PLIEGO Vida Nueva 145. 15 - 28 MAYO DE 2016 Anunciar el evangelio de la familia hoy: el propósito de Amoris laetitia isabEl corPas dE Posada Doctora en teología el propósito de Amoris laetitia Segunda de dos entregas sobre la nueva exhortación del papa Francisco. La autora desentraña aspectos del documento que le resultan de particular relevancia, en orden a dar cuenta del principal cometido del documento pontificio: revelar la alegría del amor que se vive en las familias. “C uando convoqué al primer Sínodo – confesó el Papa a los periodistas que tocaron este punto en el avión en el que regresaban de Lesbos– la gran preocupación de la mayor parte de los medios era: ¿podrán comulgar los divorciados que se han vuelto a casar? Como yo no soy santo, esto me dio un poco de fastidio y un poco de tristeza”. Le molestó a Francisco que los medios hablaran solo de comunión a divorciados sin darse cuenta de que el problema importante que los dos sínodos y la exhortación postsinodal se habían propuesto abordar era la familia: “el amor en la familia”, como reza el subtítulo; “la alegría del amor que se vive en las familias” (2), que son las palabras introductorias de la exhortación apostólica Amoris laetitia; “la situación de las familias en el mundo actual” que “el camino sinodal permitió poner sobre la mesa” (2); la familia como reflejo viviente del Dios Trinidad (Cf. 11); las “familias, que están lejos de considerarse perfectas” (57) y las “familias heridas” (79; 305); la “espiritualidad específica que se desarrolla en el dinamismo de las relaciones de la vida familiar” (313). Me sentí aludida con la queja del Papa. Desde que se hizo la convocatoria del “Sínodo de la familia”, en estas páginas he venido comentando que eran los temas de pareja los que inquietaban mientras los de familia a nadie desvelaban. Pero al papa Francisco sí lo desvela que “la familia está en crisis”, como dijo a los periodistas en la misma entrevista, en la que, además, les recomendó leer la presentación del documento que hizo el cardenal Schönborn. Desde este diálogo de Francisco con los periodistas me propongo leer Amoris laetitia en continuidad con el 24 VIDA NUEVA seguimiento que hice para Vida Nueva del camino sinodal y de su resultado final en el texto de la exhortación apostólica postsinodal (Ver Pliego VNC 144). Quiero decir con esto que la lectura que me propongo hacer tiene como telón de fondo la preocupación del Papa por las familias y la situación que vive cada una de ellas y, según su recomendación a los periodistas, voy a dejarme conducir por la presentación del cardenal Schönborn en la rueda de prensa del viernes 8 de abril, quizás para no dejarme arrastrar por el torbellino de comentarios a favor o en contra que ha suscitado la publicación del documento. Sin pretender agotar todos los aspectos de un documento tan rico, en primer lugar me ocupo del texto; enseguida voy a detenerme en algunas reflexiones que plantea el documento en tormo al amor y la familia, algunas perspectivas de pastoral familiar y unas “breves líneas” de espiritualidad propia de la vida familiar; finalmente, voy a referirme a dos tópicos que no podían faltar en esta lectura de la exhortación apostólica postsinodal y, para cerrar, vuelvo a la pregunta de los periodistas a Francisco en el avión en que regresaban de Lesbos. El estilo de Francisco “En estas 200 páginas el papa Francisco habla de ‘amor en la familia’ y lo hace de una forma tan concreta y tan sencilla, con palabras que calientan el corazón, como las de aquel buenas tardes del 13 de marzo de 2013. Este es su estilo, y él espera que se hable de las cosas de la vida de la manera más concreta posible, sobre todo si se trata de la familia”. Fueron las palabras con las que el cardenal Schönborn presentó Amoris laetitia. Y precisó: “Los documentos de la Iglesia a menudo no pertenecen a un género literario de los más asequibles. Este texto del Papa es legible. Y el que no se deje asustar por su longitud encontrará alegría en la concreción y el realismo de este documento”. Las 200 páginas escritas al estilo del papa Francisco, como lo precisó el cardenal Schönborn, se dejan leer, al menos por quienes manejamos el lenguaje de los documentos de la Iglesia. Al fin y al cabo están dirigidas “a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas, a los esposos cristianos y a todos los fieles laicos”, como dice el título mismo del documento y no sé si se atrevan a recorrer sus páginas los creyentes de a pie, los que no pasaron de la formación religiosa del catecismo. Personalmente las leí con gusto. Casi con devoción. Trasluce en ellas la pasión con que fueron escritas y llevan la impronta de su propia mirada, como lo expresa al referirse a la situación actual de la familia que dibujaron los dos sínodos: escribió que estaba “agregando otras preocupaciones que provienen de mi propia mirada” (31). También agrega a la enseñanza del Concilio y de sus predecesores, y a los aportes de los padres sinodales que acoge en forma rigurosa, reflexiones que provienen de su propia mirada, una mirada alegre que se anuncia en el título y recorre el documento; una mirada de misericordia –“creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad” (308)– y que me parece es la clave de lectura; una mirada de ternura –“mirada, hecha de fe y de amor, de gracia y de compromiso” (29)– que escoge en el rico acervo de la tradición eclesial aquellos textos inspirados en la misericordia divina e inspiradores de misericordia humana. Mirada realista que se queja en repetidas ocasiones porque “nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real” (311). Mirada de pastor que se deja tocar por la realidad, que sintoniza con la fragilidad, que dice palabras claras y con amor anuncia la buena noticia de la salvación. También mirada y palabra de jesuita, modeladas en el ejercicio del discernimiento ignaciano. Y mirada del obispo de Roma que, como lo evidencia el documento en todas sus páginas, ha hecho de la sinodalidad su bandera y conduce una Iglesia de puertas abiertas, de mano extendida. Reflexiones teológicas del Papa sobre el amor y la familia El cardenal Schönborn recordó en su presentación del documento “que el papa Francisco ha definido como central los capítulos 4 y 5” y comentó, también, que “serán probablemente saltados por muchos para arribar inmediatamente a las ‘papas calientes’, a los puntos críticos”. Creo que el Papa enmarca su enseñanza de los capítulos cuarto y quinto en el capítulo tercero –“La mirada puesta en Jesús”– al anunciar que su enseñanza “no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo (59). Y es desde el amor y la ternura, al mismo tiempo que con la mirada puesta en Jesús, como Francisco reflexiona sobre el amor y la familia, salpicando su reflexión con consejos de pastor que conoce bien la realidad de las familias. Pero volvamos a la presentación del cardenal Schönborn. Recomendó VIDA NUEVA 25 el propósito de Amoris laetitia la meditación del comentario al himno al amor de I Corintios en el cuarto capítulo con estas palabras: “Puedo solamente invitar a leer y gustar este delicioso capítulo”. Es lo que me propongo a continuación. El texto paulino da pie al Papa para una meditación bíblica en la que desgrana y saborea, una a una, las “características del amor verdadero” (90) que “se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos” (Ibídem): paciencia que “se muestra cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir” (91); actitud de servicio (Cf. 93-94); amabilidad (99); desprendimiento (Cf. 101-102); perdón que pasa por la experiencia de perdonarse a sí mismo y por la experiencia de ser perdonados por Dios (Cf. 105-108). Es amor que “valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia” (95); que no hace alarde ni se agranda (Cf. 97-98); en el que no cabe violencia interior (Cf. 103-104). Amor que es alegrarse con los demás (Cf. 109-110). Y escribe el Papa que “el elenco se completa con cuatro expresiones que hablan de una totalidad: ‘todo’. Disculpa todo, cree todo, espera todo, soporta todo. De este modo, se remarca con fuerza el dinamismo contracultural del amor, capaz de hacerle frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo” (111). Aplica entonces las características del amor a la que denomina “caridad conyugal” que “es el amor que une a los esposos, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio. Es una ‘unión afectiva’, espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten” (120). Respecto a estas líneas, recojo una vez más un comentario del cardenal Schönborn: “Es importante notar un aspecto: el papa Francisco habla aquí con una claridad rara del rol que también las pasiones, las emociones, el eros, la sexualidad tienen en la vida matrimonial y familiar. No es casual que el papa Francisco cite aquí de modo particular a santo Tomás de Aquino, que atribuye a las pasiones un rol muy 26 VIDA NUEVA importante, mientras que la moral moderna, a menudo puritana, las ha desacreditado o descuidado”. En efecto, Francisco explicita, citando a santo Tomás, en qué consiste “la ternura de la amistad y la pasión erótica” y completa con su propia reflexión: “Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino también que sean fieles y sigan siempre juntos” (123). Pero reconoce también que “un amor débil o enfermo, incapaz de aceptar el matrimonio como un desafío que requiere luchar, renacer, reinventarse y empezar siempre de nuevo hasta la muerte, no puede sostener un nivel alto de compromiso” (124). Entonces recuerda que el amor puede ser transformado por la gracia: “Que ese amor pueda atravesar todas las pruebas y mantenerse fiel en contra de todo, supone el don de la gracia que lo fortalece y lo eleva” (Ibídem). Anota que el amor requiere “constante maduración” (134) y que “el amor que no crece comienza a correr riesgos” (Ibídem), realidad que lleva a Francisco a esbozar unas líneas pastorales en las que vuelve a acudir a la acción de la gracia: el amor “no se cuida ante todo hablando de la indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina, sino afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia” (Ibídem). Retoma el amor de la pareja para precisar: “es una amistad que incluye las notas propias de la pasión, [...] adquiere un carácter totalizante [y] por ser totalizante, esta unión también es exclusiva, fiel y abierta a la generación” (125). Y agrega un toque personal: “En el matrimonio conviene cuidar la alegría del amor” (126), que es alegría de amor contemplativo, “del amante que se complace en el bien del ser amado, que se derrama en el otro y se vuelve fecundo en él” (129). En su reflexión sobre el amor conyugal el Papa se pregunta: “¿Por qué no detenernos a hablar de los sentimientos y de la sexualidad en el matrimonio?” (142). Y se detiene en la dimensión erótica del amor acerca de la cual tajantemente afirma: “de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos” (152). La fecundidad del amor es el punto de partida de la reflexión sobre la familia. Con una cita de Juan Pablo II acerca del amor conyugal, que “no se agota dentro de la pareja” (FC 14), habla de los hijos y agrega su propia reflexión acerca de la procreación: “El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge gratuitamente” (170). El Papa completa en el capítulo quinto –“Amor que se vuelve fecundo”– la reflexión iniciada en el capítulo primero –“A la luz de la Palabra”– sobre la familia como imagen de la comunión divina: “El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente” (11). Y cita las conocidas palabras de Juan Pablo II en la Asamblea de Puebla, en 1979: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo”, palabras que corrobora en el mismo capítulo, cuando contempla “la familia que la Palabra de Dios confía en las manos del varón, de la mujer y de los hijos para que conformen una comunión de personas que sea imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La actividad generativa y educativa es, a su vez, un reflejo de la obra creadora del Padre” (29). Amoris laetitia recorre el conjunto de las relaciones familiares y se refiere al “amor entre los miembros de la misma familia –entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre parientes y familiares–” (196); a la familia grande, “donde están los padres, los tíos, los primos, los vecinos” (187) y a la que “se integran los amigos y las familias amigas” (196); y se refiere al lugar de los ancianos en la familia e invita a escuchar su grito: “Es el clamor del anciano, que teme el olvido y el desprecio” (191). Aterriza en la trama de la vida familiar recordando que “es necesario usar tres palabras. Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave!” (133). Y resalta la importancia del diálogo, “una forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar el amor” (136), anotando que “varones y mujeres, adultos y jóvenes, tienen maneras distintas de comunicarse, usan un lenguaje diferente” (Ibídem). Recomienda a las familias “darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. [...] Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente” (137) y agrega “que para que el diálogo valga la pena hay que tener algo que decir, y eso requiere una riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad” (141). El capítulo se cierra con una afirmación que sirve de punto de partida para abordar las propuestas pastorales de los capítulos siguientes: “ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar” (325), lo cual “nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad” (Ibídem). Conversión pastoral: de la moral de escritorio al discernimiento Amoris laetitia traza caminos pastorales en el capítulo sexto y en el capítulo octavo, este último, según el cardenal Schönborn, “un capítulo probablemente de gran interés para la opinión pública eclesial, pero también para los medios”. Es el que se ocupa de las heridas del amor e interesa porque “la cuestión de cómo la Iglesia trate estas heridas, de cómo trate los fracasos del amor, se ha vuelto para muchos una cuestióntest para entender si la Iglesia es verdaderamente el lugar en el cual se puede experimentar la misericordia de Dios”, precisó Schönborn, anotando además que el capítulo octavo “debe mucho al intenso trabajo de los dos sínodos” y que el Papa “deseaba expresamente una discusión abierta sobre el acompañamiento pastoral de situaciones complejas y ha podido ampliamente fundarse sobre los textos que los dos sínodos le han presentado para mostrar cómo se puede acompañar, discernir e integrar la fragilidad”. Destacó, al respecto, que “el papa Francisco hace explícitamente suyas las declaraciones que ambos sínodos le han presentado”, refiriéndose con ello a la frase “los padres sinodales alcanzaron un consenso general, que sostengo” (297). Y a quienes esperaban normas les dijo: “El Papa lo dice con toda claridad: ‘Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares’ (300)”, y subrayó que es en este número –Amoris laetitia 300– donde se encuentran “las respuesta decisivas”. Creo que en los párrafos introductorios del capítulo sexto –“Algunas perspectivas pastorales”– y del capítulo octavo –“Acompañar, VIDA NUEVA 27 el propósito de Amoris laetitia discernir e integrar la fragilidad”– el Papa fija las coordenadas de su propuesta: delegar en las comunidades la toma de decisiones y responder a las dificultades desde la lógica de la misericordia. La primera, cuando se refiere al camino sinodal que llevó a plantear la necesidad de desarrollar nuevos caminos pastorales: “Serán las distintas comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales” (199). La segunda, cuando escribe: “No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña” (291). El cardenal Schönborn destacó en su presentación que “algo ha cambiado en la enseñanza eclesial frente a las diversas situaciones de la vida, sin juzgarlas ni condenarlas inmediatamente”, e hizo notar “las dos palabras clave: discernir y acompañar”; subrayó que “el papa Francisco ha puesto su exhortación bajo el lema: ‘se trata de integrar a todos’ (297); se refirió a la “conversión pastoral”, cuyas líneas directrices quedaron consignadas en el siguiente párrafo de Amoris laetitia: “Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. [...] Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en 28 VIDA NUEVA medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (37). Asimismo anotó que solo allí donde ha madurado este “discernimiento personal” es también posible alcanzar un “discernimiento pastoral” y finalmente afirmó: “Mi gran alegría ante este documento reside en el hecho de que, coherentemente, supera la artificiosa, externa y neta división entre ‘regular’ e ‘irregular’ y pone a todos bajo la instancia común del Evangelio” [Resaltado en el original]. Pero volvamos al documento, concretamente a los capítulos seis, siete y ocho. Y vayamos por partes. El capítulo seis –“Algunas perspectivas pastorales”– propone la preparación al matrimonio (205211), confiando “a cada Iglesia local discernir lo que sea mejor” (207) y acogiendo el aporte de los padres sinodales que subrayaron la necesidad de integrar la preparación “en el camino de iniciación cristiana haciendo hincapié en el nexo del matrimonio con el bautismo y los otros sacramentos” (206 Cf. RS 2014 39). Se ocupa también, entre otros aspectos, del acompañamiento en los primeros años de la vida matrimonial (217-222), a propósito de lo cual el Papa reflexiona sobre el diario vivir de las parejas y aconseja como pastor: “Es bueno darse siempre un beso por la mañana, bendecirse todas las noches, esperar al otro y recibirlo cuando llega, tener alguna salida juntos, compartir tareas domésticas. Pero al mismo tiempo es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas. Necesitan sorprenderse juntos por los dones de Dios y alimentar juntos el entusiasmo por vivir. Cuando se sabe celebrar, esta capacidad renueva la energía del amor, lo libera de la monotonía, y llena de color y de esperanza la rutina diaria” (226). Continúa el documento con las “crisis, angustias y dificultades” que la pastoral debe iluminar, dirigiendo “una palabra a los que en el amor ya han añejado el vino nuevo del noviazgo. Cuando el vino se añeja con esta experiencia del camino, allí aparece, florece en toda su plenitud, la fidelidad de los pequeños momentos de la vida. Es la fidelidad de la espera y de la paciencia. Esa fidelidad llena de sacrificios y de gozos va como floreciendo en la edad en que todo se pone añejo y los ojos se ponen brillantes al contemplar los hijos de sus hijos” (231). Luego aborda las crisis comunes y frecuentes en la vida familiar (232-238) cuando se necesita “la madurez necesaria para volver a elegir al otro como compañero de camino” (238) y las viejas heridas que causan conflicto (239-240). Al tratar del acompañamiento después de rupturas y divorcios (Cf. 241-246), se refiere a las “personas divorciadas que viven en nueva unión”, a quienes “es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que no están excomulgadas” (243), precisando que su situación exige “un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad” (Ibídem Cf. RS 2014 51; RF 2015 84). Y en el marco de las que llama “situaciones complejas” (247-252) aparecen “los proyectos de equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio” (251) situación a la que responde citando a los padres sinodales: “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (RF 2015). Concluye el capítulo con una invitación a acompañar a las familias “cuando la muerte clava su aguijón” (Cf. 253-258). En el capítulo dedicado a la educación de los hijos –el capítulo séptimo– el Papa dice sí a la educación sexual “en el marco de una educación para el amor” (280) y encarga a la familia de transmitir la fe (Cf. 287-290). Y finalmente llega el capítulo octavo –“Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”– en el que el Papa responde a los temas candentes. Lo introduce con una hermosa definición del matrimonio cristiano (Cf. 292) desde la cual se refiere a “otras formas de unión [que] contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo” (Ibídem). Recuerda la ley de gradualidad que Juan Pablo II proponía en Familiaris consortio (Cf. FC 34), que Francisco concreta como “gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley” (295). Es el marco referencial para ocuparse del discernimiento de las situaciones llamadas “irregulares” (Cf. 296-300), resaltando que “el camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios” y recogiendo dos recomendaciones de los padres sinodales: “evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones” (296 Cf. RF 2015 51) y “revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas” (297 Cf. RF 2014 25). Entonces afirma sin rodeos: “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal” (301). Confronta normas y discernimiento (Cf. 304-306) para decir que “es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios” (305). Y cierra el capítulo con su propuesta enmarcada en la lógica de la misericordia pastoral (Cf. 307312) que “nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia” (312). Unas líneas de espiritualidad familiar Las páginas de Amoris laetitia son un tratado de espiritualidad familiar, sin embargo, dedica el último capítulo a “la espiritualidad que brota de la vida familiar” (313) justificándolo con estas palabras: “vale la pena que nos detengamos brevemente a describir algunas notas fundamentales de esta espiritualidad específica que se desarrolla en el dinamismo de las relaciones de la vida familiar” (Ibídem). Afirma el Papa en las que él llama “breves líneas de espiritualidad familiar”, que así como siempre se ha hablado “de la inhabitación divina en el corazón de la persona que vive en gracia, hoy podemos decir también que la Trinidad está presente en el templo de la comunión matrimonial” (314); que “la presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos” (315); que “una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios” (315). Y precisa acerca de esta presencia divina en la familia que “cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor” (319), dando un paso más al afirmar que “es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él” (323). No podía evitar referirme a dos tópicos Aunque el tema es la familia, no puedo evitar tocar dos tópicos que se cuelan casi subrepticiamente en Amoris laetitia. Uno es el feminismo, al que se refiere en dos oportunidades. Lo hace en el capítulo segundo –“Realidad y desafíos de las familias”–, cuando hace notar que “hubo notables mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer” (54) y se alegra “de que se superen viejas formas de discriminación, y de que en el seno de las familias se desarrolle un ejercicio de reciprocidad. Si surgen formas de feminismo que no podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos” (54). Pero no queda claro si es una forma de feminismo la que admira como obra del Espíritu. Y en el capítulo quinto –“Amor que se vuelve fecundo”– afirma: “Valoro el feminismo” (173), VIDA NUEVA 29 el propósito de Amoris laetitia enmarcando su afirmación en el reconocimiento del “sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes” (Ibídem), con lo cual la frase que comenzaba valorando el feminismo cae en la manida referencia de los hombres de Iglesia al “genio femenino” que consagró Mulieris dignitatem: “Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad” (Ibídem). Con el rechazo a formas de feminismo que el Papa no considera adecuadas, debo mencionar el rechazo a “una ideología, genéricamente llamada gender” (56). Aparece entre los desafíos que ofrece la realidad de la familia recogidos en el capítulo segundo. Hace eco a la preocupación de los obispos durante el camino sinodal y, acogiendo sus aportes, explicita que esta ideología “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer” (RF 2015 8) y precisa, con la interpretación que corre entre hombres de Iglesia que el mismo documento sinodal acogió, que “el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar” (Ibídem 58). Sin embargo, en el capítulo acerca de la educación de los hijos, en uno de los párrafos relativos a la educación sexual escribe “que en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen sólo factores biológicos o genéticos” (286) y “que lo masculino y lo femenino no son algo rígido” (Ibídem), aterrizando esta afirmación en un caso concreto: “es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una vergüenza” (Ibídem). El otro tópico que no podía pasar por alto es una vaga alusión a la posibilidad de sacerdotes casados. Asoma en el capítulo “Algunas 30 VIDA NUEVA 30 VIDA NUEVA perspectivas pastorales” al referirse a la falta de formación adecuada de los ministros ordenados para tratar los problemas actuales de las familias que mostraron las respuestas a las consultas enviadas a todo el mundo. El Papa escribió: “En este sentido, también puede ser útil la experiencia de la larga tradición oriental de los sacerdotes casados” (202). ¿Y la pregunta de los periodistas? ¿Por qué puso en una nota y no en el texto la referencia al acceso a los sacramentos? Fue la pregunta de los periodistas al Papa en el vuelo en el que regresaban de Lesbos y que sirve de introducción al presente artículo. La pregunta a la que respondió confesando que le había molestado que los medios no se dieran cuenta de que ese no era el tema importante sino la familia y recomendando leer la presentación del cardenal Schönborn y a la que también respondió: “No me acuerdo de esa nota, pero si está en una nota es porque se trata de una cita de la Evangelii gaudium”. Creo que vale la pena prestar atención a la nota. Hace parte del capítulo octavo –“Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”– que es el capítulo de las “papas calientes”, al decir del cardenal Schönborn. El Papa la incluyó en un párrafo en el que toma aire para decir que “un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas” (305). Y unos renglones más adelante precisa que “es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (Ibídem), agregando a su precisión la nota en cuestión que evidentemente contiene dos citas de Evangelii gaudium respecto a los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, ‘a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor’ (EG 44). Igualmente destaco que la eucaristía ‘no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles’ (Ibídem 47)” (Nota 351). También el cardenal Schönborn se refirió a la nota: “el Papa afirma, de manera humilde y simple, en una nota (351), que se puede dar también la ayuda de los sacramentos en caso de situaciones ‘irregulares’. Pero a este propósito él no nos ofrece una casuística de recetas, sino que simplemente nos recuerda dos de sus frases famosas: ‘a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de tortura, sino el lugar de la misericordia del Señor’ (EG 44) y la Eucaristía ‘no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles’ (Ibídem 47)”. A decir verdad, la pregunta de los periodistas quedó sin respuesta. Pero estaba en la nota. Siglas de los documentos citados del magisterio eclesial EG Francisco I. Encíclica Evangelii gaudium. FC Juan Pablo II. Exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio. RF 2015 Relación final del Sínodo de los Obispos al Santo Padre Francisco. RS 2014 Relatio Synodi de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. RF 2015 Relación final del Sínodo de los Obispos al Santo Padre Francisco. RS 2014 Relatio Synodi de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos.
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