Descargar - Casa de la Cultura Ecuatoriana

20
Centenario de
Miguel
de Cervantes
400 años
de la muerte de
William
Shakespeare
Homenaje póstumo a
Oswaldo
Muñoz Mariño
1
MUSEO DE ARTE COLONIAL
DE PRESENCIAS Y EVOCACIONES
LA INFANCIA EN EL ARTE ECUATORIANO
DIRECCIÓN
Calles Cuenca y Mejía esquina (Centro Histórico).
Teléfono: 2282297
Correo
2 electrónico: [email protected]
Facebook: museodeartecolonialquito
www.casadelaculturaecuatoriana.gob.ec
INAUGURACIÓN:
21 de abril de 2016, 19h00
CLAUSURA:
13 de agosto de 2016
HORARIOS DE VISITA
Martes a sábado
09h00 a 17h00
Reservación previa para visita de grupos.
editorial
¿Qué es un artista?
E
stremecidos por la certeza de que en este tiempo toda manifestación de arte y de cultura es inútil porque no contiene
número veinte • abril 2016
parámetros de beneficio y lucro, asimilando con dolor el contenido de aquel libro del escritor y filósofo italiano Nuccio Ordine,
Presidente
La utilidad de lo inútil, donde convoca a los escritores del mundo a
Raúl Pérez Torres
manifestarse sobre la tendencia contemporánea a banalizar y desVicepresidente
truir la cultura, nos preguntamos: ¿Qué es un artista?
Gabriel Cisneros Abedrabbo
Un artista es aquel que ve lo invisible de las cosas, aquel que puede atraparlas en toda su trascendencia. La persona cuyo espíritu se
Director
llena del eco permanente de la tierra, del sonido ancestral, de la cirPatricio Herrera Crespo
cularidad del tiempo. El que encuentra nuevo nombre a las cosas,
nuevos signos y símbolos a la cotidianidad, el que descifra y propone
Editores
Patricio Viteri Paredes
las preguntas esenciales, el que lucha por brindar sus dones al conoYuliana Marcillo
cimiento popular, el que se alimenta constantemente de la memoria
y de la historia. En fin, el que se busca a sí mismo en todos, el que
número:
marco
deellaque
declaratoria
del todos,
Decenio
Afrodescendiente
por parte deColaboran
la Unesco,enlaeste
revista
de investigación sonora y
En elpor
sufre
todos,
se alegra por
el que
humaniza, sensibiDiego Araujo Sánchez,
Traversari
de
la
Casa
de
la
Cultura
Ecuatoriana
convoca
al
CONCURSO
NACIONAL
DE
musicológica
liza y vierte de verdad profunda, orgánica, el tiempo y el espacio que
María Auxiliadora Balladares,ENSAYO EXPRESIONES
MUSICALES
Y DANCÍSTICAS DE LA CULTURA AFROECUATORIANA, al tenorLeonardo
de las siguientes
bases:
Barriga López,
Jorge Basilago,
le
ha tocado vivir.
Arnaldo
Calveyra,
Antonio
Correa Losada,
El arte no permite devaneos, primero se es artista y luego cual• Podrán participar investigadores y músicos ecuatorianos o extranjeros radicados
el Baraibar,
país mínimo
cinco años.
Ramón en
Cote
Pedro Gil,
quier otra cosa. El arte es excluyente de todo lo demás. Los artistas
Liset Lantigua, Gina E. López,
que
podidode
trascender
con su
obra son
aquellos
que hande
dedica• Lahan
temática
los ensayos
tratará
sobre
la presencia
la cultura afrodescendiente
en elCarlos
Ecuador,
en cuanto a sus
Mónica Gabriela Ojeda,
Luis Ortiz,
Prado, JosuéoPuma
Muñoz, vocales.
doexpresiones
toda su vidamusicales
a descubrir
el
misterio
que
se
esconde
en
su
corazón.
y dancísticas, sus sistemas de pensamiento musical,Estuardo
su organología
sus géneros
Abdón Ubidia, María Pilar Vela,
Seguramente el artista nace, pero para que su obra llene su expectaJuan Romero oVinueza.
• El interior,
contenido
debe
establecer
de interés su
local
para la cultura
afroandina y puede ubicarse en los
tiva
tiene
que
formarse,temas
que enriquecer
sensibilidad
con afroesmeraldeña
históricos
comprendidos
entredel
el sistema
y la época actual.
el períodos
conocimiento
de los
grandes autores
mundo, colonial
de los grandes
Edición de textos
pensadores, de los grandes acontecimientos de la historia de nuestro
Katya Artieda
• El tipo de documento deberá tener un carácter investigativo, con una extensión de 15 a 20 páginas, con fotografías e
pueblo y de la historia de la humanidad. Pasión y sabiduría son los
ilustraciones en buena resolución. Su escritura debe atenerse al tipo documental,
con citas bibliográficas y
Diseño
elementos principales del arte.
créditos respectivos de las fuentes consultadas (inclusive las fotografías). Tania Dávila López
El arte fundamentalmente sirve para sensibilizar nuestro espíritu,
para
más a la verdad,
para adentrarnos
Portada
• Losacercarnos
trabajos ganadores
serán publicados
en el No.en3 las
de entrañas
la revista Traversari,
y recibirán
más
significativas
del
pueblo,
para
participar
en
la
comprensión
total
La Basílica,
Oswaldo Muñoz Mariño.
por derechos de autor la suma de mil dólares (1.000,oo usd) el primer lugar
y
delsetecientos
mundo, para
ir a (700,oo
sus esencias,
descubrir
dólares
usd) elpara
segundo
lugar.el espíritu de un
pueblo; aquellos rasgos que no se los mira, que no se los intuye, que
Casa de la Cultura Ecuatoriana
• Los
premios
serán
por del
la Casa
Cultura
no
se los
percibe
sinoentregados
con la ayuda
arte. de
Unlaartista
sirve como
Benjamín Carrión
Ecuatoriana,
en evento
especial yencanción
el mes de
de la
julio.
campana
y clarín,
como melodía
historia de un pueDirección de Publicaciones
blo. La ciencia sola no puede percibir la totalidad de una sociedad,
•es El
jurado
estará
integrado
por
personas
de
reconecesario la pasión, la obsesión, el coraje, la fuerza que yace en las
Avs. 6 de Diciembre N16–224
nocida solvencia
expresiones
del arte.en el campo de la investigación
y Patria
musical.
Por ello, es nuestro deber, hoy más que nunca, luchar contra los
Telf.: 2565-808 Ext. 426
fantasmas
de
la
mediocridad
y
del
utilitarismo,
y
persistir
en
atrapar
[email protected]
• Los trabajos se entregarán en sobre cerrado en la
www.casadelacultura.gob.ec
y descubrir
lo
bello,
lo
profundo,
lo
bueno
que
ronda
el
espíritu
del
Vicepresidencia de la CCE, hasta el 15 de junio
Quito–Ecuador.
pueblo,
pensando
en
que
la
cultura
y
el
conocimiento
han
sido,
en
de 2016.
todas las épocas, fuente de resistencia.
casapalabrascce
• Los trabajos serán firmados con seudónimo. En
sobre aparte se harán constar los datos del autor:
@casapalabrascce
nombres completos, documento de identidad,
teléfono y correo electrónico.
musicales y dancísticas
de la cultura afroecuatoriana
nacional
ensayo
de
Expresiones
Concurso
[email protected]
1
índice
3
16
18
28
40
46
50
52
Vida y obra de
Miguel de Cervantes,
a cargo de
Diego Araujo Sánchez.
10
Se conmemora el 400
aniversario de la muerte
de William Shakespeare.
Jorge Luis Borges analiza
Macbeth y la vida del
bardo inglés.
64
Leonardo Barriga López analiza
la obra de Juan Rulfo.
Pedro Gil nos presenta su cuento Ladrón de flores.
Muestra poética del argentino Arnaldo Calveyra.
Cuento Jamón serrano, de María Auxiliadora Balladares.
Metrópoli, cuento de Liset Lantigua.
Desubicación: deslizamiento, no del lenguaje sino del personaje,
cuento del guatemalteco Estuardo Prado.
Selección poética de Mónica Gabriela Ojeda.
‘Herta Müller: una mirada infantil a la dictadura’, ensayo de
Juan Romero Vinueza.
56
60
Un fascículo morboso, cuento de Josué Puma Muñoz.
62
70
72
88
Selección poética de la escritora Gina E. López.
89
Análisis del libro Cabeza devorada, de Antonio Correa Losada, por
parte de Ramón Cote Baraibar.
90
96
Jorge Basilago: 80 años de Alfredo Zitarrosa.
98
104
106
22
Homenaje a Rubén Darío,
por Miguel de Unamuno.
‘La brevedad sorprende’: Ganadores del Primer Concurso Estudiantil
Nacional Juvenil de Microliteratura 2015.
Muestra poética del libro Memoria y vértigo, de Carlos Luis Ortiz.
Abdón Ubidia reflexiona sobre la cultura y el neoliberalismo.
34
Yuliana Marcillo ofrece un
homenaje a Eduardo Chirinos,
escritor peruano que falleció en
febrero de este año.
Extracto del prólogo del libro Mujeres que hablan. Literatura
ecuatoriana contemporánea, presentado María Pilar Vela.
Reflexión sobre la obra Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski, a los
cien años de su publicación.
Entrevista a Raúl Pérez Torres: «Cultura es toda la producción de la Tierra».
III Edición de Festival de Cine Latinoamericano ‘La Casa Cine Fest’.
Tributo a Fray Agustín Moreno, historiador seráfico.
80
Entrevista a Oswaldo Muñoz
Mariño, a cargo de Patricio
Herrera. Homenaje póstumo al
mejor acuarelista del Ecuador.
aniversario
Diego Araujo Sánchez
E
4
l 9 de octubre de 1547, en
Alcalá de Henares es bautizado Miguel de Cervantes,
el cuarto entre los siete hijos de
Rodrigo de Cervantes y Leonor
Cortinas. Posiblemente había nacido días antes, el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel. El padre
ejerce la profesión de cirujano, más
próxima entonces a la de barbero
que a la del médico actual. Mantener una familia numerosa resulta
difícil para quien no posee bienes:
la estrechez económica y la búsqueda de medios para subsistir llevan
a Rodrigo Cervantes y su familia
por diversas ciudades. La primera
experiencia vital para la infancia de
Miguel es la pobreza, así como el
obligado conocimiento de las gentes de diversos pueblos y lugares.
La familia Cervantes reside en Sevilla, y Miguel, según parece, como
acompañante de dos niños ricos,
concurre a las aulas de los jesuitas.
Pero la escuela principal de Miguel
de Cervantes es la vida y sobre todo
la siempre dura pobreza. En esa escuela, un rasgo dominante de su
carácter forja la personalidad intelectual: el hambre de lecturas, la insaciable curiosidad. «Yo soy aficionado a leer hasta los papeles rotos
de las calles», confesará más tarde el
propio Cervantes.1 Y son las calles
y plazas sus verdaderas aulas. De
ellas recordaría los tipos humanos
más diversos, así como los primeros
contactos con el arte: en una plaza
admira por vez primera el teatro de
Lope de Rueda.
Cuando Miguel es un joven de
diecisiete años, la familia Cervantes
pasa a Madrid. En el Colegio de la
Villa de Madrid, nuestro escritor
estudia con el humanista Juan López de Hoyos. Los primeros escritos de Miguel datan de estos años.
A propósito de la muerte de la esposa de Felipe II —Isabel de Valois—, López de Hoyos hace una
publicación en la que incluye algunos poemas de su joven discípulo.
Este primer buen éxito será tan fugaz como los esporádicos triunfos
que en adelante caracterizarán la
experiencia vital de Cervantes. Porque como en el mito de Sísifo, en
la existencia de Miguel cuando la
acción le conduce a una cima, circunstancias desgraciadas le obligan
a regresar al abismo. Tras el buen
éxito, a Cervantes le esperan siempre los sinsabores, las dificultades.
Probablemente por alguna
dama, Miguel se bate a duelo con
un tal Antonio de Sigura y lo hiere. El duelo estaba rigurosamente
prohibido, aunque los hombres de
la época llevaban generalmente
la espada al cinto. El castigo para
los contraventores era durísimo:
«Mandamos que cualquier que sacare cuchillo o espada en la nuestra
corte para reñir o pelear con otro,
que le corten la mano por ello», se
lee en alguna disposición de la Novísima Recopilación de Leyes. Y
por el incidente se dictó sentencia
contra Cervantes, sentencia según
la cual debía como castigo perder la
mano derecha.
Para escapar de la acción judicial, sale de España hacia Italia.
En 1569 sirve al futuro Cardenal
Acquaviva, en Roma: este contacto
con la Italia renacentista será decisivo en la formación de Cervantes.
Pronto deja Roma y se alista como soldado de los tercios del
Rey de España. El avance turco es
una amenaza para la cristiandad
(y también un peligro para ciertos
intereses comerciales de España).
El motivo religioso asegura la colaboración de tropas del Pontificado,
España y Venecia a fin de luchar
contra los turcos. El 7 de octubre
de 1571 se da la batalla de Lepanto; a bordo de la galera Marquesa,
Cervantes toma parte en la batalla
naval, a pesar de hallarse enfermo
En 1585 Miguel de
Cervantes publica
La Galatea, una
novela pastoril
cuya Segunda
Parte nunca
dará a la luz. Sin
abandonar las
letras, nuestro
autor se gana
la vida como
recaudador de
impuestos.
y acosado por la fiebre. Un arcabuzazo del enemigo le destroza la
mano izquierda. La victoria deja
sus huellas en el soldado, ya que
le deja también para siempre esa
mano inútil. El Manco de Lepanto
recordará con timbre de gloria este
episodio. Años después se ve a sí
mismo y evoca Lepanto en el Prólogo a sus Novelas ejemplares:
que no tienen correspondencia los
Este que veis aquí, de rostro aguile-
dueño, llámase comúnmente Miguel
ño, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de alegres ojos y de
nariz corva, aunque bien proporcio-
nada, las barbas de plata, que no ha
veinte años que fueron de oro; los
bigotes grandes, la boca pequeña,
los dientes ni menudos ni crecidos,
porque no tiene sino seis, y ésos mal
acondicionados y peor puestos, por-
unos con los otros; el cuerpo, entre
dos extremos, ni grande ni pequeño;
la color, viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no
muy ligero de pies. Este, digo, que
es el rostro del autor de La Galatea
y de Don Quijote de la Mancha, y
del que hizo el Viaje del Parnaso... y
otras obras que andan por ahí descarriadas, y quizá sin el nombre de su
de Cervantes Saavedra. Fue soldado
muchos años, y cinco y medio cauti-
vo, donde aprendió a tener pacien-
cia en las adversidades. Perdió en la
batalla naval de Lepanto la mano
izquierda de un arcabuzazo; herida
que, aunque parece fea, él la tiene
por hermosa, por haberla cobrado en
la más memorable y alta ocasión que
5
Batalla de Lepanto
vieron los pasados siglos, ni esperan
ver los venideros, militando debajo
de las vencedoras banderas del hijo
del rayo de la guerra, Carlos V, de
feliz memoria.2
6
El «hijo del rayo de la guerra»
fue don Juan de Austria, bajo cuyo
mando en Lepanto se detuvo el
avance turco. Cervantes exaltará
siempre la vida del soldado. En el
propio Quijote, cuando pronuncia
el Discurso de las Armas y las Letras,3 pone en una balanza a unas y
otras, y el platillo se inclina hacia
las primeras. En la España católica de la Contrarreforma, el soldado
asignaba a sus funciones la naturaleza de una misión verdaderamente
religiosa, de defensa de la fe cristiana.
En los tres años siguientes, Miguel interviene en la batalla de Navarino, participa de la expedición
a La Goleta y luego lleva vida de
guarnición en Cerdeña, Lombardía
y Nápoles y está en el asalto y conquista de Túnez.
Parece que estos años de aprendizaje van a terminar. Para 1574
Miguel y su hermano Rodrigo se
embarcan en Nápoles, en la galera Sol, de regreso a España. Lleva
el primero consigo cartas de recomendación del propio don Juan de
Austria. Sin duda el Rey le otorgará
favor y protección en mérito a los
servicios del soldado valiente, que
como rúbrica de su conducta exhibe la herida de Lepanto. No debían
terminar las pruebas para Miguel.
Unos piratas berberiscos atacan la
embarcación en que regresaban a la
patria. Los tripulantes son tomados
prisioneros. Miguel y Rodrigo son
llevados como cautivos a Argelia.
Las cartas que debían abrirle las
puertas del buen éxito perjudican
a Miguel porque, reputado por su
captores como personaje importan-
te, el precio fijado a su rescate será
más alto. La familia Cervantes consigue reunir algún dinero, que sirve
para devolver la libertad al hermano menor. Miguel intentará escapar
en vano varias ocasiones, poniendo
su vida en peligro. Con las memorias de esta dramática experiencia
escribirá algunos capítulos del Quijote.4 Cuando está en peligro de ser
llevado por su amo a Constantinopla, llegan a Argel dos sacerdotes
trinitarios con trescientos escudos
para negociar la libertad del cautivo. El dinero reunido por la familia
es insuficiente. Deben esperar hasta
reunir quinientos como precio del
rescate. En febrero de 1580, después de cinco años de cautiverio y
con la obligación de pagar la deuda de su propio rescate, Miguel de
Cervantes sale para España.
Un año después cumple una
misión secreta en Orán, y con esa
acción pone término a su vida mili-
En 1605 se imprime en Madrid
la Primera Parte de El Ingenioso
Hidalgo don Quijote de la
Mancha. La novela tiene un éxito
extraordinario. Pero el infortunio
acecha nuevamente al novelista.
tar, de la que siempre escribiría con
singular orgullo.
Hacia 1584 Cervantes contrae
matrimonio con Catalina de Palacios, a quien conoce en el pueblecito de Esquivias, cercano a Toledo.
No tuvo con ella descendencia; su
única hija, Isabel, nace de sus amores con Ana Franca (o Villafranca)
de Rojas. Hasta en sus amores Cervantes tiene poca suerte. No es un
mimado de la fortuna, como Lope
de Vega. Éste, el Fénix de los Ingenios, escribe como quinientas
comedias, consigue fama y dinero.
«Fervoroso creyente, aunque gran
pecador», en afortunada frase de
Menéndez y Pelayo, Lope amaría
a muchas mujeres y sería amado
por ellas, incluso después de sus
votos como religioso, pasados los
cincuenta y siete años. Cervantes
y Lope serán rivales. Este último,
sobre todo con su profusa obra dramática y el gran éxito y adhesión
que consigue del público, restará
sin duda posibilidades a Cervantes
en la escena. Ambos, formidables
creadores, caminarán sendas diversas en vida, se insultarán y en el
fondo se admirarán cada uno a su
manera, aunque estarán más cerca
después de muertos, como cerca están siempre, a pesar de sus diferencias, los grandes creadores de una
literatura.
En 1585 Miguel de Cervantes
publica La Galatea, una novela pastoril cuya Segunda Parte nunca dará
a la luz. Sin abandonar las letras,
nuestro autor se gana la vida como
recaudador de impuestos. España
se prepara para la guerra. Como en
Lepanto, en esta vez salía también
a relucir una motivación religiosa:
la España de la Contrarreforma se
prepara a disputar con la luterana
Inglaterra. Cervantes y Lope intervienen a su modo. El primero como
recaudador de alcabalas: recauda
aceite y trigo, recauda dinero para
la Armada Invencible. El segundo
participa como soldado. En 1588 la
derrota de la Armada es un golpe
durísimo para la conciencia española, esa conciencia de defensora
del catolicismo. Cervantes luchó en
un episodio triunfal para España;
Lope, en la derrota. Pero el Manco
de Lepanto, cobrador de impuestos
por estos años, será el mejor testigo
de la grandeza y la declinación de
España.
Cervantes cumple su trabajo
en varios pueblos y, por no poder
aclarar unas cuentas sobre ciertos
bienes eclesiásticos, sufre la excomunión.
En 1590 se dirige al Rey a fin
de conseguir un puesto vacante en
las Indias. Después de exponer sus
penalidades, Miguel de Cervantes
Pide y suplica cuanto puede a V.M.
sea servido de hacerle merced de un
oficio en las Indias de los tres o cuatro que al presente están vacos, que
es, el uno la contaduría del Nuevo
7
mal cultivado ingenio mío sino la
En 1605 se imprime en Madrid
la Primera Parte de El Ingenioso
Hidalgo don Quijote de la Mancha.
La novela tiene un éxito extraordinario.7 Pero el infortunio acecha
nuevamente al novelista. Un noble,
Gaspar de Ezpeleta, es asesinado
junto a su casa. Cervantes y unos
vecinos recogen al hombre malherido para auxiliarlo. A fin de aclarar
esa muerte, se ordena la detención
del ya conocidísimo escritor, de su
hija Isabel, de la hermana de éste
y una sobrina. A propósito del incidente, se divulgan comentarios
nada favorables a la buena reputación de las mujeres de la casa. Cervantes sufrirá mucho a causa del
comportamiento de su hija Isabel.
Los últimos años de su vida,
Cervantes publica algunas otras
importantes obras. En 1613, las
Novelas ejemplares (doce títulos entre los que se destacan ‘La Gitanilla’, ‘El celoso extremeño’, ‘Rinconete y Cortadillo’, ‘El coloquio de
los perros’ y ‘El Licenciado Vidriera’). Un año después aparece Viaje
del Parnaso. Y un libro que suscitará
los postreros sinsabores a Cervantes: el Quijote apócrifo, el Quijote
de Avellaneda. En 1615 aparecen
Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca antes representados y, a fines de año, la Segunda Parte de su
inmortal novela, con el título de El
Ingenioso Caballero don Quijote de la
Mancha.
A las puertas mismas de la
muerte, Cervantes termina su última obra, Historia de los trabajos
de Persiles y Sigismunda. En la dedicatoria al Conde de Lemos, página que abre esta novela, el autor
escribe:
antojadizo y lleno de pensamientos
Ayer me dieron la Extremaunción, y
alguno, bien como quien se engendró
las ansias crecen, las esperanzas men-
Don Quijote de la Mancha, Ganier Hermanos, Libreros editores, París 1850.
Reino de Granada; o la gobernación
de la provincia de Sonocuso en Guatemala; o contador de las galeras de
Cartagena, o corregidor de la ciudad
de la Paz; que con cualquiera de estos
oficios que V.M. le haga merced, la
recibirá...5.
8
Sin embargo, el pedido es lacónicamente rechazado: «Busque por
acá (en España), en que se le haga
merced», le contestan.
Los tres próximos lustros, las
comisiones de recaudador, urgencias económicas y desafortunados
negocios traen nuevos episodios
de angustia a la vida de Cervantes:
encarcelamiento en Castro de Río,
demanda para el pago de una fianza, traslados de Sevilla a Valladolid
para declarar ante la Corte sobre
cierta suma que no constaba anotada en los libros de relaciones de Su
Majestad. Ésta es la dura escuela de
Cervantes: también la cárcel resulta
para él fuente de experiencia y conocimiento, de tal forma que podrá
escribir en las primeras páginas de
su inmortal novela:
...¿qué podrá engendrar el estéril y
historia de un hijo seco, avellanado,
varios y nunca imaginados de otro
en una cárcel, donde toda incomo-
didad tiene su asiento y donde todo
triste ruido hace su habitación?
6
hoy escribo ésta. El tiempo es breve,
guan, y con todo esto, llevo la vida
sobre el deseo que tengo de vivir...8.
Cuatro días después, el 23 de
abril de 1616, muere Miguel de
Cervantes Saavedra. Pese a tantas y
tantas desventuras, una de las más
profundas enseñanzas suyas es el
gran amor a la vida que exhala toda
su obra. Aquel «llevo la vida sobre
el deseo que tengo de vivir» es uno
de los más vigorosos principios que
alientan su propia existencia y las
páginas del Quijote.
(Tomado del sitio web del Centro Virtual
Cervantes: http://cvc.cervantes.es/literatura/
Foto: Diario La Hora
quijote_america/ecuador/araujo.htm)
Diego Araujo Sánchez
(Quito, 1945)
1 En el Quijote, Primera Parte, cap. IX.
2 Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, Madrid, Aguilar, 1960, págs. 21 y 22.
3 El Quijote, Primera Parte, cap. XXXVIII.
4 Cfr. Primera Parte, caps. XXXIX a XLI.
5 Cfr. Fernando Díaz-Plaja, Cervantes, Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1974, págs. 85 y 86.
6 Cervantes, «Prólogo», en el Quijote, Primera Parte.
7 Cfr. El Quijote, Segunda Parte, cap. III.
8 Cervantes, Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda, Buenos Aires, Sopena, 1941, pág. 9.
Docente, periodista, escritor,
fue profesor de Literatura Hispanoamericana en la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador y subdirector y columnista
de diario Hoy, medio en el cual
publicó crónicas y comentarios
semanales durante las tres últimas décadas. Recibió el Premio
al Mejor Artículo de Opinión en
el V Concurso Nacional de Periodismo Símbolos de Libertad,
Quito, 1997. Además coordinó el
volumen tercero de la Historia de
las Literaturas del Ecuador, publicado por la Universidad Andina y
la Corporación Editora Nacional.
9
Jorge Luis Borges
10
cuatrocientos años
H
amlet, el dandy epigramático y enlutado de la corte
de Dinamarca, que, lento
en las antesalas de su venganza,
prodiga concurridos monólogos o
juega tristemente con la calavera
mortal, ha interesado más a la crítica, ya que estaban en él, de modo
profético, tantos insignes caracteres
del siglo XIX: Byron, Edgar Allan
Poe y Baudelaire, y aquellos personajes de Dostoievski, que exacerbadamente se complacen en el moroso análisis de sus actos (esas y muchas otras cosas, naturalmente: por
ejemplo, la duda —que es uno de
los nombres de la inteligencia—, y
que en el caso del danés no se limita a la veracidad del espectro sino
a su realidad y a lo que nos espera
después de la disolución de la carne). El rey Macbeth siempre me ha
parecido más verdadero, más entregado a su despiadado destino que
a las exigencias escénicas. Creo en
Hamlet, pero no en las circunstancias de Hamlet; creo en Macbeth y
creo también en su historia.
Art happens (el arte ocurre), declaró Whistler, pero la conciencia
de que no acabaremos nunca de
descifrar el misterio estético no
se opone al examen de los hechos
que lo hicieron posible. Estos, ya se
sabe, son infinitos; en buena lógica,
para que cualquier cosa ocurra ha
sido necesaria la conjunción de todos los efectos y causas que la han
precedido y urdido. Consideremos
unas pocas, las más visibles.
Suele olvidarse que Macbeth,
ahora un sueño del arte, fue alguna
vez un hombre en el tiempo. Pese
a las brujas y al espectro de Banquo y a la selva que avanza contra el
castillo, la tragedia es de orden histórico. En aquel artículo de la Crónica anglosajona que enumera lo
acontecido en el año 1054 —unos
doce años antes de la derrota de los
noruegos en el puente de Stamford
y de la conquista normanda— leemos que Siward, conde de Nor-
tumbria, invadió por tierra y por
mar el reino de Escocia y puso en
fuga a Macbeth, su rey. Éste, por lo
demás, tenía algún derecho al poder
y no fue un tirano. Ganó renombre de piadoso en ambos sentidos
de la palabra; fue generoso con los
pobres y ferviente cristiano. Mató
a Duncan en buena ley, en una batalla. Se opuso victoriosamente a
los vikings. Su reinado fue largo y
justo. La memoria humana, que es
inventiva, le tejería una leyenda.
Pasan por centenares los años y
nos permiten entrever otro personaje esencial, el cronista Holinshed.
Poco sabemos de él, ni siquiera la
fecha y la localidad de su nacimiento. Dicen que fue «ministro de la
palabra de Dios». Llegó a Londres
hacia 1560 y colaboró con perseverancia en la redacción de cierta
vasta y ambiciosa historia universal,
que se redujo al fin a esas Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, que llevan hoy su nombre. Sus
páginas incluyen la leyenda que
inspiraría a Shakespeare y más de
una vez las mismas palabras. Murió hacia 1580. Se conjetura que la
edición póstuma de 1586 fue la que
manejó el poeta.
Y ahora a William Shakespeare. En aquella época decisiva de la
Armada Invencible, de la liberación
de los Países Bajos, de la decadencia de España y de la conversión
de Inglaterra, isla desgarrada y lateral, en uno de los grandes reinos
del orbe, el destino de Shakespeare (1564-1616) corre el albur de
parecernos de una mediocridad
misteriosa. Fue sonetista, actor,
empresario, hombre de negocios y
de litigios. Cinco años antes de su
muerte se retiró a su pueblo natal,
Stratford-upon-Avon, y no escribió una línea, salvo un testamento
en el cual no se menciona un solo
libro, y un epitafio tan ramplón que
más vale tomarlo como una broma.
No reunió en un volumen su obra
dramática; la primera edición que
11
Menos escrupulosa y crédula que la nuestra, la época de
Shakespeare veía en la historia un arte, el arte de la fábula
deleitable y del apólogo moral, no una ciencia de estériles
precisiones. No creía que la historia fuera capaz de recuperar
el pasado, pero sí de acuñarlo en gratas leyendas. Shakespeare,
lector frecuente de Montaigne, de Plutarco y de Holinshed,
halló en las páginas de este último el argumento de Macbeth.
12
poseemos, el infolio 1623, se debe
a la iniciativa de unos actores. Jonson ha declarado que poseía poco
latín y menos griego. Tales hechos
han inspirado la conjetura de que
sólo fue un testaferro. Miss Delia
Bacon, que halló asilo final en un
manicomio y cuyo libro mereció
un prólogo de Hawthorne, que no
lo había leído, atribuyó la paternidad de sus dramas a Francis Bacon,
profeta y mártir de la ciencia experimental y hombre de una imaginación del todo distinta; Mark
Twain ha vindicado esa hipótesis.
Luther Hofman propone la candidatura, harto menos inverosímil,
del poeta Christopher Marlowe,
‘amado de las musas’, que no habría
muerto apuñalado, en una taberna
de Depford, en 1593. La primera
de estas atribuciones data del siglo XIX; la segunda del nuestro. En
el curso de más de doscientos años
a nadie se le había ocurrido pensar
que Shakespeare no fuera el autor
de su obra.
Los jóvenes iracundos de 1830,
que habían hecho de Thomas Chatterton —que se dio muerte en una
bohardilla a los diecisiete años— el
arquetipo del poeta, nunca se resignaron del todo al modesto currículum de Shakespeare. Lo hubieran
preferido desventurado; Hugo, con
elocuencia espléndida, hizo lo posible y lo imposible para demos-
trar que sus contemporáneos lo
ignoraron o lo menospreciaron. La
melancólica verdad es que Shakespeare, pese a algún altibajo inicial,
fue siempre un buen burgués, respetado y próspero (también fue
Shylock, Goneril, Iago, Laertes,
Coriolano y las parcas).
Anotados los hechos que anteceden, recordemos determinadas
circunstancias de orden histórico
que pueden mitigar nuestro asombro. Shakespeare no dio sus obras
a la imprenta (con alguna que otra
excepción) porque las escribió
para la escena, no para la lectura.
De Quincey observa que las representaciones teatrales no suministran menos publicidad que las
letras de molde. A principios del
siglo XVII, escribir para el teatro era un menester literario tan
subalterno como lo es ahora el de
escribir para la televisión o el cinematógrafo. Cuando Ben Jonson
publicó sus tragedias, comedias y
mascaradas bajo el título de Obras,
la gente se rió de él. Me atrevo a
aventurar otra conjetura: Shakespeare, para escribir, precisaba el estímulo de las tablas, la urgencia del
estreno y de los actores. De ahí que
una vez vendido su teatro, el Globo, dejó caer la pluma. Las piezas,
por lo demás, eran propiedad de
las compañías, no de los autores o
adaptadores.
Menos escrupulosa y crédula
que la nuestra, la época de Shakespeare veía en la historia un arte, el
arte de la fábula deleitable y del
apólogo moral, no una ciencia de
estériles precisiones. No creía que
la historia fuera capaz de recuperar
el pasado, pero sí de acuñarlo en
gratas leyendas. Shakespeare, lector
frecuente de Montaigne, de Plutarco y de Holinshed, halló en las páginas de este último el argumento
de Macbeth.
Según se sabe, los tres primeros personajes que vemos son las
tres brujas en el páramo, entre los
truenos, los relámpagos y la lluvia.
Shakespeare las llama las weird sisters; en la mitología de los sajones,
la Wyrd es la divinidad que preside
la suerte de los hombres y de los
dioses, de modo que weird sisters no
significa las hermanas extrañas sino
las hermanas fatales, las nornas del
escandinavo, las parcas. Más que el
protagonista son ellas las que rigen
la acción. Saludan a Macbeth con
el título de señor de Cavdor y con
el otro, que le parece inaccesible, de
rey; el inmediato cumplimiento de
la primera de las dos profecías confiere a la segunda un carácter inevitable y lo conduce, urgido por Lady
Macbeth, al asesinato de Duncan.
Banquo, su compañero, no les da
mayor importancia. «La tierra tiene burbujas como las tiene el agua»,
dice para explicar esas apariciones
fantásticas.
A diferencia de nuestros ingenuos realistas, Shakespeare no ignoraba que el arte es siempre una
ficción. La tragedia ocurre a la vez
en dos lugares y en dos tiempos: en
la lejana Escocia del siglo XI y en
un tablado de los arrabales de Londres, a principios del XVI. Una de
las barbadas brujas menciona al ca-
13
pitán del Tyger; al cabo de una larga
travesía desde el puerto de Alepo, el
barco había regresado a Inglaterra y
alguno de sus marineros pudo haber asistido al estreno.
El inglés es un idioma germánico; a partir del siglo XIV, es también latino. Shakespeare deliberadamente alterna los dos registros,
que nunca son del todo sinónimos.
Así:
The multitudinous seas incarnadine,
Making the green, one red.
14
En el primer verso resuenan las
resplandecientes voces latinas; en el
último, las breves y directas sajonas.
Shakespeare parece haber sentido que la ambición, el apetito de
mandar, no es menos propio de la
mujer que del hombre; Macbeth
es un sumiso y despiadado puñal
de las parcas y de la reina. Así lo
entendió Schlegel, pero no Bradley.
Mucho he leído, y olvidado, sobre Macbeth; los estudios de Coleridge y de Bradley (Shakespearean
Tragedy, 1904) siguen pareciéndome insuperados. Bradley declara
que la obra nos causa, infatigable
y vívida, una impresión continua
de rapidez, no de brevedad. Anota
que la oscuridad la domina, casi la
negrura: la tiniebla rayada de brus-
co fuego, la obsesión de la sangre.
Todo ocurre de noche, salvo la escena irónica y patética del rey Duncan, que al mirar los torreones del
castillo del que nunca saldrá, observa que en los sitios que las golondrinas prefieren el aire es delicado.
Lady Macbeth, que ha premeditado su muerte, ve cuervos y oye su
graznido. La tempestad y el crimen
se han conjurado, la tierra se estremece, los caballos de Duncan se
devoran con frenesí.
Lo vivido siempre corre el albur de incurrir en lo pintoresco;
Macbeth está muy lejos de ese peligro. La obra es la más intensa que
Todo es elemental en Macbeth, salvo
el lenguaje, que es barroco y de una
exacerbada complejidad. Semejante
lenguaje está justificado por la pasión,
no por la pasión técnica de Quevedo,
de Mallarmé, de Lugones o del mayor
de todos ellos, James Joyce, sino por la
pasión de las almas.
la literatura puede ofrecernos y
esa intensidad no decae. Desde las
palabras enigmáticas de las brujas
(Fair is foul and foul is fair) que, de
manera bestial o demoníaca trascienden la razón de los hombres,
hasta la escena en que Macbeth
muere acorralado y peleando, el
drama nos arrebata como una pasión o una música. No importa que
creamos en la demonología, como
el rey Jacobo I, o que le neguemos
nuestra fe, no importa que la aparición de Banquo sea para nosotros
un desvarío de su atormentado
asesino o el espectro de un muerto; la tragedia se impone a quienes
la ven, la recorren o la recuerdan,
con la atroz convicción de una pesadilla. Coleridge escribió que la fe
poética es una complaciente o voluntaria suspensión de la incredulidad; Macbeth, como toda genuina
obra de arte, ilustra y justifica ese
parecer. En el decurso de este prólogo he dicho que la acción ocurre
a la vez en los siglos medievales de
Escocia y en aquella Inglaterra de
los corsarios y de las letras que ya
disputaba a los españoles el imperio
del mar; la verdad es que el drama
que soñó Shakespeare, y que ahora
soñamos, está fuera del tiempo de
la historia o, mejor dicho, crea su
propio tiempo. Con toda impunidad el rey puede hablar del armado rinoceronte, del que no habrá
tenido nunca noticia. A diferencia
de Hamlet, que es la tragedia de un
pensativo en un mundo violento, el
sonido y la furia de Macbeth parecen eludir el análisis.
Todo es elemental en Macbeth, salvo el lenguaje, que es barroco y
de una exacerbada complejidad.
Semejante lenguaje está justificado
por la pasión, no por la pasión técnica de Quevedo, de Mallarmé, de
Lugones o del mayor de todos ellos,
James Joyce, sino por la pasión de
las almas. Las entretejidas metáforas y las exaltaciones y desesperaciones del héroe sugerirían a Shaw
su famosa definición de Macbeth: la
tragedia del hombre de letras moderno como asesino y cliente de
brujas.
El carnicero muerto y su demoníaca reina (repito las palabras
de Malcolm, que corresponden a
su odio, no a la intrincada realidad
de dos seres humanos) no se han
arrepentido de los crímenes que los
enrojecen de sangre, pero estos los
persiguen extrañamente, los enloquecen y los pierden.
Shakespeare es el menos inglés
de los poetas de Inglaterra. Comparado con Robert Frost (de New
England), con Wordsworth, con
Samuel Johnson, con Chaucer y
con los desconocidos que escribieron, o cantaron, las elegías, es
casi un extranjero. Inglaterra es la
patria del understatement, de la reticencia bien educada; la hipérbole,
el exceso y el esplendor son típicos
de Shakespeare. Tampoco el indulgente Cervantes parece un español
de los tribunales de fuego y de la
vanagloria sonora.
No puedo, ni quiero, olvidar
aquí las ejemplares páginas que nos
ha legado Groussac sobre el tema
de Shakespeare.
(Tomado de: http://borgestodoelanio.blogspot.
com/2016/01/jorge-luis-borges-williamshakespeare.html)
15
Pedro Gil
16
E
n su corazón ya no latía el remordimiento.
Las puñaladas lo habían desangrado. ¿O fue
la indolencia de los vecinos? Después de nada,
ya no era una afrenta, un andrajo viviente. Lo único
viviente era la demencia de mi barrio, habituado al
temor, a la hermosura que se prostituye, a los débiles
que se fortalecen en la violencia, su única defensa. La
compasión es inútil, asunto de los que viven por las
afueras.
Fui con los otros a recogerlo, bañarlo y vestirlo.
Tres heridas, como las de Cristo.
¿Habría sentido el mismo pánico, la misma impotencia?
El uno, sabiéndose hijo de la luz. El otro, ignorándose hijo de la oscuridad.
Fantomas lo mató. Desde que salió de la cárcel
ofrecía un billete para que le dijera su escondite. Po-
cuento
brecito, alguien lo vendió, explicaba en voz baja Camacho.
Inútil compasión. Se lo doy firmado, nunca sabremos
quién es el pobrecito, si el muerto o el homicida.
Reporteros y policías cumpliendo con su trabajo,
fingiendo interés por una vida que no les interesaba
para nada. Preguntando, inventando, los delegados de
la Ley querían sepultarlo en la misma tumba donde
dormía. Se trataba de Lázaro, el ladrón de las flores
plásticas que los fieles dejaban en las puertas de los
hogares de las calaveras. Él las lavaba y vendía. Era
su oficio, aunque me digan que era su delito. Ya no
le importaba su cambio de ladrón temible a vivir de
pordiosero. Nunca tuvo sexo, no sabía lo que era un
beso, esas eran sus confesiones alcohólicas, las que valen. Cada vez que lo llevábamos a un burdel, entraba y
salía en segundos. No tenía erección y no era eso, era
la risita de las mujeres lo que lo afligía.
Como les iba contando, querían sepultarlo así nomás, sin velatorio, sin lagrimitas drogadas y borrachas.
Haga un acto de caridad mi agente. Sí, yo soy profesor
universitario, amigo nomás. Bien, yo firmo.
Mamá dormía hacía un montón de años y de
huesos. El cuartucho donde yo moría era mi estudio
de día y mi nido de lunas y ojos enloquecidos en la
noche. Allí improvisamos una salita de velación y un
sahumerio. Después de todo, los afiches de artistas
y sicarios, las colillas de los cigarrillos del insomnio,
eran evidencias de mis bienes, agitadores de mis males. Camacho colocó en la camisa del cadáver un sobrecito de ‘polvo mágico’. — Para que le haga ‘magia’
en el más allá—.
Camacho insensato. Los curiosos (los honrados,
cómo no) luego de hartarse de sus morbosidades y sus
chismes se largaron a terminar de malcriar a sus pequeños. Pronto estarían como nosotros. Posiblemente con
nosotros. Los honrados: despojos de una mentira que
creyeron cierta, ellos los buenos, nosotros los malos.
Quedamos sus condiscípulos. ¿De qué?, ¿de la calle, del delito menor, de lo oculto? Condiscípulos de la
espera sin esperanza (si no me entiende, da lo mismo
en esta parte de mi vida y de esta historia).
A usted le ha pasado. Momentos llegan en que
dentro de nuestros ojos, mares iracundos se acumulan.
Los ojos están duros, como las rocas, pero de tanto
golpear bajan por las mejillas lágrimas acompañadas
de ayes y lamentos. El llanto. Como el del recién nacido, traumatizado al ver lo que le espera. Así lloré por
Lázaro huérfano, virgen, delator.
Solo quedamos Camacho y yo.
Camacho le sacó el sobrecito de ‘polvo mágico’.
­­—Para hacer ‘magia’ en el más acá—.
Camacho sensato.
Los ojos somnolientos del amanecer se asustaron
ante nuestros ojos enloquecidos.
—Vamos a buscar a Fantomas para que nos pague.
Ya cumplimos.
En mi corazón empezaba a latir el remordimiento.
17
18
poesía
El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo
De todas las mariposas
de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó
en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y
yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto
agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una
fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una
mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado
de tren que siguió.
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín.
En tren es casi lo que andar en mancarrón.
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres
hasta Buenos Aires.
Casi a mediodía entró el guarda con paso de «aquí van a suceder
cosas», y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente
de Dios se estaba alimentando.
En el ferry fue tan lindo mirar el agua.
¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que
cantara.
La siesta del domingo
Entreabierto a las miradas, el pulcro panteón donde reposan,
unos frente a otros, los miembros de una familia.
El sol que cae casi a plomo, penetra sin embargo en el inmóvil
grupo. Aquí, a la izquierda y por poco en el suelo, el padre. Sobre
esa oscura encina, la madre. En el tercer estante, el más joven de
los hijos, muerto joven. A la derecha, las muchachas, muertas de
muchos años. En lo que es el piso, si se levantara de su argolla la
losa, se vería reposar, en el fervor de la penumbra, con los amigos
que más tarde fueron sus cuñados, los restantes hijos varones repitiendo
el prolijo conjunto de arriba.
Pero hay una repetición más densa en la muerte: los hermanos
mayores vivieron, aún solteros, apartados de la casa por un enorme
patio, hermoso como un bosque. En esas habitaciones recibían
amigos, tenían una guitarra.
Ahora, entre ellos mismos en severo desnivel, y debajo de los
padres, de las buenas hermanas, de su hermano más joven, descansan.
Se diría que allá abajo, ocultos por la pesada losa como antes
por el bosque, siguen conspirando hermosuras, siguen fuertes
en la cacería nocturna, ajenos a la severidad paterna, a la inocencia
pacífica, al candor de los blanquísimos paños bordados.
Hay una repetición en la muerte. También la casa, cuando todos
ellos estaban en la tierra, permanecía abierta, y con los días
festivos hasta el humo de la chimenea despachaba limpieza. Ahora
que la muerte recata la puerta y la entreabre sólo, todos duermen
la siesta campesina.
19
Yo muero todavía
20
Te lo digo, te lo digo, tienes que creerlo, nos estamos volviendo
esta cosa increíble que es el amor, un brazo es un abrazo, las estrellas
más se internan descalzando flores, tus enanos muertos que
pisabas ayer tarde, el agua, las aguas aquellas que miramos con un
oído atento hacia las caras, sin saberlo, sin saberlo.
El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por la copa
de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pandorga alta queridísima
entregada con una mano, aquella palabra que llegó una
tarde a pasar la vida con nosotros.
Encendido por el viento, ningún manantial pisa la tierra, el
amor había nomás que darlo todo, si no ¿quién habría de quedarse
en casa cuando ya todos nos hayamos ido?, invierno de aquel año
en que moríamos de niños, nada cesa pero el amor no cesa, ¡qué
mineral, cuánta greda en un fantasma!
Yo sé, tienes que creerlo, yo muero todavía, ya me animo al
amor con los ojos abiertos, yo lindo todavía, alambrada mía, río
de sonda que me paras en dos patas de conseja camino hacia tus
bocas, dame de esas lámparas que pasan, de esas estelas que se apagan
al hallarse, llévame para siempre conmigo fuera mío, no dejes
que yo entre más en tantas casas sin hallarte, los mil dedos por noche
de mis manos, laberinto que no extravías al que abre la boca
sin su grito mudo, escucha, no escuches a las alas que no coinciden
al cerrarse, nos estará, sí, ya gozando la inolvidable muerte.
Caminaba el hombre
Caminaba el hombre
llevado por su estrella,
no diferente al yuyo
que al agacharse
toca con la mano
hombre
atendido por su estrella,
forma dulce de tierra
por cuestas de retama
de loma en loma
hablado por los pájaros
herido
por cinco pies de tierra
como las nubes errantes
busca arroyos
donde aliviarse,
reflejarse
y la vara de nardo
de la luz
que lo conversa
brillante de tan verde
la hondonada
olías a
lentamemente tierra,
la tierra curva
de Entre Ríos
Arnaldo Calveyra
Nació en Mansilla, Entre Ríos, en 1929,
y se licenció en Letras en la Universidad
de La Plata. En 1961 viajó a París con
una beca del gobierno francés para
escribir una tesis sobre los trovadores
provenzales. Desde entonces, residía allí,
dedicado a la docencia, la traducción y la
literatura. Es autor de notables libros de
poesía como Cartas para que las alegrías,
Iguana, iguana, El hombre del Luxemburgo,
Diario del fumigador de guardia y Libro
de las mariposas; la novela La cama de
Aurelia; el libro de relatos El origen de la
luz; y el ensayo Si la Argentina fuera una
novela, además de varias obras de teatro.
En París trabajó con Peter Brook. Fue
condecorado por el gobierno francés con
la Ordre des Arts et des Lettres. Falleció
el 16 de enero de 2015.
llegada de su noche
una lumbre siempre pronta
que lo entibia
el hombre, el doble de su estrella
atraído por su sol
¿dónde los cinco pies
de tierra
que lo exaltan
en la voz de la calandria?
creencia dulce
de senderos.
(2001)
Los poemas de esta página fueron tomados de
Poesía reunida, 2 edición aumentada, con la
autorización de Editorial Adriana Hidalgo editora
S.A., Buenos Aires, 2008, 2012.
21
Miguel de Unamuno
¡P
22
Publicado por la revista Summa,
Madrid, España,15 de marzo de 1916.
auvre Lelian! se dijo de
Verlaine, y Rubén lo recordaba. ¡Pobre Rubén!, digo
yo ahora. Porque este otro niño
grande era también, como aquel,
bueno, entrañadamente bueno. Débil, entrañadamente débil. No podía
consigo mismo. Y paseó por ambos
mundos su pavor ante el misterio y
su insaciable sed de reposo para ir a
morir junto a su cuna, él, el hombre
de todos los países cuya patria no
era de este mundo.
Conocí y traté a Rubén; no lo
bastante. Conservo de él una docena de cartas, en algunas de las cuales se ve al hombre. Fue quien me
llevó a La Nación, de Buenos Aires,
en que colaboro hace años.
Quiero ahora aquí, como ofrenda al hombre, comentar una de esas
cartas.
Con esta lengua que el demo-
nio nos ha dado a los hombres de
letras, dije una vez delante de un
compañero de pluma que a Rubén
se le veían las plumas —las de indio— debajo del sombrero y el que
me lo oyó, ni corto ni perezoso, esparció la especie que llegó a oídos
de Darío. Y éste, poco después, el 5
de septiembre de 1907, me escribía
desde París: «Mi querido amigo:
ante todo para una alusión. Es con
una pluma que me quito debajo del
sombrero con la que le escribo. Y lo
primero que hago es quejarme de
no haber recibido su último libro.
Podrá haber diferencias mentales
entre usted y yo, pero…». No copio
lo que sigue, pues no quiero aparecer haciéndome el propio artículo
ante la muerte, aún fresca y palpitante de pena, del óptimo poeta y
hombre mejor.
Seguía luego la carta así: «mas
centenario
yo quisiera también de su parte alguna palabra de benevolencia para
mis esfuerzos de cultura». Tampoco debo copiar lo que sigue, y que a
mí se refiere, hasta que dice: «Y en
cuanto a lo que a mí respecta, una
consagración de vida como la mía
merece alguna estimación». ¿Alguna estimación? ¿Nada más que
alguna estimación? ¡Noble Rubén!
¡Con qué dignidad, con qué nobleza se quejaba de una conducta que,
en verdad, no debí haber para con
él seguido!
La carta acababa así: «La independencia y la seriedad de su modo
de ser le anuncian para la justicia.
Sobrio y aislado en su felicidad familiar, debe comprender a los que
no tienen tales ventajas. Usted es
un espíritu director. Sus preocupaciones sobre los asuntos eternos y
definitivos le obligan a la justicia y
a la bondad. Sea, pues, justo y bueno. Ex toto corde, Rubén Darío.
Han pasado más de ocho años
de esto; muchas veces esas palabras
de noble y triste reproche del pobre
Rubén me han sonado dentro del
alma, y ahora parece que las oigo
salir de su enterramiento, aún mollar. ¿Fui con él justo y bueno? No
me atrevo a decir que sí.
Quería alguna palabra de benevolencia para sus esfuerzos de
cultura de parte de aquellos con
quienes se creía, por encima de diferencias mentales, hermanado en
una obra común. Era justo y noble
su deseo. Y yo, arando sólo mi campo, desdeñoso en el que creía mi
espléndido aislamiento, meditando
nuevos desdenes, seguí callándome
ante su obra. ¿Fue esto justo y bueno? No me atrevo a decir que sí.
Él, por su parte, no se calló ante
la mía. Ante mi obra poética, quiero decir. Cuando publiqué mi primer volumen de poesías, lo mejor,
sin duda, lo más cordial que sobre
ellas se dijo, fue lo que dijo Rubén
en un artículo de La Nación bonaerense. No lo olvidaré nunca. Y
las cartas que después me escribió
fueron nobles, sinceras y dignas. Y
es que aquel óptimo poeta era un
hombre mejor.
Le acongojaban las eternas e
íntimas inquietudes del espíritu, y
ellas le inspiraron sus más profundos, sus más íntimos, sus mejores
poemas. No esas guitarradas que
se suele citar cuando de su poesía
se habla, eso de «la princesa está
triste; ¿qué tendrá la princesa?» o
lo del «ala aleve del leve abanico»,
que no pasan de leves cosquilleos
a una frívola sensualidad acústica;
versos de salón sin intensidad ninguna. Porque el pobre Darío tuvo
la triste suerte de todos los que
de verdad remueven y ahondan y
renuevan, y es que de lo suyo adquiera más pronta y extensa boga
lo menos suyo y lo más flojo. Si me
hubiera dejado guiar por lo que
de él me recitaban los que decían
admirarle más, no le habría leído
nunca. ¡Fortuna grande que le conocí y descubrí al hombre, y éste
me llevó al poeta! Al indio —lo
digo sin asomo de ironía; más bien
con pleno acento de reverencia—,
al indio que temblaba con todo
su ser, como el follaje de un árbol
azotado por el cierzo ante el misterio. Pues para él era el mundo en
que erró, peregrino de una felicidad imposible, un mundo misterioso.
«Sea, pues, justo y bueno». Esto
me decía Rubén cuando yo me
embozaba arrogante en la capa de
desdén de mi silencioso aislamiento, de mi aislado silencio. Y esas
palabras me llegan desde su tumba
reciente ahora que veo llegar la otra
soledad, la de la cosecha.
¡No, no fui justo ni bueno con
Rubén; no lo fui! No lo he sido acaso con otros. Y él, Rubén, era justo
y era bueno.
Era justo; capaz, muy capaz de
comprender y de gustar las obras
que más se apartaban del sentido y
el tono de las suyas; capaz, muy ca-
¡Pobre Rubén!
¿Te llegarán tarde estas líneas de
tu amigo que no
quiere ser injusto
ni malo? Nunca llegan tarde las palabras buenas. Dicen
que la hora de la
muerte es la de las
alabanzas. Pero si
éstas son sinceras
y son justas, hasta
vale la pena morirse, porque ante
Dios y los hombres
resuenen las alabanzas sinceras y
justas. ¿Por qué en
vida tuya, amigo,
me callé tanto?
23
24
paz de apreciar los esfuerzos en pro
de la cultura que iban por caminos,
los al parecer más opuestos a los
suyos. Tenía una amplia universalidad, una profunda liberalidad de
criterio. Era benévolo por grandeza
de alma, como lo fue antaño Cervantes. ¿Sabía que él se afirmaba
más afirmando a los otros? No, ni
esta astucia de fino egoísmo había
en su benevolencia. Era justo, esto
es, comprensivo y tolerante, porque
era bueno.
Aquel hombre, de cuyos vicios
tanto se habló y tanto más se fantaseó, era bueno, fundamentalmente
bueno, entrañadamente bueno. Y
era humilde, cordialmente humilde. Con la grande humildad que, a
las veces, se disfraza de soberbia. Se
conocía, y ante Dios —¡y hay que
saber lo que era Dios para aquella
suprema flor espiritual de la indianidad— hundía su corazón en el
polvo de la tierra, en el polvo pisado
por los pecadores. Se decía algunas
veces pagano, pero yo os digo que
no lo era.
No descansó nunca aquel su pobre corazón sediento de amor. No
de amar, sino de que se le amase.
«Alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura». Aún me resuena esta queja y
reproche y demanda. ¡Que no era
pedirme una limosna, no, no!, sino
era pedirme una justicia. «Sea, pues,
justo y bueno».
Nadie como él nos tocó en ciertas fibras; nadie como él sutilizó
nuestra comprensión poética. Su
canto fue como el de la alondra;
nos obligó a mirar a un cielo más
ancho, por encima de las tapias del
jardín patrio en que cantaban, en
la enramada, los ruiseñores indígenas. Su canto nos fue un nuevo
horizonte, pero no un horizonte
para la vista, sino para el oído. Fue
como si oyésemos voces misteriosas
que venían de más allá de donde a
nuestros ojos se juntan el cielo con
la tierra, de lo perdido tras la última lontananza. Y yo, oyendo aquel
canto, me callé. Y me callé porque
tenía que cantar, es decir, que gritar acaso, mis propias congojas, y
gritarlas como bajo tierra, en soterraño. Y para mejor ensayarme me
soterré donde no oyera a los demás.
¡Pobre Rubén! ¿Te llegarán tarde estas líneas de tu amigo que no
quiere ser injusto ni malo? Nunca
llegan tarde las palabras buenas.
Dicen que la hora de la muerte es
la de las alabanzas. Pero si éstas son
sinceras y son justas, hasta vale la
pena morirse, porque ante Dios y
los hombres resuenen las alabanzas
sinceras y justas. ¿Por qué en vida
tuya, amigo, me callé tanto? ¡Qué
sé yo…! ¡qué sé yo…! Es decir, no
quiero saberlo. No quiero penetrar
en ciertos tristes rincones de nuestro espíritu. Pero tú, pobre Rubén,
me estás diciendo desde tu reciente
tumba: «Sea justo con los otros, con
todos; sea bueno con los otros, con
todos». Pero…
De tal modo se tapa uno los oídos para no oír a los demás y que
no le distraigan de sí mismo y le
Miguel de Unamuno
dejen así oír mejor la voz de sus
entrañas, que acaba por no oírse ni
a sí mismo. Y no comprende uno
que esa voz que cree de sus entrañas
es la voz de los otros, de aquellos a
quienes no quiere oír, que por sus
entrañas le llega.
Sí, buen Rubén, óptimo poeta
y mejor hombre: éste tu huraño y
hermético amigo, que debe ser justo y debe ser bueno contigo y con
los demás, te debía palabras no de
benevolencia, de admiración y de
fervorosa alabanza, por tus esfuerzos de cultura. Y si Dios me da salud, tiempo y ánimo, he de decir de
tu obra lo que —más vale no pensar
en por qué— no dije cuando podías
oírlo. ¿Lo oirás ahora? Quisiera
creer que sí.
Hay que ser justo y bueno,
Rubén.
Sí, buen Rubén,
óptimo poeta y
mejor hombre:
éste tu huraño y
hermético amigo,
que debe ser
justo y debe ser
bueno contigo y
con los demás, te
debía palabras no
de benevolencia,
de admiración
y de fervorosa
alabanza, por
tus esfuerzos de
cultura. Y si Dios
me da salud,
tiempo y ánimo,
he de decir de
tu obra lo que
—más vale no
pensar en por
qué— no dije
cuando podías
oírlo. ¿Lo oirás
ahora? Quisiera
creer que sí.
Hay que ser justo
y bueno, Rubén.
25
Lo fatal
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser
vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
Rimas XIV
La calumnia
El ave azul del sueño
sobre mi frente pasa:
tengo en mi corazón la primavera
y en mi cerebro el alba.
Amo la luz, el pico de la tórtola,
la rosa y la campánula,
el labio de la virgen
y el cuello de la garza.
!Oh, Dios mío, Dios mío!...
Sé que me ama...
Puede una gota de lodo
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor oscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.
Cae sobre mi espíritu
la noche negra y trágica;
busco el seno profundo de sus sombras
para verter mis lágrimas.
Sé que en el cráneo puede haber tormentas,
abismos en el alma
y arrugas misteriosas
sobre las frentes pálidas.
¡Oh, Dios mío, Dios mío!...
Sé que me engaña...
26
La canción de la noche en el mar
¿Qué barco viene allá?
¿Es un farol o una estrella?
¿Qué barco viene allá?
Es una linterna tan bella
¡y no se sabe adónde va!
¡Es Venus, es Venus la bella!
¿Es un alma o es una estrella?
¿Qué barco viene allá?
Es una linterna tan bella...
¡y no se sabe adónde va!
¡Es Venus, es Venus, es Ella!
Es un fanal y es una estrella
que nos indica el más allá,
y que el Amor sublime sella,
y es tan misteriosa y tan bella,
que ni en la noche deja la huella
¡y no se sabe adónde va!
Rimas XII
¿Que no hay alma? ¡Insensatos!
Yo la he visto: es de luz...
(Se asoma a tus pupilas
cuando me miras tú).
¿Que no hay cielo? ¡Mentira!
¿Queréis verle? Aquí está.
(Muestra, niña gentil,
ese rostro sin par,
y que de oro lo bañe
el sol primaveral.)
¿Que no hay Dios? ¡Qué blasfemia!
Yo he contemplado a Dios...
(En aquel casto y puro
primer beso de amor,
cuando de nuestras almas
las nupcias consagró).
¿Que no hay infierno? Sí, hay...
(Cállate, corazón,
que esto bien por desgracia,
lo sabemos tú y yo).
Poemas de Rubén Darío.
27
María Auxiliadora Balladares
M
28
e encontraba ante la
disyuntiva de robar o no
robar, cuando decidí salir al deli a comprar jamón serrano.
Suena difícil de entender: ¿por qué
jamón serrano en esas circunstancias? Lo lógico hubiera sido decidir
cuanto antes si cometía el delito o
no. Quizás si hubiera necesitado
una pastilla para el dolor de cabeza o para la tensión, o quizás una
botella de agua, o por último el periódico para leer el horóscopo, todo
hubiera hecho más sentido… pero
no. Nada se puede prever, porque
sufro de un patológico miedo a la
determinación.
—¿En qué le ayudo? —preguntó el dependiente.
—Por favor, deme ciento cincuenta gramos de jamón serrano.
La pulcritud del dependiente
llamó especialmente mi atención.
Utilizaba unos guantes blancos, de
esos de sala de operaciones, y sometía al jamón serrano a la desintegración en delgadísimas lonjas. Las iba
ubicando en perfecto orden sobre
el plástico transparente. La precisión, pero sobre todo el ritmo con
el que hacía su trabajo, que sin llegar a ser lento exasperaba un poco,
le daba cierto aire de solemnidad.
Trabajar en un deli, en ese momento, era una acción elevada. Se podía
ver cómo, con un delicado movimiento de labios, el hombre iba
contando las lonjas: «treees, cuaaatro, ciiinco». No sé en qué número
paró; el cuidado con el que hacía su
tarea volvió elástico el tiempo. Sobre el alimento puso otro plástico
transparente. Yo sentía que estaba
presenciando un rito algo parecido
a vestir el cadáver de un ser amado
antes de confinarlo al ataúd. Llevó
cuento
el paquete hasta la balanza y lo colocó con cuidado casi maternal sobre la bandeja. Levantó la mirada
hacia el visor donde aparece el peso.
Al ver que éste marcaba ‘0,150 kg’,
una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro. Su alegría era tan
simple, que me gusta pensar en ella.
Había unas siete personas atrás
de mí en la fila.
—¿Necesita algo más? —preguntó con amabilidad el dependiente.
—No, muchas gracias —respondí todavía sorprendida.
Me entregó el paquete de jamón
serrano. Al voltearme y ver con los
ojos bien abiertos a las personas de
la fila, pensé por un momento preguntarles si es que habían presenciado el fenómeno, si se habían sorprendido como yo ante la voluntad
de ese dependiente y la exactitud
con la que sus acciones se ejecutaban en el tiempo. Finalmente no lo
hice; fui cerrando los ojos hasta dejarlos apenas abiertos. Avancé hacia
la puerta lentamente; por momentos, levantaba la mirada y mis ojos
se cruzaban con los de algún otro
cliente. Tuve la sospecha, antes de
cruzar el umbral de la puerta, que
ninguno de ellos iba a tener la misma suerte que yo. Tuve la sensación
de que el dependiente no sería tan
feliz con ninguno de ellos como
conmigo. Creo que se lo dije, casi
susurrando, al último de la fila.
Salí del deli. Llevaba el paquete en la mano. Cuando me cruzaba
con un perro, estiraba mi brazo en
el aire. Algunos no se inmutaban;
a otros, les llamaba la atención la
brusquedad de mi movimiento.
Ninguno se fijó realmente en el
paquete. Me senté en la parada del
bus. Se me pasó uno. Debía esperar
unos minutos más hasta que pasara
otro de la misma ruta. Fue entonces
que recordé por qué había salido a
comprar jamón serrano. Quería tomarme algo de tiempo para poder
decidir, o quizás para no pensar en
lo que debía pensar. La distancia
entre el momento en que surge la
necesidad de tomar la decisión y
la propia toma de decisión resulta
fundamental para mentes como la
mía, incapaces de fijar su atención
en un pensamiento durante demasiados minutos seguidos.
Al rato, llegó el bus. Me subí
sosteniendo el paquete con la mano
izquierda y agarrándome con la derecha de todos los tubos que tenía a
mi alcance para no caer. Nunca me
han gustado los buses, pero creo
que he terminado por acostumbrarme a ellos. Hubiera podido tomar un taxi de no haber comprado
el jamón, pero, desde temprano en
la mañana, tuve ganas. No me gusta
caminar, prefiero ser pasajera. Me
fijé en las otras personas que iban
en el bus. Como yo, su estancia en
ese carro se definía en la cualidad
La distancia
entre el momento
en que surge
la necesidad
de tomar la
decisión y la
propia toma de
decisión resulta
fundamental
para mentes
como la mía,
incapaces de fijar
su atención en
un pensamiento
durante
demasiados
minutos seguidos.
29
Tendría que
llevar conmigo
un estilete para
poder cortar
la tela sin tener
que desbaratar
el marco, la
doblaría con
cuidado y la
metería en
mi bolso. Me
quedaría un
rato más en el
velorio y me
iría enseguida,
apenada, de
verdad apenada
por la muerte
de Juan.
30
de ser fugaz. Las agarraderas llenas
de sudores adornaban el bus y le
daban el aspecto de un particular
sistema de tuberías, con la diferencia de que las aguas, en lugar de
recorrerlas por dentro, las recorrían
por fuera. Uno de los pasajeros se
levantó.
—Señorita, por favor, tome mi
asiento —dijo en un tono tan amable como el del dependiente del deli.
—Muchas gracias, señor —le
respondí sentándome.
«Caballeros hay muchos, lo que
no hay es asientos», pensé y, en lugar de sonreír, levanté una ceja. Eso
lo había oído antes en algún cacho,
o lo había escuchado de algún chistoso en algún bus del pasado. No
importaba. Pensé que debía estar
atenta a mi parada. Andaba tan
dispersa después del episodio con
el dependiente del deli, que era
probable que se me pasara. Un par
de cuadras antes de llegar, me paré.
Pedí permiso. Igual fui golpeando
la cabeza de alguno con mi bolso.
Pensé: «para qué no se quita», pero
no dije nada. Total, un golpe más,
un poco menos de caspa.
Al bajarme del bus y caminar
unos pocos metros, me di cuenta de
que no llevaba conmigo el jamón
serrano. Lo había botado, sin querer y con toda seguridad, en el bus.
Ay, qué dolor. Me volteé para ver
si alcanzaba a pedirle al busero que
se detuviera, pero no, era imposi-
ble. Había arrancado incluso antes
de que yo posara mis dos pies en el
suelo. Caminé otros pocos metros
más, hasta la puerta de mi casa. Al
abrir mi bolso para sacar las llaves,
encontré el paquete de jamón serrano a buen resguardo. Había olvidado totalmente —como todas
las cosas que hago en automático—
que cuando me cedieron el puesto
y me senté, guardé el paquete previendo mi futuro e inevitable descuido, como Ulises cuando ordenó
que lo ataran al mástil para poder
oír el canto de las sirenas sin lanzarse al mar. Ojalá fuera igual de
precavida siempre. Sentí alivio, entré a la casa y volví a pensar en la
simpleza del dependiente.
Me tomó un tiempo regresar
al lugar de la disyuntiva a propósito de la decisión que debía tomar.
Mi amigo Juan (en realidad Juan
era mi amigo, pero era, sobre todo,
amigo de mis amigos. No nos unía
la cercanía, quizá la risa en algunas
reuniones, quizá la misma punta
de un billete enrollado introducida
por turnos en nuestras fosas nasales, quizá un polvo en medio de una
borrachera, quizá las calles de Quito caminadas junto a algún conocido en común que llegara de visita a
la ciudad) había muerto esa misma
mañana. Magdalena me llamó temprano, a eso de las 7, y me lo contó.
Yo sabía que estaba muy enfermo y
sabía que moriría en cualquier momento. Juan, esto lo sabíamos todos
los que alguna vez estuvimos en su
departamento, era rico. No sé cuánto dinero tenía en el banco, pero en
todo caso, en su casa se podía encontrar una de las más importantes
pinacotecas privadas de la ciudad.
La mayor parte de los cuadros la
había heredado del abuelo materno,
un judío alemán que había llegado
al país, no huyendo de la segunda
guerra, sino unos pocos años antes
de que Hitler subiera al poder. Juan
por su cuenta había ido aumentando la colección con obras de maestros latinoamericanos como Ortega Caicedo, Sempértegui, Dávalos
y Sarmiento-Casares. Una fortuna
en óleos.
Estaba tratando de recrear el orden en el que Juan había colgado
algunos de sus cuadros en la sala de
su departamento y no lograba ni
siquiera recordar cuál era el cuadro
que se podía ver desde el umbral
de la puerta. Lo cierto es que, en
ese momento, decidí servirme jamón serrano con un trozo de pan
31
Sólo por estar
segura, comprobé
que la alarma de
los cuartos no
estuviera activada.
Parecía necia
mi precaución,
considerando que
hubiera sido muy
inconveniente que
en pleno velorio
sonara una sirena.
32
de agua. Comí despacio, como sin
hambre, pero me terminé todo el
pan. Dejé algo de jamón para la
noche, porque sabía que me daría
ganas. Después de comer, tomé la
decisión. Entraría a la casa de Juan
a robar. Era definitivo, tanto que ya
me sentía ladrona. El velorio se estaba realizando en el mismo departamento, como él había dispuesto
antes de morir. Yo iría, como todos
los amigos de Juan. Lo único que
necesitaba era la convicción de que
el tiempo estaba diseñado para que
cada segundo que pasara ocupara
exactamente el mismo espacio dejado por el segundo anterior. De
tener esa seguridad, todo saldría a
pedir de boca. Debía medir los movimientos de la gente, de los deudos, de los amigos con exactitud.
Pensé que a Juan no le importaría
que me robara uno de sus cuadros
o todos. Después de muerto, pensé,
no le importaría nada.
Me puse el único vestido negro
que tenía en el clóset. Llamé a mi
sobrino antes de salir, como para
sentirme persona. Después de todo,
necesitaba cometer el delito para
pagar algunas deudas contraídas
por ser persona. Mis gastos habían
superado con creces a mis ingresos,
es decir, me había pasado lo que le
pasa a la mayoría de la gente en este
mundo. Y no que me dé la buena
vida: no tengo casa propia, no tengo ropa elegante ni joyas, tampoco
viajo demasiado. Mis posesiones
tienen la cualidad de ser pasajeras.
Lo cierto es que dormía muy mal
por las noches pensando en cómo
resolver mis problemas financieros.
Tendría que llevar conmigo un estilete para poder cortar la tela sin
tener que desbaratar el marco, la
doblaría con cuidado y la metería
en mi bolso. Me quedaría un rato
más en el velorio y me iría enseguida, apenada, de verdad apenada por
la muerte de Juan.
Cuando llegué al depar, me
sorprendió ver que no había demasiada gente. Saludé con todos y
me quedé conversando un rato con
Magda.
—Se había deteriorado tanto
estas últimas semanas.
—Sí, lo sé. Yo lo llamé la semana pasada y apenas pudo hablarme.
—¿Sabes de qué murió?
—De problemas respiratorios,
¿no?
Sólo por estar segura, comprobé que la alarma de los cuartos no
estuviera activada. Parecía necia mi
precaución, considerando que hubiera sido muy inconveniente que
en pleno velorio sonara una sirena.
Después de estar con Magda, de
abrazarnos y tomarnos de las manos; incluso de llorar un poco, le
dije que iba al baño.
Como lo había planeado, entré
a la habitación de Juan. Ahí había
un Sempértegui del 78. Había sido
el elegido por una sencilla razón.
Era el único cuadro de la colección
que yo recordaba. Desde la mañana, cuando me encontraba en la
disyuntiva, no había podido dejar
de pensar en él. Yo sabía que había
muchos y muy valiosos, pero éste
era el único que no había olvidado
al momento de trazar el plan. Un
día, hacía ya muchos, borracha en la
habitación de Juan, sobre su cama
y en una posición que me permitía
ver la pared del frente, le comenté
que me encantaba ese cuadro porque me encantaba el jamón serrano.
El cuadro, por supuesto, muestra
una portentosa pierna de cerdo
colgada de una viga que, a su vez,
no se sostiene en nada. No fue fácil
cortar la tela con el estilete. Me di
cuenta que me tomaría más tiempo del que había previsto, así que
descolgué el cuadro de la pared y
me metí con él al baño de Juan. El
baño del muerto. Sentí que invadía
la privacidad de un cadáver porque
ese es el lugar de las secreciones, de
lo interior convertido en exterior
sin usar el cuchillo. Las baldosas,
las llaves de agua me hacían pensar
en su cuerpo con una morbosidad
exacerbada. Procuré no distraerme
demasiado y con mucho cuidado
fui cortando el Sempértegui 78.
Colgué el marco de vuelta en la
pared y salí de la habitación. En
silencio.
En el bus de regreso, saqué la
tela de mi bolso. La observé unos
segundos. Sentí vergüenza, la misma que había sentido en el baño.
No volvería a guardar la pintura
porque se podía malograr. La llevaría en la mano con cuidado para
que nadie viera su contenido. Después de todo, no era muy grande.
Mis caderas la taparían perfectamente. Para distraer la vergüenza,
decidí pensar en Juan. En su cuerpo, pero de otro modo, en su cuerpo
delicado pero hermoso. Era alto y
rubio, me dijo una vez que como
su abuelo alemán. Había una cierta
transparencia en él, una transparencia que superaba la de la blancura de su piel. Juan era un hombre
bueno, ante todo. Al llegar a casa,
ya de noche, me serví el resto del
jamón. Mientras lo engullía, pensaba que había hecho bien mi trabajo, que nadie se había dado cuenta
de que entré y salí del cuarto. Todo
fue exacto. Tuve suerte, por supuesto; no sólo dependió de mí. Como
con el dependiente del deli. Tuvimos suerte de que las formas nos
favorecieran (en el caso de él, la de
la pierna; en mi caso, la muerte, el
velorio de Juan).
Después de comer, pensé en mirar detenidamente mi nuevo cuadro. Todavía no había decidido qué
hacer con él. Fui al sofá de la sala a
buscarlo y no lo encontré. Fui a mi
cuarto y no lo encontré. En el estudio, tampoco. Sobre el mesón de
la cocina, unas pocas frutas a punto de pudrirse. En el comedor, sólo
el plato vacío de jamón serrano.
Hice memoria. La última vez que
recordaba haberlo tenido en mis
manos fue en el bus, antes de abrir
mi cartera para sacar las monedas y
pagar el pasaje. Lo había olvidado
en el asiento. No me cabía la menor
duda al respecto.
María Auxiliadora Balladares
(Guayaquil, 1980)
Investigadora y profesora de Literatura. Trabaja la obra poética
de escritores latinoamericanos de
la segunda mitad del siglo XX e
inicios del XXI. Estudia los conceptos de materialidad, corporalidad y lo ‘común’ en la filosofía y
la literatura contemporáneas. Ha
publicado un libro de cuentos: Las
vergüenzas (Quito, 2013) y un ensayo, Todos creados en un abrir y cerrar de ojos. El claroscuro en la obra
poética de Blanca Varela (Quito,
2015). Tiene un poemario inédito: Animal, y actualmente trabaja en un nuevo poemario al que
tentativamente ha titulado Guayaquil. Mantiene el blog www.ladiestraylasiniestra.blogspot.com.
33
Yuliana Marcillo
34
Yuliana Marcillo
homenaje
E
n el imaginario de Eduardo
Chirinos habitan ángeles
gordos y rosados, dragones
danzan por los pasillos de su casa,
mientras él yace junto al piano. No
está impaciente, no tiene prisa. Los
astros que cuelgan del telón de seda
han logrado llamar su atención.
Él solo contempla. Led Zeppelin retumba en las paredes. Sobre
el piano los enanitos danzan. Van
las flores como en desfile, gardenias, jazmines, margaritas, además
el vestido de bodas; todos han sido
invitados al carnaval de Eduardo
Chirinos.
Hay luna llena y lluvia en las
calles de Varsovia, y otra vez las
flores, flores amarillas sobre las
caras de los muertos. Las palomas caminan hacia la plaza. Manos alrededor del cielo. Está el
retrato de un padre mientras la
nieve cae, están los cisnes, las ranas, los valses, los monos, gallos,
elefantes. Pulpos, calamares y gallinas. Todos secundando sus pasos. Suena el teléfono pero nadie
responde. Se ocultan en el horno,
en el ropero, debajo de la cama,
juegan a estar ausentes, el piano
fúnebre da la entrada, la fiesta ha
comenzado1.
Chirinos (Lima, Perú, 1960)
falleció en Missoula, Estados Unidos, el 17 de febrero de este año.
El escritor murió a los 55 años,
víctima del cáncer. Durante la
enfermedad, el poeta plasmó sus
estragos en libros como Anuario
mínimo 1960-2010 (2012), 35
lecciones de biología (y tres crónicas
didácticas) (2013), Fragmentos para
incendiar la quimera (2014), Medicinas para quebrantamientos del
halcón (2014) y Siete días para la
eternidad (2015). Chirinos no solo
continuó escribiendo poesía y ensayo hasta el final, sino que siguió
1 Se han utilizado versos del libro Breve historia
de la música, en especial del poema Le Carvaval
des animaux, de Eduardo Chirinos, para la composición de los dos primeros párrafos.
impartiendo clases de modernismo, vanguardia y poesía contemporánea española y latinoamericana, en la Universidad de Montana,
e incluso, puliendo sus investigaciones como Rosa polipétala. Artefactos modernos en la poesía española
de vanguardia (1918-1931).
Música a todo volumen
Chirinos tenía dificultades en
un oído para escuchar, por eso
cuando escribía, lo hacía con la
música a todo volumen; era muy
metódico a la hora de trabajar y no
se fijaba horarios. «Eso sí, prefería
trabajar en las mañanas. Le gustaba escribir con música alta, escuchaba a The Beatles, Rolling Stones, Led Zeppelin, entre otros. Yo
en cambio trabajo en silencio, por
eso enseñábamos en la universidad
en días diferentes, para que él se
quedara en casa y pudiera trabajar
a gusto. Lo más impresionante de
Eduardo es que tenía textos enteros (académicos o de creación) en
la cabeza, que los iba corrigiendo mientras salíamos a caminar
o íbamos de compras o mientras
fregaba los platos. En cuanto encontraba veinte minutos libres, se
sentaba en el ordenador y hacía
todos los cambios», dijo su esposa
Jannine Montauban, filóloga experta en el Siglo de Oro, en una
entrevista para el periódico digital
GranadaHoy.
Chirinos nunca se excedía ni
con el vino y ni con la comida. Le
gustaba pasear, charlar y asistir al
cine. Leía libros de zoología, ciencia, geografía y religión: «Eso de los
poetas que solo leen poesía es una
fantasía. Alguien que escribe poesía debe estar empapado de todo»,
señaló el escritor a un periodista.
Su pasión por la lectura comenzó
cuando era muy pequeño, a pesar
de haber sido criado en un hogar
«Su esposa dijo
que Eduardo era
difícil de describir,
pero que siempre
fue cariñoso y
amable con la
gente simpática
(no toleraba a la
gente aburrida
o muy llena de
sí misma). Tenía
un gran sentido
del humor y una
gran pasión por la
enseñanza».
35
«Eso de los poetas
que solo leen poesía
es una fantasía.
Alguien que escribe
poesía debe estar
empapado de todo»,
36
donde no «había nada parecido a
una biblioteca».
El peruano fue uno de los poetas
latinoamericanos más celebrados
de la Generación del 80, con dieciocho sólidos poemarios —varios
de ellos agotados— y el de mayor
reconocimiento internacional. Sus
tres primeros poemarios, Cuadernos
de Horacio Morell (1981), Crónicas de un ocioso (1983) y Archivo de
huellas digitales (1985), ganaron los
premios más prestigiosos que entonces existían. En 2001, el poemario Breve historia de la música mereció el premio Casa de América
de poesía americana innovadora,
y Mientras el lobo está obtuvo el galardón de Poesía Generación del
27 en Málaga, en 2009.
Una conexión con los
animales
La relación que ha existido
entre los animales y la música ha
sido parte de toda su obra. Un
ejemplo limpio, sonoro y nostálgico es el libro Breve historia de
la música, aunque no es el único:
«Los animales han ejercido sobre
mí una fascinación que ha sabido
mantenerse a lo largo de los años.
Es natural, entonces, que transiten
con toda libertad a lo largo de mis
libros. ¿Por qué esa fascinación?
No sabría explicarlo con certeza,
pero puedo decir que todos ellos
—desde los más imponentes hasta los más humildes— se me han
ofrecido como un misterio, como
una interpelación que todavía no
logro comprender», dijo Chirinos
en una entrevista.
Breve historia de la música es un
libro de título ‘engañoso’, como indica el propio autor en el prólogo,
«pues no se trata en rigor de contar
una historia de la música, ni mucho
menos de reproducirla mediante
palabras». Esta obra recorre obras
musicales que van desde músicos
como Erasmus Widmann, Jean
Sibelius, Erik Satie, para finalizar
con John Cage. «Los poemas nunca empiezan con palabras, sino con
una música que reclama palabras»,
declaró Chirinos. Las piezas musicales que dan origen a los poemas
no son per se el sonido de la obra,
sino «un entramado de historias
que la música nos cuenta a aquellos que siempre la queremos escuchar», según el escritor.
El poeta peruano estuvo en
Ecuador en el 2015, en el lanzamiento de su libro La música y el
cuerpo, 50 poemas de Eduardo Chirinos (Ediciones de la Línea Imaginaria). Sus amigos dicen que lo
vieron más delgado y calvo. Y es
que su lucha contra el cáncer duró
seis años, enfermedad que lo llevó
a escribir versos como: «Dicen que
el río es la vida y el mar la muerte. He aquí mi elegía: un río es un
río y la muerte un asunto que no
nos debe importar».
El peruano fue
uno de los poetas
latinoamericanos
más celebrados de
la Generación del
80, con dieciocho
sólidos poemarios,
y el de mayor
reconocimiento
internacional.
37
Raritan blues
Para Margarita Sánchez
Aquí no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan?
Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas
disputan su presa con los perros
y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol.
Ni bulla ni miseria.
El río fluye educado como en una tarjeta postal
y nos habla igual que hace siglos, congelándose y
descongelándose,
viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles, plantas refinadoras de petróleo. Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos,
de los enormes gansos salvajes. Han venido desde Ontario hasta New Brunswick, con las primeras nieves volarán al sur. Dicen que el río es la vida y el mar la muerte. He aquí mi elegía: un río es un río y la muerte un asunto que no nos debe importar.
38
Un perro mojado de rocío
El día entra en la casa
como un perro mojado de rocío
Jorge Teillier
Si todo fuera silvestre y las aves
gorjearan sin molestar y la vecina
no arrojara sus puchos al jardín.
Y si la noche
fuera un fulgor ebrio
donde escucho el silencio de Dios.
Si desatara la lengua de Dios
y pudiera pronunciar esa palabra
que tiembla cuando te veo aparecer
tal vez no vuelvas.
Y vendrían otras noches
como un perro mojado de rocío
a desbaratarlo todo.
Fragmentos de una alabanza inconclusa
Debe haber un poema que hable de ti,
un poema que habite algún espacio donde pueda hablarte sin
cerrar los ojos,
sin llegar necesariamente a la tristeza. Debe haber un poema que hable de ti y de mí. Un poema intenso, como el mar,
azul y reposado en las mañanas, oscuro y erizado por las noches, irrespetuoso en el orden de las cosas, como el mar que cobija a los peces y cobija también a las estrellas. Deseo para ti el sencillo equilibrio del mar, su profundidad y su
silencio, su inmensidad y su belleza.
Para ti un poema transparente, sin palabras difíciles que no
puedas entender,
un poema silencioso que recuerdes sin esfuerzo y sea tierno y frágil como la flor que no me atreví a enredar
alguna vez en tu cabello. Pero qué difícil es la flor, si apenas la separamos del tallo dura
apenas unas horas, qué difícil es el mar, si apenas le tocamos se marcha lentamente
y vuelve al rato con inesperada furia. No, no quiero eso para ti.
Quiero un poema que golpee tu almohada en horas de la noche, un poema donde pueda hallarte dormida, sin memoria, sin pasado posible que te altere.
Desde que te conozco voy en busca de ese poema, ya es de noche. Los relojes se detienen cansados en su marcha, la música se suspende en un hilo donde cuelga tristemente tu recuerdo.
Ahora pienso en ti y pienso que después de todo conocerte no ha sido tan difícil como escribir este poema.
39
Metrópoli
Liset Lantigua
E
40
steban y yo sabíamos que la
diminutez de nuestro pueblo acabaría por volver loca
a la gente, y por cerrar sus calles,
una a una, con cercas de alambre
de púa como los manicomios o las
cárceles. Cárceles, no. Es bastante
la cárcel que se tiene en un pueblo que existe a un solo lado de la
carretera, y en el que el mediodía
se posa como una mariposa obesa
a cualquier hora. Esto es más que
una cárcel, porque la gente no sale
de aquí, no sale de sí misma, no va
a ningún lugar a menos que uno logre meterse en sus sueños de avenidas inmensas, con ciudades que se
ahogan en el mar y todo, como Metrópoli. Este es un pueblo chico y la
gente se está volviendo loca en el ir
y venir de la mañana a la noche. Ni
brujas, ni duendes, ni aparecidos...
Ni siquiera ocurren las revoluciones
de otros tiempos, o las guerras que
se llevaban al primo, al hermano, al
sobrino y al padre a morir (al hijo
no, eso una madre no lo soporta).
Y aquellas eran guerras absurdas,
guerras en las que no había un solo
gesto de gratitud, porque nadie se
perdonaba la vida. ¿Por qué? Por
nada. Entonces, vale la pena este
tiempo, este presente pacífico, de
libertad, aunque se trate de una
aparente libertad, porque los trenes
no llegan ni dejan atrás la estación
del barrio Prendes con su herrumbrosa indiferencia. Eso ya no ocurre. Ocurría…
Una vez vi a una mujer embarazada arrodillarse y suplicarle a la
virgen con gritos y lágrimas que el
relato
ni trenes ni meteoritos ni mar. Una
historia de apagones sucesivos, de
seis a seis, único momento en el que
es indispensable la luz, que los ventiladores muevan el aire encerrado
entre el fibrocemento y el prefabricado, el aire escaso, repleto de expresiones monosilábicas porque a
las 08:00 de la noche la gente ya ha
agotado los discursos y empieza a
rezongar. Una interjección aquí, un
suspiro allá, una mala palabra que
rebota en la frente del otro…
Ahora es diferente. Se ve que
las cosas han mejorado, se va menos la luz. Se va…, sí, porque la luz
aquí desarrolló una voluntad. Tomó
cuerpo. O eso decidimos para dejar de culpar a Dios, al sistema y
todo… Cuando la dama se hartaba de esta quietud, «se iba», y era
mejor conformarse, hacer cualquier
cosa en su ausencia. Por eso aquella
noche de apagón y luna Esteban y
yo decidimos salir. «Da igual…, a
caminar un poco».
***
tren parara, que se detuviera, que
iba al pueblo próximo, que sí tenía
hospital, a dar a luz. Y el tren paró.
¡Todo lo que había que hacer para
que el tren parara! Por fin ya no tenemos ese problema, ni el problema de la pastelería, porque la cerraron. Las gordas Borroto regalaban
merengue por la puerta de atrás, y
la gente dejó de almorzar. Preferían embadurnarse de merengue;
llenarse los ojos, la boca y la risa
de merengue. Y el pueblo se puso
flaco y diabético hasta que cerraron
la pastelería porque quién necesita
merengue o pasteles en estos tiempos..., como decía Diego con ese
modo tan suyo de estar en contra.
Esteban y yo teníamos 15 años.
Éramos los gemelos, «los hermanitos gemelos». Vivíamos cerca de
la gasolinera. Solo que el pueblo
se quedó sin autos, por tanto… la
gasolinera… Sí, ya sé que no ocurren milagros aquí. Lo sé. Pero Esteban y yo también sabíamos que
no era posible una historia de más
de veinte años sin guerra ni eclipses
Fuimos en busca del río de los
chinos. El famoso río de Los Chinos, porque hay que ser famoso
para seguir existiendo, sin agua, habiendo sido un río. «Que se secó»,
nos dijo Diego, el fotógrafo, y
añadió: «¿Qué esperan encontrar?,
¿una zanja con agua podrida, para
que se entierren y se los coman los
bichos?». Pero nos dio la linterna.
«Se llama Elvira», también dijo,
para que se la devolviéramos. Esteban no entendió el chiste. Bueno.
Estaba obsesionado con encontrar
el cauce, con armar una historia que
pusiera ‘algo’ en la falta de luz y de
convulsión urbana de nuestro pueblo. Porque que el pueblo fuera llamado pueblo era apenas un síntoma
de nuestra humildad, no de sus verdaderas proporciones. Sin el decoro
y sin la dignidad que padecíamos,
lo que llamábamos ‘pueblo’ hubiera podido llamarse ‘sitio’, ‘lugar’,
41
‘cualquiercosa’… Nosotros lo sabíamos. Y como en el aburrimiento
la insensatez engorda, Esteban y yo
nos armamos de un plan bastante
tonto para nuestra edad, bastante a
lo aventura de los 12 años. Dijimos
«adiós» y partimos hacia ese lado
sin casas que es el pueblo sin pueblo: los matorrales donde estuvo
el tan cantado río de Los Chinos,
algún cañaveral y el cementerio de
toda la vida (gran chiste).
***
42
Íbamos bastante animados, pero
en el trayecto nos arrepentimos.
En efecto, Diego tenía razón, los
bichos empezaron a picarnos, estábamos sudados y los grillos nos
atormentaban. Al cabo de un rato
de haber andado en calidad de cena
para insectos, Esteban pisó algo
blando y le dio asco y entonces vimos el muro blanco del cementerio
y nos arrepentimos aún más.
¡Y cómo no verlo! Era más que
el muro de un cementerio pintado
con cal. Así, bajo la luna, parecía
proyectar la luz como una pantalla
dispuesta a rodar escenas del fin del
mundo, la guerra de los siglos o la
revolución de las ánimas… El muro
estaba como a la espera de todo.
Sin contenido aún, pero encendido.
«¿Por qué no?», dijimos, «entramos,
curioseamos un poco y salimos».
«Además, en el cementerio no crece hierba». Esto lo dijo Esteban.
Entramos y fuimos a parar a
aquella bóveda del banquito. La
linterna enfocaba bastante bien el
silencio blancuzco que caía a pulso
sobre las tapias.
«Es triste que junto a una bóveda
alguien ponga un banquito, es triste».
Leímos la inscripción (ya no la recuerdo, por cierto), y Esteban hizo lo
que hace siempre: sumó los años, y en
ese trajín se percató de que acababan
de enterrar a alguien en esa enorme
bóveda tan vieja. La tapia acababa de
ser sellada, tenía el cemento húmedo.
«Casi todos los días muere alguien, uno no está al tanto de
todo». En estas divagaciones estábamos cuando la vimos. Se asomó o
apareció por detrás de un pequeño
panteón, con el pelo rojizo, alborotado, y unas botas demasiado altas
para nuestro pueblo. Tuve que hacerle un gesto al tonto del Esteban,
que seguía apuntándole a la cara
con la linterna.
Fuimos los tres sin
más idioma que
la compasión de
mi hermano y mía
cuando la vimos
acariciar el relicario.
Pensamos que la
pobre había llegado
tarde al entierro,
que solo necesitaba
despedirse.
Desde que oímos sus pasos, mi
hermano la buscó con la luz, casi
instintivamente. Estábamos lo suficientemente cerca. Ella hizo un
movimiento con la mano para que
dejara de atravesarla el débil cañón de luz, y dijo algo y nos dimos
cuenta de que no hablaba español.
Estaba ansiosa. Y no era para menos… ¡Quién no lo estaría en su
lugar! Tan extranjera y buscando
algo en el cementerio de nuestro
pueblo… Esteban insinuó que bebiera agua (el grifo estaba cerca) y
ella entendió por los gestos y negó.
Yo traté de sugerir que camináramos hacia afuera, que abandonáramos el cementerio, pero la mujer
parecía buscar algo allí… Buscaba
con el alma embutida en un vestido
de flores verdes y rojas, escandaloso para un pueblo enlutado, porque
el pueblo, cabe decir, estaba como
en duelo. No se sabe por qué, pero
la gente no se recomponía de las
adversidades prehistóricas, aunque
nada malo le sucediera ya. Aunque
el peor de los males fuera esa precaria quietud, esa inercia repleta de
grillos y roedores.
En un momento, la mujer se
sentó en el banco. Esteban ya quería irse (lo conozco), me estaba
haciendo gestos, pero me dio lástima dejarla allí. No inspiraba miedo. Era otra cosa. Era una mujer
descompuesta, como decía nuestra
madre cuando se sentía mal. Ya teníamos los ojos acostumbrados a
la penumbra, al blanco neblinoso
del cementerio. Hasta parecía que
corría algo de aire, una brisa imposible, a leguas del mar… Y en
esas estábamos cuando la mujer se
sacó del busto un relicario con una
foto y se le iluminó aquel desastre de rostro, con el rímel corrido
y las arrugas y algunos temblores
dispersos a la altura de un ojo y de
la boca.
«¡Ah, qué bien! Entendimos...».
Buscaba una tumba que coincidiera
con la del rostro amado, reciente y
sereno según la luz amarillenta del
diligente del Esteban, que se había
metido con la linterna casi en el pecho de la mujer. Y él mismo sugirió
ayudarla a buscar, empezar por el
fondo del cementerio.
Fuimos los tres sin más idioma
que la compasión de mi hermano
y mía cuando la vimos acariciar el
relicario. Pensamos que la pobre
había llegado tarde al entierro, que
solo necesitaba despedirse.
Al tope, la tapia del cementerio
tiene vicarias. Crecen en el cemento, son blancas y lilas. «Mira esto»,
dije yo, como digo siempre que las
veo, porque son curiosas las formas
en que la vida persiste.
La mujer respondía a la búsqueda como los animales. Nos dimos
cuenta de que nos acercábamos a
eso que buscaba porque empezó a
detenerse. Iba como poseída de algún olor, de una proximidad que no
alcanzábamos a atestiguar.
En un rincón había una bóveda
abierta. «Es normal. Las limpian
cuando los familiares lo anticipan»,
le susurré a Esteban, que puso cara
de horror.
Todo el cuerpo de la mujer decía haber encontrado eso que buscaba. Sin palabras, sin necesidad de
más anuncio, la vimos descansar de
aquella búsqueda y alegrarse frente a
la bóveda abierta, al borde del nicho
vacío. Entonces hizo un gesto para
despedirse y Esteban abrió los ojos
y trató de dirigir la linterna hacia los
pies de ella, pero estaba aterrado y
dio un paso atrás con la luz oscilante. Solo uno… Para mí fue tarde. Un
tropiezo de ella la hizo aferrarse a
mi blusa y llevarme a la fosa.
***
***
No sé si grité y no importa.
Adentro no importan los gritos.
La tapia se cerró. Me tranquilizó
por un momento saber a Esteban
arriba, con la linterna, buscando a
alguien que lo ayudase a mover la
tapa de granito.
La mujer me tomó de la mano,
me susurró algo y echó andar conmigo por un pasadizo que podía ser
la arteria de algún tren de ciudad,
uno de esos reptiles sonámbulos
que calan provincias y pueblos...
Iba con tanta prisa y era tan inútil cualquier reclamo o ruego que
me dejé llevar… con miedo, con
hambre, con rabia, pensando que
acabaría por cansarse y me dejaría,
y entonces, al regresar al fondo de
la bóveda, hallaría a mi hermano
con Diego el fotógrafo y dos o tres
hombres del pueblo, y papá… Luego olvidé ese consuelo.
No hubiese imaginado tanto túnel bajo una tumba limpia, recién
abierta, sin nada de huesos porque
para eso los cementerios tienen los
osarios y es mentira que los huesos
se hacen polvo, es mentira. Ni siquiera los huesos de los dinosaurios
se hicieron polvo. Y bueno...
Caminamos. Más de lo que había andado yo en mis quince años si
hubiese sido posible juntarlo. Hubo
momentos de angustia, pero la mujer susurraba algo en su idioma que
decía exactamente lo que decía mi
madre cuando quería calmarme de
los pánicos infantiles. La infancia
es una época de miedos: muertos,
fantasmas, monstruos, visiones de
todo tipo.
No sé cómo sobreviví. El cuerpo es poderoso. Aun cuando ignoramos hacia dónde se llega a alguna
parte. Casi al final tuve la perturbadora premonición del infierno, por
43
Todo el cuerpo de la mujer decía haber
encontrado eso que buscaba. Sin palabras,
sin necesidad de más anuncio, la vimos
descansar de aquella búsqueda y alegrarse
frente a la bóveda abierta, al borde del nicho
vacío. Entonces hizo un gesto para despedirse
y Esteban abrió los ojos y trató de dirigir la
linterna hacia los pies de ella, pero estaba
aterrado y dio un paso atrás con la luz oscilante.
44
eso fue un alivio ver la luz allá… no
la claridad ofensiva del cielo abierto, no. Apenas la luz del final del
túnel que recuerdan los que resucitan y que, por una vez en mi vida,
estaba siendo eso: ‘una luz al final
del túnel’, no un vulgar foco de
quirófano o de velador. Habíamos
dejado atrás el cementerio y con él
la pesadilla del trayecto.
Unos pocos peldaños nos condujeron hacia una sala de hospital.
«Qué amable la extranjera. Se ocupó de llevarme al doctor como si la
caída hubiera podido afectarme»,
pensé.
Me dieron una cama.
Al despertar pedí un teléfono. Me entendieron. La extranjera
abrazaba a una anciana y lloraba
desconsoladamente mientras yo
marcaba el número de mi casa y sonaba un vacío extraño, con ruidos
que eran voces que se cruzaban, un
abejeo humano. Repetí la llamada
muchas veces hasta que me di por
vencida. «Posiblemente en mi pueblo cortaron los teléfonos», dije.
Se me acercaron mujeres mayores, amables, hasta dulces. «Bienvenida a Metrópoli». Fue todo. Luego se abrió la puerta de una ciudad
que Esteban, con lo mal que está
ahora, no llegará a conocer. Una
gigantesca avenida me separaba de
un parque espléndido, verdoso y
limpio, sin algún parecido con los
alrededores de nuestro pueblo, fue
lo primero que me sugirió el avistamiento.
Las del hospital habían puesto
en un bolso pequeño algunas provisiones para mi estadía: la dirección
de un apartamento, dinero (muchísimo dinero, la verdad), una cédula
de identidad con mi nombre (mal
escrito, por cierto), y unas llaves.
Sabía que estaba en este mundo
por el idioma. Hablaban como yo,
pero eran muchos. Muchos y desconocidos.
En cuanto pude, pedí un helado
en un restaurante de frutas. Antes
de irme, el muchacho que atendía
me extendió un mapa que era todo
un libro (¡todo un libro era el mapa
de Metrópoli!). Con su ayuda localicé el edificio del apartamento en
que me hospedaría. Vi cierta compasión en sus ojos, y conste que no
era fácil ver algo en los ojos de la
gente de Metrópoli.
La idea de hallar un conocido
cesó cuando tropecé en el lobby del
edificio con la mujer que vi llorar
en el terminal de trenes, la que iba a
dar a luz. Le quise preguntar si llegó a tiempo, pero se fue. Me miró
desafiante, como si hubiera tropezado con un cerdo.
No obstante esta y otras hostilidades, me sentía bastante afortunada de haber ido a parar a una ciudad así, sin más ni más, habiendo
nacido en un pueblito como el mío.
***
Mientras recorría el apartamento —demasiado acogedor para ser
provisional—, me puse a pensar
que quizá tuvieron razón en eliminar los trenes; las cosas habían
cambiado en el mundo sin que en
el pueblo nos enterásemos. Se podía viajar sin subir al vagón, sin la
espera de días y semanas, sin ese
fatalismo pueblerino que tanto
lamentábamos. O era obvio que
tenían reservada esa carta para la
próxima revolución. Mientras tanto, qué importaba que fuésemos
pocos, que viviéramos sin ilusiones,
sin la esperanza de que el pueblo
llegara a crecer acorde a la naturaleza de los lugares.
***
Los días subsiguientes me
arrancaron de las meditaciones.
Salí a buscar trabajo. Conversé con
Roque, el portero del edificio, y me
dijo que podía ir a muchos lugares, que Metrópoli era «grande y
variada» (era un hombre sencillo).
La mirada de Roque me sentaba al
borde de un monumento como a
una turista escolar, perdida irremediablemente de su grupo. Me aconsejó visitar la oficina de empleos del
Ministerio de Empleos en la Avenida 1800 y Zeta. Y tuve que subir
a un tren y cruzar un puente de 150
metros sobre el enorme río de Metrópoli para llegar. Tomaron mis
datos y dijeron que me llamarían.
Volví a casa. Me senté a esperar.
En los días subsiguientes la extranjera del cementerio vino varias
veces con bolsas de comida. Las dejaba sobre el mesón y se marchaba
con una serie de gestos que yo no
sería capaz de explicar. Por momentos la sentía culpable, abatida
por una tristeza infinita. Yo salía
de vez en cuando a conversar con
el portero, sin suerte, casi siempre
estaba de descanso.
A la tercera semana lo vi otra
vez. Yo ya quería irme. Hice a un
lado la pena, como decía mi madre,
y le conté que quería volver, que me
estaba matando la soledad. Abrió
los ojos como un espantado y me
preguntó si había perdido el sentido. Entonces le hablé de la mujer
del cementerio (la extranjera), le
conté con detalles la historia. «La
he visto venir», dijo con discreción,
«y lo del viaje de ella a tu pueblo
salió en la prensa».
«¿Qué hago, Roque?», así se
llamaba mi único ‘casiamigo’ de
Metrópoli. Le expliqué que en el
pueblo tenía mi vida, todo lo que
sabemos: familia, gente conocida, la
calma, el aburrimiento, los árboles,
algunos sueños... (era una enumeración difícil, bastante pobre para
convencer incluso a Roque). Y él
me dijo que esperara un poco más,
que apenas habían transcurrido dos
años, que ya me llamarían; además,
yo no tenía los certificados necesarios para un buen empleo, que vine
muy joven. Y enseguida se puso a
barrer unas hojas. Recuerdo que
habló del desarrollo de Metrópoli y
de los beneficios del orden y la seguridad. Al día siguiente se fue a su
descanso y no volví a verlo. Tomé
lo de los dos años como un error
obvio, eran solo dos meses, no necesitaba aclaraciones.
Emprendí el camino inverso.
Era lo único que deseaba, recoger
cada paso hasta el túnel. Lo pensé,
claro que lo pensé. Sabía que podía morir. Mucha gente muere en
viajes como el mío, pero casi lo prefería a querer quedarme. Me sentía
cercada por las altas paredes de ruidos y luces, y los pocos jóvenes que
pasaban me recordaban a los muchachos de mi pueblo, muertos en
la guerra años atrás, como salidos
de las opacas fotos del panteón de
héroes del cementerio. Había sido
suficiente.
Dejé las llaves junto a la garita
del guardia de turno, que no me habló ni preguntó por qué. Salí.
En el hospital, si bien hice uso
de la actitud que nos permite pasar
casi como doctores o como enfermeros o como accionistas, tuve que
meterme en un clóset de limpieza,
entre desinfectantes y escobas, porque varias señoras de blanco recibían a un anciano en la puerta del
túnel. «Con razón», pensé, «esta
ciudad está llena de viejos».
Un instante después todo estuvo limpio, sin nadie, quiero decir.
Abrí la puerta, descendí, cerré los
ojos y caminé. Los abría de vez en
cuando. Silencio, silencio, nada...
Yo sola. Yo caminando, desandando, regresando a la casa de siempre, a mi casa. Pensaba en Esteban.
Pensaba que no sería mala idea invitarlo a Metrópoli ahora que conocía el camino. Solo a él, eso sí, no
me hacía gracia imaginar al pueblo
sin gente, vaciado; de una soledad
diferente a la de la gran ciudad, que
está como tomada por multitudes
incapaces de llenar algún vacío.
Mientras tanto, me sentía atravesada por los insectos que arrastraba el aire del túnel, un aire que
no sentí en la ida y que anticipaba
que la bóveda estaría abierta. Y así
fue, como diría Esteban, que no
emplea sino las primeras palabras
que definen las cosas: la «tumba»
estaba abierta.
***
No fue agradable volver a atravesar el cementerio, sin luna, y sola.
Llegué a casa a las doce.
No encontré mi cama, ni mis
cosas. Habían puesto un escritorio
ahí, y la bicicleta de Esteban. No me
quedó más remedio que acostarme
con él. Lo sentí hablar dormido,
temblar, lloriquear. Lo calmé como
pude, no es fácil controlar a un sujeto de diecisiete años con pesadillas
(eso le dijo mamá al día siguiente:
«ya tienes diecisiete años, hijo»).
Le repetí «estoy aquí, estoy aquí», y
también le dije que lo quería, etc.
De mañana, irrumpí en el comedor decidida a darles la sorpresa
de mi retorno, pero estaban metidos en la leche y en las tostadas
como verdaderos zombis.
Ahí comenzó todo.
Me sentí mal, claro. No soy de
hierro. Pude haberme quedado en
Metrópoli, pero elegí seguir compartiendo con ellos la existencia
minúscula que teníamos. Ahorro el
cuento: nadie me reconoció. Lo que
es aún peor, me siguen ignorando.
Se mueven como fantasmas. Diego,
el fotógrafo, se topó conmigo hace
dos tardes. Cruzábamos los dos la
línea muerta del tren y me miró, sé
que me miró, pero siguió como si
los registros de rostros conocidos
se hallaran en el fondo de una laguna mental. Por eso digo que este
pueblo parece un manicomio. Camino por las calles y ni siquiera los
perros me huelen. Lo que es más
que increíble: ni siquiera Salvador,
el perro de casa, me huele. «¿Qué
hago? Nada. Ya se les pasará», me
respondo yo misma a falta de...
***
Hace un rato, antes de sentarme a escribir esto (por segunda vez,
porque esta cosa se borra. Regreso
y no hay nada. Limpio el blog, íntegro el lápiz y el borrador como
si alguien los cambiara), vi sentado
en la barbería al hombre de la extranjera del cementerio, el mismo
de la foto del relicario. Me miró
con complicidad, con simpatía, diría que hasta sonrió. Yo levanté la
mano con un gesto agradecido que
me llenó los ojos de lágrimas. Por
fin —respiré—, uno en este pueblo
que no está loco.
45
Estuardo Prado
«Mi mamá me dijo que en la vida sería bueno en algo,
quién diría que sería matando zombies».
Tallahasse, Florida
H
46
acía varios días que a W
se lo habían llevado preso.
Le llamaban así por ser
una imagen mal formada de una
mujer.
Algo así como el reflejo de una
figura femenina, solo que reflejada
en un charco de agua sucia. Tenía
las piernas y la cara repeludas aunque se rasurara todos los días, unas
pantorrillas que con los tacones
de aguja se le resaltaba una bola
musculosa nada agraciada, una
espalda ancha de boxeador y la
cara parecida a la de Danny Trejo,
que ni siquiera la peluca tipo María
José le ayudaba a verse como una
mujer; o sea, era un travesti bien feo
el hijo de su pinche madre, rivalizando con Terence Stamp en Priscilla, reina del desierto.
Al tercer día se le acercaron por
detrás Cuchillito y Pistolita, los
mismos dos asaltabuses que aparecen en un cuento de Julio Calvo.1
Haciendo honor al lema de toda
banda de mareros: no somos machos pero somos muchos, llevaban
en la mano una puya que los policías no habían logrado detectar al
revisarlos y consignarlos. Uno se
le puso enfrente y el otro se quedó a sus espaldas, y justo cuando
ambos movieron el arma blanca
hacia atrás para tener más impacto
al asestar su ataque más al unísono
que cualquier grupo de nado sincronizado…
1 Calvo Drago, Julio (1999), Megadroide Morfo
contra el Samurái Maldito, Guatemala.
STOP
La imagen se detiene en un
freeze frame.
Para que el lector se pueda ubicar en la desubicación del personaje, hay que volver un poco atrás.
Bueno, un poco más que un poco.
REWIND
STOP
PLAY
Nuestro personaje, al cual llamaremos en su etapa de juventud T,
por teto, siempre estuvo desubicado en la vida. Era callado, estudioso, bien portado, buen estudiante, o
sea todo lo que en la escuela es un
relato
llamado para que todo compañero
le hiciera bulling. A los diez años,
ya cansado de tanto abuso, decidió
tomar cartas en el asunto para remediar su patética situación, viendo como única salida escribirle una
carta a Laura pidiéndole su ayuda.
La cual nunca recibió la conductora, pues T la había enviado con
dirección al Polo Norte en lugar de
a los foros de Televisa. Pues como
ya habrán intuido, también creía
en Santa Claus, y se había hecho la
idea de que una persona tan buena como la Srta. Laura solo podía
estar en el mismo lugar que Santa.
Pasaron los años y T fue perdiendo la fe en sus sueños guajiros
de infancia (por no decir de lelo,
por no decir de teto). Y descubrió
una inspiración que le daba ánimo
a seguir adelante sin importar qué,
o más bien dicho una inhalación
que hacía que todo le valiera madre: la mota. Ahora T ya no existía,
había pasado a ser U, pues se sentía
ubicado en la vida, al no preocuparse en ser nada más que un motero, y huevón por añadidura, como
diría la Biblia. Pasaba todo el día
fumado, viendo películas como un
poseso, no de Evil Dead, sino de las
películas piratas de 3x10 de Tepito. Cintas como las de Cheech and
Chong y Miedo y asco en Las Vegas
hacían que sintiera que por primera
vez en la vida estaba en donde debía de estar: en su Strawberry Fields
Forever, o sea tirado en su colchón
con un puro de mota en la mano.
Al pasar los años, de ser un patojo medio hippie motero, se convirtió en un hombre con una resaca
mental eterna, pues había incorporado todos los psicotrópicos que el
capitalismo había puesto a su disposición, haciendo coro con Calle
13: en el mundo hay vitaminas y
proteínas, marihuana, éxtasis y cocaína. De nuevo se sentía desubicado, sentía como si viviera en la
caricatura de Los Simpsons, sabía
que estaba en Springfield, pero no
lograba ubicarla en el mapa. Esa
sensación de bienestar que sintió al
principio con las drogas, había quedado atrás, el U ya había pasado,
ahora era V, no por Los Visitantes o
V de Vendetta, sino por ser un vicioso de mierda. Intuía que tanta droga era lo que más lo desubicaba, y
por cierto que no estaba tan lejos de
la realidad. Así que otra vez decidió
tomar cartas en el asunto (ibídem
déjà vu), para remediar de nuevo su
patética realidad.
Ingresó a Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos, Neuróticos Anónimos y a cuanta asociación de anonimato pudo encontrar.2 En su búsqueda desesperada
por encontrarle sentido a su vida,
notó que todas estas tenían en común: a) el reconocer que uno era
impotente para dirigir su propia
vida —cosa que él había ya hecho
desde que tenía uso de razón—, y
b) el entregarse a un poder superior
—para lo cual su experiencia con
2 Estaba tan desesperado por su desubicación,
que si hubiera encontrado a ISIS hasta allí se
hubiera enrolado el cabrón.
47
48
mojada, quedando literalmente trapeyote en la sierra Tarahumara, los
bado. Como era de esperarse, el trahongos que había probado cada vez
vesti comenzó a maldecir su perra
que iba a Oaxaca con Luis y los ácidos del D.F. lo habían preparado—. suerte. Pero al lograr sacar su zapato del lodo, A vio que la marca que
Sin parpadear pasó de ser un droel tacón había dejado era igual (solo
go cualquiera a ser un buscador de
que en tamaño minúsculo) al aguiluminación divina, y sin necesidad
jero que había aparecido en Guade leer a Timothy Leary o a Carlos
temala. Se acercó bajo los cántaros
Castaneda. Había dejado de ser Vde agua con la boca abierta, pues
Vicioso para ser un A -Anónimo.
no podía creer lo
Todos los días
que estaba viendo,
rezaba para que el
susodicho poder Nuestro personaje, al esto era la clave
de lo que el poder
superior le mandara una señal cual llamaremos en superior le quería
indicar para ubique lo iluminara,
hasta que pasó: su etapa de juventud car su vida.
De
pronto
vio la señal —en
parábolas
pero
T, por teto, siempre todo fue claro
para él. Lo que se
después de incontables horas de
estuvo desubicado le estaba revelando es que el poder
rezos, alabanzas y
superior usa zahumo de veladoen la vida. Era
patos de mujer, y
ras—, vino el discernimiento. Un
callado, estudioso, un día al resbalarse puso el pie en
día mientras miraba las noticias
bien portado, buen Los Ángeles para
no caerse desde
vio cómo, inexplicablemente, se estudiante, o sea todo arriba, dejando la
huella de sus tahabía
formado
un gran agujero lo que en la escuela cones de aguja en
la tierra, igual que
circular, enorme,
que ni el fondo
es un llamado para el travesti. Esto
tenía grandes rese le miraba, en
un sector llamado que todo compañero percusiones en la
cosmovisión de
Los Ángeles en la
W. El poder suZona 6 de la ciule hiciera bulling.
perior no era el,
dad de Guatemaera la.
la. Esta imagen
Esta revelación lo llevó a cuescaptó su atención; de algún modo
tionarse personalmente, pues su
A sabía que allí estaba la respuesta
desubicación existencial podría ser
que el poder superior le había enfruto de un problema en su idenviado.
Fue hasta unos días después, tidad sexual. Después de grandes
cavilaciones, reflexionando en todo
una noche en la que estaban cayenel vacío e incertidumbre que había
do cántaros de lluvia ácida, mienhabido en su vida, llegó a la conclutras se refugiaba bajo la cornisa de
sión de que era una mujer atrapada
una casa, que vio a un travesti de
en el cuerpo de un hombre. Así que
Tlalpan pasar corriendo la calle y
cuando llegó a la acera se resbaló. otra vez decidió tomar cartas en
el asunto (déjà vu menaje à trois),3
Trastrabillando, puso rápidamente
su pie en un lodazal para no caerse, enterrando el zapato en la tierra
3 O la tercera es la vencida.
para remediar de nuevo su patética
realidad y se hizo travesti.
Por un tiempo le funcionó esta
nueva etapa para sentirse ubicado
con su nueva vida. Pero al pasar
los meses fue sintiendo otra vez
el vahído de la desubicación existencial. Hasta que una noche, al
sentirse sumamente acongojado, se
puso su vestido más sexy, la peluca
más escandalosa, sus tacones más
altos, tomó su bolso y se fue a un
bar como toda una drag queen. Después de tomarse una botella de José
Cuervo reposado, salió con la cara
toda manchada por el delineador
que se le había corrido de tanto llorar, y los tacones en la mano, pues
después de las primeras dos caídas
en el piso mojado del baño se los
quitó. Iba caminando sin rumbo
alguno lamentándose por su suerte,
pues toda su vida fue, era y seguía
siendo un desastre, una cadena de
desatinos, sin poder encontrarse a
sí mismo.
Después de varias horas de caminar y de estar asustando a los
pobladores de las casas por donde
pasaba, pues iba pegando lamentos
más lastimeros que los de la llorona, al bajársele un poco la borrachera entró en un restaurante familiar
para pedir más tequila. A pesar de
estar bien jarra, se fijó en el rótulo
que estaba en un podio de la entrada. Era otra señal divina, pues
se refería a la búsqueda de toda su
vida. La emoción lo embargó por
completo, ahora sí había llegado a
un lugar en donde lo podían ayudar. El rotulo decía: Espere para ser
ubicado.
W se tiró rápidamente hacia
uno de los meseros botando a un
anciano con andador que iba pasando y, como de tanta emoción hasta
las piernas se le aguadaron, para
no caerse se agarró de una mesa en
donde una familia estaba comiendo,
dándole vuelta. Entre el ruido de
platos rotos, los quejidos del viejo en el suelo, los insultos que eran
exclamados por los damnificados y
niños llorando de la impresión, W
empezó a gritarle al mesero: ¡POR
EL AMOR DE DIOS UBÍQUEMEEE…! El mesero, al ver que
se le venía encima un travesti hasta
las chanclas, botó de la impresión la
charola llena de platos con comida
que llevaba para una mesa, y como
a este también se le aguadaron las
piernas al ver a una drag queen abalanzársele a toda velocidad, cuando
recibió el enviste del travesti que iba
cayéndose al tropezarse con un niño
pequeño que se interpuso en su camino, ambos fueron a dar al suelo.
Varios de los meseros al salir
de su asombro por toda la escena
que parecía un cut scene de Poliéster,
trataron de ayudar a su compañero
caído no en acción, sino en el cumplimiento de su deber (o más bien
dicho de su trabajo), tratando de
quitarle de encima a W. Este, por
su parte, agarrando al mesero del
chaleco, no lo soltaba por más que
lo trataban de levantar, mientras seguía gritando que por favor lo ubicaran. Hasta que llegó la policía…
STOP (ibídem freeze frame)
Ahora sí, habiendo llegado a la
raíz del problema de la desubicación de W, el lector puede ubicarse,
al saber cuál fuera el motivo, razón
o circunstancia que lo llevaron a estar preso. Quedando solo explicar
que Cuchillito y Pistolita lo querían puyar para robarle los zapatos
de tacón alto y su bolsa de lentejuelas para sus respectivas traídas, y
la peluca para su bisabuelita calva.
Podemos proseguir en donde nos
quedamos para el desenlace de esta
espelúznate pero estúpida historia.
PLAY
…y justo cuando ambos movieron el arma blanca hacia atrás para
tener más impacto al asestar su ataque, más al unísono que cualquier
grupo de nado sincronizado, lo puyaron cada uno cinco veces. Lo úni-
co bien ubicado que había
habido en la vida de W
fueron las puñaladas
que recibió, pues habían perforado con
exactitud el estómago, el hígado,
los riñones, el intestino delgado, el
intestino grueso,
el bazo y la vejiga.
Ni el más experimentado doctor, o
avezada costurera,
podrían coserlo
de vuelta para dejarlo como era. Y
como no llevaba
identificación, ni
nadie llegó buscándolo, ni mucho
menos a identificarlo, W llegó a su
mínima expresión
en su muerte, pasó
a ser un simple XX.
FIN
Comienzan a pasar los créditos en la pantalla a toda velocidad,
mientras se escucha:
This is the end, my only friend, the
end. Of everything that stands, the
end… I’ll never look into your eyes...
again.
Estuardo Prado
(Guatemala, 1971)
Escritor, fundador de Editorial X. Licenciado en Filosofía y Letras, con una Maestría en Literatura Hispanoamericana, ambas en la Universidad Rafael Landívar. Ha
publicado La estética del dolor (1998), Viciones del exceso (1999), El libro negro (2000),
Los amos de la noche (2001) y Siendo alcohólico-drogadicto me fue mejor, y de paso escritor
de mierda (2013).
49
*
La tarde antes de morir vino mi madre y me dijo:
«¿Hay algo más bello que un árbol creciendo en
el desierto?».
Durante años creí que la belleza eran los dedos atrapando dedos,
unos tiesos, otros blandos;
unos halando la noche estirada,
otros mojando de blanco el hondo ojo de un lobo
muerto.
Dedos que rompen dedos.
Dedos que sueltan dedos en la noche.
Mucho tiempo después puedo decir
que un habitáculo de tarántulas marinas crece sobre
mi seno izquierdo a la velocidad de sus palabras.
«Abre los ojos a tus hermanos», me dijo la tarde
antes de morir.
«Árboles en el desierto.
Ellos miran los árboles en el desierto».
*
La palabra de mi nombre partió la lengua y dijo:
«Una vez me atreví a mirar por la ventana
y las gotas humedecieron el pasto y los cedros
más pequeños en mi mirada. Nadie diría que
las plantas no tienen experiencia de invierno,
pero cuando una liebre salta sobre el verbo de
las tormentas,
¿cómo podría no tener experiencia de invierno?
¿Cómo no sentiría las garras del rayo y sus
dientes clavándosele
dolorosamente ahí
en su carne de llanto de hombre?».
*
Mi rostro perdido sangró su boca y dijo:
«Busco una palabra que me revele el misterio
de la experiencia ajena.
Una palabra propia de mi experiencia de sentir
bastará para sanarme.
Sus sílabas sagradas desnudarán el bosque de
mi nombre».
50
Desandar los pasos porque no sé lo que he caminado.
Escribo: «Hoy han venido a cazarme».
Borrar las letras.
Borrarme y no permanecer en huella.
Ellos corren hacia mi pantano,
mi centro húmedo de enredados ritos,
pero mi corazón es un manglar que arrastra mi fauna,
papá,
la fauna de una creación crecida boca abajo
henchida de sangre, cocodrilos y aves rapaces.
Sus venas penetran la tierra sin huellas
—la tierra sin mí que se eleva—
donde flotan insectos y árboles,
raíces del cuerpo del agua se extienden:
la piel del camino,
[el lodo se extiende].
Corro la voz rasguñada en la huida,
el sueño alumbrándome los miembros volados al interior del terreno,
como si el cuerpo fuera suficiente carne y sujeto,
como si el bosque que se abre fuera mi vientre que se abre,
los caminos que se extienden,
mi fauna boca abajo poblando la hueca esfera
cerrada como un puño roto sobre tu marchita cara,
mamá.
poesía
Ellos me silban,
me apuntan con flechas comunitarias porque soy
musculatura rota de cordero negro.
No tengo nombre,
ni señas de identidad.
Sus biblias dicen que debo morir en aras de una verdad humana.
P.D.:
Mamá.
Papá:
Las verdades humanas crean monstruos
para mancharse las manos
en el nombre del pasto.
Máscara #1
Mi rostro es una columna desvencijada;
una hernia en la velocidad del miedo que
me impulsa a matar hasta los más bellos insectos del
silencio.
Ellos reproducen el ruido de la nada sobre los pedazos
de mi cara.
El rostro es eco en la construcción de lo invisible
bajo los labios cosidos de nuestro último amanecer.
Pero el viento golpea con la tierra del llanto de las
bestias
mis mejillas quebradas al sol:
ahora nidos carnosos se alojan en mi alma.
El monstruo y la persona
habitan la misma línea que parte la materia
en dos hemisferios míticos
de pulmones que respiran el aire de otras regiones
desplazadas más allá del sur.
El vacío de mí no es un abismo
pero posee el corto cielo de las cabezas de los animales
y el silencio que descompone
las piezas de mis mejillas quebradas al sol:
ahora hay nidos carnosos alojándose en mi
alma.
En este mapa se trazan los límites de los fragmentos
de mi semblante:
arriba o abajo es un espacio que no existe.
Toda descripción que nace de la observación
es luz y excremento.
Los poemas pertenecen al libro
El ciclo de las piedras,
Premio Nacional de Poesía Emergente
Desembarco 2015.
Mónica Gabriela Ojeda
(Guayaquil, 1988)
Licenciada en Comunicación Social con mención en
Literatura, Máster en Creación Literaria y Máster
en Teoría y Crítica de la Cultura. Docente a tiempo
completo en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad Católica de
Guayaquil en el área de Literatura. Ha sido antologada en Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos
(Candaya, 2013), ha obtenido el Premio Alba Narrativa 2014 con la novela La desfiguración Silva (Arte y
Literatura, 2015) y el III Premio Nacional de Poesía
Desembarco 2015 con El ciclo de las piedras (Rastro de
la Iguana Ediciones, 2015). 51
Juan Romero Vinueza
S
52
e dice que los niños y los borrachos no mienten. Y quizá
sea verdad. Empero, hay algo
particular en aquello que es contado por un niño: el niño lo ve todo
desde una perspectiva infantil, sin
ley ni autoridad, muy ligada a la fantasía y, como es obvio, deslindada de
la realidad. La capacidad narrativa
que posee un niño es increíble. Ésta
abunda en detalles simples, pero con
una carga simbólica muy compleja, y
mantiene una correspondencia con
un lenguaje sencillo que a un adulto
podría parecerle, en apariencia, monótono y torpe.
¿Podría, acaso, un autor literario
narrar historias desde este punto de
vista? ¿Cómo un niño —en este
caso, una niña—, podría hablarnos
de una dictadura? La escritora
galardonada con el Premio Nobel
de Literatura en 2009, Herta
Müller, nacida en Nytzkydorf,
Rumania, en 1953, lo hizo en su
libro En tierras bajas.
La autora rumana proviene —al
igual que los poetas Paul Celan y
OskarPastior— de la minoría alemana
denominada suabos que, como muchas
otras familias de suabos durante la
dictadura de Ceaucescu, tuvo que
exiliarse en otros países europeos. En
el caso de Müller, la razón de su exilio
está ligada a su labor literaria y, en
concreto, a su primera obra: En tierras
bajas (1982). En el libro retrata a las
minorías rumanas en su ambiente
rural, frío y deshumanizado, durante
dicho período.
Esta recopilación de cuentos
fue publicada originalmente en
alemán, con el nombre Niederungen
y su título en ese idioma es mucho
más sugerente que su traducción al
español. ‘Niederungen’, en realidad,
significa ‘hondonada’: un lugar
hondo, que tiene profundidad, y
desde el cual se podría empezar un
ataque hacia el enemigo.
Los cuentos del libro son,
justamente,
esa
hondonada.
En tierras bajas se estructura
con una narrativa repetitiva,
rodeada de torpeza y un lenguaje
extremadamente sencillo, como la
narración que se suele escuchar de
los labios de un infante. De hecho, el
común denominador, en casi todos
los cuentos, es ese: la participación
de una niña como narradora de
las historias que son mostradas.
El narrador infantilizado que
utiliza Müller abre un campo
en la experimentación con el
lenguaje, porque enfrenta al lector
a una dictadura contada como si
fuese un juego de muñecas. Sutil,
monótono, surrealista y directo, es
el paisaje que pintan las palabras de
la niña que está observando cómo
su familia de la minoría suaba vive
bajo un régimen macabro de odio,
muerte y humillación.
Müller ensaya en su obra
una mixtura muy ambigua entre
la narración y la poesía. Las
situaciones retratadas, sean las
labores del campo, los cambios
de estaciones, las borracheras del
ensayo
padre o el servicio militar en las
Schutzstaffel (SS) de Hitler, los
juegos de niños, los funerales o
las oraciones, están atravesadas
diametralmente por un encanto
poético que vuelve al texto un
atrayente experimento de escritura.
Se podría utilizar la denominación, hecha por Gilles Deleuze,
respecto de la literatura menor para
incluir a esta autora en ese privilegiado grupo ya que su obra tiene
las tres características expuestas por
Deleuze: la des-territorialidad de la
lengua, porque es una autora rumana que escribe en una lengua dominante, el alemán; la articulación de
lo individual en lo inmediato político, porque las situaciones políticas
están en boca del narrador todo el
tiempo, de manera imperceptible;
y el dispositivo colectivo de enunciación, porque existe un mensaje
relacionado con el sentimiento del
pueblo suabo.
En los textos de En tierras bajas hallamos una herencia literaria
muy kafkiana y no solamente por
ser parte de una literatura menor.
Los personajes de la autora rumana
53
La autora rumana
proviene –al igual que
los poetas Paul Celan
y OskarPastior– de
la minoría alemana
denominados suabos
que, como muchas
otras familias de
suabos durante
la dictadura de
Ceaucescu, tuvo que
exiliarse en otros
países europeos.
54
transitan por un universo que está
destinado al absurdo del fracaso,
al incumplimiento, a la fragmentación familiar, la deshonestidad
y la impotencia. Pero, las criaturas
que habitan ese cosmos de Müller
—a diferencia de las del universo
de Kafka— no saben que están sumergidas en esa ‘hondonada’. Con
un claro infantilismo la observan, la
viven, y el tiempo pareciera transcurrirles de una manera interminable,
pero ellas no están conscientes de
aquello. Presienten que todo lo que
pasa es verdad, pero su exceso de
imaginación haría creer al lector que
sólo es una fantasía que tiende a ser
un escenario surreal de su miseria.
La relación tormentosa de la voz
narrativa con su entorno familiar es
un ambiente muy recurrente en su
obra. Encontramos, por ejemplo,
en cuentos como ‘La oración fúnebre’, ‘Mi familia’, ‘Peras podridas’ o
‘Tango opresivo’, las alusiones a la
muerte de un soldado nazi en Rumania (personaje inspirado en su
padre que formó parte de las SS) y
la memoria de sus ‘logros bélicos’;
el retrato de una sociedad llena de
mentira y apariencias; los lazos de
familia rotos y traspuestos en el incesto; o por un tango tocado en un
funeral en las afueras del casco urbano, en una sociedad rural.
Empero, otra noción muy presente en la obra de Müller es la
composición de un pueblo. En el
texto ‘Crónica de pueblo’ se ven
explotadas las relaciones familiares
y el pueblo en sí. Aquí se muestra el tedio cotidiano de vivir en
un lugar en el que no importa el
‘qué dirán’ sino el ‘dicen por ahí’.
Las costumbres y las instituciones, como la escuela o la Casa de
la Cultura, son mostradas como
decadentes y deficientes. El narrador infantil cuenta que los niños
aprenden historia jugando a la
En los textos de En tierras bajas
hallamos una herencia literaria muy
kafkiana y no solamente por ser parte
de una literatura menor. Los personajes
de la autora rumana transitan por
un universo que está destinado al
absurdo del fracaso, al incumplimiento,
a la fragmentación familiar, la
deshonestidad y la impotencia.
guerra —nadie quiere ser Rusia,
todos quieren ser Alemania—.
Como todos son Alemania, se hacen la guerra a sí mismos. Sin embargo, el enfoque también cambia
de perspectiva cuando el colorido
poético se vuelca hacia las descripciones de los cruzamientos de
gatos con perros y conejos. Además, se dice que los no fumadores
ni bebedores son débiles mentales.
Por último, se menciona los nombres y apellidos más comunes de
dicha comunidad que, como era de
esperarse, son alemanes.
En el texto que da el nombre al
libro, ‘En tierras bajas’, se desarrolla más a fondo la composición del
pueblo que ya se prefiguró en ‘Crónica de pueblo’. En este relato, que
es el más largo del libro, se construye al narrador más significativo
de toda la reunión de cuentos. La
niña, cuenta absolutamente todo lo
que observa que pasa en su entorno. Muchas veces no se percata de
varias cosas y las dice como si fuese
únicamente un testigo que ve que
algo no sale bien, pero no sabe que
es porque existe un líder totalitario
que lo está causando.
La niña, además, vive en la miseria y está rodeada de muerte,
hambre, problemas familiares y humillación. Las figuras de los abuelos
son muy importantes, porque son
ellos los que le muestran el mundo y piensan que ella, por ser una
niña, es una tonta que no entiende
nada. Las experiencias que vive la
narradora le causan un fuerte impacto que parecería que no fuese
tan fuerte, como cuando su abuela le explica qué es un ataúd: «De
esas camas la abuela dijo un día que
eran ataúdes, y de los que yacían
dentro, que eran muertos. Y al decirlo pensó que yo no entendería la
palabra. Y yo la entendí sin haberla
oído nunca antes. La llevé conmigo
varios días, y en cada trozo de pollo
cocido en la sopa veía un cadáver, y
la abuela no volvió a llevarme a ver
muertos».
La forma del texto es importante, de hecho, es lo más importante.
Siempre. Müller lo sabe y por eso da
énfasis a su narrador, haciendo que
su tono gris y desencantado se sume
a la manera de expresión infantil en
sus relatos. La niña que nos narra
las historias es un testigo que, a ve-
ces, se convierte en protagonista. El
lenguaje se vuelve tan cercano que
ocasiona, al leerlo, una sensación de
reconocimiento dentro de las palabras. Un recuerdo inconsciente aflora allí, una remembranza de nuestras
primeras historias de terror, de las
primeras veces que sentimos miedo
y quisimos escondernos y no hablar
de aquello.
Los narradores de Müller también tienen miedo. En ocasiones,
se mueren de miedo, pero ellos no
callan. Como niños que son, no
han aprendido a callarse, no saben
que es mejor no hablar de ciertas
cosas. Su filtro aún no ha sido activado por las enseñanzas del adulto
ni por la escuela. Ellos únicamente
cuentan lo que ven, lo que está ocurriendo a su alrededor. Son cronistas que no temen equivocarse en su
narración porque aún no saben que
equivocarse está mal visto por la
sociedad. Los infantes, simplemente, son cronistas puros, contadores
de cuentos innatos. Herta Müller
se percató de aquello y fastidió a un
dictador con sus relatos. Ceausescu
intentó matar la voz de una niña,
pero no pudo.
55
Josué Puma Muñoz
U
56
n fascículo morboso, un escrito adjunto al contenido
voluble y masivo con el que
diariamente nos intoxica la urbanidad y sus matices, un prólogo luctuoso y libidinoso, de aquellos con
que los hombres sulfuran su ego, o
mejor dicho, para evitar sorpresas o
aburrimiento, se jalan la verga durante minutos de éxtasis ilusorio
precedente a ese vértigo voluptuoso en el estrago de la pasión genital;
sí, ese punto en que entienden que
la vida y su identidad podría, eventualmente, dejar de girar en torno a
su pene. O inducen ese precepto de
satisfacción inmediata, casi precoz,
que dilata sus pupilas, y disienten
instintivos la precariedad innata de
su corteza craneal…, fenómeno inquietante, muchos evaden el tema o
justifican pretensiosos su conducta
animal en torno al gusto indiscutible que provee el abstracto erótico. Sí, este relato será esa confesión
incomoda que lúgubremente las
mujeres acoplan bajo un régimen
de liberación a tientas, ese deseo
febril al despojarse de sus preceptos
o de esa reducción sexual en que la
maquinaria cultural ostenta simplificar su existencia, da igual como lo
quieran ver o sentir.
Estoy soberanamente cansada…
Todo delirio por autenticidad es,
humanamente, el reflejo de eutanasia
ejercido por demonios abrumados a
través del tedio de aquella condición:
la humana.
«Palabras proclives a una nota suicida, en apariencia, las más valiosas
que como especie otorgamos a la posteridad de nuestra efímera proyección
del tiempo». …Así, no muy distinto,
empezaba mi ensayo respecto a la
retórica dominante en la economía
liberal, no sé qué fuerzas gobiernan
en el trasfondo de mi rostro, solo
intuía el desglose evasivo de mis
palabras en cuanto a una ideología pedante y facilista que cosifica
y digiere la esencia de nuestra especie, pero… no estamos aquí reunidos hermanos y hermanas, para
cuento
hablar de economía, aun peor de su
desafección a toda forma de vida,
después de todo, sería reiterativo el
advertir mi facilidad por distraerme
en detalles irreverentes, mi mente es
un horno promiscuo a calcinar cualquier albergue o hábitat.
—Eres la única jodida persona
capaz de disfrutar una fogata en
mitad de un incendio —río brevemente para sus adentros—. ¿Así
que te llamas Tania?
Lo habría visto un par de veces, trajinaba despacio a través de
los pasillos de la facultad, con ese
oxígeno imperativo que excreta
confianza en el cúmulo de corazas
que maquillaban aquella expresión
suya, notaba fugazmente el tono en
que sus labios se perdían en aquel
practicado teatro, la desatención de
la carne y el ser, esas manifestaciones holgadas entre los pliegues de
sus ojos y su atender forzado. Su
prólogo, arrancado del desinterés
módico con el que habría aprendido a hablarles a las hembras de
su especie, enterneció en mí aquella
inercia previsible con que sobrellevaba la fatiga diaria.
—Sí, Tania —recuerdo haber
sido tosca en cada palabra, me detuve viéndolo fríamente con los
ojos abiertos e incorruptibles…,
supo contener el miedo, así que
proseguí—. Tú, ¿te llamas Iván?
Había sido la última en leer
su ensayo, aguardé sentada a que
el profesor acabara de felicitar mi
análisis respecto a la contradicción
del recorte en salarios y la necesidad de una dinámica empresarial
que produce para vender a mujeres
y hombres sin dinero para comprar
lo que diariamente fabrican sus
manos… Sí maestro, fui lucida y
brillante, sí maestro, es una utopía,
sí maestro, debo pisar sobre el suelo
y no sobre ningún altar marxista…
Sí maestro, hasta el martes.
Iván, no sé precisamente por qué
recurro a su remembranza, duró un
día o dos el sumario de cortejo e
interés reducido al provocar en su
ideario la imagen de mis labios carnosos altercando su entrepierna…
tan desganado ritual de insinuación. ¿Por qué…? ¿Por qué incluso
en la precariedad interina de nuestra conducta nos reducimos a este
fetiche vomitivo de sentirnos y entendernos como mercancía valuada
al estándar de un mercado sexual y
afectivo en el que se transmutan los
vicios y grilletes de nuestra desatención individual y colectiva hacia
el ser…? ¿Por qué…?
Mi saliva se tornaba amarga
conforme el sabor a menta se disipaba en sus labios secos, besaba de
forma grosera, pasional y desesperada, el seguirle la corriente eventualmente me sacaba de su fantasía
de roces y caricias furtivas, ¿Qué
vale para mí ahora lo auténtico, lo
esencial, fugaz y sublime? Todas,
cábalas obsoletas consecuentes a un
antaño degenerado y etéreo frente
al sentido abrumador del absoluto. Me reintegro entre el silencio
y el peso de mi espalda insinuando
la corrupción de mis labios, y me
escondo en mis sábanas, entre los
pliegues incinerados, divergentes
a toda calma, y aprieto mis manos
asegurando el final eventual de esta
consentida miseria, no hay más neblina en los cerros, que entre mis
piernas y mi mente.
Me hastiaba su rostro sonriente
cada que acaba su rito vehemente
y procaz, yo alzaba las cejas como
para decirle que seguía allí, que mi
sentidos, a lo mejor rotos, continuaban emulando existencia, y podía continuar el teatro, la dosis de
placebo por la que sus ojos rogaban.
Reniego de todo beso que no causa
agüero, que no pisa en el alma sino
en la carne, por eso este cadáver
caliente, aún colabora en el coito
como una entidad ajena y distante,
como un espejismo; no, mejor dicho, como una caricatura humillada al reflejo escarchado de la mujer
que fui, enferma dentro de aquella
danza precoz de amores de instante, de cerveza y semen, de protocolo
definido y empalagoso.
Guayaquil, siempre una cloaca
donde huir y desbocarse entre el
bullicio acompasado y jadeante de
la alegría forzada y el calor insufrible como sus noches y madrugadas consumadas en la tribulación
lejana del reguetón y el ladrido de
los perros, como un latido constante, inseparable a su arquitectura, a
su hedor clarificado, a sus miradas
maquinales. Aquí la intelectualidad
lucha vanamente contra las cámaras del morbo y la vulgaridad, contra esa herencia fantasiosa de un siglo entero de alienación y prejuicio
esquemático por el antojo generalizado de largarse a Nueva York y
sentirse un poco menos nada.
—Luis Silva Parra Deluxe; Jazz
Session —¿por qué no? A la final
había llegado a esta ciudad gracias a
un tío de Iván, ¿qué si me quejo de
lo americano? A la mierda, el jazz,
al igual que la generación beat, se
difundieron debido al asco de una
clase lastimada por la guerra y la
discriminación, el jazz, un deliberado manifiesto al gusto de estar breve e incompletamente vivos.
Y a través de la cadencia sanguínea del saxo comprendí el porqué
mis vicios designaban a los amos
y dueños de mi vida… retraída al
compás risueño de las voces roncas,
violentas y sensuales…, cobijada en
el aislamiento derogado que otorga la ruptura de todo precepto de
dependencia al sentir humano. Sí,
maldita sea, sí… hubiere cambiado todos los orgasmos del mundo
por perecer mi angustia sujeta esa
rítmica poshumana que acicala al
silencio y converge en aquello que
la gente con desesperada esperanza
llama dios.
No duró mucho, en realidad
Guayaquil fue mi excusa para conjugar la insana saciedad de mis confinados miedos, necesitaba un lugar
donde desconocerme y romper mi
57
espectro moral, como a la vez romper mi carne. Sin tapujos o recelos,
solamente yo y cualquier imbécil de
manejo primitivo del verbo, sumido en el efímero acto de creer que
estar despiertos es igual a estar vivos…, y así se sentía el vulgarismo
detonando mis glúteos y apretando
mis pechos, babeando mi abdomen
o golpeando mis nalgas… Tan deshabido de rencor o ternura, movimientos y gimoteo de pasión vacía
e indeleble, tan asquerosa y carente
de escrúpulos, de arte o siquiera de
cadencia. He visto mierda de mendigos derramada en las aceras, entre
las putas viejas de sanfrancisco y los
puestos de salchipapa, que, en su
estamento, confieren belleza y goce
a aquellas noches donde el infierno
fue mi tejado.
Recorre así la lluvia sobre los
ventanales despejados que aprisionan la ciudad, el imbécil de Iván
que en una muestra de ‘buen’ gusto
había puesto a todo volumen una
banda pop mexicana, el mensaje
atendía a mi cansancio, a mi desi-
58
dia, a mi efusión quebrada. Las paredes del departamento confluían
con los tonos melosos del radio y
su interferencia se transmutaba en
el sudor pesado de mis senos y el
perfume enervado a podrido que
ofrecían los muebles y la pegatina
mucosa con la que habrían unido la
madera al cemento.
Lastimaba el teclado mientras
insultaba pasivamente la pantalla de
su laptop… amarrada a la ventana,
con Abaddón el exterminador en la
mano, usaba el cerquillo de mi pupila para verlo desde un mundo criogénico y de dialéctica silvestre…
presionaban mis ojos al tiempo en
«El cuerpo, aún con la campera de
manos del coronel Anaya, el reloj a
guerrillero, estaba envuelto en un
lienzo. Eddy González, un cubado
que en La Habana había regentado
un cabaré en la época de Batista, se
acercó para darle una bofetada al rostro inerte del comandante muerto.
Al llegar el helicóptero a destino, el
cuerpo fue puesto sobre una tabla,
con la cabeza colgando hacia atrás y
abajo, los ojos abiertos» —las corneas
que las letras del libro se cristalizaban con delicadeza y presura, el tesón
mandibular se achataba conforme la
imagen de aquel rebelde incorrupto
se veía agraviada por la displicencia
altanera y execrable de un enemigo
carente de otro relato que no fuera el
del odio, pero Sábato me arrancaba a
sus sombras y su narración no mer-
maba—. «Casi desnudo, estirado so-
bre la pileta de un lavadero, era iluminado por las luces de los fotógrafos.
»Sus manos fueron cortadas a hacha-
zos, para impedir la identificación.
Pero el cuerpo fue mutilado en otras
partes también. El fusil fue a parar a
manos del general Ovando. Uno de
los soldados que participó en las operaciones le quitó los mocasines que
uno de los camaradas de Guevara le
había hecho en el monte. Pero como
están muy maltratados por el uso y la
humedad, no le sirvieron…».
Desbocado mi espíritu enmudece el rubor atrincherado en la
Lo habría visto un par de veces, trajinaba despacio a través de los pasillos
de la facultad, con ese oxígeno imperativo que excreta confianza en el
cúmulo de corazas que maquillaban aquella expresión suya, notaba
fugazmente el tono en que sus labios se perdían en aquel practicado
teatro, la desatención de la carne y el ser, esas manifestaciones holgadas
entre los pliegues de sus ojos y su atender forzado.
cadencia del ventilador, mis manos
se precipitan a no permitir que el
libro se caiga, se sujeta mi carne a
un esqueleto permutado y visceral… Aguardo a que el idiota caiga
en cuenta y en un jadeo frenético
me reincorporo el alma lanzando
mi cuerpo al estrago pausado del
gimoteo hueco quebrantando mi
garganta como el aullido sensitivo
de una bestia sofocada por algún
tipo de angustia incisiva. Me acorraló con sus brazos invitándome
a esa ficción que él llama abrazo,
oye flaca ¿qué te pasa?, no te pongas así, deja de leer esas cosas que
solo te distraen de lo que en verdad
importa… recordaba el trámite familiar de Iván para lograr que su tío
nos prestara el departamento en el
centro de la ciudad, las vacaciones
se habían alargado porque algún
idiota legítimamente acompañado decidió usar los dos centavos
de subida del pan y los cinco de la
leche para tomarse la universidad,
me había acostumbrado a cargar
una polera holgada sin sostén con
un short apretado o unas pantaletas oscuras… El olor fecal de sus
calzoncillos se imponía al sudor
corporal generalizado en su ropa, y
entonces sentí la necesidad de cesar
mi angustia como lo hacían los románticos de antaño, entre meditados versos y cautelosos presagios…
lo sujeté de la mejilla barbuda y lo
besé sintiendo el amargo, casi agrio
de su saliva fermentada, importo una mierda, lo empujé sobre la
cama y le bajé el interior que expuso inmediato la franja marrón que
había intuido mi olfato… sostuve
la arcada más allá de mis sentidos
y continué apretando su trocito de
carne mientras le indicaba provocativa mi boca divulgando mi lengua
a la vez que esta saludaba brevemente su ombligo para trazar en un
acto de sutura cardiaca el contraste de su sexo pastoso en el hedor
pueril que me recordaba Guayaquil
entera transmutada a los pliegues
blanquecinos de la verga de Iván.
Su expresión dubitativa se extinguió apresurada, sentía su cuerpo
tensionado y sus manos empujaban
mi cabeza contra su pelvis de sudor clarificado a través de sus vellos
como raíces tentaculares y viscosas,
una migraña pecaminosa asaltó mi
acto y el golpe violento de mi lengua contra el músculo erecto configuró en mi laringe el avecinado
gorgoteo ácido de la bilis subiendo
escalonada por mi pecho… Acelero su dominio animal sujetando y
presionando mi rostro, mis intentos por advertirle lo excitaban más,
por lo que induje su éxtasis lechoso conjugado al fluido gástrico que
emitían mis entrañas. Su rostro
adoptó una expresión absoluta…
¿cómo describir un orgasmo confluido por el asco más puro que un
gesto puede emular?… me lanzó
asustado un puñetazo en el rostro
mientras el vómito me estrangulaba por dentro…, gritó como mujer
a la vez que su abdomen se erguía
y sujetaba su boca mientras sus ojos
encarnecían dilatados al buscar el
baño. Limpié mi rostro e incorporé
temblorosa las piernas del suelo, mi
vulva estaba hirviendo a la vez que
mi clítoris destellaba pulsos nerviosos que recorrían ardientes mi
espina dorsal despojando de toda
enfermiza cordura a mi corteza
craneal. Aquí termino, para que no
crea usted que prolongo este relato
para alargar mi goce…
Josué Puma Muñoz
(Quito, 1996)
Escritor de microcuento, poesía,
ensayo y novela. Ha participado
en publicaciones de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana. Milita en la
creación de espacios de difusión
cultural y política. Egresado del
Instituto Nacional Mejía, actual
estudiante de Economía en la
Universidad Central del Ecuador.
59
MICROTEXTOS GANADORES
CATEGORÍA GREGUERÍA
1° PREMIO
L
a microliteratura está tomando auge como
respuesta a la posmodernidad y a las nuevas
maneras de concebir los productos creativos
en torno a su insumo básico: la palabra.
La Unidad Educativa Particular Copol, dirigida por la doctora Carmen Naumann, organizó el
Primer Concurso Estudiantil Nacional Juvenil de
Microliteratura 2015 ‘La brevedad sorprende’, que
contó con el auspicio de la Casa de la Cultura. Puso
especial énfasis en demostrar la importancia de la
redacción creativa en el desarrollo del bachiller e
impulsar tres didácticas de escritura creativa para
igual número de formas microliterarias: greguería
(Categoría A), microcuento (Categoría B) y haiku (Categoría C). En la categoría A se consideró la fórmula: greguería = metáfora + humor, dentro de la
definición de Ramón Gómez de la Serna («Invención literaria que consiste en una metáfora breve
e ingeniosa»). El tema fue el reino animal. En la
categoría B se observó que el microrrelato no sobrepasará las 60 palabras. El tema fue el amor. En
la categoría C se contempló la pauta silábica del
haiku tradicional (5-7-5 sílabas métricas). El tema
fue el mar y sus elementos.
60
DESCRIPCIÓN CAMALEÓNICA
El camaleón no es más que un lagarto con
bipolaridad.
Valeria Milena Fernández Meza
2° PREMIO
EMBELLECEDORAS DE LA NATURALEZA
El parabrisas es el lienzo donde pintan las
palomas.
Emilio Villagrán Salcedo
3° PREMIO
DEFINICIÓN
El pez: envidia del nadador.
Andy Miguel Rosales Mirabá
premios
CATEGORÍA MICRORRELATO
CATEGORÍA HAIKU
1° PREMIO
1° PREMIO
HEREJÍA
MAR
Le decían ‘Acróbata de luces’ y en su espalda cuatro gemas resaltaban una cruz. Tauro, anonadado
por el rugido del público y la banda, se escondía
bajo el manto rojo y su furia, disfrutando cada
segundo del resplandor. Pero tal como el trapecio
sube por la tarde, en venia recibió a su matador,
sabiendo que allá arriba, él, encontraría indulto.
Sara Cristina Puertas Valdez
Sutil paisaje
de olas infinitas
ven abrázame.
Luis Fabián Paz
2° PREMIO
SENSACIÓN
2° PREMIO
EL DEVENIR DE LA VOZ AMOROSA QUE SE
DESVANECÍA EN EL OLVIDO MIENTRAS LAS
CENIZAS SE DISPERSABAN EN EL AIRE EN
DIRECCIÓN DE LOS VIENTOS ORIENTALES
Así moría en combate el enamorado kamikaze
japonés.
Jonathan Stalin Chamba Benítez
3º PREMIO
EL AMOR
Para percibir
el mar entre mis dedos
quiero tocarte.
Gabriela Valarezo Gallardo
3º. PREMIO
AQUA
Barcos sin rumbo,
horizonte finito
mundo ahogado.
María Adela Máiz Viteri
Una tortuosa noche de recuerdos, después de la
guerra, donde mi familia perdí, tomé la decisión de
reencontrarme allá con los míos. Mientras caminaba hacia mi final, una llovizna cubrió la ciudad. Ya
en lo alto del edificio, y con el rostro humedecido,
levanté la mirada, contemplé la ciudad, la luna;
estremeciéndome comprendí… ¡No solo a personas se ama!
Jesús Javier Arellano Espinoza
61
Ahogo
Rutina
Escribir
se me parte la letra,
mientras se me cae,
pedazo a pedazo,
el corazón.
Dejar hueco el YO
en un papel.
Soy olor desprendido del azar y la bohemia.
Siempre me encontrarás a las orillas de la sábana
VEN…
Apariencias
¡Sí!
Pinceladas estrenadas día a día
en un tablado llamado vida.
¿Entonces?
Lucir la máscara
blanca y negra,
la transparente y cristalina
o
la colorida.
Ser aquello que nunca seré.
62
Viaje
Asciende,
desciende,
boca de hojalata
abierta,
desierta,
pisada por doquier,
destino final,
siguiente estación.
Cuba
La mulata sonríe al viento.
El tiempo se desliza congelado en el mito
que conquistó.
Caminan fantasmas del sueño,
prefieren vivir desnudos al sol.
Quizá será mañana, quizá será ahora.
Qué más da…
poesía
Paraíso
Pedaleando, pedaleando.
Conquista
En un lugar de la mancha…
Dulcineas nunca fueron princesas.
Heroínas nunca fueron rescatadas.
Damas nunca fueron entendidas,
ni descubiertas,
ni amadas.
Mi verso pasa por el umbral de tu rostro,
donde vuelvo a encontrar tu mancha en la que me pierdo,
de la que soy tu sierva y esclava en la tierra malparida
de mi ocaso.
Los truenos no podrán con el andar
de horizontes y giros.
No existe confín ni milagro,
lo que aviva el ser es pedalear y pedalear.
Resbalan gotas en el rostro de la fugitiva,
bendición de tormentas y de aguaceros furtivos.
Y al final del cielo,
en el jardín,
las ortigas
aplacan sus ansias de volar.
«Recordar no quiero algunas historias
en tierras de Castilla».
Antonio Machado
Orificios
Casona de recuerdos pálidos, ahogados en tristeza.
Mi corazón tiembla con el dolor de la soledad.
Casona de puerta amarilla, como helado de crema;
de ventanas, mosaicos, ubicados como cuadro
en cárceles del alma.
Paredes lúgubres, húmedas,
como los vientos de invierno que atraviesan el cuerpo,
dejando la sensación de pérdida de algo y no saber qué fue.
La novia espera, cabeza baja, espíritu tenue;
la luz penetra tu vestido,
compromiso sin misa.
Casona habitada por el fantasma sin cielo,
inquieto, rondando el jardín.
Casa azul, antigua, vieja, nostálgica, quisiera que seas
olvido;
olvido de memorias, mirando las almas;
espiando sus vidas
por los orificios del tiempo.
Gina E. López
Es poeta y ejerce la docencia académica. Licenciada
en Comunicación por la Universidad de Sao Paulo,
Brasil; estudió su maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad St. John´s, Queens, NY. Es
miembro fundador de la revista bilingüe de creación
literaria Entre Rascacielos en NY. Formó parte del comité editorial de la revista Hybrido, perteneciente al
Graduate Center de New York University. Su poesía
fue presentada en el Instituto Cervantes capítulo NY.
Su poemario Desnuda ánima fue publicado en el 2015.
63
Leonardo Barriga López
«No tenía ganas de nada.
Sólo de vivir»
64
Juan Rulfo.
ensayo
V
ine a Comala porque me
dijeron que acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo
le prometí que vendría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté sus
manos en señal de que lo haría;
pues ella estaba por morirse y yo
en plan de prometerlo todo. «No
dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo
y de este otro. Estoy segura de que
le dará gusto conocerte». Entonces
no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto
decírselo se lo seguí diciendo aun
después de que a mis manos les
costó trabajo zafarse de sus manos
muertas.
Rulfo, el autor de Pedro Páramo, se hallaba a mi lado, silencioso,
parecía cansado por el largo viaje.
Juan José Arreola, su compatriota, exponía el tema que debíamos
abordar, fluidamente, sin que nadie
lograra hacerlo callar. Germán Arciniegas, famoso aquí y allá por su
Biografía del Caribe, sonreía burlón;
Herberto Padilla habló del tema
propuesto y de los duros años de
prisión por no coincidir con el régimen de Fidel Castro; la relatora
María Esther Vásquez pugnaba por
limitar las exposiciones de los escritores que asistimos a ese Encuentro Internacional que se celebró
en abril de 1985, en Buenos Aires,
mientras Delfín Leocadio Garasa ensayaba, como secretario de la
Mesa, sus mejores conocimientos
taquigráficos.
Rulfo mantuvo una breve disputa
sin importancia conmigo por el tema
de la cultura oficial que se discutía,
pero de allí no pasó; al contrario, su
silencio se transformó en la palabra amable y de camaradería. La
prensa porteña destacó la obra de
aquel extraño y silencioso autor de
dos pequeños grandes libros: Pedro Páramo y El llano en llamas, las
más conocidas. Quería estar solo,
le conturbaba su popularidad y el
afán sensacionalista de los medios
de comunicación; lejano al mundo
que lo rodeaba, como si fuese un
personaje escapado de su obra mayor, cabalgando en mitad de la noche poblada de fantasmas. Tal vez
presentía su cercana muerte (1986).
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació el 16 de
mayo de 1917. Descendiente de
un aventurero español que arribó a
México, su vida estuvo llena de adversidades; la guerra cristera le dejó
sin padre y sin familiares cercanos.
Su infancia la pasó en un orfanato;
años más tarde haría sus incursiones en la literatura sin abandonar
sus oficios: de viajante vendiendo
llantas para automóviles y luego
como empleado en la gobernación
de Guadalajara y otros sitios oficiales. Su labor más importante fuera
de la literatura fue en el Instituto
Nacional Indigenista. Varios premios le fueron concedidos y fue
también un notable fotógrafo. En
1953 aparece El llano en llamas y
en 1955 Pedro Páramo, que lo consagrara mundialmente. El hijo del
desaliento fue la novela que nunca
publicó, sólo un ‘avance’ de su texto
apareció en la Revista Mexicana de
Literatura. ‘El gallo de oro’, 1980,
‘En la madrugada y otros relatos’ y
‘Para cuando yo me ausente’ (1983).
En 1986 fue su ingreso final a las
páginas de su Pedro Páramo. De
acuerdo con datos del Fondo de
Cultura Económica, editorial que
tenía la exclusividad para la publicación de los dos libros, ya en
1980 circulaban en México más de
un millón de ejemplares de dichas
obras, a más de ediciones piratas
de esta. La obra ha sido traducida a
más de cincuenta idiomas.
Yo imaginaba ver aquello a través
de los recuerdos de mi madre; de su
nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando
por Comala, por el retorno; pero
Pedro Páramo
resume toda una
etapa histórica de su
país y de su propia
vida, aunque él en
varias oportunidades
negó que fuera una
obra autobiográfica.
El libro, construido
en el mejor estilo
cinematográfico
de flash back,
revela la etapa
histórica del México
revolucionario.
65
jamás volvió. Ahora yo vengo en
su lugar. Traigo los ojos con que
ella miró estas cosas, porque me
dio sus ojos para ver: «Hay allí,
pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una
llanura verde, algo amarilla por
el maíz maduro. Desde ese lugar
se ve Comala, blanqueando la
tierra, iluminándola durante la
noche». Y su voz era secreta, casi
apagada, como si hablara consigo
misma... Mi madre.
—¿Y a qué va usted a Comala, si
se puede saber? —oí que me preguntaban.
—Voy a ver a mi padre —contesté.
—¡Ah! —dijo él.
Y volvimos al silencio.
66
El presidente argentino Raúl
Alfonsín, ese gran demócrata, nos
recibió en la Casa de Gobierno, a
una treintena de escritores, con
motivo de la realización de la Feria
Internacional del Libro y nos solicitó que actuáramos como «interlocutores válidos» en los respectivos
países «sobre los problemas económicos que se viven en el Cono Sur»,
aspectos de la realidad económica
argentina y la búsqueda de un diálogo constructivo entre las naciones
del Norte y las del Sur.
Roberto Castiglione, quien
había dirigido el encuentro internacional y la Feria del Libro, afirmó que la situación de Argentina
no era diferente a la que padecían
otros países latinoamericanos, al
tiempo que destacó los esfuerzos
que estaba realizando el gobierno
democrático por superar esas dificultades. Roa Bastos acotó que
también en su país se sufrían los
efectos de la crisis económica y que
las inquietudes eran comunes en
toda Latinoamérica.
Según recogió el diario Tiempo
Argentino, de 13 de abril de 1985:
«Asistieron al encuentro entre
otros el mexicano Juan Rulfo, el
uruguayo Mario Benedetti, el colombiano Germán Arciniegas, el
paraguayo Augusto Roa Bastos, el
chileno José Donoso, el estadounidense Sidney Sheldon y el ecuatoriano Leonardo Barriga López,
quienes fueron acompañados por el
argentino Ernesto Sábato y por el
secretario de Cultura de la nación,
Carlos Gorostiza. Concurrieron
también a la reunión con Alfonsín
la española Ana María Matute, la
italiana Dacia Mariani, la estadounidense Susan Sontag, la sudafricana Elsa Jouvert, el mexicano Juan
José Arreola, el ecuatoriano Gonzalo Almeida; el boliviano Néstor Taboada Terán y Carlos Messa Gisbert, del mismo país; el colombiano
Juan Cobo Borda, el venezolano
Denzil Romero, el paraguayo Elvio
Romero, el chileno Volodia Teitelboin, el soviético Julian Semionov,
los cubanos Heberto Padilla, Jorge
Timossi Corbani y Eduardo López
Morales, el francés Paúl Verdevoye,
el búlgaro Arjentisnky y el alemán
Nowdtny. También autoridades de
la Feria del Libro encabezadas por
el presidente de su comité ejecutivo, Roberto Castiglione, quien informó a la prensa sobre los resultados del encuentro».
Sentí el retrato de mi madre
guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón,
como si ella también sudara. Era
un retrato viejo, carcomido en los
bordes; pero fue el único que conocí
de ella. Me lo había encontrado en
el armario de la cocina, dentro de
una cazuela llena de yerbas; hojas de toronjil, flores de Castilla,
ramas de ruda. Desde entonces lo
guardé. Era el único. Mi madre
siempre fue enemiga de retratarse.
Decía que los retratos eran cosa de
brujería. Y así parecía ser; porque
el suyo estaba lleno de agujeros
como de aguja, y en dirección del
corazón tenía uno muy grande
donde bien podía caber el dedo del
corazón.
Juan Preciado busca a su padre Pedro Páramo, llega a Comala,
aquel submundo en donde la realidad y la ficción se entremezclan
en extrañas visiones, en donde la
muerte es sinónimo de vida. Juan
Preciado tiene igual destino que
los habitantes de Comala, muere
sin abandonar su sino. Pedro Páramo, igual que el hijo, desfallece en
la muerte, en historias en las que el
novelista interviene comunicando
a la obra una estructura compleja
sin una aparente cronología, cortada en fragmentos, pero que al final
confluyen en un gran todo, que deja
al lector abrumado, sumergido en
aquel gran sueño rulfiano, tratando de imaginar aquellos personajes
muertos que comunican al lector
extrañas vivencias de un fatal destino en aquel pueblo abandonado.
En la polvorienta aldea solo yacen
las ánimas de los difuntos, «que
murieron sin saberlo»; Pedro Páramo, el cacique, es el responsable
de la violencia. Yace con los demás
personajes fantasmales contando
sus historias.
Gustavo Fares, profesor asociado de español de la Universidad
Lawrence de Appleton, Wiscon-
Reunión de escritores en Buenos Aires, abril de 1985. De izquierda a derecha: Leonardo Barriga López, Germán Arciniegas y Juan Rulfo.
sin, en interesante estudio sobre la
obra y vida de Rulfo, nos introduce
en el extraño y fatal destino de familiares del escritor, que entiendo
su memoria sirvió de base para su
obra literaria. Su padre, dice Fares,
Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, fue
asesinado por la espalda en Paso
Real la noche del 9 de junio. Casi
todos sus tíos paternos murieron
trágicamente: Jesús, en un viaje
en el barco San Juan, donde venía
con su hermana Rosa, chocó de
frente con otro barco; Jesús cedió
su salvavidas a su hermana y murió
ahogado. David, cuando andaba a
caballo, cayó del animal, el cual se
desplomó encima rompiéndole los
huesos. José, jefe de policía, fue a
apaciguar a unos hombres que se
hallaban en una riña, uno de ellos
le vació la pistola en el estómago.
Rubén, en una fiesta, fue asesinado.
Luis fue el único que murió tranquilo en su cama. El escritor vivió
con su madre en Sayula, Estado de
Jalisco, hasta que ella muere. (College Board, La obra de Juan Rulfo
http://apcentral.collegeboard.com/
apc/members/courses/teachers_
corner/22547.html)
Pedro Páramo resume toda una
etapa histórica de su país y de su
propia vida, aunque él en varias
oportunidades negó que fuera una
obra autobiográfica. El libro, construido en el mejor estilo cinematográfico de flash back, revela la etapa
histórica del México revolucionario, la angustia de sus habitantes
ante la violencia y el desamparo,
con la injusticia por doquier y que
solo perjudica a los de abajo, en un
mundo en donde la realidad y la
ficción conviven en forma tal que el
testigo del acontecimiento pierde la
noción del tiempo y el real sentido
del hecho en sí; como si éste respondiera a extraños designios del
destino que desencadena el fenómeno de la vivencia humana.
Rulfo emplea varias técnicas en
su novela, ya utilizadas por Joyce,
Faulkner y Proust, entre otros importantes autores, en un libro que
se deja leer y releer, sin abandonarlo en su lectura. Recuérdese que
Gabriel García Márquez escribió,
recordando su primera lectura de
Pedro Páramo: ... «… Álvaro Mutis
subió a grandes zancadas los siete
pisos de mi casa con un paquete de
libros, separó del montón el más
67
pequeño y corto, y me dijo muerto
de risa: ‘Lea esa vaina, carajo, para
que aprenda’; era Pedro Páramo…
Aquella noche no pude dormir
mientras no terminé la segunda
lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis
de Kafka, en una lúgubre pensión
de estudiantes de Bogotá, casi años
atrás, había sufrido una conmoción
semejante. Al día siguiente leí El
llano en llamas y el asombro permaneció intacto…».
Novela escrita en 67 fragmentos. Allí están todos: Pedro Páramo,
Juan Preciado, Dorotea, Eduviges,
Damiana y Donis; Dolores Preciado, la esposa del cacique; Bartolomé
San Juan, el padre Rentería, revolucionario; Susana San Juan, Toribio
Alderete; Fulgor Sedaño ahorcando a Toribio. Abundio, Florencio,
el doctor Valencia, Justina. «Este
pueblo está lleno de ecos tal que estuvieran encerrados en el hueco de
las paredes o debajo de las piedras».
Novela de muertos que hablan de
su vida. Se divide en dos partes:
el diálogo en la tumba entre Juan
Preciado y Dorotea; en la segunda,
la de Pedro Páramo. Mueren todos
estando muertos.
68
El calor me hizo despertar al filo
de la medianoche. Y el sudor. El
cuerpo de aquella mujer hecho de
tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco
de lodo. Yo me sentía nadar entre
el sudor que chorreaba de ella y me
faltó el aire que se necesita para
respirar. Entonces me levanté. La
mujer dormía. De su boca borbotaba un ruido de burbujas muy
parecido al del estertor.
Salí a la calle para buscar el aire;
pero el calor que me perseguía no
se despegaba de mí. Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida
y quieta, acalorada por la canícula
de agosto. No había aire. Tuve que
sorber el mismo aire que salía de
mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía
ir y venir, cada vez menos; hasta
que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.
Juan Preciado
busca a su padre
Pedro Páramo,
llega a Comala,
aquel submundo en
donde la realidad
y la ficción se
entremezclan en
extrañas visiones, en
donde la muerte es
sinónimo de vida.
Jorge Volpi, prologista de una
de las ediciones del libro, asevera:
«Pedro Páramo es una respuesta evidente y aún más: una liquidación
y una puerta abierta a la novela de
la Revolución mexicana, de Azuela a Guzmán, y a la novela cristera,
pero también representa un diálogo
igualmente fructífero con Kafka,
Hamsun o Faulkner. Y, por encima
de ello, la propia novela no se plantea esta cuestión: todo aquel que
se atreve a leerla, como todo aquel
que decide adentrarse en Comala,
no sale indemne de la experiencia. Tras haberla leído, tras haberla
escuchado, ahora nosotros también estamos contaminados con la
muerte y ello, acaso, nos otorga una
nueva vida».
La crítica ha tenido sus puntos
de vista divergentes. Al aparecer, se
dijo que Pedro Páramo era una obra
incompresible, que no se la podía
leer por su fragmentación e inusual
sintaxis; que inclusive varios compañeros de trabajo habían ayudado
en su redacción uniendo historias
que había imaginado Rulfo, además de otros anatemas surgidos
de las pluma de sus compatriotas.
Solo años más tarde, ante el éxito
de Pedro Páramo se vuelve a releer
El llano en llamas y a destacar la literatura de este importante autor.
De acuerdo con Françoise Perus, especialista francesa en literatura latinoamericana, en los
cuentos de El llano en llamas y en
su novela Pedro Páramo, Rulfo no
hace literatura, sino que genera un
discurso sobre la literatura; es decir,
crea literariamente, que es una cosa
distinta. Rulfo no fue un escritor
improvisado y su arte narrativo es
absolutamente pensado en todas
sus dimensiones e implicaciones
(La Jornada, 27 de diciembre de
2012, México).
Roberto García Bonilla, en el
diario Siempre (26 de enero de
2013, México), advierte que en
Pedro Páramo se «evoca una obra
identificada con el habla lacónica
y áspera de sus personajes; con la
pérdida, la orfandad, la búsqueda,
la concentrada interioridad anímica, la violencia social y psicológica que acompaña a la condición
humana. Más que signo del ser, la
muerte es una circunstancia sempiterna del estar en el mundo, ya sea
un valle de los pesares o sencillamente la inocultable compañía de
la vida como trayecto terrenal y la
existencia regida por los oráculos
de la memoria».
«Ésta es mi muerte», dijo.
El sol se fue volteando sobre las
cosas y les devolvió su forma. La
tierra en ruinas estaba frente a él,
vacía. El calor caldeaba su cuerpo.
Sus ojos apenas se movían; salta-
ban de un recuerdo a otro, desdibujando el presente. De pronto su
corazón se detenía y parecía como
si también se detuviera el tiempo y
el aire de la vida.
«Con tal de que no sea una nueva
noche», pensaba él.
Porque tenía miedo de las noches
que le llenaban de fantasmas la
oscuridad. De encerrarse con sus
fantasmas. De eso tenía miedo.
«Sé que dentro de pocas horas vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda
que le negué. Y yo no tendré manos
para taparme los ojos y no verlo.
Tendré que oírlo, hasta que su voz
se apague con el día, hasta que se le
muera su voz».
Sintió que unas manos le tocaban
los hombros y enderezó el cuerpo,
endureciéndolo.
—Soy yo, don Pedro —dijo Damiana—. ¿No quiere que le traiga su almuerzo?
Pedro Páramo respondió:
—Voy para allá. Ya voy.
Se apoyó en los brazos de Da-
miana Cisneros e hizo intento de
caminar. Después de unos cuantos
pasos cayó, suplicando por dentro;
pero sin decir una sola palabra.
Dio un golpe seco contra la tierra y
se fue desmoronando como si fuera
‘un montón de piedras’.
La denuncia en la obra de Rulfo, la guerra cristera y otras similares en Latinoamérica, está todavía presente; con una reforma
agraria fracasada, con un estado
semifeudal del campesinado, con
la pobreza en la villa miseria, con
los indigentes que pululan en las
calles de la urbe su mendicidad y
desesperanza; esperando, siempre
esperando que las condiciones de
su vida cambien.
Nuevamente recurrimos a García Márquez quien al comentar la
obra de Rulfo finaliza en su estudio: «He querido decir todo esto
para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan
Rulfo me dio por fin el camino que
buscaba para continuar mis libros,
y que por eso me era imposible
escribir sobre él, sin que todo esto
pareciera sobre mí mismo; ahora
quiero decir, también, que he vuelto a releerlo completo para escribir estas breves nostalgias y que he
vuelto a ser la víctima inocente del
mismo asombro de la primera vez;
no son más de 300 páginas, pero
son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos
de Sófocles». (http://www.portalalba.org/).
Rulfo, un escritor que apareció
con el siglo XX. Su pasión nos retrotrae a los más elementales sufrimientos e ilusiones humanas, en un
mundo silencioso y de resignación
que es el punto vital de la obra. El
mágico entorno de esos personajes que van y vienen, confluyendo
hacia los viejos cauces, a las raíces,
en mensaje que abruma e inquieta.
Desaparecido ya por las circunstancias del existir cotidiano, desde su
creación nos asiste iluminado. Su
silencio es la voz de los comprometidos con la tierra.
Leonardo Barriga López
Bibliografía
Barriga lópez, Jorge
2008 Crónicas y ficciones, Ediciones Amauta, Quito.
Fares, Gustavo
s/f.
La obra de Juan Rulfo, College Board.
http://apcentral.collegeboard.com/apc/members/courses/teachers_corner/22547.html)
Inframundo
1980
El México de Juan Rulfo. México: Ediciones del Norte, 1983.
Peavler, Terry J.
1986 ‘Perspectiva, voz y distancia en El llano en llamas’. Hispania 3.69: 845-52.
Roffé, Reina
1973 Autobiografía armada. Buenos Aires: Corregidor.
Rulfo, Juan
1992 Toda la obra. Colección Archivos 17. México: Centro Coeditor.
Pedro Páramo. México: F.C.E., colección Letras Mexicanas, 1955 (Primera edición).
Pedro Páramo. Prólogo de Jorge Volpi, 2001 El Mundo, Nº 24. Col. ‘Las 100 mejores
novelas en castellano del siglo XX’, Nº 22.
Miembro de la Academia Nacional
de Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de otras instituciones culturales del país y del
extranjero. Sus artículos se han publicado en diarios del Ecuador y del
exterior. Tiene editados más de una
veintena de libros en temas de literatura, historia y derecho. Doctor
en Derecho y Ciencias Políticas,
Magíster en Derecho Ambiental,
Especialista en Derecho Internacional Económico, Diplomático
de Carrera del Servicio Exterior
ecuatoriano(r); Profesor en universidades del Ecuador y del exterior,
en especial en Argentina, Colombia, Uruguay y Venezuela. Ha dictado conferencias y seminarios en
Ecuador y en otros países.
69
El continente imprevisto
(35 años de un viajero aéreo e imaginario)
V
70
iajarás mañana
y en ese destartalado pecho que funge como
vieja máquina de vapor
se incrustarán los santuarios de ciudades agónicas
las maderas de casas decayendo.
Llorarás en una quebrada sabiendo que sobre su
piel de tiempos inmemoriales
habrá caído el turno de la lama, del cronos indolente, al que se le ha escapado el cielo
en carreras fútiles y exactas.
Y todo será medido, a disposición de las rutinas,
de los itinerarios, de las escalas, de los vuelos que sin
‘zaleplas’ ‘zétix’ ‘neuril’ no tendrían el vuelco artificial como para retornar a un antiguo nacimiento, a
esa playa de charcos profundos de los que rescataste
pedazos de cuellos, de costillas, de saliva congelada
como el amor congelado.
Y perderás la cámara en el transcurso de las estaciones, sólo la imagen que trastoca el espacio que pende entre la avenida más grande y el viajero más solo.
Recordarás cómo se te fue la vida al imaginar
cómo Kafka y Milena se encontraban en el cruce de
los trenes, y siempre los trenes que aúllan y que duelen, que devastan inmensas montañas retrocediendo
al infierno, a los tres mil metros bajo tierra, donde belcebú hará que tu pie aéreo disfrute de los manjares
de la llama, del amplio cañón del fuego, y sabrás que
él también llora porque le han escrito a buzones sin
tiempo, porque el mal también llora, porque está compuesto de un corazón que sangra aire.
Ascenderás a la ciudad más alta y querrás ser ala
entera, completa, ser gacela, dejar de ser carne, para
entrar veloz en la luz de una calle donde se refleja el
continente imprevisto.
Continentes, océanos, animales muertos de pena
y cucarachas grandilocuentes en los hoteles de paso,
donde tímpanos serán las paredes, donde tímpanos
serán las baldosas, donde tímpanos serán las ventanas abiertas, donde aún no habrá instante para expirar,
aún no, aún no.
Te preguntarás, qué piensa de ti el verano, y el páramo violento.
Te preguntarás si todos vamos por el mismo río.
Y ella te esperará vestida de azafata, de mesera, de
‘guardiana’ de bahía, de mercader, de coleccionista de
piedras aéreas en un circo ruso, como el que una vez
viste en esa explanada donde es ahora el asiento de un
edificio gris tan gris. Y ella: y ella, será lo intangible o
lacrimoso, el techo eterno de ‘estrellas vírgenes’ mientras suena un adagio.
¿Qué será de ese día? Lo contemplas, desde allí,
cuando es un guayacán floreciendo tu cerebro y
empieza a palidecer.
Y no hay pasado, ni futuro
Sólo quien de tu cuerpo sale, cambia, se hace tan
lejano como víspera.
Y sé que estás en otro lugar y que por eso escribes
para encontrarte
dilucidar que posees más de lo que añoras,
un artilugio mineral,
un venado ciego corriendo en pos del bosque y de
llanos imposibles.
poesía
Mnemosyne
Memoria: la soledad ha venido a descifrar tus anchos terrenos, tus hectáreas de dolor agudo, de ayunada esperanza, tú has hecho que un hombre devore en
su habitación a todos aquellos que sufrieron en ella, a
todos los ahorcados que a la vida ya no le importan.
Entras y te quedas ya no en la mente, sino en las arterias, en las costillas, en la levedad de la sangre cuando
no hay por quién sangrar. Sangre de silencio, de humana presencia, de ríos callados, de profundidades en
las que reposa la malgastada infancia, el niño a quien
matar. Memoria: asesíname a tiempo, cuando todavía
sienta la purificación de huir. Llenaré con barro ese
día, pero no presenciaré augurios ni voluntad alguna.
Tú creaste un vientre debajo de la tierra en el que ya
no puedo lubricarme. Mi superficie es un oráculo, por
ende vivo esperando, adivinando sin saber…
Óxido
El óxido es la fragancia de un mapa a donde solo llegan los cartógrafos grises.
—Nadie sabe de nuestros viajes ni de nuestras guerras—.
Haré de la MAREJADA el último cuarto donde
inundar el amor, después de hacernos daño habremos
desaparecido.
Impostor
Si supiera quién escribe por mí, quién detiene el curso
del cielo
y hace del lodo un habitante de mi ojo muerto,
sábana donde familiares fueron agua y derrumbes de
lava sobre mi rostro.
Si supiera quién dejó que sea precipicio con altares de
vírgenes llorosas.
Si supiera, no creería que las aves son un fruto esquivo
del viento,
un alimento hambriento de las propias alas.
Soy de los fantasmas el mejor impostor que feliz se
desconoce.
Un acto herido de sombras, una escena donde mueren
quienes me miran.
Escupo lo que amo.
Lo que amo cambia, me corta las manos, lacera mi
boca.
Perdido intuyo que mi tranquilidad es la utopía en la
que desnudo las máscaras
y como junto a ellas.
Mi cabeza es un torbellino que acariciarán mañana.
Carlos Luis Ortiz M.
(Guayaquil - 1979)
Poeta, comunicador y profesor universitario. En el 2005 obtiene la Primera y única Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía
Jorge Enrique Adoum con el libro Zigzag del solitario. En el 2008, con
el texto titulado Un lugar sin estaciones, es reconocido en el Concurso el
Verso Digital en Andalucía España. En el 2009 obtiene el Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel con el libro El niño alucinado, el mismo
año publica Lírica para vagabundos por la Casa de la Cultura Núcleo
de Chimborazo. En el 2011, con el libro Almacén, alcanza la Primera
Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía César Dávila
Andrade por la Universidad de Cuenca. En el 2012 se le otorga el segundo lugar en el Concurso Nacional Premio Pichincha de Poesía con
el libro Biografía del espejismo. Su poesía ha sido incluida en la antología Bandada: novísima poesía ecuatoriana, publicada por la Campaña de
Lectura Eugenio Espejo, así como en selecciones de poetas dentro y
fuera del país. Ha publicado cinco libros de poesía y otros en conjunto.
71
Abdón Ubidia
C
1 Prólogo para la segunda edición del libro
de ensayos Referentes, 2016.
72
uando el reloj de la política
latinoamericana parece que
va a dar un nuevo giro, otra
vez, hacia el neoliberalismo que dominó el mundo de los ochenta (Reagan, la Thatcher, Juan Pablo II, los
economistas de la escuela de Chicago y los ideólogos de la cultura del
capitalismo tardío más rampante)
—especialmente en América Latina— hasta comienzos del siglo XXI,
vale la pena recuperar nuestro libro
Referentes, resultado directo de lo
que, desde la disidencia, pensamos
en esos duros tiempos. La primera
edición fue hecha en el año 2000.
ensayo
La idea básica fue una: el neoliberalismo no fue apenas una doctrina macroeconómica. Fue, además,
una filosofía, una cosmovisión, una
epistemología, una matriz de pensamiento que dominó casi todos los
ámbitos del saber humano: la ciencia y las artes en primer término.
¿Cuál fue el denominador común de tal operación global? Uno
solo y muy claro: la supresión de los
viejos referentes que habían marcado el pensamiento totalizante del
siglo XIX, la mayor parte del siglo
XX y, sobre todo, el de sus célebres
años sesenta, en aras de una muy
bien programada ‘virtualización’ de
un mundo hecho de puras representaciones, que ocultarían en la
‘realidad real’ los verdaderos propósitos del nuevo orden global y de lo
que llamaron ‘la nueva economía’.
Para empezar, la ciencia económica suprimió el tema de las relaciones de producción, distribución
y redistribución y se centró en los
puros ejercicios monetaristas de
oferta y demanda regidos por el
dios de un mercado virtual, financiarizado, sobre todo bursátil; la
filosofía, con Baudrillard a la cabeza, olvidó los eternos referentes del
Bien y el Mal y de lo Verdadero y
lo Falso, y ahogó el juego real del
mundo en el solo espacio de las
representaciones (La transparencia
del mal, etc.); los politólogos herederos de Daniel Bell (El fin de las
ideologías), para quienes Norberto
Bobbio sería una pieza desechable, proclamaron que ya no tenía
sentido hablar de izquierda ni de
derecha en el mundo posmoderno,
algo que hoy, inútilmente, proclaman los jóvenes españoles de Podemos, mientras la derecha ibérica los
devuelve al sitio real que pintan en
la sociedad con la acusación de que
son, literalmente dicen, ‘extremistas
de izquierda’.
También los antropólogos célebres como García Canclini dejaron
de lado lo que habían estudiado
con tanto fervor, como las diferencias entre la cultura popular y cultura dominante y empezaron hablar de que Las culturas híbridas se
habían vuelto hegemónicas y, por
cierto, indiferenciables. De la mano
de los economistas, los pensadores
neoconservadores y posmodernos,
con el inevitable Daniel Bell como
capitán (Las contradicciones culturales del capitalismo), sentenciaron la
muerte de las clases sociales y sus
luchas porque en el mundo universitario —así escribió—, como caso
emblemático y ejemplificador, a
los estudiantes y profesores, generalmente uniformados con la ropa
casual, ya nadie podría señalarlos
como ricos o pobres.
Francis Fukuyama puso lo que
creyó la estocada final a esa ceremonia planetaria de destrucción
masiva de los referentes que orientaron y articularon nada menos
que toda la Historia moderna y lo
que había venido con ella como
traído de contrabando del mundo
antiguo. El fin de la Historia había
llegado por fin. El sueño de Hegel
se había cumplido. Era ya obsoleto.
El sentido de la historia había concluido. La Historia había muerto.
En lo que concierne al arte había ocurrido una supresión más
palpable: la de un referente fundamental: el artista. La figura del nuevo curador convertida en artista de
artistas que no cura lo que ya ha sido
sino lo que ha de ser, lo que debe ser,
todo un comisario muy ideologizado que proclamaba su desideologización, desde luego, copó los museos y
galerías del mundo.
La acometida neoliberal no se
quedó en el campo de la alta cultura sino que, además, invadió —todos pudimos constatarlo— la música popular latinoamericana justamente a partir de 1980: el olvido
o postergación de esa ars amatoria
latinoamericana guardada en valses, tangos, boleros, sambas, rocola, descalificados como ‘setenteros’
La velocidad
depredadora
va a la par de
la velocidad de
concentración del
capital. La ambición
desmedida genera
tanto el insaciable
consumo de
recursos como el
crecimiento de la
riqueza extrema.
Lo uno y lo otro van
de la mano. Hoy
el planeta es más
desigual que hace
unas décadas.
73
Theotonio dos Santos
74
(música disco y new age mediante), la ‘modernización’ de un gusto
masivo gracias al cual era fácil ver a
multitudes de jóvenes que coreaban
letras en un inglés que no sabían.
Aunque por otras razones y
desde otros propósitos, en esta secuencia de autores y textos que dan
cuenta del cambio epistemológico
logrado, uno podría añadir coincidencias previas, al menos funcionales y convenientes de grandes
pensadores de izquierda anteriores
a 1980: la figura de Lyotard y su
concepción de la postmodernidad
como pérdida/fin de los grandes
discursos (marxismo, psicoanálisis,
religiones). Y, por desgracia, también deberíamos añadir al estructuralismo —Lévi-Strauss, Foucault,
Althusser— y el antihumanismo
teórico que proclamó, nada menos,
que la muerte del hombre. (Foucault, años después, ante los abusos
del antihumanismo práctico neoliberal, se lamentaría: «¿Cómo podíamos defender los derechos humanos de un hombre muerto?»).
En cuanto a la actitud neoliberal, vale la pregunta: ¿Qué hubo
por detrás de esta avasallante destrucción de los referentes más caros
de la historia social humana, de
la memoria humana, en especial,
como señala Bourdieu: de la destrucción metódica de los colectivos
humanos? Pues la necesidad de
destruir, por sobre todo, la percepción de la política real, en función
de la hegemonía de un discurso
aviesa y artificialmente complejo
y maquiavélico: el discurso neoliberal. Es decir: el discurso del
capitalismo tardío. La utopía neoliberal que quiere un mundo hecho de muy pocos poderosos que
dominen a una masa de pobres,
incapaces de cuestionar, desde su
ignorancia, cinismo o indiferencia,
lo que Chomsky llama el nuevo orden mundial.
Ahora bien, todo ese tenaz cambio en el pensamiento, tenía que
pasar obligadamente por el amparo
mayor de la cultura en el más amplio sentido del término. El neoliberalismo se planteó, pues, como
una revolución cultural. No deja
de ser significativo que, en Chile,
el modelo neoliberal por excelencia
(autoritarismo, masacres, privatización de todo), se hable de ‘La revolución silenciosa’ para referirse a
los cambios económicos efectuados
por la dictadura (el libro es del pinochetista Joaquín Lavín).
Nada de extraño tuvo que nosotros, y hablo por mis colegas intelectuales, combatiéramos esa nueva
mentalidad, ese epistema, que se
expandía, como una plaga imparable por el mundo, desde su propia
ecología, desde su territorio propicio: desde la cultura.
Vale señalar la paradoja de que
el gran propósito de despojo global
y apropiación económica de las riquezas del mundo, del capitalismo
tardío, es decir, del neoliberalismo,
no sería posible sin un gran cambio
cultural que olvidara, para siempre,
amén de los referentes que hemos
anotado, el gran pensamiento humanista que nació con la propia
historia, desde el reinado de las mitologías, luego de las religiones y,
ahora, de las ideologías.
Hay que aclarar que todas esas
creencias alojaron siempre su contrario: los brotes del pensamiento
mercantil más craso. Reductio absurdum: bajo esa luz no es incongruente entender que la historia
de Judas no fue la historia de una
traición: bien pudo ser la del ‘intercambio de un Dios por 30 monedas’, una simple transacción comercial exitosa, que transformó un
valor de uso infinito en un valor de
cambio minúsculo pero efectivo: las
30 monedas.
Y valga esta ‘exitosa’ conversión
teórica para ilustrar bien lo que el
capitalismo tardío y global quiere
lograr, en los hechos de hoy —en
una conversión práctica—, con el
planeta entero (indudablemente,
un valor de uso único y total) al
transformarlo en capital (un valor
de cambio precario pero efectivo).
En efecto, en un planeta Tierra,
depredado, sobrecalentado, no sustentable ya puesto que hemos rebasado la llamada ‘huella ecológica’, la
atmósfera de las grandes ciudades,
sucia por el CO2 del ‘desarrollismo’
de los países ‘desarrollados’; los ma-
res, algunos casi saturados de desechos industriales, metales pesados y
demás, y en donde, según los científicos más calificados, estamos al
borde de la ‘sexta extinción’, la de
la especie humana, el furor capitalista, que solo mide ganancias, y no
calcula costos ambientales ni civilizatorios, convierte, sin tregua, cada
vez con más velocidad y fuerza, en
puro capital no solo el bienestar humano sino la propia naturaleza y su
frágil equilibrio. Víctima no del ser
humano sino de enajenaciones tales como el consumo desenfrenado
y hasta ese absurdo de la ‘industria
de la obsolescencia programada’, la
conversión absoluta de los valores
de uso en solo valores de cambio
parece ser ya un desastre irreversible. Bolívar Echeverría nos hablaba
de un mundo que se solaza consumiendo sus propios escombros.
Para que este cuadro de debacle se complete, hay que evocar
un factor económico, por desgracia acaso resultante de ese ímpetu
devorador del mundo: la inequidad
en la distribución de la riqueza. La
velocidad depredadora va a la par
de la velocidad de concentración
del capital. La ambición desmedida
genera tanto el insaciable consumo
de recursos como el crecimiento de
la riqueza extrema. Lo uno y lo otro
van de la mano. Hoy el planeta es
más desigual que hace unas décadas. La Universidad de Zúrich dice
que ahora solo 147 grandes corporaciones controlan la economía
global. El célebre estudio de Peter
Phillips acerca de la exposición del
1% de la clase dominante del mundo, señala que ella tiene tanto dinero líquido o invertido como el 99%
restante. Por si fuese poco, el último
premio Nobel de economía, Angus
Deaton, afirma que incluso las crisis económicas de hoy están hechas
para beneficiar a los más ricos. Y
el difundido estudio último de la
Oxfam de Londres apunta que hoy
tan solo 62 personas poseen una ri-
Luis Britto García
queza igual a la de ¡3.600 millones
de personas!
Después del consenso que dominó el mundo hasta los años
sesenta, cuando los grandes movimientos sociales, políticos e intelectuales habían tomado conciencia
de su misión humanista, y revoluciones y movimientos independentistas cundían por todo lado —aunque en esa época no se considerara
aún, con fuerza, el tema ecológico— y se pregonaba la revolución
social y un cambio que no podía
ser sino socialista y anticapitalista,
¿cómo pudo llegarse al extremo de
legitimar tanto la depredación de
la naturaleza como la inequidad
(Thatcher se refería a la desigualdad como el mecanismo necesario
para garantizar «el predominio de
los mejores»)?
Ese propósito no pudo haberse
logrado jamás sin la revolución cultural que hemos denunciado.
No es ninguna coincidencia,
pues, que hayamos abordado en
nuestro libro la arremetida neoliberal desde los variados temas de
la cultura, con el claro propósito
de que la ataquemos allí, en su más
íntima estrategia: la destrucción
de los referentes de la realidad más
concreta que sostienen la vida social.
El Estado obeso
Eran los tiempos en los que intelectuales de nota como los mexicanos Octavio Paz, y su hijo putativo, Enrique Krause, denunciaban
al Estado como El ogro filantrópico,
idea que, en lo sustancial, iba mucho más allá del específico caso
mexicano que hasta podía leerse
como una enorme metáfora. Sí: el
referente expreso de la política moderna, el Estado, era un malhechor.
Cómo dudarlo.
Ese fue el punto principal. Para
el neoliberalismo, el Estado obeso,
etc., fue el principal enemigo. Si la
economía se reducía solo al mercado (dizque perfecto, que dizque se
regulaba solo) el Estado sobraba:
mientras menos Estado, qué mejor, decían. Reagan sentenció: El
Estado ya no es la solución sino el
problema.
Tantos autores, Emir Sader,
entre ellos, han precisado los mecanismos de desmantelamiento del
75
Tantos autores,
Emir Sader,
entre ellos, han
precisado los
mecanismos de
desmantelamiento
del Estado
mediante, en
primer lugar,
privatizaciones
y ajustes que
desconocen
luchas sociales
históricas. Hay
que insistir en que
toda privatización
es apropiación
por parte de
los grupos
privados de los
bienes públicos,
fechorías
amparadas
por complejos
discursos
economicistas.
76
Estado mediante, en primer lugar,
privatizaciones y ajustes que desconocen luchas sociales históricas.
Hay que insistir en que toda privatización es apropiación por parte
de los grupos privados de los bienes
públicos, fechorías amparadas por
complejos discursos economicistas.
Hay una izquierda cándida que,
recordando, con razón, los sangrientos orígenes del Estado como
la maquinaria que propició la acumulación del capital con abusos y
crímenes sin nombre, se adhieren
al discurso antiestatal del neoliberalismo, si reparar que hemos
heredado el Estado también, pero
con su rostro evolucionado, actual,
de regulador de la vida social y de
los abusos del mercado, nacional
y transnacional. Así, en el dilema,
muchas veces falso de Estado/mercado, se obvia la realidad concreta
de que el Estado es el único medio
con el que contamos para defender
las conquistas públicas frente a la
desmedida ambición privada.
No es que el neoliberalismo
quiera, más allá de sus proclamas,
suprimir al Estado. Todo lo contrario: quiere devolverlo a su origen
atroz: privatizarlo, y usar solo sus
mecanismos represivos y de control
social como hemos visto en Chile y
México, España, Grecia, etc.
Se trata, en el fondo, de economía: de la apropiación total de la
riqueza social. El viejo sueño de los
fisiócratas del siglo XVIII (el laissez
faire, laissez passer) y el de los economistas victorianos de XIX, puestos en acción con un ropaje novedoso. De allí, la complejización deliberada del discurso neoliberal, su
intrincada retórica, la necesidad de
empujar una misma vieja idea muy
concreta y aviesa, capitalista, individualista y codiciosa, en el seno de
un discurso aparentemente nuevo,
alojado en una —así lo creyeron—
revolución cultural que demoliera
todo pasado solidario y liberador.
Fánder Falconí*, cuando leyó
estas notas, tuvo a bien acotarme,
con una gran precisión, que la pérdida de los referentes humanistas e
históricos solo pudo hacerse con el
posicionamiento de los nuevos referentes trabajados por el pensamiento neoliberal: la globalización reducida al mercado, la supremacía del
capital financiero, la construcción
de ‘legítimas’ barreras migratorias,
la destrucción del medioambiente
en aras del progreso y, entre otros,
desde luego, la masiva homogeneización cultural.
Insuficiente, abreviado, aleatorio, a veces didáctico y simplificador, Referentes, en su modestia,
quiso ser otro llamado de atención
para que nuestros intelectuales, a
veces confundidos con tanta fla-
mante palabrería, a ratos muy académica, tornasen los ojos a los hechos de la realidad concreta y su
verdad también concreta, aquella
que reclamaron Rosa Luxemburgo, Brecht y Machado, Benjamin,
Gramsci, Sartre y tantos más como
Chomsky, Wallerstein, Petras, Jameson, Harvey, cada quien a su
manera.
Si bien Referentes tuvo cuatro
ediciones, una en forma de e-book,
el autor creyó que el mensaje sustantivo suyo no había encontrado
el eco que esperaba y decidió, en
los siguientes cuatro años, escribir
una novela, La Madriguera, que narrara, con ejemplos vívidos, porque
ese es el poder del arte literario, lo
que antes había querido decir con
conceptos en su libro de ensayos.
Era la historia de un pintor que, al
filo del 2000, con un cambio cruel
de siglo y de milenio, mientras su
ciudad y su país se hundían en la
debacle financiera de una arquitectura económica perversa y muy
bien asumida por los organismos
de Bretton Woods, que ya había
destrozado la economía del México
de Salinas de Gortari, de la Argentina de Menem y Cavallo o el Perú
de Fujimori en esos mismos años,
sin nada entre las manos para recibir al nuevo siglo XXI, pues hasta
las premisas del arte moderno, en el
que fue formado, habían colapsado
en un hormiguero que perdía todas
las diferencias, según lo dijo Octavio Paz en Los hijos del limo, decide
dejar de pintar, dejar el arte y volverse un hombre de la realidad real.
77
78
Claro está que el propio nombre de
la novela aludía al hecho que, desde
los tiempos de Homero, el término
Madriguera significaba: ética; una
cueva para protegerse del inhóspito
mundo. La madriguera también se
refiere a la caverna platónica. Es un
lugar de protección en el cual solo
se observan los reflejos —la sombra
de la verdad— que no podemos alcanzar.
Digo esto para que se entienda que La madriguera y Referentes
fueron las dos caras de una misma
medalla. Pobres testimonios de una
época maldita. Dos gritos angustiados en el seno de lo más profundo
de ‘la noche neoliberal’.
Pero, entre tanto, poco después,
y guiado por su propia dinámica, el
orbe latinoamericano había dado
un gran vuelco hacia la izquierda.
Se había iniciado el cambio de época:
el antineoliberalismo comandado
por líderes de excepción: Evo Morales, Hugo Chávez, Mujica, Lula,
Néstor Kirchner, Correa, entre
otros, quienes habían privilegiado
el rol del Estado como regulador
del potro desbocado del mercado.
Privilegiado lo público por sobre lo
privado. Vale decir: lo social frente
a la ambición de lucro, en especial,
la financiera. La marea rosada la llamaron en muchos lados.
Acompañándolos, nació un formidable correlato intelectual latinoamericano: Theotonio dos Santos, Atilio Borón, Ernesto Laclau,
Boaventura de Sousa Santos, Óscar
Ugarteche, Britto García, García
Linera, tantos más.
Pero ahora el ciclo antineoliberal
se ha cumplido, en gran medida,
con grandes fallos, terribles omisiones, incluso corrupciones aún
oscuras, pérdidas de rumbo que
empañaron sus grandes aciertos.
Este ciclo, cumplido a medias,
en lo que fue posible, además por la
presión de una real politik, mal que
bien impuesta a los pequeños por
los grandes poderes capitalistas —
En lo que concierne al arte había
ocurrido una supresión más palpable: la
de un referente fundamental: el artista. La
figura del nuevo curador convertida en
artista de artistas que no cura lo que ya
ha sido sino lo que ha de ser, lo que debe
ser, todo un comisario muy ideologizado
que proclamaba su desideologización,
desde luego, copó los museos y galerías
del mundo.
muy reales— que rigen el planeta de
hoy, no siempre fue comprendido a
tiempo por una izquierda aséptica y
escéptica, presuntamente radical,
que se automarginó y perdió una
oportunidad única para intervenir
desde adentro en la ‘realidad real’ y
no en el puro discurso: disputar un
espacio bien ganado de poder real y
posible. Como si el antecedente en
Ecuador de la llamada Gloriosa del
44 no hubiese existido (En esta actitud, quizá no tan curiosamente, se
remeda, se observa especularmente
el mismo desapego a la historia que
profesa el neoliberalismo). A esa
izquierda ‘deslactosada’, como bien
la llamó García Linera, la historia
no la absolverá. Y no es un vaticinio sino la simple conclusión de
alguien que no ve cómo, en condiciones más duras, podrá remontar
la poca adhesión que concita. En la
política impuesta por el neoliberalismo, a saber, el sometimiento de
los referentes concretos de la ‘realidad real’, a la mentirosa ‘realidad
virtual’ de las solas ‘representaciones’, los vanidosos intelectuales de
esa mentada izquierda escogieron
sin dudar la segunda, con un fun-
damentalismo equivalente al de los
desarrollistas y extractivistas que
critican. El problema realidad/representación fue ignorado por ellos
olímpicamente.
No quiero terminar este prólogo, escrito 16 años después, sin
aludir al hecho de que el ensayo
dedicado a la democracia (ahora
diríamos, en su modelo norteamericano) que está incluido en Referentes fue, en algún momento, solicitado por una distinguida revista
académica y rechazado luego por
ella. Entendí que en la democracia
representativa uno puede hablar en
contra de todo, menos en contra
de la democracia representativa.
Como dijo un estudioso estadounidense: sustituyan la palabra democracia representativa por la palabra
religión y todo será más claro en su
discurso.
Mas, si en Latinoamérica el
neoliberalismo retorna, en los centros de poder mundial empieza a
ocurrir lo contrario: a la crisis del
capitalismo global se ha sumado su
general desprestigio en los campos
económico, ideológico y cultural.
No hay espacios en donde no haya
voces que lo denuncien. Y no hablamos de sus críticos habituales,
que provienen de la izquierda. Las
voces ‘desencantadas’ del nuevo
orden mundial provienen de grandes millonarios, capitalistas por
antonomasia, quienes, asustados
por la estupidez vertiginosa de la
acumulación del capital, proponen,
como Bill Gates, Warren Buffet y
los 16 más ricos de Francia según
la revista Forbes, alzas de impuestos
para los ricos y otras medidas que,
in stricto sensu, serían nada menos
que antineoliberales. Voces autorizadas, como decía Bourdieu, entre
las cuales podemos contar a célebres premios Nobel como Stiglitz
y Krugman. Voces que saben que
el neoliberalismo es el capitalismo a
secas, sin los atenuantes y maquillajes que le impone la socialdemocracia. En el campo de la alta cultura y
del arte ese desprestigio es ya masivo y casi total. Bástenos decir que
la Bienal de Venecia 2015, en palabras de su curador, tuvo un tema: el
anticapitalismo. A esa luz, el triunfo
de Macri en Argentina no será sino
una batalla perdida, precaria, además, en una guerra que se libra en
un escenario global.
del capitalismo supranacional está en la comida
chatarra. Las nuevas generaciones, más expuestas al bombardeo mediático, beben la gaseosa
preferida de Santa Claus y comen la misma
(con M) hamburguesa, despreciando quizás la
bebida (como la avena con fruta) y la comida
(como el arroz con fréjoles) de su cultura. Un
cambio muy malo, en términos nutricionales,
y pésimo, en lo cultural. Un pueblo puede ser
rico en cultura, hasta puede poseer una rica
diversidad cultural, pero puede tener baja densidad cultural, algo que tiene que ver más con
la población y su bagaje cultural. Sin embargo,
un pueblo puede perder su densidad cultural
cuando es invadido por una cultura extranjera
que satura el ambiente. La pérdida de densidad
cultural, sin embargo, ocurre con más facilidad
cuando un pueblo carece del suficiente bagaje cultural. México, rico y diverso en cultura,
padece de este problema. Según una encuesta
reciente,2 el 48% de los mexicanos no se interesa en la cultura. El 86% nunca ha pisado un
museo. 57% no han entrado a una librería. 73%
no han leído un libro el último año. Pero esa
gente no ha dejado de informarse, simplemente
ahora forman parte de la ‘cultura global’ que ve
los mismos programas de televisión y se nutre
de una sola fuente: el sistema mediático del
capitalismo neoliberal. 4) Las barreras migratorias, aunque suene paradójico, también son
indispensables para que funcione el gran capitalismo. Impedir que muchos trabajadores de
los países pobres entren legalmente a los países
ricos beneficia al neoliberalismo. Así se mantie-
*Fander Falconí: Nuevos referentes Indis-
nen bajos los salarios de los trabajadores ilega-
pensables del capitalismo neoliberal. 1) Globali-
les y los agricultores (y algunos industriales, así
zación: meta aparentemente deseable, pero no
como algunos servicios) obtienen grandes ga-
si es interpretada solo en función de crear un
nancias. 5) Destrucción del ambiente, estamos
mercado global único y de establecer corpora-
frente a una crisis civilizatoria de hondo calado.
ciones independientes de los estados (transna-
Hemos rebasado como humanidad los límites
cionales). La mejor crítica a este ‘ideal’ ha sido
planetarios. La cultura del descarte y la obso-
la del economista egipcio Amin en 1998.1 2)
lescencia programada. Hay sociedades y clases
Supremacía del capital financiero: es decir, del
sociales que consumen más que otras y emiten
que no se consume, sino que se invierte en las
contaminación en forma desproporcionada. En
mismas transnacionales, cuyas juntas directivas
forma paradójica, muchas de las verdaderas
muestran coincidencias de integrantes. Por otro
riquezas del planeta (biodiversidad y recursos
lado, la mayor parte del dinero es virtual, está
naturales) están aún en el Sur del planeta.
supuestamente en determinados bancos e instituciones financieras, pero en realidad está en
1 Amin, Samir, El capitalismo en la era de la glo-
manos de las transnacionales, como inversión.
balización, Paidós, Barcelona, 1998.
3) Homogeneización cultural, en detrimento
2 Berman, Sabina, ‘Política cultural de México
de la diversidad. El ejemplo más claro de esa
es una ‘basura’, Revista Proceso # 1783, México,
característica indispensable para la hegemonía
2010.
Abdón Ubidia
(Quito, 1944)
Narrador, ensayista, antólogo
y crítico literario. Ha publicado los libros de relatos Bajo el
mismo extraño cielo (Premio Nacional de Literatura José Mejía,
1979), Divertinventos (1989) y
El palacio de los espejos (1996);
las novelas Ciudad de invierno
(1984), Sueño de lobos (Libro del
Año 1986, ganadora del Premio
Nacional de Literatura) y La
madriguera (2004); en ensayo:
El cuento popular (1977); La poesía popular ecuatoriana (1982).
Sus relatos han sido traducidos
a varias lenguas europeas.
79
Patricio Herrera Crespo
80
O swaldo Muñoz Mariño ha muerto. En la década del ochenta tuve la oportunidad de mantener amplias conversaciones con él, que se convirtieron en este
reportaje que la Casa de la Cultura y su revista Casapalabras publican como
homenaje póstumo al mejor acuarelista del Ecuador.
paleta
El hombre camina despacio. Su
espíritu y su mirada abierta a descubrir la belleza del paisaje, el presente y el pasado, la luz y la sombra,
la historia de esas casas, calles y plazas, guardadas en la memoria de los
más viejos.
En su mano un maletín donde
transporta su taller.
De pronto se detiene, instala su mesa de dibujo, despliega su
cuaderno y su mano comienza a
trasladar al blanco y negro lo que
capta su mirada, mientras su mente
delinea las formas y precisa el color,
concebido con la simbiosis de artista, poeta y arquitecto.
No tiene prisa en caminar, ni
su pintura tiene que cumplir una
tarea. Es un viajero incansable que
busca satisfacción para su mirada y
su espíritu. Es un observador y le
gusta conversar. Por eso de pronto,
en donde sea, se detiene, se compenetra en el paisaje urbano, mira y
admira, conversa con la gente, explica a los niños y se alimenta de la
sabiduría del pueblo que enriquece
aún más su rico anecdotario.
Oswaldo Muñoz Mariño nació
en Riobamba y allí recibió la educación primaria.
El paisaje de arena, nieve y
viento, sus grandes campos retaceados de verde, la cabuya, el sigse y
el capulí, y su ciudad de historia y
nobleza descubrieron su habilidad
innata de dibujante.
¿Su primer dibujo? Tal vez uno
realizado para su padre, que era
funcionario público, y lo requería
para resolver un litigio de tierras.
Después en Quito, el Colegio
Mejía, y junto a la matemática y el
castellano, el aprendizaje esmerado
de las enseñanzas de Leonardo Tejada pero, sobre todo, la dedicación
constante por ser siempre el mejor.
Cada año buscaba si había algún
compañero que era buen dibujante,
para tratar de superarlo.
Luego el primer trabajo en
Guayaquil en una compañía cons-
La Basílica, Quito, 1993.
tructora norteamericana en la que,
posiblemente, descubrió su inclinación a la arquitectura. Participar,
aun cuando sea en forma lírica, en
el diseño de edificios y casas, le hizo
meditar sobre la necesidad de estudiar una profesión que le enseñara
la ciencia y la técnica de la arquitectura. La coincidente incorporación a la compañía de un arquitecto mexicano y las largas horas de
plática con él le decidieron a dar el
paso que encauzaría su vida: viajar
a estudiar a México.
Cuando en Quito nacía la Escuela de Arquitectura, por el año
1945-1946, Oswaldo Muñoz Mariño miraba asombrado lo que ha-
cían los estudiantes del primer año
de la Facultad de Arquitectura de la
Universidad Autónoma de México.
«Tenían unas capacidades locas
—me dice—, me quedé tan asombrado que pensé que no iba a poder». Pero tenía seguridad, muchísima afición y cualidades innatas,
por lo que el manejo del lápiz, la
pluma y el pincel se iban facilitando; las enseñanzas, los libros, las
obras de los maestros perfeccionaban sus conocimientos y los grupos de trabajos, los compañeros y
la música impulsaban la creación
del estudiante, que veía compensado su esfuerzo en premios y distinciones.
81
Es en esta etapa en la que se va
formando su vocación de pintor, y
su trabajo en el Servicio Social, y
también cuando realiza su primera
exposición en 1951.
El profesor
82
Su calidad de guía en conocimiento y aprendizaje de los grupos
de trabajo le dan la oportunidad,
en forma accidental, de ingresar a
la escuela de Formación de Maestros, donde «comienza a descubrir
el maravilloso mundo de aprender
a enseñar».
Muñoz Mariño mira hacia
adentro. Su rostro tostado por el sol
de las ciudades del mundo tiene un
rictus de añoranza. Sus ojos no ven
el intenso sol del mediodía de inicios del verano, que penetra en forma audaz en su pequeño taller, sino
repasan las décadas del cincuenta y
del sesenta, en México, su segunda
patria, mientras fluyen sus recuerdos en la forma amena de un gran
conversador.
El taller, la calle, la ciudad y el
tiempo fueron su aula. Aun su casa
donde iban los estudiantes con sus
novias o esposas convirtiendo los
fines de semana en largas cátedras
donde se hablaba de arquitectura y
filosofía, de arte y poesía, de pintura y danza, mientras escuchaban
la música selecta que transmitía la
Radio Universidad.
Así pasaron 22 años, como profesor titular, luego de haber cumplido cuatro años en la Escuela de
Formación de Maestros, impar-
tiendo Dibujo, Teoría del Color,
Proyectos, Análisis de Programas y
Teoría Superior de la Arquitectura. Porque a partir del primer año
le asignaban con anterioridad la
siguiente materia que debía dictar,
y así continuaba, siempre con materias afines, lo que al profesor le
daba chance de reconocer en toda
la gama de materias que intervenían en Arquitectura. Luego de 14
San Francisco de Muisne, 1996.
a 16 años le asignaban una sola materia que evolucionaba cada período académico bajo la supervisión,
pénsum y profesor, de un Consejo
de Maestros.
Paralelamente viajes a América,
Europa y Oriente Medio a observar obras «porque la arquitectura,
felizmente, tiene que ser vista y vivida, pero como están inmóviles en
su sitio había que viajar, para poder
entrar, ver y vivir».
Pero cómo trasladar ese cúmulo
de conocimientos y experiencias al
alumno.
«Hay primero una base sustancial: para el maestro saber lo que va
a enseñar, tener por lo menos cinco
definiciones para cada cosa porque
el alumno puede preguntar hasta
tres: saber cómo va a enseñar, qué
técnica va a emplear y cómo va a
transmitir su pensamiento; saber
a quién va enseñar, conocer a los
alumnos uno a uno, cuáles son sus
reacciones y sus capacidades; y, por
último, saber para qué va a enseñar;
tener una finalidad.
»Al alumno hay que exigirle
atención, comprensión, retención y
coordinación», asegura.
«Estos son los principios básicos que no cambiarán jamás», dice
con firmeza, y convencimiento.
«Pero el sistema va evolucionando en función de la evolución
del mundo y es importante que los
estudiantes vivan la arquitectura —
agrega—, y retomo mis experiencias de alumno y profesor; hay que
aprender a ver la arquitectura, a interpretar los espacios, saber cómo,
el porqué y para qué de cada espa-
cio, qué material se utilizó, etc. Por
eso es importante que los alumnos
salgan a la calle, entiendan la arquitectura, qué tenemos, qué estamos
haciendo ahora y qué se hará en el
futuro».
El arquitecto
Ese quehacer diario de aprender, enseñar y compartir formaba en Oswaldo Muñoz Mariño al
hombre, al maestro, al arquitecto y
al artista.
Para él ‘sus dos profesiones’ no
fueron paralelas, estaban fundidas,
«porque la arquitectura es un arte
y el arquitecto es un artista, es un
poeta como decía Valéry».
«Podemos dar el título de arquitecto pero no de poeta. El poeta
nace, el artista nace. El arquitecto
tiene los materiales y el espacio y
con ellos puede hacer verdadera
poesía.
»Los maestros arquitectos —
divaga— han sido grandes poetas;
se maravillan porque pierden los
límites del espacio, del material, y
convierten la obra en algo maravillosamente incomprensible».
Las manchas, 1994.
83
—Pero así concebida, acoto, ¿la
arquitectura perdería su concepto
social, de creación para el hombre y
su bienestar, de medio para satisfacer sus necesidades vitales?
—Sí —dice–, debo completar
que esa parte abarca la ciencia. La
arquitectura es arte pero también es
ciencia, sin ser completamente ni lo
uno ni lo otro. Es como el agua que
no es solo hidrógeno ni solo oxígeno,
es la combinación de los dos, pero es
un elemento diferente. Así es la arquitectura, es ciencia y es arte; en la
ciencia está comprendido lo social.
»Recuerde usted —agrega—
cuando Sócrates caminaba con
84
Muñoz Mariño mira
hacia adentro. Su
rostro tostado por el
sol de las ciudades
del mundo tiene un
rictus de añoranza. Sus
ojos no ven el intenso
sol del mediodía de
inicios del verano,
que penetra en forma
audaz en su pequeño
taller, sino repasan las
décadas del cincuenta
y del sesenta, en
México, su segunda
patria, mientras fluyen
sus recuerdos en la
forma amena de un
gran conversador.
Fedro por un mundo subyacente y
se supone que llegan a una ciudad,
Roma. Entonces el filósofo le pregunta al arquitecto: ‘Tú que sabes,
qué ves en esta ciudad’; el arquitecto le responde: ‘Sabes, aquí las casas
hablan, otras no dicen nada y unas
pocas cantan’.
»En respuesta, Fedro estaba denotando el carácter de cada casa;
aquí gimen los cautivos, o aquí se
adora a Dios; estaba determinando
la diferencia de los objetivos arquitectónicos según la finalidades que
tenían. Tal vez es mejor verla así
que separar la arquitectura en ciencia y arte».
—Dentro de ese criterio la arquitectura, en la actualidad, ¿no va
perdiendo su carácter social y humano, su dimensión artística, y está
convirtiéndose en algo tecnológico
y comercial?
—Mire, estuve últimamente
en Zúrich con un grupo de amigos arquitectos suizos que hicieron
un despliegue fenomenal de arquitectura internacional, moderna o
contemporánea, como usted quiera
llamarla, que preconizaron Mies van
der Rohe y Le Corbusier, al lado se
encontraban obras del postmodernismo que estaba en boga en Europa hace unos años y que recién ha
llegado al Ecuador, que es una especie de pastel de primera comunión.
»Eso no es arquitectura. Hablábamos con estos arquitectos sobre la
fealdad en la arquitectura internacional, porque la arquitectura degeneró mucho. De lo que se enseñó en
Brasil, unas composiciones estéticas
tan bonitas, degeneró en planos que
salían de una gaveta de escritorio
para embonarlo en cualquier proyecto de edificio. Eso no es arquitectura, es acomodo, es un negocio
que creó unos pequeños monstruos
de los que están plagadas ciudades
de Europa y Norteamérica.
»Sin embargo, en Estados Unidos, por lo menos forran con vidrios. Si me permite, eso es lo que
yo proponía hace más de 30 años
para el Palacio Municipal de Quito, para que sea un mural vivo, que
ellos llaman drama visual, porque
cambia con la luz y con la sombra,
con los elementos que están al frente. Creo que eso era más aceptable
que lo que estamos viendo ahora.
»Pero vale anotar, a manera de
ejemplo, una obra como el aeropuerto de Múnich, que podría ser
la gran obra de finales de siglo o del
próximo siglo. Es una arquitectura
armada, progresiva, que se puede ir
formando en módulos, ampliándolos o resaltándolos, de acuerdo a las
necesidades.
»Este tipo de arquitectura se
siente mucho más en los aeropuertos, porque no está dicha la última
palabra, todos son distintos; pero
el de Múnich se va a asimilar en
el tiempo; a lo mejor vengan naves especiales, quién sabe, pero este
aeropuerto se va acomodando a lo
que vendrá. Me parece que esta es
la obra más inteligente que he visto
últimamente.
El Cotopaxi, 2000.
El artista
Pero Oswaldo Muñoz Mariño
nació artista. Desde pequeño, como
autodidacta, practicaba el dibujo
y la pintura, luego en el colegio y
posteriormente en la Universidad
Autónoma de México, donde vuelca su inclinación a la acuarela.
Sin embargo, practicó todas las
técnicas: lápiz, carboncillo, acrílico,
óleo, pero se identificó con la acuarela porque tiene tres cualidades
únicas: transparencia, velocidad y
espontaneidad.
Pero vuelve a la anécdota y me
relata que cuando conoció en México a los pintores de la ciudad, ellos
pintaban en acuarela. ¿Por qué?, les
preguntaba; porque es el único medio con que se puede pintar el aire,
le respondieron.
—No sé si usted sabe —me
dice— que México sigue la tradición de Europa y tiene los cronistas
de la ciudad desde casi 500 años, y
usted puede ver en el museo cómo
iba evolucionando cada calle, cada
cuadra, cada esquina. Entonces
pensé, yo debo aprender de estos
señores, aprender estereotomía,
cómo moldean las piedras etc. Y
muchas cosas para poder retratar la
ciudad en forma artística.
—Pintar el aire, le veo como un
graffitti poético.
—Los pintores de México y los
grabadores mexicanos me enseñaron, me motivaron a pintar los
objetos con aire, o sea sus texturas,
su brillo, sus reflejos, sus colores, la
variación de los colores, etc. Para
ejemplificarle, yo aprendí con Josep
Alvers, en Alemania. Íbamos a hacer pintura al natural en una esquina donde había una casa de color
verde, pero nunca debíamos poner
en el cuadro el verde veronés, pues
estaba deformado por la atmósfera,
del lado de la luz y del lado de la
sombra. Recuerdo que el maestro
decía, el que ha pintado con verde
veronés dedíquese a tintorero pero
no a arquitecto. Solo era aceptado el que había pintado con otros
verdes. ¿Qué quería decir con eso?,
que el aire influye en los colores,
deforma los colores y el artista tiene
que percibir esa deformación para
poder dar realidad al cuadro, porque si no es un cuadro chato.
Sin darme cuenta, mis ojos recorren las acuarelas que cuelgan de las
paredes del estudio con sol, con luz
y con sombras, con cielos claros o
con nubarrones, con calles mojadas,
con casas de paredes lisas y agrietadas, con reflejos, con alma, porque el
pintor se adentró en la obra.
Nos viene a la memoria las palabras de Inés M. Flores cuando
afirmaba que el oficio y el dominio
de la acuarela de Muñoz Mariño,
«se enfatizan en la fuerza expresiva del color, tonos puros que se
yuxtaponen, que se conjuga, que se
oponen en la sugestiva utilización
de veladuras y transparencias, en
la estupenda simbiosis de un dibujo certero, fácil, y la inigualable
técnica acuarelística que permiten
afirmar que estamos ante un artista
trascendente, uno de los grandes de
la plástica nacional. Grandes efec-
85
86
tos decorativos de masas coloreadas; la luz que proyecta sombras en
los contornos de la composición; la
franqueza descriptiva que se apoya
en la línea o en la conjugación del
color; valores de luminosidad que
se expresan en puntos con ausencia
de color y una impecable, amorosa, trascendente técnica, caracterizan la obra del pintor, su lúdico
afán por plasmar sus visiones de un
mundo que él logra conservar en la
acuarela».
Alguna vez en Chicago unos artistas japoneses, con quienes salió a
pintar, le dijeron que su cuadro estaba
bien como estructura, como esqueleto, pero había que ponerle cuerpo y
ese cuerpo eran las texturas, los colores. Todo lo que se veía, pero influido
por la atmósfera, era el cuerpo.
­—Eso había que aprenderse y
meterse en la cabeza —afirma—,
sentir la vibración de la luz en los
colores, esto, al final, era meterle
el alma al cuadro. Cuando le pregunté al amigo japonés que cómo
era eso, me respondió: ‘nadie sabe,
puede ser o no ser, eso depende de
tu capacidad y acierto’. Y es verdad,
porque recuerdo lo que decía Picasso:
‘hay pintores que transforman el sol
en una mancha amarrilla, pero hay
pintores que con la ayuda de su arte
y su inteligencia transforman en sol
una mancha amarilla’.
Pero la concepción y la realización del cuadro en Muñoz Mariño
tiene un proceso, un proceso que al
momento nos deja un enorme legado de más de 10.000 dibujos increíbles, que son el antecedente de la
acuarela. Porque, según sus palabras,
por lo general hace un apunte, «muy
penetrante en mí», para luego en su
taller trasladarlos a la acuarela.
Y mientras fluyen sus palabras
repasamos cuadros con dibujos increíbles de paisajes urbanos que
posiblemente no podría alcanzar a
captar el más poderoso gran angular
de una cámara fotográfica, con detalles minuciosos o con trazos simples
para tener idea de los planos, de la
altura y de la profundidad.
Así van pasando las ciudades
impresas en blanco y negro por
Muñoz Mariño: Quito, México, La
Habana, Olinda, Recife, Valparaíso,
Monshau, Gissemberg, Lieja, Praga, Moscú, Leningrado, Estocolmo,
Tokio, en fin, 30 ciudades de las 56
declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Pensemos
que solo en la India están 20 de
estas ciudades, de la cuales Muñoz
Mariño ha pintado cuatro.
Ciudades que han recorrido
el mundo a través de exposiciones en México, Ecuador, Francia,
Polonia, Cuba, Alemania, España,
Brasil, Japón, para hacer un recorrido cronológico desde 1951 y
terminar con las exposiciones más
recientes.
—¿Pero no ha influido —le pregunto— su condición de arquitecto en su obra pictórica? Edmundo
Ribadeneira dice que «en la medida
en que la arquitectura comporta
una idea de armonía y equilibrio de
elementos, no dejará de ser jamás
un tipo de actividad orientada hacia un sentido de la belleza…».
—Algunos me reprochan que
mis cuadros son arquitectónicos,
como si fuera mala cosa —afirma—. En contraposición, una
crónica aparecida en Praga, donde
hice mi última exposición, alaba mi
condición de arquitecto para poder
pintar Praga y otras ciudades de
Checoslovaquia. Para ellos mi ma-
Pujilí, 1996.
yor mérito es mi visión de arquitecto de las ciudades. Yo hago mi crónica artística, que no es fría, es una
creación con mucho conocimiento
de causa; esto lo aprendí con los
alemanes, con el Bauhaus. Los pintores que han pintado la ciudad se
equivocan, lo han hecho como pintores, como artistas, pero no en la
conjugación de artista y arquitecto;
el pintor que aborda la arquitectura
se equivoca.
Su pintura tiene fuerza y transparencia, es una acuarela de primera intención. El cuadro tiene que
ser limpio, mezclando el color en lo
húmedo y para ello hay que tener
instinto, acierto, porque no es lo
mismo pintar en la India donde la
acuarela se seca en un minuto, que
en Buenos Aires, donde, por la humedad, se seca en media hora.
—Además —dice—, tengo un
estilo que me costó muchos años
aprender; trabajo con muchas texturas que en acuarela es difícil, pero
esas ya son mis brujerías.
—Retomando sus inicios en
México, a usted podemos llamarlo
un cronista de la ciudades, especialmente de Quito.
—Vengo pintando a Quito desde hace 25 años, pero solo desde
hace 15 tengo un registro ordenado de mis cuadros. He pintado
los callejones más insólitos que se
pueda imaginar, mucha obra que
ya no existe. Fui testigo de esa destrucción, pues cuando compré una
casa vieja en la Junín de alrededor
de 600 metros, para restaurarla hice
los planos, el levantamiento, la proposición, toda la cuestión para presentar al Municipio y se demoraron
dos años en otorgarme el permiso.
En ese período, alrededor de mi
casa se tumbaron y construyeron
cinco casas, daba dolor ver cómo
iban deformando la ciudad.
Pero Quito pervive en la acuarela de Muñoz Mariño que quiere
terminar la reconstrucción de su
casa «en la ciudad vieja», para destinarla a una fundación. Tal vez
allí se congreguen las ciudades del
mundo; ¿4.000 de Quito?, ¿20.000
del mundo? No sabemos. Pero estarán con nosotros como están en
la colección Erst Nolte, en la pinacoteca de François Mitterand o en
la colección de Carlos Menem.
Y ahora el forjador de claros y
de sombras, el arquitecto del dibujo y la acuarela, el poeta de la luz y
del color, del día y la noche, carga
su equipaje de sueños, de plumas
y pinceles, para traernos a Ouro
Preto, Buenos Aires, Montevideo
y Valparaíso, y con ellas el calor de
su gente, su voz y sus vivencias que
enriquecerán su inagotable anecdotario.
Oswaldo Muñoz Mariño, dice
Carlos de la Torre Reyes, «ha llegado a su plenitud, sin haber perdido el ímpetu insobornable de la
búsqueda diaria y rigurosa de la
perfección, mito inalcanzable, por
cierto, pues aunque tiene principio
no busca ni vislumbra el fin».
Amaguaña, 2001.
87
María Pilar Vela
N
88
o podemos dejar de reconocer los logros alcanzados por la mujer en nuestro país, desde la lucha pionera en
América Latina por el voto libre y
universal, el derecho a la educación
y a participar directamente en la
vida política como sucede en estos
últimos años en el país. Es necesario
ubicar, reconocer y valorar la sensibilidad creadora de la mujer ecuatoriana, que en el cultivo de la poesía, el cuento y la novela ha alcanzado los más altos retos al llevarnos
a descubrir inesperados matices de
la sociedad y la condición humana,
es lo que pretende Mujeres que hablan. Literatura contemporánea del
Ecuador, selección realizada por el
poeta y editor Antonio Correa. En
el libro se despliega un mapa vasto
y enriquecedor de escritoras provenientes no solo de Pichincha sino
de diversas partes del país.
Escritoras de agudo y talentoso
trabajo, muchas de ellas reconocidas por su obra no solo dentro del
país sino fuera de él.
Quizá la poesía sea el género literario que exige una entrega
personal de su oficiante, como lo
señala Aleyda Quevedo en su poética cargada de deseo y erotismo, al
responder: «Yo no soy mujer, soy
poeta». Precisiones inesperadas en
la espléndida poesía de Gabriela
Vargas. El placer acicateado en Yuliana Marcillo. En Mariluz Albuja,
Mariagusta Correa, la poesía se enfrenta a los apremios y sensibilidades del cuerpo y el deseo.
En cuento, Sonia Manzano, con
una maestría llena de referencias
populares en ‘Este té es para ti’,
lleva a los lectores con ingenio y
humor a un inesperado mecanismo
de muerte. Solange Rodríguez, en
‘Rassa o el sueño de Dios’, refleja la
sensualidad profunda y los avatares
que determinan la sexualidad femenina. María Fernanda Ampuero,
periodista residente en España, con
su cuento ‘¿Qué dicen los hombres
que soy yo?’ nos habla de la violencia y el desarraigo que como una
vara de laurel marca y humilla la
vida de la mujer.
María Auxiliadora Balladares
va más allá del entrevistado en el
relato ‘La entrevista’. Silvia Stornaiolo, con ‘Luchitooooooo’, hace
una paródica y personal versión del
llamado de la creación ante la hoja
en blanco.
En un capítulo de la novela Pozo
Wells (publicada en la colección
‘Cochasquí’ de nuestro fondo editorial), Gabriela Alemán muestra el
oscuro mundo del maltrato femenino desde el espacio de un barrio
marginal del puerto de Guayaquil.
En una atmósfera enrarecida, dos
mujeres descubren la cicatriz profunda que deja la violencia no solo
en el rostro de una de ellas, sino
en el ámbito de la ciudad. Mónica Ojeda novela el proceso de uno
de los movimientos culturales más
emblemáticos de la década del 70,
los tzántzicos en la ciudad de Quito, donde la joven novelista sigue el
rastro etéreo de una mujer, Gianella
Silva, que junto con Ulises Estrella
es el motor y la fuerza que da vida
al grupo, pero su presencia permanece inadvertida, en una especie
de atroz y ficcional anonimato de
la época. Sandra Araya, con Orange, novela tejida con una escritura
personal y contemporánea, mueve
los hilos de la intimidad familiar
y de su entorno. El trabajo de escritoras como Tania Roura, que en
un esfuerzo silencioso ha editado
sus libros centrados en personajes
históricos, como Manuela Sáenz o
Mariana Carcelén. María Fernanda Pasaguay, profesora de literatura, con su novela ondisplay 2.0, se
adentra en los vericuetos de las relaciones ambiguas, alternativas o en
conflicto, atravesadas por el mundo
vertiginoso y virtual que viven los
jóvenes.
La Dirección de Cultura del
Gobierno Autónomo de la Provincia de Pichincha se honra al
presentar Mujeres que hablan. Literatura ecuatoriana contemporánea,
en ‘Línea de Volcán’, una de las
colecciones que conforma nuestro
fondo editorial, junto a la colección ‘Premio’ que recoge las obras
ganadoras en poesía y cuento, que
en forma bienal la Prefectura de Pichincha reconoce el trabajo creador
de la escritura en el país.
(Extracto del prólogo del libro Mujeres que
hablan. Literatura ecuatoriana contemporánea, pre-
sentado el 6 de abril en el Cafelibro de Quito).
anaquel
Ramón Cote Baraibar
Q
uienes conocen la obra
poética de Antonio Correa Losada (Pitalito,
Huila, 1950) sabrán
que sus ejes temáticos sobre los
que ha trabajado son la memoria,
la naturaleza y el amor. Gracias
a esta trama el poeta ha sabido
sumarle la cantidad de asombro y perplejidad que cada uno
de estos asuntos despierta. Su
mirada atenta ha hecho que el
poema se convierta en el propio centro de su existencia para
comprender el mundo que lo
rodea.
Pero con Cabeza devorada
parece como si el poeta hubiera descubierto otro poeta que
llevaba dentro y que empieza a
hablar. Lejos están las coordenadas a las que me refería anteriormente, pues la alucinación,
el descarnamiento, el agravio
inevitable del tiempo, lo hacen
enfrentarse al poema de otra
manera. Y extraer lo valioso
del exterminio y la desolación
es una de las tareas de este libro de Correa Losada, quien se
vale de un nuevo soporte para
hacerlo. Y este es el poema en
prosa que, según nos lo recuerda Charles Simic en su libro El
monstruo ama su laberinto, «es
una bestia mítica como la esfinge. Un monstruo hecho de prosa y poesía». Y para reafirmar
la idea, añade lo siguiente: «el
poema en prosa es fruto de dos
impulsos contradictorios: prosa
y poesía, y por lo tanto, no puede existir pero existe. Se trata
del único ejemplo que tenemos
de cómo cuadrar el círculo».
Las anteriores observaciones
del gran poeta serbio coinciden
con esta nueva formulación que
hace el poeta, quien parece que
rompe con toda su obra anterior
para abrirse a nuevas propuestas estéticas. Este riesgo ­—todo
hay que decirlo— es un ejercicio de valentía y entereza, pues
aquí nos habla no un poeta en
comunión con su entorno, no
en armonía con el cuerpo sino
en batalla con su cuerpo. Prueba de ello es ese combate que
libra contra sí mismo, contra su
concepción de la poesía, y por
lo mismo, contra el lenguaje,
quizás la batalla más ardua con
la que puede luchar un poeta.
Ya el nombre del libro, Cabeza
devorada, le da al lector una pista
de por dónde se va a arriesgar.
En una mezcla de vanguardismo
de principios del siglo XX unido
a una visión más contemporánea
–de Artaud a Westhphalen–, el
poeta nos dice sin que le tiemble
la mano: «Solo lo errático descubre el milagro dentro de nosotros» o «y en oleadas de delirio
emerge el rostro de la mujer que
me saquea» o «una navaja bífida
guía la memoria en una marcha
implacable y solitaria». El poeta
le propone al lector no un camino fácil sino más bien lo lleva de
la mano por otros caminos no
transitados antes por su poesía.
Así nos lo dice en su poema ‘El
apresado’: «Entre la memoria y
lo que hago anida un pez extraño». Esta indirecta arte poética
signa todo el libro y lo recubre
de una piel distinta, de unas escamas desconocidas.
Este libro es un acto de valentía de un poeta que ve en el
pasado destrucciones, de quien
mira cómo está hecho de tiempo y qué ha hecho el tiempo en
él, del amor y sus estragos, de
quien constata que en la ruina
está también una nueva forma
de la belleza. Esta es su propuesta, su entrada a otra edad.
A su otredad.
Bogotá, marzo de 2016
89
Jorge Basilago
«C
90
omo mono trabajo y
pienso, leo, escucho,
medito, me cuesta
respirar, agarro la guitarra, busco,
encuentro, fumo como un animal.
Éste es el valor de mi canción».
Alfredo Zitarrosa escribió estas
palabras a mediados de la década
de 1970, cuando ya era una de las
voces más reconocidas del canto
comprometido
latinoamericano.
Componer, para él, significaba abrir
el pecho y dejar el alma a la intem-
perie. Hasta en sus detalles más banales. Poner sobre el escenario sus
dudas, sus angustias, sus inquietudes y rebeldías. Que eran, por lo
común, las mismas que aquejaban
a su pueblo: «No tengo ningún
mérito aparte del que pueda tener
cualquier cantor de boliche [cantina], ninguno. Ni siquiera toco la
guitarra. Pero estoy muy atento a
la gente. Yo siento lo que la gente
siente», solía afirmar.
partitura
Niño solitario
y creativo
Hijo natural de una joven bailarina soltera —Blanca Iribarne—,
Alfredo nació en Montevideo el 10
de marzo de 1936. Jamás reconocido por su padre, arrastró por la vida
el estigma de una identidad confusa, en permanente construcción y
cambio. Hasta los 16 años llevó tres
apellidos diferentes: el materno Iri-
barne fue sustituido por el Durán
de sus padres de crianza, que luego
cambió por el definitivo Zitarrosa,
herencia del por entonces esposo
de su madre. «¿Te das cuenta? Yo
podría haber sido un niño del asilo», solía comentarle a sus íntimos,
ya adulto pero eternamente dolorido por esa parte de su historia particular.
Las carencias económicas y
afectivas, como las prolongadas
ausencias de Blanca por sus giras,
lo convirtieron en un niño tímido,
solitario, inseguro, poco afecto a
las sonrisas pero a la vez muy despierto y creativo. Poco después, la
vida rural —con sus padres adoptivos residió varios años en Santiago
Vázquez, a las afueras de Montevideo— le obsequió otros elementos
vitales para su futura producción
artística, como el entrenamiento
de la paciencia a través de la pesca
y el conocimiento detallado de las
múltiples tareas y necesidades de la
91
Durante la adolescencia incorporó
otras influencias decisivas como las
de Rainer Maria Rilke, Saint-John
Perse y César Vallejo, su preferido.
Atraído ya por la bohemia de los bares
montevideanos, a menudo huía de las
aulas del liceo nocturno para ir tras
sus primeras copas y los cigarrillos
apurados uno tras otro.
92
gente de campo. Allí tuvo además
su primera guitarra: «Mi abuela,
que era andaluza, me enseñó en ella
las primeras posiciones de la mano
izquierda. Me aconsejó que también había que ejercitar la mano
derecha, y según ella, nada mejor
que tocar milongas», recordaría
años después.
Ávido lector, Alfredo exhibió
desde pequeño gran facilidad para
los recitados y el canto, y no faltaba
nunca en los elencos de las representaciones escolares. Una característica que, según contaba, supo
estimular muy bien su maestra de
cuarto grado, Esmeralda Iralde:
«Le debo a ella todo lo mejor que
conservo en el alma. Siendo yo
un párvulo, me enseñó a Fidias, a
Beethoven, a Juan Ramón; me indujo a escribir, a aprender música,
a remontar cometas, a usar el microscopio. Me regaló Antología para
niños y adolescentes, y a través de una
hermana menor suya, Alma, poeta,
algo mayor que yo, me encontré por
primera vez con Machado y otros
poetas españoles».
Durante la adolescencia incorporó otras influencias decisivas
como las de Rainer Maria Rilke,
Saint-John Perse y César Vallejo,
su preferido. Atraído ya por la bo-
hemia de los bares montevideanos,
a menudo huía de las aulas del liceo
nocturno para ir tras sus primeras
copas y los cigarrillos apurados uno
tras otro. Cargaba siempre algún libro y papeles donde registraba sus
desvelos de poeta: conocedores de
esa costumbre, los mozos de ciertos
bares escondían los servilleteros al
verlo aparecer. Cuando no escribía, pasaba horas conversando con
viejos anarquistas y socialistas que
fueron sus primeros maestros políticos. Y escuchaba el incipiente
folclor de su tierra —entre otras,
en las voces pioneras de Evaristo
Barrios, Amalia de la Vega, Osiris
Rodríguez Castillos y Aníbal Sampayo— y de la vecina Argentina,
sin saber que pronto sería parte de
ese universo.
Mil oficios
y caminos
Pero sus primeros pasos rentados, ante un micrófono, fueron
como locutor. Antes de cumplir 18
años, su voz profunda y grave impactó a un conocido de su familia
a través del teléfono. Ese hombre
tenía contactos en Radio Ariel y
el joven Alfredo no demoró mucho en debutar en aquella emisora.
Un año más tarde pasó a Radio El
Espectador, donde alcanzó mayor
reconocimiento. No le apasionaba especialmente ese oficio, pero
su creatividad y notable cultura le
dieron pronto una aceptable fama
entre la audiencia. Entre los directivos y sus compañeros, en cambio,
era igual de conocida su capacidad
para llegar tarde o ausentarse con
las excusas más inverosímiles.
Argumentos que también utilizó durante su breve experiencia
como actor teatral —en una única
obra, llamada La piel de los otros—,
o para escurrirse de una expedición
arqueológica en la provincia argentina de Catamarca, a la cual había
pedido sumarse pocos días antes.
Muy poco más de continuidad
tuvo en su faceta de redactor periodístico, que ejerció con agudeza
en distintas etapas, medios y países
durante varios años. Esa condición
de ‘mil oficios’, de fugitivo permanente de todas partes, era una necesidad que lo volvía al mismo tiempo muy desdichado. Una forma de
seguir construyendo su compleja
identidad a partir de materiales que
lucen por su ausencia: el desarraigo
y la nostalgia.
El único sitio del que no podía evadirse, porque formaba
parte de su alma, era la poesía.
Sus sueños de poeta rozaron la
realidad ideal a comienzos de
1959, cuando obtuvo el Premio
Municipal de Poesía Inédita por
su libro Explicaciones. Pero la
alegría duró poco. Más autodestructivo que autocrítico, Alfredo jamás autorizó la edición de
aquella obra, cuyo destino final
se desconoce. Nada le importó
que Juan Carlos Onetti integrase el jurado: aunque el trabajo
debía presentarse firmado con
seudónimo, él creía que otro de
los miembros del tribunal —Vicente Basso Maglio, editorialista
«No tengo ningún
mérito aparte del
que pueda tener
cualquier cantor de
boliche [cantina],
ninguno. Ni siquiera
toco la guitarra.
Pero estoy muy
atento a la gente.
Yo siento lo que la
gente siente».
de Radio El Espectador y amigo
suyo— había reconocido su estilo e influido sobre el resto para
reconocerlo.
Volvió a refugiarse en los caminos. Al año siguiente se marchó a la
provincia de Córdoba (Argentina),
donde también trabajó como locutor. Y pocos años más tarde partió
hacia el Perú, como escala previa a
su ilusión de visitar Cuba. El dinero no le alcanzó para tanto. Vivió
en pensiones limeñas ruinosas y en
casas de amigos. Se ocupó como
periodista y redactor/locutor publicitario, sin más fortuna que la de
conseguir el plato de comida diario.
Cantó en restaurantes, cantinas y
reuniones particulares. Hasta que
le ofrecieron animar el intermedio
musical de un exitoso programa de
TV: El show de Tulio Loza. Le pagaron 50 dólares por dos canciones.
Comenzaba 1964 y ni él mismo sabía cuánto acababa de cambiarle el
destino.
Frustrado cantor
exitoso
«Yo quería escribir, yo quería ser
escritor cuando me agarró el canto
popular y el éxito destruyó mi primera ilusión. Más que el éxito fue
que yo veía dinero que nunca había
visto porque fui pobre, me faltaron
muchas cosas. No sé si me llevaré
esa frustración para toda la vida»,
le confesó Zitarrosa a uno de sus
mejores amigos, el poeta y narrador uruguayo Enrique Estrázulas.
De regreso en Montevideo, grabó
un par de discos y la comunión
con el público fue arrolladora. En
Uruguay primero, y luego en toda
América Latina. El poeta quedó
definitivamente a un costado, para
dar paso al cantor y autor de canciones que pronto serían himnos.
Según el periodista Eduardo
Rivero, del semanario uruguayo
Brecha, ya en su primer LP —Canta
Zitarrosa, de 1966— asomaron las
pautas estéticas que caracterizarían
su estilo y lo harían popular: «(…)
su portentosa voz de registro grave,
bien timbrada y con algunos recursos expresivos que vienen del tango
y hasta del flamenco, su capacidad
de generar inmediata empatía y
emoción, el clásico sonido de sus
arreglos de guitarra, su talento para
componer tanto melodías bellas y
recordables como letras de honda
carga poética, conjunción que redunda en grandes canciones que
están entre las mejores de su carrera». Nada desdeñable para un compositor que no sabía leer música y
silbaba sus arreglos, que luego los
guitarristas llevaban al pentagrama.
Nunca dejó de exponer, al mismo tiempo, su postura ética ante la
vida y el hecho artístico: «En cuanto a este tema de la estética, tengo
que decir que antes, para mí, primero estaba lo bello y después lo justo;
ahora no estoy tan seguro, creo que
93
«Yo quería
escribir, yo
quería ser
escritor cuando
me agarró el
canto popular y
el éxito destruyó
mi primera
ilusión. Más que
el éxito fue que
yo veía dinero
que nunca había
visto porque
fui pobre, me
faltaron muchas
cosas. No sé si
me llevaré esa
frustración para
toda la vida».
94
para que algo sea bello primero
tiene que ser justo», opinó en cierta oportunidad. Pero aunque esa
perspectiva se expresaba a través
de sus canciones, no se limitaba a
ellas. Desde sus comienzos Alfredo buscó dignificar su trabajo y el
de sus colegas, enfrentándose a representantes o empresarios abusivos y reclamando un trato equitativo por parte de las discográficas
o las organizaciones de gestión de
derechos. El llamado Canto Popular Uruguayo (CPU) encontró en
él una voz clara y comprometida,
tanto encima como debajo del escenario.
Cantó siempre por los menos
afortunados: por los peones rurales,
por las prostitutas. Contra la represión y la censura. Los dictadores de
su país se lo cobraron muy caro. Sufrió prohibiciones, allanamientos y
un largo destierro, primero en España y luego en México. Lejos de
su público y de su familia —esposa
y dos hijas—, de sus amigos y sus
boliches, fue muy poco lo que pudo
crear. Se fumó y bebió casi toda su
angustia. Intentó suicidarse. Sobrevivió, tal vez, para saber de qué se
trataba el desexilio. Los uruguayos
le dieron una bienvenida multitudinaria. Sabían que había padecido
Cantó siempre por los menos afortunados: por
los peones rurales, por las prostitutas. Contra la
represión y la censura. Los dictadores de su país
se lo cobraron muy caro. Sufrió prohibiciones,
allanamientos y un largo destierro, primero en
España y luego en México.
cada minuto lejos: «Hoy cumplo
ocho años, un mes, tres semanas, y
un día de exiliado», dijo a su arribo
a Montevideo, en 1984.
«Si se quiere tener una visión de
la canción latinoamericana desde
los sesenta hasta nuestros días, no
se puede prescindir de la obra de
Alfredo Zitarrosa», ha dicho Joan
Manuel Serrat. Pero el receptor de
los elogios no hubiese estado de
acuerdo. Inconformista y exigente,
sufría por no haber sido poeta y por
no sentirse cantor. Por verse lejos
del nivel de sus admirados Atahualpa Yupanqui y Osiris Rodríguez
Castillos: «Canto mal, toco peor la
guitarra, pero lo hago a conciencia;
quizás está ahí radicada la razón de
mi éxito», admitía de mala gana.
El reencuentro con su tierra se
prolongó por casi cinco años. En
ese período consiguió publicar su
único libro —un volumen de cuentos titulado Por si el recuerdo— y
dejó un disco terminado que se
editó tras su muerte: Sobre pájaros
y almas, grabado en conjunto con
Héctor Numa Moraes. En aquel
Uruguay, no tuvo tiempo ni oportunidades para más. «A los exiliados suele faltarnos amor, la revolución se nos ha tornado esquiva y
la muerte, en cambio, se nos revela
como algo más que un tema literario...», sostuvo un tiempo antes de
encontrarse con ella. El 17 de enero de 1989, Alfredo inició su viaje
final en brazos de la ‘pálida dama’.
Su voz y sus canciones siguen aquí.
Zitarrosa básico
Aunque lo más aconsejable es entender la obra de un artista como
un todo indivisible, hay creaciones puntuales que definen o perfilan
a su autor por sí mismas. En el caso de Alfredo Zitarrosa, no se
puede prescindir de canciones políticas como Adagio en mi país,
Desde el exilio o Diez décimas de saludo al público argentino. Tampoco
hay que obviar composiciones de corte social como Doña Soledad,
Stefanie o Crece desde el pie. El rubro amoroso debe incluir, necesariamente, a Milonga para una niña y Canción para unos ojos (dedicada a quien fuera su esposa, Nancy Iris Marino Flo). Y por supuesto,
ninguna selección estaría completa si no incluyera su obra cumbre:
el desgarrador poema por milonga Guitarra negra.
95
Antonio Correa Losada
Dostoievski frente
al pelotón de fusilamiento
De pie ante el simulacro de su ejecución
una explosión eléctrica invade su cabeza
ve una diminuta y transparente prostituta
a quien de rodillas pide perdón
Su lengua sangra en el temblor de la epilepsia
y cae por interminables graderías y al final
es tirado sobre el paño verde
de una casa de apuestas
Sus manos aferran un manojo de coles descompuestas
y escucha la voz desdentada de la usura
un espumarajo le ahoga la garganta y lo cubre
la miseria y la culpa
Ana, la mujer de veinte años,
le seca el sudor de la frente
con las hojas aún frescas de los libros
que él incansablemente le dictaba.
96
Antonio Correa Losada
H
ablar de Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski
(1821-1881), uno de los
escritores más influyentes de la literatura, es referirnos al autor que
desplegó su talento para crear y enriquecer la novela contemporánea,
al descubrir nuevas formas de la
visión artística respecto de lo que
hasta ese momento se hacía en la
literatura rusa y universal.
Es una escritura que a la vez se
encuentra y se bifurca para observar la eterna condición humana,
en la misma línea de los grandes
creadores, Shakespeare en Hamlet,
Cervantes en Don Quijote, Dante
en la Divina comedia y Goethe en
Fausto, pero que el autor ruso anega
de preguntas de agobio, lúcidas y
delirantes, iguales a las de los individuos comunes dotados de sensibilidad, que establecen las propias
situaciones de su vida a través de un
diálogo múltiple e inconcluso con
los otros, con los demás.
Ya no es el individuo que conforma su vida diaria únicamente
ensayo
en contacto y en movimiento con
el mundo exterior, sino que lo hace
también a través de lo más intenso
y sumergido de su mundo interior.
Fiodor Dostoievski escribió
Crimen y castigo en los años sesenta
del siglo XIX, y desde ese momento de su publicación hasta nuestros
días en el siglo XXI que transcurre,
junto al Ulises de Joyce y En busca
del tiempo perdido de Marcel Proust,
se constituyó en la creación literaria como hecho artístico de mayor
lectura y apasionada interpretación.
Desde quienes aplaudieron entusiasmados la obra, hasta quienes
le negaron valor y contenido a la
novela. Basta ver la innumerable
y creciente cantidad de textos y
ediciones hechas alrededor de esta
novela y su autor. Aunque Dostoievski escribió posteriormente otras
obras importantes, como El idiota,
Los demonios, El adolescente, Los hermanos Karamazov, donde plasmó
concepciones artísticas aun más audaces y grandiosas, fue en Crimen
y castigo, su libro más leído, donde
encontramos todo un fenómeno
humano que por lo complejo no es
fácil de aceptar, pese a que aparentemente supongamos que lo hemos
comprendido.
Los lectores han dicho que Crimen y castigo, en su forma más simple, es una novela policíaca, porque
trata de un crimen que es seguido e
investigado por la policía. Otros la
interpretan como novela política, en
cuanto muestra el comportamiento de los jóvenes rusos en 1860,
quienes con una actitud nihilista o
anárquica, negaban todo principio
religioso, político o social. También
están quienes comprenden la novela como un tratado filosófico. Es de
resaltar que en Dostoievski se reconoce a un sutil conocedor de la psicología de los homicidas, bajo una
perspectiva perturbadora y nueva
para su época. Todo esto es verdad
y está contenido en la novela, pero
el asunto no es detenernos en un
solo aspecto. Debemos
encontrar en el angustiante placer de su lectura, las claves integrales
con las cuales se mueven
los personajes, la trama y
el desarrollo en Crimen y
castigo.
Uno de los más brillantes conocedores de
la obra de Dostoievski,
Mijaíl Bajtín (18951975), en su libro Problemas de la poética de
Dostoievski, señala que
en Crimen y castigo,
como en toda su novelística, se establece un
relato polifónico, esto
es, un diálogo múltiple
con ideas del pasado y
del presente y sus propias ideas, que se entrecruzan y rompen la
linealidad del monólogo
interior, por medio de
microdiálogos que hablan entre sí
y en interacción con el otro, con los
demás, con los interlocutores ausentes y que hoy encontramos en
ese clásico del siglo XX: el poeta y
tímido funcionario de banco, T.S.
Eliot, en su libro La tierra baldía y
Los cuatro cuartetos.
Por medio de esta innovación
del diálogo polifónico, los personajes hacen los hechos visibles y reales
de la vida y su percepción cotidiana. No son los hechos externos los
que construyen las ideas y el pensamiento de los individuos. Y es aquí
donde el pensamiento de Bajtín es
esencial al develar en las novelas de
Dostoievski al hombre idea, como la
imagen de personajes obsesionados
por un pensamiento. No es el acto
lo que se resalta, son las motivaciones que impulsan la idea falsa y
atroz del crimen de Raskólnikov en
el lenguaje del ‘otro’, cuando choca
en forma trágica con el mundo y
nos permite mirar al individuo desde otro ángulo.
En consecuencia, Crimen y castigo no es sólo el testimonio específico de lo acontecido en una época
y lugar determinados, sino el gran
cuadro sobre la condición humana
en su conjunto, donde a través de
la dubitación y la contradicción,
la lucha y el dolor de su protagonista, encontramos la solidaridad
con toda la especie humana, por
lo menos en el primer paso de
comprender al otro. En esto radica la grandeza literaria de Fiodor
Dostoievski. Uno de sus biógrafos
más importantes —Edward H.
Carr— ha dicho: «La cualidad de
Dostoievski, que le hace ocupar
permanentemente un lugar entre
los más grandes escritores de todos
los tiempos, es su facultad de crear
nuevos mundos, de transportarnos
a nuevos planos de existencia, donde nuestros viejos esquemas, nuestros temores, nuestras esperanzas
y nuestros ideales pierden todo
su sentido y cobran para nosotros
nuevos significados­».
97
¿Cómo evoca su temprana relación con la lectura, las palabras,
las imágenes y la escritura?
Tengo la sensación de que escribí
siempre. Tuve un profundo entorno
cultural, mi padre escribía pero cometió el único error de su vida: se
murió cuando yo tenía cinco años.
Nos dejó una biblioteca enorme,
especialmente de literatura rusa y
un carnet del partido comunista.
Mi madre decía que ser comunista no es pertenecer a un partido
sino una forma de vida que dura
para siempre. Fui el menor de cuatro hermanos, el mayor era padrehermano y me obligó a leer toda la
obra de Dostoievski hasta cuando
tuve 18 años. Pienso que esas lecturas tiñeron de melancolía mi obra
posterior. Ya en la escuela yo me
encargaba del periódico mural. Mi
hermano me arrastraba a toda exposición de arte y a toda charla. Mi
madre era la imagen. Siempre estuve enamorado de ella. Y mi hermano la literatura. Él era el pozo
profundo del que habla Murakami.
El pozo donde está todo.
98
¿Temas que siempre lo inquietan?
La muerte de las personas que amo.
Las palabras que tiemblan en mi
lengua. Ser inferior a mi empeño.
La patria, el destino de la patria; es
decir, la matria, ese lenguaje, ese lugar sin límites, ese refugio.
¿Cómo transcurre el proceso creativo, a partir de la idea, el punto de
vista, la historia y los personajes?
A menudo me tropiezo con los
cuentos al salir de mi casa, al salir
de un beso, al salir de un combate.
Tengo la sensación de que algunos acontecimientos sólo suceden
para que yo los recoja. La mujer
es el tesoro de mis cuentos, todos los personajes son ella. Y yo.
Recuerdo a Flaubert: «Madame
Bobary soy yo». A veces escribo
sobre un niño que llora junto a su
pelota desinflada, o a un hombre
tristísimo que llora frente a un poste de luz, y a la noche me doy cuenta que soy yo. La literatura soy yo.
Quizá no la vida.
¿Qué determina el cómo va a contar un relato?
El estado de ánimo, pero también
el estado de ánimo de mi ciudad, el
estado de ánimo con el que amanece mi vieja computadora, la voz
de mi compañera cantando, el color
del papel, el sabor del vino, las últimas palabras que dijo al despedirse,
etc., etc.
¿De sus libros, ¿cuál prefiere, por
qué?
En la noche y en la niebla, libro
con el que gané el premio Casa de
las Américas. Me lo daba el país
más digno de la Tierra. Litera-
riamente amo un cuento que se
llama ‘El marido de la señora de
las lanas’, primer cuento en el que
me reconocí como escritor, y que
lo escribí con sangre, con sangre
figurada.
¿Se reencuentra consigo mismo
en todas sus obras?
Sí, creo que ya lo he contestado.
Me reencuentro, me doy asco y me
doy pena, a veces me tengo alegría,
como si yo fuera un chiste, una broma de Cortázar.
¿Urgencias, hallazgos, sueños que
plasma en su literatura?
Busco la libertad, quiero plasmar
la libertad, en cada gesto, en cada
palabra, en cada situación busco
la libertad. Es decir, busco lo más
difícil, voy al fondo del comportamiento humano, voy a la obsesión, voy al dolor y al amor, voy al
crimen, buscando la libertad. Temas hay pocos y siempre son los
mismos, pero el tema está cruzado
por la búsqueda inconsciente de la
libertad.
¿Los aprecia como un lente para
mirar al interior de la sociedad
contemporánea?
La sociedad contemporánea es
siempre un espejo y una aflicción.
Romper ese espejo, recomponerlo,
buscar nuevos reflejos.
magnetófono
ces he estado con él y sus palabras,
desde los años sesenta, resuenan
en mi corazón y en mi mente. Me
parece muy inteligente que la Feria
del Libro se la dedique a Ecuador.
Este es un momento político importante para mi país y para su incidencia en América Latina.
¿Cómo valora lo que está ocurriendo hoy en su país en todos
los ámbitos y la influencia de
satisfacciones crecientes para
el pueblo ecuatoriano?
Me parece contestada esta
pregunta. Además, es la número 13.
¿Estrategias y pasiones que
transmite a la presidencia
de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana Benjamín Carrión?
Benjamín Carrión siempre
será una luz. Ahora ya no tan
Raúl Pérez Torres, presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y Abel Prieto, ex ministro de Cultura de Cuba.
intensa, porque el camino se va
marcando. La cultura camina
con el tiempo, no es estática, la
¿Tendencias en la literatura ecuato¿El relato que sigue soñando sin
cultura es toda la producción de la
riana y latinoamericana que lo imescribirlo?
Tierra, decía Marx, es lo que queda
presionan en los aspectos creativo,
‘Cuando despertó, el dinosaurio
cuando se ha olvidado todo. Ahora
social, cultura, político y social?
todavía estaba allí’. Ese. Y el de mi
dirijo la misma Casa de la Cultura
Me parece muy interesante lo que
muerte.
que él dirigió, pero no elitista, nuesestán escribiendo las mujeres, veo
tro vértigo es democratizar esa cultuuna extraordinaria vertiente (no
¿Desea llevar algunos de sus rera, es decir, buscarla en la calle, en el
erótica precisamente) nueva, podelatos al audiovisual? ¿Cuáles, por
barrio, en la vecindad, en la comuna,
rosa, de agua viva, de paisajes desqué?
conocidos, de alientos obsesivos. en la cantina, en la escuela, donde
Se han llevado algunos cuentos al
verdaderamente está y potenciarla en
Veo que están ficcionando o poetiaudiovisual. Al cine: ‘Cuando me
la Casa. Casa de cultura, o sea Casa
zando memorias que permanecían
gustaba el fútbol’, lo hizo Andrés
para multiplicar el pensamiento de
escondidas, libertades que tenían
Wood y ganó el primer premio a
la patria, Casa para cantar mientras
cadenas figuradas, expectativas
la Ópera Prima en Italia; muchos
sobre el mundo fuertes, heroicas, se lucha. Benjamín lo hizo también
cuentos se han representado en
en Casa de las Américas, cuando la
contundentes. Pienso en dos o tres
teatro y en radioteatro. El cuento
alumbraba Haydee Santamaría.
poetas ecuatorianas que me han
‘Sólo cenizas hallarás’, que ganó
dejado temblando.
el Premio Juan Rulfo, lo acaba de
¿Apreciaciones que desee
radioteatralizar un compañero cuagregar?
¿Apreciaciones
sobre
su
relación
bano, Josvani Acevedo. En todo
Mi profunda gratitud con la gente de
con Cuba y, en especial, que la Fecaso, cada género tiene sus propios
este pueblo, que siempre me dio lecria del Libro se dedica a Ecuador?
instrumentos: el cine la imagen, el
ciones de humanismo y de sacrificio.
Amo a Cuba. Soy solidario con su
teatro la gestualidad, la literatura la
Revolución. No hay un personaje
palabra. Ese es mi instrumento, la
en el mundo que yo más admire
palabra.
Entrevista realizada en Cuba y publicada
que Fidel Castro. Tres o cuatro veen la revista Bohemia.
99
La noche es una lanza
Autor: Juan F. Trujillo
Género: Poesía
Editorial: CCE
Colección: Taller de
Escritura Creativa
Año: 2016
Cómo matar hormigas
en días de sol
Autora: María Gabriela
Serrano
Género: Narrativa
Editorial: CCE
Colección: Taller de
Escritura Creativa
Año: 2016
Perro blanco perro negro
Autor: Fabricio Angulo
Género: Poesía
Editorial: CCE
Colección: Taller de
Escritura Creativa
Año: 2016
Trébol alucinado
Autor: Roberto Sasig
Manosalvas
Género: Narrativa
Editorial: CCE
Colección: Taller de
Escritura Creativa
Año: 2016
100
«Nuestra institución, sensible ante los aportes poético
narrativos alcanzados por los jóvenes autores adscritos
al Taller de Escritura Creativa, no solo que facilita su
aparecimiento publicándolos en esta colección, sino
que confronta sus originales y controvertidas propuestas con los múltiples lectores del país y del mundo. La
noche es una lanza pertenece a Juan Francisco Trujillo
(Quito, 1990), profesional en comunicación social.
Este es su primer libro de poesía y fue ganador del ‘I
Concurso Iberoamericano de Poesía 2012’». RPT
«El Taller de Escritura Creativa se centra en el trabajo
de cada participante, a partir de la crítica colectiva y el
comentario con las corrientes, géneros y estilos de la
literatura universal y contemporánea, que motiven las
habilidades creativas y promueven las destrezas técnicas en el trabajo literario hasta culminar la escritura de
una obra de poesía o ciencia ficción. Los becarios están
bajo la tutela de Edwin Madrid. María Gabriela Serrano estudió en la Facultad de Artes de la Universidad
Central. Este es su primer libro».
«La Casa de la Cultura Ecuatoriana, en la certeza de
que los escritores aquí compilados enriquecerán las expectativas que nuestras letras tanto demandan, espera
que su obra se multiplique y proyecte en el ámbito literario de nuestro país. Fabricio Angulo (Quito, 1990)
ha publicado poemas en Línea Imaginaria, antología de
la poesía ecuatoriana. Perro blanco perro negro es su primer libro de poesía». RPT
«Cada libro del Taller de Escritura Creativa de la Casa
de la Cultura es evidencia de un enfoque distinto; una
mirada que va más allá de las palabras; un lenguaje crítico, audaz y moderno. El Trébol alucinado es el primer
libro de cuentos de Roberto Sasig Manosalvas (Quito,
1976), quien estudió Ciencias del Lenguaje y Literatura en la Universidad Central del Ecuador». RPT
34 relatos indigestos
Autor: Javier J. López
Género: Narrativa
Editorial: CCE
Colección: Taller de
Escritura Creativa
Año: 2016
Mapas para reconocer
el universo
Autora: Ana Fernández
Miranda Texidor
Género: Poesía
Editorial: CCE
Año: 2016
Juego, canto, aprendo
Autor: Fausto Caamaño
Género: Literatura infantil
Editorial: CCE
Año: 2016
Valentina quiere ser bombero
Autor: Verónica Bonilla
Género: Literatura infantil
Editorial: CCE
Colección: Casa de los niños
Año: 2016
Con olor a tierra
Autor: Luis y Carlos
Costales Terán
Género: Testimonio
Editorial: CCE
Año: 2016
Javier J. López (Sevilla, 1975) vivió en Quito desde el
2012 al 2014. Es magíster en derecho tributario, funcionario de la administración tributaria de Andalucía
(España). Este es su primer libro.
Ana Fernández Miranda Texidor (Quito, 1963). Tiene
un Master of Fine Arts en Dibujo y Pintura del California College of Arts. Su trabajo explora imaginarios fantasiosos y utópicos en pintura, dibujo, textos y
acciones poéticas callejeras. Este es su primer libro de
poemas en español.
«Cuando el niño vive en su cuerpo y con su cuerpo,
cuando alcanza el equilibrio entre el dominio y la travesura, cuando puede conocer e integrar sus partes, cuando
corporalmente dialoga con los objetos, cuando inicia la
comprensión de su espacio y la presencia de otros a su alrededor, cuando, en definitiva, quiere y acepta su cuerpo,
se podrá decir que se educa por y a partir del niño, niña,
estimulando así el desarrollo de un ser integrado… Juego,
canto, aprendo es un trabajo eficaz y oportuno que contribuye a que niños y niñas desarrollen sus posibilidades
rítmicas, motrices, de sensibilidad y goce, y se asegure la
educación alegre y productiva». LJI
«De la pluma de Verónica Bonilla nos llega la obra Valentina quiere ser bombero, la narración de una niña que
descubre el trabajo de los bomberos y el beneficio que
prestan a la sociedad, enamorándose de la profesión.
Verónica Bonilla es una escritora infantil que ha recorrido un camino de alta producción literaria, en el que
en dos años ha logrado publicar 37 cuentos infantiles
ilustrados a todo color e impresión de alta calidad».
«Luis y Carlos Costales Terán, pródigos en esa memoria de llegar a la esencia humana y en ese camino sin
retorno de volver los ojos a los instantes amados, nos
ofrecen este libro Con olor a tierra, en el que nos muestran la grandeza de la provincia de Chimborazo, donde
convergen la magia con la cotidianidad y el sincretismo
cultural espera construir pronto una verdadera interculturalidad». GCA
101
Cartografía crítica de la danza moderna y
contemporánea del Ecuador (Tomo I)
y diálogos que trazan la historia de la danza
moderna contemporánea del Ecuador (Tomo II)
Investigación y edición: Genoveva Mora Toral
Género: Danza
Editorial: CCE
Año: 2015
«El punto de partida de este estudio fue preguntarnos acerca de la contemporaneidad
de la danza en el Ecuador. Inevitablemente esta cuestión nos llevó a reflexionar sobre la
modernidad de la danza, asumiendo que esta no se corresponde necesariamente con el
fenómeno de la modernidad histórica». G.M.
Colección de cuentos
infantiles
Autora: Heidi Jones
Género: Literatura infantil
Editorial: CCE
Año: 2016
Títulos: La brújula, Zúa,
Am/Pm, Ruta 67, Súper
Coraggio y Tulipán
Heidi Jones es la autora de los libros: La brújula, Zúa,
Am/Pm, Ruta 67, Súper Coraggio y Tulipán, que cuentan con el sello de la editorial de la Casa de la Cultura.
La escritora tiene más de 15 años de experiencia escribiendo para niños. Todos estos títulos son parte de
su primera colección. La autora actualmente reside en
West Palm Beach, Florida.
Emoción sensorial
«En el caso de la poesía de José Villacreses esta forma de confesión lírica no se convierte precisamente en
un mea culpa, porque sus textos, con confesión y todo,
gozan de un admirable vigor y de un recomendable
optimismo… El libro inicia entregándonos un largo
poema, con estrechas estrofas, octavas de versos heptasílabos, pero de larga extensión y profundo contenido,
cincuenta en su totalidad». FCV
Autor: José Villacreses V.
Género: Poesía
Editorial: CCE
Colección: Cosecha Tardía
Año: 2016
Poesía en Paralelo Cero
2016
Autor: Varios autores
Género: Poesía
Editorial: CCE
Año: 2016
102
«Llegamos al número ocho casi sin aliento y casi al mismo tiempo del anterior. Literalmente, antes de acabar
con el séptimo encuentro teníamos ya la lista del octavo.
La vida de algunos de nosotros es casi dependiente del
Paralelo Cero, la organizamos pensando en ese cronograma: hermosa magia vital la de vivir auscultando la
poesía en nuestra lengua para dársela de comer al habitante promedio de nuestro mundillo literario y decirle a
cada momento que creemos en la poesía, que creemos
en la vida, que creemos en el arte». XOT
La casa del mono sucio y
otros cuentos electrónicos
Autor: Jorge Luis Narváez
Género: Narrativa
Editorial: CCE
Año: 2016
Pánfilo
Autor: Miguelángel Rengifo
Género: Poesía
Ganador del Premio
Nacional Paralelo Cero 2016
Editorial: CCE
Año: 2016
Aquellos extraños días en
los que brillo
Autor: Jorge Luis Cáceres
Género: Narrativa
Editorial: CCE
Año: 2016
La escritora, pensamiento
y obra
Autora: Zoila Ugarte
de Landívar
Recopilación de la obra:
Myriam Landívar
de Arteaga
Género: Periodismo de
opinión, tomo II
Editorial: CCE
Año: 2015
«El escritor y cineasta Jorge Luis Narváez cree —y posiblemente esté en lo cierto— que en un mundo postapocalíptico, donde todo parece cambiado, al revés, es
inevitable, las reglas del juego seguirán intactas. Las
reglas del juego para conseguir comida, sexo, esperanza
y mañanas que aseguren un día más de sobrevivencia.
Buenas metáforas, ironía inteligente y un ambiente que
se dejan oler son, junto al Mono Sucio, las herramientas
y trozos de celuloide que Jorge ha editado y armado
para contarnos una historia repleta de sensaciones». RLN
«Aquí hay fuerza, vértigo, imperfección, andamios rotos, dolor. Los primeros libros son, por lo general, los
que arrastran consigo el germen del escritor: su miedo,
sus equivocaciones, sus aciertos, su indefensión ante lo
que le espera. El autor, con su libro Pánfilo, nos enfrenta
a la precariedad, a la ciudad devoradora, a la pérdida,
al anonimato. Aquí no se rescata a nadie. No hay por
dónde escapar. Ni a dónde. Ni por qué…». MAB
«Relatos que brillan con luz propia, como si los personajes, escritores que aparecen en varios de estos relatos,
buscaran hacer del no ganar nunca su pequeña obra
maestra. ¿Pueden existir escasos minutos de iluminación en la monotonía de las calles repetidas, en los días
grises, en el deambular rumbo a la oficina? Un no rotundo es lo que recibimos en Aquellos extraños días en
los que brillo, pero es un no que nos hace reír y nos deja
estupefactos, un no que nos coge del brazo para iniciar
un paseo literario…».
«De la pluma de Zoila Ugarte de Landívar, figura fundamental de la prosa ecuatoriana de finales de siglo
XIX y comienzos del XX, llega el tomo II, La escritora, pensamiento y obra, que recoge su pensar y su sentir.
Este volumen, como los otros, devuelve a la corriente viva de la cultura y la literatura nacional la obra de
una de las figuras más importantes y sugestivas en este
campo, quien fue también columnista del periódico La
Prensa».
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CORAZONES ANTISÍSMICOS EN MANABÍ
El terremoto del 16 de abril permitió que el espíritu solidario de la Casa de la Cultura aflorara con su mayor
fuerza. Encabezados por el presidente Raúl Pérez Torres, la CCE y el Directorio de la Asociación de Empleados
tomaron la resolución de abrir un Centro de Acopio para la recolección de vituallas: agua, víveres, medicinas, ropa;
también juguetes y vajillas, alimento para mascotas, implementos de limpieza y todo lo que podría despertar esperanza en los hermanos de la provincia de Manabí.
Esta Casa se convirtió en una verdadera matriz abrigada de afecto y adhesión. Todos los días, entre el 19 y el
25 de abril, la ciudadanía en general y los empleados de la CCE depositaron sus donaciones, de las que se armaron
más de cien kits de ayuda humanitaria.
El 26 de abril, una comisión integrada por Virginia Balcázar, Juan Calero, Luis Tello, Daniel Espín y Juan
Sigüenza, funcionarios de la CCE Matriz, salieron hacia la provincia de Manabí, en un camión facilitado por el
Ballet Ecuatoriano de Cámara; emprendieron un viaje que, estaban seguros, sería difícil, pero se constituiría en
una enseñanza de vida.
En Manabí llegaron a la parroquia Colón y al recinto Pachinche, acompañados de Martha Delgado y Juan
Vélez, funcionarios de la CCE, Núcleo de Portoviejo. Poco a poco, la gente iba aglutinándose para recibir la ayuda
humanitaria que a esta zona no había llegado aún.
La CCE, a través de sus funcionarios enviados, fue portadora de sentimientos de solidaridad y ayuda, en un
momento delicado en el que para los manabitas, la vida dio un giro radical y lóbrego.
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a Casa de la Cultura Ecuatoriana
‘Benjamín Carrión’ y su Cinemateca Nacional del Ecuador ‘Ulises Estrella’ llevaron a cabo la III Edición de Festival de Cine Latinoamericano
‘La Casa Cine Fest’, evento que se realizó del 1
al 16 de abril.
Este evento constituyó una valiosa ventana de exhibición alternativa de algunas de las mejores propuestas
del cine independiente latinoamericano. ‘La Casa Cine
Fest’ presentó en su agenda 28 películas de ficción de
13 países, proyectadas en cuatro sedes en la ciudad de
Quito: Sala Alfredo Pareja, Flacso Cine, Universidad
Central y Cumandá, Parque Urbano, con la asistencia
de 10.987 personas.
La agenda propuso actividades paralelas con la presencia de invitados nacionales e internacionales, entre
estas el ‘Taller de promoción y distribución internacional de cine independiente’ (5, 6 y 7 de abril); la Mesa
de diálogo ‘Trabajo con actores y puesta en escena’ (13
de abril); y, la presentación del libro ¡Fuera de aquí!:
Diario ecuatoriano (14 de abril). Todas las funciones de
cine y actividades paralelas del festival fueron de libre
acceso.
Los ganadores se hicieron acreedores a un premio
de USD $3.000.00 cada uno, además de las estatuillas entregadas a los mejores filmes, reconocidos como
Mejor Película mediante el voto del público; otros obtuvieron una mención especial del jurado para película
latinoamericana y mención especial para película ecuatoriana.
El jurado invitado para la III Edición ‘La Casa Cine
Fest’, lo integraron Juan Martín Cueva, presidente del
jurado, y los miembros Víctor Arregui, Isabel Carrasco,
Juan Guillermo Ramírez y Gerardo Fernández, los dos
últimos como invitados internacionales.
escaleta
Competencia latinoamericana
Competencia ecuatoriana
El premio a Mejor Película Latinoamericana se
entregó a Boi Neón (de Gabriel Mascaro, Brasil), por
considerar que se trata de una propuesta narrativa original que ancla la ficción de un universo documental
poco conocido. El filme construye hábilmente un ambiente en el que los personajes complejos y vitales se
relacionan entre sí de manera honesta.
Se entregaron, además, otras dos propuestas, la
primera, la Mujer de los perros, de Laura Citarella y
Verónica Llinas (Argentina), enmarcada en un cine
de reflexión que respeta al espectador. La película usa rigurosamente la fotografía, soporte fundamental del arte cinematográfico, como base de su
narración; y, la segunda, Dólares de arena, de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas (República
Dominicana), cuya trama maneja hábilmente una
estructura clásica, sutil, sin lugares comunes. La
película logra transmitir al espectador sinceridad,
frescura y espontaneidad.
En esta categoría el jurado decidió otorgar el premio a Mejor Película Ecuatoriana a Un secreto en la caja,
de Javier Izquierdo, por considerar que logra, con un
dispositivo hábil y lúdico, construir una reflexión crítica
sobre la historia y la memoria del Ecuador. La película
aporta al cine ecuatoriano un aire de frescura al incorporar con éxito el humor, la ironía y la irreverencia.
El jurado decidió, además, otorgar una mención a
Sed, de Joe Houlberg, porque considera logra una atmósfera y un ritmo propios coherentes con la intención
de la pieza. El trabajo se logró con la textura de la imagen a través de un adecuado uso de la fotografía y la
dirección del arte.
Este festival fue organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’ y su Cinemateca
Nacional ‘Ulises Estrella’. Contó con la colaboración del
Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador, las
embajadas y representaciones diplomáticas de los países
participantes, Zabal Textiles y Café Democrático.
Cinemateca Nacional , Comunicación.
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tributo
MUSEO DE ARTE COLONIAL
DE PRESENCIAS Y EVOCACIONES
LA INFANCIA EN EL ARTE ECUATORIANO
E
l padre Agustín Moreno nació en Cotacachi, provincia de Imbabura, el 22 de agosto de 1922.
A los doce años fue enviado a Quito para ingresar a la Orden Franciscana y estudió en el
colegio Seráfico, donde aprendió latín y griego. Los estudios superiores los hizo en Canadá
y dominó el hebreo, inglés y francés; impartió su cátedra en francés en la Universidad de Quebec
sobre Literatura Iberoamericana.
Al retornar a Ecuador ejerció la docencia en la comunidad franciscana, enseñó historia, lengua castellana, teología, filosofía. Volvió a los Estados Unidos donde permaneció ocho años en Washington
y se integró a la Academia de Historia Franciscana. Dio conferencias en la Sociedad Geográfica de
Amberes, en la Sorbona de París, en el Museo de América de Madrid y en muchas ciudades americanas. Fue catedrático en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en la Academia Diplomática
del Ministerio de Relaciones Exteriores, en la Escuela de Postgrado de Ciencias Internacionales de la
Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central.
Entre sus obras se pueden citar: la biografía de Santa Mariana de Jesús, la biografía de Fray Jodoco Ricke (2002), Caspicara (1976) y Quito Eterno (1975), con la cual el casco histórico de Quito
fue considerado Primer Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.
Se desempeñó como vicepresidente del Círculo de la Prensa, presidente del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, del Instituto Nacional del Patrimonio Cultural del Ecuador y del
Instituto Nacional del Patrimonio Cultural Religioso del Ecuador, de la Dirección de Historia y
Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana; vicepresidente de la Asociación Ecuatoriana de
Museos; subdirector de la Academia Nacional de Historia, a la que ingresó directamente como
Miembro de Número. Además, fue académico correspondiente de la Real Academia de Historia de
España, de Bolivia, Paraguay; miembro de la Academia de Historia Eclesiástica y de la de Ciencias
DIRECCIÓN
Jurídicas y Sociales del Ecuador.
Calles Cuenca y Mejía esquina (Centro
Histórico).
Falleció
el 18 de marzo de 2016.
INAUGURACIÓN:
HORARIOS DE VISITA
Teléfono: 2282297
Correo electrónico:
[email protected]
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Facebook: museodeartecolonialquito
www.casadelaculturaecuatoriana.gob.ec
21 de abril de 2016, 19h00 Martes a sábado
09h00 a 17h00
CLAUSURA:
Reservación previa para visita de grupos.
13 de agosto de 2016
musicales y dancísticas
de la cultura afroecuatoriana
nacional
ensayo
de
Expresiones
Concurso
En el marco de la declaratoria del Decenio Afrodescendiente por parte de la Unesco, la revista de investigación sonora y
musicológica Traversari de la Casa de la Cultura Ecuatoriana convoca al CONCURSO NACIONAL DE ENSAYO EXPRESIONES
MUSICALES Y DANCÍSTICAS DE LA CULTURA AFROECUATORIANA, al tenor de las siguientes bases:
• Podrán participar investigadores y músicos ecuatorianos o extranjeros radicados en el país mínimo cinco años.
• La temática de los ensayos tratará sobre la presencia de la cultura afrodescendiente en el Ecuador, en cuanto a sus
expresiones musicales y dancísticas, sus sistemas de pensamiento musical, su organología o sus géneros vocales.
• El contenido debe establecer temas de interés local para la cultura afroesmeraldeña o afroandina y puede ubicarse en los
períodos históricos comprendidos entre el sistema colonial y la época actual.
• El tipo de documento deberá tener un carácter investigativo, con una extensión de 15 a 20 páginas, con fotografías e
ilustraciones en buena resolución. Su escritura debe atenerse al tipo documental, con citas bibliográficas y
créditos respectivos de las fuentes consultadas (inclusive las fotografías).
• Los trabajos ganadores serán publicados en el No. 3 de la revista Traversari, y recibirán
por derechos de autor la suma de mil dólares (1.000,oo usd) el primer lugar y
setecientos dólares (700,oo usd) el segundo lugar.
• Los premios serán entregados por la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, en evento especial en el mes de julio.
• El jurado estará integrado por personas de reconocida solvencia en el campo de la investigación
musical.
• Los trabajos se entregarán en sobre cerrado en la
Vicepresidencia de la CCE, hasta el 15 de junio
de 2016.
• Los trabajos serán firmados con seudónimo. En
sobre aparte se harán constar los datos del autor:
nombres completos, documento de identidad,
teléfono y correo electrónico.