UTOPÍA Libros y literatura UTOPÍA Libros y literatura © 2014 Libros y literatura © Corrección y Maquetación: www.artgerust.com ISBN Papel: 978-84-16201-58-7 ISBN EPUB: 978-84-16201-59-4 Todos los derechos reservados. Produce: Gerüst Creaciones S. L. (www.artgerust.com) PRIMER PREMIO Basura y Evasión por Sonia Aguirre Duque Amo el ritual de sacar la basura. Mi estricto cumplimiento de la política de separación de residuos me hace sentir virtuosa; los inspectores del ayuntamiento nada podrán reprocharme. Hago una primera parada frente a mi edificio, luego bajo por Pontones hasta los contenedores de cartón y papel, pero, si solo tengo vidrio, me basta acercarme hasta la esquina de Toledo. El sonido de las botellas rompiéndose unas sobre otras tiene algo de musical. Vuelvo con el ánimo leve, como si con los envases vacíos y las raspas de pescado se fuera la memoria de los días y todo fuera posible de nuevo. Sacar la basura me permite soñar, despegarme de mi cuerpo, perderme en ese retazo de cielo que atrapo desde mi calle. Irme en el deportivo de un futbolista que baja zumbando al estadio, colgarme de una bandada de patos empenachados que huyen camino del sur, robarle la Harley a uno de esos barrigones que van metiendo ruido a ese bar que siempre me ha parecido demasiado limpio para ser un verdadero garito de moteros. Esto es un secreto: cuando saco la basura siempre llevo el pasaporte y la tarjeta del banco en el bolsillo. A veces he sentido la tentación de no dejar de caminar, llegar a calle Treinta, pasar el río, no sin comprarme un helado antes. Atravesar Carabanchel, llegar a las autopistas, puede que a 7 una gasolinera, y conseguir que un conductor silencioso me lleve a su lado sin hacer preguntas, tan solo sintiendo el sol de la tarde que entra por el cristal y adormecerme por la monotonía del asfalto. Tal vez llegue un día en que el impulso de la huida se haga irresistible y deserte de mi casa y de mi vida. Tiraré las llaves en un macizo de flores y atravesaré el sur del país hasta Portugal, hasta un puerto donde me quedaré mirando a ese mar aceitoso de los cargueros y los grandes barcos de panza monstruosa. Cruzaré el Atlántico como antes crucé el raquítico Manzanares, todo es cuestión de dar el salto. Tal vez logre enrolarme en la tripulación de un barco, no sé nada de la mar, pero siempre hará falta que alguien barra la cubierta. A fuerza de sal y días, mi identidad se irá borrando, solo la evocaré cuando descarguemos la basura en un puerto anónimo. Hace dos noches, sentí el deseo de la huida latir más fuerte que nunca en las suelas de mis zapatillas deportivas. Se me había hecho un poco tarde, eran casi las once y sentí el ronroneo del camión de la basura a mi espalda, me giré para ver la ágil coreografía de subidas y bajadas con los operarios moviendo el rompecabezas amarillo y naranja de contenedores de toda la calle hasta las mandíbulas del camión. Debería haber mantenido la distancia, porque fue en ese momento en que crucé la mirada con ese basurero de ojos verdes, y ahí encontré atrapado el mar tornasolado de ese puerto de Portugal. 8 SEGUNDO PREMIO El monolito desconocido de Clark y Kubrik por César Vicente Calle Sucedió así: escribí algo, esto. Había recibido un mail de alguien, un desconocido al que luego conocí (es curioso, porque no podía haberse llamado de otra manera. Luego pude entenderlo). Tuve dudas. Algo sobrevino entonces. Sé que suena ingenuo, puede que incluso falso. En fin, como suene: el miedo se fue. Se fue. Yo quise que se fuera, y se fue. Y al irse el miedo, las dudas se disiparon y todo resultó inevitable. Después de unos años, mi hija me confesó haber leído estas palabras y dudaba de que aquí hubiera empezado todo. Decidí seguir adelante, simplemente sentí que debía hacerlo. ¿Estaba en la esencia misma de esta ficción, en eso que llaman destino, en mí mismo, en la voluntad oceánica que me condujo hacia la utopía y disipó el miedo? Luego todo sucedió deprisa y, al mismo tiempo, despacio. Lo sé, suena extraño… Esta frase, tan mil veces repetida, también tuvo sentido: en el espejo de todos los días vi otra cosa. Visualicé todas las jugadas de ajedrez, despejadas y puras, comprobando su perfecta circularidad en torno a Dios. Consulté las teogonías y los mitos de las civilizaciones. Os reiréis de mí, pero pude oír las primeras palabras que pronunció el hombre prehistórico detonadas dentro de su ser como un huevo cósmico que se hizo luz, palabras olvidadas que aún conservaban el secreto de la vida, las mismas que luego cantaron Homero y 9 los poetas. Vi las grecas de oro y el púrpura de la túnica de Marco Aurelio, que era la mía, rasgando el pergamino al escribir. Penetré en el mundo, en el sí y el no, los secretos de la alquimia, este momento y el que vendrá más tarde, poesía o prosa, fondo y forma. El viejo Hegel me habló a la luz de una lámpara que brilló en el mil ochocientos, dentro de una estancia crujiente a madera de los bosques del norte, con su voz grave y alemana de cosas tan amables. Los Upanishads, esta A y la partícula subatómica que matará al gato de Schrödinger. El por qué de tus dudas releyendo estas palabras, ese libro de Borges que nunca más abriré. Todo aquí, todo ahora. 10 TERCER PREMIO Tuvo que pasar mucho tiempo por Carmen Gómez Sousa Tuvo que pasar mucho tiempo para que Inés admitiese que un hecho aparentemente irrelevante, pero reiterado, marcaría su vida para siempre. El punto de partida se sitúa en uno de aquellos inacabables veranos de su niñez y entre las cuatro paredes de adobe y pizarra que levantaron sus abuelos en un terreno rodeado de olorosos matorrales y lejanas encinas. Era casa de un solo dormitorio, de un solo árbol en el corral, de un solo pan y de un solo libro que nunca supo cómo llego hasta allí. Fue su madre, mujer condenada desde siempre al trabajo doméstico, quien planteó aprovechar ese tiempo de indolencia y silencio, que es la hora de la siesta en tierras del sur, para leer juntas aquel único libro. Con reticencia al principio, y verdadera fascinación después, Inés acabó aceptando aquella cita con su madre durante muchos veranos. También aceptó cuando ella ya no estaba lo sabiamente que había conducido aquellas lecturas con desorden aparente hacia las aventuras más excitantes y comprensibles de un estrafalario personaje empeñado en ser armado caballero. Un verdadero enigma. Pasados los años, Inés volvía cada verano a aquellas cuatro paredes que guardaban un único libro, con un cargamento de volúmenes para consumir en un tiempo cada vez menos elástico, entre olorosos matorrales y lejanas encinas. Así conoció la magia de la montaña 11 con Mann, el tiempo perdido con Proust, la soledad con Gabo, los misterios del universo con Hawking y las leyes físicas con Newton. Un día, ya anciana, Inés se sorprendió murmurando para sí misma mientras descansaba en el mismo lugar donde leía junto a su madre: –Los escritores son insignes artesanos de sublimes escaleras que nos elevan más allá de las copas de los árboles, de las nubes, de las galaxias y nos bajan a los abismos más inquietantes de la condición humana. El libro único, de hojas amarillentas y porosas, descansaba en una estantería desvencijada. 12 -Utopíapor Andrés Barrero Rodríguez Solo quiero un mundo que quepa en tu sonrisa, porque en tu sonrisa vive uno que se asoma en cada gesto y me recuerda que es posible. Solo quiero un mundo tan bueno como el que tú ves con tus ojos, pero yo no los tengo y mi mirada ya no sabe dibujar la realidad que mereces. Por eso te lo escribo, para sembrarte de palabras que crezcan y te ayuden a construirlo desde dentro, y confiar en que, si alguna vez yo lo soñé, tú puedas vivirlo. Que si alguna vez lo viste, siempre puedas soñarlo. Para que, cuando tus ojos crezcan y vean todo lo que ahora se oculta a tu mirada inocente, tu mundo siga dentro de ti y no lo olvides. Porque es el verdadero. 13 Sin sueños por César Malagón Cuando era pequeño soñaba con tener una carrera universitaria; decían que con un título bajo el brazo el futuro era prometedor. Terminé de estudiar y ahora malvivo con trabajos mal remunerados y poco estimulantes. Cuando era pequeño soñaba con el piso que me compraría cuando fuera mayor. Ya soy mayor y veo que, a día de hoy, comprar un piso no solo no es una prioridad, sino, más bien, una utopía irrealizable. Cuando era pequeño soñaba con vivir en un país moderno y lleno de oportunidades. Ahora tengo que ver, semana tras semana, cómo mi país se corrompe más y más, y cómo amigos, familiares y seres queridos buscan esas oportunidades en otros países mucho más modernos que el mío. Así que, después de tirarme media vida soñando, he tenido que sobrepasar la treintena para darme cuenta de que todo lo que me dijeron de pequeño era mentira. Por eso, cada vez lo tengo más claro: el día que tenga hijos no les diré que sueñen; les diré que vivan, aprendan y disfruten de cada día que pasen en este mundo. 14 Ser perfecto por Leire Kortabarría Cuando sea niña otra vez, seré un ser perfecto dejando ir el globo hacia el cielo de los globos; con la manita le diré adiós o hasta pronto, pues nada se va, pues todo es un sueño, y el mundo forma parte de él. Ahora ese momento ya se ha ido y este otro también; y así es la belleza de la vida, pues, si no se marchita, no es belleza. Quizá algún día dejaré de esperar, dejaré de vigilarme; quizá algún día alcanzaré la paz. Mientras tanto, me siento y espero; contemplo la bahía desde lo alto del puente, casi ingrávida, con el mundo bajo mis diminutos pies, bailando, corriendo, inadvertido de su propia belleza. Las gentes corretean, se amontonan, viven sin pararse, que es lo mismo que no vivir. Ansían el sueño, y, cuando llega, ansían despertar de él, siguen corriendo, 15 y yo quiero saber quién llegó a algún lugar y decidió que era lo bastante bello. Ahí va ese hombre que siempre fue ciego; ha recuperado la vista, y ahora por fin sabe qué es la vida. Nada más tiene urgencia, nada más lo retiene; suelta amarras y se va, caminando, a lo largo de una sucia acera en esta noche de otoño. Está lloviendo, pero él no lo nota; la vida es una fiesta; la vida es la fiesta que siempre fue, pero nadie más lo sabe, porque todos los demás siguen ciegos. El arpista hermoso, inconsciente, tañe canciones de su tristeza en su lira de forma de triángulo aberrante. Él aún es joven, pero ahora ya es viejo, y el viejo de los ojos iluminados es el más joven de todos. Algún día, yo seré él; mi cuerpo morirá, pero yo viviré; seré libre de esclavitudes, libre de la materia; miraré esta flor y seré feliz, cada segundo durará una eternidad, y necesitaré cada una de esas eternidades para disfrutar cada segundo, una gota de agua, una flor en mi jardín y un jardín en mi casa, y poner cada ladrillo para erigir mi casa y serrar la madera y bendecir el árbol 16 y echar la cometa al vuelo y luego soltar la cuerda, y suspirar y reír, y respirar y respirar, y sentir mi corazón latir y mi sangre correr, y sentir esta célula alimentarse y vivir, y esta neurona hablar con aquella otra, y no tener hiel en mi corazón ni amargura en mi alma, y amar y vivir, y vivir y sentir y soñar, y que la vida sea ese sueño y el sueño sea toda la vida, pues la vida lo es todo, y toda la vida es necesaria para vivir toda la vida, y nada puede existir fuera de la vida, pues ¿qué es la muerte, sino más vida? 17 Cuando llega la noche por Susana Hernández Sánchez Cuando llega la noche y mi mundo guarda el silencio deseado, tomo un libro entre las manos, y añorando el humo de un pitillo (que no enciendo) va renaciendo en mí la fantasía, y poco a poco veo nacer los versos al ponerse en marcha los motores de mis sueños. 18 -Utopíapor Laura Carrera Hernández Los huecos que había en la persiana lo encontraron cubierto por las sábanas hasta la cintura, mientras el sol tenía la suerte de rozar su piel. La espalda reluciente, con esa fina línea en medio en la que caben justo los dedos de la mano, que ahora la recorren con suavidad. El rostro más sincero que se ha podido ver nunca descansa tranquilo. Esos ojos, que aún cerrados dejan ver un universo compartido. Y los labios, entreabiertos, ignoran que hoy serán despertados a besos. 19 Leyendas de viajeros por Ángel Pontones Moreno Hay pocas cosas que me transporten a otro mundo más rápidamente que recorrer las calles viejas de mi ciudad. No solo me suponen un viaje por el tiempo, sino que suman a este otro por el espacio, pues en mis recorridos suelo saltar de casco en casco antiguo, iniciando el recorrido en plazas tan geométricas como la Redonda o la Lope de Vega de Valencia, y a través de callejuelas surcadas de librerías de antiguo accedo sin darme cuenta al campo de San Esteban, donde el campanil está tan inclinado que parece a punto de irse a reposar bajo la isla de San Marcos llevándose consigo un millar de tomavistas y cheques de viaje. Secó el sudor de turista por el mismo laberinto que, contrariamente a lo que esperaba, no me desemboca en la galería Uffizi, sino en una plaza con forma de mano, y calles que son dedos que terminan en la mezquita Azul. Los cantos del muecín suenan dispersos en el aire enrarecido. De aquí hasta los minaretes de Sofía no debería gastar un cuarto de hora andando, pero lo que encuentro para apagar la sed es la fuente de la plaza Santo Domingo en el D.F. Intento no preocuparme por el trasiego de viajes, pues no ha llegado el sol al mediodía y aún debo comprobar si en Potsdammer Platz me sigue esperando Lía, y si ella recuerda un restorán de Piazza Navona donde no figurara en la carta ese horrible risotto. 20 -Utopíapor Ángel Pontones Moreno Sea como sea, debe ser a última hora de la tarde, y a ser posible en el hueco que abril deja a junio. La luz de entonces marca unas sombras alargadas que sumergen en olvido toda mi aprensión por no pasar del uno sesenta. La playa casi desierta por la que camino solo tiene como límites un horizonte azul donde un sol enorme termina de calzarse las aletas para zambullirse. El sol es tan rojo como el amanecer que aparece medio segundo después de que Lawrence sople la cerilla que le transporta a las dunas del desierto. La banda sonora es el viento que desmaraña un cabello como el tuyo, mezclado con calipsos y guitarras que vienen de una docena de chiringuitos playeros flanqueados por una red de hamacas entre palmeras que dejan paso a una segunda línea de tumbonas de mimbre donde el que más y el que menos sonríe. La gramola de mi cerebro convierte las marimbas de Love is the seventh wave en el sitar desmañado que toca Peter Sellers en su casa justo antes de recibir la invitación a un guateque. Mi lengua es un campo de batalla de sabores, desde la galleta quebradiza del Apolo hasta el amargor del último socarrat, pasando por el crujiente de la arena invisible que transporta el viento. Todo lo que me rodea soy yo, como si me contemplara desde mil ángulos distintos, como si yo fuera el mar que rodea la isla donde se concentran todas las orillas 21 que he pisado a lo largo de los años, donde huele a todos los bronceadores que alguna vez has llevado, y delante nuestro solo hay tiempo que perder. De algún modo, he vuelto a la tarde en que te conocí, y, si no a esa misma, a cualquiera en las que fui feliz. 22 Sueño Eterno por Mercedes Suero Fernández Me miró de una manera distinta. No sé si fue por sus cristalinos ojos verdes, o porque realmente su mirada traspasó hasta lo más hondo de mi ser. Certidumbre impecable de «soy especial» recorrió todos mis sentidos. Mi respuesta no pudo ir más allá de un escalofrío invisible ante su profunda mirada. Solo una sonrisa que camuflaba mi estado catatónico pudo recibir como contraprestación. No recuerdo la última vez que me miraron así, o quizás nunca lo hicieron. No recuerdo la última vez que me conocieron solo con mirarme, o quizás nunca antes sucedió. No todo el mundo puede mirar así. Solo aquellos que vuelcan toda su alma en una mirada lo consiguen. Solo quien se expone sin contemplaciones, miedos, ni reservas, puede mirar así. Ante esa mirada se hace necesario el silencio; solo quien mira así puede prescindir de palabras. Esperaba un gesto, una dirección que consiguiera sacarme de ese letargo verde y acuoso. Se le unió una caricia, un roce de su mano sobre la mía. Nunca un contacto tan fugaz y medido completó tan a la perfección un sentimiento de entrega y abandono; entrega de mi mente a sus ojos verdes y abandono de mi cuerpo en sus manos seguras. Solo cabía una opción, no había dónde elegir; no había más mundo, ni más deseo, que arrojarme a sus labios. Encontré el sitio donde el tiempo no se percibe; donde la vida 23 cobra vida; donde los sueños no existen porque no se necesitan, están todos cumplidos. Me perdí. Sin ningún ánimo ni convicción de regreso. Sus labios fueron el detonante de mi derrota. Después de su mirada, su caricia y su beso, nunca más podría, ni desearía, rehacerme. Solo quería esa sensación perdida sin control, eternamente, dentro de mí; unir mi vida a un sentimiento tan hondo que nunca fuese capaz de abandonarlo; a pesar de que, de intenso, doliese. Porque su mirada, sus caricias y su beso eran tan profundos que dolían, pero no me herían. En ese estado vulnerable y seguro me acurruqué para no salir nunca, para no dejar de mirar su mirada, para no dejar de acariciar su caricia ni de besar su beso. Pero no solo era yo. Su imagen, su cuerpo y su mente se fueron borrando, alejándose y desapareciendo entre las brumas de mis ojos, cada vez más abiertos. Solo era un sueño. Volví a cerrarlos. Será un sueño eterno. 24 Que no haya cabezazos por Jaime Fa de Lucas Sueño que los cuerpos no precipitan sus cabezas hacia otros cuerpos. Que el lóbulo frontal del homo sapiens no se utiliza para chocar violentamente contra otro lóbulo frontal desconocido. Desconocido pero humano. Hermano. El que choca es el cráneo. El lóbulo frontal, entre otras funciones, destaca por su capacidad para orientarnos hacia un fin de forma organizada. Imagínate esa parte del cerebro reposando tranquilamente en la cavidad craneal, recibiendo estímulos, manejando el timón como una caricia por la piel, y, de pronto, el energúmeno mueve el cuello hacia delante buscando un impacto, la esponjosidad del órgano se tambalea, las neuronas maldicen, el resto del cuerpo se inclina, se tensa, la sangre se tiñe de ira. Y todo por una cuestión de conectividad. Mi fe es naranja, mi país es azul. ¿Qué colores son los tuyos? La desconexión entre los dos hará que la mezcla forme rojo oscuro, color del líquido que recorre el interior de todos los seres humanos y que se despliega como una alfombra después de cada guerra para indicar el camino a las almas perdidas. Tú y yo, esquivando cabezazos, como ese y aquel, evitando los golpes, con palomas blancas saliendo de nuestra boca. Ellos, los que apuñalan a la tierra por unas cuantas gotas de oro, intentarán sacudirse los rayos de luz neutra que se apoyan en su piel y su ropa. Una iluminación demasiado oscura para su materia gris. 25 -Utopíapor Leonardo Martín Layus Seveso «Y ahora que hemos cruzado los mares y conquistado continentes, dejando huellas de sangre en cada paso; que hemos aprendido de otras culturas y desaprendido de la propia…; que recitamos teoremas cual si fueran bíblicos…; que hemos matado en nombre propio y ajeno, con fusil y crucifijo en mano…; que escalamos los picos más altos para escapar de nuestro infierno…; que caminamos por los desiertos con la fatiga en el alma… Ahora, justo ahora que el genoma y los nanos conscientes forman parte del lenguaje cotidiano de una mayoría ignorada…; que existe una “teoría de la conspiración natural” según los beneficiarios del sistema… Ahora que culpa y cargo van a la misma causa archivada de la historia… ¡Justo, justo, ahora que hemos visto, sentido, oído y disfrutado de las más variadas y maravillosas manifestaciones culturales; que nos hemos emocionado por conquistar el espacio sin importar el sufrimiento de un hermano desangelado…; que descubrimos el fuego antes que el calor que prodiga! Ahora, sí, ahora… es momento de que la próxima lágrima que caiga sea lo más dulce posible.» 26 El Transiberiano por Mercedes de Luis Andrés Recién llegada a la estación de Yaroslavsky, Moscú. Tengo en los bolsillos del abrigo mi Moleskine y el pequeño diccionario de ruso. Me adentro en la muchedumbre de soldados, madres y novias, hasta que se despeja el andén y llega mi turno. Subo al Transiberiano, asumo este desafío que pondrá a prueba mi capacidad descriptiva y narradora. No viajo sola, en la siguiente parada suben mis compañeros de viaje. Como en el libro de Paul Theroux, El gran bazar del ferrocarril, espero que me ocurran todo tipo de peripecias sin moverme del vagón. Dejo el abrigo en el asiento y me acerco hasta la ventanilla más amplia, desde donde quiero contemplar el paisaje de salida. El tren se pone en marcha. Ya lo escucho, la máquina está en movimiento. ¡Qué música maravillosa!, es la vida, en movimiento, sin final, sin pararse jamás. Cierro los ojos para imaginar lo que le contaré a mi abuelo. Rusia es uno de sus viajes preferidos. «El Transiberiano es para aventureros», decíamos en casa. Sonrío y deseo de corazón encontrarme en la siguiente parada con mis compañeros de viaje. El tren deja atrás la catenaria, su hierba trepadora y las vigas oxidadas. Pronto mi alma vagará junto al baile universal de viajeros, entre la espesa tundra 27 ártica, la estepa, las praderas de trigo, la taiga, los pinos y abetos. Antón Chejov dijo de la taiga en una ocasión: «Su fuerza y su magia no residen en el tamaño de sus árboles gigantescos ni en la profundidad de su silencio sepulcral, sino en el hecho de que las aves migratorias sean las únicas criaturas que conocen sus límites». Casi diez mil kilómetros a través de la federación rusa hasta llegar a las delicadas orillas del mar de Japón. 28 Hija del recuerdo por Octavio Pacheco González Solía hacerle posar su mano sobre mi rostro. Quedaba suspendido sobre el alambre de la memoria como un funámbulo que no alcanza a ver el final del número. ¿A dónde van las sensaciones pasadas, los aromas de la infancia, el irrefrenable deseo por lo nunca antes vivido, la conciencia de lo acaecido en el camino? Si solo viera un atisbo de la mirada de aquel que le dio la vida… Acostumbrada a verlo en los ojos ajenos, en el día a día del trabajo en el hospital, ahora debía asegurarme de no hacer del olvido un túnel sin salida en el que se pierden los sentimientos de un presente del ayer. La vida había recorrido en la elipse de las estaciones; en el invierno siempre creímos en la magia y quisimos estar en familia para convertir los deseos en realidad. La realidad no olvidará que todos la hicimos fuerte en el recuerdo de la ilusión. 29 -Utopíapor Pablo Santaolalla Rueda Pensaba en cuántas veces había pedido a la luna que hiciese realidad mi sueño de escribir cuando tiró de mi mano dos veces: una para darme prisa y otra para advertirme de que su tiempo de espera había llegado al límite. Miré su rostro, suave como los perfumes de Grasse, con sus ojos mediterráneos acabados en un manto ambarino del sol tardío. Normalmente, las librerías modernas le entretenían, en parte por disponer de cientos de cuentos con más colores que luces tiene una feria, pero no era el caso con aquella en la que entramos; una librería antigua, como su dueño, situada en una callejuela de un pueblo francés en el que pasábamos las vacaciones. El librero, quien tampoco esforzó el ser de nuestro agrado desde que sonara la pequeña campanilla oxidada dispuesta sobre el dintel de la puerta, sostenía una pipa apagada en su boca, torcida, que profirió una mueca intuida entre la cortesía y el asco. Sí, era lógico que a ningún niño le hiciese ilusión entrar en un lugar donde lo más reciente que había en su interior fuese él mismo, sin tener en cuenta el cromo pegado por algún otro niño aburrido, cuyo padre no entendió el segundo zarandeo de brazo en el interior de un estante roído. La pequeña tienda de libros del ácimo señor, sin 30 embargo, se tornaba bella tras la mirada alegre de sus libros. Al menos, algo en aquel lugar sabía devolver una sonrisa. –En este aparece tu nombre, papá –me sacó del ensimismamiento en el que había quedado. Una mujer a mi espalda nos miró. Lo mismo hizo el librero, escondido tras su libro. Un niño, un libro y la certeza de que en la calle nos esperaba un amor, impaciente, con dos helados medio derretidos. No había nada más que pudiese haber pedido. Nadie me había advertido sobre el instinto de ser padre, siempre escuché sobre lo materno, pero lo cierto es que amanecí apretando la almohada como una leona haciendo la compra para su manada. Fue la mañana lúcida la que me hizo ver cuáles eran mis anhelos más profundos. Lo que siempre creí como mi motor, el engranaje que movía mis pasos y pensamientos, quedó palidecido frente al desgarro sentido al comprobar que todo había sido producto de mi mente; al sueño de una noche fría de invierno. Porque no hay mejor forma de aprender qué se quiere con mayor fuerza hasta que experimentas su pérdida; supe que, a partir de ese preciso instante, un momento donde el tiempo efímero se hizo eterno, como el vuelo incesante de un colibrí, buscaría con afán y esperanza a ese niño nacido en mis sueños al que un día leería mis cuentos. Con el afán incesante con el que el sol busca a la luna cada día y la esperanza en el saber que disponía de toda una vida para hacerlo. 31 -Utopíapor Adriana Salazar A la edad de cinco años, la Poli era ya muy grande como para seguir jugando con las muñecas. Sus alas crecían tan rápido como sus sueños. Si uno la miraba y veía que caminaba muy segura de sí misma… nadie hubiera dicho que era una niña. Y es que Poli era así, no más, algo agrandada, aunque en realidad había crecido, no durante años, sino una noche, cuando su abuela Elvira se murió. Esa noche Poli decidió crecer. Y es que la abuela ya no iba a estar a su lado. Se dio cuenta de que, a partir del vuelo de su abuela, las cosas se le complicarían. Dejó las muñecas y pasó a jugar con los libros que había en la casa. Todo era juego. Así, uniendo las letras una a otra, armando rompecabezas, laberintos de letras, torres de letras, repasando las letras una a una con su dedo índice, despacito y concentrada en ello, aprendió a leer. Un atardecer, Poli descubrió que el cielo se volvía muy rosado. Cada tarde era esperada por la niña para ver cómo cambiaba de color el cielo mientras seguía zambulléndose entre los libros que había en la casa. Así fue como una vez, mientras se acomodaba en su sillita de mimbre, la sintió algo incómoda. Buscó cuál era el problema y descubrió que había caído un libro entre el almohadón de la base y el respaldo. Cuando lo quitó de allí vio que llevaba como título 32 Para qué sirven los colores. «Guau…», pensó. Era la primera vez que Poli tenía un libro con nombre de pregunta. ¡Y ella era la reina de las preguntas! De inmediato se puso a leerlo. Mucho tiempo después se daría cuenta de que en realidad era un libro sobre el uso del color en personas enfermas, ancianas y con alas en sus cuerpos. Fue en esos días que descubrió que los colores pueden cambiar a las personas como los cielos cambiaban de color frente a ella. Eran las dos de la tarde cuando llegó la tía. Traía el regalo más esperado por Poli: un juego de pinceles de todos los tamaños. Durante toda la semana había estado convenciéndola para que se los regalara, y ahora que los tenía sentía que se transformaba en una gran artista-pintora-de-todoslos-tiempos. En un solo día, Poli reunió una cantidad de seis obras pintadas al instante… tal como lo había visto hacer en la calle a esos artistas que se promocionaban como verdaderos genios. Las alas sirven para volar… tanto como la imaginación. Y Poli aprendió sobre ello un sábado por la mañana, cuando fue a visitar la tumba de su abuela en el cementerio, que estaba rodeada de flores y piedritas, y encontró sobre una de las plantas una mamboretá. «¡Alas!», pensó. La niña comenzó a soñar con la posibilidad de tener alas propias, aunque eso se consideraba por esos tiempos algo extraño, pues las alas de su abuela eran las que ella heredaría algún día. 33 Como la madera por Adriana Elizondo Mi mente, como la madera hinchada de una puerta después de la lluvia, ya no se puede cerrar. 34 -Utopíapor Aïda Domínguez Puig Las sábanas están tan revueltas como la niebla de mañana. Flotan alrededor de nuestros cuerpos. Su tacto es tan suave que, si lo pienso durante un rato, me provoca hasta cosquillas. Intento no moverme para que sigas en ese sueño que tanto te hace sonreír. Aún huelo el jabón en la almohada, como si todo fuera tan nuevo, tan brillante. Como el sol mismo. Este se cuela, intruso, por la ventana a medio abrir. Es temprano, aún no hay ruido. Lo único que rompe el silencioso horizonte es un ladrido de un perro perdido. Me recuesto junto a ti. Tienes tan largas las pestañas… Tan fuerte, tan frágil. Parece que si soplo un poco saldrán volando lejos de esta pequeña habitación. Por la ventana, oigo el repentino susurro de las alas de los pájaros. Hace pocos días que llegaron las primeras golondrinas. Y al pensarlo me acuerdo de un poema que realmente recuerdo borroso. La panadería de al lado trabaja desde hace rato. Deben de tener el obrador en pleno auge porque el suave aroma del pan caliente escala los muros hasta mi nariz. Abres los ojos. Y es entre esos párpados por donde asoma lo más hermoso que pueda existir. 35 -Utopíapor Aïda Domínguez Puig Llevaba dos días sin ducharse. De hecho, pocas veces se había levantado de la cama, y cuando lo había hecho había sido para ir hasta la nevera, abrirla, observar la desolación y volver. Mientras ese penoso proceso se repetía una vez y otra, el portátil lo observaba desde la mesa. Allí estaba, sin ninguna luz parpadeante. Debía dejar de mentirse a sí mismo. Ya no tenía ganas de más. La semana anterior había aporreado ese mismo teclado sin descanso. Había sufrido, con los ojos irritados y la espalda magullada por el cansancio. Pero desde ese fastidioso martes, nada. Ya no podía escribir. Ya no tenía esa fuerza. Ya no había una voz de entrañable narrador en su cabeza; tan solo silencio, pereza. Estaba comiéndose la última loncha de embutido cuando sonó el timbre. Descalzo, se dirigió a la puerta, repasando con la mano las miles de agujas que tenía como barba. Al abrirla, la cara de su vecina apareció a menos de un palmo. Le iba a encasquetar a la niña y podía saberlo sin dirigir una mirada hacia la pequeña ni oír a su madre. Le contó algo sobre el trabajo y los jefes desconsiderados, añadiendo que qué suerte tenía él con lo del horario libre. Probablemente no sabía a cuánto estaba la cuota de autónomos. La niña tenía 36 unos nueve o diez años, pero no era un huracán (como su sobrina). Le dio algunos papeles en sucio y un par de bolígrafos a medio gastar. El documental sobre marsupiales de la segunda cadena le abstrajo demasiado, y, cuando se dio cuenta, María estaba de pie ante el sofá. –¿Se te ha acabado el boli? —le preguntó. —¿Qué pasará con el hada? —le respondió ella. Al principio se sintió descolocado. Luego, se dio cuenta de qué folio sostenía la pequeña. Eran los últimos esbozos de la historia que tanto le había fascinado la semana anterior. Era un proyecto de novela fantástica que no había llegado a ningún sitio. Por mucho que lo había intentado, no podía hacerle entender que ese relato ya había muerto. —Pero solo tú puedes contar la historia… —dijo ella, como si fuera la cosa más evidente que jamás se hubiera visto. El tiempo se detuvo para Jaime. Qué verdad tan estúpida. Solo él podía mover los hilos de sus personajes, ponerles voces y convertirlos en héroes viles o tiernos malvados. Y al hacerlo, también iluminaba el rostro de los lectores más ávidos, aunque fueran diminutos. Notó un impulso, como una corriente eléctrica recorriéndole la espalda. Tenía tantísimas ganas de oír las teclas bajo las yemas de los dedos… Hasta esa noche, escribió sin descanso. Las palabras le salían a borbotones y sabía que luego debería limarlas y pulirlas, pero no importaba. No recordaba que el mundo fuera un lugar tan bello. 37 -Utopíapor Alberto Rubio Cada noche, cuando voy a la cama a dormir, es cuando empiezo a vivir. El sueño me hace ser cada día una persona nueva que se transporta a un mundo onírico de países que no existen, sociedades que no conozco, profesiones que nunca realizaré, personas que perdí y a quienes puedo reencontrar y vivir todo aquello que en el mundo real son verdaderamente sueños. Mis esperanzas se convierten en oraciones que buscan ser ilusiones cumplidas. Rebusco entre un baúl de deseos que no tiene fondo, donde me cuelo y aparezco en una ciudad llamada Ilusiópolis, en donde residen todas nuestras ilusiones. Solo hemos de buscar nuestra calle y, en ella, buscar el portal de cada edad que cumplimos, subir al piso del mes que vivimos y llamar a la puerta del día que queremos visitar. Te abren la puerta tus deseos y te invitan a un café para enseñarte, mientras lo bebes, cómo has de actuar para ver en tus manos ese anhelo diario. De vuelta, cada mañana, al mundo que pisamos sin poder despegar de él, aplicas cada consejo de la noche y verás cómo, día a día, con esfuerzo, todo lo que te propongas será posible. Mis sueños están arriba, en el cielo. Y mis esperanzas en el corazón. Pero mis ilusiones están en 38 la tierra, donde busco el cofre del tesoro que es la felicidad. No hay mapa con una X, pero sí un camino que seguir para llegar a esa meta intangible. Mientras, cada noche, vivo esa realidad paralela donde todo ello reside, y lo siento en esas ocho horas de vida ajena. Me gusta pensar que nacimos con un propósito que cumplir y conseguir; que nuestra existencia tiene un fin, un porquém sin estar aquí de casualidad. Todos tenemos derecho a ser protagonistas del mundo, aunque sean cinco minutos, y a aportarnos los unos a los otros. Mi sueño sería un mundo global en el que, aunque los continentes nos separen, nuestro pensamiento común fuera una Pangea. Sé que es una utopía, pero no por ello deja de ser una ilusión. Un mundo en el que, aunque nos separe el lenguaje verbal, nos una el lenguaje humano. Y donde no haya presidentes en cada país, sino una única presidenta mundial que se llame Esperanza. Sé que despertaré y nada de eso ocurrirá, pero quien no sueñe no tiene futuro. Soñadores y filósofos con sus ideas consiguieron cambiar un poquito el mundo. Pues juntemos todas nuestras mentes para aportar cada uno granitos de arena que dibujen esa playa que entierre las miserias del día a día. Y vosotros, ¿qué vida sentís cada noche al dormir? Una doble vida diaria para que con todas juntas creemos una enciclopedia del nuevo saber humano. 39 Nocturno VII por Ana Gavilá En esta noche de invierno mi canción te ha desvelado y recorres mi distancia infinita y tortuosa por una vez. Desde mis rojos labios se derraman las frutas que guardé para ti. Ahora que llegas a la orilla, tus olas mojan mi vestido y vienes a mí deslizando tu cuerpo cansado en el mío. Y en tu abrazo dejamos atrás el dolor del mar y escuchamos el latido único que tanto hemos anhelado. Llévame en tus brazos a mi casa tan fría y toma la llave que guarda nuestro néctar. Cristaliza nuestra añoranza como una joya de esta unión. Entra en mí con el silencio de las lágrimas derramadas. 40 Di mi nombre una vez más en la velocidad de tu amor. Sella tus heridas y las mías en este calor que nos aleja de la orilla, pues ya ninguna nube ha de oscurecer este amor. Tómame y luego devuélveme al mar donde te encontré y quisiera morir, por fin, dulcemente en tus labios. 41 Intento crear historias por Andrés Felipe Dickinson Y vedme de nuevo aquí, sentado sobre mi querida silla de mimbre, observando ese papel blanco y opalescente reposando sobre la mesa, en espera de que el filo de mi pluma lo apuñale y le haga desangrar, gota a gota, historias que se entrelacen por medio del deseo y la brutalidad. Mis dedos apuntalan el madero de la pluma, esperan a que la colisión de las palabras ocurra pronto, están ansiosos de rasgar y dibujar letras que socavan reflexiones desde tiempos inmemorables. La luz matinal de un día como este es propicia para la iluminación de pensamientos; el viento que golpea los ventanales de mi sala me avisa de que el momento está a punto de llegar; espero en medio de un silencio profundo a que suceda. Mis dedos comienzan a temblar y por mi rostro resbalan gotas de sudor cristalino. El papel me reprende por tanta espera, hasta que, al fin, el ataque de mi pluma hiere la superficie blancuzca de la hoja. ¡Oh, ese ruido dulce que se acopla a las descripciones mundanales de una soledad inextricable! Dulce sonido de las letras que, paso a paso, van creando mundos extraños y faltos de virilidad. El papel, al fin, sangra una tinta negra y espesa. Dice: « ». Frase vacía, falta de unanimidad. Pero esa sala dibuja los infinitos prados de un país americano donde un hermoso corcel lleva a 42 cuestas un hidalgo escuálido con armadura de lata, acompañado de un ayudante regordete montado sobre un asno rendido por tanto peso sobre su espaldar. Y, más allá, donde las montañas crecen con acopio infatigable, una familia de campesinos presencia el desfallecimiento del centro de su existencia: su madre. Unos están observándola sobre su cama; otros, simplemente, observan hacia el horizonte; y otros, mientras tanto, construyen el ataúd previsto para el cuerpo a punto de perecer. Sin embargo, a mi frase « » le faltan esas proporciones prosaicas para poder convertirse en una verdadera frase. De nada vale que el papel se desangre si, sobre ese charco sanguinolento, no se encuentra la beatitud de unas palabras arrolladoras. Quizás esa es mi ilusión: construir revelaciones fermentadas por oleajes de pasión, diversas y reflectoras de divinidad. Pensamientos utópicos merodean mi mente como buitres a su carroña pútrida. ¿Mi mente en realidad desea crear historias?, seguro que sí, porque mis dedos por sí solos no intentarían escribir barrabasadas. Mis dedos, esqueléticos y con uñas casi transparentes, anhelan danzar con la pluma al ritmo de la música; por la música de mis creaciones monstruosas. Dejo sobre la mesa mi exhausta pluma y rasgo el ensangrentado papel que decía « » y luego lo desecho a la basura. Me dirijo hacia mi biblioteca y elijo entre las obras maestras La montaña mágica y me dispongo a leer, a alimentarme de lenguaje y signos internos de una literatura cautivadora, para preparar y disponer a mi mente a escribir historias para un mundo concupiscente. ¡Oh, escritos del pasado, aguarden por sus futuros héroes que se están preparando! 43 Qué no daría yo por uno de ellos por Cleopatra Smith –¿Cuánto se puede desear un beso? —me preguntaste. Yo te miré arqueando una ceja, te sonreí y empecé a contarte: «Por un beso, yo navegaría por inmensos mares, atravesaría tormentas, desafiaría las olas más grandes; pues un beso amaina y sosiega las marejadas de mi alma, apaciguando mis temores, dando a todos mis rincones, templanza. Por un beso escalaría las más altas montañas, sorteando sus peligros hasta llegar a sus cumbres, desafiando las vertientes más empinadas; pues un beso sosiega y apacigua las ganas de trepar y escapar, de mi ser que necesita la calma. Por un beso cruzaría espesas selvas y las mil dunas de los desiertos del África, pasaría sed y penurias buscando la fuente del beber; pues un beso ampara y derrama las aguas que necesito para calmar la sed de mi ayer. Por un beso pasaría eternas noches en vela, burlando la temida oscuridad hasta el alba, con sus miedos de desesperanza y añoranza; pues un beso cobija y acuna haciéndome soñar despierta con los anhelos de ese incierto, pero seguro, mañana. Por un beso tuyo me mataría para que vieras que no solo me dan la vida, sino que son mi día a día, y 44 que si me falta solo uno de ellos no podré navegar por esos mares o escalar por las altas montañas, cruzar por peligrosas selvas o padecer en los desiertos las penurias de la andanza. Porque son lo más preciado que cobija mi alma, que un beso tuyo es para mí más que el roce de tus labios; son lo que me hacen latir y seguir: son mi sueño, mi deseo, ilusión y esperanza, porque ellos son, ahora, mi único sentir, que sin ellos mi vida sería un triste sin vivir. Por eso te pregunto yo ahora, vida mía, si sabes tú qué no pagaría yo si tuviera que comprarlos». Tú me miraste emocionado, tragaste saliva y con ronca, pero dulce, voz me contestaste: –Yo solo, mi vida, te puedo decir que mis besos no valen nada si no están en tus labios ni son para ti… 45 El paseo de cabeza por Patricia Loayza Urbano Contaba mi abuelita que, si dormías con sed, tu cabeza se desprendería de tu cuerpo y partiría en busca de agua. Pero, si tu cabeza no encontraba el camino de regreso, amanecerías sin ella. Todas las noches tomaba agua para que mi cabeza no saliera en busca de ella. A veces era tanta que me despertaba como tres veces para ir a orinar, haciendo que me arrepintiese por beber tanto y, arrequintando a mi abuelita, DDG y QEPD, por contarme la historia de la cabeza sedienta. Ya más grande, fui a la cama sin hacer mi ritual bebible de todas las noches. Estaba tan cansada que pensé: «No creo que justo hoy mi cabeza salga de expedición». Al rato, escuché un ruido extraño, el cual me hizo despertar. Me dirigí hacia la cocina de donde provenía la bulla y grande fue la sorpresa al ver a mi abuelita ahí parada, junto a la mesa, pelando alverjas. Ella me vio y me sonrió, sentí tal alegría por volverla a ver que me acerqué a ella para abrazarla. Ya junto a ella, me dijo: «No tomaste agua antes de dormir». No entendía por qué me decía eso. De pronto, al intentar abrazarla, me di cuenta de que no podía. Eché un vistazo y la sorpresa fue grande y desagradable. Mi cuerpo no estaba, solo mi cabeza flotaba como un globo con helio junto a mi abuelita. Frente a un espejo pude 46 observar mejor la espantosa imagen. Solo mi cabeza despeinada flotaba por ahí, sola, desprotegida, sin armazón. Mi abuelita se me acercó, me acarició el cabello desordenadamente y me dijo: «Cuando tu cabeza encuentre agua y beba, volverá a tu cuerpo». En ese momento busqué desesperadamente agua y, como es costumbre en situaciones así, siempre que necesitas algo con urgencia nunca lo encuentras. Mi abuela me sonrió dulcemente y me pidió que la siguiera; supuse que iríamos en busca de agua. Atravesamos la puerta que daba al patio, y grande fue mi sorpresa cuando fuimos a dar a un lugar sumamente hermoso. Varias veces crucé esa puerta y nunca había ido a parar ahí, sin embargo, mi abuelita siempre hacía que las cosas fueran diferentes. Veía campos verdes, plantas hermosas y exóticas, pequeños animalitos dóciles y amigables, de esos que vemos en las películas de Walt Disney, riachuelos tan azules que parecían que los pitufos habían rociado su color ahí. Y, alrededor, gente feliz que sonreía, compartía, jugaba. Grandes y chicos, adultos y niños. Avanzamos unos metros cuando vi a mi tío Max con mi tía Fina, quienes habían fallecido unos años atrás. Conversaban alegremente con otra gente y reían aparatosamente, así como los recordaba. Más adelante, vi a mi abuelito que había partido once meses después de que se fuera mi abuelita. Sentado junto a unas ovejas, mojando sus pies en el riachuelo azul, masticando una ramita, con su sombrero de paja. –Abuelita –le dije–, esto es maravilloso, nos causa tanto dolor cuando muere un ser querido…, pero no debe ser así, porque ustedes se encuentran bien, felices, sin dolor, sin sufrimiento. –Así es –respondió mi abuelita. 47 Todo ese recorrido había hecho que me sintiera exhausta y le pregunté a mi abuela si podía recostar mi cabeza en sus faldas, como lo hacía de niña. Mi abuela cogió mi cabeza y la colocó sobre ella, acariciándola suavemente. Cuando desperté, me encontraba en mi habitación nuevamente. Me levanté presurosamente y me dirigí al espejo. Estaba completa, mi cabeza sobre mis hombros, despeinada igual, pero completa. Recordé todo lo que había visto y lloré por no tener a mi abuelita conmigo. Luego me animé, porque, si lo que había soñado fuese verdad, entonces había la esperanza de que algún día nos volveríamos a encontrar. Desde ese día trato de hacer las cosas bien. No conté mi sueño a nadie, pero sí creo que más que un sueño fue una visión. Lo espero, en realidad. Ya no olvido tomar agua antes dormir, aunque a veces me animo a dejar de hacerlo. ¿Qué creen que pasaría? 48 -Utopíapor Antònia Fontirroig Solo y a oscuras en la cama, a no sé qué horas de la noche, convergen en mi mente momentos del pasado y presente. Recuerdo esos encuentros improvisados entre estanterías de libros y en tantos otros espacios reducidos que se hacían enormes con cada latido que nos acercaba. Ese intento de primera vez fallido y ese logrado, tan temido (por ella) como ansiado (por los dos)… Y todas las veces que hemos arrojado la ropa al suelo y luego me envolvía en sus brazos. Después, la veía caminar descalza hacia el baño, y yo por dentro lloraba de alegría. Podía acercar mi pecho al suyo, podía sentir las cosquillas que provocaba su pelo suelto en mi cuerpo, podía acariciar sus piernas y notar cómo se nos erizaba la piel en el mismo instante… Ahora duele en lo más íntimo llegar a casa con mil cosas por contar y tener que encerrarme en el cuarto para explicarlas pulsando teclas de ordenador. Duele en lo más íntimo llegar a casa y comprobar que no hay labios a los que besar, que no hay piernas a las que acariciar, que no hay espalda a la que abrazar… Duele en lo más íntimo ser yo si no está ella. Logré un puesto de trabajo –nótese el eufemismo– en una prestigiosa empresa que cuenta con mis servicios como chico de los recados desde la hora en que me estiman hasta la hora en que me desestiman. Llevo sobres y paquetes de un lado a otro; 49 voy a por bebidas, cafés y lo que gusten los jefes; atiendo llamadas de esposas, esposos, amantes y parientes varios; practico mi arte con el lápiz dibujando estrellas en el cuaderno de una niña de cinco años que dejan a mi cargo cada vez que lo consideran necesario… Y antes, tengo apuntes por subrayar, ejercicios por acabar y leer el capítulo de un libro que no tengo. Todo ello mientras lo que bulle en mi cabeza es la idea de verla cuanto antes. Sería justo reconocer que lo malo, lo peor de este trabajo no es el trabajo en sí, sino el espacio que me deja para darme cuenta de que soy un fracasado (en todos los aspectos) y que no tengo ni idea de cómo dejar de serlo. ¿Dónde podría encontrar la motivación para no mandarlo todo a la mierda? 07:16 am. Mensaje nuevo en el whatsapp. A estas horas solo puede ser ella. Veamos… «Bueeeenos días, señorrrrrr, esta noche he dormido de un tirón, je. Esta tarde podremos hablar todo lo que quieras. Hasta el lunes no tengo exámenes, puedo permitirme una tarde de descanso. Pasa un feliz jueves, cariño ♥». El cuerpo se me llena de sudores plácidos. ¿Cómo lo logra? Una palabra suya basta para iluminarlo todo. El día empieza a ser perfecto. Echaré de menos sus besos, su cuerpo, su sonrisa; pero, mientras sienta que le importo, me levantaré de la cama para sacar mi mejor yo y merecerla un poco más. La felicidad está servida. 50 Costurera de sonrisas por Arancha Palomares Peña Nos limpiamos despacio los huesos. Nos roemos sin pausa las mentes. Purgamos con vinagre nuestras lágrimas como antaño, sin quedar ilesos. Grietas que se cierran dejando heridas también a medio cerrar. Costura fina con hilo de papel. Lentos pasos que intentan errar, suturas podridas de sangre y miel. Tú, costurera de profesión sin títulos, dedos espigados acariciando la música que sale del violín rompiendo los vínculos que me unían al dolor y la locura. Tú, de nombre alegría, que mitigas los dolores ajenos, borraste la palabra melancolía, grabada con fuego y miedos. Tejedora de sueños marchitos, con tus hilos que jamás se desenredan, vuelves a coser las grietas que se cierran sin dejar heridas también a medio abrir. Costurera de profesión, con hilos de sonrisas de seda. 51 -Utopíapor Nacho Díaz Cobo El sonido del saxofón podía escucharse por toda la sala como una suave melodía de fondo. Mientras tanto, las personas congregadas en aquella pequeña cafetería de jazz conversaban animadamente mientras el músico amenizaba el ambiente del local. Sin embargo, en una de las mesas que había frente al escenario, había una pareja que observaba atentamente la actuación, manteniéndose en silencio. El mayor, un anciano que ya había superado los setenta años, parecía disfrutar como nunca lo había hecho por la sonrisa que esbozaba su rostro. Se trataba de un hombre ya muy deteriorado por el paso de los años, lo cual no había evitado que aquella tarde hubiera asistido a la cafetería, junto a su nieto, impecablemente vestido. El niño con el que se encontraba, por su parte, parecía, más bien, aburrido. Sin embargo, este parecía sentirse curioso ante la felicidad que el anciano parecía desprender aun cuando el pequeño no conocía el motivo de su alegría. Finalmente, el nieto agitó rápidamente el brazo del anciano, haciéndole salir del trance en el que parecía haberse sumido. La sonrisa no desapareció de su rostro. –Abuelo, ¿por qué estamos aquí? –¡Hoy estamos de celebración! –exclamó. El nieto frunció el ceño. 52 –¿Es tu cumpleaños? –No –el anciano rio por unos segundos–. ¿Sabes que cuando yo era un adolescente siempre solía venir aquí? –¿Y qué hacías? –Pasar la gran parte de las tardes en las que quedaba con mis amigos. Por aquel entonces se trataba de un lugar de tertulias, donde podías conversar con todos los clientes de la cafetería cuando terminaba la música. Se debatía sobre todo, hijo: política, arte, fútbol, toros, cine, guerra… ¡qué narices!, sobre la vida en general. El ser humano era, al fin y al cabo, el objeto de nuestras charlas. –¿Y por qué hablabais de eso? –Creo que cada uno teníamos en nuestras cabezas la imagen del mundo que ensoñábamos, y, como si de un mero afán de literato se tratara, parecíamos querer expresarlo con todas aquellas personas. Pienso que anhelábamos que, cuando muchos estuvieran de acuerdo, quizás ese sueño pudiera hacerse realidad. –¿Y lo conseguiste, abuelo? –Verás, pequeño. La juventud es una etapa de ilusión y esperanza; una época en la vida donde mejor se expresa la voluntad de cambio. Luego terminas madurando, y poco a poco esas aspiraciones terminan por quedar ocultas en nuestro interior. Por eso ahora me alegro tanto de volver a estar aquí, porque siento que vuelvo a encontrarme con el soñador que fui por aquel entonces. –Pero… ¿Cambiaste algo? –¡Por supuesto! ¡Todos los que persiguen sus metas, lo terminarán logrando! –el anciano abrazó cariñosamente al niño, besándole en la frente–. ¡Qué mejor logro que el lograr un mundo mejor para mi nieto! Cuando seas más mayor entenderás lo que digo y, con suerte, tú también buscarás algo mejor 53 para tus hijos. Ojalá tengas suerte, pequeño, y así el día de tu vejez, cuando te reencuentres con tu pasado, no puedas hacer otra cosa que sonreírle por todo lo que has conseguido. 54 Anhelo por Belén García Ruipérez Caminó hasta la orilla y allí lavó sus pies cansados, embarrados, doloridos por el largo viaje recorrido. El agua estaba fría, lo cual agradeció. Sintió cómo se refrescaban desde la punta de sus dedos hasta sus ideas. En su espalda, un pequeño macuto guardaba todo aquello que poseía: un cuaderno de notas cosido por él mismo; una cajita azul en la que guardaba, con gran celo, un puñado de fotografías; una cartera de cuero raída; algunas prendas de abrigo; una pequeña navaja; una cantimplora abollada y una tartera que se había ido llenando de patatas, lentejas, sopas y trocitos de carne; todo ello siempre aromatizado con la esencia de generosas manos que quisieron compartir con un extraño su comida. Santiago contemplaba las cristalinas aguas de aquel riachuelo. Se vio reflejado en ellas. Ya no era don Santiago, aquel popular escultor al que el mundo daba palmadas en la espalda, aplausos, halagos y sonrisas. ¡No! Ya no nadaba en la abundancia de miradas hipócritas que buscaban su amparo, su sombra o su compañía en las fotos de prensa. Había soñado tanto… En cierta ocasión, alguien le había dicho: «Ten cuidado con lo que sueñas porque puede hacerse realidad». Y así había sido. Había soñado con la 55 fama, el reconocimiento, una vida acomodada. En el pasado, mientras fue una persona anónima, siempre se sentaba en una estrella, y junto a él su amada esposa, una sencilla costurera que bordaba hilos dorados para que deslumbrase más cada pico de esa estrella. Pero Santi decidió que era tiempo de saltar a una mullida y vaporosa nube donde ni su mujer ni sus seres queridos tenían cabida. Sus ojos, repletos de patas de gallo y pronunciadas arrugas en las comisuras de sus labios, delataban tiempos de felicidad, de incontables risas, copas, placeres y momentos de gratas compañías. Pero sus manos ya no estaban suaves, cuidadas y finas. Ahora, sus pronunciadas ojeras, sus famélicas carnes y su desgreñado y canoso cabello le habían despojado del trato de Don. Estaba sentado en la cima; qué duda cabía de que había conseguido lo que perseguía. Pero la ausencia de su esposa le dejó seco el corazón. Comenzó a esculpir dantescos cuerpos deformes, de bellas esculturas se fueron transformando en figuras frías, oscuras, haciéndole caer de la nube. Cuando estuvo en el suelo, miró a su alrededor y solo vio desolación. Preparó un macuto, vendió todo lo que le pertenecía y convirtió su sueño en anhelo. Recorrió el país a pie, durmiendo en portales, graneros, entre cartones y desamparados abuelos. Comió en casas de caridad y bebió el agua de los riachuelos. Habían pasado varios años y… Ahora sentado en esa orilla. Miró de nuevo su rostro en el riachuelo y, por primera vez desde que hubo iniciado este camino, sonrió. Se sintió feliz. Cayeron varias lágrimas al agua al tiempo que una humilde mujer le colocaba encima una manta. 56 –Vamos a casa, mi amor. –Sí, volvamos. ¡Tengo de nuevo la mejor escultura que anhelaba recuperar mi corazón! 57 Manifiesto por la paz por Diego Bentes Sueño que el deseo de quererte transforme drásticamente una simple ilusión en esperanza. Que este cambio estruendoso llegue a tu oído y te traiga para quedarse a nuestro lado para siempre. 58 Soñar a destiempo por Emma Cañete Grondin Como perdida entre dos tiempos, continua lucha entre mi rol de mujer y mi sueño literato. Vagando por el limbo siento el mareo del vaivén de mi corazón que sin descanso se balancea, ahora sí, ahora no, entre el deber y el deseo. Me tachan de ilusa por querer sentarme sobre la Ñ, sueño de grandeza para mi metro sesenta. Nací con un siglo de retraso, hija de un tiempo que ya caducó, cuando las letras aún permitían soñar y la poesía gritar a las cuatro esquinas: ¡quiero vivir y morir escribiendo! Pero mi época no requiere poetas, sino electricistas e ingenieros. Y al que se desvive por lo escrito solo le queda enterrar su alma como si de un muerto se tratara, viviendo para siempre culpable por querer vivir de sus sueños. 59 -Utopíapor Carlos Gómez Bañón Logré, por fin, recordar la época en la que fui feliz. Una época que tenía encarcelada en mi memoria… Paseaba, solitario, en plena madrugada por la aldea, recorriendo todos y cada uno de los callejones que la componían. Lúgubres, tétricos. Formaban en la falda de la gran montaña abrupta, un laberinto, un rompecabezas sin solución. Caserones de piedra cubiertos por años de humedad y soledad, formaban aquel paraje. Me senté en una piedra junto al río, que bajaba a gran velocidad. Respiré hondo. Qué olor. Qué recuerdos. Me redoblé los pantalones hasta la altura del tobillo; un poco más, tal vez. Metí los pies en el agua helada. Respiré otra vez, esta vez más fuerte. Daba igual todo. Aquello era una maravilla, un paraíso. Bajé la mirada y vi cómo se movían por la corriente mis dos pies sumergidos en la transparencia de aquel cristal líquido. Fue así como comprendí que lo mejor de la vida es lo que uno tiene; es lo que uno aprecia, por poco que sea; es aquello que nos hace felices, sin importar las opiniones de otros; es, en definitiva, ese pequeño detalle que no significa nada para los demás, pero que para ti es todo un mundo. Un mundo que guardas en la mente, al que nadie puede acceder. Un lugar singular y único como tu imaginación. 60 -Utopíapor Wendy Vargas Cuando me sucede algo malo, algo horrible, algo impensable, me refugio en ese lugar en el cual mis ideas, mis sueños y mis perversiones se unen. Cuando papá y mamá murieron tan solo había vacío. Tenía veinte años, una casa hipotecada y dos autos que andaban más para atrás que para adelante. Tenía el corazón roto, el alma mordida y una herida sangrante en el costado derecho provocada por el parabrisas que había atravesado mi costilla. Tenía una cama en el hospital, mil papeleos del seguro de vida, muchas facturas que pagar y un hombre que me observaba de lejos. Y fue aquel hombre el que me enseñó a combinar el sufrimiento con la utopía de ser una persona completa otra vez. Saliendo del hospital un lunes, aquel hombre se acercó, con su bata blanca en mano, ofreciéndome un aventón a casa. Aquel hombre era mi médico. Le dije que no se preocupara, que debía dejar de mirarme con ojos de guardián y empezar ambos a olvidarnos, como muchos doctores olvidan a sus pacientes. Él solo pronunció una frase y me convenció de por vida: «Yo puedo enseñarte a soñar. Nadie te juzgará en tus sueños». Fuimos a su casa, yo aún con mi costado vendado, él aún con su olor antiséptico característico. Nos 61 sentamos en su sillón negro y me dijo que cerrara los ojos, que abandonase el control, que se lo diera a él, que no me haría daño, que me enseñaría a lidiar con el dolor. Cerré los ojos y escuché su voz. Hablaba sobre árboles flotantes, unicornios negros y nubes de colores. Hablaba de castillos antiguos, de mazmorras tenebrosas y de fustas escondidas. Y me contaba cuentos de princesas dominantes, de príncipes sumisos y de gritos de placer. Yo tan solo sonreía. Porque en aquel mundo nadie juzgaba mi manera de pensar. Nadie me culpaba por la muerte de mis padres. Nadie sabía que habían muerto porque trataron de salvarme de mí misma. Y así seguimos viviendo; él, con su bata blanca colgada del antebrazo mientras sus palabras rememoraban cada parte de la existencia idónea de cada día; yo, con mis ojos cerrados disfrutando de su olor característico y sus manos finas. Al final, yo me mudé a su casa junto con mis pocas pertenencias, y él me hizo un hueco pequeño y cómodo dentro de su corazón. Ambos soñábamos con dragones que escupían vapor de lavanda, con osos que vivían bajo la arena y con tumbonas que nos cubrían de los rayos de agua del sol. En ese mundo en el que nadie más podía entrar, experimentamos la dicha plena de ser dos inadaptados sociales. La completa felicidad de saberse querido sin tener que aparentar algo que no eres. Sentir el alivio de ser tú. Porque yo era una mujer sadomasoquista y sumisa, y él un hombre al que le gustaba explotar ese aspecto en mí. Él nunca creyó que yo estuviera enferma. Y gracias a él yo dejé de creer que lo estaba. 62 Ojalá las mujeres fuéramos ríos por Cristina Garay Burdeos Ojalá las mujeres fuéramos ríos y fluyéramos siempre con agua distinta que nace y concluye en el agua misma. Vamos, venimos, y ella, materia primigenia, canta la misma canción con distintas voces. Ese ir y venir del manantial al océano es el coro de la lluvia fértil y persistente; el llanto hecho piedra de las estalactitas; la determinación en movimiento de los glaciares. Yo fluyo, el mío es un río tortuoso. Hago saltar a las rocas, las piedras me desgarran pero yo las hago redondas, las erosiono y convierto en arena. Soy un torrente salvaje, y luego me quedo en calma y reposo en los meandros. Ojalá las mujeres pudiéramos ser ríos y fluyéramos siempre sobre los obstáculos, porque el agua es una canción que busca la salida, siempre, hacia la mar. La canta una mujer, otras la acompañan. Desde el comienzo de los tiempos, el agua es ELLA. 63 -Utopíapor Cristina Sayago Gómez De pequeñas, todas las niñas sueñan con ser princesas de cuento, con un hermoso castillo, un príncipe con una sonrisa perfecta y unos hijos adorables. Cuando las niñas se hacen mayores, son adolescentes, las cosas cambian, quieren ser las protagonistas de su comedia romántica favorita en la que un chico la ama para toda la vida y su vida es de ensueño. Con el tiempo, se van dando cuenta de que el amor a primera vista no existe, como otras muchas cosas de la niñez; de que los chicos no son perfectos; y lo más doloroso: el amor no lo podemos controlar, a veces queremos querer a alguien pero no se puede, o la otra persona no nos corresponde. A veces el amor se acaba sin ninguna explicación, y hay días en que esa pérdida de fe en las historias de la infancia hace que las mujeres se pregunten tantísimas cosas: ¿Por qué a mí?, ¿qué tengo de malo?, ¿seré yo el problema?, ¿soy lo suficientemente buena para alguien?, ¿alguna vez me querrán…? Yo me he hecho esas preguntas; hay días que aún me las sigo preguntando. La verdad es que me gustaría creer que sí, que alguien me querrá, o al menos tendré en un momento de su vida un sitio especial en su vida. Pero lo que me gustaría pensar es que algún día yo seré la princesa. No una princesa con un cetro, corona y un castillo, ni nada relacionado con la nobleza; sino una princesa día a día, 64 ser el primer y último pensamiento del día de esa persona a quien se le dice «te quiero», por quien gira su mundo, esa sonrisa inexplicable, quien le hace erizar los pelos de la nuca… Yo quiero ser esa princesa, y espero que algún día la vida me conceda ese deseo. 65 -Utopíapor Fernando Fernández Freijo Me acercas tu mano y me ayudas a subir al tejado de la ermita. Sigo la línea del río hasta el horizonte, el cielo anclado sobre nuestras cabezas y la estela de tierra tras los tractores, la última luz de la tarde sobre los campos de trigo y el tañido de las campanas que me habla de tiempo y muerte. Es nuestro escondite para esperar la salida de la luna (y los escondites tienen que estar a la vista de todos). Dices que apenas piensas en el pasado, que sientes esa nostalgia del futuro y te entristece no saber cómo será el año cuatro mil once; si Wells tenía razón con su humanidad dividida o era Dick quien acertó con su mundo de replicantes y dimensiones entrecruzadas, o tal vez no seamos más que la invención de un dios solitario y moribundo, el último fogonazo de su conciencia. Bajas la voz, apenas un susurro, cuando recuerdas que te perderás los últimos treinta segundos antes del fin del mundo, que no verás partir viejos cohetes en busca de un nuevo hogar, ni contemplarás un atardecer desde otro planeta; que nunca sabrás si conseguiremos conquistar el tiempo y movernos a través de él a nuestro antojo. Tu pecho se mueve rápido, las manos en las rodillas, la mirada perdida entre las zarzas bajo la ermita, la voz quebrada. Esperamos la salida de la 66 luna y estás temblando por todos esos sueños inalcanzables que crearon en ti los libros. Tú, la chica poeta que se sabe derrotada por el tiempo; yo el muchacho callado de un norte que sientes muy lejano. Me pregunto si un abrazo será suficiente para calmar tu impotencia o necesitas la certeza de otra realidad. Aparecen las primeras luciérnagas, titilan en el camino, una pequeña constelación a nuestros pies. Entonces te hablo de la nieve, te digo que extraño su sonido a electricidad, miles de copos que planean en el cielo hasta posarse en el suelo de manera lenta y pausada, que me gustan las nevadas nocturnas porque hay un instante donde la nieve parece encender la oscuridad y hay una claridad extraña e inesperada, que no hay dos copos iguales y que las bolas de nieve calientan las manos en vez de enfriarlas. Me miras sorprendida, me recuerdas que nunca has visto nevar, que no sabes cómo suena la nieve. Te respondo que ahora la nieve tiene el aspecto que tú quieras darle, pero, una vez que veas nevar, la nieve solo podrá ser nieve. Sale la luna. Y soñamos con luciérnagas en Marte. 67 -Utopíapor Diana Peña No llegué a ver la aurora, el verde de sus ojos le hizo sombra. Aquel lobo de tez blanca fijó su vista en mi miedo y fue entonces cuando comprendí que el heroísmo consiste en aguantar un minuto más. Rodeado de nieve y montañas, me hallaba solo conmigo mismo en aquella gélida estepa y no pude mentir, mi espíritu era el de un vikingo: vivir, luchar y morir. Miré a ambos lados antes de comprender mi destino, quizás con la esperanza de que algún trol me salvara. Fue entonces cuando vi algo en un charco: mi desesperación reflejada. Apreté los dientes e intenté vencerla sabiendo que, si lo conseguía, vencería otras batallas. Sin más armas que mi cuerpo, fijé la pupila en su aliento, alcé la frente buscando Asgard y desperté al lado de mi botella de hidromiel. 68 -Utopíapor Diana Peña Casi puedo oler el viento, en algún lugar del tiempo, recorriendo a contratiempo los lamentos del momento, susurrando mi tormento sin contarte ningún cuento, tropezando en mi memoria, lamentando mil historias, derrotado y sin victorias, ya sin vida, con mi gloria. 69 -Utopíapor Diana Peña En tu cuerpo conocí dos pecados y un delito. El primero fue la gula, relamiendo dulcemente el sabor a chocolate que tus labios desprendían; sin poder cerrar los ojos por el miedo a despertar de aquel sueño que vivía al besarte cada día; reflejando en mis pupilas, color miel, el deseo y la alegría de tenerte entre mis brazos. El segundo, la avaricia de quererte a cada instante. Más de ti, de tus besos y caricias. De tu tiempo. ¿Mi delito? El amarte aun sabiendo que directa iré al infierno donde las almas bañan sus tormentos en chocolate blanco y negro. 70 El sueño de Juana por Dolores Planas Blasco Me llamo Juana y estoy muerta. Cuando era niña me encantaba ir a la escuela, leer y escribir. Mis maestras eran mi modelo, y cuando fuera mayor yo también sería maestra. No recuerdo si compartía estos sueños con mi madre, pero lo que sí recuerdo es cómo le leía cuentos y poemas que ella no podía por su analfabetismo. A mí me gustaba el poema Margarita, de Rubén Darío; pero ella prefería las historias de amor, y una y otra vez me hacía leerle el Romance de la condesita. Una vez, en la escuela, eligieron mi redacción para leerla delante de la directora en el día del libro. Cuando la elogiaban delante de mí, yo solo pensaba en mi madre, que ya había fallecido y no podía contárselo. Qué contenta se hubiera puesto. Me la imaginaba dando la noticia a las vecinas y a todo el que la quisiera oír. Yo era una niña tímida, y aquella alegría desbordante de mi madre me cohibía un poco, pero ahora la recuerdo como una de las mejores cosas de mi vida. Llegó el dieciocho de julio de mil novecientos treinta y seis y se acabó aquella vida feliz, se acabó la escuela, se acabó leer y escribir, y se acabó mi sueño de ser maestra. Durante muchos años no hubo cabida para la lectura ni para los sueños. Pero llegó la juventud, y 71 con ella nuevas ganas de saber, la rebeldía, los libros y las películas del extranjero, un artículo del periódico por aquí, un comentario de algún poeta por allá. Nacieron mis hijas y, aunque no había para libros ni cuentos, cada noche volvía Margarita con sus elefantes, sus lirios, sus versos y su estrella, para ayudarles a construir sus propios sueños. Cuando nació mi nieta los tiempos habían vuelto a su ser, y un día fui a su escuela a recitar el poema que le leía a mi madre y con el que se dormía cada noche la suya. Fue un día especial para mí porque hice realidad un trocito de mi sueño de niña. Hace cuatro años, un dieciocho de julio, fui ingresada en urgencias. Mientras me hacían una prueba, un médico joven me preguntó que si era maestra. –¿Por qué? –le dije. –Porque se expresa como una maestra. Esto ocurrió quince días antes de morir, y podría decirse que la vida me dio la satisfacción de tener una última oportunidad de pensar en mi sueño. Porque hay muchas formas de hacer realidad los sueños. 72 La mujer del libro por Salma Abdola Gutiérrez La mujer del libro se esconde entre las hojas, se planta, se viste de poema y se nombra bajo el abeto y su sombra; del nido, entre sus ramas, se vuelan alondras, palabras al viento, hojas de otoño sin aliento se le escapan de la boca. La mujer del libro escucha palabras mudas, encuentra mariposas de papel entre sus dudas, se leyó treinta inviernos pero inventó primaveras para perfumar los miedos y para habitar en ellas. La mujer del libro está ausente, del nido de sus ramas salen cantos sonoros, se eternizan los presentes, marchito tiempo sin horas, del nido de sus ramas se le vuelan los abismos, se le vuelan las alondras, se planta, se viste, se nombra. 73 -Utopíapor David Santaella Juncar Intentando abarcar, pensar, la inmensidad del universo, pierdo el horizonte vivido con el sol de cada tarde. Y aún anhelo el amanecer certero de tu piel temiendo la huida de todos mis sentidos. Frenaré, si puedo, la inevitable hecatombe con un abrazo, con un recuerdo, con la mirada puesta en cualquier deseo que ilumine un hueco en nuestro destino. 74 Amor a contrarreloj por Eduardo Gambetty Tic, tac, el segundero avanza implacable, pasan los minutos, las horas, los días. Un ritmo que alterna la ilusiones con la frustración. Las manecillas del reloj, con su tedioso devenir, son testigos y jueces de una espera que no parece concluir. Por fin apareces con tu insultante juventud impregnada de azahar. Vuelco del corazón. No sé si estás más guapa que la última vez, si moriría por tu sonrisa o quizá esté muerto desde que te conocí… Estás tan presente en mi imaginación que ahora tu cara me resulta casi familiar, un rostro que implora formar parte de mi vida. Me enfrento a tu mirada, limpia y serena; sé que detrás esconde el misterio, el sortilegio que me hace estremecer. Pero date prisa, tenemos tan poco tiempo que no podemos malgastarlo en elucubraciones. Tenemos tanto atrasado por contarnos, por besarnos, por abrazarnos, que ya sabemos que durante este encuentro nos va a faltar todo menos nuestras vidas ausentes. No hay tiempo para reproches, ni siquiera para añoranzas, solo unas horas por delante para sentir, para regurgitar las sensaciones contenidas de mil y un deseos; urgencia por recuperar el tiempo perdido, materializar en caricias los entusiasmos, los anhelos; vivir en directo un sueño prohibido, un amor secreto lleno de obstáculos y distancias que 75 cada día parecen más lejanas. Solo la pasión incontenida es capaz de nublar la razón, alfombrar los kilómetros y ahuyentar las incertidumbres. Llega el primer beso, el primer abrazo, el primer escalofrío. Cierro los ojos y te siento como una parte de mi naturaleza, como si mi cuerpo hubiera nacido para acunarte, para escuchar tus susurros. Pero corre, desnúdate, cada minuto cuenta y el cronómetro avanza inmisericorde, ahora más rápido que nunca. Las bocas entonan con ansiedad una balada llena de gemidos e intenciones incumplidas. Los dedos rasgan las cuerdas de los sentidos hasta conseguir hacer vibrar desde lo más profundo del corazón el sonido más estremecedor. El ambiente preparado para que las mentes abandonen la consciencia y las entrañas sin gobierno se dejen llevar por una danza tan ancestral y ardiente como las llamas de una hoguera alimentada por la seducción. Solo queda certeza para implorar un deseo infinito: ¡que el tiempo se detenga, que este momento efímero se convierta en eternidad! Fútil llanto que se diluye ante la premura de lo imprescindible. No hay tiempo para más, podría llover, nevar, hasta que un huracán azotara Madrid… no hay fuerza natural acreditada capaz de interrumpir nuestro éxtasis. ¡Nos lo debe la puta vida! Pero no cierres los ojos, déjame que me recree en la emoción de tu mirada, quizá sea esta la última vez que la pueda contemplar. Todo sucede a la velocidad del rayo; infiltradas en la humedad de las sábanas solo quedan una despedida, tu esencia de azahar y la soledad; dolor por un amor imposible que ni siquiera encuentra consuelo en el manido «en otra vida, en otro lugar». Tributo de dos almas gemelas que el caprichoso destino ha querido separar. 76 -Utopíapor Elena A. González El bajo de su abrigo abierto revoloteaba en la suave brisa estival. El olor de las algas pudriéndose en la orilla llegaba a sus fosas nasales aún desde aquella altura, sobre el acantilado cubierto de hierba mullida como una alfombra plagada de florecillas. Despacio, con parsimonia, se quitó el sombrero de copa que su amor platónico le había regalado el día de su cumpleaños, el mes antes de declararle abiertamente sus sufridos sentimientos; un momento antes de que le confesara que ella había elegido a otro más viejo, con mayor fortuna y mayor encanto que él. Volviendo al momento presente, pensó que era un bonito día para lanzarse al vacío. La belleza del mar, siempre sublime y hechizante, se veía incrementada por los rayos solares que escapaban de las nubes, como lámparas divinas sobre el tejido esponjoso de la marea. Su último pensamiento antes de saltar fue para su chimenea, a cuya luz y calor había escrito tantas cartas para ella que nunca se atrevió a enviar. Intentó recordar si había apagado bien las ascuas, y por un momento temió que se produjera un incendio y que alguien tuviera que molestarse en apagarlo en su ausencia. No quería que su ingenuidad y despiste causaran más estragos. No ahora, que se disponía a dar un paso tan importante. 77 Por fin, se decidió, inspiró hondo y saltó al vacío. Todo sucedió tal y como lo había planeado. Acababa de inventar el parapente. 78 María y el canario por Fele Pastor Los rayos del sol irrumpían por un minúsculo agujero de la persiana del cuarto de María. A través de este, ella divisaba la obra. Una mastodóntica grúa chirriaba segundos antes de cada golpe. Una bola gigante de acero derruía el edificio de enfrente sin piedad. Era la segunda semana y ya casi no quedaba nada de la estructura. Lo que antes era vida se había convertido en un cementerio de ladrillos y polvo. Cada vez llegaban más máquinas, camiones, operarios… Apenas tenía fuerza para levantarse del viejo catre para vestirse con la poca ropa de la que disponía, asearse un poco y tomar una rebanada de pan con aceite y un café con leche acompañado de un puñado de pastillas, clasificadas por colores. El pájaro, como cada mañana, se posaba sobre el hombro izquierdo de la anciana. Ella, con sutileza, le acercaba con sus dedos temblorosos una pequeña miga de pan. –Si no estuvieras aquí, ¿con quién hablaría? – comentó. El canario removió sus alas anaranjadas y le respondió con un hermoso canto. Ella sonrió. El ruido, afuera, era ensordecedor, pero María solo percibía el canto de su pequeño canario, que campaba a sus 79 anchas por las estancias del piso. Ella hacía oídos sordos mientras derramaba alguna lagrima que otra. Impotencia. Sabía que en unos días le llegaría la carta definitiva. Abrió la persiana del salón para que entrara algo más de luz. El pajarillo, al ver la puerta de par en par, echó a volar y se posó en la baranda del balconcillo. María salió apresurada, tanto como le dejaban su endebles piernas, pero cuando llegó, el pájaro se asustó y comenzó a volar. Al asomarse, cientos de personas jaleaban su nombre. Pancartas, globos, música… vida. Había conseguido paralizar el derrumbe de la finca. María saludó emocionada. Clavó sus ojos en el azul del cielo esperando a que su canario regresara. Lo deseó con tantas fuerzas que, en tan solo unos segundos, se posó sobre su hombro. Cantó como nunca lo había hecho. La muchedumbre enmudeció, las máquinas pararon. 80 Anhelo por Felipe Bravo Ortiz, Felipoween Una hoja de papel en blanco encima de la mesa. Un lugar en mi mente que se quiere despertar. La luz de una vela que ilumina el interior de mi corazón. Una sombra en la oscuridad de los recuerdos, una mirada perdida en el infinito mundo de la duda… estoy prisionero dentro de mi alma. Cada vez que cierro los ojos te encuentro en mis sueños; y te abrazo en soledad, sin buscar nada a cambio; y me complazco, porque estás en mí. Debo decirte lo que guardo: antes de conocerte, ya soñaba contigo. Tu mirada, junto a mi corazón, tu risa, en mi interior. Aquí y ahora, una quimera, te deseo. Eres lo que anhelo, solo en mis ficciones. Todo lo que soy te lo entrego a ti. 81 Volver por Felisa Bisbal Molina Quise olvidar mi pasado rural y aburrido en el que todos saben quién eres y lo que haces, te sientes controlada por todo el pueblo y todos se creen en la obligación de educarte. Quise olvidar el único bar que permanecía abierto y en el que todos nos reuníamos: viejos jugando al dominó, padres bebiendo cerveza, madres tomando interminables cafés, niños jugando a videojuegos, mis amigos parloteando sin cesar de las mismas cosas de siempre, y yo desubicada, aburrida, necesitada de retos culturales e intelectuales. Quise olvidar que el tío Tomás, conductor del único autobús que llegaba a nuestro pueblo, me traía los libros de la biblioteca de la capital que yo le iba pidiendo, pero que cambiaba por otro si no le parecía una lectura adecuada para una jovencita decente. Quise olvidar mi primer amor, un muchacho guapo, bonachón, torpe y primo lejano que se mantuvo firme contra mi deseo de perder la virginidad en aquel pinar frondoso y alejado de las miradas de los niños y viejos que paseaban por el lugar con la esperanza de sorprender a las parejas que desde tiempos remotos retozaban sobre la hierba fresca entre los árboles ancestrales que allí crecían en perfecta armonía con los habitantes. 82 Quise olvidar a don Vicente, profesor retirado que te preguntaba las tablas de multiplicar cuando se cruzaba contigo por las angostas callejas y te ofrecía un caramelo contra la tos cuando acertabas la respuesta. No importaba qué edad tuvieras, el viejo profesor había sido maestro de casi todos mis vecinos en sus casi cincuenta años de ejercer en el único colegio del pueblo. Quise olvidar los domingos en familia con todos los hermanos de mi madre y sus respectivos hijos y nietos, las collejas y pellizcos de los primos mayores, el bullicio y llanto de los pequeños, las risotadas de los hombres fruto de la alegría y del buen vino, el ajetreo de las mujeres en la cocina. Quise olvidar el sonido de las campanas de la iglesia, el aroma de lavanda de los caminos, el color de las flores en la pradera y el mugido de las vacas y las ovejas. Quise olvidar las estrellas en la noche y el azul del cielo, los millones de pájaros que cantaban desde el alba, los maravillosos amaneceres tras las montañas que anunciaban el principio de la jornada laboral, el olor a café recién hecho, a leche hervida y a pan; nunca he vuelto a sentir ese aroma de pan recién horneado que inundaba toda mi calle. Quise olvidar que me fui, que hui de la pobreza y de la rutina; quise olvidarlo porque hoy, que nada es igual, hoy mi mayor deseo sería volver a mi viejo y querido pueblo, el único lugar donde todos, incluso yo, saben quien soy. 83 La decisión por Félix Pernas Ramírez Bajo a la calle y me abrocho el abrigo; pongo rumbo al Retiro. Necesito pensar, tomar una decisión final, dejarme de rodeos, mirar de frente y «faire face à mon destin». Me detengo en un paso de cebra. El semáforo en rojo se hace verde. Cierro los ojos lentamente, ante mí corre rápido el Rubicón, el riachuelo que me separa de cometer la ilegalidad que me convertirá en enemigo público de la república romana. Detrás de mí, en formación de a tres, se alinea mi equipo de centuriones. Siete años han pasado desde que dejé Roma para embarcarme con ellos en una locura sin precedentes: la conquista de las Galias. Estábamos locos entonces y lo seguimos estando ahora. Nos hemos quedado con ganas de más, ganas de hacer algo verdaderamente importante. Avanzamos. Yo el primero. Jaleo a mi caballo para empujarle a meterse en el agua. Ya no miro hacia atrás. Sé que me siguen y que me seguirán hasta el final: son leales, valientes y están locos. Miro hacia Roma, la Ciudad Eterna, donde me espera la muerte o la gloria. Jaleo a mi caballo otra vez. Y otra vez. Y otra. Salgo del agua y ya es oficial: el rumbo está marcado y poco importan las consecuencias cuando las decisiones se han tomado a conciencia. Vuelvo a abrir los ojos, despacio, estoy en el Retiro, paseando y fumando y, de repente, me entra 84 miedo. Mejor dicho: miedos. Todo tipo de miedos, complejos e inseguridades. Estoy asustado y mi alma se encoje. Tiro el cigarro y me siento en un banco. Necesito volver a cerrar los ojos. Lo hago despacio. Mi barco acaba de tocar tierra y bajo a la playa. Veracruz se adivina como la tierra prometida. Me agacho y cojo un puñado de arena que meto en mi bolsa de cuero extremeño. Miro al frente y digo: «Esta arena me pertenece, esta tierra es mía». Hasta donde alcanzo a ver todo es de color verde y azul. Y yo lo quiero todo. Voy a estrellar a mis tropas contra las murallas de Tenochtitlán. Quiero que Moctezuma hinque la rodilla ante mí y que el imperio azteca se haga pedazos. Me doy la vuelta, miro a mi segundo y le doy una orden clara y sencilla: «Montad el campamento, quemad las naves». Vuelvo a abrir los ojos, ya estoy más tranquilo. Echo a andar y enciendo otro cigarro. Suena el teléfono. Hablan en francés, la llamada viene de Bruselas. Quieren convencerme de que acepte el trabajo. Pinchan en hueso. Hace tiempo que dejé el Rubicón atrás. Hace tiempo que de mis naves ya solo quedan cenizas. Hace tiempo que tomé la decisión de que mi sueño dejara de ser solo una palabra más. 85 Al final del camino por Fernando Useros López Cada paso era una agonía, tenían los pies cubiertos de ampollas, rezumando pus y sangre a través de los zapatos desgarrados. El polvo del camino los cubría por completo con su manto blanquecino y de vez en cuando provocaba en su padre violentos ataques de tos. Su padre casi no podía tenerse en pie. Cojeaba de la pierna izquierda, tenía un trocito de metralla incrustado un poco por encima de la rodilla que le impedía estirar la pierna por completo. En una mano llevaba un hatillo con cuatro manzanas que habían cogido el día anterior y una botella con dos tragos de agua. Con la otra mano la agarraba a ella. No se atrevía a soltarla. Casi no recordaba nada de su vida antes de la guerra, tan solo algunas escenas sueltas: el olor del pan recién horneado, el tacto de la masa, su padre riéndose porque se había manchado la cara de harina… todo eso era un sueño difuso del que despertó con el ruido de las bombas, la casa temblando y el rostro asustado de su madre gritándole que se levantara mientras metía corriendo cosas en una maleta. Recordaba los gritos de pánico, los empujones y tropiezos. La eterna columna de refugiados huyendo de la ciudad bajo el resplandor de la luna, las bombas y el fuego. Recordaba el olor a carne quemada, a sudor, heces y orín. Los niños perdidos, 86 los niños muertos, cadáveres pudriéndose en las cunetas. El correr al bosque al oír el motor de un avión. Las bombas. Los ojos de su madre con el velo de la muerte. La mirada de su hermano mientras un gigante con un fusil lo arrastraba a una camioneta repleta de niños aterrorizados mientras su padre yacía inconsciente en el suelo de un golpe en la cabeza. Cómo el rebaño de refugiados se reducía y los cadáveres se adueñaban de todo. Recordaba las carreras, el pánico y el miedo constantes. Ahora solo había cansancio. Cansancio, calor y hambre. Y un dolor de pies insufrible. Pero ya no había miedo, sino esperanza. Adonde se dirigían, la guerra no había llegado y nunca llegaría. Era una ciudad hermosa de casitas blancas y calles empedradas, donde los niños jugaban en parques repletos de enormes árboles y hermosas flores, donde solo se oía el sonido de las risas, el murmullo de las fuentes y el canto de los pájaros. Una ciudad limpia y bella con un colegio donde podría aprender montones de cosas y hacer montones de amigos. Abrirían una panadería y el olor del pan inundaría su vida de nuevo, sus manos recordarían el tacto de la masa y su padre volvería a reír al ver su mejilla manchada de harina. Un lugar donde serían felices para siempre. Todas las noches hablaban sobre esta fantástica ciudad. Su corazón se henchía de alegría solo con soñar con ella. Por llegar a un sitio así, cada paso agónico merecía la pena. 87 -Utopíapor Francisco Hernández Molero Por un tiempo, fuimos felices. Éramos jóvenes. Teníamos todo el tiempo por delante. Una vida entera para compartir risas, para vivir el amor en todas sus variedades. Sabía de sus prontos, de su cólera, irrefrenable a veces. Pero sentía tal fuerza dentro de mí que no dudaba ni un instante en que mi presencia sería suficiente para cambiarlo. Qué no podría conseguir el amor. Nos amábamos apasionadamente. Qué noches, qué tardes, qué mañanas. Una fiesta del deseo. Tan solo verlo y algo se encendía dentro de mí, unas enormes ganas de tenerlo dentro, de sentirlo mío. En aquellos meses, todo parecía un camino de rosas y, aunque de cuando en cuando la ira asomaba a su semblante, nunca sentí miedo ni vi el peligro. El nacimiento de nuestro hijo no hizo sino incrementar la felicidad, ahora materializada en ese ser tan tierno e indefenso que absorbía nuestra atención. Sus arrebatos en las noches de insomnio fueron como una alarma lejana, como esas ambulancias que se oyen en la noche y te provocan un temor latente pero ajeno. Llegaron los enfados y los malos modos sin un aviso. No puedo poner una fecha a ese cambio. Nunca he sabido qué desvió el cauce de nuestra felicidad, que hasta entonces fluía sereno; qué incidente provocó el cataclismo. 88 Sí recuerdo su primera bofetada. Todavía la siento en mi mejilla. Pero aún más la siento en el alma. El primer moretón. También recuerdo su arrepentimiento, sus lágrimas, su desazón. Creí, ilusa, que no volvería a ocurrir. Ilusa, sí. Porque ocurrió y volvió a ocurrir, y ocurrió una vez más. Sentía cómo el miedo se iba haciendo dueño de mi existencia. Temblaba cuando oía abrirse la puerta. ¿De qué humor vendría? Buscaba un tono falsamente alegre, algo que lo disuadiera. A veces funcionó. Otras muchas, no. La metamorfosis del amor en odio se inicia sin apenas darte cuenta, pero tu cuerpo reacciona, tu alma, llena ya de moretones, se rebela. Alcancé el umbral del pánico cuando nuestro hijo se convirtió también en objeto de sus iras. Era el incentivo que faltaba. No podía más. Lo denuncié. Vino la policía y su cara era puro estupor. También comprensión. En el fondo, sabía que llegaría este momento. Lo esperaba. Lo deseaba casi. Después, fue todo fácil. Los trámites se llevaron a cabo sin mayores inconvenientes. Creo que también para él fue un alivio. Encontré un trabajo en una farmacia aquí cerca, en mi barrio. Ahora vivo sola con mi hijo, que va creciendo tranquilo y feliz. Y ha ocurrido algo… He conocido a otro hombre. Nunca creí que pudiera volver a enamorarme, pero lo estoy, y perdidamente. Vuelvo a sentir esos deseos locos e irrefrenables, esas ansias de tenerlo cerca. Es verdad que, de cuando en cuando, a sus ojos asoma una cierta ira, un abismo de cólera. Pero apenas dura un instante. Nada. Además, me siento fuerte y sé que no hay nada que mi presencia no pueda cambiar. ¡Qué ilusión! 89 Más allá de la felicidad por Juan de Dios Coronel Me despierto cada mañana sintiendo el olor de las palabras no leídas, el susurro de los párrafos dando a luz historias de ficción, de terror o drama. Un desayuno copioso, con café y medialunas rellenas con dulce de leche; la radio encendida en la cocina. El día esta nublado, no podría ser mejor. Me pregunto cómo seguirá la novela, qué elecciones hará el protagonista, si la muerte lo acechará detrás de una puerta, de una mirada o a manos de su vecina. El café deja paso a la escritura, y, trasladándome a mi mundo interno, vago por las calles de Hurlingham, mi localidad natal, donde construyo y derrumbo edificios solo con el pensamiento: una plaza surge de la nada, un hombre nace adulto, llevando solo los recuerdos que yo le regalo. En mis pensamientos, la imaginación se funde con los sentimientos. Me veo, sin necesidad de un espejo, diez años en el futuro. Una casa enfrente de un lago, árboles alzándose por encima de los diez metros, sus copas dejando pasar apenas algunos pocos rayos de sol primaveral. Una lechuza se deja oír en la cercanía y las letras naciendo como por arte de magia en la pantalla de mi computadora. Los dedos se mueven sin siquiera mirar el teclado. Afuera, la vida me espera, pero por dentro otra nueva se gesta, tan 90 espectacular como la externa. Es mi motor, un sueño que se hará realidad tarde o temprano, un anhelo que le da sentido a mi vida. Es hora de comer, engullo palabras como alimento del mediodía. No solo se alimenta el organismo de nutrientes, existe un menú que alimenta mi fantasía. Las personas, los autos, los edificios, mascotas, aves, las farolas de la calle aún dormidas. Todo sirve, nada se desperdicia. Y sigo pensando en mi futuro, al que me acerco con cada bocanada de aire inhalada y exhalada. El trabajo no escasea, enfermero durante el turno de la tarde; aun allí encuentro ideas para un cuento, una novela o poesía. Aunque los versos no son mi fuerte, alguno que otro aparece siempre con timidez. Enfermedades, dolor, angustia y, en muchos casos, los últimos pasos hacia una muerte anunciada. Uno de los tantos rostros de la vida, el que la sociedad se niega a ver en muchos casos. Con los cuentos y novelas comparto mi felicidad. Citando a Adolfo Bioy Casares, «creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros. Son mi compañía diaria. Ellos me escuchan, aunque prefieren dejarse escuchar. Conservan la paciencia de la eternidad, recostados o de pie en la repisa. No importa la tristeza o la algarabía, se abren cuando uno más los necesita. La literatura se encuentra mucho más allá de la felicidad. Oxigena mi mente. Quimera materializada en mis manos, hoja por hoja. Le doy gracias a la vida por regalarme esta pasión, mirando el cielo, llorando de alegría». 91 ¿A qué saben los sueños? por Raquel Martínez Los sueños saben a mermelada de esperanza, dulce de ilusión y confitura de anhelos en el corazón. Son como pequeñas volutas que se cuelan mientras duermes, o mientras permaneces despierta, imaginando todo cuanto harás y todo cuanto te gustaría lograr… Un hormigueo o un pálpito en el corazón, que te guía y te empuja a seguir adelante, a perseguir esa voluta, ese sueño, ese anhelo, esa pequeña espiral que en ocasiones parece escapar entre los dedos, y que nos empeñamos en seguir. Mis sueños saben a muchas cosas. Son una receta exquisita que solo yo puedo cocinar. A veces me siento capaz de volar, incapaz de regresar, de situarme en mi realidad. Otras, en cambio, el jarabe amargo de la realidad no me deja despegar. Pero, aunque la realidad siga estando ahí, mis sueños también lo están, y siguen sabiendo a dulce, siguen empujándome a continuar, a luchar, a soñar despierta e imaginar todo cuanto me gustaría lograr. Supongo que los ingredientes de cada sueño les dan un sabor diferente, puesto que cada uno tiene sueños y esperanzas particulares. A veces ocurre que encuentras personas con tus mismos anhelos o sueños que se complementan y surge una conexión magnífica, sencilla y que fluye tan fácilmente como un riachuelo en busca del mar. Se establece una relación, una cooperación que, además de enriquecer nuestros sueños, también nos enriquece 92 como personas, y, si bien no podemos cocinar los sueños ajenos, sí podemos llegar a degustar y disfrutar a qué saben los sueños de los que nos rodean, de aquellas maravillosas personas con quienes hemos tenido la suerte de tropezar. Al fin y al cabo, ¿qué sería la vida sin sueños? Aquella frase conocida que dicta: «Los sueños, sueños son», siempre me ha parecido triste. Como una mermelada sin azúcar. La vida sin ilusiones, aunque no lleguen a cumplirse, sería enormemente mustia y pesarosa. La esperanza y la ilusión son la mermelada de mi tostada… Porque los sueños saben a dulce de ilusión y confitura de anhelos en el corazón. 93 Utopía por Carmen Lucía Carmona Miranda «Utopía». Maravillosa palabra, ¿no creen?; solo cerrar nuestros ojos nos produce un viaje hacia el idílico y esperanzador mundo de los sueños, ¿acaso ello no sería la utopía?. Sueños hay tantos como personas en este mundo, millones de esperanzas y de metas que permiten que, a pesar del duro día a día, de los desvíos y desdichas vividos, podamos seguir adelante sin cansarnos, sin dudar o vacilar. Podría decirse que la utopía final de la humanidad es la pura y llana felicidad, la que propina el amor o la amistad, la que nos enseña que la vida hay que tomarla con una sonrisa para demostrar a las penas que no siempre vivirán en nosotros; pero, a su vez, cada persona es un mundo, y amplios son los colores, al igual que los sueños, pero, pregunte a quien pregunte, ¿quién no tiene un hermoso sueño por cumplir que le mueve a pesar de todo? En este caso, no soy menos ni más. ¿Mi sueño? Alcanzar la felicidad y demostrar que los deseos no son cosas de cuentos de hadas ni de pobres soñadores, demostrar que, a pesar de la experiencia y de la sabiduría, un amor a distancia no tiene por qué acabar en la nada y el olvido. Cierto es que la vida nos da duros golpes, los cuales parecen que solo quieren hundirnos en la más profunda y oscura tristeza, pero esos mismos golpes deben tener el efecto contrario y contribuir a que 94 con cada caída, con cada golpe, con cada tropezón, nos levantemos cual ave fénix y renazcamos de las cenizas más fuertes que nunca; estos golpes me enseñaron a no rendirme, a no tirar la toalla; debe ser por ello que dicen que si quieres lograr tus sueños no debes quedarte sentado, dicen que lo que quieres y deseas con fuerza lo tienes, dicen que si alguien quiere algo debe luchar por ello… Pues bien, esta es mi utopía: ver cada mañana el amanecer en tus ojos, el anochecer en tu mirada y la ilusión del futuro en cada beso tuyo; el poder palpar la felicidad que pueda darte día tras día, y las fuerzas para que consigas cada una de las cosas que te propongas. Pero, ¿saben qué?, nada de ello es una utopía, pues todo lo que se puede soñar se puede lograr; solo deben poner el corazón en cada gesto, el amor en cada sonrisa y la esperanza en cada lágrima que de sus ojos caiga, porque, si es tu deseo, persíguelo, entonces, como si cada minuto fuese el último. 95 El buen combate por Gonzalo Naya López A veces me duelen los sueños. Los que se marcharon, los que ya no tengo. Los que ya no encuentro más que escondidos en algún viejo cuaderno, esperando a que les quite el polvo. Esperando… Los sueños se van desgastando con los pasos y con los andares; con los amores y con los desengaños; con los deseos insatisfechos; con las frustraciones y con los momentos que dejamos pasar de largo; con los años que vuelan y vuelan, cuán rápido. Esperando. Jugamos a hacernos mayores y a olvidarlos con la rutina, con el trabajo, con la hipoteca, con los cansancios, con los bostezos… o con cualquier otra excusa banal. Abrimos carpetas vacías, depositamos esperanzas vacías y allí los archivamos. Sueños vacíos. Vidas vacías. Sueños olvidados. Duelen aún más los sueños que todavía esperan su turno, que de vez en cuando llaman a la puerta a ver si esta vez te atreves y dejas de ser cobarde. Esos sueños que casi te imploran para que des el paso adelante, «¡despierta!». Y se marchan tristes, cabizbajos, cuando respondes con voz trémula, entre gris y avergonzada: «No sé, hoy no. Tal vez mañana…». Mañana. Esperando. Esperando al buen combate. Según explica Paulo Coelho en El peregrino de Compostela, el buen combate es aquel que entablamos en nombre de nuestros 96 sueños. «El hombre nunca puede cesar de soñar. El sueño es el alimento del alma, como la comida es del cuerpo (…). El buen combate es aquel emprendido porque nuestro corazón lo exige». Porque nuestra vida lo exige y lo necesita, diría yo. Para escapar a tanto humo gris y a tanto cemento. Para escapar a tanta resignación y a tanta nube espesa, a tanto desierto vital que no nos deja ver que nos vamos perdiendo por dentro. Muertos. Vacíos. Mañana. Esperando. A veces me duelen los sueños. También los que me han robado. Con malas artes. A golpes, a gritos y a patadas. En silencio, otros, por la espalda, con la coartada que da la apariencia legal y la corbata. Y aquí andamos ahora, en el suelo, apaleados. Lamiendo heridas y viejos desengaños. Recogiendo fuerzas y abrazos para que llegue el día y poder decir bien alto: «De hoy no pasa. Hoy me atrevo». 97 La vida color de rosa por Hina Finck La jerarquía del conocimiento, ¿valdría para un país? Podríamos distinguirlo…, distinguirnos…, sin discriminación. Las personas iletradas en México son pocas, en verdad. Los que terminan pre-escolar son muchísimos (no hay estadísticas confiables). Las personas que terminan la primaria son como el diez por ciento menos. Las que alcanzan el nivel de secundaria son muchas menos. El nivel preparatorio, ¿cuántas personas alberga? ¿Qué número de mexicanos tiene nivel profesional? Maestría, ¿a cuántas personas se le ha otorgado? Doctorado… unas cuantas. La tragedia no es esa, el drama no es que muy poca gente sea instruida, la verdadera tragicomedia es que… CUALQUIER IGNORANTE DE DIECIOCHO AÑOS TIENE DERECHO A UN VOTO EN CUALQUIER ELECCIÓN. ¿A cuántos votos tiene derecho un doctor? Solo a uno. ¿Para qué me quemo las pestañas si, al fin y al cabo, los derechos de los letrados valen lo mismo que mis derechos de ignorante? Al ignorante cualquiera le lava el cerebrito. 98 Cualquier candidato, con su campaña dirigida a la exaltación de la ignorancia, puede ganar las elecciones. Mi ilusión es premiar con medallas al cuello a las personas que alcancen cualquier nivel de instrucción. Esos galardones bien podrían ser de plata, de nuestra plata mexicana, aquella que circulaba en China como moneda corriente en tiempos de don Porfirio. Medallas y medallones, y en sus centros, incrustados los colores símbolos de los niveles: Preescolar, rojo; Primaria, naranja; Secundaria, amarillo; Preparatoria, verde; Profesional, azul; Maestría, índigo; Doctorado, morado. Los siete colores del iris plasmados en la instrucción. Las medallas de preescolar irían creciendo hasta convertirse en los medallones que merezcan los doctores de cualquier materia y tendrían los siguientes objetivos: Que se respeten los logros. Que en cualquier lugar sean reconocidos los valores a simple golpe de vista. Que las personas, para lograr el reconocimiento de los demás, estudien y se tracen metas. Que las personas con dieciocho años de vida, y sin estudios, tengan derecho a UN VOTO; dieciocho años y primaria, DOS VOTOS; dieciocho años y secundaria, CINCO VOTOS; dieciocho años y preparatoria, DIEZ VOTOS; profesional, CIEN VOTOS; maestría, MIL VOTOS; doctorado, DIEZ MIL VOTOS. Pero no, ni siquiera así se lograría acallar a la ignorancia, solo lo haría un estudio de porcentajes que no se ha llevado a cabo. No es lo mismo un iletrado que un docto. La conclusión sería: o estudias, o como ciudadano eres desvalorado y punto. 99 Cierra los ojos y mira las medallas que los centros universitarios te entregarán; ahora ábrelos y piensa en todos los centros de trabajo que se abrirán con este plan. Hay en el subsuelo de México toda clase de piedras preciosas, que irán a incrustarse al centro mismo de las medallas: Preescolar igual a rojo, igual a granate; Primaria igual a naranja, igual a ópalo; Secundaria igual a amarillo, igual a topacio; Preparatoria igual a verde, igual a olivina; Profesional igual a azul, igual a aguamarina; Maestría igual a índigo, igual a zafiro; Doctorado igual a alejandrina. ¿Cuántos mexicanos podrían llevar hoy mismo un toisón con siete medallones? Son sueños de amor, para mi querida patria. 100 -Utopíapor Manuel Álvarez González-Jubete Despertarme en la terraza, volver a empezar… Recogiendo por el suelo nuestras piezas, mamá, ya estoy en casa. Con la cabeza siempre en otra cosa, llegando tarde a todo, pero ya no tengo prisa. Que la esperanza es efecto sin causa. La confianza nunca exige garantías… El amor sincero jamás se toma una pausa, pero que alguien se lo cuente a mis ex-novias. ¿Eran necesarias todas esas noches frías? Mi lienzo, el viento y el tiempo me odian. Llorar borracho con el sol del mediodía y seguir soñando, escribiendo y dando gracias. He prometido no pensar en el dinero, muchos dicen que es un fallo, lo sabré cuando me muera. Y, si no hay nada, ya no sé por qué me rayo… Yo no quiero rollos, yo la quiero a ella… La inocencia, la esencia, las ganas. La constancia, el esfuerzo, las llamas. La elegancia que da la paciencia, perder la distancia contigo. Y prometí quedarme aquí, para siempre, aprendiendo del silencio todo lo que es importante. Es por ti, es por mí, es por vivir, porque puedo perderte, sin quererlo, entre la gente… 101 Un café y me llamas; un café y te amo. Ya no quedan ganas de responder al teléfono. Cuando ven que sufres, ellos se lavan las manos, yo tengo dos caras, pero ninguna es la buena. Dicen por ahí que no me quieres, que solo vivo un sueño por las calles de Cáceres. ¿Tú sabes quién eres, mujer? Me dicen las estrellas que te busque; morirás por ella, dice el bosque… Estoy loco, no te asustes… Guárdame el secreto, he caído en el pecado, no puedo estarme quieto cuando el tiempo está contado… ¿La diferencia? Ellos lo quieren todo y yo todo lo regalo. 102 -Utopíapor Elena Vega González Recuerdos que vienen y van se suceden en mi mente como una imagen de lo que fui y lo que me ha llevado a ser quien soy…; melancolía de momentos en los que tus calles fueron mi laberinto, tus gentes fueron mi llamada hacia un nuevo idioma que se impregnaba en mí en cada esquina. Las obras, que son la huella de tiempos pasados, me mostraron el conocimiento y la ilusión que me atrajo hasta ellos, me emocionaron cuando nos encontramos frente a frente, como si se tratara de un viejo amigo al que hace tiempo que no vemos. Tantas cosas que vi, pero más que me quedan por ver y por conocer… 103 La mirada del niño por Inés Díaz Arriero Recorría la concurrida avenida, luchando porque el humo que oscurecía el ambiente no ahogara sus pulmones. Al llegar al límite de la carretera comenzó a correr sin moverse del sitio, y, cuando se aseguró de que no se acercaba ningún vehículo, cruzó rápidamente los tres carriles. Al otro lado le esperaba un amplio descampado: el suelo era irregular y el sol no encontraba obstáculos para clavarse en su piel, pero al menos podía apartarse del ruido y la contaminación. De pronto, algo llamó su atención unos metros más allá: un niño pequeño sentado con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. A su derecha descansaba un puñado de lápices de colores; a su izquierda, sus zapatillas; y, sobre sus rodillas dobladas, una libreta. Su rostro mostraba una mueca de concentración: los ojos apuntando hacia arriba, la boca entreabierta y el dedo índice de la mano derecha sobre el labio inferior. Un instante después, el niño observó las pinturas, eligió una de color verde y comenzó a acariciar con ella la página de la libreta. El hombre detuvo su carrera y, tras un buen rato observándole con curiosidad, se acercó sigilosamente. El niño ni siquiera levantó la vista al notar la sombra que se proyectaba a su lado. Al contemplar lo que había dibujado, el hombre no pudo 104 evitar abrir la boca de par en par. Los edificios del fondo eran iguales a los del otro lado de la carretera. Sin embargo, no había cubierto el suelo de tierra y polvo gris, sino de hierba de color verde brillante; el tronco en el que estaba apoyado no era solo un tocón reseco, sino uno de los muchos árboles frondosos que protegían de los abrasadores rayos de sol; el árido barranco de la izquierda estaba cubierto por una masa de color azul claro, y la transitada carretera se había convertido en un camino amarillo. —¿Le gusta mi dibujo, señor? ¿Verdad que es más bonito así? —preguntó el pequeño con la inocencia presente en su voz. El hombre reconocía perfectamente aquel paisaje: se trataba del pinar que había ocupado ese descampado cuando él era niño. Cerró los ojos y aspiró con fuerza. Un agradable olor a pino penetró en sus pulmones, la brisa fresca acarició su piel y sus oídos fueron testigos de las risas de los críos que jugaban en el pequeño lago. Abrió los ojos justo a tiempo de ver cómo el niño introducía la mano en una de sus zapatillas y sacaba de ella el hueso de alguna fruta. Avanzó unos centímetros a gatas y comenzó a excavar con las manos. Después, introdujo la semilla y la tapó de nuevo con la tierra. Levantó la mirada hacia el hombre y señaló el botellín de agua que llevaba amarrado a la cintura. Él se lo tendió y el pequeño vació su contenido en el suelo. Entonces el hombre sonrió, con el corazón lleno de esperanza, y emprendió su carrera de vuelta a las tumultuosas calles de la ciudad. 105 -Utopíapor Inés Poveda Pastor Isabel era una escritora de mediana edad, aunque aparentaba mayor. Las arrugas le surcaban el rostro y las ropas le quedaban demasiado holgadas. Sin embargo, ni las arrugas ni el ropaje eran lo que le hacía parecer más madura, la causa principal era la falta de ideas. Desde sus inicios, Isabel había sido una escritora prolífica; contaba, además, con una serie de destacados premios que la hacían destacar en su profesión, los cuales no dejaban de enorgullecerla. Ese era el eje del asunto, la lluvia de ideas que solía aflorar siempre en su mente se había extinguido, no la visitaban ya esas fantásticas historias que le robaban el sueño y la mantenían en vigilia hasta haberlas plasmado sobre cualquier trozo de papel, para más tarde darles forma y vida a sus relatos. ¿Sería este su fatídico final? Después de toda una vida de dedicación, ¿tendría que dejar de hacer aquello que la transportaba, la evadía a otro mundo donde nadie más que ella se atrevía a acceder? –Si los que están en el poder no mueven su trasero para ceder el paso a los que sí valen la pena, esta situación no va a mejorar –solía decir Susana, que vivía pared vecina. –¿Pero es que hay alguien que valga la pena? –Por supuesto que sí, no seas pesimista. A parte de vecina, Susana era una buena amiga, de las pocas que tenía Isabel, pero de ese tipo de 106 personas que alegran la vida a quienes están a su alrededor. Susana había sido abandonada a su suerte por su marido y con tres hijos menores a su cargo. Era una auténtica sobreviviente, luchadora a más no poder y rebosante de optimismo. Por ese motivo era por el que destacaba alguien en aquellos tiempos en aquel lugar. Venezuela era un pozo de conflicto y tristeza por aquellos tiempos. Cierto día, hablando medio a oscuras en la cocina de la escritora, entre dos cafés humeantes, su vecina le susurró: –Esta ciudad te está matando, y está matando tus ideas, Isabel. Desde entonces, no se le fue la idea de la cabeza. Pensó en las ataduras, su ciudad, su país. Pero ni le quedaban parientes cercanos, y ni siquiera sentía ataduras con aquel país que tantas decepciones le había dado. Cansada de pensar, decide actuar. El primer bártulo que coge antes de tomar el barco es su desgastada libreta, donde intuye que pronto esbozará su historia. Tampoco sabe hacia qué lugar dirigirse, solo que tiene que ir hacia su futuro antes de que sea tarde, pues este no va a esperarla. 107 -Utopíapor Isabel María Hernández Martínez Ser vagabundo. Eso es lo que deseo. Vagar de un lado a otro sin patrón que me mande. Tener por hogar el campo y por techo las estrellas. Sentir cada mañana que el rocío me empapa hasta el alma. Estremecer de frío en las largas noches de invierno y oír el quejido de los grillos en los dulces nocturnos estivales; despojarme de todo y vivir en la nada, con mi hatillo al hombro y una brizna de paja en la boca en lugar del mortal cigarrillo; comerme el pan con las manos sin pensar que nadie me vigila y tumbarme bajo la dulzura de cualquier árbol solitario a contemplar la caída de la lluvia; recorrer los lugares olvidados a conocer otras gentes, otras vidas; amar a todos sin pedir nada a cambio, ni que ellos a mí me lo pidan, pues nada tengo, 108 nada puedo dar, solo esta vida mía que pasaré errante por el mundo buscando la verdad escondida. 109 -Utopíapor Inmaculada Velázquez Ramírez de Verger Si salieras en los momentos en que la envidia, la falsedad y la mentira son dueñas de la situación, he de pensar que no sería tan feliz al encontrarte con la sinceridad. Aunque, siendo yo la sincera, me parece que tardas demasiado en aparecer. Tú, que eres la verdad, que nada temes, deberías acudir en cuanto las situaciones se tuercen y arrinconar en una esquina al trío en discordia para no dejarlo salir nunca más. A veces siento que nunca aparecerás; no tardes, en estos momentos te necesito cerca, eres mi única aliada y solo con tu ayuda podré demostrar la realidad. 110 Pupa por Jesús Denche Castela Con mis garras me arrastro entre la inmensa oscuridad, dudando si podré escapar me aferro a la realidad. El río guía mis pasos, mariposas vuelan alrededor, mis alas nunca se alzan, atado a la eterna crisálida, mi mente avista un sueño avizor. Tardía metamorfosis sufrida, mis pasos me llevan al pupario donde observaré paciente mi cambio de larva a imago. Inviernos cambiantes, eternidad constante, pupa entrelazada sobre una eclosión, que no llega nunca… ¿Seré estadio toda la vida o cambiante en mi ecdisis? El proceso de muda de esta triste metrópolis siempre estará en la duda. 111 Nuestro mundo de utopías por Jorge Andrés Castro Muñoz Recuerdo mi niñez como probablemente la mayoría de las personas lo hacen, como un día a día de descubrimiento, en el cual, con cada experiencia, nos venía una nueva esperanza, una nueva idea, una nueva ilusión. «¡Quiero ser un policía!». «¡Quiero ser un bombero!». «¡Quiero ser un astronauta!». Al nacer, nuestra vida es un lienzo blanco, en el cual podemos pintar el futuro que deseemos, pero, al crecer, muchas veces nos damos cuenta de que nuestra paleta de colores no es tan variada como esperábamos; muchas veces los colores que tenemos no son los suficientes para pintar el cuadro que soñamos, nos damos cuenta de que solo tenemos un lienzo, y de que no es posible pintar todas las ilusiones que teníamos en uno solo, nos damos cuenta de que crecer es, en cierta forma, un proceso de renunciar a muchas de las ilusiones que tuvimos años atrás. Pero, en este mismo proceso de crecer y madurar, comprendí que contamos con más lienzos, que contamos con la posibilidad de vivir millones de ilusiones diferentes, que tenemos formas de probar las experiencias con las que siempre soñamos, o con algunas que nunca se cruzaron por nuestra mente; entendí que se nos ha entregado la posibilidad de pintar el lienzo que los grandes talentos de nuestra historia han concebido en su mente; y 112 que de sus manos podemos acompañar a príncipes en su búsqueda de venganza hacia su padrastro, que podemos ser parte de un colegio de hechicería, que podemos ser ciudadanos en aquella Barcelona literaria de la posguerra o vivir en la mágica Macondo por cien años; que podemos resolver los casos policiales más confusos con uso de la lógica o acompañar a Odiseo en sus viajes de vuelta a Ítaca. Puede que solo tengamos un lienzo para pintar nuestro destino, pero tenemos millones de lienzos más en cada libro escrito o en cada libro por escribir, en cada cuento, en cada poema, en cada fábula, en cada obra de literatura; vivimos en un mundo de utopías donde casi cualquier realidad es posible, solo tenemos que abrir la cubierta y vivirla. 113 Oda a la senectud por Javi Fabulaciones Dabuten Ninguna piedra en mi camino que mi bastón no pueda apartar. Dicen que ya es primavera. Eso se ve en los escaparates, en cómo suben los termómetros y se agotan las jarras frías de cerveza. Hace una brisa mu güena que agita las hojas verdes de los árboles y las faldas de las más féminas. Llevo anotados en un papelico los fármacos que mi doctor me encomendó. Tengo una memoria caduca, reconstruida por recuerdos ajenos que mis hijas me colocan con fotos. ¿De estos nuevos matasanos me fío? Son quienes no desean mi mal, espero. No me preguntes por qué, porque no lo sé. Hasta mi sombra me hace jugarretas. Pasan a mi lado unos mocosos seguidos de balones, skates y Donnettes. Ojalá yo más jovenzuelo, 114 pero por todos es sabido que la gimnasia no hace a la danza. Puff, utopías de los marginados. Sigo un andar descarrilado de acciones y reposos. Noto que no voy a ningún lao, siento que empiezo de cero. ¿A dónde decía que me dirigía? Ya solo en los ángeles confío. 115 -Utopíapor Jessica de la Fuente Me encanta sentarme aquí, delante de la ventana, para mirar la luna y el firmamento. Lo hago siempre que puedo, por inercia, sin pensarlo ni preguntarme para qué. Es mi momento mágico. El tiempo deja de existir, mi presente se vuelve real, lo puedo palpar. Mi cabeza se vacía y deja atrás todos esos pensamientos cotidianos para abrirse al mundo, a la existencia infinita. La belleza del momento me hipnotiza y dejo de ser «Yo» para fusionarme con el «Todo». En esos instantes me siento parte de la Creación, me inunda un sentimiento de pertenencia que llena mi ser. Cada vez que me enfrento a una situación desagradable o incómoda, cierro los ojos y me imagino en ese instante de conexión con el «Todo». Es mi arma secreta para revivir esa paz y esa seguridad que la magia del Universo me transmite cuando lo observo. Vivimos en un mundo tan artificial y alejado de las leyes naturales que nos hemos vuelto inconscientes. Estas sociedades aceleradas y competitivas no son más que ilusiones que confundimos con la realidad. Muchas personas se preguntan cuál es el sentido de sus vidas. Viven inmersos en el escepticismo, en el pesimismo y en el conformismo. Si encontraran un simple momento para hacer lo que yo hago, contemplar el mundo y conectarse con él, serían capaces de entender que todo tiene su orden y su razón de ser, que no 116 somos víctimas de la vida, sino que el Universo nos ofrece su energía para crear una vida amoldada a nuestros deseos. Pero me he dado cuenta de que a la gente le da miedo perseguir sus sueños, les aterroriza fracasar y quedarse desorientados. La gente ha perdido la fe y esto sucumbe al ser humano. Prefieren quedarse acomodados en su infelicidad, en sus quejas y en pensar que el mundo es injusto con ellos. Si estas personas retomaran la fe, serían conscientes de que el Universo conspira a su favor y que siempre les presenta una salida a todos los problemas. Las personas necesitan despertar y confiar en que todo tiene solución, que el dolor es inevitable pero que el sufrimiento es una elección. Yo antes me sentía víctima, no creía que mis sueños pudieran ser posibles, vivía enfadada con el mundo y me quejaba constantemente de todo. Entonces, un día me surgió un impulso y me senté mirando al cielo. Ahí sentí el momento mágico, mi unidad con el Universo y la confianza en su Creación. Volví a tener fe y esperanza en mis sueños, dejé de ser víctima para hacerme responsable de mi vida. Empecé a sentirme agradecida y bendecida por todas las cosas que tenía. Me di cuenta de que merecía recibir cosas buenas y la abundancia llegó mi vida. Ahora le hago saber a las personas que los sueños y los deseos son alcanzables, solo se necesita voluntad, fe, esperanza e ilusión para perseguirlos. Nacimos con poder para crear una vida acorde con nuestras expectativas, deshazte de las excusas y construye la vida que sueñas. 117 -Utopíapor Jessica de la Fuente Un destello de luz se abre paso por el cristal de mi ventanal, penetrando la fina tela de mis cortinas con la única intención de iluminar mi nuevo día y hacerme partícipe de él. No lo puedo evitar, la primavera me encanta, por eso la elegí para nacer, y ojalá sea ella la estación que me despida, así, alegre e impredecible, como le gusta ser. Decido levantarme, aun siendo temprano, pero el sol y el calor, acompañados de una suave brisa, me animan a ello. Lo primero que hago es correr las cortinas del ventanal, situado enfrente de mi cama, y admirar la belleza del paisaje que me rodea. Mi jardín es verde y frondoso, decorado con flores de todas las clases y colores, arropado por unas bellas y elegantes montañas al fondo. Asturias te regala paraísos así. Me paro, no solo a observar, sino a escuchar los sonidos que me dan los buenos días. El canto de los pájaros se fusiona con los leves sonidos de los insectos, de las hojas que se mueven al compás de la brisa y del agua que fluye en la fuente que preside el centro de mi edén. Hoy, como todos los días, me siento enormemente bendecida y agradecida por todo lo que el Universo ha puesto en mi camino. Me dirijo a mi coqueta y abro el baúl donde guardo todos mis recuerdos. Toda una obra de arte, hermoso, tallado a mano con relieves de flores y enredaderas, como el tatuaje que me recorre 118 el costado. Empiezo a sacar fotografías, recortes, postales y periódicos. Me quedo fija y sonriente sujetando una foto de mi vigésimo cuarto cumpleaños en Puerto Rico, el primer cumpleaños que pasé lejos de mi familia. Se me ve bonita y alegre, con toda la ilusión de tener una vida por delante. Hoy, catorce de mayo del dos mil cincuenta y cinco, cumplo sesenta y cinco primaveras; han pasado cuarenta y un años de esa foto. Y aquí estoy con las mismas ganas de vivir, de seguir disfrutando y de seguir descubriendo las maravillas de este mundo. Me llena de vitalidad abrir este baúl. Aquí están guardados todos mis deseos y sueños cumplidos, aquellos que un día empezaron siendo una ilusión. El camino recorrido a lo largo de mi existencia lo moldeé conforme a esos sueños y deseos que anhelaba alcanzar. Jamás desistí antes de intentar algo, me lanzaba a por ello sabiendo que lo merecía y confiando en el poder que el Universo había depositado en mí, ese poder a través del cual somos capaces de atraer hacia nosotros aquellas cosas en las que centramos nuestra atención. He vivido en muchos países, he conocido diferentes culturas y personas, he conseguido trabajar en aquello que me apasiona y formar una familia maravillosa a la que he transmitido los secretos para llevar una vida acorde a sus deseos. Y tú, ¿a qué esperas para hacer realidad la vida que sueñas? Dibuja la escena que te gustaría vivir en un futuro y lucha para que se cumpla. 119 -Utopíapor Jorge A. Garrido Le costaba horrores abrir los ojos, pero se obligó a ello, pues era consciente de que jamás volvería a disfrutar de semejante espectáculo. Ni siquiera se preocupó por los bruscos balanceos a causa de la resistencia al aire, de la falta de experiencia en vuelo o del espacio sobrante en la silla de cuero en la que se deslizaba mientras procuraba no caer de ella. La increíble vista desde su privilegiada posición, a tantos metros sobre las cimas de las más altas montañas, no estaba al alcance de cualquiera, y ni el gélido viento allá arriba iba a lastrar tan fascinante sensación a lomos del dragón. Una mirada a ambos lados le hizo descubrir a otros tantos de estos reptiles de color rojizo, solo unos pocos de ellos con personas encima. Sin embargo, a poca distancia tras ellos, vio surgir algunos de un verde oscuro cuyos jinetes, sin duda hechiceros por sus anchas túnicas, comenzaron a recitar destructivos conjuros con los que pretendían derribarles. No necesitó avisar a su montura, ya que el dragón decidió por sí mismo plegar las alas y sumergirse veloz entre las nubes bajas, blancas y aún esponjosas a esa altura, para alcanzar el suelo en algo menos de un minuto. Su viraje en busca de la horizontalidad, sumamente violento, le tomó por sorpresa al caballero 120 de desgastada armadura plateada y este sintió cómo la distancia entre su cuerpo y la silla atada a la bestia crecía al punto de imposibilitarle el alcance de un asidero seguro. Consciente de que caía al yermo suelo sin vegetación, encogió las piernas y rodó a gran velocidad al contacto con el mismo. Desechando una abrupta sensación de mareo, levantó la barbilla para ver a través del yelmo a sus compañeros de ejército batirse contra sus enemigos, una dura batalla de la que debía tomar parte desde tierra. A un par de metros de su posición, vio una espada de hoja larga y curva, el arma que se disponía a recoger antes de que surgiera, jamás sabría de donde, una inmensa criatura que, de una patada, la mandó a decenas de pasos. Quizá fuera un trol, aunque el caballero solo tuvo tiempo para esquivar un poderoso puñetazo en su dirección. Y no solo eso. A su izquierda, oyó las palabras mágicas de uno de los hechiceros enemigos, lo que no contribuyó a la calma de su acelerado corazón, el cual latía tan fuerte que, a vista de cualquiera, el metálico peto daría la sensación de dar botes como si tuviera vida propia. Miedo, rencor, pasión, esperanza, frenesí… Sensaciones que inundaron el ser del caballero, las cuáles no eran suyas en realidad, sino de este escritor que vibra con cada nueva palabra escrita, que se emociona y vive en su interior las escenas que primero imagina en su mente, y al instante transforma en un texto a rebosar de sueños e ilusiones. Esa es la razón de mi pasión por la escritura, esa la razón por la que jamás podría dejarlo. 121 La nave por Jordy Tapia Robles ¡La nave se enciende! Edmundo Casas no dudó, perenne. Cerró sus ojos como dos almendros. Se necesitaba el chasquido de un martillo para romperlos. –¡No fui vencido, y no quiero! –decía a sus adentros. El recuerdo de una vida desconocida en ocasos y abrojos apenas difuminaba en su retrospectiva; ¡ya no había nada! ¿Quién fue Edmundo antes de ese momento? No releva esa vida… Lo importante es ahora; no el minuto, ni la hora: ¡el segundo! ¿A dónde iba a parar, entonces, su recuerdo? ¡A quién le importa! De él no se sabe nada y no se irá a saber. Le apenaba volver a sentir temor, angustia o remordimiento; eso ya no contaba en su silenciosa huida. ¡La nave despega! Lo idílico de la idolatría es lo impávido de la naturaleza: ¡Dios lo había escuchado, lo había visto y había extendido su rostro para darle un beso! ¡Qué grata es la alegría inmune cuando se la vive desde adentro, cuando nace en los piélagos más intrépidos del alma y recorre iridiscente hasta lo eterno! 122 No es soledad ni sepulcro, es la amnistía solemne del desmenuzado tiempo, la apoteósica apostura del presente, la impertérrita impresión de la incidencia. No hay escepticismo: se puede ser quien se quiere, se puede hacer lo que se desea. ¿En base a qué uno no cumple lo que sueña? ¡Lo más peligroso y aborrecible del mundo es atreverse a perder la esperanza! ¡La nave aterriza! Edmundo Casas durmió desde niño con una mano en el suelo y otra en el cielo; su destino era la cautela. ¿Quién no diría que llegaría a tocar el piso de Marte con sus dedos si tenía todo lo que se necesita: la oportunidad de vida? ¿Quién diría que no podía hacerlo si estaba predicado entre sus sueños? ¡No fue fácil!, como no lo es nada en la vida. Trabajó con el corazón bien abierto porque solo en los ojos no se confía. ¡Y llegó!, ni a lo cerca, ni a lo lejos: a lo correcto. Llegó como llegan las aves hasta el cielo, más allá de lo impensable y lo secreto, al infinito mundo de los sueños. ¡La nave es la vida! 123 -Utopíapor Juan Sebastián Chilla Romero-Valdespino No hay nadie, las sombras caminan estrepitosamente a lo largo y ancho de las calles de la ciudad y no tienen dueño. La tenebrosa oscuridad oculta el rostro de sus sujetos, entes que competen a la sugerente trivialidad de sus propias vidas. La luz se esconde tras un manto de melancolía; ella no quiere asomarse, la mediocridad tumba el esplendor del género humano, la simplicidad inmola la conciencia, ausente de forma indefinida. El apresuramiento de la masa hace perder los estribos hasta al más cándido de los individuos, el vendaval se aproxima, el diluvio nos acecha. No hay vuelta atrás porque no hay nadie, y tú que me lees me ninguneas como un don nadie desde la nada. Cuando me ves, enemigo mío, divisas el campo de la aprensión y la desconfianza; me preguntas por qué y las excusas dinamitan mi ánima. Los preceptos de tu comunidad –enferma y orgullosa de su mal– riñen con la libertad que emana de mi ser, de carácter espontáneo y exclusivo. No puedo participar en tus gestas, ¡oh, heroico sujeto de incuestionable discernimiento e intelectualidad ineludible! Eres cero y yo quiero sumar. ¿Qué he de hacer ante semejante sustantividad? Mis palabras se llenan de tu vacío, la percepción de un inválido paciente discierne de la de un capaz e intransigente ente sobrenatural. Soy aquel que llamas hijo de, porque creo en, 124 pero tú vas más allá con… ¿verdad? Sobrevives en un averno de circunstancias aberrantes y te jactas de ello; estás condenado, bendito mundano, la razón escapa a los designios de tu vil naturaleza social. Eres lo que otros son y ellos son lo que tú eres. Yo sueño con ser. ¡Ser es ser! 125 -Utopíapor Judith Pastor Sentado frente a la ventana, tan solo una lamparita ilumina al escritor. Observa a través del cristal la abandonada callejuela donde día y noche busca su inspiración, que duerme plácidamente en las profundidades de su psique. L a s, letras agolpadas en su cabeza en un caos desordenado, reclutan soldados para crear su ejército: la palabra, cuyo destino es pelear con otras en una cruenta batalla por conseguir el Santo Grial del orden, la lógica y la expresión del alma sobre un lienzo de papel en blanco. Algunas, dotadas de férreas armaduras para proteger las intensas emociones que ocultan, perecerán en las trincheras; otras, carentes de sentimiento y con una misión meramente funcional, sobrevivirán tras la batalla sin pena ni gloria. Solamente las palabras sin coraza, desnudas, portadoras de lanzas directas al corazón de los hombres, saldrán victoriosas, y, tras ser impresas en el lienzo virgen, quedarán grabadas en las retinas de aquellos trotamundos de pensamiento que buscan reflejarse en el espejo del autor; bien para exaltar su júbilo ante la vida, bien para lamentarse de la montaña rusa que es su existencia. La callejuela está desierta, sin vida. Solo una farola enrobinada, una fachada desconchada y un portón de madera en el que el paso del tiempo ha dejado huella indeleble se ofrecen al escritor como personajes 126 para su novela. Él, cuya razón de ser reside en la sublimación de la belleza y de los sentimientos genuinos, no encuentra palabras cargadas de lírica en aquel paisaje sombrío, el único mundo exterior al que su discapacidad le permite acceder. Aquella callejuela con luna perenne es su único vínculo con la fantasía. Una realidad utópica donde se mezclan matices de color, cantos melodiosos y ruidos estridentes, tragedias desgarradoras y las más ardientes pasiones. Pero allí nunca hay palabras; solo un corazón vacío, ansioso por una descarga eléctrica que lo haga latir con fuerza. El escritor, vencido, guarda su estilográfica en el cajón de los sueños y recrea en su mente a un melancólico viejo mutilado de guerra que solo desea ver un rayo de sol atravesando la callejuela y colándose por su ventana hasta su lúgubre prisión. Ve unas sombras. El escritor se asoma a la ventana. Una pareja camina del brazo. Hablan. Ríen. Se besan. Pasan despacio, a cámara lenta. La piel del escritor se eriza. Siente la puntiaguda flecha alcanzar el hueco más remoto de su alma. Su corazón vuelve a latir, desbocado como el caballo que escapa de la esclavitud de la pradera vallada hacia las montañas y encuentra la libertad. Siente la belleza. Porque, ¿qué es el amor sino belleza, sea o no correspondido? Bellas palabras desnudas afloran en su mente y se alinean en forma de verso. Él, escritor de novelas tristes e inacabadas, se ha convertido en poeta. Del cajón de los sueños toma su pluma, y en la soledad de la noche oscura crea su obra de arte hasta que un rayo de sol traspasa su ventana e impregna su prisión de color y de vida. 127 Una tarde oscura por Juan Pedro Martín Escolar-Noriega ¿Cuánto tiempo hace que no te veo? ¿Qué pasó en ese último instante en que te vi y que ninguno de los dos sospechó que iba a ser el último día en que nos veríamos? Era una tarde bochornosa de mediados del mes de junio y el horizonte estaba lleno de nubes negras que amenazaban con descargar mares de lluvia y una sinfonía trágica de truenos y relámpagos. Cuando me acercaba, divisé tu figura leyendo sobre la mesa, donde reposaba una cerveza casi terminada, un libro. Quizá fuera ese libro que te había prestado hacía tres días y que tú tantas veces me habías pedido que te dejara. Ese libro que, al principio de conocernos, compré mientras paseábamos una tarde muy parecida a la de hoy. Ese libro que leí con tanta emoción, casi la misma con la que te hablaba sobre la historia que en él se narraba. ¿Qué pasó por mi mente cuando me acercaba a tu encuentro? ¿Por qué ese desasosiego y desesperanza repentinas? Me detuve en la acera de enfrente ante la cristalera donde se reflejaba tu figura envuelta en una tenue oscuridad que difuminaba tu perfil y te observé detenidamente, leyendo sin apartar los ojos del papel. Tu expresión me pareció que era un claro ejemplo de la emoción y alegría que me había embargado a mí años antes, sumergido en su lectura. 128 De repente, deduje que no debía interrumpir ese instante. Me di la vuelta y caminé de nuevo hacia el coche que pocos minutos antes había aparcado en una calle llena de tiendas y cafeterías. Monté en él y desaparecí de tu vida. Ahora, cuando ya la ciudad se empieza a vislumbrar en el horizonte difuminada por el sol que cae a plomo en la inmensa estepa, después de tanto tiempo desde que me fui de ella, al volante del mismo coche que me ayudó a salir de allí, pienso con esperanza e ilusión poder volver a recuperar y tener de nuevo entre mis manos ese libro que te dejé, y quizás podamos entusiasmarnos hablando sobre él y tener ese encuentro que por mi culpa no pudo producirse esa calurosa y oscura tarde de hace ya tanto tiempo. 129 El tejesueños por Néstor Bardisa García El tejesueños extendió sus dedos y agarró con delicadeza las hebras de sueño que, invisibles hasta ese momento, cobraron consistencia y emitieron un destello. Eran miles y se extendían por Dimensia, su mundo. Trazó un arco con su mano y las hebras cambiaron de color. Rojo vivo. Con paciencia, fue enlazándolas entre sí, creando una trenza etérea. En su cabeza imaginaba el resultado con todo lujo de detalles. Los filamentos tomaron forma conforme el tejesueños movía con habilidad los dedos. Primero, una masa amorfa que creció y creció mientras el intrincado diseño de hilos se apretaba, unos con otros. Después, brotaron tierra, piedras y arena, que se unieron. El proceso incrementó la velocidad y se alzó en el perfecto cielo estrellado, creando una majestuosa montaña de recias formas. Cerró los ojos y, tan solo con el meñique, jugueteó con dos delgadas hebras, las más finas, que empezaron a palpitar. Su tonalidad cambió a un verde turquesa. Con un leve siseo se desvanecieron y un riachuelo se materializó recorriendo la cumbre. Sonrió, satisfecho. Dimensia era un lugar perfecto, único. Y era suyo. Sus dominios, su creación. Una realidad etérea que regía como un arquitecto de sueños. Profundos valles, bosques crepusculares y océanos misteriosos. Una construcción tan hermosa 130 como meticulosa. Un paraíso. Allí encontró, por fin, la felicidad. Felicidad. Paladeó las sílabas. Muchos conocían la palabra, él vivía la esencia misma. Una suave perturbación hizo temblar toda su obra. Fue muy leve, pero perceptible para él. Asió una hebra entre los dedos índice y pulgar. Ahí estaba de nuevo y no venía de Dimensia, sino de más allá, de El Exterior. Pero sabía que El Exterior era aterrador, allí estaba La Pesadilla, acechando en cada oscuro rincón, en cada hebra de sueño negro. Aquí tenía poder: poder para soñar, para imaginar, y, lo más importante, tenía poder para crear. No, definitivamente no se le había perdido nada allí fuera. Siguió enfrascado en su interminable trabajo. Otra vez, la vibración. Insistente, casi obstinada. Tocaba todas las fibras del tejesueños, parecía llamarle. Un grito de ayuda o quizás una trampa, un ardid de La Pesadilla para hacerle salir… Pero ¿y si no era así? ¿Y si alguien estaba en peligro? Solo, en la vasta negrura del vacío, entre una infinidad de hebras de sueño negro. Atrapado, tirando de ellas y desconocedor de que la maldad de La Pesadilla lo observaba. Como una araña que descansa en su red de seda, acechando a su incauta presa. Un escalofrío recorrió la esencia del tejesueños e hizo que todo su mundo se tiñera de un azul profundo. Tristeza. ¿Estaba en sus manos ayudar a aquel desconocido e incauto viajero? Dejó de trenzar ilusiones y miró el cielo. Más allá de las estrellas distinguía el entramado de hebras que conformaba su existencia. Bellas, pulcras. Debía averiguar qué pasaba. Encaminó sus pasos hacia la Frontera de Bruma, y se plantó frente a las Puertas Oníricas. Listo para marchar, una vez más, a El Exterior; donde moraba La Pesadilla. 131 Felices quince años por Daniel Pizarroso Marmolejo ¿Qué puede hacer que una persona deje de soñar? David Monfort se preguntaba eso. No es que la vida le hubiera sido demasiado cruel, ni que él fuese una de esas personas con mala suerte, no. Tan solo sucedía que David era muy egoísta y solo se miraba el propio ombligo, sin darse cuenta de que lo que él creía ser mala suerte era la vida cotidiana de las personas que viven bien, aunque tengan algún problema de vez en cuando. Su madre le llamó pero él la ignoró completamente. No estaba para nadie, era muy desgraciado. Le había salido un grano en la nariz y tendría que estar unos días sin salir, porque si no sería el centro de diversión entre sus amigos. Definitivamente, era un ser desgraciado. Su madre le volvió a llamar, esta vez más fuerte. –¿No me escuchas, David? Gonzalo ha venido a verte. Ahora sí que se sintió desgraciado David. Gonzalo, el líder de su pandilla, el que el otro día se había reído de una anciana porque había tropezado y pudo haberse caído si no llega a ser por el gordito de la pandilla, el que hacía de hazmerreír habitual. Gonzalo, el ligón de la pandilla. 132 No podía ser, el grano era el muro que los separaba ahora mismo. Gonzalo no podía ver su nuevo apéndice o la pandilla tendría guasa para rato. Cerró los ojos, deseando que el grano desapareciera de su vida, mientras intentaba pensar en que si desaparecía, él se portaría mejor con sus padres. No era normal que se portase como ahora lo estaba haciendo, y más sabiendo que él había sido la ilusión de la vida de ambos. Gracias a su nacimiento, muchos sueños se convirtieron en realidad; su venida al mundo evitó una ruptura casi inminente entre sus padres, ruptura que ahora mismo se avecinaba, y David era consciente de su culpa, pero no sabía cómo focalizar su amor, obteniendo el resultado contrario, un duro caparazón de desapego y de superficialidad que estaba destrozando tanto la vida de sus padres como la de él mismo. Pensando en ello, el joven David se dio cuenta de una cosa muy importante: mientras pensaba, el grano había desaparecido de su mente. Valientemente, decidió no mirarse al espejo, total, la mitad ya lo tenía ganado, no haría caso de su grano y tal vez Gonzalo ni se diera cuenta. Le empezaron a temblar algo las piernas, su valentía se tambaleaba, pero decidió ser fuerte. Abrió la puerta y se llevó una gran sorpresa. Tener quince años era fantástico, el mundo quedaba a los pies, pero… es la edad del acné, y si no que se lo dijeran a Gonzalo. El tan jocoso, bromista y duro Gonzalo, entrando tímidamente a la habitación de David con la cara llena de granos y de crema antiacné. Sin decirse nada, se dijeron todo. No volverían a burlarse de la gente por sus desgracias. Aún había esperanza. 133 Susurros al oído por Miguel Ángel Moreno Pérez Cuentan que los que no han visto nunca el mar lo han escuchado, al menos una vez, dentro de una bella caracola, por lo tanto, suprimo cualquier límite posible, incluyendo los inimaginables, y sigo soñando con los ojos abiertos… no vaya a ser que alguna vez me encuentre con uno de ellos y decida quedarse conmigo un tiempo más prolongado que una noche a su alba, y menos cuando se sufre de insomnio. Pienso en tierras vírgenes llenas de verde, rojo y amarillo, regadas de sonidos armónicos, donde el agua corra libre y sea tan clara que siempre se vea al fondo narrar el trasegar de los días. Un paraje donde las palabras vuelen sobre el viento serpenteante entre hojas y flores, allí donde las margaritas, hartas de ser deshojadas, directamente te digan en sus pétalos el nombre de quien está enamorado de ti para que nunca las vuelvan a dañar, ni tampoco dar falsas esperanzas, y el cielo sea como un lienzo del que dejar decenas de poesías colgadas. La noche, sin duda cien veces mejor que los días, con sus cálidos rayos sin demasiado sonido. Con miles de estrellas salpicadas como puntos suspensivos de los mejores poemas que nadie le susurró a la luna, mientras en su viaje continuo florece y se 134 pone mustia, solo para hacerla reír como una niña que brilla como el rocío al amanecer y nunca jamás se sienta sola allá arriba, porque los lunáticos visten todos los disfraces existentes desde Alaska a Rusia, pasando por Sevilla. No lloren más los niños, ni se mueran los abuelos, para que, al igual que un árbol milenario, no se pierda la historia desde que la sangre era fría hasta la actualidad, y sea un poco más justa la vida con aquellos que no vieron a sus nietos en su mala fortuna de irse antes de conocerlos. Sea plausible que el hambre sea un significado olvidado y tachado de cualquier diccionario, junto a la guerra y la pena…, porque todas las enfermedades se conviertan en parte del pasado al tener, ya, cura. Los políticos desaparezcan, también las fronteras y el color de la piel no importe, porque todas las sonrisas son un abanico entre el blanco y marfil. Sueño y me pierdo entre sus hierbas y bosques. Coleccionando animales a través de la retina, porque la pólvora ya solo se utilice en fuegos artificiales y vuelva la vida a llenarlo todo, eliminando el gris de las ciudades con el colorido de mil especies que alegren el mundo de nuevo, ofreciendo algo que contemplar en su algarabía, y dejar a madre cuidar de su naturaleza salvaje. Sonrío y me arropo entre las cálidas sábanas de la primavera, deseando con ilusión que mañana todo valga la pena, y si no…, ya vendrá el siguiente día con su noche, y en mi desasosiego, volver a fabricar con trocitos de arena y agua un lugar donde esconderse y jugar a contar historias que se tornen realidad. 135 Parábola de traficantes por Lola Schutz Cada vez con más frecuencia se oye hablar en los medios de comunicación acerca de una banda dedicada al asalto de sueños. Los sospechosos actúan de noche forzando puertas y deslizándose en los sueños privados. Una vez dentro, registran y sustraen cualquier objeto de valor, despojando a los dueños legítimos, llegando a provocar destrozos y todo tipo de desórdenes internos. Se dice que con el botín estarían construyendo un gran parque temático en Dubái, aunque lo más probable es que se dediquen al tráfico y a la especulación. Por el momento, se han creado patrullas de sueños, formadas por agentes vestidos de paisano, porteros y equipos de enfermería. Como medida cautelar, permanecen abiertas las veinticuatro horas las farmacias de sueños. Junto a los gánsteres y sicarios, han aflorado las aseguradoras de sueños y los grandes bancos de sueños, que ofrecen depósitos, préstamos y cajas acorazadas a sus clientes. Paralelamente, empieza a desarrollarse el mercado negro de los sueños. Junto a los monitores y a las videocámaras, la policía de los sueños ha colgado pasquines en las ciudades con los retratos robot de estos forajidos, que ya son objeto de una búsqueda internacional 136 coordinada entre los distintos ministerios de sueños. Los especialistas nombrados por los gobiernos han prescrito una serie de recomendaciones a la población, que sueña ya bajo estrictas medidas de seguridad. Sin embargo, según informan fuentes policiales, ninguna de las medidas adoptadas alcanza. Los ladrones acechan donde menos se los espera, y siempre acaban escapando por una tapia o ventana, con un saco lleno de sueños robados. En su lugar, acostumbran a dejar un puñado de perlas falsas. Es en ese preciso instante, cuando salta la alarma y la víctima queda dormida. –¿Qué soñaste anoche? –No me acuerdo –responderá de forma invariable. 137 Para mamá por Tatiana Gómez Sandoval Mamá, Te echo de menos. Hoy, como sabrás, ha sido mi décimo cumpleaños. Ya el tercero sin ti. Papá no se ha acordado, como es normal en él. Desde que te fuiste, ha empeorado. Se ha aislado a sí mismo en el alcohol y no le queda nada de cariño para mí. Yo creo que es porque le recuerdo a ti. Cuando me mira, lo hace con repugnancia. Mamá, quiero que sepas que te entiendo. Entiendo por qué te fuiste, incluso entiendo por qué me dejaste aquí, por qué no me llevaste contigo. No sé si esta carta te llegará, ni siquiera sé dónde enviarla. Solo pondré en el sobre «Para mamá», con la esperanza de que el cartero sepa dónde estás, porque yo no lo sé. Aunque las cosas por casa no estén bien, sigo soñando, ¿y sabes por qué? Por Dallas. ¿Te acuerdas de él? No sé cómo, ni cuándo, lo conocí, solo sé que siempre ha estado ahí. A mi lado. Él también tiene problemas en casa, y cuando nos reunimos me promete que me llevará lejos de aquí, a un lugar seguro. ¿Y sabes qué, mamá? Confío en él, y sé que lo hará. Quizás me lleve hasta ti y podamos estar juntas otra vez y no separarnos nunca más. Porque te quiero y quiero estar contigo. 138 Así me despido de ti, con ilusión, porque sigo siendo esa niña risueña que hace tres años dejaste atrás, y te prometo, mamá, que te alcanzaré. Te quiere, Tu hija, Blaire. 139 Año 4054. 21 de marzo. Primavera por Laura Rivas Arranz Querido diario: Hoy por fin he sobrevolado la ciudad en el utilitario. A las nueve en punto no me ha quedado otro remedio que aterrizar y entrar en la oficina. Me han puteado, como siempre. Da igual. Ha hecho sol y me he tomado un café cargado en las mesas de los jardines. Olía a campo en mitad de la ciudad. Todo un milagro. Luego, he volado hasta la residencia de mi padre; había ya demasiado tráfico en el aire y poco horizonte que mirar. Mi padre no me ha reconocido. Dicen que el tratamiento va a devolverle la memoria. Es un proceso lento; hay que esperar… He regresado triste a casa. He vuelto a pensar en lo bien que estaría mudarme al otro barrio. Vivir más al sur, con menos corrientes frías y más luz. ¿Seguirá en alquiler ese ático pequeño con vistas al sol poniente? Solo con salir a esa terraza a leer un rato, a desaparecer al aire hasta que el sol caiga, bastaría para soportarlo todo… 140 -Utopíapor Laura H. Mastracchio de Delponte Hoy por hoy, en espera de la utópica marea, ninguna orilla es mi orilla; ni siquiera alcanzo a percibir el aliento salobre del mar. Mas doy fe de que allí está, y aunque lo sé lejano, no dejaré de intentar encerrar entre mis manos su cálida espuma casual. Hoy por hoy, pretendiendo de los pájaros el vuelo, ningún cielo es mi cielo; ni aún logro comprender la gloria de su azul infinidad. Mas él conoce bien todos los sueños que sueño -no son grandes, no son pocos-, y aunque me acuse de loco, como ave me verá volar. Hoy por hoy, con la mirada en ningún cuento es aún no he podido de oro la olla y busca del gran arcoíris, mi cuento; encontrar su duende al final. 141 Mas ¿he de ver algún día la hora de la recompensa? Dicen mar, cielo y tierra: «Sólo obtendrá lo suyo aquel que por sus sueños haya querido luchar». 142 -Utopíapor Leonor Cortina Estás volando. Giras, fuera de control, sujeta por el cinturón que impide al vértigo lanzarte del auto. Tus lentes, las monedas y el teléfono giran contigo. Te dices que es un error; que esto no sucede a quienes se lavan los dientes todos los días. No entiendes por qué el auto, en lugar de saltar, obediente, las boyas que te separaban del camino, ha rebotado contra ellas como si fuera un inútil juguete de hojalata, y, habiendo embestido el muro de contención, ahora responde a un mandato ajeno a ti. No adviertes la fina lluvia de cristales. Con cada vuelta, todo cambia de lugar, se reacomoda, como en un caleidoscopio. Tal vez gritas, pero no tienes forma de saberlo. Los sonidos no existen. La adrenalina tiene a raya al pánico, y tu mente reconoce la posibilidad nula de tomar control. Lo único cierto es que giras. Que nada puedes hacer. Porque a este vértigo, el recibo de la luz, los zapatos viejos y las comidas balanceadas le tienen sin cuidado. Con cada giro, todos los objetos suspendidos ocupan un espacio distinto, adquiriendo una relevancia diferente. Se reacomodan formando cuadros improbables. Las sonrisas de tus hijas, el mar, tu trabajo y la desesperanza se intercambian por tu cocina, el frío, un beso y la luna. El calor que 143 sientes cuando logras que las palabras adquieran nuevo sentido se mezcla con la frustración de caer en los mismos errores. La frescura de sentirte amada se entrevera con un olor impregnado a soledad. La certeza de cumplirte todas las promesas que te has hecho, con los pretextos. De pronto, los cristales integran una imagen de armonía, luz y encuadre perfecto tal y como tú la hubieras querido pintar. Pero en cuanto estiras la mano para atraparla todo gira otra vez y descubres que no te pertenece. Revives la experiencia de creer que has encontrado la clave que a todo da respuesta, para descubrir que ese código mágico es un espejismo, una ilusión perseguida por tu mente para eludir las verdades azarosas. Quisieras estallar. Romper el cuadro del que te has vuelto solo un detalle de color. Pero la emoción de volar, de estar suspendida en el aire sin destino cierto, te impulsa. Te dejas ir. El vértigo, que era nudo, se libera volviéndose cosquillas. Ahora, en lugar de estallar, quisieras ser pintura. Te dejas ir. Te vuelves arcoíris. El auto aterriza. Sabes que te encuentras a media autopista. Que de un momento a otro un conductor cualquiera puede arremeter contra ti. Nada sucede. Un espacio indefinible de tiempo se las ingenia para escurrirse de la calamidad. Llenas tus pulmones con más aire del que habías pensado que pudiera caber en ellos. La lluvia de cristales descansa silenciosamente a tus pies. Sabes que artesano alguno será capaz de reconstruirlos para formar el vitral que tú imaginas. Pero no importa; respiras, y eso es todo lo que necesitas para dejarlos atrás. 144 El libro por Laura Hernández No tengas miedo, no te soltaré, tus manos se unirán a las mías de una manera indivisible. Cierra los ojos, confía en mí, te llevaré a un lugar único e irrepetible que verás y sentirás por primera y última vez, donde conocerás infinidad de seres, los llegarás a conocer más de lo que se conocen ellos mismos; algunos serán perfeccionistas, irritantes, optimistas; otros podrán ser inquietos, mentirosos o maléficos; quizá encuentres a alguien que se parezca algo a ti, pero recuerda que esto es solo de paso. Podrás viajar a cualquier lugar, no habrá fronteras; te llevaré al helado Polo Norte donde sentirás el frío calar en tu cuerpo, al silencioso desierto del Sahara donde el sol será tu único acompañante o a las frondosas selvas de América donde el color verde te perseguirá durante días; el destino lo eliges tú. El tiempo ya no será un rival; no habrá pasado, ni presente, ni futuro. Te guiaré por mil y una situaciones, pero no temas, sabré esquivarlas. Caballeros luchando con sus enormes espadas de acero, aventureros en un busca de algún tesoro escondido…, conocerás el secreto mejor guardado y sabrás de antemano quién fue el asesino. 145 Reirás, sentirás amor, temor, complicidad, alegría y tristeza. Durante muchos días seré tu mejor amigo, y, si quieres, también podré ser el de muchos más; aguardaré impaciente a que alguien se decida a adentrase en mi mundo. Puedo ser tu acompañante en el tren, o quien te de las buenas noches; tú decides cuándo volver. Este trayecto no tiene fecha exacta de fin, tú decides cuándo es el fin, y cuando lo decidas te tendré que soltar y dejarte ir, pero no te preocupes, si lo deseas, otro viaje pronto emprenderás. 146 A mi hija por Luciana Popovich Crnojevich Me dibuja y desdibuja la escritura. Me envuelve y desenvuelve con ternura. Me llama y me despide con un beso que no llega a mi cintura. Me aclama y me reprocha con sus ojos de mesura. Me emociona y desenfrena con su ser, que es todo frescura. Me rompe y me lastima con sus lágrimas de armadura. Me seduce y me desborda con sus gestos de aventura. Me serena y se armoniza con mi canto que es de cuna. Me enamora con su alma que es mi amor y mi locura. 147 Ella por Luciana Popovich Crnojevich Y si ella acude a ti, romántica, seductora, inoportunamente suave, para alejarte de mí, y de ti. Pueda darse por enterado, compañero, que no le temo, no le temo, aunque no quisiera yo que sus letras me abandonen, aunque no quisiera yo sentirme tan desnuda en las largas madrugadas, y aunque no quisiera yo oler la soledad de mis mañanas, entre mis sábanas arrugadas. Pero no le temo, no le temo, porque esto que hoy nos une va más allá de la vida, y está también allí fuera, en la muerte, porque cuando dos almas se miran dejan sus cuerpos para siempre. Así que, compañero, sepa usted, no temo a que la muerte se lo lleve, pero por ahora, le ruego que se quede. 148 -Utopíapor Luis García Serrano Que me duele verte así, misma adusta perspectiva, no permite que tus brechas sean cerradas, sean cosidas. De pestañas adentro sueño, perennizar en tus rutinas, volver tu pecho permeable, dormir contigo de por vida. Y conseguir en fatuo intento que tus hilos sean mis hilos, y que se cosan, lentamente, mi saliva y tus sentidos… 149 -Utopíapor Àngels Torra Rial Está oscureciendo, un aire gélido sopla con fuerza. Mis pasos se aceleran, atravieso el puente de piedra; el sonido del agua hoy no me tranquiliza. Llego a una calle estrecha; sus casas viejas y oscuras me parecen fantasmas. La tenue luz de las farolas acompaña mis pasos. Al final de la calle, la veo: una gran puerta de madera con un hermoso picaporte de hierro. Al llegar delante, un escalofrío me recorre el cuerpo, y no es precisamente por el helado ambiente que reina esta noche. Llamo al picaporte, los golpes resuenan en el interior, unos pasos lentos, un suave roce al correr la rejilla, unos ojos oscuros me observan detrás de ella; finalmente, la puerta se abre. Una mujer de edad indefinida y facciones dulces aparece detrás de la misma. Un gesto con la cabeza me indica que pase. Lo que se abre ante mis ojos, tras cruzar el umbral, me deja atónita… ¡Estoy en una preciosa y antigua sala de cine! La mujer me acompaña hacia el patio de butacas y me indica que tome asiento. Las luces se apagan y en la pantalla aparecen unas imágenes que me sorprenden. Con una dulce música de fondo, en un primer plano, me veo a mí misma sentada en la arena de una 150 playa, leyendo un libro, mientras una suave brisa acaricia mi pelo. Al fondo, una casa de madera con grandes ventanales. Cambia la escena y me veo dentro de la casa, en una estancia llena de libros, con un escritorio donde estoy escribiendo en el ordenador. En la siguiente escena estoy en un acto público presentando un libro… ¡un libro del que yo soy la autora! Otra escena, esta vez en la casa, rodeada de mis mejores amigos, celebrando algo. En la pantalla veo mi cara que refleja felicidad. Mis amigos me abrazan, me besan, brindamos. La imagen de la pantalla se va difuminando hasta desaparecer. Se encienden la luces del cine y me siento perpleja; lo que acabo de ver son… mis sueños, mis utopías, mis deseos. ¿Cómo puede ser? Estoy sorprendida, pero verlos plasmados en la pantalla me ha llenado de una fuerza que antes no tenía. Sé que los sueños se pueden hacer realidad, que todo depende de uno mismo. Quizás no llegue a tener una casa al lado de la playa para poder leer sentada en la arena, con una biblioteca llena de libros y un escritorio con vistas al mar donde poder escribir mis obras. Pero lo que sí tengo es motivación, ganas de trabajar y grandes amigos con quienes compartir mis penas y mis alegrías. Me levanto de la butaca y miro a mi alrededor; no veo a la misteriosa mujer por ningún sitio. Me dirijo a la puerta, salgo a la estrecha calle. Las casas ya no me parecen tan fantasmagóricas, la luz de las farolas es ahora más clara y el aire más cálido. Camino con paso firme y decidido. En cuanto llegue a casa, empezaré a escribir. 151 Aún por Manuel Vega Palma Aún retumba la multitud como un eco lejano, como tambores rasgados de cuarteada piel humana en las sienes ausentes, solitarias y tímidas. Aún quema el sol después de lo oscuro, y los disimulados párpados bailan una silenciosa letanía oculta entre voces y risas grotescas. Aún los protectores bolsillos alojan unas manos inciertas, buscando la verde firmeza de un fugitivo aplomo aterido, escondido entre las costuras más internas. Aún vacila el débil dibujo de una nueva sonrisa incolora y perdida. Aún se amagan los dientes medrosos y apretados. Aún se traga saliva. 152 Pero, al fin, me agarro a tu mano, esa puerta amable y libre, y ponemos distancia alejándonos montaña arriba, acurrucándonos al silencio, sin que nadie nos lo prohíba. Y es que…, aún estás tú… Aún estás tú. 153 Hoy, ayer, Ruanda por María Cendán Recuerdo que era un tres mayo de un no tan lejano mil novecientos noventa y cuatro. Sabía que, a partir de ese momento, el periodismo dejaría de ser un entretenimiento para mí, llegando a ser un intento de mostrar una realidad que marcaría mi vida. Me llamo Paul. Soy periodista. He llegado a los treinta soñando con ser un presentador de fama. He pasado de los treinta queriendo dar voz a los que han silenciado un día por el color de sus ojos. Ruanda fue el lugar donde descubrí el brillo de una tierra que encubría entre su polvo al horror del ser humano. Dos grupos étnicos enfrentados. Hermanos que se mataban porque sus rasgos eran diferentes. Familias destrozadas. Parecía estar viviendo una obra de teatro sacada del dramaturgo más esperpéntico que hubiese conocido. Las palabras no podrían describir el olor a odio y la impotencia dibujada en las miradas de aquella gente que no sabía por qué luchaba, pero mataba. Empecé a caminar por los senderos de la ciudad cuando, de pronto, me encontré a una niña tutsi con mirada perdida. Me cuenta que la acaban de violar. Se llamaba Tamar y ha perdido el habla. No sabía qué decirle. ¿Qué se puede dar a una niña que le han robado el derecho a la infancia? Seguí caminando y, al entrar en una casa, una familia comía lo poco que habían podido traer. Bulabula, la 154 joven de la familia, me acercó un plato. Sus ojos no se separaban del suelo. Había sido apresada por las fuerzas hutus. Era una prisionera de guerra sometida a la tortura y a una incertidumbre sobre su final que solamente se aliviaba con la esperanza de que acabase pronto. El abuelo de Bulabula, Mogambo, había sido un refugiado durante la matanza. Salió del país que lo había visto nacer para descubrir, años después, una tierra en la que no había vida. El cinco de diciembre de mil novecientos noventa y cuatro, acompañado por John, miembro de un misión de la ONU en tierras ruandesas, entro en territorio hutu. Allí conocí un hombre que entre sus manos había tenido el destino de millares de vidas. Se llamaba Pierre. Siempre venía acompañado de su mano derecha, el teniente Serrant. Pierre marcaba con su mirada a aquel que se atreviese a contradecirlo, y Serrant apretaba el gatillo. Nadie había tenido la opción de hacerles frente, y eso les hacía más fuertes. Salí corriendo de aquel lugar. Su mera presencia me traía a la memoria las imágenes de violencia y dolor que tantas veces había visto en mis clases de periodismo. Gente como ellos eran los culpables, y quién sabe si en algún momento se haría justicia. Mis pasos me llevan a un hospital de campaña. Justo en ese momento llegaba un coche del Samur, seguido por dos miembros del CICR, Marta y José Juan. Ellos me explican cómo llevan el día a día en un lugar que sobrepasa la crueldad. De repente, aparece un militar vestido con un traje de camuflaje. Parece que nadie se inmuta hasta que levanta su arma y dispara a dos hombres que estaban en medio de sus pasos. Se llama Joaquín y es el peón de Pierre y subordinado de Serrant. Mis labios son incapaces de balbucear una palabra, pero alguien lo hace por mí. Una voz radiofónica se escucha desde el transistor 155 de un niño que se esconde debajo de una camilla. La que se escucha es Nowamba, periodista de la radio de las mil colinas y temida por todos. Sus palabras eran dardos que herían, que mataban. Su testimonio era la retransmisión de aquellos que tenían entre sus manos los hilos de la tragedia. Su único objetivo era difundir el mensaje de odio sobre el enemigo. Su medio era la radio; su instrumento, la palabra; y su deseo, el miedo. Cerré los ojos y prometí. Prometí que mis palabras nunca harían marcar con dolor la piel de nadie. Prometí que el periodista que yo llevaba dentro nunca difundiría un mensaje en el que no creyese. Prometí que la realidad que estaba viendo no quedaría silenciada. Prometí que el humanismo se volvería humano y que el culpable vería su destino entre las manos de la justicia. 156 Ojalá que la espera no desgaste mis sueños por María Mercedes Mason ¡Qué calor! En la playa Fernando de Noronha, en Brasil, después de haber caminado por la selva, cansada. Tirarme en la arena. Mirar el cielo despejado. Por suerte, en la playa solo estamos mis amigas y yo. No hay nada que pueda arruinar el momento, ni siquiera una amistosa guerra de arena. Estoy en la orilla, tranquila, cuando alguien me llama; me están empujando ahora, ¿qué pasa? –¡Ghia! ¡Ghia! ¿Estás acá? Ponte en tema, ¿qué es lo que acabo de decir? Historia. Odio esa materia, pero por lo menos hoy no me quede dormida… –Disculpe, profe, no estaba prestando atención –otra cosa no puedo decir. Siempre pasa lo mismo, no puedo dejar de soñar con que los chicos me quieren, con que soy hermosa. Supongo que será para subir mi autoestima, la cual, hasta hace unos años, no estaba muy arriba que digamos. Félix, uno de mis mejores amigos, me mira con cara rara. Está sentado al lado mío; ahora me pregunta si otra vez volví a soñar con tierras no tan lejanas de donde estoy, pero que posiblemente nunca pise. ¿Ilusiones falsas? Me encanta, supongo que me atrae pensar en cosas que no voy a tener, o que nunca van a suceder; desear momentos y objetos que 157 no existen, o parecen inalcanzables. Desde mi lugar, sentada al lado de una ventana, con mi carpeta abierta, lapicera en mano, estoy mirando a una mujer alta parada en frente de la clase, con el pelo quemado de tanto plancharlo, pero necesito una buena excusa para distraerme, y esa es torturarme con anhelos. Fantasear con viajar por el mundo: andar en barco por las calles de Venecia, montar un elefante en algún lugar de Tailandia, nadar con tiburones en Australia, visitar las playas del Caribe, las ruinas de Machu Picchu, y muchísimas ambiciones más son cosas con las que normalmente me entretengo. Tener un novio de España con el que pasar el tiempo acostados en una hamaca paraguaya, al final de una montaña… ¡BASTA! Estoy en historia, viendo la Revolución Francesa, no pensando en chicos y viajes. Pero, bueno, por algo se empieza, ¿no? Comenzamos planteándonos proyectos, pensado en utopías, nos esperanzamos y nos proponemos hacer todo lo posible por hacer realidad esas ilusiones. Queremos escapar de la realidad que nos rodea y buscar nuevos límites, nuevas tradiciones. Las fantasías nos dan propósitos para vivir, trabajar, amar, caernos y levantarnos. ¿Y por qué no valoramos lo que tenemos? ¿Qué pasaría si pudiésemos hacer todas las cosas que nos proponemos? ¿Llegaríamos a conformarnos? ¿Por qué nos aburrimos tan rápido de nuestro derredor? Queremos cosas que no tenemos, que no tuvimos pero que puede que tengamos en algún momento de la vida. Y si no llegamos a tenerlo, va a seguir siendo nuestra imaginación un buen recurso para fingir que lo poseemos, porque la imaginación es algo que no acaba nunca si la ejercitamos, es nuestra única vía de escape del mundo real. 158 Algún día por Maribel Segado Martínez La suave brisa, acompañada del aroma de la sal marina, juega atrevida con mis cabellos. Peleo con ellos para que me dejen observar el horizonte y vislumbrar cómo el sol se retira hacia su descanso nocturno, perdiéndose bajo el océano. Se despide de mí a través de sus últimos rayos. Otras manos conocidas me ayudan y anudan mi pelo. Le miro y le sonrío. Me mira y sonríe, con esa sonrisa que hace eclipsar cualquier lugar, cualquier pensamiento, cualquier otra cosa que no sea él. –Es hora de entrar –me dice, mientras me conduce hacia dentro. El débil silbido del girar de las ruedas sobre la madera ya apenas me molesta y pienso que otro día ha pasado, otro día más. Aún no he perdido la esperanza. Y sé que él tampoco. «Algún día, sí, estoy segura de que algún día podré volver a caminar». 159 Y yo aquí, echándote de menos por Marta García-Pons Si es que la cosa está muy mal, que todo el mundo lo dice. Todo el mundo, todo. Cada día, cuando salgo a pasear, ya sabes, esa caminata de rutina, ¡ay! ¡qué triste me pongo! Camino y solo veo miradas perdidas, de esas que siguen a un sueño roto. Tal vez una mueca gruñona de hastío, de desesperanza, llama más mi atención, y la verdad es que me parece percibir más felicidad en las palomas. Y mientras, yo, aquí, pensando en ti. Tengo la sensación, a veces, de que realmente voy a caer en ese pozo, ese túnel sin luz al final que te dice que no vas a ser mucho más que un ente existente el resto de tu vida. ¿Qué nos han robado? ¿Realmente pueden arrebatarnos la esperanza o, simplemente, depende de nosotros? Un empujón de alguien muy enfadado con quien me cruzo en el camino me sacude de nuevo y mi fe vuelve a ser trémula. Pero es que te echo de menos y me acuerdo mucho de ti. ¡Ay! ¿Qué sé yo? ¿Soy una ilusa y voy a darme el morrón, como tantos me dicen, o es este el camino correcto y sin duda saldré adelante? Hay quien me apunta que solo el miedo puede paralizarme, y es que ¡no puedo evitar creérmelo! Camino y camino, y observo. Y me gustaría regalar, a veces, mis ojos para que todo el mundo viese lo mismo que yo. ¡Cuánta belleza oculta! Está delante de nuestras narices, pero la nube negra de 160 la rutina no nos deja verla… Veo los brotes verdes entre el gris del asfalto, esas flores que cuelgan como racimos de los árboles, los dibujos que el viento hace en ese ciprés solitario, calcando un cuadro de Van Gogh… «¿Es posible que todo esto no sea visible? ¿Y de qué me sirve sentirlo?», me preguntan, pues ya asumen que vivo en mi mundo feliz e irreal… Pero yo respondo: «¿Es esta vida realmente vida sin toda esa beldad? ¿No es acaso un regalo?». Tú me lo enseñaste, me revelaste el secreto para ver toda esa magia. Dos almas solitarias se tuvieron que encontrar. Llevándome de la mano esas frías tardes de sábado, me mostrabas todos los secretos que solo un espíritu verde y salvaje sabe. Y pasamos tanto tiempo acompañándonos en nuestra soledad, y tanto se me grabó que no puedo evitar ser lo que soy. Lo mismo que tú. Y así conozco la belleza, y tengo esta esperanza y el anhelo de un sueño en mi corazón, perdida, sin ningún remedio que me pueda curar. Hace más de un año ya que te fuiste, y sin embargo cada día me das la mano al despertar para levantarme y seguir luchando por lo que quiero. Sin quererlo, me llenaste de utopías que, poco a poco, van realizándose, y no me cabe duda de que allá donde estés lo ves, sonríes, pícara, y te sientes un poco más orgullosa de mí, mamá. 161 Un reto intangible por María Elena Sánchez Álvarez Desde hace unos meses, mi subconsciente, durante la noche, acogía sueños, ilusiones e imágenes plenas de felicidad. En ellas, veía a un hombre satisfecho de la vida, con una esposa enamorada y con dos hijos envidiables. Recordaba lo difícil que había sido conquistarla. Entonces, ambos estudiantes, nos resultaba tan lejano alcanzar lo que habíamos llegado a conseguir… Tanto Ana como yo teníamos un buen trabajo, los dos éramos profesores en la universidad. Veía cómo pasaba el tiempo entre nosotros y me hacía feliz ver nuestra complicidad y ese amor que se iba transformando en algo imprescindible para nuestras vidas. También aparecían mis hijos en esa edad difícil de la adolescencia, y recordaba todas las horas de juego que con ellos había compartido, viajes a la costa, castillos en la arena, tardes de chocolate con churros, cumpleaños en familia y un sinfín de cosas más, sintiéndome el hombre más dichoso del mundo por haber vivido esos momentos inolvidables. En las imágenes aparecía también la familia. Recordaba la última celebración de las bodas de oro de mis padres. Era estupendo ver la armonía que existía entre nosotros. Me preguntaba si esto ocurriría en todas las familias. 162 Pero hoy, cuando desperté, no recuerdo haber soñado nada. Al mirarme en el espejo, he sentido un escalofrío que me ha dado miedo. Me pregunto por qué, teniendo todas esas cosas que aparecían en mis sueños, aún no he conseguido ser feliz. 163 -Utopíapor María del Carmen Camiña Vázquez No tenía sueño, así que dejé a mi compañero profundamente dormido y subí al ático. Abrí una de las ventanas del tejado, me tumbé y observé el firmamento. Un cielo negro y lleno de estrellas que brillaban sin parar. Sabemos que, aunque no las veamos aquellos días en los que las nubes las tapan y nos impiden disfrutar de su brillo, siempre están ahí. La felicidad también es tapada por nubes de dificultades y sacrificios, pero eso no significa que no exista. También está, como las estrellas, esperando a que la destapemos para disfrutarla. Si cada estrella representase un deseo diferente, y cada persona pudiese escoger formar una constelación, nos daríamos cuenta de lo diferentes que somos a la hora de buscar la felicidad. A unos les bastaría con un par de estrellas que brillasen con amor para disfrutarla; mientras que otros necesitarían todas las estrellas, y ni así encontrarían la felicidad, porque las taparían con negras nubes de ambición y egoísmo. Envuelta en aquella paz nocturna, con el canto de los grillos como música de fondo, dejé que mis pensamientos divagaran entre nuevos y viejos mundos, entre estrellas que nacen y estrellas ya muertas, de las que aún podemos ver sus últimos destellos. Pensé en lo pequeños que somos dentro de la inmensidad del Universo; en lo maravilloso que es 164 sentirlo y disfrutarlo; en lo corta que es la vida y lo poco que, a veces, se valora y se disfruta; en lo idealizada que está la felicidad; en lo inaccesible que parece cuando la realidad es que mora en nosotros, esperando a que la encontremos en cada persona a la que admiramos y amamos; en cada día de trabajo bien hecho; en cada momento que vivimos… Y, entonces, pensé en todas las personas que forman o han formado parte de mi vida, en los momentos que he vivido, en cada logro conseguido, en cada paso que he dado para llegar adonde he llegado, en cada momento disfrutado…, y sonreí… Quizás, la felicidad tan solo consista en vivir con intensidad todos aquellos momentos que te hacen sentir bien contigo misma… Carpe diem. Y, en la soledad de la noche, me sentí acompañada por miles de personas que buscan la felicidad en cosas tan sencillas como el mero hecho de estar allí, tumbada en el suelo y disfrutando de la tranquilidad de ese momento, de la inmensidad del Universo y los buenos recuerdos… Fue, entonces, cuando descubrí la felicidad que mora dentro de mí. 165 Tan lejos, tan cerca... por Miguel Ángel Pezoa Zúñiga Cada cierto tiempo, tu imagen se hace recurrente en mi memoria; tu mirada, tu sonrisa, tu rostro se va adueñando de mis recuerdos. Vuelves en cada nota de aquella canción, que tantas noches tuve que escuchar a solas, mientras las sirenas de la policía secreta circulaban en silencio por las calles de Santiago. El saber que estuviste a una llamada de mí, antes de partir a ese viaje que solo se hace una vez y no tiene regreso; saber que estás tan cerca de mi casa y no poder verte…, ¿cuántas veces te recordaré y cuántas más deberé volver a olvidarte? Los pocos días que compartimos ese año en que todo era hoy, no teníamos seguro el mañana, vivíamos los minutos a mil por hora las veinticuatro horas del día, éramos tan frágiles y tan fuertes a la vez…; la noche podía caer en cualquier momento, las vidas de nuestros amigos no estaban aseguradas, tampoco la nuestra…; pero ahí estábamos, luchando contra la tristeza de esa dictadura, jugando a ser felices, a amarnos; jugábamos a vivir y triunfamos. Soledad, cuántas veces sentí tu mano en medio de alguna marcha, al calor de una protesta; cuántas veces eran tus ojos los que miraban durante la noche cuidando mis pasos…; en cuántas canciones te canté; en cuántos escenarios te nombré. Tan cerca estás hoy, y tan lejos te has ido; tu voz retumba en mis oídos, y tan silenciosa has 166 quedado; tan luminosos se ven tus ojos, y tan apagados los dejaste… Soledad. Cuando quieras visitarme en el silencio de la noche, la misma que nos cubrió aquel día de reencuentro, cuando fuimos dos nuevamente, y la ciudad nos recibió en sus entrañas, cuando te di mi insignia de las Juventudes Comunistas para que me recordaras. Si puedes visitarme, cruza mi camino en silencio, solo yo te veré, como ese día en Alameda con Mac Iver… Ahí estabas, silenciosa, sola, triste y con tu mirada perdida, hermosa, intacta… Eras la niña hermosa de esos años de fines de la dictadura. Soledad, quizás estuviste a una llamada de mí, quizás hoy estás a unas cuadras de mí…, pero estás en cada momento, en cada nota de aquella canción, en cada verso de los muchos poemas que te escribí y nunca lo supiste; estás en cada lágrima de nostalgia que rueda cada cierto tiempo… Quizás estuviste a una llamada, quizás…, quizás. Aquel año, septiembre comenzaba contigo y tus ojos iluminaron todo el mes, desde aquella tarde al salir del liceo; la avenida Matta nos acogió, y durante esos días fue nuestro cómplice cuando, de la mano, iniciamos el caminar compartido… Soledad, no sabes cuánto te extrañé durante tanto tiempo, cuánto me duele tu nombre y cuánto has vivido en mí. El siguiente escrito lo hice hace muchos años atrás…, no sabía que algún día tendría tanto de real: «Soledad, no están tus ojos y una vez más, lloras en rostro ajeno que invierte… tu sonrisa. Soledad de manos frágiles azules, me abrazas fría…». Soledad, estás tan cerca de mí y tan lejos… Ojalá hubieses hecho esa llamada aquel día antes de partir. 167 Donde creas por Nenu Rubn Sentado en lo más alto, él no dejaba de observar. Entraban multitud de personas que pedían, rogaban o se arrepentían. Un día, él me invitó a observar. Siempre me intrigó cómo se vería todo desde aquel lugar. Me había reservado una silla, y allí me senté. Cogí un zumo de una pequeña nevera que había justo al lado. Entonces, comenzó a hablarme de aquellas personas: «La señora de negro anduvo descalza casi dos kilómetros en señal de sacrificio», «la joven de la mochila viene todos los días al salir de clase», «aquel otro hombre lo deja todo para encontrar un hueco y venir a visitarnos». –Entonces, ¿están todos salvados? –le pregunté–, ¿tendrán una silla como esta y un zumo en la mano? Se levantó en ese momento y, después de dar unos pasos, me dijo: –Solo cuando sepan que no con venir es suficiente –ante mi gesto de desconcierto, siguió explicándome–: Cuando vienen a pedirme, pienso: «Yo no puedo hacer nada por vosotros, sois vosotros los únicos que podéis hacer algo por vosotros mismos». –No acabo de comprenderte –le dije. –Mírate a ti y piensa en cómo eras cinco minutos antes de tu accidente: no creías en mí. Pero a mí eso no me importó, ya que siempre creíste en ti. Y por eso hoy estás sentado a mi lado. 168 Mírame a mí por Melina Álvarez Mírame a mí con la misma coquetería de un chiquillo al hablar, clava tus ojos donde los míos con la misma fuerza, emprende para mí también la conquista donde mi ser desfallezca; ojos que destilan seducción, clava los tuyos en los míos. Mírame a mí con la misma intensión de seducirme, sopla sobre mi cuerpo con tus pestañas y encántame con ellas, haz que de tus labios brote la cadencia de tus palabras, embrújame con ellas hasta que mi cuerpo entero se derrita. Mírame a mí y escucha cada sílaba con la misma atención que al resto, escudriña en mis oraciones y presta todos tus sentidos lo mismo que al resto, escúchame decir cada palabra, siente mis deseos lo mismo que a otros; sonríe al hacerlo, halla en mí lo mismo que en el mundo encuentras. Mírame a mí, sigue el contorno de mi cuerpo con esa misma mirada, mira y vuelve a hacerlo mientras mis muslos andan lo mismo que al resto, deséame al mirarme, pues lo que ves te ha sorprendido, mírame, corre por mi cuerpo con ese mismo deseo. Mírame a mí, hazme sentir que el mundo se aleja. Energía que brota entre tu pecho, roba mi aliento, abre tus ojos expectante, lo mismo que con el mundo; hazme sentir lo mismo que a él, mírame a mí. 169 -Utopíapor Pedro Gamarra Anguiano Ese día de mayo pensé que podía ser verdad, que esta vez sería de verdad, ya no dolía la herida del pasado; el tiempo la había cerrado y ya no dolía aunque la rozase con antiguas imágenes de cómo fue. Sentí que una pared se había interpuesto entre mi pasado y ese día, una pared que separaba lo que fue y lo que sería mi existencia; sentí que podía existir alguien que volviera a iluminar mi vida, una persona que fuera diferente, distinta, una persona que a los pocos minutos de estar junto a mí, y solo con tocar mi mano con sus dedos, hiciera que cada terminación sensitiva de mi piel se tensara cual arco a punto de lanzar una saeta y clavarse en el punto exacto donde mis ojos se sentían incapaces de retirarse. Era fresca, risueña, pizpireta, pero firme; era clara, segura, directa, pero reticente, quizás porque también tuvo una herida, o mejor dicho, tenía una herida que todavía sangraba. Pero los dos teníamos la misma ilusión, por eso estábamos ahí, buscando algo diferente si existía, encontrar algo que nos hiciera ver que el pasado fue un error y que todavía se puede ser feliz, que todavía existe ilusión entre un amanecer y un anochecer; por eso estábamos allí, haciendo de esos minutos un prólogo de una gran historia. 170 Lo di todo, lo reconozco, no me importó; lo hacía porque era feliz haciéndolo, porque veía su cara iluminada y sus ojos brillar, porque la veía feliz, porque su preciosa sonrisa, de parecer hueca y fría, pasó a ser un arcoíris de vida y frescura. Lo di todo y no reniego de ello: di mi tiempo, mi compañía, mis pensamientos, mi seguridad, mi apoyo, mi… todo; y hasta le di lo que ella me pidió: le di su espacio, su tiempo, su espera, sus ilusiones y sus metas. Nos enseñamos lo que no sabíamos y aprendimos lo que ignorábamos. Yo fui feliz siempre; creo que ella a momentos. Y, como pasa cuando te lanzas por una ladera sintiendo solo la frescura del aire en tu cara, súbitamente te das cuenta de que en esa ladera hay piedras ocultas, que de repente, y sin saber cómo, empiezan a sobresalir. Oh, ciego de mí, de nuevo tropecé, de nuevo no las vi, de nuevo caí y la sangre fluyó. La ilusión, el sueño y la esperanza de un amor diferente desaparecieron; la ilusión de que mis «te quiero» recíprocos «te quiero» son se esfumó, y solo quedó, de nuevo, ese amargo sabor de corazón. Pero ¿sabes, Universo…?, cada anochecer no perderé ese sueño de encontrar una mano, una mirada y un te quiero que nunca más me hagan sangrar; y cada amanecer no perderé la alegría de que ese día será el día donde a otra persona mi felicidad pueda regalar; y su vida de ilusión, sueños y esperanzas yo pueda llenar, porque te prometo, Universo, que me volveré a enamorar. 171 Eres lo que enseñas por Miguel Ángel Carroza Barroso Cortó la rosa pidiéndole perdón por arrancarle su vida de un plumazo y la flor no opuso resistencia, simplemente le dio las gracias a Dios por la oportunidad de experimentar esa preciosa existencia de planta. Tenía tantos recuerdos… Parecía que había sido ayer cuando abrió sus pétalos y sintió por primera vez las caricias del sol y del viento. Y el agua. ¡Ah! Le encantaba recibir el rocío refrescante de la mañana en sus hojas y sus nutritivas sales minerales en las raíces. ¡Qué maravilla! La naturaleza es perfecta. Era un ejemplar privilegiado y se sentía muy dichosa por ello. Desde su lugar en el jardín observaba a compañeras confinadas en macetas y ubicadas en zonas oscuras de un patio sin arena. Le daba pena pensar que aquellas nunca conocerían la libertad de hundir las raíces en la profundidad de la tierra, que nunca serían despertadas por los primeros rayos del alba y, lo peor de todo, que algunas incluso jamás verían las estrellas. El universo era lo que más le fascinaba. Creía que quien no ha visto nunca las estrellas no puede comprender quién es él, realmente, por completo, pues siempre quedará huérfano de una parte de sí mismo. Ella había vivido noches increíbles en las que le era imposible contar todos los astros que resplandecían en las alturas. 172 Era hermoso ser parte de algo tan bello. Sabía que para el Creador lo más grande no era más importante que lo más pequeño. Al final, todo se reducía a un puñado de átomos, y cada átomo era sagrado porque provenía de la misma fuente. ¡Cuánto amor circulaba por el aire y se extendía a la velocidad de la luz por el espacio! ―Te perdono ―le dijo a la mano que portaba la tijera. Estaba a punto de cumplir la misión de su existencia. Había decidido nacer como rosa para enseñar amor y en pocos segundos su deseo se vería realizado. Las flores de las sombras, que nunca habían visto las estrellas, enmudecieron de miedo al ver cómo su amiga era brutalmente separada de sus raíces. Moriría. Y temblaban imaginando que ellas podían ser las siguientes. Miguel se acercó, con sigilo, a la cama. No quería despertar al ángel que todavía dormía debajo de las sábanas. Lo más importante de su vida descansaba serena y él quería ser lo primero que viera cuando se abrieran sus ojos. Llegó el momento. Uno, dos y tres pestañeos. Un bostezo. Y la grata sorpresa de ser observada por la mirada con la que había estado soñando. ―Te amo ―le entregó la rosa junto con un beso de posdata en la mejilla. ―Yo también te amo ―tomó la flor y se sintió la persona más afortunada del planeta. Misión cumplida. Regresó a su hogar, satisfecha. 173 -Utopíapor Mihaela Valeanu Un día me desperté con un deseo inmenso de conquistar el mundo, de encontrar la felicidad… ¡Una tontería, y grande! ¿Qué mundo se tiene que conquistar para que se encuentre la felicidad? ¡Sencillo! Cada uno tiene que conquistar su mundo…, sí. Y el mío está lleno de esperanza de que un día llegaré a pintar mis sueños y a transformarlos en mi obra maestra. Cada día que toco con mi pincel el lienzo en mí nace alegría, una mezcla rara de euforia e inquietud. Siento que dejo poco de mí en mis movimientos de muñeca y gano un poco de magia; y siempre, pero siempre, nace una sonrisa. Una sonrisa bonita que quiero compartir con todos; tiene colores alegres y vivos, muy vivos, que a veces derivan en un arcoíris y me cautiva, me llena y vibra en mi corazón más fuerte con cada pintura, más armónica con cada contemplación. Sueño con soñar y plasmar el sueño en una imagen que llegue en otros corazones que sonrían. 174 Un lugar lejos de aquí por María Ramos Pérez Afuera llovía y el cielo estaba de un gris plomizo. Sentada, con la cabeza apoyada en una mano, miraba a través de la ventana con ojos melancólicos. Qué ganas tenía de que todo cambiara… De repente, dejó de llover y el cielo gris dio paso a un cielo azul con un sol brillante, sonrió para sí misma y se dijo que esa era la señal que había estado esperando durante tanto tiempo. Se levantó, fue hacia la ventana y la abrió. Se quedó allí de pie un rato con los ojos cerrados mientras aspiraba profundamente el aire húmedo, disfrutando del olor que la lluvia había dejado tras de sí. Abrió los ojos y, con una sonrisa en la cara, pasó una pierna por el alféizar de la ventana y saltó al césped, todavía mojado. Echó a andar sin rumbo fijo, lo único que quería era alejarse de allí. Miró hacia arriba y vio pasar una bandada de pájaros volando por el cielo. Se imaginó siendo un pájaro que volaba por encima de la ciudad, sintiendo el aire en la cara, dirigiéndose hacia un lugar lejano. Batía las alas suavemente, meciéndose con la brisa, sintiendo, cada vez más cerca, el aire cálido; y de pronto, ahí estaba, bajo ella se extendía el mar. A lo lejos, el cielo y el mar se fundían en un solo azul, el ambiente olía a salitre, notaba cómo le recorría el cuerpo, cómo la felicidad iba inundando cada parte de su ser hasta llegar a su corazón que parecía a punto 175 de explotar. Oyó su nombre en la lejanía, pero lo ignoró mientras seguía contemplando la inmensidad del mar. En ese momento, se sobresaltó al notar que alguien le tocaba en el hombro y volvía a repetir su nombre; volvió la cabeza hacia su compañero mientras le pasaba la carpeta con el informe que necesitaba. Se enfrascó de nuevo en su ordenador y, a la vez que la lluvia golpeaba la ventana, se decía a sí misma que muy pronto todo cambiaría. 176 -Utopíapor Natalia García Martínez Lo siento, sé que no debí haberlo leído. No era mi intención, ya me conoces. Deambulaba por la casa, como hago últimamente; nerviosa, como gato enjaulado buscando algo…, una pista que me ayudase a resolver esto de una vez…. Sabía que en estas cuatro paredes, que tanto nos conocen, que han sido testigos mudos de mis lágrimas, encontraría la respuesta, y fue entonces cuando vi la nota, enterrada entre un montón de papeles desordenados, en tu carpeta verde. Era un papel más, algo que, seguro, ni recuerdas haberlo escrito; pero ya ves, ha pasado mucho tiempo desde entonces y ahora, la protagonista, lo está leyendo emocionada. Déjame que te transcriba unos párrafos para hacerte recordar: «(…) Amor, ¿me dejarán llamarte amor? Porque eso es lo que eres, mi gran amor. Por fin has llegado. Has tardado, pero ya estás aquí, dentro de mí, como un milagro. Tu padre te habla cada noche, hacemos planes sobre tu futuro, tu nombre, la decoración de tu habitación… Todo gira en torno a ti, personita pequeña. Nunca pensé que mi amor por él pudiera engrandecerse, y ahora puedo afirmar que se ha multiplicado. Soy feliz por tenerle, por tenerte, por ser tres. No sé cómo voy a poder aguantar la espera de nueve meses para verte». 177 Durante todo este tiempo no me lo has puesto fácil, y nunca te he pedido nada, he sido una hija ejemplar, pero ha llegado el momento de decir basta porque yo también tengo un deseo, un inmenso deseo: poder disfrutar de mi padre sin tus reproches, sin tus malos gestos, sin tu rencor. Necesito encontrar en ti algo, minúsculo, de lo que te hizo ser un día la mujer excepcional que me dice él que fuiste. 178 Sueños, deseos, ilusiones y esperanzas por María Natalia Kraus Amarillo Sueño que deseo una ilusión que me colme de esperanza. Es, en sí misma, la esperanza, soñar que se desea. Es humano pretender cumplir con los anhelos, tan humano como temer, al mismo tiempo, que se cumplan. No existe ilusión que no sea temida, siendo el miedo a perder, la única ilusión, pues no se extravía lo aún no conseguido. Deseo la esperanza: no dejar nunca de soñar. No importa qué sueño mientras el soñador siga despierto. No importa el deseo, sino la ilusión que la alimenta. Espero al límite de mis huellas dactilares, que no escapen los sueños ni la vida, soñando. Tierna es la vida y crueles sus complejidades. Que me sorprenda insomne la esperanza. El alma joven se viste de afanes. El alma sabia se desnuda de fracasos y respira la belleza de lo simple. Me ilusiona tu almohada y la mía. El amor es lo único que siempre basta. 179 Ella por Nazarena Araceli Palma Ella no era una más del montón. No, no. Ella era especial. Era de esas personas que te cruzas en el camino solo una vez y que desordena tu vida para luego acomodarla a su gusto. Gusto que, obviamente, al final también se convertía en el tuyo, porque tenía una deslumbrante habilidad para incitarte a ser esa persona que siempre quisiste ser, pero a la que siempre temiste. Porque ella era así, era un sueño en sí misma, o una pesadilla, o un sueño… ¡Sí! Definitivamente era un sueño de mil colores; y de un sueño como ese era muy difícil querer despertarse; era imposible no enamorarse. Estar con ella era…; era como fumar bajo la lluvia; era arriesgarse a morir lentamente bajo un cielo nublado que, de repente, rebosaba de luz ante tus ojos, pero que nunca dejaba de estar cubierto de nubes; era sentir el dulzor del más amargo de los tragos; era encontrar el calor en un invierno eterno; era toparse de frente con la perfección de lo imperfecto; era saltar al vacío sabiendo que tendrías el peor de los aterrizajes, pero creyéndote capaz de volar, pues ella era alas también: tus alas. En fin, era poder darle sentido a esas contradicciones del camino, porque era ella la mezcla justa entre imaginación y realidad. 180 Pero algo la opacaba, algo no la dejaba ser. Vivía pero no vivía, pues era imposible saber quién osaba soñarla, quién era aquel que le regalaba ese presente a medias, pero que nunca despertaba de su letargo para tomarla en sus brazos y jamás dejarla ir. Quién era aquel, con esos miedos de adulto, pero con esa sonrisa de niño, que no podía apartarla de su mente, pero a la vez no tomaba el valor suficiente para hacer de su sueño una verdad. Temía. Temía que ese momento no llegase nunca, ese día en el que él vencería sus propias barreras para dejar que la vida los envolviera juntos. Sin embargo, ese día llegaría, él lograría despertar en un preciso instante lleno de magia, en el cual sus miradas se encontrarían y ella dejaría de ser solo un sueño para ser, simplemente, la más dulce de sus realidades. 181 Ese don por Nuria Gil Inés No tengo claro en qué momento surgió en mí el anhelo. Debía andar por los doce o trece años. Sí, recuerdo con claridad cómo disfrutaba viendo aquella película en la que una muchacha conseguía ser escritora. Mujercitas me permitió soñar con lo que a mí me gustaría ser. No era la más guapa, ni la más elegante, ni la más educada, pero a mí me encantaba ver la soltura y convicción de aquella joven. Ella era escritora, lo era porque anhelaba serlo y eso la situaba ya en una escala en la que mi admiración no me permitía separar los ojos de ese personaje. No guardo muchos más recuerdos sobre el nacimiento en mí de ese secreto deseo. Por mucho que intento recordar, no vienen a mi memoria más indicios que me hicieran cuestionarme en una u otra dirección lo que yo quería hacer en mi vida. A mi alrededor todos tenían claro qué es lo que debían estudiar para ser médicos, abogadas, arquitectos o, incluso, secretarias. ¿Dónde se estudiaba la carrera de escritora? Inevitablemente, me convertí en una apasionada lectora. Tampoco sé muy bien cómo fue. Desde luego, poco tuvo que ver mi pasión lectora con mi formación escolar, centrada en aquellas aburridas lecturas de clásicos que tan poco animan a los jóvenes a acercarse al mundo de los libros. La vida me fue empujando a la lectura porque pronto descubrí que 182 leyendo se vive más. Cada libro nuevo que he leído ha incrementado mi admiración por quien lo ha escrito. ¿Cómo puede alguien tener ese poder mágico de hacerme sentir tanto a través de la palabra? No se me ocurre mayor encantamiento. Así sigue siendo hoy en día. No conozco mejor herramienta que la palabra para trasmitir emociones y vida. Nada mejor para conmover que un texto con las palabras justas, las necesarias, las adecuadas, las únicas para cada caso. Han transcurrido muchos años desde la primera vez que sentí ese primer deseo de ser escritora. Siempre he seguido sintiéndolo. Durante este tiempo, me he convertido en una amante de la literatura, he adquirido libros sobre escritura, he participado en algún taller, me he preparado pensando que, tal vez algún día, me llegaría el momento de escribir. Pero siempre he tenido el miedo a dar ese primer paso. Nunca me he considerado lo suficientemente preparada y nunca he querido romper ese halo de deseo que rodea mi relación con la escritura. A pesar de los años transcurridos, sigo manteniendo vivo el deseo de ser escritora. No se me ocurre mayor don que el de conseguir que alguien se emocione, viaje, se enamore, conozca nuevos mundos y sensaciones gracias a las palabras que un escritor extrae de su cabeza y ordena adecuadamente en un texto. Conseguir emocionar, permitir que alguien viva más vida gracias a las palabras que yo seleccione. No hay duda. Sonrío solo con pensarlo. Quiero tener ese don. 183 Examen de conciencia por María Nieves Fernández Céspedes Sentada en un acantilado, al borde de mi imaginación y de mis recuerdos, pienso en todo aquello que he hecho en mi vida, en lo que me hubiera gustado hacer, en los sueños que cambian y evolucionan por anhelos cumplidos y por batallas perdidas. Respirando con entrecortada profundidad, hago examen de conciencia sentada sobre la cumbre de una montaña, rodeada de rocas inertes y azotadas por un viento que me silba que ya es hora de hacer todo aquello que deseo hacer. Le grito al viento que lo haré, ya que cuando la muerte me reclame, no que quiero deberle nada. Soy feliz, mi vida es plena y con las dosis justas de incertidumbre, de frustración y pérdida para motivarme a seguir caminando. En mis sueños me veo viviendo en una casita frente al mar, escribiendo frente a unos grandes ventanales, mientras el sol caldea el ambiente y una humeante taza de té forma fumarolas que se mezclan con mis ideas. Una cálida voz masculina me susurra al oído palabras sensuales y cargadas de segundas intenciones, para que deje de trabajar y me suba con él al dormitorio antes de que los niños se despierten, devolviéndonos de nuevo a la realidad. Sueño con viajar, descubrir otros mundos, otras gentes que me llenen con su sabiduría y con el poder de la palabra para, como una esponja, empaparme de 184 ellas y luego mezclar su historia con mi imaginación y así crecer como mujer y como escritora. Quiero, deseo, necesito que las personas que forman parte de mi vida sean eternas para que estén siempre a mi lado, en las mayores alegrías y en las más tristes penas. Disfrutar de las reuniones que se eternizan con risas y charlas que acompañan a un buen festín regado con un buen vino. Sobremesas donde intentas arreglar los problemas de la humanidad, donde haces planes que casi nunca llevas a cabo y promesas que pocas veces cumples, pero que en esos momentos te parecen las mejores ideas del mundo. Deseo una salud de hierro que me permita afrontar los reveses de la vida, un cuerpo ágil y una mente fuerte con la que luchar contra viento y marea cuando los problemas azoten y todo se vuelva oscuro a mi alrededor. Una fortaleza donde el optimismo y las ganas de salir del agujero para ver la luz de sol sean muros inexpugnables. Ahora, aquí sentada, viendo cómo el sol se oculta para dejar paso a la luna y las estrellas, me gustaría disfrutar más del aquí y ahora; me gustaría hacer algo grande, algo por lo que ser recordada, dejar parte de mí en este mundo para que mi impronta siempre permanezca. Dicen que, en esta vida, para ser feliz hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Solo me falta la última y deseo, anhelo y tengo la esperanza de que dentro de muy poco este sueño también se hará realidad. 185 -Utopíapor Noemí Rodas Marimón Martín se desperezó de la silla alzando los brazos con entusiasmo. Hoy era un día épico, uno de esos que se merecen un gran redondel rojo carmín en el calendario. Desde niño, cuando jugaba a las canicas y se inventaba un nombre y una increíble historia para cada una de ellas, deseaba ser escritor. Ya creía que sería una misión imposible, pero hoy había conseguido un modesto, pero esperanzador, acuerdo con una editorial. Su deseo cobraba vida agitándose revoltoso en su interior. Miró su colección de bolígrafos con avidez. ¿Sobre qué escribiría esta vez?, ¿sobre asesinos pérfidos?, ¿sobre dragones indomables y aterradores?, ¿sobre civilizaciones futuristas? El abismo de opciones era abrumador y motivador al mismo tiempo. ¿Lograría crear personajes tan únicos y profundos que la gente pudiera acoger en sus corazones para siempre? ¿Conseguiría idear las tramas más enrevesadas y sorprendentes que mantuvieran al lector pegado a cada página? Sentía su cerebro hervir como un buen cocido lleno de riquísimos elementos: paisajes de ensueño, criaturas indómitas, arquitecturas imposibles, caminos inexplorados, tesoros escondidos, secretos prohibidos… ¿Sería capaz de dotar su futuro escrito de carácter propio y originalidad? Mientras cavilaba en estos asuntos, ocurrió algo inaudito. Sobre el papel, hasta ese momento blanco 186 como la luna, empezó a vislumbrar unos delicados trazos negros que cobraban vida. Formaban el beso perfecto, la fantasía sin límites, la aventura que todos queremos vivir, la palabras justa, el tiempo infinito. Todo ello surcaba el papel con una armonía envidiable. ¿Cómo atrapar aquellas geniales ideas? Decidió seguirlas con su pluma predilecta, pero se escurrían de él como quien juega al ratón y al gato. La belleza de la chica de la historia vibraba y se alejaba como delicado humo a la siguiente escena. Los giros argumentales serpenteaban y se escurrían como un pez mojado entre sus manos cada vez que intentaba adivinar qué dirección tomarían a continuación. Aquella visión le invitaba a jugar, a ser partícipe, a sorprenderse y emocionarse siguiendo sus saltarines trazos de tinta entre página y página a una velocidad de vértigo. Maravillado, dejó de intentar atrapar el argumento y se permitió ser un mero observador de boca abierta y ojos expectantes. El final, le robó un suspiro de aliento y le encogió el corazón de emoción. Era perfecto. Todos los personajes se alinearon en el papel cogiéndose unos a otros de las manos, haciendo elegantes reverencias, como si del final de una obra de teatro se tratase. En ese momento, el calentador de agua pitó con fuerza sobre la encimera de la cocina, despertándole de improviso de sus ensoñaciones. Pero ¿había sido solo un sueño? ¿Acaso no es nuestro subconsciente una fuente inagotable de ideas sin pulir de las que pueden surgir diamantes? Ante tal certeza, no pudo más que alcanzar su libreta preferida y su bolígrafo de la suerte, lanzándose a escribir como el valiente nadador que se tira desde el trampolín más alto. Sobre el papel virginal empezó a escribir con delicadeza: «Mi imaginación es donde mi utopía cobra vida…». 187 Sueños, deseos, ilusiones y esperanzas por Oli López Márquez Cada noche despierto exaltada, a veces son pesadillas, otras sueños; y en cada recuerdo, divagan todos y cada uno de mis miedos, pero también aparecen mis anhelos, que, aun siendo pequeños, podrían rozar por un instante tu alma, con el tacto de mis dedos… Pero si hay algo que me hace despertar cada mañana es soñar despierta, aquí no hay lugar para el temor ni para pensamientos negativos de mi mente insana, solo dejo fluir los sentimientos que emanan del amor. Porque lloré en varias ocasiones la rotura de mi corazón, hoy sueño con un amor que sea para siempre, interminable…, que sea tan intenso que nos haga perder completamente la razón, y que, a pesar del paso del tiempo, sea incorruptible, inalterable… Que ambos luchemos cada día por conservar y mantener la magia, por mirarnos como la primera vez que nuestros ojos se encontraron, por besarnos como si fuera la última vez que la vida nos presagia, estar juntos, siendo la historia más bonita que jamás contaron. Y cumplir mi mayor ilusión junto a ti, viajar por el mundo entero en barco, en tren, en avión, en coche, en bicicleta o motocicleta, para no perdernos ni un solo rincón, recorriendo con esmero cada playa, cada montaña, cada segmento de nuestro planeta. 188 Subir a la Torre Eiffel para enamorarnos de París desde lo más alto, cruzar Venecia en góndola y allí, emocionada, me pidas la mano; o sentir Italia bajo mis pies con la Torre de Pisa sobre el asfalto y sobrevolar la Estatua de la Libertad, y nada habrá sido en vano… Pero, sobre todo, tengo la esperanza de nunca volver a perderme, de no dejar de leer un buen libro hasta por fin acabarlo, de seguir llorando al final de una película romántica y deshacerme con cualquier recuerdo emotivo, solamente al recordarlo… Y ahora solo falta que me digas si recorrerás esta aventura conmigo, si estás dispuesto a vivir tus sueños, tus ilusiones y esperanzas, si abrirás tu corazón y tu alma al igual que yo he hecho contigo, porque el amor, aun siendo un riesgo, implica entregar tu confianza. Existen un millón de razones para recibir cada día con una sonrisa, para apreciar cada segundo, para seguir soñando despierta, para seguir enamorándome de cada paisaje, de cada suave brisa, para seguir buscando mi felicidad, siempre con la mente abierta… 189 Vida corriente por Paco Rodríguez Angúlo Recordar los comienzos y olvidar los finales, para él, era su nueva filosofía de vida. Hubo un momento en el que toda su vida cambió, como cuando éramos pequeños y jugábamos al típico juego de la silla. Todo el mundo giraba, feliz, en torno a esos objetos sin aparente valor. Hasta que, de repente, todo se paraba, el leitmotiv de la vida se tomaba un descanso. Seguidamente, cada alma buscaba un hueco en esos objetos que en ese instante lo significaban todo. El menos avispado se quedaba solo, de pie, todos lo miraban. Y, a partir de ahí, se daba cuenta de lo que en realidad significaba la vida. Lo importante en ese momento era sonreír, aceptar todo, guardar tu rabia en el olvido y aprovechar cada oportunidad. Los que habían conseguido su cómodo asiento nunca iban a poder llegar a conocer esa verdadera sensación de estar tú y el mundo, no sabrían si él girando y el mundo parado, o viceversa; no conocerían esa soledad e independencia emocional de pensar en el infinito y que se te quede corto. Pues ahí se encontraba él, en ese mismo instante, solo ante su reflejo, el que había cosechado durante años. Comenzó por sonreírle a cada dificultad, disfrutar de cada negativa, besar cada rechazo. Siempre con el mismo pensamiento de ser feliz, por el simple hecho de que debía serlo. 190 Siempre creyó en la utilidad de compartir su vida para darle más sabor, más potencia. Aunque fue fijo a sus ideales, para él era más importante tener metas que ilusiones, ya que pensaba que las primeras dependían de ti, mientras las otras eran compartidas. Él amó, encontró su temperatura perfecta, en los brazos de ella. La invitó a volar sobre un océano de dudas sin sentido, a sobrevolar la rutina. Ella tenía unos defectos tan perfectos que la hacían irresistible para él. Todo el mundo debería tener la oportunidad de querer como él quiso. Todo acabó. Quien se pregunta constantemente por el final es que no supo escoger bien con quién comenzar su camino. Comenzó a creer en la vida, por encima de todo, con ella. Aunque sus labios echaban de menos esas marcas de mordiscos que tanto le daba. Su único error fue ponerle un candado a su corazón y tirado las llaves al mar sin darse cuenta de que ella había guardado las suyas en su bolsillo. 191 Cuando niña por Nancy Parraguez Cuando niña, soñaba con princesas, soñaba con amores que llenaban mi rostro de besos y me decían que era la más linda del jardín. Cuando niña, escuchaba dulces palabras del canto de los pájaros; soñaba, también, con ser mujer, pero de esas mujeres fuertes que no se derrumban con el viento ni se deshojan con las lágrimas de penas. Al ver a mi madre, siempre supe que la vida de adulta se vestía de colores oscuros, porque de niña soñé con los colores del arcoíris. Cuando niña, no vestía vestidos de seda ni zapatos de cristal, pero sí soñaba con hadas que me vestían con la magia de la belleza que solo una niña puede admirar. Cuando niña, soñaba caminando en un jardín de árboles frondosos en el que cada hoja era diseñada para mí. Porque cuando niñas tenemos la dicha de soñar, soñar con los amores y colores que queremos imaginar. Y ahora, ya crecida, mis sueños están dormidos y otros en mi andar. Pude descubrir que los colores se pueden apagar, que las madres no son eternas y que el amor sí es posible si lo sabes alimentar. Cuando niña, tuve sueños y hoy te los quise contar. 192 -Utopíapor Paula Margarita Espinoza Hernández ¿Cómo es que descubrí que las palabras se engarzaban? Tan ciertamente no lo sé, solo recuerdo que comencé a tejerlas, y a cada una le engarzaba una perla y formaban un collar que podía deshacer una y más veces. Presiento que las tenía incrustadas en el alma y era preciso desgranarlas para que no explotasen; pero es que eran muchas, tantas y tan invencibles para mi tierno corazón… ¿Cómo es que descubrí que las palabras se engarzaban? Juro que no lo sé, pobre de mí, que andaba a tientas descubriendo mi sueños, inventando otra vida, una donde, aunque fuese mujer, tenía derecho a cultivarme, a asomarme a esa puerta que no estaba prohibida para otros. Pero el destino, los hados, el azar, eligieron que naciera mujer en un pueblo ancestral, un pueblo pobre en todos los sentidos. Un papá terco que me hizo el regalo de la vida, pero no del destino, o sí, pero con una condición: debía ser él «el arquitecto de mi propio destino». ¡Oh, papá! Pobre papá que no descubriste a tiempo que existían las palabras para decir que nos querías, para que no estuvieses siempre enfurruñado, siempre celoso de tus hijas, sabedor siempre de lo que convenía a tus niñas. ¿Por qué no preguntaste por mis sueños? ¿Por qué solo tus niños, tus varones, podían irse del pueblo, conocer otros pueblos, otras ciudades, otras 193 personas, cultivarse y ser alguien de quien tú te sintieras orgulloso? ¿Y mis sueños? ¿Por qué no preguntaste por mis sueños? ¡Oh, papá!, ahora que ya no estás puedo verte de frente y decirte que yo estaba pletórica de sueños, de palabras, de amor; que ansiaba conocer, por lo menos, otros pueblos; que anhelaba decirte tantas cosas que bullían en mi alma; decirte, por ejemplo, «papá, estoy leyendo a escondidas por las noches y me alumbra una vela, y danzan las palabras como estrellas que “tiritan azules a lo lejos” e inflaman mis sentidos». Pero yo no podía decirte a ti, hombre honesto y abstemio, que leía a escondidas, puesto que no bastaba tu honradez para entenderme. Porque debía decirte que no me alcanzaba la vida para leer los libros que rechazo y que no puedo pagar; y esto me entristece y me invade la nostalgia por lo que pudo ser. Pero nací mujer y solo hice la primaria, lo cual no impide que ahora, en este preciso instante, eche fuera la tristeza y diga adiós a la nostalgia; porque comprendo que soy afortunada y que mi vida es bella, y, aunque solo hice la primaria, muchos autores me han hecho soñar un halcón peregrino, imaginar una tierra que muere y otra que reverdece, una isla de diamantes o un nudo de víboras, o un hombre entre el centeno, y muchos, tantos a quienes agradecer…, puesto que yo, de esa forma, descubrí que las palabras se engarzaban. 194 -Utopíapor Pili Fernández de Torres –¿Qué te parece? –dijo el árbol a la vida–. ¿Me estoy portando bien? He acogido en mis ramas al gorrión, al lince, a la serpiente y al macaco. Doy cobijo con mi sombra al labrador, al buey y al león. Por la noche recojo el agua del rocío y alimento mis hojas para que estas, agradecidas, impregnen el aire con su aroma. Por el día oxigeno la tierra con mi aliento. Bailo y canto con el viento rociando el espacio de música celestial. Recibo, con las ramas abiertas, la lluvia generosa y el calor del sol. Arraigo hasta lo mas profundo mis pies para ser invencible, indestructible, implacable. Todo para hacerme más fuerte, más valiente. Soy generoso, humilde y me conformo con poco. Así que, ¿qué te parece, amiga de mis días? –le volvió a preguntar a la vida–. ¿Me he comportado bien? –Sí… –le respondió–. No te imaginas cuánto. En el día acunas con tus ramas al búho y en la noche al ruiseñor. Eres un ser imperioso, musa para el pintor, nodriza para el niño y contador de batallas. Pero… –titubeó la dama–, te veo triste, amigo. El árbol agachó sus ramas hasta casi rozar el barro. –Mi tristeza es para conmigo, y solo el que me entristece puede ser capaz de levantarme. Él aún no se ha dado cuenta del porqué de mi aflicción, y me temo que cuando eso ocurra sea ya demasiado tarde. 195 -Utopíapor Pili Fernández de Torres Calma, corazón blanco, calma, que mis dudas no son las tuyas; que mis anhelos no son los tuyos; que mis rígidos dedos no son los tuyos. No tengas pena porque mi mente se haya nublado. No temas porque mi musa me haya abandonado. No por eso voy a abandonarte yo a ti. Ten calma, por favor. No temas, corazón, que aún no he conocido la derrota. La negrura de mis venas poco a poco se aclara; poco a poco me desprendo de las cadenas que me mantienen prisionero, eslabón a eslabón. La ilusión aún está conmigo, no la pierdas tú. No te preocupes, porque un día llegará en que mis trazos se vuelvan mágicos e impregnarán tu vacío, y ya no sentirás la soledad. Entonces te acordarás de este momento, con gracia. No te preocupes, que mis dedos aligerarán tanto y mi influjo será tan grande, que rebozarás de versos y poesías, cuentos y leyendas, de hadas y demonios, de niños y guerreros, de gitanas y doncellas. Tanto y tanto será que llorarás y reirás, y aplaudirás y… y añorarás este momento con la sonrisa del bien hallado. Serás tan feliz como yo lo estoy siendo ahora. Te animo y me animo sin saberlo, solo por animarte a ti. Con mi ilusión siempre a cuestas, avanzo paso a paso. 196 No te preocupes, corazón blanco, que pronto dejarás de serlo, porque llegará el día en que mi sangre azul te impregne de color, te llene de vida, y ya siempre, siempre, eterno serás. 197 Yo fui un escarabajo por Jesús Manuel Torres Medina Desde niño, mi gran sueño era pertenecer a un grupo de rock. Muchas horas libres las dediqué a tocar, a perfeccionar mi técnica. Miraba a los otros chavos y me daba cuenta de que yo no era tan malo. Anduve tocando con algunos grupitos en sótanos y ferias, nada importante, hasta que un día mi sueño se hizo realidad. Me llamaron para formar parte de un grupo. No sé si me escogieron por tocar bien o porque no había muchos bateristas en la ciudad, pero no me importaba, era feliz. Éramos jóvenes, salvajes, intrépidos, descarados, en el escenario hacíamos lo que se nos antojara y eso le gustaba al público. Tocábamos en hoyos malolientes llenos de humo de cigarros y mucha gente iba a vernos. Teníamos seguidoras, nos reconocían en la calle, éramos famosos. Nos contrataron para una gira en otros países y nos fue muy bien, tocamos en hoyos malolientes llenos de borrachos y prostitutas, nada diferente a lo que estábamos acostumbrados. Pagaban poco, pero lo hacíamos por puro amor al arte. Un día llegó un señor y se ofreció a ser nuestro representante. Nos consiguió una audición en una disquera. Creo que estuvo bien la sesión, pero no gustamos. Luego fuimos a otra y ahí sí nos aceptaron. Yo estaba muy contento, iba a ser rico y famoso por mi música. Le hablé a mi mamá para contarle, 198 pero el señor representante vino a hablar conmigo. No entiendo qué pasó si me esforcé al máximo en la prueba, siento que estuve bien. Solamente me dijo: «Lo siento, Pete, estás fuera del grupo. Traeremos a otro baterista». Así acabó mi sueño. Trajeron a un tal Ringo y yo volví al mundo de los mortales, pero nadie me puede quitar que una vez fui un Beatle. 199 Utopía por Leopoldo Eric Vidal Meyer Con el cincel y la escofina desbasto la madera de una vieja puerta, me han ordenado tallar la figura de Don Quijote de la Mancha, revestido de su armadura, con su lanza en ristre, luchando contra un molino de viento. Han pasado los días y al fin he logrado cincelar a Don Quijote. Con la yema de mis dedos recorro el relieve de la composición. Despliego mi fuerza contenida y alzo la puerta para apoyarla sobre el muro; me alejo y observo el tallado en perspectiva. He quedado satisfecho con la obra, arrancada del alma de Cervantes. Obsesionado por la utopía de la libertad, decido cruzar el umbral de la puerta quijotesca. Camino por una avenida arbolada, disfruto pisando las hojarascas del otoño. Me siento en la banca de una plaza, enciendo un cigarro y, entre las fumaradas, pienso en mi estado de libertad; pero mi voz interior me advierte de que regrese. Entonces, traspaso nuevamente el umbral y contemplo la portentosa figura de Don Quijote Libertario. Mi verdadera utopía se materializó al descubrir mis dones de artesano tallador de la madera. El poder de la alquimia me transformó de un mediocre contador de una empresa pública en un escultor. Fue la conquista trascendental del arte que dio vida al yacente sueño. 200 Ahora acabo mi historia; me han llamado a la formación de los reclusos, el gendarme del penal pasará lista para, luego, regresar a nuestras respectivas celdas. 201 -Utopíapor Paqui Vizcaíno Jaén En cierta ocasión tuve la oportunidad de sentarme a una mesa y tomar café con unas personas entre las que se encontraban un palestino y un israelí. No podía dejar pasar la ocasión de preguntarles si se llevaban bien, a lo que me contestaron afirmativamente, con la mayor naturalidad del mundo. Me pareció muy significativo, nunca lo olvidaré. Esto me lleva a pensar en si sería muy utópico el cese del conflicto armado que Israel y Palestina mantienen desde hace un sinfín de años, años en los que ambas poblaciones han sufrido multitud de bajas, familias destrozadas, tragedias infinitas… ¿Sería posible que ambas partes llegaran a un acuerdo de paz, primero a nivel gubernamental y posteriormente a nivel de la calle? En la calle es donde están las cicatrices más profundas, esas son difíciles de curar, pero no imposibles, si pensamos en el futuro. El futuro es quien puede determinar que las personas comiencen a perdonar antiguos rencores, si se dan cuenta de que un futuro sin armas, sin bombas, sin mutilados, sin muertos, es lo que todos quieren. Y es la esperanza de futuro el mejor bálsamo para las heridas, porque, cuando miras al futuro, no piensas en ti, sino en tus hijos, en la herencia que les vas a dejar, en el camino que habrán de recorrer, incluso cuando tú ya te hayas marchado. 202 Me encantaría que, cuando llegue la hora de mi partida, este planeta hubiese dado señales de mejoría. El pobre está enfermo de contaminación, guerras, crisis económicas, gentes que huyen de sus países buscando una vida mejor, gentes que no respetan, gentes que agreden, gentes… Pero también posee la mejor medicina para su afección: gente buena que se preocupa por los demás, voluntarios que aportan su granito de arena en situaciones de pobreza, conflictos e inmundicia, incluso dando su tesoro más preciado, su propia vida. Y también hay gente que hace cosas maravillosas, como la música, la pintura, la escultura, la fotografía, la escritura, o todas aquellas formas de expresión que tanto transmiten a los que las comparten. Cuando Dios mira este mundo y se lleva las manos a la cabeza, con ganas de volver a inundarlo, hay algo que le detiene; son estos seres minúsculos por su fragilidad, pero mayúsculos por su capacidad creativa. Y entonces escucha un concierto de año nuevo mientras contempla un Renoir, se mira a sí mismo y dice: «¡No lo hice tan mal!». 203 Utópico deseo por Rafael Moreno Montalbán No pretendo cambiar el mundo, aunque no sería un deseo erróneo. Tan solo pretendo ser un buen hombre, alguien que pase por esta vida dando y recibiendo amor. Mi esperanza se basa en la creencia de la bondad inherente al ser humano, por encima de otras cualidades que pueden no ser tan rentables a largo plazo. Una bondad que es sinónimo de amor, de dar más de lo que recibes, de ser útil para aquellos que te rodean y te necesitan de algún modo. Mi ilusión es encontrar el reverso de mi alma, distinguir, en una mirada, la pasión, el deseo, la lujuria, el amor incondicional que te lleva a experimentar la más dulce de las sensaciones adrenalínicas. Mi sueño comienza en un «te quiero» y continúa en un «te amo», para discurrir durante largas noches, y breves días, por meandros de convivencia y cosechas que germinan fruto de la sexualidad que el deseo mutuo provoca. Mi lugar utópico está aquí, existe, el paraíso soñado, la tierra prometida, el Edén de la Biblia, la gloria de los dioses, el éxtasis final. Mi cuerpo es mi hogar; mi patria, mi continente. Mi alma es mi conciencia, mi maestra, mi brújula que me dirige a ti, mi compañera de viaje, mi complemento. 204 Es la unión, la fusión, la interconexión de dos continentes con todo su contenido, y almas entrelazadas que dan lugar al verdadero Big Bang, el inicio, la creación, el amor en su estado puro y primigenio. La vida, en definitiva, no es nada, no tiene valor, no tiene sentido, si no hay, si no se hace… ¡EL AMOR! 205 Aurora por Raquel Molina Montaño Las manos de Aurora eran elegantes y ágiles. En sus dedos residía la fuerza que no encontraba en su garganta para pintar con palabras lo que su ánimo abrigaba. A pesar de que no tenía muchos amigos, a menudo sentía una imperante necesidad de explotar en millones de partículas y liberarse de sus más íntimas inquietudes, y decirle a todos y a nadie que la vida que le había caído en suerte le parecía una broma del destino, una injusticia atroz, un acto de crueldad infinita por parte de ese dios al que no conocía. Por eso escribía. En su diario, Aurora había hallado el mejor confidente, un amigo fiel que se limitaba a acoger, sin rechistar, los sinsabores que rasgaban el alma de la pequeña. Una de esas noches en que el infierno entraba en su casa, y su padre traía consigo un hedor a alcohol que solo anunciaba golpes e insultos a su madre, Aurora corrió a su habitación y, como de costumbre, sacó sus muñecas del baúl para esconderse allí. Sin embargo, esta vez descubrió algo nuevo, apreció una corriente de aire que nunca había sentido y, al palpar el suelo del baúl, el esparto se hundió y reveló una escalera. Cuando sus piernas le obedecieron, la niña comenzó a descender con tanto miedo como curiosidad, y allí, en aquella remota realidad, contempló el rostro de la felicidad. 206 —Tú también quieres cambiar el mundo —al girar, Aurora descubrió que un anciano de rostro amable le sonreía—. Bienvenida a la Ciudad Utopía. —Perdone, no sé cómo he llegado aquí, ni tampoco… —la sonora carcajada que el anciano emitió le mostró a la niña que ya esperaba esa respuesta. —Tranquila. Es muy buena señal que estés aquí, ¿sabes?, solo aquellos que quieren cambiar el mundo pueden llegar a conocer Utopía —los músculos de la niña se relajaron y su boca dibujó una sonrisa—. Algunos lo llaman «tener ideales». Da lo mismo cómo lo llames, pero, ahora que estás aquí, tienes que conocer la verdad. —¿Qué verdad? —¿Qué ves a tu alrededor? —los ojos de Aurora se posaron sobre un grupo de niños y niñas de todas las edades, razas y culturas jugando y riendo. —Veo igualdad, felicidad, paz, respeto… —el anciano continuó sonriendo mientras asentía con la cabeza. —Esos son tus ideales. Y deben ser la razón de tu existencia. Muchos creen que es imposible llegar aquí, pero, ahora que tú sabes que este lugar existe, debes luchar por Utopía —Aurora empezó a comprender—. El desierto está formado por millones de granos de arena. Aurora se repitió esa última afirmación y comprendió que tenía una misión en la vida. Decidió que su talento con la escritura tenía que servir para calmar el dolor de otros, además del suyo propio, y comenzó a escribir relatos en los que daba esperanza a aquellos que habían perdido la fe en Utopía. Quería demostrar que la igualdad existe, y es la única llave a la auténtica felicidad. 207 -Utopíapor Gina Mourie Comencemos de cero, donde la nada lo era todo y el concepto de todo aún no existía. Empecemos desde el principio, cuando lo desconocido se encontraba a tan solo unos palmos de nuestro rostro. Avancemos. Por aquel entonces, el mundo era nuevo, vibrante y lleno de vida. Diversos seres palpitantes correteaban en una incesante carrera a contrarreloj, sin saber que se encontraban en una cuenta atrás. Sigamos avanzando. El ser humano daba sus primeros pasos, vacilantes, sin pensar muy bien en lo que hacía. Solo caminaba, no retrocedía ni un momento. Atisbaba en la arena algo que le llamaba mucho la atención: una piedra de sílex. La cogía y la mantenía como el más precioso de los tesoros. Emitió sonidos de alegría. Tenía que avisar a los demás. Estos fueron atraídos hasta la pequeña playa en la que se encontraba. Vieron la piedra y, eufóricos, le imitaron, e incluso bailaron. Se pasaron el objeto entre ellos. Muy pronto descubrirían qué otros usos podrían darle. Sigamos un poco más. La Edad Contemporánea. El presente tal y como lo conocemos. 208 El ser humano ya ha descubierto que una piedra de sílex es un mineral marino creado a lo largo de miles de años, y que, con las condiciones de presión adecuadas, puede originarse en nuestro planeta. Entre este descubrimiento, muchos otros han tenido lugar. Inventos tan célebres como la rueda, la electricidad, útiles como nuestras ropas, u otros que nos abruman, como el arte, la literatura y el cine, han sido elaborados por el hombre sin unas pautas a seguir, sin instrucciones en las que basarse. Sin nada más que sí mismo y su intelecto, se inventó a sí mismo, gracias a la curiosidad, temeridad en algunos casos, y valentía por continuar sus proyectos hasta en los momentos que sus esperanzas flaqueaban. ¿Por qué ahora nos sentimos menos capaces, si cuando la nada lo era todo empezamos a movernos? ¿Qué nos hace sentirnos tan inútiles, si es en nosotros donde se encuentran todas las habilidades por explotar? La utopía la creamos nosotros. Somos nosotros. Cada uno, aportando lo mejor de sí mismo, va construyendo el presente. Nuestros sueños, deseos, ilusiones y esperanzas son las motivaciones que van dejando huellas indelebles en el futuro. Son proyectos por crear que en nuestra imaginación van tomando forma, pero que solo nosotros podemos llevar a la realidad. No necesitamos buscar en mundos más allá de nuestra atmósfera. Todo está aquí. Nosotros somos La Utopía. ¿Avanzamos una vez más? Pero, esta vez, recordemos que ni si quiera el cielo es el límite. 209 Atardecer primaveral por Rhodea Blasón En el atardecer primaveral mis descalzos pies me llevan hasta el límpido arenal cercano a mi hogar. Allí, ante la negrura del enorme piélago marino, permanezco unos minutos sintiendo el rugido que el mar hace ante la inminencia de la llegada de un fuerte temporal. Me siento sobre la finísima y fría arena del Cantábrico y, a lo lejos, atisbo dos barcos de pesca que se acercan en busca de abrigo a puerto. Aquel olor salino me transporta a mi niñez. Percibo el cálido aliento de mi abuelo José mientras me acaricia el pelo con dulzura y me explica las singularidades de la vida. Sus tiernos ojos grises me observan con cariño y me habla de buscar siempre la alegría en nuestras acciones, trabajar con ilusión y no decaer nunca, por difíciles que sean las situaciones que me presente la vida. Mi antecesor me explicó que no eran importantes las veces que yo me cayese, sino la pasión que pusiera cuando me levantase para conseguir mis objetivos en la vida. Allí volví a sentir su inmenso amor por las cosas pequeñas e insignificantes, que son las que nos hacen apreciar los verdaderos valores. Su infinita riqueza de vivencias consiguió transmitírmela a mí, ya que el vínculo que nos unía era demasiado fuerte como para olvidarme de sus enriquecedoras instrucciones. Morocha me llamaba, con 210 cariño, por mi extraordinario color de piel aceitunado. Mi niñez transcurrió junto a él: escuchándole, queriéndole, sintiéndole…, y el legado que me testó se convirtió en un gran tesoro que me acompañará durante toda mi existencia. Pensé que el mundo sería más afortunado si los ideales de mi abuelo estuvieran más arraigados. Siempre me explicó que, si la tristeza por los bienes ajenos, que tanto abunda en la sociedad actual, no existiese, las personas seríamos perfectamente felices conformándonos con lo que tenemos. Allí, en la playa, volví a sentir cómo su ronca y firme voz pronunciaba de nuevo el nombre con el que me llamaba siempre, y sus temblorosas manos me transfirieron la complicidad de tantas historias compartidas. Mi abuelo Gusé me abrazaba con enorme sentimiento después de un cuarto de siglo de haberse ido… Y con emoción y pena por su ausencia, mis lágrimas rodaban raudas por mis mejillas. Sentí un escalofrío. Era una lengua de espuma salina que rozó suavemente mis pies cuando rompió en la orilla y me hizo despertar de una ensoñación maravillosa: mi antepasado materno, quien tanto marcó mi conducta adulta. Siempre tendré a mi abuelo en mi corazón, pondré en práctica sus enseñanzas con amor, valoraré con gratitud su legado…, pero le echaré de menos hasta el momento de mi óbito. 211 El sueño de un vuelo por Rhodea Blasón He soñado con emoción. He soñado que podía volar como un pájaro surcando el límpido firmamento. He soñado con el tierno abrazo de mis padres, perdidos demasiado pronto para ellos y para mí. He soñado con mis húmedos ojos abiertos, elevados, mirando al cielo de la noche estrellada. He soñado con la risa alegre de mi madre y los ojos acuosos y verdes de mi padre. Están en mi corazón, aportando, dentro de la desgracia que ha supuesto para mí su pérdida, toda la positividad que me transmitían en vida. Eran seres muy especiales para mí y siempre lo serán. He soñado, impertérrita, que un ave me transportaba sobre su cuerpo, meciéndome suavemente con su lento y manso vuelo. Por unos minutos confirmé la felicidad que me aportaban las sonrisas de mis seres queridos. He soñado con la satisfacción de vivir un vuelo fantástico cuyo recuerdo permanecerá conmigo hasta que exhale mi último aliento. He soñado con el sueño de un vuelo. 212 Grita el alma por Inma María Casas Grita el alma, buscando libertad, mientras añora, dejando atrás, las cadenas que le impedían volar. Como el pájaro añora su jaula cuando escapa enamorado del sol, como el río añora su montaña cuando con el mar se funde en un mismo son. Grita el alma, buscando libertad, con la expectativa de todo lo que una vida le puede deparar. Como el niño, en su cumpleaños, ante el envoltorio de un regalo; como el novio que espera en el altar la llegada de la novia con su ramo de azahar. Grita el alma, ante la ansiada libertad, como el barco que abandona el puerto cuando se adentra en el mar, encontrando a su paso la calma, o la temida tempestad. Grita el alma, pero busca… libertad. 213 -Utopíapor Paqui Rubí Herràiz Escribo, sí… Porque me da la gana. Porque cuando caminas, dice Galeano, en el horizonte la utopía se aleja justo lo que tus pasos avanzan. Camino con lo que escribo, mis huellas de tinta me recuerdan lo vivido, por qué lucho cada día, los sueños que quedaron atrás y los que me esperan al final del camino recorrido. Escribo y vomito penas, desenmaraño las entrañas y el alma se queda nueva. Mitigo, así, la tristeza… con letras. Escribo, sí, porque me da la gana. Porque no sé pensar en abstracto en este mundo numérico que a entender no alcanzo. 214 Uno letras formando palabras como el que pide un abrazo, y el olor del papel me recuerda que siento, respiro el aire que con mi mano trazo. Escribo, sí. Construyo renglones torcidos que cuentan mi historia en un folio en blanco. 215 -Utopíapor Paqui Rubí Herràiz Pon un océano a mis pies que tengo sed. Sed de beber de tu boca besos de agua de labios que nunca se rozan, y a mis pies se posan, en un mar inmenso de cosquillas y mariposas. 216 -Utopíapor Sonia García Tocaba despertarse de una noche que había sido agotadora. En la noche de ese siete de abril, cuando tan solo tenía diez años, me acosté, como todos los días, junto a mi perrita Aisha, que no paraba de mover su pequeña colita de un lado a otro. Tras bajarla de la cama, cogí un libro de la mesilla. Era mi libro favorito, el que me hacía transportarme a la antigua Venecia y convertirme en una bella doncella con antiguos ropajes que se oculta con su máscara. Cuando llegué al final, lo metí en un cajón, y no sé cómo me sumí en un profundo sueño. Cuando abrí los ojos, estaba en una playa de dorada arena y de cristalinas aguas. Pronto empecé a ver unas extrañas sombras acercarse hacia mí. Mi vista no era lo suficientemente buena para distinguir de qué se trataba, pero, una vez se fueron aproximando, los reconocí a todos. Ella, mi querida abuela, fue a quien primero vi, e instintivamente me lancé a correr para abrazarla con fuerza. Cuando ya solo me quedaban unos metros para alcanzarla, una barrera se plantó entre las dos. Hacía tanto tiempo que no la veía que nada me iba a impedir estar cerca de ella y sentir su aroma y sus brazos protegiéndome. Cogí una piedra y la comencé a lanzar contra el muro que me separaba de lo que más quería. 217 No solo estaba ella, también pude ver a aquellos amigos que se habían ido por otro camino distinto al mío; a aquel que amé y me hizo seguir adelante y crecer; a aquellos que creyeron en mí y me animaron a continuar sin mirar hacia atrás; a aquellos que quería y a los que nunca había olvidado. Ellos, llegar junto a ellos y poder disfrutar por un momento de su compañía, fueron los que me dieron las fuerzas para derribar lo que nos separaba. Una vez llegué a donde se encontraban, me fundí en un abrazo con mi abuela. Estuvimos varios minutos sin movernos, sin articular ni una palabra, solo abrazadas, como en los viejos tiempos. Cuando me soltó, mis ojos se dirigieron directamente hacia los de él. Seguía igual que la última vez que lo había visto. Saludé a todos los que allí se encontraban. Luego, él me apartó, me cogió las manos, me dijo: «Soñar es gratis, no lo olvides», y se despidió de mí con un beso en la frente. Me acerqué a mi abuela y ella me dijo que ya era hora de despertar, que ella estaría ahí todas las noches. Desde entonces, cada noche vuelvo a aquella playa para estar con mi abuela, para sentir su cariño y su protección, para escucharla y aprender de su sabiduría, porque, aunque sé que ya no está, ahí la podré encontrar siempre. Y, ahora que he crecido, me he dado cuenta de que aquel lugar era mi corazón, el lugar donde siempre permanecerá vivo el recuerdo de aquellas personas que tanto amaba. Ellos me dan la fuerza. 218 -Utopíapor Alba Sánchez Serradilla Caminaban sin cogerse las manos. Padre e hija. Los pies descalzos sobre la arena. El agua que moja de repente. Dos personas que caminan hacia el escombro definitivo. Él saltó hace muchos años. Se fracturó una pierna y llegó deshidratado y desnutrido después de varios meses en el monte Gurugú. De aquellos días hace demasiado tiempo para el alma. No en vano su nombre significa «digno de elogio», la supervivencia fue su sayo más fuerte, a la par que desgastado. Después de su periplo desde Gahna, después de aquellas noches en el monte mirando las luces de Melilla, después de tanto dolor, después de tanta esperanza, él consiguió llegar. Otros tantos, no. Y, los que vinieran a partir de ahora, ya nunca habrían de saltar. Ya no había que saltar. «Estado Humanitario Universal», sonaba tan extraño que cualquiera lo hubiera asociado a la última novela o película de moda. Pero era un hecho. El EHU había conseguido echar abajo la gobernanza de la desigualdad mundial. Un voto masivo a una coalición de movimientos sociales había dado la vuelta a la tortilla de la historia mundial. Comenzó en elecciones al Parlamento Europeo, no tardaron en tomar posiciones en Naciones Unidas, y llegaron a ocupar gobiernos hasta en los estados que habían sido más intransigentes. Nadie se lo esperaba, pero todos lo habían 219 soñado, y con sus votos lo habían convertido en una realidad sorprendente, pero cómoda, esperanzadora, de esas a las que eres capaz de mirar de frente. Ahora era el humanitarismo la tendencia política, la tendencia mundial. África nunca más sería un continente olvidado. Ahora gestionaba sus propias riquezas tras el decreto de nacionalización de empresas de interés público. La expoliación de recursos se hacía imposible bajo las nuevas normativas mundiales vinculantes. Naciones Unidas era un gobierno de facto y había conseguido pasar de las buenas intenciones. Amina tenía un nombre africano. Se llamaba como la esposa de Daouda, un amigo senegalés con el que compartió momentos en el monte, y a quien vio trepar por la valla buscando a su mujer, que estaba en algún sitio más allá del umbral de aquella esperanza llamada España. Nunca más supo de él. Ni de ella. Patricia estuvo de acuerdo en ponerle a su hija un nombre africano. Que fuera española, de raíces mauritanas, o mulata, ya no le importaba a nadie. Su hija corría hacia los escombros de la valla, derribada tres días antes con entusiasmo y celebración, que incluyó fuegos artificiales y una fiesta en la playa hasta la salida del primer sol al que África se enfrentaba con las puertas abiertas. Había caído el último muro de la vergüenza. La humanidad había cambiado de rumbo, y todo aquel amasijo de hierros que un día habían sido manchados de sangre pronto se perderían hacia algún sitio donde Mamadou nunca tuviera que volver a verlos. Aunque, si estaba seguro de algo, era de que esa valla le acompañaría en sus sueños cada noche. Menos mal que también le acompañaba su hija, y aquel sol que caía sobre la línea del mar, prometiéndole un mundo mejor para ella. 220 Puertas abiertas por Alba Sánchez Serradilla Le encantaba caminar por aquella playa. Le encantaba desde siempre, desde que llegó. O más bien, desde que pudo andar, cuando su pierna se recuperó. Siempre había pensado que había tenido suerte por caerse malamente y evitar así que lo llevaran de vuelta a Marruecos por la puerta «de atrás». Tuvieron que llevarle al hospital, y así fue como entró en Melilla. Por suerte, por desgracia o por casualidad. Ahora no había valla. Se habían terminado los días de saltos desesperados y cuchillas manchadas de sangre. Todo aquello sería historia muy pronto, en cuanto terminasen de derribar aquellos escombros que aún recordaban al mundo que el ser humano, tan soberbio como llegó a ser, tuvo un día el atrevimiento de poner puertas al mar. Pero ya nunca más saltaría la desesperación por encima de ninguna verja que separase la prosperidad de la miseria. La habían derribado semanas después de declararse el Estado Humanitario Universal. Al principio, a Mamadou le entraba la risa cuando oía ese nombre. ¿Cómo iba a llamarse así un gobierno mundial? Pero pasaron los años y, para sorpresa de todos, las cosas cambiaron. Los partidos humanitarios se reprodujeron por los pocos países democráticos que quedaban, y comenzaron a tender redes con los países del sur, y también con las democracias 221 más deterioradas del norte. Y pasaron los años. Y la gente votaba, y cada vez tenían más presencia en parlamentos nacionales. Y la gente seguía votando. Y de repente estaban en Europa, en el ALBA. Y de repente, en Naciones Unidas con un mensaje nunca visto. Lo echaron todo abajo. Todo. El mundo conocido por Mamadou décadas atrás, el mundo que le había obligado a saltar desesperado aquella valla para entrar en una falsa tierra de las oportunidades, se había disuelto en un mensaje diferente: ya no había fronteras. Su hija Amina ni siquiera sabía lo que eran, a sus seis años. Y correteaba por la playa a pocos metros de su padre, jugando con su amiga Patricia y su perro labrador. Las pequeñas no tenían idea de por qué los mayores habían celebrado la caída de aquella valla con fuegos artificiales, música, cantos e incluso lágrimas. Nunca entendieron qué hacía toda esa gente en la playa, viendo a las máquinas arrasar aquella verja. Tenían aquella suerte de la infancia, la inocencia, engrandecida por un nuevo mundo que les daba la oportunidad de vivir en mayúsculas: sin miedos, sin rencores, sin miseria y sin cinismo. Tenían, por fin, un mundo para todos donde no importaba de dónde vinieses, porque ya no venías de ninguna parte, solo ibas a algún sitio. Nunca más nadie fue juzgado por su procedencia o por el color de su piel. A lo lejos, los camiones seguían cargando escombros de valla, mallas metálicas y todo el dolor que se había quedado enredado entre ellas, para llevárselo a algún sitio donde se apagaría para siempre, donde se cerraría una historia de ricos y pobres. Una de las páginas más infames de la historia de la humanidad. 222 -Utopíapor Sara Gómez Radillo Puede que las brujas juremos y conjuremos que es suficiente todo el poder que tenemos, pero también necesitamos ir a Nunca Jamás. Necesitamos un garfio que nos haga temer el tictac del reloj, y un cocodrilo que nos anime a comernos una a una las horas. Necesitamos, incluso, la voz de ese niño perdido que nos recuerde que Peter Pan somos nosotras. Nunca Jamás es más que la segunda estrella a la derecha, todo recto, hasta el amanecer. La brújula que me enseña el camino cuando me siento una niña perdida. Una luz cegadora cuando me miro al espejo y no me veo. Es el pensamiento bonito que me recuerda cómo volar cuando lo olvido. Nunca Jamás es hacer el indio para reírme hasta de mí. La primera vez que fui, descubrí, al mirar a mi alrededor, que allí estábamos todas. «Nunca Jamás podía ser, también, un aquelarre de brujas», pensé. Y dejé de sentirme sola. 223 Y quise volar por Sarah Degel Y quise volar para alejarme del mundo, para dejar de sentir, para tener la sensación de que nada ni nadie importaba, tan solo yo. Egocéntrica. Y quise dejar de imaginar otra vida que no era la mía, una vida donde todo era perfecto, donde no había pobreza, ni desigualdad, ni corrupción. Donde el mundo no se veía abocado a la destrucción. Y quise dejar de ser yo, porque ser yo implicaba demasiado compromiso, demasiada tristeza, demasiada oscuridad. Una vida vacía, una vida de nada. Quise tantas cosas que dejé de saber lo que en realidad quería. Todo y nada, la perfección imposible. Y dejé de existir. Y dejé de ser. Y entonces me di cuenta de que no se puede volar, porque es huir; no se puede dejar de imaginar, porque a cada cual le toca lo que le toca; no se puede dejar de ser uno mismo, porque pierdes la razón de vivir. Y volví a existir, a ser yo, con mis alegrías y mis tristezas; mis anhelos y mis metas; mis desamores y mis pobrezas. Pero me hice fuerte, dejé de estar vacía y pude tomar las riendas de mi vida y ser; porque sin ser la existencia de uno es anodina, pierde el sentido, pierdes el rumbo, te pierdes; y todos vivimos para vivir, para soñar, para sentir, para sufrir, para aprender, para buscar la felicidad y, sobre todo, para ser uno mismo. Para querer. Y quise volar… y al final me salieron alas y volé. 224 -Utopíapor Saray La O Toledo Desgastado y oxidado está ya el tobogán en el que jugaba cuando niño. Sin embargo, mis recuerdos son más vívidos que nunca a medida que pasan los años. En aquel cacharro, sin pilas ni pantallas, jugábamos todos sin preguntarnos de dónde éramos o a qué dios rezábamos. No nos importaba. Lo único que nos movía era el afán de jugar y la imaginación que fluía por cada poro de nuestros pequeños e inquietos cuerpos. El tobogán, de hierro verde oscuro, quemaba en verano y helaba en invierno, pero nunca detuvo nuestra maestría por convertirlo en un barco pirata, una nave espacial o en la entrada secreta hacia una cueva encantada. En él nos agolpábamos para subirlo, por las escaleras o por la rampa, y nos deslizábamos sentados, tumbados y hasta del revés. Incluso los más intrépidos saltaban desde lo alto cuando la ocasión del juego lo requería. Hubo discusiones sobre quién lo poseía, pero siempre se acababa respetando la ley no escrita del líder que influía en el resto, adentrándonos juntos en un universo nuevo al que jugábamos una vez más. Nos subíamos haciendo caso omiso de si llevábamos el uniforme del colegio o nuestras mejores galas, y siempre volvíamos a casa con más de un golpe o raspadura sin que aquello mermara nuestras ganas de volver al día siguiente. 225 El tobogán de mi barrio esperaba inmóvil a que nos abalanzáramos sobre él para que disfrutáramos solos, o en compañía, sin rechazarnos nunca. Ahora, envejecido y más solitario, viene a mi memoria como el lugar donde más feliz me he sentido. Y sueño. Sueño con un mundo en el que cada niño pueda disfrutar como yo lo hice de un tobogán, haciendo que el recuerdo de su infancia merezca una sonrisa. 226 Destino por Sergio Gozzi Vallejo Ha nacido una ola. Pequeña y diminuta, se siente frágil, indefensa, frente a la inmensidad del mar. La llaman loca por exponerse a temporales que la arrastrarán y la ahogarán. Se crece ante la tormenta de la incredulidad, acompañada por las sirenas de la utopía, resiste los envites del miedo social, ya no teme, ya no duda. Solo ella conoce el mensaje que lleva en su interior. La ola sabe su destino. Los rayos del sol acarician su cresta. Las estrellas tiñen de blanco su camino en la oscuridad de la noche. Sabe que ha nacido para llegar a la orilla, sabe que ha nacido para ser amor. 227 -Utopíapor Libre El espejo de la vida se halla roto en las tinieblas; trozos separados que ya no reflejan la única verdad de este planeta. Astillas de plata con los sueños ocultos de países multicolor y seres oscuros; castillos fantasiosos de hombres ¿libres?; esquirlas de almas rotas, de mariposas sin alas aprisionadas con grilletes de oro, con cadenas de huesos, antes humanos. Ojos henchidos de desesperación ante un paisaje roto por la corrupción, mientras resuenan risas de gobernantes. En otro fragmento, justo al lado, las expectativas llegan a tiempo, pasado y futuro amordazando al presente, añorando la luz de la vida, el deseo de volar en un cielo de verano o de conversar con la luna de mayo. Y en otro, más allá, tantos puntos de vista, tantos pensamientos, tantos sentimientos, recuerdos y anhelos nos nublan la vista, nos imponen ideas y leyes, alejándonos de este fantástico, maravilloso, increíble mundo, 228 de este del que ya nada conocemos. Y en el fragmento más pequeño en el más alejado, escondido, olvidado despierta la luz de una revolución dirigida por niños, comandada por hadas con luz en los ojos y sonrisas mágicas, escuchando al corazón y no a las falsas palabras; conociendo la verdad olvidada por los adultos, y con su alegría pegando fragmentos de espejo para que, al completo, veamos la Realidad. Las manos unidas, todos amigos, todos hermanos, sobre carrozas de luciérnagas tiradas por caballos de estrellas, despertando de ese oscuro sueño eterno a la humanidad. 229 Mundo Primavera por Silvia Mouzo López Vivo en un mundo en el que siempre es primavera. El aroma de la hierba fresca se entremezcla con el olor de un bosque cercano de pinos, y una estrella muy grande brilla alegremente, pero sin demasiada fuerza, como si supiese la temperatura exacta que necesito para sentirme bien. Un par de días a la semana el cielo se esconde tras unas nubes y llora, no sé muy bien por qué, pero sus lágrimas me mantienen fresca y resplandeciente. En esos días, las gotas que caen son acariciadas por los rayos que provienen de la gran estrella que asoma entre las nubes, y es ahí cuando ocurre algo maravilloso. En el cielo aparece un arco muy grande compuesto por siete colores, que surge de detrás de la montaña y se acaba escondiendo en el bosque. He contado los colores miles de veces, y siempre son siete, con la misma forma y colores. Creo que ese arco es creado por la estrella grande para consolarle y que deje de llorar, porque muchas veces es lo que ocurre. La verdad es que el arco es tan bonito y deslumbrante que entiendo cómo se siente el cielo al verlo. Cuando el cielo se vuelve oscuro, la gran estrella cambia de aspecto. Sigue allá en lo alto, pero ya no brilla tanto y su color es diferente. Sin embargo, está preciosa y acompañada por un sinfín de pequeñísimas partículas que tintinean alegremente. 230 Mientras el viento canta una nana soplando entre los árboles, y la estrella junto a sus pequeñas amigas sigue vigilando desde las alturas, yo me voy sumiendo en un profundo sueño del que despertaré cuando esas preciosas hadas con plumas comiencen a cantar para recordarle a la estrella que debe cambiarse y lograr que el cielo vuelva a ser azul. Me gusta este planeta y no tengo ninguna curiosidad por conocer los otros tres mundos que forman el universo en el que vivo: Mundo Verano, Mundo Otoño y Mundo Invierno. Con solo desearlo, puedes transportarte a cualquiera de ellos y permanecer el tiempo que quieras. Me han contado que Mundo Otoño es parecido al mío, aunque el cielo es gris y llora más a menudo; además, las hojas de los árboles son naranjas y amarillas en lugar de verdes. Mundo Invierno es absolutamente blanco, he oído que la estrella apenas aparece y que del cielo caen bolas blancas. Yo no lo he visto, pero imagino que son las partículas que veo aquí por las noches, junto a la gran estrella blanca. Quizás allí quieren bajar a la tierra a jugar… pero no sé por qué. Y Mundo Verano es muy parecido a mi mundo, pero la estrella brilla con más fuerza y el cielo apenas llora. Seguro que son lugares maravillosos, pero yo soy muy feliz aquí, aunque me gustaría que los copitos que permanecen en el cielo bajasen a jugar conmigo de vez en cuando. 231 El vuelo desconocido por Silvia Robles Martínez Estaba sentada en el parque, era el primer día de su «nueva» vida. Había sido despedida del trabajo en el que llevaba más de veinte años, durante los cuales había conocido al que sería su marido tomando café, en el bar al que bajaba en sus veinte minutos de descanso; también había sido testigo de su divorcio. Había asistido a bodas, nacimientos, rupturas, defunciones… veinte años son muchos. Y de repente «el vacío». Qué iba a hacer el resto de su vida, no lo sabía; tenía miedo, todo su mundo giraba en torno al trabajo, no tenía nada a lo que aferrarse, por eso estaba allí, en un parque a las ocho de la mañana de un día de mayo, sin algo más interesante que hacer. Nadie entendía su malestar, tenía un piso pagado, sin hijos, dinero… ¿Cuál era el problema? El problema era que se sentía inútil. Pasaban los días y Emilia no hacía otra cosa que pasear, leer, ver la tele, ir al cine, pero necesitaba más. Y un día, en la biblioteca donde iba a leer periódicos y revistas, lo vio: «Se necesita persona para enseñar español a inmigrantes». No pagaban mucho, tampoco le importaba, lo único que necesitaban era que tuviera disponibilidad inmediata; había días en los que las clases serían de mañana, y 232 otras de tarde; y otra cosa quizás no, pero tiempo tenía de sobra. Y así empezó «su nueva vida». Conoció el otro lado de los inmigrantes, los que le contaban que en su país no podían vivir por ahora, pero que querían volver, que venían aquí porque les empujaba el hambre, la necesidad, pero nunca el placer. Pasados unos meses, decidió que tenía que conocer esos lugares, y viajó allí, pero no a los hoteles, ni a las playas, ni a ver safaris, sino a las casas de sus alumnos, con sus familias, donde aprendió a disfrutar del momento, de las cosas pequeñas, de los paseos, de las tardes en el seafront. Entendió que a veces los empujones que te da la vida no te tiran a un barranco, sino que te ayudan a volar. 233 -Utopíapor Susana Palacios Vinagre Soledad es cuando las huellas de tus pies ya no se vislumbran en la tierra; es soledad lo que me atrapa en la noche, cuando solo se oye el rumor de la luna; o es cuando el ruido de la gente me atrapa y no lo entiendo. Es soledad cuando abrazo el vacío que antes ocupaba tu sombra, o son los pensamientos los que se dejan atrapar por tu conciencia. Me pregunto que si la vida me da tantas oportunidades es porque tengo que seguir luchando, seguir caminando, seguir bailando. Hay noches en las que los pensamientos y la soledad me invaden, son caminos que se desvelan inciertos, cuando, en realidad, tú estás como un faro en puerto seguro; sigo el camino que me conduce a la seguridad de tus brazos, a la serenidad del mar en calma que son tus miradas; a las risas bailarinas que se agitan como un mar de olas gigantes. Busco respuestas que no existen, porque no hay preguntas para la incertidumbre; solo hay una cosa segura, y solo la sabes tú… 234 -Utopíapor Hortensia Gesteira Estévez Y puedo sentir que en una tarde lluviosa se me escapen los deseos, esos que tengo escondidos bajo un tapiz dorado, los que pienso que podrán salir a la luz un día de primavera que observo en un futuro no muy lejano. Los deseos más recónditos de una enamorada. Enamorada del paso del tiempo a tu lado; romántica de las cosas simples y patéticas; sensible por lo absurdo y por lo que no lo es tanto. Puedo sentir un tun-tun en mi cabeza, que me augura buenos momentos y que pretende destaparme aquellos donde era la niña más dichosa de las personas que conformaban este singular espacio. Sigo siéndolo por momentos, aunque apenas alcance a expresar si realmente soy feliz o estoy más amargada que nunca. La conciencia me empuja a escribir sin frenar; a intentar atrapar unos momentos que resultan efímeros, demasiado pasajeros, cuando yo lo único que quiero es conseguir tocar el cielo con las manos, besar el sol con los pies, y llegar a los detalles más nimios de felicidad. ¿Y si resulta que la felicidad solo está en los pequeños momentos en que salimos de una rutina, de los corsés, para embarcarnos en la locura más absoluta y a la vez tierna, que es cuando estoy enlazada en tu cuerpo, lleno de mariposas y de esas flores bonitas que llenan mi mente de sueños? 235 Al final es bien cierto eso de que solo queda el alma en la infinidad de pensamientos de nuestro cuerpo. 236 Quiero ir allí por Víctor M. Contreras Quiero ir allí montado en un dragón azul plateado, y tal vez no volver mañana con tus manos atadas a mi pecho y tu aliento de flores inmortales sobre mi hombro. ¡Levanta y avanza hacia el que está el vuelo, dragón! entre el azul y naranja de este cielo horizonte, hacia el valle en el otro mundo, ante nuestros ojos. Avancemos antes de que el sol desaparezca después de la sonrisa a la lluvia, y juguemos a romper montañas y arbustos de nubes con los puños, con los brazos extendidos. No te sueltes de mi pecho, amor, y sigue mirando emocionada este trayecto; dejemos que el aire serpentee nuestros cabellos mientras sobrevolamos este valle inmenso. Eternizados, desprovistos de las cadenas invisibles que atan todo a nuestras espaldas sin más motivo que el sometimiento de la imaginación y nuestras almas. 237 Quiero ir allí, pero no quiero ir solo, te quiero a mi lado en todo viaje, que el dragón eterno de mi alma siempre tenga alas para escapar juntos de aquí. 238 -Utopíapor María Luisa Vázquez Pedreda Desde muy pequeña me atrajo la belleza, no importaba la forma de expresión. La primera noticia de ello me la dio mi madre cuando me contó que un día, durante mis cinco años, aparecí con una flor en la mano y le dije: «Mirá, mamá, es tan bonita que hasta tiemblo». Desde entonces he apreciado la belleza en todas sus manifestaciones y he lamentado que mi físico no la manifestara. He sido feliz contemplando el cielo y el campo, escuchando el agua de una fuente, una melodía; sintiendo el tacto del terciopelo, acariciando una piel suave, el caer el agua de lluvia sobre la mía, contemplar el mar, un atardecer de otoño, el brote de la primavera; mordiendo una fruta madura, aspirando un perfume; abrazando un cachorro, la tibieza de otro cuerpo. He dejado a mis sentidos libres, disfrutar de lo más simple, lo más hermoso. He viajado a lugares remotos para encontrar más belleza. He aprendido todo lo que pude, y dejé que mis manos plasmaran a través del arte todo cuanto sentía. Ayudé a otros a seguir el mismo camino. Solo un deseo no he podido cumplir; corporizarme en aquello que es motivo de mi disfrute: el vuelo de un pájaro, la luz de un rayo, tierra húmeda, agua cristalina, una poesía, una mirada… Esa, y que la belleza no tenga patrones, es mi utopía. 239 Sueña por Verania Jazmín Arvizu Rubio Dicen que la esperanza es lo último que muere; a mí me parece que nunca muere, nosotros mismos la matamos. Todos tenemos sueños e ilusiones, y tenemos la esperanza de cumplirlos; todos alguna vez deseamos algo, que no busquemos la manera de cumplir nuestro objetivo es diferente. Me llamo Mary, soy un hada de los deseos, y yo también tengo mis propios deseos, aunque no puedo cumplírmelos con una varita mágica, debo luchar por ellos como todas las personas. Mi mayor sueño es convertirme en un hada egresada, esto quiere decir en un hada total, que puede cambiar las cosas. Estoy en el último semestre para concluir mi carrera y mi proyecto final es ir con los seres normales y ver qué desea la gente allá. Lo que no saben de ser un hada de los deseos es que no se cumplen solo así, nosotros ayudamos a que se cumplan, pero no hacemos todo el trabajo, el poder está en cada uno, y cada quien puede impulsarse o quedarse. He observado a muchas personas; he hablado con unas cuantas y es increíble cómo no pueden superar sus expectativas. ¿Por qué los humanos no luchan por sus objetivos? Escucho palabras como «solo un sueño», «no se puede lograr», «es imposible»…; si no buscas lo que quieres, va a ser imposible; de lo contrario, se puede lograr. ¿Quieres volar? ¿Quién 240 dice que no se puede? Todo es posible si cumples con el principal objetivo: SOÑARLO. Creía que los humanos se daban por vencidos fácilmente, pero Jack me demostró que no es así. –¿Cuál es tu mayor sueño? –Todo lo que se pueda soñar, es mi sueño. –¿Cómo? –Algunos prefieren soñar y otros hacen que las cosas pasen. –¿Y de qué persona eres? –De la que no se da por vencida. –¿Cómo lo sabes? –Estoy aquí, al otro lado del mundo, alejado de mi pueblo, extrañando a mi familia, estudiando y trabajando para pagar mis estudios y ayudar a mi familia. Hay veces que no como por darles a otras personas; quiero ser doctor no por el dinero, sino para apoyar a la sociedad; tengo muchas cosas y sin embargo sonrío; soy feliz, soy feliz con mi vida, tengo una gran familia y mi mayor sueño es nunca darme por vencido. Supe que Jack era mi proyecto no solo eso, sino porque me había dado una manera distinta de pensar. Cuando nos ponemos ambiciones, tapamos las cosas bellas de la vida. Como yo, buscaba graduarme de la escuela de hadas que he descuidado mucho. Hay que ambicionar, pero sin dejar vivir el presente. Derek se graduó como doctor, logró traer a su familia a la ciudad, gana bien, comparte el dinero y fines de semana va a dar consulta gratis a su pueblo. La humildad es la herramienta para abrir puertas, y él abrió la puerta de mi alma. No tuve que hacer mucho para que él lograra sus metas, porque cuando nos planteamos cosas y luchamos, todo se pone a nuestro favor. Han velado a algún difunto la noche anterior… 241 Sueño por Rossangela Huangal Álvarez Hace unas semanas quedé desconcertada ante el espíritu de un niño. Solo me convertí en una espectadora más de aquella escena. El pequeño hombrecillo, de quizás diez años de edad, se enfrentó valientemente al serenazgo de la municipalidad de La Victoria. Todos los sucesos pasaron tan rápido…, pero la mirada de la criatura que se convirtió en un pequeño cachorro furioso solo para defender a su madre, esa mirada, esos ojos que miraban con furia y coraje al hombre que intentaba quitarle la carretilla, quedaron grabadas en mi memoria. Para mí es inevitable no recordar cómo la señora le decía al niño que corriera, «Corre, hijo; corre, papito…», mientras era jalada por unos hombres del serenazgo con el afán de quitarle su producto. Sin embargo, el niño, en vez de correr o solamente llorar, aquel pequeño, cogió con fuerza un extremo de la carretilla mientras empujaba al lado contrario, y repetía enérgicamente «no» una y otra vez. Dado que el niño se oponía a que llevaran la carretilla de su madre, uno de los hombres le cogió por el brazo mientras intentaban llevarlo por la fuerza. Pero, para sorpresa de ellos y de mí, el niño se soltó y ahora él era quien intentaba jalar al serenazgo en dirección contraria mientras que por sus ojos salían algunas lágrimas. Y yo solo me quedé observando y derramando las lágrimas que el niño no derramó. Yo no 242 grité ni me bajé del carro para ayudar, simplemente lloré. Y cuando dejaron al niño y a la madre, seguí llorando mientras veía cómo se alejaban. Quise mirar por última vez el rostro de aquel antes de que voltease la esquina, pero no pude; la valiente alma escapó mientras le daban libertad. Sin embargo, luego de ver a aquellos libres, seguí llorando, y lloré porque no hice nada, porque solo lloré, porque no me sentí valiente, porque toda mi vida me creí el cuento de que soy un alma llena de coraje que es capaz de hacer cualquier cosa para defender una criatura indefensa. Ahora me pregunto qué será de la vida de ese niño, me cuestiono si estudiará, si podrá estudiar, si con todo lo que le toca vivir podrá estudiar, o, lo más importante, vivir. Hoy me imagino que no solo en Gamarra hay niños que sufren con sus madres, los hay en Lima, en todo el Perú, los hay en América y sé que los hay en el MUNDO. Y, si mi imaginación me lo permite, solo sueño con un mundo que permita a la infancia vivir tranquila, que se desarrollen como los niños que son. Y, si no es mucho pedir, que algún día los adultos tengamos alguna inocentada de niños; que nos enfrentemos ante los sucesos más minúsculos y a los más inmensos; que el mundo recupere la sensibilidad, aquello que nos hace sentir más allá de nosotros, lo que nos diferencia de un computador; que podamos llorar; que podamos gritar con el corazón. 243 La vida son historias por Diego Alonso Las palabras todavía seguían resonando en su cabeza mientras subía los escalones color ceniza de dos en dos, apresuradamente. Casi había olvidado por completo el rostro de la anciana tras ayudarla a cruzar el paso de cebra, pero no la cita que ella le brindó por todo agradecimiento cuando le dijo que lamentaba no poder quedarse a charlar un minuto, pues tenía una cita urgente en la policlínica, más concretamente, en la sala tercera, maternidad. –¿Así que ha sido padre? –le había dicho la mujer, con una media sonrisa en la comisura de los labios–. Pues mi enhorabuena, joven. Y recuerde una cosa –aquí la anciana le había tomado por el brazo, con determinación–: Además de padre, ahora usted va a ser escritor, porque va a escribir un capítulo nuevo en su vida y asistirá a muchos de ellos en la de su hijo –y luego, solemne–. La vida es una historia; no, la vida son historias. Y después de girarse, sin añadir nada más, la mata canosa sobre el negro abrigo de pieles había seguido calle abajo, desaparecida en la bruma de la mañana. La frase le daba vueltas, jugueteando con él. Ahora que ya se encontraba en el hospital, ahora que la señora estaría, probablemente, a un par de manzanas de allí, le había entrado la duda: ¿qué había querido decir con eso de la historia y las 244 historias, lo del escritor y los capítulos? La pregunta continuó rondándole mientras atravesaba el pasillo en dirección a la ventana de la sala de maternidad. Cuando estuvo frente al abigarrado grupo de bebés que dormían en las comodidades de sus cunas, junto al cristal de la habitación, y la enfermera, sonriéndole, le señalaba cuál de ellos era el suyo, sintió al verle –rosáceo, minúsculo, sosegado– cómo las palabras de la anciana comenzaban a cobrar sentido, igual que si alguien les limpiara la pátina de polvo que, hasta entonces, parecía haberlas cubierto. Y, al contemplarle un poco más, pensó para sí en cuántas historias habían tenido que confluir para que aquella vida acabase de llegar al mundo, y cuántas, en efecto, habrían de escribirse a partir de entonces. 245 Sangre Pura 2 por Yanci Lara Hamburgo, Alemania (1781). Dos semanas después de que Leyna me confesara que era un vampiro yo, después de eso, había decidido que quería estar con ella para siempre. Pero ese para siempre sería hasta que yo muriera dentro de unos años al volverme viejo y decrépito, y ella seguiría igual de joven y radiante. Ese pensamiento me ocasionaba un hueco en el estómago, sabía que no duraría mucho tiempo, pero aun así, quise disfrutar cada segundo con ella. Una noche habíamos decidido pasear por el bosque. A esa hora era muy peligroso por los animales salvajes, pero a Leyna eso le tenía sin cuidado. Me había dicho que me protegería y no dejaría que ningún animal se me acercara. En realidad, quien debería haber dicho eso debía haber sido yo, pero la fuerza sobrehumana y la velocidad de un rayo, eso era de ella. Así que no podía hacer nada, yo era el frágil humano que ella debía proteger. Para serles sincero, no me disgustaba, eso me agradaba, y mucho. Así que salíamos casi todas las noches al bosque; adoraba hacerle el amor bajo la luz de la luna, y ella también lo prefería. Siempre que nos veíamos, ella usaba sus camisones poco transparentes de seda, y mi favorito era el rojo. Se la veía espectacular, sus pezones rosados erectos se notaban mucho sobre la tela, y la rajadura del vestido del lado derecho mostraba por 246 completo su pierna y sus labios inferiores. Eso me daba acceso directo a ellos. La colocaba de espaldas contra un árbol y me ponía de rodillas para saborear sus dulces jugos hasta saciarme. Ella gemía en respuesta y abría más sus piernas, solo para mí. Gimoteaba mientras dejaba caer los tirantes de su camisón para que sus pezones quedaran al descubierto, y a mí me encantaba cubrirlos con mis manos. –Mmm, necesito que me muerdas —me pedía entre jadeos. Mientras mis manos apretaban más fuerte sus pezones, devoraba su clítoris y lo estrujaba contra mis dientes, y luego mordía sus labios inferiores y me chupaba sus jugos, que sabían deliciosos. Lamía cada rincón de su vagina, y pasaba suave y lentamente por su rajita hasta llegar a su clítoris hinchado. Me encantaba pasar horas haciendo lo mismo y seguir hasta que ella llegara al clímax, por lo menos unas tres veces. Cuando ella no lo soportaba más, me suplicaba que le enterrara mi duro miembro en su vagina. Yo algunas veces no la escuchaba porque quería seguir así por más tiempo, y otras mi pene duro y pulsante me decía que era hora de satisfacerlo, y este era uno de esos momentos en que deseaba enterrarme en ella profundamente. Me puse de pie y con una estocada concisa y firme me introduje entre sus suaves paredes que me hacían tocar el cielo. Arremetía con fuerza porque a ella la estremecía cada vez y me pedía que lo hiciera con más fuerza. —Más, más fuerte… más fuerte —me decía al oído entre jadeos. 247 -Utopíapor Óscar R. Arteaga Los sueños son retazos del alma que, remendados a tus ilusiones y anhelos, conforman un mapa onírico que nos sirve de orientación en un mundo en el que nada tendría sentido sin la ilusión. El devenir, la experiencia y, por qué no, también los años, te enseñan que la felicidad es una simple utopía, y que al final lo que nos quedan son esos momentos que se convierten en algo maravilloso cuando aprendemos a reconocerlos. Puede ser un lugar, una persona, una canción o un simple olor el que nos despierte esas ansias de volar y soñar. Lo importante, sin duda, es tener ese punto de fantasía al que agarrarnos mientras el huracán de la realidad nos zarandea de un lado a otro de la cotidianidad. Todos hemos deseado algo que a priori se antoja imposible: que nos toque la lotería, tirarnos en paracaídas, viajar a lugares recónditos, conocer a una estrella de cine e, incluso, llegar a ser un escritor reconocido. Ser escritor, poder dedicar tus horas y tus energías exclusivamente a crear sin más premura que la de disfrutar de tu trabajo. ¡Qué bonita quimera! Puede que nunca llegue a hacerse realidad. Puede que la fórmula maestra sea solo una mezcolanza de trabajo duro y suerte. Mientras, seguiré refugiándome en ese reducto de goce intelectual que es sentarme frente al 248 ordenador. Un paraíso particular en el que verdaderamente me hallo completo y en paz, un universo donde cronos se detiene. Una confluencia de situaciones, personajes e historias que derivan en lo más parecido a lo que pueda llegar a ser la Felicidad. 249 Y de repente... por Yolanda Damia Melego De repente se dio cuenta de que no quedaba nada por lo que luchar. La vida le había pasado las cuentas de todo lo vivido, y ahora, aun con tanto tiempo todavía por delante para algo más que respirar, la cartera estaba vacía. El precio pagado había sido alto, no le dejó saldo ni aval. Caía por el precipicio, esta vez sin divisar nada a lo que agarrarse, cuando se percató de que es en esa determinada coyuntura, cuando la pendiente es tan pronunciada, cuando no debes mirar abajo. La ausencia sería infinita, el olvido sería imposible, pero, casi sin pretenderlo, se descubrió soñando manejando el futuro. ¿Su futuro? ¿Su mañana? Todo parecía real, posible, verdadero. Fue su sueño más sanador. Tras comprobar que la vida es imparable, y aun con el vértigo de equivocarse, incluso, en sus dudas, se imaginó, nueva y limpia, en la vereda. Las palabras se agolpaban en su mente: «Aguanta, nena. Tu momento llegará. Algún día vendrá un viento fuerte que te llevará a tu sitio. Hay que ser como un junco… La vida te dobla a veces, pero, al final, vuelve uno a ponerse de pie, todos siempre tenemos fuerzas para volver a ponernos de pie». Se aferró a todas aquellas palabras tantas veces oídas, pero solo ahora escuchadas. Era el momento de encontrar el nuevo sendero. Es cierto que 250 no quedaba dónde ir, pero sí por lo que luchar. Tendría una nueva oportunidad real, mágica, esperanzadora, porque solo se gana cuando se aprende a perder. Ella se sentía vencida, pero no rendida. Ya no. Tras aceptar la derrota, y aprobar con una valoración de sobresaliente la lección, decidió que era necesario imaginar el mañana, diseñar un paraíso terrenal que solo necesitaba de la fuerza del sol y convertir el futuro en manejable. El paseo matinal, que esta vez más que reparador fue regenerador, había concluido, y con él el duelo, el dolor y la autoflagelación que la pérdida le había originado hacía ya unos meses en las entrañas. Ahora, desde ese mismo lugar, nacía una semilla que la portaba en volandas hacia un nuevo hogar, un nuevo rincón donde instalar sus filias y fobias, sus emociones, sus pasiones e, incluso, esos momentos neuróticos que a veces la habían llevado a los llantos de la desesperación. Esa voz interior que siempre le golpeaba hasta dejarla tendida de bruces sobre la tierra se reveló más brava de lo que ella recordara haber sentido jamás, pero, en ocasiones, la naturaleza crea tormentas perfectas capaces de generar tan inconmensurables catarsis que todo lo nuevo creado parecía, solo instantes antes, pura utopía. Era abril, la primavera comenzaba a despuntar, el azahar, como el almendro, florecían hermosamente, y ella…, ella vivía en ese momento el inicio de su nuevo camino. Había aceptado el ayer y ahora solo quedaba crear «una realidad de su sueño». 251 -Utopíapor Zaida Maseda García Hoy me gustaría darte esta rosa blanca; su aroma inundaría tu libertad para bailar sobre las olas que azotan el faro. No creo en los temporales, sino en que intentas aferrarte a las rocas, escalar y vestirte con tu abrigo rojo para abrazarme y decirme que todo va bien. Sé que a veces lo haces, apareces sin llamar por la puerta de mis sueños, y entonces me abrazas. Después, despierto y me doy cuenta de que ya no estás aquí, y solo te puedo llorar. Sé que así no puedo vivir, que me perderé en la oscuridad de estar sin ti. Nadie se imaginaba el no verte mas… Siempre creí que volveríamos a tomar esos cafés en el bar, viendo a la gente pasar corriendo, abrazando sus bufandas por el frío de la mañana. Cierro los ojos y deseo recordar el mar; al romper las olas escucho el eco de tu voz. Me hace sentirte cerca y pienso que la vida debería darte la oportunidad de volver: jamás nos dimos un último beso. ¿Cómo me puedo acostumbrar a esta sensación? Tengo un agujero negro en los pulmones y una cárcel en el corazón. Me aferro a todo lo que me permita tenerte cerca: fotos, bolígrafos que usabas en tu despacho, cuadros que pintaste… ¡Ay! ¡Los cuadros! Pintabas por placer y entretenimiento, pero no sabes que pintaste lo más preciado que tengo: las líneas de mis manos. Las miro y sé de dónde vengo, y 252 de quién. Tú me dibujaste. Y ese es el mejor cuadro que le pueden regalar a una persona. Sigo aquí, sentada con esta rosa, aferrándome a tus recuerdos, a tu voz, a tu abrigo rojo, que, aunque me queda muy grande, de vez en cuando me lo pongo. Tengo los ojos llorosos pero me siento bien, estoy a tu lado. Las enfermeras me conocen. Han intentado convencerme de que no venga… Ilusas. Todos los días ocupo la misma silla, con tu abrigo y una rosa blanca, sin hacer nada más que mirar las curvas y rectas de mis manos. Todo parece en silencio. Me parece sentirte cerca. Cierro los ojos y recuerdo tu cara, tus manos, tu voz. Recuerdo anécdotas de cuando viajamos a Alemania, de las mañanas de verano pescando, de los domingos paseando… Todos esos recuerdos son tan apacibles… Me relajan. Pero, como todos los días, esto se rompe cuando aparece una enfermera citando a los familiares que pueden pasar. Sé que no me van a nombrar. Ya no estás en la UCI, en el box número nueve, pero siempre hay un halo de esperanza estúpida. Veo cómo los familiares se ponen nerviosos, entran unos, otros salen, lloran, se abrazan… Yo sigo sentada en mi silla, observándolos y hablando contigo en mi fuero interno. Me voy poniendo triste a medida que avanzan los minutos y la hora de visita termina. Siempre espero a que la sala se vacíe. Entonces me levanto, acaricio mis manos y las mangas de tu abrigo, pongo la flor en la silla y, a paso lento, me voy de la UCI. Mañana volveré a sentirte un poco mas cerca, papá. 253 El duelo por Zaida Maseda García El viento azota mi vestido intentando arrancarlo de mí, pero no cedo ante su codicia. Continúo con los pies a escaso margen del vacío, sin una sola grieta de duda. Lo haré cuando lo decida. El sol se sumerge tiñendo el horizonte con tonos anaranjados, alargando las sombras. Mañana volverá. De pie, con la vista en el horizonte, mi piel se enfría, mis brazos se relajan, mi mente se derrama de recuerdos. No quiere pensar en nada, y yo tampoco. No quiere escuchar mi deseo incombustible de seguir. No quiere saber dónde estoy ni lo que vine a hacer, aunque mis ojos lean el peligro de estar subida a un balcón sin sujetarme a ninguna parte, retando a las viejas e inclementes bestias de la naturaleza, desde este edificio. Acabo de borrar ese último dato. Me siento mejor y sonrío. Seguiré borrando mi memoria y lo haré al compás del sol, mientras se recuesta en su lecho y el anochecer le arropa con su manto de estrellas. Olvido miles de noches solitarias, olvido los «te quiero» evadidos, olvido todos los besos que no tuve ni retuve, olvido cada una de las palabras que me guardé… Noto que el peso de mi cuerpo ya no es peso, aunque la gravedad sigue existiendo a escasos centímetros de mí. 254 El aire entra a pequeños golpes en mis pulmones, que se difumina alegremente entre sus invisibles moléculas. Me elevo sobre la punta de los dedos de mis pies, sin dolor, sin náuseas, saboreando la sensación de libertad, y le ofrezco mi saludo abriendo los brazos de par en par, entregando el insignificante organismo latente que ha sido mi cárcel desde que te fuiste. Lo hago ahora, con la conciencia más tranquila, con los últimos brillos del astro en mi rostro relajado. Cierro lentamente los párpados y me inclino ante el abismo del sueño incontestable. Tan solo ese pequeño gesto es suficiente para que la física del mundo que nos domina realice su tarea. Me deslizo en dirección a la felicidad volteando con ligereza mi cuerpo, como una hoja de otoño. Mi semblante se deforma, se diluye en el tiempo y el espacio, mientras doy vueltas y más vueltas acariciando la inminente despedida que se acerca. Solo pienso en él. El cosquilleo que siento en mi estómago desaparece y reniego de los números, de las letras, de mi nombre… Oigo un crujido seco. No siento nada, solo una voz que me susurra: –Se te olvidó todo, excepto un detalle… –me dice–. Conocía de tus proyectos y de tu vida. Y ahora parece que solo puedes elegir entre dos opciones: pudrirte por dentro o bailar con las agujas de tu vida en la mano. Yo me fui, pero tú no te condenes a caminar sola. Me levanto y solo hay oscuridad. Escucho un twist de fondo y noto cómo una sonrisa estéril se aleja de mí. Me siento en la cama y sentencio: –Lo volveré a intentar, papá, te lo juro. 255 -Utopíapor Brianda Zorraquin Artiñano Sueño con poder estirar mi brazo y alcanzar una estrella, esa que tanto brilla, esa que corre tanto. Sueño con poder viajar al pasado y ver a los que ya no están; e incluso con escaparme al futuro y echar un vistazo a lo que vendrá. Tengo sueños imposibles, es cierto. Tiendo a esperar demasiado. He llegado a soñar que la justicia era justa…, no te digo más. Pero dicen que soñar es gratis, aunque a veces puede resultar muy caro. Una puede esperar esa llamada que te diga que tu tiempo libre se reduce y la cuenta de ahorros aumenta. O esperar la noticia que comunica que nuestros hijos tendrán aquello por lo que nuestros padres lucharon, y que nosotros disfrutaremos de nuestro tiempo con los derechos que nos hemos ganado. Esperamos conocer a esa persona que nos haga desear pasar con ella cada segundo del día, cada día de nuestra vida. Esperamos ese beso que nos deshace, ese «te quiero» que hace que todo se olvide, que todo parezca lejano; ese «lo siento» que nos aleje del rencor y nos acerque al perdón. Esperamos que las palabras no sean hojas que el viento se lleva, sino que se conviertan en hechos que se demuestran. Confiamos en que las personas que dicen luchar por nuestros intereses dejen de velar solo por los suyos y miren más allá de sus hombros. Esperamos que el mañana nos traiga lo que se llevó el ayer, y que nuestros sueños se cumplan, aunque 256 sea en un futuro incierto y sin saber con quién. Y, durante esa espera, seguiré soñando. Soñaré con cosas imposibles, con cosas que parecen inalcanzables… Y un día me despertaré y todo eso ya no serán sueños, sino promesas cumplidas y objetivos logrados. 257 Anoche soñé con un poema por Anabella Giménez Anoche soñé un poema para celebrarte. Hoy desperté al alba y sé que solo creí amarte. ¿Fue un sueño, vida, este amor, después de todo? ¿Fue, acaso, el producto de mi fiebre? Te busco sana, consciente, mas no te encuentro. ¿He de buscarte, pues, cruzando el puente que separa la locura y la razón? Te busco bajo el arcoíris de mis lágrimas. Te busco tras la hayas de mis sueños. 258 Te en en de Te en Te en Te en busco los helechos escondidos, el bosque profundo mis pensamientos. busco las fuentes encantadas. busco los arroyos ocultos. busco el brillo y en la herrumbre. Déjame ver tu luz, pues sé que existes, y yo te seguiré, sumisa, hasta tu cumbre. 259 Índice Sonia Aguirre Duque............................. 7 César Vicente Calle............................. 9 Carmen Gómez Sousa............................. 11 Andrés Barrero Rodríguez....................... 13 César Malagón.................................. 14 Leire Kortabarría.............................. 15 Susana Hernández Sánchez....................... 18 Laura Carrera Hernández........................ 19 Ángel Pontones Moreno.......................... 20 Mercedes Suero Fernández....................... 23 Jaime Fa de Lucas.............................. 25 Leonardo Martín Layus Seveso................... 26 Mercedes de Luis Andrés........................ 27 Octavio Pacheco González....................... 29 Pablo Santaolalla Rueda........................ 30 Adriana Salazar................................ 32 Adriana Elizondo............................... 34 Aïda Domínguez Puig............................ 35 Alberto Rubio.................................. 38 Ana Gavilá..................................... 40 Andrés Felipe Dickinson........................ 42 Cleopatra Smith................................ 44 Patricia Loayza Urbano......................... 46 Antònia Fontirroig............................. 49 Arancha Palomares Peña......................... 51 Nacho Díaz Cobo................................ 52 261 Belén García Ruipérez.......................... 55 Diego Bentes................................... 58 Emma Cañete Grondin............................ 59 Carlos Gómez Bañón............................. 60 Wendy Vargas................................... 61 Cristina Garay Burdeos......................... 63 Cristina Sayago Gómez.......................... 64 Fernando Fernández Freijo...................... 66 Diana Peña..................................... 68 Dolores Planas Blasco.......................... 71 Salma Abdola Gutiérrez......................... 73 David Santaella Juncar......................... 74 Eduardo Gambetty............................... 75 Elena A. González.............................. 77 Fele Pastor.................................... 79 Felipe Bravo Ortiz, Felipoween................. 81 Felisa Bisbal Molina........................... 82 Félix Pernas Ramírez........................... 84 Fernando Useros López.......................... 86 Francisco Hernández Molero..................... 88 Juan de Dios Coronel........................... 90 Raquel Martínez................................ 92 Carmen Lucía Carmona Miranda................... 94 Gonzalo Naya López............................. 96 Hina Finck..................................... 98 Manuel Álvarez González-Jubete................ 101 Elena Vega González........................... 103 Inés Díaz Arriero............................. 104 Inés Poveda Pastor............................ 106 Isabel María Hernández Martínez............... 108 Inmaculada Velázquez Ramírez de Verger........ 110 Jesús Denche Castela.......................... 111 Jorge Andrés Castro Muñoz..................... 112 Javi Fabulaciones Dabuten..................... 114 Jessica de la Fuente.......................... 116 Jorge A. Garrido.............................. 120 Jordy Tapia Robles............................ 122 262 Juan Sebastián Chilla Romero-Valdespino....... 124 Judith Pastor................................. 126 Juan Pedro Martín Escolar-Noriega............. 128 Néstor Bardisa García......................... 130 Daniel Pizarroso Marmolejo.................... 132 Miguel Ángel Moreno Pérez..................... 134 Lola Schutz................................... 136 Tatiana Gómez Sandoval........................ 138 Laura Rivas Arranz............................ 140 Laura H. Mastracchio de Delponte.............. 141 Leonor Cortina................................ 143 Laura Hernández............................... 145 Luciana Popovich Crnojevich................... 147 Luis García Serrano........................... 149 Àngels Torra Rial............................. 150 Manuel Vega Palma............................. 152 María Cendán.................................. 154 María Mercedes Mason.......................... 157 Maribel Segado Martínez....................... 159 Marta García-Pons............................. 160 María Elena Sánchez Álvarez................... 162 María del Carmen Camiña Vázquez............... 164 Miguel Ángel Pezoa Zúñiga..................... 166 Nenu Rubn..................................... 168 Melina Álvarez................................ 169 Pedro Gamarra Anguiano........................ 170 Miguel Ángel Carroza Barroso.................. 172 Mihaela Valeanu............................... 174 María Ramos Pérez............................. 175 Natalia García Martínez....................... 177 María Natalia Kraus Amarillo.................. 179 Nazarena Araceli Palma........................ 180 Nuria Gil Inés................................ 182 María Nieves Fernández Céspedes............... 184 Noemí Rodas Marimón........................... 186 Oli López Márquez............................. 188 Paco Rodríguez Angúlo......................... 190 263 Nancy Parraguez............................... 192 Paula Margarita Espinoza Hernández............ 193 Pili Fernández de Torres...................... 195 Jesús Manuel Torres Medina.................... 198 Leopoldo Eric Vidal Meyer..................... 200 Paqui Vizcaíno Jaén........................... 202 Rafael Moreno Montalbán....................... 204 Raquel Molina Montaño......................... 206 Gina Mourie .................................. 208 Rhodea Blasón................................. 210 Inma María Casas.............................. 213 Paqui Rubí Herràiz............................ 214 Sonia García.................................. 217 Alba Sánchez Serradilla....................... 219 Sara Gómez Radillo............................ 223 Sarah Degel................................... 224 Saray La O Toledo............................. 225 Sergio Gozzi Vallejo.......................... 227 Libre......................................... 228 Silvia Mouzo López............................ 230 Silvia Robles Martínez........................ 232 Susana Palacios Vinagre....................... 234 Hortensia Gesteira Estévez.................... 235 Víctor M. Contreras........................... 237 María Luisa Vázquez Pedreda................... 239 Verania Jazmín Arvizu Rubio................... 240 Rossangela Huangal Álvarez.................... 242 Diego Alonso.................................. 244 Yanci Lara.................................... 246 Óscar R. Arteaga.............................. 248 Yolanda Damia Melego.......................... 250 Zaida Maseda García........................... 252 Brianda Zorraquin Artiñano.................... 256 Anabella Giménez.............................. 258 264
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