Juan Francisco Manzano, otra vez el silencio

lectura
Teoría
del Caos
02
No. 104
Suplemento de Juventud Rebelde
«La literatura al alcance de todos»
Domingo 22 de mayo de 2016
En el aniversario 130 de la abolición de la esclavitud
Juan Francisco Manzano, otra vez el silencio
Alfredo Zaldívar
EN 1997 se cumplieron —eso suponemos— 200 años del nacimiento del poeta
Juan Francisco Manzano, y ha vuelto sobre
él el silencio que parece remarcar su sino.
Habían pasado dos décadas desde que
en 1977, tras un lustro de «tiranía amorosa», Roberto Friol despejara tanta bruma,
sacudiera tanto errático polvo, en esa
luminosa indagación por los caminos del
poeta que es su Suite para Juan Francisco Manzano.
Algunos ensayistas, críticos, llamaron la
atención sobre esta obra de Friol, aún no
valorada en su imprescindible grandeza.
A una investigación acuciosa pudiera faltarle una intuición poética especial, una cultura vasta, un conocimiento profundo de las
leyes de la escritura y de la historia; la pericia investigativa. No son esas carencias de
la obra de Friol. Ella es el acercamiento apasionado de un poeta culto cuya mesura y
contención al exponer los hechos, al analizarlos, otorgan a esta creación cualidades
que la sitúan entre las mejores piezas de su
género en nuestra literatura. Ni los fascinantes hallazgos, ni las pesquisas devenidas luz hacen que Friol se desborde.
Conjetura, subraya, refuta cuando puede
probar. Otras veces expone los hechos y
deja las conclusiones al lector. Solo que la
exposición de tales eventos suelen ser hábilmente manipulados por el escritor sabio,
que escapa a una posible parcialidad explícita y nos induce a conclusiones que creemos haber elegido, cuando realmente estaban en el subtexto.
Francisco Calcagno, en su bello texto más
dedicado al esclavo que al poeta, en Poetas
de color (tercera edición, 1879), condiciona
todo análisis de su poesía a su carácter de
negro y esclavo, y vuelve al paralelo con Plácido con que Domingo del Monte signara casi
todos los estudios posteriores sobre Manzano, incluso los más lúcidos.
Ramón Guirao en 1934 retoma la figura
del olvidado poeta. Friol lo denominó El descubridor. Si bien Guirao llega a
reconocer en Manzano «un
sentido... humano del arte,
de la poética», y lo considera
una figura «sólida y humana»,
al tratar de exaltarlo lo limita,
cuando dubitativo lo cree «quizá el más destacado del conjunto de poetas esclavos» y lo
llama «gran poeta negro».
Este «descubrimiento» pronto
tendrá ecos. José Luciano Franco
dicta una conferencia sobre
Manzano, que verá la luz en
1936 con el auspicio de Emilio
Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad de La Habana,junto a cartas,poemas y la
autobiografía, que se publica
por primera vez en Cuba. Ni
Franco en su conferencia, ni las preliminares
de Leuchsenring, como tampoco el prólogo de Luciano
Franco a la edición
de 1972, ni el
apéndice a esta
de Israel Moliner
Rendón, Historiador de la Ciudad
de Matanzas, logran librarse de los
condicionamientos
(negro y esclavo), ni del consabido paralelo con Plácido. Franco
pide «estudiar la dolorosa existencia de
Manzano», no su obra. Moliner se diluye en
vaguedades, no va a la obra ni a su esencia.
su obra más allá de Cuba, pero quizá su
mayor mérito fue encargarle su autobiografía.
Del Monte logró la libertad del esclavo. No
la del hombre. Él siguió siendo un amo, y
Manzano su siervo fiel y agradecido. Su magnanimidad solo pudo llegar hasta el hecho de
colocarlo como cocinero en su casa. Jamás
fue Manzano su contertulio. No he encontrado quien explique en qué circunstancia leyó
Juan Francisco Manzano su poema Treinta
años en la tertulia delmontina. Yo lo imagino
de pie, casi en el umbral, con el sombrero en
una mano y la «oja» así sin hache, en la otra,
casi de soslayo. Los patricios acomodados
en sus sillones señoriales.
El nefasto paralelo que establece Del
Monte pudiera parecer al ingenuo que pretende dar méritos a Manzano, cuando su
intención marcada es nublar los de Plácido.
Otros méritos tendrá Del Monte para ser
admirado. Nunca estos.
Roberto Friol consigue adentrarse en la
poesía de Manzano, en su obra, distante de
las comparaciones y despojándolo de su
condición de esclavo y negro. No sería innoble reconocer mayor mérito a Friol que a
cuantos se acercaron a la obra del poeta
con paternalismo lastimoso, con un tutelaje
inadmisible, condicionándolo. Friol logra una
dimensión del artista y del hombre, hasta
entonces escamoteada.
Friol subraya la ignorancia del poeta, su
avidez de conocimientos, los patrones erráticos que muchas veces siguió, pero sus análisis no están supeditados a esas situaciones
externas, las tiene en cuenta, sí, pero sabe
que la poesía en sus primitivas esencias, nada tiene que ver con lo libresco, la instrucción
o las técnicas. Para adentrarse en la poesía
de Manzano debe hacerlo con los propios
medios del poeta, esos que le desbordaban:
sensibilidad, intuición, imaginación, inteligencia, misterio.
país; certamen en el que presentaron originales 47 escritores. Rodríguez ha publicado seis libros,
entre ellos tres de poesía y una
novela titulada Ficción hereje.
Tintazos
Manuel Roca, recién invitado al
11no. Festival Internacional de
Poesía de Buenos Aires.
***
***
El Escribano
George R. R. Martin.
GEORGE R. R. Martin (Nueva Jersey, 1948), autor de la saga literaria en la que está basada la serie
audiovisual Juego de tronos, adelantó un extracto de su próxima
novela, Vientos de invierno, aunque se apresuró a precisar que
sigue sin tener claro cuándo la acabará. El relato se narra a través de
Arianne Martell, hija del príncipe de
Dorne, mientras viaja por la costa
en una misión de reconocimiento
en busca de su padre. Arianne es
Cintio Vitier no escucha «el largo rumor
de la arboleda» de la poesía de Manzano y
lo excluye de su antología Los
poetas románticos cubanos.
En 1969, en Poetas cubanos
del siglo XIX, le dedica una
hermosa semblanza donde parece haber aguzado
su excelente oído de
violinista y al menos
si no el «largo rumor»,
escucha un rumor cierto que estuvo desde
siempre en Treinta años
y Al reloj adelantado.
Es gran poesía su reparo en las falta ortográficas de Manzano,pero nuestro
ensayista mayor
tampoco logra eludir el estigma delmontino, aunque
quizá su paralelo
—más justo que
el del citado mentor, que el de Calcagno y el de cuantos sucumbieron—
tuvo la intención de
borrar tal estigma.
Si algunos origenistas —Cintio entre ellos—
lograron que Lezama volviera su mirada al XIX, sin
duda Friol hizo que muchos
volvieran,volviéramos sobre Manzano. Cintio no sería una excepción.
Del Monte estimuló las dotes
poéticas del esclavo, le ofreció consejos literarios,logró la colecta para
manumitirlo (algo que él pudo hacer
sin campañas y pompas), divulgó
un personaje que, por ahora, no ha
aparecido en la adaptación televisiva de la saga.
***
Con Los días y los muertos, el
hondureño Giovanni Rodríguez
ganó el Premio Centroamericano y
del Caribe de Novela Roberto Castillo, convocado por la Editorial de
la Universidad Autónoma de su
Una de las revelaciones de la
literatura francesa, Édouard Louis
(Picarde, 1992), protagonizó a
finales de abril varios encuentros
con lectores de Chile. El joven, que
conmocionó a su patria con Para
acabar con Eddy Bellegueule, libro
desgarrador que narra su desgraciada infancia en una provincia
dominada por oscuros atavismos,
confesó que se rebeló contra sus
padres, contra la pobreza, contra
su clase social, el racismo y la violencia de esta. «Para mi familia y
los demás, me había convertido
Édouard Louis.
en una fuente de vergüenza, incluso de repulsión. No tuve otra
opción que la huida. Ese libro es
un intento de comprenderla».
***
Un minucioso registro de aquellos relegados al linaje infamante
de los «nadie» —errantes, desterrados, excluidos— atraviesa la
obra del poeta colombiano Juan
El 1er. Festival del Cuento Puertorriqueño, a principios de mayo,
estuvo dedicado a la escritora Tina
Casanova (Ciales, 1948). Se dio a
conocer en 1998 con la novela
Sambirón, a la que siguió, un año
después, Como paloma en vuelo,
reconocida por la crítica. Hace
apenas unos meses salió su más
reciente libro, Cinco Marías y un
Ángel, que culmina su trilogía sobre novela histórica en Puerto
Rico. La obra de esta escritora se
ha caracterizado por enmarcar
sus relatos de ficción dentro de la
verdadera historia política, social y
económica de la isla.
02
lectura en el tintero, domingo 22 de mayo de 2016
juventud rebelde
El cuento que hoy presentamos
a los lectores pertenece
a su único libro publicado hasta
el momento, el ganador del
premio David y titulado Etzamián
(Ediciones Unión, 2015)
JOAO se acomodó en el sofá frente al televisor para no perderse el partido que hacía
tanto esperaba. Igual estaba seguro de que
su selección favorita iba a ganar. Lo supo
desde el mes anterior, cuando se le iluminó
en plena calle. Tres a cero, para ser exactos. Joao a menudo conocía las cosas
antes de que acontecieran. Jamás trató de
explicarse el asunto, ni de sacar provecho
de ello, porque prefería verse como un alucinado divino y no como un oportunista. Por
eso vivía en aquel edificio sin esperanzas.
Pero tampoco le importaba demasiado.
Y ahí estaba, sin palomitas ni cervezas,
viviendo el partido con la pasión expectante
de los que no sabían el final, cuando captó el
movimiento errático del insecto. La cucaracha se detuvo justo frente a él. Se acicaló las
antenas, sacudió las alas y quedó quieta.
Desafiante su presencia. Joao tomó un zapato. Se echó de rodillas al suelo con el sigilo
de un cazador. Sin respirar apenas. Cargó el
arma por encima de su cabeza. Sería un golpe seco. Solo uno era suficiente…
La señora Denise le advirtió que el edificio tenía cerca de cien años, que penaba
por los muros podridos, por las goteras, y
que llevaba enfermo de corrosión más de
medio siglo. Que el lugar apropiado para
poner el televisor en su apartamento era
cerca de la solitaria pared que no estaba
manchada de humedad, en la parte norte,
porque el agua aún no se había enterado
que aquella tapia yacía virgen. Y se rió a carcajadas cuando aseguró que la pared sana
era la única que mantenía en pie a toda la
construcción.
Pero para Joao las advertencias no fueron suficientes entonces, igual se alquiló en
el apartamento más destruido de todos; y
no serían suficientes ahora porque habría
de propinarle tal zapatazo a la cucaracha
que terminó por abrir un agujero en el suelo del tamaño de una naranja.
Se asustó muchísimo cuando la naranja
devino una grieta que se extendió por la
habitación, siguió camino y ascendió los
muros, el techo, se ramificó en un segundo
y terminó por desplomar el apartamento en
un terrible efecto de dominó. Así se vino
abajo el piso subsiguiente con el peso y el
estruendo de los de arriba. Estallaron los
caños, se incendiaron las tuberías del gas,
y la enfermedad de corrosión terminó por
convertirse en un infarto. La señora Denise,
en la primera planta, solo tuvo tiempo de
persignarse y sonreír la última vez, porque
desde antes adivinó que habría de morir al
mismo tiempo que su edificio.
Los vecinos quedaron aplastados por la
catástrofe, con la rara excepción de los que
ardieron bajo la primera ola de fuego que
provocó una explosión misteriosa. Cuando
llegaron los bomberos y rescatistas, el capitán al mando preguntó:
G.V. Andersen (Pinar del Río, 1983). Abogado y escritor. Egresado del Centro
de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ganador del Premio David de
Cuento 2014. Narraciones suyas han sido publicadas en revistas cubanas
como Cauce, La Gaveta y los portales web Cubaliteraria, El Caimán Barbudo y
La Jiribilla.
Teoría del Caos
G.V. Andersen
—¿A qué lugar llevan los conductos de
gas?
La vieja mole de concreto había estado
conectada desde tiempo atrás con la antigua Central de Combustibles, un emporio
semiderruido que en otro tiempo abasteció
a la ciudad completa. Actualmente sus
tuberías se trenzaban como una malla subterránea, todas taponadas, que morían en
pozos filtrados de carburantes. Por ciertos
motivos de ahorro y bellaquería, la señora
Denise continuó alimentando su edificio del
combustible que aún permanecía atrapado
en los tubos, y de los suspiros esporádicos
que manaban de los pozos a punto de agotarse; ignoró siempre que en un desastre
como el de este día, su edificio iba a ser el
detonante de una bomba mayor.
La segunda oleada de fuego hizo explotar dos carros de bomberos y el capitán al
mando, casi sin habla y pálido de terror, indicó con voz temblorosa que las llamas no
podían, bajo ningún concepto, filtrarse al
interior de las tuberías o los minutos de la
ciudad estaban contados. Demoró apenas
un segundo en dar la orden, suficiente para
que el incendio se escurriera como agua
por los caños. Y se escuchó un silencio
solo comparable con la desolación de la
muerte.
—¡Que Dios tenga misericordia! —se
escuchó decir a alguien antes de que el
estruendo ensordecedor de la vieja Central
de Combustibles apagara las luces de la
ciudad entera, y avisara que los pozos se
habían encendido. Fueron tres días de terremotos donde no quedó nadie.
A Daisuke Atahashi le resultó extraño el
olor a mar abierto que se le coló por las ventanas del auto. Aquella mañana su esposa
Kiro había despertado con un fuerte dolor
de cabeza que lo atrasó media hora entre
analgésicos y paliativos, hasta que al fin la
señora languideció en un sueño contagioso
que Daisuke evitó para no atrasarse más.
Entonces trabajaba en un complejo rascacielos colmado de oficinas comerciales que
le salvó la vida en otro tiempo, y que hubiera podido hacerlo de nuevo de no ser por la
media hora que pasó con su esposa Kiro.
De cualquier modo quedará para el misterio
si Daisuke habría preferido salvarse o no,
cuando supiera que una de las primeras víctimas fue la señora, incapaz de discernir en
la profundidad de su sueño.
Lo cierto es que aquella mañana Daisuke se vio envuelto en un tráfico tormentoso,
y terminó varado en una calle congestionada de impuntuales como él. Fue ahí cuando
lo sorprendió el olor a mar abierto, y cuando los autos de la fila comenzaron a colisionar unos con otros, y se escucharon los
gritos y las bocinas excitadas de los
coches, y lo chocaron por detrás rompiéndole los faros, y él vociferó «¡Qué diablos te
sucede!», pero no le respondió el que lo
hizo, porque había abandonado el carro y
escapó corriendo calle arriba. En ese
momento Daisuke supo que algo iba mal y
tuvo el tino infortunado de mirar al puerto
de la bahía, a casi una milla de distancia.
Después prefirió no haberlo hecho, pues se
avergonzó consigo mismo por haberse
mojado en los pantalones. Y lo chocaron
otra vez, ahora por el costado; y gimió como
un chiquillo, presa del pánico y sin querer
mirar el tsunami que ensombreció la mañana, pero que no era tan alto como su edificio lleno de oficinas comerciales.
Daisuke intentó abrir la puerta del coche
para escapar como los otros, sin saber que
el último golpe lo había condenado para
siempre. Entonces cerró las ventanas y
esperó la muerte maldiciendo a Dios, pues
Daisuke ignoraba que al otro lado del mundo había un hombre llamado Joao, una
señora Denise, un edificio apopléjico, una
antigua Central de Combustibles y un terremoto de tres días enteros.
A la familia de Paolo Orsini la había sacado de la cama los bramidos del Vesubio.
Debió suceder algo grave en las capas subterráneas del planeta para que el volcán
despertara de su letargo centenario, pues
aun cuando la erupción habría de ser inevitable, Paolo Orsini contaba con las palabras
cerebrales de los investigadores que afirmaron vehementes ¡hasta cincuenta años
más de inactividad! Pero claro, ninguno contó con que una cucaracha viniera a romperles los pronósticos. Y ahí estaba, lloviendo
el odio del Vesubio en una noche de cenizas más oscura que la propia noche, con la
única luz de los estallidos incesantes.
El caos del exterior de la casa fue penetrando poco a poco por debajo de las puertas, y asaltó a las niñas aterradas que
comenzaron a llorar. La señora intentó calmarlas, pero la desesperación era el claro
reflejo de sus ojos. Los mismos que buscaron a Paolo, los que le pidieron a gritos de
alma que tomara una decisión salvadora de
las hijas. Entonces Paolo Orsini escapó del
susto paralítico y las arrastró a las tres hasta el coche familiar. Condujo a resbalones,
a ciegas, atropellando a quien intentó detenerlo. Por senderos abiertos y por los que
abrió él mismo a través de los bosques, evitando el tráfico. Se internó en la península,
abandonó su casa y sus bienes y su vida, y
después de cinco horas al volante no se
percató de que la lluvia de cenizas había
cambiado por una lluvia de copos, hasta
que una de las niñas se quejó de frío. Solo
entonces se detuvo.
Paolo bajó del coche, estupefacto por la
duda. Era verano y caía una nieve de invierno. Eran las ocho y el sol no había salido.
Era una vida abandonada con la muerte
como meta. Cayó de rodillas al suelo con
una certeza que lo elevó en la historia.
—¡El Vesubio nos persigue! —dijo como
iluminado por el Espíritu de Dios.
Paolo no sabía que una serie de terremotos había detenido al mundo, y que él
quedó en la parte oscura. El eje imaginario
se trasladó cerca de treinta grados. Los glaciares se fueron derritieron donde hubo luz,
mientras que la latitud apagada se congeló
casi completa. En ese punto toda forma de
vida comenzó a extinguirse. Los continentes se reorganizaron. Surgieron nuevos volcanes, nuevos mares. El centro imantado
del planeta brotó a la superficie y terminó
por desviarlo de la órbita elíptica alrededor
del Sol. Entonces sucedió: el cometa Halley
se le vino encima a nuestro mundo, con la
misma fuerza que nos alejó siempre. Hubo
una explosión en medio del espacio y nos
convertimos otra vez en una nube de polvo.
Al final solo quedó un silencio ensordecedor, una Luna a la deriva, una Vía Láctea
con un planeta menos… ¡¡GOOOOOOOL!!
Joao alzó la vista. Como previó su selección
comenzaba a anotar. Miró a la cucaracha.
Aún mantenía el zapato en alto. Pero era
solo una cucaracha. A fin de cuentas el edificio estaba plagado por millones. En fin,
¿qué diferencia hay entre dejar vivir o no a
una cucaracha?
juventud rebelde
domingo 22 de mayo de 2016 el tintero y su
Poesía
03
Nicolás Dorr
La persistencia de un hombre de teatro
Marilyn Garbey
EL estreno de Las pericas, hace ya 55 años, situó el nombre de Nicolás Dorr en los anales del teatro cubano. La persistencia de este hombre, nacido frente a la playa de Santa Fe, multiplicó su talento y propició la creación de personajes tremendos, de diálogos entremezclados de absurdo
e irrealismo. Muchos elogios ha cosechado Nicolás a lo largo de su carrera, y desde ya se desatan las expectativas
ante el anuncio de que ultima detalles de una novela. Pero
ahora conversaremos sobre una de sus pasiones, el teatro.
—En el inicio están Las pericas. A estas alturas de su
vida, ¿cómo recuerda su irrupción en el teatro cubano?
—Fue algo tan extraordinario que me complace recordarlo, no como nostalgia, sino como reafirmación de que a
pesar de un inicio tan aparatoso como ese, no me quedé
detenido en ese momento. Del 61 hasta acá, he estrenado
y publicado casi 30 piezas de teatro y he tenido aun mayores éxitos que los que obtuve con Las pericas, pero ese fue
un comienzo que me abrió en grande las puertas del teatro
cubano. Para un niño de 14 años hubiera podido ser algo
paralizante, pero yo veía todo lo que sucedía en torno a mi
persona como un juego, no podía sucederme algo así.
«Las pericas formó revuelo desde antes de darse a conocer, eran muchas las noticias que salían a diario sobre su próximo estreno, y todas hacían hincapié en la edad del autor. Era
algo que no había ocurrido nunca antes y que no ha vuelto a
suceder. Tuve muchos apelativos cuando el estreno: Virgilio
Piñera me llamó “Genio del burlesque”, José Antonio Portuondo y Rine Leal coincidieron en llamarme “el Alfred Jarry
tropical”; Guillermo Cabrera Infante, “Enfant terrible”; Ezequiel Vieta, “Autormonstruo” y “Botón de genio”, pero el calificativo que más me estimuló fue el que me asignó Orlando
Quiroga: “el pequeño Federico”. Yo conocía los romances de
Lorca y había disfrutado ya varias de sus obras.
«Mi irrupción fue como una bomba teatral, así lo recuerdo y lo ratifica aquel comentario de Rine Leal: “Ha nacido
un autor que no se parece a ningún otro en Cuba”. Eran elogios muy desmedidos, pero me divertían mucho, y a mis
hermanos, y sobre todo a mi madre… Enseguida la obra se
puso por la televisión en Escenario 4, que dirigía Rogelio
París; se publicó en lunes de Revolución… Fue el único programa de los lunes de teatro cubano de la Sala Arlequín
que pasó a las funciones profesionales de fines de semana. ¿Qué más se podía pedir para un surgimiento escénico? Yo tuve la suerte de estrenar en los primeros años de
la Revolución, antes de que se creara la Uneac. Incluso
antes del nacimiento de la Organización de Pioneros... De
haber existido, hubiera ido a mi estreno con pañoleta. ¡Es
maravilloso tener esos recuerdos! Me tienen que dar orgullo y satisfacción, por supuesto; pero nunca vanidad».
—¿Por qué los personajes femeninos son los más
inquietantes de su poética?
—Las mujeres por lo general son siempre más complicadas que los hombres. Eso me gusta de ellas. Realmente me inspiran.
—Usted es dramaturgo comprometido con el montaje
de sus obras. ¿Ha sufrido o ha gozado al ver sus criaturas
en escena?
—Dirigirlas, en ocasiones, me ha fortalecido el oficio de
dramaturgo. El contacto directo con los actores es muy enriquecedor; aunque yo me considero el primer intérprete de
mis personajes, pues para que salgan creíbles hago como
los actores, me meto en sus pieles y vivo por ellos y con
ellos. También esa posibilidad de llevarlos a escena te permite controlar tu creación, y que no te adulteren el estilo ni
la estética, ni tan siquiera la expresión verbal de los personajes. Yo reelaboro mucho lo que escribo antes de darlo a
conocer. He gozado más que sufrido, porque he podido apreciar el goce del público. Y eso es lo que más uno espera.
—Su familia es de estirpe teatral. ¿Es el teatro el centro de la vida cotidiana?
—Mi hermana Daisy estudió actuación con la gran actriz
española Adela Escartín, quien fue alumna, a su vez, nada
menos que de Estela Adler. Antes del estreno de Las pericas ya había centralizado la atención de la prensa por su
atrevida actuación en la obra Malditos, en la sala El Sótano, dirigida por su autor, el mexicano Wilberto Cantón. Muy
recientemente Daisy protagonizó con gran éxito mi obra La
profana familia, ¡durante nueve temporadas!
«Nelson comenzó su carrera con mis Pericas. Y muy
pronto se convirtió en uno de los directores imprescindibles
de la escena nacional. Esos hermanos me llenan de regocijo. Somos Los Dorr. Y soy muy feliz cuando logro que nos
reunamos los tres en un proyecto. Respeto y valoro mucho
el nepotismo en el arte. Contra viento y marea el teatro ha
sido y sigue siendo el centro de nuestras vidas».
—¿Cuál fue el último texto que escribió? ¿Lo escribió
a lápiz sobre papel o utilizó esta vez la computadora?
—No me da vergüenza confesar que soy un autor absolutamente decimonónico, pues todo lo escribo a mano. El
temblor del lápiz en mis dedos, la precipitación con que
aparecen mis personajes y hablan y discuten, no me permiten el tecleo. Cometería constantes errores. Después,
paso esos manuscritos a la computadora para imprimirlos
y revisarlos en las hojas. Es como mejor adviertes lo que
hay que reescribir.
«Ahora estoy emborronando nuevas cuartillas para una
segunda novela que ya tiene título: Del otro lado del río.
Estoy bien entusiasmado. Ya voy por una tercera revisión en
la computadora y en las cuartillas impresas. Siempre guardo los manuscritos, y pongo en la primera hoja la fecha en
Foto: Frank Miló
que vencí la angustia de la página en blanco. ¡Una vez que
escribo las primeras palabras, ya no hay nada ni nadie que
me detenga! Escribir es algo que te convulsiona y te hace
sentir vital, y siempre receptivo ante todo lo que pasa a tu
alrededor, porque puede servirte como material literario. En
ese tiempo de escritura vives solo para eso. Crear personajes es una aventura extraordinaria».
La dignidad de la nieve
YANIRA Marimón (Matanzas, 1971). Poetisa y narradora.
Ha publicado los libros La sombra infinita de los vencidos; Donde van a morir las mariposas, Premio Calendario 2005 y La Rosa Blanca al mejor texto publicado ese
año; Contemplación versus acto, Premio José Jacinto
Milanés 2008 y Premio Nacional de la Crítica 2009; y
Tocar las puertas del cielo. Su obra ha sido traducida a
varios idiomas y aparece recogida en numerosas antologías y publicaciones periódicas de Cuba y el extranjero.
Se encuentra en proceso de edición su libro La fragmentada memoria, por Letras Cubanas. Es miembro de
la Uneac y editora de la revista Matanzas.
Antes fui un pez
Antes fui un pez de milenario
ojo
con su sueño de luna y
superficie
su vocación de silencio.
Antes fui un pez,
lo sé cuando miro esas escamas
brillantes a la luz
el sereno movimiento de su
cuerpo y sus aletas
y los descubro míos.
Antes fui un pez
y no logro recordar mis
branquias
usurpadas por estos pulmones
enfermos,
el acto de mi boca
cercana a la punta del anzuelo.
Cree el calor que doblega la
nieve.
La nieve se vuelve agua cada
primavera,
pero resurge, segura,
cada diciembre.
Sabe que este es el tiempo que le
fue dado,
por eso acepta su destino, su
aparente derrota.
Se sabe dueña del invierno
y con eso le basta.
04
tinta fresca en el tintero, domingo 22 de mayo de 2016
juventud rebelde
El reino de José Álvarez Baragaño
Cira Romero
EN la reciente Feria Internacional del Libro,
Ediciones Unión dio a la luz, bajo el título
Una cita informal y constante con la muerte, una obra que nos entrega, en poesía, lo
publicado, en libro, por José Álvarez Baragaño (1932-1962): Cambiar la vida (1952), El
amor original (1955), Poesía revolución del
ser (1960), Himno a las milicias y sus
poemas (1961), más 34 «Textos perdidos»
aparecidos, antes o después de su muerte,
en Lunes de Revolución, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, Islas y Pájaro Cascabel, de México, en una importante labor de rastreo llevada a cabo por dos
jóvenes escritores, quienes fueron, a su
vez, editores del volumen: Jamila M. Ríos e
Ibrahim Hernández Oramas.
Ellos tuvieron la magnífica idea de sumar
a todo este conjunto poético una antología
de ensayos y artículos del autor salidos entre
1958 y 1960, precedidos de un estudio introductorio, La Historia en varios sentidos:
notas sobre el ejercicio crítico de José Álvarez Baragaño, de María de Lourdes Mariño
Fernández. Figuran textos como Wifredo
Lam, publicado de manera independiente en
1958, mientras que Mirada a través de la
pintura cubana, Sobre Jean-Paul Sartre y De
la responsabilidad literaria, entre otros títulos, permanecían sepultados en revistas de
la época. El libro cierra con una cronología de
Baragaño y su bibliografía activa y pasiva. El
prólogo corresponde a Marcelo Morales. No
exagero si digo que estamos ante un libro
perfecto, por su contenido y por su forma,
gracias al diseño de cubierta e ilustración de
Rubén Cruces Reyes.
RESULTA más bien inusual que la
literatura escrita para niños y jóvenes encuentre espacio —se le haga espacio— en actos formales,
pensados para lectores adultos o
en publicaciones a este dirigidas,
salvo algunas muy especializadas
(en la revista En julio como en enero, una zona de Chinchila), pese a
ser en definitiva los mayores quienes deciden la compra de un libro
(para sí o sus hijos). Por ende, no
es tampoco frecuente que quienes
solemos ocuparnos de su promoción pensemos textos más o menos críticos sobre los textos infantiles, sino más bien en una manera
otra de ofrecerlos directamente a
los niños acudiendo a un estilo lúdicro, informativo, ligero.
Sin embargo, heme aquí, tratando de hacer la «presentación en sociedad» —la sociedad adulta— de
la joven Hilda, especie de noveleta,
publicada por Ediciones La Luz para
el público infantil, con que Sigrid Victoria Dueñas (y por su dedicatoria
me atrevo a sospechar sus motivaciones) lanza opiniones e ideas en
torno a un tema que a todos nos
visita de vez en vez, y que es mirado cada una de estas veces de modo diferente, incluso por un mismo
individuo, según el momento de la
vida en que nos asalte y el modo en
que lo haga: la muerte.
Si nos atenemos a la nota
Álvarez Baragaño, fallecido de un aneurisma cerebral sin llegar a cumplir los 30
años, estuvo entre aquellos jóvenes artistas en ciernes que a comienzos de la
década del 50 partieron para Europa en
busca de nuevos horizontes. En su caso,
vivió en París y viajó por España e Italia. En
Europa colaboró en importantes revistas y
tras su regreso a Cuba fue columnista en
Revolución y Lunes de Revolución. Participó activamente en la movilización de Playa
Girón, en la campaña del Escambray y
estuvo entre los que asistieron al Primer
Congreso Nacional de Escritores y Artistas, del que surgió la Uneac, de la cual fue
secretario de Relaciones públicas hasta
su deceso.
Artísticamente Baragaño pertenece a la
llamada Generación de los años 50, en la
cual se inscriben, entre muchos nombres
notables, los de Roberto Fernández Retamar, Carilda Oliver Labra, Pablo Armando
Fernández y Fayad Jamís. Junto con Roberto Branly formó, según se ha dicho, la pareja «surrealista» de esa generación, algunos
de cuyos integrantes publicaron sus primeros poemarios en esa década. Pero él se
desmarcó de cierta presencia neorromántica latente aún en muchos de sus coetáneos y logró una poesía de alta tensión lírica en la que, a la par que las visiones de la
cotidianidad, se presentan también lados
más oscuros, cercanos casi a lo sombrío.
Pero su voz evolucionó hacia una poesía
capturada por el tono conversacional, nacida de circunstancias políticas que el poeta
vivió con intensidad tras el triunfo de enero
de 1959, y que conjugó en versos de bullente sabor épico.
Si en su poema Vida fragmentada, de su
primer libro, la aprensión domina la palabra:
Secreta oscuridad invade todo,/ Incierto,/
Incierto,/ Yo, estado que no deja de estar presente, en complicidad con la muerte, en Poesía, revolución del ser, libro de extraordinarias cualidades y donde, por momentos, la
sinrazón llega a ocupar cierto espacio caprichoso expresado en imágenes directas y
golpeantes, su Himno a las milicias y sus
poemas tejen un nuevo cosmos donde su
voz, siempre distinta, no repitente de consignas, encuentra un poderoso acicate para
darnos una expresión que revoluciona en
dos sentidos: desde la poesía misma y desde el modo de cantarle a una nueva época:
Yo mi miliciano/ Tú mi miliciano/ ¡Milicianos
del alba y de la sangre!/ Sin fuentes ni riberas/ Nuestro ojo ve la imagen abierta a las
revoluciones/ Bajo un viento que quiere cantar/ Nadie sabe donde se juntan esos ríos/
Nuestra sangre no se detiene/ Comunica a
un nivel de libertad/ La creciente del pueblo/
En la estación profunda de la sangre.
La opción poética de Baragaño tras la
victoria no se transformó ni en su tono ni en
su forma, sino en sus temas, como se confirma en los últimos poemas no recogidos
en libros e incorporados a esta nueva edición de su obra. Allí prevalecen aquellos de
contenido heroico: Revolución color de
libertad, El himno de las trincheras o Himnos a Camilo Cienfuegos. Y habría que destacar otro detalle que corrobora la importancia del libro: sus editores incorporaron, y
Sigrid y Brünilda, desde La Luz
José Raúl Fraguela
promocional, pudiera pensarse
que la lectura nos llevará por los
caminos del equívoco, la aventura,
el choteo cubano quizá en que se
verá envuelto un personaje de la
mitología nórdica caído abruptamente en La Habana de hoy, ¡en
un solar de La Habana!, y el primer
capítulo nada desmiente, salvo
que la niña venida de Europa parece demasiado humana para ser
JR
«LA LITERATURA AL ALCANCE DE TODOS»
PUBLICACIÓN MENSUAL, SUPLEMENTO DE
una valkiria, aunque muy madura y
hasta tal vez algo severa si nos
atenemos a la edad que aparenta,
cualidades que, sin embargo, no
la hacen inmune a la amistad que
le ofrece Raúl, el otro protagonista, adolescente habanero que habita el cuarto contiguo al suyo en
el solar, y que peca de lo contrario,
pues parece ser demasiado ingenuo e inmaduro para su edad.
Justo en las líneas finales del
capítulo aparece, imprevista como
tanto suele hacerlo,la muerte,y con
ella una muda en el nivel de la realidad que convierte a estos personajes en otros, sin dejar de ser
ellos, contaminando con el cambio
sus acciones y actitudes sucesivas.
A partir de ahí cobra significado
ese segundo párrafo de la contracubierta y empezamos a recibir «un
certero mensaje de aliento sobre
la virtud de enfrentar el dolor y la
muerte con ese coraje que dignifica la condición humana».
Y no es que sea tema este desacostumbrado en la saga infantil
cubana. Presente ya en algunas de
las entregas martianas para susnuestros niños de América, lo mismo que lo está hoy en la obra de
[email protected]
con él se cierra el segmento de poemas del
libro, un poema inacabado que, presuntamente, estaba escribiendo al momento de
morir, y fue hallado en su mesa de trabajo
por Francisco de Oraá. En sus dos versos
que se suponen finales leemos: Oh, gran
patria del hombre/ Recuerda nuestros pasos.
Los artículos y ensayos incluidos ofrecen
algunos signos clave para conocer su visión
del arte y de la literatura como conceptos,
como ideas, ya interpretando, ya dando cuenta de los rangos artísticos, pero, sobre todo,
mostrando su sensibilidad como creador.
Este libro descubre y reafirma a un autor
cargado de apetitos intelectuales. José A.
Baragaño regresa a la literatura cubana de
la mano segura de quienes forjaron esta
obra, en una labor de rescate merecido,
pero también de justicia.
autores como Luis Cabrera Delgado o Nersys Felipe, por solo mencionar dos, paradigmáticos; es que
Sigrid Victoria lo trata con claridad
singular, de modo directo y descarnado, y sin embargo, no lastima
—aunque duela—, porque consigue investirla de la naturalidad que,
siéndole inherente, seguimos ignorando de forma sistemática y deliberada, y también porque, todo el
tiempo, explícitamente o no, contagia los sucesos narrados con un
hálito de esperanza, de renacimiento y permanencia.
Todo parte, quizá, de la manera
de morir de estos personajes, ya
sea haciendo deliberadamente el
bien en actos heroicos de los cuales, por sus características y accionar anteriores no parecían capaces; ya por el estoicismo —nacido
tal vez de la necesidad de proteger
a los que se quedan— con que
enfrentan el sufrimiento, o simplemente porque, pese a aparentes
intolerancias o resabios, supieron
conformar una familia funcional y
por lo tanto hacerse querer de ella.
Para reafirmar el sabor optimista del relato, el último episodio,
pese a quedar inconcluso, nos deja la certeza de que este nuevo
candidato a ser transportado por
la valkiria… ¿al Valhala?, logrará
permanecer entre los suyos y alcanzará a regenerarse en la vida
EDITORES: Marilyn Bobes
y José Luis Estrada Betancourt
presente, salvado por sus propios
sentimientos.
Un libro «raro», diría yo, este Hilda de Sigrid, si el vocablo no resultara aquí de significación ambigua,
pero sí puedo asegurarles que es
todo él un canto a la valentía del
hombre —y la mujer— común, a la
tolerancia y más que eso, a la
aceptación del otro a partir de la
comprensión de sus actitudes y los
resortes que las provocan; y un
libro increíble, sí, si tenemos en
cuenta la juventud de su creadora
(no rebasa los 35), quien, utilizando con precisión de orfebre los recursos narrativos, crea sicologías
y ambientes que nos dejan una
lección inobjetable de vida.
No puedo menos que agradecerle por ello, como a La Luz conminarme a leer Hilda, cosa que
hice con fruición, de punta a cabo
en poco menos de dos horas, gracias también a la impecable edición de Adalberto Santos y a un
diseño de Frank Alejandro, puesto,
como debe ser, en función de facilitar dicha lectura, cosa que le
sugiero haga, y enseguida querrá
brindarlo a sus hijos, a su pareja,
a sus amigos y hasta a alguno que
no lo sea por necesitar, precisamente, fijarse más en ciertas conductas que le ayuden a mejorar la
suya. Para eso son también, en
definitiva, los buenos libros.
CORRECCIÓN: Equipo
de Correctores
DISEÑO: Abdel Alfonso
Núñez