PREGÓN SAN JULIÁN 2016 Muy buenas noches… Señor alcalde, miembros de la corporación municipal, autoridades, corte de honor… Quiero comenzar dando las gracias al Ayuntamiento por concederme este inmenso e inmerecido honor. Gracias a la reina y damas, que representan a los distintos barrios y pedanías de la capital conquense, y gracias al coro del conservatorio por compartir este escenario conmigo -es imposible estar mejor acompañada-. Gracias a todos ustedes por su presencia. Aquí me siento en casa, entre muchos amigos y conocidos, con compañeros que no se lo querían perder, y con mi familia que, una vez más, me demuestra su apoyo incondicional. Esta es una noche muy especial para mí. A todos gracias de corazón. Aunque soy pregonera de noticias, eso es, en resumen, un periodista, es la primera vez que me veo en este trance. Les confieso que, aunque estoy acostumbrada a la alcachofa -es así como llamamos al micrófono- éste que tengo aquí delante me impone muchísimo respeto; y esta, que yo recuerde, es la conexión en directo más emocionante y exigente de toda mi vida. Así que le pido a nuestro patrón San Julián que a ustedes les dé paciencia y a mí me ilumine para que no me atenacen los nervios. Como les digo, es la primera vez que estoy en este atril, pero hace unos años, bastante más de los que quisiera, me tocó estar ahí, en el sitio donde se sientan mis colegas de profesión. Yo era una estudiante de periodismo en prácticas en el Día de Cuenca. El pregón, entonces, se pronunciaba desde el balcón del Ayuntamiento en la Plaza Mayor. Recuerdo que, en aquella ocasión, el pregonero era José Luis Lucas Aledón. Como todos sabemos, el año pasado nuestro querido escritor y poeta pronunció su último pregón con un discurso de esos que dejan huella, quizá porque a muchos nos supo a despedida. Por esas casualidades de la vida a mí me corresponde hoy sucederle como anunciadora de estas fiestas patronales. El que fue uno de los mejores cronistas de Cuenca, de sus gentes y de sus costumbres me ha dejado el listón muy alto, tanto que yo sólo puedo sumarme al homenaje que se le rinde aquí al maestro. Por eso, con toda humildad, quiero comenzar este pregón a su manera, presumiendo de ser de Cuenca, algo de lo cual, según decía Lucas Aledón, muy poca gente puede presumir. Algunos, incluso presumimos de Cuenca sin serlo del todo, y me explico: en mi ADN, en mis genes, está grabado que soy de esta tierra por los cuatro costados; en mi DNI, sin embargo, se puede leer que mi lugar de nacimiento es Santander. También pone que soy hija de Juan Ángel y de Pilar. Gracias a ellos, en primer lugar, estoy aquí esta noche. Mis padres, en una época en la que lo habitual era el viaje de ida para buscarse la vida, escogieron el viaje de vuelta, de la costa, más próspera, a su tierra, la tierra de mis abuelos; optaron por seguir arraigados en este mar de roca, de olas de piedra, que son las hoces del Júcar y del Huécar. Aquí criaron a sus cinco hijos, todos muy conquenses, haya sido o no nuestro lugar de nacimiento. Y aquí estoy, presumiendo de ser de Cuenca, y orgullosa de ser hija de Jareño, el dentista y, durante muchos años, el forense de esta comarca. Esta noche, seguro, estaría muy contento. Y creo que también está muy contenta mi madre, la auténtica Pilar Ruipérez. Ella nos ha enseñado a estar muy ligados a esta ciudad, a quererla y a tratar de mejorarla. Les pongo un ejemplo: un buen día se lanzó a crear aquí la asociación de amas de casa, cuando se enteró, por la tele, de que Cuenca era una de los pocos lugares de España donde no existía. A los de Cuenca, queridos amigos, se nos ve orgullosos de nuestra ciudad y, además, se nos nota enseguida. De repente nos sale un “ea”, por el que nos reconocemos y nos reconocen en los lugares más remotos; o mencionamos algún plato típico que sólo puede ser conquense, como el morteruelo, los zarajos y el alajú; los de aquí decimos Casas Colgadas, en vez de colgantes; cuando cruzamos el puente de San Pablo no sufrimos de vértigo; nos sentimos amparados bajo el manto de la Virgen de la Luz y el de las Angustias; y no cambiamos nuestra Semana Santa por ninguna. Los conquenses no dudamos al decir que Carretería es nuestra calle principal, últimamente, por cierto, ha sido objeto de mucha polémica sobre su uso y diseño. Yo espero que más pronto que tarde recupere su atractivo como arteria comercial y social de la ciudad, y su esplendor como el lugar donde se suceden las mejores historias cotidianas de Cuenca. Que vuelva a ser el espejo de la vitalidad de sus habitantes. Creo que es un deseo que todos compartimos. “Cuenca es única”. Me acuerdo de esa pegatina que había en el cristal de atrás de muchos coches, con esta frase: “Cuenca es única”. Han pasado 20 años desde que ese hecho, tan normal para nosotros, fuera reconocido por la UNESCO, al otorgarnos el título de Ciudad Fortificada Patrimonio de la Humanidad. Según relata otro de nuestros pregoneros, y uno de mis maestros, el periodista José Vicente Ávila, “fue en un día emblemático para Cuenca, un Viernes Santo, cuando Federico Mayor Zaragoza nos entregó este título”. A nosotros hoy nos toca lucirlo con orgullo y cuidar con celo este legado de singular belleza, esta Cuenca “alzada sin razón altiva” que describe nuestro Federico Muelas; esta arquitectura arriesgada y este paisaje mágico, con tintes medievales, que tan bien supo plasmar con sus pinceles Víctor de la Vega, al que hemos recordado esta noche. Cuenca es nuestro patrimonio de arquitectura y naturaleza entremezcladas para recreo de la humanidad, nuestro mayor reclamo turístico, en definitiva, y el mayor tesoro para asegurar el porvenir de las futuras generaciones de conquenses. Este año, se ha destacado aquí, celebramos otro cumpleaños importante. A sus 50 años, el Museo de Arte Abstracto Español vuelve a ser joven de nuevo. Me sumo al reconocimiento al alcalde Rodrigo Lozano, que impulsó la cesión de las Casas Colgadas para la instalación de este centro pionero en su género. El Museo de Arte Abstracto y la Semana de Música Religiosa son nuestra “joya de la corona”, los baluartes que sitúan a Cuenca en el mapa mundial de la cultura y el arte. Y quiero mencionar aquí a Ismael Barambio, un chico de mi generación, al que todos admirábamos y veíamos con toda naturalidad, como lo que será para siempre, un guitarrista único y genial. La música y el talento del Maestro quedan para siempre en nuestros corazones. Este pregón podría ser, de hecho, una lista de nombres propios, una larga lista de personas singulares, extraordinarias que, orgullosas de ser de Cuenca, generosamente han compartido su buena estrella y la han llevado a todo el mundo. Podría estar toda la noche citando los logros de nuestros conciudadanos, pero me van a permitir que aproveche este momento para destacar a una sola. Quiero recordar a Ricardo Ortega, compañero de profesión en Antena 3. Como reportero supo remover conciencias, denunciar realidades incómodas y ser valiente, también para morir, hace ya más de diez años, haciendo su trabajo como corresponsal de guerra en Haití. Ricardo fue excepcional como periodista y, por tanto, una buena persona. Además, presumía de ser de Cuenca. Su familia, su tía Mari Carmen, cuenta con todo mi cariño y el de muchos periodistas que le seguimos teniendo como un referente. No quiero robarles más tiempo. Mi tarea esta noche es, sobre todo, la de invitarles a participar en la Feria y Fiestas de San Julián. Y lo hago, como no podría ser de otra manera, desde mi propia experiencia. Son las fiestas de mi niñez, las que he vivido con mayor ilusión; son las fiestas de mi juventud, las que he vivido con más entusiasmo; son las fiestas que he disfrutado, como madre, al llevar de la mano a María, mi hija; son las fiestas que ahora sigo disfrutando con los más pequeños de la familia. Los tiempos van cambiando pero el bullicio del recinto ferial es la misma locura; las atracciones son más modernas pero siguen siendo los altavoces de las canciones del verano que, a todo lo que dan, se mezclan con el megáfono de la tómbola, esa que siempre reparte premios y si no ilusión. La feria sigue siendo ese lugar de encuentro para tomarse unos churros, una gran bola de algodón dulce, o unos pinchos morunos entre familiares y amigos. El jolgorio está asegurado. Imagino que este año, además, uno de los atractivos será el juego de moda. Apuesto a que vemos a más de uno, móvil en mano, recorriendo la feria para ir a la caza del pokemon. ¡Ea! como decimos aquí ¡esto es lo que hay! Pero sí me quedo con una imagen es con esa que sólo transmite la mirada de un niño cuando le dices “¡Nos vamos a la feria!” Eso no tiene precio, vivir ese momento especial con los más pequeños. Cuenca en fiestas es el broche de oro al verano. Siempre me ha llamado la atención que esta ciudad se despereza por unos días de su proverbial tranquilidad y se viene arriba. Se convierte en una ciudad “a todo color” como refleja tan maravillosamente el cartel de este año de Rubén Lucas García. Mi enhorabuena. Mañana arrancan las fiestas con un desfile de carrozas especial con motivo del XX Aniversario de la declaración de Cuenca como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Creo que el Ayuntamiento ha hecho un esfuerzo extra, así que les animo a salir a la calle para escoltar, como se merece, al cortejo de reinas. La Plaza de Toros acoge de nuevo la “Champions del Toreo” con importantes figuras como Morante de la Puebla, Enrique Ponce, El Juli, Manzanares, Alejandro Talavante, Castella, Perera, los jóvenes Roca Rey y López Simón. Además de todo un acontecimiento como la reaparición de Cristina Sánchez. Enhorabuena, por tanto, a los aficionados a la fiesta nacional. Y voy con el programa de espectáculos. Aquí viví mis primeros conciertos. Hace unos días me lo recordaba José Vicente Ávila, que está en todo, y colgó en su blog una de mis crónicas de principiante en el Diario de Cuenca. Era el año 1983, un año en el coincidieron en el cartel de festejos José Luis Perales, Mari Carmen y sus muñecos y José Luis Coll, como pregonero. Los tres profetas en su tierra, según contaba la periodista en ciernes, aquí presente. Este año es un lujo contar, entre otros, con los insuperables Raphael y Melendi. Y no me quiero olvidar de la hípica. El concurso hípico de San Julián, que nació casi por casualidad hace más de 60 años -como un entretenimiento alternativo a los toros porque la plaza estaba de obras- se ha convertido uno de los más importantes a nivel nacional, tanto en categoría como en asistencia. También para presumir de Cuenca. A nuestros visitantes decirles que Cuenca es una fiesta para los sentidos todo el año. Cualquier ocasión es buena para recorrer su impresionante casco antiguo, para asomarse a los balcones del Júcar y del Huécar, para disfrutar de la tranquilidad de sus paseos, que hacen que te olvides del estrés de las grandes urbes. Cuenca, a medio camino en AVE entre Madrid y Valencia, es un buen plan para disfrutar, como no, de la cultura con mayúsculas -la muestra “La poética de la Libertad” que se exhibe en la Catedral es sólo un ejemplo-; Cuenca es un buen plan para disfrutar de la naturaleza, de la Ciudad Encantada, la serranía conquense. En verano, tenemos nuestra playa; en invierno, la Mogorrita, nuestra estación de nieve. Ahí se quedó, eso sí, a la espera de alguna oportunidad para renacer de sus cenizas, como el ave fénix. A la Mogorrita muchos niños y jóvenes de mi época le debemos muchos domingos felices en la nieve y también muchos 28 de enero, el día que se celebra la fiesta de nuestro patrón. “Por San Julián -dice el refrán- en enero se hiela el agua en el puchero”. Pero a ningún conquense le asustan ni el frío ni las cuestas. Por eso cada 28 de enero vamos de romería al cerro de la Majestad, a la ermita de el Tranquilo, el lugar donde nuestro santo obispo y su fiel Lesmes se retiraban a orar y confeccionar cestillos para ayudar a los pobres. De pequeña aprendí esta historia en mi colegio, la Milagrosa, y nunca la he olvidado. Por eso me siento una más de los conquenses que a lo largo de los siglos han mantenido vivo el cariño a su santo patrón, lo que se refleja en su himno: “ Aquí en la noble Cuenca, cual padre cariñoso pan dio al menesteroso, prestó alivio al pesar. Y ahora desde el cielo, del triste oye el gemido… que nuestro padre ha sido y siempre lo será”. Quien merece semejante estrofa perfeccionó sus virtudes a lo largo de una vida rica en anécdotas. Entró en su vejez como obispo de Cuenca y aquí se ganó la confianza de los lugareños tanto por su eficaz mandato institucional como por sus cualidades personales. Me encantaría poder decir lo mismo de algunos políticos, pero esa es otra historia. Mi deseo es que, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, sigamos el ejemplo del santo obispo que sigue siendo tan necesario. Ojalá que, como hacía San Julián, sepamos repartir solidaridad sin hacer distinciones de origen, ideología o religión; aportar nuestro “cestillo” contra la miseria y trabajar en favor de la libertad y la paz desde este rincón del mundo globalizado. Desde esta Muy Noble, Muy Leal, Fidelísima y Heroica Ciudad Patrimonio de la Humanidad que es Cuenca. Os deseo a todos una feliz Feria y Fiestas de San Julián, en familia y entre amigos; en paz y armonía, que nunca falten, y siempre con buen humor. Muchísimas gracias VIVA SAN JULIÁN VIVA CUENCA
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