lectura Teoría del Caos 02 No. 104 Suplemento de Juventud Rebelde «La literatura al alcance de todos» Domingo 22 de mayo de 2016 En el aniversario 130 de la abolición de la esclavitud Juan Francisco Manzano, otra vez el silencio Alfredo Zaldívar EN 1997 se cumplieron —eso suponemos— 200 años del nacimiento del poeta Juan Francisco Manzano, y ha vuelto sobre él el silencio que parece remarcar su sino. Habían pasado dos décadas desde que en 1977, tras un lustro de «tiranía amorosa», Roberto Friol despejara tanta bruma, sacudiera tanto errático polvo, en esa luminosa indagación por los caminos del poeta que es su Suite para Juan Francisco Manzano. Algunos ensayistas, críticos, llamaron la atención sobre esta obra de Friol, aún no valorada en su imprescindible grandeza. A una investigación acuciosa pudiera faltarle una intuición poética especial, una cultura vasta, un conocimiento profundo de las leyes de la escritura y de la historia; la pericia investigativa. No son esas carencias de la obra de Friol. Ella es el acercamiento apasionado de un poeta culto cuya mesura y contención al exponer los hechos, al analizarlos, otorgan a esta creación cualidades que la sitúan entre las mejores piezas de su género en nuestra literatura. Ni los fascinantes hallazgos, ni las pesquisas devenidas luz hacen que Friol se desborde. Conjetura, subraya, refuta cuando puede probar. Otras veces expone los hechos y deja las conclusiones al lector. Solo que la exposición de tales eventos suelen ser hábilmente manipulados por el escritor sabio, que escapa a una posible parcialidad explícita y nos induce a conclusiones que creemos haber elegido, cuando realmente estaban en el subtexto. Francisco Calcagno, en su bello texto más dedicado al esclavo que al poeta, en Poetas de color (tercera edición, 1879), condiciona todo análisis de su poesía a su carácter de negro y esclavo, y vuelve al paralelo con Plácido con que Domingo del Monte signara casi todos los estudios posteriores sobre Manzano, incluso los más lúcidos. Ramón Guirao en 1934 retoma la figura del olvidado poeta. Friol lo denominó El descubridor. Si bien Guirao llega a reconocer en Manzano «un sentido... humano del arte, de la poética», y lo considera una figura «sólida y humana», al tratar de exaltarlo lo limita, cuando dubitativo lo cree «quizá el más destacado del conjunto de poetas esclavos» y lo llama «gran poeta negro». Este «descubrimiento» pronto tendrá ecos. José Luciano Franco dicta una conferencia sobre Manzano, que verá la luz en 1936 con el auspicio de Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad de La Habana,junto a cartas,poemas y la autobiografía, que se publica por primera vez en Cuba. Ni Franco en su conferencia, ni las preliminares de Leuchsenring, como tampoco el prólogo de Luciano Franco a la edición de 1972, ni el apéndice a esta de Israel Moliner Rendón, Historiador de la Ciudad de Matanzas, logran librarse de los condicionamientos (negro y esclavo), ni del consabido paralelo con Plácido. Franco pide «estudiar la dolorosa existencia de Manzano», no su obra. Moliner se diluye en vaguedades, no va a la obra ni a su esencia. su obra más allá de Cuba, pero quizá su mayor mérito fue encargarle su autobiografía. Del Monte logró la libertad del esclavo. No la del hombre. Él siguió siendo un amo, y Manzano su siervo fiel y agradecido. Su magnanimidad solo pudo llegar hasta el hecho de colocarlo como cocinero en su casa. Jamás fue Manzano su contertulio. No he encontrado quien explique en qué circunstancia leyó Juan Francisco Manzano su poema Treinta años en la tertulia delmontina. Yo lo imagino de pie, casi en el umbral, con el sombrero en una mano y la «oja» así sin hache, en la otra, casi de soslayo. Los patricios acomodados en sus sillones señoriales. El nefasto paralelo que establece Del Monte pudiera parecer al ingenuo que pretende dar méritos a Manzano, cuando su intención marcada es nublar los de Plácido. Otros méritos tendrá Del Monte para ser admirado. Nunca estos. Roberto Friol consigue adentrarse en la poesía de Manzano, en su obra, distante de las comparaciones y despojándolo de su condición de esclavo y negro. No sería innoble reconocer mayor mérito a Friol que a cuantos se acercaron a la obra del poeta con paternalismo lastimoso, con un tutelaje inadmisible, condicionándolo. Friol logra una dimensión del artista y del hombre, hasta entonces escamoteada. Friol subraya la ignorancia del poeta, su avidez de conocimientos, los patrones erráticos que muchas veces siguió, pero sus análisis no están supeditados a esas situaciones externas, las tiene en cuenta, sí, pero sabe que la poesía en sus primitivas esencias, nada tiene que ver con lo libresco, la instrucción o las técnicas. Para adentrarse en la poesía de Manzano debe hacerlo con los propios medios del poeta, esos que le desbordaban: sensibilidad, intuición, imaginación, inteligencia, misterio. país; certamen en el que presentaron originales 47 escritores. Rodríguez ha publicado seis libros, entre ellos tres de poesía y una novela titulada Ficción hereje. Tintazos Manuel Roca, recién invitado al 11no. Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. *** *** El Escribano George R. R. Martin. GEORGE R. R. Martin (Nueva Jersey, 1948), autor de la saga literaria en la que está basada la serie audiovisual Juego de tronos, adelantó un extracto de su próxima novela, Vientos de invierno, aunque se apresuró a precisar que sigue sin tener claro cuándo la acabará. El relato se narra a través de Arianne Martell, hija del príncipe de Dorne, mientras viaja por la costa en una misión de reconocimiento en busca de su padre. Arianne es Cintio Vitier no escucha «el largo rumor de la arboleda» de la poesía de Manzano y lo excluye de su antología Los poetas románticos cubanos. En 1969, en Poetas cubanos del siglo XIX, le dedica una hermosa semblanza donde parece haber aguzado su excelente oído de violinista y al menos si no el «largo rumor», escucha un rumor cierto que estuvo desde siempre en Treinta años y Al reloj adelantado. Es gran poesía su reparo en las falta ortográficas de Manzano,pero nuestro ensayista mayor tampoco logra eludir el estigma delmontino, aunque quizá su paralelo —más justo que el del citado mentor, que el de Calcagno y el de cuantos sucumbieron— tuvo la intención de borrar tal estigma. Si algunos origenistas —Cintio entre ellos— lograron que Lezama volviera su mirada al XIX, sin duda Friol hizo que muchos volvieran,volviéramos sobre Manzano. Cintio no sería una excepción. Del Monte estimuló las dotes poéticas del esclavo, le ofreció consejos literarios,logró la colecta para manumitirlo (algo que él pudo hacer sin campañas y pompas), divulgó un personaje que, por ahora, no ha aparecido en la adaptación televisiva de la saga. *** Con Los días y los muertos, el hondureño Giovanni Rodríguez ganó el Premio Centroamericano y del Caribe de Novela Roberto Castillo, convocado por la Editorial de la Universidad Autónoma de su Una de las revelaciones de la literatura francesa, Édouard Louis (Picarde, 1992), protagonizó a finales de abril varios encuentros con lectores de Chile. El joven, que conmocionó a su patria con Para acabar con Eddy Bellegueule, libro desgarrador que narra su desgraciada infancia en una provincia dominada por oscuros atavismos, confesó que se rebeló contra sus padres, contra la pobreza, contra su clase social, el racismo y la violencia de esta. «Para mi familia y los demás, me había convertido Édouard Louis. en una fuente de vergüenza, incluso de repulsión. No tuve otra opción que la huida. Ese libro es un intento de comprenderla». *** Un minucioso registro de aquellos relegados al linaje infamante de los «nadie» —errantes, desterrados, excluidos— atraviesa la obra del poeta colombiano Juan El 1er. Festival del Cuento Puertorriqueño, a principios de mayo, estuvo dedicado a la escritora Tina Casanova (Ciales, 1948). Se dio a conocer en 1998 con la novela Sambirón, a la que siguió, un año después, Como paloma en vuelo, reconocida por la crítica. Hace apenas unos meses salió su más reciente libro, Cinco Marías y un Ángel, que culmina su trilogía sobre novela histórica en Puerto Rico. La obra de esta escritora se ha caracterizado por enmarcar sus relatos de ficción dentro de la verdadera historia política, social y económica de la isla. 02 lectura en el tintero, domingo 22 de mayo de 2016 juventud rebelde El cuento que hoy presentamos a los lectores pertenece a su único libro publicado hasta el momento, el ganador del premio David y titulado Etzamián (Ediciones Unión, 2015) JOAO se acomodó en el sofá frente al televisor para no perderse el partido que hacía tanto esperaba. Igual estaba seguro de que su selección favorita iba a ganar. Lo supo desde el mes anterior, cuando se le iluminó en plena calle. Tres a cero, para ser exactos. Joao a menudo conocía las cosas antes de que acontecieran. Jamás trató de explicarse el asunto, ni de sacar provecho de ello, porque prefería verse como un alucinado divino y no como un oportunista. Por eso vivía en aquel edificio sin esperanzas. Pero tampoco le importaba demasiado. Y ahí estaba, sin palomitas ni cervezas, viviendo el partido con la pasión expectante de los que no sabían el final, cuando captó el movimiento errático del insecto. La cucaracha se detuvo justo frente a él. Se acicaló las antenas, sacudió las alas y quedó quieta. Desafiante su presencia. Joao tomó un zapato. Se echó de rodillas al suelo con el sigilo de un cazador. Sin respirar apenas. Cargó el arma por encima de su cabeza. Sería un golpe seco. Solo uno era suficiente… La señora Denise le advirtió que el edificio tenía cerca de cien años, que penaba por los muros podridos, por las goteras, y que llevaba enfermo de corrosión más de medio siglo. Que el lugar apropiado para poner el televisor en su apartamento era cerca de la solitaria pared que no estaba manchada de humedad, en la parte norte, porque el agua aún no se había enterado que aquella tapia yacía virgen. Y se rió a carcajadas cuando aseguró que la pared sana era la única que mantenía en pie a toda la construcción. Pero para Joao las advertencias no fueron suficientes entonces, igual se alquiló en el apartamento más destruido de todos; y no serían suficientes ahora porque habría de propinarle tal zapatazo a la cucaracha que terminó por abrir un agujero en el suelo del tamaño de una naranja. Se asustó muchísimo cuando la naranja devino una grieta que se extendió por la habitación, siguió camino y ascendió los muros, el techo, se ramificó en un segundo y terminó por desplomar el apartamento en un terrible efecto de dominó. Así se vino abajo el piso subsiguiente con el peso y el estruendo de los de arriba. Estallaron los caños, se incendiaron las tuberías del gas, y la enfermedad de corrosión terminó por convertirse en un infarto. La señora Denise, en la primera planta, solo tuvo tiempo de persignarse y sonreír la última vez, porque desde antes adivinó que habría de morir al mismo tiempo que su edificio. Los vecinos quedaron aplastados por la catástrofe, con la rara excepción de los que ardieron bajo la primera ola de fuego que provocó una explosión misteriosa. Cuando llegaron los bomberos y rescatistas, el capitán al mando preguntó: G.V. Andersen (Pinar del Río, 1983). Abogado y escritor. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ganador del Premio David de Cuento 2014. Narraciones suyas han sido publicadas en revistas cubanas como Cauce, La Gaveta y los portales web Cubaliteraria, El Caimán Barbudo y La Jiribilla. Teoría del Caos G.V. Andersen —¿A qué lugar llevan los conductos de gas? La vieja mole de concreto había estado conectada desde tiempo atrás con la antigua Central de Combustibles, un emporio semiderruido que en otro tiempo abasteció a la ciudad completa. Actualmente sus tuberías se trenzaban como una malla subterránea, todas taponadas, que morían en pozos filtrados de carburantes. Por ciertos motivos de ahorro y bellaquería, la señora Denise continuó alimentando su edificio del combustible que aún permanecía atrapado en los tubos, y de los suspiros esporádicos que manaban de los pozos a punto de agotarse; ignoró siempre que en un desastre como el de este día, su edificio iba a ser el detonante de una bomba mayor. La segunda oleada de fuego hizo explotar dos carros de bomberos y el capitán al mando, casi sin habla y pálido de terror, indicó con voz temblorosa que las llamas no podían, bajo ningún concepto, filtrarse al interior de las tuberías o los minutos de la ciudad estaban contados. Demoró apenas un segundo en dar la orden, suficiente para que el incendio se escurriera como agua por los caños. Y se escuchó un silencio solo comparable con la desolación de la muerte. —¡Que Dios tenga misericordia! —se escuchó decir a alguien antes de que el estruendo ensordecedor de la vieja Central de Combustibles apagara las luces de la ciudad entera, y avisara que los pozos se habían encendido. Fueron tres días de terremotos donde no quedó nadie. A Daisuke Atahashi le resultó extraño el olor a mar abierto que se le coló por las ventanas del auto. Aquella mañana su esposa Kiro había despertado con un fuerte dolor de cabeza que lo atrasó media hora entre analgésicos y paliativos, hasta que al fin la señora languideció en un sueño contagioso que Daisuke evitó para no atrasarse más. Entonces trabajaba en un complejo rascacielos colmado de oficinas comerciales que le salvó la vida en otro tiempo, y que hubiera podido hacerlo de nuevo de no ser por la media hora que pasó con su esposa Kiro. De cualquier modo quedará para el misterio si Daisuke habría preferido salvarse o no, cuando supiera que una de las primeras víctimas fue la señora, incapaz de discernir en la profundidad de su sueño. Lo cierto es que aquella mañana Daisuke se vio envuelto en un tráfico tormentoso, y terminó varado en una calle congestionada de impuntuales como él. Fue ahí cuando lo sorprendió el olor a mar abierto, y cuando los autos de la fila comenzaron a colisionar unos con otros, y se escucharon los gritos y las bocinas excitadas de los coches, y lo chocaron por detrás rompiéndole los faros, y él vociferó «¡Qué diablos te sucede!», pero no le respondió el que lo hizo, porque había abandonado el carro y escapó corriendo calle arriba. En ese momento Daisuke supo que algo iba mal y tuvo el tino infortunado de mirar al puerto de la bahía, a casi una milla de distancia. Después prefirió no haberlo hecho, pues se avergonzó consigo mismo por haberse mojado en los pantalones. Y lo chocaron otra vez, ahora por el costado; y gimió como un chiquillo, presa del pánico y sin querer mirar el tsunami que ensombreció la mañana, pero que no era tan alto como su edificio lleno de oficinas comerciales. Daisuke intentó abrir la puerta del coche para escapar como los otros, sin saber que el último golpe lo había condenado para siempre. Entonces cerró las ventanas y esperó la muerte maldiciendo a Dios, pues Daisuke ignoraba que al otro lado del mundo había un hombre llamado Joao, una señora Denise, un edificio apopléjico, una antigua Central de Combustibles y un terremoto de tres días enteros. A la familia de Paolo Orsini la había sacado de la cama los bramidos del Vesubio. Debió suceder algo grave en las capas subterráneas del planeta para que el volcán despertara de su letargo centenario, pues aun cuando la erupción habría de ser inevitable, Paolo Orsini contaba con las palabras cerebrales de los investigadores que afirmaron vehementes ¡hasta cincuenta años más de inactividad! Pero claro, ninguno contó con que una cucaracha viniera a romperles los pronósticos. Y ahí estaba, lloviendo el odio del Vesubio en una noche de cenizas más oscura que la propia noche, con la única luz de los estallidos incesantes. El caos del exterior de la casa fue penetrando poco a poco por debajo de las puertas, y asaltó a las niñas aterradas que comenzaron a llorar. La señora intentó calmarlas, pero la desesperación era el claro reflejo de sus ojos. Los mismos que buscaron a Paolo, los que le pidieron a gritos de alma que tomara una decisión salvadora de las hijas. Entonces Paolo Orsini escapó del susto paralítico y las arrastró a las tres hasta el coche familiar. Condujo a resbalones, a ciegas, atropellando a quien intentó detenerlo. Por senderos abiertos y por los que abrió él mismo a través de los bosques, evitando el tráfico. Se internó en la península, abandonó su casa y sus bienes y su vida, y después de cinco horas al volante no se percató de que la lluvia de cenizas había cambiado por una lluvia de copos, hasta que una de las niñas se quejó de frío. Solo entonces se detuvo. Paolo bajó del coche, estupefacto por la duda. Era verano y caía una nieve de invierno. Eran las ocho y el sol no había salido. Era una vida abandonada con la muerte como meta. Cayó de rodillas al suelo con una certeza que lo elevó en la historia. —¡El Vesubio nos persigue! —dijo como iluminado por el Espíritu de Dios. Paolo no sabía que una serie de terremotos había detenido al mundo, y que él quedó en la parte oscura. El eje imaginario se trasladó cerca de treinta grados. Los glaciares se fueron derritieron donde hubo luz, mientras que la latitud apagada se congeló casi completa. En ese punto toda forma de vida comenzó a extinguirse. Los continentes se reorganizaron. Surgieron nuevos volcanes, nuevos mares. El centro imantado del planeta brotó a la superficie y terminó por desviarlo de la órbita elíptica alrededor del Sol. Entonces sucedió: el cometa Halley se le vino encima a nuestro mundo, con la misma fuerza que nos alejó siempre. Hubo una explosión en medio del espacio y nos convertimos otra vez en una nube de polvo. Al final solo quedó un silencio ensordecedor, una Luna a la deriva, una Vía Láctea con un planeta menos… ¡¡GOOOOOOOL!! Joao alzó la vista. Como previó su selección comenzaba a anotar. Miró a la cucaracha. Aún mantenía el zapato en alto. Pero era solo una cucaracha. A fin de cuentas el edificio estaba plagado por millones. En fin, ¿qué diferencia hay entre dejar vivir o no a una cucaracha? juventud rebelde domingo 22 de mayo de 2016 el tintero y su Poesía 03 Nicolás Dorr La persistencia de un hombre de teatro Marilyn Garbey EL estreno de Las pericas, hace ya 55 años, situó el nombre de Nicolás Dorr en los anales del teatro cubano. La persistencia de este hombre, nacido frente a la playa de Santa Fe, multiplicó su talento y propició la creación de personajes tremendos, de diálogos entremezclados de absurdo e irrealismo. Muchos elogios ha cosechado Nicolás a lo largo de su carrera, y desde ya se desatan las expectativas ante el anuncio de que ultima detalles de una novela. Pero ahora conversaremos sobre una de sus pasiones, el teatro. —En el inicio están Las pericas. A estas alturas de su vida, ¿cómo recuerda su irrupción en el teatro cubano? —Fue algo tan extraordinario que me complace recordarlo, no como nostalgia, sino como reafirmación de que a pesar de un inicio tan aparatoso como ese, no me quedé detenido en ese momento. Del 61 hasta acá, he estrenado y publicado casi 30 piezas de teatro y he tenido aun mayores éxitos que los que obtuve con Las pericas, pero ese fue un comienzo que me abrió en grande las puertas del teatro cubano. Para un niño de 14 años hubiera podido ser algo paralizante, pero yo veía todo lo que sucedía en torno a mi persona como un juego, no podía sucederme algo así. «Las pericas formó revuelo desde antes de darse a conocer, eran muchas las noticias que salían a diario sobre su próximo estreno, y todas hacían hincapié en la edad del autor. Era algo que no había ocurrido nunca antes y que no ha vuelto a suceder. Tuve muchos apelativos cuando el estreno: Virgilio Piñera me llamó “Genio del burlesque”, José Antonio Portuondo y Rine Leal coincidieron en llamarme “el Alfred Jarry tropical”; Guillermo Cabrera Infante, “Enfant terrible”; Ezequiel Vieta, “Autormonstruo” y “Botón de genio”, pero el calificativo que más me estimuló fue el que me asignó Orlando Quiroga: “el pequeño Federico”. Yo conocía los romances de Lorca y había disfrutado ya varias de sus obras. «Mi irrupción fue como una bomba teatral, así lo recuerdo y lo ratifica aquel comentario de Rine Leal: “Ha nacido un autor que no se parece a ningún otro en Cuba”. Eran elogios muy desmedidos, pero me divertían mucho, y a mis hermanos, y sobre todo a mi madre… Enseguida la obra se puso por la televisión en Escenario 4, que dirigía Rogelio París; se publicó en lunes de Revolución… Fue el único programa de los lunes de teatro cubano de la Sala Arlequín que pasó a las funciones profesionales de fines de semana. ¿Qué más se podía pedir para un surgimiento escénico? Yo tuve la suerte de estrenar en los primeros años de la Revolución, antes de que se creara la Uneac. Incluso antes del nacimiento de la Organización de Pioneros... De haber existido, hubiera ido a mi estreno con pañoleta. ¡Es maravilloso tener esos recuerdos! Me tienen que dar orgullo y satisfacción, por supuesto; pero nunca vanidad». —¿Por qué los personajes femeninos son los más inquietantes de su poética? —Las mujeres por lo general son siempre más complicadas que los hombres. Eso me gusta de ellas. Realmente me inspiran. —Usted es dramaturgo comprometido con el montaje de sus obras. ¿Ha sufrido o ha gozado al ver sus criaturas en escena? —Dirigirlas, en ocasiones, me ha fortalecido el oficio de dramaturgo. El contacto directo con los actores es muy enriquecedor; aunque yo me considero el primer intérprete de mis personajes, pues para que salgan creíbles hago como los actores, me meto en sus pieles y vivo por ellos y con ellos. También esa posibilidad de llevarlos a escena te permite controlar tu creación, y que no te adulteren el estilo ni la estética, ni tan siquiera la expresión verbal de los personajes. Yo reelaboro mucho lo que escribo antes de darlo a conocer. He gozado más que sufrido, porque he podido apreciar el goce del público. Y eso es lo que más uno espera. —Su familia es de estirpe teatral. ¿Es el teatro el centro de la vida cotidiana? —Mi hermana Daisy estudió actuación con la gran actriz española Adela Escartín, quien fue alumna, a su vez, nada menos que de Estela Adler. Antes del estreno de Las pericas ya había centralizado la atención de la prensa por su atrevida actuación en la obra Malditos, en la sala El Sótano, dirigida por su autor, el mexicano Wilberto Cantón. Muy recientemente Daisy protagonizó con gran éxito mi obra La profana familia, ¡durante nueve temporadas! «Nelson comenzó su carrera con mis Pericas. Y muy pronto se convirtió en uno de los directores imprescindibles de la escena nacional. Esos hermanos me llenan de regocijo. Somos Los Dorr. Y soy muy feliz cuando logro que nos reunamos los tres en un proyecto. Respeto y valoro mucho el nepotismo en el arte. Contra viento y marea el teatro ha sido y sigue siendo el centro de nuestras vidas». —¿Cuál fue el último texto que escribió? ¿Lo escribió a lápiz sobre papel o utilizó esta vez la computadora? —No me da vergüenza confesar que soy un autor absolutamente decimonónico, pues todo lo escribo a mano. El temblor del lápiz en mis dedos, la precipitación con que aparecen mis personajes y hablan y discuten, no me permiten el tecleo. Cometería constantes errores. Después, paso esos manuscritos a la computadora para imprimirlos y revisarlos en las hojas. Es como mejor adviertes lo que hay que reescribir. «Ahora estoy emborronando nuevas cuartillas para una segunda novela que ya tiene título: Del otro lado del río. Estoy bien entusiasmado. Ya voy por una tercera revisión en la computadora y en las cuartillas impresas. Siempre guardo los manuscritos, y pongo en la primera hoja la fecha en Foto: Frank Miló que vencí la angustia de la página en blanco. ¡Una vez que escribo las primeras palabras, ya no hay nada ni nadie que me detenga! Escribir es algo que te convulsiona y te hace sentir vital, y siempre receptivo ante todo lo que pasa a tu alrededor, porque puede servirte como material literario. En ese tiempo de escritura vives solo para eso. Crear personajes es una aventura extraordinaria». La dignidad de la nieve YANIRA Marimón (Matanzas, 1971). Poetisa y narradora. Ha publicado los libros La sombra infinita de los vencidos; Donde van a morir las mariposas, Premio Calendario 2005 y La Rosa Blanca al mejor texto publicado ese año; Contemplación versus acto, Premio José Jacinto Milanés 2008 y Premio Nacional de la Crítica 2009; y Tocar las puertas del cielo. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y aparece recogida en numerosas antologías y publicaciones periódicas de Cuba y el extranjero. Se encuentra en proceso de edición su libro La fragmentada memoria, por Letras Cubanas. Es miembro de la Uneac y editora de la revista Matanzas. Antes fui un pez Antes fui un pez de milenario ojo con su sueño de luna y superficie su vocación de silencio. Antes fui un pez, lo sé cuando miro esas escamas brillantes a la luz el sereno movimiento de su cuerpo y sus aletas y los descubro míos. Antes fui un pez y no logro recordar mis branquias usurpadas por estos pulmones enfermos, el acto de mi boca cercana a la punta del anzuelo. Cree el calor que doblega la nieve. La nieve se vuelve agua cada primavera, pero resurge, segura, cada diciembre. Sabe que este es el tiempo que le fue dado, por eso acepta su destino, su aparente derrota. Se sabe dueña del invierno y con eso le basta. 04 tinta fresca en el tintero, domingo 22 de mayo de 2016 juventud rebelde El reino de José Álvarez Baragaño Cira Romero EN la reciente Feria Internacional del Libro, Ediciones Unión dio a la luz, bajo el título Una cita informal y constante con la muerte, una obra que nos entrega, en poesía, lo publicado, en libro, por José Álvarez Baragaño (1932-1962): Cambiar la vida (1952), El amor original (1955), Poesía revolución del ser (1960), Himno a las milicias y sus poemas (1961), más 34 «Textos perdidos» aparecidos, antes o después de su muerte, en Lunes de Revolución, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, Islas y Pájaro Cascabel, de México, en una importante labor de rastreo llevada a cabo por dos jóvenes escritores, quienes fueron, a su vez, editores del volumen: Jamila M. Ríos e Ibrahim Hernández Oramas. Ellos tuvieron la magnífica idea de sumar a todo este conjunto poético una antología de ensayos y artículos del autor salidos entre 1958 y 1960, precedidos de un estudio introductorio, La Historia en varios sentidos: notas sobre el ejercicio crítico de José Álvarez Baragaño, de María de Lourdes Mariño Fernández. Figuran textos como Wifredo Lam, publicado de manera independiente en 1958, mientras que Mirada a través de la pintura cubana, Sobre Jean-Paul Sartre y De la responsabilidad literaria, entre otros títulos, permanecían sepultados en revistas de la época. El libro cierra con una cronología de Baragaño y su bibliografía activa y pasiva. El prólogo corresponde a Marcelo Morales. No exagero si digo que estamos ante un libro perfecto, por su contenido y por su forma, gracias al diseño de cubierta e ilustración de Rubén Cruces Reyes. RESULTA más bien inusual que la literatura escrita para niños y jóvenes encuentre espacio —se le haga espacio— en actos formales, pensados para lectores adultos o en publicaciones a este dirigidas, salvo algunas muy especializadas (en la revista En julio como en enero, una zona de Chinchila), pese a ser en definitiva los mayores quienes deciden la compra de un libro (para sí o sus hijos). Por ende, no es tampoco frecuente que quienes solemos ocuparnos de su promoción pensemos textos más o menos críticos sobre los textos infantiles, sino más bien en una manera otra de ofrecerlos directamente a los niños acudiendo a un estilo lúdicro, informativo, ligero. Sin embargo, heme aquí, tratando de hacer la «presentación en sociedad» —la sociedad adulta— de la joven Hilda, especie de noveleta, publicada por Ediciones La Luz para el público infantil, con que Sigrid Victoria Dueñas (y por su dedicatoria me atrevo a sospechar sus motivaciones) lanza opiniones e ideas en torno a un tema que a todos nos visita de vez en vez, y que es mirado cada una de estas veces de modo diferente, incluso por un mismo individuo, según el momento de la vida en que nos asalte y el modo en que lo haga: la muerte. Si nos atenemos a la nota Álvarez Baragaño, fallecido de un aneurisma cerebral sin llegar a cumplir los 30 años, estuvo entre aquellos jóvenes artistas en ciernes que a comienzos de la década del 50 partieron para Europa en busca de nuevos horizontes. En su caso, vivió en París y viajó por España e Italia. En Europa colaboró en importantes revistas y tras su regreso a Cuba fue columnista en Revolución y Lunes de Revolución. Participó activamente en la movilización de Playa Girón, en la campaña del Escambray y estuvo entre los que asistieron al Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas, del que surgió la Uneac, de la cual fue secretario de Relaciones públicas hasta su deceso. Artísticamente Baragaño pertenece a la llamada Generación de los años 50, en la cual se inscriben, entre muchos nombres notables, los de Roberto Fernández Retamar, Carilda Oliver Labra, Pablo Armando Fernández y Fayad Jamís. Junto con Roberto Branly formó, según se ha dicho, la pareja «surrealista» de esa generación, algunos de cuyos integrantes publicaron sus primeros poemarios en esa década. Pero él se desmarcó de cierta presencia neorromántica latente aún en muchos de sus coetáneos y logró una poesía de alta tensión lírica en la que, a la par que las visiones de la cotidianidad, se presentan también lados más oscuros, cercanos casi a lo sombrío. Pero su voz evolucionó hacia una poesía capturada por el tono conversacional, nacida de circunstancias políticas que el poeta vivió con intensidad tras el triunfo de enero de 1959, y que conjugó en versos de bullente sabor épico. Si en su poema Vida fragmentada, de su primer libro, la aprensión domina la palabra: Secreta oscuridad invade todo,/ Incierto,/ Incierto,/ Yo, estado que no deja de estar presente, en complicidad con la muerte, en Poesía, revolución del ser, libro de extraordinarias cualidades y donde, por momentos, la sinrazón llega a ocupar cierto espacio caprichoso expresado en imágenes directas y golpeantes, su Himno a las milicias y sus poemas tejen un nuevo cosmos donde su voz, siempre distinta, no repitente de consignas, encuentra un poderoso acicate para darnos una expresión que revoluciona en dos sentidos: desde la poesía misma y desde el modo de cantarle a una nueva época: Yo mi miliciano/ Tú mi miliciano/ ¡Milicianos del alba y de la sangre!/ Sin fuentes ni riberas/ Nuestro ojo ve la imagen abierta a las revoluciones/ Bajo un viento que quiere cantar/ Nadie sabe donde se juntan esos ríos/ Nuestra sangre no se detiene/ Comunica a un nivel de libertad/ La creciente del pueblo/ En la estación profunda de la sangre. La opción poética de Baragaño tras la victoria no se transformó ni en su tono ni en su forma, sino en sus temas, como se confirma en los últimos poemas no recogidos en libros e incorporados a esta nueva edición de su obra. Allí prevalecen aquellos de contenido heroico: Revolución color de libertad, El himno de las trincheras o Himnos a Camilo Cienfuegos. Y habría que destacar otro detalle que corrobora la importancia del libro: sus editores incorporaron, y Sigrid y Brünilda, desde La Luz José Raúl Fraguela promocional, pudiera pensarse que la lectura nos llevará por los caminos del equívoco, la aventura, el choteo cubano quizá en que se verá envuelto un personaje de la mitología nórdica caído abruptamente en La Habana de hoy, ¡en un solar de La Habana!, y el primer capítulo nada desmiente, salvo que la niña venida de Europa parece demasiado humana para ser JR «LA LITERATURA AL ALCANCE DE TODOS» PUBLICACIÓN MENSUAL, SUPLEMENTO DE una valkiria, aunque muy madura y hasta tal vez algo severa si nos atenemos a la edad que aparenta, cualidades que, sin embargo, no la hacen inmune a la amistad que le ofrece Raúl, el otro protagonista, adolescente habanero que habita el cuarto contiguo al suyo en el solar, y que peca de lo contrario, pues parece ser demasiado ingenuo e inmaduro para su edad. Justo en las líneas finales del capítulo aparece, imprevista como tanto suele hacerlo,la muerte,y con ella una muda en el nivel de la realidad que convierte a estos personajes en otros, sin dejar de ser ellos, contaminando con el cambio sus acciones y actitudes sucesivas. A partir de ahí cobra significado ese segundo párrafo de la contracubierta y empezamos a recibir «un certero mensaje de aliento sobre la virtud de enfrentar el dolor y la muerte con ese coraje que dignifica la condición humana». Y no es que sea tema este desacostumbrado en la saga infantil cubana. Presente ya en algunas de las entregas martianas para susnuestros niños de América, lo mismo que lo está hoy en la obra de [email protected] con él se cierra el segmento de poemas del libro, un poema inacabado que, presuntamente, estaba escribiendo al momento de morir, y fue hallado en su mesa de trabajo por Francisco de Oraá. En sus dos versos que se suponen finales leemos: Oh, gran patria del hombre/ Recuerda nuestros pasos. Los artículos y ensayos incluidos ofrecen algunos signos clave para conocer su visión del arte y de la literatura como conceptos, como ideas, ya interpretando, ya dando cuenta de los rangos artísticos, pero, sobre todo, mostrando su sensibilidad como creador. Este libro descubre y reafirma a un autor cargado de apetitos intelectuales. José A. Baragaño regresa a la literatura cubana de la mano segura de quienes forjaron esta obra, en una labor de rescate merecido, pero también de justicia. autores como Luis Cabrera Delgado o Nersys Felipe, por solo mencionar dos, paradigmáticos; es que Sigrid Victoria lo trata con claridad singular, de modo directo y descarnado, y sin embargo, no lastima —aunque duela—, porque consigue investirla de la naturalidad que, siéndole inherente, seguimos ignorando de forma sistemática y deliberada, y también porque, todo el tiempo, explícitamente o no, contagia los sucesos narrados con un hálito de esperanza, de renacimiento y permanencia. Todo parte, quizá, de la manera de morir de estos personajes, ya sea haciendo deliberadamente el bien en actos heroicos de los cuales, por sus características y accionar anteriores no parecían capaces; ya por el estoicismo —nacido tal vez de la necesidad de proteger a los que se quedan— con que enfrentan el sufrimiento, o simplemente porque, pese a aparentes intolerancias o resabios, supieron conformar una familia funcional y por lo tanto hacerse querer de ella. Para reafirmar el sabor optimista del relato, el último episodio, pese a quedar inconcluso, nos deja la certeza de que este nuevo candidato a ser transportado por la valkiria… ¿al Valhala?, logrará permanecer entre los suyos y alcanzará a regenerarse en la vida EDITORES: Marilyn Bobes y José Luis Estrada Betancourt presente, salvado por sus propios sentimientos. Un libro «raro», diría yo, este Hilda de Sigrid, si el vocablo no resultara aquí de significación ambigua, pero sí puedo asegurarles que es todo él un canto a la valentía del hombre —y la mujer— común, a la tolerancia y más que eso, a la aceptación del otro a partir de la comprensión de sus actitudes y los resortes que las provocan; y un libro increíble, sí, si tenemos en cuenta la juventud de su creadora (no rebasa los 35), quien, utilizando con precisión de orfebre los recursos narrativos, crea sicologías y ambientes que nos dejan una lección inobjetable de vida. No puedo menos que agradecerle por ello, como a La Luz conminarme a leer Hilda, cosa que hice con fruición, de punta a cabo en poco menos de dos horas, gracias también a la impecable edición de Adalberto Santos y a un diseño de Frank Alejandro, puesto, como debe ser, en función de facilitar dicha lectura, cosa que le sugiero haga, y enseguida querrá brindarlo a sus hijos, a su pareja, a sus amigos y hasta a alguno que no lo sea por necesitar, precisamente, fijarse más en ciertas conductas que le ayuden a mejorar la suya. Para eso son también, en definitiva, los buenos libros. CORRECCIÓN: Equipo de Correctores DISEÑO: Abdel Alfonso Núñez
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