El Fantasma de la Gran Venezuela - Ciudad CCS

PORTAFOLIO
AÑO 4 / NÚMERO 209 / DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014
Cantos indígenas
(A propósito del Día de la Resistencia Indígena)
El Fantasma de la Gran Venezuela
LENIN BANDRES
¿Qué significa ser una nación rica y qué
significa ser una nación pobre?, ¿Qué implica para un país ser desarrollado, próspero, moderno y a qué precio se accede a tal
estatus?, ¿Es Venezuela un país rico o un
país pobre? ¿En qué reside su riqueza o su
«grandeza» y en qué su pobreza o su «debilidad»?
Estas son algunas de las innumerables
preguntas que Emiliano Terán Mantovani
se formula con significativa lucidez en su
libro El Fantasma de la Gran Venezuela. Un estudio del mito del desarrollo y los dilemas del petro-Estado en la Revolucion Bolivariana. Colección Nuestra América, Ediciones de la Fundación CELARG. Personalmente creo que
este libro gravitará alrededor de nuestras
mentes y de nuestro espíritu durante mucho tiempo, quizás porque se trata de un
libro actual, un libro que nos habla del
presente, de la localización histórica y geográfica de un país llamado Venezuela en
los albores del siglo XXI. Se trata, creo, de
un libro que interroga nuestro presente
como país, como nación y como sociedad y
que sin embargo, está dirigido a las generaciones futuras.
Es decir a todos aquellos que tendrán
que asumir las consecuencias imprevisibles de una concepción de la historia
orientada por el ideal redentor del «progreso» y todo lo que éste arrastra consigo
desde hace tres siglos de modernidad: el
desarrollo, el crecimiento, el bienestar, la
prosperidad, la abundancia, el confort; pero también su «lado siniestro»: la desruralización, la guerra, la devastación ambiental, la pauperización, el consumismo y la
cada vez más probable aniquilación de la
vida en nuestro planeta.
¿Cuál desarrollo, para cual globalización?
El libro de Terán Mantovani tiene la virtud de comenzar localizando, ubicando al
lector en el espacio y el tiempo de nuestra
realidad política y económica: la globalización. «El carácter inherentemente expansivo del capital se basa en la necesidad de
éste de reproducirse geométricamente,
motorizada por la construcción de la desigualdad ontológica (…) De ahí que el capital histórico ha ido incorporando paulatinamente nuevos espacios, nuevas fuerzas
de trabajo, nuevas naturalezas y nuevas
identidades subalternas a este patrón de
poder colonial, patriarcal, antropocéntrico y eurocentrado, pasando del circuito comercial del Atlántico como núcleo fundacional de la economía mundo en el siglo
XVI, a un mundo profundamente integrado, sincronizado e interconectado como
totalidad sistémica globalizada, tal y como
se caracteriza el sistema capitalista en la
actualidad».
El primer capítulo funciona como una
suerte de GPS en el que se intenta ubicar
las coordenadas espacio temporales de la
expansión capitalista en el planeta, a su
vez que muestra el proceso de homogenización y de aplanamiento material y subjetivo operado por el capitalismo a nivel
global. Este primer momento destaca la
pura capacidad desterritorializadora del
capital como máquina de «acumulación
por desposesión» —término que el autor
toma prestado de David Harvey— para luego mostrar cómo la organización inmanente del capitalismo global distribuye
funciones y «responsabilidades» a través
de la jerarquización y sincronización de
los circuitos mercantiles aglutinados en
un sólo mercado global. En éste, cada
quien tiene su rol y su función inscrita en
la división internacional del trabajo.
América Latina y muy especialmente Venezuela ocupan también su rol, el cual no
es otro que el de proveedores de materias
primas.
Me parece que a partir de aquí aparecen
elementos de análisis dignos de discusión,
que serían útiles para la postulación de un
debate franco y abierto al interior de los
movimientos y fuerzas sociales de izquierda, acerca de las posibilidades reales de generar un proceso emancipatorio en América Latina. Pues de lo que se trata es de saber si con la nueva ola de «desarrollismo» y
de «extractivismo» surgida durante la pri-
mera década del siglo XXI en América Latina, no se está sucumbiendo a la lógica neocolonial que, desde la conquista hasta
nuestros días, ha hecho de América Latina
un proveedor fiable de materias primas y
de mano de obra relativamente barata. La
motorización de la economía de los países
de América Latina durante los últimos
quince años ha tenido como base material
la exportación masiva de materias primas
—a veces sin un mínimo o con muy poco
valor agregado— hacia todos aquellos
mercados sedientos de recursos naturales
de toda índole (alimentos, hidrocarburos,
minerales, recursos humanos) especialmente hacia las economías de los EEUU y
de China.
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LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014
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Este mecanismo de desposesión, muy
paradójicamente, no ha sido aupado ni
promovido por gobiernos neoliberales o
de «derecha», sino por gobiernos «progresistas» y de «izquierda», los cuales en su
mayoría llegaron a la conducción del Estado durante la primera década del presente
siglo, ejerciendo precisamente la crítica
de la «maquinaria de desposesión» que caracterizó a los gobiernos neoliberales de
los años 80 y 90 del siglo pasado. Ni los llamados Estados progresistas», ni la aparición o el relanzamiento de viejos esquemas de integración regional han examinado críticamente la condición extractivista
y subordinada de las economías de América Latina respecto a la división internacional del trabajo que opera en el capitalismo
global.
Aún más, Terán Mantovani desmitifica
la falsa idea que supone que el clivaje de la
globalización radicaría en un simple duelo, un «cara a cara» entre el Estado y el
Mercado. Nada más falso.
La dinámica del capitalismo global demuestra que tanto las llamadas economías emergentes (BRICS) como las naciones soberanas e «independientes» de América Latina, el mercado y el Estado trabajan conjunta y complementariamente para la expansión y consolidación del capital. Todo esto en nombre del «desarrollo»
De un Dorado al otro
Los capítulos segundo y terceros del libro de Terán Mantovani son una relectura
de la historia de Venezuela desde una visión descolonial que posee la gran ventaja
de mostrar no tanto la cesuras o discontuidades de nuestra historia, sino más bien
su hilaridad y continuidad inquebrantada
y hasta ahora inquebrantable.
Continuidad que obedece a una constante histórica de nuestra «venezolanidad» y que se repite incesantemente en
nuestro imaginario colectivo: ¡La riqueza!
¡La abundancia! ¡La generosidad y bondad
de la Madre Tierra!
Hoy como ayer, nadie duda ni siquiera
un momento de que Venezuela es un país
rico. Es parte de nuestra apreciación subjetiva y a la vez imaginaria afirmar que lo
propio de nuestra venezolanidad yace en
su riqueza. Ella aparece en la literatura y
en la mitología local, un complemento indispensable para este libro sería sin duda
trazar este recorrido histórico a partir y a
través de la literatura. Desde las cartas de
Colón, pasando por el mito del Dorado y
de Cubagua, hasta llegar a la Canaima de
Gallegos y al País Portátil de González León,
nuestro imaginario cultural se ha construido en base a la creencia de que existe
una riqueza ilimitada en nuestra geografía y en nuestro territorio. Terán Mantovani ilustra espléndidamente cómo dicho
imaginario opera en lo más profundo de
nuestro inconsciente colectivo. Pero es
precisamente en esa misma imagen que
nos hemos construido de nosotros mismos, a partir y gracias al relato del conquistador, del colonizador y civilizador occidental que radica nuestra fragilidad
identitaria.
Como lo afirma Terán Mantovani, «lo resaltante del mito de El Dorado es que se
trata de un imaginario de «riqueza» rela-
cionado con un tipo de construcción social del valor profundamente colonial y
eurocentrado, concebido bajo una lógica
civilizatoria y necesariamente vinculado
con el despojo de pueblos llamados «barbaros» (…). Se trata de un sustento narrativo del discurso contemporáneo del desarrollo».
Así, a la par de la explotación y extracción de los recursos y riquezas que desde
la América colonial viajaban para llenar
las arcas de la Corona española, se iba reproduciendo una visión eurocentrada y civilizadora de nosotros mismos, según la
cual el indio, el salvaje, el irracional debía
ser «domesticado», «cristianizado», «civilizado», «racionalizado». La reproducción
indemne de esta realidad colonial —y
muy a pesar de la ruidosa y dominante retorica que afirma lo contrario— no fue
perturbada ni por la independencia, ni
por la creación de los Estados nacionales
sean cuales sean sus
tintes políticos. Por el
contrario, dicha narrativa fue incorporada hábilmente a las
necesidades políticas
y económicas que imperaban en los gobiernos que se sucedieron
durante los siglos XIX
y XX. El extractivismo
agrícola y monoexportador fue acompañado en su momento de
la retorica positivista,
ilustradora, civilizadora y desarrollista, según la cual era necesaria la «europeización»
del indio y del negro
para su mejor inserción en la naciente sociedad moderna. Ser
modernos era pues ser
«occidentalizado» y luego de transcurrido
los años, ser «occidental» ya no era parecerse al europeo, sino parecerse al «americano» anglosajón, bajo la figura simbólica
del patriarca blanco, racional y sobre todo
«rico». Este particular modo de subjetivación se cristaliza en Venezuela a finales
del siglo XIX y principios del siglo XX,
coincidiendo con lo que desde todo punto
de vista constituye el punto de inflexión
más importante de la historia económica
de Venezuela: la aparición del petróleo.
La emergencia de las primeras explotaciones petroleras y la formación del petroEstado venezolano, cuyo ímpetu modernizador, civilizador, desarrollista y profundamente capitalista es una estructura socio económica que perdura hasta nuestros
días.
El agudo análisis elaborado por Terán
Mantovani en el capítulo tercero recoge lo
fundamental de la literatura económica
venezolana en torno al rentismo y al espinoso problema de su superación, pero
también examina el imperativo y la «ilusión» del desarrollo y de su correlato de
«progreso» y de «bienestar supremos» como sustratos imaginarios de la sociedad
venezolana. Bajo esta perspectiva se trata
de un libro de economía política que bien
merece ser tildado de marxista. Pero no
marxista en el sentido en que pueden serlo los libros de Rosa Luxemburgo o de Sa-
mir Amín; sino en el sentido de un cierto
materialismo histórico, según el cual las
condiciones materiales de nuestras sociedades, su modo de producción y de organización económica crean, construyen y
moldean las estructuras ideales, o ideológicas, a través de las cuales esas mismas
sociedades se representan y comprenden
el mundo. De manera que no es sino en el
desarrollo histórico de nuestro capitalismo rentístico que nosotros podremos hallar las formas singulares de nuestra subjetividad como individuos y como sociedad. Nuestra «venezolanidad» —si tal abstracción existe— no es el producto de una
«substancia» o «esencia» identitaria construida según un cierto ideal o imperativo
social, sino más bien el resultado de una
particular forma de relación social que haya sus raíces en la manera en como la sociedad venezolana produce y organiza su
vida económica y material. La conclusión
de Terán Mantovani a
este respecto es tan
lucida como lacerante:
«Estamos atrapados en un imaginario
de riqueza construido a lo largo del proceso de colonización
que representa un patrón de valor que se
proyecta no sólo en la
forma como organizamos nuestras sociedades, sino incluso
en la propia producción de la subjetividad. Si el afán de lucro es el motor cultural/psicológico del capital, el PIB y los diferentes
indicadores
macroeconómicos se
convierten en fetiche,
a la vez que el consumidor/deseante es el
referente del sujeto desarrollado. El modelo desarrollista, inaugurado en el auge
«crecentista» de la posguerra con Marcos
Pérez Jiménez, y potenciado con Carlos
Andrés Pérez I, ofrece a los ciudadanos incorporarse al «progreso», salir de la pobreza, a través de las mercancías que despliega la sociedad de consumo por todo su entramado. La ideología y la biopolítica de la
«riqueza» petrolizada disciplinan y seducen a sus connacionales para desear un estilo de vida y no poder imaginar otro diferente».
La realidad económica y subjetiva de Venezuela no se ha modificado en los últimos quince años. Por el contrario, la promesa de un «nuevo Dorado», basado materialmente en la explotación intensiva de
la Faja Petrolífera del Orinoco y del arco
minero de Guayana, nos ha hecho pensar,
desear, soñar y acariciar la creencia de que
el «progreso», la «igualdad plena», el «buen
vivir» y la «comunidad fraterna de amigos», son objetivos —una vez más— posibles. ¡Esta vez sí lo lograremos! ¡Esta vez sí!
Nada mejor para describir esta ilusión que
la sinopsis del dramaturgo Gustavo Ott:
«Su utopía —la de Venezuela— es alcanzable en un par de días, ya viene, va saliendo, espérala abajo; su vida ocurre entusiasmada, a pesar de que sus elites se le
han vuelto imbéciles. Entrañable, entra-
ñable; como para enamorarse aunque
quiera a otro».
Pero huelga decir que todo esto no es
más que una frágil y desgarradora ilusión.
Una ilusión —en el sentido en que lo entendía Freud— «es una creencia cuando
aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de
su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real».
La ilusión de nuestro capitalismo rentístico: la creencia de que es posible superar
el rentismo sembrando el petróleo, es decir prescindiendo de la terrible y dolorosa
realidad de que «sembrar el petróleo» es —
como ya lo había advertido Pérez Alfonso
hace cuarenta años atrás— simplemente
imposible. La ilusión de nuestra «modernidad»: desear ser un país desarrollado, próspero, independiente y soberano, soslayando la terrible realidad de que nuestra economía obedece a los dictados del capitalismo global y a su cada vez más insaciable
sed de recursos naturales. Esto sin tomar
en cuenta que la pulsión de crecimiento
ilimitado y de producción intensiva traen
consigo consecuencias devastadoras tanto
a nivel socio-político como ambiental.
La ilusión de nuestra voluntad emancipadora: desear el empoderamiento de las
masas, la autogobernabilidad del pueblo y
la potenciación del poder contituyente, a
partir de la tutela trascendente del Estado
y de la expropiación de las decisiones que
opera el poder constituido en detrimento
del poder constituyente.
De lo imposible a lo posible
El libro de Terán Mantovani puntualiza
la impostura política y económica de
nuestro tiempo, pero lejos de caer en lo
irremediable o en la inevitabilidad de la
catástrofe, más bien despliega una serie
de propuestas como alternativas al mito
del «progreso» y del «desarrollo», apuntando con ello a la edificación de una sociedad poscapitalista, posextrativista y pospetrolera.
Tal vez lo más fecundo de este libro resida en el capítulo quinto. Aquí Terán Mantovani se demora en la construcción de un
auténtico programa político para las generaciones que vienen, pero que sin embargo es urgente comenzar a construir desde
ahora.
Yo diría que se trata en realidad del primer programa político de nuestra «posmodernidad». Si entendemos por esta noción un tanto malhadada y confusa, no la
reivindicación depresiva y nihilista que
hace la apología del fin de todos los metarelatos y el fin de todos los tiempos, sino
esa que estando consciente de los límites y
precariedades conceptuales de la era moderna, anuncia la necesidad impostergable de un nuevo comienzo, despojado esta
vez, de las ilusiones historicistas que nos
prometen un amanecer de abundancia y
de progreso ilimitado, de una totalidad redentora en la que el ser humano estaría
¡por fin! reconciliado consigo mismo y con
su entorno.
En fin, despojado de los funestos espectros que en las postrimerías de nuestro siglo nos continúan acechando, y que como
el título de este magnífico libro, intenta
exorcizar desde ya y para siempre, el Fantasma de la Gran Venezuela.
DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS
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La Librería Mediática
Portafolio
Cantos indígenas
El arco iris y el caimán
Marialcira Matute
Libros que esperan
Siempre refiero la feliz expresión de
Gustavo Pereira: «Los libros esperan».
Me esperan estos que hoy comento brevemente y que fui eligiendo en días de
viaje reciente.
Budapest
Una violenta tempestad se había desatado.
Un cazador se había puesto al abrigo de la lluvia,
detrás de un peñasco.
Muy cerca de sí, vio salir el arco iris.
Desde que salió la lluvia cesó.
El cazador no osaba acercarse más,
porque nunca lo había visto.
Partió corriendo.
Capricho de lectora viciosa: uno de
Sándor Márai en húngaro. Elegí al azar
en una tienda de libros usados Szinbad
Hazamegy (El regreso de Sinbad) una novela de 1940. Luego me entero de que es
considerada su obra maestra, allí homenajea al maestro de la literatura húngara, Gyula Krúdy(1878-1833)
París
(Poema Wayúu)
Ven, Iorojka, ¿dónde estás?..
Ven, Iorojka, ¿dónde estás?
En la gran inmensidad donde vives,
en lo profundo del profundo río,
en el hueco del sol y de la luna,
en las estrellas que obedecen tu poder,
en donde quiera que estés, óyeme.
Atiéndeme, Ayúdame,
Con todas las fuerzas te llamo.
Escúchame.
No permitas que desmaye, que muera.
Llámame a tu sitio.
Respóndeme con flor de la sangre.
Ven, Iorojka de dos caras. Ven.
(Canto Kariña)
El agua del río está enferma...
El agua del río está enferma.
Los peces se refugian
y amontonan
en los caños
rojos de barro.
Pasa el hombre con barba
sobre la gran canoa.
Y las serpientes muerden
los ramos sonantes.
Talla de madera de artesanos del Río Caura
¿Cuándo volvera nuestro hermano yaruro...
¿Cuándo volverá nuestro hermano yaruro,
el gran Chamán de los cunaguaros?
¿De dónde llegó con sus tigres, rodeado de luciérnagas?
¡Vino de la fresca brisa, de la llanura,
del río brotaron sus pasos!
Él camina en la espuma, sobre las piedras,
en el silencio de la noche.
De los bosques del cielo fue enviado
este sabio hermano yaruro
a confortarnos, a unirnos.
Nos dice que somos grandes.
Que somos los dueños del venado
y de la noche,
de la montaña y de la flor salvaje
del zorro sabanero
del puma que ronda
del caimán que acecha.
Somos los señores de la sabana, los amos de la tierra.
¡Vivan –dijo- ¡Vivan bien en esta tierra!
Esta tierra es de ustedes.
Kuma los ama a ustedes.
Vivan, vivan bien en esta tierra.
Esta es la tierra de ustedes.
Eso dijo el Chamán de los cunaguaros.
Nuestro hermano yaruro.
Las débiles canoas
tiemblan sobre el río.
Y los pájaros vuelan
sobre las nubes negras.
(Poema Yaruro)
En la sombra de la choza
duerme el niño.
La madre cuece el casabe.
El viejo Oropo
mastica la palma verde, y
ve a todos los enemigos
de los hombres de la selva.
Ya viene el tigre
Duérmete, no llores.
De donde el moriche sobre las hojas
cortadas viene a comerte.
Duérmete, que viene el tigre.
No llores, duérmete,
te a va a comer.
(Poema Piaroa)
Viene un mono.
Ya viene el tigre
(Poema Warao)
Me quedo con las ganas de Charlotte,
aún no traducida al castellano, reciente
obra de David Foenkinos, con quien por
casualidad nos topamos cuando entrevistamos a Miguel Bonnefoy en la Biblioteca Nacional François Mitterand.
Traje Le Canard enchaîné, delicioso semanario político-humorístico. Leo Barba
Azul, reciente libro de Amélie Nothomb.
Delirante parodia de la obra de Perrault
con la cual comienzo a conocerla.
Barcelona
Victus, de Sánchez Piñol, ya la hemos
referido. La historia no contada de Cataluña.
La mujer justa, de Márai, que había leído en digital, ahora la tengo en papel.
Lo que aprendemos de los gatos, de DiazMás. Nostalgias de gatos que sólo comprenden quienes comprenden a los gatos
Demonios familiares. Obra póstuma e
inconclusa de Ana María Matute, a
quien homenajearon en el Salón LIBER
BCN con una lectura colectiva en la que
participamos. Retoma un hilo suelto de
Paraíso Inhabitado, ya reseñada por nosotros.
La fiesta de la insignificancia, de Milán
Kundera. Valió la pena la espera de
años.
Y los libros que nos regaló el editor
catalán Leopold Blume. Dos joyas, duras, impactantes, sobre la maldad humana en tiempos de dictadura de Nuestra América y España:
Cóndor, El plan secreto de las dictaduras
sudamericanas, de Joao Pina.
Antonio Benaiges el maestro que prometió
el mar. Desenterrando el silencio, de Francesc Escribano
Con ganas de traer a casa librerías enteras y con el cerro de libros por leer
creciendo incesantemente, gracias a las
visitas a librerías y el eterno recibo de
novedades para el programa, me sumerjo de nuevo en la cotidianidad de La
Librería mediática y TVLecturas para
leer siempre y leer de todo.
Patrick Modiano, de Francia, es Premio Nobel de Literatura 2014. Lo leeremos y escribiremos sobre él.
Hoy, Día de la Resistencia Indígena
releemos Guaicaipuro Cuauhtémoc cobra
su deuda a Europa, acertado escrito de
Britto García, con motivo de los 500
años del «Encuentro» de dos mundos.
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LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014
¿Una filosofía robinsoniana de la cultura?
J. A. CALZADILLA ARREAZA
Sin duda es Simón Rodríguez un valor inspirador y un baluarte de la acción educativa bolivariana y transformadora.
Robinson es el patrono histórico, filosófico y metodológico
de todo verdadero maestro venezolano, y de muchos y muchas latinoamericanos.
Lo que se ha contemplado menos es un Simón Rodríguez
filósofo crítico no sólo de la educación sino de todo eso que
hoy, en un amplio y vago gesto verbal, denominamos «cultura». El proceso bolivariano ha ampliado en profundidad nacional esos renglones (disciplinas y géneros) tradicionales, y
ha dado justicieramente ciudadanía a muchos otros no visibles.
¿Es posible aislar, en una sinopsis omnivisionaria como le
gustaban al filósofo venezolano, una filosofía robinsoniana
de la cultura, o, más precisamente, de la acción cultural?
Pues hoy nos interesa la cultura como praxis creadora de humanidad (una resistencia de lo humano ante la barbarie avasallante). Lo opuesto a la cultura fetichista, mercantista y parásita de lo «museable», que imperó hasta extinto el siglo XX
en Venezuela.
Tender el puente entre las dos orillas, de la «educación» a la
«cultura», no debería ser tan difícil. A lo largo de dos siglos se
encapsularon en dos mundos diferenciados, excluyentes. Tal
vez Simón Rodríguez, que tanto exaltó la función del «arte»,
el gusto, la expresión, la sensibilidad intelectual, en el terreno de la didáctica, pueda servir de tránsito común para dos
territorios de la conformación mental colectiva que sólo se
toman mutuamente en cuenta cuando uno «va de visita» al
otro.
La concepción y la acción educativa robinsoniana ya era
una acción cultural de la mayor amplitud y minucia, que
comprendía la transformación en lo económico y lo moral
como condición de la nueva vida política: la de una sociedad
organizada para la libertad y la participación universal, es decir, una verdadera República. El gran objetivo de la pedagogía política robinsoniana (formar ciudadanos para la república) se esbozaba como el propósito grandioso y difícil de
«crear un pueblo». Para ello era necesaria una revolución cultural que Rodríguez pensó como una revolución de las «costumbres» y los «caracteres».
La revolución política de la independencia debía multiplicarse y consolidarse en un nuevo proceso de subjetivación
colectiva bajo diferentes relaciones de poder, relaciones de
iguales racionales compartiendo un sentido común y un común sentir en cuanto a lo que conviene a todos.
Por una parte, crear unas «nuevas costumbres» (no basadas
en la obediencia ciega a la autoridad o a la mala costumbre)
significaba crear una nueva instintualidad social (pues los há-
Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter:
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bitos se hacen instintos) donde la fuerza de la autoridad o del
poder fuera compartida razón común. La fuerza moral sobre
la que reposa la autoridad republicana es la fuerza de una común razón vigente.
Esa razón común son los llamados «principios sociales» robinsonianos. Por la otra parte, crear «nuevos caracteres» significaba crear una nueva subjetividad o proceso de subjetivación bajo nuevas relaciones de poder racionales y horizontales.
La revolución cultural robinsoniana sería una revolución
ética, una transformación de la instintualidad social y una
transformación de la subjetividad individual-colectiva.
Hoy podríamos entender que hacer cultura («colonizar el
país con sus propios habitantes», descolonizándolos moral y
mentalmente: «instruyan y tendrán quien sepa, eduquen y
tendrán quien haga») es «crear pueblo». La cultura sería creación de «vida espiritual», creación de espíritu en «un mundo
(el capitalismo neoliberal tecnocrático) sin espíritu», como
dijo Marx cuando habló del «opio del pueblo».
Educar es crear voluntades. Hacer cultura es crear subjetividad. «Nuevos sujetos» parece ser un propósito robinsoniano de especial vigencia en nuestro prematuro siglo XXI. Una
subjetividad capaz de sostener, y también de soportar, la libertad, pues la libertad conlleva un esfuerzo del deseo, es decir, una fuerza de voluntad.
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