LENGUAJE Y APERTURA ECONÓMICA Guadalupe Acle Tomasini y Xavier Chiappa-Carrara* En un tiempo relativamente corto y con relación a otras épocas, parece incorporarse en el vocabulario del mexicano, o quizá sería más correcto decir en el de algunos mexicanos, palabras extranjeras cuyo vínculo es indiscutible con el ámbito comercial y por tanto con las regla de apertura económica que se han establecido, particularmente en este sexenio. Así, aún antes de que el famoso TLC sea firmado, no es difícil advertir cambios lingüísticos en algunos vocablos. Las tintorerías o planchadurías – como todavía se les nombra en algunas colonias de la ciudad – ahora se llaman dry-clean US, las tiendas abarrotes se han transformado en mini-markets. Please take your ticket here nos indican las máquinas automáticas al tomar los boletos de unos guantes para lavar trastes en los que además se pueden leer ya las instrucciones en inglés, francés y español, aun cuando sean fabricados en México. Valet parking, mailboxes, Paris croissants, drug store, son algunos, de entre otros muchos ejemplos que podrían seguirse citando, y que no se trata precisamente de anglicismos o galicismos sino de traducciones que se están dando en un contexto que no es bilingüe en el sentido estricto de la palabra, ante el cual surgen algunas interrogantes: ¿Constituyen estos nuevos códigos los índices de un nuevo colonialismo?, ¿cuál es la relación entre estos cambios lingüísticos y la identidad cultural del país?, ¡cuál es la realidad que subyace en la relativa rapidez de estos cambios?, ¿qué es válido y qué no? Lo que se presenta es, sin lugar a dudas, un fenómeno complejo en el que aspectos históricos, políticos, económicos, ideológicos y simbólicos se encuentran entremezclados, por lo que las respuestas no son fáciles. Desde un punto de vista histórico puede ser señalado que México ha sido, desde la época prehispánica, un país multilingüe y por consiguiente multicultural. Cuando los conquistadores llegaron, los mexicanos habían encontrado una solución a la diversidad de idiomas. El náhuatl era el idioma oficial del imperio y había intermediarios bilingües procedentes tanto de la comunidad azteca como de las tribus vecinas y avasalladas. El náhuatl era el instrumento de las relaciones políticas y económicas entre intérpretes y recaudadores aztecas por un lado, y los miembros de las tribus que componían el sistema tributario por el otro. De esta manera el náhuatl servía de puente de comunicación entre los diferentes grupos lingüísticos (Brice, 1986; Martínez, 1991). * Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, UNAM. El náhuatl además de ser un estándar lingüístico supranacional, eficaz en el sistema tributario del imperio azteca, cumplía toda una serie de funciones para los hablantes de las lenguas vernáculas dentro de dicho imperio. Los españoles pronto descubrieron que había una similitud entre el náhuatl y el latín, puesto que ambas lenguas servían para la comunicación técnico-práctica dentro y fuera de la comunidad, en cuanto a la política, jurisprudencia y economía. La única diferencia era que el náhuatl carecía de un sistema de escritura convencional, pero no tardaron en indicar que éste podía transcribirse con el alfabeto romano (Brice, 1986). Desde este momento apareció la controversia que desde hace cinco siglos se ha tenido respecto a la política lingüística. Pellicer (1988) indica que en todos los momentos del pasado histórico ha habido proyectos para imponer la castellanización, sea a través de la evangelización, la unidad nacional o la integración de las minorías. Las políticas lingüísticas en la educación indígena se han encontrado en la base de proyectos gubernamentales cuyas tesis de integración, incorporación y nacionalismo han constituido el fundamento de acciones particulares. Pero, ¿cuáles son las tesis actuales de los proyectos gubernamentales?, ¿cuáles las políticas lingüísticas explicitas y cuáles las implícitas, a la luz de la apertura económica? El lenguaje constituye un requisito previo para el desarrollo de la cultura así como su adquisición; por parte del individuo, es necesario para que éste adquiera los complejos productivos cognitivos, sociales y culturales de la sociedad en la que vive. Es importante considerar que el lenguaje refleja la estandarización psico-social de las relaciones palabra-objeto, palabra-idea, así como las actitudes, los valores y los modos de pensar característicos de una cultura determinada. Cabe señalar que la lengua utilizada en un país es la lengua del Estado, de sus instituciones, de sus aparatos administrativos, lengua que además es considerada como nacional. De acuerdo a Tabouret-Keller (1988) el “progreso social” parece esta altamente relacionado con el dominio de la lengua del Estado, mismo que parece ser el mejor camino para alcanzar dicho progreso. Razón por la cual el aprendizaje de esta lengua, considerada como nacional, se encuentra en los procesos educativos como el instrumento del conocimiento del mundo, su organizador y al mismo tiempo su manifestación (Varese, 1983). En la lengua están las emociones comunitarias, los anhelos, el programa de vida, la herencia generacional, en suma toda una serie de experiencias. Para Esteva (1978) existir es hablar un determinado lenguaje. Tal como se señaló, la lengua se encuentra estrechamente relacionada con la cultura, la cual consiste en primer término en un modo de estar en la vida. Los modos de estar en la vida son, a priori, infinitos. Cada pueblo elige, mediante un proceso complejo en el que intervienen las circunstancias históricas concretas, los factores geográficos más diversos, las predisposiciones constitutivas primarias, etc., un programa de vida y no otro. Poco a poco y a lo largo de los siglos, el programa de vida de la cultura pasa a formar parte de la intimidad de cada uno de sus miembros, o pasa a ser como la lengua, una sustancia propia. La cultura por tanto, no consiste en un acopio de conocimientos determinados sino en la asimilación personal de valores transindividuales. La cultura no es posible sin un lenguaje que la exprese, los proyectos de vida no son realizables si no disponen de los vocablos que los formulen. A su vez, tales como vocablos no pueden existir y crecer si no se ponen al servicio de los usos y las costumbres de la comunidad. Lengua y cultura se codeterminan y se condicionan mutuamente. ¡Qué pasa entonces cuando se introduce una lengua extraña?, ¡cómo y para qué se introduce ésta?, ¡cómo ha sido esta situación en nuestro país? A partir del momento de la conquista, las políticas lingüísticas en la educación han estado marcadas por cuatro etapas, mismas que obedecen a las características propias de dichas políticas. 1) La lengua materna como base de la evangelización. Etapa en la cual los religiosos señalaron a los administradores locales que fomentar el náhuatl como lenguaje universal de los indios era la técnica más eficaz para la cristianización y además era el método más seguro para reducir el número de lenguas existentes en la Colonia. Los misioneros pensaban también que ello iba a constituir una forma de consolidar la conquista y asegurar la sumisión del Rey y de la Colonia (Brice, 1986; Aguirre Beltrán, 1973). 2) De la imposición del castellano a la imposición del español. Cuando los indígenas empezaron a aprender la lengua de los conquistadores, incluso el latín, se impuso el castellano y se eliminaron las lenguas y culturas indígenas. Era la casta inferior la que tenía que aprender el lenguaje de los amos. Posteriormente, al lograrse la Independencia, el español fue el código de la élite, o sea de los criollos, españoles peninsulares y algunos descendientes de la aristocracia indígena. No se consideró a las masa del interior del país, y se declaró que las casas de educación darían iguales oportunidades a los indios y a los no indios (Aguirre Beltrán, 1973). Después, en el régimen de Porfirio Díaz se creó la filial de la Real Academia Española. Los funcionarios educativos indicaron que el idioma de México no era el castellano, sino el español forjado por la herencia cultural mexicana de carácter único. Se hicieron esfuerzos por codificar la lengua estándar nacional. Al inaugurar las escuelas indígenas, Díaz consideraba que la difusión de la lengua nacional entre los indígenas era una necesidad para el progreso del país (Aguirre Beltrán, 1973), filosofía con la que se continuó aún después de la caída de Díaz. 3) Reconocimiento de las lenguas nativas pero siguió imponiéndose el español. Etapa en la que se siguió pensando en la unión nacional. En los años treinta aproximadamente se señalaba que aún cuando había que conservar las lenguas indígenas como un camino para alcanzar el espíritu y el entendimiento de los niños indios, éstos habrían de tener sus propias escuelas en las cuales se enterarían primero de su propia cultura para pasar después a la regional y a la nacional. 4) Educación bilingüe y bicultural. La adopción oficial de una política de enseñanza en lengua vernácula se pone en ejecución hasta 1963 cuando Torres Bodet, secretario de Educación, acredita la experiencia del INI en las regiones de refugio. Sin embargo, la idea de lograr que el español se convirtiera en la lengua común única se modificó a favor del bilingüisimo. Lo que pasaba era el indio aprendía no únicamente el español, sino también la vestimenta y hábitos para convertirse en mestizo abandonaba su comunidad y emigraba a las ciudades, en donde se encontraba flotando entre dos culturas, incapaz de regresar a la antigua, y de adaptarse a la nueva por la falta de adiestramiento tecnológico y de conocimientos urbanos (Brice, 1986). Aun cuando estas etapas y políticas se encuentran referidas particularmente a la enseñanza del español a grupos indígenas, podrían relacionarse también con lo que ha significado en otros ámbitos educativos el aprender “otro” idioma, aunque para ello no se encuentren políticas explícitas. De hecho, actualmente y a partir de ese abismo que cada vez se hace más profundo, entre lo que se considera como educación oficial y privada, la enseñanza de un segundo idioma, generalmente extranjero: inglés, francés o japonés, constituye de acuerdo a una creencia más bien popular, la posibilidad de movilidad social. Lo cual no es del todo diferente a lo que sucede en los grupos indígenas, en los que los padr4es entre sí hablan la lengua vernácula pero prefieren que sus hijos aprendan el español y los envían a las escuelas monolingües de su comunidad, aun cuando en ésta existan escuelas bilingües. Si la introducción de las lenguas extranjeras en la escuela primaria constituye un valor, conviene aclarar lo que subyace en ella. Al centrarse en el aspecto lingüístico existe el riesgo de enmascarar otros aspectos. De hecho, las palabras no son suficientes para la comunicación; las expectativas, los implícitos, los silencios, los gestos, las entonaciones y la convivencia cultural realzan otro tipo de competencia: la cultural que Abdallah-Pretceille (1991) nombre competencia intercultural, para remarcar el principio de la coexistencia de marcos culturales diferentes. Algo que subyace en el aprendizaje precoz de las lenguas se sitúa más que en la adquisición lingüística, en la construcción de la identidad, principalmente de la cultural. La lengua funciona como un instrumento de integración colectiva y de afirmación individual así como un índice de pertenencia. Es un medio de comunicación y también una modalidad de expresión de la cultura y un mediador de la identidad. Percibida la lengua como un componente de la identidad, constituye una preocupación de orden esencial. La dificultad no reside, entonces, en la apropiación lingüística de varios códigos lingüísticos, sino en la adquisición de la competencia intercultural correspondiente, así como en el aprendizaje de los usos sociales ligados a los diferentes discursos y hablantes. La objetivación de las manipulaciones, ya sea individuales o grupales, de las lenguas con fines de comunicación y de las producciones de los discursos, constituye un entrejuego educativo determinante en todas las sociedades caracterizadas por un pluralismo lingüístico y cultural (Abadllah-Pretceille, 1991). El lenguaje en tanto que actualización social y comunicativa, mantiene relaciones significativas con la cultura. Como condición y producto de la cultura, el lenguaje se pluraliza en función de los individuos, de los contextos sociales, económicos, regionales, así como también en función de las relaciones de poder y las posturas que subyacen en las sociedades. De aquí que sea pertinente analizar los aspectos políticos, ideológicos, económicos y simbólicos que de acuerdo a Tabouret-Keller (1991) subyacen en las situaciones lingüísticas y culturales complejas de nuestro país. Políticos Para Tabouret-Keller (1991) la lengua tiene una doble función: es a la vez el instrumento de unificación del Estado, a través de las grandes instituciones de las que se sirve y en las que se expresa, y es el símbolo de la pertenencia a la unidad que ese Estado representa. La formación de los Estados implica la fijación de fronteras políticas más o menos permanentes, generalmente sometidos al reconocimiento de la comunidad internacional, que en principio la ONU debería representar. Sin embargo, para esta organización la tarea ha sido difícil. Las fronteras políticas no coinciden necesariamente con los límites de las grandes áreas lingüísticas o con aquéllas de las lenguas regionales o étnicas. Es así que se forman la mayor parte de las minorías, por la inclusión de un dominio lingüístico dado en el seno del territorio de un Estado, o bien de una provincia, en la que las normas de uso de una u otra lengua prevalecen y a manudo también los poderes ligados a su utilización. En Europa son numerosos los ejemplos de tales situaciones, como también lo son en otras partes. Estos tienden a ilustrar un modelo de evolución de la relación en la que está última la incluye, más o menos de manera rápida, hasta que quede únicamente ella en vigor. Uno de los medios más considerables para la promoción de una lengua, que reencuentra y refuerza las diferentes necesidades del poder estatal, es la instrucción de los niños en el seno de las escuelas (Tabaouret-Keller, 1988). La escuela y muy particularmente la instrucción primaria, al elegir la lengua que impone para el acceso a la lectura y la escritura, es un elemento clave en las situaciones lingüísticas y culturales complejas, ya que ¿en qué lengua aprenderá a leer y escribir? O mejor dicho, ¿en qué lengua se accederá a la educación? La escritura confiere la permanencia de la forma oficialmente reconocida, otorgando al texto escrito un poder que ningún argumento oral está en la medida ponderar. Al mismo tiempo la lengua confiere por el mismo desplazamiento, un poder a menudo ejercido sin discreción a aquellos que representan el texto, asegurando su circulación y su aplicación. La precisión de un proyecto relativo a la enseñanza de la lengua más útil socialmente y mayormente valorizada, aunque ésta no sea la que se hable al interior de la familia, varía en función de dos factores: - Al nivel de acceso a la educación y a las profesiones cuyo ejercicio está, en sí mismo, regido por la educación. - A la valorización de un modo de ascensión social de tipo urbano. Ideológicos Para Tabouret-Keller (1991) la ideología en relación al origen del lenguaje ha manifestado dos vertientes, la de un origen del lenguaje ha manifestado dos vertientes, la de un origen único y la de la pureza de las lenguas. Se considera que los préstamos de una lengua a otra, la mezcla de lenguas o su evolución misma llevará a la decadencia de las lenguas. Esta ideología de pureza encontró su vigor en el extremismo del nazismo. Como la raza, la lengua debe ser pura. Una encuesta realizada en el país de Gales en 1848 sobre la situación de la educación, mostró que el bilingüismo agravaba las desigualdades sociales. Lo que era un privilegio para aquellos que se podían beneficiar de la educación, era un obstáculo para aquellos que se podían beneficiar de la educación, era un obstáculo para aquellos considerados “incultos”. Desde esta perspectiva, la élite será bilingüe sin dificultad, mientras que el artesano, el campesino y el obrero no sabrán aprovechar el habla corriente al no poder ser dominada ni en la forma oral ni en la escrita. Por lo que estarán condenados a permanecer en su clase social. La emergencia de la psicología, que se ha enfatizado como científica, ha contribuido a mantener este tipo de ideas. Como ejemplo tenemos los resultados de las pruebas de inteligencia cuando se compara a blancas caucásicos, con negros, chinos o chicanos. Por definición, sea cual sea la ideología subyacente, la nación se constituye por un proceso de integración continuo. La política llamada de “integración” es una necesidad. La integración como proceso es y ha sido siempre generadora de la nación, independientemente de cuáles hayan sido las justificaciones ideológicas. La ideología de la asimilación combina la constatación de un hecho: el que se asimila van a volverse como los otros y adquirir además un valor: por tanto la transformación será para ellos una oportunidad única. La crítica de esta “asimilación” se formuló en los años setenta. Durante dicha década, por lo menos en Francia se expresaba el derecho a la diferencia, el discurso político de la sociedad plural florecía. En los discursos oficiales no se volvió a hablar de asimilación de los extranjeros, sino de su “integración” o de su “inserción”, términos que significaban que se respetarían sus formas específicas de identidad (Schnapper, 1991). En el nivel familiar, Streiff-Férnat (citada por Schnapper, 1991) pudo constatar que la presión ejercida por el conjunto social francés para constreñir a las familias árabes a conformarse de acuerdo con los valores familiares de la cultura dominante queda de manifiesto, a pesar de las tentativas de rehabilitación de las culturas, a menudo reducidas a sus aspectos folklóricos y a la asimilación cultural de los extranjeros. En México, la experiencia no ha sido diferente. Aguirre Beltrán (1973) señaló que la tesis incorporativa impulsada después de la Revolución, a través de la que se deseaba integrar a México y crear en nuestras clases campesinas un espíritu rural, así como asimilar a los indios en el seno de la familia mexicana, hacerlos pensar y sentir en español e incorporarlos en el tipo de civilización que constituía la nacionalidad mexicana, era un proceso gradual que requería de un conocimiento profundo de la cultura afectada y de mucha claridad de lo que se perseguía. El sistema educativo sería el encargado de operar la integración. Varese (1983) enfatiza que lo que se logró fue lo contrario acelerando la desintegración y la discriminación de las lenguas étnicas. La relación entre los hablantes de lengua indígena y el resto de la nación se da a través de la lengua oficial, hasta hora el español, misma que es deficientemente aprendida, escasamente controlada y, en consecuencia, se ha convertido en un vehículo insuficiente para que los indígenas participen social, cultural y económicamente en el país. Todo estatuto de grupo minoritario reconocido y discriminado en contrario al principio de igualdad democrática. En las sociedades democráticas de los diversos grupos, no existe la elección entre una política llamada de “asimilación” –es decir de integración- y una política de promoción del pluralismo cultural. En países como Canadá y Australia, que hacen del pluriculturalismo una doctrina una doctrina oficial, se constata en los hechos el carácter marginal y simbólico de la acción llamada “pluricultural” y el sostenimiento de las formas de vida política y económica dominante (Schnapper, 1991). Económicos El problema de la heterogeneidad lingüística llega a convertirse en objeto de preocupación pública en la medida en que el lenguaje juega un papel significativo dentro de la estructura social de un país y de su economía. Sin embargo, no todos los grupos sociales de esta estructura se ven igualmente afectados por el problema. Éste comienza a serlo en relación con el tipo de actividad que realiza el individuo o el grupo. La estructuración de las sociedades tradicionales se ha caracterizado por la presencia de una doble pauta lingüística. Por un lado existe una multiplicidad de hablas locales y formas de lenguaje en la población campesina, formas utilizadas a nivel de la comunicación oral en un radio más o menos restringido, fuera del cual la propia variedad lingüística pasa a ser difícilmente inteligible. Por otro, la sociedad de tipo tradicional sustenta, por encima de la fragmentación del habla campesina, la presencia de lenguas francas en los dominios de la religión, el gobierno y la “cultura escrita”. Es decir, las lenguas de los gobernantes de las élites educadas, de los sacerdotes o de los conquistadores. La utilización de una lengua extranjera se convierte en una forma expedita de distanciación de la clase dominante conoce una forma escrita en la que se expresan las minorías alfabetas. El dominio de una lengua es por sí mismo la entrada a un programa de acción. Conocer la lengua de las instituciones, al lengua escrita, la del mercado de empleo es el primer medio, aunque no el único, para acceder a la movilidad social. Ahora, además, hay que dominar un mercado que se desea internacional (Tabouret-Keller, 1991). Así, algunas lenguas son buenos productos comerciales: se vende su enseñanza y se promueve con los métodos y manuales que se requieren. Se venden igualmente los productos en una determinada lengua. La informática, cuyo mercado ha tenido una extensión rápida en los dos últimos decenios, se vende acompañada de una amplia gama de códigos que tienen una base léxica inglesa. La lengua cumple una función secundaria en la economía tradicional, ampliamente basada en trabajos de tipo manual o artesano. Entre aquellos que ni saben ni necesitan leer o escribir, las diferencias lingüísticas no suelen conducir a un enfrentamiento explícito. Para ellos las diferencias de lengua no constituyen un obstáculo decisivo para la cooperación. Dentro de las sociedades altamente industrializadas, el trabajo meramente manual es realizado por una población escasamente alfabetizada y poseedora de una lengua originaria distinta. Una política lingüística que discipline el uso de la lengua significa poco para la población analfabeta, cuyo trabajo predominantemente calificado exige en un grado mínimo de competencia lingüística. Se ha dicho que la condición de analfabetismo es “omnilingüe”. No importa en qué lengua el individuo no sabe leer o escribir (Lluis, 1978). La actitud de quienes en su actividad han de implicar a un nivel definido el uso hablado o escrito del idioma, es muy diferente. Los profesionistas cuya actividad es afectada en una situación de lenguas en contacto, han de jugar un papel especialmente relevante para determinar la política lingüística del país. En contraste con las sociedades de tipo tradicional, la sociedad moderna industrial reclama la capacidad en el manejo del lenguaje como una de las premisas básicas de su organización. Así, los procesos de urbanización e industrialización conllevan importantes consecuencias de orden lingüístico como factores determinantes de las posiciones económicas (Tabouret-Keller, 1991; Lluis 1978). Desde el momento en que la industrialización apareja una alta exigencia en la competencia lingüística, este proceso ejerce una presión que se polariza en dos direcciones: la normalización de la lengua utilizada oralmente y de forma casi exclusiva por la capas populares, o su sustitución por la lengua “culta” dominante en el nivel escrito. Las modificaciones estructurales y el cambio social tienen graves consecuencias en torno al mantenimiento lingüístico. Actualmente hay lenguas que corren el riesgo de desaparecer en el proceso de modernización, pero al mismo tiempo, los procesos de urbanización e industrialización permiten nuevas formas de conciencia y abren nuevos caminos para la acción social. Las formas de lealtad lingüística puede variar ampliamente condicionando distintas políticas lingüísticas. Desde el punto de vista teórico, la apertura comercial es una estrategia de desarrollo asociada con la creación de zonas de libre comercio, como la que se pretende realizar a través del TLC, negociado entre Estados Unidos, México y Canadá, cuyo objetivo propuesto es la recuperación de la competitividad que en algunas ramas del sistema productivo del país se perdieron durante las últimas décadas. Muñoz Izquierdo (1992) señala que esta recuperación implica afectar las estructuras sociales y económicas del país. Por lo que ser generarán cambios en la naturaleza y efectos de las relaciones existentes entre las instituciones educativas, al sociedad y el sistema productivo nacional. En este Tratado se señala, por un lado, que la liberalización comercial contribuirá a internacionalizar el capital de las empresas del país y, por otro, que tenderá a concentrar el crecimiento económico en las unidades productivas que introduzcan la tecnología que facilite la competencia con las empresas extranjeras que han alcanzado mayores logros en su desarrollo económico. La internacionalización del capital repercute necesariamente en los criterios de formación y de evaluación de los recursos humanos, lo cual supone una mayor comunicación entre el sistema educativo nacional – en cuanto formador de recursos, las empresas en su mayor parte transnacionales, demandantes de los mismos –y las institucionales educativas del extranjero que han contribuido de manera significativa al desarrollo de los criterios de formación y a las normas de evaluación de esos recursos. Muñoz Izquierdo (1992) señala que considerando las asimetrías en cuanto a salarios de los académicos y prestigio de las instituciones educativas entre los países, dichos convenios fomentarán el éxodo de los recursos humanos mejor calificados de nuestro país. El mercado de trabajo sufrirá modificaciones importantes. al respecto, Muñoz Izquierdo (1992) indica que aumentará la demanda de profesionales calificados en diversas áreas, al mismo tiempo que se reducirá la demanda de empleos de menor calificación. La introducción de tecnologías intensivas de capital acrecentará la heterogeneidad que a partir de la década de los cincuenta ha caracterizado nuestro productivo. Mientras estuvo presente el proceso de industrialización endógena – en el cual se propuso sustituir importaciones- el sistema económico no tuvo la capacidad suficiente para absorber productivamente a todos los egresados del sistema educativo nacional. De manera que desde la década de los sesenta, la escasez de oportunidades ocupacionales para los egresados de instituciones de educación superior generó efectos en “cascada”, desvalorizando la escolaridad adquirida por quienes egresaron de los demás niveles educativos. En este orden de ideas, los egresados de instituciones de educación superior se verán obligados a desarrollar actividades económicas correspondientes al mercado “secundario” independiente. En éste, ocupan un lugar preponderante las actividades que se llevan a cabo por cuenta propia, al margen de los mercados denominados “primarios” dependiente e independiente, en los que se ubican los sectores modernos de la economía. Este modelo de desarrollo –basado en la apertura comercial- no permitirá conciliar los intereses de las clases mayoritarias con los de quienes controlan el sistema productivo. Dicho modelo no favorece que los excedentes económicos sean canalizados hacia la generación de empleos suficientes para absorber a los egresados del sistema escolar. Este modelo no está orientado a fortalecer nuestro mercado interno y no favorecerá la distribución del ingreso entre todas las capas sociales. Este modelo funcionará únicamente con altos cocientes de capital/trabajo, por lo que su viabilidad técnica dependerá de la magnitud e intensidad de inversiones procedentes del exterior. Es sólo a través de éstas que se podrá introducir la tecnología y el capital del primer mundo. Muñoz Izquierdo (1992:15) señala que este modelo de desarrollo “exacerba las desigualdades económicas y sociales, conlleva elevados índices de desempleo y provoca no sólo el abandono sino la desarticulación de los sectores agrícolas que a su vez son vitales para alimentar, emplear y educar contingentes importantes de la sociedad”. Por consiguiente, el desarrollo económico basado en este modelo, lejos de resolver las tensiones sociales generadoras hasta ahora, contribuirá a agudizarlas. Los problemas de la educación básica son diferentes a los que enfrenta la educación superior, así como son distintas las exigencias y papeles que se establecen para los diversos niveles educativos. Previo a la firma del TLC, México abrió su economía de manera unilateral. Los intercambios culturales son más antiguos que los comerciales. Como factores que explicarlas características de los cambios culturales del país Safa y Nivón (1992) señalan los siguientes: la movilidad de la población por las migraciones, la información propaganda a través de los medios de comunicación, el propagada a través de los medios de comunicación, al aumento generalizado de los niveles educativos y el paso de una sociedad rural a una urbana. En la actualidad México es un país predominante urbano, con un fuerte desarrollo industrial, que concentra en las ciudades el 60% de su población. Los problemas de deserción, reprobación y falta de calidad de los procesos de enseñanzaaprendizaje ameritan una seria reflexión sobre el papel que debe cumplir la educación en las circunstancias actuales. La falta de presupuesto explica en parte el deterioro del sistema educativo en general y particularmente de los programas destinados a atender las desigualdades educativas. Esta limitación en el presupuesto se interpreta como una pérdida de la importancia política y social de la educación básica del país, de la desvalorización en la sociedad del papel del maestro, del deterioro de su salario y de sus condiciones de trabajo. El Programa de Modernización Educativa trata de dar respuesta no únicamente al deterioro cuantitativo sino también al cualitativo:”... en la nueva filosofía educativa que se desea implementar, existen cuatro rectores básicos que deben regir el cambio: identidad nacional, justicia, democracia y soberanía. Sus objetivos serían desarrollar al individuo en sus capacidades y potencialidades como persona integral y como ciudadano productivo, responsable y solidario, como también contribuir al desarrollo de la sociedad a través de su mejoramiento económico, político y cultural” (Coalte, 1991, citado por Safa y Nivón, 1992). En cuanto a la descentralización educativa que se pretende lograr, existe el riesgo de acentuar las desigualdades sociales derivadas de los diferentes niveles de desarrollo existentes en el país. Por consiguiente son previsibles mayores diferencias en la preparación y calidad de los recursos humanos y materiales, así como mayor élites regionales, iglesias, partidos políticos, industrias culturales locales, etcétera. El argumento de la necesidad de aumentar la inversión educativa se fundamenta en el hecho de que sin una educación actualizada no puede haber desarrollo del país ni competitividad ante las nuevas condiciones impuestas por el TLC. Sin embargo, el TLC no significará necesariamente generación de empleo para la mayoría de la población, debido a que interesa más la mano de obra barata de nuestro país. Por consiguiente, para Safa y Nivón (1992) para evitar estos riesgos se requerirá llevar a cabo un cambio radical en el sistema educativo que permita a la población y al país aminorar las “asimetrías” de las relaciones con nuestros vecinos del norte. Simbólicos Tabouret-Keller (1991) entiende por factor simbólico el hecho que las lenguas representan los valores que se derivan precisamente de los elementos que se acaban de examinar, políticos, ideológicos, económicos. Este proceso de representación tiene dos particularidades sobre las cuales conviene insistir. La primera se refiere al ideal político. El ideal nacional se confunde a veces con la lengua y llevará a justificar, en su momento, la asimilación de las poblaciones que hablan otros idiomas. La segunda particularidad que se pone en relieve, es que tal valor puede ser fácilmente el objeto de las más diversas transferencias: sobre las personas que hablan esas lenguas, sobre los productos que son fabricados en el contexto de esas lenguas, sobre un cierto número de objetos, ellos mismos simbólicos, tales como las banderas, los emblemas, los escritos que se identifican con una lengua. Pero todavía es más poderosa la transferencia que el hablante de una lengua hace de ella: sin ella, él no es nadie. De esta manera, la lengua es el soporte de las identificaciones y de los valores. El perjuicio principal de esta idea es el que señala que las lenguas mixtas, mestizas o híbridas solamente tendrán como locutores a la gente afectada por esos valores y que, por lo tanto, no son dignas de ser estudiadas. Más aún, a menudo los mismos locutores las desacreditan, descalificándolas frente a las lenguas que ellos reconocen como “las verdaderas”, aquellas que según una normatividad ingenua, poseen una escritura y una gramática. Hamel (1987) concibe el proceso de conflicto de desplazamiento lingüístico y las prácticas discursivas cotidianas como parte integrante de los procesos económicos, sociales y políticos que se reproducen a través de aquéllas. La valorización asimétrica de dos lenguas incide en el conflicto y refuerza la tendencia principal de desplazamiento. La polémica que se ha suscitado en torno al TLC se ha centrado en diversos aspectos. El económico, en términos de posibles beneficios y/o perjuicios. El político, en relación al riesgo de la pérdida de la soberanía nacional, al orden democrático y al respeto de los derechos humanos, sin tomar en cuenta el aspecto cultural (Bonfil, 1992). Bonfil (1992) señala que cualquier análisis que se haga sobre el TLC requiere de información fehaciente. En el caso de la cultura existe un problema debido al hecho que muchos de los efectos posibles, que deberían ser atendidos, son efectos indirectos que no estarán enmarcados en el texto mismo del Tratado. En cuanto al patrimonio cultural, saqueado durante siglos, Bonfil (992:164) señala que México no debería ceder, sino que debería introducir “modalidades legales más eficaces para cancelar los mercados potenciales e insaciables de nuestros probables futuros socios en el comercio libre”. El TLC debería precisar las medidas de protección y compromiso de los gobiernos para hacer cumplir las disposiciones que en este sentido se elaboren. En el terreno cultural, un postulado positivo del TLC sería poder facilitar la circulación libre de las ideas y de los valores alternativos que éstas conllevan. Para que ellos se cumplan, el problema no está en los acuerdos comerciales, sino en los mecanismos sociales y políticos que seamos capaces de instrumentar en la sociedad mexicano para asegurar el uso de esta prerrogativa en beneficio de la sociedad plural. Una preocupación que debe ser compartida es la de llevar que el TLC incluya disposiciones que de manera directa limiten o pongan en riesgo las facultades internas para defender, consolidar y promover la identidad cultural nacional' (Bonfil, 1992:165). Mientras que Canadá se opuso a que las industrias culturales formen parte del tratado, Carla Hills, negociadora por EU, advirtió que su país no aceptaría que no se incluyera el tema de la cultura en las negociaciones. Los hispanohablantes podrían constituir un mercado potencial para las industrias culturales mexicanas, mientras que las que aquí llegan en inglés tienen un mercado restringido por la barrera del idioma, y la posibilidad de traducirlas tal vez no resulte interesante para los norteamericanos. Las industrias culturales no pueden manejarse con el mismo criterio que la industria del calzado. Los productos de las industrias culturales transmiten mensajes, los que corresponden a sistemas precisos de significación, reflexión jerarquías de valores claramente establecidas y plantean modos de vida y formas de concebir el mundo que expresan una cultura particular, definida, única. Hacer explícitos los mensajes confiere a los productos de cualquier industria cultural una gran importancia en el tipo de relaciones que se dé entre culturas diferentes. Para Bonfil (1992) el TLC tiene dos vertientes: - El potencial de incrementar la penetración cultural, que se traduce en la imposición del ame rican way of life como modelo para la sociedad mexicana. Esto puede ubicarse más allá del TLC dado que los estilos de difusión e imposición del estilo de vida norteamericano están presentes desde hace tiempo. Sin embargo, el Tratado podría dar la oportunidad de establecer normas que permitan regular la situación. - Abrir la puerta de manera que se amplíen los mensajes mexicanos en el sector hispanohablante de la población estadounidense. Con el TLC no se trata de lograr únicamente condiciones ventajosas en términos comerciales, sino de establecer las bases para una relación intercultural que México debe plantear como simétrica. Bibliografía Abdallah-Pretceille, M., “Langue et identité culturelle”, en Enfance, tomo 45, núm. 4, 1991. Aquirre, B. G., Teoría y práctica de la educación indígena, México, SepSetentas, núm. 64, 1973. Aquirre, B. 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