PORTAFOLIO AÑO 4 / NÚMERO 209 / DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014 Cantos indígenas (A propósito del Día de la Resistencia Indígena) El Fantasma de la Gran Venezuela LENIN BANDRES ¿Qué significa ser una nación rica y qué significa ser una nación pobre?, ¿Qué implica para un país ser desarrollado, próspero, moderno y a qué precio se accede a tal estatus?, ¿Es Venezuela un país rico o un país pobre? ¿En qué reside su riqueza o su «grandeza» y en qué su pobreza o su «debilidad»? Estas son algunas de las innumerables preguntas que Emiliano Terán Mantovani se formula con significativa lucidez en su libro El Fantasma de la Gran Venezuela. Un estudio del mito del desarrollo y los dilemas del petro-Estado en la Revolucion Bolivariana. Colección Nuestra América, Ediciones de la Fundación CELARG. Personalmente creo que este libro gravitará alrededor de nuestras mentes y de nuestro espíritu durante mucho tiempo, quizás porque se trata de un libro actual, un libro que nos habla del presente, de la localización histórica y geográfica de un país llamado Venezuela en los albores del siglo XXI. Se trata, creo, de un libro que interroga nuestro presente como país, como nación y como sociedad y que sin embargo, está dirigido a las generaciones futuras. Es decir a todos aquellos que tendrán que asumir las consecuencias imprevisibles de una concepción de la historia orientada por el ideal redentor del «progreso» y todo lo que éste arrastra consigo desde hace tres siglos de modernidad: el desarrollo, el crecimiento, el bienestar, la prosperidad, la abundancia, el confort; pero también su «lado siniestro»: la desruralización, la guerra, la devastación ambiental, la pauperización, el consumismo y la cada vez más probable aniquilación de la vida en nuestro planeta. ¿Cuál desarrollo, para cual globalización? El libro de Terán Mantovani tiene la virtud de comenzar localizando, ubicando al lector en el espacio y el tiempo de nuestra realidad política y económica: la globalización. «El carácter inherentemente expansivo del capital se basa en la necesidad de éste de reproducirse geométricamente, motorizada por la construcción de la desigualdad ontológica (…) De ahí que el capital histórico ha ido incorporando paulatinamente nuevos espacios, nuevas fuerzas de trabajo, nuevas naturalezas y nuevas identidades subalternas a este patrón de poder colonial, patriarcal, antropocéntrico y eurocentrado, pasando del circuito comercial del Atlántico como núcleo fundacional de la economía mundo en el siglo XVI, a un mundo profundamente integrado, sincronizado e interconectado como totalidad sistémica globalizada, tal y como se caracteriza el sistema capitalista en la actualidad». El primer capítulo funciona como una suerte de GPS en el que se intenta ubicar las coordenadas espacio temporales de la expansión capitalista en el planeta, a su vez que muestra el proceso de homogenización y de aplanamiento material y subjetivo operado por el capitalismo a nivel global. Este primer momento destaca la pura capacidad desterritorializadora del capital como máquina de «acumulación por desposesión» —término que el autor toma prestado de David Harvey— para luego mostrar cómo la organización inmanente del capitalismo global distribuye funciones y «responsabilidades» a través de la jerarquización y sincronización de los circuitos mercantiles aglutinados en un sólo mercado global. En éste, cada quien tiene su rol y su función inscrita en la división internacional del trabajo. América Latina y muy especialmente Venezuela ocupan también su rol, el cual no es otro que el de proveedores de materias primas. Me parece que a partir de aquí aparecen elementos de análisis dignos de discusión, que serían útiles para la postulación de un debate franco y abierto al interior de los movimientos y fuerzas sociales de izquierda, acerca de las posibilidades reales de generar un proceso emancipatorio en América Latina. Pues de lo que se trata es de saber si con la nueva ola de «desarrollismo» y de «extractivismo» surgida durante la pri- mera década del siglo XXI en América Latina, no se está sucumbiendo a la lógica neocolonial que, desde la conquista hasta nuestros días, ha hecho de América Latina un proveedor fiable de materias primas y de mano de obra relativamente barata. La motorización de la economía de los países de América Latina durante los últimos quince años ha tenido como base material la exportación masiva de materias primas —a veces sin un mínimo o con muy poco valor agregado— hacia todos aquellos mercados sedientos de recursos naturales de toda índole (alimentos, hidrocarburos, minerales, recursos humanos) especialmente hacia las economías de los EEUU y de China. Sigue››› 2 LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014 ›››Viene de Portada Este mecanismo de desposesión, muy paradójicamente, no ha sido aupado ni promovido por gobiernos neoliberales o de «derecha», sino por gobiernos «progresistas» y de «izquierda», los cuales en su mayoría llegaron a la conducción del Estado durante la primera década del presente siglo, ejerciendo precisamente la crítica de la «maquinaria de desposesión» que caracterizó a los gobiernos neoliberales de los años 80 y 90 del siglo pasado. Ni los llamados Estados progresistas», ni la aparición o el relanzamiento de viejos esquemas de integración regional han examinado críticamente la condición extractivista y subordinada de las economías de América Latina respecto a la división internacional del trabajo que opera en el capitalismo global. Aún más, Terán Mantovani desmitifica la falsa idea que supone que el clivaje de la globalización radicaría en un simple duelo, un «cara a cara» entre el Estado y el Mercado. Nada más falso. La dinámica del capitalismo global demuestra que tanto las llamadas economías emergentes (BRICS) como las naciones soberanas e «independientes» de América Latina, el mercado y el Estado trabajan conjunta y complementariamente para la expansión y consolidación del capital. Todo esto en nombre del «desarrollo» De un Dorado al otro Los capítulos segundo y terceros del libro de Terán Mantovani son una relectura de la historia de Venezuela desde una visión descolonial que posee la gran ventaja de mostrar no tanto la cesuras o discontuidades de nuestra historia, sino más bien su hilaridad y continuidad inquebrantada y hasta ahora inquebrantable. Continuidad que obedece a una constante histórica de nuestra «venezolanidad» y que se repite incesantemente en nuestro imaginario colectivo: ¡La riqueza! ¡La abundancia! ¡La generosidad y bondad de la Madre Tierra! Hoy como ayer, nadie duda ni siquiera un momento de que Venezuela es un país rico. Es parte de nuestra apreciación subjetiva y a la vez imaginaria afirmar que lo propio de nuestra venezolanidad yace en su riqueza. Ella aparece en la literatura y en la mitología local, un complemento indispensable para este libro sería sin duda trazar este recorrido histórico a partir y a través de la literatura. Desde las cartas de Colón, pasando por el mito del Dorado y de Cubagua, hasta llegar a la Canaima de Gallegos y al País Portátil de González León, nuestro imaginario cultural se ha construido en base a la creencia de que existe una riqueza ilimitada en nuestra geografía y en nuestro territorio. Terán Mantovani ilustra espléndidamente cómo dicho imaginario opera en lo más profundo de nuestro inconsciente colectivo. Pero es precisamente en esa misma imagen que nos hemos construido de nosotros mismos, a partir y gracias al relato del conquistador, del colonizador y civilizador occidental que radica nuestra fragilidad identitaria. Como lo afirma Terán Mantovani, «lo resaltante del mito de El Dorado es que se trata de un imaginario de «riqueza» rela- cionado con un tipo de construcción social del valor profundamente colonial y eurocentrado, concebido bajo una lógica civilizatoria y necesariamente vinculado con el despojo de pueblos llamados «barbaros» (…). Se trata de un sustento narrativo del discurso contemporáneo del desarrollo». Así, a la par de la explotación y extracción de los recursos y riquezas que desde la América colonial viajaban para llenar las arcas de la Corona española, se iba reproduciendo una visión eurocentrada y civilizadora de nosotros mismos, según la cual el indio, el salvaje, el irracional debía ser «domesticado», «cristianizado», «civilizado», «racionalizado». La reproducción indemne de esta realidad colonial —y muy a pesar de la ruidosa y dominante retorica que afirma lo contrario— no fue perturbada ni por la independencia, ni por la creación de los Estados nacionales sean cuales sean sus tintes políticos. Por el contrario, dicha narrativa fue incorporada hábilmente a las necesidades políticas y económicas que imperaban en los gobiernos que se sucedieron durante los siglos XIX y XX. El extractivismo agrícola y monoexportador fue acompañado en su momento de la retorica positivista, ilustradora, civilizadora y desarrollista, según la cual era necesaria la «europeización» del indio y del negro para su mejor inserción en la naciente sociedad moderna. Ser modernos era pues ser «occidentalizado» y luego de transcurrido los años, ser «occidental» ya no era parecerse al europeo, sino parecerse al «americano» anglosajón, bajo la figura simbólica del patriarca blanco, racional y sobre todo «rico». Este particular modo de subjetivación se cristaliza en Venezuela a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, coincidiendo con lo que desde todo punto de vista constituye el punto de inflexión más importante de la historia económica de Venezuela: la aparición del petróleo. La emergencia de las primeras explotaciones petroleras y la formación del petroEstado venezolano, cuyo ímpetu modernizador, civilizador, desarrollista y profundamente capitalista es una estructura socio económica que perdura hasta nuestros días. El agudo análisis elaborado por Terán Mantovani en el capítulo tercero recoge lo fundamental de la literatura económica venezolana en torno al rentismo y al espinoso problema de su superación, pero también examina el imperativo y la «ilusión» del desarrollo y de su correlato de «progreso» y de «bienestar supremos» como sustratos imaginarios de la sociedad venezolana. Bajo esta perspectiva se trata de un libro de economía política que bien merece ser tildado de marxista. Pero no marxista en el sentido en que pueden serlo los libros de Rosa Luxemburgo o de Sa- mir Amín; sino en el sentido de un cierto materialismo histórico, según el cual las condiciones materiales de nuestras sociedades, su modo de producción y de organización económica crean, construyen y moldean las estructuras ideales, o ideológicas, a través de las cuales esas mismas sociedades se representan y comprenden el mundo. De manera que no es sino en el desarrollo histórico de nuestro capitalismo rentístico que nosotros podremos hallar las formas singulares de nuestra subjetividad como individuos y como sociedad. Nuestra «venezolanidad» —si tal abstracción existe— no es el producto de una «substancia» o «esencia» identitaria construida según un cierto ideal o imperativo social, sino más bien el resultado de una particular forma de relación social que haya sus raíces en la manera en como la sociedad venezolana produce y organiza su vida económica y material. La conclusión de Terán Mantovani a este respecto es tan lucida como lacerante: «Estamos atrapados en un imaginario de riqueza construido a lo largo del proceso de colonización que representa un patrón de valor que se proyecta no sólo en la forma como organizamos nuestras sociedades, sino incluso en la propia producción de la subjetividad. Si el afán de lucro es el motor cultural/psicológico del capital, el PIB y los diferentes indicadores macroeconómicos se convierten en fetiche, a la vez que el consumidor/deseante es el referente del sujeto desarrollado. El modelo desarrollista, inaugurado en el auge «crecentista» de la posguerra con Marcos Pérez Jiménez, y potenciado con Carlos Andrés Pérez I, ofrece a los ciudadanos incorporarse al «progreso», salir de la pobreza, a través de las mercancías que despliega la sociedad de consumo por todo su entramado. La ideología y la biopolítica de la «riqueza» petrolizada disciplinan y seducen a sus connacionales para desear un estilo de vida y no poder imaginar otro diferente». La realidad económica y subjetiva de Venezuela no se ha modificado en los últimos quince años. Por el contrario, la promesa de un «nuevo Dorado», basado materialmente en la explotación intensiva de la Faja Petrolífera del Orinoco y del arco minero de Guayana, nos ha hecho pensar, desear, soñar y acariciar la creencia de que el «progreso», la «igualdad plena», el «buen vivir» y la «comunidad fraterna de amigos», son objetivos —una vez más— posibles. ¡Esta vez sí lo lograremos! ¡Esta vez sí! Nada mejor para describir esta ilusión que la sinopsis del dramaturgo Gustavo Ott: «Su utopía —la de Venezuela— es alcanzable en un par de días, ya viene, va saliendo, espérala abajo; su vida ocurre entusiasmada, a pesar de que sus elites se le han vuelto imbéciles. Entrañable, entra- ñable; como para enamorarse aunque quiera a otro». Pero huelga decir que todo esto no es más que una frágil y desgarradora ilusión. Una ilusión —en el sentido en que lo entendía Freud— «es una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real». La ilusión de nuestro capitalismo rentístico: la creencia de que es posible superar el rentismo sembrando el petróleo, es decir prescindiendo de la terrible y dolorosa realidad de que «sembrar el petróleo» es — como ya lo había advertido Pérez Alfonso hace cuarenta años atrás— simplemente imposible. La ilusión de nuestra «modernidad»: desear ser un país desarrollado, próspero, independiente y soberano, soslayando la terrible realidad de que nuestra economía obedece a los dictados del capitalismo global y a su cada vez más insaciable sed de recursos naturales. Esto sin tomar en cuenta que la pulsión de crecimiento ilimitado y de producción intensiva traen consigo consecuencias devastadoras tanto a nivel socio-político como ambiental. La ilusión de nuestra voluntad emancipadora: desear el empoderamiento de las masas, la autogobernabilidad del pueblo y la potenciación del poder contituyente, a partir de la tutela trascendente del Estado y de la expropiación de las decisiones que opera el poder constituido en detrimento del poder constituyente. De lo imposible a lo posible El libro de Terán Mantovani puntualiza la impostura política y económica de nuestro tiempo, pero lejos de caer en lo irremediable o en la inevitabilidad de la catástrofe, más bien despliega una serie de propuestas como alternativas al mito del «progreso» y del «desarrollo», apuntando con ello a la edificación de una sociedad poscapitalista, posextrativista y pospetrolera. Tal vez lo más fecundo de este libro resida en el capítulo quinto. Aquí Terán Mantovani se demora en la construcción de un auténtico programa político para las generaciones que vienen, pero que sin embargo es urgente comenzar a construir desde ahora. Yo diría que se trata en realidad del primer programa político de nuestra «posmodernidad». Si entendemos por esta noción un tanto malhadada y confusa, no la reivindicación depresiva y nihilista que hace la apología del fin de todos los metarelatos y el fin de todos los tiempos, sino esa que estando consciente de los límites y precariedades conceptuales de la era moderna, anuncia la necesidad impostergable de un nuevo comienzo, despojado esta vez, de las ilusiones historicistas que nos prometen un amanecer de abundancia y de progreso ilimitado, de una totalidad redentora en la que el ser humano estaría ¡por fin! reconciliado consigo mismo y con su entorno. En fin, despojado de los funestos espectros que en las postrimerías de nuestro siglo nos continúan acechando, y que como el título de este magnífico libro, intenta exorcizar desde ya y para siempre, el Fantasma de la Gran Venezuela. DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS 3 La Librería Mediática Portafolio Cantos indígenas El arco iris y el caimán Marialcira Matute Libros que esperan Siempre refiero la feliz expresión de Gustavo Pereira: «Los libros esperan». Me esperan estos que hoy comento brevemente y que fui eligiendo en días de viaje reciente. Budapest Una violenta tempestad se había desatado. Un cazador se había puesto al abrigo de la lluvia, detrás de un peñasco. Muy cerca de sí, vio salir el arco iris. Desde que salió la lluvia cesó. El cazador no osaba acercarse más, porque nunca lo había visto. Partió corriendo. Capricho de lectora viciosa: uno de Sándor Márai en húngaro. Elegí al azar en una tienda de libros usados Szinbad Hazamegy (El regreso de Sinbad) una novela de 1940. Luego me entero de que es considerada su obra maestra, allí homenajea al maestro de la literatura húngara, Gyula Krúdy(1878-1833) París (Poema Wayúu) Ven, Iorojka, ¿dónde estás?.. Ven, Iorojka, ¿dónde estás? En la gran inmensidad donde vives, en lo profundo del profundo río, en el hueco del sol y de la luna, en las estrellas que obedecen tu poder, en donde quiera que estés, óyeme. Atiéndeme, Ayúdame, Con todas las fuerzas te llamo. Escúchame. No permitas que desmaye, que muera. Llámame a tu sitio. Respóndeme con flor de la sangre. Ven, Iorojka de dos caras. Ven. (Canto Kariña) El agua del río está enferma... El agua del río está enferma. Los peces se refugian y amontonan en los caños rojos de barro. Pasa el hombre con barba sobre la gran canoa. Y las serpientes muerden los ramos sonantes. Talla de madera de artesanos del Río Caura ¿Cuándo volvera nuestro hermano yaruro... ¿Cuándo volverá nuestro hermano yaruro, el gran Chamán de los cunaguaros? ¿De dónde llegó con sus tigres, rodeado de luciérnagas? ¡Vino de la fresca brisa, de la llanura, del río brotaron sus pasos! Él camina en la espuma, sobre las piedras, en el silencio de la noche. De los bosques del cielo fue enviado este sabio hermano yaruro a confortarnos, a unirnos. Nos dice que somos grandes. Que somos los dueños del venado y de la noche, de la montaña y de la flor salvaje del zorro sabanero del puma que ronda del caimán que acecha. Somos los señores de la sabana, los amos de la tierra. ¡Vivan –dijo- ¡Vivan bien en esta tierra! Esta tierra es de ustedes. Kuma los ama a ustedes. Vivan, vivan bien en esta tierra. Esta es la tierra de ustedes. Eso dijo el Chamán de los cunaguaros. Nuestro hermano yaruro. Las débiles canoas tiemblan sobre el río. Y los pájaros vuelan sobre las nubes negras. (Poema Yaruro) En la sombra de la choza duerme el niño. La madre cuece el casabe. El viejo Oropo mastica la palma verde, y ve a todos los enemigos de los hombres de la selva. Ya viene el tigre Duérmete, no llores. De donde el moriche sobre las hojas cortadas viene a comerte. Duérmete, que viene el tigre. No llores, duérmete, te a va a comer. (Poema Piaroa) Viene un mono. Ya viene el tigre (Poema Warao) Me quedo con las ganas de Charlotte, aún no traducida al castellano, reciente obra de David Foenkinos, con quien por casualidad nos topamos cuando entrevistamos a Miguel Bonnefoy en la Biblioteca Nacional François Mitterand. Traje Le Canard enchaîné, delicioso semanario político-humorístico. Leo Barba Azul, reciente libro de Amélie Nothomb. Delirante parodia de la obra de Perrault con la cual comienzo a conocerla. Barcelona Victus, de Sánchez Piñol, ya la hemos referido. La historia no contada de Cataluña. La mujer justa, de Márai, que había leído en digital, ahora la tengo en papel. Lo que aprendemos de los gatos, de DiazMás. Nostalgias de gatos que sólo comprenden quienes comprenden a los gatos Demonios familiares. Obra póstuma e inconclusa de Ana María Matute, a quien homenajearon en el Salón LIBER BCN con una lectura colectiva en la que participamos. Retoma un hilo suelto de Paraíso Inhabitado, ya reseñada por nosotros. La fiesta de la insignificancia, de Milán Kundera. Valió la pena la espera de años. Y los libros que nos regaló el editor catalán Leopold Blume. Dos joyas, duras, impactantes, sobre la maldad humana en tiempos de dictadura de Nuestra América y España: Cóndor, El plan secreto de las dictaduras sudamericanas, de Joao Pina. Antonio Benaiges el maestro que prometió el mar. Desenterrando el silencio, de Francesc Escribano Con ganas de traer a casa librerías enteras y con el cerro de libros por leer creciendo incesantemente, gracias a las visitas a librerías y el eterno recibo de novedades para el programa, me sumerjo de nuevo en la cotidianidad de La Librería mediática y TVLecturas para leer siempre y leer de todo. Patrick Modiano, de Francia, es Premio Nobel de Literatura 2014. Lo leeremos y escribiremos sobre él. Hoy, Día de la Resistencia Indígena releemos Guaicaipuro Cuauhtémoc cobra su deuda a Europa, acertado escrito de Britto García, con motivo de los 500 años del «Encuentro» de dos mundos. 4 LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014 ¿Una filosofía robinsoniana de la cultura? J. A. CALZADILLA ARREAZA Sin duda es Simón Rodríguez un valor inspirador y un baluarte de la acción educativa bolivariana y transformadora. Robinson es el patrono histórico, filosófico y metodológico de todo verdadero maestro venezolano, y de muchos y muchas latinoamericanos. Lo que se ha contemplado menos es un Simón Rodríguez filósofo crítico no sólo de la educación sino de todo eso que hoy, en un amplio y vago gesto verbal, denominamos «cultura». El proceso bolivariano ha ampliado en profundidad nacional esos renglones (disciplinas y géneros) tradicionales, y ha dado justicieramente ciudadanía a muchos otros no visibles. ¿Es posible aislar, en una sinopsis omnivisionaria como le gustaban al filósofo venezolano, una filosofía robinsoniana de la cultura, o, más precisamente, de la acción cultural? Pues hoy nos interesa la cultura como praxis creadora de humanidad (una resistencia de lo humano ante la barbarie avasallante). Lo opuesto a la cultura fetichista, mercantista y parásita de lo «museable», que imperó hasta extinto el siglo XX en Venezuela. Tender el puente entre las dos orillas, de la «educación» a la «cultura», no debería ser tan difícil. A lo largo de dos siglos se encapsularon en dos mundos diferenciados, excluyentes. Tal vez Simón Rodríguez, que tanto exaltó la función del «arte», el gusto, la expresión, la sensibilidad intelectual, en el terreno de la didáctica, pueda servir de tránsito común para dos territorios de la conformación mental colectiva que sólo se toman mutuamente en cuenta cuando uno «va de visita» al otro. La concepción y la acción educativa robinsoniana ya era una acción cultural de la mayor amplitud y minucia, que comprendía la transformación en lo económico y lo moral como condición de la nueva vida política: la de una sociedad organizada para la libertad y la participación universal, es decir, una verdadera República. El gran objetivo de la pedagogía política robinsoniana (formar ciudadanos para la república) se esbozaba como el propósito grandioso y difícil de «crear un pueblo». Para ello era necesaria una revolución cultural que Rodríguez pensó como una revolución de las «costumbres» y los «caracteres». La revolución política de la independencia debía multiplicarse y consolidarse en un nuevo proceso de subjetivación colectiva bajo diferentes relaciones de poder, relaciones de iguales racionales compartiendo un sentido común y un común sentir en cuanto a lo que conviene a todos. Por una parte, crear unas «nuevas costumbres» (no basadas en la obediencia ciega a la autoridad o a la mala costumbre) significaba crear una nueva instintualidad social (pues los há- Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter: @LetrasCcs bitos se hacen instintos) donde la fuerza de la autoridad o del poder fuera compartida razón común. La fuerza moral sobre la que reposa la autoridad republicana es la fuerza de una común razón vigente. Esa razón común son los llamados «principios sociales» robinsonianos. Por la otra parte, crear «nuevos caracteres» significaba crear una nueva subjetividad o proceso de subjetivación bajo nuevas relaciones de poder racionales y horizontales. La revolución cultural robinsoniana sería una revolución ética, una transformación de la instintualidad social y una transformación de la subjetividad individual-colectiva. Hoy podríamos entender que hacer cultura («colonizar el país con sus propios habitantes», descolonizándolos moral y mentalmente: «instruyan y tendrán quien sepa, eduquen y tendrán quien haga») es «crear pueblo». La cultura sería creación de «vida espiritual», creación de espíritu en «un mundo (el capitalismo neoliberal tecnocrático) sin espíritu», como dijo Marx cuando habló del «opio del pueblo». Educar es crear voluntades. Hacer cultura es crear subjetividad. «Nuevos sujetos» parece ser un propósito robinsoniano de especial vigencia en nuestro prematuro siglo XXI. Una subjetividad capaz de sostener, y también de soportar, la libertad, pues la libertad conlleva un esfuerzo del deseo, es decir, una fuerza de voluntad. Ciudad CCS es un periódico gratuito editado por la Fundación para la Comunicación Popular CCS de la Alcaldía de Caracas | Plaza Bolívar, Edificio Gradillas 1, Piso 1, Caracas | Teléfono 0212-8607149 correo-e: [email protected] | Depósito legal: pp200901dc1363
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