André Alexis. El coloquio de los perros, por Óscar Brox

Quince perros, de André Alexis (Turner). Traducción de Diego
de los Santos | por Óscar Brox
Qué difícil es ser humano. O, como mínimo, tratar de
desentrañar en qué consiste eso. La humanidad. Los excesos de
razón y corazón, de instinto y entendimiento. Los anhelos, las
heridas y todas aquellas cosas, el mundo que habitamos, a las
que el lenguaje pone nombre. A grandes rasgos, esta pequeña
introducción recoge el núcleo de un libro como Quince perros,
en el que su autor, André Alexis, medita en qué consiste la
humanidad y cuáles son sus atributos más reconocibles. Y lo
hace a través de una novela que entremezcla la parábola y lo
metafórico, lo pedagógico y lo mítico, como si el cogollo de
la narración se hubiese desgajado de un improbable diálogo
entre los hermanos Apolo y Hermes; entre los dioses de un
Olimpo aburrido, ebrio de poder y soberbia, que necesita echar
un vistazo a las pasiones humanas para satisfacer su
curiosidad sobre esas criaturas con pies de barro. Que
imagina, fantasea o fabula que una camada de perros dotada de
raciocinio puede dibujar, por sí misma, eso que en los hombres
se ha vuelto un juego de automatismos. Un drama con otras
dimensiones; más vívido, tortuoso y, sobre todo, auténtico.
Con unos personajes que, súbitamente humanizados, ponen en
escena las dificultades para sobrellevar esa carga de
sensibilidad.
Alexis aprovecha el punto de partida de la novela para
conferir a cada uno de sus personajes un rasgo particular de
lo que, aventura, describe el retrato robot de lo humano. Sin
embargo, lo interesante es observar cómo son los problemas
derivados de la convivencia entre los perros los que ponen el
acento en el tremendo sentimiento de soledad que embarga a los
animales tras su recién adquirida razón. O cómo el pensamiento
directo, reactivo, impulsivo y sin filtros es relevado por
otro un poco más sofisticado, progresivamente refinado por la
experiencia, que en vez de ensanchar los límites del mundo de
sus protagonistas los comprime todavía más. Los expone a la
violencia, a la intolerancia y, finalmente, a una muerte
injusta. A la diferencia. Al terror. A la incomprensión. A
todo aquello desconocido en la época en la que se dedicaban a
olisquearse mutuamente y satisfacer la diversión de sus amos
siguiendo sus órdenes más sencillas.
En ese sentido, resulta hermoso cómo Quince perros desnuda
nuestra condición humana invitándonos a redescubrir aquellos
sentimientos, aquellos elementos propios, que han caído en el
olvidado a fuerza de tenerlos por excesivamente cotidianos. De
ahí, pues, que Alexis afine la importancia del lenguaje, tanto
como herramienta para construir mundos como para achatar las
fronteras de nuestro universo. Creación y aislamientos.
Comunidad y soledad. Eso es algo que dibujan Majnoun y Prince,
los dos animales que acaso expresan con mayor gravedad su
transición humana. A los que Hermes y Apolo vigilan de cerca
para saber quién ganará la apuesta fraternal, si los animales
podrán llevar una existencia feliz o no. Y es que el autor
hace de ambos unas criaturas desprotegidas, perseguidas, casi
torturadas por un derroche de humanidad que les lleva a
preguntarse demasiadas cosas. Que destruye las certezas de su
anterior vida sencilla para obligarles a preguntarse, a
reevaluar, los vínculos que pueden establecer con aquello que
les rodea. Conocer el amor, la fidelidad, la tristeza, poner
nombre a cada afecto y a cada estado; dotar, con una pizca de
arte, de sentido a lo que quizá antaño no era más que una
reacción visceral, una respuesta o un reflejo que se acumulaba
junto al resto sin sobresalir.
La curiosa apuesta formal de Alexis lleva a pequeñas
virguerías filológicas como construir, siguiendo los
principios del OuLiPo los poemas que Prince, el perro, crea a
medida que integra su recién adquirida humanidad en su manera
de ser. También a narrar, en un tono ciertamente
ejemplarizante,
casi pedagógico, ese rápido proceso de
absorción que tan cruelmente sitúa a los animales
protagonistas en el huracán de la humanidad. Que les obliga
(que nos obliga) a plantearse en qué consiste la felicidad,
una vida buena, cuál es la virtud que diferencia al hombre del
resto de criaturas, etc. En definitiva, aquello que
Aristóteles, cuando no toda la alineación de los
Presocráticos, dirimió en sus escritos. Y es que, no en vano,
el de Alexis es un trabajo de ética aplicada. Una bella
metáfora para una sociedad que ha perdido, o en el mejor de
los casos olvidado, su arraigo. Que parece, capturada por los
vaivenes del capitalismo emocional, no saber, no poder, no
conseguir decir qué es eso que nos hace humanos. Qué belleza
secreta se oculta en las debilidades, en las pasiones
inflamadas, en los anhelos y en las desdichas. En la vida, y
nada más.
[…]
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