L O U IS L E M K O W SOCIOLOGÌA AMBIENTAL PENSAMIENTO SOCIOAMBIENTAL Y ECOLOGÍA SOCIAL DEL RIESGO Icaria Antrazyt E c o l o g ía Diseño de la colección: Josep B agá Ilustración de la cubierta: L aia Olivares © Louis Lem kow © de esta edición: Icaria editorial, s. a. Ausiás M arc, 16, 3r. 2a. / 08010 Barcelona ISBN 84-7426-569-X Depósito legal B -8 .644-2002 Composición G rafolet, s, 1. Aragón, 127, 4 o I a - 08015 Barcelona Impreso por Rom anyá/Valls, s. a. Verdaguer, 1 - CapeJlades (Barcelona) Todos los libros de esta colección están impresos en papel ecológico Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial. I. EL DETERMINISMO AMBIENTAL La relación entre las características de una sociedad — organiza ción social, cultural, económ ica— y el entorno físico en que se inserta ha sido una de las preocupaciones analíticas más im por tantes del pensamiento social en el pasado, y que hoy vuelve a centrar la atención sobre todo de tres de las ciencias sociales: la sociología, la antropología y la geografía. El olvido, sobre todo por parte de la sociología, de la variable ambiental se asentó en un período crucial para el desarrollo de las ciencias sociales y en m uchos textos sobre la historia del pensamiento social (escritos por sociólogos), la orientación socioam biental queda marginada dando la impresión, en todo caso, de que el estudio de la rela ción entre sociedad y medio ambiente es un acontecim iento muy reciente y ligado a la llamada «crisis ecológica planetaria». A fortunadam ente, esta visión distorsionada ha tenido recien tem ente una contestación rigurosa. E n esta corriente, donde se reivindica la larga e im portante trayectoria del pensamiento so cio am b ien tal, h a ten id o un papel m u y d estacad o C laren ce Glacken, quien en su recopilación exhaustiva de la relación «hom bre-naturaleza» tal com o la vieron los filósofos, historiadores, teólogos y otros pensadores, desde la época clásica hasta el final del siglo XVIII, nos dice que esta relación solía tener tres dimen siones: En la historia del pensam iento occidental, el hom bre se ha es tando preguntando en relación con la tierra habitable. ¿Es la tierra una creación hecha a propósito? ¿Tienen sus climas, sus relieves y la configuración de sus continentes alguna influen cia sobre las características morales y sociales de sus habitan tes, y también sobre el carácter y naturaleza de la cultura hu mana: en su larga posesión de la tierra, en que m anera la ha cambiado el hombre? (C . J. Glacken, 1 9 6 7 , p. 14) Son tres cuestiones las que se plantean: 1) C reación y concep ción del m undo, 2) influencia del entorno físico, 3) los seres hu manos com o factor de cam bio del medio ambiente. La segunda cuestión, es decir, la influencia o im pacto del medio ambiente sobre la actividad hum ana, es el gran tem a que preocupa al pri m er pensam iento so cioam b ien tal en su versión determ inista. Los representantes del determinismo geográfico (o determinismo ambiental, «environmentaÜism» en inglés) mantenían que las actividades de los seres hum anos, su organización social, econó mica y política, e incluso la personalidad y características cultu rales de los distintos «pueblos» parecían determinados por el en torno físico (geográfico y clim ático) y biológico. Es un modelo simple de causalidad unidireccional: la humanidad es moldeada por su contexto ambiental. D icho de otra manera, la sociedad o cultura es tratada com o variable dependiente y el medio ambien te com o variable independiente o determ inante. El paradigma (somos conscientes de que se ha abusado a menudo de este con cepto para explicar la historia de la ciencia) ambientalista fue ex traordinariamente persistente y no fue claramente superado y con testado hasta finales del siglo XIX. El entorno com o determ inante de la naturaleza hum ana, su actividad y organización social) no es sólo el prim er paradigma socioambiental sino también uno de los primeros paradigmas o marcos teóricos del pensamiento social occidental. El determinis mo ambiental estaba muy extendido ya en la época clásica y, se guramente, su más notable e influyente exponente fue H ip ócra tes de Cos (siglo V a .d .C ). Aunque sea más conocido por sus escritos de medicina, y en concreto por su «juramento» (en rea lidad un juram ento que no es estrictam ente obra suya sino una adaptación de unas consignas de H ipócrates), podem os encon trar en él importantes aportaciones en su D e los aires, las aguas y los lugares. El interés de su obra radica en su intento de explicar la diversidad cultural y de com portam iento y las causas de las enferm edades. El m edio, y especialm ente el clim a, eran para H ip ó crates las variables que podían p ro p o rcio n ar un m arco para explicar la gran variedad de conductas y pautas culturales que el autor observaba durante sus extensas peregrinaciones en el M editerráneo oriental. A veces, H ipócrates adoptaba un determinismo vulgar y fácil de ridiculizar (reflejado en la cita que sigue), y que no hace jus ticia a las observaciones ordenadas y sistemáticas de las culturas que proliferaban en el mundo helénico. C uando una raza habita en un áspero país m ontañoso, a una altitud considerable, con unas lluvias cuantiosas y con m arca das diferencias entre estaciones, entonces sus gentes serán de gran talla, bien acostumbrados a la audacia y la valentía y con no poca ferocidad y brutalidad en su carácter. Por otra parte, en tierras bajas, sofocantes, con prados... son más flemáticos que coléricos. La valentía y la audacia no son parte de su ca rácter, aunque se pueden adquirir con la adecuada form ación. (H ipócrates, 1 9 8 4 , p. 67) La cita precedente es una expresión temprana y nada am bi gua del enfoque del determinismo ambiental (con la m atización pertinente de que también inciden en el com portam iento facto res de socialización y form ación), subrayando la im portancia del clima en la configuración de los rasgos culturales de las com uni dades hum anas. Quizás lo más significativo, desde una perspec tiva sociológica o antropológica, de los escritos de H ipócrates es que desarrolla una teoría que intenta explicar el origen de la di versidad de culturas y la pluralidad y variabilidad de la conducta y ‘organización sociales. E n este sentido, aunque sea una teoría muy sencilla (a veces francamente banal), por lo m enos se plan tea cuestiones, con las consiguientes respuestas, que son clara mente de tipo sociológico/antropológico y que están avaladas por una tarea sistemática de observación de las culturas. En realidad, podría tenerse la tentación de sugerir que el determ inism o am biental de H ip ócrates fue el prim er paradigm a sociológico que ap areció en el^ pensam iento social; en tod o caso fue el más persistente. La salud pública com o disciplina m édica y práctica de políti ca „sqciosanitaria, incluso hoy en día, es heredera del ambientalism o H ip o crático. El higienism o, y m ovim ientos salubristas posteriores, fuertemente influidos por la obra de H ipócrates y sus seguidores, tienen su base en identificar el origen y las solucio nes de los problemas sanitarios en el medio ambiente. La calidad del agua, las condiciones atmosféricas, la alimentación, etc. son para Hipócrates las causas del malestar o bienestar de las personas. Si el agua fuese identificada com o causa de una enfermedad, el remedio sería cambiar el agua o acudir al lugar donde se puede encontrar el agua de la calidad deseada. En el caso del aire, cosa que no se puede cambiar inmediatamente> el paciente tendría que trasladarse a un lugar (la alta m ontaña por ejemplo) donde po der respirar aire limpio para solucionar su problema respiratorio (los balnearios y sanatorios, tan de m oda entre las clases acom o dadas del siglo XIX y que hoy se recuperan, son testim onio de la influencia del pensamiento de H ipócrates). La importancia de la contribución de Hipócrates queda, a m e nudo, descuidada puesto que se relaciona con su teoría m édica de los «humores» que fue descartada y ridiculizada con los des cubrimientos microbiológicos del siglo XIX que instauraron nue vas prácticas y paradigmas en la m edicina occidental. Sin em bar go, resulta bastante extraordinario cóm o la teoría que relacionaba los cuatro «humores» (las dos bilis, la flema y la sangre) con el carácter o tem peramento humano, se m antuvo duranté tan largo tiem po; la noción de los «cuatro temperamentos» (colérico, fle m ático, melancólico y sanguíneo) es parte destacada de la heren cia cultural y artística occidental, reflejándose ello en la literatura, la pintura, la escultura, la música y en el vocabulario y cultura populares. P or no citar más de un cam po de actividad artística — la música de tradición clásica— diremos que dos obras intere santes del siglo XX, La Segunda Sinfonía de Cari Nielsen (1 9 0 2 ) y el Prim er C uarteto de Cuerda de Paul H indem ith (1 9 4 4 ) lle vaban por subtítulo «Los cuatro temperamentos». La consolidación del paradigm a H ip o crático en el m undo grecorrom ano fue notable, y sería casi imposible detallar todas aquellas grandes figuras que asimilaron sus premisas básicas. De manera más general, podemos decir que con m ucha frecuencia, cuando se trataba de descripciones de diversas culturas en que se inten taba dar alguna exp licación de tal diversidad, los au to res se referían indefectiblemente a algún tipo de factor medio ambiental, siendo el climático el más aludido. La mayoría de estos escritos no eran más que repeticiones (aunque a veces en forma poética) de las ideas más simplistas y menos elaboradas de H i pócrates. E n algunos casos (m uy con tad os) se podían en co n trar críticas y matizaciones de lo que se puede denominar «determ inism o vulgar», com o en la cita de la Geografía de Strabo (c. 6 4 a.d .C - 2 0 d .d .C ). U n punto digno de mención que seña la Strabo es que, si bien el entorno puede tener su papel en la formación del carácter de un «pueblo», otros factores, factores so ciales com o la educación y las organizaciones sociales, entran en juego: Las artes, formas de gobierno y m odos de vida de ciertas fuen tes florecen bajo cualquier clima en que se hallan; sin embar go, el clima tiene su influencia, y p or consiguiente, si algunas peculiaridades se deben a la naturaleza del país, otras son el resultado de las instituciones y la educación. N o es tanto por la naturaleza de su país com o por su educación que los ate nienses cultivan la elocuencia, mientras los macedonios no lo hacen, ni tam poco los tebanos, que están m ucho más cerca (Strabo, en Glacken 1 9 6 7 , p. 1 9 8 ). Estos com entarios son ciertam ente un precursor rem oto de la noción durkheim iana de que «sólo lo social puede explicar lo social». La postura de Strabo era, sin embargo, francamente m i noritaria, y la tradición hipocrática reinó durante muchos siglos antes de verse desafiada por una alternativa articulada y seria. La religión m onoteísta organizada llegó a dom inar el desarro llo del pensamiento occidental m ucho antes de la caída de Roma. Si bien la visión del m undo tal com o está concebido, es decir «la tierra com o una lugar habitable que sirvió a los hombres» era central en el pensamiento judeocristiano (y posteriorm ente en el islámico), la idea de la influencia ambiental sobre el com porta miento hum ano perm aneció intacta en buena medida. Lo que quizás sea sorprendente de la con trib u ción de los pensadores occidentales al pensamiento ambiental es que era notablem ente carente de originalidad, repetitiva y vulgar. Santo Tom ás deÁ quino (1 2 2 4 -1 2 7 4 ), que escribió más de mil años después de H ipócrates, apenas altera o matiza el determ inismo vulgar que queda patente en la cita siguiente: Un clima templado es más propicio a la fuerza necesaria para la guerra con la que la sociedad hum ana vela por su seguri dad. C om o nos dice Begetius, las gentes que viven cerca del sol y están resecados por el calor excesivo tiene un intelecto más agudo, y es cierto, pero tienen menos sangre y por con siguiente no tienen constancia en cuanto a la confianza en ellos mismos... Por otro lado, las tribus nórdicas, lejos de los abrasa dores rayos del sol, son ciertam en te m ás estúpidas pero siem pre están a punto para la guerra. (T om ás A quino, en Glacken, 1 9 6 7 , p. 28 ) La única nueva aportación digna de mención del determinismo posterior y hasta principios del siglo XVII, en la Europa cristia na, fue el hecho de que se le relacionara con la floreciente pseudociencia de la astrología (las influencias de los astros sobre los destinos de los seres humanos). En agudo co n traste co n los pensadores que acabam os de m encionar, encontram os la contribución de algunos filósofos e historiadores islámicos y en particular de Ibn Khaldoun. Aunque nacido en Túnez, Ibn Khaldoun pertenecía tanto a Á í-an d aíu sr/ com o al M aghreb. Si bien recibió una clara influencia del corpus hipocrático y de la cultura clásica en general, fue capaz de reali zar un análisis más sistemático y elaborado de la relación entre sociedad, cultura y medio amFiente. Probablemente su obra más im portante fue referida a su nueva ciencia de la cultura. Se pueden resumir los objetivos de su gran estudio M uaadim ah de la form a siguiente: 1. El estudio de la distribución de las culturas en el m undo entonces conocido. 2) Estudiar la base geográfica de la cultura, incluyendo entre otros factores el clim a com o variable para explicar el carácter moral de los seres humanos. 3 % Analizar las repercusiones de los recursos ambientales (espe cialmente los alimentos) sobre los hábitos sociales y las con d icio nes médicas. A pesar del avance que representa su obra sobre otros inten tos de sistematizar los conocim ientos sobre la diversidad cultural y proporcionar un m arco explicativo de este h echo, se puede detectar en ella la notable influencia de la obra de H ipócrates y de la cultura griega clásica en general: Las zonas quinta, cu arta y tercera ocupan una posición in termedia. Tienen m ucha templanza, que es el justo m edio. La cu arta zona, la más cercana al cen tro , es tod o lo tem p lad a que puede ser... El físico y el carácter de sus habitan tes son tem perados en relación con el alto nivel requerido p o r la co m p o sición del aire en que viven. (Ibn K h ald ou n , 1 9 6 7 , p. 3 1 1 ) Ya se ha com entado la asombrosa carencia de originalidad del discurso ambiental durante la Edad M edia cristiana, y ello sigue siendo válido una vez superado este período, de hecho hasta el R enacim iento. Incluso el tan original politòlogo M ach iavelo ( 1 4 6 9 -1 5 2 7 ) 7 en sus comentarios sobre el carácter de los «pue blos», no hacía más que repetir el viejo mensaje que ya resulta familiar: y por lo que concierne a la lasitud que la situación podría en gendrar, debe velarse para que las arduas tareas que el lugar no hace cum plir se aplican por ley; así com o im itar el ejem plo de aquellas naciones juiciosas que, viviendo en los países más fértiles y agradables que com o tales deberían probable mente dar lugar a razas apáticas y afeminadas, ineptas para todas las actividades humanas, para contrarrestar el agravio aportado por la amenidad y a la influencia relajante del suelo y el clima. (Maquiavelo, 1 9 8 8 , p. 11) Las importantísimas transformaciones económ icas, sociales y políticas que ocurrieron en Europa a partir de mediados del si glo XV se asociaron a un período de actividad com ercial en ul tramar. La «Era de los descubrimientos» significó un aum ento no table de co n tacto con toda una serie de culturas nuevas. La enorm e diversidad que se abría ante la sociedad europea fue des crita y debatida por numerosos viajeros, y estimuló a m uchos historiadores, filósofos, com entaristas y ensayistas en general a explicar tanta variedad de culturas. Estos viajeros tam bién re gresaron con narraciones de entornos físicos aparentem ente ex traños y exóticos, animales raros y condiciones climáticas extre m as. T o d o ello no parecía más que reforzar las nociones del determinismo~amTIéñfáh aunque debe decirse que el estudio de los diferentes entornos en que se hallaban estas sociedades se iba a sistematizar poco a poco. Aunque los estudiosos estuvieron mejor informados de estos entornos recién descubiertos, en los que estaban ubicadas socie dades exóticas, parecieron incapaces o carentes de voluntad para avanzar significativamente en la explicación de la diversidad cul tural. Y si bien se apreció, a partir de finales del siglo XVI, una cierta independencia respecto del poder sofocante de la teología oficial, resulta curioso que en ciertos aspectos (no tolerados ofi cialmente por la Iglesia católica) de la Edad M edia cristiana co n tinuasen en vigor: la astrología y la alquimia. Varios conocidos ensayistas, de entre quienes los más destacados TüefoH7"qui'záT ■N athatiierC arpenfer (1 5 8 9 -1 6 2 8 ) y Jeán Bódiñ (1 5 2 9 -1 5 9 6 ) Tin ten taron combinar ^Indeterminismo ambiental con la astrología, que en sí misma no es más que otro tipo de determinismo más ampuloso. Jean Bodin es, probablemente, el pensador más im portan ted el R enacim iento, en lo concerniente aLtem a general de la relación entre historia y entorno. La obra de Bodino significó un peque ño cambio de interés, en com paración con otros autores, en la medida en que aquel intentó tratar los diferentes sistemas legales y los procesos históricos en térm inos de astro lo g ía y m ed io ambiente (un tema que posteriorm ente retom aría Montesquieu, aunque sin el com ponente astrológico). Es interesante observar que, en la cita siguiente, B odino baraja todavía los conceptos de los cuatro humores de H ipócrates. Este salvajismo (de las gentes del sur) deriva en parte de ese despotismo que es un sistema vicioso de form ación que los apetitos indisciplinados han creado en el hom bre, pero se debe m ucho más a una falta de proporción en la mezcla de los humores. Y ello a su vez procede de los elementos afectados por las fuerzas externas. Los elementos están perturbados por la energía de los cuerpos celestiales, y el cuerpo humano está envuelto en los elementos. (J. B od in o J. en G lacken 1 9 6 7 , p. 3 8 9 ) Según Bodino, en estas zonas (el sur) influenciadas por Sa turno, la gente es más religiosa. Por otra parte, Júpiter parece que sea el planeta que rige la correcta elaboración de las leyes en las zonas tem p lad as (y, p or su p u esto , civ ilizad as). N ath an iel C arpenter retom ó en su obra los temas de Bodin y se convirtió en el prim er inglés destacado co m o divulgador del paradigma determinista. A medida que avanzamos a través de los siglos XVII y XVIII, crece el interés por explicar fenómenos sociales y psicológicos muy específicos. Abbé D u Bos se preocupó por explicar las variacio nes de los índices de delincuencia y suicidios (citado y düramefíte criticado por D urkheim ), pero no pudo, de ningún modo, escapar del paradigma determ inista ambiental, que parecía por entonces obligatorio y dom inante. D e esta manera, los suicidios se producían cuando soplaba viento del noreste. Y, por otra par te, el calor de R om a era el factor que explicaba por qué la mayo ría de delitos ocurrían en verano. Si H ip ó cra te s es el p u n to de p a rtid a del d eterm in ism o ambientar,Vnt5Tic'és7dé17eA:óAsTdéTáfsé'laoh'raYIe W oñtesquieu (1 6 8 9 -1 7 5 5 ) com o uno de los mayores hitos en el desarrollo del determ inism o. M ontesquieu es, con toda certeza, el exponente mejor conocido del determinismo ambiental en Ia~época moderna., y éspecialmente p or su explicación del desarrollo de los sistemas jurídicos. (En las facultades de derecho se le otorga un espacio muy destacado en la asignatura de H istoria del D erecho). Estos son los rasgos esenciales de su argum entación: el clima, y en m enor medida, el tipo de suelo, configuran el carácter o per sonalidad de un «pueblo» o nación dados. Las características de esa personalidad determ inan, a su vez, la estructura social y, fi nalmente, es la estructura social la que determ ina el tipo de leyes y la legislación^ del país. Algunas autores han intentado hacer ver que M ontesquieu fue mal entendido y que no era determinista porque reconoció otros determinantes de la diversidad cultural, com o J a ed u cació n y j a religión. Sin em b argo, casi todos los deterministas, han acordado cierta im portancia a factores socia les y cufturales~[especialmente después del R enacim iento) en la determ inación de las características de una sociedad y de su cul tura) afinque el núcleo central de su argum ento estaría centrado en las variables am bientales. El hecho de que se introduzcan matizaciones no implica el rechazo de las consignas básicas. Así, si se examinan (tan siquiera por encima) los escritos de M ontes quieu, veremos que se traza, en ellos, el paradigma hipocrático (exclfiyendo los cuatro hum ores). E n su D e l'esprit des lois dice que las leyes: deben estar relacionadas con el entorno físico del país; con el clima helado, abrasador o tem plado; con la calidad del terre no, su situación y su extensión. pero por encim a de todo: los climas distintos que han dado lugar a los distintos m odos de vida han formado los diversos tipos de leyes. (Montesquieu, p. 248) M ontesquieu gustaba, com o m uchos de sus contem poráneos, de hablar del «carácter» de los «pueblos» y de su relación con el clima. Son com entarios banales^ («tertulias de café») del tipo de los que se puede escuchar, todavía hoy, en la boca de turistas que acaban de regresar a su país de origen y que dirían que los suecos son fríos y distantes a causa del am biente gélido y los inviernos prolongados y tristes; o que los británicos serían flemáticos a causa de toda esa lluvia y por el hecho de que viven en una isla, y que los mediterráneos son, com o todo el m undo sabe, apasionados y con m ucho carácter, en razón del calor excesivo del verano, etc. Montesquieu intenta cegar el lector con el cientifismo de su época, m ostrando que el calor y el frío tenían un efecto sobre los órganos'm ás’ im portantes del cuerpo, aquellos que determ inan la co n ducta in d ivid u al Jpe_ la supuesta psicología de un individuo, habitante de un clima en concreto, extrapola el caráctep de toda una nación. U n ejemplo típico del razonamiento de M ontesquieu aparece cuando habla de un experimento que realizó con una lengua de oveja congelada y una que no lo estaba: Esta observación confirm a lo que he estado diciendo, es de-' cir, que en los países fríos las glándulas nerviosas están, m e nos expandidas: calan profundamente en sus vainas y están: protegidas de la acción de los objetos externos; en consecuen cia, no tienen sensaciones tan vivas. En los países fríos hay muy poca sensibilidad por el placer en los países tem plados hay más; en los países cálid os, la^ sensibilidad es exquisita. Si los climas se distinguen por los', grados de latitud, también podríamos diferenciarlos en cierta m edida por grados de sensibilidad. H e estado en la ópera en Inglaterra y en Italia, con las mismas piezas y el m ism o repar to, y la misma música produce efectos bien diferentes en ambas naciones; una es tan fría y flemática y la otra tan vivaracha y embelesada, que parece casi inconcebible (M ontesquieu en P. Jam es, 1 9 7 1 , p. 5 6 1 ). ¿No es maravillosa la ciencia de Montesquieu? ¡A partir de una lengua congelada de oveja se pueden explicar las diferentes reac ciones de audiencias de ópera de dos países distintos! A unque no fuese hasta el final del siglo XIX cuando el determinismo ambiental resultó seriamente desafiado_y_se destacaron las anomalías que lo ponían en apuros, ya se detectaron algunas debilidades en la posición medioambientallsta a mediados del siglo XVIII. Jean-Jaques Rousseau ( 1 7 1 2 -1 7 7 8 ), con su Em ile de 1 7 6 2 , presenta un ensayo especialmente dedicado a la educación en el cual sugiere que el cambio social y el entorno, hecho por los se res humanos o modificado por ellos, estaban difiiminandojas has ta entonces grandes diferencias entre naciones: Es por ello que las antiguas distinciones de raza, el efecto del suelo y el clima marcaban mayores diferencias entre naciones, en el sentido de tem peram ento, aspecto, costumbres y carác ter, que en nuestro tiem po, en que la inconstancia de Europa no deja tiempo para que actúen los factores naturales, y en que se talan bosques y se desecan las marismas, en que la tie rra es más generalmente cultivada aunque menos cabalmente; de manera que las mismas diferencias entre naciones ya no pueden detectarse sólo en las características físicas. (J. J. Rous seau, p. 4 5 1 ) A pesar del predominio del determinismo m o n tesquiano, está claró' que había una percepción creciente por parte de num ero sos pensadores del siglo XVIII de que la relación entre hum ani dad y medió ambiente era compleja, y que si resultaba que el en tornó éjércíainfluencia sobre la conducta de hombres y mujeres, también resultaba que los humanos eran un factor de cambio am biental. Acabamos de señalar que había un interés creciente en ese siglo por el impacto del hom bre sobre la naturaleza. Conde Buffon es uno de los estudiosos más representativos de entre los qué se"ocuparon del tema: Finalmente, toda la faz de la tierra lleva hoy día el sello del poder del hom bre, quien, aunque subordinado al de la natu raleza, a menudo hace más que ella, o por lo m enos la ha ayudado m aravillosam ente, y es co n la ayuda de nuestras manos que se desarrolla en su plenitud y ha ido alcanzando el punto de perfección y esplendor en que la vemos hoy. (Buffon, en C. J. Glacken, p. 6 6 8 ) Se puede identificar un proceso de co n stru cció n social de un nuevo discurso am biental que tiene que ver co n la adqui sición de nuevos conocim ientos del m undo extraeuropeo y de conocim ientos y metodologías científicas. La concienciación creciente de los cambios ambientales, inducidos por las diversas, ac tividades agrícolas y económ icas fue, quizás, contribución más importante a! proceso de reorientación del discurso ambiental. En este contexto, la hum anidad es menos pasiva y no exclusivamen te moldeada por un medio que le dom ina, sino que las activida des de los seres humanos configuran cada vez más al entorno, un entorno «artificial» que, a su vez, aparentem ente sigue ejerciendo una fuerte influencia sobre la conform ación del «carácter nacio nal». "Probablem ente sea conveniente que el último pensador que mencionem os en esta sección dedicada al pensamiento ambien tal determ inista, sea Im m anual Kant (1 7 2 4 -1 8 0 4 ) , m uy im portante en el proceso de institucionalización de la geografía en Ale mania, por no citar otros campos. Kant es, pues, una figura central en el avance de la geografía, aunque es evidentemente más cono cido por su contribución a la filosofía con su Crítica de la razón pura. E n términos de pensamiento geográfico, se interesó especial mente por la geografía física y por la interacción entre sociedad y medio ambiente. Kant también reflejaba un interés creciente, evidente a medida que transcurre el siglo XVIII, por las activi dades hum anas y p or có m o afectan al m edio am biente.. Sin em bargo, a veces encontram os sorprendentemente a Kant com placiéndose en ese hobby tan grato a los filósofos e historiadores europeos de su época, consistente en debatir acerca del «Carácter nacional». D e nuevo recurre al clima para dar cuenta de las idio sincrasias de las diferentes culturas. Los argumentos deberían ser ya tan familiares que resultaría harto aburrido volverlos a citar. Lo que sí debe señalarse aquí es que, incluso para una figura de ia talla intelectual de Kant, el determ inism o seguía teniendo un peso im portante e, incluso, irresistible a la hora de analizar la di versidad cultural. Era todavía un paradigma por desafiar, aunque estaba ya claro que no aportaba ninguna perspectiva original al estudio de la diversidad social y de las culturas. Esta introducción ofrece un rápido repaso del pensamiento ambiental primerizo. El modelo unilineal del determinismo am biental, encontrado en los escritos médicos de Hipócrates, fue la visión prácticam ente inalterada y dom inante sobre la relación entre medlolimETente y sociedad, qiié es'tüvó vigente durante casi dos milenios. A pesar de la llegada de las religiones m onoteístas "áTívieditefFáneo y a Europa, la posición determ inista continuó prevaleciendo sin prácticam ente desafío alguno. La «Era de los descubrim ientos» ap ortó nuevas inform aciones sobre culturas exóticáS“y“síd5re‘lír^ 'i^ fís ic ó F á u irn íá s éxtráñós. Ello simplemen t e contribuyó (con algunas excepciones) a reforzar el determinism o vulgar. N o fue hasta el siglo XVIII en que estas nociones empezaron a ser puestas en tela de juicio de m anera significativa. Se detecta, durante dicho siglo,"liña consciencia creciente en relación con el im pacto dé las actividades hum anas sobre el medio natural. A pesar de ello, incluso los pensadores más innovadores parecieron incapaces de superar la posición determinista. Pero se sentaron las bases para una reform ulación radical de la relación entre so ciedad y m edio am biente, una visión alternativa que otorgaba protagonism o a lo social y lo cultural. II. EL PENSAMIENTO SOCIOAMBIENTAL ANTE LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES Durante el siglo XIX se fueron institucionalizando las ciencias hu manas y sociales en las universidades europeas, con la creación de nuevas cátedras y departamentos. La geografía, una de las pri meras disciplinas que se ocupó del estudio sistemático de las re laciones entre sociedad y medio am biente, fue la prim era que recibió la aprobación de las autoridades universitarias en los pri meros años del siglo. A pesar de los trabajos de C om te, SaintSimon, Spencer, L. H . M organ, etc., no fue hasta bastante más tarde cuando la antropología y la sociología se consolidaron com o disciplinas universitarias sólidamente establecidas. C o n la institucionalización de los estudios geográficos, la investigación de las relaciones medio ambiente/sociedad se centró en esta disci plina a principios de la segunda mitad del siglo, aunque los his toriadores (por ejemplo Buckle) y los etnógrafos (por ejemplo Bastían y Klem) también contribuyeron a ello. A nivel m enos académ ico, el interés por los nuevos entornos y la diversidad cul tural (especialmente por aquellas comunidades situadas lejos de Europa) quedó patente en la creación, en Gran Bretaña, en Ale mania y en Francia, de las asociaciones para la divulgación de la geografía, la etnología y la antropología. Tales sociedades apor taron, en ocasiones, las bases para expediciones ultram arin as, colaborando así a engrosar el cuerpo creciente de inform ación so bre los entornos físicos y las culturas. En el contexto del «descubrimiento» de nuevas culturas es per tinente h acer un breve exam en de la obra de A lexader Von H um boldt (1 7 6 9 -1 8 5 9 ), considerado por m uchos el fundador de la geografía moderna. Encontram os, por lo menos, entre sus tra bajos una articulación seria y argum entada de reciprocidad en cuanto a la relación de la humanidad con el medio ambiente. Y si bien es obvio que aceptaba todavía Ja idea de la influencia medioambiental, su apego a ésta es matizado y raramente apasio nado. Adoptó, com o se verá, un punto de vista más bien «ecoló gico» de la interacción o reciprocidad de acción entre sociedad y n atu raleza. U n asp ecto nada desdeñable de la ca rre ra de H um boldt (en agudo contraste con los primeros teóricos m edioambientalistas) consistía en el trabajo sobre el terreno, em pren diendo rigurosos estudios geográficos y botánicos, viajando con frecuencia y adquiriendo así un gran conocim iento personal no sólo de Europa sino también de Am érica, Asia y África: El cuadro general de la naturaleza que pretendo delinear sería incom pleta si no me aventurara a trazar algunos de los rasgos más típicos de la raza hum ana, considerada en referencia a las gradaciones físicas — a la distribución geográfica en tipos con tem poráneos, a la influencia de las fuerzas de la naturaleza sobre el hom bre, a la acción recíproca, aunque más débil, que éste ejerce a su vez sobre estas fuerzas naturales— . Dependien te, aunque en menor medida que las plantas y los animales, del suelo y los procesos m eteorológicos de la atmósfera que le envuelven — escapando más fácilmente del control de las fuer zas naturales por medio de la actividad de la mente y el avan ce de la actividad intelectual, así com o p or su m aravillosa capacidad de adaptarse a todos los climas— el hom bre está en todas partes fundamentalmente asociado a la vida terres tre. (A. von H um boldt, 1 9 7 1 , p. 4 3 6 ) E n su obra cumbre Kosmos (citada arriba) H um boldt intentó dibujar un cuadro detallado de la estructura del universo, in cluyendo la tierra y el lugar de la hum an id ad en la n atu rale za. Vem os en él a la humanidad com o parte integrante de la na turaleza, un tem a recurrente en el pensamiento alemán del siglo XIX, en casi todos los cam pos de la ciencia. La expresión más extrem a del naturalismo apareció más tarde, en ese siglo, bajo la form a de la Liga M onista con Ernst Haeckel, inventor del térm i no «ecología», com o figura dom inante e ideólogo de ese m ovi m iento. La experiencia im perial europea del siglo XIX aportó unos conocim ientos cada vez mayores referentes a culturas muy dife rentes halladas en ambientes m uy distintos. U na de las obsesio nes del estudio académ ico de la hum anidad fue la cuestión de «raza» (el concepto de «raza» es más que discutible, sin embargo éste no es lugar idóneo para abrir un debate sobre la cuestión). No debe apenas sorprender que, en el con texto del dominio y explotación europeos del T ercer M undo, se dedicara m ucha ener gía a la elaboración de una jerarquía de razas, con los «caucási cos» (preferentem ente del noroeste de Europa) en la cima. En los primeros años del siglo, el medio ambiente y en particular el cli ma fueron usados para explicar la supuesta inferioridad de cier tas razas, pero con la llegada de la teoría darwiniana de la evolu ción (especialmente en su form ulación reduccionista) la biología le tom a la delantera a la explicación medioambiental. El etnógrafo alemán Klemm ( 1 8 0 2 -1 8 6 7 ) es un ejemplo de la preocupación de los europeos del siglo XIX por la cuestión de «raza». H ace una distinción entre razas «activas» y «pasivas» (o copiadoras) y procede luego a desarrollar una jerarquía con am bas categorías. Klem m no recogió sus propios materiales (a dife rencia de generaciones posteriores de antropólogos), y se sirvió de factores geográficos para explicar la diversidad cultural y la supuesta jerarquización racial. Lowie constata en su historia de la etnología que: Klem m tiende a aceptar sin críticas los juicios psicológicos de los viajeros, y es igualmente ingenuo a la hora de relacionar la mentalidad con la geografía. Los indios de la América del Sur tropical carecen de los «más finos sentimientos de amis tad, am or y m odestia... C om o los habitantes de los bosques, crecen en un horizonte lim itado, mientras que quienes viven en las costas son reflejo de los cambios constantes del mar, unos cambios que fom entan su capacidad de concentración. Es la razón por la cual las tribus de pescadores de Australia superan a los indios de la selva sud am ericana en viveza de espíritu, reflexión e independencia intelectual. (R . Low ie, 1 9 3 7 , p. 15) E xisten innum erables ejem plos de d eterm in ism o geográfi co relacionado co n el debate ideológico sobre la llam ada, p or aquel en ton ces, cu estión de «raza». D e h ech o , la geografía y la an trop ología del siglo XIX están repletas de tales d escrip ciones (véase M arvin H arris, 1 9 6 8 ) que se en cu en tran ta m bién, aunque en form a algo más sofisticada, en los escritos de prestigiosos geógrafos del siglo XX com o H untington y Griffith Taylor. Lo que también queda claro, en cuanto a buena parte de la geografía académ ica y en m enor medida de la antropología del siglo XIX, es que las explicaciones medioambientales eran cada vez más un fenómeno del m undo anglosajón. Fue la escuela posibilista francesa de geografía hum ana (ayudada y encubierta por la escuela sociológica durkheimiana) la que formuló los ataques más duros y coherentes contra el ambientalismo. Al mismo tiempo, el organicism o (es decir, el organism o biológico usado com o metáfora para explicar o describir tanto fenómenos naturales com o sociales) se fue propagando incluso antes de la llegada de su más famoso representante, H erbert Spencer. La geografía fue la prim era de las ciencias humanas y sociales que recibió aprobación académ ica oficial en Alemania, y fue el muy influyente Karl R itter ( 1 7 7 9 -1 8 5 9 ) quien ocupó la primera cátedra (1 8 2 0 ). Su E rdkunde (o Ciencia de la Tierra) es, junto con el Kosmos de H um boldt, una de las grandes obras de la geo grafía primeriza. H ay que decir de entrada que la geografía de Ritter estaba fuer temente influida por sus fervientes creencias religiosas: La geografía es la sección de la ciencia que se ocupa del globo en todas sus características, fenómenos y relaciones, com o uni dad independiente, y muestra la conexión de este conjunto unificado con el C reador de la humanidad. (K. R itter en P. D ickinson, 1 9 7 8 , p. 36) R itter era, al mismo tiempo, muy dependiente de las analo gías biológicas, tan frecuentes en su tiempo, y veía así la Tierra com o organismo («organische einheit»). Este cuerpo (la T ierra), según R itter, fue creado para cumplir los designios divinos del Señor: Así com o el cuerpo está hecho para el alma, así es el globo físico para la hum anidad. (Ibíd., p. 37) Aunque Ritter se dedicase al desarrollo de conceptos relacio nados con los estudios regionales, buena parte de su obra estaba imbuida de presupuestos medioambientales. Por ejemplo, afirma ba que el objetivo de su Erdkunde era: presentar las condiciones físicas — geográficas— , generalmente más im portante, de la faz de la tierra en su interrelación co herente natural, y ello (la faz de la tierra) en cuanto a sus ca racterísticas más esenciales y rasgos principales, especialmen te com o la tierra natal de los pueblos en su más variopinta influencia sobre el desarrollo del cuerpo y mente de los h om bres. (Ibíd., p. 4 3 ) L o que p od ría ser una afirm ación todavía más clara del com p rom iso co n la ap roxim ación excepcionalista. P od ríam o s decir que el enfoque de R itter tuvo su co n tin u ació n en m u chos o tro s geógrafos, cu yo objetivo principal era el re tra to de la tierra y su relación con el hombre y, especialmente, la influen cia ejercida por la tierra com o determinante de la actividad cul tural hum ana. Los conceptos teológicos tienen robustas y profundas raíces en el pensamiento geográfico del siglo XIX, aunque se debilita rían con la llegada del evolucionismo darwinista y de la geología de Lyell. Sin embargo, la noción de lo que Glacken llama «el m un do tal com o ha sido concebido» se m ostró especialmente tenaz, incluso ante el nuevo evolucionismo. U n o de los representantes de la geografía teleológica es uno de los protegidos de R itter, el suizo G u y o t ( 1 8 0 7 - 1 8 8 4 ) , quien fue profesor en los EE UU (Princeton) y donde adquirió gran influencia, especialmente en relación con la enseñanza de la geografía en las escuelas. D ecía todavía en 1 8 7 3 que: U n estudio detallado de la geografía física tiende a llevar a la conclusión que los grandes constituyentes de nuestro planeta — la tierra sólida, los océanos y la atmósfera— son m utuam en te dependientes y están conectados por acción y reacción in cesante de unos sobre otros. Así pues, la tierra es un mecanis mo realm ente m aravilloso, cuyas partes trabajan todas en armonía para cumplir el propósito que el asignó el Creador todopoderoso. (A. G uyot, en jam es, p. 192) U n o de los «propósitos asignados», por no decir el principal, era obviamente el de dar sostén a la vida pero, sobre todo, a la vida humana, la sociedad y la cultura. U n estudiante tardío de Ritter, el francés Elisé Reclus (1 8 3 0 1 9 0 5 ) se convirtió en una figura m uy significativa para el pensa miento geográfico. N o era propenso, sin embargo, a las premisas teológicas y deterministas que llenaban buena parte de la obra de su maestro, sino todo lo contrario. Reclus fue m uy activo en el movimiento anarquista europeo (se exilió de Francia), y m ani festó con contundencia su preocupación radical por el im pacto negativo que los seres humanos pueden tener sobre el entorno: La acción del hombre es capaz de desecar marismas y lagu nas, de reducir los obstáculos entre países distintos y de m o dificar la distribución original de especies de animales y plan tas, hasta el punto que estos hechos son de im p o rtan cia decisiva en los cambios que está atravesando la superficie del globo. La acción del hom bre puede embellecer la tierra, pero también puede desfigurarla; según las costumbres y condición social de cada país, se contribuye a la degradación o la glori ficación de la naturaleza. El hom bre am olda a su imagen el país en que vive. (E. Réclus, en R. Peet, 1 9 7 7 , p. 5 9 ) D urante el siglo XIX asistimos, pues, al establecimiento e instirucionalización de la geografía en las universidades de Europa occidental. U n tema central para los geógrafos fue el estudio de la relación entre la sociedad y el medio ambiente. Este análisis se realizó casi siempre en el m arco del determinismo ambiental (sal vando a Réclus y sus seguidores), aunque también es cierto que los trabajos geográficos eran cada vez más sistemáticamente empí ricos, pero interesados sin embargo en la elaboración de «grandes teorías». La geografía se convirtió en una disciplina académica con solidada a mediados del siglo XIX en Alemania, seguida de cerca por Francia, G ran Bretaña y, posteriorm ente, Estados Unidos. Tam bién se produjo en estos países una consolidación crecien te de los estudios etnológicos. Y si éstos se establecieron en la uni versidad después de la geografía (primero bajo el nom bre de et nología, más tarde con el de antropología), fueron precisamente los geógrafos quienes em prendieron la m ayor parte de estudios etnológicos y quienes contribuyeron a esta disciplina con sus tra bajos empíricos y teóricos (por ejemplo, Frederick Ratzel, como se verá más adelante). M uch os antropólogos de principios de nuestro siglo se form aron en el dom inio de la geografía, siendo el caso más conocido el de Franz Boas. Es cierto que buena parte de la etnología primeriza tendía a aceptar el enfoque determinista, pero sin embargo ya había quie nes empezaban a desafiarlo, sin más m otivo que el de distinguir su área de estudio de la de los geógrafos inclinados a la etnolo gía. Así, un precursor de la antropología m oderna fue Adolphe Bastían ( 1 8 2 6 -1 9 0 5 ) , que significativamente iba a ser el primero en ocupar la cátedra de etnología en la universidad de Berlín. Si bien reconocía aún la im portancia de la geografía, Bastían veía que también había que buscar las características de las diferentes culturas en la historia y las tradiciones respectivas. Fue este tipo de aproxim ación, com binada con la tesis del posibilismo ambien tal o geográfico, lo que llevó finalmente, en los últimos años del siglo, a desafiar seriamente el paradigma determinista ambiental hasta entonces dom inante. El geógrafo alemán Frederic Ratzel, en su Antrogeographie, se ñala la postura del ambientalismo moderno. Este texto fue tomado com o guía, y ha sido frecuentem ente citado, tanto por parte de los defensores com o por los detractores del ambientalismo. Se hará también un breve repaso de la producción de la brillante prom o tora am ericana de Ratzel, Ellen Semple y otros ambientalistas am erican os co m o W illia m H o lm es, E llsw orrh H u n tin g to n , Franklin Thom as, etc. y de los estudios más recientes de Griffith Taylor (angloaustraliano) y Karl W itfogel (germ anoam ericano). A medida que avanzamos en el siglo XX, una característica que destaca en las contribuciones de m uchos de los científicos socia les arriba mencionados es la defensa, radical y explícita, de las pre misas teóricas del ambientalism o, especialmente ante la creciente crítica posibilista. Se pueden hallar síntomas de ira en sus escri tos pues la defensa del ambientalism o, en el siglo XX, es com ba tiva. Es significativo que, si bien Ratzel fue profesor universitario de geografía, se form ó en las disciplinas de zoología y geología y, por ello, no debe sorprender que recibiera fuertes influencias de Darwin y Haeckel. En realidad, en sus primeros tiempos, Ratzel (1 8 4 4 -1 9 0 4 ) fue discípulo de Haeckel y quedó particularm ente impresionado por su concepto de ecología. Pero, a medida que Haeckel se fue identificando con la política conservadora-na cionalista, racista y radical, Ratzel se fue distanciando de quien había sido su profesor. Se ha dicho que buena parte de la obra de Ratzel ha sido dis torsionada a causa de la aparente divulgación equivocada que Semple hizo de su producción, y ello ha llevado a la noción de que la obra era de naturaleza plenamente determinista (una in terpretación injusta del rol de Semple, que tenía un papel m u cho más im portante que el de simple transm isora de las ideas Ratzel puesto que posee una notable producción propia y origi nal. ¿No sería un ejemplo de una cierta misoginia de la acade mia?). Está claro sin embargo, que los primeros estudios de Ratzel muestran una tendencia evidente a dar la prim acía a los factores geográficos en la explicación de la conducta cultural y de la es tructuración social. A pesar de todo, ciertos antropólogos del si glo XIX valoran su obra com o la superación del determinismo vul gar, e insisten en que sólo cae en posiciones determ inistas en algunas ocasiones. En su Antropogeographie (1 8 9 1 ), subtitulada «Una introduc ción a la aplicación de la geografía a la historia», Ratzel se ocupa fundamentalmente de tres problemas: 1. El análisis de la distribución de los grupos étnicos sobre la faz de la T ierra y también de la distribución de religiones y len guas, que están relacionadas con las etnias. 2. El análisis de la relación entre migración hum ana y en tor no físico. 3. El entorno físico com o determinante de la con d u cta hu mana, tanto colectiva com o individual. En concreto, el clim a com o m oldeador del carácter nacional. U na de las conclusiones más conocidas de su obra se refiere a la distribución de las civilizaciones. Sobre esta cuestión, Ratzel pretende que el clima es el factor principal de la localización de aquellas, queriendo dem ostrar que la m ayor parte de las civiliza ciones están en las latitudes templadas (esta será, com o se verá más tarde, la perspectiva que adoptaron muchos geógrafos y ar queólogos, com o por ejemplo H untington, en EE UU). Quizás el con cepto más conocido de los desarrollados por Ratzel, sea el de «lebensraum» (espacio vital). Elaboró esta teoría en dos de sus obras D e r lebensraum, eine Biogeographische Studies) (1 9 0 1 ) y Politische Geographie (1 8 9 7 ). Para com prender este co n cepto es necesario señalar que surge de las influencias de la teo ría darwiniana y del reduccionismo biológico que recibió Ratzel; es decir, que tendió (con salvedades) a considerar el desarrollo social hum ano en términos evolutivos y, más concretam ente, en relación con lo que H erbert Spencer llamó la «supervivencia del más fuerte» (frase incorrectamente atribuida a Darwin). Ratzel ex hortó sin embargo a sus estudiantes a guardarse del reduccionis mo extrem ado y del racism o del ídolo de su juventud, E rn st H aeck el. A d em ás, R atzel quedó cau tiv ad a p or la an alo g ía speceriana de la sociedad com o organismo (este concepto no era nuevo en si, lo que era nuevo era su conexión con la teoría evo lucionista de D arw in). Vemos, así, que Ratzel se refiere al E sta do com o un organismo; «Der Staat ais Bodenstanger Organismus» (el Estado com o organismo vinculado al país). La tierra es para nosotros un organismo, no sólo es una unión del m undo viviente con el suelo rígido, sino también porque tal unión queda reforzada por el efecto recíproco del prim ero sobre el segundo, hasta el punto que ya no se pueden visuali zar separadamente. (F. Ratzel, 1 9 7 2 , p. 51 ) El «lebensraum» com bina, pues, la teoría de la evolución de Darwin y la analogía organicista de Spencer para llegar a las si guientes conclusiones: Así com o la lucha por la existencia en el m undo animal y ve getal siempre es una cuestión de espacio, el conflicto entre na ciones es en buena parte sólo luchas por el territorio. (Ibíd., P- 517) De ello se desprende que los estados fuertes se expandirán y sobrevivirán a expensas de los débiles; esto podría justificar en cierto modo el derecho de los «pueblos superiores» (un concepto que Ratzel no adoptó) a extender su espacio vital. Desgraciada mente para la imagen de Ratzel, algunos geógrafos de la década de 1 9 3 0 (el más destacado de los cuales fue Karl H aush ofer, 1 8 6 9 - 1 9 4 6 ) , se apropiaron su co n cep to de «lebensraum » y lo utilizaron com o vehículo de la pseu d ociencia nazi (Z eitschrift f u r Geopolitik), para justificar las políticas expansionistas y ra cistas. El argumento o la interpretación de las luchas entre naciones (lo que Pitrim Sorokin llamó «la interpretación sociológica de la «lucha por la existencia» y la «sociología de la guerra») ha sido recuperado una vez más en años recientes, en términos de teorías biológicas. El ejemplo más conocido es el Imperativo territorial de Ardrey. Tam bién hay que citar los trabajos de Konrad Lorenz y otros reduccionistas biológicos especialistas en el estudio del com portam iento animal, denom inado etología. Aunque el propio Ratzel viera que, a veces, iba demasiado lejos con sus explicaciones determ inistas de la diversidad cultural, y advirtiera contra el hecho de tom ar al pie de la letra la analogía orgánica, aceptó las premisas básicas del am bientalism o y se m ostró muy vehemente en su defensa del m ism o, ante las críti cas crecientes procedentes de la escuela posibilista, tan to en el terreno de la geografía co m o en el de la antropología. Ratzel fue un estudioso brillante y erudito, y ésta ha sido la razón de que, en ocasiones, los historiadores de la geografía y de la antro pología hayan sugerido que, en el fo n d o , no era realm ente ambientalista sino que, a causa de la acaparadora influencia del paradigma determinista en el siglo XIX, cayó en algunas ocasio nes en explicaciones ambientalistas. Parece, sin embargo, que el determinismo ambiental está presente en la obra de Ratzel, si bien en una form a más sofisticada que la de sus contem poráneos. H a tenido un peso im portante en el debate acerca de los orígenes de la civilización, su postura «materialista» tiene gran fuerza, y pa rece postular un tipo de «infraestructura medioambiental» sobre la cual se erigen las civilizaciones: La suma de los logros de la civilización en cada estadio y en cada raza se com pone de posesiones materiales... lo material está en la base de lo intelectual. Las creaciones intelectuales vienen com o un lujo, una vez satisfechas las exigencias del cuerpo. T o d a cuestión, pues, sobre los orígenes de la civiliza ción se resuelve con la pregunta: ¿qué es lo que favorece el desarrollo de las bases materiales de las civilizaciones?... Las condiciones naturales, que permiten la acumulación de riqueza a partir de la fertilidad de los suelos y el trabajo que a éstos se dedica, son pues sin lugar a dudas de extrema importancia para el desarrollo de la civilización... En los primeros tiempos de la h um an id ad , las regiones cálidas, húm edas y bendecidas co n la abundancia de frutos, eran claramente las más desea das, y resulta fácil imaginar al prim er hom bre com o habitan te de los trópicos... Y si debemos hablar de la civilización... esto apunta hacia las zonas templadas, en que no con menos seguridad veremos la cuna de la civilización, com o en los tró picos la de la raza. (F. Ratzel, ibíd, p. 2 6 7 ) C om o ya se ha señalado, el determinismo ambiental o geográfi co se convirtió, a partir del siglo XIX, en un fenómeno del mun do «anglosajón»: Alemania, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Quizás el último representante significativo del determinismo geo gráfico en los países francófonos sea Ed m on Demoulins, quien en su Essai de géographie sociale. Com m ent la route crée le type sociale fue más explícito en cuanto al papel del entorno físico en la formación de la diversidad cultural. Demoulins fue ciertamente radical en sus afirmaciones y fue tan lejos com o para decir: Si la historia de la humanidad volviera a empezar y la capa actual de la tierra fuese la misma, la historia se repetiría en todas sus principales características. (D em oulins in Griffith Taylor, p. 140) Demoulins recibió una fuerte influencia del «sociólogo» fran cés Frédéric Leplay (1 8 0 6 -1 8 8 2 ) cuya fórm ula sobre la diversi dad de la organización social era: El entorno (lugar) condiciona el tipo de trabajo, y el trabajo configura, por lo m enos en p arte, la o rgan ización social. (Laplay, ibíd., p. 138) Algunos trabajos de Demoulins han encontrado eco en las úl timas obras de lo que M arvin Harris ha denom inado «materia lismo cultural»: Los matriarcados se dan en los pueblos que p or las circuns tancias han tenido que confiar a las mujeres el control exclu sivo de alguna ram a de producción. Esta explicación equivale a una ley. E n tre los Iroques la caza dio resultados aún más parcos. Pero el maíz cultivado por las mujeres, por el con tra rio, dio producciones abundantes y constituyó la base de la alim entación. U n a m ujer podía entonces alim entar a varios hombres, y lo que es más, necesitaba a unos cuantos para su suministro de piezas de caza. Es por ello que algunas Iroques practicaron la poliandra. Es así que la relación entre maíz y las piezas de caza co n trolab a los acuerdos m atrim on iales. (Demolins, p. 141) E n vísperas de la Prim era G uerra M undial, vemos que el am bientalismo es apenas perceptible fuera de A lem ania, Estados Unidos y G ran Bretaña. Ellen Semple ( 1 8 6 3 -1 9 3 2 ) , a pesar de los prejuicios contra el hecho de que las mujeres tom aran parte en cursos de posgrado, pudo ser alumna de Ratzel en la década de 1 8 9 0 . Volvió a los Estados Unidos muy marcada por el enfo que de Ratzel manifestado por su Antropogeographie, pero recha zó sus teorías organicistas spencerianas. Fue una brillante escri tora, investigadora y «propagandista» y, debido a su elocuencia y capacidad analítica y de persuasión, influyó en varias generacio nes de geógrafos americanos y británicos. (Sus clases en las uni versidades de C hicago y Clark atrajeron a geógrafos y antropólo gos de tod o s los E stad os U n id os y del e xtran jero ). N o fue obviamente ella quien «creara» el ambientalismo am ericano — ya tenía éste profundas raíces en la geografía académica americana— , pero fue una portavoz especialmente dotada (probablem ente la representación más lúcida de esta corriente a nivel internacional). Tam bién aportó investigaciones importantes y originales sobre la influencia del medio am biente sobre el desarrollo de las socieda des humanas. N o hay más clara expresión de su adhesión al determ inism o am biental que su genial libro The Influence o f the Geographic Environm ent (1 9 1 1 ). Tam bién manifestó en sus obras su rechazo contundente a la raza com o determinante de la diversidad cultu ral. El entorno era la influencia decisiva: E l p rop io m éto d o de investigación de la escritora co n sis tió en co m p arar pueblos de todas las razas y estadios de desarrollo cultural, que viven bajo condiciones geográficas si milares. Si estas gentes de diferente raíz étnica pero de en tor no similar m ostraban un desarrollo social, económ ico o h is tórico similar o relacionado, sería razonable inferir que dichas semejanzas eran debidas al entorno y no a la raza. Así, por com paración extensiva, el factor raza en estos problemas de dos cantidades desconocidas quedaba eliminado para ciertas clases am plias de fenóm enos sociales e h istóricas. (E . C . Semple, 1 9 1 1 , p. vii) L a siguiente y extensa cita es, con toda seguridad, una de las mejores y más sorprendentes introducciones para cualquier libro que aborde temas geográficos y, probablemente, la explicación más elocuente y clara del determinismo ambiental: El hombre es un producto de la faz de la tierra. Ello no quie re simplemente decir que sea un hijo de la tierra, polvo de su polvo; sino que la tierra lo ha arropado, alimentado, le ha im puesto tareas, dirigido sus pensamientos, enfrentado a dificul tades que han fortalecido su cuerpo y agudizado su astucia, él ha planteado problemas de navegación o de irrigación, al tiem po que él susurraba pistas de solución. H a penetrado en sus huesos y sus tejidos, en su mente y en su alma. En las m onta ñas, él ha dado piernas de hierro para alcanzar cum bres; en las playas, se las ha dejado flácidas, pero a cam bio él ha dado vigoroso desarrollo del pecho y de los brazos con que m ani pular el remo y el tim ón. En los valles de los ríos, lo ata al suelo fértil, circunscribe sus ideas y ambiciones con un opaco nimbo de calma, imponiéndole tareas, estrecha su mirada hacia el angosto horizonte de su granja. E n los altiplanos barridos por el viento, en las extensas e infinitas praderas y en los se cos espacios del desierto, por donde conduce sus rebaños de pastizal en pastizal o de oasis en oasis, donde la vida conoce tanta dureza pero escapa al tedio de la rutina, donde la visión de un rebaño que pace le da el placer de la contem plación, y la diversidad de la vida amplitud de horizontes, allí sus ideas adquieren cierta simplicidad gigantesca; la religión m onoteística, Dios se hace uno, sin rival, com o la arena del desierto y la hierba de la estepa, prolongándose sin pausa ni cam bio. Rumiando su sencilla creencia, alimento de su mente ham brienta, su fe muda en fanatismo; sus grandes ideas espacia les, nacidas de ese incesante vagabundeo superan a la tierra que las alimentó y dan su fruto legítimo con las conquistas im pe riales. (Ibíd., p. 2) Este texto representa una generalización geográfica y an tro pológica en el más am puloso estilo. E n ocasiones, tales dotes de expresión son un obstáculo y permiten la aceptación aerifica del lector debido a la fuerza de su prosa. E n el caso de pasaje an terior, se encuentran realmente demasiadas excepciones a la regla de Sem ple que relaciona el m o n oteísm o co n el nom adism o pastoril com o para permitir generalizaciones tan extravagantes. El resultado de este enfoque ha llevado a m uchos estudiosos a identificar el ambientalismo con la capacidad del «diletante» para combinar el estilo y la retórica con un sentido común básicamente vulgar. Semple no fue una «diletante», ni tam poco sus textos eran siempre retóricos ni su ciencia vulgar, y sin embargo, esas gene ralizaciones a veces exageradas e imprudentes facilitaban la tarea a los críticos antiambientalistas. A pesar del hecho de que el determinismo geográfico ha sido, por lo general, olvidado e incluso algo desacreditado, los textos de Semple tienen un sorprendente aspecto moderno en este sentido: El hom bre ha «conquistado» con tanto fragor a la naturale za... Este medio natural, esta base física de la historia, es a todos los fines y propósitos inmutable en comparación con el otro factor del problem a: el hom bre cam biante, maleable, progresivo, regresivo. (Ibíd., p. 2) Semple también dijo en pocas palabras lo que Ratzel (a quien dedicó su libro) expresó en muchos párrafos tortuosos: Así com o los trópicos han sido la cuna de la humanidad, las zonas templadas han sido cuna y escuela de la civilización. Aquí la naturaleza ha dado m ucho al retener m ucho. Aquí el hom bre ha encontrado su carta de ciudadanía, el privilegio de la lucha. (Ibíd., p. 6 3 5 ) D esgraciadam ente, com o m uchos deterministas geográficos, Semple estaba obsesionada con los factores climáticos, y les dio prioridad para explicar el «tem peram ento racial» (este último concepto choca con su discurso que criticaba el uso de la «raza» com o variable independiente para explicar hechos culturales). Sus textos manifiestan, a veces, el determinismo simplista de M on tesquieu, y algunos contienen las más dudosas nociones raciales de su tiempo (a pesar de que ella se opuso con vehemencia al cientificismo biologísta y racista). Sin embargo, sus obras eran leídas con avidez, y obtuvieron una inmensa popularidad tanto entre el público «ilustrado» com o entre los geógrafos académi cos. La siguiente cita muestra cuán vulnerable a la critica puede ser el determinismo de Semple. La influencia del clim a sobre el tem p eram en to racial tanto en sus efectos directos com o indirectos no puede ser puesta en juicio, pese a una excepción ocasional de los alegres y simpá ticos esquimales, que por su naturaleza parecen un vivo antí doto contra el frío y la pobreza de su medio ambiente. Por lo general se da una estrecha correspondencia entre clim a y tem peram ento. Los pueblos del norte de Europa son enérgicos, previsores, serios, más reflexivos que emotivos, antes cautos que impulsivos. Los sureños de la cuenca mediterránea sub tropical son gente relajada, poco previsores salvo si la necesi dad les urge, alegres, emotivos, imaginativos, todas ellas cua lidades que entre los negros de la franja ecuatorial degeneran en serios defectos raciales. (Ibíd., p. 6 2 3 ) Ellsworth H untington (1 8 7 6 -1 9 4 7 ) fue, sin lugar a dudas, uno de los exponentes más importantes del ambientalismo durante la primera m itad de nuestro siglo. The Pulse ofA sia (1 9 0 7 ) estudia la relación entre nom adism o, clim a y conquista. Al igual que Ratzel y Semple, H untington centra su análisis de los determ i nantes de la ubicación, éxito y continuidad de la civilización en la variable clim atológica (ver Civilization a n d Climate, 1 9 1 5 ). A continuación, recogemos una cita típica que ilustra el m uy ex plícito ambientalismo de H untington: Sólo en regiones donde el estímulo clim ático es im portante han alcanzado las naciones el más alto nivel de civilización. (E. H untington, 1 9 7 1 , p. 2 3 9 ) El peso de la teoría darwiniana y de la genética se notó clara mente en sus reflexiones sobre las civilizaciones «exitosas»; Mil años de vida bajo las duras condiciones del altiplano de Judea, com o fue los tiempos antiguos, Pueden haber elimina do numerosas elementos de debilidad de la raza hebrea para darle una fuerza en consonancia con la grandeza de su con tri bución a la historia. (E. H untington, 1 9 1 1 , en Freem an, p. 111 ) Si este aserto parece un poco exagerado, H untington va aún más lejos cuando com enta la causa de la revueltas indias y el pre dom inio de la violencia y del cambio revolucionario en latitudes meridionales: En el m undo en su conjunto, la tendencia a una falta de auto control en materia de política, de relaciones sexuales y en m u chos otros aspectos se observa marcadamente en países de cli m a cálido. Está no es la única razón de la frecuencia de las revoluciones políticas en dichas latitudes, pero debe desem peñar su papel. (Ibid., p. 121) C on este tipo de afirmaciones groseras, obtusas y exageradas del p u n to de vista am b ien talista, no debe so rp ren d e r que H untington haya encontrado resistencias en el m undo académ i co, especialmente en los campos de la sociología y de la an trop o logía. Quizás lo más sorprendente es que su obra más aclamada y leída fuera la última, escrita en fecha tan tardía com o 1 9 4 5 . En The M ainsprings o f Civilization (1 9 4 5 ), H untington estudia el clima com o factor de causación y com o factor de influencia esencial en el co m p ortam ien to hum ano. Es una obra llam ati vamente poco original, que tiene m ucho de Ratzel, Spencer y Reclus, y que repite la hipótesis según la cual las civilizacio nes se desplazan de sus cálidas regiones de origen hacia zonas más frías, más apropiadas para el desarrollo de las civilizaciones avan zadas. El británico Griffith Taylor (1 8 8 0 -1 9 6 3 ) pasó la m ayor parte de su vida acad ém ica en Australia y en C anadá. E stu vo en la expedición antàrtica de Scott (1 9 1 0 -1 9 1 3 ) com o geólogo prin cipal, y se convirtió posteriormente en el primer catedrático de geología en la Universidad de Sidney. Fue desde el principio un ambientalista impenitente y se ocupó pronto de las pautas de asen tamiento en Australia. Fue una figura polémica y se im plicó pú blicamente en el debate sobre el potencial futuro de asentam ien to de su país de adopción, insistiendo en que sólo iba a poder soportar a treinta millones de habitantes (en lugar cien millones, que era la cifra defendida por la postura oficial del gobierno). A causa de su actitud sobre la población, la vida se le hizo difícil y aceptó enseguida una cátedra en la universidad de Chicago; pos teriormente, también fue profesor en la Universidad de T o ron to, en Canadá, donde criticó de nuevo la política gubernamental de asentamientos e inmigración. En el año de su regreso casi triun fal a Australia (1 9 5 1 ) afirmó que: El determinismo científico m oderno tiene una técnica total mente diferente (de la de los deterministas del siglo XVIII) y conoce el medio ambiente. Treinta años atrás predije las pau tas futuras de asentamiento en Australia. E n C anberra (en 1 9 4 8 ) quedé muy gratam ente recompensado en cuanto que varios miembros del grupo de investigación de esas ciudad me aseguraron que mis deducciones (basadas puram ente en el entorno) estaban del todo justificadas. Este aspecto de la geo grafía es determinismo científico. (G. Taylor, p. ii) U n a obra interesante, Geography in the X X Century, que bien podría subtitularse «Manifiesto ambientalista», fue publicada en fecha tan tardía como 1 9 5 2 (reimpresa en 1 9 5 7 ) y editada por Griffith Taylor. Se trata de una com pilación de artículos escritos principalmente por geógrafos angloamericanos y, aparte de algu na excepción, todos ellos se identifican profundam ente con la escuela determinista. Contiene, por ejemplo, una reimpresión del últim o artículo publicado en vida p or Ellsw orth H u n tin g to n (titulado Geography a n d Aviatiori) en el que, por enésima vez, re afirma machaconam ente su radical posición ambientalista. El compromiso total y sin concesiones de Griffith T aylor con lo que él llama «determinismo científico» se percibe a lo largo de todo el libro, si bien el prefacio y la introducción demuestran aún más resolución. Las posturas de Taylor revelan un com prom iso inquebrantable e incluso una «fe» en relación con la adhesión a un paradigma actualmente en decadencia: E n una larga carrera de 5 0 años de investigación geográfica, he abogado por varios conceptos nuevos y mal aceptados. Por ejemplo mis herejías relativas a los desiertos de Australia. (Ibíd. p. vi.) Posteriormente, en la introducción que aporta «referencias aso ciadas al capítulo introductorio» y con respecto a Lucien Febvre, destacado crítico del ambientalismo y portavoz del posibilismo geográfico, Grifflth Taylor afirma: 4 . Lucien Febvre, Geographical Introduction to History, N ue va York, 1 9 2 5 . Desprovisto de mapas y no muy objetivo (ibíd., P- 19) Si bien el ambientalismo quedaba particularm ente evidencia do en la geografía, también encontró seguidores en el ámbito de la antropología. Ratzel, aunque form alm ente fuera geógrafo, ejer ció una considerable influencia sobre la antropología de finales de siglo, sobre todo con su Antropogeographie y su History o f M ankind. Fue precisamente en los años de formación de la an tropología cuando el determ inism o geográfico se dejó sentir más en el estudio de la cultura. Este fenóm eno, y tal vez esto no de biera sorprender, era nuevamente de procedencia anglosajona, con especial vigor en los Estados U nidos hasta que las obras de Boas y K roeber m arcaron una ru ptura co n un ambientalismo muy vulnerable a la crítica. Lewis M organ, cuyas investigaciones go zaron de gran audiencia, no sólo en los EE UU. sino también en Europa (Engels basó su im portante estudio sobre la familia y la propiedad privada en los trabajos etnológicos de M organ), se refería a m enudo a los factores físicos a la hora de explicar la diversidad cultural. E n el terreno de la antropología, la más clara representación de la aproxim ación ambiental se encuentra en las obras de H odge y H olm es. F. W . H odge escribía, en 1 9 0 7 , so bre el suroeste americano que: El efecto de este medio ambiente, en que encontrar fuentes de agua era la principal preocupación y deseo en el contexto de la lucha por la existencia, iba a influir en la estructura so cial y las funciones, en los usos y costumbres, en la estética y los m otivos, en las tradiciones y los simbolismos, y, por enci m a de todo, los credos y los cultos, condicionados éstos por la interm inable ansia de agua. (F . W . H od ge, en H ardesty, P- 3) D oce años más tarde, W illiam H olm es insiste en que la cul tura material viene ampliamente determinada por el entorno: Q ueda aquí manifiesto que no son tanto las capacidades o el legado cultural de un colectivo de gentes en particular lo que determ ina la form a de cultura material com o su entorno lo cal. (W , H olm es, ibíd., p. 4) E n general, en la sociología, había pocos simpatizantes de la escuela ambientalista, y la cuestión de la influencia medioambien tal fue escasamente atendida por dicha disciplina, en la cual fue considerada com o una variable irrelevante para el estudio de la sociedad. H ubo, naturalm ente, algunas excepciones, de las cua les la más notable fue la de Pitrim Sorokin, quien en su obra ya citada Teorías sociológicos contemporáneas, consagra un capítulo a Laplay y a otros representantes de la «escuela geográfica». Sorokin resume los postulados principales del ambientalismo y presenta una lista de las críticas más im portantes. Su valoración global no es del todo negativa: Debem os dar crédito a la escuela (geográfica) en muchas teo rías, sugerentes e interesantes, y con correlaciones que son, al menos en parte, ciertas. Cualquier análisis de los fenómenos sociales que no tom e en cuenta factores geográficos es incom pleto. Estam os agradecidos a la escuela por estas valiosas co n tribuciones. (P. Sorokin, p. 2 9 1 ) Franklin Thom as, influyente figura en la sociología am erica na de los años veinte y trein ta, dedicó un libro en tero ( The Environmental Basis ofSociety, 1920) a la «escuela geográfica» pero, en él, señala la im portancia de la cultura en la explicación de los procesos históricos: C ad a situ ación h istórica debe ser exam in ada a la luz de su contexto geográfico, mientras que todas las influencias geo gráficas deben ser estudiadas a la luz de su incidencia e im portancia cambiantes respecto del „desarrollo y vicisitudes de la cultura. (F. T h om as, 1 9 2 0 , p. 17) Quizás el m ejor ejemplo reciente del ambientalismo (fuera de la órbita de la ecología humana o de la ecología cultural) en la sociología/antropología se halle en la muy meritoria y m onum en tal obra de Karl A. W itfogel Oriental Despotism (publicado en 1 9 6 3 , pero iniciado en 1 9 2 0 ). El libro empieza con un debate sobre la relevancia del ambientalismo: C on trariam en te a la creencia popular de que la naturaleza siempre es la misma — una creencia que ha llevado a teorías estáticas de ambientalismo y a su rechazo igualmente estáti co— la naturaleza cambia profundamente siempre que el hom bre, p or razones históricas simples o complejas, m odifica sus equipamientos técnicos, su organización social y su visión del m undo. El hom bre nunca deja de afectar a su entorno natu ral; lo transforma constantem ente, y tom a nuevas fuerzas cada vez que sus esfuerzos le lleva a un nivel de operaciones. Cada vez que se puede alcanzar o se ha alcanzado efectivamente otro nivel, el punto donde se llegue dependerá en prim er lugar del orden institucional, y en segundo lugar, del objetivo últim o de la actividad del hom bre; el m undo físico, químico y bioló gico accesible. A iguales condiciones institucionales, es la di ferencia de los entornos naturales lo que sugiere, perm ite y hace inevitable el desarrollo de nuevas formas de tecnología, subsistencia y control social. (K. A. W itfogel, 1 9 6 3 , p. 11) U n resumen de las conclusiones de Oriental Despotism no es relevante aquí. Bastará con decir que, siendo al principio m arxista (después fue rabiosamente antimarxista), W itfogel desarro lla el con cep to de M arx del «modo de producción asiático» e intenta m ostrar cóm o las «sociedades hidráulicas», en áreas ári das y sem iáridas con sistem as de riego extensivo, se vuelven «agrodespóticas», con un Estado centralista y totalitario. E sta conjunción de premisas marxistas con variables m edioam bienta les o ecológicas se ha establecido recientemente en los Estados Unidos, particularm ente en el campo de la antropología (véase el materialismo cultural de Marvin Harris o la obra de R ichard Lee sobre los cazadores-recolectores — veremos estas aportacio nes posteriorm ente— ). H asta aquí hemos in ten tado subrayar que el d eterm inism o ambiental tiene tras de sí una larga historia y que consiguió m an tenerse en medio de importantes cambios económ icos y sociales. H em os señalado que se integró en la ciencia social académica en el siglo XIX (especialmente en la geografía). La tesis del determ i nismo permaneció prácticam ente inalterada: todavía se daba pri macía al medio ambiente com o principal determ inante de la es tructuración y organización que las sociedades habían adoptado y adoptarían en el futuro. Había pocas diferencias, en el fondo, entre lo que decían H ip ó crates, M ontesquieu y H u n tin g ton . Tam bién es cierto que el estudio de los diferentes entornos y culturas se fue haciendo más sistem ático a medida que se acerca ba el siglo XX, en el que los ambientalistas iban a hablar de «co rrelaciones» entre ciertos tipos de entornos y ciertos m odos de organización social, si bien muchas de estas «correlaciones» re sultaron ser falsas. Este modelo simple tenía defectos que fueron cada vez más fáciles de señalar. Iba quedando claro, por ejemplo, que entor nos idénticos o similares no producían necesariamente tipos pa recidos o iguales de sociedades. Al mismo tiempo, se podían iden tificar culturas con organizaciones similares situadas en entornos muy distintos. Empezaron a aparecer anomalías en la posición determinista, hasta el punto de que condujeron, en el cam bio de siglo, a una reconsideración y reevaluación profundas del papel de los factores geográficos en las sociedades humanas. III. LA CRÍTICA Y SUPERACIÓN DEL DETERMINISMO AMBIENTAL El creciente núm ero de anomalías que iban surgiendo, además del h ech o de que el am b ientalism o era m etod o lo gicam en te vulnerable, lo convirtieron en blanco de las críticas de los cien tíficos sociales que postulaban estrategias alternativas de investi gación. Los ataques al determ inism o, tanto por parte de geógra fos com o por parte de quienes no lo eran, resultaban fáciles en este contexto (especialmente ayudado por algunos excesos de celo de Griffith Taylor y de H untington ), y era inevitable que se die ran nuevas respuestas al debate sobre la relación entre la hum a nidad y el medio ambiente. H acia los años treinta, el am bienta lismo estaba en claro declive, a pesar de que H untington y otros seguían produciendo una gran cantidad de trabajos. El posibilis m o apareció a comienzos del siglo XX, así com o diversas formas de enfoque ecológico (ecología cultural en la antropología, eco-¡ logia humana o social en la sociología y geografía) aparecieron en los años veinte. U n o de los ataques más estructurado y repre sentativo contra el determinismo geográfico estaba contenido en el clásico de la antropología Habitat, Economy a nd Society (1 9 3 4 ) de Daryll Forde: Las condiciones físicas están presentes en todo desarrollo y toda pauta cultural, sin excluir lo más abstracto y lo inm ate rial; sin embargo, están presentes no com o determinantes sino com o una categoría de m ateria prim a para la elaboración cul tural. El estudio de las relaciones entre las pautas culturales y las condiciones físicas es de la m ayor im portancia para co m prender la sociedad humana, pero no se puede emprender en términos de simples controles geográficos supuestamente identificables a la vista... Se debe estudiar en primer lugar la cul tura com o entidad de desarrollo histórico. El conocim iento más meticuloso de la geografía física no nos será útil si no se capta el tipo de desarrollo cultural. El geógrafo que está (así) desinstruido, en cuanto quiera examinar la fuente principal de la actividad humana, se verá buscando a tientas entre los fac tores geográficos, cuyo significado no alcanzará realmente a com prender. (D . Forde, 1 9 3 4 , p. 4 6 4 ) Se ha apuntado que el éxito, la fuerza y el atractivo del determinismo ambiental a finales del siglo XIX se debió, por lo menos en parte, a que presentaba una alternativa materialista al m ate rialismo histórico marxista. E n este ca so , la alternativa no con sistía ch 'd p taF p o r una posición «idealista», sino en proponer un tipo diferente de materialismo, en que el entorno físico fuese una infraestructura (o base) para la cultura, en lugar de una infraes tructura o base económ ica sobre la que se levanta la superestruc tura ideológica, política y legal. Se com entará, más adelante, que el «materialismo cultural» de M arvin Harris y una parte im por tante de la antropología ecológica contem poránea (variedad no funcionalista) representa un intento de integrar el materialismo histórico marxista y un determ inism o geográfico relativamente sofisticado. El propio Harris^expone que su enfoque es una sín tesis entre el evolucionism o darw iniano y el m arxism o. O tro materialismo identificable (y que se presentará más adelante) com o interp retación con servad ora de los procesos sociales sería el reduccionismo biológico, donde los imperativos biológicos/genétícos constituyen la base para el desarrollo cultural. En todo caso, lo que queda muy claro es que el determinismo geográfico, en sus versiones m enos m atizadas, e"ñtra en p jo funda crisis. Aparecieron demasiados defectos y a ello se añadía que un núm ero creciente de científicos sociales argumentaba que las comunidades humanas, por medio del desarrollo tecnológico, habían domesticado y controlado la naturaleza, dando así al medio nafural u n ' pápéf secündarió~éñda sociedad. En~ este sentido, el tnedio am biente y los recursos naturales no eran vistos com o variables que se inmiscuyeran en la actividad de las sociedades «avanzadas». Poco a poco se impuso el punto de vista de que el crecimiento económ ico había de ser permanente en un m undo en que se pensaba, en cierto modo, que los recursos naturales eran virtüálmeñty'ifiihitados d e c a r a a la explotación"futura. E l medio ambiente no debía ya determinar efjn o d o de vida de los seres humanos, y serían únicam ente los problemas relacionados con el origen s o c íir o cultural los que impondrían límites al progreso humano. Ante ello, la tarea de los científicos sociales debía co n sistir en analizar estos problemas jnducidos económ ica o socialmente. La aceptación de estas premisas llevó a hacer la vista gor da en cuanto al reconocim iento de los factores ambientales en la vida sociaT. Esa ideología de progreso ilimitado (asociado con el «American dream»), sin los obstáculos impuestos por los im perativos ambientales (básicamente recursos naturales), fue especialmente defeñdlda por sectores conservadores/liberales. EnTÓs últim os años del siglo XIX, la geografía fran cesa en concreto empezó a alejarse de las_ entonces predominantes_tesis deterministas. E n su discurso inaugural en la Sorbona en 1 8 9 8 , com o cated rático de geografía recién nom brado, V idal de la Blache (1 8 4 5 -1 9 1 8 ) formuló una crítica de lo que consideraba que era el determ inism o ambiejntal esjtricto de la Antropogeographie de R atzel. E n lugar de examinar simplemente los determ i nantes geográficos de la actividad humana, estudió a la hu m an i dad com o un agente activo de cambio y que vive en un contexto en que: La naturaleza da al hom bre materiales que tienen sus propios requisitos internos, sus propiedades especiales — así com o sus limitaciones— y que prestan a ciertos usos antes que a otros. H asta este punto, la naturaleza presenta propuestas, y a veces restricciones. Pero la naturaleza no es nunca más que un co n sejero. (P. Vidal de la Blache, 1 9 2 6 , p. 3 2 1 ) O com o Lucien Febvre (el principal divulgador de la escuela posibflista)"fll)o: En ningún lado hay necesidades, sino que hay posibilidades por todas partes; el hom bre, com o maestro de las posibilida des, es juez del uso que de éstas se haga. (L . Febvre, 1 9 2 5 , p . 1 0 2 ) ............................... Sería, sin embargo, un error (que se com ete a menudo) suge rir que este: enfoque es del todo antiambientalista_. En realidad, una atenta lectura de las obras clásicas de la geografía posibilista muestra claramente la im portancia que se da al medio ambiente, com o fuerza activa e influyente sobre el desarrollo y cam bio social y económ ico. Es* incluso, tentador apuntar que el posibilis m o geográfico primerizo no implicaba un rechazo del ambientalism o, sino sim p lem en te lo m atizab a —-in sistien d o en J a reciprocidad de acción, en sentido ecológico y especialmente en la importancia de los seres humanos en el cam bio ambiental— . C om entando el concepto de ecología, Vidal de la Blache dice; Tal es la lección de la ecología... Puesto que es obvio que es tas relaciones no conciernan solamente a las plantas. Los ani males, evidentemente, con sus capacidades de locom oción y el hombre con su inteligencia son más capaces de tratar con éxito con su entorno. Pero cuando uno piensa todo lo que contiene el término «medio ambiente», y todos los hilos in sospechados que form an este tejido que nos envuelve, ¿cóm o podría algún organism o viviente escapar a su influencia? (P. Vidal de la Blache, 1 9 2 6 , p. 198) En los primeros años de este siglo, en Estados Unidos, donde la antropología estaba ya bastante consolidada com o cam po de investigación con proyección fuera de la academia, se produjo, desde el principio, un vivo debate sobre la relevancia de los fac tores ambientales en la organización social y cuIfuralT TaLsé ha hecho aquí un repaso del ambientalismo radical en la geografía americana, reflejado en la’ ohfUde SémpTe y H untington. E n la antropología, tal com o es de esperar, se daba m ayor énfasis a las tradiciones culturales y a la historia com o factores determinantes, del cam bio social y de la diversidad cultural. El posibilismo pron to tuvo pie firme en la antropología americana, siendo Franz Boas el más representativo y, probablemente, el más influyente de los posibilistas antropológicos am ericanos: Los geógrafos intentan hacer derivar todas las formas de cul tura humana del entorno en que vive el hom bre. C on todo lo im portante que ello pueda ser, no tenemos pruebas de una fuerza del medio natural creativa. T o d o lo que sabemos es que todas las culturas están fuertemente influidas por su entorno, y que algunos elementos de la cultura no pueden desarrollar se en un emplazamiento geográfico desfavorable mientras que otros pueden verse avanzados. Basta con ver las diferencias fun damentales de las culturas que florecen una tras otra en el m ismo entorno, para darnos cuenta de las limitaciones de la influencia ambiental. (F. Boas, 1 9 4 0 , p. 2 5 6 ) La cita anterior es, evidentem ente, una injusta caraterización de la geografía com o conjunto, puesto que este texto fue escrito en 1 9 3 2 , cuando la escuela posibilista ya se había establecido en la geografía. Lo que Boas refleja aquí es el lamentable nivel de conocim iento que tenían los antropólogos, geógrafos y sociólo gos de los debates y las polémicas que se producían fuera de sus propias disciplinas, a pesar de que a m enudo debían tratar con problemas similares — existen numerosísimos ejemplos de deba tes paralelos que se desarrollaban al mismo tiempo en varias dis ciplinas diferentes, pero sin efectos «cruzados» de una disciplina a otra— . E n realidad Boas, de form a d istin ta a lo que hicieron los posibilistas en geografía, empujó su particular visión del posibi lismo un paso más lejos en relación con el ambientalismo. Los deterministas geográficos, en general, querían encontrar y formu lar leyes amplias (causales) del desarrollo cultural, mientras que Boas se mostraba claramente escéptico ante la validez de cualquier ley (ya procediera ésta de biólogos, geógrafos, economistas, psi cólogos, sociólogos o incluso antropólogos) que pretendiese ex plicar la evolución cultural o social de m anera globalizante. Y llega tan lejos com o para negar la validez de los estudios clasificáro nos de las sociedades: Los fenóm enos culturales son de tal com p lejid ad que me parece dudoso que puedan hallar leyes culturales válidas. Las condiciones causales de los acontecim ientos culturales se en cuentran siempre en la interacción entre individuos y la so ciedad, y ningún estudio clasificatorio de las sociedades resol verá el problem a... El material de la antropología es tal que tiene que ser una ciencia histórica, una de las ciencias cuyo interés se centra en entender fenómenos individualizados más que en establecer leyes generales que, vista la complejidad del material, serán necesariamente vagas y casi podríamos decir tan evidentes que son de poca ayuda para una verdadera com pren sión. (F. Boas, 1 9 8 2 , pp. 2 5 7 - 2 5 8 ). La obra de Franz Boas, tan influyente no sólo en la antropo logía am ericana sino también en la antropología Europea, es cla ramente posibilista, y algumos historiadores de la antropología han señalado que desarrolló una escuela denominada «particula rista histórica» (véase nuevamente a M arvin H arris). Esta escuela se llama así porque insiste en la necesidad de estudiar a cada so ciedad individualmente, obteniendo resultados no extrapolables a otras sociedades. El declive del determinismo ambiental y el avance hacia el po sibilismo queda posteriorm ente reflejado en las investigaciones y textos de otro influyente antropólogo am ericano, Alfred Kroeber (el primer alum no de .doctorado de Boas). Si bien es cierto que la culturas están arraigadas en la natura leza, y que por consiguiente no se pueden com prender total m ente sin referencia a este pedazo de naturaleza en que se hallan, no son más producto de esta naturaleza que lo sería una planta producida o causada por el suelo en que echa raí ces. Las causas inmediatas de los fenóm enos culturales son otros fenómenos culturales. (A. L. Kroeber, 1 9 3 9 , p. 1) Esto es, evidentemente, muy próxim o al conjunto de reglas metodológicas durkheimianas: La causa determ inante de un hecho social debería buscarse entre los hechos sociales que le precedieron. Si Boas y Kroeber fueron los portavoces americanos del posi bilismo en la antropología. Cari O . Sauer lo fue en la geografía americana. O bviam ente, es tan relevante com o significativo que Kroeber y Sauer trabajaran juntos en lo que ellos llamaban «pai sajes naturales y culturales» o «áreas», en el caso de Kroeber. Sauer es conocido especialmente por el concepto de paisaje, pero ya desde el principio de su carrera estaba claro que trabajaba dentro del paradigma posibilista. Según Sauer, la humanidad usa, desa rrolla y, por supuesto, modifica el medio ambiente, sujeto a im perativos culturales y sociales y creando, así, el paisaje cultural. Para el enfoque posibilista, según Sauer, el p ro p ó sito de la geografía no es la búsqueda de las influencias ambientales, sino la investigación de la m anera en que las diferentes sociedades, por medio de tradiciones culturales e históricas, se sirven diferente mente del medio ambiente — siempre hay un amplio abanico de posibilidades u opciones de uso de la tierra, abiertas a cualquier sociedad dada— . E l m edio am biente sólo pone lím ites a la actividad hum ana. Por ejemplo, las bajas temperaturas no perm i tirían el crecimiento de ciertos cultivos. Al mismo tiempo, se estu dia a la hum anidad com o agente de cambio ambiental: El paisaje incluye: 1) las características de la zona natural y 2) las formas impuestas al paisaje físico por las actividades hu manas, el paisaje cultural. El hombre es el agente últim o de configuración del paisaje. (C . Sauer, 1 9 2 7 , p. 186) En fecha m ucho más tardía, Sauer afirma que: Medio ambiente y recursos son términos culturales que expre san tanto capacidades técnicas como valores sociales. (C . Sauer, 1 9 7 1 , p. 5 0 9 ) El posibilismo, asociado com o está con las obras de Boas y Kroeber, ha mantenido un lugar visible en la antropología, aun que probablemente dejó atrás sus mejores tiempos. U n o de los ejemplos más citados del posibilismo en la antropología m oder na es Limitaciones medioambientales al desarrollo de la cultura ( 1 9 5 4 ) , de B etty M eggers, quien m antien e que la agricu ltu ra es necesaria para el desarrollo de las culturas avanzadas. Se des criben cuatro tipos de entornos naturales, de m uy hostil a muy favorable para el desarrollo de la agricu ltu ra. P ero , incluso el en torn o más propicio a las actividades agrícolas no im p lica rá, necesariam ente, que éstas se desarrollen sino que serán los factores culturales los que lo d eterm in en . U n a cu ltu ra avan zada no será, sin em bargo, posible en los en torn os m ás h o sti les. M eggers, en la cita siguiente, describe los cu atro tipos bá sicos de agricultura y su efecto p oten cial sobre la actividad agrícola: Donde la agricultura resulta imposible a causa de la tem pera tura, la aridez, la com posición del suelo, la altitud, la top o grafía, la latitud o cualquier otro factor natural que inhiba el crecim ien to o la m ad u ración de las plantas dom esticadas. Donde la productividad agrícola está limitada a un nivel rela tivamente bajo por factores climáticos que causan un rápido agotamiento de la fertilidad. D onde se pueden obtener inde finidamente cosechas relativamente importantes sobre la mis m a parcela de tierra, con fertilización, barbecho, rotación de cultivos y otros tipos de medidas de restauración de los sue los, o con regadío en las zonas más áridas. D on d e p rácti cam ente no se requieren co n ocim ien tos especializados para alcanzar y m antener un nivel estable de productividad agrí cola. (B. Meggers, en D . H ardesty, p. 119) Inicialmente, los posibilistas abordaron el problem a de la re lación entre medio ambiente y sociedad, rebatiendo la posición determinista sin rechazar el medio ambiente com o factor relevan te. Posteriormente, la posición de los que se identificaban con el posibilismo pareció endurecerse, llegando prácticam ente a la ne gación de la influencia ambiental. C om o se ha constatado antes, los científicos sociales france ses hicieron cam paña activa contra el determinismo geográfico desde finales del siglo XIX. Los geógrafos no estaban solos, en Francia, en su intento de rebatir y criticar el ambientalismo radi cal. La nueva escuela de sociología también realizó, en ese país, una im portante contribución al debate y la discusión. A partir de 1 8 9 8 , se publicaron artícu los, con frecuencia, en L'année sociologique, que analizaban las aportaciones que hizo Ratzel en su Antropogeographie, con textos de figuras tan distinguidas como Durkheim, Hawlbachs y Mauss. El propio Durkheim puso m anos a la obra dos veces en los primeros tiempos de L 'année sociologique. E n 1 8 9 8 presentó una crítica de Politische Geographie, y otra en el año siguiente, esta vez referida a Antropogeographie. E l p rim er ángulo de ataque d u rk h eim ian o apu n ta hacia cuestiones m etodológicas. C ritica a Ratzel, en particular, y a los ambientalistas en general porque no tenían una metodología sis tem ática para el estudio de la diversidad cultural. Se establecen «correlaciones» entre el entorno y la conducta humana, y se apor tan ilustraciones, en cantidades abundantes, para «probar» el gran peso de los factores geográficos sobre la vida social humana, pero raramente se m encionan excepciones y aún menos se analizan en detalle. A fin de cuentas, el ambientalismo de Ratzel no era cien tífico, y carecía de una m etodología sistemática adecuada: Podríam os también reprochar al m étodo la insuficiencia de su rigor. Las correlaciones son más ilustraciones que no com pa raciones metódicas; los hechos contrarios son rara vez exami nados, y, por más erudito que sea el autor, no podemos dejar de sorprendernos de la distancia existente entre buen número de los asertos, y las pruebas sobre las que éstos reposan. (E. D urkheim , 1 8 9 8 , p. 192) La segunda línea de ataque se refiere al papel del medio am biente en sí. Según D urkheim , en el pasado la humanidad estaba claramente «vinculada al suelo» y m uy influida por el entorno en que se insertan las sociedades. C on el paso del tiempo, pero es pecialm ente con el desarrollo de la cien cia y la tecnología, la influencia de los factores geográficos iba a declinar. H oy día (es decir, en la época de D urkhheim ) el medio ambiente ya no es un protagonista en los asuntos de los humanos, antes bien la hum a nidad determ ina las características del entorno y el uso que de éste se hace: Q ueda aún por probar que esta influencia estrecha conserve la m ism a intensidad en los diferentes m om entos de la histo ria. Parece que tenga tendencia a debilitarse cada vez m ás... Así pues, la tierra ya no explica al hom bre, sino que es éste quien explica la tierra, y si sigue siendo im portante para la sociología conocer el factor geográfico, no es que esto venga a echar nuevas luces sobre la sociología sino que sólo ella lo puede entender. (Ibíd., p. 192) D ebería recordarse que, en su prim er libro, La división social del trabajo, D urkheim aborda con cierta extensión la cuestión del medio am biente. Se interesa por cóm o las sociedades se adaptan a los problemas del crecimiento demográfico («densidad material») y de la escasez de recursos, lo que lleva a la diferenciación estruc tural y a la división del trabajo. E l argum ento del libro tiene una orientación afín o m atizada frente al ambientalismo, ya que uti liza la variable «densidad material» com o variable independiente frente a la diferenciación social (variable dependiente). En la obra posterior de D urkheim hay una explícita y contundente crítica del determ inism o ambiental (especialmente en E l suicidio). Las debilidades m etodológicas del determ inism o geográfico también fueron sacadas a colación por otros sociólogos y antro pólogos. Las primeras grietas del argum ento ambientalista se ase mejaron rápidam ente a agujeros abismales. Se podían demostrar demasiados aspectos inconsistentes y anómalos con la m ayor fa cilidad y simplicidad. Pitrim Sorokin, si bien adm itía que quizás la geografía tuviera algo que ver con la m anera en que las socie dades se organizaban, dio la siguiente reprim enda a la escuela geográfica, y en términos m uy claros: E n prim er lugar, en el mismo entorno natural algunos gru pos raciales han creado formas complejas de cultura, mientras que otros no lo han conseguido, y se han quedado con la for m a simple de cultura. E n segundo lugar, algunos grupos ra ciales han sido capaces de crear formas complejas de civiliza ción en los entornos geográficos más diversos, mientras que otros han quedado estacionarios en distintas condiciones geo gráficas. (P. Sorokin, p. 3 0 3 ) Estos com entarios son tan claros que uno casi se ve obligado a preguntarse por qué no los hicieron antes otros científicos so ciales. E l antropólogo R. H . Lowie se hace eco de estas críticas de m anera aún más sucinta: El entorno no puede explicar la cultura porque en el m ism o entorno se hallan distintas culturas. (H . Lowie, 1 9 3 7 , p. 17) E n líneas generales, el m arxism o de finales de siglo, si bien crítico con respecto al am bientalism o, no se contaba entre la corriente más radicalmente opuesta a la consideración de los fac tores geográficos com o relevantes para contextualizar los p roce sos sociales y económ icos. Rechazaba, sin embargo, las opciones más extremas del determinismo geográfico. Si el determ inism o ambiental representa un enfoque materialista del estudio de la sociedad y la cultura, el materialismo histórico pinta un cuadro muy diferente, subrayando la im portancia de la infraestructura económ ica com o fuerza directora en la configuración de la es tructura social, la cultura y la ideología. Engels resume claramente la p osición m arxista en un pasaje de Socialism Utopian a n d Scien tifie. La concepción materialista de la historia parte de la proposi ción que la producción de los medios para dar apoyo a la vida hum ana y luego a la producción y el intercambio de bienes producidos, es la base de toda estructura social; que en cada so ciedad que ha aparecido en la historia, la manera en que se dis tribuye la riqueza y divide la sociedad en clases, depende de qué se produce, cóm o se produce y cóm o se intercambian los bie nes. D esde este p u n to de vista, las causas finales de tod os los cambios sociales y revoluciones políticas deben ser buscadas no en los cerebros de los hom bres... sino en los cambios en los m odos de producción e intercam bio. (F. Engels, p. 94) La geografía puede ejercer una fuerte influencia sobre las ca racterísticas del modo de producción (el caso del «modo de pro ducción asiático»), pero no se puede pretender que determine la propiedad de los medios de producción, cosa que, en sí, es cru cial en la formación de la cultura y de la ideología según el aná lisis marxista. Engels m ucho más que M arx intro d uce la variable m edio a m b ien te p ara an alizar d e te rm in a d o s h e ch o s h is tó ric o s o económ icos. Su denuncia de la prim era industrialización se cen tra en el deterioro de las condiciones ambientales de las ciudades industriales y su incidencia negativa sobre la salud de la clase obrera. En su The Condition o fth e English Working Class, 1 8 4 4 , habla explícitamente de la distribución de riesgos ambientales y de su vinculación con variables socieconóm icas. La nueva m or fología urbana de ciudades co m o M an ch ester, que describe Engels, sitúa y ubica la degradación am biental en los barrios obreros que contrastan con las condiciones de vida más adecua das de que disfrutan las clases acomodadas. Su aproxim ación al origen de la propiedad privada y la familia tam bién se fundam en ta, en parte, en variables ambientales (apropiación y control de recursos ambientales). A pesar de otras aproximaciones marxistas hacia la «dialéctica medio ambiente-sociedad» señaladas por M artínez Alier en su libro Economía ecológica, el tem a quedó marginado en los gran des debates marxistas del siglo XX. Al marxismo le faltó sensibilidad ecológica (J. M artínez Alier, 1 9 9 0 , p. 7) Sin embargo, un sector autodenom inado «ecosocialista», de inspiración marxista, está haciendo un esfuerzo notable para rec tifica r el d éficit eco lóg ico del m arxism o (véase las revistas Capitalism, N ature and Socialism y Ecología política). V olviendo al tem a que nos co n ciern e d irectam en te, el determ inism o am biental, hacia los años trein ta (si no antes) el ambientalismo postulado sobre todo por la geografía, entraba en el ocaso. Fue incapaz de plantar cara a las críticas metodológicas y a las anomalías y contradicciones de muchas premisas básicas del determ inism o geográfico. La escuela continuó con dos repre sentantes solitarios (H u n tin gton y Griffith Taylor) en los años cincuenta. Sin em bargo, algunos científicos sociales continuaron argum entando que el medio ambiente tenía una incidencia sobre la actividad económ ica y social y sobre el com portam iento hu mano, y buscaron, en consecuencia, una m etodología apropiada para analizar la relación entre la sociedad y su entorno natural. Ello llevó a unos cuantos antropólogos, geógrafos y sociólogos hacia la ciencia naciente de la ecología, que a su vez tenía como propósito el estudio de la relación entre los organismos y sus entornos naturales. L a ciencia de la ecología había hecho avances importantes des de los tiempos de Haeckel (conocido divulgador del darwinismo social más radical e inventor del térm ino ecología) y, a princi pios del siglo XX, ya había escapado a la influencia de aquél y desarrollado im portantes conceptos y estudios empíricos que per m itía n co m p re n d e r m ejo r la ev o lu ció n y d in ám icas de los «habitats». E n los años veinte y treinta, se había establecido una escuela de «ecología humana» tanto en la sociología com o en la geografía, mientras que, en la antropología, Julián Steward inten taba asentar la «ecología cultural». Am bos enfoques llegaron a tener una notable influencia (especialmente en el desarrollo de la sociología y geografía urbanas) hasta m ediados de siglo, pero tuvieron una vida más bien corta ya que dieron paso a los nue vos enfoques ecológicos sistémicos posteriores. E n cuanto al posibilismo, continuó manteniendo una presen cia activa, tanto en la geografía com o en la antropología, hasta fecha relativamente reciente, pero se dejaba sentir una creciente insatisfacción en cu an to a su co n trib u ció n, que para muchos equivalía a decir que el medio ambiente simplemente ponía res tricciones o límites a la actividad hum ana — lo que no es decir gran cosa— . El antropólogo Clifford G eertz dijo (1 9 6 3 ), en una critica del posibilismo, afirma: con esta form ulación, uno se puede plantear la pregunta am plia «¿hasta qué punto está la cultura influida por el medio ambiente?» «hasta qué punto m odifica el hom bre con sus a c tividades el m edio natural?» Y sólo se le puede dar la más amplia de las respuestas: «en cierta medida, pero no totalm en te». (C . Geertz, 1 9 6 3 , p. 3) Aunque el posibilismo tuviese una vida corta, fue el primero de los grandes enfoques de las ciencias sociales que, al abordar el problema de la relación entre sociedad y medio am biente, recha zó el paradigma ambientalista. A continuación, en el próxim o capítulo analizaremos la im portante incidencia de la obra de Darwin en el desarrollo de la ecología y las ciencias afines, que dio lugar al nuevo materialis mo conservador del reduccionism o biológico.
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