FERNÁNDEZ DE CHAVES, Manuel F. y PÉREZ GARCÍA, Rafael M.: En los márgenes de la ciudad de Dios. Moriscos en Sevilla, Publicacions de la Universitat de València, Editorial Universidad de Granada y Servicio de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza, Valencia, 2009, 532 págs. A comienzos del siglo XVII la ciudad de Sevilla albergaba la mayor comunidad morisca de toda Castilla. Más de siete mil almas, llegadas al calor de la segunda guerra en la Alpujarra granadina, nutrieron los efectivos humanos de una ciudad que pasó, en poco tiempo, de acoger a un pequeño colectivo de mudéjares a sentir con fuerza la presencia morisca. Desde los trabajos clásicos de Antonio Domínguez Ortiz a los más recientes de Michel Boeglin, esta especial significación había sido objeto de numerosos estudios, pero faltaba todavía una obra de conjunto que abordara, de forma monográfica, el análisis de esta importante comunidad. En los márgenes de la ciudad de Dios llena por primera vez este vacío, y lo hace sobre los pasos del modelo fijado hace veinticinco años por Juan Aranda Doncel en Los moriscos en tierras de Córdoba (Córdoba, 1984), estudio del que sin duda es deudor en muchos sentidos. De su construcción destaca su valiosa base documental, fruto de la consulta de más de treinta archivos y bibliotecas. En ella debe subrayarse con diferencia la contribución derivada del estudio de los protocolos notariales, los libros parroquiales y las actas del cabildo sevillano, elementos que constituyen el principal recurso sobre los que se sustenta buena parte del discurso. Pero la particular naturaleza de estas fuentes condiciona a su vez el tipo de información predominante, muy rica en el detalle de las transacciones públicas, los derroteros de la política municipal y la distribución interna de la población morisca, pero problemática a la hora de reconstruir la vida de aquella comunidad. El estudio adopta así una estructura analítica clásica, en la que subyace una limitación por otra parte conocida, que es asumida por los propios autores al tomar como objetivo principal no tanto el estudio de la experiencia vital, colectiva e individual de estas personas, como el proceso de construcción de su comunidad, su configuración interna y sus relaciones con el poder y las élites locales. Este precepto condiciona a su vez la cronología de la obra, centrada en los cuarenta años transcurridos entre el inicio de la Guerra de Granada (1569) y las expulsiones de 1610-1611. Estudis, 37, 2011, pp. 553-568. I.S.S.N. 0210-9093 553 554 Recensiones En todo caso la presencia mudéjar y morisca en Sevilla anterior a esa primera fecha no queda desdibujada, invirtiendo el primer capítulo un notable esfuerzo por ofrecer un estado de la cuestión que deja traslucir la dificultad de su estudio, en el que el ensamblaje de los diferentes fragmentos documentales conservados se ve completado con un ejercicio bibliográfico que se mantiene a lo largo de toda la obra. En ella cobra importancia, por momentos, la aportación de las crónicas apologéticas contemporáneas –sobre todo de la obra Rebelión y castigo de los moriscos, de Luis de Mármol Carvajal–, utilizadas para suplir algunos silencios documentales, y sobre todo en el segundo capítulo –dedicado a la intervención sevillana en la guerra–. En este segundo capítulo, así como en el consagrado al destierro de 1610, se constata también el interés de los autores por calibrar el esfuerzo político y militar del cabildo sevillano en aquellas dos coyunturas bélicas. Este hecho se deriva sin duda del peso que sus actas capitulares tienen en el conjunto de la obra, y le otorga valor por cuanto utiliza la cuestión morisca como medio para adentrarse en el estudio de la administración municipal, la balanza de poder entre los regidores de la ciudad y el asistente de Sevilla y sus luchas por el control de la defensa y otras parcelas de poder que definían, en muchos casos, la relación de estos entramados institucionales con la Corte y el centro del poder. Destacan aquí aportaciones interesantes, como las referencias a los primeros pasos políticos dados por don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, como veinticuatro de Sevilla en el momento de la expulsión, y su posicionamiento respecto al problema morisco. Del mismo modo merece subrayarse el análisis que se hace de la milicia sevillana, su estructura y limitaciones, y cómo su movilización fue una fuente constante de conflicto. Sea como fuere este segundo capítulo ofrece al lector un marco de comprensión sobre el que fundamentar la llegada de los moriscos a Sevilla y la génesis de su estructura social, demográfica y económica, desarrollada a lo largo de los decenios posteriores. Es aquí donde la aportación de las investigaciones de Manuel Fernández y Rafael Pérez adquiere mayor interés, al corroborar, ampliar, matizar y, en ocasiones, desmentir –todo ello sobre una base documental muy consistente– lo que hasta ahora sabíamos de los moriscos sevillanos. Desde que Antonio Domínguez Ortiz señalara la importancia de la esclavitud y la marginalidad social y religiosa en La Sevilla del Siglo XVII (Sevilla, 1986), se había planteado la duda de cómo estos elementos habían repercutido sobre la comunidad morisca de la ciudad. En los márgenes de la ciudad de Dios responde a este problema desarrollando un minucioso análisis del número y características de la esclavitud morisca sevillana en el tercer capítulo, remarcando su importancia como principal centro receptor de esclavos granadinos entre 1569 y 1571. Se enumeran así los propietarios, se les sitúa en el mapa de la ciudad y se analiza la participación de los señores, las esclavizaciones ilegales, el peso de los tratantes, los precios de compraventa y los procesos de manumisión. Más allá de todo esto, se demuestran los lazos de amistad que, en ocasiones, unieron a estos y otros moriscos con los cristianos viejos de la ciudad, y la importancia de este elemento en los procesos judiciales, confirmando las trazas esbozadas recientemente por Michel Boeglin en su estudio sobre la Inquisición de Sevilla (L’Inquisition espagnole au lendemain du Concile de Trente. Le tribunal du Saint-Office de Séville 1560-1700, Montpellier, 2003). El cuarto capítulo, dedicado a la demografía morisca sevillana, constituye también una aportación interesante, al plantear las matización y revisión de los números globales de población publicados en su momento por Henri Lapeyre en base al censo de 1589 (Géographie de l’Espagne morisque, París, 1959), mediante un concienzudo análisis de los libros parroquiales de las colaciones sevillanas que aporta cambios en algunas cifras de población. Este Recensiones 555 último apartado se acompaña además de un importante aparato gráfico que ayuda a la comprensión de las cifras de población que, parroquia por parroquia, ofrecen los autores. Este desglose, y el análisis sistemático de su evolución demográfica hasta comienzos del siglo XVII, constituye una aportación importante, al establecer el impacto del destierro interior y la progresiva estabilización de esta población sobre los patrones de natalidad y matrimonio de los granadinos sevillanos. Se demuestra así la casi inexistencia de casamientos mixtos y el desarrollo de una política matrimonial basada en la importancia del origen granadino y el lugar de residencia dentro de la ciudad, elementos todos que nos pueden ayudar a conocer mejor las estrategias familiares de los moriscos no sólo sevillanos. Por su parte el quinto capítulo, centrado en el estudio de los niveles socioeconómicos de esta comunidad, tiende a confirmar lo que ya sabíamos sobre el particular. Ruth Pike realizó, en los años setenta del siglo XX, un primer bosquejo de las actividades económicas, niveles de vida y espacios de habitación de los moriscos sevillanos (Aristócratas y comerciantes. La sociedad sevillana en el siglo XVI, Barcelona, 1978), pero a su investigación no siguieron nuevos trabajos. La obra de Manuel Fernández y Rafael Pérez comprueba aquellas afirmaciones, y tiende a ratificarlas con un nuevo aparato documental que sepulta de manera definitiva algunos mitos, tales como la supuesta riqueza material de la comunidad morisca sevillana. Todo lo contrario, los moriscos de Sevilla habrían sido personas humildes, jornaleros que, en muchos casos, vivieron en los barrios populares de la periferia de la ciudad. Del mismo modo constata la movilidad de los granadinos y la existencia de una importante comunidad flotante, como ya apuntara Henri Lapeyre. En este sentido En los márgenes de la ciudad de Dios tiende a apuntalar la vigencia actual del estudio clásico del francés. La reconstrucción del intento de conspiración morisca ocurrido en la ciudad en 1580, tema principal del sexto capítulo, constituye otra aportación interesante, sobre todo por cuanto da pie a una larga reflexión sobre una cuestión muy actual en estos estudios –el mito o realidad de las conspiraciones moriscas–, así como del arbitrismo antimorisco, la idea del “todos son uno” y el papel de la iglesia en la asimilación de la población morisca –a través del estudio de la política adoptada por los arzobispos Cristóbal de Rojas, Rodrigo de Castro, Fernando Niño de Guevara y Pedro de Castro–. El último capítulo está dedicado a la expulsión de los moriscos. En este punto adquiere de nuevo una importancia manifiesta el análisis de las actas capitulares del cabildo que sirve para ofrecer una de las más completas investigaciones –seguramente junto a los trabajos de Aranda Doncel sobre Córdoba– sobre el papel de los cabildos municipales en el proceso de destierro. Tal vez se eche en falta aquí el estudio pormenorizado del conocido manuscrito 9755 de la Biblioteca Nacional de España –poco utilizado por Lapeyre, citado por los autores y que ofrece numerosos datos sobre los embarques en la ciudad–, pero esta ausencia no afecta al tono del discurso, ni a las conclusiones que presenta. El lector que se aproxime a esta obra se encontrará, en definitiva, con una monografía seria y rigurosa sobre los moriscos de Sevilla que merece ser leída con detenimiento, de edición cuidada y que sin duda constituye una de las aportaciones más sugerentes de entre el enorme número de publicaciones surgidas al calor del IV centenario de la expulsión de los moriscos. MANUEL LOMAS CORTÉS 556 Recensiones FERNÁNDEZ NADAL, Carmen María: La política exterior de la monarquía de Carlos II. El Consejo de Estado y la Embajada en Londres (16651700), Ateneo Jovellanos, Gijón, 2009, 446 págs. En las últimas décadas el estudio de las relaciones internacionales ha conocido una tendencia renovadora de la mano de la nueva historia política. Como en otros campos de trabajo, los estudios de política exterior han tratado de liberarse de sus antiguos ambages –en su caso, de la tediosa enumeración y exposición de paces, treguas y alianzas– para centrarse en cuestiones de fondo y más largo alcance, como el trasfondo social de las embajadas y sus representantes o la eficacia y límites de la acción diplomática sobre la acción externa e interna de los países. Como resultado, el estudio de las embajadas se ha desprendido de sus etiquetas exteriores para plantearse también sobre el ámbito regional y local, aportando una nueva perspectiva no sólo de las relaciones que se establecían entre países extranjeros sino, también, sobre el centro de poder y la periferia territorial de cada gobierno y monarquía. De este modo en los últimos años se han sucedido importantes investigaciones que han tendido a definir los intereses de esta nueva corriente de estudio, tales como El municipio en la Corte de los Austrias. Síndicos y embajadas de la ciudad de Orihuela en el siglo XVII (Valencia, 2007) de David Bernabé Gil, o Milán y el legado de Felipe II. Gobernadores y corte provincial en la Lombardía de los Austrias (Madrid, 2001), de Antonio Álvarez-Ossorio. Junto a ellas, y de forma paralela, han continuado desarrollándose también los trabajos de corte más tradicional y descriptivo, de valioso carácter referencial y entre las que ha destacado el laborioso trabajo llevado a cabo por Miguel Ángel Ochoa Brun en su Historia de la diplomacia española (varios volúmenes, Madrid, 1995-2003). La investigación de Carmen Fernández Nadal se sitúa a mitad de camino entre estas dos corrientes. Sin dejar de ser partícipe de los intereses de la nueva historia diplomática, es heredera también de los estudios de Ochoa Brun, cuya influencia se deja entrever a lo largo de toda la obra. De este modo la obra adopta una estructura eminentemente cronológica, de acuerdo con las diferentes etapas que conoció la embajada española en Londres entre 1665 y 1700, para desarrollar una minuciosa descripción de su labor diplomática a través, sobre todo, del análisis de la documentación contenida en la sección Estado del Archivo General de Simancas. Los fondos de esta última institución componen el cuerpo principal de su aportación documental, aunque también cabe destacarse la importancia que, por momentos, adquiere la contribución de otra decena de archivos y bibliotecas y, entre ellas, la de la sección nobleza del Archivo Histórico Nacional, clave a la hora de reconstruir la genealogía y vínculos familiares de los miembros de la legación diplomática de Londres. Este último elemento es clave en el discurso de la obra, dado que ésta no pretende sino reconstruir la trayectoria vital y profesional de cada miembro de este cuerpo diplomático, analizar los intereses de la estrategia exterior de Carlos II y desentrañar el papel jugado por Inglaterra en un período de trascendental importancia para la historia española. Esta investigación tiene así el valor de abordar una serie de temas complejos –tales como el intento de la monarquía de los Austrias de combatir el auge de la Francia de Luis XIV o la lucha por mantener su integridad territorial ante la difícil cuestión sucesoria–, desde una nueva perspectiva –la de las relaciones anglo-españolas– que, sin ser del todo desconocida, otorga una dimensión mucho más profunda a lo que hasta ahora sabíamos. El vacío que cubre es importante. Pese a que en los últimos años el interés por el reinado de Carlos II ha aumentado con la aparición de nuevas publicaciones, su conocimiento toda- Recensiones 557 vía es deficitario si se compara con otros períodos, y sólo trabajos como éste pueden ayudarnos a entender mejor la enmarañada realidad de la política hispánica del último tercio del siglo XVII. Los temas de debate son numerosos, aunque tal vez destaquen entre ellos las cuestiones relacionadas con el papel de las legaciones extranjeras en el gobierno interno de Inglaterra, los intereses religiosos, la política militar y la geoestrategia global del todavía imperio español. Una de las grandes cuestiones que plantea la lectura de esta obra es si la acción diplomática en la Inglaterra de la Restauración era más compleja de ejecutar que en una monarquía de corte absolutista como pudiera ser Francia o la propia castellana. El hecho diferencial de la existencia de un parlamento fuerte y activamente implicado en la política interna y económica de este país situó a la embajada española en Londres ante una delicada balanza de poderes de difícil manejo. La negociación encubierta con el parlamento –por momentos y dependiendo de cada embajador–, como medio de presión contra la política francófila de los Estuardo, dotó a esta legación de una particularidad propia, de una vía de escape –aunque también de un riesgo añadido– con la que complementar la compra de voluntades políticas entre los miembros de la corte y el gobierno de los monarcas ingleses. En último término, el análisis de este recurso nos ayuda a entender la influencia de la diplomacia exterior sobre la estabilidad interna de las monarquías europeas, sus mecanismos de gobierno y resortes de poder. Del mismo modo nos plantea importantes cuestiones de fondo, tales como si la tarea diplomática era más costosa en el marco de una monarquía parlamentaria o en una absolutista, si la presencia de un parlamento fuerte obligaba a la división del esfuerzo o era sólo un medio de desestabilización con el que obtener los objetivos deseados, o si este sistema de gobierno era más efectivo a la hora de evitar la manipulación exterior o, por el contrario, era un factor de debilidad frente a las monarquías absolutas. La lectura atenta de la obra de Carmen Fernández nos responde a estas preguntas, al tiempo que nos marca otros hitos importantes en la evolución de las preferencias e intereses internacionales de la monarquía de Carlos II. De entre todos ellos destaca sin duda la cuestión religiosa. Si a lo largo de todo el siglo XVI y buena parte del XVII la monarquía de los Austrias se caracterizó por la defensa de los intereses católicos en las mesas de paz –por encima muchas veces de otros beneficios políticos, económicos o comerciales– Carmen Fernández señala que, en las últimas décadas de este siglo, parece operarse la transformación definitiva de este viejo principio, que pasó de imperativo político a elemento secundario en la acción política hispánica. En este sentido no deja de ser esclarecedor que la embajada española en Londres apoyara el golpe que destronó al católico Jacobo II y llevó al poder al protestante Guillermo de Orange, acción que seguramente hubiera sido impensable cincuenta años atrás, y que viene a demostrar un profundo cambio en los usos de la práctica política hispánica. La necesidad de defender Flandes y el Franco-Condado de las acometidas de Luis XIV llevaría a Carlos II a buscar el apoyo político y militar de Inglaterra y Holanda en su intento de aislar a Francia, labor compleja que estuvo dotada de un gran pragmatismo político y dirigida por unos consejeros y embajadores que, despojados de los más rancios discursos ideológicos de la antigua política imperial hispánica, entendieron que la primera necesidad de su gobierno radicaba en la supervivencia del legado territorial, y no en la defensa de las ideas imperiales. Carmen Fernández analiza con detenimiento estas cuestiones y nos plantea las claves del viraje, aunque sin dejar de recordar que los embajadores en Londres continuarían desempeñando un discreto, pero importante, papel en la acogida y apoyo de los católicos ingleses. La lucha en defensa de la catolicidad seguía presente, pero mucho más diluida. En todo caso tampoco debemos pensar que Carlos II renunciara a la reivindicación de su primacía política en Europa y el mundo, ya que co- 558 Recensiones mo bien se reseña a lo largo de toda la obra, las presiones para la devolución de Tánger y, sobre todo, Jamaica, serían una parte esencial de la diplomacia española en Inglaterra. Por otra parte es interesante comprobar cómo los embajadores de Carlos II lograrían capitalizar numerosos y frecuentes apoyos entre la clase comerciante inglesa –muy imbricada en el comercio indiano a través de Sevilla– y, a través de ella, del parlamento, a la hora de plantear estas cuestiones y enfrentarse a los mayores recursos económicos de los embajadores franceses. De otra forma no se entendería el apoyo militar inglés en Flandes, o naval en un Mediterráneo que, durante la guerra de los Nueve Años, estuvo muy lejos de ser un escenario político de segunda categoría, aportación esta última importante, y que se inscribe dentro de la tendencia revisionista que, en los últimos años, ha sufrido este espacio político. Algo más difícil de valorar es si la alianza anglo-española se debió al triunfo de la diplomacia o a la necesidad recíproca de frenar las aspiraciones francesas sobre Europa. La impotencia de los embajadores españoles en evitar el progresivo aislamiento político de la Monarquía Hispánica a lo largo de la década de 1670, la pérdida del Franco-Condado y, sobre todo, su falta de influencia a la hora de enfrentarse al conflicto sucesorio abierto tras la muerte de Carlos II, son elementos que parecen relativizar la eficacia de este cuerpo diplomático para reforzar los intereses hispánicos por encima del frente común que, coyunturalmente, provocó el miedo a Francia. Sea como fuere lo que queda fuera de toda duda es el peso creciente de la diplomacia sobre el desarrollo de los conflictos bélicos y las alianzas internacionales a finales del siglo XVII, así como la importancia de la implantación de las embajadas permanentes como medio de estabilidad y presión internacional. La investigación de Carmen Fernández incide, en definitiva, sobre numerosos temas de reflexión que están muy presentes en la historiografía actual, y lo hace sobre una sólida base documental que reconstruye no sólo la toma de decisiones en el ámbito internacional, sino también el periplo vital de este cuerpo diplomático, las claves de su designación, sus problemas económicos, la organización interna de la embajada, sus gastos, el papel de los espías y los confidentes, el problema de las distancias, la organización jerárquica de las legaciones en el Norte de Europa y, en definitiva, todos aquellos aspectos susceptibles de análisis en base a la documentación existente. La aportación de esta obra al conocimiento del reinado de Carlos II es consistente y muy profusa en ejemplos, aunque tal vez se eche de menos un trabajo editorial más cuidadoso en la presentación del texto. Sea como fuere esta circunstancia no empaña un trabajo que, sin duda, está destinado a convertirse en un nuevo referente en el estudio de la diplomacia y los diplomáticos en la Edad Moderna. MANUEL LOMAS CORTÉS VOLPINI, Paola: El espacio político del letrado. Juan Bautista Larrea magistrado y jurista en la monarquía de Felipe IV, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2010, 236 págs. ISBN 978-848344-186-2. Tantas veces se ha apuntado hacia la tratadística jurídica moderna como preciosa fuente de información para el historiador de lo político, como tantas otras los estudiosos del pasado han rehuido la lectura de estos incómodos textos. Sin embargo, las dificultades del lenguaje forense latino, propio de aquella literatura, no han supuesto un obstáculo a Paola Volpini para Recensiones 559 completar su monografía sobre el letrado castellano Juan Bautista Larrea. Oidor de la Chancillería de Granada, fiscal del Consejo de Hacienda y de Castilla, consejero de esta última institución y del Consejo de Guerra, compuso las Decisiones Granatenses, publicadas en 1636-1639, y las Allegationes Fiscales, impresas en 1642-1645. Biografía y obra de tal altura política e intelectual han permitido a la autora abordar el estudio de las representaciones, de los discursos y de los lenguajes, combinándolo con el de las prácticas y las vivencias personales del jurista, haciendo suya una de las reivindicaciones programáticas más reiteradas por la historiografía reciente. Al valor intrínseco de toda obra de doctrina jurisprudencial se podría añadir, en el caso del texto de Larrea, el derivado del escenario castellano de su publicación. La legislación no exigía a los jueces de los tribunales de la Corona de Castilla la motivación de la sentencia, produciendo como resultado una notable escasez de literatura decisionista, basada en la recopilación y comentario de los fallos emitidos por los altos tribunales de justicia. La falta de este género de compilaciones en al ámbito castellano convierte a la producción intelectual de Larrea en una fuente excepcional para el estudio de la cultura política de la magistratura castellana. La mayor abundancia en la literatura jurídica castellana de Allegationes, colecciones de alegaciones forenses destinadas a defender a una parte implicada en un proceso, no resta, sin embargo, interés al segundo repertorio de Larrea. La acertada elección del personaje y los textos objeto de la investigación han aportado a Paola Volpini un fundamento documental original elaborado con una metodología innovadora que busca en el discurso jurídico su significado político. El trabajo que ahora reseñamos, sin embargo, desborda el análisis de la obra principal de su protagonista. La investigadora se adentra en los archivos históricos para rescatar escritos menores del letrado desconocidos hasta el momento. La búsqueda le ha permitido localizar documentos producidos por el sistema administrativo-judicial, es decir, consultas de los Consejos donde Larrea desarrolló su actividad, y memoriales firmados por el propio magistrado. Asimismo, ha dado a conocer algunas alegaciones jurídicas, opúsculos y breves textos propagandísticos, donde los argumentos forenses aparecían entremezclados con los políticos. La historiadora ofrece una perspectiva más compleja de la dinámica de la administración estatal gracias al empleo de estos escritos pensados para el combate y la polémica dentro del ámbito cortesano donde Larrea expuso sus opiniones personales, en ocasiones divergentes respecto a la postura oficial fijada por el valido. El legado doctrinal del autor configura el armazón de una investigación cuyo objeto central es el hombre, Juan Bautista Larrea. Jurista y magistrado de la monarquía de Felipe IV integraba el grupo de letrados encargados de legitimar y sancionar jurídicamente las decisiones regias, sin llegar a formar parte de la cúpula dirigente más próxima al soberano. Con todo, la progresión de la carrera profesional de Larrea le posibilitó superar los límites del ejercicio de funciones eminentemente técnicas y jurídicas incorporando, en la última década de su trayectoria, ciertas responsabilidades políticas. El énfasis en el carácter gradual de la construcción del espacio político del letrado, proceso no lineal salpicado de pequeños triunfos y de decepcionantes derrotas, constituye un elemento de continuidad en la monografía. Paola Volpini no se propone magnificar al biografiado, por el contrario, insiste en subrayar las posiciones intermedias que ocupó dentro del aparato burocrático estatal. De ese modo la historiadora trata también de construir un espacio en la historiografía dedicado al estudio de aquellos hombres no situados en la cumbre de la jerarquía administrativa pero también, en cierto grado, gestores del poder. La autora afronta la aproximación a la figura de Juan Bautista Larrea a partir de dos coherentes líneas argumentales, centradas en su perfil biográfico y en la definición del sentido político de sus actuaciones, respectivamente. A lo largo de los tres primeros capítulos, articu- 560 Recensiones lados según un preciso ritmo cronológico, traza la trayectoria personal y profesional del jurista. La trama inicial de la monografía evoca el ambiente familiar de procedencia del magistrado, su estancia en la Universidad de Salamanca y su ingreso en la Chancillería de Granada. La elaboración de las Decisiones Granatenses, fruto de aquella experiencia, concedió un fuerte impulso a su cursus honorum facilitando su ascenso a los consejos centrales de la monarquía. Alcanzaba de ese modo una etapa de madurez profesional y política, plasmada en sus Allegationes Fiscales. La delimitación de la red de relaciones personales tejidas por el protagonista a lo largo de esta amplia trayectoria vital conforma otro de los contenidos detallados con atención por la investigadora. La posición de Larrea en relación a algunos problemas políticos sobrevenidos en los años treinta y comienzo de los cuarenta del s. XVII atrae el interés de la historiadora en los cinco últimos capítulos. Define la actitud adoptada por el jurista respecto a distintos grupos sociales en su relación con la corona: viejos y nuevos oficiales, hombres de negocios, las Cortes, y los nobles. La autora encuentra un doble orden de consideraciones en la postura política asumida por Larrea respecto a los asuntos citados. La defensa de la situación propia del grupo de letrados en el que estaba inserto y el apoyo de las iniciativas del conde-duque de Olivares en lo referente al refuerzo de la autoridad regia conforman sendas variables concurrentes. Motivaciones valoradas no como antagónicas, sino, por el contrario, consideradas, en la mayoría de las ocasiones, interdependientes. No obstante, el magistrado expresó opiniones personales parcialmente separadas de la corriente oficial de pensamiento cuando los intereses de la casta de letrados eran desprotegidos por el programa del valido. Los problemas económicos del período fueron también motivo de distanciamiento entre Larrea y las directrices marcadas por la cúpula directiva, dispuesta en mayor grado que él a modificar el propósito de ampliación de los poderes regios a largo plazo, con el fin de hacer frente a las urgencias financieras más inmediatas. Juan Bautista Larrea no abordaba en sus escritos un análisis sistemático del funcionamiento interno del aparato administrativo-judicial de la monarquía, sin embargo, sí presentaba ciertas reflexiones en torno al mismo. Volpini ha reconstruido su propuesta de mejora del estatus económico, social y político de los magistrados, fundada en la concesión regia de honores y mercedes, y en el establecimiento de salarios adecuados. De manera coherente con los planteamientos expuestos, Larrea rechazaba la visita como procedimiento de fiscalización de los funcionarios, al considerarla expresión de la falta de confianza del soberano en sus servidores y causa de la merma de la reputación de los mismos. La oposición a un sistema de reclutamiento del personal de la administración central y local que provocaba tanto descrédito, como era la venalidad de los oficios públicos, formaba parte de su proyecto de relegitimación de la magistratura. Los argumentos enunciados por el jurista evidencian cierta crítica velada a la política vigente que no reconocía a los oficiales la categoría profesional apropiada y aprobaba ventas de cargos para aliviar las necesidades inmediatas de dinero. Prácticas desaprobadas por Larrea, para quien la buena marcha de la burocracia estatal dependía del refuerzo de la autoridad del grupo de los letrados. Diferente era la opinión de Larrea respecto a la relación que la corona debería mantener con los grupos sociales situados fuera de la maquinaria administrativa. La investigadora reconstruye los frecuentes enfrentamientos producidos entre el Consejo de Hacienda y los hombres de negocios, grandes banqueros internacionales y arrendadores de impuestos dedicados al préstamo. Aquellos derivaban de las maniobras inflacionarias realizadas por la monarquía o del cambio de los fondos asignados para el pago de las deudas públicas por partidas menos fiables. El aumento del valor de un impuesto por parte de las Cortes también solía crear fricciones, ya que los arrendatarios de la tasa acrecentada pretendían beneficiarse de la Recensiones 561 modificación. La protección del erario público, en detrimento de los prestamistas, determinó siempre la postura de Larrea, como fiscal del Consejo de Hacienda. Éste hubo de sostener sus ideas contra los propios consejeros de aquella institución, controlada en parte por aquellos hombres de negocios. Incluso, resistir frente al valido, más propicio a ceder ante aquel poderoso grupo, a causa de las estrecheces pecuniarias de la monarquía durante los años 30, aun sabiendo que en el largo plazo actuaba en perjuicio de esta. Los apuros monetarios sufridos por el soberano durante aquella etapa influyeron en la posición patrocinada por la cúpula dirigente frente a otro destacado interlocutor político encargado de gestionar la imposición de nuevos tributos, las Cortes. La investigadora explica como Larrea asumió y justificó los planteamientos empleados por el valido en aquellos años para sortear los enormes gastos provocados por las guerras internacionales. El jurista reconocía la conveniencia de colaboración entre el rey y las Cortes para la fijación de nuevos gravámenes, sin embargo, la declaración del estado de urgente o de extrema necesidad modificaba esta exigencia, permitiendo al monarca arrogarse plenos poderes en materia impositiva. La sustitución de la tasa de millones por una carga sobre la sal conformó una frustrada estrategia seguida por Olivares para superar la dependencia financiera respecto a las Cortes. La obra jurídica de Larrea también recogía aquella tentativa de reforma fiscal y la subsiguiente rectificación del valido, justificando con argumentos contradictorios la línea política marcada por el equipo de gobierno. El sostén ofrecido por el jurista al discurso oficial también se evidenció en relación al programa olivarista de revisión del poder político y económico de la nobleza, otro de los temas estudiados por la historiadora. Larrea, desde la fiscalía de Hacienda, abrió un número elevado de procesos contra los nobles que percibían las alcabalas sin justos títulos, con el objetivo de restituir aquellos tributos a la hacienda real. La conclusión de muchas de aquellas causas dependió en gran medida de la situación económica de la monarquía que renunció a proseguir los pleitos hasta su resolución judicial. La firma de composiciones entre la corona y los nobles aportó a las arcas estatales importantes sumas de dinero a cambio de la cesión definitiva de las alcabalas a favor de los magnates del reino. El fiscal supo redefinir su actuación en función del giro acometido por el valido. Los litigios no finalizarían con una sentencia favorable al soberano –objetivo inicial de Larrea–, sin embargo, la existencia de una nobleza instigada facilitaría una negociación favorable al rey. Otro elemento clave en la oposición a la nobleza fue la ayuda ofrecida por Larrea al valido frente a algunas conspiraciones nobiliarias organizadas contra el mismo. Lo reseñado hasta aquí justifica sobradamente la traducción al castellano del libro de Paola Volpini, publicado en italiano en el año 2004. Esta nueva edición de la que fuera su tesis doctoral incorpora, además, un CD de gran utilidad. Este soporte informático permite poner al alcance del lector los dos volúmenes completos de las Allegationes Fiscales, así como incluir diferentes anexos documentales. En el primero de ellos encontramos una relación de todos los escritos de Juan Bautista Larrea localizados por la autora. La enumeración de todas las ediciones de las Allegationes Fiscales y de las Decisiones Granatenses ocupa el segundo de los citados apéndices. El último de los anexos contiene la trascripción de una selección de textos inéditos o publicados por Larrea en forma de escritos sueltos. Al concluir la lectura de las páginas de esta completa monografía y revisar su rico aporte documental podemos afirmar que Paola Volpini ha cumplido los objetivos planteados en las primeras líneas de la misma. En efecto, desde el enfoque individual utilizado, la autora es capaz de contribuir a una mejor compresión del complejo funcionamiento de la burocracia hispánica del seiscientos. NURIA VERDET MARTÍNEZ 562 Recensiones BARCELÓ, Carmen; LABARTA, Ana, Archivos moriscos. Textos árabes de la minoría islámica valenciana, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2009, 379 págs. ISBN: 978-84-370-7384-2. Tradicionalmente los estudios sobre los moriscos se han caracterizado por el acopio de documentos con que se editaban. La historiografía decimonónica, desde Janer y Danvila hasta, ya en el umbral del siglo XX, Lea y Boronat, se preocupó, con arreglo a las inquietudes de la época, de aportar una sólida base documental que cimentase unas y otras tesis. Opiniones tan contrarias como las de los dos últimos autores citados venían refrendadas por colecciones de papeles de archivos y bibliotecas destinadas a convencer al lector del carácter “crítico” de las monografías respectivas. Pero esa función acabó siendo desplazada por el carácter de fuentes que las colecciones editadas adquirieron para buena parte de los autores que, en el siglo XX, se ocuparon de la minoría. Sólo la ampliación de la perspectiva y de los intereses de los historiadores fue incorporando nuevos veneros, como los que proporcionaban información demográfica o socioeconómica, aunque en este punto por lo general quedó superado el afán de presentar gruesos corpus documentales. Aun así para buena parte de la historiografía, y para determinados enfoques (especialmente lo referido a la política) aquellas colecciones han mantenido hasta no hace mucho su condición de fuentes, arrastrando consigo una serie de limitaciones y problemas de interpretación que sólo en los últimos decenios se han superado (véase a este respecto la edición de las Conferencias de Danvila llevada a cabo por Rafael Benítez). En este marco podría parecer que los “archivos moriscos” de Carmen Barceló y Ana Labarta enlazan con la vieja costumbre de publicar gruesos apéndices, que acababan siendo el núcleo de la obra. Sin embargo su concepción y estructura tienen mucho que ver con las sucesivas renovaciones historiográficas del problema morisco. En efecto, la principal preocupación de la obra, que ha marcado casi toda la trayectoria investigadora de sus autoras, consiste en buscar a mudéjares y moriscos en sus propios textos. Para el historiador no arabófono de los moriscos la perspectiva supone un giro radical. Ciertamente la mayoría de la producción textual de la minoría islámica ha llegado hasta nosotros por mediación de las instituciones cristianas. Así lo admiten las autoras desde el principio del libro (pág. 13). Con todo, los textos árabes que nos ofrecen, producto de la minoría islámica (mudéjar y morisca) valenciana de los siglos XV y XVI, proporcionan una visión diferente de la habitual, que enfoca a los moriscos a través de lentes cristiano-viejas. En este punto el trabajo de Barceló y Labarta conecta con los estudios de la rica y compleja literatura aljamiada, que han proporcionado visiones inéditas y sorprendentes del mundo cultural de la minoría. Pero también va más allá. Entre los textos reunidos no hay testimonios de aquella literatura (“ajena a la tradición de la comunidad islámica valenciana”, pág. 65), pero sí de numerosos ámbitos de la vida de los musulmanes del reino de Valencia. Aquí el libro puede leerse como una puesta al día de los diversos problemas que hoy interesan a los historiadores: desde la sucesión cronológica de los avatares de la minoría, hasta las prácticas religiosoculturales y su imbricación en la vida de la comunidad; desde las relaciones familiares y de solidaridad hasta los vínculos económicos, y desde las relaciones con las autoridades cristiano-viejas hasta las inquietudes de los exiliados. Esta perspectiva, que da todo su valor al libro que comentamos, se mantiene en las dos partes que lo forman. En primer lugar el lector encuentra un largo estudio (un centenar de páginas en el gran formato con que está editada la obra) sobre “La minoría islámica valenciana”. Sin duda es algo más que una mera ayuda para la comprensión de los textos. La división Recensiones 563 en epígrafes que organiza esta parte da cuenta de su amplitud temática, que hace de ella una amplia síntesis y estado de la cuestión de los estudios mudéjares y moriscos. Las aljamas, la relación con la Corona y con las comunidades cristianas, se mantienen como hilos conductores, pero destaca también el interés por resaltar las peculiaridades culturales del mundo mudéjar y morisco valenciano, con especial énfasis en las formas de producción y transmisión cultural, las actitudes hacia el saber y la relación entre el individuo y la comunidad. Precisamente aspectos que interesan hoy y que superan el mero estudio de las puntuales prácticas, religiosas, sociales o políticas, que, desde Boronat y Longás, había caracterizado los estudios sobre la religiosidad morisca. No se excluye por ello el repaso de otros aspectos, como la evolución a partir de los grandes hitos políticos, sociales y religiosos (la marginación, la animosidad cristiana, la conversión, las tentativas de evangelización y sus resistencias, y la expulsión). Y no se evitan aspectos polémicos, como la tan traída y llevada colaboración entre los mudéjares primero, los moriscos después, y los granadinos, berberiscos y turcos (la quinta columna de la que hablaron Reglá y Hess), cuyo alcance las autoras, especialmente en lo relativo a las conspiraciones del periodo morisco, consideran más bien escaso, por no decir fruto de oscuras maniobras cristiano-viejas (págs. 19-24). Hoy día a la historiografía no le preocupa tanto medir el impacto real de esa colaboración como valorar la complejidad de la política interna de las aljamas (y la relación entre ellas) y el tratamiento por las autoridades del reino y de la Monarquía de esos peligros supuestos o reales (como hacen Jorge Catalá y Sergio Urzainqui en su reciente trabajo sobre La conjura morisca de 1570, editado en Valencia, 2010; sobre este punto remito a las ponderadas reflexiones de Bernard Vincent, por ejemplo en El río morisco, Valencia, 2006). Asimismo ha merecido la atención especial de las autoras el estudio de las condiciones que las autoridades eclesiásticas y seculares del reino impusieron, a través de ordenanzas u otros textos normativos, para la evangelización de la minoría. Los proyectos de erección de parroquias y de fundación de colegios, así como la introducción de mecanismos de control, son repasados con detalle, con particular cuidado en lo referido al trasfondo financiero de aquellas empresas (págs. 24-29). No en vano la consignación de fondos y lo que finalmente se gastó o se desvió a otros fines fueron caballo de batalla en el controvertido proceso de asimilación. En este marco también resulta significativo el mantenimiento de autoridades e instituciones de época mudéjar, no sólo de los famosos “alfaquíes y dogmatizadores”, perseguidos por el Santo Oficio, sino también de entidades territoriales, como los distritos que agrupaban aljamas a efectos fiscales y judiciales, que también podían tener trascendencia política (piénsese no sólo en la conocida legación de las aljamas que negoció la conversión en 1525, sino también, por ejemplo, en los tratos para la concordia de 1570, estudiada por Rafael Benítez), o religiosa, en la fijación del calendario de celebraciones islámicas (págs. 30-33). Por parecidas razones reviste gran interés el análisis de la administración de los bienes y derechos de las aljamas, un capítulo que revela la vitalidad de estas instituciones, al tiempo que pone de manifiesto la interacción entre figuras económicas y jurídicas islámicas y cristiano-forales. Una interacción que también llega a la cultura, donde, sin embargo, y pese a la existencia, en un marco general de oposición, de episodios de atracción mutua, sentida por ciertos cristianos viejos y moriscos, por el mundo del otro, no desemboca en ningún sincretismo, cuya existencia en la Valencia de los siglos XV y XVI es explícitamente rechazada por las autoras (págs. 3847 y 56). Más bien la solidez de la base sociocultural de la sociedad islámica valenciana, antes y después de la conversión, queda de manifiesto en una de las aportaciones más notables de la obra, los “Recorridos familiares”, en los que se presenta detallada información sobre un buen puñado de familias mudéjares y moriscas valencianas (págs. 82-111). 564 Recensiones La segunda parte contiene la razón de ser del libro, los textos árabes. Cada uno de los documentos se edita con esmero, acompañado del aparato habitual, y con una regesta que contiene indicaciones precisas sobre el texto, detalles de su procedencia, anteriores ediciones, etc. En número de ciento setenta y siete, provienen de numerosos archivos, especialmente del Archivo del Reino de Valencia y del Histórico Nacional (en sus sedes de Madrid y Toledo), pero también de diversos archivos locales, y de bibliotecas, como la Nacional de España o la Universitaria de Valencia. En papel, pergamino u otros soportes, como los socarrats de la mezquita de La Xara, con fragmentos coránicos y de hadices (doc. 24, págs. 169-172), o el conmemorativo de la construcción de una casa de Paterna (doc. 117, págs. 264-265). Las autoras han repartido el material en cuatro partes, que abarcan otros tantos periodos cronológicos, no del todo sucesivos. Tres de las secciones de esta segunda parte responden a etapas bien caracterizadas de la historia de la minoría islámica valenciana. Primero el periodo mudéjar hasta la crisis de las Germanías; después la época en que se plantea con toda intensidad el problema de los “nuevos convertidos” (de 1520 a 1580); y, finalmente, el último tramo de la presencia de la minoría en el reino (de 1580 a 1608). Así y todo la existencia de documentos que, perteneciendo al siglo XVI, no pueden datarse con mayor precisión, ha forzado a incluirlos en otra sección que abarca todo el periodo morisco, y que en el libro se intercala entre la segunda y la tercera de las etapas indicadas. En síntesis, y como las autoras reconocen, el peso de la época morisca es más que preponderante, lo que no es óbice para que el panorama sea completo, y más si se considera juntamente con otras obras de las autoras. En cualquier caso al criterio cronológico se sobrepone la lógica de los documentos, que, liberados de las rígidas clasificaciones académicas, presentan testimonios vívidos de las experiencias de la minoría. Los trabajos y los sueños, las deudas y los negocios, los temores y las esperanzas, las aventuras y las tragedias, salpican las páginas de la colección, con el añadido de que, en las ocasiones pertinentes, al texto árabe y a su traducción acompaña el complemento en romance, castellano o valenciano, que le sigue o precede en la disposición original, sea una traducción ordenada por el Santo Oficio, sea el mandamiento de la autoridad cristiana correspondiente, lo que permite comparar diversos registros de una misma realidad. Abundan los textos médicos o farmacológicos (por ejemplo, los docs. 105 a 113, págs. 256-261), en absoluto desconectados de una realidad mágica, en cierta medida compartida con los cristianos, que también está detrás de pronósticos o profecías, en los que los moriscos podían ver reflejada su suerte, favorable o adversa (como en el doc. 146, págs. 312-317). Algo que, sin duda, movería a reflexiones más o menos fatalistas que acaso estuvieran detrás de ensoñaciones conspirativas, de las que la enmarañada trama de Gil Pérez ofrece un ejemplo plagado de engaños (docs. 123-124, págs. 272-276). Más factible era la fuga a Argel, que si bien proporcionaba motivos para la euforia (doc. 104, págs. 255-256), podía dividir a las familias, a las que ponía en contacto con un mundo agitado, cuyas noticias interesaban enormemente a los que se iban y a los que se quedaban. Así lo revela la descripción de Fez que llena una carta entre dos hermanos, y contiene un detallado examen de la situación política y militar de la región (doc. 82, págs. 230-234). El valor de crónica resalta igualmente en la breve versión arábiga del asalto a Alfara y Torres Torres en 1517, que conocemos fundamentalmente por la narración de Rafael Martí de Viciana, que coincide en los detalles esenciales con el texto editado por Barceló y Labarta (que nos ofrecen también la versión del cronista, doc. 43, pág. 185). No faltan, finalmente, las apariciones de personajes “célebres” de la historia morisca valenciana, como los Abenamires de Benaguacil, junto a un sinfín de otros no tan famosos. De todos los cuales se da cuenta en el índice onomástico, que se completa con otro toponímico y un tercero de voces técnicas. Recensiones 565 A lo largo de toda la primera parte los documentos presentados en la segunda aparecen a menudo como soporte del relato, más que como ilustración de cuanto se afirma. Es más, el discurso no depende necesariamente del material documental editado, sino del afán por presentar de forma sistemática los diversos aspectos de la vida de las comunidades islámicas valencianas. Así los diversos registros manejados por las autoras (bibliografía moderna, crónicas, documentos cristianos, textos árabes) se integran y refrendan mutuamente, contribuyendo a construir un contexto renovado. El desafío metodológico y epistemológico no es menor, pues entraña la incardinación de los diversos productos culturales en su marco apropiado, lo que, en definitiva, se relaciona con el complejo problema de las identidades. Frente a una adscripción sencilla de la cultura de la minoría, especialmente después de la conversión, al Islam o al Occidente cristiano, acaso haya una tercera vía que tenga en cuenta la originalidad del mundo morisco. No hace mucho Josep Torró insistió en la necesidad de contemplar las condiciones económico-sociales de los moriscos con relación a otras experiencias vividas por minorías islámicas. Desde otra metodología y otro punto de vista, Rafael Benítez, a propósito de las peripecias de moriscos después de la expulsión, ha sugerido la existencia de una identidad propiamente morisca. No hay duda de que esta colección de textos, y el estudio que la precede, vienen a aportar luz a estas reflexiones. JUAN FRANCISCO PARDO MOLERO GASCÓN PÉREZ, Jesús: Alzar banderas contra su rey. La rebelión aragonesa de 1591 contra Felipe II. Prensas Universitarias de Zaragoza e Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 2010, 687 págs. ISBN: 978-8492774-89-0. Uno de los grandes debates entre los historiadores modernistas es la discusión historiográfica entre dos concepciones casi opuestas en la práctica del poder en el Antiguo Régimen. Por un lado se encuentra la idea de la concepción medieval que albergaba el pacto entre el rey y el reino, que se escenificaba en la celebración de Cortes y que fructificaba con la aprobación de legislación consensuada. Por otro lado, el creciente poder monárquico que se debe ligar a la aparición del denominado estado moderno y que compite con las instituciones del reino por acrecentar su dominio en el territorio, escorándose así hacia las denominadas monarquías absolutas. Cada una de estas dos visiones tiene seguidores y detractores, siendo a veces bastante laborioso poder llegar a puntos de encuentro. Los hechos acaecidos en el reino de Aragón a finales del siglo XVI se sitúan dentro de este apasionante debate. Posiblemente este caso sea el primer choque frontal en los reinos peninsulares de la monarquía frente a las instituciones regnícolas, aunque no el último. Un fuerte choque que no es sólo el claro distanciamiento en las relaciones entre rey y reino que ya se observaba en Aragón desde principios del siglo XVI o en el Principado de Cataluña antes e incluso después del clásico viraje de Felipe II acuñado por Joan Reglà. Dejo a un lado obviamente revueltas más sociales que políticas como la de los irmandiños en la Galicia de finales del siglo XV o las conocidísimas Germanías dentro de la Corona de Aragón. Centrándome ya en la órbita aragonesa ha habido numerosos cronistas e historiadores que han desacreditado el papel de las instituciones y las leyes regnícolas al asociarlas simplemente con los intereses de los estamentos privilegiados, especialmente el nobiliario. En cam- 566 Recensiones bio se daba un papel progresista a esta creciente monarquía absoluta que se encargó de cortar con las raíces medievales y aportó las novedades que –decían– necesitaba la sociedad ante los nuevos retos que les deparaba el futuro. Esta argumentación ha sido seguida, entre otros, por el cronista Luis Cabrera de Córdoba, el marqués de Pidal, Antonio Cánovas del Castillo o incluso con menor radicalización Gregorio Marañón. En contraposición se ha incrementado otro grupo de historiadores aragoneses que son más proclives a valorar positivamente esas instituciones de origen medieval, pero que además ilustraban la única representación del territorio que se conocía en la época. Como ejemplo hay que recordar a los cronistas hermanos Leonardo de Argensola o ya en nuestro tiempo –y doy un salto más que secular, siempre peligroso– a los historiadores Gregorio Colás, José Antonio Salas, Encarna Jarque, etc. Precisamente a Jesús Gascón también se le debe englobar en este grupo, ya que él se ha caracterizado por mostrar la vigencia de ese constitucionalismo aragonés en el siglo XVI. Desde obras como “Los fundamentos del constitucionalismo aragonés” en la revista Manuscrits, 17, hasta Aragón en la monarquía de Felipe II con dos importantes volúmenes sobre Historia y pensamiento –el primero– y sobre la Oposición política –el segundo–, pasando por la Bibliografía crítica para el estudio de la rebelión aragonesa de 1591 y La rebelión de las palabras. Sátiras y oposición política en Aragón (15901626) y muchos más trabajos que podría señalar, Jesús Gascón se ha situado como uno de los historiadores, si no el mejor, más riguroso y documentado que hoy puede haber al margen de las matizaciones que siempre existen en todo aquel investigador que lo hace desde su actualidad y sin caer en la neutra tentación de los eruditos a la violeta. En el fondo todo lo que Jesús Gascón había hecho con anterioridad ya precedía su culminación en este libro cuyo título es enormemente atractivo, además de ser –como avanza Joseph Pérez en su prólogo– “lo mejor que se ha escrito hasta la fecha”. Debe decirse que el conocimiento que posee el autor de la época sobre el último tercio del siglo XVI, y la realidad aragonesa, es exhaustivo gracias al manejo de una ingente cantidad de documentación original. La consulta de los grandes archivos nacionales como el Archivo de la Corona de Aragón o el Archivo General de Simancas –entre otros– se complementa perfectamente con la estancia en los provinciales o locales como el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza o el Archivo Municipal de Huesca. Jesús Gascón además ha sabido recoger en archivos internacionales la trascendencia de los acontecimientos aragoneses como en The British Library o la Bibliothèque Nationale de France. A todo esto hay que sumarle la facilidad extraordinaria con la que estudia las obras que escribieron los coetáneos, así como todo el cúmulo de –no pocas– aportaciones a lo largo de los siglos. Con estas herramientas en su poder Jesús Gascón ha dividido el trabajo en cuatro grandes apartados. En el primero se refiere –con unos prolegómenos a la coyuntura internacional– a la situación aragonesa de finales del siglo XVI. El autor señala cómo se fueron complicando los diversos escenarios de política internacional para el Rey Prudente y cómo Felipe II fue llevando a la monarquía hacia derroteros más centralistas, que toparon con la visión de territorios periféricos e incluso con las perspectivas de los súbditos castellanos. Pasa después con cierta rapidez a la realidad aragonesa y muestra de forma resumida y entendedora las vías que llevaron a lo largo del siglo XVI al deterioro de las relaciones entre el reino y la monarquía. Agravamiento éste que se produjo, según se afirma, a causa de las iniciativas reales, que sorteaban el ordenamiento jurídico aragonés para imponer las intenciones del monarca, pero también por la ineficacia de los ministros reales. No puedo entrar aquí en detalles, ya que el autor lo hace de forma pormenorizada, pero el libro narra esos conflictos que fueron alejando las posturas entre la visión de la monarquía y la realidad que vivían las instituciones Recensiones 567 regnícolas: el pleito de Teruel y Albarracín, la problemática del condado de Ribagorza, la guerra entre montañeses y moriscos, el enfrentamiento entre la Diputación y la ciudad de Zaragoza por el Privilegio de los Veinte y el Pleito del Virrey Extranjero. Todo esto fue generando una oposición mayoritariamente política entre diversos sectores sociales aragoneses frente a las directivas que venían de la corte. También se recalca que en ese distanciamiento las cuestiones económicas estuvieron en un segundo plano. Este conjunto de situaciones permiten a Jesús Gascón afirmar que se debe abandonar el término de alteraciones para pasar a denominarlo rebelión, ya que los hechos descritos hablan por sí mismos. El segundo apartado manifiesta la sucesión de los acontecimientos durante la rebelión. Una de las aportaciones sustanciales del autor es precisamente la periodización que realiza, que le lleva a afinar muchísimo más en las valoraciones de lo que lo había hecho tradicionalmente la historiografía. Esto es posible, como ya he apuntado al principio, por el alud de documentación que Jesús Gascón ha trabajado y cotejado, que en muchos casos facilita la posibilidad de dar la palabra a los mismos protagonistas. Es ésta una cuestión que alegra la lectura de un libro, ciertamente académico, pero nada alejado de una espléndida redacción narrativa. Siguiendo este apartado, se debe tener en cuenta la fase procesal que abarca desde la llegada de Antonio Pérez al reino hasta el estallido del motín de mayo de 1591. El autor recalca que la figura de Antonio Pérez ayudó a canalizar un descontento que existía desde hacía ya unas décadas y conllevó que diversos personajes de múltiples estratos sociales se pusieran al lado del ex-secretario de Felipe II. A este periodo le sigue la fase coactiva entre los meses de mayo y septiembre de 1591 en la cual la rebelión va ganando adeptos entre las capas bajas y los pierde entre las personalidades más ilustres. La fase radical entre septiembre y octubre del mismo año describe los preparativos del ejército realista y las excusas iniciales de Felipe II, que relacionaban la presencia militar con la finalidad de llegar a la frontera francesa. Ante todo esto, las principales instancias del reino decidieron resistir el envite de las tropas. En consecuencia el autor aprovecha este momento para hacer un repaso minucioso de las diversas reacciones de los protagonistas. La fase militar, noviembre de 1591, es la más breve temporalmente, pero en la que se dan amplísimos detalles sobre el reclutamiento y la preparación de las tropas que hicieron frente al ejército realista de Alonso de Vargas. Finalmente el libro muestra, como epílogo a la rebelión, la denominada jornada de los bearneses. En este capítulo se aportan algunas puntualizaciones a la visión tradicional de este episodio, en que aparentemente bajo los consejos de Pérez, la monarquía francesa organizó una fuerza de invasión en territorio aragonés. Pero ésta debe situarse además en relación con las tensiones franco-hispánicas por las guerras de religión y por la sucesión al trono de Francia. En un tercer apartado se estudian las consecuencias de la ocupación militar del reino y el inicio de la represión por parte de los oficiales de Felipe II. Durante los primeros días de noviembre de 1591 Antonio Pérez huyó junto con los más comprometidos con la rebelión. La represión que van a llevar a cabo los ministros reales se escenifica de manera muy clara con la detención de don Juan de Lanuza, del conde de Aranda y del duque de Villahermosa y la posterior ejecución del primero. Estos hechos generaron un masivo éxodo, especialmente entre los representantes de la Diputación y de la Corte del Justicia, que se contrarrestó con las órdenes de la monarquía para capturar a los fugitivos y que se complementaron con sendos avisos para que los virreyes de los territorios vecinos estuviesen alerta. Jesús Gascón investiga la persecución de alguno de los detenidos, tanto en el reino de Aragón como fuera de él, y posteriormente cómo son culpados. 568 Recensiones También se hace una especial referencia a la represión que sufre el reino y las siempre dificultosas relaciones entre las tropas encargadas de la persecución y represión de los revoltosos aragoneses. Así mismo se alude a los intentos por parte de las instituciones propias del Reino para establecer puentes diplomáticos y peticiones de clemencia para moderar esa represión. Tampoco descuida Jesús Gascón la incidencia de todos estos episodios en las instituciones regnícolas y la monarquía. Ésta aprovechó la situación para moldear la capacidad de maniobra, especialmente de la Diputación, de la Corte del Justicia y de los consistorios municipales. En la cuarta y última parte, el autor retrata a algunos de los principales protagonistas de la rebelión e intenta buscar el porqué de su adhesión a ella. De hecho estudia ampliamente las razones de todos aquellos que se posicionaron a favor de la causa de Antonio Pérez, empezando por el entorno aragonés de este personaje. Posteriormente investiga con exhaustividad las principales familias aragonesas y los motivos de su paulatina oposición a la política monárquica, teniendo en cuenta sus relaciones con las facciones cortesanas. No se olvida, en fin, de los otros sectores de la sociedad que también participaron en la rebelión e intenta buscar los motivos que llevaron a su intervención como es el caso de los clérigos, los ciudadanos de Zaragoza, que podía abrazar una composición social bastante amplia, y finalmente los labradores, los artesanos y la población marginal. Tampoco olvida en su estudio identificar a los partidarios que estuvieron en el bando monárquico, lo que prueba sus intentos constantes de llevar a la historia por su verdadero camino: contar y narrar hechos sin arrancar, antes de conocer la documentación, desde una manifiesta posición ideológica. Simplemente quiero finalizar este texto con unos breves comentarios para valorar y ensalzar el excelente trabajo de Jesús Gascón, producto de una tarea investigadora monumental –fruto de su tesis doctoral– y que después de las reflexiones que se van acumulando con el paso de los años se traduce en un trabajo imprescindible para entender el reino de Aragón de finales del siglo XVI. ERNEST BELENGUER
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