20 Centenario de Miguel de Cervantes 400 años de la muerte de William Shakespeare Homenaje póstumo a Oswaldo Muñoz Mariño 1 MUSEO DE ARTE COLONIAL DE PRESENCIAS Y EVOCACIONES LA INFANCIA EN EL ARTE ECUATORIANO DIRECCIÓN Calles Cuenca y Mejía esquina (Centro Histórico). Teléfono: 2282297 Correo 2 electrónico: [email protected] Facebook: museodeartecolonialquito www.casadelaculturaecuatoriana.gob.ec INAUGURACIÓN: 21 de abril de 2016, 19h00 CLAUSURA: 13 de agosto de 2016 HORARIOS DE VISITA Martes a sábado 09h00 a 17h00 Reservación previa para visita de grupos. editorial ¿Qué es un artista? E stremecidos por la certeza de que en este tiempo toda manifestación de arte y de cultura es inútil porque no contiene número veinte • abril 2016 parámetros de beneficio y lucro, asimilando con dolor el contenido de aquel libro del escritor y filósofo italiano Nuccio Ordine, Presidente La utilidad de lo inútil, donde convoca a los escritores del mundo a Raúl Pérez Torres manifestarse sobre la tendencia contemporánea a banalizar y desVicepresidente truir la cultura, nos preguntamos: ¿Qué es un artista? Gabriel Cisneros Abedrabbo Un artista es aquel que ve lo invisible de las cosas, aquel que puede atraparlas en toda su trascendencia. La persona cuyo espíritu se Director llena del eco permanente de la tierra, del sonido ancestral, de la cirPatricio Herrera Crespo cularidad del tiempo. El que encuentra nuevo nombre a las cosas, nuevos signos y símbolos a la cotidianidad, el que descifra y propone Editores Patricio Viteri Paredes las preguntas esenciales, el que lucha por brindar sus dones al conoYuliana Marcillo cimiento popular, el que se alimenta constantemente de la memoria y de la historia. En fin, el que se busca a sí mismo en todos, el que número: marco deellaque declaratoria del todos, Decenio Afrodescendiente por parte deColaboran la Unesco,enlaeste revista de investigación sonora y En elpor sufre todos, se alegra por el que humaniza, sensibiDiego Araujo Sánchez, Traversari de la Casa de la Cultura Ecuatoriana convoca al CONCURSO NACIONAL DE musicológica liza y vierte de verdad profunda, orgánica, el tiempo y el espacio que María Auxiliadora Balladares,ENSAYO EXPRESIONES MUSICALES Y DANCÍSTICAS DE LA CULTURA AFROECUATORIANA, al tenorLeonardo de las siguientes bases: Barriga López, Jorge Basilago, le ha tocado vivir. Arnaldo Calveyra, Antonio Correa Losada, El arte no permite devaneos, primero se es artista y luego cual• Podrán participar investigadores y músicos ecuatorianos o extranjeros radicados el Baraibar, país mínimo cinco años. Ramón en Cote Pedro Gil, quier otra cosa. El arte es excluyente de todo lo demás. Los artistas Liset Lantigua, Gina E. López, que podidode trascender con su obra son aquellos que hande dedica• Lahan temática los ensayos tratará sobre la presencia la cultura afrodescendiente en elCarlos Ecuador, en cuanto a sus Mónica Gabriela Ojeda, Luis Ortiz, Prado, JosuéoPuma Muñoz, vocales. doexpresiones toda su vidamusicales a descubrir el misterio que se esconde en su corazón. y dancísticas, sus sistemas de pensamiento musical,Estuardo su organología sus géneros Abdón Ubidia, María Pilar Vela, Seguramente el artista nace, pero para que su obra llene su expectaJuan Romero oVinueza. • El interior, contenido debe establecer de interés su local para la cultura afroandina y puede ubicarse en los tiva tiene que formarse,temas que enriquecer sensibilidad con afroesmeraldeña históricos comprendidos entredel el sistema y la época actual. el períodos conocimiento de los grandes autores mundo, colonial de los grandes Edición de textos pensadores, de los grandes acontecimientos de la historia de nuestro Katya Artieda • El tipo de documento deberá tener un carácter investigativo, con una extensión de 15 a 20 páginas, con fotografías e pueblo y de la historia de la humanidad. Pasión y sabiduría son los ilustraciones en buena resolución. Su escritura debe atenerse al tipo documental, con citas bibliográficas y Diseño elementos principales del arte. créditos respectivos de las fuentes consultadas (inclusive las fotografías). Tania Dávila López El arte fundamentalmente sirve para sensibilizar nuestro espíritu, para más a la verdad, para adentrarnos Portada • Losacercarnos trabajos ganadores serán publicados en el No.en3 las de entrañas la revista Traversari, y recibirán más significativas del pueblo, para participar en la comprensión total La Basílica, Oswaldo Muñoz Mariño. por derechos de autor la suma de mil dólares (1.000,oo usd) el primer lugar y delsetecientos mundo, para ir a (700,oo sus esencias, descubrir dólares usd) elpara segundo lugar.el espíritu de un pueblo; aquellos rasgos que no se los mira, que no se los intuye, que Casa de la Cultura Ecuatoriana • Los premios serán por del la Casa Cultura no se los percibe sinoentregados con la ayuda arte. de Unlaartista sirve como Benjamín Carrión Ecuatoriana, en evento especial yencanción el mes de de la julio. campana y clarín, como melodía historia de un pueDirección de Publicaciones blo. La ciencia sola no puede percibir la totalidad de una sociedad, •es El jurado estará integrado por personas de reconecesario la pasión, la obsesión, el coraje, la fuerza que yace en las Avs. 6 de Diciembre N16–224 nocida solvencia expresiones del arte.en el campo de la investigación y Patria musical. Por ello, es nuestro deber, hoy más que nunca, luchar contra los Telf.: 2565-808 Ext. 426 fantasmas de la mediocridad y del utilitarismo, y persistir en atrapar [email protected] • Los trabajos se entregarán en sobre cerrado en la www.casadelacultura.gob.ec y descubrir lo bello, lo profundo, lo bueno que ronda el espíritu del Vicepresidencia de la CCE, hasta el 15 de junio Quito–Ecuador. pueblo, pensando en que la cultura y el conocimiento han sido, en de 2016. todas las épocas, fuente de resistencia. casapalabrascce • Los trabajos serán firmados con seudónimo. En sobre aparte se harán constar los datos del autor: @casapalabrascce nombres completos, documento de identidad, teléfono y correo electrónico. musicales y dancísticas de la cultura afroecuatoriana nacional ensayo de Expresiones Concurso [email protected] 1 índice 3 16 18 28 40 46 50 52 Vida y obra de Miguel de Cervantes, a cargo de Diego Araujo Sánchez. 10 Se conmemora el 400 aniversario de la muerte de William Shakespeare. Jorge Luis Borges analiza Macbeth y la vida del bardo inglés. 64 Leonardo Barriga López analiza la obra de Juan Rulfo. Pedro Gil nos presenta su cuento Ladrón de flores. Muestra poética del argentino Arnaldo Calveyra. Cuento Jamón serrano, de María Auxiliadora Balladares. Metrópoli, cuento de Liset Lantigua. Desubicación: deslizamiento, no del lenguaje sino del personaje, cuento del guatemalteco Estuardo Prado. Selección poética de Mónica Gabriela Ojeda. ‘Herta Müller: una mirada infantil a la dictadura’, ensayo de Juan Romero Vinueza. 56 60 Un fascículo morboso, cuento de Josué Puma Muñoz. 62 70 72 88 Selección poética de la escritora Gina E. López. 89 Análisis del libro Cabeza devorada, de Antonio Correa Losada, por parte de Ramón Cote Baraibar. 90 96 Jorge Basilago: 80 años de Alfredo Zitarrosa. 98 104 106 22 Homenaje a Rubén Darío, por Miguel de Unamuno. ‘La brevedad sorprende’: Ganadores del Primer Concurso Estudiantil Nacional Juvenil de Microliteratura 2015. Muestra poética del libro Memoria y vértigo, de Carlos Luis Ortiz. Abdón Ubidia reflexiona sobre la cultura y el neoliberalismo. 34 Yuliana Marcillo ofrece un homenaje a Eduardo Chirinos, escritor peruano que falleció en febrero de este año. Extracto del prólogo del libro Mujeres que hablan. Literatura ecuatoriana contemporánea, presentado María Pilar Vela. Reflexión sobre la obra Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski, a los cien años de su publicación. Entrevista a Raúl Pérez Torres: «Cultura es toda la producción de la Tierra». III Edición de Festival de Cine Latinoamericano ‘La Casa Cine Fest’. Tributo a Fray Agustín Moreno, historiador seráfico. 80 Entrevista a Oswaldo Muñoz Mariño, a cargo de Patricio Herrera. Homenaje póstumo al mejor acuarelista del Ecuador. aniversario Diego Araujo Sánchez E 4 l 9 de octubre de 1547, en Alcalá de Henares es bautizado Miguel de Cervantes, el cuarto entre los siete hijos de Rodrigo de Cervantes y Leonor Cortinas. Posiblemente había nacido días antes, el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel. El padre ejerce la profesión de cirujano, más próxima entonces a la de barbero que a la del médico actual. Mantener una familia numerosa resulta difícil para quien no posee bienes: la estrechez económica y la búsqueda de medios para subsistir llevan a Rodrigo Cervantes y su familia por diversas ciudades. La primera experiencia vital para la infancia de Miguel es la pobreza, así como el obligado conocimiento de las gentes de diversos pueblos y lugares. La familia Cervantes reside en Sevilla, y Miguel, según parece, como acompañante de dos niños ricos, concurre a las aulas de los jesuitas. Pero la escuela principal de Miguel de Cervantes es la vida y sobre todo la siempre dura pobreza. En esa escuela, un rasgo dominante de su carácter forja la personalidad intelectual: el hambre de lecturas, la insaciable curiosidad. «Yo soy aficionado a leer hasta los papeles rotos de las calles», confesará más tarde el propio Cervantes.1 Y son las calles y plazas sus verdaderas aulas. De ellas recordaría los tipos humanos más diversos, así como los primeros contactos con el arte: en una plaza admira por vez primera el teatro de Lope de Rueda. Cuando Miguel es un joven de diecisiete años, la familia Cervantes pasa a Madrid. En el Colegio de la Villa de Madrid, nuestro escritor estudia con el humanista Juan López de Hoyos. Los primeros escritos de Miguel datan de estos años. A propósito de la muerte de la esposa de Felipe II —Isabel de Valois—, López de Hoyos hace una publicación en la que incluye algunos poemas de su joven discípulo. Este primer buen éxito será tan fugaz como los esporádicos triunfos que en adelante caracterizarán la experiencia vital de Cervantes. Porque como en el mito de Sísifo, en la existencia de Miguel cuando la acción le conduce a una cima, circunstancias desgraciadas le obligan a regresar al abismo. Tras el buen éxito, a Cervantes le esperan siempre los sinsabores, las dificultades. Probablemente por alguna dama, Miguel se bate a duelo con un tal Antonio de Sigura y lo hiere. El duelo estaba rigurosamente prohibido, aunque los hombres de la época llevaban generalmente la espada al cinto. El castigo para los contraventores era durísimo: «Mandamos que cualquier que sacare cuchillo o espada en la nuestra corte para reñir o pelear con otro, que le corten la mano por ello», se lee en alguna disposición de la Novísima Recopilación de Leyes. Y por el incidente se dictó sentencia contra Cervantes, sentencia según la cual debía como castigo perder la mano derecha. Para escapar de la acción judicial, sale de España hacia Italia. En 1569 sirve al futuro Cardenal Acquaviva, en Roma: este contacto con la Italia renacentista será decisivo en la formación de Cervantes. Pronto deja Roma y se alista como soldado de los tercios del Rey de España. El avance turco es una amenaza para la cristiandad (y también un peligro para ciertos intereses comerciales de España). El motivo religioso asegura la colaboración de tropas del Pontificado, España y Venecia a fin de luchar contra los turcos. El 7 de octubre de 1571 se da la batalla de Lepanto; a bordo de la galera Marquesa, Cervantes toma parte en la batalla naval, a pesar de hallarse enfermo En 1585 Miguel de Cervantes publica La Galatea, una novela pastoril cuya Segunda Parte nunca dará a la luz. Sin abandonar las letras, nuestro autor se gana la vida como recaudador de impuestos. y acosado por la fiebre. Un arcabuzazo del enemigo le destroza la mano izquierda. La victoria deja sus huellas en el soldado, ya que le deja también para siempre esa mano inútil. El Manco de Lepanto recordará con timbre de gloria este episodio. Años después se ve a sí mismo y evoca Lepanto en el Prólogo a sus Novelas ejemplares: que no tienen correspondencia los Este que veis aquí, de rostro aguile- dueño, llámase comúnmente Miguel ño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcio- nada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, por- unos con los otros; el cuerpo, entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color, viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies. Este, digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso... y otras obras que andan por ahí descarriadas, y quizá sin el nombre de su de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cauti- vo, donde aprendió a tener pacien- cia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que 5 Batalla de Lepanto vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de feliz memoria.2 6 El «hijo del rayo de la guerra» fue don Juan de Austria, bajo cuyo mando en Lepanto se detuvo el avance turco. Cervantes exaltará siempre la vida del soldado. En el propio Quijote, cuando pronuncia el Discurso de las Armas y las Letras,3 pone en una balanza a unas y otras, y el platillo se inclina hacia las primeras. En la España católica de la Contrarreforma, el soldado asignaba a sus funciones la naturaleza de una misión verdaderamente religiosa, de defensa de la fe cristiana. En los tres años siguientes, Miguel interviene en la batalla de Navarino, participa de la expedición a La Goleta y luego lleva vida de guarnición en Cerdeña, Lombardía y Nápoles y está en el asalto y conquista de Túnez. Parece que estos años de aprendizaje van a terminar. Para 1574 Miguel y su hermano Rodrigo se embarcan en Nápoles, en la galera Sol, de regreso a España. Lleva el primero consigo cartas de recomendación del propio don Juan de Austria. Sin duda el Rey le otorgará favor y protección en mérito a los servicios del soldado valiente, que como rúbrica de su conducta exhibe la herida de Lepanto. No debían terminar las pruebas para Miguel. Unos piratas berberiscos atacan la embarcación en que regresaban a la patria. Los tripulantes son tomados prisioneros. Miguel y Rodrigo son llevados como cautivos a Argelia. Las cartas que debían abrirle las puertas del buen éxito perjudican a Miguel porque, reputado por su captores como personaje importan- te, el precio fijado a su rescate será más alto. La familia Cervantes consigue reunir algún dinero, que sirve para devolver la libertad al hermano menor. Miguel intentará escapar en vano varias ocasiones, poniendo su vida en peligro. Con las memorias de esta dramática experiencia escribirá algunos capítulos del Quijote.4 Cuando está en peligro de ser llevado por su amo a Constantinopla, llegan a Argel dos sacerdotes trinitarios con trescientos escudos para negociar la libertad del cautivo. El dinero reunido por la familia es insuficiente. Deben esperar hasta reunir quinientos como precio del rescate. En febrero de 1580, después de cinco años de cautiverio y con la obligación de pagar la deuda de su propio rescate, Miguel de Cervantes sale para España. Un año después cumple una misión secreta en Orán, y con esa acción pone término a su vida mili- En 1605 se imprime en Madrid la Primera Parte de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. La novela tiene un éxito extraordinario. Pero el infortunio acecha nuevamente al novelista. tar, de la que siempre escribiría con singular orgullo. Hacia 1584 Cervantes contrae matrimonio con Catalina de Palacios, a quien conoce en el pueblecito de Esquivias, cercano a Toledo. No tuvo con ella descendencia; su única hija, Isabel, nace de sus amores con Ana Franca (o Villafranca) de Rojas. Hasta en sus amores Cervantes tiene poca suerte. No es un mimado de la fortuna, como Lope de Vega. Éste, el Fénix de los Ingenios, escribe como quinientas comedias, consigue fama y dinero. «Fervoroso creyente, aunque gran pecador», en afortunada frase de Menéndez y Pelayo, Lope amaría a muchas mujeres y sería amado por ellas, incluso después de sus votos como religioso, pasados los cincuenta y siete años. Cervantes y Lope serán rivales. Este último, sobre todo con su profusa obra dramática y el gran éxito y adhesión que consigue del público, restará sin duda posibilidades a Cervantes en la escena. Ambos, formidables creadores, caminarán sendas diversas en vida, se insultarán y en el fondo se admirarán cada uno a su manera, aunque estarán más cerca después de muertos, como cerca están siempre, a pesar de sus diferencias, los grandes creadores de una literatura. En 1585 Miguel de Cervantes publica La Galatea, una novela pastoril cuya Segunda Parte nunca dará a la luz. Sin abandonar las letras, nuestro autor se gana la vida como recaudador de impuestos. España se prepara para la guerra. Como en Lepanto, en esta vez salía también a relucir una motivación religiosa: la España de la Contrarreforma se prepara a disputar con la luterana Inglaterra. Cervantes y Lope intervienen a su modo. El primero como recaudador de alcabalas: recauda aceite y trigo, recauda dinero para la Armada Invencible. El segundo participa como soldado. En 1588 la derrota de la Armada es un golpe durísimo para la conciencia española, esa conciencia de defensora del catolicismo. Cervantes luchó en un episodio triunfal para España; Lope, en la derrota. Pero el Manco de Lepanto, cobrador de impuestos por estos años, será el mejor testigo de la grandeza y la declinación de España. Cervantes cumple su trabajo en varios pueblos y, por no poder aclarar unas cuentas sobre ciertos bienes eclesiásticos, sufre la excomunión. En 1590 se dirige al Rey a fin de conseguir un puesto vacante en las Indias. Después de exponer sus penalidades, Miguel de Cervantes Pide y suplica cuanto puede a V.M. sea servido de hacerle merced de un oficio en las Indias de los tres o cuatro que al presente están vacos, que es, el uno la contaduría del Nuevo 7 mal cultivado ingenio mío sino la En 1605 se imprime en Madrid la Primera Parte de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. La novela tiene un éxito extraordinario.7 Pero el infortunio acecha nuevamente al novelista. Un noble, Gaspar de Ezpeleta, es asesinado junto a su casa. Cervantes y unos vecinos recogen al hombre malherido para auxiliarlo. A fin de aclarar esa muerte, se ordena la detención del ya conocidísimo escritor, de su hija Isabel, de la hermana de éste y una sobrina. A propósito del incidente, se divulgan comentarios nada favorables a la buena reputación de las mujeres de la casa. Cervantes sufrirá mucho a causa del comportamiento de su hija Isabel. Los últimos años de su vida, Cervantes publica algunas otras importantes obras. En 1613, las Novelas ejemplares (doce títulos entre los que se destacan ‘La Gitanilla’, ‘El celoso extremeño’, ‘Rinconete y Cortadillo’, ‘El coloquio de los perros’ y ‘El Licenciado Vidriera’). Un año después aparece Viaje del Parnaso. Y un libro que suscitará los postreros sinsabores a Cervantes: el Quijote apócrifo, el Quijote de Avellaneda. En 1615 aparecen Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca antes representados y, a fines de año, la Segunda Parte de su inmortal novela, con el título de El Ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha. A las puertas mismas de la muerte, Cervantes termina su última obra, Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda. En la dedicatoria al Conde de Lemos, página que abre esta novela, el autor escribe: antojadizo y lleno de pensamientos Ayer me dieron la Extremaunción, y alguno, bien como quien se engendró las ansias crecen, las esperanzas men- Don Quijote de la Mancha, Ganier Hermanos, Libreros editores, París 1850. Reino de Granada; o la gobernación de la provincia de Sonocuso en Guatemala; o contador de las galeras de Cartagena, o corregidor de la ciudad de la Paz; que con cualquiera de estos oficios que V.M. le haga merced, la recibirá...5. 8 Sin embargo, el pedido es lacónicamente rechazado: «Busque por acá (en España), en que se le haga merced», le contestan. Los tres próximos lustros, las comisiones de recaudador, urgencias económicas y desafortunados negocios traen nuevos episodios de angustia a la vida de Cervantes: encarcelamiento en Castro de Río, demanda para el pago de una fianza, traslados de Sevilla a Valladolid para declarar ante la Corte sobre cierta suma que no constaba anotada en los libros de relaciones de Su Majestad. Ésta es la dura escuela de Cervantes: también la cárcel resulta para él fuente de experiencia y conocimiento, de tal forma que podrá escribir en las primeras páginas de su inmortal novela: ...¿qué podrá engendrar el estéril y historia de un hijo seco, avellanado, varios y nunca imaginados de otro en una cárcel, donde toda incomo- didad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? 6 hoy escribo ésta. El tiempo es breve, guan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...8. Cuatro días después, el 23 de abril de 1616, muere Miguel de Cervantes Saavedra. Pese a tantas y tantas desventuras, una de las más profundas enseñanzas suyas es el gran amor a la vida que exhala toda su obra. Aquel «llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir» es uno de los más vigorosos principios que alientan su propia existencia y las páginas del Quijote. (Tomado del sitio web del Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/literatura/ Foto: Diario La Hora quijote_america/ecuador/araujo.htm) Diego Araujo Sánchez (Quito, 1945) 1 En el Quijote, Primera Parte, cap. IX. 2 Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, Madrid, Aguilar, 1960, págs. 21 y 22. 3 El Quijote, Primera Parte, cap. XXXVIII. 4 Cfr. Primera Parte, caps. XXXIX a XLI. 5 Cfr. Fernando Díaz-Plaja, Cervantes, Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1974, págs. 85 y 86. 6 Cervantes, «Prólogo», en el Quijote, Primera Parte. 7 Cfr. El Quijote, Segunda Parte, cap. III. 8 Cervantes, Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda, Buenos Aires, Sopena, 1941, pág. 9. Docente, periodista, escritor, fue profesor de Literatura Hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y subdirector y columnista de diario Hoy, medio en el cual publicó crónicas y comentarios semanales durante las tres últimas décadas. Recibió el Premio al Mejor Artículo de Opinión en el V Concurso Nacional de Periodismo Símbolos de Libertad, Quito, 1997. Además coordinó el volumen tercero de la Historia de las Literaturas del Ecuador, publicado por la Universidad Andina y la Corporación Editora Nacional. 9 Jorge Luis Borges 10 cuatrocientos años H amlet, el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca, que, lento en las antesalas de su venganza, prodiga concurridos monólogos o juega tristemente con la calavera mortal, ha interesado más a la crítica, ya que estaban en él, de modo profético, tantos insignes caracteres del siglo XIX: Byron, Edgar Allan Poe y Baudelaire, y aquellos personajes de Dostoievski, que exacerbadamente se complacen en el moroso análisis de sus actos (esas y muchas otras cosas, naturalmente: por ejemplo, la duda —que es uno de los nombres de la inteligencia—, y que en el caso del danés no se limita a la veracidad del espectro sino a su realidad y a lo que nos espera después de la disolución de la carne). El rey Macbeth siempre me ha parecido más verdadero, más entregado a su despiadado destino que a las exigencias escénicas. Creo en Hamlet, pero no en las circunstancias de Hamlet; creo en Macbeth y creo también en su historia. Art happens (el arte ocurre), declaró Whistler, pero la conciencia de que no acabaremos nunca de descifrar el misterio estético no se opone al examen de los hechos que lo hicieron posible. Estos, ya se sabe, son infinitos; en buena lógica, para que cualquier cosa ocurra ha sido necesaria la conjunción de todos los efectos y causas que la han precedido y urdido. Consideremos unas pocas, las más visibles. Suele olvidarse que Macbeth, ahora un sueño del arte, fue alguna vez un hombre en el tiempo. Pese a las brujas y al espectro de Banquo y a la selva que avanza contra el castillo, la tragedia es de orden histórico. En aquel artículo de la Crónica anglosajona que enumera lo acontecido en el año 1054 —unos doce años antes de la derrota de los noruegos en el puente de Stamford y de la conquista normanda— leemos que Siward, conde de Nor- tumbria, invadió por tierra y por mar el reino de Escocia y puso en fuga a Macbeth, su rey. Éste, por lo demás, tenía algún derecho al poder y no fue un tirano. Ganó renombre de piadoso en ambos sentidos de la palabra; fue generoso con los pobres y ferviente cristiano. Mató a Duncan en buena ley, en una batalla. Se opuso victoriosamente a los vikings. Su reinado fue largo y justo. La memoria humana, que es inventiva, le tejería una leyenda. Pasan por centenares los años y nos permiten entrever otro personaje esencial, el cronista Holinshed. Poco sabemos de él, ni siquiera la fecha y la localidad de su nacimiento. Dicen que fue «ministro de la palabra de Dios». Llegó a Londres hacia 1560 y colaboró con perseverancia en la redacción de cierta vasta y ambiciosa historia universal, que se redujo al fin a esas Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, que llevan hoy su nombre. Sus páginas incluyen la leyenda que inspiraría a Shakespeare y más de una vez las mismas palabras. Murió hacia 1580. Se conjetura que la edición póstuma de 1586 fue la que manejó el poeta. Y ahora a William Shakespeare. En aquella época decisiva de la Armada Invencible, de la liberación de los Países Bajos, de la decadencia de España y de la conversión de Inglaterra, isla desgarrada y lateral, en uno de los grandes reinos del orbe, el destino de Shakespeare (1564-1616) corre el albur de parecernos de una mediocridad misteriosa. Fue sonetista, actor, empresario, hombre de negocios y de litigios. Cinco años antes de su muerte se retiró a su pueblo natal, Stratford-upon-Avon, y no escribió una línea, salvo un testamento en el cual no se menciona un solo libro, y un epitafio tan ramplón que más vale tomarlo como una broma. No reunió en un volumen su obra dramática; la primera edición que 11 Menos escrupulosa y crédula que la nuestra, la época de Shakespeare veía en la historia un arte, el arte de la fábula deleitable y del apólogo moral, no una ciencia de estériles precisiones. No creía que la historia fuera capaz de recuperar el pasado, pero sí de acuñarlo en gratas leyendas. Shakespeare, lector frecuente de Montaigne, de Plutarco y de Holinshed, halló en las páginas de este último el argumento de Macbeth. 12 poseemos, el infolio 1623, se debe a la iniciativa de unos actores. Jonson ha declarado que poseía poco latín y menos griego. Tales hechos han inspirado la conjetura de que sólo fue un testaferro. Miss Delia Bacon, que halló asilo final en un manicomio y cuyo libro mereció un prólogo de Hawthorne, que no lo había leído, atribuyó la paternidad de sus dramas a Francis Bacon, profeta y mártir de la ciencia experimental y hombre de una imaginación del todo distinta; Mark Twain ha vindicado esa hipótesis. Luther Hofman propone la candidatura, harto menos inverosímil, del poeta Christopher Marlowe, ‘amado de las musas’, que no habría muerto apuñalado, en una taberna de Depford, en 1593. La primera de estas atribuciones data del siglo XIX; la segunda del nuestro. En el curso de más de doscientos años a nadie se le había ocurrido pensar que Shakespeare no fuera el autor de su obra. Los jóvenes iracundos de 1830, que habían hecho de Thomas Chatterton —que se dio muerte en una bohardilla a los diecisiete años— el arquetipo del poeta, nunca se resignaron del todo al modesto currículum de Shakespeare. Lo hubieran preferido desventurado; Hugo, con elocuencia espléndida, hizo lo posible y lo imposible para demos- trar que sus contemporáneos lo ignoraron o lo menospreciaron. La melancólica verdad es que Shakespeare, pese a algún altibajo inicial, fue siempre un buen burgués, respetado y próspero (también fue Shylock, Goneril, Iago, Laertes, Coriolano y las parcas). Anotados los hechos que anteceden, recordemos determinadas circunstancias de orden histórico que pueden mitigar nuestro asombro. Shakespeare no dio sus obras a la imprenta (con alguna que otra excepción) porque las escribió para la escena, no para la lectura. De Quincey observa que las representaciones teatrales no suministran menos publicidad que las letras de molde. A principios del siglo XVII, escribir para el teatro era un menester literario tan subalterno como lo es ahora el de escribir para la televisión o el cinematógrafo. Cuando Ben Jonson publicó sus tragedias, comedias y mascaradas bajo el título de Obras, la gente se rió de él. Me atrevo a aventurar otra conjetura: Shakespeare, para escribir, precisaba el estímulo de las tablas, la urgencia del estreno y de los actores. De ahí que una vez vendido su teatro, el Globo, dejó caer la pluma. Las piezas, por lo demás, eran propiedad de las compañías, no de los autores o adaptadores. Menos escrupulosa y crédula que la nuestra, la época de Shakespeare veía en la historia un arte, el arte de la fábula deleitable y del apólogo moral, no una ciencia de estériles precisiones. No creía que la historia fuera capaz de recuperar el pasado, pero sí de acuñarlo en gratas leyendas. Shakespeare, lector frecuente de Montaigne, de Plutarco y de Holinshed, halló en las páginas de este último el argumento de Macbeth. Según se sabe, los tres primeros personajes que vemos son las tres brujas en el páramo, entre los truenos, los relámpagos y la lluvia. Shakespeare las llama las weird sisters; en la mitología de los sajones, la Wyrd es la divinidad que preside la suerte de los hombres y de los dioses, de modo que weird sisters no significa las hermanas extrañas sino las hermanas fatales, las nornas del escandinavo, las parcas. Más que el protagonista son ellas las que rigen la acción. Saludan a Macbeth con el título de señor de Cavdor y con el otro, que le parece inaccesible, de rey; el inmediato cumplimiento de la primera de las dos profecías confiere a la segunda un carácter inevitable y lo conduce, urgido por Lady Macbeth, al asesinato de Duncan. Banquo, su compañero, no les da mayor importancia. «La tierra tiene burbujas como las tiene el agua», dice para explicar esas apariciones fantásticas. A diferencia de nuestros ingenuos realistas, Shakespeare no ignoraba que el arte es siempre una ficción. La tragedia ocurre a la vez en dos lugares y en dos tiempos: en la lejana Escocia del siglo XI y en un tablado de los arrabales de Londres, a principios del XVI. Una de las barbadas brujas menciona al ca- 13 pitán del Tyger; al cabo de una larga travesía desde el puerto de Alepo, el barco había regresado a Inglaterra y alguno de sus marineros pudo haber asistido al estreno. El inglés es un idioma germánico; a partir del siglo XIV, es también latino. Shakespeare deliberadamente alterna los dos registros, que nunca son del todo sinónimos. Así: The multitudinous seas incarnadine, Making the green, one red. 14 En el primer verso resuenan las resplandecientes voces latinas; en el último, las breves y directas sajonas. Shakespeare parece haber sentido que la ambición, el apetito de mandar, no es menos propio de la mujer que del hombre; Macbeth es un sumiso y despiadado puñal de las parcas y de la reina. Así lo entendió Schlegel, pero no Bradley. Mucho he leído, y olvidado, sobre Macbeth; los estudios de Coleridge y de Bradley (Shakespearean Tragedy, 1904) siguen pareciéndome insuperados. Bradley declara que la obra nos causa, infatigable y vívida, una impresión continua de rapidez, no de brevedad. Anota que la oscuridad la domina, casi la negrura: la tiniebla rayada de brus- co fuego, la obsesión de la sangre. Todo ocurre de noche, salvo la escena irónica y patética del rey Duncan, que al mirar los torreones del castillo del que nunca saldrá, observa que en los sitios que las golondrinas prefieren el aire es delicado. Lady Macbeth, que ha premeditado su muerte, ve cuervos y oye su graznido. La tempestad y el crimen se han conjurado, la tierra se estremece, los caballos de Duncan se devoran con frenesí. Lo vivido siempre corre el albur de incurrir en lo pintoresco; Macbeth está muy lejos de ese peligro. La obra es la más intensa que Todo es elemental en Macbeth, salvo el lenguaje, que es barroco y de una exacerbada complejidad. Semejante lenguaje está justificado por la pasión, no por la pasión técnica de Quevedo, de Mallarmé, de Lugones o del mayor de todos ellos, James Joyce, sino por la pasión de las almas. la literatura puede ofrecernos y esa intensidad no decae. Desde las palabras enigmáticas de las brujas (Fair is foul and foul is fair) que, de manera bestial o demoníaca trascienden la razón de los hombres, hasta la escena en que Macbeth muere acorralado y peleando, el drama nos arrebata como una pasión o una música. No importa que creamos en la demonología, como el rey Jacobo I, o que le neguemos nuestra fe, no importa que la aparición de Banquo sea para nosotros un desvarío de su atormentado asesino o el espectro de un muerto; la tragedia se impone a quienes la ven, la recorren o la recuerdan, con la atroz convicción de una pesadilla. Coleridge escribió que la fe poética es una complaciente o voluntaria suspensión de la incredulidad; Macbeth, como toda genuina obra de arte, ilustra y justifica ese parecer. En el decurso de este prólogo he dicho que la acción ocurre a la vez en los siglos medievales de Escocia y en aquella Inglaterra de los corsarios y de las letras que ya disputaba a los españoles el imperio del mar; la verdad es que el drama que soñó Shakespeare, y que ahora soñamos, está fuera del tiempo de la historia o, mejor dicho, crea su propio tiempo. Con toda impunidad el rey puede hablar del armado rinoceronte, del que no habrá tenido nunca noticia. A diferencia de Hamlet, que es la tragedia de un pensativo en un mundo violento, el sonido y la furia de Macbeth parecen eludir el análisis. Todo es elemental en Macbeth, salvo el lenguaje, que es barroco y de una exacerbada complejidad. Semejante lenguaje está justificado por la pasión, no por la pasión técnica de Quevedo, de Mallarmé, de Lugones o del mayor de todos ellos, James Joyce, sino por la pasión de las almas. Las entretejidas metáforas y las exaltaciones y desesperaciones del héroe sugerirían a Shaw su famosa definición de Macbeth: la tragedia del hombre de letras moderno como asesino y cliente de brujas. El carnicero muerto y su demoníaca reina (repito las palabras de Malcolm, que corresponden a su odio, no a la intrincada realidad de dos seres humanos) no se han arrepentido de los crímenes que los enrojecen de sangre, pero estos los persiguen extrañamente, los enloquecen y los pierden. Shakespeare es el menos inglés de los poetas de Inglaterra. Comparado con Robert Frost (de New England), con Wordsworth, con Samuel Johnson, con Chaucer y con los desconocidos que escribieron, o cantaron, las elegías, es casi un extranjero. Inglaterra es la patria del understatement, de la reticencia bien educada; la hipérbole, el exceso y el esplendor son típicos de Shakespeare. Tampoco el indulgente Cervantes parece un español de los tribunales de fuego y de la vanagloria sonora. No puedo, ni quiero, olvidar aquí las ejemplares páginas que nos ha legado Groussac sobre el tema de Shakespeare. (Tomado de: http://borgestodoelanio.blogspot. com/2016/01/jorge-luis-borges-williamshakespeare.html) 15 Pedro Gil 16 E n su corazón ya no latía el remordimiento. Las puñaladas lo habían desangrado. ¿O fue la indolencia de los vecinos? Después de nada, ya no era una afrenta, un andrajo viviente. Lo único viviente era la demencia de mi barrio, habituado al temor, a la hermosura que se prostituye, a los débiles que se fortalecen en la violencia, su única defensa. La compasión es inútil, asunto de los que viven por las afueras. Fui con los otros a recogerlo, bañarlo y vestirlo. Tres heridas, como las de Cristo. ¿Habría sentido el mismo pánico, la misma impotencia? El uno, sabiéndose hijo de la luz. El otro, ignorándose hijo de la oscuridad. Fantomas lo mató. Desde que salió de la cárcel ofrecía un billete para que le dijera su escondite. Po- cuento brecito, alguien lo vendió, explicaba en voz baja Camacho. Inútil compasión. Se lo doy firmado, nunca sabremos quién es el pobrecito, si el muerto o el homicida. Reporteros y policías cumpliendo con su trabajo, fingiendo interés por una vida que no les interesaba para nada. Preguntando, inventando, los delegados de la Ley querían sepultarlo en la misma tumba donde dormía. Se trataba de Lázaro, el ladrón de las flores plásticas que los fieles dejaban en las puertas de los hogares de las calaveras. Él las lavaba y vendía. Era su oficio, aunque me digan que era su delito. Ya no le importaba su cambio de ladrón temible a vivir de pordiosero. Nunca tuvo sexo, no sabía lo que era un beso, esas eran sus confesiones alcohólicas, las que valen. Cada vez que lo llevábamos a un burdel, entraba y salía en segundos. No tenía erección y no era eso, era la risita de las mujeres lo que lo afligía. Como les iba contando, querían sepultarlo así nomás, sin velatorio, sin lagrimitas drogadas y borrachas. Haga un acto de caridad mi agente. Sí, yo soy profesor universitario, amigo nomás. Bien, yo firmo. Mamá dormía hacía un montón de años y de huesos. El cuartucho donde yo moría era mi estudio de día y mi nido de lunas y ojos enloquecidos en la noche. Allí improvisamos una salita de velación y un sahumerio. Después de todo, los afiches de artistas y sicarios, las colillas de los cigarrillos del insomnio, eran evidencias de mis bienes, agitadores de mis males. Camacho colocó en la camisa del cadáver un sobrecito de ‘polvo mágico’. — Para que le haga ‘magia’ en el más allá—. Camacho insensato. Los curiosos (los honrados, cómo no) luego de hartarse de sus morbosidades y sus chismes se largaron a terminar de malcriar a sus pequeños. Pronto estarían como nosotros. Posiblemente con nosotros. Los honrados: despojos de una mentira que creyeron cierta, ellos los buenos, nosotros los malos. Quedamos sus condiscípulos. ¿De qué?, ¿de la calle, del delito menor, de lo oculto? Condiscípulos de la espera sin esperanza (si no me entiende, da lo mismo en esta parte de mi vida y de esta historia). A usted le ha pasado. Momentos llegan en que dentro de nuestros ojos, mares iracundos se acumulan. Los ojos están duros, como las rocas, pero de tanto golpear bajan por las mejillas lágrimas acompañadas de ayes y lamentos. El llanto. Como el del recién nacido, traumatizado al ver lo que le espera. Así lloré por Lázaro huérfano, virgen, delator. Solo quedamos Camacho y yo. Camacho le sacó el sobrecito de ‘polvo mágico’. —Para hacer ‘magia’ en el más acá—. Camacho sensato. Los ojos somnolientos del amanecer se asustaron ante nuestros ojos enloquecidos. —Vamos a buscar a Fantomas para que nos pague. Ya cumplimos. En mi corazón empezaba a latir el remordimiento. 17 18 poesía El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió. La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que andar en mancarrón. Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires. Casi a mediodía entró el guarda con paso de «aquí van a suceder cosas», y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando. En el ferry fue tan lindo mirar el agua. ¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara. La siesta del domingo Entreabierto a las miradas, el pulcro panteón donde reposan, unos frente a otros, los miembros de una familia. El sol que cae casi a plomo, penetra sin embargo en el inmóvil grupo. Aquí, a la izquierda y por poco en el suelo, el padre. Sobre esa oscura encina, la madre. En el tercer estante, el más joven de los hijos, muerto joven. A la derecha, las muchachas, muertas de muchos años. En lo que es el piso, si se levantara de su argolla la losa, se vería reposar, en el fervor de la penumbra, con los amigos que más tarde fueron sus cuñados, los restantes hijos varones repitiendo el prolijo conjunto de arriba. Pero hay una repetición más densa en la muerte: los hermanos mayores vivieron, aún solteros, apartados de la casa por un enorme patio, hermoso como un bosque. En esas habitaciones recibían amigos, tenían una guitarra. Ahora, entre ellos mismos en severo desnivel, y debajo de los padres, de las buenas hermanas, de su hermano más joven, descansan. Se diría que allá abajo, ocultos por la pesada losa como antes por el bosque, siguen conspirando hermosuras, siguen fuertes en la cacería nocturna, ajenos a la severidad paterna, a la inocencia pacífica, al candor de los blanquísimos paños bordados. Hay una repetición en la muerte. También la casa, cuando todos ellos estaban en la tierra, permanecía abierta, y con los días festivos hasta el humo de la chimenea despachaba limpieza. Ahora que la muerte recata la puerta y la entreabre sólo, todos duermen la siesta campesina. 19 Yo muero todavía 20 Te lo digo, te lo digo, tienes que creerlo, nos estamos volviendo esta cosa increíble que es el amor, un brazo es un abrazo, las estrellas más se internan descalzando flores, tus enanos muertos que pisabas ayer tarde, el agua, las aguas aquellas que miramos con un oído atento hacia las caras, sin saberlo, sin saberlo. El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por la copa de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pandorga alta queridísima entregada con una mano, aquella palabra que llegó una tarde a pasar la vida con nosotros. Encendido por el viento, ningún manantial pisa la tierra, el amor había nomás que darlo todo, si no ¿quién habría de quedarse en casa cuando ya todos nos hayamos ido?, invierno de aquel año en que moríamos de niños, nada cesa pero el amor no cesa, ¡qué mineral, cuánta greda en un fantasma! Yo sé, tienes que creerlo, yo muero todavía, ya me animo al amor con los ojos abiertos, yo lindo todavía, alambrada mía, río de sonda que me paras en dos patas de conseja camino hacia tus bocas, dame de esas lámparas que pasan, de esas estelas que se apagan al hallarse, llévame para siempre conmigo fuera mío, no dejes que yo entre más en tantas casas sin hallarte, los mil dedos por noche de mis manos, laberinto que no extravías al que abre la boca sin su grito mudo, escucha, no escuches a las alas que no coinciden al cerrarse, nos estará, sí, ya gozando la inolvidable muerte. Caminaba el hombre Caminaba el hombre llevado por su estrella, no diferente al yuyo que al agacharse toca con la mano hombre atendido por su estrella, forma dulce de tierra por cuestas de retama de loma en loma hablado por los pájaros herido por cinco pies de tierra como las nubes errantes busca arroyos donde aliviarse, reflejarse y la vara de nardo de la luz que lo conversa brillante de tan verde la hondonada olías a lentamemente tierra, la tierra curva de Entre Ríos Arnaldo Calveyra Nació en Mansilla, Entre Ríos, en 1929, y se licenció en Letras en la Universidad de La Plata. En 1961 viajó a París con una beca del gobierno francés para escribir una tesis sobre los trovadores provenzales. Desde entonces, residía allí, dedicado a la docencia, la traducción y la literatura. Es autor de notables libros de poesía como Cartas para que las alegrías, Iguana, iguana, El hombre del Luxemburgo, Diario del fumigador de guardia y Libro de las mariposas; la novela La cama de Aurelia; el libro de relatos El origen de la luz; y el ensayo Si la Argentina fuera una novela, además de varias obras de teatro. En París trabajó con Peter Brook. Fue condecorado por el gobierno francés con la Ordre des Arts et des Lettres. Falleció el 16 de enero de 2015. llegada de su noche una lumbre siempre pronta que lo entibia el hombre, el doble de su estrella atraído por su sol ¿dónde los cinco pies de tierra que lo exaltan en la voz de la calandria? creencia dulce de senderos. (2001) Los poemas de esta página fueron tomados de Poesía reunida, 2 edición aumentada, con la autorización de Editorial Adriana Hidalgo editora S.A., Buenos Aires, 2008, 2012. 21 Miguel de Unamuno ¡P 22 Publicado por la revista Summa, Madrid, España,15 de marzo de 1916. auvre Lelian! se dijo de Verlaine, y Rubén lo recordaba. ¡Pobre Rubén!, digo yo ahora. Porque este otro niño grande era también, como aquel, bueno, entrañadamente bueno. Débil, entrañadamente débil. No podía consigo mismo. Y paseó por ambos mundos su pavor ante el misterio y su insaciable sed de reposo para ir a morir junto a su cuna, él, el hombre de todos los países cuya patria no era de este mundo. Conocí y traté a Rubén; no lo bastante. Conservo de él una docena de cartas, en algunas de las cuales se ve al hombre. Fue quien me llevó a La Nación, de Buenos Aires, en que colaboro hace años. Quiero ahora aquí, como ofrenda al hombre, comentar una de esas cartas. Con esta lengua que el demo- nio nos ha dado a los hombres de letras, dije una vez delante de un compañero de pluma que a Rubén se le veían las plumas —las de indio— debajo del sombrero y el que me lo oyó, ni corto ni perezoso, esparció la especie que llegó a oídos de Darío. Y éste, poco después, el 5 de septiembre de 1907, me escribía desde París: «Mi querido amigo: ante todo para una alusión. Es con una pluma que me quito debajo del sombrero con la que le escribo. Y lo primero que hago es quejarme de no haber recibido su último libro. Podrá haber diferencias mentales entre usted y yo, pero…». No copio lo que sigue, pues no quiero aparecer haciéndome el propio artículo ante la muerte, aún fresca y palpitante de pena, del óptimo poeta y hombre mejor. Seguía luego la carta así: «mas centenario yo quisiera también de su parte alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura». Tampoco debo copiar lo que sigue, y que a mí se refiere, hasta que dice: «Y en cuanto a lo que a mí respecta, una consagración de vida como la mía merece alguna estimación». ¿Alguna estimación? ¿Nada más que alguna estimación? ¡Noble Rubén! ¡Con qué dignidad, con qué nobleza se quejaba de una conducta que, en verdad, no debí haber para con él seguido! La carta acababa así: «La independencia y la seriedad de su modo de ser le anuncian para la justicia. Sobrio y aislado en su felicidad familiar, debe comprender a los que no tienen tales ventajas. Usted es un espíritu director. Sus preocupaciones sobre los asuntos eternos y definitivos le obligan a la justicia y a la bondad. Sea, pues, justo y bueno. Ex toto corde, Rubén Darío. Han pasado más de ocho años de esto; muchas veces esas palabras de noble y triste reproche del pobre Rubén me han sonado dentro del alma, y ahora parece que las oigo salir de su enterramiento, aún mollar. ¿Fui con él justo y bueno? No me atrevo a decir que sí. Quería alguna palabra de benevolencia para sus esfuerzos de cultura de parte de aquellos con quienes se creía, por encima de diferencias mentales, hermanado en una obra común. Era justo y noble su deseo. Y yo, arando sólo mi campo, desdeñoso en el que creía mi espléndido aislamiento, meditando nuevos desdenes, seguí callándome ante su obra. ¿Fue esto justo y bueno? No me atrevo a decir que sí. Él, por su parte, no se calló ante la mía. Ante mi obra poética, quiero decir. Cuando publiqué mi primer volumen de poesías, lo mejor, sin duda, lo más cordial que sobre ellas se dijo, fue lo que dijo Rubén en un artículo de La Nación bonaerense. No lo olvidaré nunca. Y las cartas que después me escribió fueron nobles, sinceras y dignas. Y es que aquel óptimo poeta era un hombre mejor. Le acongojaban las eternas e íntimas inquietudes del espíritu, y ellas le inspiraron sus más profundos, sus más íntimos, sus mejores poemas. No esas guitarradas que se suele citar cuando de su poesía se habla, eso de «la princesa está triste; ¿qué tendrá la princesa?» o lo del «ala aleve del leve abanico», que no pasan de leves cosquilleos a una frívola sensualidad acústica; versos de salón sin intensidad ninguna. Porque el pobre Darío tuvo la triste suerte de todos los que de verdad remueven y ahondan y renuevan, y es que de lo suyo adquiera más pronta y extensa boga lo menos suyo y lo más flojo. Si me hubiera dejado guiar por lo que de él me recitaban los que decían admirarle más, no le habría leído nunca. ¡Fortuna grande que le conocí y descubrí al hombre, y éste me llevó al poeta! Al indio —lo digo sin asomo de ironía; más bien con pleno acento de reverencia—, al indio que temblaba con todo su ser, como el follaje de un árbol azotado por el cierzo ante el misterio. Pues para él era el mundo en que erró, peregrino de una felicidad imposible, un mundo misterioso. «Sea, pues, justo y bueno». Esto me decía Rubén cuando yo me embozaba arrogante en la capa de desdén de mi silencioso aislamiento, de mi aislado silencio. Y esas palabras me llegan desde su tumba reciente ahora que veo llegar la otra soledad, la de la cosecha. ¡No, no fui justo ni bueno con Rubén; no lo fui! No lo he sido acaso con otros. Y él, Rubén, era justo y era bueno. Era justo; capaz, muy capaz de comprender y de gustar las obras que más se apartaban del sentido y el tono de las suyas; capaz, muy ca- ¡Pobre Rubén! ¿Te llegarán tarde estas líneas de tu amigo que no quiere ser injusto ni malo? Nunca llegan tarde las palabras buenas. Dicen que la hora de la muerte es la de las alabanzas. Pero si éstas son sinceras y son justas, hasta vale la pena morirse, porque ante Dios y los hombres resuenen las alabanzas sinceras y justas. ¿Por qué en vida tuya, amigo, me callé tanto? 23 24 paz de apreciar los esfuerzos en pro de la cultura que iban por caminos, los al parecer más opuestos a los suyos. Tenía una amplia universalidad, una profunda liberalidad de criterio. Era benévolo por grandeza de alma, como lo fue antaño Cervantes. ¿Sabía que él se afirmaba más afirmando a los otros? No, ni esta astucia de fino egoísmo había en su benevolencia. Era justo, esto es, comprensivo y tolerante, porque era bueno. Aquel hombre, de cuyos vicios tanto se habló y tanto más se fantaseó, era bueno, fundamentalmente bueno, entrañadamente bueno. Y era humilde, cordialmente humilde. Con la grande humildad que, a las veces, se disfraza de soberbia. Se conocía, y ante Dios —¡y hay que saber lo que era Dios para aquella suprema flor espiritual de la indianidad— hundía su corazón en el polvo de la tierra, en el polvo pisado por los pecadores. Se decía algunas veces pagano, pero yo os digo que no lo era. No descansó nunca aquel su pobre corazón sediento de amor. No de amar, sino de que se le amase. «Alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura». Aún me resuena esta queja y reproche y demanda. ¡Que no era pedirme una limosna, no, no!, sino era pedirme una justicia. «Sea, pues, justo y bueno». Nadie como él nos tocó en ciertas fibras; nadie como él sutilizó nuestra comprensión poética. Su canto fue como el de la alondra; nos obligó a mirar a un cielo más ancho, por encima de las tapias del jardín patrio en que cantaban, en la enramada, los ruiseñores indígenas. Su canto nos fue un nuevo horizonte, pero no un horizonte para la vista, sino para el oído. Fue como si oyésemos voces misteriosas que venían de más allá de donde a nuestros ojos se juntan el cielo con la tierra, de lo perdido tras la última lontananza. Y yo, oyendo aquel canto, me callé. Y me callé porque tenía que cantar, es decir, que gritar acaso, mis propias congojas, y gritarlas como bajo tierra, en soterraño. Y para mejor ensayarme me soterré donde no oyera a los demás. ¡Pobre Rubén! ¿Te llegarán tarde estas líneas de tu amigo que no quiere ser injusto ni malo? Nunca llegan tarde las palabras buenas. Dicen que la hora de la muerte es la de las alabanzas. Pero si éstas son sinceras y son justas, hasta vale la pena morirse, porque ante Dios y los hombres resuenen las alabanzas sinceras y justas. ¿Por qué en vida tuya, amigo, me callé tanto? ¡Qué sé yo…! ¡qué sé yo…! Es decir, no quiero saberlo. No quiero penetrar en ciertos tristes rincones de nuestro espíritu. Pero tú, pobre Rubén, me estás diciendo desde tu reciente tumba: «Sea justo con los otros, con todos; sea bueno con los otros, con todos». Pero… De tal modo se tapa uno los oídos para no oír a los demás y que no le distraigan de sí mismo y le Miguel de Unamuno dejen así oír mejor la voz de sus entrañas, que acaba por no oírse ni a sí mismo. Y no comprende uno que esa voz que cree de sus entrañas es la voz de los otros, de aquellos a quienes no quiere oír, que por sus entrañas le llega. Sí, buen Rubén, óptimo poeta y mejor hombre: éste tu huraño y hermético amigo, que debe ser justo y debe ser bueno contigo y con los demás, te debía palabras no de benevolencia, de admiración y de fervorosa alabanza, por tus esfuerzos de cultura. Y si Dios me da salud, tiempo y ánimo, he de decir de tu obra lo que —más vale no pensar en por qué— no dije cuando podías oírlo. ¿Lo oirás ahora? Quisiera creer que sí. Hay que ser justo y bueno, Rubén. Sí, buen Rubén, óptimo poeta y mejor hombre: éste tu huraño y hermético amigo, que debe ser justo y debe ser bueno contigo y con los demás, te debía palabras no de benevolencia, de admiración y de fervorosa alabanza, por tus esfuerzos de cultura. Y si Dios me da salud, tiempo y ánimo, he de decir de tu obra lo que —más vale no pensar en por qué— no dije cuando podías oírlo. ¿Lo oirás ahora? Quisiera creer que sí. Hay que ser justo y bueno, Rubén. 25 Lo fatal Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!... Rimas XIV La calumnia El ave azul del sueño sobre mi frente pasa: tengo en mi corazón la primavera y en mi cerebro el alba. Amo la luz, el pico de la tórtola, la rosa y la campánula, el labio de la virgen y el cuello de la garza. !Oh, Dios mío, Dios mío!... Sé que me ama... Puede una gota de lodo sobre un diamante caer; puede también de este modo su fulgor oscurecer; pero aunque el diamante todo se encuentre de fango lleno, el valor que lo hace bueno no perderá ni un instante, y ha de ser siempre diamante por más que lo manche el cieno. Cae sobre mi espíritu la noche negra y trágica; busco el seno profundo de sus sombras para verter mis lágrimas. Sé que en el cráneo puede haber tormentas, abismos en el alma y arrugas misteriosas sobre las frentes pálidas. ¡Oh, Dios mío, Dios mío!... Sé que me engaña... 26 La canción de la noche en el mar ¿Qué barco viene allá? ¿Es un farol o una estrella? ¿Qué barco viene allá? Es una linterna tan bella ¡y no se sabe adónde va! ¡Es Venus, es Venus la bella! ¿Es un alma o es una estrella? ¿Qué barco viene allá? Es una linterna tan bella... ¡y no se sabe adónde va! ¡Es Venus, es Venus, es Ella! Es un fanal y es una estrella que nos indica el más allá, y que el Amor sublime sella, y es tan misteriosa y tan bella, que ni en la noche deja la huella ¡y no se sabe adónde va! Rimas XII ¿Que no hay alma? ¡Insensatos! Yo la he visto: es de luz... (Se asoma a tus pupilas cuando me miras tú). ¿Que no hay cielo? ¡Mentira! ¿Queréis verle? Aquí está. (Muestra, niña gentil, ese rostro sin par, y que de oro lo bañe el sol primaveral.) ¿Que no hay Dios? ¡Qué blasfemia! Yo he contemplado a Dios... (En aquel casto y puro primer beso de amor, cuando de nuestras almas las nupcias consagró). ¿Que no hay infierno? Sí, hay... (Cállate, corazón, que esto bien por desgracia, lo sabemos tú y yo). Poemas de Rubén Darío. 27 María Auxiliadora Balladares M 28 e encontraba ante la disyuntiva de robar o no robar, cuando decidí salir al deli a comprar jamón serrano. Suena difícil de entender: ¿por qué jamón serrano en esas circunstancias? Lo lógico hubiera sido decidir cuanto antes si cometía el delito o no. Quizás si hubiera necesitado una pastilla para el dolor de cabeza o para la tensión, o quizás una botella de agua, o por último el periódico para leer el horóscopo, todo hubiera hecho más sentido… pero no. Nada se puede prever, porque sufro de un patológico miedo a la determinación. —¿En qué le ayudo? —preguntó el dependiente. —Por favor, deme ciento cincuenta gramos de jamón serrano. La pulcritud del dependiente llamó especialmente mi atención. Utilizaba unos guantes blancos, de esos de sala de operaciones, y sometía al jamón serrano a la desintegración en delgadísimas lonjas. Las iba ubicando en perfecto orden sobre el plástico transparente. La precisión, pero sobre todo el ritmo con el que hacía su trabajo, que sin llegar a ser lento exasperaba un poco, le daba cierto aire de solemnidad. Trabajar en un deli, en ese momento, era una acción elevada. Se podía ver cómo, con un delicado movimiento de labios, el hombre iba contando las lonjas: «treees, cuaaatro, ciiinco». No sé en qué número paró; el cuidado con el que hacía su tarea volvió elástico el tiempo. Sobre el alimento puso otro plástico transparente. Yo sentía que estaba presenciando un rito algo parecido a vestir el cadáver de un ser amado antes de confinarlo al ataúd. Llevó cuento el paquete hasta la balanza y lo colocó con cuidado casi maternal sobre la bandeja. Levantó la mirada hacia el visor donde aparece el peso. Al ver que éste marcaba ‘0,150 kg’, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro. Su alegría era tan simple, que me gusta pensar en ella. Había unas siete personas atrás de mí en la fila. —¿Necesita algo más? —preguntó con amabilidad el dependiente. —No, muchas gracias —respondí todavía sorprendida. Me entregó el paquete de jamón serrano. Al voltearme y ver con los ojos bien abiertos a las personas de la fila, pensé por un momento preguntarles si es que habían presenciado el fenómeno, si se habían sorprendido como yo ante la voluntad de ese dependiente y la exactitud con la que sus acciones se ejecutaban en el tiempo. Finalmente no lo hice; fui cerrando los ojos hasta dejarlos apenas abiertos. Avancé hacia la puerta lentamente; por momentos, levantaba la mirada y mis ojos se cruzaban con los de algún otro cliente. Tuve la sospecha, antes de cruzar el umbral de la puerta, que ninguno de ellos iba a tener la misma suerte que yo. Tuve la sensación de que el dependiente no sería tan feliz con ninguno de ellos como conmigo. Creo que se lo dije, casi susurrando, al último de la fila. Salí del deli. Llevaba el paquete en la mano. Cuando me cruzaba con un perro, estiraba mi brazo en el aire. Algunos no se inmutaban; a otros, les llamaba la atención la brusquedad de mi movimiento. Ninguno se fijó realmente en el paquete. Me senté en la parada del bus. Se me pasó uno. Debía esperar unos minutos más hasta que pasara otro de la misma ruta. Fue entonces que recordé por qué había salido a comprar jamón serrano. Quería tomarme algo de tiempo para poder decidir, o quizás para no pensar en lo que debía pensar. La distancia entre el momento en que surge la necesidad de tomar la decisión y la propia toma de decisión resulta fundamental para mentes como la mía, incapaces de fijar su atención en un pensamiento durante demasiados minutos seguidos. Al rato, llegó el bus. Me subí sosteniendo el paquete con la mano izquierda y agarrándome con la derecha de todos los tubos que tenía a mi alcance para no caer. Nunca me han gustado los buses, pero creo que he terminado por acostumbrarme a ellos. Hubiera podido tomar un taxi de no haber comprado el jamón, pero, desde temprano en la mañana, tuve ganas. No me gusta caminar, prefiero ser pasajera. Me fijé en las otras personas que iban en el bus. Como yo, su estancia en ese carro se definía en la cualidad La distancia entre el momento en que surge la necesidad de tomar la decisión y la propia toma de decisión resulta fundamental para mentes como la mía, incapaces de fijar su atención en un pensamiento durante demasiados minutos seguidos. 29 Tendría que llevar conmigo un estilete para poder cortar la tela sin tener que desbaratar el marco, la doblaría con cuidado y la metería en mi bolso. Me quedaría un rato más en el velorio y me iría enseguida, apenada, de verdad apenada por la muerte de Juan. 30 de ser fugaz. Las agarraderas llenas de sudores adornaban el bus y le daban el aspecto de un particular sistema de tuberías, con la diferencia de que las aguas, en lugar de recorrerlas por dentro, las recorrían por fuera. Uno de los pasajeros se levantó. —Señorita, por favor, tome mi asiento —dijo en un tono tan amable como el del dependiente del deli. —Muchas gracias, señor —le respondí sentándome. «Caballeros hay muchos, lo que no hay es asientos», pensé y, en lugar de sonreír, levanté una ceja. Eso lo había oído antes en algún cacho, o lo había escuchado de algún chistoso en algún bus del pasado. No importaba. Pensé que debía estar atenta a mi parada. Andaba tan dispersa después del episodio con el dependiente del deli, que era probable que se me pasara. Un par de cuadras antes de llegar, me paré. Pedí permiso. Igual fui golpeando la cabeza de alguno con mi bolso. Pensé: «para qué no se quita», pero no dije nada. Total, un golpe más, un poco menos de caspa. Al bajarme del bus y caminar unos pocos metros, me di cuenta de que no llevaba conmigo el jamón serrano. Lo había botado, sin querer y con toda seguridad, en el bus. Ay, qué dolor. Me volteé para ver si alcanzaba a pedirle al busero que se detuviera, pero no, era imposi- ble. Había arrancado incluso antes de que yo posara mis dos pies en el suelo. Caminé otros pocos metros más, hasta la puerta de mi casa. Al abrir mi bolso para sacar las llaves, encontré el paquete de jamón serrano a buen resguardo. Había olvidado totalmente —como todas las cosas que hago en automático— que cuando me cedieron el puesto y me senté, guardé el paquete previendo mi futuro e inevitable descuido, como Ulises cuando ordenó que lo ataran al mástil para poder oír el canto de las sirenas sin lanzarse al mar. Ojalá fuera igual de precavida siempre. Sentí alivio, entré a la casa y volví a pensar en la simpleza del dependiente. Me tomó un tiempo regresar al lugar de la disyuntiva a propósito de la decisión que debía tomar. Mi amigo Juan (en realidad Juan era mi amigo, pero era, sobre todo, amigo de mis amigos. No nos unía la cercanía, quizá la risa en algunas reuniones, quizá la misma punta de un billete enrollado introducida por turnos en nuestras fosas nasales, quizá un polvo en medio de una borrachera, quizá las calles de Quito caminadas junto a algún conocido en común que llegara de visita a la ciudad) había muerto esa misma mañana. Magdalena me llamó temprano, a eso de las 7, y me lo contó. Yo sabía que estaba muy enfermo y sabía que moriría en cualquier momento. Juan, esto lo sabíamos todos los que alguna vez estuvimos en su departamento, era rico. No sé cuánto dinero tenía en el banco, pero en todo caso, en su casa se podía encontrar una de las más importantes pinacotecas privadas de la ciudad. La mayor parte de los cuadros la había heredado del abuelo materno, un judío alemán que había llegado al país, no huyendo de la segunda guerra, sino unos pocos años antes de que Hitler subiera al poder. Juan por su cuenta había ido aumentando la colección con obras de maestros latinoamericanos como Ortega Caicedo, Sempértegui, Dávalos y Sarmiento-Casares. Una fortuna en óleos. Estaba tratando de recrear el orden en el que Juan había colgado algunos de sus cuadros en la sala de su departamento y no lograba ni siquiera recordar cuál era el cuadro que se podía ver desde el umbral de la puerta. Lo cierto es que, en ese momento, decidí servirme jamón serrano con un trozo de pan 31 Sólo por estar segura, comprobé que la alarma de los cuartos no estuviera activada. Parecía necia mi precaución, considerando que hubiera sido muy inconveniente que en pleno velorio sonara una sirena. 32 de agua. Comí despacio, como sin hambre, pero me terminé todo el pan. Dejé algo de jamón para la noche, porque sabía que me daría ganas. Después de comer, tomé la decisión. Entraría a la casa de Juan a robar. Era definitivo, tanto que ya me sentía ladrona. El velorio se estaba realizando en el mismo departamento, como él había dispuesto antes de morir. Yo iría, como todos los amigos de Juan. Lo único que necesitaba era la convicción de que el tiempo estaba diseñado para que cada segundo que pasara ocupara exactamente el mismo espacio dejado por el segundo anterior. De tener esa seguridad, todo saldría a pedir de boca. Debía medir los movimientos de la gente, de los deudos, de los amigos con exactitud. Pensé que a Juan no le importaría que me robara uno de sus cuadros o todos. Después de muerto, pensé, no le importaría nada. Me puse el único vestido negro que tenía en el clóset. Llamé a mi sobrino antes de salir, como para sentirme persona. Después de todo, necesitaba cometer el delito para pagar algunas deudas contraídas por ser persona. Mis gastos habían superado con creces a mis ingresos, es decir, me había pasado lo que le pasa a la mayoría de la gente en este mundo. Y no que me dé la buena vida: no tengo casa propia, no tengo ropa elegante ni joyas, tampoco viajo demasiado. Mis posesiones tienen la cualidad de ser pasajeras. Lo cierto es que dormía muy mal por las noches pensando en cómo resolver mis problemas financieros. Tendría que llevar conmigo un estilete para poder cortar la tela sin tener que desbaratar el marco, la doblaría con cuidado y la metería en mi bolso. Me quedaría un rato más en el velorio y me iría enseguida, apenada, de verdad apenada por la muerte de Juan. Cuando llegué al depar, me sorprendió ver que no había demasiada gente. Saludé con todos y me quedé conversando un rato con Magda. —Se había deteriorado tanto estas últimas semanas. —Sí, lo sé. Yo lo llamé la semana pasada y apenas pudo hablarme. —¿Sabes de qué murió? —De problemas respiratorios, ¿no? Sólo por estar segura, comprobé que la alarma de los cuartos no estuviera activada. Parecía necia mi precaución, considerando que hubiera sido muy inconveniente que en pleno velorio sonara una sirena. Después de estar con Magda, de abrazarnos y tomarnos de las manos; incluso de llorar un poco, le dije que iba al baño. Como lo había planeado, entré a la habitación de Juan. Ahí había un Sempértegui del 78. Había sido el elegido por una sencilla razón. Era el único cuadro de la colección que yo recordaba. Desde la mañana, cuando me encontraba en la disyuntiva, no había podido dejar de pensar en él. Yo sabía que había muchos y muy valiosos, pero éste era el único que no había olvidado al momento de trazar el plan. Un día, hacía ya muchos, borracha en la habitación de Juan, sobre su cama y en una posición que me permitía ver la pared del frente, le comenté que me encantaba ese cuadro porque me encantaba el jamón serrano. El cuadro, por supuesto, muestra una portentosa pierna de cerdo colgada de una viga que, a su vez, no se sostiene en nada. No fue fácil cortar la tela con el estilete. Me di cuenta que me tomaría más tiempo del que había previsto, así que descolgué el cuadro de la pared y me metí con él al baño de Juan. El baño del muerto. Sentí que invadía la privacidad de un cadáver porque ese es el lugar de las secreciones, de lo interior convertido en exterior sin usar el cuchillo. Las baldosas, las llaves de agua me hacían pensar en su cuerpo con una morbosidad exacerbada. Procuré no distraerme demasiado y con mucho cuidado fui cortando el Sempértegui 78. Colgué el marco de vuelta en la pared y salí de la habitación. En silencio. En el bus de regreso, saqué la tela de mi bolso. La observé unos segundos. Sentí vergüenza, la misma que había sentido en el baño. No volvería a guardar la pintura porque se podía malograr. La llevaría en la mano con cuidado para que nadie viera su contenido. Después de todo, no era muy grande. Mis caderas la taparían perfectamente. Para distraer la vergüenza, decidí pensar en Juan. En su cuerpo, pero de otro modo, en su cuerpo delicado pero hermoso. Era alto y rubio, me dijo una vez que como su abuelo alemán. Había una cierta transparencia en él, una transparencia que superaba la de la blancura de su piel. Juan era un hombre bueno, ante todo. Al llegar a casa, ya de noche, me serví el resto del jamón. Mientras lo engullía, pensaba que había hecho bien mi trabajo, que nadie se había dado cuenta de que entré y salí del cuarto. Todo fue exacto. Tuve suerte, por supuesto; no sólo dependió de mí. Como con el dependiente del deli. Tuvimos suerte de que las formas nos favorecieran (en el caso de él, la de la pierna; en mi caso, la muerte, el velorio de Juan). Después de comer, pensé en mirar detenidamente mi nuevo cuadro. Todavía no había decidido qué hacer con él. Fui al sofá de la sala a buscarlo y no lo encontré. Fui a mi cuarto y no lo encontré. En el estudio, tampoco. Sobre el mesón de la cocina, unas pocas frutas a punto de pudrirse. En el comedor, sólo el plato vacío de jamón serrano. Hice memoria. La última vez que recordaba haberlo tenido en mis manos fue en el bus, antes de abrir mi cartera para sacar las monedas y pagar el pasaje. Lo había olvidado en el asiento. No me cabía la menor duda al respecto. María Auxiliadora Balladares (Guayaquil, 1980) Investigadora y profesora de Literatura. Trabaja la obra poética de escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. Estudia los conceptos de materialidad, corporalidad y lo ‘común’ en la filosofía y la literatura contemporáneas. Ha publicado un libro de cuentos: Las vergüenzas (Quito, 2013) y un ensayo, Todos creados en un abrir y cerrar de ojos. El claroscuro en la obra poética de Blanca Varela (Quito, 2015). Tiene un poemario inédito: Animal, y actualmente trabaja en un nuevo poemario al que tentativamente ha titulado Guayaquil. Mantiene el blog www.ladiestraylasiniestra.blogspot.com. 33 Yuliana Marcillo 34 Yuliana Marcillo homenaje E n el imaginario de Eduardo Chirinos habitan ángeles gordos y rosados, dragones danzan por los pasillos de su casa, mientras él yace junto al piano. No está impaciente, no tiene prisa. Los astros que cuelgan del telón de seda han logrado llamar su atención. Él solo contempla. Led Zeppelin retumba en las paredes. Sobre el piano los enanitos danzan. Van las flores como en desfile, gardenias, jazmines, margaritas, además el vestido de bodas; todos han sido invitados al carnaval de Eduardo Chirinos. Hay luna llena y lluvia en las calles de Varsovia, y otra vez las flores, flores amarillas sobre las caras de los muertos. Las palomas caminan hacia la plaza. Manos alrededor del cielo. Está el retrato de un padre mientras la nieve cae, están los cisnes, las ranas, los valses, los monos, gallos, elefantes. Pulpos, calamares y gallinas. Todos secundando sus pasos. Suena el teléfono pero nadie responde. Se ocultan en el horno, en el ropero, debajo de la cama, juegan a estar ausentes, el piano fúnebre da la entrada, la fiesta ha comenzado1. Chirinos (Lima, Perú, 1960) falleció en Missoula, Estados Unidos, el 17 de febrero de este año. El escritor murió a los 55 años, víctima del cáncer. Durante la enfermedad, el poeta plasmó sus estragos en libros como Anuario mínimo 1960-2010 (2012), 35 lecciones de biología (y tres crónicas didácticas) (2013), Fragmentos para incendiar la quimera (2014), Medicinas para quebrantamientos del halcón (2014) y Siete días para la eternidad (2015). Chirinos no solo continuó escribiendo poesía y ensayo hasta el final, sino que siguió 1 Se han utilizado versos del libro Breve historia de la música, en especial del poema Le Carvaval des animaux, de Eduardo Chirinos, para la composición de los dos primeros párrafos. impartiendo clases de modernismo, vanguardia y poesía contemporánea española y latinoamericana, en la Universidad de Montana, e incluso, puliendo sus investigaciones como Rosa polipétala. Artefactos modernos en la poesía española de vanguardia (1918-1931). Música a todo volumen Chirinos tenía dificultades en un oído para escuchar, por eso cuando escribía, lo hacía con la música a todo volumen; era muy metódico a la hora de trabajar y no se fijaba horarios. «Eso sí, prefería trabajar en las mañanas. Le gustaba escribir con música alta, escuchaba a The Beatles, Rolling Stones, Led Zeppelin, entre otros. Yo en cambio trabajo en silencio, por eso enseñábamos en la universidad en días diferentes, para que él se quedara en casa y pudiera trabajar a gusto. Lo más impresionante de Eduardo es que tenía textos enteros (académicos o de creación) en la cabeza, que los iba corrigiendo mientras salíamos a caminar o íbamos de compras o mientras fregaba los platos. En cuanto encontraba veinte minutos libres, se sentaba en el ordenador y hacía todos los cambios», dijo su esposa Jannine Montauban, filóloga experta en el Siglo de Oro, en una entrevista para el periódico digital GranadaHoy. Chirinos nunca se excedía ni con el vino y ni con la comida. Le gustaba pasear, charlar y asistir al cine. Leía libros de zoología, ciencia, geografía y religión: «Eso de los poetas que solo leen poesía es una fantasía. Alguien que escribe poesía debe estar empapado de todo», señaló el escritor a un periodista. Su pasión por la lectura comenzó cuando era muy pequeño, a pesar de haber sido criado en un hogar «Su esposa dijo que Eduardo era difícil de describir, pero que siempre fue cariñoso y amable con la gente simpática (no toleraba a la gente aburrida o muy llena de sí misma). Tenía un gran sentido del humor y una gran pasión por la enseñanza». 35 «Eso de los poetas que solo leen poesía es una fantasía. Alguien que escribe poesía debe estar empapado de todo», 36 donde no «había nada parecido a una biblioteca». El peruano fue uno de los poetas latinoamericanos más celebrados de la Generación del 80, con dieciocho sólidos poemarios —varios de ellos agotados— y el de mayor reconocimiento internacional. Sus tres primeros poemarios, Cuadernos de Horacio Morell (1981), Crónicas de un ocioso (1983) y Archivo de huellas digitales (1985), ganaron los premios más prestigiosos que entonces existían. En 2001, el poemario Breve historia de la música mereció el premio Casa de América de poesía americana innovadora, y Mientras el lobo está obtuvo el galardón de Poesía Generación del 27 en Málaga, en 2009. Una conexión con los animales La relación que ha existido entre los animales y la música ha sido parte de toda su obra. Un ejemplo limpio, sonoro y nostálgico es el libro Breve historia de la música, aunque no es el único: «Los animales han ejercido sobre mí una fascinación que ha sabido mantenerse a lo largo de los años. Es natural, entonces, que transiten con toda libertad a lo largo de mis libros. ¿Por qué esa fascinación? No sabría explicarlo con certeza, pero puedo decir que todos ellos —desde los más imponentes hasta los más humildes— se me han ofrecido como un misterio, como una interpelación que todavía no logro comprender», dijo Chirinos en una entrevista. Breve historia de la música es un libro de título ‘engañoso’, como indica el propio autor en el prólogo, «pues no se trata en rigor de contar una historia de la música, ni mucho menos de reproducirla mediante palabras». Esta obra recorre obras musicales que van desde músicos como Erasmus Widmann, Jean Sibelius, Erik Satie, para finalizar con John Cage. «Los poemas nunca empiezan con palabras, sino con una música que reclama palabras», declaró Chirinos. Las piezas musicales que dan origen a los poemas no son per se el sonido de la obra, sino «un entramado de historias que la música nos cuenta a aquellos que siempre la queremos escuchar», según el escritor. El poeta peruano estuvo en Ecuador en el 2015, en el lanzamiento de su libro La música y el cuerpo, 50 poemas de Eduardo Chirinos (Ediciones de la Línea Imaginaria). Sus amigos dicen que lo vieron más delgado y calvo. Y es que su lucha contra el cáncer duró seis años, enfermedad que lo llevó a escribir versos como: «Dicen que el río es la vida y el mar la muerte. He aquí mi elegía: un río es un río y la muerte un asunto que no nos debe importar». El peruano fue uno de los poetas latinoamericanos más celebrados de la Generación del 80, con dieciocho sólidos poemarios, y el de mayor reconocimiento internacional. 37 Raritan blues Para Margarita Sánchez Aquí no hay bulla ni miseria, sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas correteando vivaces o escarbando una nuez. A lo lejos un puente una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares y nubes balando ante un perro pastor y amarillo. ¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan? Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas disputan su presa con los perros y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol. Ni bulla ni miseria. El río fluye educado como en una tarjeta postal y nos habla igual que hace siglos, congelándose y descongelándose, viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles, plantas refinadoras de petróleo. Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos, de los enormes gansos salvajes. Han venido desde Ontario hasta New Brunswick, con las primeras nieves volarán al sur. Dicen que el río es la vida y el mar la muerte. He aquí mi elegía: un río es un río y la muerte un asunto que no nos debe importar. 38 Un perro mojado de rocío El día entra en la casa como un perro mojado de rocío Jorge Teillier Si todo fuera silvestre y las aves gorjearan sin molestar y la vecina no arrojara sus puchos al jardín. Y si la noche fuera un fulgor ebrio donde escucho el silencio de Dios. Si desatara la lengua de Dios y pudiera pronunciar esa palabra que tiembla cuando te veo aparecer tal vez no vuelvas. Y vendrían otras noches como un perro mojado de rocío a desbaratarlo todo. Fragmentos de una alabanza inconclusa Debe haber un poema que hable de ti, un poema que habite algún espacio donde pueda hablarte sin cerrar los ojos, sin llegar necesariamente a la tristeza. Debe haber un poema que hable de ti y de mí. Un poema intenso, como el mar, azul y reposado en las mañanas, oscuro y erizado por las noches, irrespetuoso en el orden de las cosas, como el mar que cobija a los peces y cobija también a las estrellas. Deseo para ti el sencillo equilibrio del mar, su profundidad y su silencio, su inmensidad y su belleza. Para ti un poema transparente, sin palabras difíciles que no puedas entender, un poema silencioso que recuerdes sin esfuerzo y sea tierno y frágil como la flor que no me atreví a enredar alguna vez en tu cabello. Pero qué difícil es la flor, si apenas la separamos del tallo dura apenas unas horas, qué difícil es el mar, si apenas le tocamos se marcha lentamente y vuelve al rato con inesperada furia. No, no quiero eso para ti. Quiero un poema que golpee tu almohada en horas de la noche, un poema donde pueda hallarte dormida, sin memoria, sin pasado posible que te altere. Desde que te conozco voy en busca de ese poema, ya es de noche. Los relojes se detienen cansados en su marcha, la música se suspende en un hilo donde cuelga tristemente tu recuerdo. Ahora pienso en ti y pienso que después de todo conocerte no ha sido tan difícil como escribir este poema. 39 Metrópoli Liset Lantigua E 40 steban y yo sabíamos que la diminutez de nuestro pueblo acabaría por volver loca a la gente, y por cerrar sus calles, una a una, con cercas de alambre de púa como los manicomios o las cárceles. Cárceles, no. Es bastante la cárcel que se tiene en un pueblo que existe a un solo lado de la carretera, y en el que el mediodía se posa como una mariposa obesa a cualquier hora. Esto es más que una cárcel, porque la gente no sale de aquí, no sale de sí misma, no va a ningún lugar a menos que uno logre meterse en sus sueños de avenidas inmensas, con ciudades que se ahogan en el mar y todo, como Metrópoli. Este es un pueblo chico y la gente se está volviendo loca en el ir y venir de la mañana a la noche. Ni brujas, ni duendes, ni aparecidos... Ni siquiera ocurren las revoluciones de otros tiempos, o las guerras que se llevaban al primo, al hermano, al sobrino y al padre a morir (al hijo no, eso una madre no lo soporta). Y aquellas eran guerras absurdas, guerras en las que no había un solo gesto de gratitud, porque nadie se perdonaba la vida. ¿Por qué? Por nada. Entonces, vale la pena este tiempo, este presente pacífico, de libertad, aunque se trate de una aparente libertad, porque los trenes no llegan ni dejan atrás la estación del barrio Prendes con su herrumbrosa indiferencia. Eso ya no ocurre. Ocurría… Una vez vi a una mujer embarazada arrodillarse y suplicarle a la virgen con gritos y lágrimas que el relato ni trenes ni meteoritos ni mar. Una historia de apagones sucesivos, de seis a seis, único momento en el que es indispensable la luz, que los ventiladores muevan el aire encerrado entre el fibrocemento y el prefabricado, el aire escaso, repleto de expresiones monosilábicas porque a las 08:00 de la noche la gente ya ha agotado los discursos y empieza a rezongar. Una interjección aquí, un suspiro allá, una mala palabra que rebota en la frente del otro… Ahora es diferente. Se ve que las cosas han mejorado, se va menos la luz. Se va…, sí, porque la luz aquí desarrolló una voluntad. Tomó cuerpo. O eso decidimos para dejar de culpar a Dios, al sistema y todo… Cuando la dama se hartaba de esta quietud, «se iba», y era mejor conformarse, hacer cualquier cosa en su ausencia. Por eso aquella noche de apagón y luna Esteban y yo decidimos salir. «Da igual…, a caminar un poco». *** tren parara, que se detuviera, que iba al pueblo próximo, que sí tenía hospital, a dar a luz. Y el tren paró. ¡Todo lo que había que hacer para que el tren parara! Por fin ya no tenemos ese problema, ni el problema de la pastelería, porque la cerraron. Las gordas Borroto regalaban merengue por la puerta de atrás, y la gente dejó de almorzar. Preferían embadurnarse de merengue; llenarse los ojos, la boca y la risa de merengue. Y el pueblo se puso flaco y diabético hasta que cerraron la pastelería porque quién necesita merengue o pasteles en estos tiempos..., como decía Diego con ese modo tan suyo de estar en contra. Esteban y yo teníamos 15 años. Éramos los gemelos, «los hermanitos gemelos». Vivíamos cerca de la gasolinera. Solo que el pueblo se quedó sin autos, por tanto… la gasolinera… Sí, ya sé que no ocurren milagros aquí. Lo sé. Pero Esteban y yo también sabíamos que no era posible una historia de más de veinte años sin guerra ni eclipses Fuimos en busca del río de los chinos. El famoso río de Los Chinos, porque hay que ser famoso para seguir existiendo, sin agua, habiendo sido un río. «Que se secó», nos dijo Diego, el fotógrafo, y añadió: «¿Qué esperan encontrar?, ¿una zanja con agua podrida, para que se entierren y se los coman los bichos?». Pero nos dio la linterna. «Se llama Elvira», también dijo, para que se la devolviéramos. Esteban no entendió el chiste. Bueno. Estaba obsesionado con encontrar el cauce, con armar una historia que pusiera ‘algo’ en la falta de luz y de convulsión urbana de nuestro pueblo. Porque que el pueblo fuera llamado pueblo era apenas un síntoma de nuestra humildad, no de sus verdaderas proporciones. Sin el decoro y sin la dignidad que padecíamos, lo que llamábamos ‘pueblo’ hubiera podido llamarse ‘sitio’, ‘lugar’, 41 ‘cualquiercosa’… Nosotros lo sabíamos. Y como en el aburrimiento la insensatez engorda, Esteban y yo nos armamos de un plan bastante tonto para nuestra edad, bastante a lo aventura de los 12 años. Dijimos «adiós» y partimos hacia ese lado sin casas que es el pueblo sin pueblo: los matorrales donde estuvo el tan cantado río de Los Chinos, algún cañaveral y el cementerio de toda la vida (gran chiste). *** 42 Íbamos bastante animados, pero en el trayecto nos arrepentimos. En efecto, Diego tenía razón, los bichos empezaron a picarnos, estábamos sudados y los grillos nos atormentaban. Al cabo de un rato de haber andado en calidad de cena para insectos, Esteban pisó algo blando y le dio asco y entonces vimos el muro blanco del cementerio y nos arrepentimos aún más. ¡Y cómo no verlo! Era más que el muro de un cementerio pintado con cal. Así, bajo la luna, parecía proyectar la luz como una pantalla dispuesta a rodar escenas del fin del mundo, la guerra de los siglos o la revolución de las ánimas… El muro estaba como a la espera de todo. Sin contenido aún, pero encendido. «¿Por qué no?», dijimos, «entramos, curioseamos un poco y salimos». «Además, en el cementerio no crece hierba». Esto lo dijo Esteban. Entramos y fuimos a parar a aquella bóveda del banquito. La linterna enfocaba bastante bien el silencio blancuzco que caía a pulso sobre las tapias. «Es triste que junto a una bóveda alguien ponga un banquito, es triste». Leímos la inscripción (ya no la recuerdo, por cierto), y Esteban hizo lo que hace siempre: sumó los años, y en ese trajín se percató de que acababan de enterrar a alguien en esa enorme bóveda tan vieja. La tapia acababa de ser sellada, tenía el cemento húmedo. «Casi todos los días muere alguien, uno no está al tanto de todo». En estas divagaciones estábamos cuando la vimos. Se asomó o apareció por detrás de un pequeño panteón, con el pelo rojizo, alborotado, y unas botas demasiado altas para nuestro pueblo. Tuve que hacerle un gesto al tonto del Esteban, que seguía apuntándole a la cara con la linterna. Fuimos los tres sin más idioma que la compasión de mi hermano y mía cuando la vimos acariciar el relicario. Pensamos que la pobre había llegado tarde al entierro, que solo necesitaba despedirse. Desde que oímos sus pasos, mi hermano la buscó con la luz, casi instintivamente. Estábamos lo suficientemente cerca. Ella hizo un movimiento con la mano para que dejara de atravesarla el débil cañón de luz, y dijo algo y nos dimos cuenta de que no hablaba español. Estaba ansiosa. Y no era para menos… ¡Quién no lo estaría en su lugar! Tan extranjera y buscando algo en el cementerio de nuestro pueblo… Esteban insinuó que bebiera agua (el grifo estaba cerca) y ella entendió por los gestos y negó. Yo traté de sugerir que camináramos hacia afuera, que abandonáramos el cementerio, pero la mujer parecía buscar algo allí… Buscaba con el alma embutida en un vestido de flores verdes y rojas, escandaloso para un pueblo enlutado, porque el pueblo, cabe decir, estaba como en duelo. No se sabe por qué, pero la gente no se recomponía de las adversidades prehistóricas, aunque nada malo le sucediera ya. Aunque el peor de los males fuera esa precaria quietud, esa inercia repleta de grillos y roedores. En un momento, la mujer se sentó en el banco. Esteban ya quería irse (lo conozco), me estaba haciendo gestos, pero me dio lástima dejarla allí. No inspiraba miedo. Era otra cosa. Era una mujer descompuesta, como decía nuestra madre cuando se sentía mal. Ya teníamos los ojos acostumbrados a la penumbra, al blanco neblinoso del cementerio. Hasta parecía que corría algo de aire, una brisa imposible, a leguas del mar… Y en esas estábamos cuando la mujer se sacó del busto un relicario con una foto y se le iluminó aquel desastre de rostro, con el rímel corrido y las arrugas y algunos temblores dispersos a la altura de un ojo y de la boca. «¡Ah, qué bien! Entendimos...». Buscaba una tumba que coincidiera con la del rostro amado, reciente y sereno según la luz amarillenta del diligente del Esteban, que se había metido con la linterna casi en el pecho de la mujer. Y él mismo sugirió ayudarla a buscar, empezar por el fondo del cementerio. Fuimos los tres sin más idioma que la compasión de mi hermano y mía cuando la vimos acariciar el relicario. Pensamos que la pobre había llegado tarde al entierro, que solo necesitaba despedirse. Al tope, la tapia del cementerio tiene vicarias. Crecen en el cemento, son blancas y lilas. «Mira esto», dije yo, como digo siempre que las veo, porque son curiosas las formas en que la vida persiste. La mujer respondía a la búsqueda como los animales. Nos dimos cuenta de que nos acercábamos a eso que buscaba porque empezó a detenerse. Iba como poseída de algún olor, de una proximidad que no alcanzábamos a atestiguar. En un rincón había una bóveda abierta. «Es normal. Las limpian cuando los familiares lo anticipan», le susurré a Esteban, que puso cara de horror. Todo el cuerpo de la mujer decía haber encontrado eso que buscaba. Sin palabras, sin necesidad de más anuncio, la vimos descansar de aquella búsqueda y alegrarse frente a la bóveda abierta, al borde del nicho vacío. Entonces hizo un gesto para despedirse y Esteban abrió los ojos y trató de dirigir la linterna hacia los pies de ella, pero estaba aterrado y dio un paso atrás con la luz oscilante. Solo uno… Para mí fue tarde. Un tropiezo de ella la hizo aferrarse a mi blusa y llevarme a la fosa. *** *** No sé si grité y no importa. Adentro no importan los gritos. La tapia se cerró. Me tranquilizó por un momento saber a Esteban arriba, con la linterna, buscando a alguien que lo ayudase a mover la tapa de granito. La mujer me tomó de la mano, me susurró algo y echó andar conmigo por un pasadizo que podía ser la arteria de algún tren de ciudad, uno de esos reptiles sonámbulos que calan provincias y pueblos... Iba con tanta prisa y era tan inútil cualquier reclamo o ruego que me dejé llevar… con miedo, con hambre, con rabia, pensando que acabaría por cansarse y me dejaría, y entonces, al regresar al fondo de la bóveda, hallaría a mi hermano con Diego el fotógrafo y dos o tres hombres del pueblo, y papá… Luego olvidé ese consuelo. No hubiese imaginado tanto túnel bajo una tumba limpia, recién abierta, sin nada de huesos porque para eso los cementerios tienen los osarios y es mentira que los huesos se hacen polvo, es mentira. Ni siquiera los huesos de los dinosaurios se hicieron polvo. Y bueno... Caminamos. Más de lo que había andado yo en mis quince años si hubiese sido posible juntarlo. Hubo momentos de angustia, pero la mujer susurraba algo en su idioma que decía exactamente lo que decía mi madre cuando quería calmarme de los pánicos infantiles. La infancia es una época de miedos: muertos, fantasmas, monstruos, visiones de todo tipo. No sé cómo sobreviví. El cuerpo es poderoso. Aun cuando ignoramos hacia dónde se llega a alguna parte. Casi al final tuve la perturbadora premonición del infierno, por 43 Todo el cuerpo de la mujer decía haber encontrado eso que buscaba. Sin palabras, sin necesidad de más anuncio, la vimos descansar de aquella búsqueda y alegrarse frente a la bóveda abierta, al borde del nicho vacío. Entonces hizo un gesto para despedirse y Esteban abrió los ojos y trató de dirigir la linterna hacia los pies de ella, pero estaba aterrado y dio un paso atrás con la luz oscilante. 44 eso fue un alivio ver la luz allá… no la claridad ofensiva del cielo abierto, no. Apenas la luz del final del túnel que recuerdan los que resucitan y que, por una vez en mi vida, estaba siendo eso: ‘una luz al final del túnel’, no un vulgar foco de quirófano o de velador. Habíamos dejado atrás el cementerio y con él la pesadilla del trayecto. Unos pocos peldaños nos condujeron hacia una sala de hospital. «Qué amable la extranjera. Se ocupó de llevarme al doctor como si la caída hubiera podido afectarme», pensé. Me dieron una cama. Al despertar pedí un teléfono. Me entendieron. La extranjera abrazaba a una anciana y lloraba desconsoladamente mientras yo marcaba el número de mi casa y sonaba un vacío extraño, con ruidos que eran voces que se cruzaban, un abejeo humano. Repetí la llamada muchas veces hasta que me di por vencida. «Posiblemente en mi pueblo cortaron los teléfonos», dije. Se me acercaron mujeres mayores, amables, hasta dulces. «Bienvenida a Metrópoli». Fue todo. Luego se abrió la puerta de una ciudad que Esteban, con lo mal que está ahora, no llegará a conocer. Una gigantesca avenida me separaba de un parque espléndido, verdoso y limpio, sin algún parecido con los alrededores de nuestro pueblo, fue lo primero que me sugirió el avistamiento. Las del hospital habían puesto en un bolso pequeño algunas provisiones para mi estadía: la dirección de un apartamento, dinero (muchísimo dinero, la verdad), una cédula de identidad con mi nombre (mal escrito, por cierto), y unas llaves. Sabía que estaba en este mundo por el idioma. Hablaban como yo, pero eran muchos. Muchos y desconocidos. En cuanto pude, pedí un helado en un restaurante de frutas. Antes de irme, el muchacho que atendía me extendió un mapa que era todo un libro (¡todo un libro era el mapa de Metrópoli!). Con su ayuda localicé el edificio del apartamento en que me hospedaría. Vi cierta compasión en sus ojos, y conste que no era fácil ver algo en los ojos de la gente de Metrópoli. La idea de hallar un conocido cesó cuando tropecé en el lobby del edificio con la mujer que vi llorar en el terminal de trenes, la que iba a dar a luz. Le quise preguntar si llegó a tiempo, pero se fue. Me miró desafiante, como si hubiera tropezado con un cerdo. No obstante esta y otras hostilidades, me sentía bastante afortunada de haber ido a parar a una ciudad así, sin más ni más, habiendo nacido en un pueblito como el mío. *** Mientras recorría el apartamento —demasiado acogedor para ser provisional—, me puse a pensar que quizá tuvieron razón en eliminar los trenes; las cosas habían cambiado en el mundo sin que en el pueblo nos enterásemos. Se podía viajar sin subir al vagón, sin la espera de días y semanas, sin ese fatalismo pueblerino que tanto lamentábamos. O era obvio que tenían reservada esa carta para la próxima revolución. Mientras tanto, qué importaba que fuésemos pocos, que viviéramos sin ilusiones, sin la esperanza de que el pueblo llegara a crecer acorde a la naturaleza de los lugares. *** Los días subsiguientes me arrancaron de las meditaciones. Salí a buscar trabajo. Conversé con Roque, el portero del edificio, y me dijo que podía ir a muchos lugares, que Metrópoli era «grande y variada» (era un hombre sencillo). La mirada de Roque me sentaba al borde de un monumento como a una turista escolar, perdida irremediablemente de su grupo. Me aconsejó visitar la oficina de empleos del Ministerio de Empleos en la Avenida 1800 y Zeta. Y tuve que subir a un tren y cruzar un puente de 150 metros sobre el enorme río de Metrópoli para llegar. Tomaron mis datos y dijeron que me llamarían. Volví a casa. Me senté a esperar. En los días subsiguientes la extranjera del cementerio vino varias veces con bolsas de comida. Las dejaba sobre el mesón y se marchaba con una serie de gestos que yo no sería capaz de explicar. Por momentos la sentía culpable, abatida por una tristeza infinita. Yo salía de vez en cuando a conversar con el portero, sin suerte, casi siempre estaba de descanso. A la tercera semana lo vi otra vez. Yo ya quería irme. Hice a un lado la pena, como decía mi madre, y le conté que quería volver, que me estaba matando la soledad. Abrió los ojos como un espantado y me preguntó si había perdido el sentido. Entonces le hablé de la mujer del cementerio (la extranjera), le conté con detalles la historia. «La he visto venir», dijo con discreción, «y lo del viaje de ella a tu pueblo salió en la prensa». «¿Qué hago, Roque?», así se llamaba mi único ‘casiamigo’ de Metrópoli. Le expliqué que en el pueblo tenía mi vida, todo lo que sabemos: familia, gente conocida, la calma, el aburrimiento, los árboles, algunos sueños... (era una enumeración difícil, bastante pobre para convencer incluso a Roque). Y él me dijo que esperara un poco más, que apenas habían transcurrido dos años, que ya me llamarían; además, yo no tenía los certificados necesarios para un buen empleo, que vine muy joven. Y enseguida se puso a barrer unas hojas. Recuerdo que habló del desarrollo de Metrópoli y de los beneficios del orden y la seguridad. Al día siguiente se fue a su descanso y no volví a verlo. Tomé lo de los dos años como un error obvio, eran solo dos meses, no necesitaba aclaraciones. Emprendí el camino inverso. Era lo único que deseaba, recoger cada paso hasta el túnel. Lo pensé, claro que lo pensé. Sabía que podía morir. Mucha gente muere en viajes como el mío, pero casi lo prefería a querer quedarme. Me sentía cercada por las altas paredes de ruidos y luces, y los pocos jóvenes que pasaban me recordaban a los muchachos de mi pueblo, muertos en la guerra años atrás, como salidos de las opacas fotos del panteón de héroes del cementerio. Había sido suficiente. Dejé las llaves junto a la garita del guardia de turno, que no me habló ni preguntó por qué. Salí. En el hospital, si bien hice uso de la actitud que nos permite pasar casi como doctores o como enfermeros o como accionistas, tuve que meterme en un clóset de limpieza, entre desinfectantes y escobas, porque varias señoras de blanco recibían a un anciano en la puerta del túnel. «Con razón», pensé, «esta ciudad está llena de viejos». Un instante después todo estuvo limpio, sin nadie, quiero decir. Abrí la puerta, descendí, cerré los ojos y caminé. Los abría de vez en cuando. Silencio, silencio, nada... Yo sola. Yo caminando, desandando, regresando a la casa de siempre, a mi casa. Pensaba en Esteban. Pensaba que no sería mala idea invitarlo a Metrópoli ahora que conocía el camino. Solo a él, eso sí, no me hacía gracia imaginar al pueblo sin gente, vaciado; de una soledad diferente a la de la gran ciudad, que está como tomada por multitudes incapaces de llenar algún vacío. Mientras tanto, me sentía atravesada por los insectos que arrastraba el aire del túnel, un aire que no sentí en la ida y que anticipaba que la bóveda estaría abierta. Y así fue, como diría Esteban, que no emplea sino las primeras palabras que definen las cosas: la «tumba» estaba abierta. *** No fue agradable volver a atravesar el cementerio, sin luna, y sola. Llegué a casa a las doce. No encontré mi cama, ni mis cosas. Habían puesto un escritorio ahí, y la bicicleta de Esteban. No me quedó más remedio que acostarme con él. Lo sentí hablar dormido, temblar, lloriquear. Lo calmé como pude, no es fácil controlar a un sujeto de diecisiete años con pesadillas (eso le dijo mamá al día siguiente: «ya tienes diecisiete años, hijo»). Le repetí «estoy aquí, estoy aquí», y también le dije que lo quería, etc. De mañana, irrumpí en el comedor decidida a darles la sorpresa de mi retorno, pero estaban metidos en la leche y en las tostadas como verdaderos zombis. Ahí comenzó todo. Me sentí mal, claro. No soy de hierro. Pude haberme quedado en Metrópoli, pero elegí seguir compartiendo con ellos la existencia minúscula que teníamos. Ahorro el cuento: nadie me reconoció. Lo que es aún peor, me siguen ignorando. Se mueven como fantasmas. Diego, el fotógrafo, se topó conmigo hace dos tardes. Cruzábamos los dos la línea muerta del tren y me miró, sé que me miró, pero siguió como si los registros de rostros conocidos se hallaran en el fondo de una laguna mental. Por eso digo que este pueblo parece un manicomio. Camino por las calles y ni siquiera los perros me huelen. Lo que es más que increíble: ni siquiera Salvador, el perro de casa, me huele. «¿Qué hago? Nada. Ya se les pasará», me respondo yo misma a falta de... *** Hace un rato, antes de sentarme a escribir esto (por segunda vez, porque esta cosa se borra. Regreso y no hay nada. Limpio el blog, íntegro el lápiz y el borrador como si alguien los cambiara), vi sentado en la barbería al hombre de la extranjera del cementerio, el mismo de la foto del relicario. Me miró con complicidad, con simpatía, diría que hasta sonrió. Yo levanté la mano con un gesto agradecido que me llenó los ojos de lágrimas. Por fin —respiré—, uno en este pueblo que no está loco. 45 Estuardo Prado «Mi mamá me dijo que en la vida sería bueno en algo, quién diría que sería matando zombies». Tallahasse, Florida H 46 acía varios días que a W se lo habían llevado preso. Le llamaban así por ser una imagen mal formada de una mujer. Algo así como el reflejo de una figura femenina, solo que reflejada en un charco de agua sucia. Tenía las piernas y la cara repeludas aunque se rasurara todos los días, unas pantorrillas que con los tacones de aguja se le resaltaba una bola musculosa nada agraciada, una espalda ancha de boxeador y la cara parecida a la de Danny Trejo, que ni siquiera la peluca tipo María José le ayudaba a verse como una mujer; o sea, era un travesti bien feo el hijo de su pinche madre, rivalizando con Terence Stamp en Priscilla, reina del desierto. Al tercer día se le acercaron por detrás Cuchillito y Pistolita, los mismos dos asaltabuses que aparecen en un cuento de Julio Calvo.1 Haciendo honor al lema de toda banda de mareros: no somos machos pero somos muchos, llevaban en la mano una puya que los policías no habían logrado detectar al revisarlos y consignarlos. Uno se le puso enfrente y el otro se quedó a sus espaldas, y justo cuando ambos movieron el arma blanca hacia atrás para tener más impacto al asestar su ataque más al unísono que cualquier grupo de nado sincronizado… 1 Calvo Drago, Julio (1999), Megadroide Morfo contra el Samurái Maldito, Guatemala. STOP La imagen se detiene en un freeze frame. Para que el lector se pueda ubicar en la desubicación del personaje, hay que volver un poco atrás. Bueno, un poco más que un poco. REWIND STOP PLAY Nuestro personaje, al cual llamaremos en su etapa de juventud T, por teto, siempre estuvo desubicado en la vida. Era callado, estudioso, bien portado, buen estudiante, o sea todo lo que en la escuela es un relato llamado para que todo compañero le hiciera bulling. A los diez años, ya cansado de tanto abuso, decidió tomar cartas en el asunto para remediar su patética situación, viendo como única salida escribirle una carta a Laura pidiéndole su ayuda. La cual nunca recibió la conductora, pues T la había enviado con dirección al Polo Norte en lugar de a los foros de Televisa. Pues como ya habrán intuido, también creía en Santa Claus, y se había hecho la idea de que una persona tan buena como la Srta. Laura solo podía estar en el mismo lugar que Santa. Pasaron los años y T fue perdiendo la fe en sus sueños guajiros de infancia (por no decir de lelo, por no decir de teto). Y descubrió una inspiración que le daba ánimo a seguir adelante sin importar qué, o más bien dicho una inhalación que hacía que todo le valiera madre: la mota. Ahora T ya no existía, había pasado a ser U, pues se sentía ubicado en la vida, al no preocuparse en ser nada más que un motero, y huevón por añadidura, como diría la Biblia. Pasaba todo el día fumado, viendo películas como un poseso, no de Evil Dead, sino de las películas piratas de 3x10 de Tepito. Cintas como las de Cheech and Chong y Miedo y asco en Las Vegas hacían que sintiera que por primera vez en la vida estaba en donde debía de estar: en su Strawberry Fields Forever, o sea tirado en su colchón con un puro de mota en la mano. Al pasar los años, de ser un patojo medio hippie motero, se convirtió en un hombre con una resaca mental eterna, pues había incorporado todos los psicotrópicos que el capitalismo había puesto a su disposición, haciendo coro con Calle 13: en el mundo hay vitaminas y proteínas, marihuana, éxtasis y cocaína. De nuevo se sentía desubicado, sentía como si viviera en la caricatura de Los Simpsons, sabía que estaba en Springfield, pero no lograba ubicarla en el mapa. Esa sensación de bienestar que sintió al principio con las drogas, había quedado atrás, el U ya había pasado, ahora era V, no por Los Visitantes o V de Vendetta, sino por ser un vicioso de mierda. Intuía que tanta droga era lo que más lo desubicaba, y por cierto que no estaba tan lejos de la realidad. Así que otra vez decidió tomar cartas en el asunto (ibídem déjà vu), para remediar de nuevo su patética realidad. Ingresó a Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos, Neuróticos Anónimos y a cuanta asociación de anonimato pudo encontrar.2 En su búsqueda desesperada por encontrarle sentido a su vida, notó que todas estas tenían en común: a) el reconocer que uno era impotente para dirigir su propia vida —cosa que él había ya hecho desde que tenía uso de razón—, y b) el entregarse a un poder superior —para lo cual su experiencia con 2 Estaba tan desesperado por su desubicación, que si hubiera encontrado a ISIS hasta allí se hubiera enrolado el cabrón. 47 48 mojada, quedando literalmente trapeyote en la sierra Tarahumara, los bado. Como era de esperarse, el trahongos que había probado cada vez vesti comenzó a maldecir su perra que iba a Oaxaca con Luis y los ácidos del D.F. lo habían preparado—. suerte. Pero al lograr sacar su zapato del lodo, A vio que la marca que Sin parpadear pasó de ser un droel tacón había dejado era igual (solo go cualquiera a ser un buscador de que en tamaño minúsculo) al aguiluminación divina, y sin necesidad jero que había aparecido en Guade leer a Timothy Leary o a Carlos temala. Se acercó bajo los cántaros Castaneda. Había dejado de ser Vde agua con la boca abierta, pues Vicioso para ser un A -Anónimo. no podía creer lo Todos los días que estaba viendo, rezaba para que el susodicho poder Nuestro personaje, al esto era la clave de lo que el poder superior le mandara una señal cual llamaremos en superior le quería indicar para ubique lo iluminara, hasta que pasó: su etapa de juventud car su vida. De pronto vio la señal —en parábolas pero T, por teto, siempre todo fue claro para él. Lo que se después de incontables horas de estuvo desubicado le estaba revelando es que el poder rezos, alabanzas y superior usa zahumo de veladoen la vida. Era patos de mujer, y ras—, vino el discernimiento. Un callado, estudioso, un día al resbalarse puso el pie en día mientras miraba las noticias bien portado, buen Los Ángeles para no caerse desde vio cómo, inexplicablemente, se estudiante, o sea todo arriba, dejando la huella de sus tahabía formado un gran agujero lo que en la escuela cones de aguja en la tierra, igual que circular, enorme, que ni el fondo es un llamado para el travesti. Esto tenía grandes rese le miraba, en un sector llamado que todo compañero percusiones en la cosmovisión de Los Ángeles en la W. El poder suZona 6 de la ciule hiciera bulling. perior no era el, dad de Guatemaera la. la. Esta imagen Esta revelación lo llevó a cuescaptó su atención; de algún modo tionarse personalmente, pues su A sabía que allí estaba la respuesta desubicación existencial podría ser que el poder superior le había enfruto de un problema en su idenviado. Fue hasta unos días después, tidad sexual. Después de grandes cavilaciones, reflexionando en todo una noche en la que estaban cayenel vacío e incertidumbre que había do cántaros de lluvia ácida, mienhabido en su vida, llegó a la conclutras se refugiaba bajo la cornisa de sión de que era una mujer atrapada una casa, que vio a un travesti de en el cuerpo de un hombre. Así que Tlalpan pasar corriendo la calle y cuando llegó a la acera se resbaló. otra vez decidió tomar cartas en el asunto (déjà vu menaje à trois),3 Trastrabillando, puso rápidamente su pie en un lodazal para no caerse, enterrando el zapato en la tierra 3 O la tercera es la vencida. para remediar de nuevo su patética realidad y se hizo travesti. Por un tiempo le funcionó esta nueva etapa para sentirse ubicado con su nueva vida. Pero al pasar los meses fue sintiendo otra vez el vahído de la desubicación existencial. Hasta que una noche, al sentirse sumamente acongojado, se puso su vestido más sexy, la peluca más escandalosa, sus tacones más altos, tomó su bolso y se fue a un bar como toda una drag queen. Después de tomarse una botella de José Cuervo reposado, salió con la cara toda manchada por el delineador que se le había corrido de tanto llorar, y los tacones en la mano, pues después de las primeras dos caídas en el piso mojado del baño se los quitó. Iba caminando sin rumbo alguno lamentándose por su suerte, pues toda su vida fue, era y seguía siendo un desastre, una cadena de desatinos, sin poder encontrarse a sí mismo. Después de varias horas de caminar y de estar asustando a los pobladores de las casas por donde pasaba, pues iba pegando lamentos más lastimeros que los de la llorona, al bajársele un poco la borrachera entró en un restaurante familiar para pedir más tequila. A pesar de estar bien jarra, se fijó en el rótulo que estaba en un podio de la entrada. Era otra señal divina, pues se refería a la búsqueda de toda su vida. La emoción lo embargó por completo, ahora sí había llegado a un lugar en donde lo podían ayudar. El rotulo decía: Espere para ser ubicado. W se tiró rápidamente hacia uno de los meseros botando a un anciano con andador que iba pasando y, como de tanta emoción hasta las piernas se le aguadaron, para no caerse se agarró de una mesa en donde una familia estaba comiendo, dándole vuelta. Entre el ruido de platos rotos, los quejidos del viejo en el suelo, los insultos que eran exclamados por los damnificados y niños llorando de la impresión, W empezó a gritarle al mesero: ¡POR EL AMOR DE DIOS UBÍQUEMEEE…! El mesero, al ver que se le venía encima un travesti hasta las chanclas, botó de la impresión la charola llena de platos con comida que llevaba para una mesa, y como a este también se le aguadaron las piernas al ver a una drag queen abalanzársele a toda velocidad, cuando recibió el enviste del travesti que iba cayéndose al tropezarse con un niño pequeño que se interpuso en su camino, ambos fueron a dar al suelo. Varios de los meseros al salir de su asombro por toda la escena que parecía un cut scene de Poliéster, trataron de ayudar a su compañero caído no en acción, sino en el cumplimiento de su deber (o más bien dicho de su trabajo), tratando de quitarle de encima a W. Este, por su parte, agarrando al mesero del chaleco, no lo soltaba por más que lo trataban de levantar, mientras seguía gritando que por favor lo ubicaran. Hasta que llegó la policía… STOP (ibídem freeze frame) Ahora sí, habiendo llegado a la raíz del problema de la desubicación de W, el lector puede ubicarse, al saber cuál fuera el motivo, razón o circunstancia que lo llevaron a estar preso. Quedando solo explicar que Cuchillito y Pistolita lo querían puyar para robarle los zapatos de tacón alto y su bolsa de lentejuelas para sus respectivas traídas, y la peluca para su bisabuelita calva. Podemos proseguir en donde nos quedamos para el desenlace de esta espelúznate pero estúpida historia. PLAY …y justo cuando ambos movieron el arma blanca hacia atrás para tener más impacto al asestar su ataque, más al unísono que cualquier grupo de nado sincronizado, lo puyaron cada uno cinco veces. Lo úni- co bien ubicado que había habido en la vida de W fueron las puñaladas que recibió, pues habían perforado con exactitud el estómago, el hígado, los riñones, el intestino delgado, el intestino grueso, el bazo y la vejiga. Ni el más experimentado doctor, o avezada costurera, podrían coserlo de vuelta para dejarlo como era. Y como no llevaba identificación, ni nadie llegó buscándolo, ni mucho menos a identificarlo, W llegó a su mínima expresión en su muerte, pasó a ser un simple XX. FIN Comienzan a pasar los créditos en la pantalla a toda velocidad, mientras se escucha: This is the end, my only friend, the end. Of everything that stands, the end… I’ll never look into your eyes... again. Estuardo Prado (Guatemala, 1971) Escritor, fundador de Editorial X. Licenciado en Filosofía y Letras, con una Maestría en Literatura Hispanoamericana, ambas en la Universidad Rafael Landívar. Ha publicado La estética del dolor (1998), Viciones del exceso (1999), El libro negro (2000), Los amos de la noche (2001) y Siendo alcohólico-drogadicto me fue mejor, y de paso escritor de mierda (2013). 49 * La tarde antes de morir vino mi madre y me dijo: «¿Hay algo más bello que un árbol creciendo en el desierto?». Durante años creí que la belleza eran los dedos atrapando dedos, unos tiesos, otros blandos; unos halando la noche estirada, otros mojando de blanco el hondo ojo de un lobo muerto. Dedos que rompen dedos. Dedos que sueltan dedos en la noche. Mucho tiempo después puedo decir que un habitáculo de tarántulas marinas crece sobre mi seno izquierdo a la velocidad de sus palabras. «Abre los ojos a tus hermanos», me dijo la tarde antes de morir. «Árboles en el desierto. Ellos miran los árboles en el desierto». * La palabra de mi nombre partió la lengua y dijo: «Una vez me atreví a mirar por la ventana y las gotas humedecieron el pasto y los cedros más pequeños en mi mirada. Nadie diría que las plantas no tienen experiencia de invierno, pero cuando una liebre salta sobre el verbo de las tormentas, ¿cómo podría no tener experiencia de invierno? ¿Cómo no sentiría las garras del rayo y sus dientes clavándosele dolorosamente ahí en su carne de llanto de hombre?». * Mi rostro perdido sangró su boca y dijo: «Busco una palabra que me revele el misterio de la experiencia ajena. Una palabra propia de mi experiencia de sentir bastará para sanarme. Sus sílabas sagradas desnudarán el bosque de mi nombre». 50 Desandar los pasos porque no sé lo que he caminado. Escribo: «Hoy han venido a cazarme». Borrar las letras. Borrarme y no permanecer en huella. Ellos corren hacia mi pantano, mi centro húmedo de enredados ritos, pero mi corazón es un manglar que arrastra mi fauna, papá, la fauna de una creación crecida boca abajo henchida de sangre, cocodrilos y aves rapaces. Sus venas penetran la tierra sin huellas —la tierra sin mí que se eleva— donde flotan insectos y árboles, raíces del cuerpo del agua se extienden: la piel del camino, [el lodo se extiende]. Corro la voz rasguñada en la huida, el sueño alumbrándome los miembros volados al interior del terreno, como si el cuerpo fuera suficiente carne y sujeto, como si el bosque que se abre fuera mi vientre que se abre, los caminos que se extienden, mi fauna boca abajo poblando la hueca esfera cerrada como un puño roto sobre tu marchita cara, mamá. poesía Ellos me silban, me apuntan con flechas comunitarias porque soy musculatura rota de cordero negro. No tengo nombre, ni señas de identidad. Sus biblias dicen que debo morir en aras de una verdad humana. P.D.: Mamá. Papá: Las verdades humanas crean monstruos para mancharse las manos en el nombre del pasto. Máscara #1 Mi rostro es una columna desvencijada; una hernia en la velocidad del miedo que me impulsa a matar hasta los más bellos insectos del silencio. Ellos reproducen el ruido de la nada sobre los pedazos de mi cara. El rostro es eco en la construcción de lo invisible bajo los labios cosidos de nuestro último amanecer. Pero el viento golpea con la tierra del llanto de las bestias mis mejillas quebradas al sol: ahora nidos carnosos se alojan en mi alma. El monstruo y la persona habitan la misma línea que parte la materia en dos hemisferios míticos de pulmones que respiran el aire de otras regiones desplazadas más allá del sur. El vacío de mí no es un abismo pero posee el corto cielo de las cabezas de los animales y el silencio que descompone las piezas de mis mejillas quebradas al sol: ahora hay nidos carnosos alojándose en mi alma. En este mapa se trazan los límites de los fragmentos de mi semblante: arriba o abajo es un espacio que no existe. Toda descripción que nace de la observación es luz y excremento. Los poemas pertenecen al libro El ciclo de las piedras, Premio Nacional de Poesía Emergente Desembarco 2015. Mónica Gabriela Ojeda (Guayaquil, 1988) Licenciada en Comunicación Social con mención en Literatura, Máster en Creación Literaria y Máster en Teoría y Crítica de la Cultura. Docente a tiempo completo en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad Católica de Guayaquil en el área de Literatura. Ha sido antologada en Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013), ha obtenido el Premio Alba Narrativa 2014 con la novela La desfiguración Silva (Arte y Literatura, 2015) y el III Premio Nacional de Poesía Desembarco 2015 con El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana Ediciones, 2015). 51 Juan Romero Vinueza S 52 e dice que los niños y los borrachos no mienten. Y quizá sea verdad. Empero, hay algo particular en aquello que es contado por un niño: el niño lo ve todo desde una perspectiva infantil, sin ley ni autoridad, muy ligada a la fantasía y, como es obvio, deslindada de la realidad. La capacidad narrativa que posee un niño es increíble. Ésta abunda en detalles simples, pero con una carga simbólica muy compleja, y mantiene una correspondencia con un lenguaje sencillo que a un adulto podría parecerle, en apariencia, monótono y torpe. ¿Podría, acaso, un autor literario narrar historias desde este punto de vista? ¿Cómo un niño —en este caso, una niña—, podría hablarnos de una dictadura? La escritora galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2009, Herta Müller, nacida en Nytzkydorf, Rumania, en 1953, lo hizo en su libro En tierras bajas. La autora rumana proviene —al igual que los poetas Paul Celan y OskarPastior— de la minoría alemana denominada suabos que, como muchas otras familias de suabos durante la dictadura de Ceaucescu, tuvo que exiliarse en otros países europeos. En el caso de Müller, la razón de su exilio está ligada a su labor literaria y, en concreto, a su primera obra: En tierras bajas (1982). En el libro retrata a las minorías rumanas en su ambiente rural, frío y deshumanizado, durante dicho período. Esta recopilación de cuentos fue publicada originalmente en alemán, con el nombre Niederungen y su título en ese idioma es mucho más sugerente que su traducción al español. ‘Niederungen’, en realidad, significa ‘hondonada’: un lugar hondo, que tiene profundidad, y desde el cual se podría empezar un ataque hacia el enemigo. Los cuentos del libro son, justamente, esa hondonada. En tierras bajas se estructura con una narrativa repetitiva, rodeada de torpeza y un lenguaje extremadamente sencillo, como la narración que se suele escuchar de los labios de un infante. De hecho, el común denominador, en casi todos los cuentos, es ese: la participación de una niña como narradora de las historias que son mostradas. El narrador infantilizado que utiliza Müller abre un campo en la experimentación con el lenguaje, porque enfrenta al lector a una dictadura contada como si fuese un juego de muñecas. Sutil, monótono, surrealista y directo, es el paisaje que pintan las palabras de la niña que está observando cómo su familia de la minoría suaba vive bajo un régimen macabro de odio, muerte y humillación. Müller ensaya en su obra una mixtura muy ambigua entre la narración y la poesía. Las situaciones retratadas, sean las labores del campo, los cambios de estaciones, las borracheras del ensayo padre o el servicio militar en las Schutzstaffel (SS) de Hitler, los juegos de niños, los funerales o las oraciones, están atravesadas diametralmente por un encanto poético que vuelve al texto un atrayente experimento de escritura. Se podría utilizar la denominación, hecha por Gilles Deleuze, respecto de la literatura menor para incluir a esta autora en ese privilegiado grupo ya que su obra tiene las tres características expuestas por Deleuze: la des-territorialidad de la lengua, porque es una autora rumana que escribe en una lengua dominante, el alemán; la articulación de lo individual en lo inmediato político, porque las situaciones políticas están en boca del narrador todo el tiempo, de manera imperceptible; y el dispositivo colectivo de enunciación, porque existe un mensaje relacionado con el sentimiento del pueblo suabo. En los textos de En tierras bajas hallamos una herencia literaria muy kafkiana y no solamente por ser parte de una literatura menor. Los personajes de la autora rumana 53 La autora rumana proviene –al igual que los poetas Paul Celan y OskarPastior– de la minoría alemana denominados suabos que, como muchas otras familias de suabos durante la dictadura de Ceaucescu, tuvo que exiliarse en otros países europeos. 54 transitan por un universo que está destinado al absurdo del fracaso, al incumplimiento, a la fragmentación familiar, la deshonestidad y la impotencia. Pero, las criaturas que habitan ese cosmos de Müller —a diferencia de las del universo de Kafka— no saben que están sumergidas en esa ‘hondonada’. Con un claro infantilismo la observan, la viven, y el tiempo pareciera transcurrirles de una manera interminable, pero ellas no están conscientes de aquello. Presienten que todo lo que pasa es verdad, pero su exceso de imaginación haría creer al lector que sólo es una fantasía que tiende a ser un escenario surreal de su miseria. La relación tormentosa de la voz narrativa con su entorno familiar es un ambiente muy recurrente en su obra. Encontramos, por ejemplo, en cuentos como ‘La oración fúnebre’, ‘Mi familia’, ‘Peras podridas’ o ‘Tango opresivo’, las alusiones a la muerte de un soldado nazi en Rumania (personaje inspirado en su padre que formó parte de las SS) y la memoria de sus ‘logros bélicos’; el retrato de una sociedad llena de mentira y apariencias; los lazos de familia rotos y traspuestos en el incesto; o por un tango tocado en un funeral en las afueras del casco urbano, en una sociedad rural. Empero, otra noción muy presente en la obra de Müller es la composición de un pueblo. En el texto ‘Crónica de pueblo’ se ven explotadas las relaciones familiares y el pueblo en sí. Aquí se muestra el tedio cotidiano de vivir en un lugar en el que no importa el ‘qué dirán’ sino el ‘dicen por ahí’. Las costumbres y las instituciones, como la escuela o la Casa de la Cultura, son mostradas como decadentes y deficientes. El narrador infantil cuenta que los niños aprenden historia jugando a la En los textos de En tierras bajas hallamos una herencia literaria muy kafkiana y no solamente por ser parte de una literatura menor. Los personajes de la autora rumana transitan por un universo que está destinado al absurdo del fracaso, al incumplimiento, a la fragmentación familiar, la deshonestidad y la impotencia. guerra —nadie quiere ser Rusia, todos quieren ser Alemania—. Como todos son Alemania, se hacen la guerra a sí mismos. Sin embargo, el enfoque también cambia de perspectiva cuando el colorido poético se vuelca hacia las descripciones de los cruzamientos de gatos con perros y conejos. Además, se dice que los no fumadores ni bebedores son débiles mentales. Por último, se menciona los nombres y apellidos más comunes de dicha comunidad que, como era de esperarse, son alemanes. En el texto que da el nombre al libro, ‘En tierras bajas’, se desarrolla más a fondo la composición del pueblo que ya se prefiguró en ‘Crónica de pueblo’. En este relato, que es el más largo del libro, se construye al narrador más significativo de toda la reunión de cuentos. La niña, cuenta absolutamente todo lo que observa que pasa en su entorno. Muchas veces no se percata de varias cosas y las dice como si fuese únicamente un testigo que ve que algo no sale bien, pero no sabe que es porque existe un líder totalitario que lo está causando. La niña, además, vive en la miseria y está rodeada de muerte, hambre, problemas familiares y humillación. Las figuras de los abuelos son muy importantes, porque son ellos los que le muestran el mundo y piensan que ella, por ser una niña, es una tonta que no entiende nada. Las experiencias que vive la narradora le causan un fuerte impacto que parecería que no fuese tan fuerte, como cuando su abuela le explica qué es un ataúd: «De esas camas la abuela dijo un día que eran ataúdes, y de los que yacían dentro, que eran muertos. Y al decirlo pensó que yo no entendería la palabra. Y yo la entendí sin haberla oído nunca antes. La llevé conmigo varios días, y en cada trozo de pollo cocido en la sopa veía un cadáver, y la abuela no volvió a llevarme a ver muertos». La forma del texto es importante, de hecho, es lo más importante. Siempre. Müller lo sabe y por eso da énfasis a su narrador, haciendo que su tono gris y desencantado se sume a la manera de expresión infantil en sus relatos. La niña que nos narra las historias es un testigo que, a ve- ces, se convierte en protagonista. El lenguaje se vuelve tan cercano que ocasiona, al leerlo, una sensación de reconocimiento dentro de las palabras. Un recuerdo inconsciente aflora allí, una remembranza de nuestras primeras historias de terror, de las primeras veces que sentimos miedo y quisimos escondernos y no hablar de aquello. Los narradores de Müller también tienen miedo. En ocasiones, se mueren de miedo, pero ellos no callan. Como niños que son, no han aprendido a callarse, no saben que es mejor no hablar de ciertas cosas. Su filtro aún no ha sido activado por las enseñanzas del adulto ni por la escuela. Ellos únicamente cuentan lo que ven, lo que está ocurriendo a su alrededor. Son cronistas que no temen equivocarse en su narración porque aún no saben que equivocarse está mal visto por la sociedad. Los infantes, simplemente, son cronistas puros, contadores de cuentos innatos. Herta Müller se percató de aquello y fastidió a un dictador con sus relatos. Ceausescu intentó matar la voz de una niña, pero no pudo. 55 Josué Puma Muñoz U 56 n fascículo morboso, un escrito adjunto al contenido voluble y masivo con el que diariamente nos intoxica la urbanidad y sus matices, un prólogo luctuoso y libidinoso, de aquellos con que los hombres sulfuran su ego, o mejor dicho, para evitar sorpresas o aburrimiento, se jalan la verga durante minutos de éxtasis ilusorio precedente a ese vértigo voluptuoso en el estrago de la pasión genital; sí, ese punto en que entienden que la vida y su identidad podría, eventualmente, dejar de girar en torno a su pene. O inducen ese precepto de satisfacción inmediata, casi precoz, que dilata sus pupilas, y disienten instintivos la precariedad innata de su corteza craneal…, fenómeno inquietante, muchos evaden el tema o justifican pretensiosos su conducta animal en torno al gusto indiscutible que provee el abstracto erótico. Sí, este relato será esa confesión incomoda que lúgubremente las mujeres acoplan bajo un régimen de liberación a tientas, ese deseo febril al despojarse de sus preceptos o de esa reducción sexual en que la maquinaria cultural ostenta simplificar su existencia, da igual como lo quieran ver o sentir. Estoy soberanamente cansada… Todo delirio por autenticidad es, humanamente, el reflejo de eutanasia ejercido por demonios abrumados a través del tedio de aquella condición: la humana. «Palabras proclives a una nota suicida, en apariencia, las más valiosas que como especie otorgamos a la posteridad de nuestra efímera proyección del tiempo». …Así, no muy distinto, empezaba mi ensayo respecto a la retórica dominante en la economía liberal, no sé qué fuerzas gobiernan en el trasfondo de mi rostro, solo intuía el desglose evasivo de mis palabras en cuanto a una ideología pedante y facilista que cosifica y digiere la esencia de nuestra especie, pero… no estamos aquí reunidos hermanos y hermanas, para cuento hablar de economía, aun peor de su desafección a toda forma de vida, después de todo, sería reiterativo el advertir mi facilidad por distraerme en detalles irreverentes, mi mente es un horno promiscuo a calcinar cualquier albergue o hábitat. —Eres la única jodida persona capaz de disfrutar una fogata en mitad de un incendio —río brevemente para sus adentros—. ¿Así que te llamas Tania? Lo habría visto un par de veces, trajinaba despacio a través de los pasillos de la facultad, con ese oxígeno imperativo que excreta confianza en el cúmulo de corazas que maquillaban aquella expresión suya, notaba fugazmente el tono en que sus labios se perdían en aquel practicado teatro, la desatención de la carne y el ser, esas manifestaciones holgadas entre los pliegues de sus ojos y su atender forzado. Su prólogo, arrancado del desinterés módico con el que habría aprendido a hablarles a las hembras de su especie, enterneció en mí aquella inercia previsible con que sobrellevaba la fatiga diaria. —Sí, Tania —recuerdo haber sido tosca en cada palabra, me detuve viéndolo fríamente con los ojos abiertos e incorruptibles…, supo contener el miedo, así que proseguí—. Tú, ¿te llamas Iván? Había sido la última en leer su ensayo, aguardé sentada a que el profesor acabara de felicitar mi análisis respecto a la contradicción del recorte en salarios y la necesidad de una dinámica empresarial que produce para vender a mujeres y hombres sin dinero para comprar lo que diariamente fabrican sus manos… Sí maestro, fui lucida y brillante, sí maestro, es una utopía, sí maestro, debo pisar sobre el suelo y no sobre ningún altar marxista… Sí maestro, hasta el martes. Iván, no sé precisamente por qué recurro a su remembranza, duró un día o dos el sumario de cortejo e interés reducido al provocar en su ideario la imagen de mis labios carnosos altercando su entrepierna… tan desganado ritual de insinuación. ¿Por qué…? ¿Por qué incluso en la precariedad interina de nuestra conducta nos reducimos a este fetiche vomitivo de sentirnos y entendernos como mercancía valuada al estándar de un mercado sexual y afectivo en el que se transmutan los vicios y grilletes de nuestra desatención individual y colectiva hacia el ser…? ¿Por qué…? Mi saliva se tornaba amarga conforme el sabor a menta se disipaba en sus labios secos, besaba de forma grosera, pasional y desesperada, el seguirle la corriente eventualmente me sacaba de su fantasía de roces y caricias furtivas, ¿Qué vale para mí ahora lo auténtico, lo esencial, fugaz y sublime? Todas, cábalas obsoletas consecuentes a un antaño degenerado y etéreo frente al sentido abrumador del absoluto. Me reintegro entre el silencio y el peso de mi espalda insinuando la corrupción de mis labios, y me escondo en mis sábanas, entre los pliegues incinerados, divergentes a toda calma, y aprieto mis manos asegurando el final eventual de esta consentida miseria, no hay más neblina en los cerros, que entre mis piernas y mi mente. Me hastiaba su rostro sonriente cada que acaba su rito vehemente y procaz, yo alzaba las cejas como para decirle que seguía allí, que mi sentidos, a lo mejor rotos, continuaban emulando existencia, y podía continuar el teatro, la dosis de placebo por la que sus ojos rogaban. Reniego de todo beso que no causa agüero, que no pisa en el alma sino en la carne, por eso este cadáver caliente, aún colabora en el coito como una entidad ajena y distante, como un espejismo; no, mejor dicho, como una caricatura humillada al reflejo escarchado de la mujer que fui, enferma dentro de aquella danza precoz de amores de instante, de cerveza y semen, de protocolo definido y empalagoso. Guayaquil, siempre una cloaca donde huir y desbocarse entre el bullicio acompasado y jadeante de la alegría forzada y el calor insufrible como sus noches y madrugadas consumadas en la tribulación lejana del reguetón y el ladrido de los perros, como un latido constante, inseparable a su arquitectura, a su hedor clarificado, a sus miradas maquinales. Aquí la intelectualidad lucha vanamente contra las cámaras del morbo y la vulgaridad, contra esa herencia fantasiosa de un siglo entero de alienación y prejuicio esquemático por el antojo generalizado de largarse a Nueva York y sentirse un poco menos nada. —Luis Silva Parra Deluxe; Jazz Session —¿por qué no? A la final había llegado a esta ciudad gracias a un tío de Iván, ¿qué si me quejo de lo americano? A la mierda, el jazz, al igual que la generación beat, se difundieron debido al asco de una clase lastimada por la guerra y la discriminación, el jazz, un deliberado manifiesto al gusto de estar breve e incompletamente vivos. Y a través de la cadencia sanguínea del saxo comprendí el porqué mis vicios designaban a los amos y dueños de mi vida… retraída al compás risueño de las voces roncas, violentas y sensuales…, cobijada en el aislamiento derogado que otorga la ruptura de todo precepto de dependencia al sentir humano. Sí, maldita sea, sí… hubiere cambiado todos los orgasmos del mundo por perecer mi angustia sujeta esa rítmica poshumana que acicala al silencio y converge en aquello que la gente con desesperada esperanza llama dios. No duró mucho, en realidad Guayaquil fue mi excusa para conjugar la insana saciedad de mis confinados miedos, necesitaba un lugar donde desconocerme y romper mi 57 espectro moral, como a la vez romper mi carne. Sin tapujos o recelos, solamente yo y cualquier imbécil de manejo primitivo del verbo, sumido en el efímero acto de creer que estar despiertos es igual a estar vivos…, y así se sentía el vulgarismo detonando mis glúteos y apretando mis pechos, babeando mi abdomen o golpeando mis nalgas… Tan deshabido de rencor o ternura, movimientos y gimoteo de pasión vacía e indeleble, tan asquerosa y carente de escrúpulos, de arte o siquiera de cadencia. He visto mierda de mendigos derramada en las aceras, entre las putas viejas de sanfrancisco y los puestos de salchipapa, que, en su estamento, confieren belleza y goce a aquellas noches donde el infierno fue mi tejado. Recorre así la lluvia sobre los ventanales despejados que aprisionan la ciudad, el imbécil de Iván que en una muestra de ‘buen’ gusto había puesto a todo volumen una banda pop mexicana, el mensaje atendía a mi cansancio, a mi desi- 58 dia, a mi efusión quebrada. Las paredes del departamento confluían con los tonos melosos del radio y su interferencia se transmutaba en el sudor pesado de mis senos y el perfume enervado a podrido que ofrecían los muebles y la pegatina mucosa con la que habrían unido la madera al cemento. Lastimaba el teclado mientras insultaba pasivamente la pantalla de su laptop… amarrada a la ventana, con Abaddón el exterminador en la mano, usaba el cerquillo de mi pupila para verlo desde un mundo criogénico y de dialéctica silvestre… presionaban mis ojos al tiempo en «El cuerpo, aún con la campera de manos del coronel Anaya, el reloj a guerrillero, estaba envuelto en un lienzo. Eddy González, un cubado que en La Habana había regentado un cabaré en la época de Batista, se acercó para darle una bofetada al rostro inerte del comandante muerto. Al llegar el helicóptero a destino, el cuerpo fue puesto sobre una tabla, con la cabeza colgando hacia atrás y abajo, los ojos abiertos» —las corneas que las letras del libro se cristalizaban con delicadeza y presura, el tesón mandibular se achataba conforme la imagen de aquel rebelde incorrupto se veía agraviada por la displicencia altanera y execrable de un enemigo carente de otro relato que no fuera el del odio, pero Sábato me arrancaba a sus sombras y su narración no mer- maba—. «Casi desnudo, estirado so- bre la pileta de un lavadero, era iluminado por las luces de los fotógrafos. »Sus manos fueron cortadas a hacha- zos, para impedir la identificación. Pero el cuerpo fue mutilado en otras partes también. El fusil fue a parar a manos del general Ovando. Uno de los soldados que participó en las operaciones le quitó los mocasines que uno de los camaradas de Guevara le había hecho en el monte. Pero como están muy maltratados por el uso y la humedad, no le sirvieron…». Desbocado mi espíritu enmudece el rubor atrincherado en la Lo habría visto un par de veces, trajinaba despacio a través de los pasillos de la facultad, con ese oxígeno imperativo que excreta confianza en el cúmulo de corazas que maquillaban aquella expresión suya, notaba fugazmente el tono en que sus labios se perdían en aquel practicado teatro, la desatención de la carne y el ser, esas manifestaciones holgadas entre los pliegues de sus ojos y su atender forzado. cadencia del ventilador, mis manos se precipitan a no permitir que el libro se caiga, se sujeta mi carne a un esqueleto permutado y visceral… Aguardo a que el idiota caiga en cuenta y en un jadeo frenético me reincorporo el alma lanzando mi cuerpo al estrago pausado del gimoteo hueco quebrantando mi garganta como el aullido sensitivo de una bestia sofocada por algún tipo de angustia incisiva. Me acorraló con sus brazos invitándome a esa ficción que él llama abrazo, oye flaca ¿qué te pasa?, no te pongas así, deja de leer esas cosas que solo te distraen de lo que en verdad importa… recordaba el trámite familiar de Iván para lograr que su tío nos prestara el departamento en el centro de la ciudad, las vacaciones se habían alargado porque algún idiota legítimamente acompañado decidió usar los dos centavos de subida del pan y los cinco de la leche para tomarse la universidad, me había acostumbrado a cargar una polera holgada sin sostén con un short apretado o unas pantaletas oscuras… El olor fecal de sus calzoncillos se imponía al sudor corporal generalizado en su ropa, y entonces sentí la necesidad de cesar mi angustia como lo hacían los románticos de antaño, entre meditados versos y cautelosos presagios… lo sujeté de la mejilla barbuda y lo besé sintiendo el amargo, casi agrio de su saliva fermentada, importo una mierda, lo empujé sobre la cama y le bajé el interior que expuso inmediato la franja marrón que había intuido mi olfato… sostuve la arcada más allá de mis sentidos y continué apretando su trocito de carne mientras le indicaba provocativa mi boca divulgando mi lengua a la vez que esta saludaba brevemente su ombligo para trazar en un acto de sutura cardiaca el contraste de su sexo pastoso en el hedor pueril que me recordaba Guayaquil entera transmutada a los pliegues blanquecinos de la verga de Iván. Su expresión dubitativa se extinguió apresurada, sentía su cuerpo tensionado y sus manos empujaban mi cabeza contra su pelvis de sudor clarificado a través de sus vellos como raíces tentaculares y viscosas, una migraña pecaminosa asaltó mi acto y el golpe violento de mi lengua contra el músculo erecto configuró en mi laringe el avecinado gorgoteo ácido de la bilis subiendo escalonada por mi pecho… Acelero su dominio animal sujetando y presionando mi rostro, mis intentos por advertirle lo excitaban más, por lo que induje su éxtasis lechoso conjugado al fluido gástrico que emitían mis entrañas. Su rostro adoptó una expresión absoluta… ¿cómo describir un orgasmo confluido por el asco más puro que un gesto puede emular?… me lanzó asustado un puñetazo en el rostro mientras el vómito me estrangulaba por dentro…, gritó como mujer a la vez que su abdomen se erguía y sujetaba su boca mientras sus ojos encarnecían dilatados al buscar el baño. Limpié mi rostro e incorporé temblorosa las piernas del suelo, mi vulva estaba hirviendo a la vez que mi clítoris destellaba pulsos nerviosos que recorrían ardientes mi espina dorsal despojando de toda enfermiza cordura a mi corteza craneal. Aquí termino, para que no crea usted que prolongo este relato para alargar mi goce… Josué Puma Muñoz (Quito, 1996) Escritor de microcuento, poesía, ensayo y novela. Ha participado en publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Milita en la creación de espacios de difusión cultural y política. Egresado del Instituto Nacional Mejía, actual estudiante de Economía en la Universidad Central del Ecuador. 59 MICROTEXTOS GANADORES CATEGORÍA GREGUERÍA 1° PREMIO L a microliteratura está tomando auge como respuesta a la posmodernidad y a las nuevas maneras de concebir los productos creativos en torno a su insumo básico: la palabra. La Unidad Educativa Particular Copol, dirigida por la doctora Carmen Naumann, organizó el Primer Concurso Estudiantil Nacional Juvenil de Microliteratura 2015 ‘La brevedad sorprende’, que contó con el auspicio de la Casa de la Cultura. Puso especial énfasis en demostrar la importancia de la redacción creativa en el desarrollo del bachiller e impulsar tres didácticas de escritura creativa para igual número de formas microliterarias: greguería (Categoría A), microcuento (Categoría B) y haiku (Categoría C). En la categoría A se consideró la fórmula: greguería = metáfora + humor, dentro de la definición de Ramón Gómez de la Serna («Invención literaria que consiste en una metáfora breve e ingeniosa»). El tema fue el reino animal. En la categoría B se observó que el microrrelato no sobrepasará las 60 palabras. El tema fue el amor. En la categoría C se contempló la pauta silábica del haiku tradicional (5-7-5 sílabas métricas). El tema fue el mar y sus elementos. 60 DESCRIPCIÓN CAMALEÓNICA El camaleón no es más que un lagarto con bipolaridad. Valeria Milena Fernández Meza 2° PREMIO EMBELLECEDORAS DE LA NATURALEZA El parabrisas es el lienzo donde pintan las palomas. Emilio Villagrán Salcedo 3° PREMIO DEFINICIÓN El pez: envidia del nadador. Andy Miguel Rosales Mirabá premios CATEGORÍA MICRORRELATO CATEGORÍA HAIKU 1° PREMIO 1° PREMIO HEREJÍA MAR Le decían ‘Acróbata de luces’ y en su espalda cuatro gemas resaltaban una cruz. Tauro, anonadado por el rugido del público y la banda, se escondía bajo el manto rojo y su furia, disfrutando cada segundo del resplandor. Pero tal como el trapecio sube por la tarde, en venia recibió a su matador, sabiendo que allá arriba, él, encontraría indulto. Sara Cristina Puertas Valdez Sutil paisaje de olas infinitas ven abrázame. Luis Fabián Paz 2° PREMIO SENSACIÓN 2° PREMIO EL DEVENIR DE LA VOZ AMOROSA QUE SE DESVANECÍA EN EL OLVIDO MIENTRAS LAS CENIZAS SE DISPERSABAN EN EL AIRE EN DIRECCIÓN DE LOS VIENTOS ORIENTALES Así moría en combate el enamorado kamikaze japonés. Jonathan Stalin Chamba Benítez 3º PREMIO EL AMOR Para percibir el mar entre mis dedos quiero tocarte. Gabriela Valarezo Gallardo 3º. PREMIO AQUA Barcos sin rumbo, horizonte finito mundo ahogado. María Adela Máiz Viteri Una tortuosa noche de recuerdos, después de la guerra, donde mi familia perdí, tomé la decisión de reencontrarme allá con los míos. Mientras caminaba hacia mi final, una llovizna cubrió la ciudad. Ya en lo alto del edificio, y con el rostro humedecido, levanté la mirada, contemplé la ciudad, la luna; estremeciéndome comprendí… ¡No solo a personas se ama! Jesús Javier Arellano Espinoza 61 Ahogo Rutina Escribir se me parte la letra, mientras se me cae, pedazo a pedazo, el corazón. Dejar hueco el YO en un papel. Soy olor desprendido del azar y la bohemia. Siempre me encontrarás a las orillas de la sábana VEN… Apariencias ¡Sí! Pinceladas estrenadas día a día en un tablado llamado vida. ¿Entonces? Lucir la máscara blanca y negra, la transparente y cristalina o la colorida. Ser aquello que nunca seré. 62 Viaje Asciende, desciende, boca de hojalata abierta, desierta, pisada por doquier, destino final, siguiente estación. Cuba La mulata sonríe al viento. El tiempo se desliza congelado en el mito que conquistó. Caminan fantasmas del sueño, prefieren vivir desnudos al sol. Quizá será mañana, quizá será ahora. Qué más da… poesía Paraíso Pedaleando, pedaleando. Conquista En un lugar de la mancha… Dulcineas nunca fueron princesas. Heroínas nunca fueron rescatadas. Damas nunca fueron entendidas, ni descubiertas, ni amadas. Mi verso pasa por el umbral de tu rostro, donde vuelvo a encontrar tu mancha en la que me pierdo, de la que soy tu sierva y esclava en la tierra malparida de mi ocaso. Los truenos no podrán con el andar de horizontes y giros. No existe confín ni milagro, lo que aviva el ser es pedalear y pedalear. Resbalan gotas en el rostro de la fugitiva, bendición de tormentas y de aguaceros furtivos. Y al final del cielo, en el jardín, las ortigas aplacan sus ansias de volar. «Recordar no quiero algunas historias en tierras de Castilla». Antonio Machado Orificios Casona de recuerdos pálidos, ahogados en tristeza. Mi corazón tiembla con el dolor de la soledad. Casona de puerta amarilla, como helado de crema; de ventanas, mosaicos, ubicados como cuadro en cárceles del alma. Paredes lúgubres, húmedas, como los vientos de invierno que atraviesan el cuerpo, dejando la sensación de pérdida de algo y no saber qué fue. La novia espera, cabeza baja, espíritu tenue; la luz penetra tu vestido, compromiso sin misa. Casona habitada por el fantasma sin cielo, inquieto, rondando el jardín. Casa azul, antigua, vieja, nostálgica, quisiera que seas olvido; olvido de memorias, mirando las almas; espiando sus vidas por los orificios del tiempo. Gina E. López Es poeta y ejerce la docencia académica. Licenciada en Comunicación por la Universidad de Sao Paulo, Brasil; estudió su maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad St. John´s, Queens, NY. Es miembro fundador de la revista bilingüe de creación literaria Entre Rascacielos en NY. Formó parte del comité editorial de la revista Hybrido, perteneciente al Graduate Center de New York University. Su poesía fue presentada en el Instituto Cervantes capítulo NY. Su poemario Desnuda ánima fue publicado en el 2015. 63 Leonardo Barriga López «No tenía ganas de nada. Sólo de vivir» 64 Juan Rulfo. ensayo V ine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas. Rulfo, el autor de Pedro Páramo, se hallaba a mi lado, silencioso, parecía cansado por el largo viaje. Juan José Arreola, su compatriota, exponía el tema que debíamos abordar, fluidamente, sin que nadie lograra hacerlo callar. Germán Arciniegas, famoso aquí y allá por su Biografía del Caribe, sonreía burlón; Herberto Padilla habló del tema propuesto y de los duros años de prisión por no coincidir con el régimen de Fidel Castro; la relatora María Esther Vásquez pugnaba por limitar las exposiciones de los escritores que asistimos a ese Encuentro Internacional que se celebró en abril de 1985, en Buenos Aires, mientras Delfín Leocadio Garasa ensayaba, como secretario de la Mesa, sus mejores conocimientos taquigráficos. Rulfo mantuvo una breve disputa sin importancia conmigo por el tema de la cultura oficial que se discutía, pero de allí no pasó; al contrario, su silencio se transformó en la palabra amable y de camaradería. La prensa porteña destacó la obra de aquel extraño y silencioso autor de dos pequeños grandes libros: Pedro Páramo y El llano en llamas, las más conocidas. Quería estar solo, le conturbaba su popularidad y el afán sensacionalista de los medios de comunicación; lejano al mundo que lo rodeaba, como si fuese un personaje escapado de su obra mayor, cabalgando en mitad de la noche poblada de fantasmas. Tal vez presentía su cercana muerte (1986). Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació el 16 de mayo de 1917. Descendiente de un aventurero español que arribó a México, su vida estuvo llena de adversidades; la guerra cristera le dejó sin padre y sin familiares cercanos. Su infancia la pasó en un orfanato; años más tarde haría sus incursiones en la literatura sin abandonar sus oficios: de viajante vendiendo llantas para automóviles y luego como empleado en la gobernación de Guadalajara y otros sitios oficiales. Su labor más importante fuera de la literatura fue en el Instituto Nacional Indigenista. Varios premios le fueron concedidos y fue también un notable fotógrafo. En 1953 aparece El llano en llamas y en 1955 Pedro Páramo, que lo consagrara mundialmente. El hijo del desaliento fue la novela que nunca publicó, sólo un ‘avance’ de su texto apareció en la Revista Mexicana de Literatura. ‘El gallo de oro’, 1980, ‘En la madrugada y otros relatos’ y ‘Para cuando yo me ausente’ (1983). En 1986 fue su ingreso final a las páginas de su Pedro Páramo. De acuerdo con datos del Fondo de Cultura Económica, editorial que tenía la exclusividad para la publicación de los dos libros, ya en 1980 circulaban en México más de un millón de ejemplares de dichas obras, a más de ediciones piratas de esta. La obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas. Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero Pedro Páramo resume toda una etapa histórica de su país y de su propia vida, aunque él en varias oportunidades negó que fuera una obra autobiográfica. El libro, construido en el mejor estilo cinematográfico de flash back, revela la etapa histórica del México revolucionario. 65 jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: «Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche». Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre. —¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? —oí que me preguntaban. —Voy a ver a mi padre —contesté. —¡Ah! —dijo él. Y volvimos al silencio. 66 El presidente argentino Raúl Alfonsín, ese gran demócrata, nos recibió en la Casa de Gobierno, a una treintena de escritores, con motivo de la realización de la Feria Internacional del Libro y nos solicitó que actuáramos como «interlocutores válidos» en los respectivos países «sobre los problemas económicos que se viven en el Cono Sur», aspectos de la realidad económica argentina y la búsqueda de un diálogo constructivo entre las naciones del Norte y las del Sur. Roberto Castiglione, quien había dirigido el encuentro internacional y la Feria del Libro, afirmó que la situación de Argentina no era diferente a la que padecían otros países latinoamericanos, al tiempo que destacó los esfuerzos que estaba realizando el gobierno democrático por superar esas dificultades. Roa Bastos acotó que también en su país se sufrían los efectos de la crisis económica y que las inquietudes eran comunes en toda Latinoamérica. Según recogió el diario Tiempo Argentino, de 13 de abril de 1985: «Asistieron al encuentro entre otros el mexicano Juan Rulfo, el uruguayo Mario Benedetti, el colombiano Germán Arciniegas, el paraguayo Augusto Roa Bastos, el chileno José Donoso, el estadounidense Sidney Sheldon y el ecuatoriano Leonardo Barriga López, quienes fueron acompañados por el argentino Ernesto Sábato y por el secretario de Cultura de la nación, Carlos Gorostiza. Concurrieron también a la reunión con Alfonsín la española Ana María Matute, la italiana Dacia Mariani, la estadounidense Susan Sontag, la sudafricana Elsa Jouvert, el mexicano Juan José Arreola, el ecuatoriano Gonzalo Almeida; el boliviano Néstor Taboada Terán y Carlos Messa Gisbert, del mismo país; el colombiano Juan Cobo Borda, el venezolano Denzil Romero, el paraguayo Elvio Romero, el chileno Volodia Teitelboin, el soviético Julian Semionov, los cubanos Heberto Padilla, Jorge Timossi Corbani y Eduardo López Morales, el francés Paúl Verdevoye, el búlgaro Arjentisnky y el alemán Nowdtny. También autoridades de la Feria del Libro encabezadas por el presidente de su comité ejecutivo, Roberto Castiglione, quien informó a la prensa sobre los resultados del encuentro». Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas; hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón. Juan Preciado busca a su padre Pedro Páramo, llega a Comala, aquel submundo en donde la realidad y la ficción se entremezclan en extrañas visiones, en donde la muerte es sinónimo de vida. Juan Preciado tiene igual destino que los habitantes de Comala, muere sin abandonar su sino. Pedro Páramo, igual que el hijo, desfallece en la muerte, en historias en las que el novelista interviene comunicando a la obra una estructura compleja sin una aparente cronología, cortada en fragmentos, pero que al final confluyen en un gran todo, que deja al lector abrumado, sumergido en aquel gran sueño rulfiano, tratando de imaginar aquellos personajes muertos que comunican al lector extrañas vivencias de un fatal destino en aquel pueblo abandonado. En la polvorienta aldea solo yacen las ánimas de los difuntos, «que murieron sin saberlo»; Pedro Páramo, el cacique, es el responsable de la violencia. Yace con los demás personajes fantasmales contando sus historias. Gustavo Fares, profesor asociado de español de la Universidad Lawrence de Appleton, Wiscon- Reunión de escritores en Buenos Aires, abril de 1985. De izquierda a derecha: Leonardo Barriga López, Germán Arciniegas y Juan Rulfo. sin, en interesante estudio sobre la obra y vida de Rulfo, nos introduce en el extraño y fatal destino de familiares del escritor, que entiendo su memoria sirvió de base para su obra literaria. Su padre, dice Fares, Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, fue asesinado por la espalda en Paso Real la noche del 9 de junio. Casi todos sus tíos paternos murieron trágicamente: Jesús, en un viaje en el barco San Juan, donde venía con su hermana Rosa, chocó de frente con otro barco; Jesús cedió su salvavidas a su hermana y murió ahogado. David, cuando andaba a caballo, cayó del animal, el cual se desplomó encima rompiéndole los huesos. José, jefe de policía, fue a apaciguar a unos hombres que se hallaban en una riña, uno de ellos le vació la pistola en el estómago. Rubén, en una fiesta, fue asesinado. Luis fue el único que murió tranquilo en su cama. El escritor vivió con su madre en Sayula, Estado de Jalisco, hasta que ella muere. (College Board, La obra de Juan Rulfo http://apcentral.collegeboard.com/ apc/members/courses/teachers_ corner/22547.html) Pedro Páramo resume toda una etapa histórica de su país y de su propia vida, aunque él en varias oportunidades negó que fuera una obra autobiográfica. El libro, construido en el mejor estilo cinematográfico de flash back, revela la etapa histórica del México revolucionario, la angustia de sus habitantes ante la violencia y el desamparo, con la injusticia por doquier y que solo perjudica a los de abajo, en un mundo en donde la realidad y la ficción conviven en forma tal que el testigo del acontecimiento pierde la noción del tiempo y el real sentido del hecho en sí; como si éste respondiera a extraños designios del destino que desencadena el fenómeno de la vivencia humana. Rulfo emplea varias técnicas en su novela, ya utilizadas por Joyce, Faulkner y Proust, entre otros importantes autores, en un libro que se deja leer y releer, sin abandonarlo en su lectura. Recuérdese que Gabriel García Márquez escribió, recordando su primera lectura de Pedro Páramo: ... «… Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más 67 pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ‘Lea esa vaina, carajo, para que aprenda’; era Pedro Páramo… Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi años atrás, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas y el asombro permaneció intacto…». Novela escrita en 67 fragmentos. Allí están todos: Pedro Páramo, Juan Preciado, Dorotea, Eduviges, Damiana y Donis; Dolores Preciado, la esposa del cacique; Bartolomé San Juan, el padre Rentería, revolucionario; Susana San Juan, Toribio Alderete; Fulgor Sedaño ahorcando a Toribio. Abundio, Florencio, el doctor Valencia, Justina. «Este pueblo está lleno de ecos tal que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras». Novela de muertos que hablan de su vida. Se divide en dos partes: el diálogo en la tumba entre Juan Preciado y Dorotea; en la segunda, la de Pedro Páramo. Mueren todos estando muertos. 68 El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer dormía. De su boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del estertor. Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí. Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto. No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre. Juan Preciado busca a su padre Pedro Páramo, llega a Comala, aquel submundo en donde la realidad y la ficción se entremezclan en extrañas visiones, en donde la muerte es sinónimo de vida. Jorge Volpi, prologista de una de las ediciones del libro, asevera: «Pedro Páramo es una respuesta evidente y aún más: una liquidación y una puerta abierta a la novela de la Revolución mexicana, de Azuela a Guzmán, y a la novela cristera, pero también representa un diálogo igualmente fructífero con Kafka, Hamsun o Faulkner. Y, por encima de ello, la propia novela no se plantea esta cuestión: todo aquel que se atreve a leerla, como todo aquel que decide adentrarse en Comala, no sale indemne de la experiencia. Tras haberla leído, tras haberla escuchado, ahora nosotros también estamos contaminados con la muerte y ello, acaso, nos otorga una nueva vida». La crítica ha tenido sus puntos de vista divergentes. Al aparecer, se dijo que Pedro Páramo era una obra incompresible, que no se la podía leer por su fragmentación e inusual sintaxis; que inclusive varios compañeros de trabajo habían ayudado en su redacción uniendo historias que había imaginado Rulfo, además de otros anatemas surgidos de las pluma de sus compatriotas. Solo años más tarde, ante el éxito de Pedro Páramo se vuelve a releer El llano en llamas y a destacar la literatura de este importante autor. De acuerdo con Françoise Perus, especialista francesa en literatura latinoamericana, en los cuentos de El llano en llamas y en su novela Pedro Páramo, Rulfo no hace literatura, sino que genera un discurso sobre la literatura; es decir, crea literariamente, que es una cosa distinta. Rulfo no fue un escritor improvisado y su arte narrativo es absolutamente pensado en todas sus dimensiones e implicaciones (La Jornada, 27 de diciembre de 2012, México). Roberto García Bonilla, en el diario Siempre (26 de enero de 2013, México), advierte que en Pedro Páramo se «evoca una obra identificada con el habla lacónica y áspera de sus personajes; con la pérdida, la orfandad, la búsqueda, la concentrada interioridad anímica, la violencia social y psicológica que acompaña a la condición humana. Más que signo del ser, la muerte es una circunstancia sempiterna del estar en el mundo, ya sea un valle de los pesares o sencillamente la inocultable compañía de la vida como trayecto terrenal y la existencia regida por los oráculos de la memoria». «Ésta es mi muerte», dijo. El sol se fue volteando sobre las cosas y les devolvió su forma. La tierra en ruinas estaba frente a él, vacía. El calor caldeaba su cuerpo. Sus ojos apenas se movían; salta- ban de un recuerdo a otro, desdibujando el presente. De pronto su corazón se detenía y parecía como si también se detuviera el tiempo y el aire de la vida. «Con tal de que no sea una nueva noche», pensaba él. Porque tenía miedo de las noches que le llenaban de fantasmas la oscuridad. De encerrarse con sus fantasmas. De eso tenía miedo. «Sé que dentro de pocas horas vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda que le negué. Y yo no tendré manos para taparme los ojos y no verlo. Tendré que oírlo, hasta que su voz se apague con el día, hasta que se le muera su voz». Sintió que unas manos le tocaban los hombros y enderezó el cuerpo, endureciéndolo. —Soy yo, don Pedro —dijo Damiana—. ¿No quiere que le traiga su almuerzo? Pedro Páramo respondió: —Voy para allá. Ya voy. Se apoyó en los brazos de Da- miana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera ‘un montón de piedras’. La denuncia en la obra de Rulfo, la guerra cristera y otras similares en Latinoamérica, está todavía presente; con una reforma agraria fracasada, con un estado semifeudal del campesinado, con la pobreza en la villa miseria, con los indigentes que pululan en las calles de la urbe su mendicidad y desesperanza; esperando, siempre esperando que las condiciones de su vida cambien. Nuevamente recurrimos a García Márquez quien al comentar la obra de Rulfo finaliza en su estudio: «He querido decir todo esto para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era imposible escribir sobre él, sin que todo esto pareciera sobre mí mismo; ahora quiero decir, también, que he vuelto a releerlo completo para escribir estas breves nostalgias y que he vuelto a ser la víctima inocente del mismo asombro de la primera vez; no son más de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles». (http://www.portalalba.org/). Rulfo, un escritor que apareció con el siglo XX. Su pasión nos retrotrae a los más elementales sufrimientos e ilusiones humanas, en un mundo silencioso y de resignación que es el punto vital de la obra. El mágico entorno de esos personajes que van y vienen, confluyendo hacia los viejos cauces, a las raíces, en mensaje que abruma e inquieta. Desaparecido ya por las circunstancias del existir cotidiano, desde su creación nos asiste iluminado. Su silencio es la voz de los comprometidos con la tierra. Leonardo Barriga López Bibliografía Barriga lópez, Jorge 2008 Crónicas y ficciones, Ediciones Amauta, Quito. Fares, Gustavo s/f. La obra de Juan Rulfo, College Board. http://apcentral.collegeboard.com/apc/members/courses/teachers_corner/22547.html) Inframundo 1980 El México de Juan Rulfo. México: Ediciones del Norte, 1983. Peavler, Terry J. 1986 ‘Perspectiva, voz y distancia en El llano en llamas’. Hispania 3.69: 845-52. Roffé, Reina 1973 Autobiografía armada. Buenos Aires: Corregidor. Rulfo, Juan 1992 Toda la obra. Colección Archivos 17. México: Centro Coeditor. Pedro Páramo. México: F.C.E., colección Letras Mexicanas, 1955 (Primera edición). Pedro Páramo. Prólogo de Jorge Volpi, 2001 El Mundo, Nº 24. Col. ‘Las 100 mejores novelas en castellano del siglo XX’, Nº 22. Miembro de la Academia Nacional de Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de otras instituciones culturales del país y del extranjero. Sus artículos se han publicado en diarios del Ecuador y del exterior. Tiene editados más de una veintena de libros en temas de literatura, historia y derecho. Doctor en Derecho y Ciencias Políticas, Magíster en Derecho Ambiental, Especialista en Derecho Internacional Económico, Diplomático de Carrera del Servicio Exterior ecuatoriano(r); Profesor en universidades del Ecuador y del exterior, en especial en Argentina, Colombia, Uruguay y Venezuela. Ha dictado conferencias y seminarios en Ecuador y en otros países. 69 El continente imprevisto (35 años de un viajero aéreo e imaginario) V 70 iajarás mañana y en ese destartalado pecho que funge como vieja máquina de vapor se incrustarán los santuarios de ciudades agónicas las maderas de casas decayendo. Llorarás en una quebrada sabiendo que sobre su piel de tiempos inmemoriales habrá caído el turno de la lama, del cronos indolente, al que se le ha escapado el cielo en carreras fútiles y exactas. Y todo será medido, a disposición de las rutinas, de los itinerarios, de las escalas, de los vuelos que sin ‘zaleplas’ ‘zétix’ ‘neuril’ no tendrían el vuelco artificial como para retornar a un antiguo nacimiento, a esa playa de charcos profundos de los que rescataste pedazos de cuellos, de costillas, de saliva congelada como el amor congelado. Y perderás la cámara en el transcurso de las estaciones, sólo la imagen que trastoca el espacio que pende entre la avenida más grande y el viajero más solo. Recordarás cómo se te fue la vida al imaginar cómo Kafka y Milena se encontraban en el cruce de los trenes, y siempre los trenes que aúllan y que duelen, que devastan inmensas montañas retrocediendo al infierno, a los tres mil metros bajo tierra, donde belcebú hará que tu pie aéreo disfrute de los manjares de la llama, del amplio cañón del fuego, y sabrás que él también llora porque le han escrito a buzones sin tiempo, porque el mal también llora, porque está compuesto de un corazón que sangra aire. Ascenderás a la ciudad más alta y querrás ser ala entera, completa, ser gacela, dejar de ser carne, para entrar veloz en la luz de una calle donde se refleja el continente imprevisto. Continentes, océanos, animales muertos de pena y cucarachas grandilocuentes en los hoteles de paso, donde tímpanos serán las paredes, donde tímpanos serán las baldosas, donde tímpanos serán las ventanas abiertas, donde aún no habrá instante para expirar, aún no, aún no. Te preguntarás, qué piensa de ti el verano, y el páramo violento. Te preguntarás si todos vamos por el mismo río. Y ella te esperará vestida de azafata, de mesera, de ‘guardiana’ de bahía, de mercader, de coleccionista de piedras aéreas en un circo ruso, como el que una vez viste en esa explanada donde es ahora el asiento de un edificio gris tan gris. Y ella: y ella, será lo intangible o lacrimoso, el techo eterno de ‘estrellas vírgenes’ mientras suena un adagio. ¿Qué será de ese día? Lo contemplas, desde allí, cuando es un guayacán floreciendo tu cerebro y empieza a palidecer. Y no hay pasado, ni futuro Sólo quien de tu cuerpo sale, cambia, se hace tan lejano como víspera. Y sé que estás en otro lugar y que por eso escribes para encontrarte dilucidar que posees más de lo que añoras, un artilugio mineral, un venado ciego corriendo en pos del bosque y de llanos imposibles. poesía Mnemosyne Memoria: la soledad ha venido a descifrar tus anchos terrenos, tus hectáreas de dolor agudo, de ayunada esperanza, tú has hecho que un hombre devore en su habitación a todos aquellos que sufrieron en ella, a todos los ahorcados que a la vida ya no le importan. Entras y te quedas ya no en la mente, sino en las arterias, en las costillas, en la levedad de la sangre cuando no hay por quién sangrar. Sangre de silencio, de humana presencia, de ríos callados, de profundidades en las que reposa la malgastada infancia, el niño a quien matar. Memoria: asesíname a tiempo, cuando todavía sienta la purificación de huir. Llenaré con barro ese día, pero no presenciaré augurios ni voluntad alguna. Tú creaste un vientre debajo de la tierra en el que ya no puedo lubricarme. Mi superficie es un oráculo, por ende vivo esperando, adivinando sin saber… Óxido El óxido es la fragancia de un mapa a donde solo llegan los cartógrafos grises. —Nadie sabe de nuestros viajes ni de nuestras guerras—. Haré de la MAREJADA el último cuarto donde inundar el amor, después de hacernos daño habremos desaparecido. Impostor Si supiera quién escribe por mí, quién detiene el curso del cielo y hace del lodo un habitante de mi ojo muerto, sábana donde familiares fueron agua y derrumbes de lava sobre mi rostro. Si supiera quién dejó que sea precipicio con altares de vírgenes llorosas. Si supiera, no creería que las aves son un fruto esquivo del viento, un alimento hambriento de las propias alas. Soy de los fantasmas el mejor impostor que feliz se desconoce. Un acto herido de sombras, una escena donde mueren quienes me miran. Escupo lo que amo. Lo que amo cambia, me corta las manos, lacera mi boca. Perdido intuyo que mi tranquilidad es la utopía en la que desnudo las máscaras y como junto a ellas. Mi cabeza es un torbellino que acariciarán mañana. Carlos Luis Ortiz M. (Guayaquil - 1979) Poeta, comunicador y profesor universitario. En el 2005 obtiene la Primera y única Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía Jorge Enrique Adoum con el libro Zigzag del solitario. En el 2008, con el texto titulado Un lugar sin estaciones, es reconocido en el Concurso el Verso Digital en Andalucía España. En el 2009 obtiene el Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel con el libro El niño alucinado, el mismo año publica Lírica para vagabundos por la Casa de la Cultura Núcleo de Chimborazo. En el 2011, con el libro Almacén, alcanza la Primera Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade por la Universidad de Cuenca. En el 2012 se le otorga el segundo lugar en el Concurso Nacional Premio Pichincha de Poesía con el libro Biografía del espejismo. Su poesía ha sido incluida en la antología Bandada: novísima poesía ecuatoriana, publicada por la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, así como en selecciones de poetas dentro y fuera del país. Ha publicado cinco libros de poesía y otros en conjunto. 71 Abdón Ubidia C 1 Prólogo para la segunda edición del libro de ensayos Referentes, 2016. 72 uando el reloj de la política latinoamericana parece que va a dar un nuevo giro, otra vez, hacia el neoliberalismo que dominó el mundo de los ochenta (Reagan, la Thatcher, Juan Pablo II, los economistas de la escuela de Chicago y los ideólogos de la cultura del capitalismo tardío más rampante) —especialmente en América Latina— hasta comienzos del siglo XXI, vale la pena recuperar nuestro libro Referentes, resultado directo de lo que, desde la disidencia, pensamos en esos duros tiempos. La primera edición fue hecha en el año 2000. ensayo La idea básica fue una: el neoliberalismo no fue apenas una doctrina macroeconómica. Fue, además, una filosofía, una cosmovisión, una epistemología, una matriz de pensamiento que dominó casi todos los ámbitos del saber humano: la ciencia y las artes en primer término. ¿Cuál fue el denominador común de tal operación global? Uno solo y muy claro: la supresión de los viejos referentes que habían marcado el pensamiento totalizante del siglo XIX, la mayor parte del siglo XX y, sobre todo, el de sus célebres años sesenta, en aras de una muy bien programada ‘virtualización’ de un mundo hecho de puras representaciones, que ocultarían en la ‘realidad real’ los verdaderos propósitos del nuevo orden global y de lo que llamaron ‘la nueva economía’. Para empezar, la ciencia económica suprimió el tema de las relaciones de producción, distribución y redistribución y se centró en los puros ejercicios monetaristas de oferta y demanda regidos por el dios de un mercado virtual, financiarizado, sobre todo bursátil; la filosofía, con Baudrillard a la cabeza, olvidó los eternos referentes del Bien y el Mal y de lo Verdadero y lo Falso, y ahogó el juego real del mundo en el solo espacio de las representaciones (La transparencia del mal, etc.); los politólogos herederos de Daniel Bell (El fin de las ideologías), para quienes Norberto Bobbio sería una pieza desechable, proclamaron que ya no tenía sentido hablar de izquierda ni de derecha en el mundo posmoderno, algo que hoy, inútilmente, proclaman los jóvenes españoles de Podemos, mientras la derecha ibérica los devuelve al sitio real que pintan en la sociedad con la acusación de que son, literalmente dicen, ‘extremistas de izquierda’. También los antropólogos célebres como García Canclini dejaron de lado lo que habían estudiado con tanto fervor, como las diferencias entre la cultura popular y cultura dominante y empezaron hablar de que Las culturas híbridas se habían vuelto hegemónicas y, por cierto, indiferenciables. De la mano de los economistas, los pensadores neoconservadores y posmodernos, con el inevitable Daniel Bell como capitán (Las contradicciones culturales del capitalismo), sentenciaron la muerte de las clases sociales y sus luchas porque en el mundo universitario —así escribió—, como caso emblemático y ejemplificador, a los estudiantes y profesores, generalmente uniformados con la ropa casual, ya nadie podría señalarlos como ricos o pobres. Francis Fukuyama puso lo que creyó la estocada final a esa ceremonia planetaria de destrucción masiva de los referentes que orientaron y articularon nada menos que toda la Historia moderna y lo que había venido con ella como traído de contrabando del mundo antiguo. El fin de la Historia había llegado por fin. El sueño de Hegel se había cumplido. Era ya obsoleto. El sentido de la historia había concluido. La Historia había muerto. En lo que concierne al arte había ocurrido una supresión más palpable: la de un referente fundamental: el artista. La figura del nuevo curador convertida en artista de artistas que no cura lo que ya ha sido sino lo que ha de ser, lo que debe ser, todo un comisario muy ideologizado que proclamaba su desideologización, desde luego, copó los museos y galerías del mundo. La acometida neoliberal no se quedó en el campo de la alta cultura sino que, además, invadió —todos pudimos constatarlo— la música popular latinoamericana justamente a partir de 1980: el olvido o postergación de esa ars amatoria latinoamericana guardada en valses, tangos, boleros, sambas, rocola, descalificados como ‘setenteros’ La velocidad depredadora va a la par de la velocidad de concentración del capital. La ambición desmedida genera tanto el insaciable consumo de recursos como el crecimiento de la riqueza extrema. Lo uno y lo otro van de la mano. Hoy el planeta es más desigual que hace unas décadas. 73 Theotonio dos Santos 74 (música disco y new age mediante), la ‘modernización’ de un gusto masivo gracias al cual era fácil ver a multitudes de jóvenes que coreaban letras en un inglés que no sabían. Aunque por otras razones y desde otros propósitos, en esta secuencia de autores y textos que dan cuenta del cambio epistemológico logrado, uno podría añadir coincidencias previas, al menos funcionales y convenientes de grandes pensadores de izquierda anteriores a 1980: la figura de Lyotard y su concepción de la postmodernidad como pérdida/fin de los grandes discursos (marxismo, psicoanálisis, religiones). Y, por desgracia, también deberíamos añadir al estructuralismo —Lévi-Strauss, Foucault, Althusser— y el antihumanismo teórico que proclamó, nada menos, que la muerte del hombre. (Foucault, años después, ante los abusos del antihumanismo práctico neoliberal, se lamentaría: «¿Cómo podíamos defender los derechos humanos de un hombre muerto?»). En cuanto a la actitud neoliberal, vale la pregunta: ¿Qué hubo por detrás de esta avasallante destrucción de los referentes más caros de la historia social humana, de la memoria humana, en especial, como señala Bourdieu: de la destrucción metódica de los colectivos humanos? Pues la necesidad de destruir, por sobre todo, la percepción de la política real, en función de la hegemonía de un discurso aviesa y artificialmente complejo y maquiavélico: el discurso neoliberal. Es decir: el discurso del capitalismo tardío. La utopía neoliberal que quiere un mundo hecho de muy pocos poderosos que dominen a una masa de pobres, incapaces de cuestionar, desde su ignorancia, cinismo o indiferencia, lo que Chomsky llama el nuevo orden mundial. Ahora bien, todo ese tenaz cambio en el pensamiento, tenía que pasar obligadamente por el amparo mayor de la cultura en el más amplio sentido del término. El neoliberalismo se planteó, pues, como una revolución cultural. No deja de ser significativo que, en Chile, el modelo neoliberal por excelencia (autoritarismo, masacres, privatización de todo), se hable de ‘La revolución silenciosa’ para referirse a los cambios económicos efectuados por la dictadura (el libro es del pinochetista Joaquín Lavín). Nada de extraño tuvo que nosotros, y hablo por mis colegas intelectuales, combatiéramos esa nueva mentalidad, ese epistema, que se expandía, como una plaga imparable por el mundo, desde su propia ecología, desde su territorio propicio: desde la cultura. Vale señalar la paradoja de que el gran propósito de despojo global y apropiación económica de las riquezas del mundo, del capitalismo tardío, es decir, del neoliberalismo, no sería posible sin un gran cambio cultural que olvidara, para siempre, amén de los referentes que hemos anotado, el gran pensamiento humanista que nació con la propia historia, desde el reinado de las mitologías, luego de las religiones y, ahora, de las ideologías. Hay que aclarar que todas esas creencias alojaron siempre su contrario: los brotes del pensamiento mercantil más craso. Reductio absurdum: bajo esa luz no es incongruente entender que la historia de Judas no fue la historia de una traición: bien pudo ser la del ‘intercambio de un Dios por 30 monedas’, una simple transacción comercial exitosa, que transformó un valor de uso infinito en un valor de cambio minúsculo pero efectivo: las 30 monedas. Y valga esta ‘exitosa’ conversión teórica para ilustrar bien lo que el capitalismo tardío y global quiere lograr, en los hechos de hoy —en una conversión práctica—, con el planeta entero (indudablemente, un valor de uso único y total) al transformarlo en capital (un valor de cambio precario pero efectivo). En efecto, en un planeta Tierra, depredado, sobrecalentado, no sustentable ya puesto que hemos rebasado la llamada ‘huella ecológica’, la atmósfera de las grandes ciudades, sucia por el CO2 del ‘desarrollismo’ de los países ‘desarrollados’; los ma- res, algunos casi saturados de desechos industriales, metales pesados y demás, y en donde, según los científicos más calificados, estamos al borde de la ‘sexta extinción’, la de la especie humana, el furor capitalista, que solo mide ganancias, y no calcula costos ambientales ni civilizatorios, convierte, sin tregua, cada vez con más velocidad y fuerza, en puro capital no solo el bienestar humano sino la propia naturaleza y su frágil equilibrio. Víctima no del ser humano sino de enajenaciones tales como el consumo desenfrenado y hasta ese absurdo de la ‘industria de la obsolescencia programada’, la conversión absoluta de los valores de uso en solo valores de cambio parece ser ya un desastre irreversible. Bolívar Echeverría nos hablaba de un mundo que se solaza consumiendo sus propios escombros. Para que este cuadro de debacle se complete, hay que evocar un factor económico, por desgracia acaso resultante de ese ímpetu devorador del mundo: la inequidad en la distribución de la riqueza. La velocidad depredadora va a la par de la velocidad de concentración del capital. La ambición desmedida genera tanto el insaciable consumo de recursos como el crecimiento de la riqueza extrema. Lo uno y lo otro van de la mano. Hoy el planeta es más desigual que hace unas décadas. La Universidad de Zúrich dice que ahora solo 147 grandes corporaciones controlan la economía global. El célebre estudio de Peter Phillips acerca de la exposición del 1% de la clase dominante del mundo, señala que ella tiene tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante. Por si fuese poco, el último premio Nobel de economía, Angus Deaton, afirma que incluso las crisis económicas de hoy están hechas para beneficiar a los más ricos. Y el difundido estudio último de la Oxfam de Londres apunta que hoy tan solo 62 personas poseen una ri- Luis Britto García queza igual a la de ¡3.600 millones de personas! Después del consenso que dominó el mundo hasta los años sesenta, cuando los grandes movimientos sociales, políticos e intelectuales habían tomado conciencia de su misión humanista, y revoluciones y movimientos independentistas cundían por todo lado —aunque en esa época no se considerara aún, con fuerza, el tema ecológico— y se pregonaba la revolución social y un cambio que no podía ser sino socialista y anticapitalista, ¿cómo pudo llegarse al extremo de legitimar tanto la depredación de la naturaleza como la inequidad (Thatcher se refería a la desigualdad como el mecanismo necesario para garantizar «el predominio de los mejores»)? Ese propósito no pudo haberse logrado jamás sin la revolución cultural que hemos denunciado. No es ninguna coincidencia, pues, que hayamos abordado en nuestro libro la arremetida neoliberal desde los variados temas de la cultura, con el claro propósito de que la ataquemos allí, en su más íntima estrategia: la destrucción de los referentes de la realidad más concreta que sostienen la vida social. El Estado obeso Eran los tiempos en los que intelectuales de nota como los mexicanos Octavio Paz, y su hijo putativo, Enrique Krause, denunciaban al Estado como El ogro filantrópico, idea que, en lo sustancial, iba mucho más allá del específico caso mexicano que hasta podía leerse como una enorme metáfora. Sí: el referente expreso de la política moderna, el Estado, era un malhechor. Cómo dudarlo. Ese fue el punto principal. Para el neoliberalismo, el Estado obeso, etc., fue el principal enemigo. Si la economía se reducía solo al mercado (dizque perfecto, que dizque se regulaba solo) el Estado sobraba: mientras menos Estado, qué mejor, decían. Reagan sentenció: El Estado ya no es la solución sino el problema. Tantos autores, Emir Sader, entre ellos, han precisado los mecanismos de desmantelamiento del 75 Tantos autores, Emir Sader, entre ellos, han precisado los mecanismos de desmantelamiento del Estado mediante, en primer lugar, privatizaciones y ajustes que desconocen luchas sociales históricas. Hay que insistir en que toda privatización es apropiación por parte de los grupos privados de los bienes públicos, fechorías amparadas por complejos discursos economicistas. 76 Estado mediante, en primer lugar, privatizaciones y ajustes que desconocen luchas sociales históricas. Hay que insistir en que toda privatización es apropiación por parte de los grupos privados de los bienes públicos, fechorías amparadas por complejos discursos economicistas. Hay una izquierda cándida que, recordando, con razón, los sangrientos orígenes del Estado como la maquinaria que propició la acumulación del capital con abusos y crímenes sin nombre, se adhieren al discurso antiestatal del neoliberalismo, si reparar que hemos heredado el Estado también, pero con su rostro evolucionado, actual, de regulador de la vida social y de los abusos del mercado, nacional y transnacional. Así, en el dilema, muchas veces falso de Estado/mercado, se obvia la realidad concreta de que el Estado es el único medio con el que contamos para defender las conquistas públicas frente a la desmedida ambición privada. No es que el neoliberalismo quiera, más allá de sus proclamas, suprimir al Estado. Todo lo contrario: quiere devolverlo a su origen atroz: privatizarlo, y usar solo sus mecanismos represivos y de control social como hemos visto en Chile y México, España, Grecia, etc. Se trata, en el fondo, de economía: de la apropiación total de la riqueza social. El viejo sueño de los fisiócratas del siglo XVIII (el laissez faire, laissez passer) y el de los economistas victorianos de XIX, puestos en acción con un ropaje novedoso. De allí, la complejización deliberada del discurso neoliberal, su intrincada retórica, la necesidad de empujar una misma vieja idea muy concreta y aviesa, capitalista, individualista y codiciosa, en el seno de un discurso aparentemente nuevo, alojado en una —así lo creyeron— revolución cultural que demoliera todo pasado solidario y liberador. Fánder Falconí*, cuando leyó estas notas, tuvo a bien acotarme, con una gran precisión, que la pérdida de los referentes humanistas e históricos solo pudo hacerse con el posicionamiento de los nuevos referentes trabajados por el pensamiento neoliberal: la globalización reducida al mercado, la supremacía del capital financiero, la construcción de ‘legítimas’ barreras migratorias, la destrucción del medioambiente en aras del progreso y, entre otros, desde luego, la masiva homogeneización cultural. Insuficiente, abreviado, aleatorio, a veces didáctico y simplificador, Referentes, en su modestia, quiso ser otro llamado de atención para que nuestros intelectuales, a veces confundidos con tanta fla- mante palabrería, a ratos muy académica, tornasen los ojos a los hechos de la realidad concreta y su verdad también concreta, aquella que reclamaron Rosa Luxemburgo, Brecht y Machado, Benjamin, Gramsci, Sartre y tantos más como Chomsky, Wallerstein, Petras, Jameson, Harvey, cada quien a su manera. Si bien Referentes tuvo cuatro ediciones, una en forma de e-book, el autor creyó que el mensaje sustantivo suyo no había encontrado el eco que esperaba y decidió, en los siguientes cuatro años, escribir una novela, La Madriguera, que narrara, con ejemplos vívidos, porque ese es el poder del arte literario, lo que antes había querido decir con conceptos en su libro de ensayos. Era la historia de un pintor que, al filo del 2000, con un cambio cruel de siglo y de milenio, mientras su ciudad y su país se hundían en la debacle financiera de una arquitectura económica perversa y muy bien asumida por los organismos de Bretton Woods, que ya había destrozado la economía del México de Salinas de Gortari, de la Argentina de Menem y Cavallo o el Perú de Fujimori en esos mismos años, sin nada entre las manos para recibir al nuevo siglo XXI, pues hasta las premisas del arte moderno, en el que fue formado, habían colapsado en un hormiguero que perdía todas las diferencias, según lo dijo Octavio Paz en Los hijos del limo, decide dejar de pintar, dejar el arte y volverse un hombre de la realidad real. 77 78 Claro está que el propio nombre de la novela aludía al hecho que, desde los tiempos de Homero, el término Madriguera significaba: ética; una cueva para protegerse del inhóspito mundo. La madriguera también se refiere a la caverna platónica. Es un lugar de protección en el cual solo se observan los reflejos —la sombra de la verdad— que no podemos alcanzar. Digo esto para que se entienda que La madriguera y Referentes fueron las dos caras de una misma medalla. Pobres testimonios de una época maldita. Dos gritos angustiados en el seno de lo más profundo de ‘la noche neoliberal’. Pero, entre tanto, poco después, y guiado por su propia dinámica, el orbe latinoamericano había dado un gran vuelco hacia la izquierda. Se había iniciado el cambio de época: el antineoliberalismo comandado por líderes de excepción: Evo Morales, Hugo Chávez, Mujica, Lula, Néstor Kirchner, Correa, entre otros, quienes habían privilegiado el rol del Estado como regulador del potro desbocado del mercado. Privilegiado lo público por sobre lo privado. Vale decir: lo social frente a la ambición de lucro, en especial, la financiera. La marea rosada la llamaron en muchos lados. Acompañándolos, nació un formidable correlato intelectual latinoamericano: Theotonio dos Santos, Atilio Borón, Ernesto Laclau, Boaventura de Sousa Santos, Óscar Ugarteche, Britto García, García Linera, tantos más. Pero ahora el ciclo antineoliberal se ha cumplido, en gran medida, con grandes fallos, terribles omisiones, incluso corrupciones aún oscuras, pérdidas de rumbo que empañaron sus grandes aciertos. Este ciclo, cumplido a medias, en lo que fue posible, además por la presión de una real politik, mal que bien impuesta a los pequeños por los grandes poderes capitalistas — En lo que concierne al arte había ocurrido una supresión más palpable: la de un referente fundamental: el artista. La figura del nuevo curador convertida en artista de artistas que no cura lo que ya ha sido sino lo que ha de ser, lo que debe ser, todo un comisario muy ideologizado que proclamaba su desideologización, desde luego, copó los museos y galerías del mundo. muy reales— que rigen el planeta de hoy, no siempre fue comprendido a tiempo por una izquierda aséptica y escéptica, presuntamente radical, que se automarginó y perdió una oportunidad única para intervenir desde adentro en la ‘realidad real’ y no en el puro discurso: disputar un espacio bien ganado de poder real y posible. Como si el antecedente en Ecuador de la llamada Gloriosa del 44 no hubiese existido (En esta actitud, quizá no tan curiosamente, se remeda, se observa especularmente el mismo desapego a la historia que profesa el neoliberalismo). A esa izquierda ‘deslactosada’, como bien la llamó García Linera, la historia no la absolverá. Y no es un vaticinio sino la simple conclusión de alguien que no ve cómo, en condiciones más duras, podrá remontar la poca adhesión que concita. En la política impuesta por el neoliberalismo, a saber, el sometimiento de los referentes concretos de la ‘realidad real’, a la mentirosa ‘realidad virtual’ de las solas ‘representaciones’, los vanidosos intelectuales de esa mentada izquierda escogieron sin dudar la segunda, con un fun- damentalismo equivalente al de los desarrollistas y extractivistas que critican. El problema realidad/representación fue ignorado por ellos olímpicamente. No quiero terminar este prólogo, escrito 16 años después, sin aludir al hecho de que el ensayo dedicado a la democracia (ahora diríamos, en su modelo norteamericano) que está incluido en Referentes fue, en algún momento, solicitado por una distinguida revista académica y rechazado luego por ella. Entendí que en la democracia representativa uno puede hablar en contra de todo, menos en contra de la democracia representativa. Como dijo un estudioso estadounidense: sustituyan la palabra democracia representativa por la palabra religión y todo será más claro en su discurso. Mas, si en Latinoamérica el neoliberalismo retorna, en los centros de poder mundial empieza a ocurrir lo contrario: a la crisis del capitalismo global se ha sumado su general desprestigio en los campos económico, ideológico y cultural. No hay espacios en donde no haya voces que lo denuncien. Y no hablamos de sus críticos habituales, que provienen de la izquierda. Las voces ‘desencantadas’ del nuevo orden mundial provienen de grandes millonarios, capitalistas por antonomasia, quienes, asustados por la estupidez vertiginosa de la acumulación del capital, proponen, como Bill Gates, Warren Buffet y los 16 más ricos de Francia según la revista Forbes, alzas de impuestos para los ricos y otras medidas que, in stricto sensu, serían nada menos que antineoliberales. Voces autorizadas, como decía Bourdieu, entre las cuales podemos contar a célebres premios Nobel como Stiglitz y Krugman. Voces que saben que el neoliberalismo es el capitalismo a secas, sin los atenuantes y maquillajes que le impone la socialdemocracia. En el campo de la alta cultura y del arte ese desprestigio es ya masivo y casi total. Bástenos decir que la Bienal de Venecia 2015, en palabras de su curador, tuvo un tema: el anticapitalismo. A esa luz, el triunfo de Macri en Argentina no será sino una batalla perdida, precaria, además, en una guerra que se libra en un escenario global. del capitalismo supranacional está en la comida chatarra. Las nuevas generaciones, más expuestas al bombardeo mediático, beben la gaseosa preferida de Santa Claus y comen la misma (con M) hamburguesa, despreciando quizás la bebida (como la avena con fruta) y la comida (como el arroz con fréjoles) de su cultura. Un cambio muy malo, en términos nutricionales, y pésimo, en lo cultural. Un pueblo puede ser rico en cultura, hasta puede poseer una rica diversidad cultural, pero puede tener baja densidad cultural, algo que tiene que ver más con la población y su bagaje cultural. Sin embargo, un pueblo puede perder su densidad cultural cuando es invadido por una cultura extranjera que satura el ambiente. La pérdida de densidad cultural, sin embargo, ocurre con más facilidad cuando un pueblo carece del suficiente bagaje cultural. México, rico y diverso en cultura, padece de este problema. Según una encuesta reciente,2 el 48% de los mexicanos no se interesa en la cultura. El 86% nunca ha pisado un museo. 57% no han entrado a una librería. 73% no han leído un libro el último año. Pero esa gente no ha dejado de informarse, simplemente ahora forman parte de la ‘cultura global’ que ve los mismos programas de televisión y se nutre de una sola fuente: el sistema mediático del capitalismo neoliberal. 4) Las barreras migratorias, aunque suene paradójico, también son indispensables para que funcione el gran capitalismo. Impedir que muchos trabajadores de los países pobres entren legalmente a los países ricos beneficia al neoliberalismo. Así se mantie- *Fander Falconí: Nuevos referentes Indis- nen bajos los salarios de los trabajadores ilega- pensables del capitalismo neoliberal. 1) Globali- les y los agricultores (y algunos industriales, así zación: meta aparentemente deseable, pero no como algunos servicios) obtienen grandes ga- si es interpretada solo en función de crear un nancias. 5) Destrucción del ambiente, estamos mercado global único y de establecer corpora- frente a una crisis civilizatoria de hondo calado. ciones independientes de los estados (transna- Hemos rebasado como humanidad los límites cionales). La mejor crítica a este ‘ideal’ ha sido planetarios. La cultura del descarte y la obso- la del economista egipcio Amin en 1998.1 2) lescencia programada. Hay sociedades y clases Supremacía del capital financiero: es decir, del sociales que consumen más que otras y emiten que no se consume, sino que se invierte en las contaminación en forma desproporcionada. En mismas transnacionales, cuyas juntas directivas forma paradójica, muchas de las verdaderas muestran coincidencias de integrantes. Por otro riquezas del planeta (biodiversidad y recursos lado, la mayor parte del dinero es virtual, está naturales) están aún en el Sur del planeta. supuestamente en determinados bancos e instituciones financieras, pero en realidad está en 1 Amin, Samir, El capitalismo en la era de la glo- manos de las transnacionales, como inversión. balización, Paidós, Barcelona, 1998. 3) Homogeneización cultural, en detrimento 2 Berman, Sabina, ‘Política cultural de México de la diversidad. El ejemplo más claro de esa es una ‘basura’, Revista Proceso # 1783, México, característica indispensable para la hegemonía 2010. Abdón Ubidia (Quito, 1944) Narrador, ensayista, antólogo y crítico literario. Ha publicado los libros de relatos Bajo el mismo extraño cielo (Premio Nacional de Literatura José Mejía, 1979), Divertinventos (1989) y El palacio de los espejos (1996); las novelas Ciudad de invierno (1984), Sueño de lobos (Libro del Año 1986, ganadora del Premio Nacional de Literatura) y La madriguera (2004); en ensayo: El cuento popular (1977); La poesía popular ecuatoriana (1982). Sus relatos han sido traducidos a varias lenguas europeas. 79 Patricio Herrera Crespo 80 O swaldo Muñoz Mariño ha muerto. En la década del ochenta tuve la oportunidad de mantener amplias conversaciones con él, que se convirtieron en este reportaje que la Casa de la Cultura y su revista Casapalabras publican como homenaje póstumo al mejor acuarelista del Ecuador. paleta El hombre camina despacio. Su espíritu y su mirada abierta a descubrir la belleza del paisaje, el presente y el pasado, la luz y la sombra, la historia de esas casas, calles y plazas, guardadas en la memoria de los más viejos. En su mano un maletín donde transporta su taller. De pronto se detiene, instala su mesa de dibujo, despliega su cuaderno y su mano comienza a trasladar al blanco y negro lo que capta su mirada, mientras su mente delinea las formas y precisa el color, concebido con la simbiosis de artista, poeta y arquitecto. No tiene prisa en caminar, ni su pintura tiene que cumplir una tarea. Es un viajero incansable que busca satisfacción para su mirada y su espíritu. Es un observador y le gusta conversar. Por eso de pronto, en donde sea, se detiene, se compenetra en el paisaje urbano, mira y admira, conversa con la gente, explica a los niños y se alimenta de la sabiduría del pueblo que enriquece aún más su rico anecdotario. Oswaldo Muñoz Mariño nació en Riobamba y allí recibió la educación primaria. El paisaje de arena, nieve y viento, sus grandes campos retaceados de verde, la cabuya, el sigse y el capulí, y su ciudad de historia y nobleza descubrieron su habilidad innata de dibujante. ¿Su primer dibujo? Tal vez uno realizado para su padre, que era funcionario público, y lo requería para resolver un litigio de tierras. Después en Quito, el Colegio Mejía, y junto a la matemática y el castellano, el aprendizaje esmerado de las enseñanzas de Leonardo Tejada pero, sobre todo, la dedicación constante por ser siempre el mejor. Cada año buscaba si había algún compañero que era buen dibujante, para tratar de superarlo. Luego el primer trabajo en Guayaquil en una compañía cons- La Basílica, Quito, 1993. tructora norteamericana en la que, posiblemente, descubrió su inclinación a la arquitectura. Participar, aun cuando sea en forma lírica, en el diseño de edificios y casas, le hizo meditar sobre la necesidad de estudiar una profesión que le enseñara la ciencia y la técnica de la arquitectura. La coincidente incorporación a la compañía de un arquitecto mexicano y las largas horas de plática con él le decidieron a dar el paso que encauzaría su vida: viajar a estudiar a México. Cuando en Quito nacía la Escuela de Arquitectura, por el año 1945-1946, Oswaldo Muñoz Mariño miraba asombrado lo que ha- cían los estudiantes del primer año de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de México. «Tenían unas capacidades locas —me dice—, me quedé tan asombrado que pensé que no iba a poder». Pero tenía seguridad, muchísima afición y cualidades innatas, por lo que el manejo del lápiz, la pluma y el pincel se iban facilitando; las enseñanzas, los libros, las obras de los maestros perfeccionaban sus conocimientos y los grupos de trabajos, los compañeros y la música impulsaban la creación del estudiante, que veía compensado su esfuerzo en premios y distinciones. 81 Es en esta etapa en la que se va formando su vocación de pintor, y su trabajo en el Servicio Social, y también cuando realiza su primera exposición en 1951. El profesor 82 Su calidad de guía en conocimiento y aprendizaje de los grupos de trabajo le dan la oportunidad, en forma accidental, de ingresar a la escuela de Formación de Maestros, donde «comienza a descubrir el maravilloso mundo de aprender a enseñar». Muñoz Mariño mira hacia adentro. Su rostro tostado por el sol de las ciudades del mundo tiene un rictus de añoranza. Sus ojos no ven el intenso sol del mediodía de inicios del verano, que penetra en forma audaz en su pequeño taller, sino repasan las décadas del cincuenta y del sesenta, en México, su segunda patria, mientras fluyen sus recuerdos en la forma amena de un gran conversador. El taller, la calle, la ciudad y el tiempo fueron su aula. Aun su casa donde iban los estudiantes con sus novias o esposas convirtiendo los fines de semana en largas cátedras donde se hablaba de arquitectura y filosofía, de arte y poesía, de pintura y danza, mientras escuchaban la música selecta que transmitía la Radio Universidad. Así pasaron 22 años, como profesor titular, luego de haber cumplido cuatro años en la Escuela de Formación de Maestros, impar- tiendo Dibujo, Teoría del Color, Proyectos, Análisis de Programas y Teoría Superior de la Arquitectura. Porque a partir del primer año le asignaban con anterioridad la siguiente materia que debía dictar, y así continuaba, siempre con materias afines, lo que al profesor le daba chance de reconocer en toda la gama de materias que intervenían en Arquitectura. Luego de 14 San Francisco de Muisne, 1996. a 16 años le asignaban una sola materia que evolucionaba cada período académico bajo la supervisión, pénsum y profesor, de un Consejo de Maestros. Paralelamente viajes a América, Europa y Oriente Medio a observar obras «porque la arquitectura, felizmente, tiene que ser vista y vivida, pero como están inmóviles en su sitio había que viajar, para poder entrar, ver y vivir». Pero cómo trasladar ese cúmulo de conocimientos y experiencias al alumno. «Hay primero una base sustancial: para el maestro saber lo que va a enseñar, tener por lo menos cinco definiciones para cada cosa porque el alumno puede preguntar hasta tres: saber cómo va a enseñar, qué técnica va a emplear y cómo va a transmitir su pensamiento; saber a quién va enseñar, conocer a los alumnos uno a uno, cuáles son sus reacciones y sus capacidades; y, por último, saber para qué va a enseñar; tener una finalidad. »Al alumno hay que exigirle atención, comprensión, retención y coordinación», asegura. «Estos son los principios básicos que no cambiarán jamás», dice con firmeza, y convencimiento. «Pero el sistema va evolucionando en función de la evolución del mundo y es importante que los estudiantes vivan la arquitectura — agrega—, y retomo mis experiencias de alumno y profesor; hay que aprender a ver la arquitectura, a interpretar los espacios, saber cómo, el porqué y para qué de cada espa- cio, qué material se utilizó, etc. Por eso es importante que los alumnos salgan a la calle, entiendan la arquitectura, qué tenemos, qué estamos haciendo ahora y qué se hará en el futuro». El arquitecto Ese quehacer diario de aprender, enseñar y compartir formaba en Oswaldo Muñoz Mariño al hombre, al maestro, al arquitecto y al artista. Para él ‘sus dos profesiones’ no fueron paralelas, estaban fundidas, «porque la arquitectura es un arte y el arquitecto es un artista, es un poeta como decía Valéry». «Podemos dar el título de arquitecto pero no de poeta. El poeta nace, el artista nace. El arquitecto tiene los materiales y el espacio y con ellos puede hacer verdadera poesía. »Los maestros arquitectos — divaga— han sido grandes poetas; se maravillan porque pierden los límites del espacio, del material, y convierten la obra en algo maravillosamente incomprensible». Las manchas, 1994. 83 —Pero así concebida, acoto, ¿la arquitectura perdería su concepto social, de creación para el hombre y su bienestar, de medio para satisfacer sus necesidades vitales? —Sí —dice–, debo completar que esa parte abarca la ciencia. La arquitectura es arte pero también es ciencia, sin ser completamente ni lo uno ni lo otro. Es como el agua que no es solo hidrógeno ni solo oxígeno, es la combinación de los dos, pero es un elemento diferente. Así es la arquitectura, es ciencia y es arte; en la ciencia está comprendido lo social. »Recuerde usted —agrega— cuando Sócrates caminaba con 84 Muñoz Mariño mira hacia adentro. Su rostro tostado por el sol de las ciudades del mundo tiene un rictus de añoranza. Sus ojos no ven el intenso sol del mediodía de inicios del verano, que penetra en forma audaz en su pequeño taller, sino repasan las décadas del cincuenta y del sesenta, en México, su segunda patria, mientras fluyen sus recuerdos en la forma amena de un gran conversador. Fedro por un mundo subyacente y se supone que llegan a una ciudad, Roma. Entonces el filósofo le pregunta al arquitecto: ‘Tú que sabes, qué ves en esta ciudad’; el arquitecto le responde: ‘Sabes, aquí las casas hablan, otras no dicen nada y unas pocas cantan’. »En respuesta, Fedro estaba denotando el carácter de cada casa; aquí gimen los cautivos, o aquí se adora a Dios; estaba determinando la diferencia de los objetivos arquitectónicos según la finalidades que tenían. Tal vez es mejor verla así que separar la arquitectura en ciencia y arte». —Dentro de ese criterio la arquitectura, en la actualidad, ¿no va perdiendo su carácter social y humano, su dimensión artística, y está convirtiéndose en algo tecnológico y comercial? —Mire, estuve últimamente en Zúrich con un grupo de amigos arquitectos suizos que hicieron un despliegue fenomenal de arquitectura internacional, moderna o contemporánea, como usted quiera llamarla, que preconizaron Mies van der Rohe y Le Corbusier, al lado se encontraban obras del postmodernismo que estaba en boga en Europa hace unos años y que recién ha llegado al Ecuador, que es una especie de pastel de primera comunión. »Eso no es arquitectura. Hablábamos con estos arquitectos sobre la fealdad en la arquitectura internacional, porque la arquitectura degeneró mucho. De lo que se enseñó en Brasil, unas composiciones estéticas tan bonitas, degeneró en planos que salían de una gaveta de escritorio para embonarlo en cualquier proyecto de edificio. Eso no es arquitectura, es acomodo, es un negocio que creó unos pequeños monstruos de los que están plagadas ciudades de Europa y Norteamérica. »Sin embargo, en Estados Unidos, por lo menos forran con vidrios. Si me permite, eso es lo que yo proponía hace más de 30 años para el Palacio Municipal de Quito, para que sea un mural vivo, que ellos llaman drama visual, porque cambia con la luz y con la sombra, con los elementos que están al frente. Creo que eso era más aceptable que lo que estamos viendo ahora. »Pero vale anotar, a manera de ejemplo, una obra como el aeropuerto de Múnich, que podría ser la gran obra de finales de siglo o del próximo siglo. Es una arquitectura armada, progresiva, que se puede ir formando en módulos, ampliándolos o resaltándolos, de acuerdo a las necesidades. »Este tipo de arquitectura se siente mucho más en los aeropuertos, porque no está dicha la última palabra, todos son distintos; pero el de Múnich se va a asimilar en el tiempo; a lo mejor vengan naves especiales, quién sabe, pero este aeropuerto se va acomodando a lo que vendrá. Me parece que esta es la obra más inteligente que he visto últimamente. El Cotopaxi, 2000. El artista Pero Oswaldo Muñoz Mariño nació artista. Desde pequeño, como autodidacta, practicaba el dibujo y la pintura, luego en el colegio y posteriormente en la Universidad Autónoma de México, donde vuelca su inclinación a la acuarela. Sin embargo, practicó todas las técnicas: lápiz, carboncillo, acrílico, óleo, pero se identificó con la acuarela porque tiene tres cualidades únicas: transparencia, velocidad y espontaneidad. Pero vuelve a la anécdota y me relata que cuando conoció en México a los pintores de la ciudad, ellos pintaban en acuarela. ¿Por qué?, les preguntaba; porque es el único medio con que se puede pintar el aire, le respondieron. —No sé si usted sabe —me dice— que México sigue la tradición de Europa y tiene los cronistas de la ciudad desde casi 500 años, y usted puede ver en el museo cómo iba evolucionando cada calle, cada cuadra, cada esquina. Entonces pensé, yo debo aprender de estos señores, aprender estereotomía, cómo moldean las piedras etc. Y muchas cosas para poder retratar la ciudad en forma artística. —Pintar el aire, le veo como un graffitti poético. —Los pintores de México y los grabadores mexicanos me enseñaron, me motivaron a pintar los objetos con aire, o sea sus texturas, su brillo, sus reflejos, sus colores, la variación de los colores, etc. Para ejemplificarle, yo aprendí con Josep Alvers, en Alemania. Íbamos a hacer pintura al natural en una esquina donde había una casa de color verde, pero nunca debíamos poner en el cuadro el verde veronés, pues estaba deformado por la atmósfera, del lado de la luz y del lado de la sombra. Recuerdo que el maestro decía, el que ha pintado con verde veronés dedíquese a tintorero pero no a arquitecto. Solo era aceptado el que había pintado con otros verdes. ¿Qué quería decir con eso?, que el aire influye en los colores, deforma los colores y el artista tiene que percibir esa deformación para poder dar realidad al cuadro, porque si no es un cuadro chato. Sin darme cuenta, mis ojos recorren las acuarelas que cuelgan de las paredes del estudio con sol, con luz y con sombras, con cielos claros o con nubarrones, con calles mojadas, con casas de paredes lisas y agrietadas, con reflejos, con alma, porque el pintor se adentró en la obra. Nos viene a la memoria las palabras de Inés M. Flores cuando afirmaba que el oficio y el dominio de la acuarela de Muñoz Mariño, «se enfatizan en la fuerza expresiva del color, tonos puros que se yuxtaponen, que se conjuga, que se oponen en la sugestiva utilización de veladuras y transparencias, en la estupenda simbiosis de un dibujo certero, fácil, y la inigualable técnica acuarelística que permiten afirmar que estamos ante un artista trascendente, uno de los grandes de la plástica nacional. Grandes efec- 85 86 tos decorativos de masas coloreadas; la luz que proyecta sombras en los contornos de la composición; la franqueza descriptiva que se apoya en la línea o en la conjugación del color; valores de luminosidad que se expresan en puntos con ausencia de color y una impecable, amorosa, trascendente técnica, caracterizan la obra del pintor, su lúdico afán por plasmar sus visiones de un mundo que él logra conservar en la acuarela». Alguna vez en Chicago unos artistas japoneses, con quienes salió a pintar, le dijeron que su cuadro estaba bien como estructura, como esqueleto, pero había que ponerle cuerpo y ese cuerpo eran las texturas, los colores. Todo lo que se veía, pero influido por la atmósfera, era el cuerpo. —Eso había que aprenderse y meterse en la cabeza —afirma—, sentir la vibración de la luz en los colores, esto, al final, era meterle el alma al cuadro. Cuando le pregunté al amigo japonés que cómo era eso, me respondió: ‘nadie sabe, puede ser o no ser, eso depende de tu capacidad y acierto’. Y es verdad, porque recuerdo lo que decía Picasso: ‘hay pintores que transforman el sol en una mancha amarrilla, pero hay pintores que con la ayuda de su arte y su inteligencia transforman en sol una mancha amarilla’. Pero la concepción y la realización del cuadro en Muñoz Mariño tiene un proceso, un proceso que al momento nos deja un enorme legado de más de 10.000 dibujos increíbles, que son el antecedente de la acuarela. Porque, según sus palabras, por lo general hace un apunte, «muy penetrante en mí», para luego en su taller trasladarlos a la acuarela. Y mientras fluyen sus palabras repasamos cuadros con dibujos increíbles de paisajes urbanos que posiblemente no podría alcanzar a captar el más poderoso gran angular de una cámara fotográfica, con detalles minuciosos o con trazos simples para tener idea de los planos, de la altura y de la profundidad. Así van pasando las ciudades impresas en blanco y negro por Muñoz Mariño: Quito, México, La Habana, Olinda, Recife, Valparaíso, Monshau, Gissemberg, Lieja, Praga, Moscú, Leningrado, Estocolmo, Tokio, en fin, 30 ciudades de las 56 declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Pensemos que solo en la India están 20 de estas ciudades, de la cuales Muñoz Mariño ha pintado cuatro. Ciudades que han recorrido el mundo a través de exposiciones en México, Ecuador, Francia, Polonia, Cuba, Alemania, España, Brasil, Japón, para hacer un recorrido cronológico desde 1951 y terminar con las exposiciones más recientes. —¿Pero no ha influido —le pregunto— su condición de arquitecto en su obra pictórica? Edmundo Ribadeneira dice que «en la medida en que la arquitectura comporta una idea de armonía y equilibrio de elementos, no dejará de ser jamás un tipo de actividad orientada hacia un sentido de la belleza…». —Algunos me reprochan que mis cuadros son arquitectónicos, como si fuera mala cosa —afirma—. En contraposición, una crónica aparecida en Praga, donde hice mi última exposición, alaba mi condición de arquitecto para poder pintar Praga y otras ciudades de Checoslovaquia. Para ellos mi ma- Pujilí, 1996. yor mérito es mi visión de arquitecto de las ciudades. Yo hago mi crónica artística, que no es fría, es una creación con mucho conocimiento de causa; esto lo aprendí con los alemanes, con el Bauhaus. Los pintores que han pintado la ciudad se equivocan, lo han hecho como pintores, como artistas, pero no en la conjugación de artista y arquitecto; el pintor que aborda la arquitectura se equivoca. Su pintura tiene fuerza y transparencia, es una acuarela de primera intención. El cuadro tiene que ser limpio, mezclando el color en lo húmedo y para ello hay que tener instinto, acierto, porque no es lo mismo pintar en la India donde la acuarela se seca en un minuto, que en Buenos Aires, donde, por la humedad, se seca en media hora. —Además —dice—, tengo un estilo que me costó muchos años aprender; trabajo con muchas texturas que en acuarela es difícil, pero esas ya son mis brujerías. —Retomando sus inicios en México, a usted podemos llamarlo un cronista de la ciudades, especialmente de Quito. —Vengo pintando a Quito desde hace 25 años, pero solo desde hace 15 tengo un registro ordenado de mis cuadros. He pintado los callejones más insólitos que se pueda imaginar, mucha obra que ya no existe. Fui testigo de esa destrucción, pues cuando compré una casa vieja en la Junín de alrededor de 600 metros, para restaurarla hice los planos, el levantamiento, la proposición, toda la cuestión para presentar al Municipio y se demoraron dos años en otorgarme el permiso. En ese período, alrededor de mi casa se tumbaron y construyeron cinco casas, daba dolor ver cómo iban deformando la ciudad. Pero Quito pervive en la acuarela de Muñoz Mariño que quiere terminar la reconstrucción de su casa «en la ciudad vieja», para destinarla a una fundación. Tal vez allí se congreguen las ciudades del mundo; ¿4.000 de Quito?, ¿20.000 del mundo? No sabemos. Pero estarán con nosotros como están en la colección Erst Nolte, en la pinacoteca de François Mitterand o en la colección de Carlos Menem. Y ahora el forjador de claros y de sombras, el arquitecto del dibujo y la acuarela, el poeta de la luz y del color, del día y la noche, carga su equipaje de sueños, de plumas y pinceles, para traernos a Ouro Preto, Buenos Aires, Montevideo y Valparaíso, y con ellas el calor de su gente, su voz y sus vivencias que enriquecerán su inagotable anecdotario. Oswaldo Muñoz Mariño, dice Carlos de la Torre Reyes, «ha llegado a su plenitud, sin haber perdido el ímpetu insobornable de la búsqueda diaria y rigurosa de la perfección, mito inalcanzable, por cierto, pues aunque tiene principio no busca ni vislumbra el fin». Amaguaña, 2001. 87 María Pilar Vela N 88 o podemos dejar de reconocer los logros alcanzados por la mujer en nuestro país, desde la lucha pionera en América Latina por el voto libre y universal, el derecho a la educación y a participar directamente en la vida política como sucede en estos últimos años en el país. Es necesario ubicar, reconocer y valorar la sensibilidad creadora de la mujer ecuatoriana, que en el cultivo de la poesía, el cuento y la novela ha alcanzado los más altos retos al llevarnos a descubrir inesperados matices de la sociedad y la condición humana, es lo que pretende Mujeres que hablan. Literatura contemporánea del Ecuador, selección realizada por el poeta y editor Antonio Correa. En el libro se despliega un mapa vasto y enriquecedor de escritoras provenientes no solo de Pichincha sino de diversas partes del país. Escritoras de agudo y talentoso trabajo, muchas de ellas reconocidas por su obra no solo dentro del país sino fuera de él. Quizá la poesía sea el género literario que exige una entrega personal de su oficiante, como lo señala Aleyda Quevedo en su poética cargada de deseo y erotismo, al responder: «Yo no soy mujer, soy poeta». Precisiones inesperadas en la espléndida poesía de Gabriela Vargas. El placer acicateado en Yuliana Marcillo. En Mariluz Albuja, Mariagusta Correa, la poesía se enfrenta a los apremios y sensibilidades del cuerpo y el deseo. En cuento, Sonia Manzano, con una maestría llena de referencias populares en ‘Este té es para ti’, lleva a los lectores con ingenio y humor a un inesperado mecanismo de muerte. Solange Rodríguez, en ‘Rassa o el sueño de Dios’, refleja la sensualidad profunda y los avatares que determinan la sexualidad femenina. María Fernanda Ampuero, periodista residente en España, con su cuento ‘¿Qué dicen los hombres que soy yo?’ nos habla de la violencia y el desarraigo que como una vara de laurel marca y humilla la vida de la mujer. María Auxiliadora Balladares va más allá del entrevistado en el relato ‘La entrevista’. Silvia Stornaiolo, con ‘Luchitooooooo’, hace una paródica y personal versión del llamado de la creación ante la hoja en blanco. En un capítulo de la novela Pozo Wells (publicada en la colección ‘Cochasquí’ de nuestro fondo editorial), Gabriela Alemán muestra el oscuro mundo del maltrato femenino desde el espacio de un barrio marginal del puerto de Guayaquil. En una atmósfera enrarecida, dos mujeres descubren la cicatriz profunda que deja la violencia no solo en el rostro de una de ellas, sino en el ámbito de la ciudad. Mónica Ojeda novela el proceso de uno de los movimientos culturales más emblemáticos de la década del 70, los tzántzicos en la ciudad de Quito, donde la joven novelista sigue el rastro etéreo de una mujer, Gianella Silva, que junto con Ulises Estrella es el motor y la fuerza que da vida al grupo, pero su presencia permanece inadvertida, en una especie de atroz y ficcional anonimato de la época. Sandra Araya, con Orange, novela tejida con una escritura personal y contemporánea, mueve los hilos de la intimidad familiar y de su entorno. El trabajo de escritoras como Tania Roura, que en un esfuerzo silencioso ha editado sus libros centrados en personajes históricos, como Manuela Sáenz o Mariana Carcelén. María Fernanda Pasaguay, profesora de literatura, con su novela ondisplay 2.0, se adentra en los vericuetos de las relaciones ambiguas, alternativas o en conflicto, atravesadas por el mundo vertiginoso y virtual que viven los jóvenes. La Dirección de Cultura del Gobierno Autónomo de la Provincia de Pichincha se honra al presentar Mujeres que hablan. Literatura ecuatoriana contemporánea, en ‘Línea de Volcán’, una de las colecciones que conforma nuestro fondo editorial, junto a la colección ‘Premio’ que recoge las obras ganadoras en poesía y cuento, que en forma bienal la Prefectura de Pichincha reconoce el trabajo creador de la escritura en el país. (Extracto del prólogo del libro Mujeres que hablan. Literatura ecuatoriana contemporánea, pre- sentado el 6 de abril en el Cafelibro de Quito). anaquel Ramón Cote Baraibar Q uienes conocen la obra poética de Antonio Correa Losada (Pitalito, Huila, 1950) sabrán que sus ejes temáticos sobre los que ha trabajado son la memoria, la naturaleza y el amor. Gracias a esta trama el poeta ha sabido sumarle la cantidad de asombro y perplejidad que cada uno de estos asuntos despierta. Su mirada atenta ha hecho que el poema se convierta en el propio centro de su existencia para comprender el mundo que lo rodea. Pero con Cabeza devorada parece como si el poeta hubiera descubierto otro poeta que llevaba dentro y que empieza a hablar. Lejos están las coordenadas a las que me refería anteriormente, pues la alucinación, el descarnamiento, el agravio inevitable del tiempo, lo hacen enfrentarse al poema de otra manera. Y extraer lo valioso del exterminio y la desolación es una de las tareas de este libro de Correa Losada, quien se vale de un nuevo soporte para hacerlo. Y este es el poema en prosa que, según nos lo recuerda Charles Simic en su libro El monstruo ama su laberinto, «es una bestia mítica como la esfinge. Un monstruo hecho de prosa y poesía». Y para reafirmar la idea, añade lo siguiente: «el poema en prosa es fruto de dos impulsos contradictorios: prosa y poesía, y por lo tanto, no puede existir pero existe. Se trata del único ejemplo que tenemos de cómo cuadrar el círculo». Las anteriores observaciones del gran poeta serbio coinciden con esta nueva formulación que hace el poeta, quien parece que rompe con toda su obra anterior para abrirse a nuevas propuestas estéticas. Este riesgo —todo hay que decirlo— es un ejercicio de valentía y entereza, pues aquí nos habla no un poeta en comunión con su entorno, no en armonía con el cuerpo sino en batalla con su cuerpo. Prueba de ello es ese combate que libra contra sí mismo, contra su concepción de la poesía, y por lo mismo, contra el lenguaje, quizás la batalla más ardua con la que puede luchar un poeta. Ya el nombre del libro, Cabeza devorada, le da al lector una pista de por dónde se va a arriesgar. En una mezcla de vanguardismo de principios del siglo XX unido a una visión más contemporánea –de Artaud a Westhphalen–, el poeta nos dice sin que le tiemble la mano: «Solo lo errático descubre el milagro dentro de nosotros» o «y en oleadas de delirio emerge el rostro de la mujer que me saquea» o «una navaja bífida guía la memoria en una marcha implacable y solitaria». El poeta le propone al lector no un camino fácil sino más bien lo lleva de la mano por otros caminos no transitados antes por su poesía. Así nos lo dice en su poema ‘El apresado’: «Entre la memoria y lo que hago anida un pez extraño». Esta indirecta arte poética signa todo el libro y lo recubre de una piel distinta, de unas escamas desconocidas. Este libro es un acto de valentía de un poeta que ve en el pasado destrucciones, de quien mira cómo está hecho de tiempo y qué ha hecho el tiempo en él, del amor y sus estragos, de quien constata que en la ruina está también una nueva forma de la belleza. Esta es su propuesta, su entrada a otra edad. A su otredad. Bogotá, marzo de 2016 89 Jorge Basilago «C 90 omo mono trabajo y pienso, leo, escucho, medito, me cuesta respirar, agarro la guitarra, busco, encuentro, fumo como un animal. Éste es el valor de mi canción». Alfredo Zitarrosa escribió estas palabras a mediados de la década de 1970, cuando ya era una de las voces más reconocidas del canto comprometido latinoamericano. Componer, para él, significaba abrir el pecho y dejar el alma a la intem- perie. Hasta en sus detalles más banales. Poner sobre el escenario sus dudas, sus angustias, sus inquietudes y rebeldías. Que eran, por lo común, las mismas que aquejaban a su pueblo: «No tengo ningún mérito aparte del que pueda tener cualquier cantor de boliche [cantina], ninguno. Ni siquiera toco la guitarra. Pero estoy muy atento a la gente. Yo siento lo que la gente siente», solía afirmar. partitura Niño solitario y creativo Hijo natural de una joven bailarina soltera —Blanca Iribarne—, Alfredo nació en Montevideo el 10 de marzo de 1936. Jamás reconocido por su padre, arrastró por la vida el estigma de una identidad confusa, en permanente construcción y cambio. Hasta los 16 años llevó tres apellidos diferentes: el materno Iri- barne fue sustituido por el Durán de sus padres de crianza, que luego cambió por el definitivo Zitarrosa, herencia del por entonces esposo de su madre. «¿Te das cuenta? Yo podría haber sido un niño del asilo», solía comentarle a sus íntimos, ya adulto pero eternamente dolorido por esa parte de su historia particular. Las carencias económicas y afectivas, como las prolongadas ausencias de Blanca por sus giras, lo convirtieron en un niño tímido, solitario, inseguro, poco afecto a las sonrisas pero a la vez muy despierto y creativo. Poco después, la vida rural —con sus padres adoptivos residió varios años en Santiago Vázquez, a las afueras de Montevideo— le obsequió otros elementos vitales para su futura producción artística, como el entrenamiento de la paciencia a través de la pesca y el conocimiento detallado de las múltiples tareas y necesidades de la 91 Durante la adolescencia incorporó otras influencias decisivas como las de Rainer Maria Rilke, Saint-John Perse y César Vallejo, su preferido. Atraído ya por la bohemia de los bares montevideanos, a menudo huía de las aulas del liceo nocturno para ir tras sus primeras copas y los cigarrillos apurados uno tras otro. 92 gente de campo. Allí tuvo además su primera guitarra: «Mi abuela, que era andaluza, me enseñó en ella las primeras posiciones de la mano izquierda. Me aconsejó que también había que ejercitar la mano derecha, y según ella, nada mejor que tocar milongas», recordaría años después. Ávido lector, Alfredo exhibió desde pequeño gran facilidad para los recitados y el canto, y no faltaba nunca en los elencos de las representaciones escolares. Una característica que, según contaba, supo estimular muy bien su maestra de cuarto grado, Esmeralda Iralde: «Le debo a ella todo lo mejor que conservo en el alma. Siendo yo un párvulo, me enseñó a Fidias, a Beethoven, a Juan Ramón; me indujo a escribir, a aprender música, a remontar cometas, a usar el microscopio. Me regaló Antología para niños y adolescentes, y a través de una hermana menor suya, Alma, poeta, algo mayor que yo, me encontré por primera vez con Machado y otros poetas españoles». Durante la adolescencia incorporó otras influencias decisivas como las de Rainer Maria Rilke, Saint-John Perse y César Vallejo, su preferido. Atraído ya por la bo- hemia de los bares montevideanos, a menudo huía de las aulas del liceo nocturno para ir tras sus primeras copas y los cigarrillos apurados uno tras otro. Cargaba siempre algún libro y papeles donde registraba sus desvelos de poeta: conocedores de esa costumbre, los mozos de ciertos bares escondían los servilleteros al verlo aparecer. Cuando no escribía, pasaba horas conversando con viejos anarquistas y socialistas que fueron sus primeros maestros políticos. Y escuchaba el incipiente folclor de su tierra —entre otras, en las voces pioneras de Evaristo Barrios, Amalia de la Vega, Osiris Rodríguez Castillos y Aníbal Sampayo— y de la vecina Argentina, sin saber que pronto sería parte de ese universo. Mil oficios y caminos Pero sus primeros pasos rentados, ante un micrófono, fueron como locutor. Antes de cumplir 18 años, su voz profunda y grave impactó a un conocido de su familia a través del teléfono. Ese hombre tenía contactos en Radio Ariel y el joven Alfredo no demoró mucho en debutar en aquella emisora. Un año más tarde pasó a Radio El Espectador, donde alcanzó mayor reconocimiento. No le apasionaba especialmente ese oficio, pero su creatividad y notable cultura le dieron pronto una aceptable fama entre la audiencia. Entre los directivos y sus compañeros, en cambio, era igual de conocida su capacidad para llegar tarde o ausentarse con las excusas más inverosímiles. Argumentos que también utilizó durante su breve experiencia como actor teatral —en una única obra, llamada La piel de los otros—, o para escurrirse de una expedición arqueológica en la provincia argentina de Catamarca, a la cual había pedido sumarse pocos días antes. Muy poco más de continuidad tuvo en su faceta de redactor periodístico, que ejerció con agudeza en distintas etapas, medios y países durante varios años. Esa condición de ‘mil oficios’, de fugitivo permanente de todas partes, era una necesidad que lo volvía al mismo tiempo muy desdichado. Una forma de seguir construyendo su compleja identidad a partir de materiales que lucen por su ausencia: el desarraigo y la nostalgia. El único sitio del que no podía evadirse, porque formaba parte de su alma, era la poesía. Sus sueños de poeta rozaron la realidad ideal a comienzos de 1959, cuando obtuvo el Premio Municipal de Poesía Inédita por su libro Explicaciones. Pero la alegría duró poco. Más autodestructivo que autocrítico, Alfredo jamás autorizó la edición de aquella obra, cuyo destino final se desconoce. Nada le importó que Juan Carlos Onetti integrase el jurado: aunque el trabajo debía presentarse firmado con seudónimo, él creía que otro de los miembros del tribunal —Vicente Basso Maglio, editorialista «No tengo ningún mérito aparte del que pueda tener cualquier cantor de boliche [cantina], ninguno. Ni siquiera toco la guitarra. Pero estoy muy atento a la gente. Yo siento lo que la gente siente». de Radio El Espectador y amigo suyo— había reconocido su estilo e influido sobre el resto para reconocerlo. Volvió a refugiarse en los caminos. Al año siguiente se marchó a la provincia de Córdoba (Argentina), donde también trabajó como locutor. Y pocos años más tarde partió hacia el Perú, como escala previa a su ilusión de visitar Cuba. El dinero no le alcanzó para tanto. Vivió en pensiones limeñas ruinosas y en casas de amigos. Se ocupó como periodista y redactor/locutor publicitario, sin más fortuna que la de conseguir el plato de comida diario. Cantó en restaurantes, cantinas y reuniones particulares. Hasta que le ofrecieron animar el intermedio musical de un exitoso programa de TV: El show de Tulio Loza. Le pagaron 50 dólares por dos canciones. Comenzaba 1964 y ni él mismo sabía cuánto acababa de cambiarle el destino. Frustrado cantor exitoso «Yo quería escribir, yo quería ser escritor cuando me agarró el canto popular y el éxito destruyó mi primera ilusión. Más que el éxito fue que yo veía dinero que nunca había visto porque fui pobre, me faltaron muchas cosas. No sé si me llevaré esa frustración para toda la vida», le confesó Zitarrosa a uno de sus mejores amigos, el poeta y narrador uruguayo Enrique Estrázulas. De regreso en Montevideo, grabó un par de discos y la comunión con el público fue arrolladora. En Uruguay primero, y luego en toda América Latina. El poeta quedó definitivamente a un costado, para dar paso al cantor y autor de canciones que pronto serían himnos. Según el periodista Eduardo Rivero, del semanario uruguayo Brecha, ya en su primer LP —Canta Zitarrosa, de 1966— asomaron las pautas estéticas que caracterizarían su estilo y lo harían popular: «(…) su portentosa voz de registro grave, bien timbrada y con algunos recursos expresivos que vienen del tango y hasta del flamenco, su capacidad de generar inmediata empatía y emoción, el clásico sonido de sus arreglos de guitarra, su talento para componer tanto melodías bellas y recordables como letras de honda carga poética, conjunción que redunda en grandes canciones que están entre las mejores de su carrera». Nada desdeñable para un compositor que no sabía leer música y silbaba sus arreglos, que luego los guitarristas llevaban al pentagrama. Nunca dejó de exponer, al mismo tiempo, su postura ética ante la vida y el hecho artístico: «En cuanto a este tema de la estética, tengo que decir que antes, para mí, primero estaba lo bello y después lo justo; ahora no estoy tan seguro, creo que 93 «Yo quería escribir, yo quería ser escritor cuando me agarró el canto popular y el éxito destruyó mi primera ilusión. Más que el éxito fue que yo veía dinero que nunca había visto porque fui pobre, me faltaron muchas cosas. No sé si me llevaré esa frustración para toda la vida». 94 para que algo sea bello primero tiene que ser justo», opinó en cierta oportunidad. Pero aunque esa perspectiva se expresaba a través de sus canciones, no se limitaba a ellas. Desde sus comienzos Alfredo buscó dignificar su trabajo y el de sus colegas, enfrentándose a representantes o empresarios abusivos y reclamando un trato equitativo por parte de las discográficas o las organizaciones de gestión de derechos. El llamado Canto Popular Uruguayo (CPU) encontró en él una voz clara y comprometida, tanto encima como debajo del escenario. Cantó siempre por los menos afortunados: por los peones rurales, por las prostitutas. Contra la represión y la censura. Los dictadores de su país se lo cobraron muy caro. Sufrió prohibiciones, allanamientos y un largo destierro, primero en España y luego en México. Lejos de su público y de su familia —esposa y dos hijas—, de sus amigos y sus boliches, fue muy poco lo que pudo crear. Se fumó y bebió casi toda su angustia. Intentó suicidarse. Sobrevivió, tal vez, para saber de qué se trataba el desexilio. Los uruguayos le dieron una bienvenida multitudinaria. Sabían que había padecido Cantó siempre por los menos afortunados: por los peones rurales, por las prostitutas. Contra la represión y la censura. Los dictadores de su país se lo cobraron muy caro. Sufrió prohibiciones, allanamientos y un largo destierro, primero en España y luego en México. cada minuto lejos: «Hoy cumplo ocho años, un mes, tres semanas, y un día de exiliado», dijo a su arribo a Montevideo, en 1984. «Si se quiere tener una visión de la canción latinoamericana desde los sesenta hasta nuestros días, no se puede prescindir de la obra de Alfredo Zitarrosa», ha dicho Joan Manuel Serrat. Pero el receptor de los elogios no hubiese estado de acuerdo. Inconformista y exigente, sufría por no haber sido poeta y por no sentirse cantor. Por verse lejos del nivel de sus admirados Atahualpa Yupanqui y Osiris Rodríguez Castillos: «Canto mal, toco peor la guitarra, pero lo hago a conciencia; quizás está ahí radicada la razón de mi éxito», admitía de mala gana. El reencuentro con su tierra se prolongó por casi cinco años. En ese período consiguió publicar su único libro —un volumen de cuentos titulado Por si el recuerdo— y dejó un disco terminado que se editó tras su muerte: Sobre pájaros y almas, grabado en conjunto con Héctor Numa Moraes. En aquel Uruguay, no tuvo tiempo ni oportunidades para más. «A los exiliados suele faltarnos amor, la revolución se nos ha tornado esquiva y la muerte, en cambio, se nos revela como algo más que un tema literario...», sostuvo un tiempo antes de encontrarse con ella. El 17 de enero de 1989, Alfredo inició su viaje final en brazos de la ‘pálida dama’. Su voz y sus canciones siguen aquí. Zitarrosa básico Aunque lo más aconsejable es entender la obra de un artista como un todo indivisible, hay creaciones puntuales que definen o perfilan a su autor por sí mismas. En el caso de Alfredo Zitarrosa, no se puede prescindir de canciones políticas como Adagio en mi país, Desde el exilio o Diez décimas de saludo al público argentino. Tampoco hay que obviar composiciones de corte social como Doña Soledad, Stefanie o Crece desde el pie. El rubro amoroso debe incluir, necesariamente, a Milonga para una niña y Canción para unos ojos (dedicada a quien fuera su esposa, Nancy Iris Marino Flo). Y por supuesto, ninguna selección estaría completa si no incluyera su obra cumbre: el desgarrador poema por milonga Guitarra negra. 95 Antonio Correa Losada Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento De pie ante el simulacro de su ejecución una explosión eléctrica invade su cabeza ve una diminuta y transparente prostituta a quien de rodillas pide perdón Su lengua sangra en el temblor de la epilepsia y cae por interminables graderías y al final es tirado sobre el paño verde de una casa de apuestas Sus manos aferran un manojo de coles descompuestas y escucha la voz desdentada de la usura un espumarajo le ahoga la garganta y lo cubre la miseria y la culpa Ana, la mujer de veinte años, le seca el sudor de la frente con las hojas aún frescas de los libros que él incansablemente le dictaba. 96 Antonio Correa Losada H ablar de Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski (1821-1881), uno de los escritores más influyentes de la literatura, es referirnos al autor que desplegó su talento para crear y enriquecer la novela contemporánea, al descubrir nuevas formas de la visión artística respecto de lo que hasta ese momento se hacía en la literatura rusa y universal. Es una escritura que a la vez se encuentra y se bifurca para observar la eterna condición humana, en la misma línea de los grandes creadores, Shakespeare en Hamlet, Cervantes en Don Quijote, Dante en la Divina comedia y Goethe en Fausto, pero que el autor ruso anega de preguntas de agobio, lúcidas y delirantes, iguales a las de los individuos comunes dotados de sensibilidad, que establecen las propias situaciones de su vida a través de un diálogo múltiple e inconcluso con los otros, con los demás. Ya no es el individuo que conforma su vida diaria únicamente ensayo en contacto y en movimiento con el mundo exterior, sino que lo hace también a través de lo más intenso y sumergido de su mundo interior. Fiodor Dostoievski escribió Crimen y castigo en los años sesenta del siglo XIX, y desde ese momento de su publicación hasta nuestros días en el siglo XXI que transcurre, junto al Ulises de Joyce y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, se constituyó en la creación literaria como hecho artístico de mayor lectura y apasionada interpretación. Desde quienes aplaudieron entusiasmados la obra, hasta quienes le negaron valor y contenido a la novela. Basta ver la innumerable y creciente cantidad de textos y ediciones hechas alrededor de esta novela y su autor. Aunque Dostoievski escribió posteriormente otras obras importantes, como El idiota, Los demonios, El adolescente, Los hermanos Karamazov, donde plasmó concepciones artísticas aun más audaces y grandiosas, fue en Crimen y castigo, su libro más leído, donde encontramos todo un fenómeno humano que por lo complejo no es fácil de aceptar, pese a que aparentemente supongamos que lo hemos comprendido. Los lectores han dicho que Crimen y castigo, en su forma más simple, es una novela policíaca, porque trata de un crimen que es seguido e investigado por la policía. Otros la interpretan como novela política, en cuanto muestra el comportamiento de los jóvenes rusos en 1860, quienes con una actitud nihilista o anárquica, negaban todo principio religioso, político o social. También están quienes comprenden la novela como un tratado filosófico. Es de resaltar que en Dostoievski se reconoce a un sutil conocedor de la psicología de los homicidas, bajo una perspectiva perturbadora y nueva para su época. Todo esto es verdad y está contenido en la novela, pero el asunto no es detenernos en un solo aspecto. Debemos encontrar en el angustiante placer de su lectura, las claves integrales con las cuales se mueven los personajes, la trama y el desarrollo en Crimen y castigo. Uno de los más brillantes conocedores de la obra de Dostoievski, Mijaíl Bajtín (18951975), en su libro Problemas de la poética de Dostoievski, señala que en Crimen y castigo, como en toda su novelística, se establece un relato polifónico, esto es, un diálogo múltiple con ideas del pasado y del presente y sus propias ideas, que se entrecruzan y rompen la linealidad del monólogo interior, por medio de microdiálogos que hablan entre sí y en interacción con el otro, con los demás, con los interlocutores ausentes y que hoy encontramos en ese clásico del siglo XX: el poeta y tímido funcionario de banco, T.S. Eliot, en su libro La tierra baldía y Los cuatro cuartetos. Por medio de esta innovación del diálogo polifónico, los personajes hacen los hechos visibles y reales de la vida y su percepción cotidiana. No son los hechos externos los que construyen las ideas y el pensamiento de los individuos. Y es aquí donde el pensamiento de Bajtín es esencial al develar en las novelas de Dostoievski al hombre idea, como la imagen de personajes obsesionados por un pensamiento. No es el acto lo que se resalta, son las motivaciones que impulsan la idea falsa y atroz del crimen de Raskólnikov en el lenguaje del ‘otro’, cuando choca en forma trágica con el mundo y nos permite mirar al individuo desde otro ángulo. En consecuencia, Crimen y castigo no es sólo el testimonio específico de lo acontecido en una época y lugar determinados, sino el gran cuadro sobre la condición humana en su conjunto, donde a través de la dubitación y la contradicción, la lucha y el dolor de su protagonista, encontramos la solidaridad con toda la especie humana, por lo menos en el primer paso de comprender al otro. En esto radica la grandeza literaria de Fiodor Dostoievski. Uno de sus biógrafos más importantes —Edward H. Carr— ha dicho: «La cualidad de Dostoievski, que le hace ocupar permanentemente un lugar entre los más grandes escritores de todos los tiempos, es su facultad de crear nuevos mundos, de transportarnos a nuevos planos de existencia, donde nuestros viejos esquemas, nuestros temores, nuestras esperanzas y nuestros ideales pierden todo su sentido y cobran para nosotros nuevos significados». 97 ¿Cómo evoca su temprana relación con la lectura, las palabras, las imágenes y la escritura? Tengo la sensación de que escribí siempre. Tuve un profundo entorno cultural, mi padre escribía pero cometió el único error de su vida: se murió cuando yo tenía cinco años. Nos dejó una biblioteca enorme, especialmente de literatura rusa y un carnet del partido comunista. Mi madre decía que ser comunista no es pertenecer a un partido sino una forma de vida que dura para siempre. Fui el menor de cuatro hermanos, el mayor era padrehermano y me obligó a leer toda la obra de Dostoievski hasta cuando tuve 18 años. Pienso que esas lecturas tiñeron de melancolía mi obra posterior. Ya en la escuela yo me encargaba del periódico mural. Mi hermano me arrastraba a toda exposición de arte y a toda charla. Mi madre era la imagen. Siempre estuve enamorado de ella. Y mi hermano la literatura. Él era el pozo profundo del que habla Murakami. El pozo donde está todo. 98 ¿Temas que siempre lo inquietan? La muerte de las personas que amo. Las palabras que tiemblan en mi lengua. Ser inferior a mi empeño. La patria, el destino de la patria; es decir, la matria, ese lenguaje, ese lugar sin límites, ese refugio. ¿Cómo transcurre el proceso creativo, a partir de la idea, el punto de vista, la historia y los personajes? A menudo me tropiezo con los cuentos al salir de mi casa, al salir de un beso, al salir de un combate. Tengo la sensación de que algunos acontecimientos sólo suceden para que yo los recoja. La mujer es el tesoro de mis cuentos, todos los personajes son ella. Y yo. Recuerdo a Flaubert: «Madame Bobary soy yo». A veces escribo sobre un niño que llora junto a su pelota desinflada, o a un hombre tristísimo que llora frente a un poste de luz, y a la noche me doy cuenta que soy yo. La literatura soy yo. Quizá no la vida. ¿Qué determina el cómo va a contar un relato? El estado de ánimo, pero también el estado de ánimo de mi ciudad, el estado de ánimo con el que amanece mi vieja computadora, la voz de mi compañera cantando, el color del papel, el sabor del vino, las últimas palabras que dijo al despedirse, etc., etc. ¿De sus libros, ¿cuál prefiere, por qué? En la noche y en la niebla, libro con el que gané el premio Casa de las Américas. Me lo daba el país más digno de la Tierra. Litera- riamente amo un cuento que se llama ‘El marido de la señora de las lanas’, primer cuento en el que me reconocí como escritor, y que lo escribí con sangre, con sangre figurada. ¿Se reencuentra consigo mismo en todas sus obras? Sí, creo que ya lo he contestado. Me reencuentro, me doy asco y me doy pena, a veces me tengo alegría, como si yo fuera un chiste, una broma de Cortázar. ¿Urgencias, hallazgos, sueños que plasma en su literatura? Busco la libertad, quiero plasmar la libertad, en cada gesto, en cada palabra, en cada situación busco la libertad. Es decir, busco lo más difícil, voy al fondo del comportamiento humano, voy a la obsesión, voy al dolor y al amor, voy al crimen, buscando la libertad. Temas hay pocos y siempre son los mismos, pero el tema está cruzado por la búsqueda inconsciente de la libertad. ¿Los aprecia como un lente para mirar al interior de la sociedad contemporánea? La sociedad contemporánea es siempre un espejo y una aflicción. Romper ese espejo, recomponerlo, buscar nuevos reflejos. magnetófono ces he estado con él y sus palabras, desde los años sesenta, resuenan en mi corazón y en mi mente. Me parece muy inteligente que la Feria del Libro se la dedique a Ecuador. Este es un momento político importante para mi país y para su incidencia en América Latina. ¿Cómo valora lo que está ocurriendo hoy en su país en todos los ámbitos y la influencia de satisfacciones crecientes para el pueblo ecuatoriano? Me parece contestada esta pregunta. Además, es la número 13. ¿Estrategias y pasiones que transmite a la presidencia de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión? Benjamín Carrión siempre será una luz. Ahora ya no tan Raúl Pérez Torres, presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y Abel Prieto, ex ministro de Cultura de Cuba. intensa, porque el camino se va marcando. La cultura camina con el tiempo, no es estática, la ¿Tendencias en la literatura ecuato¿El relato que sigue soñando sin cultura es toda la producción de la riana y latinoamericana que lo imescribirlo? Tierra, decía Marx, es lo que queda presionan en los aspectos creativo, ‘Cuando despertó, el dinosaurio cuando se ha olvidado todo. Ahora social, cultura, político y social? todavía estaba allí’. Ese. Y el de mi dirijo la misma Casa de la Cultura Me parece muy interesante lo que muerte. que él dirigió, pero no elitista, nuesestán escribiendo las mujeres, veo tro vértigo es democratizar esa cultuuna extraordinaria vertiente (no ¿Desea llevar algunos de sus rera, es decir, buscarla en la calle, en el erótica precisamente) nueva, podelatos al audiovisual? ¿Cuáles, por barrio, en la vecindad, en la comuna, rosa, de agua viva, de paisajes desqué? conocidos, de alientos obsesivos. en la cantina, en la escuela, donde Se han llevado algunos cuentos al verdaderamente está y potenciarla en Veo que están ficcionando o poetiaudiovisual. Al cine: ‘Cuando me la Casa. Casa de cultura, o sea Casa zando memorias que permanecían gustaba el fútbol’, lo hizo Andrés para multiplicar el pensamiento de escondidas, libertades que tenían Wood y ganó el primer premio a la patria, Casa para cantar mientras cadenas figuradas, expectativas la Ópera Prima en Italia; muchos sobre el mundo fuertes, heroicas, se lucha. Benjamín lo hizo también cuentos se han representado en en Casa de las Américas, cuando la contundentes. Pienso en dos o tres teatro y en radioteatro. El cuento alumbraba Haydee Santamaría. poetas ecuatorianas que me han ‘Sólo cenizas hallarás’, que ganó dejado temblando. el Premio Juan Rulfo, lo acaba de ¿Apreciaciones que desee radioteatralizar un compañero cuagregar? ¿Apreciaciones sobre su relación bano, Josvani Acevedo. En todo Mi profunda gratitud con la gente de con Cuba y, en especial, que la Fecaso, cada género tiene sus propios este pueblo, que siempre me dio lecria del Libro se dedica a Ecuador? instrumentos: el cine la imagen, el ciones de humanismo y de sacrificio. Amo a Cuba. Soy solidario con su teatro la gestualidad, la literatura la Revolución. No hay un personaje palabra. Ese es mi instrumento, la en el mundo que yo más admire palabra. Entrevista realizada en Cuba y publicada que Fidel Castro. Tres o cuatro veen la revista Bohemia. 99 La noche es una lanza Autor: Juan F. Trujillo Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Taller de Escritura Creativa Año: 2016 Cómo matar hormigas en días de sol Autora: María Gabriela Serrano Género: Narrativa Editorial: CCE Colección: Taller de Escritura Creativa Año: 2016 Perro blanco perro negro Autor: Fabricio Angulo Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Taller de Escritura Creativa Año: 2016 Trébol alucinado Autor: Roberto Sasig Manosalvas Género: Narrativa Editorial: CCE Colección: Taller de Escritura Creativa Año: 2016 100 «Nuestra institución, sensible ante los aportes poético narrativos alcanzados por los jóvenes autores adscritos al Taller de Escritura Creativa, no solo que facilita su aparecimiento publicándolos en esta colección, sino que confronta sus originales y controvertidas propuestas con los múltiples lectores del país y del mundo. La noche es una lanza pertenece a Juan Francisco Trujillo (Quito, 1990), profesional en comunicación social. Este es su primer libro de poesía y fue ganador del ‘I Concurso Iberoamericano de Poesía 2012’». RPT «El Taller de Escritura Creativa se centra en el trabajo de cada participante, a partir de la crítica colectiva y el comentario con las corrientes, géneros y estilos de la literatura universal y contemporánea, que motiven las habilidades creativas y promueven las destrezas técnicas en el trabajo literario hasta culminar la escritura de una obra de poesía o ciencia ficción. Los becarios están bajo la tutela de Edwin Madrid. María Gabriela Serrano estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Central. Este es su primer libro». «La Casa de la Cultura Ecuatoriana, en la certeza de que los escritores aquí compilados enriquecerán las expectativas que nuestras letras tanto demandan, espera que su obra se multiplique y proyecte en el ámbito literario de nuestro país. Fabricio Angulo (Quito, 1990) ha publicado poemas en Línea Imaginaria, antología de la poesía ecuatoriana. Perro blanco perro negro es su primer libro de poesía». RPT «Cada libro del Taller de Escritura Creativa de la Casa de la Cultura es evidencia de un enfoque distinto; una mirada que va más allá de las palabras; un lenguaje crítico, audaz y moderno. El Trébol alucinado es el primer libro de cuentos de Roberto Sasig Manosalvas (Quito, 1976), quien estudió Ciencias del Lenguaje y Literatura en la Universidad Central del Ecuador». RPT 34 relatos indigestos Autor: Javier J. López Género: Narrativa Editorial: CCE Colección: Taller de Escritura Creativa Año: 2016 Mapas para reconocer el universo Autora: Ana Fernández Miranda Texidor Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2016 Juego, canto, aprendo Autor: Fausto Caamaño Género: Literatura infantil Editorial: CCE Año: 2016 Valentina quiere ser bombero Autor: Verónica Bonilla Género: Literatura infantil Editorial: CCE Colección: Casa de los niños Año: 2016 Con olor a tierra Autor: Luis y Carlos Costales Terán Género: Testimonio Editorial: CCE Año: 2016 Javier J. López (Sevilla, 1975) vivió en Quito desde el 2012 al 2014. Es magíster en derecho tributario, funcionario de la administración tributaria de Andalucía (España). Este es su primer libro. Ana Fernández Miranda Texidor (Quito, 1963). Tiene un Master of Fine Arts en Dibujo y Pintura del California College of Arts. Su trabajo explora imaginarios fantasiosos y utópicos en pintura, dibujo, textos y acciones poéticas callejeras. Este es su primer libro de poemas en español. «Cuando el niño vive en su cuerpo y con su cuerpo, cuando alcanza el equilibrio entre el dominio y la travesura, cuando puede conocer e integrar sus partes, cuando corporalmente dialoga con los objetos, cuando inicia la comprensión de su espacio y la presencia de otros a su alrededor, cuando, en definitiva, quiere y acepta su cuerpo, se podrá decir que se educa por y a partir del niño, niña, estimulando así el desarrollo de un ser integrado… Juego, canto, aprendo es un trabajo eficaz y oportuno que contribuye a que niños y niñas desarrollen sus posibilidades rítmicas, motrices, de sensibilidad y goce, y se asegure la educación alegre y productiva». LJI «De la pluma de Verónica Bonilla nos llega la obra Valentina quiere ser bombero, la narración de una niña que descubre el trabajo de los bomberos y el beneficio que prestan a la sociedad, enamorándose de la profesión. Verónica Bonilla es una escritora infantil que ha recorrido un camino de alta producción literaria, en el que en dos años ha logrado publicar 37 cuentos infantiles ilustrados a todo color e impresión de alta calidad». «Luis y Carlos Costales Terán, pródigos en esa memoria de llegar a la esencia humana y en ese camino sin retorno de volver los ojos a los instantes amados, nos ofrecen este libro Con olor a tierra, en el que nos muestran la grandeza de la provincia de Chimborazo, donde convergen la magia con la cotidianidad y el sincretismo cultural espera construir pronto una verdadera interculturalidad». GCA 101 Cartografía crítica de la danza moderna y contemporánea del Ecuador (Tomo I) y diálogos que trazan la historia de la danza moderna contemporánea del Ecuador (Tomo II) Investigación y edición: Genoveva Mora Toral Género: Danza Editorial: CCE Año: 2015 «El punto de partida de este estudio fue preguntarnos acerca de la contemporaneidad de la danza en el Ecuador. Inevitablemente esta cuestión nos llevó a reflexionar sobre la modernidad de la danza, asumiendo que esta no se corresponde necesariamente con el fenómeno de la modernidad histórica». G.M. Colección de cuentos infantiles Autora: Heidi Jones Género: Literatura infantil Editorial: CCE Año: 2016 Títulos: La brújula, Zúa, Am/Pm, Ruta 67, Súper Coraggio y Tulipán Heidi Jones es la autora de los libros: La brújula, Zúa, Am/Pm, Ruta 67, Súper Coraggio y Tulipán, que cuentan con el sello de la editorial de la Casa de la Cultura. La escritora tiene más de 15 años de experiencia escribiendo para niños. Todos estos títulos son parte de su primera colección. La autora actualmente reside en West Palm Beach, Florida. Emoción sensorial «En el caso de la poesía de José Villacreses esta forma de confesión lírica no se convierte precisamente en un mea culpa, porque sus textos, con confesión y todo, gozan de un admirable vigor y de un recomendable optimismo… El libro inicia entregándonos un largo poema, con estrechas estrofas, octavas de versos heptasílabos, pero de larga extensión y profundo contenido, cincuenta en su totalidad». FCV Autor: José Villacreses V. Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Cosecha Tardía Año: 2016 Poesía en Paralelo Cero 2016 Autor: Varios autores Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2016 102 «Llegamos al número ocho casi sin aliento y casi al mismo tiempo del anterior. Literalmente, antes de acabar con el séptimo encuentro teníamos ya la lista del octavo. La vida de algunos de nosotros es casi dependiente del Paralelo Cero, la organizamos pensando en ese cronograma: hermosa magia vital la de vivir auscultando la poesía en nuestra lengua para dársela de comer al habitante promedio de nuestro mundillo literario y decirle a cada momento que creemos en la poesía, que creemos en la vida, que creemos en el arte». XOT La casa del mono sucio y otros cuentos electrónicos Autor: Jorge Luis Narváez Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2016 Pánfilo Autor: Miguelángel Rengifo Género: Poesía Ganador del Premio Nacional Paralelo Cero 2016 Editorial: CCE Año: 2016 Aquellos extraños días en los que brillo Autor: Jorge Luis Cáceres Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2016 La escritora, pensamiento y obra Autora: Zoila Ugarte de Landívar Recopilación de la obra: Myriam Landívar de Arteaga Género: Periodismo de opinión, tomo II Editorial: CCE Año: 2015 «El escritor y cineasta Jorge Luis Narváez cree —y posiblemente esté en lo cierto— que en un mundo postapocalíptico, donde todo parece cambiado, al revés, es inevitable, las reglas del juego seguirán intactas. Las reglas del juego para conseguir comida, sexo, esperanza y mañanas que aseguren un día más de sobrevivencia. Buenas metáforas, ironía inteligente y un ambiente que se dejan oler son, junto al Mono Sucio, las herramientas y trozos de celuloide que Jorge ha editado y armado para contarnos una historia repleta de sensaciones». RLN «Aquí hay fuerza, vértigo, imperfección, andamios rotos, dolor. Los primeros libros son, por lo general, los que arrastran consigo el germen del escritor: su miedo, sus equivocaciones, sus aciertos, su indefensión ante lo que le espera. El autor, con su libro Pánfilo, nos enfrenta a la precariedad, a la ciudad devoradora, a la pérdida, al anonimato. Aquí no se rescata a nadie. No hay por dónde escapar. Ni a dónde. Ni por qué…». MAB «Relatos que brillan con luz propia, como si los personajes, escritores que aparecen en varios de estos relatos, buscaran hacer del no ganar nunca su pequeña obra maestra. ¿Pueden existir escasos minutos de iluminación en la monotonía de las calles repetidas, en los días grises, en el deambular rumbo a la oficina? Un no rotundo es lo que recibimos en Aquellos extraños días en los que brillo, pero es un no que nos hace reír y nos deja estupefactos, un no que nos coge del brazo para iniciar un paseo literario…». «De la pluma de Zoila Ugarte de Landívar, figura fundamental de la prosa ecuatoriana de finales de siglo XIX y comienzos del XX, llega el tomo II, La escritora, pensamiento y obra, que recoge su pensar y su sentir. Este volumen, como los otros, devuelve a la corriente viva de la cultura y la literatura nacional la obra de una de las figuras más importantes y sugestivas en este campo, quien fue también columnista del periódico La Prensa». 103 e seguirla d e h ra u lt u C e la «…A la Casa d Y como r. o v r fe o s n e m n in desde lejos, co a querido, h e s e u q n e s nto en otros mome tar contra n te a , u it ír p s e de por pequeños a.Yo haré la s a C la n o c á r sta ella, América e metiera el o c e s i s Y . to n te denuncia del in cio: América n e il s l e n e ía r da crimen, no que .Y América, d a d r e v la a d , to pide el sabrá la verdad im o n i s , s e r io r nes ante como en ocasio segura, la ra a p te n ie rá el amb delito, prepara cción…». e r r u s e r le b a s la indispen ón Benjamín Carri 104 panel CORAZONES ANTISÍSMICOS EN MANABÍ El terremoto del 16 de abril permitió que el espíritu solidario de la Casa de la Cultura aflorara con su mayor fuerza. Encabezados por el presidente Raúl Pérez Torres, la CCE y el Directorio de la Asociación de Empleados tomaron la resolución de abrir un Centro de Acopio para la recolección de vituallas: agua, víveres, medicinas, ropa; también juguetes y vajillas, alimento para mascotas, implementos de limpieza y todo lo que podría despertar esperanza en los hermanos de la provincia de Manabí. Esta Casa se convirtió en una verdadera matriz abrigada de afecto y adhesión. Todos los días, entre el 19 y el 25 de abril, la ciudadanía en general y los empleados de la CCE depositaron sus donaciones, de las que se armaron más de cien kits de ayuda humanitaria. El 26 de abril, una comisión integrada por Virginia Balcázar, Juan Calero, Luis Tello, Daniel Espín y Juan Sigüenza, funcionarios de la CCE Matriz, salieron hacia la provincia de Manabí, en un camión facilitado por el Ballet Ecuatoriano de Cámara; emprendieron un viaje que, estaban seguros, sería difícil, pero se constituiría en una enseñanza de vida. En Manabí llegaron a la parroquia Colón y al recinto Pachinche, acompañados de Martha Delgado y Juan Vélez, funcionarios de la CCE, Núcleo de Portoviejo. Poco a poco, la gente iba aglutinándose para recibir la ayuda humanitaria que a esta zona no había llegado aún. La CCE, a través de sus funcionarios enviados, fue portadora de sentimientos de solidaridad y ayuda, en un momento delicado en el que para los manabitas, la vida dio un giro radical y lóbrego. 105 L 106 a Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’ y su Cinemateca Nacional del Ecuador ‘Ulises Estrella’ llevaron a cabo la III Edición de Festival de Cine Latinoamericano ‘La Casa Cine Fest’, evento que se realizó del 1 al 16 de abril. Este evento constituyó una valiosa ventana de exhibición alternativa de algunas de las mejores propuestas del cine independiente latinoamericano. ‘La Casa Cine Fest’ presentó en su agenda 28 películas de ficción de 13 países, proyectadas en cuatro sedes en la ciudad de Quito: Sala Alfredo Pareja, Flacso Cine, Universidad Central y Cumandá, Parque Urbano, con la asistencia de 10.987 personas. La agenda propuso actividades paralelas con la presencia de invitados nacionales e internacionales, entre estas el ‘Taller de promoción y distribución internacional de cine independiente’ (5, 6 y 7 de abril); la Mesa de diálogo ‘Trabajo con actores y puesta en escena’ (13 de abril); y, la presentación del libro ¡Fuera de aquí!: Diario ecuatoriano (14 de abril). Todas las funciones de cine y actividades paralelas del festival fueron de libre acceso. Los ganadores se hicieron acreedores a un premio de USD $3.000.00 cada uno, además de las estatuillas entregadas a los mejores filmes, reconocidos como Mejor Película mediante el voto del público; otros obtuvieron una mención especial del jurado para película latinoamericana y mención especial para película ecuatoriana. El jurado invitado para la III Edición ‘La Casa Cine Fest’, lo integraron Juan Martín Cueva, presidente del jurado, y los miembros Víctor Arregui, Isabel Carrasco, Juan Guillermo Ramírez y Gerardo Fernández, los dos últimos como invitados internacionales. escaleta Competencia latinoamericana Competencia ecuatoriana El premio a Mejor Película Latinoamericana se entregó a Boi Neón (de Gabriel Mascaro, Brasil), por considerar que se trata de una propuesta narrativa original que ancla la ficción de un universo documental poco conocido. El filme construye hábilmente un ambiente en el que los personajes complejos y vitales se relacionan entre sí de manera honesta. Se entregaron, además, otras dos propuestas, la primera, la Mujer de los perros, de Laura Citarella y Verónica Llinas (Argentina), enmarcada en un cine de reflexión que respeta al espectador. La película usa rigurosamente la fotografía, soporte fundamental del arte cinematográfico, como base de su narración; y, la segunda, Dólares de arena, de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas (República Dominicana), cuya trama maneja hábilmente una estructura clásica, sutil, sin lugares comunes. La película logra transmitir al espectador sinceridad, frescura y espontaneidad. En esta categoría el jurado decidió otorgar el premio a Mejor Película Ecuatoriana a Un secreto en la caja, de Javier Izquierdo, por considerar que logra, con un dispositivo hábil y lúdico, construir una reflexión crítica sobre la historia y la memoria del Ecuador. La película aporta al cine ecuatoriano un aire de frescura al incorporar con éxito el humor, la ironía y la irreverencia. El jurado decidió, además, otorgar una mención a Sed, de Joe Houlberg, porque considera logra una atmósfera y un ritmo propios coherentes con la intención de la pieza. El trabajo se logró con la textura de la imagen a través de un adecuado uso de la fotografía y la dirección del arte. Este festival fue organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’ y su Cinemateca Nacional ‘Ulises Estrella’. Contó con la colaboración del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador, las embajadas y representaciones diplomáticas de los países participantes, Zabal Textiles y Café Democrático. Cinemateca Nacional , Comunicación. 107 tributo MUSEO DE ARTE COLONIAL DE PRESENCIAS Y EVOCACIONES LA INFANCIA EN EL ARTE ECUATORIANO E l padre Agustín Moreno nació en Cotacachi, provincia de Imbabura, el 22 de agosto de 1922. A los doce años fue enviado a Quito para ingresar a la Orden Franciscana y estudió en el colegio Seráfico, donde aprendió latín y griego. Los estudios superiores los hizo en Canadá y dominó el hebreo, inglés y francés; impartió su cátedra en francés en la Universidad de Quebec sobre Literatura Iberoamericana. Al retornar a Ecuador ejerció la docencia en la comunidad franciscana, enseñó historia, lengua castellana, teología, filosofía. Volvió a los Estados Unidos donde permaneció ocho años en Washington y se integró a la Academia de Historia Franciscana. Dio conferencias en la Sociedad Geográfica de Amberes, en la Sorbona de París, en el Museo de América de Madrid y en muchas ciudades americanas. Fue catedrático en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en la Academia Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores, en la Escuela de Postgrado de Ciencias Internacionales de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central. Entre sus obras se pueden citar: la biografía de Santa Mariana de Jesús, la biografía de Fray Jodoco Ricke (2002), Caspicara (1976) y Quito Eterno (1975), con la cual el casco histórico de Quito fue considerado Primer Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Se desempeñó como vicepresidente del Círculo de la Prensa, presidente del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, del Instituto Nacional del Patrimonio Cultural del Ecuador y del Instituto Nacional del Patrimonio Cultural Religioso del Ecuador, de la Dirección de Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana; vicepresidente de la Asociación Ecuatoriana de Museos; subdirector de la Academia Nacional de Historia, a la que ingresó directamente como Miembro de Número. Además, fue académico correspondiente de la Real Academia de Historia de España, de Bolivia, Paraguay; miembro de la Academia de Historia Eclesiástica y de la de Ciencias DIRECCIÓN Jurídicas y Sociales del Ecuador. Calles Cuenca y Mejía esquina (Centro Histórico). Falleció el 18 de marzo de 2016. INAUGURACIÓN: HORARIOS DE VISITA Teléfono: 2282297 Correo electrónico: [email protected] 108 Facebook: museodeartecolonialquito www.casadelaculturaecuatoriana.gob.ec 21 de abril de 2016, 19h00 Martes a sábado 09h00 a 17h00 CLAUSURA: Reservación previa para visita de grupos. 13 de agosto de 2016 musicales y dancísticas de la cultura afroecuatoriana nacional ensayo de Expresiones Concurso En el marco de la declaratoria del Decenio Afrodescendiente por parte de la Unesco, la revista de investigación sonora y musicológica Traversari de la Casa de la Cultura Ecuatoriana convoca al CONCURSO NACIONAL DE ENSAYO EXPRESIONES MUSICALES Y DANCÍSTICAS DE LA CULTURA AFROECUATORIANA, al tenor de las siguientes bases: • Podrán participar investigadores y músicos ecuatorianos o extranjeros radicados en el país mínimo cinco años. • La temática de los ensayos tratará sobre la presencia de la cultura afrodescendiente en el Ecuador, en cuanto a sus expresiones musicales y dancísticas, sus sistemas de pensamiento musical, su organología o sus géneros vocales. • El contenido debe establecer temas de interés local para la cultura afroesmeraldeña o afroandina y puede ubicarse en los períodos históricos comprendidos entre el sistema colonial y la época actual. • El tipo de documento deberá tener un carácter investigativo, con una extensión de 15 a 20 páginas, con fotografías e ilustraciones en buena resolución. Su escritura debe atenerse al tipo documental, con citas bibliográficas y créditos respectivos de las fuentes consultadas (inclusive las fotografías). • Los trabajos ganadores serán publicados en el No. 3 de la revista Traversari, y recibirán por derechos de autor la suma de mil dólares (1.000,oo usd) el primer lugar y setecientos dólares (700,oo usd) el segundo lugar. • Los premios serán entregados por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en evento especial en el mes de julio. • El jurado estará integrado por personas de reconocida solvencia en el campo de la investigación musical. • Los trabajos se entregarán en sobre cerrado en la Vicepresidencia de la CCE, hasta el 15 de junio de 2016. • Los trabajos serán firmados con seudónimo. En sobre aparte se harán constar los datos del autor: nombres completos, documento de identidad, teléfono y correo electrónico.
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