eso sí, a la espera de alguna oportunidad para
renacer de sus cenizas, como el ave fénix.
A la Mogorrita muchos niños y jóvenes de mi época le
debemos muchos domingos felices en la nieve y también
muchos 28 de enero, el día que se celebra la fiesta de
nuestro patrón.
“Por San Julián -dice el refrán- en enero se hiela el agua en
el puchero”. Pero a ningún conquense le asustan ni el frío ni
las cuestas. Por eso cada 28 de enero vamos de romería al
cerro de la Majestad, a la ermita de el Tranquilo, el lugar
donde nuestro santo obispo y su fiel Lesmes se retiraban a
orar y confeccionar cestillos para ayudar a los pobres. De
pequeña aprendí esta historia en mi colegio, la Milagrosa, y
nunca la he olvidado.
Por eso me siento una más de los conquenses que a lo
largo de los siglos han mantenido vivo el cariño a su santo
patrón, lo que se refleja en su himno:
“ Aquí en la noble Cuenca,
cual padre cariñoso
pan dio al menesteroso,
prestó alivio al pesar.
Y ahora desde el cielo,
del triste oye el gemido…
que nuestro padre ha sido
y siempre lo será”.
Quien merece semejante estrofa perfeccionó sus virtudes a
lo largo de una vida rica en anécdotas. Entró en su vejez
como obispo de Cuenca y aquí se ganó la confianza de los
lugareños tanto por su eficaz mandato institucional como
por sus cualidades personales. Me encantaría poder decir
lo mismo de algunos políticos, pero esa es otra historia.
Mi deseo es que, en estos tiempos que nos ha tocado vivir,
sigamos el ejemplo del santo obispo que sigue siendo tan
necesario. Ojalá que, como hacía San Julián, sepamos
repartir solidaridad sin hacer distinciones de origen,
ideología o religión; aportar nuestro “cestillo” contra la
miseria y trabajar en favor de la libertad y la paz desde este
rincón del mundo globalizado. Desde esta Muy Noble, Muy
Leal, Fidelísima y Heroica Ciudad Patrimonio de la
Humanidad que es Cuenca.
Os deseo a todos una feliz Feria y Fiestas de San Julián,
en familia y entre amigos; en paz y armonía, que nunca
falten, y siempre con buen humor.
Muchísimas gracias
VIVA SAN JULIÁN
VIVA CUENCA