Notas de Elena G. de White Lección 2 11 de Octubre del 2014 La Perfección de Nuestra Fe. La perfección de nuestra fe Sábado 4 de octubre Cristo mora con aquel que lo recibe por fe. Aunque las pruebas pueden llegar al alma, la presencia del Señor continúa con nosotros. La zarza ardiente con la presencia del Señor no se consumía; el fuego no destruía las ramas. Así ocurre con el débil ser humano que pone su confianza en Cristo. El homo de fuego de la tentación puede quemar; las pruebas y la persecución pueden aparecer, pero solo la escoria será consumida. El oro será más brillante por el proceso de purificación. El que controla el corazón de los fieles es más grande que el que controla a los incrédulos. No nos quejemos amargamente de las pruebas que debemos soportar sino fijemos nuestros ojos en Cristo quien revistió su divinidad de humanidad para poder identificarse con la sufriente humanidad. Él bebió la amarga copa, fue afligido con nuestras mismas aflicciones, y fue hecho perfecto mediante el sufrimiento; fue tentando en todo como la humanidad es tentada, para que pudiera socorrer a los que son tentados. Él dice: “Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre” (Isaías 13:12). Al morar en el alma y darle su Santo Espíritu, la hará más preciosa que el oro (Signs of the Times, 5 de marzo de 1896). Domingo 5 de octubre: La fe que perdura Es la fe la que familiariza al alma con la existencia y la presencia de Dios; y cuanto más vemos su gloria, tanto más discernimos la belleza de su carácter. Nuestras almas se toman más fuertes en poder espiritual; respiramos la atmósfera del cielo; comprendemos que Dios está a nuestra diestra y no seremos conmovidos. La fe ve que Dios es testigo de cada palabra y cada acción y que todo es manifiesto en su presencia, y por lo tanto vivimos como en la presencia del Infinito (Review and Herald, 24 de enero de 1888). Las vicisitudes más difíciles de la vida cristiana deberían ser las que proporcionen mayores bendiciones. Las providencias especiales recibidas en las horas lóbregas deben animar al alma en los futuros ataques de Satanás, y prepararla para que permanezca firme en las fieras pruebas. La prueba de nuestra fe es más preciosa que el oro. Pero para soportar las pruebas debemos tener esa fe, esa confianza en Dios que no será conmovida por los argumentos y las tentaciones del engañador. Tomemos como segura la palabra del Señor; estudiemos sus promesas y apropiémonos de ellas. “La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). Feliz aquella alma que, cuando es tentada, se encuentra rica en el conocimiento de las Escrituras y se escuda en las promesas de Dios. Necesitamos esa fe perdurable y calmada, esa valentía moral que solo Cristo puede dar, a fin de estar capacitados para enfrentar las pruebas y fortalecidos para cumplir con nuestro deber. Mientras estemos en la tierra no hay posibilidad de evitar los conflictos y las tentaciones, pero en cada tormenta podemos hallar seguro refugio. Cristo nos ha dicho: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Las fuerzas satánicas están alistadas contra nosotros y el enemigo es persistente; pero si escuchamos las palabras de Cristo estaremos seguros: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41). Hay enemigos que deben ser resistidos y vencidos, pero Jesús está a nuestro lado para fortalecemos en cada ataque. “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). La fe ve a Jesús como Mediador a la diestra de Dios; contempla las mansiones que él ha ido a preparar para los que le aman; ve el manto y la corona preparados para el vencedor; escucha la canción de los redimidos y admira las glorias eternas. Al acercamos a Jesús y obedecerle por amor veremos al Rey en su hermosura. Hay paz en creer y hay gozo en el Espíritu. ¡Cree! ¡Cree! Mi alma exclama: ¡Cree! ¡Descansa en Dios! Él es capaz de guardar aquello que se le ha confiado hasta aquel día, y hacemos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. No obstante, recordemos que todos aquellos que estarán vestidos para las bodas, habrán venido de la gran tribulación. Las poderosas oleadas de la tentación golpearán a todos. Pero la larga noche de espera, de trabajos y dificultades, está cerca de concluir. Pronto Cristo vendrá. ¡Preparémonos! Los ángeles de Dios están tratando de separamos de las cosas terrenales; no dejemos que trabajen en vano. Fe, una fe viva, es lo que necesitamos; esa fe que obra por amor y purifica el alma. Pon tu vista en la cruz del Calvario y en el infinito sacrificio que hizo por nosotros. Ahora Jesús nos invita a venir a él, tal como somos, y hacer de él nuestra fuerza y nuestro Amigo eterno (Review and Herald, 17 de abril de 1894). Lunes 6 de octubre: Perfección Las pruebas son los obreros de Dios, ordenadas para el perfeccionamiento del carácter... ¡Cuántas personas hay que contristan al Espíritu de Dios debido a sus quejas continuas! Lo hacen porque han perdido de vista a Cristo. Si contemplamos a Aquel que soportó nuestras tristezas y murió como sacrificio nuestro para que nosotros tuviéramos acceso al excelente peso de gloria, no podremos menos que considerar nuestros sufrimientos y pruebas más pesados como tribulaciones leves (Exaltad a Jesús, p. 243). Contemplando a Cristo con el propósito de ser como él, el escudriñador de la verdad ve la perfección de los principios de la ley de Dios, y nada más que la perfección lo satisface. Ocultando su vida en la vida de Cristo, comprende que la santidad de la ley divina se revela en el carácter de Cristo, y cada vez se esfuerza más fervientemente por ser como él. En cualquier momento puede presentarse una guerra, puesto que el tentador ve que está perdiendo a uno de sus súbditos. Debe librarse una batalla con los atributos que Satanás ha estado fortaleciendo para su propio uso. El agente humano ve con qué tiene que luchar: un extraño poder que se opone a la idea de alcanzar la perfección que Cristo presenta. Pero con él hay poder salvador, que obtendrá la victoria por él en el conflicto. El Salvador lo fortalecerá y lo ayudará cuando se acerque suplicando gracia y eficiencia (Alza tus ojos, p. 236). “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Al avanzar paso a paso por el sendero de la obediencia, veremos cuán cierta es la promesa de que los que prosiguen en conocer a Jehová conocerán que como el alba está dispuesta su salida. Una luz más clara está lista para brillar sobre todos los que siguen al que es la Luz del mundo. Todo el que tome sobre sí el yugo de Cristo, con la plena determinación de obedecer la palabra de Dios, tendrá una experiencia saludable y simétrica. Gozará de las bendiciones que le vendrán como resultado de haber escondido su vida con Cristo en Dios. En su vida de negocios llevará a cabo los principios expuestos por Cristo en el Sermón del Monte. Renunciará a la bolsa de pesas engañosas y al fraude en el trato comercial... Se siente parte de la firma celestial y siente que es su deber traficar con los talentos que Dios le dio. Se da cuenta que ha sido adoptado en la familia de Dios y que debe comportarse para con todos así como Cristo se comportó cuando estaba en la tierra. ¡Qué obra diligente y constante es la de un verdadero cristiano!... Posee una genuina modestia y no habla de sus cualidades y realizaciones. La autoadmiración no es parte de su experiencia. Hay mucho que aprender en cuanto a lo que abarca el verdadero carácter cristiano. No es ciertamente autoensalzamiento... La gloria y la majestad de Dios deberían llenar siempre nuestras almas de un santo respeto, humillándonos en el polvo delante de él. Su humillación, su amplia y profunda compasión, su ternura y amor nos son dados para fortalecer nuestra confianza y quitar el temor que lleva a la esclavitud. No soportemos el pensamiento de ser enanos religiosos... Siempre debemos crecer hasta alcanzar la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús, hasta que estemos completos en él. Cristo irá a morar con cada alma que diga de corazón: Ven. Ama a todo el que tiene el deseo de seguirlo (En lugares celestiales, p. 185). Martes 7 de octubre: Pedir con fe Hombres, mujeres y jóvenes, Dios requiere de vosotros que poseáis valor moral, firmeza de propósito, fortaleza y perseverancia, mentes que no admitan los asertos ajenos, sino que investiguen por su cuenta antes de aceptarlos o rechazarlos, y escuchen y pesen las evidencias, y las lleven al Señor en oración. “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada” (Santiago 1:5). Ahora bien, se impone la condición: “Pero pida en fe, no dudando nada: porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra. No piense pues el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor” (versículos 6, 7). Esta petición de sabiduría no debe ser una oración sin sentido, que se olvide tan pronto como se haya terminado. Es una oración que expresa el enérgico y ferviente deseo inspirado al corazón por un consciente anhelo de poseer sabiduría para discernir la voluntad de Dios. Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables. No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24). Como la viuda importuna, presentemos nuestros casos con firmeza de propósito. ¿Es importante el objeto y de gran consecuencia para nosotros? Por cierto que sí. Entonces, no vacilemos; porque tal vez se pruebe nuestra fe. Si lo que deseamos es valioso, merece un esfuerzo enérgico y fervoroso. Tenemos la promesa; velemos y oremos. Seamos firmes, y la oración será contestada; porque, ¿no es Dios quien ha formulado la promesa? Cuanto más nos cueste obtener algo, tanto más lo apreciaremos cuando lo obtengamos. Se nos dice claramente que si vacilamos, ni podemos pensar que recibiremos algo del Señor. Se nos recomienda aquí que no nos cansemos, sino que confiemos firmemente en la promesa. Si pedimos, él nos dará liberalmente, sin zaherir. En esto es donde muchos yerran. Vacilan en su propósito y les falta la fe. Esta es la razón por la cual no reciben nada del Señor, fuente de nuestra fortaleza. Nadie necesita andar en tinieblas, tropezando como ciego, porque el Señor ha provisto luz si queremos aceptarla como él lo indica, y no elegir nuestro propio camino. El exige de todos un cumplimiento diligente de los deberes de cada día... Pero estos deberes pueden cumplirse únicamente pidiendo a Dios la capacidad de hacer fielmente lo recto ante el cielo, gobernados por motivos abnegados, como si todos viesen el ojo de Dios que nos contempla e investiga nuestras acciones (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 202-204). Dios... anhela que extendáis hacia él la mano de la fe. Anhela que esperéis grandes cosas de él. Anhela daros inteligencia así en las cosas materiales como en las espirituales. Él puede aguzar el intelecto. Puede impartir tacto y habilidad. Emplead vuestros talentos en el trabajo; pedid a Dios sabiduría, y os será dada. A todo el que constantemente entrega su voluntad a la voluntad del Infinito, para ser guiado y enseñado por Dios, se le promete un desarrollo progresivo en las cosas espirituales. Dios no impone límites al progreso de los que están “llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría y espiritual inteligencia”. Los que convierten a Dios en su poder eficaz, comprenden su propia debilidad, y el Señor les proporciona sabiduría. Como se apoyan en Dios día tras día, y cumplen su voluntad con sincera y rígida integridad, aumenta su conocimiento y capacidad. Mediante su disposición a obedecer reverencian y honran a Dios, y son honrados por él. El caso de Daniel nos revela el hecho de que el Señor está siempre dispuesto a escuchar las oraciones del alma contrita; cuando busquemos al Señor con todo nuestro corazón, él contestará nuestras peticiones. Aquí se revela dónde obtuvo Daniel su habilidad y entendimiento; si estuviéramos dispuestos a pedir sabiduría al Señor, seríamos favorecidos con mayor capacidad y poder del cielo (Meditaciones matinales 1952, p. 113). Miércoles 8 de octubre: El otro lado de la moneda Todo santo que se allega a Dios con un corazón fiel, y eleva sus sinceras peticiones a él con fe, recibirá contestación a sus oraciones. Vuestra fe no debe desconfiar de las promesas de Dios, porque no veáis o sintáis la inmediata respuesta a vuestras oraciones. No temáis confiar en Dios. Fiad en su segura promesa: “Pedid, y recibiréis” (Juan 16:24). Dios es demasiado sabio para errar, y demasiado bueno para privar de cualquier cosa buena a sus santos que andan íntegramente. El hombre está sujeto a errar, y aunque sus peticiones asciendan de un corazón sincero, no siempre pide las cosas que sean buenas para sí mismo, o que hayan de glorificar a Dios. Cuando tal cosa sucede, nuestro sabio y bondadoso Padre oye nuestras oraciones, y nos contesta, a veces inmediatamente; pero nos da las cosas que son mejores para nosotros y para su propia gloria. Si pudiésemos apreciar el plan de Dios cuando nos envía sus bendiciones, veríamos claramente que él sabe lo que es mejor para nosotros, y que nuestras oraciones obtienen respuesta. Nunca nos da algo perjudicial, sino la bendición que necesitamos, en lugar de algo que pedimos y que no sería bueno para nosotros. Vi que si no advertimos inmediatamente la respuesta a nuestras oraciones, debemos retener firmemente nuestra fe, y no permitir que nos embargue la desconfianza, porque ello nos separaría de Dios. Si nuestra fe vacila, no conseguiremos nada de él. Nuestra confianza en Dios debe ser firme; y cuando más necesitemos su bendición, ella caerá sobre nosotros como una lluvia. Cuando los siervos de Dios piden su Espíritu y bendición, a veces los reciben inmediatamente; pero no siempre les son concedidos en seguida. En este último caso, no desmayemos. Aférrese nuestra fe de la promesa de que llegará. Confiemos plenamente en Dios, y a menudo esta bendición vendrá cuando más la necesitemos; recibiremos inesperadamente ayuda de Dios cuando estemos presentando la verdad a los incrédulos, y quedaremos capacitados para impartir la Palabra con claridad y poder. Se me presentó el asunto como el caso de los niños que piden una bendición a sus padres terrenales que los aman. Piden algo que el padre sabe les ha de perjudicar; pero el padre les da cosas que serán benéficas para ellos, en vez de aquello que deseaban. Vi que toda oración elevada con fe por un corazón sincero, será oída y contestada por Dios, y que el suplicante obtendrá la bendición cuando más la necesite, y a menudo ésta excederá sus expectativas. No se pierde una sola oración de un verdadero santo, si es elevada con fe por un corazón sincero (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 22, 23). “Si tuviereis fe como un grano de mostaza —dijo Jesús— diréis a este monte: Pásate de aquí allá: y se pasará”. Aunque muy pequeña, la semilla de mostaza contiene el mismo principio vital misterioso que produce el crecimiento del árbol más imponente. Cuando la semilla de mostaza es echada en la tierra, el germen diminuto se apropia de cada elemento que Dios ha provisto para su nutrición y emprende prestamente su lozano desarrollo. Si tenemos una fe tal, nos posesionaremos de la Palabra de Dios y de todos los agentes útiles que él ha provisto. Así nuestra fe se fortalecerá, y traerá en nuestra ayuda el poder del Cielo. Los obstáculos que Satanás acumula sobre nuestra senda, aunque aparentemente tan insuperables como altísimas montañas, desaparecerán ante el mandato de la fe. “Nada os será imposible” (El Deseado de todas las gentes, pp. 397, 398). No es porque veamos o sintamos que Dios nos oye por lo que debemos creer. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, debemos creer que toda petición penetra hasta el corazón de Cristo. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibiremos, y agradecerle de que la tenemos. Luego hemos de atender a nuestros deberes, confiando en que la bendición será enviada cuando más la necesitemos. Cuando aprendamos a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones reciben contestación. Dios obrará por nosotros “mucho más abundantemente de lo que pedimos”, “conforme a las riquezas de su gloria”, y “por la operación de la potencia de su fortaleza” (Obreros evangélicos, pp. 275, 276). Jueves 9 de octubre: El rico y el pobre Cristo siempre ha sido el amigo de los pobres. Eligió la pobreza y la honró haciendo de ella su suerte. La ha despojado para siempre del reproche de desprecio, al bendecir a los pobres, los herederos del reino de Dios. Tal fue su obra. Al consagrarse a sí mismo a una vida de pobreza, la redimió de su humillación. Ocupó su puesto con los pobres, para poder quitar de la pobreza el estigma que el mundo le había puesto. Él sabía el peligro del amor a las riquezas. Sabía que este amor es ruinoso para muchas almas. Coloca a los que son ricos en una situación en la que pueden satisfacer todo deseo de grandeza. Les enseña a menospreciar a los que sufren la presión de la pobreza. Fomenta la debilidad de las mentes humanas y demuestra que, a pesar de la abundancia de riquezas, los ricos no son ricos en Dios. El carácter de muchos ha sido modelado por la falsa estima que se coloca en los ricos en riquezas de este mundo. El que posee casas y tierras, alabado y engañado por el respeto que se le prodiga, puede despreciar a los pobres, que poseen virtudes que el rico no tiene. Cuando sea pesado en las balanzas de oro del Santuario, el egoísta y ambicioso rico será encontrado falto, mientras que el pobre, que haya dependido con fe en Dios solamente para su virtud y bondad, será declarado heredero de las riquezas eternas en el reino de Dios {El ministerio de la bondad, pp. 180, 181). La Biblia no condena al rico por el hecho de ser rico; tampoco declara que la adquisición de riquezas sea un pecado, ni dice que el dinero es la raíz de todo mal. Todo lo contrario, las Escrituras declaran que Dios es el que da el poder para conseguir riquezas. Esta habilidad es un talento precioso si se lo consagra a Dios y se lo emplea para promover su causa... Las Escrituras enseñan que la riqueza es una posesión peligrosa únicamente cuando se la hace competir con el tesoro inmortal. Se convierte en una trampa cuando lo mundano y lo temporal absorben los pensamientos, los afectos y la devoción que Dios reclama para sí (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 144). Cortesía de UPA Visión www.upavision.com
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