EXSAYOS MS MORAL Y DE POLITICA. BACON. ENSAYO* MORAL Y DE POLÍTICA TU \ P U C M - O S i OB. ARCADIO RODA RIVAS, MADRID. I M P R E S T A UK M. M I N U É S A, caile de Jujnelo, num. 19. 1870. El traductor se reserva los derechos que la ley lo concede. PRÓLOGO DEL TRADUCTOR. No ofrecemos al público la traducción de estos Ensayos como u n trabajo perfecto, sino como u n trabajo ú t i l . La fama imperecedera y universal que va u n i d a ai nombre de Francisco Bacon, sabemos que la debe más p r i n c i p a l m e n te á la obra que dejó comenzada con el titulo de Grande restauración de las ciencias, que á las demás que produjo su infatigable y vastísimo i n g e n i o . Pero a u n q u e estos estudios no p u e dan considerarse como su obra, m á s i m p o r t a n t e , son sin disputa de u n mérito extraordinario: él mismo se atreve á reconocerlo así en la dedicatoria de la s e g u n d a edición que hizo al d u q u e Vi de l i u k i n g h a m , cuando dice primero, refiriéndose á ellos, *que se complace en a u m e n t a r k esperanza de que á favor de ia l e n g u a latina, ipii es n n a l e n g u a universa.:, podrán vivir t i n to como v i v a n los libres y las letras: <. y cuando más acidante añade «ju«.- son ¡uno de los m e jores frutos ijue la Providencia divina le lia permitido obtener de ios afanes y trabajos de su p l u m a . » 3 Pero la importancia, y sobro todo la utilidad de este libro se comprende mejor, considerando «fue el hombre (pie lo escribió se había dedicado desde su t e m p r a n a j u v e n t u d al e s t a dio de todas las ciencias, en las cuales produjo u n a completa y saludable revolución, y más tarde al manejo de los negocios políticos: que su vida en medio de la corte de Inglaterra, donde llegó á desempeñar cargos importantes,, le facilitó el conocimiento de las cosas y de los hombres : (pie sus talentos eran tan propios para remontarse á las regiones di; las ideas especulativas como para descender hasta el terreno de la práctica, y <jue unidas estas circunstancias á u n espíritu t e n a z m e n t e investigado; y profundo, debieron enriquecer su inteligencia con un precioso tesoro de conocimientos, de c u y a extensión y calidad son u n a mué-ira estos VI) n-n.s((.yu.s, publicados por s e g u n d a vez ei imo if»2.">, cuando y a Labia cumplido ios sesenta y cuatro de su edad. A diferencia de otros filósofos y moralistas, • A\e sólo presentan a la consideración ele ios hombros modelos ideales, c u y a realidad es incompatible las más veces con la ñaca n a t u r a l e za del h u m a n o linaje, aspira más bien á i n d i carnos los escollos que nos a m e n a z a n en el m a r de la existencia, y los puertos y ensenadas donde puede buscarse u n refugio en los dias tempestuosos. Pero no sólo nos e n c a m i n a con sus preceptos hacia la perfección moral, sino '¿lie lijando su vista en las relaciones qu* unen al hombre con los demás hombres y con la sociedad en que vive, presenta los caracteres individuales más peligrosos y el modo de conducirse con ellos, y traza la conducta que se debe seguir para lograr la consecución de todos los Unes justos y legítimos. Conocedor de la g r a n d e influencia que los h o m bres de gobierno y los príncipes ejercen en la sociedad, dirige á ellos m u c h a s veces las prudentes observaciones que halda sacado de la historia de los pueblos, ó de los mismos acontecimientos de que h a l d a sido actor ó espectador. No olvidando n a d a de c n a n t o puede con- VUI tribuir principalmente al bienestar de los hombres, hasta da e n uno de sus artículos alguno.-; consejos sobre el modo de conservar la salud, ios cuales nos parecen de u n valor incuestionable, comparados con los que hemos visto en alg u n a s olí ras de h i g i e n e . Se conoce, no obstante, en el conjunto de estos Ensayos, que el autor escribía á fines de! siglo XVI y principios del XVII: en lo poco que habla de asuntos económicos, se ve que a b u n d a en los errores que e r a n patrimonio de aquella época, y que esta r a m a del saber no fué la q u e m á s ocupó su poderosa i n t e l i g e n c i a : estos son, sin e m b a r g o , pequeños lunares que apenas se divisan en un trabajo enciclopédico como este, y que no m e r m a n su importancia ni su m é r i to, de i g u a l modo que u n a obra arquetipa y m o n u m e n t a l del arte a n t i g u o no desmerece casi n a d a a u n q u e el tiempo la h a y a señalado con su h u e l l a , ó a u n q u e se note entre la m u l titud de sus bellezas a l g u n a ligera incorrección . La parte política de esta obra es d i g n a de meditarse m u c h o , especialmente por los h o m bres que se sientan empujados por su destino hacia el terreno áspero y peligroso de los negocios públicos. No desconocemos el dictamen coi:- IX trario al nuestro, que sobre las opiniones de Bacon relativas á este punto, h a n formado escritores m u y ilustres; pero á pesar del respeto que se merecen, insistimos en creer que el hombre que se educa y prepara para lanzarse en el m a r proceloso de la política, debe buscar en todas partes armas y recursos para hacer posible y próspera su navegación. Pues qué, ¿ha de aventurarse indefenso en n n camino sembrado de riesgos y emboscadas? ¿Se h a de considerar i n v u l n e r a b l e con la sola defensa que le ofrezca su v i r t u d , cuando la virtud sin la sagacidad y la p r u d e n cia, es u n peto que más bien atrae que rechaza los dardos de la maldad? El decir á los hombres que sean honrados solamente, es decirles la m i tad de lo que deben saber: el enseñarles á que sean honrados y á que sepan conocer las m a q u i naciones de los perversos y librarse de ellas, es completar su enseñanza con u n a doctrina esencialísima. Cuanto más puros y cuanto más bellos y elevados sean los sentimientos de u n hombre, t a n t a mayor es su necesidad de aprender toda, la bajeza y depravación de que son capaces a l g u n a s criaturas. Bacon sabía que los hombres no pueden convertirse en ángeles mientras se hallen en esta vida perecedera cubiertos de su cascara mortal, y en vez de pro- X ponerse u n imposible, dirige sus esfuerzos á que no sean víctimas n i verdugos. Por más que sus creencias religiosas no sean e x a c t a m e n t e las que a b r i g a nuestra alma, preciso es concederle que se ocupa de e4os asuntos con u n a templanza y circunspección (liguas de elogio, y que sus palabras están animadas de u n sentimiento conciliador y tolerante, inspirado sin duda por Ja lectura de las hermos;'p á g i n a s del E v a n g e l i o . Tributaremos u n a muestra de respeto á la verdad, tal cismo nuestro pensamiento la comprende, añadiendo que algunos capítulos pueden servir lo mismo para indicar al hombre honrado el mal camino de que debe apartarse, que para enseñar al de torcidas intenciones el modo de ser más infame; pero a u n en estos casos, j a m á s cita el ejemplo de u n hecho detestable sin lanzar contra él todo el peso de su reprobación . Podemos decir por consecuencia, que esta obra es de g r a n d e utilidad para las personas de alta categoría i g u a l m e n t e que para las de posición social menos elevada, y que si el hombre de escasos conocimientos tiene en ella m u cho que aprender, t a m b i é n el que posea u n a extensa ilustración encontrará algo nuevo que XI añadir al caudal de los suyos. Los jóvenes, sobre todo, nos parece que h a b r í a n de sacar de su lectura u n provecho considerable, puesto que contiene el fruto sazonado de c i n c u e n t a años de estudios hechos en los libros y en los n e g o cios del m u n d o . Un joven puede poseer talentos naturales y cierto fondo do instrucción: ¿pero do qué le sirven estos recursos si no están auxiliados por la experiencia,? ¿No es la experiencia la que proporciona á, la edad m a d u r a las ventajas que ésta lleva siempre á los pocos años para conocer y evitar los peligros de que esta sembrada la. vida? ¿No son t a m b i é n las lecciones de la experiencia las que mayores y más dolorosos sacriíicios cuestan ai hombre, y las que más t a r d a n en llegar á fortalecer su razón, cuando prefiere recibirlas del tiempo más bien que de las palabras de los sabios? Esto es i n cuestionable, y no vacilamos en a s e g u r a r que la colección de Ensayos que presentamos traducida , es un verdadero tesoro para la .juventud. Pero no vaya á, creerse que u n a m i r a d a s u perficial basta para aprender en estas páginas todo lo que ellas pueden e n s e ñ a r : los g r a n d e s ingenios llenan sus escritos do sólidos pensamientos, y es preciso leerlos d e t e n i d a m e n t e XII para aprovechar toda su doctrina: el espíritu es e n cierto modo comparable al estómago, que no puede digerir de una vez gran cantidad de alimentos m u y sustanciosos. NOTA. Si esta obra fuese bien recibida del p ú - blico, no t a r d a r í a m o s en publicar la traducción de las demás obras de B a c o n , que desde hace algún tiempo tenemos comenzada. BACON. ENSAYOS DE MORAL Y DE POLÍTICA. I. i)K LA VEIÌDAD. ¿Qué es la verdad? p r e g u n t a b a Pílades irón i c a m e n t e y sin querer a g u a r d a r la respuesta. Se ven muchas personas q u e , m i r a n d o como u n a esclavitud la necesidad de tener opiniones y principios fijos, quieren gozar de u n a entera libertad, tanto en sus pensamientos como en sus acciones. La secta de los filósofos que dudaban de todo, se e x t i n g u i ó hace mucho tiempo; pero todavia se e n c u e n t r a n muchos espíritus vagos é inciertos que parecen contagiados de la misma m a n í a , a u n q u e sin tener t a n t o vigor y profundidad como los a n t i g u o s excépticos. Sin e m b a r g o , la causa que h a acreditado y consa- grado tantos errores, no ha consistido en las dificultades que es necesario vencer para descubrir la v e r d a d , n i en el trabajo porfiado que e x i g e esta investigación, n i en aquella especie de y u g o que parece imponer al pensamiento cuando se la encuentra, sino en un amor n a t u ral por la m e n t i r a m i s m a . E n t r e los filósofos más modernos de la escuela g r i e g a , h a y uno que se ha ocupado m u y especialmente de esta cuestión, y que ha procurado en vano investigar la causa, por la cual tienen los hombres u n a predilección tan m a r cada hacia la m e n t i r a , siendo así que no les proporciona placer como á los poetas, ni provecho como á los mercaderes, sino que por el contrario parecen amarla por ella m i s m a . Yo resolvería esta cuestión del modo s i g u i e n t e : lo m i s mo que u n dia m u y claro es menos favorable al efecto de las decoraciones escénicas que la luz débil de las bugías y de los candelabros, lo mismo la verdad en todo su esplendor, es t a m bién menos favorable al prestigio, al adorno y á la pompa teatral del m u n d o , que su luz u n poco debilitada por la m e n t i r a . La verdad, t a n preciosa como parece, no tiene acaso mas que u n valor comparable al de u n a perla que necesita el auxilio de la luz del dia para presentar - Jó — todo su mérito, y no i g u a l al de u n brillante, cuyos propios resplandores aventajan á las l u ces. Sea do esto lo que quiera, no es dudoso que un poco de ficción mezclada con la verdad causa siempre placer. Quitar al espíritu las vanas opiniones. las falsas apreciaciones, las ilusiones seductoras y todas las quiméricas esperanzas de que se a l i menta, sería acaso condenarlo al enojo, al disgusto, á la melancolía y al desaliento. Uno ríe los más grandes doctores de la Iglesia, y cuya severidad nos parece otras veces u n poco excesiva, llama, á la poesía el vino de los demonios, fundándose en que las ilusiones de que llena la imaginación ocasionan una especie de embriaguez, y sin embargo, la poesía no es m a s que la sombra de la mentira. Pero la, m e n t i r a en realidad perjudicial, no es la que toca l i g e r a m e n te a! espíritu h u m a n o , y que no hace, por d e cirlo así, n a d a más que pasar á su lado y rozándose con él; sino la que lo penetra más profundamente y se fija en el e n t e n d i m i e n t o , que es aquella de que hablamos más arriba. Sea cualquiera la, idea que los hombres p u e dan formarse de lo verdadero y de lo falso en »4 extravío de sus juicios y depravación de sus alecciones, la verdad, que no tiene más juez — 1(1 — que ella m i s m a , nos enseña que su investigación, conocimiento y sentimiento, que se parecen al deseo, á la vista y al goce, son el mayor bien que puede concederse á los mortales. Lo primero que Dios creó en los dias de la formación del universo, fué la luz de los sentidos, y lo último, la luz de la razón; pero su obra etern a , obra propia del sábado, es la iluminación m i s m a del espíritu h u m a n o . Üesde un principio derramó la luz sobre la superficie de la materia ó sobre el caos, después sobre la faz del hombre que acababa de formar, y por último, extendió e t e r n a m e n t e la luz más viva y pura en las almas de los escogidos. Lucrecio, ese poeta que ha sabido dar a l g ú n realce á la última y más rep u g n a n t e de las sectas, ha dicho con la elegancia que le es propia: «Un placer bastante agradable es el de u n hombre que desde lo alto de la roca donde está sentado, contempla u n navio combatido por la tempestad. Es i g u a l m e n t e d e licioso m i r a r desde u n a torre elevada dos ejércitos que pelean en u n a vasta llanura, y ver incierta la victoria, pasar del uno al otro altern a t i v a m e n t e . Pero no h a y n i n g ú n placer comparable al que experimenta u n sabio que desde las alturas de la verdad, alturas en que nadie ejerce t i r a n í a y donde reina perpetuamente un aire t a n puro como sereno, dirige sus t r a n quilas miradas sóbrelas opiniones engañosas y sobre las tempestades de las pasiones h u m a nas:^ y a ú n debería a ñ a d i r que semejante espectáculo no excita en nosotros mas que u n a i n d u l g e n t e conmiseración, y no orgullo n i desprecio. Ciertamente, todo mortal que a n i m a d o del fuego divino de la caridad, y descansando sobre el seno de la. Providencia, no tiene otro pensamiento ni otro norte que la verdad, goza desde este m u n d o de los bienes celestiales de la otra vida. Si pasamos ahora de la verdad filosófica ó teológica á la verdad práctica, ó más bien á la buena le y la sinceridad en los asuntos del m u n d o , no podremos d u d a r , y esta es una. m á i m n incontestable a ú n para ;»n-olios que piensan de distinto modo, que u n a con iucta franca y siempre recta no es lo que da m a y o r elevación y d i g n i d a d á los hombres, y que la. falsedad en id comercio de la. vida, es semejante á los metales viles que se alean con el oro, que a u n q u e le hacen más fácil de trabajar d i s m i n u y e n su valor. Todos estos caminos oblicuos y tortuosos, asemejan el hombre á la. serpiente, que se arrastra porque no sabe m a r c h a r de otro modo. No hay vicio más vergonzoso n i que más v degrade, que el de la perfidia, ni papel más h u m i l l a n t e que el de un embustero, ó el de u n tramposo, cogidos i n f r a g a n i i ó sobre el delito. Así es, que M o n t a i g n e , buscando la razón por la cual el ser desmentido es u n a afrenta i a n grande, resolvió así esta cuestión con su d r - w r n i miento ordinario: «Si fijamos bien la atención, ¿qué es un mentiroso sino un hombre que tome á los hombres y que desprecia á Dios? > V on efecto, m e n t i r , ¿no es i n s u l t a r á Dios misino y doblarse cobardemente delante de los hombres'' Por último, para dar una idea de la enorme m a g n i t u d de los crímenes que ocasionan la mentira y la falsedad, diremos que estos vicies, Hollando la medida, de l«s iniquidades h u m a n a s , h a n de sor como la trompeta que llamará sobre los hombres •»! juicio de Dios: p u ^ s está escrito que cuando el .Salvador del mondo descienda eníiv nosotros, no encontrará la buena fó sobre la tierra. II. DK LA MXERTK. Los hombros t e m e n la m u e r t e como los n i ños temen las tinieblas, y lo que contribuye á los terrores que e x p e r i m e n t a n , son los cuentos tenebrosos con que se les embanca. Xo cabe duda en que las profundas meditaciones sobre la m u e r t e , considerada como consecuencia del pecado original y como paso para entrar en la otra vida., son u n a ocupación piadosa y saladable; pero el temor de la m u e r t e , mirada como u n tributo que es preciso p a g a r á. la n a t u r a l e za, es u n a verdadera debilidad. Hasta en las meditaciones religiosas sobre este asunto, entra a l g u n a s veces puerilidad y superstición: por ejemplo, en uno de esos libros que m e d i t a n los — 20 — rnonges para prepararse á la m u e r t e , se lee lo que s i g u e : «Si la más peque Ha herida hecha en u n dedo puede causar tan vivos dolores, ¿que horrible suplicio no debe ser la muerte, que es la disolución ó la corrupción del cuerpo entero?.'.. Conclusión absurda y despreeiuUo. puesto que la fractura o dislocación de un solo miembro causa más g r a n d e s dolores que la mu crie m i s m a , no siendo las partes esenciales , i la vidalas más sensibles, lis m u y juiciosa la frase del escritor que h a dicho, hablando solamente come filósofo y h o m b r e de m u n d o : «El apáralo de la m u e r t e es más terrible (pie la muerte misma.e E n eí'ecto, ios g e m i d o s , las con\ulsiones. la palidez del rostro, la tristeza de jo-: amigos, la desolación de la familia y ei ¡águb'.o a ornato de los funerales, es lo que hace ¡i la m u e l l e t a n terrible. Conviene observar á esie p r o p ó s i t o , que no h a y en el corazón del hombre ninguna, pasión t a n débil que no pueda i - o b i o p o r i e r . s e a! temor de la m u e r t e . La m u e r t e no es. pues, un e n e m i g o t a n formidable, puesto que e¡ hombre t i e n e siempre en sí mismo rceurses c o n que vencerla. Kl deseo de v e n g a n z a triimí'u tle ella, el amor la desprecia, el honor la desea, la desesperación la elige por refugio, el miedo la apresura, la le la abraza con u n a especie de gozo, y si hemos de creer lo que dice la historia de Roma, después que el emperador Otón se hubo dado la m u e r t e , la compasión, que es la m á s débil de las ,-: lecciones h u m a n a s , determinó á algunos de los que le eran más afectos á seg u i r su ejemplo: resolución, repito, que t o m a ron por pura compasión hacia su jefe y como la única digna, de sus parciales. A estas causas añade Séneca el enojo, la saciedad y el d i s g u s to: •'-•Para despreciar la m u e r t e , dice este filósofo, no h a y necesidad de valor ni desesperación; basta, permanecer mucho tiempo haciendo y deshaciendo una misma cosa, y estar hastiado de la vida. > Un hecho i g u a l m e n t e d i g n o de atenderse, es la poca alteración que la proximidad de la muerte produjo en el a l m a firme y generosa de ciertas pí-ivonas que no desmintieron su vida pasada ni a u n en estos últimos momentos, siendo dignos de sí mismos hasta su fin. Por ejemplo, la« úllimas palabras de César Augusto fueron u n a especie de cumplido: <Livia, dijo á su esposa, adiós, y acordaos de nuestro m a t r i monio. •> Tiberio disimulaba todavía en sus ú l t i mos momentos: «Ya,, dice Tácito, sus fuerzas le a b a n d o n a b a n , pero la disimulación quedaba ->2 a ú n . > Yespasiano murió chanceándose, y seata;lo en su silla dijo cuando poco á poco so le escapaba la vida; <>;Ah! yo creo que me convierto en u n dios, v Las últimas palabras de (Jaiba, fueron u n a especie de sentencia: Soldado, exclamó, si t ú crees m i muerte útil al pueble romano, hiere :>> y después él mismo presento el cuello á su asesino. Scptimio • overo murió despachando un asunto: '•.Aproximaos, dijo, y concluyamos esto; por poco que me reste de vida, a ú n quedará tiempo para hacerlo.* Y lo mismo podría decirse de otros muchos personajes. Los estoicos ponían mucho cuidado en exc i t a r l o s hombres á despreciar la m u e r t e , siendo así que todos sus preparativos contribuyen a hacerla más imponente. Yo prefiero ni que ha dicho que v í a muerto es el último acto, ó el desenlace del drama de la vida.» Es tan natural morir como nacer, y quizá el hombre sufra más a! nacer que al morir. El que muere en mitad de u n g r a n designio con que está profundamente ocupado, siente la muerte de i g u a l modo que el guerrero que es herido m o r t a l m e u te en el calor de un combate. La ventaja propia de todo g r a n bien al cual se aspira y que llena el a l m a por completo, es quitar el sentimiento — T-y — del dolor y de la m u e r t e m i s m a . Pero dichoso, m i l veces dichoso, el que estando dedicado á u n objeto verdaderamente d i g n o de sus esperanzas y de su atención, puede al morir cantar como Simeón: A'/'i/c lívnúttis, etc. Otra ventaja de la muerte es abrir al g r a n d e hombre el templo de ia fama y e x t i n g u i r al mismo tiempo la e n v i dia. «Ese mismo hombre, dice Horacio, á quien todos envidian, tan pronto como cierre los ojos será de todos querido.» III. !)t: LA ONU DAD X)VA, S U N T I M r E X T o EX 1-A IGLKSTA CRISTI AX A. Siendo la religión el principal vínculo de la sociedad h u m a n a , debería desear esta misma sociedad que la religión se fortaleciese por los estrechos lazos de la verdadera unidad. Las d i - tensiones y los cismas en materia de religión, son u n azote que era desconocido á los paganos. La razón de esta diferencia consiste en que el paganismo estaba compuesto más bien de ritos y ceremonias relativas al culto de los dioses, que do dogmas positivos y de u n a creencia fija: fácil cosa es adivinar lo que podia ser la fe de los p a g a n o s , mirando simplemente que so Iglesia, no tenia por doctores nada, más que poetas. Pero el Espíritu Santo, hablando de los atributos del verdadero Dios, dice que es un Dios celoso, por lo cual su culto no sufre ni mezcla n i corrupción. Creemos, pues, poder permitirnos a l g u n a s reflexiones sobre el importante asunto de la unidad de la Iglesia, y trataremos de responder satisfactoriamente á estas tres p r e g u n t a s : ¿Cuáles serían los frutos de la u n i dad religiosa? ¿Cuáles son sus verdaderos limites? ¿Por qué medios podría establecerse? E n cuanto á los frutos de esta unidad, además de que sería a g r a d a b l e á Dios, que debe ser el principal fin de la vida y el objeto de los objetos, procuraría dos ventajas principales, de las cuales la u n a miraría á los (pie están ahora fuera de la iglesia, siendo la otra propia de los que se e n c u e n t r a n ya en su seno. Hay además, que el mayor de todos ios escándalos posibles, Y sin duda el más manifiesto, consiste en los cismas y en las h e r e j í a s : escándalo peo? que los que nacen de la corrupción de las costumbres, pues en este concepto sucede lo mismo al cuerpo espiritual de la Iglesia que al cuerpo h u m a no, en el que u n a herida y u n a solución de continuidad son frecuentemente un m a l menos peligroso que la corrupción de los humores; de suerte que no existe causa más poderosa para alejar de la Iglesia á los que están fuera de su seno y para desterrar de ella á los que se h a llan bajo su dominio, que los ataques dirigidos contra la unidad. Así es, que cuando los sentimientos están excesivamente divididos, se oye g r i t a r á unos: «Vedla allá en las soledades;» y decir á otros: \'n, rió, miradla aquí en el santuario; es decir, cuando los unos buscan á Cristo en los conciliábulos de los heréticos, y los otros en la faz exterior de la Iglesia. Entonces es cuando se debe tener constantemente en la memoria, aquella frase de las Santas Escrituras: ^Guardaos de salir.» El Apóstol de los g e n t i l e s , cuyo ministerio y vocación estaban especialmente consagrados á introducir en la Iglesia á los que se hallaban fuera de su seno, se expresaba así hablando á los infieles: «Si u n p a g a n o ó c u a l - — 2<; — quiera otro infiel entrase en vuestra Iglesia y os oyese hablar diferentes l e n g u a s , ¿qué pensaría de vosotros? ¿No os tomaría por insensatos?. C i e r t a m e n t e que los ateos no se escandalizan menos cuando s e l e s aturde con el ruido de las disputas y controversias sobre la religión, siendo esto lo que los aleja de la Iglesia, y los induce á burlarse de las cosas santas. Aunque u n asunto t a n serio como este parece excluir toda ciase de e p i g r a m a s ó de chanzas, no puedo menos de referir aquí u n rasgo de tal naturaleza que puede dar una j u s t a idea do los malos efectos de las disputas teológicas. Un gracioso de oficio ha i n v e n t a d o en el catalogo de u n a biblioteca i m a g i n a r i a , u n libro con este título: «Piruetas y monadas de los heréticos. >> V en efecto, no h a y n i n g u n a secta que no t e n g a alg u n a actitud ridicula y a l g u n a puerilidad que le sea propia y la caracterice: extravagancias que, llamando la atención de los hombres descreídos y de los políticos depravados, excitan su desprecio y les dan pié para mofarse y ridiculizar los sagrados misterios. Respecto de los que se e n c u e n t r a n y a en el seno de la Iglesia, los resultados que pueden obtener de la unidad de ésta, están comprendidos en el goce de la paz que les proporciona. lo cual encierra u n a infinidad de bienes inestimables, estableciendo y afirmando la te y avivando el fuego divino de ia caridad. Además de esto, la paz de la Iglesia parece que destila en las conciencias y que hace reinar en ellas esa serenidad que presenta en el exterior. E n fin, dicha, paz conduce á los que se contentarían con escribir y leer controversias ó polémicas religiosas, hasta llevarlos á fijar su a t e n ción en los tratados que respiran sentimientos h u m i l d e s y piadosos. Hablando de los limites de la u n i d a d , i m porta ante todo determinarlos bien; pues se puede incurrir en los dos extremos opuestos: los unos, animados de u n falso celo, parecen rechazar toda palabra que tienda á u n a pacificación. «¿Está todo en paz? Y respondió J e h ú : ¿Qué tienes t ú que ver con la paz? Pasa y sig ú e m e . » La paz no es el fin de los hombres de este carácter, y ellos no tratan mas que de hacer predominar la opinión y la secta que sostienen. Otros al contrario, semejantes á los Laodiceos, más tibios sobre el asunto de la r e ligión, é i m a g i n a n d o que se podría con la a y u da de cierto temperamento y de ciertas proposiciones medias, y participando de opiniones contrarias, conciliar con destreza los puntos que parezcan más contradictorios, dan á e n t e n der con esta, conducta, que pretenden ser mediadores entre Dios y los hombres. Pero es necesario evitar i g u a l m e n t e estos dos extremos, lo c u a l se conseguirá explicando y determinando de u n a manera clara y para todos inteligible, en qué consiste precisamente esta alianza, cuyas condiciones ha estipulado el Salvador del m u n d o por medio de dos sentencias ó cláusulas que á primera vista parecen contradictorias: «El que no está con nosotros, es contra nosotros: el que no está contra nosotros, es con nosotros:» es decir, si se. tiene cuidado de separar y d i s t i n g u i r bien los puntos fundamentales y esenciales de la religión, de aquellos que sólo deben ser minutos como opiniones verosímiles y como simples miras que t i e n e n por objeto el orden y disciplina de la Iglesia. Algunos de nuestros lectores creerán acaso que no hacemos a q u í n a d a más que manosear de nuevo un asunto trivial y cuestionado, y proponer i n ú t i l m e n t e cosas ya. ejecutadas: pero ¡os que tal piensen i n c u r r i r á n en u n error, puesto que si distinciones tan necesarias se hubiesen h e cho con más imparcialidad, habrían sido más g e n e r a l m e n t e adoptadas. Probaré sólo á dirig i r sobre este importante asunto a l g u n a s m i - — 29 — radas proporcionadas á m i débil i n t e l i g e n c i a . H a y dos especies de controversias que pueden desgarrar el seno de la iglesia y que es preciso evitar i g u a l m e n t e : la u n a tiene l u g a r cuando ei punto que constituye ia cuestión es frivolo y falto ¡lo importancia, y no merece, por consiguiente, que sotóme con calor la disputa, en cuyo caso no h a y ni se atiende otro principio que al espíritu de contradicción; porque como lia observado uno de los Padres de la Iglesia, la túnica de Cristo no tenia costuras, pero el ves!ido de la Igiosia está abigarrado de diferentes coluros: con este motivo da el precepto siguiente: - H a y a variedad en este vestido, pero r:o haya. (f.i;vjcii',--jHcs, pues la unidad y la uniformidad son dos cosas m u y diferentes.* El otro género de controversias tiene l u g a r , cuando siendo más importante el punto de ia cuestión se le oscurece a fuerza de sutilezas, de suerte que e¡¡ íes a r g u m e n t o s alegados por una y otra parle so e n c u e n t r a más ingenio y astucia que sustancia y suiidez. F r e c u e n t e m e n t e sucede que cuando un hombre dotado de b u e n juicio y penetración oye á. dos ignorantes que disputan acalorados, se apercibe en s e g u i d a de que en ei fondo se^ del mismo d i c t a m e n , y de que no diíicron n a d a más que en las expresio- — 30 — nes. a u n q u e entrambos abandonados á sí mismos no puedan llegar á entenderse por medio de u n a buena definición. Pero si á pesar de la pequeñísima diferencia que puede encontrarse entre los juicios h u m a n o s , u n hombre, puede tener bastante ventaja sobre otros hombres para hacerles u n a observación que los concilie, es m u y natural creer que Dios, que desde lo alto de los cielos penetra en todos los corazones y loe en todos 'os e n t e n d i m i e n t o s , vea aun más frec u e n t e m e n t e una. misma opinión en dos aserciones donde lo? hombres, cuyo juicio es t a n débil, crean ver dos pareceres diferentes, y que él se d i g n e dispensar á entrambos su aceptación. San Pablo nos da u n a j u s t a idea de Jas controversias de este g é n e r o y de sus efectos, en la advertencia y el precepto que ofrece con este mismo motivo; "Evitad, dice, ese profano neologismo que da. l u g a r á tantos altercados, y las vanas disputas de palabras que usurpan el nombre á la ciencia. Los hombres se suscitan á sí mismos dificultades y motivos de disputa donde estos no exist e n : disputas que no tienen otro origen n i fundamento que la g r a n d e afición á usar nuevos términos, cuyo significado se lija de m a n e r a que en vez de ajusfar las palabras al pensa- — — miento, es al contrario el pensamiento el que se ajusta á las palabras. Hay t a m b i é n dos especies de paz y de u n i dad que deben mirarse como falsas: la u n a es ja. que tiene por fundamento u n a ignorancia implícita, puesto que todos los colores se i g u a lan, ó mejor dicho, se confunden en las tinieblas. La otra es la que tiene por base el asentimiento directo, formal y positivo de dos opiniones contradictorias sobre puntos esenciales y fundaniental.es. La verdad y el error sobre a s u n tos de e<t.a naturaleza, pueden compararse al hierro y al barro de que estaban compuestos los dedos de los píos de la estatua que Nubucodonosor vio cu sueños: se puede conseguir que se adhieran, poro es imposiblo que se aleen. Kn cuanto á los medios y disposiciones de que puede hacerse uso para lograr esa u n i d a d , no deben n u n c a los hombres esforzarse por establecerla y sostenerla, hasta el extremo de tener que olvidarse de las leyes de la caridad, ó de cualquiera otra ley fundamental de la sociedad humana. Hay entre los cristianos dos clases de espadas, la u n a espiritual y la otra temporal, y teniendo cada u n a de ellas su destino y oficio especiales, deben ser convenientemente empleadas en m a n t e n e r la, religión; pero en n i n - g o n caso deberá echarse mano de aquella tercera espacia de i l a h o m a ; ó diciérulolo de otro modo, en n i n g ú n caso será preciso propagar la religión por la fuerza de las a r m a s , ni violentar las conciencias por medio de sangrientas persecuciones, á menos que h a y a que remediar un escándalo nmv, ¡tiesto, blasfemias horribles, ó conspiraciones contra el Estado, combinadas con heregías. Mucho menos a ú n se debo tomar el pretexto do ¡a religión para fomentar sediciones, autorizar conjuraciones ó promover revueltas, poniendo armas en manos del pueblo, ó empleando cualquier otro medio de esta n a turaleza, que tienda á la subversión de toda especie de orden y de gobierno. Emplear estos odiosos medios es poner en contradicción las tablas de la ley, y considerando á los hombres como cristianos, olvidar que los cristianes son hombres. l'A poeta Lucrecio, no padiendo aprobar la horrible acción de A g a m e n ó n , que sacrificó á su propia luja, e v e l a m a i n d i g n a d o : -qTnn horrenda atrocidad ha podido inspirar la religión!/ ¿Y qué hubiera nicho de la m a t a n z a de San I'arteiomy, si estos horrorosos atentados h u b i e r a n sido cometidos en su tiempo? Semej a n t e s horrores h a b r í a n a u m e n t a d o cien veces más los epicúreos y ateos que existían. V.xi el caso mismo de estar obligados á emplear ia espada en servicio de la r e l i g i o n , debe obrarse con la nu¡s g r a n d e circunspección y prudencia., siendo una. m e d i d a abominnbio pon e r esie üriir¡. cu las manos 'del populacho. Abandónenlo- tales medios a los anabaptistas y á otras ím-ias del mismo t e m p l e . S e g u r a m e n t e pronunció eí demonio u n a g r a n b í a s í e m i ; cuando dijo: <•<?,; r, levantar.'*, y seré semejante ai Todopoderoso:* poro m a y o r es todavía presentar á Dios rr, escena, si uodemos expresarnos de este modo, y hacerle nocir: «Yo descenderé, y m e Laré semejante ai príncipe de las tinieblas.» ¿Será u n sacrilegio más excusa ido d e g r a d a r ia causa ¡le ¡a religion, hasta el extreme, de reducirla á aconsejar ó cometer en «u n o m b r e a t e n tados tan. exeerab'os como los une hemos c i t a do, como asesinatos de príncipes, como m a t a n zas de pueblos e n t e r o s , sublevaciones contra gobiernos, ele? ;.Xo sería esto hacer descender al Espíritu Sa.nto. no bajo la forma de paloma, sino bajo la forma do u n buitre, é izar sobre la 'pacifica nave de la Iglesia el odioso pabellón que enarbolan sobro sus buques los piratas y los asesinos? E s , p u e s , a b s o l u t a m e n t e necesario, que armándose ia iglesia de su doctrina y de sus augustos decretos, armándose los principes de su espada y los hombres esclarecidos del caduceo de la teología y de la filosofía moral, todos se concierten y coaliguen para condenar y e n t r e g a r para siempre al fuego del infierno toda acción de esta naturaleza y toda doctrina que tienda á justificarla, siendo esto cabalmente lo que y a se ha hecho en g r a n parte. Nadie duda que en toda deliberación sobre la relig i ó n , se debe tener m u y presente esto consejo del Apóstol: «La cólera del hombre no puede cumplir la j u s t i c i a d i v i n a . » Terminaremos este articulo con u n a observación memorable de uno de los Sontos Ladres: (Aquellos, dice, que sostienen que se deben violentar las conciencias, están interesados en hablar así: y este dogma abominable es para ellos un medio de satisfacer sus d i o s a s pasiones. IV. DK f.A VKXCUXZ.V. La. v e n g a n z a es u n a especie do j u s t i c i a barbara y salvaje, fas leyes deben procurar su completa, extirpación; porque si es m u y cierto que la primera ofensa ó el primer delito ofende á la ley, t a m b i é n lo es que la v e n g a n z a la dest i t u y e y so coloca en su lugar. Si se mira con detención, la v e n g a n z a no hace otra cosa que igualarnos a nuestros enemigo*, m i e n t r a s que perdonándolos nos hacemos m u y superiores á ellos: perdonar ó hacer gracia es u n a prerogativa de los reyes: «La verdadera gloria del h o m bre, ha. dicho Salomón, es despreciar las ofensas.» El pasado dejó de existir, es irrevocable, y los sabios t i e n e n bastante con pensar en el — -- presente y en el porvenir. Asi pues, ocuparse m u c h o del pasado, es perder el tiempo y atormentarse i n ú t i l m e n t e . Nadie hace u n a injuria por la injuria mism a , sino por el placer, el provecho ó ei honor que espera sacar de ella. Y esto establecido, ¿qué razón h a y para irritarse contra otro hombre porque urna más su persona que la. nuestra? Y a u n ¿oponiendo u n sugoto de t a n m a l a índole que nos ofenda s i n f í n n i n g u n o y por pura malevolencia, ¿á qué nos hemos de enfadar? Semejante hombre sería, por lo menos en apariencia, de i g u a l naturaleza que ios espinos y las zarzas, que p i n c h a n y a r a ñ a n porque no pueden hacer oirá cosa. El género de venganza, más excusable, es aquel que t i e n e por objeto castigar i, j a r í a s que se cpcap.-m á la acción de las leyes: pero de cualquier modo, deberá tomarse la \mm,.anza con cierta p r u d e n c i a , de manera p;e no se a t r a i g a uno el castigo de la ley, ni se do al enemigo el mismo derecho con qc<. croemos obrar . pues entonces estaremos expuestos á recibir dos golpes en vez de uno. Ib:y personas que desprecian u n a v e n g a n z a s<-creta y que desean que su e n e m i g o sepa de emule le d i r i g e n el tiro; y esta clase de \ e n g a n z a es ( — y7 — ciertamente la más generosa, porque se puede creer opio si la ofensa se v e n g a , es menos por disfrutar el placer de la v e n g a n z a y de devolver el gol¡10. <jiie por obligar al ofensor á que se arrepienta: pero los golpes de n a alma cobarde y péríida, se parecen á las saetas disparadas en ia oscuridad, de la noche. Cierta frase de Cosme do Mediéis, duque de Florencia, á propósito de los amigos pórfidos ó n e g l i g e n t e s , tiene un no sé (pió do austero y dosolador: las faltas de esta especie le parecen imperdonables: eLa ley »1 i vi na, decia, nos m a n d a perdonar á nuestros ci¡"migos, poro no nos manda, perdonar a nuestros amigos./) Job hablaba ¡mimado de mejor espíritu cuando exclamaba: "¿No debemos á íhos todos ios bienes de que gozamos? ¿No debcüioi' aceptar de su mano todos los m a les que nos anigen?» liste mismo juicio debe formarse d e bu amigos quo nos a b a n d o n a n ó nos hacen traición. Todo el que medita u n a v e n g a n z a , no hace más que reproducir la l l a g a que el tir-mpo sóio hubiera cerrado. Las v e n g a n z a s que se i n t e n t a n por u n a causa, común, o n casi, siempre afortunadas, como Jo prueba s e n c i e n t e m e n t e el resultado de las conjuraciones formadas para v e n g a r la muerte de J u i r ' é - a r . la de Pertinax y la de Enri- que III, rey de Francia; pero no ocurro lo m i s mo con las v e n g a n z a s particulares. Mas diremos a ú n : los Lumbres vengativos tienen u n destino semejante al de los hechiceros, que comienzan por hacer muchos desgraciados, y acaban por serlo ellos mismos. V. DE LA AÍ)\'::KSU)AD. Uno de los m á s bellos pensamientos de Séneca, en el cual se encierra u n a g r a n d e z a y elevación verdaderamente estoicas, es este: «Los bienes de la prosperidad sólo deben despertar nuestros deseos; pero los bienes propios de la adversidad deben excitar nuestra admiración.» C i e r t a m e n t e que si se debo considerar como m i l a g r o todo lo que es superior á la n a - — :3íi — furaleza, en Ja adversidad es donde más milagros so p u e d e n encontrar. Otro pensamiento todavía más elevado que el anterior, y que parece increíble en u n p a g a n o , es el s i g u i e n t e : «Kl. mayor y más bello espectáculo, es ver r e unidas en un mismo individuo la debilidad de nn hombre y la fortaleza de u n Dios, A- lisie pensamiento habría figurado mejor en la poesía, género al cual pertenecen estas ideas tan elevadas: y la verdad es que los poetas no h a n descuidado del todo este noble asunto, pues esa m i s m a fortaleza parece significarse en una iiccion bastante e x í r a ñ a de los a n t i g u o s , ficción que encierra, a l g ú n misterio y que se relaciona, visiblemente con una disposición del a l m a m u y análoga á la del verdadero cristiano. Los poetas han ungido, como iba diciendo, que- Hércules en la expedición emprendida para l i b e r t a r á Prometeo, el cual represéntala naturaleza h u m a n a , atravesé el Océano en una vasija de barro: alegoría que pinta m u y v i v a m e n t e ese valor que inspira el cristianismo y que pone al hombre en estado de navegar en la frágil nave de su cuerpo sobre el Oefano borrascoso de esta vida, y de arrostrar las tempestades i n n u m e r a b l e s de las pasiones h u m a n a s . Pero para usar un lenguaje menos elevado. 40 — digamos simplemente que la virtud propia de la prosperidad es la temperancia, y la virtud propia, do la -adversidad es la, fuerza, de alma, la más heroica de las virtudes morales. La prosperidad es la bendición propuesta por el A n t i g u o Testamento , y la adversidad es la que propone el N u e v o , como u n a urueba más especial dei favor divino. También se ve en el A n t i g u o Testamento que David toca en su arpo, y a cantos l ú g u b r e s , ya, alegres, y (pie el pincel del Espíritu Santo se ejercita más en p i n t a r las aflicciones de Job que Jas brillantes prosperidades de Salomón. Se puede observar t a m b i é n en las obras de p i n t u r a ó de t a p i c e r í a , que u n asunto alegre sobro u n fondo tri=!e y oscuro, es más agradable que u n asiiuio triste sobre u n fondo claro y alegre. Pc-o esto que decimos del placer de los ojos, enecesario aplicarlo al placer del cor.azom Jet v i r t u d , así considerada, es semejante á, las sustancias aromáticas, que molidas ó quemadas exhalan un perfume más suave; y do i g u a l modo, la prosperidad descubre mejor ios vicios y la adversidad las virtudes. : VI. :.]•*, LA. ! ) l S I i n m . ' . 0 ¡ 0 : \ Y SU SIITO¡MTi. l a disimulación no es más que u n a falsa imagen de la, política ó de la, prudencia, porque es necesario tener á un mismo tiempo m u c h a fuerza de espíritu y de carácter para saber cuándo conviene decir la verdad, y atreverse e n t o n ces a revelarla. Así es. que ios peores políticos son los uiás disimulados. «Livin, dice Tácito, se acomodaba m u y bien á la destreza y á la política de su esposo y á la disimulación de su hijo;» donde se ve que este historiador atribuye el acierto y la verdadera política, á Augusto, y solamente la disimulación á Tiberio. T a m b i é n Mneio dice á, Yespasiano. exhortándole á tomar la? armas contra — 42 — Vitelio: «No tendremos que luchar contra el g r a n discernimiento de Augusto, ni centra la circunspección y la profunda, disimulación de Tiberio.'> Las facultades que producen la verdadera política, son m u y diferentes de aquellas de que dependen la reserva ó la, disimulación, y las unas no deben confundirse con la.s otras. Cuando u n hombre tiene bastante penetración y discernimiento para comprender [acálmente lo que debe descubrir, lo que debe ocultar por completo, lo que debe dejar que se entrevea, y á qué personas y en qué ocasiones debe confiarse, todo lo cual constituye el género de t a l e n to que es propio del hombre de Estado, y a que Tácito llama con razón arte de vivir, en este caso, repito, rara vez se ve u n hombre en la presión de fingir, y la disimulación no sería para él nada más que u n embarazo y una. pequenez que frecuentemente dificultaría sus designios; pero si carece de estas facultades, es necesario saber encubrir y disimular. Cuando un hombre no sabe variar sus m e dios n i escoger los más á propósito, lo mejor q u e puede hacer es tornar el camino más seguro, pues los que tienen poca vista deben marchar sin precipitación. Se ve g e n e r a l m e n t e que las personas m u y hábiles y de verdaderos ta- — 4:3 — lentos, tienen Tina m a n e r a de tratar tranca y abierta, á la cual deben su reputación de rectitud y sinceridad: pero semejantes á los caballos bien amaestrados, saben pararse y volverse cuando conviene, y en el pequeño número de casos en (pie un pequeño disimulo se les hace necesario, la. misma opinión que >e tiene de su franqueza y buena, fe los hace impenetrables. El arte de encubrir y disfrazar el n a t u r a l do la persona, puede ser de tres m a n e r a s . El primero es el de un hombre reservado, discreto y silencioso que n u n c a hace referencia á sí y que no se deja adivinar. El segundo es un género de disimulación que ealiíicaré de n e g a t i v o , como el de u n hombre que con a y u d a de ciertos indicios engañosos, acierta, á aparecer entera mente distinto de como es en realidad. El t e r cero es el de la disimulación positiva ó afirmativa, propia del que tinge expresamente y dice con toda formalidad ser e n t e r a m e n t e opuesto de como es, en Jo cual consiste el u n g i m i e n t o ó artificio propiamente dicho. Al primero de estos tres género- pertenece la virtud de un confesor. (Auno la confesión en su verdadero significado, no es sólo u n a confidencia de donde se desea sacar a l g ú n provecho, sino más bien u n alivio para la persona que _ 14 — tiene necesidad de descargar su conciencia, sucede que oi hombre reservado y conocido por tal, sabe u n a infinidad de cosas, que más bien se le dicen por desembarazarse de la carga, de los nef.^nuiiento.?. que por d á r s e l o s A conocer. La desnudez del a l m a no es menos indecorosa que la, del cr:-rpo. y conviene, para evitarla, tener u n naco de reserva y de circunspección en los (discursos, en las m a n e r a s y en 1,-is acciones, con lo ene i se consigue el respeto de los extraño?. ím habladores son casi siempre vanos y ridículos, y tan fácilmente como dicen lo que suben, d i c e n lo que no saben. Así es que deba tenerle par seguro que el hábito del secreto es u n recurso político y u n a virtud moral: pero es neceser?;) que el rostro no revele lo que la l e n g u a quiere m a n t e n e r oculto, pues es una debilidad m u y g r a n d e dejarse conocer por los g e s tos, por el adornan y por la traición de un semblante indiscreto, siendo así que se observan m a s cuidadosamente los indicios de esta naturaleza y que se les da más crédito que á las palabras. Respecto al segundo modo de disimular, creo que la disimulación «pie hemos llamado n e g a tiva, es frecuentemente una consecuencia nat u r a l y necesaria de la discreción, de tal ma- — tr> — ñera, qno tocio hombre que quiere ser reservado tiene que disimular algo. Los hombres son bastante sagaces para no permitir al más reservado que se m a n t e n g a cíol todo indiferente entre dos partidos opuestos, que conserve ])errectam e n t e en secreto su opinión y que t r a g a la balanza tan en ¡i el, que parezca no i ¡ruinarse ni a u n lado ni á otro. Cuando qvierer. penetrar en el corazón de un h o m b r e , lo rodean de cuestiones insidiosas, le tientan por iones lados, vuelven á la carga u n a y otra vez. y lo estrechan y obligan de tal modo, que á menos do g u a r d a r u n silencio obstinado y sospechoso, tarde ó temprano se ve en la premsiou no descubrirse! un poco, íranqueáudoíes eou sus respuestas el camino que ellos buscan, r-i tema el partido de callarse, penetran sus s u r t i m i e n t o s más secretos por su mismo silencio, con mayor presteza y seguridad que lo h u b i e r a n hecho con sus discursos: y en cuanto a, las respuestas a m b i g u a s y semejantes á les de los oráculos, no es posible valerse de ellas riarunvc u n a larga época, y ai fin h a y precisión de explicarse con mayor claridad. Es, p.,.,s, imposible g u a r d a r mucho tiempo un secreto sin permitirse u n poco disimulo, que en esto ceso no será, según lo hemos dicho mas arriba, mas _ 4Í; que u n a consecuencia de la misma discreción. Respecto clel tercer género que mencionamos, que consiste en el encubrimiento positivo y el artificio, es el más criminal y el menos político do lo? tres, hecha excepción de ios asuntos de una g r a n d e importancia y en ciertos casos bastante raros. En consecuencia, este a r tillero convertido en h.'sbiío, es un vicio que proviene de una falsedad n a t u r a ! , de un carácter tímido, ó de a l g ú n otro defecto: y este defecto y lo necesidad de encubrirle hoce se use frecuentemente el u n g i m i e n t o , ya por conveniencia ó por cualquiera otra m i r a , ya solam e n t e por no perder el hábito de usarlo. Tienen tres g r a n d e s ventajas la disimulación y el artificio: el primero es confiar á los contrarios y sorprenderlos. Cuando los designios de un hombre l l e g a n á sor g e n e r a l m e n t e conocidos, este descubrimiento da. por decirlo así, la señal de aviso á sus adversario?, y les hace acudir para entorpecerle ó atiesarle en su camino. La s e g u n d a ventaja consiste en asegurarse u n a retirada en caso de mal resultado: pues el que declara a b i e r t a m e n t e sus designios se obliga en cierto modo á no retrocede]', bajo pena ele menoscabar su reputación. La tercera está en descubrir más fácilmente los propósitos de lo- otros. Cuando u n hombro parece que se expresa con confianza, no se le rechaza con u n desairo: se le deja avanzar todo lo que quiere, y en cambio de sus discursos, que parecen francos y espolíemeos, se le comunica v o l u n t a r i a m e n t e ío que .d quiero saber. Con este motivo dice cierto proverbio español, que no deja de ser gracioso: <.-TH atrevidamente u n a mentira, y a r r a n c a rás una verdad:» como si no hubiese otro medio mas que el artificio para hacer tales a v e r i g u a ciones. Pe; o estas tres ventajas están neutralizadas por iré- inconvenientes: el primero es que la disimulación y el fingimiento soo señales de temo?, lo cual en toda clase de negocios hace equivocar el Un ó llegar á él más t a r d e . íil seguiré.: consiste en que se inspiran amias é i n certidumbre en el espíritu de aquella.? personas que, a no ser por esto, habrían sin obstáculo secunda lo nuestras miras, quedando así el hombre reducido á sus propias fuerzas y casi privado de todo auxilio a g e n o . El tercer i n c o n v e n i e n t e está en que todo hombre artificioso y disimulado se priva del recurso m á s poderoso y necesario para la acción y para el trato de g e n t e s : es decir, que pierde el crédito y se e n a g e n a ia condanza de los demás. El mejor medio y la mejor combinación en este género de conducta, sería peder h e r m a n a r con u n a reputación de franqueza, el hábito del secreto y la facultad de disimular cuando sea necesario, y aun la de fingir cuando no h a y otro recurso de que va lerse. VII. i > 3 LOS РЛПКЕН Y DI-I LOS I l iJ U S . Ese gozo t a n dulce que los padres y las m a dres experimentan á la vista de sus hijos ó pen sando en ellos, es u n sentimiento interior y casi oculto, i g u a l m e n t e que los temores y las penas que les inspiran. No pueden expresar su gozo, y no quieren descubrir sus aílicciones. El placer de afanarse para los hijos, suaviza todos los trabajos; pero t a m b i é n los hijos hacen las desgracias más a m a r g a s y las a m a r g u r a s más penetrantes. Ellos multiplican- los cuidados y las inquietudes de la vida, y ai mismo tiempo endulzan ia idea de ia m u e r t e y la hacen m e nos terrible. Perpetuarse por los Lijos, es una ventaja, común .al hombre y á los brutos; poro perpetuarse por la reputación, por servicios esclarecidos y por útiles instituciones que prometen un dilatado porvenir, es u n a prorogativa propia solamente del h o m b r e . Las obras mas memorables y ir.-- más g r a n d e s y hermosos esfe i decimientos, se deben á hombres que carecían de sucesión y que parecen haberse propuesto únicamente expresar ó i m p r i m i r bien en ellos ia i m a g e n de su a l m a ó ele su i n g e n i o , que debió !>ohrevivirles cuando la de su cuerpo se ímbiom desliando. Asi es, que los hombres que más se ocupan de la posteridad, son aquellos mismos ipoe carecen de ella. Los que e m piezan por sí a hacer ilustre su familia, son por lo r e g n i a r demasiado i n d u l g e n t e s con sus hijos, á los cuajos• consideran, no sólo como destinados ¡t peruoeao- >u r a z a , sino t a m b i é n como h e r e d e n * ce gloriosas acciones: los m i r a n como hijos al i s - r a o tiempo que como sus creaturas. Los paures y las madres que t i e n e n varios •i hijos, rara vez profesan á todos igual grado de cariño: h a y siempre a l g u n a predilección, con frecuencia injusta y mal e n t e n d i d a , sobro todo de parte de las madres. De aquí esta fiase de Salomón: «Un hijo sabio es para su padre un motivo de gozo: pero u n mal hijo es para su madre u n motive de vergüenza y de aflicción. :•> También se observa en u n a numerosa familia, que los padres tienen más consideraciones para los primogénitos, y que el más pequeño suele ser la delicia de la casa, m i e n t r a s (pie ios de en medio están como olvidados, a u n q u e ordinariam e n t e se porten mejor que los otros. La avaricia de los padres que atesoran para los hijos, es u n vicio que n o tiene excusa: los desalienta, los envilece, los estimula á e n g a ñ a r y los induce á frecuentar J a s malas compañías: y después cuando son dueños de su patrimonio, se d a n á la crápula ó á u n lujo excesivo, y se comprometen en gastos exbcrbifantcs que los a r r u i n a n en poco tiempo. La conducta más juiciosa que los padres pueden adoptar en este p u n t o con relación á sus hijos, consist? en guardar con más cuidado su autoridad n a t u r a l que sus intereses pecuniarios. U n a costumbre m u y i m p r u d e n t e en los padres, en los maestros y en los criados, es la de hacer nacer y alimentar entre los hermanos una cierta emulación que degenera en discordia cuando llegan á una. edad más avanzada, y que turba ia paz de las familias. Los italianos tienen casi la misma t e r n u r a para sus hijos, para sus sobrinos y para los demás próximos parientes, y con tai que sean de una misma sangre, no miran que sean de la línea, recta, ó de la linea colateral. Y la verdad es (pie la. nn.tura.leza no establece en esto m u c h a diferencia, pues vemos con frecuencia, i n d i v i duos que se parecen más á sus tíos ó á cualesquiera otros de sus próximos parientes que á sus mismos padres, lo cual parece depender de u n a cierta, casualidad. Es necesario dirigir todo el plan de la educación hacia el género de vida á que los hijos se destinen y aprovechar esta, tierna edad en que son más dóciles. No es absolutamente necesario arreglar esta elección confornie á, las inclinaci'mes naturales que se descubran en los niños, y suponiendo que adelantarán más en ei sentido á que parecen inclinados: pero si se ve en alguno u n a aptitud y mía facilidad extraordinarias para cierto gen •••ra de estudios, de ejercicios ó de ocupaciones, c.-> preciso alentar entonces sm tendencias, en vez de contra- — 52 — riar la naturaleza impidiendo que las siga. Pero g e n e r a l m e n t e h a b l a n d o , el más juicioso precepto sobre este asunto, es el s i g u i e n t e : «Escoged siempre lo mejor, y el hábito se encargará de hacerlo fácil y a g r a d a b l e . » E n t r e los hijos, son ordinariamente los segundos los que se hacen mejores sugetos; pero rara vez se l o g r a n cuando en su favor se deshereda á los primogénitos. VIII. D E L MATKDIOXIO Y D E L CELIBATO. E l que tiene mujer é hijos, puede decirse que h a dado rehenes á Ja fortuna; porque la mujer y los hijos son otros tantos obstáculos y trabas que se oponen á las g r a n d e s empresas, ora sea la v i r t u d , ora el vicio lo que p r e t e n - de inclinarnos á su c a m i n o . Sea de esto lo que quiera, no es dudoso que las mejores obras y los más útiles establecimientos h a n sido hechos por hombres sin hijos, que habiendo considerado el bien público corno su única familia, le h a n consagrado todas sus alecciones. A primera vista parecerá muchas veces que los que t i e n e n hijos deberían ocuparse con g r a n d e solicitud del tiempo venidero, al cual deben trasmitir, por decirlo así, u n a s prendas t a n queridas: y se v e n en efecto muchos célibes cuyos pensamientos se d i r i g e n expresamente á su individuo sólo, y que m i r a n como una solemne locura todos los cuidados y desvelos que otros se toman por u n a época en que no h a n de existir. Hay otros que consideran á la mujer y los hijos como u n a causa de gasto, y los h a y también que siendo m u y ricos tienen bastante e x travagancia ])ara vanagloriarse de no t e n e r sucesión, y q u e -'e en; 'placen en parecer así d u e ños de mayor í o i í c n u , porque tal vez h a y a n oido decir á a l g u n a persona: «Fulano es m u y rico;* y contestar á otra: eSin duda, pero t i e n e muchos hijos:-» como si esta circunstancia dism i n u y e s e cousideiabiemente su capital. Pero el motivo que m a n t i e n e m á s ordinar i a m e n t e en el celibato, es el amor á la i n d e - — 51 — pendencia. Esto es lo qoo so observa con especialidad en ciertos individuos enamorados de sí mismos, hipocondriacos, rr.,ja.bi/os, modo sensibles á la más Ih.era y de tal incomodidad, que estarían tentados á m i r a r sus ligas como cadenas. E n t r e los célibes es donde so suelen encontrar los mejores amigos, los mejores amos y ios mejores criados: pero no los sugelos más apreciables, pues se d i s g u s t a n fácilmente, y sin duda es por esto por lo que se e n c u e n t r a n entre ellos muchos propensos á, la m i s a n tropía . El celibato conviene á los eclesiásticos: porque cuando en la casa, propia h a y u n vacío que llenar, no se cede n a d a v o l u n t a r i a m e n t e á los vecinos, y cuando la caridad tiene m u c h a ocupación en los nuestros, se olvida por completo de ¡os extraños. Es del todo indiferente que los jueces ó los magistrados contraigan, matrimonio: porque si u n hombre de esta, clase fuera fácil de corromper ó seducir, no aum e n t a r í a su esposa esta, debilidad. Kespecto de los soldados, veo en la historia que cuando los generales h a b l a n para animarlos al combato, les recuerdan siempre el porvenir de sus m u j e res y de sus hijos. Así pues, podrá creerse en vista de esto, que el menosprecio del m a t r i m o - nio es entre los turcos lo que hace á sus solelaI Í O S poco resueltos y valientes. E n último resultado, la mujer y los lujos son, por decirlo así, u n a escuela perpetua do h u m a n i d a d : y aunque g e n e r a l m e n t e sean los célibes ¡>;ts carita I i vos que los casados, porque tienen menos gastos obligatorios que hacer, son ñor oíro lado más crueles, más austeros, más duros y mas propios para ejercer oficios i n q u i s i toriales, lo cual se debe á que no t i e n e n á su alrededor objeios que puedan despertar frecuentemente en su corazón el sentimiento do la ternura. Los individuos de un n a t u r a l serio y grave, (¡no tienen t a m b i é n u n carácter const a n t e , son por lo g e n e r a l buenos maridos. Así vemos que la tábida dice de Uiises que prefirió su mujer, ya vieja, á la inmortalidad. (ton frecuencia ocurre que las mujeres castas, erguí losas del .mérito de esta castidad y coníiadas en. su terrible v i r t u d , son de u n carácter áspero <» i n t r a t a b l e . Una mujer no es ordinariamente ind. casta, y sumisa á. su esposo sino que m i e n t r a s lo cree p r u d e n t e , c u y a opinión j a m á s tendrá de él si se apercibe de que os celoso. Las mujeres son las reinas de los jóvenes, las compañeras de los adultos y las nodrizas de ios viejos; de m a n e r a que n u n c a falta pretexto para tomar una m u j e r . cuando so piensa de este modo. A pesar de esto, los a n t i guos lian puesto en el número de los sabio-, al que, preguntado por la edad á n/uo convenia casarse, respondió: «Cuando uno es j o v e n , no es tiempo todavía, y cuando se llega á la, vejez, ya es demasiado tarde.» Se observa también que los peores maridos son con frecuencia los que tienen mejores mujeres, lo cual debe consistir en su carácter b a b i tuaímerite difícil a las atenciones y caricias conyugales, que sólo de tiempo en tiempo tien e n para ellas. (¡ acaso en que las mujeres se glorían entonces de su misma paciencia: y esto es j u s t a m e n t e lo que ocurre cuando el mal marido fué do su exclusi\a. elección y tomado contra, la voluntad de la familia, porque en este caso quieren ellas justificar su locura y no presentarse arrepentidas. De todas las afecciones del alma, las dos únicas ;'i que se atribuyo el poder de fascinar y de hechizar, son el amor y la envidia, listas dos pasiones t i e n e n i g u a l m e n t e por principie violentos deseos, y a l i m e n t a n una infinidad de ideas descabelladas y e x t r a v a g a n t e s . La tina y la otra se comunican por ¡os ojos, y eoueluven por conocerse en ellos: circunstancias ambas que pueden c o n t r i b u i r á Ja. fascinación, si es que los efectos de esta especie que se a t r i b u y e n a la vista tienen a l g u n a realidad. Vemos nue el Espíritu Santo llama á la envidia mal de ojo, y que los astrólogos califican de malos síntomas J a s m a l i g n a s influencias de los astros. Es — 58 — cosa sabida ovio la envidia al producir sus perniciosos ¡osoios, es por los ojos por donde obra y como p o r una especie de irradiación. Las i n vestigaciones de este género se h a n llevado basta el punto de observar que los golpes más funestos para u n envidioso, son los que recibe cuando la persona envidiada triunfa y ¡leva su irloria á una g r a n d e altura, lo cual a u m e n t a de cierta m a n e r a ia intensidad de Ja envidia. Pero a u n cuando estas sutiles observaciones merecen que se les dé a l g ú n l u g a r en el t r a t a do á que n a t u r a l m e n t e pertenecen, las abandonaremos por de pronto, y nos ocuparemos en responder de u n a m a n e r a satisfactoria las tres p r e g u n t a s siguientes: 1 . ¿Cuáles son las person a s más propensas á envidiar? 2."' ¿Cuáles las más expuestas á ser envidiadas? 3 . ¿Qué diferencia existe entre la envidia pública y la envidia particular? a a Un hombre sin mérito, envidia siempre el de los extraños, porque el alma h u m a n a se alim e n t a siempre del bien propio ó del m a l a g e n o , y cuando le falta el primero do estos dos alimentos, se sustenta con el segundo. Todo hombre que desespera ele llegar al grado de talento ó de virtud que ve en otro, lo deprime cuanto puerto para rebajarlo, a u n q u e sólo sea en apa- — 5 Sí — riencia, y ponerlo ó acercarlo á su propio nivel. Todo hombre m u y entrometido y ene g u s t a de mezclarse en los asuntos de otro, es ordinariamente envidioso; porque no siendo, como no es, todo el trabajo que se toma' con este enfrometirniento un medio necesario para desempeñ a r mejor sus negocios, os de creer que el p l a cer que encuentra en curiosear ios age ¡ios. es con la idea de observar las ¡alias, conocer las ridiculeces y proporcionarse con esto espectáculo u n a especie do diversión. La envidia es u n a pasión inquieta y acosadora, que pocas veces se sabe disímil lar. Los hombres de n a c i m i e n t o ilustre t i e n e n envidia casi siempre de los hombres nuevos que se elevan, porque entonces la distan, ia que antes los separaba les parece que se d i s m i n u y e , Esta es una, ilusión semejante a la que a l g u n a s veces experimentamos con relación á los objetos visibles: por ejemplo, cuando otros a v a n z a n ráp i d a m e n t e permaneciendo nosotros quietos ó avanzando con más l e n t i t u d , nos parece que retrocedemos. Las personas m u y feas ó deformes, los e u nucos, los viejos y ios bastardos, son g e n e r a l m e n t e envidiosos; porque todo hombre afligido por u n a desgracia que cree irremediable y que no tiene esperanza de mejorar su condición, se esfuerza en rebajar la de ios otros., á menos que estas desgracias naturales ó accidentales se encuentren acompañadas de un a l m a generosa y heroica en u n hombro q u e , aprovechándolas en su favor, quiera, pasar p o r u ñ a especie de prodigio y hacer decir de si: «¡Conque es u n eunuco ó u n cojo, e t c . . . . (guien lia hecho tan g r a n d e s cosas 1» De este carácter fue el eunuco Narsés. i g u a l m e n t e que Agesilao y T a m e r l a n , que fueron cojos. Ocurre lo mismo á les que después de g r a n des desgracias vuelven á elevarse. Descontentos de todos sus contemporáneos, miran las desventuras agenas como u n a especie de i n d e m n i zación de las que ellos lian padecido. Los que sienten g r a n d e avidez por ios elogios y por toda clase de gloria, y desean sobresalir en miadios conceptos, son n a t u r a l m e n t e envidiosos. Encuentran á cada paso motivos de envidia., porque es imposible que no h a y a a i g u i e n que les aventajen en las materias que ellos más se precien de conocer. Tal fué el carácter del emperador Adriano, que tenia u n a envidia mortal a los pintores, á los escultores, á los arquitectos, etc., artes todas en las cuales creia sobresalir. Por ú l t i m o , la mayor parte de los hombres tienen envidia de sus parientes, de sus colegas y de aquellos con quienes h a n sido educados, cuando los ven adelantarse y d i s t i n g u i r s e . Mir a n la elevación de sus émulos como u n motivo de reproches, que pono entre ellos una. distancia h u m i l l a n t e y que no se aparta de su memoria. La. envidia de C'ain contra Abel fué tanto más vil y c r i m i n a l , cuanto que en la oca-ion en oue las ofrendas de Abel fueron preferidas á las suyas, no hubo nadie que fuese testigo de esta preferencia. ttespecto de los que están mas expuestos á ser envidiados, observaremos en primor l u g a r , que las personas de u n mérito extraordinario que l l e g a n á elevarse, t i e n e n menos que temer de la envidia, porque existe u n a persuasión general de que merecen la fortuna, que h a n adquirido, y porque lo que despierta g e n e r a l m e n te la envidia son las larguezas ó liberalidades, y de n i n g ú n modo el simple pago de u n a d e u da. Además, la envidia nace de i a comparación entre el sugeto envidioso y el envidia m, y por consiguiente, donde no puede existir co. ración no puede existir la envidia. Se ve que ios reyes no son envidiados por sus sú' 'iLos. sino solamente por otros reyes. Se debo ooservar que las personas de poco mérito ó de un mérito adocenado, están más expuestas á la envidia en el principio de su fortuna que en lo sucesivo, y que sucede lo contrario á las personas de u n mérito sobrecaliento: a u n q u e este mérito sea siempre el mi?mo, su resplandor parece dismin u i r , porque los ojos se acostumbran á él poco á poco, sin contar con que tarde ó temprano es oscurecido por el de los nuevos talentos que aparecen sobre la escena. Cuando ios honores están acompañados de cuidado?, do trabajos penosos y do peligros, son menos envidiados los sugetos que gozan de ellos, porque se ve que dichos honores les cuest a n m u y caros, sucediendo que muchas veces se Je* compadece, en cuyo caso la lástima r e emplaza á la envidia. He ve que los más prudentes y juiciosos de los personajes que se e n c u e n t r a n elevados á las primeras dignidades, se quejan afectada y c o n t i n u a m e n t e de la vida que hacen: «¡Qué triste vida! * exclaman con frecuencia; no porque así lo piensen realmente, sino por embotar los tiros de la envidia: observación que. sin e m b a r g o , no se aplica nada m á s que á los que se e n c u e n t r a n abrumados de negocios difíciles sin haberlos buscado volunt a r i a m e n t e : porque n a d a , por el contrario, atrae — US tanto la envidia como u n a codiciosa ambición que cominee a acaparar toda clase de negocios, siendo el mejor método que un personaje constituido en d i g n i d a d puedo seguir para, e x t i n g u i r l a , el dejar en su puesto á cada subalterno, respetando escrupulosamente todos los derechos y privilegios inherentes á sus respectivos e m pleos. Mediante esta conducta, todos los i n t e riores serán otros tantos g u a r d i a n e s que le pondrán á cubierto de la envidia. Xadie h a y t a n expuesto á ella como aquellos c u y a elevación ios hace orgullosos, y que parecen no contentarse nada más que cuando pueden hacer ostentación de su pretendida írrande'/a. y a sea p o r u ñ a fastuosa m a g n i f i c e n cia, ya triunfando insolentemente de toda oposición y de todo competidor: esto es lo contrario de lo que hace u n hombre p r u d e n t e que no halla, dificultad en dejar, con propósito deliberado, que se le adelanten en las cosas a que atribuye poca importancia. Es verdad que en gozando de u n a g r a n fortuna de u n a m a n e r a franca y abierta, sin fausto ni ostentación, se da menos cobo á la envidia que afectando una excesiva simplicidad y u n a artificiosa modestia: porque en el segundo caso parece que se n i e g a la fortuna y que se reconoce no merecer — o-i — sus favores, lo cual es para los extraños u n n u e vo motivo de e n v i d i a . lín fin. como hemos dicho al principio que esta pasión t i e n e algo de hechicería, es necesario emplear con los envidiosos el mismo remedio (|ue se emplea o r d i n a r i a m e n t e para los poseídos; es decir, y usando de términos más técnicos, trasferir el sortilegio y volverlo contra otro sugeto. Así pues, ios más diestros y juiciosos do los personajes elevados á los g r a n d e s empleos, t i e n e n cuidado de hacer aparecer en escena a l g ú n imliviuuo, i lacia el cual dirigen la atención i , y sobre el cual hacen recaer el peso de la e n v i d i a , (pee sin esíe artificio caería sobre ellos: u n a s veces la d i r i g e n contra sus subalternos ó sus protegidos, otras contra sus colegas mismos y contra sus émulos. N u n c a carecen de individuos á quienes puedan hacer desempeñar este papel, pues a b u n d a n los hombres de carácter impetuoso, audaces y á\ 'dos de elevarse, que quieren absolutamente ser empleados á cualquiera costa. Con referencia á la envidia pública, observaremos desde luego que tiene en sí algo de b u e n o , mientras que en la envidia particular es malo todo cuánto se e n c u e n t r a : la e n v i dia pública es u n a especie de ostracismo que sirve y-ara, eclipsar a las personas cuyas cualidades briiiauíos p e d i d a 7 1 ser peligróse,s. En g e nera i. es un freno necesario para contener a ios g r a n d e s ó poderosos é inmedirles abusar de su injlueucía. La clase de envidia que ios latinos s i g n i í i eabaí: con ¡a voz i n r i / H , ^ y que en las l e n g u a s modernas se designa, por la palabra descontento, es un a s u m o que trataremos más e x t e n s a m e n t e cuando hablemos de Jas t ú r b a l e acias y sublevaciones. C o u S i ' n y o c u l o s Estados u n a enferrneuad contagiosa: porque lo mismo que Jas enfermedades de esta, especie van introduciéndose poco á poco y exteudiénuose hasta las partes sanes que al iin corrompen, así el descontento general, una vez excitado, infesta las órdenes y dce;otos más justos y las medidas m á s sabías de gobierno, haciéndolas aparecer aitte la opinión pública como otras tantas nuevas i n j u s t i cias ó imprudencias. Así es, que se g a n a poco con mezclar actos laudables á Jas acciones odiosas que lo produjeron. Esta conducta m i x t a es un signo de debilidad, y a n u n c i a que se t i e n e órnelo á la opinión pública, semejante t a m b i é n . .Íes males contagiosos, que a t a c a n m á s pronto y con mayor violencia á los que los t e m e n . Esta envidia pública recae sobre los altos 5 — C<¡ — empleados y ministros, más bien que sobre los príncipes y los mismos pueblos: lie aquí una regla segura sobre este particular. Si el descontento que se tiene del ministro es muy grande, aunque los motivos sean ligeros, ó si es general y se dirige contra todos los ministros sin distinción, entonces este descontento comprende también, aunque sea secretamente, á la totalidad del gobierno y al príncipe mismo. Terminaremos este artículo con una observación general sobre la envidia, á saber: Que de todas las pasiones humanas, ésta es la más constante y obstinada, mientras que las otras no se hacen sentir sino que de tiempo en tiempo y en razón de causas accidentales que las excitan y provocan. Con razón se ha dicho que la envidia es incansable, pues jamás sosiega, encontrando alimento en todas partes. Se ha observado también que la envidia, lo mismo que el amor, hace caer en una especie de languidez al que la padece, no produciéndose esteefecto por las demás pasiones, sin duda porque más frecuentemente nos dejan descansar. Esta es también la más vil y baja de todas las pasiones. El Espíritu Santo la ha hecho el atributo propio y especial del demonio, que durante la noche siembra la cizaña entre la buena simiente; porque la envidia no trabaja nada más que en las tinieblas, y se afana ocultamente en deteriorar y corroer las mejores cosas, que en la parábola de donde este pasaje se ha sacado, eslán figuradas por la buena semilla. X. DEL AMOR. El teatro tiene que agradecer al amor más que la vida real del hombre. En efecto, esta pasión es el asunto ordinario de las comedias, y algunas veces entra también en las tragedias como elemento principal; pero es causa de grandes males en la vida común, donde unas veces se presenta como sirena y otras como furia. Se debe observar que entre los grandes hom- —- US b r e s , t r i l i t o a n t i g u o s c o m o n e n i e m o s , coco, m e morio. lia l l e g a d o h a s t a nosotros, n o se occoom t r a m a g u a o q u e s o b a y o entre-••¡¡do c a r . e x c e s o á ios trasportes parece probar deS d o u n a m o r i n s e n w - b - i : lo ( v a l las g r a . « d « s «cíe n e g o c i o s SO!; locOO i P E Í üi>:i;e: y P K g r a n - i b :0S debijh C O O >-.>LE d a d . E s n e c e s a r i o e x c e p t u a r a. -.en-;-'. A n t o n i o \. a. A p i o e i d c o o n m ' r o ; i;u-<s i i o m b r e entregado el niiamc- á. i o s p i u c o i c ^ bres desarregladlas, ere m ¡ \ be c o s t o m - y e i o t r o , a .•<,~:>v b e s e " d o i>a c a r á c t e r a u s t e r o , l a m b i o o ' - ' ¡ ¡ c i é e n u A a p a r to u n t r i b u t o á l a ¡ l e e > : - a demostrar netrar as. e - t a p a r e c e q u e -A n a m r n o s o l a n a a t e p u e d o p e - en u n corazón donde encuentre ceso, sino q u e t a m b i é n mente ... sabe deslizarse e n el c o r a z ó n m e j o r fácil a c furtiva- j'orí Ideado, cuando s o d e s c u i d a la. v i g i l a n c i a d e l a guardia.. I ' n o d e ios ponsa.aiPmío-- ; m á s d e s p r e c i a b l e s fie H p i c u r o , es e s t e : «El h o m b r e u n o para, el o t r o y la mujer h a n nacido el exclusivamente.•,< ( l o m e si e i h o m b r e , q u e f u é c r e a d o p a r a c a u t . e , a p í ir i o s c i e l o s y .io - o m e r o s m a s s u b l i m a n h a c e r orre, e o s : ¡ j m aoriaanoeor no tuviera q u e perpetuamente d e r o d i l l a s a a t e u n i d e l o m e z q u i n o , y so" e s c l a vo, sino n o y a rio a p o i i i c s corporales con o ei. bruto, d e l p a m e r J o l o ; (pos: do Je-; . s , r e p i t o , ; ( q u e f u e r o n d e s t i n a d o s p a r a los niíu m e c e s usos — Ь'О — Para j u z g a r á qué excesos pued e conducir al hombre esta, pasión insensata, y de qué modo puede incitarlo á despreciar, por decirlo así, J a natura,!она y la realidad de les cosas que más aprecie, i «asín, considerar que e l uso perpetuo de la hipérbob', q u e e s u n a í i g u r a siempre exage rada, c o n v i e n e ú n i c a m e n t e ai amor. V esta exa geración no ее lia!la solo en las expresiones de los a m a n u m sino que está también en sus ideas. Aunque se d i c e con fundamento que el a d u l a dor por e x c e l e n c i a , y del cual se valen todos ios nenias aduladores, os nuestro amor propio, un amante es un. adulador cien veces peor; porque por m u y a da idea, ipm tenga, de si el nombre más vanidoso, n u n c a puede aproximarse á la que tiene el anímete de la, persona, a m a d a . Así pues, h a n tenido rezón en decir que ее imposible sor sabio y estar al m i s m o tiempo enamorad••. Pero Tío so'auíeute parece r i d í e o l a e s t a de bilidad, á .ю .que e b s r v e e ene 'm'co'os encon trándose á la eu.on exentos d o d t p чю que lo parece шаг n a l : vía а la orneare; r ^ n ' u , cuando el amor no 1.4 recíproco, porque e : e . . e m e n t e indudable que esta paion es sien me ' e o c v u r m dida por a g r a d e c i m i e n t o , y que este rrndfi miento es, o u n amor i g u a l , ó u n sчсгоЮ dos precio: razón ¡ie solera pai'a e^tar siempre en 1 t : 1 — 70 — g u a r d i a contra esa pasión que nos hace perder las cosas más deseadas, y que frecuentemente es ella m i s m a la mayor causa de no conseguir nuestro objeto. Respecto de las otras perdidas que ocasiona, nos h a n dado los poetas u n a justa idea, diciendo que el insensato que dio la p r e ferencia á Elena (a Venus;, perdió los dones de J u n o y de Palas. Cualquiera que se e n t r e g a al amor, r e n u n c i a con esto sólo a l a fortuna y á la sabiduría. Las épocas en que esta pasión tiene su crecimiento, y por decirlo así su finjo, son las épocas de debilidad, como por ejemplo, las de u n a g r a n d e prosperidad, ó de de u n a extrem a d a adversidad. Estas son por lo común las dos situaciones que encienden ó avivan el fuego del amor, lo cual demuestra suficientemente que es hijo do la locura. Así pues, a u n q u e no sea posible defenderse por completo de esta pasión, es necesario por lo menos procurar reprim i r l a , separándola c m cuidado de le-- asuntos importantes: pues u n a vez mezclada en los negocios, todo io enreda y es casi seguro el mal resultado. Xo comprendo bien por qué ios g u e r reros son tan fuertemente dados al anu.r. ¿Sera acaso por ¡a. misma causa, que son -¡íicionados a l v i n o , y porque los p e l i g r o quieren la recompensa de los placeres? 3 El amor es u n a afección n a t u r a l al hombre, pues!o que el instinto lo conduce á a m a r á sus semejantes; y cuando este sentimiento e x p a n sivo no se concentra en uno ó dos individuos, sino que se extiende, por el contrario, á g r a n número de ellos, degenera en caridad, filantropía, virtud, etc., que es lo que se observa con frecuencia en ios religiosos. El amos c o n y u g a l produce el género h u m a n o , y la amistad lo perfecciona: pero el amor m u n d a n o é ilegítimo le degrada y envilece. 1 XI. VF. LOS DKSTLSo.S KLMWVDOS Y DE L A S DIGXrDADES. Los hombres que ocupan los destinos elevad o s son siempre esclavos del príncipe ó do la nación, esclavos de la opinión pública, y esela- vos. en ñ u , de los negocio: de suerte <j;¡« no son dueños de su persona. u; do sus accione', ni de su tiempo. ¿No es en efecto una rara m u ñ í a l a de querer m a n d a r perdiendo le propia í i b e ñ a d . y adquirí?' u n g r a n poder sobre es u r b a n o s re nunciando á tenerlo sobre nosotros J UÍSUÍOS? Loe altos puestos se logran con gran,les sucrib cios.es decir, que no se consierueo sino ene con rudos y penosos trabajos, que eon todavía mayores si s e alcanzan las dina; idades pea me dio de g r a n d e s i n d i g n i d a d e s , din ¡<H puedo? ! m u y e'evados est;t el sucio res 'eíedizo. y p.;r o/msñruiento es m u y difícil sosée:iero; en ebos; 5 y le peor e'" que di o se о с о . с be"oeoder ñor ene cuida ó por un e c i n s e di; le otroha de nuestra, fortuna, lo : e os m u y a ñic' : v en todes oca siones. «Cuando ее deja .e ser íe pao se ha, 'iri, 1 ¿u: ra. o e' s quiere contieno o; v i v i e o d o ? , ¡"eurre :uo r o siuipre j i a y o r > V e r ' S e d e ,. r e . t.arar:с cuando se desea, y es a'u; mas ir. cimute no desearlo cuando convendré:. La. ' e r . o r parto de i ' 1¡ o res no g u s t a n de la. vida, privada, u per¡r 'o |a edad y las enferme lados que re cláreme' ' o,r güiliento y oí. reposo, y proba ron usomja ee d esos viejos lugareños, une no tenienuo untante fuerza para pasear por el l u g a r , p e r m a n e c e n sentados ú la puerta do su casa, exponiendo su vejez a las burlas del que pasa. Los personajes que ocupan ó desempeñan g r a n d e s empleos, lienen necesidad de mirarse en la, opinión dolos demás para creerse dichosos: parque si no so j u z g a n nada más que por su propio sentimiento, no podrán temer semej a n t e creencia. Pero cuando i m a g i n a n lo que de ellos piensan los demás y consideran cuántos querrían ocupar su.-, puestos, animados entonces por la opinión de los extraño", concluyen creyendo que realmente son felices; y en efecto lo son en cierto ¡nodo, poro en los cortos instantes en qne piensan en sí mismo-; comprenden su verdadera posición, siendo -es úlíirnos en conocer sus culpas y los primeros en sentir sus penas. Los hombres r e r e s tilos do u n g r a n poder, estén casi siempre olvidados de sí propios: perdidos ou el torbellino de le* negocios, «pie Jes producen contenías ocupaciones, no t i e n e n tiempo do pensar en sus cosas í n t i m a s , y rara vez so ocupan do su cuerpo y de su alma. «•La muerto más vergonzosa, dijo Séneca el trágico, es la, del hombre que siendo conocido do todos, m u e r e sin que él mismo se conozca.» Los grandes empleos d a n i n d i s t i n t a m e n t e el poder de hacer el bien y de hacer el mal; pero esto ultimo es u n a verdadera desgracia, y si lia y a l g u n a cosa, t a n buena como no tener ja voluntad de hacer el m a l . el no poder hacerlo es lo quo más se le aproxima. Toda nuestra ambición cuando hemos llegado á poseer u n a g r a n d e a u t o r i d a d , debe ser solamente la de conseguir el poder de hacer el bien; porque las buenas intenciones, a u n q u e m u y agradables á Dios, no parecen á los hombres otra cosa que bellos ensueños cuando no se realizan, y bien claro está que no pueden realizarse sin la a y u da de u n poder considerable y de un puesto elevado, desde el cual puedan salvarse los obstáculos que hasta para practicar el bien se e n cuentran. Los merecimientos y las bmmas obras deben ser el principal fin de todas las acciones h u m a nas, y el recuerdo del bien que se h a hecho sirve al hombro de descanso y de g r a t a y completa satisfacción: pises se comprende que si el hombre participa, del trabajo de la Divinidad, debe t a m b i é n participar de su reposo. Se ha dicho que considerando Dios las obras de sus m a nos, vio quo era bueno cuanto habia hecho, y que entonces descansó. E n el desempeño de vuestro destino, tened siempre presentes ios mejores ejemplos, pues u n a juiciosa imitación vale tanto como g r a n número de preceptos. Después de ejercido vuestro empleo d u r a n t e u n cierto tiempo, reflexionad sobre vuestra propia conducta, á fin de contin u a r tan bien como comenzasteis'. No despreciéis el ejemplo de los que a n t e r i o r m e n t e h a y a n desempañado sin acierto vuestro mismo cargo, no para hacer mejor vuestra m a r c h a con la revelación de sus faltas, sino para aprender a evitarlas. Cuando tengáis a l g u n a reforma que i n troducir, realizedla sin fausto n i ostentación, y perfeccionad lo presente sin hacer la censura de lo p i s a d o . No os contentéis con s e g u i r l a s huellas de los mejores ejemplos, y tratad de superarlos y de haceros dignos de que se os imite. Afanaros especialmente en relacionar y acomodar todas las cosas al espíritu y al objeto de su primera, institución, después de haber i n v e s t i gado y descubierto en qué y cómo han venido ú degenerar: esto deberá hacerse consultando dos épocas distintas, á saber: la a n t i g ü e d a d para conocer lo que h a y de mejor en el a s u n t o , y los tiempos menos lejanos para enterarse de lo que mejor conviene á los presentes. Adoptad marcha y principios fijos, para que se pueda saber de a n t e m a n o lo que debe aguardarse de vosotros, poro sin ceñirse m u y estre- - - 7¡; — c h á m e n t e á ellos, á fin ele plegarse u n poco cuando a l g u n a s veces sea necesario, y cuidad cuando h a g á i s estas peo,nenas alteraciones, de presentar c l a r a m e n t e los motivos opio á obrar asi os h u y a n obligado. Daf'euded con v o ' a n t í a los derechos propios de viurnro empleo, evitando con sumo cuidado traspasar la jurisdicción do vuestras facultados: ejerced vuestros derechos e n .silencio y -¡/¿su factn, en l u g a r de recurrir á, reclamaciones i m portunas y de a t u r d i r al público con vuestras ruidosas pretensiones. Defended, i g u a l m e n t e y respeíad los derechos .yac correspondan á vuestros sob-iIteraos, y estar persuadidos de ¡pie es más honroso d i r i g i r el cuerpo ó conjunto de los negocios, que perder-e en la multitud i n m e n sa de les p e í n e n o s detalles. Acege;i ;i todos política y cariñosamente, tratad do atraeros á cuantos puedan daros útiles avisos ó aliviaros en el ejercicio de vuestro cargo: guardaos de alejar á los y > os ofrecen l u cos ó soaoi'ror, de esta especie h ed 'mi eos sufrir desaires y .-lamióles a cuto m i a r que se entrometen demasiado. La. l e n t i t u d , la descortesía, la corrupción y la debilidad de carácter, son los principales v i cios o defectos en los hombres que desempeñan — 77 — altos empleos. E n cnanto á la l e n t i t u d , evitadla siendo p u n t u a l e s , activos y accesibles; terminad u n asunto antes de empezar otro, y no los amontonéis sin necesidad. Con referencia á la corrupción diremos que, para evitarlo, no h a y que con tentarse con atar vuestras propias m a nos y las de vuestros criados y subalternos, sino que t a m b i é n es preciso sujetar las de los pretendientes ó solicitadores, para impedir que b a g a n ofertas. La i n t e g r i d a d podrá producir el p r i mero de estos dos efectos, pero para obtener el segundo es preciso hacer alarde de esta misma virtud y dar á conocer el horror que os inspira toda venalidad, porque no es bastante ser incorruptible, sino que es necesario ser conocido por tal y ponerse á cubierto cuidadosamente de lamás ligera sospecha. Así pues, cuando os veáis obligados á cambiar de ideas ó do m a r c h a , Locedlo a b i e r t a m e n t e exponiendo con franqueza las razones que á ello os han obligado y sin usar n i n g ú n artificio para ocultando ai conocimiento de los extraños. Asimismo, si mostráis por uno de vuestros criados ó oe vuestros subalternos u n a prediSeeei'm especial y conocida que no aparezca fundad;:,, en sólidas razones, se le considerará como la puerta secreta "para introducir en vuestro pecho la corrupción. — 7 s - E n cnanto á la rudeza y á la descortesía, no puede servir á nadie sino que para disgustar á cuantos le rodean. La severidad infunde temor, pero la incivilidad inspira r e p u g n a n c i a . Las r e prensiones que dirija u n hombre de, alto puesto deben ser g r a v e s , sin nada, de ofensivas n i picantes. E n cuanto á la debilidad de carácter, es u n defecto peor que la corrupción y la venalidad mismos. L"n hombre que se deja vencer fácilm e n t e por la importunidad y g a n a r por pequeñas consideraciones, e n c u e n t r a á cada paso dificultades que le detienen ó le separan del c a m i no derecho. Salomón lo ha dicho: «Tener d e masiada consideración á las personas, es u n a debilidad c r i m i n a l : un hombre de este carácter h a r á transgresiones en la ley, y venderá la j u s ticia por u n bocado de pan.» Los a n t i g u o s h a n tenido razón en decir que el empleo muestra al hombre: u n g r a n destino revela la capacidad de unos y la nulidad de otros. «G-alba, dice Tácito, habria sido j u z g a d o por todos d i g n o del imperio, si no hubiese llegado j a m á s á ser emperador.» Vespasiano, añade en otra p a r t e , «es el único que después de subir al poder supremo, fué todavía superior á las esperanzas que había inspirado;» con la diferencia de que en el primer caso sólo se trata de la — 79 — aptitud para el gobierno, y en el segundo se Lace referencia t a m b i é n á las costumbres y al carácter. En efecto, la g r a n d e z a de alma de u n a persona á. quien los honores y dignidades h a n aquilatado en vez de pervertirla, no puede ser dudosa., y m u y por el contrario, semejante cambio es el síntoma más seguro de la elevación de sus sentimientos; porque lo mismo que en física los cuerpos que se e n c u e n t r a n fuera de su l u g a r n a t u r a l no se v u e l v e n á él sino que por medio de la fuerza, quedando en reposo así que ocupan su sitio, lo mismo la v i r t u d , m i e n t r a s aspira á los honores que le son debidos, se halla en un estado violento, y cuando h a llegado á ocupar el puesto elevado á que aspiraba, recobra la calma y t r a n q u i l i d a d . Se sube á las altas dignidades por u n a escalera de movimiento, y si se e n c u e n t r a n facciones en el tránsito, es preciso inclinarse u n poco hacia u n lado, y luego que se llega arriba ponerse en el centro y g u a r d a r bien el equilibrio. Respecto á la memoria de vuestro predecesor, hablad siempre de ella con respeto y cariño; porque si lo deprimís, el que os siga os pagará, en la misma moneda. Si tenéis colegas, guardadles las mayores consideraciones, y recelaos de darles parte en — s o - los asuntos de que estéis encargados; porque vale más llamarlos cuando no lo a g u a r d e n , que excluirlos cuando se crean con derecho á ser llamados. E n las respuestas que deis, particularmente á, los pretendientes, y en las conversaciones ordinarias, olvidad u n poco las prerogativas de vuestro destino, y no afectad mucho su d i g n i dad; haced m á s bien de modo que se d i g a de vosotros: «Este hombre es m u y diferente cuando no está en el ejercicio de su cargo.» XII, J)V, LA AUDACIA. Vamos á hacer u n a cita que parece á prim e r a vista más conveniente al retórico que al filósofo, pero que sin e m b a r g o , m i r a d a de cier- — SI — lo modo, merece la atención aun de los mismos sabio?. "¿Cual es la parte más esencial al orador? se p r e g u n t o á 1 >oinóstenes.—La acción, respondió.—¿Cuál es la que le sigue?—La acción, volvió á responder.—¿Y la que 'ocupa el tercer iu.u'ar?-—Le acción. repitió de nuevo.« En esto no dé-da nada que él no hubiese aprendido por s e ¡-api:), experiencia, y a u n q u e nao lo poseyó esir género de talento en t a n alto g r a d o de períoca ion. no !'uó. sin e m b a r g o , porque la n a t u raleza lo hubiese favorecido con sus dones, sino p o r ¡ a e venció su n a t u r a l rudeza con u n trabajo obsíinaíio. No deja de causar asombro eí ver á este g r a n d e hombre a t r i b u i r tanta, i n ' m m n n e i a «í esta parte do la oratoria, que puede pasar por la más srmerlicial y que parece ser u n talento propio de comediantes, y colocarla sobre la i n v e n orón, sobro la elocución y por encima do todas las otras partes que parecen mucho más esenciales: y lo que es más extraño todavía, ser la a u n a qao designa como sí en u n orador fuese •,r ttdo. Pero csía preferencia es m u y fundada: en la composición de la n a t u r a l e z a del espíritu h u m a n o , e n t r a m u c h a mas locura que sabidur a. por consiguiente, los talentos que so dirigen a. la parte Haca del espíritu y que la subo y u g a n , t i e n e n sobre ta m u l t i t u d u n poder diferente al de los tálenlos que se dirigen á la parte sensata. La audacia es en ia ejecución, le que ia acción oratoria en el simple discurso: tiene en las relaciones civiles y política* una influencia y unos efecto? que, parecen prodigiosos. ¿Cuál es el más poderoso instrumento pare los negocios? se puede p r e g u n t a r t a m b i é n . La audacia. ¿Uuál es el que ie sigue? La audacia. ¿Y el tercero? La audacia. Sin embargo, la audacia, bija de la i g n o r a n c i a y de ia necedad, está r e a l m e n t e m u y por debajo de los verdaderos talentos; pero á pesa)- de esto encadena, suby u g a , hechiza, por decirlo así, á los hombres abandonados y de e n t e n d i m i e n t o perezoso, que son los más: a l g u n a s veces domina l i a r l a á los mismos sabios, e n ios momentos do debilidad o irresolución, y hace milagros en los gobiernos populares. T i e n e menos ascendiente sobre un príncipe ó sobre u n senado, y sucede también que los hombres m u y audaces obtienen mejor éxito en los principios que después, porque siempre prometen más de lo (pie pueden cumplir. El cuerpo político, lo mismo que el cuerpo h u m a n o , tiene sus charlatanes que se entromet e n á curarlo. Los hombres de esta, especie e m p r e n d e n fácilmente g r a n d e s curas, y aciertan a l g u n a que otra vez por casualidad: pero como su supuesta ciencia tiene poco fondo, d e s e n g a ñan bien pronto y no t a r d a n en perder su crédito. A pesar de esto, se salvan a l g u n a s veces imi.1a.ua i o el milagro de .d ahorna'. Mste impostor leda"' prometido y hecho creer al pueblo que por Ja virtud de ciertas palabras b a r i a v e n i r hacia si una m o n l a ñ a . sobre la cual pediría por los que observasen fielmente su ley. Estando reunido el pueblo, llama n la m o n t a ñ a , le reitera su llamamiento m u c h a s veces, y aunque la m o n t a ñ a tardase en venir, no se da, por vencido y sale de! paso diciendo: «Pues ya que la mont a ñ a no quiere venir hacia M a h o m a . Mahoma mismo irá hacia la. mor;taña.» Del mismo modo, cuando estos hombres audaces, de-pues de haber hecho m a g í n (leas promesas se ven forzados á faltar vergonzosamente á sus palabras, en vez de avergonzarse de su necedad, salen del paso como Mahoma con ¡a ayuda, de a l g ú n subterfugio, y hacen Compre su negocio. ¡S'o es dudoso que los hombres de este carácter son m u y ridículos á la. vista de los que tienen sensatez, y a l g u n a s veces á la del v u l g o : y no puede, en efecto, ser de otra m a n e r a , porque la, verdadera causa de la risa y del ridículo es el absurdo y la falta de conveniencia; ¿pero K¡. — quién ofendo más frecuentemente leyes de la conveniencio todas los que u n hombre audaz é importuno? otada h a y fuvi risible como u n a afrenta de esta especie, cuando el que la sufre pierde toda s u o o a t i i v m c i a . su rostro so le altera entonces y se lo pone m u y desfigurado, lo que no debe extrañarse, pae*-'-» g e ; en la v e r g ü e n z a ordinaria los sentímmruoe rolo sufren una ligera a g i t a c i ó n . y t m la e n e oruduce .ia, afrenta se queda el á n i m o inmóvil y desconcertado, como el de u n .jugado:* d e ojo.gcz é quien se da j a q u e m a t e en medio de sus piezas: esta ú l t i m a observación no dud:>t:ios <' v convendría más á : u n a sátira que á un i r a ' r e j a l a ; , serio como este. Pero lo que n u n c a so c e b o olvidar es que la audacia es ciega: no conoc - oí vn sg;;s ni inconvenientes, y por consecución i es m u y peligrosa para, deliberar, conviniendo sóio para la ejecución. Así pues, ios ándanos no sirven para los primeros puestos donde las cosos eeresuelven, y sólo son buenos para ejcontar, cuyo oficio pertenece á puestos más secundarios: esto se funda en que cuando se delibera, es conveniente ver los peligros, mientra-5 que en llegando ú ia ejecución es preciso perderlos do vista., á menos que sean m u y i n m i n e n t e s . DI'. [.A. U O X m ' O N'A'LVKAI. o A i ),A: Lili i ;A Entiendo por lo palabra bondad, u n aféelo ó un sentimiento que nos lleva á desear que nuestros ¡semejantes -¡can dichosos, y que t i e n e por objeto el bien general de la h u m a n i d a d . Estoes lo que lo« g r e g o s llaman íilantropía. no teniendo el término h u m a n i d a d con que se h a sustituido en l a s lenguas modernas, u n a significación bada.nm lata ni bastante enérgica para expresar m i id-a. Llamo siinpb mente bondad al hábito de hacer el bien, y bondad n a t u r a l á la inclinación ó pensamiento c o n t a n t e do hacerlo, lista es la más noble ¡acuitad, del alma h u m a n a y la más g r a n d e de bis virio des: asemeja el hombre á la — 8G — Divinidad, de la cual es el prime? atributo. Labondad moral respondo á la caridad cristiana, y no es susceptible de exceso, ¡sino «oíamente de error ó equivocación con rc-pc 'do ai fin que se propone. U n a ambición excesiva produjo la caida de los ángeles, y u n deseo desmedido de saber ocasionó Ja del hombre: pero en la caridad, repetimos que no cabe exceso, y j a m a s á n g e l n i hombre a l g u n o puede correr riesgo de excederse, a u n q u e se e n t r e g u e enteramente á ella. La inclinación de hacer el bien o le bondad dispositiva, está tan profundamente a r r a i g a d a e n la naturaleza h u m a n a , que cuando no se ejerce hacia, ios hondees se ejerce hacia, los animales, como se ve en muchos ejemplos de los turcos; pueblo q u e , a u n q u e cruel, lleva la sensibilidad por las bestias mismas hasta el punto de dar limosna á Jos perros y t i las aves: y seg ú n reíiere el barón de ihisbock, u n platero veneciano estuvo á riesgo de ser apedrearlo por el pueblo de Constantinopla , por haber puesto u n a especie de mordaza ó un pájaro que tenia u n pico e x t r e m a d a m e n t e largo. Sin embargo, la v i r t u d de que hablamos, es decir, la bondad ó la caridad, tiene sus errores y equivocaciones, y ios italianos h a n establecido á este propósito s7 una m á x i m a ó proverbio odioso: «Lo demasiado bueno, no es bueno para, nadie.» Nicolás Ma quiavaio, uno tie los sabios de la. indicada nación, lia tenido la imprudencia de avanzar basta decir en términos ciaros y formales, que el cristianis mo balda sido perjudicial á los hombres m u y buenos, igua l u n e r o que. á los injustos y tiranos. L o q u e l e hacia, baldar a s i e r a que, en efecto, nunca buho religión, ley с secta, que elevara la bondad ó la, caridad tanto como la ha. elevado la. religión cristiana. 'Por consiguiente, para evitar á un mismo tiempo el escándalo y el peligro, es bueno conocer los errores quo un sentimiento tan laudable en sí mismo puede impulsar á co meter. No despreciéis n i n g ú n medio ni ocasión para, hacer bien a os hombres, pero sin dejaros e n g a ñ a r por sus apariencias: porque esto seria una. pereza ó debilidad de carácter, o mejor dicho, una, ílaqoeza impropia de las almas hon radas. No deis u n e pe: la ai gallo de Esopo, que preferiría un e a n o de cebada. E l mejor pre cepto en este ¡y'маг. es el ejemplo с' Dios mismo, que hace; lucir el sol y caer la lluvia sobre el j u s t o y n.{ ¡«.justo i n d i s t i n t a m e n t e , pero que no diponsa á todos i g u a l cantidad de ri quezas, de honores y de talentos. Los l'iene que son n a t u r a l m e n t e comunes. л deben ser concedidos á todos sin distinción: pero los que son por n a t u r a l e z a monos g e n e r a les, es preciso distribuirlos con acierto. Ten cuidado de romper el original después de hecha la copia, pues la teología nos ensena que ei amor de nosotros mismos es ei original y ia copia el amor del prógimo. «Vende todo lo une tienes, da el producto á los pobres y s i g n ó m e : * si. pera no vendas todo lo que tienes lauda, después de estar bien decidido a s e g u i r m e : os decir, no tomes este partido extremo sino que abrazando u n género de vida donde puedas Pacer con pequeños medios tanto bien como harían otros con g r a n d e s riqueza.?: porque de lo contrario, agotarlas ei m a n n n t i a i queriendo a u m e n t a r ei arroyo. Xo solamente se observa en mochas individuos un hábito de bondad dirigido por lo razan, sino que ios hay con mía iueiinacion n a t u r a l a nacer el bien, así como otros tienen u n deseo t a m b i é n n a t u r a l de perjudicar y parecen complacerse en hacer daño. MI primer grado do esta mala índole i n h e r e n t e á ciertos individuos, es un carácter t a c i t u r n o , áspero, difícil, contradictorio, agresivo y malicioso, constituyendo la envidia el más alto grado que degenera, en m a l d a d , propiamente hablamro. Los hombres de estas inclinaciones so re.roci- j a n con las desgracias y faltas agenas, las miran como u n a especie de agradable espectáculo, y no desperdician ocasión de a g r a v a r l a s . Buscan y se a r r i m a n á los desgraciados cuyos corazones están heridos, no como aquellos perros que l a m í a n las Hagas de Lázaro, sino más bien como los insectos tjue se- a g a r r a n á las partes afectadas por el m a l y e n v e n e n a n las heridas. Son verdaderos misántropos, que sin tener en su j a r din n i n g ú n árbol tan cómodo como el que ofrecía á los atenienses cierta filosofía atrabiliaria, quisieran, sin embargo, ver colgados á todos los hombres. De esta madera se hacen los buenos políticos, pues las personas de este temple pueden compararse á esos troncos torcidos, que son útiles para construir los barcos destinados a ser violentamente agitados, pero que no sirven para la construcción de las casas, las cuales deben permanecer inmóviles. La bondad se conoce por diferentes especies de manifestaciones y efectos que le son propios y (pie la caracterizan. Por ejemplo, u n hombre cortés, afectuoso y propicio con los extranjeros, a n u n c i a con esta conducta que se cree ciudadano del m u n d o todo, y que su corazón no es una isla solitaria y separada de la costa, sino u n continente en comunicación con tocios los — í)í> — países. Si se siente lleno de caridad por ios i n fortunados, da á entender que su corazón es como aquel árbol precioso, que ofrece su bálsamo al que io necesita. Si perdona fácilmente las ofensas, es u n a prueba de que su alma está de tal m a n e r a elevada sobre las injurias, que ios tiros ríe la m a l i g n i d a d no pueden subir tan arriba. Sí es agradecido a los pequeños servicios, es la delicadeza prueba que atiende más á las intenciones que á las obras y á los intereses d é l o s nombres. En fin, si alcanza, el grado de sublime caridad de San Pablo, que deseaba ser anatematizado en Jesucristo ñor asegurar la salud de sus herma nos, este heroico deseo a n u n cia en él u n a naturaleza divina y u n a especie de serneianza con el Redentor del m u n d o . 1 — !)I XIV. Al tratar de la, nobleza, ia consideraremos primero como u n a parió del Estado, después como u n a distinción honrosa entre ios p a r t i c u lares, y ú l t i m a m e n t e como la condición de cierta clase de ciudadanos. Una monarquía donde no h a y nobleza n i n g u n a , es u n puro despotismo y u n a pura t i r a nía, como so observa en el ejemplo de los t u r cos. La nobleza atempera y (paita el cansancio, por decirlo así, al poder soberano, c o m p a r t i e n do también con la familia real las mi radias del pueblo. E n las democracias no es necesaria, y están más tranquilas y menos expuestas á sediciones cuando no t i e n e n familias nobles: por- que entonces se a t i e n d e sólo á los negocios que se proponen, y no ai sugeto que los presenta ó que se ofrece para desempeñarlo: y si se atiende algo á la persona, es en vista del asunto m i s m o , y no considerando mas que sus calidades individuales, sin. m i r a r para, nada sus títulos y su genealogía.. V e m o s por ejemplo, que la república de Suizo ?c conserva m u y bien á pesar d é l a diversidad do creencias religiosas y de la división del país en cantones, porque el verdadero lazo que une á estos pequeños listados y á sus ciudadanos es la utilidad particular que recíprocamente pueden prestarse, y no la d i g nidad de Jas personas, Por la. misma razón, el gobierno de Jas provincias unidas de los PaísesBajos es excelente: la igualdad entre Jas personas produce allí la, i g u a l d a d en las asambleas, hace las leyes m á s imparciales, y nace también que se p a g u e n más v o l u n t a r i a m e n t e los i m puestos. U n a nobleza respetado y poderosa a u m e n t a el esplendor y la majestad del príncipe, pero d i s m i n u y e su poder: da al pueblo más vida, pero empobreciéndole y haciendo su condición m á s dura. Es bueno que ia nobleza no sea más poderosa de lo que e x i g e n el interés del príncipe y el del Estado, pero conviene que conserve fuerza suficiente para reprimir á las clases inferiores, y para, (pie la indolencia popular, viniendo á romperse contra o da especio de salva: guardia, no pueda o f e n d e r ¡a majestad del monarca. Una nobleza m u y poderosa empobrece á u n Estado y tiene oíros n> adíes i n c o n v e n i e n tes, entre ios cuales está ; • o o e los gastos excesivos que ocasione s u m e a en i ¡ pobreza á muchas de sus l a m i d a s , le que i n t r o d u c e una gran desproporción entre loe honores y los bienes. Con respecto a la noelee • mirada, como u n a distinción entre ios pordeniare . observaremos : que u n a n t i g u o caslil.'o 0 e.unqr.ifcr otro edificio secular que so c o u s f • a t e toeiamoiue. inspira, cierto género de respeto. :.> cual sucede t a m bién con u n árbol de o u u e ' e i , . n e g e conserva fresco y entero á pesor le -u m u c h a edad. Pero si los cuerpos rnsoueiPu e r e een atraerse a l g ú n respeto ó veneración. ;.pu - •••eré u n a a n t i g u a é ,: ilustre familia que ¡¡a c o m o e e ¡ á las vicisitudes y borrascas del tienipod i e • .cebona n u e v a no es sin disputa, otra cosa une una derivación del poder soberano. mienU o la a n t i g u a parece sor la obra, exclusive, be o,-eino. Los primeros individuos á Jos cuaima \xu.> familia debo su nobleza y sus timbres de glorie, tienen por lo co- m a n cualidades más brillantes, aunque menos rectitud y probidad que sus descendientes, siendo m u y raro que no se eleven por u n a mezcla de buenas y de malos medios: interesa ai listado que i a memoria de sus virtudes pase a la posteridad oara que sirva de ejemplo, y que los vicios sean, por decirlo así. sepultados con ellos. Las prerogativas que los nobles deben á su n a cimiento, ios hacen monos industriosos y altivos que ios plebeyos: además, toda persona que carece de talento es na,tura luiente i n c l i n a d a á envidiar ios do los otros, á lo que debo añadirse que los nobles, estando colocados m u y altos desde un principio no pueden elevarse mucho más. y que tocio hombro que permanece á la misma altura m i e n t r a s los demás s u b e n , se imagina que desciende y no le es posible ahogar u n sentimiento de envidia. Pero si la nobleza es más envidiosa , es sin disputa memos envidiada; porque estando n a t u r a l m e n t e destinada á gozar de grandes honores, esto mismo la garantiza, de la envidia que se tiene á ios hombres nuevos. Los reyes que pueden escoger en la nobleza de sus Estados individuos de g r a n capacidad para el desempeño de los negocios, g a n a n mucho pretiriéndolos á sugetos de las otras clases; pues de este modo todo m a r c h a en los asuntos p ú b l i cos con más desembarazo y ligereza, en razón de que los nobles e n c u e n t r a n siempre más s u misión y obediencia en el pueblo, siendo así que parecen haber nacido para mandarle y dirigirlo. XV. DE LOS MOTINES Y SUBLEVACIOXES. Interesa á los pastores del pueblo conocer bien los pronósticos y señales de las tempestades que pueden levantarse en u n Pistado, y que son ordinariamente m á s temibles cuando los elementos opuestos que las promueven se i g u a lan más, del mismo modo que las que se forman hacia los equinoccios son t a m b i é n más violentas que en todo el resto del año. Pero antes de que — 90 — los motines y sediciones estallen en u n Estado, ciertos rumores sordos y confusos, signos del descontento g e n e r a l , los presagian, de igual m a n e r a que en la. n a t u r a l e z a se a n u n c i a ia tempestad por el vago raido de u n viento subterráneo y por el m u g i d o sordo de las olas que empiezan a levantarse. «Unas veces, dice el poeta, descubriéndole el secreto descontento, le a n u n c i a que la revolución se aproxima: otras, revelándole las m a q u i naciones que se t r a m a n sordamente contra él, le predice ia g u e r r a abierta de que está a m e n a zado . » Los libelos y los discursos licenciosos contra el gobiermq se multiplican y propagan rápidam e n t e : b's- falsas noticias destinadas á vituperarlo se e x t i e n d e n por todos lados y son creídas sin dificultad: ta les son los presagios de ios motines y sublevaciones. V i r g u l o , al. formar la, g e nealogía do la F a m a , dice que era bija de ios Gigantes. «Es liormaua do Cíeos y de Encelado, y so dice que la Tierra, irritada y fecundada, por la cólera"de los inmortales, la dio á luz en su ú l t i m o parto.» ¡Cómo si los rumores de que hablamos no se sintieran n a d a más que después de haber pasado la sedición! La verdad es que — 97 — son o r d i n a r i a m e n t e su preludio. E l poeta observa con mucho acierto (pie no h a y otra diferencia entre las sediciones y los rumores sediciosos que l a q u e se e n c u e n t r a e n t r e el h e r m a n o y la hermana., entre el varón y loa h e m b r a , so tire todo cuando el d e s c o n i e n t o g e n e r a l l l e g a al e x tremo de une bis m á s sabias y justas acciones dei gobierno y las que más deberían a g r a d a r al pueblo, son mal recibidas y torcidamente interpretadas, lo cual demuestra que el descontento h a llegado á su colmo, como lo observa Tácito cuando dice: «El descontento público es t a n g r a n d e , que lo mi-uno rechaza el bien que el mal que so hace.o Pero a u n q u e los rumores de r u é hablamos son u n presagio de los motines, no se sigue de esto que se evitarlon las sublevaciones adoptando medidas m u y severas: porque frecuentemente acontece, que cuando se t i e n e el valor de nmrimbdas esfallan más pronto, y rodo el trabajo (pro se pone en evitarlas, sirve sólo para hacerlas más duraderas. V lomas, cierto g é n e r o de obediencia de d.c que luidla Tácito, debe ser sospechoso: « P e r ro an v>eo asín e n el deber, pero de modo que se b d b n " ¡ras dispuestos á m u r m u r a r de las ordene- d.>¡ gobierno que á cumplirlas.» E n efecto, discutir las ordenes, dispensarse por excusas de ejecutarlas ó eludirlas y r i d i c u l i z a r l a s . son otras t a n t a s m a n e r a s de sacudir el y u g o . u otros tantos ensayos de desobediencia, sobre todo cuando los que defienden al gobierno h a blan con timidez, en tanto que sus contrarios h a b l a n con insoioncia. Y como m u y j u i c i o s a m e n t e ha observado Maquiavelo,.cuando u n príncipe, q u e debería ser el padre común de todos sus subditos, se inclina á uno de los bandos en que su pueblo se halla dividido, sucede a su gobierno b que a u n buque que lleva m u c h a carga á u n e de los lados, que concluye por zozobrar. Esia. es una verdad que enseñó á cosía suya E n r i que 111, rey de F r a n c i a ; porque sólo *e unió a la liga para vencer y abatir más fácilmente á los protestantes, y en seguida esta misma!, liga se volvió contra él. Cuando en la defensa, de u n a causa no es la autoridad real el objeto más i m p o r t a n t e , los subditos creen tener u n deber m á s sagrado que el de la obediencia que deben al soberano, y desde entonces empieza éste á. verse desposeído de su potestad. Cuando los rebeldes ó facciosos h a b l a n ú obran audaz y a b i e r t a m e n t e , su insolencia a n u n c i a que y a h a n perdido todo respeto al gobierno, pues los movimientos de los grandes — Di) — 311 un reino h a n de estar subordinados á los del príncipe, que debe ser su primer móvil: las altas clases han do ser semejantes á los planetas, qnc en la hipótesis admitida da, de Toloineo) son arrastrado-; por un movimiento m u y rápido de orienta á occidente, en v i r t u d del de toda la esfera que están obligados á seguir, a u n q u e moviéndose más l e n t a m e n t e de occidente á oriente en v i r t u d de un movimiento propio. Así es que cuando no obedeciendo los g r a n d e s mas que á, su propio impulso e m p r e n d e n u n a m a r c h a m u y violenta, ofrecen u n a señal de que todas las órbitas se hallan confundidas, y de que todo el sistema tiende á su destrucción; porque el respeto de los subditos es el presente que Dios h a hecho á los reyes y la base de su poder, y a l g u nas veces les amenaza con despojarlos de él: «Yo desceñiré la c i n t u r a de los reyes.a Cuando las cuatro columnas que, sostienen toda especie de gobierno, la religión, la j u s t i cia, la prudencia y el tesoro público se quebrant a n ó debilitan, entonces es cuando se hace preciso recurrir á, las oraciones y plegarias para obtener el buen tiempo. Pero t e r m i n a n d o aquí lo que teníamos que decir de los 'síntomas de Jas sublevaciones y motines (asunto sobre el cuaí darán también a l g u n a luz las ideas que va- — 100 — mos á exponer), empezaremos á tratar: 1." De la causa material de las sublevaciones. 2.' De sus motivos ó de sus causas eficientes. 3." Do los remedios y preservativos contra este genero de calamidad. La causa material do ias sublevaciones es evidentemente el primer objeto en que debe lijarse nuestra atención. En efecto, ¿puede negarse que- el mas seguro medio para prevenir una sublevación, siempre que las circunstancias lo p e r m i t a n , es quitar desde luego su causa m a terial ? Guando la materia combustible está amasada y preparada, sería m u y difícil decir de qué p u n t o partirá la obispa que ha de p r e n derlo fuego. Las sublevaciones tienen dos p r i n cipales causas materiales, á saber: un. g r a n disgusto y u n g r a n sufrimiento; es decir, un g r a n n ú m e r o de descontentos y necesitados: pues no es dudoso que tantos hombres arruinados o cargados de deudas como h a y a en u n a nación, tantos son los que desean la g u e r r a civil. Esto es lo que dice Lucano, cuando antes de hacer el cuadro de las guerras intestinas do liorna, presenta las verdaderas causas que las habían producido en la situación en que dicha ciudad se encontraba entonces: «Por u n lado, la usura voraz v ios intereses 7 i-' — 101 — que acumulándose daban alas al tiempo, y por otra la lo frecuentemente violada, hicieron que la g u e r r a fuese el único recurso del mayor n ú mero. -> Esta, misma situación del mayor n ú m e r o , que mira la g u e r r a como su único recurso, y que por consigo n d o la desea, es u n a señal infalible do que. mi Mstado so halla dispuesto tiara ios motines y sublevaciones. Si la m u l t i t u d de los hombro arruinados, cargados de deudas y faltos de recursos, se compone de las altas clases lo mismo que do la g e n t e baja, el peligro es mayor y más i n m i n e n t u porque las peores convulsiones son las que a r r a n c a n del corazón. Kespecto de los descontentos, diremos que son en el cuerpo político lo que los humores corrompidos en el cuerpo h u m a n o , que d a n por resultado ordinario producir u n calor excesivo que ocasiona inflamaciones. Pero c u e s t o s casos, el príncipe ') el gobierno no debe m e d i r el peligro por los actos de j u s t i c i a ó injusticia que de tal modo h a y a n excito do los espíritus, porque esto sería atribuir al pueblo m u c h a más razón de la que c o m u n m e n t e tiene, siendo así que con h a r t a frecuencia se le ve rechazar lo que puede serle útil. ; Mucho menos todavía debe j u z g a r s e del pe- ligro por la importancia, de los verdaderos motivos que t e n g a la m u l t i t u d para sublevarse: porque cuando el temor es más g r a n d e que el sufrimiento, el descontento público se hace monos peligroso, por lo mismo que el dolor tiene u n limite, m i e n t r a s que el temor no le tiene, y porque en caso de que la opresión baya, subido á- su colmo, esta misma opresión que ha agotado la paciencia, del pueblo le quita el valor de poder resistirse. Pero no sucede lo mismo cuando el pueblo no se b a envilecido t a n extremad a m e n t e . E l príncipe y el gobierno no se debeu figurar de n i n g ú n modo, por esta sola consideración, que los descontentos que entonces se a g i t a n y so manifiestan, pueden manifestarse repetidas veces y por largo tiempo sin n i n g ú n peligro ó notable inconveniente: porque si bien es cierto que no toda n u b e ocasiona una, tempestad , de seguro sucederá, corno so j u n t e n m u c h a s , que- sobrevendrá u n a de reídos v i e n tos y granizo: y si todas las nubes p.aajoias que se h a n mirado con desprecio llegan á reunirse, la tormenta será mucho más imrrorosa por lo mismo que ha sido más tardía: esto es lo que dice un proverbio español: «Cuanto más tirante está la. cuerda, más cerca, está de romperse.» i.o:? motivos ó las causas más ordinarias de las sediciones, son las g r a n d e s y repetidas reformas ó "mudanzas en la religión, en las leyes, en las costumbres públicas, etc. : las infracciones do privilegios y de i n m u n i d a d e s , la opresión genera!, la elevación de los nombres sin mérito, las i n t r i g a s de las otras potencias, la llegada, de u n a muHiíaul de extranjeros, ó una predilección demasiado señalada hacia algunos de entre ellos, las grandes carestías, ios ejércitos licenciados de improviso y sin precauciones, los disturbios excitados á propio intento, y en u n a palabra, todo lo que puede irritar al p u e blo y roaligar u n g r a n n ú m e r o de descontentos dándoles u n interés c o m ú n . Mu cuanto á las órdenes y á ios preservativos contra las sediciones, indicaremos a l g u n o s generales, sin obedecer para- olio a ias leyes del método. ' ' y - - . ) para, conseguir u n a cura completa y radica] .. preciso oponer á cada especie de r e d o ; armero de remedio que le sea propio, habrá ;>,->•• r o m i g o i e n t e que fijar más la atención sabré l a prudencia n a t u r a l del que gobierna que so'a-e preceptos y regías fijas. P u r o e El primero de hornos los remedios ó preservativos, es quitar ó disminuir cuanto sea posible ¡a causa material de las sediciones de que ya — P)i- — liemos hablado, es decir, la pobreza, el hambre y la miseria que se dejen sentir en el Estado. Los medios que p u e d e n conducir á este Un. consisten en desembarazar todas las vías de comercio, abrir otras nuevas y a r r e g l a r la b a l a n za; reanimar las industrias nacionales, dester rar la ociosidad, poner u n freno al lujo y a. lo? gastos ruinosos por medio de leyes s u n t u a r i a s , dar más vigor por medio de recompensas y luyes imparciales á todo lo que tienda a per lee••• clonar la a g r i c u l t u r a , arreglar el precio de ios géneros y de todas las cosas do comercio, y moderar Jas tasas y los impuestos, etc. Generalmente h a b l a n d o , h a y que atender mucho á la. población, sobre todo cuando las guerras no la. dism i n u y e n , para que no excedan sus neeesidade-; á las que puede sufragar el producto de la a g r i c u l t u r a , de la industria y del comercio. Perú para poder d e t e r m i n a r con acierto y con j u s t i cia la masa de la población, no basta atender solamente al n ú m e r o absoluto de almas ó de h a b i t a n t e s ; porque un pequeño número de ellos que g a s t e n m u c h o y que trabajen poco, a r r u i n a r í a más p r o n t a m e n t e á u n Estado que u n g r a n n ú m e r o do hombres m u y laboriosos y económicos. Cuando el n ú m e r o de los nobles y otras personas de distinción está en despropor- cion con las demás clases inferiores del pueblo, empobrecen y a g o t a n el Estado. Sucede lo m i s mo cuando h a y u n clero m u y numeroso, que á pesar de todo no produce n a d a para la masa c o m ú n . Y también puede esto decirse de las gentes que se dedican á los estudios, cuyo n ú mero no debe exceder m u c h o al que necesitan las profesiones activas que requieren conocimientos adecuados. He aquí otra observación que no debe perderse de vista: u n a nación no puede a u m e n t a r sus riquezas en más cantidad (pie la que haga perder á las otras. Tres son las cosas que u n a nación puede vender á los demás, á saber: La materia primera o el producto bruto; el producto manufacturado y el trasporte ó ílete. C u a n do estas tres ruedas principales se m u e v e n ó g i r a n con facilidad, las riquezas afluyen al país. A l g u n a s veces, s e g ú n la expresión del poeta, la forma., y en general el trabajo, tien e n más valor que la m a t e r i a ; es decir, que el precio de la mano de obra y el del trasport e , excede con frecuencia al de la m a t e r i a p r i m a y enriquece más pronto á las naciones. De esto tenemos n n ejemplo notable en los PaisesBajos, que viven en la a b u n d a n c i a sin otros recursos principales que la i n d u s t r i a , que ex- — 100 — piolan con más ventaja que los demás pueblos, E l gobierno debe tomar medidas para, irapedir que toda la masa do numerario de u n país se a c u m u l e en manos de un pequeño número de individuos, pues de otro modo una nación podría perecer de h a m b r e en el seno de la a b u n d a n c i a , siendo el dinero como los aliónos, que sólo producen cuando se distribuyen c o n v e n i e n t e m e n t e . A este saludable objeto se llegará ahogando ó reprimiendo al menos tres monstruos devoradores, que son: la usura, el monopolio, y la m a n í a de convertir en prados para pastos las tierras de sembradío. E n cuanto á los medios de calmar los espíritus y aplacar el descontento g e n e r a l , o al m e nos de p r e v e n i r sus más peligrosas consecuencias, observaremos desde luego que cada Estado se h a l l a compuesto do dos principales clases, á saber: la nobleza y los plebeyos ó estado llano que formal; el mayor n ú m e r o . Cuando uno solo de estos dos ordene* está descontento, no es m u y g r a n d e el peligro que amenaza, siendo siempre los m o v i m i e " u s de u n pueblo lentos y poco duraderos cuando no está acaudillado por los g r a n d e s , y no pudiendo éstos casi nada por si solos si la m u l t i t u d no se halla espontáneam e n t e dispuesta á levantarse. Pero cuando ios n — 107 — nobles a g u a r d a n para mostrar su descontento á que sea general el del pueblo, entonces es cuando el peligro a m e n a z a con g r a n d e s proporciones. La. fábula dice, que habiendo sabido J ú piter que los dioses coaligados t e n í a n el propósito do aherrojando, se determinó, después de aconsejarse con Minerva, á llamar en su socorro á Bi iareo el de los cien brazos; alegoría cuyo espíritu verdadero es demostrar á los reyes c u á n to les importa atender y contentar al pueblo y no desperdiciar n i n g ú n cuidado para concillarse su afición. Dejar á u n pueblo cu libertad de quejarse y desahogar su mal h u m o r ' m i e n t r a s que las quejas no lleguen hasta la insolencia ó la amenaza), es t a m b i é n u n a medida saludable; porque si se conservan los humores viciados y se obliga la s a n g r e de la herida á que circule! por dentro, so ocasionarán úlceras maligna ; y mortales. Todavía h a y otro medio para aplacar ios espíritus cuando están irritados y para adormecer el descontento: consiste en hacer desempeñar á Prometeo el papel de Epirneteo. io cual es de seguro el remedio más eficaz. Después que E p i rneteo, dice la fábula, hubo visto que todos los males habían salido de la caja de Pandora, dejó 5 caer la cubierta, y la esperanza quedó encerrada en el fondo. E n efecto, distraer á los hombres alimentándolos de promesas y entretenerlos con destreza llevándolos de u n a esperanza á otra, es el más seguro antídoto contra el veneno del descontento: v el carácter distintivo do un goK *-u? bienio sabio y p r u d e n t e está en el acierto de i n s pirar confianza á los subditos por medio de j u i ciosas promesas, luego que no le es posible procurarles u n a satisfacción más real, y en saber gobernar los espíritus de modo que en el caso de u n a desgracia inevitable, les quede siempre a l g u n a esperanza consoladora: esto no es t a n difícil como parece, porque los individuos, lo m i s mo que las facciones, están n a t u r a l m e n t e dispuestos á afectar, para hacer alarde de su valor, esperanzas que no t i e n e n . Otro método para prevenir los funestos efectos del descontento g e n e r a l , método m u y conocido, pero que no por eso es menos seguro, consiste en no perdonar n i n g ú n medio para impedir que el pueblo se a g r u p e hacia a l g ú n personaje d i s t i n g u i d o que pueda servirle de jefe y para formar u n cuerpo r e g u l a r y d i r i g i r todos sus movimientos. Entiendo por jefe un hombre de ilustre n a c i m i e n t o que goce de u n a g r a n reputación, que esté seguro de la confianza del par- ti do sedicioso, que t e n g a él mismo particulares motivos de resentimiento, y hacia el cual, por esta circunstancia, vuelva el pueblo los ojos nat u r a l m e n t e . Cuando h a y en u n Estado u n personaje t a n peligroso, es preciso atraérsele á toda costa y obligarlo A que se aproxime ai gobierno para ligarlo á él con sólidas ventajas que n u n ca pueda esperar del partido contrarío: y si esto no es posible porque rechace toda a v e n e n c i a , conviene oponerle otro sugeto de las mismas condiciones, que comparta el favor popular y le sirva de contrapeso balanceando su influencia. Genera imente hablando, el método de dividir y t r i t u r a r , ñor decirio así. las facciones v las ligas que se forman en un Estado enemistando entre sí á los jefes, ó ai menos haciendo nacer entre ellos celos y rivalidades , es u n medio despreciable y que sólo produce resultados satisfactorios cuando no comprendiendo los partidos sus verdaderos intereses, luchan, e n g a ñ a d o s , pero u n a vez concertados y unidos estrecham e n t e , forman mi poder irresistible. lie observado recorriendo la historia, que esas frases ingeniosas y picantes que h a n dejado escapar los príncipes contra otros personajes e m i n e n t e s , h a n encendido las rebeliones, César se ocasionó u n daño irreparable con estas palabras: «Sila fué u n i g n o r a n t e que no supo m a n d a r ; » con lo cual quitó para siempre á ios romanos la esperanza que t e n í a n de que tarde ó temprano abdicaría la dictadura,, ('alba se perdió por esta frase: «Mi empleo consiste en escoger soldados, no en comprarlos;» quitándoles así la esperanza del donativo ó gratificación que los emperadores romanos daban al ejército cuando se coronaban: i g u a l m e n t e Probo tuvo la imprudencia de decir: «Si vivo todavía, alg u n o s años, el imperio romano no t e n d r á necesidad de soldados:» palabras desesperantes para u n ejército. Lo mismo podría añadirse de otros muebos. Los príncipes deben, pues, en circunstancias difíciles y en asuntos delicados, tener m u c h a circunspección en sus palabras, y evitar sobre todo esos dichos claros y precisos, que son como señales profundas que parecen denunciar sus secretos pensamientos. E n cuanto á los discursos más extensos, se observan mucho menos, producen menos efecto, y son por consig u i e n t e menos peligrosos. Por ú l t i m o , los príncipes deben tener siempre cerca de su persona u n o ó muchos sugetos distinguidos por su valor ó sus talentos m i l i t a res y de u n a fidelidad e x p e r i m e n t a d a , para a h o g a r las sublevaciones desde su principio. — ni — 6in este refnerzo. u n a corte se espanta m u y fácilmente cuando las revoluciones l l e g a n á estallar, y se encuentra en aquella especie de pelig r o , de que Tácito da u n a j u s t a idea diciendo: «La disposición de los espíritus es tai, que pocos se atreven á cometer el último atentado, u n número mayor lo desea, y todos se h a l l a n dispuestos á permitirlo.» Tero es necesario que los g e nerales do, que hablamos sean de u n a fidelidad más segura que los del partido popular, pues de otro modo sería el remedio peor que el m a l á que so aplica. XVI, DEL ATEISMO. Mejor querría creer todas las tabulas de la leyenda, del Talmud ó del Alcorán, que pensar que esta g r a n d e m á q u i n a del universo, donde veo u n orden tan constante, m a r c h a por si sola, sin que u n a i n t e l i g e n c i a presida sus movimientos. Por eso Dios no se h a d i g n a d o n u n c a obrar milagros para convencer á los ateos, siendo sus obras u n a continua y sensible demostración de su existencia. Una filosofía superficial hace inclinarse u n poco hacia el ateísmo: poro una filosofía más profunda lleva al conocimiento de un Dios. E l hombre en sus contemplaciones no divisa nada más que causas subalternas ó secundarias que le parecen esparcidas sin coherencia, y se puede detener en ellas sin atreverse a l e vantarse más arriba: pero cuando considera la no i n t e r r u m p i d a cadena que l i g a y reúne todas estas caucas, su mutua dependencia, y , si es permitido que me exprese así. su estrecha confederación, entonces se eleva al conocimiento clel g r a n Ser. que siendo el verdadero lazo de todas las partes del u n i v e r s o , h a formado este vasto sistema y lo m a n t i e n e por su providencia, El absurdo mismo de la secta que más se acerca al ateísmo, es la mejor demostración de la existencia, de u n Dios: hablo de la escuela de Lencipo, de Demócrito y de Epicuro. Me parece menos absurdo pensar que cuatro elementos — 1 1 _ variables con u n a q u i n t a esencia i n m u t a b l e , convenientemente colocada desde toda u n a eternidad, puedan existir sin u n Dios, que i m a g i n a r que un n ú m e r o infinito de adornos ó ele elementos infinitamente pequeños, sin n i n g ú n centro determinado hacia el cual t i e n d a n , h a y a n podido por u n concurso fortuito y sin la dirección de u n a suprema i n t e l i g e n c i a , p r o d u cir este orden admirable que vemos en el u n i verso. Encontramos en la Sagrada Escritura estas palabras t a n conocidas: «El insensato h a dicho á su corazón: Dios no existe.» Observemos que no dice que el insensato h a pensado así, sino que se lo ha, dicho á sí mismo, más bien como cosa que desea y de la cual trata de convencerse, que como si de ello estuviese í n t i m a m e n t e persuadido. Los hombres que se a t r e v e n á n e g a r la, existencia de Dios, solamente son los que en ello tienen interés; y lo que prueba de sobra que el ateísmo está en los labios de los que dicen profesarlo, más bien que en su corazón, es que los ateos se complacen en h a b l a r de su creencia, como si buscasen el asentimiento de los demás para apoyarse y fortificarse en él. Se ve t a m bién que desean hacer prosélitos y que p r e sentan sus opiniones con tanto entusiasmo y s fanatismo como los sectarios; en u n a palabra, el ateísmo tiene sus misioneros lo mismo que la religión, y , lo que es más todavía, tiene sus mártires que prefieren sufrir los más horrorosos tormentos á retractarse. Pero si están verdaderamente persuadidos de que Dios no existe, y una vez negada, su existencia, en cuyo caso todo deben creerlo finito sin que t e n g a n n i n g u n a otra cosa que a ñ a dir, ¿á qué atormentarse de ese modo por una opinión n e g a t i v a ? .Se h a pretendido que iipicuro disimulaba su verdadero pensamiento sobre este p u n t o , y que por asegurar su reputación y su persona, afirmaba públicamente que existían seres perfectamente dichosos, que gozando de sí mismos no se d i g n a b a n mezclarse en el g o bierno de este inundo inferior; poro que en su fondo no creia del todo la existencia de la divinidad, y que hablaba asi por acomodarse á su tiempo, lista acusación nos parece tanto más despojada ele .fundamento, cuanto que en sus conversaciones familiares sobre este a s u n t o , su lenguaje era a l g u n a s veces sublime y hasta divino. «Lo que es verdaderamente impío, decía, entonces, no es n e g a r los dioses del vulgo, sino aplicar á los dioses las opiniones de ese profano vulgo.-) ¿Hubiera hablado mejor el mismo Platón? Y a u n q u e Epicuro baya tenido la audacia de n e g a r la providencia de los dioses, jamás se atrevió á negarles su n a t u r a l e z a . Los salvajes de la América t i e n e n sus n o m bres particulares para designar específicamente á todas sus divinidades, pero no tienen n i n g u no que corresponda á nuestra palabra Dios. Esto es casi Jo mismo que si los paganos hubiesen tenido sólo los nombres de Júpiter. Apolo, Marte, etc.. careciendo de la palabra Be/'X, en latín, y /)>'•<*. en g r i e g o : lo que prueba que las nación;-- má - bárbaras, si no h a n tenido de la divinidad una noción tan g r a n d e y perfecta como nosotros, h a n tenido, sí. una idea, aunque más incompleta y defectuosa. Así pues, los ateos tienen en su contra a los salvajes reunidos con los más profundos filósofos. Se encuentran m u y rara vez ateos r e a l m e n t e desinteresados y p u r a m e n t e teóricos, tales como TMágoras, Ilion. Luciano, etc. Aun estos momios puede ser que lo parecieran más de lo que r e a l m e n t e lo fuesen, porque se sabo que los que combaten u n a religión ó u n a superstición a d m i t i d a , son siempre acusados de ateísmo. Pero los verdaderos ateos son los hipócritas que manosean sin cesar las cesas santas, y que no t i e n e n n i n g ú n — 110 — sentimiento religioso y las desprecian en el fondo de su corazón. Fd ateísmo puede tener diferentes causas. 1." Los sentimientos inclinados á él y las disputas sobre la religión, con especialidad cuando se m u l t i p l i c a n e x t r e m a d a m e n t e : porque cuando no h a y más que dos opiniones y dos partidos que las defienden, esta, misma oposición reanim a el celo de entrambos; pero si reina u n a g r a n diversidad de pareceres, esta multiplicidad hace nacer dudas sobre todo é introduce el ateísmo. *>.* La conducta escandalosa de los eclesiásticos, cuando h a llegado ai punto que hacía exclamar á .San Bernardo: «Ya no puede decirse que á tal pueblo tal sacerdote, porque h o y , el sacerdote es cien veces peor que el pueblo.» 3 . Las frecuentes burlas sobre las cosas s a n t a s , que e x t i r p a n de los corazones el respeto debido á la religión. 4 / Por último, las ciencias y las letras, sobre todo en el seno de Ja paz y la prosperidad; porque las revoluciones y las desgracias hacen volver los ojos á la religión. Los que n i e g a n Ja existencia de Dios, se esfuerzan en suprimir la más noble prerogativa del hombre; porque el hombre no es por su cuerpo n a d a más que u n semejante á l o s brutos, y si no t i e n e por su a l m a a l g u n a semejanza con a la Divinidad, será sólo u n a n i m a l vil y despreciable. Destruyen así el verdadero fundamento de la m a g n a n i m i d a d y todo lo que puede elevar á la, naturaleza h u m a n a . E n efecto, ved el valor que tiene u n perro m i e n t r a s se siente animado por su dueño, que es para él como u n ser de naturaleza superior: valor que no t e n d r í a sin la confianza que le inspira la presencia y el apoyo de esta naturaleza más perfecta que la suya. E n esto consiste que el hombre que se siente asegurado de la protección de la D i v i n i dad y que descansa, por decirlo así, en el seno de la Providencia, saca de esta idea y del sentimiento (pie de ella se, deriva, u n vigor y confianza de los cuales la naturaleza h u m a n a , abandonada á sí m i s m a , no sería capaz. Por consiguiente, el ateísmo, odioso por m i l conceptos, lo es sobre todo porque priva al hombre del más poderoso medio que tiene para l e v a n tarse sobre su n a t u r a l debilidad. Pero sobre esto acontece lo mismo á las n a ciones que á ios individuos; n u n c a pueblo alg u n o ha igualado al romano en la elevación de sentimientos. Escuchemos cómo Cicerón muestra, el verdadero origen de esta g r a n d e z a de alma: «Aunque seamos a l g u n a s veces u n poco amantes de nuestras instituciones v de nosotros — US — mismos, ¡olí padres conscriptos! el pueblo romano puede tener cierta alta idea de su n a t u r a l superioridad, así como debe reconocerse inferior á los españoles en el n ú m e r o ; á 'os galos en la elevación de la estatura y en la fuerza del cuerpo: á los cartagineses en la astucia; a- los griegos en las ciencias, las letras y las artes, y en fin. á los latinos é italianos en ese amor i n nato á la libertad que parece ser su carácter distintivo, ó el instinto y el alma de todos los Imbitantes do esa comarca: si el pueblo romano lia vencido y sobrepujado en tantas cosas á todas las naciones conocidas, no lia debido sus victorias y su ascendiente á esas cualidades particulares, sino solamente á la piedad, á la relig i ó n , á u n a especie de ciencia y de sabiduría, que consiste en pensar que el universo entero se m u e v e y gobierna por la i n t e l i g e n c i a y la voluntad suprema de los dioses inmortales.» XVII. DE LA SUTERSTICIOX. Vale más no tener n i n g u n a idea de Dios, que tener u n a i n d i g n a de él; pues lo primero no es más que i g n o r a n c i a ó incredulidad, y lo segundo es u n a ofensa i m p í a , pudiendo decirse que la superstición es injuriosa á la Divinidad. '•Ciertamente, dijo el juicioso Plutarco, querría mejor que se dijese que Plutarco no existe, que oir dorar que h a y u n hombre así llamado que devora á todos sus hijos t a n pronto como n a c e n , s e g ú n dicen los poetas que hacía .Saturno con los suyos.o De i g u a l modo que la superstición es más ofensiva á Dios que la irreligión, así es t a m b i é n más peligrosa para el hombre: el ateísmo le deja, á pesar de todo, muchos apoyos y g u i a s , tales como la filosofía, los sentimientos de tern u r a que inspira la m i s m a n a t u r a l e z a , las leyes, el amor á la gloria, el deseo de la buena r e p u t a c i ó n , que todas son cosas que bastarían para conducirle h a s t a cierto grado de v i r t u d moral, al menos exterior, y en la suposición rigorosa de que absolutamente no tuviese rel i g i ó n a l g u n a ; pero la superstición derriba todos estos apoyos y establece en el a l m a h u m a n a u n a verdadera tiranía.' Además, el ateísmo no h a turbado n u n c a la paz de los imperios, porque hace á los individuos más prudentes con relación á lo que mira á ellos mismos, y hace t a m b i é n que sólo se ocupen de su propia seguridad, sin acordarse para n a d a del resto de las cosas. Vemos t a m b i é n que los tiempos más inclinados al ateísmo son los de paz pública, tales como los de A u g u s t o , m i e n t r a s que la superstición h a derribado á muchos gol tiernos, convirtiéndose en u n nuevo y poderoso móvil que, comunicando su impulso violento á todas las esferas g u b e r n a m e n t a l e s , desmonta, por completo el sistema político. E l pueblo es'muy propenso á la superstición, porque en todo lo que hace referencia á opiniones de esta naturaleza, los sabios se ven obli- gados á ceder á los locos; y destruyéndose por esta causa el orden n a t u r a l , se ajustan ó acomodan los pensamientos y creencias á los usos establecidos. Se puede m i r a r como u n a observación m u y juiciosa, la que hicieron á este propósito ciertos prelados del concilio de Trento, que fué una asamblea donde la disciplina eclesiástica desempeñó el primer papel. Los astrónomos h a n i m a g i n a d o escéntricos, epiciclos, órbitas y otras m á q u i n a s hipotéticas para explicar los fenómenos celestes, a u n q u e no i g n o r a b a n que n a d a de esto existia r e a l m e n t e . Los escolásticos, siguiendo su ejemplo, h a n i n v e n t a d o principios m u y sutiles y teoremas m u y complicados, para justificar ó explicar la práctica de los usos de la Iglesia. Las causas más ordinarias de la superstición son los ritos y ceremonias destinados á complacer la vista y los demás sentidos: la afectación de santidad, solamente exterior é hipócrita; u n a veneración excesiva por las t r a d i c i o n e s , lo cual sobrecarga y complica e x t r a o r d i n a r i a m e n te la doctrina de la Iglesia; los manejos de los 'prelados por a u m e n t a r sus prerogativas y r i quezas; la demasiada facilidad en acceder á actos religiosos que d a n e n t r a d a á las innovaciones en la disciplina; la m a n í a de atribuir á la Divinidad las necesidades, las facultades y las pasiones h u m a n a s , asemejando Dios al hombre, lo cual mezcla á la verdadera doctrina una m u l t i t u d do opiniones vanas y quiméricas: y en fin, los tiempos de barbarie, sobre todo si los pueblos se sienten afligidos de desastres y calamidades. La superstición, cuando se presenta sin disfraz, es u n a cosa disforme y ridicula: porque así como la semejanza del mono con el hombre a u m e n t a la fealdad n a t u r a l del primero, así el falso parecido de la superstición con la religión hace á aquella más odiosa: y de igual modo que los más saludables alimentos se convierten en gusanos cuando se corrompen, de i g u a l modo la superstición convierte la verdadera disciplin a y las costumbres más respetables en prácticas pueriles y ridiculas. A l g u n a s veces, á fuerza de querer evitar la superstición ordinaria, se incurre sin apercibirse de ello en otro género de superstición, que es cabalmente lo que sucede cuando uno se alalia de no poder extraviarse, alejándose todo lo que es posible de la superstición a r r a i g a d a desde largo tiempo. Así pues, cuando se quiere depurar la religión, es necesario evitar con sumo cuidado el inconv e n i e n t e en que se tropieza por el celo desme- dido, es decir, que debe procurarse mucho no mezclar lo bueno con lo malo, lo cual sucede frecuentemente cuando es el pueblo el reformador. XVIII. UE LOS VLUKS. Los viajes por países extranjeros constituyen en la primera juventud una parte de la educación, y en la edad madura una parte de la experiencia; pero de un hombre que emprenda su viaje antes de saber algo la lengua del país que quiere visitar, se puede decir que va á la escuela y no que va á viajar. Yo quisiera que un joven no viajase, sino que bajo la dirección de un encargado instruido y de intachables costumbres, que además de haber recorrido an- teriormente el país á donde se propone ir, supiese la l e n g u a y se hallase en estado de i n d i carle cuáles son en ese mismo país los objetos que merecen l l a m a r la atención de un viajero estudioso, qué relaciones debe contraer y en qué grado de i n t i m i d a d , y qué ciencias y artes h a n llegado á cierto punto de perfección; porque fácilmente ocurriría de otro modo, que u n joven viajaría con los ojos cerrados, y a u n q u e fuera de su casa y lejos de su patria, no veria nada nuevo. ¿No es sorprendente que en los viajes por m a r , donde no se ve otra cosa que el cielo y el a g u a , se t e n g a la costumbre de llevar diarios, y que en los viajes por tierra, donde á cada paso se ofrecen tantos objetos dignos de atención, se t e n g a rara vez este cuidado? Como si las cosas ó los acontecimientos que se presentan fortuit a m e n t e mereciesen más ser consignados en los libros de memorias ó de apuntes, que las observaciones que so lleva el proposito de hacer. Conviene acostumbrarse á escribir la relación detallada de los viajes; pero las cosas que m á s p r i n c i p a l m e n t e merecen llamar la atención de u n viajero, son': las cortes do los príncipes, sobre todo en los momentos en que d a n audiencia á los embajadores; los tribunales de justicia, cuando se resuelven en ellos causas notables; las asambleas del clero, ó los consistorios eclesiásticos; los templos y los monasterios, y demás m o n u m e n t o s dignos de admiración; los muros y fortificaciones de las ciudades, tanto g r a n d e s como pequeñas; los puertos, radas, estanques, ensenadas, etc.: las a n t i g ü e d a d e s y las ruinas notables; las bibliotecas, los colegios, los a t e neos y los demás l u g a r e s donde se discuten y enseñan las ciencias, las letras y las artes; los navios y los depósitos de maderas; los palacios más magníficos; los j a r d i n e s más hermosos; los paseos públicos; las casas ó círculo -" de recreo, como casinos, etc.: los castillos: ios arsenales de mar y fierra; los graneros y almacenes p ú blicos; las bolsas; las más ricas tiendas de los mercaderes; las academias donde la j u v e n t u d hace sus ejercicios; la m a n e r a de l e v a n t a r las tropas y de disciplinarlas, la m i s m a disciplina m i l i t a r y la táctica, etc.; los espectáculos, d o n de representen los mejores actores; los tesoros y los depósitos donde se g u a r d e n las cosas preciosas; los g u a r d a muebles; los museos: y por ú l timo, todo cuanto h a y a de mas notable en los lugares por donde se pase: conviene t a m b i é n que el encargado ó director del j o v e n viajero tome de a n t e m a n o , sobre todas las p a r t i c u l a r i 5 dades d i g n a s de atención, noticias verdaderas y detalladas. E n cuanto á los torneos, los tiestas públicos, las cabalgatas, bailes de máscaras, tertulias, festines, bodas, funerales, ejecuciones y otros espectáculos de esta especie, no será m u y necesario hacer pensar á los jóvenes en ellos, pues son cosas que por sí mismos correr á n á buscarlas v o l u n t a r i a m e n t e . Sin embarg o , no conviene que del todo se desdeñen estas diversiones. Si so desea que u n joven recoja en poco tiempo mucho fruto de sus viajes, y que se pring a en estado de hacer la relación de ellos con exactitud y precisión y de reasumirlo todo en breves palabras, he aquí la m a r c h a que es preciso hacerlo seguir: 1 /' Es necesario, como y a hemos dicho, que antes de emprender el viaje sepa r e g u l a r m e n t e la l e n g u a de la nación á donde se e n c a m i n e , y que el encargado ó ayo que haya de acompañarlo tenga., según t a m b i é n dejamos a p u n t a d o , a l g ú n conocimiento del país. Es preciso además que se provea de u n libro de geografía; que a/prenda la topografía ó lleve, al menos, u n b u e n m a p a del país por donde v a y a á viaj a r , el cual le servirá como de clave para todas las excursiones que h a g a ; que t e n g a el cuidado de llevar un diario, y que no permanezca largo tiempo en un mismo lugar, sino que su detención sea proporcionada á las observaciones que en cada punto deba hacer. Si en a l g u n a capital ó on a l g u n a población de segundo orden permaneciese a l g ú n tiempo, debe cambiar con frecuencia do hospedaje, sin que se entienda que en esto deba ser extremado, iiste es el mas seguro medio de multiplicar sus relaciones y de instruirse! completamente en las leyes del país, en las costumbres, usos, etc.: convendrá t a m b i é n que evite el tmu, con sus compatriotas, y que coma en ios cu cunos á donde asisten las personas do cierto r a n g o é ilustración. Cuando parta, de u n l u g a r para trasladarse á otro, tendrá cuidado de procurarse canias de recomendación para a l g ú n sugeto distinguido 1 m? me O residente en el punto á donde se dirija, y que pueda facilitarle medios para ver y aprender todo lo que merezca despertar su curiosidad. Este es el modo de abreviar el viaje y de recoger copiosos frutos con p r o n t i t u d . En cuanto á las relaciones más ó menos í n timas que so puedan contraer en el país por donde se viaja, diremos que las personas que deben, buscarse con más preferencia son los embajadores, diputados, secretarios de las emboja- — 128 — das y otros miembros del cuerpo diplomático. De esta manera-, a u n q u e se viaje solamente en u n país, se adquieren m u c h a s luces y u n caudal de experiencia, superior al que podría obtenerse por otros medios. Debe tener cuidado de visitar en todos los l a g a r e s donde se d e t e n g a , á las personas más d i s t i n g u i d a s en cada r a m o , sobro todo á las m u y conocidas en otros países, con objeto de poder observar por uno mismo si su aspecto, sus m a n e r a s y sus costumbres corresponden á la g r a n reputación de que gozan. Debe evitar t a m b i é n toda ocasión de disputas y altercados, que nacen n a t u r a l m e n t e de las diversiones escandalosas y reprobadas y de las partidas do j u e g o , siendo también producidas por motivo de mujeres, por u n asiento m a l retenido ó por palabras ofensivas. Así pues, que evite toda estrecha relación con los hombres coléricos y pendencieros y que fácilmente cont r a i g a n enemistades, porque de s e g u r ó l e complicarán en sus cuestiones y le comprometerán con frecuencia. Cuando nuestro viajero vuelva de regreso á su patria, no debe perder de vista completam e n t e los países que h a y a recorrido, sino que h a de cultivar la amistad de los hombres de — :i2!> — mérito y de las personas d i s t i n g u i d a s por su posición, á quienes p a r t i c u l a r m e n t e h a y a t r a tado, entreteniendo con ellos u n a correspondencia más ó menos frecuente: debe procurar asimismo que se conozca más por sus discursos que ha viajado, que por sus modales y vestidos; conviene también que sea p r u d e n t e en sus conversaciones, y que a g u a r d e para h a b l a r de sus viajes á que se le i n v i t e á ello, ó aquellas ocasiones que espontáneamente le ofrezcan coy u n t u r a á propósito; que viva y se conduzca de modo que claramente se vea que no h a a b a n donado los usos, los modales y los hábitos de su patria para hacer alarde de los extranjeros, sino que de todo lo que h a podido aprender en sus viajes, h a escogido la flor para introducirla en las costumbres y m a n e r a s de su país. XIX. DE LA SOBETIAXÍA Y DET. \y\TC. DE MAXi)A ¡ N i n g u n a posición tan mala como la del hombro que no tiene casi n a d a que desear y que casi tocio tiene que temerlo! Tal es la suerte (lela mayor parte de los monarca.?, cisión tan elevados sobre los demás hombres, que apenas h a y sobre ellos a l g o á q u e puedan aspirar, lo cual hace que su a l m a se halle perpetuamente entregada, á la indolencia,, al enojo y al disgusto. So e n c u e n t r a n asediados de peligios. de temores, de recelos y de sospechas que hacen su corazón m u y difícil de conocer . como lo dice claram e n t e la S a g r a d a Escritura: -,E1 corazón de los reyes es impenetrable.» En efecto, cuando u n hombre que está mortificado por la inquietud y — 131 — lleno do sospechas y zozobras, no tiene n i n g ú n deseo p r e d o m i n a n t e que pueda subordinar los demás que le a g i t e n y hacer concurrir su voluntad á un punto determinado, su corazón es m u y difícil de comprender. Obsérvese que los principes procuran frec u e n t e m e n t e crearse deseos, apasionarse por frivolos o ájelos ó por ocupaciones i n d i g n a s de ellos. ted;es como la caza, la construcción de edificios, Ja elevación de u n favorito ó o i establecimiento de una orden militar ó religiosa. Alg u n a s veces esta, adición se i n c l i n a hacia los artes libere les d hacia u n arte mecánica, que conslíteyc. por r e g l a g e n e r a l , su única ocupación. Nerón, por ejemplo, era músico: Domicia.no. tirador de flechas: Commodo, gladiador, y Carao día cochero. Semejantes gustos y aficiones en personajes de t a n elevado r a n g o , p a recen m u y extraños á los que no conocen el principia urcicuta: «El a l m a h u m a n a s e complace nue- adelantando en las cosas pequeñas que permamcuendo estación;)ría en las g r a n des. Yernos también que los reyes que h a n hecho rápidas conquistas d u r a n t e su j u v e n t u d , y que después se h a n visto obligados a detenerse porque les era imposible seguir adelante sin sufrir a l g ú n contratiempo ó sin encontrar a l - g u n obstáculo, h a n concluido por hacerse m e lancólicos y supersticiosos, como sucedió á Alej a n d r o el G r a n d e , á Diocleciano, y eu nuestro tiempo á Carlos I de España y Y de Alemania: porque cuando el hombre, acostumbrado a avanzar r á p i d a m e n t e , e n c u e n t r a a l g u n a dificultad que lo detiene, so siente descontento de sí mismo y se verifica una. m u d a n z a en su carácter. Es m u y difícil conocer la constitución, y si me es permitido h a b l a r a s ! , el temperamento de u n imperio, y comprender con exactitud el r é g i m e n que más le conviene para, conciliar sus elementos contradictorios; poro saber hacer u n a juiciosa y acertada combinación de esas mismas fuerzas opuestas, ó emplearlas alternat i v a m e n t e mezclándolas y confundiendo las u n a s con las otras, es cosa m u y disfinta. Así pues , la respuesta de Apolonio a Yespasianc sobreesté asunto, está llena de buen sentido y ofrece á los príncipes u n a g r a n lección. Este emperador le p r e g u n t ó cuáles habían sido las verdaderas causas de la perdición de Nerón: «Nerón, respondió, sabía perfectamente t e m plar su arpa y divertirse; pero en el gobierno, u n a s veces apretaba m u c h o las cuerdas, y otras las dejaba demasiado flojas.» No h a y nada que arruine ó debilite t a n t o al poder como las v a riaciones de u n gobierno que, frecuentemente y sin oportunidad, pasa de u n extreme á otro apretando y aflojando a l t e r n a t i v a m e n t e los resortes do la autoridad. Es cierto que hoy toda la destreza de los ministros y do los hombres de Estado, parece reducirse á, sabor encontrar prontos remedios para ios peligros más próximos y vencer las dificultades á medida que se van presentando, en l u g a r de proveer con tiempo la tempestad y resg u a r d a r s e de ella por medios y recursos sólidos, cuyos efeelos sirvan y se e x t i e n d a n al porvenir: a g u a r d a r los peligros como lo h a c e n , ¿no es, en cierto modo, lo mismo que desafiar á la fortuna y complacerse en luchar contra ella? El verdadero hombre de Estado no se duerme de este modo: no ve impasible brotar j u n t o á sí los gérmenes de las revoluciones, y so apresura á sofocarlos; pues cuando la materia combustible está preparada, ¿quién puede impedir que u n a chispa le prenda, fuego, n i quién puede preveer de dónde partirá esa chispa? Los príncipes están asediados do dificultades que se reproducen sin cesar y que a l g u n a s veces son insuperables; pero la m a y o r de todas consisto en su propio carácter: el defecto m á s común en ios príncipes, como también ío observ a n Tácito y Salusiio, es tener ai mismo tiempo voluntados contradictorias: un príncipe no puede sufrir la ciecncion de la orden ¡pao él mismo acaba de dar, porque quiere el lín y rechaza ei medio de conseguirlo. , Los reyes t i e n e n relaciones necesarias con sus vecinos, con sus mujeres y sus L i j o s , con oí clero, con la alta nobleza y con la de segundo orden, ó sean los simples gentiles-hombros, con los comerciantes, con el pueblo de las clases inferiores, con las (ropas, etc. Sin una poca v i g i lancia y circunspección, todos esto* son otros tantos e n e m i g o s . Respecto de sus vecinos, las circunstancias y las situaciones son t a n diversas y numerosas, que es imposible daer sobre todo esto punto r e g l a s generales, por lo cual nos ceñiremos á establecer u n a que conviene á todos hm casos y que n u n c a se debe echar en olvido, y que es como s i g n e : no perdáis de vista á vuestros vecim i nos, ni desperdiciéis n i n g ú n medio para i m p e dir que se e n g r a n d e z c a n en poder y territorio, á fin de que no se coloquen en estado de perjudicaros, y a sea. extendiendo sus dominios princip a l m e n t e hacia vuestras fronteras, y a atrayéndose el comercio y la i n d u s t r i a , etc. General- me!;'.o h a b l a n d o , a, los Consejos de Estado, qne «m cuernos permanentes, corresponde el prevenir esta, clase de nados. Dorante el triunvirato do Enriooe \ III do Inglaterra, francisco I de Francia y el emperador Carlos V. estos p r i n c i pes í i i i s o r v a r o n m u y liien la antedicha r e g l a : se intervenían y eelaban recíprocamente y con tanta vigilancia, que, n i n g u n o do los tres podía g a n a r un pié de terreno sin que los otros dos se ligasen contra él para restablecer el equilibrio, siendo su m a r c h a constante no hacer la paz hasta, haber conseguido su objeto. Lo mismo puede decirse do la l i g a formada entre Fernando, rey de Ñapóles, Lorenzo de Mediéis, duque de Toscana, y Luis Esforcé, duque de Milán, la cual, senatn Cuiciardiui. fué la salvaguardia v la salud de Italia. Algunos escolásticos pretenden que no es permitido hacer la g u e r r a sino que después de u n a injuria recibida y de u n a provocación maní íiosta; pero á pesar de este dictamen, creemos que el temor fundado en u n peligro i n m i n e n te es u n a causa, l e g í t i m a de g u e r r a . Es permitido prevenir el golpe que amenaza y evitarlo, siéndolos primeros en acometer. Hablando ahora, de las reinas, diremos que la historia ofrece muchos ejemplos de perfidia y de crueldad, que pueden servir de terribles lecciones para los reyes. Livia envenenó a su esposo y se cubrió de u n a eterna infamia. H a b i e n do cansado Jioselana la pérdida dei príncipe Mustafá, que t a n célebre se liabia hecho, ocasionó g r a n d e s t u r b u l e n c i a s en la casa y en la sucesión de su esposo. La mujer de Eduardo II contribuyó mucho al destronan!ienento y á Ja m u e r t e del suyo. Estas catástrofes ú oirás semej a n t e s son de t e m e r , sobre todo, cuando las reinas t i e n e n hijos de otro m a t r i m o n i o que quieren elevar al trono, ó cuando t i e n e n a m a n t e s favorecidos. T a m b i é n la historia ofrece sangrientos ejemplos de lo que los reyes tienen que temer de parte de sus hijos, habiendo sido fistos a l g u n a s veces las víctimas de las sospechas de sus padres. La m u e r t e violenta de Mustafá fué t a n funesta á la raza de Solimán, que la sucesión de los turcos desde la m u e r t e de este príncipe es m u y sospechosa, porque se ha creído que Solim á n II fué supuesto. La m u e r t e de Crispo, á quien su padre Constantino el Grande hizo morir, fué i g u a l m e n t e fatal á su dinastía. Otros dos de sus hijos perecieron, de u n modo violento, y Constantino III no fué por eso más afortunado, pues a u n q u e m u r i ó de enfermedad, su fallecimiento acaeció poco tiempo después que Juliano tomó las armas para combatirle. La m u e r t e de Demetrio, hijo de Filipo íf, rey de Macedonia, cayó) sobre el padre, que murió de pena, y remordimientos. La historia presenta g r a n n ú m e r o de estos odiosos ejemplos, y sin e m b a r g o , en casi n i n g u n o de ellos se ve que los padres h a y a n logrado a l g u n a ventaja real atentando a la vida de sus propios hijos: deben exceptuarse algunos casos en que éstos h a y a n tomado las a r m a s , como hizo Selim I contra Bayaccto, y los tres hijos de E n r i q u e I I , r e y de Inglaterra., que se levantaron t a m b i é n contra su padre. Los prelados poderosos y llenos de orgullo, pueden t a m b i é n hacerse temibles á los reyes, de lo cual son buenos ejemplos Tomás Hecket y Anselmo, los dos arzobispos de Cantorbery, que tuvieron la, audacia de medir su báculo con la espada del soberano. A pesar de todo, dieron que hacer á príncipes que no carecían de valor y de firmeza, tales como Guillermo el Bojo, E n r i q u e I y Enrique II. Pero los eclesiásticos no deben infundir g r a n temor á los g o biernos sino que en los dos casos s i g u i e n t e s : cuando dependen de una autoridad extranjera, y cuando la colación de ios beneficios está á cargo de! pueblo 6 de sus señoras respectivos c inmediatos. E u cuanto á la alta nobleza, conviene que el príncipe t e n g a á ios grandes á cierta distancia de su persona, á fin de inspirarles respeto. Sin embargo, si el rey los h u m i l l a y envilece e x c e s i v a m e n t e , podrá hacerse más absoluto, pero tendrá menos seguridad sobro el trono y estará en peor estado para realizar sus designios. Esta es u n a observación (pie he hecho en m i historia de Enrique V I I , rey de Inglaterra, que oprimía á su nobleza, i m p r u d e n t e m e n t e , lo cual fué la verdadera causa de los trastornos y revoluciones que sufrió: pues a u n q u e los n o bles quedasen sometidos, u n secreto 'descontento les retrata do secundar los designios del m o narca, viéndose obligado á hacerlo todo por si misino. La nobleza do segundo orden, (pie es en cuerpo menos u n i d o , es por esto mismo p e o peligrosa. A l g u n a s veces alarmara a.ge, pero haciendo siempre más ruido que dando. Adenitis de esto, es u n contrapeso necesario para contraresíar la influencia de la alta nobleza é impedir que se h a g a m u y poderosa,. E n lin. la autoridad que los nobles de orden inferior ejercen sobre el pueblo, es más inmediata y más propia para aplacar los motines populares, Los comerciantes son la vena principal del cuerpo político: cuando el comercio no íloroce, este cuerpo puedo tener miembros robustos, pero la mayoría de sus partes estará m a l alimentada y tendrá poca fortaleza. Los g r a v á m e nes impuestos sobro esta ciase de ciudadanos, son rara vez ventajoso» á los intereses del monarca, porque lo que por este medio puede g a nar sobre un centenar de individuos, lo pierde en una., provincia entera que empobrece: la masa do los impuestos no puede crecer sino en proporción do la masa total de fondos ó capitales empleados en el comercio. Las clases inferiores del pueblo no son temibles n a d a más que en (ios casos, á saber: cuando tienen u n jefe de g r a n d e fama y poderío, y cuando se toca demasiado á la religión, á las a n t i g u a s costumbres y á los medios de donde sacan la subsistencia. Per último, los militares son peligrosos en u n Estado, cuando forman ejércitos permanentes en Tin solo cuerpo y obedecen además á u n jefe único, y cuando están m u y acostumbrados á las gratificaciones y recompensas. Peligros de que vemos muchos ejemplos en las frecuentes sublevaciones de los genízaros de Constan- — 140 — t i n o p l a y en las de la guardia preíoriana de los emperadores romanos. Pero cuando se tiene la precaución de reclutar y organizar los soldados en diferentes lugares poniendo a su cabeza m u chos jefes, y no acostumbrándolos demasiado á las gratificaciones, se proporciona al Estado una defensa p e r m a n e n t e y exenta de riesgos. Los principes pueden compararse á los cuerpos celestes, que producen el buen tiempo y el malo y que reciben m u c h a s muestras de respeto, pero (pie t i e n e n más brillantez y majestad que descanso. Todos los preceptos que se pueden dar á i o s reyes, están comprendidos en estas dos advertencias de la Sagrada Escritura: «Acuérdate de que eres h o m b r e , y no olvides que ai mismo tiempo eres u n dios sobre la tierra;» o b servaciones de las cuales la u n a debe ser el freno de su poder y la otra el de su voluntad. DEL COX.SE.TO Y DE LOS CONSEJOS D E ESTADO. La mayor prueba de confianza que se puede dar a u n n o m b r e , es elegirlo para consejero; porque cuando se conflan á u n extraño los bienes, los hijos, la propia dicha ó a l g u n o s de los asuntos particulares, a ú n no se le confia n a d a más que u n a parte de lo que uno tiene y de lo que u n o es: m i e n t r a s que se pose á disposición del que se escoge para consejero, la persona misma y todo cuanto se posee. E n vista de esto, j u z g ú e s e qué g r a n d e confianza y sinceridad deben merecernos los hombres por cuyos consejos nos guiemos. Cuando u n príncipe es b a s t a n t e discreto para rodearse de u n consejo de individuos acer- t a d a m e n t e elegidos, no debe temer que padezca su autoridad ni que el público le supongan falto de a p t i t u d , pues Dios mismo tiene su consejo, y el nombro mas augusto que lia. dado á su amado Hijo, es el de consejero, lín un prudente y juicioso consejo es donde resido toda seguridad. Por sabia y oportuna que sea una medida que pueda tomarse, nunca, las cosas h u m a n a s se ver á n exentas de contrariedades: pero si los asuntos no se discuten y e x a m i n a n más de una, vez en un consejo, el gobierno mismo esíará sujeto á todas las agitaciones y vicisitudes de la fortun a : iluctuará en una. ineertidumbro ó irresolución perpetua: se le verá sin cesar hacer y deshacer las cosas sin regla y sin objeto lijos; y en u n a palabra, su marcha incierta y vacilante será, como la de un hombre embriagado. El hijo de Salomón conoció, por su propia experiencia, la fuerza y poder de un buen consejo, lo mismo que su padre balda, experimentado su necesidad. Por u n consejo mal escogido se vio el pueblo de Dios desmembrado primero y después arruinada) por completo, pudiendo hacerse sobre este particular dos observaciones m u y instructivas, que podrán servir para conocen' los buenos cuerpos consultivos y distinguirlos de ios malos: la u n a , que concierne á las personas, es que el consejo de los israelitas, á que nos hemos referido, estaba todo compuesto de jóvenes: y la otra, que se refiere al resultado de las deliberaciones, consiste en que estos consejeros tan j ó venes no inspiraban al príncipe- nada más que resol uniones violentas. La alfa sabiduría de la a n t i g ü e d a d brilla e m i n e n t e m e n t e en u n a fíbula que parece haber sido i n v e n t a d a para mostrar á los roye* io m u cho que les interesa estar estrechamente unidos, y, en cierro modo, incorporados a su consejo, al mismo tiempo qno la, g r a n prudencia y b u e n a p-jlílica coa que deben servirse de él. P r i mero ungieron ios poetas que J ú p i t e r se casó con olctis, que es el e m b l e m a del consejo, para darnos á entender que ésto y el soberano deben estar unidos. Después suponen que Metis concibió, fecundada por el padre de los dioses, y que no queriendo éste a g u a r d a r la época del a l u m bramiento, la devoró: sintió entúnces.uua especie de embarazo, que no cesó hasta que hubo dado á- luz á Palas ó Minerva, que salió a r m a d a de su cabeza. Esta fábula, por monstruosa que parezca, no deja de encerrar uno de los mayores secretos del arto de g o b e r n a r , y nos enseña de una m a n e r a clara el modo con que el príncipe — — debo sacar partido de su consejo. P r i m e r a m e n te nos da á entender que deben consultársele todos los negocios importantes, lo cual corresponde á aquella primera concepción y al p r i m e r embarazo. E n segundo l u g a r nos indica, que cuando los asuntos h a y a n sido discutidos v bien madurados en el seno del consejo, v se hallen en estado de publicarse, no debe permitirle pasar más adelante n i sufrir que se a t r i b u y a la resolución, haciéndola pública e n su propio nombre y por su sola autoridad. Es preciso, por el contrario, que el príncipe h a g a suyo el resultado del asunto, á fin de que la nación se persuada de que todas las órdenes y decretos ¡que aquí ya so pueden comparar á P a las armada, porque son promulgados con toda la m a d u r e z , prudencia y autoridad necesarias), todas las órdenes y'decretos, repito, e m a n a n ú n i c a m e n t e del jefe supremo; y no sólo que proceden de su autoridad, lo cual sería suficiente para acreditar su poder, pero insuficiente para a u m e n t a r ó sostener su reputación, sino t a m b i é n de su voluntad, de su prudencia y de su propio e n t e n d i m i e n t o . Investiguemos ahora cuáles son los i n c o n venientes á que u n príncipe se expone, estableciendo y consultando á u n Consejo de Estado, y qué medios son necesarios para precaverse de ellos ó remediarlos. Los principales ó los más conocidos se reducen á tres: el primero está en que cuando los asuntos se comunican á u n g r a n número de personas, no se puede casi n u n c a contar con el secreto. El segundo consiste en. que la autoridad del soberano parece debilitarse, dando á entender al mismo tiempo (pie desconfía de su propia capacidad y que no tiene la fuerza necesaria para gobernarse por si mismo. L i tercero se funda en el peligro de ios dictámenes partidos, interesados, y m á s útiles á quien los da que a q u i e n los recibe. Para prevenir estos inconvenientes, los i t a lianos h a n i n v e n t a d o y los franceses h a n adoptado d u r a n t e el gobierno de a l g u n o de sus reyes, los consejos secretos, conocidos con el n o m b r e de consejos de g a b i n e t e . que es u n remedio peor que el m a l . ivu punto al secreto, nadie obliga al p r í n c i pe á comunicar á su consejo todos los negocios, y es dueño de hacerlo con cuidado y b u e n discernimiento, ora sea con relación á las m a t e rias, ora con relación á las personas. Tampoco es conveniente que cuando el príncipe p o n g a u n asunto á la deliberación, declare su propio parecer: sino que debe por el contrario ser m u y 10 reservarlo en este punto ye cuidar m u y especialm e n t e de no ser comprendido. V,n cuanto al consejo de g a b i n e t e , se podrían poner sobre la p u e r t a estas palabras: «Estoy lleno de entradas y salidas.» U n a sola persona bastanie vanidosa para gloriarse de saber u n secreto y bastante indiscreta para revelarlo, perjudicará cien veces más que u n g r a n n ú m e r o de ellas que, con m u c h a s malas cualidades, estuviesen persuadidas de que su primer deber es g u a r d a r religios a m e n t e el sigilo. H a y sin duda negocios que requieren le más profunda reserva, lo cual es m u y difícil de conseguir si se comunican á más de u n a ó dos personas, sin contar al príncipe. E n este caso no perjudica el reducido n ú m e r o de individuos al acierto de las revoluciones, porque entre poco? está el secreto m á s g u a r d a d o , lo que por sí solo es u n a ventaja, habiendo además mayor concierto, mayor consecuencia y más constaucia y facilidad en la ejecución, todo lo cual result a de que pocas personas e n c u e n t r a n menos d i ficultades para entenderse. Pero para esto es preciso que el príncipe t e n g a g r a n fondo de prudencia, y que su mano sen bastante fuerte y poderosa para llevar por sí mismo el timón. Es necesario además que estos íntimos conse- — 147 — jeros á quienes se comunica abiertamente, sean sinceros, do u n a probidad reconocida y fielmente interesados en las miras de su señor. De esto se ve u n ejemplo en la, persona, de Enrique VII, rey de Inglaterra, que j a m á s confiaba sus m a yores y más importantes asuntos sino que á Fox y á, Alerten. En cuanto ai desprestigio de la autoridad del principe, creo poder asegurar que es u n temor quimérico. Más diré a ú n : cuando el príncipe asiste en persona á las deliberaciones, su presencia en t a n a u g u s t a asamblea realza, más bien que rebaj el brillo y la majestad reales. N i n g ú n principo se lia conocido que perdiese algo de su autoridad por haber escuchado y guíádose mucho por su consejo, sino que en esíos dos casos: cuando ciertos individuos h a n adquirido g r a n d e influencia, especialmente si lia sido uno solo el depositario de este excesivo ascendiente, ó cuando muchos miembros se h a n coaligado con miras particulares: inconvenientes entrambos que son fáciles de descubrir y remediar. Defiriéndonos al último de los que apuntamos antes, ó sea al que consiste en los dictámenes pérfidos é interesados, diremos que es cierto que estas palabras de la Sagrada Escritura: «No se encontrará la buena te sobro la tierra.» deben aplicarse á este siglo tomado en conjunto, y no á individuos determinados. Dichosamente, h a y a ú n hombres fieles, sinceros, veraces, líenos de rectitud y franqueza, enemigos de la m e n t i r a , del artificio y la disimulación, listos hombres son los que los principes deben procurar atraerse por ios más fuertes lazos. Acontece que rara, voz los consejeros de listado se ponen en perfecta i n t e l i g e n c i a y concordancia. Ordin a r i a m e n t e , la envidia y la desconfianza recíprocas les llevan á observarse ó inspeccionarse de cerca los unos á los otros, de suerte que si a l g u n o de entre ellos so a v e n t u r a r a á. dar consejos capciosos y favorables á sus particulares designios, el príncipe seria advertido m u y pronto. Pero el remedio radical de este inconven i e n t e , es que los soberanos t r a t e n de conocer á sus consejeros t a n bien como estos se conocen entre sí; pues el primer talento de u n m o n a r c a consiste e n conocer á fondo ios hombres á quienes emplea. No conviene absolutamente que el principe honre á sus consejeros con su confianza, hasta tal punto que puedan espiar todos sus discursos y acciones paca penetrar en lo más profundo de su pecho; y los mejores — 119 — consejeros son los que emplean sus talentos y sagacidad en facilitar los asuntos de su señor, más bien que en comprender sus pensamientos y en conocer su carácter: cuando se bailen animados de este espíritu, se ocuparán principalm e n t e en darles sabios consejos, y no en lisonjearle y complacerle. U n método que puede ser m u y útil á ios príncipes, consiste en i n d a g a r el parecer de sus consejeros, unus veces en la asamblea y otras separadamente; porque un dictam e n dado en particular es más libre y sincero, m i e n t r a s que en público ñ a y m i l consideraciones que obligan á reservar u n a parte y a l g u n a s veces el todo de las opiniones. E n u n a conversación particular se abandona uno más a r d i e n t e m e n t e á su propio impulso, y en u n a a s a m blea se cede más bien al de los extraños. Es. pues, necesario emplear alternándolos estos dos medios: consultar p a r t i c u l a r m e n t e á aquellos consejeros que t i e n e n intuios influencia, á fin de oirlos cuando n a d a embaraza sus ideas, y en plena sesión á Jos que ejercen m a y o r ascendient e , para contenerlos con más facilidad en los l í mites del respeto. De nada servirá á u n príncipe p r e g u n t a r á su consejo sobre los asuntos, si no consulta t a m bién sobro las personas que emplea ó quiere e m - — LIO — plear en ellos; porque los negocios son como las i m á g e n e s i n a n i m a d a s , dependiendo los resultados de las personas elegidas. Pero los informes que se tomen sobre Jos i n dividuos, no h a n de dar sólo una idea g e n e r a l , v a g a y semejante á las que sirven de base á los teoremas de matemáticas, sino una, idea precisa y específica: es necesario que las indagaciones de esta naturaleza t e n g a n por objeto el carácteri n d i v i d u a l y el talento propio de las personas que v a y a n á emplearse: la elección juiciosa y acertada do ios hombres es la prueba más visible que u n príncipe puede dar de su discreción, y los errores más peligrosos son los que sobre esto punto se cometen. Los mejores consejeros, como alguien ha dicho, son los muertos. Estos no a d u l a n ni e n g a ñ a n , mientras que u n consejero vivo se ve frecuentemente inclinado y o ¡ g u s a s veces obligado á suavizar ó debilitar la venia m Así pues, es útil conferenciar de vez en como • con los libros, sobre todo con los que h a n sido escritos por hombres que por si mismos han desempeñado papeles importantes en el teatro del m u n d o . Hoy dia, los consejos no son, en muchas p a r t e s , mas que u n a especie de reuniones ó círculos familiares, donde se discurre sobre los — 151 — asuntos m á s Lien que se discute sobre ellos, aunque m u c h a s veces precisa llegar pronto á una conclusión y convertir en decretos estos resultados superficiales. Fuera mucho mejor, cuando se trata de un asunto m u y i m p o r t a n t e , proponerlo u n dia y aplazar para el siguiente la resolución, puesto que la noche m a d u r a las ideas. Esto se hizo cuando se propuso el tratado de unión entre I n g l a t e r r a y Escocia, reinando también en aquella asamblea mucho orden y regularidad. Yo creo que debería designarse un dia lijo para las recwsfm ó peticiones de ios particulares. Por este medio, íes d e m a n d a n t e s ti peticionarios, enterados del dia en que había de atendérseles, no tendrían necesidad n a d a más que de prepararse para entonces, no desperdiciando así tanto tiempo. Mediante esta misma disposición, en las sesiones en que sólo se debiesen tratar asuntos importantes, no se distraería la atención en los iie escaso i ¡iteres. Al elegir los secretarios que h a n de enterar de los asuntos al consejo, debe procurarse que sean personas del todo indiferentes y que todavía no t e n g a n opinión fija, lo que es mejor que i n t e n t a r establecer u n a especie de equilibrio, combinando con esta mira personas de opuestas opiniones, cada u n a de las cuales esté en situación ele defender las que profese. Yo desearía a ú n que se estableciesen comisiones perpetuas dedicadas a diferentes objetos, tales como el comercio, los impuestos, la g u e r r a , los delitos, etc., y lo mismo para determinados asuntos y provincias. En los Estados donde h a y muchos consejos subordinados á u n consejo superior, como sucede en España, los inferiores no son, propiam e n t e h a b l a n d o , nada más que comisiones perm a n e n t e s análogas á las que indicarnos aquí, pero revestidas de m a y o r autoridad. Si sucede que el consejo tiene que tomar datos relativos á lo que concierne á diversas profesiones, como á las de jurisconsulto, n a v e g a n t e , comerciante, artesano, etc., consultará con preferencia á los hombres que ejercieron estas mismas profesiones, debiendo extenderse los informes por los secretarios, y si el caso lo pidiese, por el consejo reunido. Tampoco debe permitirse á los consejeros que se presenten en t u m u l t o n i que hablen g r i t a n d o ó en estilo t r i bunicio, pues esto serviría para aturdir y fascin a r á la asamblea, más bien que para ilustrarla. U n a mesa m u y larga ó cuadrada, redonda ú ovalada, etc., ó sillones colocados alrededor de la sala y pegando á la pared, no son cosas del todo indiferentes; y a u n q u e estas disposiciones parecen no afectar mas que á la forma y ser p u r a m e n t e exteriores, no dejan de e n t r a ñar efectos m u y reales y positivos. Por ejemplo: cuando la mesa es demasiado a n c h a , el pequeño número de personas sen tudas en la extremidad principal, t i e n e n sobre las otras u n a ventaja n a t u r a l que frecuentemente les hace dueños del asunto, m i e n t r a s (pie cu u n a mesa cuadrada, la misma ventaja t e n d r á n los consejeros que ocupen el laclo opuesto. Cuando el principe asiste en persona al consejo, debe poner u n cuidado especialísimo en ocultar sus pensamientos y opiniones, y en procura.r t a m b i é n que los consejeros no logren penetrar su á n i m o : pues si consiguen esto, en vez de emitir cada uno su propio parecer, se g u i ñ a n el del príncipe, deseosos de lisonjearle y olvidando el deber que t i e n e n de aconsejarle libre y espontáneamente: c a n t a r í a n estas palabras: Plucclio tibí. Domine. Señor, yo trataré do complacerte íl). (1) Salmo do David. NEUOOlOS. La fortuna es semejante á un mercado donde aguardando un poco se suele comprar m á s barato. Pero a l g u n a s veces se parece á la Sivila, que á medida, que quema sus libros sube el precio de los que q u e d a n , y concluye exigiendo por el último el valor que p r i m e r a m e n t e hubiera pedido por todos. La ocasión, dice el poeta, tiene por cunante u n a poblada cabellera y es calva por detrás: y cuando ofrece su vaso, presenta primero et asa y después el lado opuesto, por donde es más difícil a g a r r a r l o . El más alto grado de la prudencia h u m a n a consiste en saber cuál es el momento oportuno para empezar y la mejor razón para hacer la — 1 "> 5 — siembra: cuando el peligro parece pequeño es m u c h a s veces m u y g r a n d e , y más bien que por su m a g n i t u d , perjudica á los hombres porque los sorprende. Cuando ya se le ha visto, conviene más saiirle al encuentro que a g u a r d a r l e : pues el centinela que vela mucho está expuesto á dormirse, a u n q u e t e n g a cercano al e n e m i g o , así como incurre en el extremo opuesto el que rodeándose de precauciones parece que con estas mismas llama la atención del peligro y se lo atrae. /V estos puede sucedentes lo que á los soldados (pao se dejan e n g a ñ a r por u n efecto que produce ¡a huía, la cual, así que está demasiado baja, da de espaldas á los enemigos y proyecta su sombra, hacia adelante, haciéndoles creer que se hallan más próximos y estimulándoles á hacerles disparos que no les a l c a n z a n . Antes de obrar es preciso asegurarse de si el negocio ha. llegado al punto de madurez que requiere; y g e n e r a l m e n t e hablando, para realizar u n designio ele importancia conviene e n c a r g a r el principio á Argos, el de los cien ojos, y el ü n a Briareo, el de los cien brazos; es decir, que es necesario ser desde luego m u y precabido y estar m u y v i g i l a n t e , para poder llegar p r o n t a m e n t e al íin que se desea. El casco de P l u t o n , que s e g ú n la fábula encubre la m a r c h a del hombre hábil y lo hace invisible, no representa otra cosa que el secreto en el consejo y la celeridad en la ejecución: y cuando llega el momento de obrar, nada s i g n i fica la reserva comparada con la ligereza y la diligencio, siendo a l g u n a s veces este secreto efecto de la celeridad m i s m a , como sucede con la bala de u n fusil, que á la velocidad de su m a r c h a debe el pasar invisible á n u e s t r a vista. XXII. DE LA ASTUCIA Y DE LA SUTILEZA. Por astucia y sutileza comprendemos u n a falsa y c r i m i n a l prudencia, que se dirige siempre por sendas oblicuas y tortuosas. H a y ciert a m e n t e u n a g r a n d í s i m a diferencia entre u n hombre p r u d e n t e , no sólo con relación á la vir- tud, sino t a m b i é n con relación á la sagacidad, sucediendo en esto como entre los j u g a d o r e s , que no es el mejor el que m u e v e y maneja las cartas con más viveza y prontitud. Conocer á los hombres y comprender los n e gocios, son dos cosas m u y distinta?. Con frecuencia se ven hombres calculistas y m á q u i n a dores, que podrían representar u n panel principal entre los más astutos facciosos, y no por esto dejan de ser g e n t e s faltas do luces y talentos. Muchas veces h a y sugetos que p e n e t r a n la parte Haca de los demás y a u n los momentos de debilidad do los caracteres más enérgicos y soveros, y sin e m b a r g o i g n o r a n la parte esencial de los asuntos. Este es el carácter distintivo de los que han estudiado en los hombres más que en los libros. Los individuos de esta clase son más propios para la práctica, que para la especulativa, y más nara la ejecución que para deliberar. Pueden ser útiles m i e n t r a s se c a m i n a por senderos que les sean m u y conocidos; pero en el momento en que se les extravía u n poco ele su ruta, toda su astucia y todos sus recursos vienen á parar en n a d a . "¿Queréis d i s t i n g u i r , decía un filosofo de la a n t i g ü e d a d , ai verdadero sabio del insensato"? Pues mandarlos á p a í ses extranjeros y lo conseguiréis.» Aplicando — 15b — esta r e g l a á los hombres do que tratamos, v e ríamos en seguida su poco fondo. Como estos hombres tan sutiles y astutos se asemejan á los pequeños merceros, no será i n ú t i l descubrir el interior de su tienda.. Un método m u y usado por las personas ast u t a s , es observar con g r a n atención el rostro de sus interlocutores, como lo hacen los jesuítas que h a n establéenlo esíe precepto y que lo recomiendan y practican por sí mismos, fundándose en que h a y algunos hombres que sig u e n u n a conducta prudente, con la. cual m a n t i e n e n reservados los moví mientes de su corazón, pero que sin embargo dejan traslucir en el semblante el estado del ánimo: se sobreent i e n d e que lo mismo que ios,jesuítas, el que m i r a lijamente á su interlocutor, h a do tener el cuidado de bajar de cuando en cuando los ojos. Otro medio que ofrece la sagacidad para conseguir fácil y p r o n t a m e n t e lo que de otra -persona se pretende, consiste en emmczar e n t r e t e niéndola con un asunto que ir; > S Í do g r a n d e interés, para que, preocupada cmi el, no vea bien los inconvenientes de acceder á nuestra e x i g e n c i a , y para que í»s diñen!;ades y objeciones que debería oponer pasen desapercibidas á su reflexión. Un sugeto conocido mió, que era secretario y consejero de Estado bajo el g o bierno de la reina. Isabel, empleaba con frecuencia este recurso para conseguir de ella lo que deseaba. Cuando ie ponía a l a íirma a l g u n a orden, empozaba, distrayendo su atención h a c i a a l g ú n asunto de g r a n d e importancia, con cuyo ardid conseguía que firmase el documento sin n i n g u n a dificultad. También se puede obtener por sorpresa el consentimiento de u n a persona, haciéndole la proposición en momentos en que se halle ocupada, por negocios de m u c h a premura, que, i n teresándole v i v a m e n t e , no ie dejen tiempo para fijarse en el que, so le presenta. E n medio ó recurso eficacísimo para descomponer u n asunto que, propuesto y m a n e j a do por otra persona con prudencia y sagacidad había de dar buen resultado, es encargarse u n o por sí mismo de presentarlo, y fingiendo que se desea, de todo corazón u n éxito feliz, conducirse de m a n e r a que no t e n g a n más que rechazarlo. Interrumpirse uno mismo en m i t a d del discurso, como si i n v o l u n t a r i a m e n t e se hubiese padecido una equivocación, es u n buen medio de despertar la curiosidad del que oye, que en- — KJO — trará en deseos de conocer todo lo restante de lo que se lia y a indicado con esta, e s t r a t a g e m a . Como lo que se dice es siempre más i n t e r e sante y produce mejor efecto si obligamos á que se nos exija la conversación, que cuando hablamos por nuestra propia voluntad y sin quo nadie lo h a y a deseado, se i n t e n t a r á conseguir lo primero fingiendo u n cambio notable en el tono y en la, expresión del s e m b l a n t e , á fin de incitar al interlocutor á que p r e g u n t e la causa ó motivo de la m u d a n z a y nos procure así la c o y u n t u r a que deseamos para explicarnos. De este medio se valió Xe hernias para llamar la atención de su soberano, y á la pregunta, que el príncipe le hizo con este motivo, respondió: «Esta es la primera vez que m i semblante aparece triste delante del r e y . » Cuando se está obligado á comunicar al príncipe ó á cualquiera otra persona i m p o r t a n te u n a noticia, aiiictiva ó, en g e n e r a l , cosas desagradables, se debe emplear el artificio de que la primera, n u e v a sea denla por u n a persona, subalterna cuyas palabras no t e n g a n g r a n d e a u toridad, y reservar la parte principal para, u n a de más consideración, á fin de que sea interrog a d a y la respuesta parezca m u y n a t u r a l é i n dispensable á la p r e g u n t a que se le hace, y a u n como ocasionada sin n i n g u n a preparación p r e cedente. Medio de que Narciso tuvo la prudencia de valerse para dar al emperador Claudio la e x t r a ñ a noticie, del nuevo m a t r i m o n i o de Mcsalina, su mujer, con Silio. Cuando se quiere propagar a l g u n a noticia, sin que uno parezca el autor de ella y sin. que la pública, atención se fije en la persona, que la da, conviene valerse de cualquiera de estas frasee: ar'e dice q u e . . . . Ha llegado á n u e s t r a i n d i c i a . . . . etc.a. Cierto sugeto á quien conozco, cuando escribe una. curta sobre u n asunto que le i n t e r e sa v i v a m e n t e , h a l l a en toda ella do cosas de escasa., i m p o r t a n c i a , g u a r d a n d o lo que m á s i n terés le inspira, para la postdata, donde hace mención do ello corno si se le hubiese ol vidado y le fuera, casi indiferente. Otro conocido mío usaba u n ardid casi sem e j a n t e , cuando iba á buscar á u n a persona para hablarle do u n a s u n t o que á él le i n t e r e saba: entablaba conversación, no hablando d i recta ni exclusivamente de su objeto, hasta que aprovechando los momentos m á s o p o r t u nos, volvía por sus mismos pasos y se ocupaba del negocio como de u n a cosa que casi se le h a bía olvidado. 11 — 102 — H a y otros que. g r a d u a n d o la hora, á que lia do venir á verlos a l g u n a persona para, tralar de u n asunto que les interesa, se ponen a propio intento a leer u n a carta relativa al asunte misino, ó á desempeñar cualquiera otra tarca que con é! se relacione; de cuyo modo la persona que llega cree que les sorprende ocupándose del negocio en cuestión, y se proporcionon así coy u n t u r a á propósito para hablar sobre él como por casualidad. Otro medio comparable á ios precedentes, pero de índole más odiosa, consiste en p r o n u n ciar a l g u n a s palabras atrevidos delante de persona que sea propensa á atribuirse los pensamientos ágenos, á fin de que bis repita en diferente l u g a r y se culpe ó desprestigie por sí mismo. Des sugetos que me eran conocidos, pretendían bajo el reinado de la reina Isabel el destino de secretarios. A u n q u e los dos procurasen excluir al contrario, vivían bastante amigablemente, y su misma pretensión les daba á, veces motivo para dirigirse a l g u n a s bromas. Un dia uno de ellos dijo ai otro: «Solicitar el empleo de secretario cuando el soberano está en la época del descenso de su vida, es exponerse mucho; por m i parte, confieso que no ambiciono del todo u n destino semejante.» El que escuchaba cogió estas palabras p r o n u n ciadas in leui ció c a d a m e n t e , y en moa conversación familiar con varios amigos suyos, tuvo la i m p r u d e n c i a de decir que no tenia g r a n d e interés en alcanzar el cargo de secretario, porque era m u y peligroso cuando el monarca se bailaba en la edad de su decadencia. Sabido esto por el otro aspirante á la secretario, maniobró de m a n e r a que llegase á conocimicnlo de la reina, atribuyéndolo á su adversario. La princesa, que se creia a u n e n el vigor de ia j u v e n t u d , no pudo saber esto sin g r a n disgusto, y desde entonces no le permitió q u e volviese ó, hablar del empleo que solicitaba. Otro recurso del mismo género, que los i n gleses expresan m u y r i d i c u l a m e n t e por la expresión proverbial de «cambiar el g a t o en la sartén,•> consiste en atribuir á. otra persona lo mismo que nosotros le hemos dicho en su cara. Es m u y fácil y nada expuesto enterar á los demás de este modo, pues cuando las palabras h a n sido dichas en u n a conversación sin otros testigos que los dos individuos que lo tuvieron, ¿quién podrá. en último caso, doseu! rir la verdad y culpar al uno más ni menos que al otro? F r e c u e n t e m e n t e , ninguno de ambos interlocutores podrá saber cuál de ellos es mía culpado. — 104 — No menos pérfido es el medio de acusar i n directamente á los demás disculpándose uno á sí mismo, valiéndose de proposiciones n e g a t i vas, como por ejemplo: no entraré en otras averiguaciones, pero puedo asegurar nao jamas lie tenido tal ó cual proyecto, etc.; medio de que Tigelino so valió para hacer que Nerón sospechase de Burrhus: «En cuanto á mí. decía, no se me verá forjar proyectos para otro reinado: m i única ambición consiste en ver gozar ai emperador de u n a salud completa, y en que reine la.rgo tiempo.» Hay l a m i n e n personas que tienen una g r a n dísima a b u n d a n c i a de cuentos ó anzolólas que hacen servir á su propósito, envolviendo en ¡dios todo cuanto quieren decir, con cuyo medio cons i g u e n no ser importunos con sus palabras y hacer agradable lo mismo que tienen que comunicar. Cuando se quiere hacer u n a p r e g u n t a a. otra persona, es bueno expresarse de modo que no se la obligue á contestar i n m e d i a t a m e n t e , sino que se comprenda la respuesta, a u n q u e la dé enunciada en los mismos términos que se hay a n empicado para interrogarle, lo cual ahorra mucho embarazo y a y u d a á la decisión. H a y personas que a g u a r d a n en las conver- — 10 o — saciónos d u r a n t e un tiempo infinito, la ocasión •.lo poder aventurar lo que tienen que decir, ¡(.'uántas vueltas y revueltas dan antes de fijarse en ol punto á donde su designio y sus miradas se dirigen! ¡Cuántos diferentes asuntos trat a n y recuerdan tintes de llegar al suyo! Este os un arte (pie exige mucha paciencia, pero no deja por eso de tener su u t i l i d a d . Una p r e g u n t a atrevida 6 imprevista, basta a l g u n a s veces para desconcertar al hombre más sereno y para sorprenderle hasta el punto de obligarlo á descubrirse. Esto fué' lo que ocurrió hace algunos unios á un sugeto que habia sido desterrado do Londres, y que habiendo vuelto antes do tener cumplido su castigo, adoptó otro nombre á. fin de no ser fácilmente descubierto. >e paseaba u n dia por la iglesia de San Pablo, y u n a persona, á quien de a n t e m a n o se habia prevenido, se le acercó y llamó al oido por su propio nombro, y volvió la cabeza apresuradamente y sorprendiéndose, con lo cual él mismo se descubrió. Al lin. estos medios tan ruines a b u n d a n m u c h o , y sería conveniente reunirlos en u n a colección, porque nada es tan perjudicial en u n Estado como el error que frecuentemente confunde la astucia y la sutileza con la prudencia. Sin embargo de todo, h a y entro esta clase de g e n t e s muchísimos individuos <¡ue no sirven para otra cosa sino que para empezar y para concluir los negocios, siendo absolutamente i n útiles en el curso de ellos. Se parecen á u n a de esas casas de hermosa a p a r i e n c i a . que tienen puerta magnífica y u n a escalera no menos suntuosa, y que luego no ofrecen á sus moradores u n a sola habitación donde pueda estarse con alg u n a comodidad. Cuando u n asunto ha llegado casi á su fin, podrán encontrar a l g u n a buena salida y preveer a l g ú n feliz resultado, pero no dan n i n g ú n provecho m i e n t r a s se está deliberando sobre él. y menos aún ai tiempo do debatirse. Si se ha de creer lo que dicen, ellos no son hombres nacidos para disputar, sino para practicar y d i r i g i r á los otros. H a y personas que quieren mejor levantar su fortuna sobre los lazos que tienden á los demás, que sobre bases sólidas y duraderas. A éstos debe recordárseles aquella m á x i m a de Salomón, que dice: «.VA sabio se contenta con cuidar de sí y de sus propias acciones: el insensato se separa del buen camino, y se introduce en los tortuosos senderos de la astucia y las maquinaciones. XXIII. OK LA FALSA Pi'.UlMiXCIA Di-iL EGOÍSTA. La h o r m i g a os un a n i m a l ü l o que comprendo m u y Lien sos intereses; pero no por eso deja do ser >ma plaga para los j a r d i n e s y los campos, i g u a l m e n t e , el hombre que se ama demasiado es u n a verdadera calamidad pública. Aprended á conciliar vuestros intereses con los intereses comunes: salwd ser justos con vosotros mismos sin ser injustos con ios demás, y principalmente con vuestra, patria y vuestro r e y . Es la. cosa más vil y despreciable el hombre que o h i d á n dose de todo, so hace él mismo el centro de todas sus aspiraciones y designios. Esto es convertirse en u n sor material y completamente m u n d a n o , olvidando que si vivimos sobre la — 108 — tierra y permanecemos en ella durante un período más ó menos largo, tenemos otros intereses que se relacionan con el Cielo, por los cuales debemos m i r a r , haciendo á éste el objeto principal de nuestras obras y deseos. E l egoísmo de u n príncipe no es t a n culpable como el de otro cualquier individuo, pues a u n q u e u n príncipe h a g a su persona el centro de todo su interés, éste no es el de u n solo hombro, sino el de u n g r a n n ú m e r o de sus semej a n t e s , afectando mucho á la fortuna pública el bien y el m a l que le suceda. Cuando este vicio llega á ser el único móvil de un subdito en u n a monarquía y de u n ciudadano en una república, se convierte en u n a verdadera, calamidad. Todos los negocios que pasen por sus manos se resentirán de sus miras interesadas: separándolos de su dirección n a t u r a l , los llevará por el oblicuo camino de sus particulares i n t e reses, que son casi siempre contrarios á los de! príncipe ó á los del Estado. Por esto los monarcas deben poner su confianza sólo en hombres que no t e n g a n este vicio n i mucho menos se hallen dominados por é l , si quieren que los encargos que les confien produzcan la utilidad que a g u a r d a n . Lo que hace más dañoso el egoísmo de esta — lr,!l — clase de hombres, es que no g u a r d a n i n g u n a proporción el beneficio que para sí reservan con el inmenso perjuicio que hacen sufrir á los dem á s . Sería m u y c r i m i n a l que sacrificasen, los intereses del príncipe á i g u a l c a n t i d a d de los suyos propios: pero a u n es m a y o r delito procurarse una, pequeña, ventaja á costa de g r a n d e s perjuicios ocasionados al soberano ó al Estado. Esta conducta es la que s i g u e n los ministros, tesoreros, embajadores,generales, oficiales, etc., cuando so h a l l a n dominados por el vicio de que hablamos, i g u a l m e n t e que otros servidores i n fieles y corrompidos. Una vez colocados en la balanza sus intereses, siempre, y á trueque de todo, la i n c l i n a n hacia sí a r r u i n a n d o m u c h a s veces los más importantes negocios del amo que se los confió. F r e c u e n t e m e n t e sucede que la ventaja que logran es sólo proporcionada á su fortuna, mientras que el perjuicio que ocasionan es relativo á la del monarca: pues los egoístas lo son todo menos escrupulosos, y no hallarán dificultad en i n c e n d i a r la casa de su 'cecino para tener l u m b r e donde freír un huevo. Sin embargo, estos mismos hombres se afanan algunas veces por los intereses de sus amos, siendo después de los suyos los únicos por que m i r a n , y á unos ó á otros sacrifican frecuente- — 1 7 0 — m e n t e los más importantes negocios ti el soberano ó del listado. La p r u d e n c i a del egoísta se divide en m u chas especies, todas á cual más perniciosas. Unas veces tiene la prudencia de las ratas, que cuidan m u y bien de a b a n d o n a r una r;iai c u a n do está próxima á desplomarse: otras ia, de la zorra, que sorprendo al conejo en la m a d r i g u e ra que para sí ha hecho y se aprovecha de ella; a l g u n a s veces la del cocodrilo, que deja correr sus l á g r i m a s cuando quiere devorar. Pero lo que no debe echarse en olvido es que esta clase de hombres, qao sin tener rivales son t a n amantes de sí mismos, género de carácter que Cicerón a t r i b u y e á bempeyo, acaban g e n e r a l m e n t e por naufragar en sus designios, y después de no haber hecho otra cosa d u r a n t e su vida que sacrificios en su propio honor, concluyen por ser víctimas inmoladas á la inconstau na de la fortuna, c u y a rueda se h a b r á n vanagloriado a l g u n a vez de fijar con su prudencia i n t e r e sada. — 171 — XXIV. j)E LAS IXXOVACÍOXES. Tocio a n i m a l nace informe, y en esta p r i m e ra época de su existencia puede considerarse como u n simple bosquejo. listo mismo puede decirse de las innovaciones, que son las hijas del tiempo, a u n q u e en verdad esta regla tiene sus excepciones, puesto que vemos con frecuencia que los individuos que más ilustran u n a familia son mas dignos do esta elevación que sus descendientes. Pero lo que decimos de ios hombres es necesario decirlo t a m b i é n do las cosas; y en la mayor parte de las instituciones h u m a n a s , el primer plan, que es corno el primer modelo ó el original, no conserva casi n i n g ú n parecido con las diferentes copias ó transformaciones que se hacen en los tiempos ulteriores: esto consiste en que el m a l , que la h u m a n a naturaleza sigue v o l u n t a r i a m e n t e después que dio el primer paso en el camino de su perdición, m a r c h a siempre en crecimiento: m i e n t r a s que e l i d e n , hacia el cual no se i n c l i n a sino que haciéndose una g r a n violencia, va. c o n t i n u a y n a t u r a l m e n t e decreciendo. Todo remedio es una innovación, y por esto se h u y e n con frecuencia y consideran como nuevos males. El m a y o r de todos los innovadores es el tiempo: pero el tiempo que cambia n a t u r a l m e n t e las cosas llevándolas de m a l ó n peor, como acabamos de indicar, ¿qué esperanzas podrá ofrecer al hombro de t e r m i n a r sus males, si el hombre mismo no pone e n j u e g o su p r u d e n cia y actividad para cambiar en bien sus infortunios? Es cierto que las instituciones de largo tiempo establecidas convienen mejor á las cost u m b r e s y batatos de los que se rigen por ellas, adquiriendo con esta l a r g a unión u n a conformidad y conexión que las m a n t i e n e adaptadas e n tre sí, y las hace como más propias y naturales las u n a s para las otras, m i e n t r a s que las nuevas h a l l a n resistencia en las a n t i g u a s , en las cuales introducen cierta turbación; y por buenas y convenientes que puedan ser por la virtud de su propia naturaleza, ocasionan, siempre alg ú n perjuicio, fundado en la a n t e d i c h a falta de armonía y conformidad. Son miradas como los extranjeros, los cuales inspiran más sorpresa y curiosidad que cariño. Todo lo gue acabamos: de deaiü será muy cierto cuando el tiempo no introduzca ó reclame n a t u r a l m e n t e algún cambio: poro no en caso contrario, pues el tiempo corre p e r e n n e m e n t e como las a g u a s de u n rio caudaloso, y su instabilidad es tanta, que la excesiva duración de las instituciones y un apego obstinado á las antiguas costumbres, causan iguales ó mayores males y turbulencias que las mismas innovaciones, siendo mirados los que tienen g r a n veneración por las a n t i g ü e d a d e s como objeto de risa ó de mofa para sus contemporáneos, fin vista de esto, los hombres deberían i m i t a r e n Jas innovaciones la conducta del tiempo, que conduce sin duda á g r a n d e s y radicales m u danzas, pero que lo hace por grados insensibles y casi desapercibidos. Do otro modo sucede que toda novedad se mira con desconfianza, y aunque mejoren a l g u n a s cosas so conseguirá que otras empeoren, porque el que g a n a con la reforma lo a t r i b u y e solo al tiempo, y oi que se siente perjudicado la m i r a como u n a injusti- — I7i — cia y hace objeto de sus quejas á los innovadores. Debe reflexionarse m u y maduramente antes de adoptar c hacer experimentos en Jos cuerpos políticos, para remediar sus males, fuera de aquellos en so? de una urgente necesidad, ó de una ventaja ó conveniencia, palpables. Y antes de determinarse á introducir las innovaciones, h a y que asegurarse de que es el deseo de reformas saludables el que reclama el cambio, y no el deseo de cambiar el que produce las reform a s . En u n a palabra, toda innovación se debe, si no rechazar, por lo menos mirar como sospechosa, que es lo que nos dice la. Sagrada Escritura en estas frases : «Empecemos nuestro camino por los senderos a n t i g u o s , y miremos desde olios pr¡ra encontrar r u t a mejor: después que la hayamos e n c o n t r a d o , tengamos el suficiente valor r>ara penetrar por ella.» XXV. )):•; L\ EXI'KOTCIOX EN F.OS NEGOCIOS. Una diligencia afectada es en los negocios un verdadero obstáculo : se la podida comparar á lo que los médicos l l a m a n predigesíion ó digestión precipitada, que acelera demasiado el curso de las operaciones del estómago, y ocasione, g r a n daño llenando el cuerpo de humores viciados, que son el origen de casi todas las e n fermedades. No h a y , pues, que medir la diligencia por el tiempo empleado, sino por el progreso que se h a y a hecho Lacia el objeto de nuestras aspiraciones: pues así como en la carrera no so adelanta más con alzar m u c h o los pies y dar g r a n d e s y descompuestos saltos, sino con dirigir bien los pasos y aprovechar las — 1 7 0 — fuerzas, así en los negocios no consiste ta actividad en abarcarlo todo á la vez. sino <m seguir el asunto con constancia y discreción. H a y muchos hombres que se precian de ser m u y trabajadores y laboriosos; y siendo más amigos de aparecer diestros y ligeros que de serlo en realidad. lo precipitan todo sin conseg u i r n i n g ú n provecho. Abreviar un negocio simplificando las materias ó las partes que e n tren en él, y simplificarlo t r u n c a n d o esas m i s mas partes, son dos cosas m u y distintas. ('uando u n negocio se maneja con precipitación, se adel a n t a y atrasa a l t e r n a t i v a m e n t e sin tener seguridad en lo (¡ue se h a c e , y h a y i ¡ >e empezarlo m á s de u n a vez. Un sugeto á quien yo conocía, recome ¡.'.daba siempre la calma en todas las cosas, y cuando a l g u n o a n d a b a m u y apresurado por acabar a l g ú n asunto, le decía: «.~So corra V. tanto y llegará más pronto.» La verdadera diligencia es una cualidad preciosa: porque el tiempo es la verdadera m e dida del valor de los negocios, así como el d i nero lo es de las mercancías, y de aquellos que invierten mucho tiempo puede decirse que cuest a n m u y caros. La l e n t i t u d de los espartanos entre los a n t i g u o s , y la de los españoles entre los modernos, se h a n hecho proverbiales, h a - bieiido dado l u g a r á este adagio: «/ Yatr/a mi ¡Huerto rfe JíspaTia.'» es decir, puede m i muerte venir de España, que entonces es posible que m u e r a de viejo. A los que dan las primeras explicaciones sobre u n asunto, conviene prestarles atención y guardarse m u y bien de interrumpirles el hilo de su relato, pues trayendo do a n t e m a n o preparadas sus ideas, si se les obliga á variar el orden ele ellas', nadarán repitiendo muchas veces u n a misma cosa b a s t a que de nuevo a r r e g l e n su discurso, para lo cual necesitan indispensablemente a l g ú n tiempo; pero a ú n así. n u n c a se h a b r á n expresado tan bien como si se h u b i e r a n oido sin replicar. E n el teatro sucede que el apuntador se ba.ee m u c h a s veces más molesto y enojoso que el actor que no sabe bien su papel. No cabe duda en que las repeticiones h a c e n perder tiempo: pero sin e m b a r g o , n i n g u n a cosa abrevia tanto como ellas los negocios, cuando se emplean para aclarar bien el estado de éstos, de cuyo modo se ahorra u n a g r a n parte de los discursos i n ú t i l e s . Los discursos prolijos y rebuscados, no son más cómodos para la explicación de ios negocios que u n vestido talar con larga, cola, lo sería para correr. Los discursos preliminares, las digresiones, las excusas, los cumplimientos y otros accesorios que no sirven n i interesan n a d a más que a quien ios emplea, hacen perder mucho tiempo, y aunque parezcan pruebas de modestia, es sin. e m b a r g o la. vanidad la cansa que los sngiei-e. Pero si se observa que las personas con quienes se t e n g a entablado ó vaya á entablar*.-* a l g ú n negocio tienen el á n i m o prevenido contrariam e n t e , no conviene apresurarse á entrar en materia . pues toda prevención exige un exordio <\ preámbuio que la destruya, asi como para introducir u n u n g ü e n t o se necesita u n a l a r g a frotación. .La verdadera, actividad en los negocio.'? es el orden, el método, u n a juiciosa distribución y divisiones exactas. Sin embargo, no se necesita que éstas se m u l t i p l i q u e n mucho ni se funden en distinciones muy sutiles; porque si es cierto que el que no divide nada absolutamente el todo j a m á s podrá comprender bien el asunte, t a m b i é n lo es que el que lo divido demasiad-) oscurecerá la materia en vez de aclararla y n u n c a podrá salir con honor del negocio en que se e m p e ñ e . El verdadero medio de ahorrar el tiempo, es ocupar bien aquel de que dispongamos, pues todo lo que se hace fuera, de sazón no es otra cosa que vano ruido. | ? todo negocio n h a y tres partes esenciales: la preparación, el examen ó discusión, y la ejecución ó conclusión. Si se quiere activar, el e x a m e n es lo que pide más tiempo y más personas: las otras dos partes necesitan muchas menos. • Proceder por escrito al principiar u n n e g o cio, es u n medio que facilita la discusión y cont r i b u y e á la expedición; porque a u n q u e se suponga que este primer escrito sea rechazado, la misma negativa dará más luces que u n a consideración v a g a y verbal sobre el negocio. XXVI. DE LA AFECTACIÓN DE PRUDENCIA Y DEL MANEJO QUE USAN LOS AFICIONADOS Á FORMALIDADES. Si hemos de dar crédito á la opinion común, ios franceses saben más de lo que a p a r e n t a n , y los españoles a p a r e n t a n más de lo que saben. —- 180 — Pero sea ele esto lo que quiera respecto de las naciones, es indudable que pueden hacerse dichas distinciones respecto de los individuos: el Apóstol ha dicho de los falsos devotos, que tienen todas las apariencias de la piedad, sin tener ninguno de los efectos reales de esta virtud. Tales son t a m b i é n los hombres de que tratamos en este artículo, los cuales tienen la costumbre de no hacer n a d a sin u n g r a n d e aparato de gravedad. Es u n espectáculo verdaderamente risible el que presentan á la vista de u n hombre de juicio, viéndolos con qué manejo y artideio tratan de presentar como cuerpo «Uñlo una simple supcríieie. Algunos son tan advertidos y reservados, que nunca se presentan C l a r a m e n te sobre n i n g ú n negocio, apare id ando siempre reservar algo, y cuando rao pueden ocultar de otro modo su i g n o r a n c i a verdadera, Ung e n no decir m u c h a s cosas porque la prudencia lo prohibe. Otros h a b l a n sólo por gestos y adem a n e s , y por decirlo de este modo, parecen sabios do pantomima, á. propósito 'de ios cuales ha íMcho Cjcerojí dirigUmüosc á P i s ó n : «Tú nos dices alzatído u n a ceja hasta lo alto de la frente y bajando la otra hasta la barba, que te causa horror la crueldad.» — 1S1 — Hay otros, que creyendo imponer y autorizar con una palabra ó expresión dicha con aire decisivo y sentencioso, parten de ella dando por demostrado y tomando por base lo que son incapaces do probar. Otros a p a r e n t a n desprecio hacia todo lo que supera á su capacidad, y ocupándose de ¡os asuntos de esta clase como por encima y ron cierta indiferencia desdeñosa, t r a t a n de que su i g n o r a n c i a pase por una prueba de juicio y sabiduría. Tfay además algunos que tienen siempre á la mano u n a excepción con que entretener ó burlar el asunto, esquivando de este modo el p u n t o esencial de que se trata. Áuio-Gelio los pinta perfectamente diciendo que son: «Unos hombres decidores de futilezas, capaces con sus repetidas distinciones de pulverizar el objeto más sólido.» Platón nos presenta t a m b i é n u n ejemplo de estos en su Protágoran a t r i b u y e n d o á Prodico u n discurso compuesto todo de excepciones y sutilezas desde el principio basta el fin. E n toda deliberación, los hombres de este carácter adoptan Ja n e g a tiva, porque una vez desechada la proposición puesta sobra q tapete, no queda n a d a que h a cer, mientras que si se admite á discusión, es u n a nueva obra que tiene que ejecutarse. ( Para, terminar este artículo, diremos que no h a y comerciante próximo á quebrar, n i pobre v e r g o n z a n t e que emplee tanto artíllelo para esconder su miseria y m a n t e n e r su crédito, como emplea u n hombre de esta naturaleza para adquirir ó conservar reputación de prudencia y sabiduría. A l g u n a s veces aciertan por casualidad, y suelen llegar á representar cierto papel; pero debemos guardarnos de encargarles negocios de importancia, pues es más fácil sacar partido de otros hombres menos discretos, pero que sean más francos, que de estos tan amigos de formalidades. XXVII. DE LA AMISTAD. «Un hombre que busca la soledad, es u n a bestia salvaje ó u n dios.» El que habló así no pudo r e u n i r en menos palabras más verdades y e r r o r e s : porque si no es dudoso que el hombro que h u y e e í trato do los demás racionales y que tiene u n a aversión n a t u r a l y profunda hacia la sociedad de ios otros hombres, participa, algo de i a bestia salvaje, es. sí, absolutamente falso que t e n g a algo de divino el que se aleja por rompiólo del trato de sus semejantes, a. menos que esto recogimiento t e n g a por objeto gozar mayor tranquilidad para entregarse á las meditaciones de las cosas reveladas, cuyos goces espirituales creyeron equivocadamente disfrutar algunos paganos, tales como Epimenides de Creía, Kmpedocles de Sicilia y a l g ú n otro, siendo s i n embargo realmente cierto, que esos mismos goces fueron disfrutados por muchos de entre nuestros a n t i g u o s anacoretas y de los padres de la, iglesia cristiana. Pero hay pocos hombres que comprendan perfectamente en qué consiste la verdadera soledad y que t e n g a n de ella u n a idea cabal y perfecta; pues un g e n t í o , por numeroso que sea, no forma por esto sólo una sociedad, n i u n a multitud de rostros es otra cosa que u n a g a l e na, de retratos, é igualmente una conversación entre personas que las unas para las otras son indiferentes, no es más agradable que el soni- — IS1 — do de xin címbalo. Este adagio latino: «(Jrart ciudad, g r a n soledad,» atestigua lo que decimos. En u n a población de g r a n extensión no pueden los amigos reunirse con tanta facilidad y por consiguiente con t a n t a frecuencia, b a ilándose separados por mayores distancias. De cualquier modo que sea, puede asegurarse que la soledad más horrorosa es la que sufre un hombre sin amigos, y t a m b i é n se puede decir que el m u n d o sin la amistad es el mayor de los desiertos. Bajo este punto de vista, el hombre incapaz de tener amigos tiene mucho parecido con u n a bestia, salvaje. El principal fruto de la amistad consiste en que proporciona el medio de compartir el peso de ios pensamientos, m u c h a s veces ailictivos, que las pasiones que nos agitan reproducen sin cesar, cié cuyo modo se alivia considerablemente ei corazón. Se "puede tomar zarzaparrilla para las afecciones del h í g a d o , ñor de azufre para las inflamaciones pulmonares, a g u a mezclada con tint u r a de acero para las opilaciones del bazo, y castóreo para fortificar el cerebro; pero no h a y medicina t a n eficaz para librar el corazón de la opresión que producen nuestras penas, como un amigo al cual comuniquemos nuestros placeres, nuestros disgustos, nuestros temores, nuestras sospechas, etc., cuyo género de c o m u n i c a ción tiene a l g u n a a n a l o g í a con la confesión auricular. A primera vista nos asombramos de que los príncipe-- den tanto valor á osla ciase de a m i s tad de que hablamos', y de que m u c h a s veces e x p o n g a n por sostenerla su persona, y hasta la seguridad y sosiego de sus reinos; pero esto ocurre porque u n monarca no puede recoger los dulces frutos de esta, preciosa amistad sino que elevando hasta, sí á uno de sus subditos y haciéndole en cierto modo su compañero y su i g u a l , lo cual tiene g r a n d e s i n c o n v e n i e n tes y expone á graves pelign•-. Las lenguas modernas , que dan á esta clase de amigos ¡ie los reyes el nombre de privados , favoritos, etc.. parecen significar de parte del príncipe que esta privanza ó predilección es una gracia especial ; pero en las l e n g u a s a n t i g u a s sucedía de otro modo, empleándose entre los romanos la denominación de p a . j ' i i c i j w a c a ' ¡ • p i ' i m , que significa partícipe de los cuidados y las inquietudes. Lo que prueba, que es realm e n t e adecuada esta denominación , es que nada estrecha y fortifica tanto los lazos de la amistad entre el principo y esta elasv de a m i gos, como la participación que les concede en los negocias: verdad que no sido se *u acorva en los monarcas débiles y esclavos de sus paciones, sino también en ios de más 'irme voluntad y de talentos \ calidades más recomendó Idos, lo ntis.no políticas que morales. Algunos han favorecido á determinados sugeíos de cutre sus subditos, basta el extremo de darles y recibir de olios el titulo de amigos, y de hacer que los demás ios designen t a m b i é n con esta palabra, que ordinariamente se emplea de particular á particular. Cuando Si la se elevó al poder supremo, favoreció extraordinariamente á Pompeyo, que después fué honrado con el sobrenombre de g r a n d e , y llegó el caso de que éste se lisonjease de que tenia más poder que su protector: Pompeyo logró en u n a ocasión obtener el consulado para uno de sus amigos, á. pesar de los manejos y aspiraciones de Sila, y estando éste expresándole su descontento con a l g u n a a l t i vez, el joven le impuso silencio con esta respuesta: «El sol saliente t i e n e más adoradores que el sol que se pone.» César vivía en tan g r a n d e i n t i m i d a d con Décimo B r u t o , que le h a b l a instituido por su heredero después de su — LS7 — sobrino Octavio; esto supuesto a m i g o tuvo bast a n t e predominio sobro la voluntad de César para atraerlo al senado donde los conjurados le a g u a r d a b a n para darle m u e r t e , intimidado por algunos nodos presagios y por un sueño que halda tonillo su mujer Calpurnia, habia resuelto no asistir aquel (lia á. la sesión ni salir de su casa, y entonces Bruto, cogiéndole de la m a n o , le dijo: e Ya mus. yo a g u a r d o que para v e n i r al senado no e s p e r a r a s que tu mujer t e n g a mejores ensueños,» con lo cual le determino á salir. Poseía, lauda tal punto el favor y la confianza de Julio ÍYwar, que Antonio, en u n a carta que Cicerón recitó palabra por palabra en u n a de sus filípicas, le calificaba de encantador, s i g n i ficando (pie habia como hechizado á César. Octavio habia, honrado y distinguido con u n a amistad tan estrecha á Agripa, hombre de baja condición, (¡oe habiendo preguntado un dia á Mecenas con quién casaría á su hija Julia, recibió de él esta respuesta: « E s preciso casarla con Agripa, ó hacerla morir: pues Jo has elevado tanto, que cutre estos dos extremos no h a y medio posible. •> Ida amistad de Tiberio con Seyano era. tan estrecha y de tal modo lo habia aproximado á si, que entrambos eran mirados como una sola persona, y en u n a carta, que el p r í n c i - pe le escribió se expresaba de este m o d o : «Creo que en consideración á nuestra a m i s t a d . no debo ocultaros n a d a . » Así fué, que queriendo honrar el senado esta amistad extraordinaria del principe, ie hizo erigir un altar como á u n a diosa. Se observa otra amistad t a n estrecha por lo menos como la de lo? anteriores ejemplos, entre Séptimo Severo y Plautia.no. por la cual se creyó este último autorizado para t r a t a r á los hijos de su a m i g o con u n a dureza excesiva, á pesar de los cuales y de todas las demás afecciones de este emperador, m a n t e n í a en l u g a r preferente sus relaciones. Así lo atestigua, en u n a certa dirigida al senado sobre este sugeto, en la que decia: «Es tal m i afecto por esta persona, que deseo que m e sobreviva.» Si estos principes hubiesen sido de u n a índole semejonte á la de Traja.no ó á ia de Marco Aurelio, podría atribuirse u n a t e r n u r a t a n ext r e m a d a á ia bondad natural do su carácter; pero observando cuan Armes, severos y apegados á sus propios intereses eran estos emperadores de que tratamos, nos veremos obligados á concluir q u e , á pesar de que poseían el m a y o r poder y g r a n d e z a á que u n mortal puedo aspirar, h u bieran creído imperfecta su propia, felicidad, si la adquisición de u n a m i g o de esta especie no la hubiese perfeccionado. Pero lo que principalm e n t e debe llamar nuestra atención, es que estos príncipes t e n í a n esposa, hijos, sobrinos, etc. Seguramente n i n g u n o de éstos podía ocupar el l u g a r do u n a m i g o . Sin embargo de lo dicho, Felipe «le ('omines dice á propósito de Garios el Temerario, d u q u e de Borgoña, que j a m á s consultaba sus negocios con nadie, y que á nadie comunicaba sus i n quietudes y sus penas más angustiosas y p e n e trantes. Hacia el fin de su vida, a ñ a d e , esta, reserva extraordinaria llegó á t u r b a r un poco su razón. El mismo (tomines hubiera podido hacer igual observación, si lo hubiese creído necesario, de huís Mí, rey de Francia, que lué su seg u n d o señor, cuyo carácter sombra; y reservado se convirtió en su verdugo d u r a n t e ios ú l t i mos años de su vejez y de su vida. Esto precepto simbólico de Pitágoras: «No devores tu corazón,» a u n q u e u n poco oscuro y e n i g m á t i c o , no deja de estar lleno de sentido: y si. no temiese usar de u n a calificación demasiado dura, diria que los hombres que no t i e n e n amigos verdaderos á quienes comunicar lo que a b r i g a su pecho, son u n a especie de antropófagos ó caníbales que devoran su propio corazón. También debe observarse sobre este primer — 190 — fruto ele le amistad, que la libre comunicación de un hombre con su a m i g o produce dos efectos i g u a l m e n t e saludables a u n q u e opuestos: es decir, que a u m e n t a los goces y d i s m i n u y e las pesares: pues no existe s e g u r a m e n t e n i n g ú n hombre que tenga, costumbre de participar sus asuntos do tudas especies á otra, persona, que no sienta placer comunicando sus alegrías, y que no alivie su alma, de las nenas que la martirizan y afligen, descarga uu ola, por d e cirlo así. en el pecho de u n amigo verdadero. Así es, que puede decirse conrazmi que la amistad produce en el a l m a ios diferentes efectos que la piedra filosofal en el cuerpo h u m a n o , pues si hemos do creer a- los alquimistas, éstos le atribuyen resultados contrarios, qero i g u a l m e n t e ventajosos. Mas no hay que recurrir á las operaciones misteriosas de Ja alquimia en busca de i m á g e n e s sensibles que se nos present a n mejor en el curso ordinario do la naturaleza, para demostrar las ventajas de Ja amistad: vemos en las composiciones físicas que la unión facilita y fortalece las acciones naturales, mientras que debilita y amortigua toda impresión violenta: la unión de las almas produce t a m bién en ellas este doble efecto. El s e g u n d o fruto de la amistad no es m é - nos útil iiara esclarecer el espirita, que el p r i mero para a u m e n t a r los placeras y d i s m i n u i r los p r s a w y aflicciones del corazón: porque si estas libres y afectuosas comunicaciones serenar: las f tempestades y borrascas do-irnos!ras pasiones, estableciendo la calma y tranquilidad en el alma h u m a n a , t a m b i é n disipa la oscuridad y confusión do! e n t e n d i m i e n t o , d e r r a m a n d o en él una luz t a n viva, como suave y a g r a d a b l e . Y no se crea que esto depende solo de h s consejos amistosos que se pueden recibir de las ludables y desinteresadas sa- intenciones de u n a m i g o : estos consejos constituyen una nueva veníaja de que hablaremos después, un poco diferente de la que ahora nos ocupa. Todo hombre que t e n g a su espíritu agitado y como oscurecido por una m u l t i t u d de pensamientos que no pueda, desenredar fácilmente, sentirá que sus ideas se aclaran y su razón se afirma, con solo comunicarlos á u n a m i g o y discurrir con él sobre (dios; porque entonces discute sus opiniones con más facilidad, a r r e g l a sus ideas con más orden, y .juzga mejor de la verdad y u t i lidad de sus pensamientos , luego que los ha expresa/lo con palabras. Por este medio se hace más prudente que si estuviese abandonado á sí mismo, no siendo dudoso que este efecto se lo- g r a mejor en u n a conversación de una hora que en u n a meditación do un dia entero. Temístocles empleaba u n a comparación m u y exacta, al decir al rey de Persia que los discursos de Jos hombres son como los tapices pintados cuando después de extendidos muest r a n claramente a la vista los objetos que el dibujo representa: y que los pensamientos, antes de comunicarlos, son corno esos mismos tapices mientras permanecen enrollados. Esto s e g u n d o fruto de la amistad, que consiste en desahogar el espíritu y esclarecer las ideas, no se crea que sólo puede obtenerse de amigos do u n talento superior y capaces de ciar u n consejo acertado. Un interlocutor tan perfecto, desde luego que valdría m á s ; pero sin e m b a r g o do esto, uno mismo se instruye comunicando sus pensamientos, a u n q u e sea á u n a m i g o que nada h a y a de facilitarnos la tarea, y afilando, por decirlo así, el ingenio contra una piedra que si no corta haga, cortar. E n u n a palabra, sería mejor expresarnos ante u n a estatua ó a n t e u n cuadro pintado, (pie permanecer silencioso y en u n a meditación contin u a d a , que sin d u d a ahoga los mejores pensamientos. Para hacer más completo este segundo fruto de la. amistad, puede añadírsele otra ventaja que es más sensible y más g e n e r a l m e n t e conocida: m e refiero á, los consejos saludables y desinteresados que se pueden recibir de u n a m i g o . íleráclito lia. dicho con razón, en uno de sus e n i g m a s , que la luz reflejada es siempre la mejor: y no es dudoso que la que se recibe por el consejo de u n a m i g o , es más p u r a que la que uno puede sacar de su propio e n t e n d i m i e n to, que está siempre, en cierto modo, descompuesta y alterada por muchas pasiones y gustos habituales; de suerte que entre el consejo de u n a m i g o y el nuestro propio, h a y la misma, diferencia que entre el de u n a m i g o leal y el de u n adulador; pues el m a y o r adulador que existe es nuestro amor propio, y el más seguro remedio contra sus lisonjas es la franqueza y la libertad do una persona sincera. H a y dos ciases de consejos, de los cuales unos se refieren á las costumbres y otros á los negocios. E n cuanto á los de la primera especie, los avisos leales de u n a m i g o son los más suaves y seguros preservativos para conservar un sano corazón. Pedirse a s í mismo u n a c u e n ta exacta y severa, es u n remedio demasiado penetrante y corrosivo. La simple lectura de los libros de moral, es un remedio e x t r e m a d a - mente d ébil. Observar cad a uno sus propias faltas y considerarlas en otro individuo сопло en u n espejo, os un remedio tanto menos s e g u ro cuanto que este espejo es frecuentemente infiel y no presenta ó rellqja con exactitud las i m á g e n e s . Así pues, la más eficaz y suave m e dicina es, sin disputa, el consejo de u n a m i g o franco y leal. Las personas que no t i e n e n á su disposición u n amigo que pueda hablarlos l i bremente d e ellas mismas y darles u n aviso oportuno, i n c u r r e n en u n a jn unidad de faltas y contradicciones ó inconsecuencias groseras, que a c a b a n por a r r u i n a r su reputación y su fortuna. Se les pued e aplicar estas palabras de San J a i m e : «El que se m i r a en u n espejo, olvi da m u y pronto su fisonomía.» (don referencia á los negocios, un proverbio a n t i g u o dice que dos ojos ven niás que u n o . siendo verd ad t a m b i é n que el que m i r a el j u e g o ve mejor las faltas que el que está j u g a n d o . Un hombre irritado es más i m p r u d e n t e que aquel que después do un primer movimiento de cóle ra h a pronunciado las letras del alfabeto, y en fin, se hace mejor p u n t e r í a afirmando el fusil en una tronera que teniéndolo sido con el brazo. Del mismo modo un a m i g o sincero y leal es un aployo y un recurso continuo para el hombre '408 no t i e n e la presunción de creer que lo sabe todo y que no h a y sabiduría que no se halle encerrada en su cabeza. Para decirlo de u n a vez, el buen consejo es el que dirige todos los asunlos haciéndoles m a r c h a r hacia su íin. 111 que en l u g a r do consultar siempre á u n a misma persona de u n a sinceridad y lealtad r e conocidas, consulta a personas diferentes sobre los diversos asuntos que se le o r i g i n a n , h a c e sin duda mejor, a u n q u e se expone á dos g r a n des inconvenientes: consiste el uno en no recibir sino consejos egoístas, porque los sinceros y desinteresados son e x t r e m a d a m e n t e raeros, y el consejo va casi siempre dirigido hacia el i n t e rés del que lo da: el otro es, que frecuentem e n t e se recibirán consejos m u y perjudiciales ó al menos mezclados de ventajas y de inconvenientes, a u n q u e se cien con la mejor b u e n a fé. Si llamáis á u n médico experto en la enfermedad que padecéis, pero que no conozca vuestro t e m p e r a m e n t o , os expondréis á que os quite la fiebre ocasionándoos el cólico y á que no acabe con la enfermedad sino que m a t a n d o al enfermo. Pero no correréis este riesgo con u n verdadero amigo que conozca á fondo v u e s t r a naturaleza, vuestros hábitos y vuestra situación, porque no os dará mas que remedios con- — 1 9 0 — venientes á vuestra complexión actual, y no paliativos que después de haberos sido algo provechosos os sean m u y perjudiciales. No deis, pues, m u c h o crédito a los consejos dados por t a n t a s personas diferentes, pues más bien serv i r á n para llenaros de incertidumbre que para franquearos el camino y dirigiros bien. A estos dos frutos de la amistad, que consist e n en calmar y arreglar las afecciones del a l m a y en facilitar y d i r i g i r las operaciones del e n t e n d i m i e n t o , se j u n t a el tercero y último, que compararé á u n a g r a n a d a llena de menudos g r a n o s , fundándome en que la amistad proporciona u n a m u l t i t u d de recursos y consuelos en las diversas situaciones de la vida. Para comprender bien las diferentes v e n t a j a s que n a c e n de la amistad, basta conocer la infinidad de cosas que ella solamente puede proporcionar, y entonces veremos que los a n t i g u o s no dijeron bastante asegurando que u n a m i g o es u n a repetición de nuestro ser; pues m u c h a s veces es para nosotros u n a m i g o más que nuestra m i s m a persona. Todos los hombres son mortales, y frecuent e m e n t e no d u r a la vida lo necesario para tener el completo placer de dejar terminados ciertos designios, que suelen ser m u y preferentes á nuestro corazón, tales como el de establecer á los hijos, concluir una obra, etc.; pero el que posee u n verdadero a m i g o puede estar seguro de que sus deseos se verán cumplidos a u n q u e él falte, y por este medio t e n d r á , por decirlo asi, dos vidas á su disposición. Cada individuo tiene u n solo cuerpo que está circunscrito al sitio que ocupa, sin poder hallarse en dos lugares á u n mismo tiempo. Dos amigos parece que se duplican recíprocam e n t e , pues lo que uno no puede hacer lo practica por medio del otro. Además de esto, ¡cuántas cosas no puede hacer y decir uno m i s mo, si no quiere faltar á las conveniencias sociales! Xo se puede, por ejemplo, sin faltar á la modestia, hablar de los servicios que se h a n prestado y mucho menos exagerarlos; uno no sabría ni podría muchas veces bajarse á pedir por sí mismo u n a gracia, á suplicar, etc.; pero todas estaos cosas, que serian poco decentes en 'coca del que está, personalmente interesado en ellas, sientan bien en la de un amigo. Además, no h a y persona que no t e n g a relaciones de donde nacen ciertas conveniencias que no se deben olvidar y que frecuentemente molestan ó enojan. Por ejemplo, se ve obligado á tomar el tono de padre para tratar con sus hijos, el de marido para con la mujer, y con sus mismos enemigos tiene que usar un tono contenido, etc.: m i e n t r a s que u n a m i g o puedo tomar el ademan y estilo que e x í j a n l a s circunstancias, sin estar ligado por n i n g u n a especie de conveniencia. Si yo quisiera hacer una completa enumeración de todas las ventajas de la amistad, este articulo sería inmenso. Todo está comprendido en esta r e g l a : Cuando u n hombre no puede por sí solo desempeñar completamente su papel y no tiene amigos que le a y u d e n , es indispensable que abandone la escena. XXVIII. DE LOS CASTOS. Solamente m i e n t r a s so g a s t a n con u n fin honrado y benéfico, son verdaderos bienes las — 1!):) -«• riquezas; pero h a y gastos extraordinarios que deber, se-" proporcionados á las circunstancias y ocasiones que ios e x i g e n , pues se presentan casos en que es preciso saber despojarse de ios bienes, no sólo por cumplir con la piedad, s i n o también en servicio y provecho d é l a p a t r i a . En cnanto a los gastos diarios, cada uno debe r e g 11 birlos con relación a su fortuna y á las utilidades con que cuente, distiibuyóndofos de manera que no sean desperdiciados por los descuidos ó por la poca fidelidad de ios criados. El cáieulo de nuestros gastos y utilidades debemos hacerlo bajo un pié de economías que permita, si fuese después necesario, sufragar con desahogo cualquier estipendio imprevisto que pueda originarse. Todo hombre que no quiera que su fortuna decrezca y que aspire á m a n t e n e r l a siempre en u n mismo nivel, debe imponerse como u n a íey rigorosa, el cuidado de no consignar en su presupuesto más gastos que la mitad de la suma á que asciendan sus utilidades; y el que desee a u m e n t a r sus bienes, no deberá gastar n a d a más que la tercera parte de los productes de sus r e n t a s . Los grandes señores suelen m i r a r como una bajeza el descender hasta el detalle de sus asuntos; y cu la mayor parte de ellos consiste esta r e p u g n a n c i a , mucho monos en n a t u r a l n e g l i g e n c i a que en el temor de exponerse á la pena que sentirían si encontrasen sus rentas m u y escasas y desarregladas. Olvidan que para sanar las heridas es preciso empezar por sondearlas. Los que no quieren tomarse el trabajo de manejar sus asuntos y prefieren desentenderse de esta tarea embarazosa, sólo tienen el recurso de escoger con sumo acierto y cuidado las personas á quienes h a y a n do, encargar sus intereses, con Ja precaución de v a n a r l a s de tiempo en tiempo, á fin de aprovecharse, de la timidez v falta de astucia que los nuevos orapíennos t e n d r á n . El (pie no quiere (3 no puede dedicar á sus negocios u n cierto tiempo, debe asegurar sus bienes y destinar á sus gastos u n a cantidad d e t e r m i n a d a é i n v a r i a b l e . El que gasta mucho en u n concepto, debe ser económico en otro; si por ejemplo os aficionado á tener una mesa bien provista y lujosa, deberá economizar eu su vestido: si es aficionado á la esplendidez en los m u e b l e s , ha de procurar economía en su caballeriza, y así en todo lo demás; porque sí quiere g a s t a r en todos los ramos sin un arreglo y p r u d e n t e economía, s e g u r a m e n t e acabará por arruinarse. 1 — '201 — í.'uando so a b r i g a el designio de p a g a r las deudas, se puede perjudicar la fortuna que se posea queriendo hacerlo m u y de prisa, i g u a l m e n t e que procediendo m u y despacio: pues no se pierde menos apresurándose mucho á vender, que tomando dinero prestado á u n interés crecido. Sucede con frecuencia que el hombre g a s toso que toma de u n a vez el cuidado de e x t i n g u i r su déficit, se atrasa de nuevo; porque en seguida que se ve desahogado vuelve á su conducta primitiva, m i e n t r a s que el que procura hacerlo p a u l a t i n a m e n t e , contrae ei hábito de la economía y pone así la reforma en sus c o s t u m bres tanto como en sus bienes y gastos. El que tiene u n verdadero deseo de restablecer el buen estado de sus negocios, no debe despreciar los más pequeños objetos; pues es menos vergonzoso privarse de gastos insignificantes, que h u millarse pura lograr g a n a n c i a s considerables. Con respecto á los gastos diarios, diremos que es preciso arreglarlos de m a n e r a que siempre se puedan continuar en el mismo pié en que se empezaron, y que en las g r a n d e s ocasiones, que son bastante raras, se debe permitir una poca más esplendidez y magnificencia que de ordinario. DE LA VEJÍDADEHA URAXDEZA DE LAS NACIONES. E n t r a ñ a m u c h a presunción y vanidad la respuesta que hablando de sí mismo dio Ternístocies en cierta ocasión; pero si sus palabras se hubiesen referido á otra persona, habrían sido m u y estimables. De cualquier modo que sea, pueden servir de m a t e r i a á juiciosas reflexiones. E n u n festín se Je invitó á que tocase u n laúd, y respondió que no había aprendido a manejar aquel i n s t r u m e n t o , pero que de u n a aldea sabía hacer u n a g r a n ciudad. Las anteriores palabras pueden expresar en sentido metafórico dos talentos m u y diferentes en los que m a n e j a n los negocios del Estado; porque si se e x a m i n a n con atención ios consejeros y los ministros de los reyes, acuso se encontraron a l g u n o s que serón capaces de extender los límites de un reino pequeño sin que sepan tocar el laúd; y por el contrario, se h a l l a r á n m u chos de e^os ene m a n e j a n con primor este y otros instrumentos de música, es decir, que son. diestros en ¡as artes de la corte, pero que t i e n e n t a n escasa la. capacidad que se requiere para fom e n t a r los intereses do las naciones, que p a r e cen más bien formados expresamente por la naturaleza para a r r u i n a r y destruir los Estados m á s florecientes. Ciertamente que estas artes viles y f a j a s , por las cuales los consejeros y ministros g a n a n muchas veces el favor del soberano y u n a especie de reputación entre el pueblo, sólo les hacen merecer el titulo de músicos y bailarines; porque semejantes habilidades sirven ú n i c a m e n t e para divertirse, y no pasan de ser u n a especie de adorno en el que las posee, más bien que u n medio útil para ei e n g r a n d e c i m i e n t o de las naciones, lis verdad sin e m b a r g o que a l g u n a s v e ces se e n c u e n t r a n ministros que son capaces decomprender los negocios públicos y de conducirlos acertadamente y evitar los peligros que se ven claros y manifiestos, hallándose á p e sar de esto m u y lejos de t e n e r las disposiciones necesarias para engrandecer u n Estado reducido. Pero sea cualquiera la naturaleza de los a r tífices, consideremos la obra y veamos cuál es la verdadera g r a n d e z a de un reino y cuáles son los medios de hacerlo floreciente. Asunto es este sobre el cual los príncipes deben reflexionar sin descanse, para no comprometerse en vanas y ternerarios empresas, á que pueden sor conducidos por u n a presunción exagerada de sus fuerzas, y t a m b i é n para no prestar oídos á los consejos tímidos (pie puedan tener por origen u n a idea demasiado desventajosa de su poder. Esto no puede medirse por la extensión de un Estado: es cierto que sus contribuciones y sus rentas se v a l ú a n , que la población se calcula, y que se ven los planos de sus ciudades: pero nada h a y más difícil n i más sujeto á error, que el querer j u z g a r por estos datos de la verdadera, fuerza y del poder y valor intrínseco de las naciones. El reino del cielo no se h a comparado á u n a nuez, y sí á u n g r a n o de mostaza, que es u n a de las simientes más pequeñas, a u n q u e tiene la propiedad de desarrollarse en poco tiempo. De i g u a l modo h a y dos clases de estados de u n a g r a n d e z a considerable, que sin e m bargo no son propios para ensanchar sus lími- — 2 0 5 —- tes, y otros que a u n q u e pequeños pueden servir de fundamento A ios más g r a n d e s imperios. Las ciudades fuertes, los arsenales bien abastecidos, las buenas ganaderías de caballos, los carros, los elefantes, los cañones y otras m á q u i nas de g u e r r a , no son n a d a más que corderos cubiertos con la piel del león, cuando la nación no es n a t u r a l m e n t e valerosa y a g u e r r i d a : el n ú m e ro mismo no significa n a d a cuando los soldados están desprovistos de valor, porque como dice Virgilio, Liipvs nmnermu •¿x'coriun non cvral\ el lobo no se acobarda por g r a n d e que sea el rebaño. Cuando el ejército de los persas se presentó á, los macedonios en las llanuras de Arbeiles semejante á u n a g r a n d e i n u n d a c i ó n , los corazones más esforzados sintieron miedo y noticiaron á Alejandro el peligro que corrían sus legiones, aconsejándole que atacase á los persas d u r a n t e la noche; pero él respondió que no quería lograr la victoria á t a n bajo precio, y que era más fácil obtenerla que ellos se pensaban. T i g r a n e el Armenio, estaba acampado sobre u n a altura á la cabeza de cuatrocientos mil soldados, y viendo que a v a n z a b a n los romanos hacia ellos en número todo lo más de catorce mil combatientes, dijo mofándose de t a n pequeña luíoste: «Si vienen para, una embajada son mucho?; pero si vienen dispuestos á combatir son demasiado pocos.» Sin embargo, a n tes do que Jlegase la noche conoció que habian sido bastante*, para ponerle en l u g a . y hacer u n a g r a n carnicería en sus tro oes, Existe u n a infinidad de ejemplos que demuestran la superioridad ene tiene el esfuerzo s o b r e el n ú mero, debiendo convenir en que oí valor de un pueblo es ei punto capital de su grandeza. Ord i n a r i a m e n t e se dice q u e el dim-ro es el sosten de la g u e r r a : ¿pero de qué sirve el dinero cuando faltan ios brazos y cuando ios pueblos son afeminados? Solón respondió m u y oportunan a m e n t e á Creso, que lo enseñaoa sus riquezas: «Si viene a l g u n o que t e n g a mejor acero, os robará todo ese oro.» Así pues, que u n príncipe no considere m u y g r a n d e s sus fuerzas si su pueblo no es belicoso; esté, por el contrario, convencido de que es considerable su poder como su pueblo sea g u e r r e r o . Respecto de las tropas o r d i n a r i a m e n t e el recurso no es a g u e r r i d a , infinitos que al íin se convertirá la .irremedia a u x i l i a r e s , que son de toda nación que ejemplos demuestran medicina en un mal La bendición de .Tuda y la de Issachar, no — 207 — se e n c u e n t r a n n u n c a r e u n i d a s , es decir, que un urismo pueIdo no será j a m á s á la vez el j o ven león y el asno cargado. Un pueblo agobiado en demasía por el peso de las contribuciones, no puede ser guerrero; pero las que son i m puestas por consentimientos del Estado, abaten menos su vigor que las que nacen de un poder despótico, como puede observarse en los impuestos de ios Países-Bajos y en los subsidios de Inglaterra. Hablo del vigor y no de las riquezas, porque no ignoro que contribuciones iguales, ora sean exigidas por consentimiento del Estado, ora por u n a autoridad tiránica, empobrecen i g u a l m e n t e oí país, pero producen u n efecto diferente sobre el á n i m o de los individuos, p u diendo concluir de aquí que un pueblo sobrecargado de impuestos, no es propio para e x t e n der sus conquistas. Las naciones que aspiren á engrandecerse, deben cuidar de que la nobleza y ios g e n t i l e s hombres no se m u l t i p l i q u e n demasiado, para evitar el que esclavicen y a b a t a n al pueblo. Asi corno u n m o n t e donde se h a n dejado demasiados resalvos no descansa bien v d e g e n e r a en matorral, de i g u a l modo en u n Estado donde h a y a exceso de nobles, el pueblo ciueda sin fuerza y sin vigor. E n t r e cada cien cabezas, apenas u n a será propia para sostener el casco, y todavía más difícil será hallar soldados para la i n fantería, que constituye el principal elemento de los ejércitos: habrá, m u c h a g e n t e y poca fuerza. Admirable fué la sabiduría con que E n rique VII, r e y de Inglaterra, del cual he hablado l a r g a m e n t e en la historia que h e escrito de su reinado, estableció tierras y casas de u n v a lor fijo y moderado, cada u n a de las cuales podía m a n t e n e r u n a familia con u n desahogo suficiente y en u n a condición apartada de la serv i d u m b r e . Dispuso t a m b i é n que el jefe de cada familia fuese propietario, ó al menos usufructuario, y no un colono que sufriese el y u g o y que cultivase la tierra. Esto produce en u n a nación lo que Virgilio dice de la a n t i g u a Italia: Terrapotens armis atque libere gleba. H a y otra parte del pueblo que sólo existe, á lo que yo creo, en I n g l a t e r r a y en Polonia, que es t a m b i é n de utilidad para la g u e r r a , y que no debe ser descuidada n i desatendida: me refiero á ese g r a n n ú m e r o de escuderos que sig u e n á los nobles; y sin duda que la m a g n i ficencia, el esplendor y u n g r a n acompañam i e n t o de sirvientes como si fuera u n a escolta, / ..vi V r . e a . h n b i a u d e p o n e r í o i i o r o / o Su i:¡ y m e e s ' ú u p o r i o r g o u o b o d a d o ueeioo. u, neo. g r a n d e extension d e t e r a t o : U: . . meed - i v - c i o s eoncoíiiun p o c a s cartas de nacionalidad, io (pie fué cansa de (pie m i e u ir.ts sus límites no se ensanciiaron permaneciesen Jos negocios en buen orden; pero tan pront o couio extendieron sus dominios, l l e g a n d o á ser excesivamente g r a n d e s en proporción al n ú me n de subditos naturales que serian, cayeron en decadencia. Les — 210 — J a m á s Estado a l g u n o ha naturalizado á los extranjeros tan fácilmente como los romanos, Y se ve que su fortuna correspondió á esta prudente conducta, puesto que su imperio llegó á ser el mayor que el m u n d o ha, conocido. No olvidaban lo que se llama / 7 « ar'ilal.h en su más lata significación, es decir, no solamente _/>/.<•• c t f i t t i i i c m i , j t i ü c o n i i i ' h i i , ¡"x h i r m W o J h . sino t a m b i é n j>./.n s v f j r a g i i y j m j/eti/hn¡x ,v//v fv>n<>v u m ó derecho á los honores; y concedían estos derechos, no ya á a l g u n a s personas en particular, sino á familias, á ciudades, y a l g u n a s veces á naciones enteras, añadiendo á esto su costumbre de enviar colonias entre los demás pueblos. Fijando la atención en estas observaciones, no podrá decirse que los romanos h a n cubierto toda la tierra, pero sí que toda la tierra se cubrió de romanos, siendo este el mejor camino para llegar á la g r a n d e z a que adquirieron. Causa asombro el ver que la España, con t a n pocos subditos naturales, pueda conservar bajo su dominio tantos reinos y provincias: pero esta nación es mucho mayor que E s p a r ta en sus principios, y a u n q u e los españoles conceden rara vez cartas de nacionalidad, h a cen lo que más se aproxima á esto, que es adm i t i r soldados indiferentemente de todas las naciones, y a u n servirse a l g u n a s veces de g e nerales extranjeros. Por la pragiaátiea-sancion publicada este año, parece que están disgustados de necesitar h a b i t a n t e s y que quieren poner remedio á este m a l . Es cierto que los oficios sedentarios que se ejercen con los dedos más bien que con los brazos, son contrarios por su naturaleza á todo espíritu militar. Los pueblos belicosos a m a n por lo común la ociosidad y preüeren el peligro al trabajo. No se debe reprimir esta i n c l i nación si se quiere que el valor no so a m o r t i g ü e . Era u n a g r a n ventaja para, E s p a r t a . Atenas y liorna, el que fuesen esclavos la m a y o r parte de sus obreros, de la cual se aprovecharon hasta que el cristianismo abolió casi por completo la esclavitud. Lo que más se aproxima á esto, consiste en tener extranjeros para cierta clase de ocupaciones, y tratar de atraerlos, ó de dispensarios por lo menos buena acogida cuando espontáneamente v e n g a n . Los subditos n a t u rales deben ser de tres especies: labradores, sirvientes y obreros, en c u y a clase comprendo á los que se valen de sus brazos y sus fuerzas, como herreros, albañiles, carpinteros, e t c . , sin contar los soldados. Lo que más contribuye á la g r a n d e z a de u n reí 11 o oí armas . :"• ..' n n a a a a 1: da .• a r n e r a c o a s í i t ' ' a ' d s e 'acaba,ca> be Id a , 1 1] a i j quo m m i di •I. u ) m b 'i » i J i í ti 11 a > t > , la- t ^ a , b los a .u -. ¡ i a , i i i , t i , tenido m 1 'po ais es ta a i ' i > > i e-i) i] > v 1 1 ; u . b a u o m m í<>^ m i u <. m'> t; -. a c u e r n a '-aame e ve - ; L ' a i L O- turcos io n i a u i i testan h o y día, por más que se hallen en g r a n decadencia: en la cristiandad, los españoles parecen ser los únicos que todavía a b r i g a n talos i n t e n c i o n e s . Es evidente que cada uno hace mayores progresos en aquello á que se dedica con más afición, lo cual basta para creer que tocia nación ! U' i 1 ' 1 i> V Л i ,_. . r i r ¡ r IS Ч .on О •'' : о OOS "• о:'ГО, S r o a J Г '• o>b : t o ' p . a op '.'.'i a d e e • • у • .aie: • • • • '• eere'ee.else . i ; : ubres ó ; 1 : e r е е 'le ' le se ; reaper eeu : a p рГв rai •. n n , . : y v o n u n u r i a n . o r ' Ir g ere , que • «'a, í e r e . e ; . e a b ; • о nia : : ; ее l'a.:.le s o b a : • ; : . I I v o r e a l . : е.; p r o r o o t o . e'o" oeeeolsa a elore i; P e ' Ú O S . о, : а е.. a? s e n espe s a i rezón о-..horion е е е е le. r e n ò I r ' . . e a v o o o . е о . п о е ! uiorcs e os g e e e'b'.. qer; oeeten ; jo r o n s e s y i e a a i o o _,ooolp p o r Io esripro>ia.„ е е з г е e n , l ¡ó г ее. g u e r r a d r n i o de e n g r e n é ; e o^ra E s , p u e s , i n necesario que u n a nación que aspire á constituir un imperio, esté m u y alerta sobre las diferencias que nacerán con motivo de sus limites, de su comercio o del recibimiento de sus embajadores, y que no contemporice cuando se la provoque, y se halle dispuesta á enviar socorros á s u s aliados. No do otro modo se han conducido siempre los romanos: si uno de ¡os pueblos amigos era atacado, a u n q u e tuviese además ron otras naciones una alianza defensiva, ellos eran ios primeros en mandarles socorros tan Jneuro como los pedían, no dejándose j a m á s adelantar en el honor del beneíicio. .Respecto de las g u e r r a s que se hacian a n t i g u a m e n t e por unos pueblos en favor de ios que t e n í a n i g u a l clase de gobierno, no comprendo sobro qué derecho se fundaban: de esta especieeran las de los romanos por la libertad de la Grecia, y la de los lacedemonios y atenienses para estableceré para destruir las democracias y las oligarquías. Tales son a ú n las que sostienen los príncipes ó las repúblicas para, librar de la tiranía á otros pueblos extranjeros. Pero baste advertir, con respecto á este particular, que una nación no debe aspirar á u n a grandeza considerable, si no aprovecha todas las ocasiones de armarse que se le puedan ofrecer. N i n g ú n cuerpo, sea físico ó político, puede conservar su salud sin ejercicio. Una guerra justo, y honrosa es para u n listado la ocupación m á s saludable. Una lucha i n t e s t i n a es semejante al calor de la liebre; pero u n a g u e r r a e x t r a n jera puede compararse al calor causado por el ejercicio, que conservada salud do los cuerpos. L'na paz prolongada acaba con el vigor y corrompe las costumbres, lis ventajoso para .la, g r a n d e z a de u n a nación, a u n q u e no io s e a para su comodidad, que esté casi siempre armada,; y por más que sea m u y costoso el t e n e r perpetuam e n t e un ejército en pié de g u e r r a , cu esto embiste m pac un pueblo sea arbitro de sus vecinos (i -a uue i o g u a r d e n por lo menos u n a .amado consideración. La España es u n a prueba, de lo (pie decimos, y se ve que desde nace (domo veinte anos tiene siempre u n ejército eutrelenido en una parto ó en otra. El listada que consigue el imperio do los •;nares, va por el camino m á s corto á la m o n a r quía universal. Refiriéndose á los preparativos de Poní peyó contra César, decía Cicerón á Ático ¡o s i g u i e n t e : focuoil (!s>,>..siliioa Puiujtci pla-ne ('.VA' ¡/"[«i i-ti'i<i,'. ¡ntliri.» Tfa'Hiis- eiiiiii (¡".i hUli'l fiOl'd-nr. CHiit Y sin duda que Pompeyo h u - biera vencido á César, si por u n a confianza m u y i m p r u d e n t e n o l i u b i o m m cambiad. mor ¡don. , omos 1 jos o r m o : s s e r n e m n o mm : то i v o Ir ; p o r l a d e A c c i o , o o o d e m ' i o d. •m (im a m u m o , у ¡ r o r i o . n o jy.ea son 00.0 immolos : A ; n : on. ••' or; 0 ; ••; : : uni imml'o u An-- - ; s n o ; : ; . o o s rio l o s A n . о о US ' o t o d o i ' en , ¡,o и; ,•<) Osi и CS ' m m •, m s m n o m s .m c o m p : o m o . o a ,oA ! Sido s o m m a n o e s e v i d e n t e m 0 e m m uno ' mm • '0 :i; .e A' 0 0 io.s mo m (i > ì e .uoi'ns. : neoeoo e , iUleu : e • • ' .m, d o • ' m o¡' : e o o e ; .•••;.:ü ..e ' m' е. • • é un . , .eu." ! О, o nu ¡ .e : r o m a n i . . . s d o umе., imo. 0 m A y m n ; m r e f ; e ; ¡ e . e s m ; Ci ' m ï 0 o u ; ij 13no; i u i u b e p.e.. m ."opa o r n e n : 00 ' - - c o m b a t e m.mAAu;, ' ; ' i í ' ron: re • : ..... p e : u n í s : ' m m ;• ; ed.Anon m s y . . n o : mm, : o ¡ •.о".;," . lAor.u. n i n o P m u p e io u m o's mbius " s b á n p r o m e t i d o s a i earioa e •u : е е n : e,s r u a r e s . аОГоПО;П.о> p i s m n e r r e s d o ПО: t u o a p i ri o r n o s e l e u e n e n За o s c u r i d a d , спара: m e n o con aquella puoria a m m a n a у cam ; l í o s h e n о г е o n e t a n t o r e s p ì a . m .oc! о о m; .! 217 l i t a r o s , у.г) t e n e m o s p o r a e s t i m u l a r el v a l o r d e las n o u e s , n a d a m á s q u e a m a n a s ó r d e n e s q u e 'a m i s m o se d i s p e n s a n á la. t o g a o s e á l a e s p a d a . a!p а . г ' d i s t i n c i o n e s e n h e m e e n y a l o r e 1 r o s h a " ' d a h s pura, les sold : . 1 r s / е ю era.'S' e d a d pi» sea " ' o d d n s m) se m ü h e •••••vir: a.a*a a u í l g m m m m e a . c.e carado d e : ie M;d ее e :V"dos ".amo de b i i ' u l ' u , l a s a " ed a . a f"; " ) a ? i .as on. a Lai a l i a r e ) . . ! ' ; a n n a . e m n mpa Idc S q a e se i a v a n i a !• n . deamaños ai vie:,.s y m n e a l e s . a i el n o m b r e '"aduce q u e los r e v o ì e h a r u n i e s le':i i"".:!' : •> a r a • a r a r s. a.' : rio e •"•e¡ • e; 'es e e m ' T a l e s odium •'; or: eira", j a i s ó n t e ;eea : ее ."•• "e a.•'••ree,. e.'a.a c e s a s , r a u p e , c r e a e. ¡ p ' o v a e s , t a n ;umLera.r•••• y um a r i d a : i r n e u d i r V •; m y е щ е oe',:.' e s , eu.. "e e d i m p ma. eie a P a re era é e , : e r ; '•: • : : a n i d a s . dar! e n v i e n e a l e m a n sub: e l e d o , eme i a теките" ì g u a u o, do 'os i u m p V a . a e m . c a i r e ios r o oseoctóanlo ; a ; i ()••%'V, '""О mar no i a ; y pudend; í n s t i t ' u d o u (¡no e a c a u e o . m í a s t r e s omteu inpímda.ntos: io, g l o r i a y el J v>nor de los .'uenoraJ es. el a u m e n t o eel Tesoro p ú b l i co y ios gro.tiuco.ciouas quioó p a m loe s o l d a d o s . P e r o "I h o n o r e x í r a o r d i m i r i o ( e l t r i un lo e o — 218 - - c o n v e n g a en las monarquías sino que para la persona de los reyes ó de sus hijos. Así se hizo en tiempo de los emperadores, los cuales reservaron para sí solos y para sus hijos el honor del triunfo al volver de guerras que ellos mismos h a b í a n t e r m i n a d o , no concediendo á los g e n e rales n a d a más que las i n s i g n i a s y a l g u n a s otras señales de t a n altísima honra. Para concluir este capitulo, añadiremos que nadie, s e g ú n lo dice la Escritura Santa, puede a ñ a d i r u n codo á su estatura: pero que en Ja formación de ios reinos, está ai alcance del poder del principe y de los que gobiernan e x t e n der los dominios: porque introduciendo con prudencia leyes y costumbres semejantes ó poco diferentes de las que hemos indicado aquí, es seguro que h a b r á n derramado para el porven i r u n a semilla de prosperidad. Peto ordinariam e n t e , los principes no se ocupan de estas cosas y dejan que resuelva sobre ellas la fortuna — 21 á — XXX. no lx x\r->-:\:\ ok WS'SKRVAU I.A SALUD. Existe pura caita individuo Tina cierta p r u dencia, que solo se reitere á su persona, y que es más sentirá que todas Jas reírlas generales de la medicina: todo lo que encierra está comprendido en esto consejo: observe cada uno con cuidado lo que es favorable á su salud y lo que la perjudica. Tal es el mejor método para conservarla y la mejor especie de medicina preservativo. Sin e m b a r g o , el razonamiento que se expresa en es i as palabras: Tal cosa no conviene á m i t e m p e r a m e n t o , por lo cual no debo hacer uso de ella, os mejor fundado que este otro: Tal cosa no me perjudica, y por consiguiente pue- do continua:" u s é n u o b . P e r o r o ; d e lo. j i m m . t e l V'O'or r, r p i o r r m v b ;'i о к а d i r a i o do e x c e s o s ííe '••/••••л о ora. e Ч> l a s d e O ' ' Ì 0 a a. ; e . i x ?.. ITKO.'O. ;0 eb о or ; O e , . о : ì _ 3 .;" ó:'e ''Ol i,OO:0 io ) or a • ,.; • .a c e r o г • ": : ao/a ;o<a a e • .. e; , ..•.;!;. .1., у :•:> 00 do;),. ч Г | ' re • ' • •' 00 ' •'• : ,e ,Q ^"s " Г'' eO Ot 1 : e;., e,,. : l: : Г " М.Г de ' 00: 'O.lì < a":'. : i ; 00;s '''d'i Г 0 : л . eVO, : o r ••• a a ó. ed'.', • о r O!Ì'O.:0a. 0.1. : é a e " ; i o .''..'a : : oe' • 0) 7'er'O e: p o e o o a o i e v ¡ o a re o'O r o o m m г . е . Г •' иг; о." e ! О" ;>е ; '. ' O r e : màxima , : (00!. e u r o p e _ Ovvi 0! ,. ; г, ; О;;) ООО ! ¡ .-•! ( • e o e : , ; ; ( OOS -• ;0. Г', а ООО. OÌÓ,:0a р а],0'Га.О:0 e о.е 0:1 sop) c a n i!.:: о r a , é . ; ¡ ! . ' p o r c o o r i p a r i o o i e , a x u n r od. l o a:s d í y a : o . Í e s c o r e o ios ios o: m e d e ' р е Y ' l O S ^ ' O alimentos, vestidos. :\ a l g o orce os dañoso, fe el s n o d o , ei ejercicio, habitación, sea ;imo:i, oto., y si e ; > c o o t r a i s procurée remediarlo p o c o á. p o c o : n e r o s i o s t a v a r i a c i ó n os p e r j u d i c a , volved ; , e y ' a i d e a , Y' eZ, s O r a : . : . O'..è ' ¡00. ;o/ea';v;. 0 0 ' 0 OÓ*. dar : ti r e c o b r a r vuestros antiguos hábitos: bien que ua gOZO C X C C o i v o : V e r t i r U--S Y e C O r C S en lugar ue sacíame oe eiios; c u r r a / frac neo dem e n t e en neo mismo el s c m i m m m u «o i:;, admiración y tic Ja sorpresa por murdo de la novedad, y ¡.referir á los demás e s t n m o, los que presenten á la i m a g i n a c i ó n oi.ioros nobles, grandes y elevados, tales como ío, .historia, la mitólogo:, y el espectáculo do la n a t u r a l e z a . Si os abstenéis de toda especie* do medicamento m i e n t r a s gozáis de salad, el cuerpo encontrará dificultad para resistir los electos de las medicinas cuando u n a enfermedad ó u n a indisposición os obliguen á tomarlas. Si por el contrario, os acostumbráis demasiado á ellas cuando disfrutáis de salud perfecta, luego que u n a enfermedad las haga, necesarias, el cuerpo no experimentará n i n g u n a impresión nueva y no producirán el efecto que se desea. La dieta periódicamente renovada en ciertas estaciones y d u r a n t e cierto tiempo, me parece preferible al uso frecuente de los m e d i c a m e n t o s : la dieta es más alterante, pero ocasiona menos agitaciones y fatiga menos los órganos. Cuando el cuerpo experimenta a l g ú n desarreglo extraordinario no debe descuidarse, y conviene consultar en seguida á un médico. D u r a n t e las enfermedades, ocuparos principalm e n t e de vuestra salud; pero en el estado de salud obrad a t r e v i d a m e n t e y sin acordaros demasiado de vuestro cuerpo. Porque toda persona q u e h a y a acostumbrado su naturaleza á sufrir variaciones frecuentes, podrá en aquellas dolencias que le a t a q u e n y que no t e n g a n el carácter de a g u d a s , curarse con la a y u d a de la dieta y de u n r é g i m e n u n poco más suave que el ordinario. Celso da á este propósito u n consejo que no hubiese a v e n t u r a d o como médico, si al m i s m o tiempo no h u b i e r a sido u n hombre de u n a prudencia consumada: s e g ú n su parecer, eí método eme más s e g u r a m e n t e contribuye á ia conservación de la salud y á la prolongación de la vida, consiste en variar el r é g i m e n alimenticio, los ejercicios y las ocupaciones, combinando al mismo tiempo los más contradictorios o inclinándose á los dos extremos a l t e r n a t i v a m e n t e , y con a l g u n a mas frecuencia al extremo menos peligroso: si por ejemplo, es necesario acostumbrarse á las vigilias y al descanso prolongado, deber;! concederse u n poco más al sueño excesivo que á las vigilias excesivas; t a m b i é n convendrá sufrir dieta u n a s v e ces y tomar otras comidas abundantes, pecando más bien por exceso que por defecto; y asimismo, será ú t i l tener u n a vida m u y activa alternada con u n r é g i m e n más sedentario, c u i dando de acercarse con preferencia al prime]' extremo. Tal es el medio de dar á ia n a t u r a l e za lo que puede satisfacerla, conservándole al mismo tiempo bastante vigor para ejecutar ó sobrellevar las cosas más difíciles y penosas. E n t r e los médicos, h a y unos que son demasiado i n d u l g e n t e s con el enfermo, y que a t e n diendo ios caprichos de éste más de lo que conviene, se separan m u y fácil y frecuentemente de las reglas de u n tratamiento r e g u l a r y m e tódico, olvidando sin duda que al transigir con —- 22-è — eì p a o i e u l e trausigen i a m b i e n c o n la o m b r i n e àvà. Otrcsg p o r ci gidos y eseiavos c o n t r a r i o , son d e m a s i a d o rr- do las r e g i a - de ir ciocci;., por n o separarne de é d a e , n o c o n c e d e r y na-be a i t e i u p e r a a t e n ' o i n d i v i d u a i , a la, s i t a a e i o e ó a ias o i r e u n s t a n c i u s p a r t i c r d a r o s de doni-ermi a L i m o a d dna. mèdico c a v a , m a r c i l a se;», u n térryim> m e - d i o e u l v e e s b a e x i r o m o s , y si n o e s a o s i b i o en- c o n t r a r i o ani, c o m b i n a i ! r e u n i d o s io* d e a i g e m a opuedo; no pero a i c o n s u l t a r a cualcjr.ic-va d o e l i o * , dispenscis ineuor (um d a n z a ad <e e eonoce bien v u e s t r o t e m p e r a m e n t o (pie al q a c g o z a de mayer reputacior.. XXXI. DE EA SOSPECHA. La sospecha es entre los pensamientos lo m í e entre las aves el murciélago, y lo mismo que éste, no vuela nada más que en la oscuridad. No se le debe prestar atención, ó por lo menos no conviene escucharla m u y fácilmente: oscurece el espíritu, aleja nuestros amigos, y hace que se marche con menos desembarazo y perseverancia hacia el objeto que nos proponemos. Las sospechas predisponen los reyes a la tiranía, ios esposos á los celos y los hombres más sabios y prudentes á la irresolución y á una melancólica tristeza. Liste defecto proviene del espíritu más bien que del corazón, y se ve con frecuencia que aun v, las almas más nobles y valerosas n¡> están exentas de sufrirlo. Enrique V i l . rey do I n g l a t e r ra, es u n ejemplo notable de esta verdad: p.w:s príncipes habrán sido á u n mismo tiempo tan valientes y tan dados á la sospecha como 41: pero ésta ofrece menos peligros en un espíritu de elevado temple, que no le da crédito basta después de haber examinado con detención m grado de probabilidad que la acompaña. <pu en los caracteres débiles y tímidos inclinados :' acogerla en seguida. La sospecha es hija de la ignorancia, y por consiguiente su verdadero remedio esta en instruirse ó enterarse de las cosas, en vez de alimentarla en el silencio: las sospechas crecen en las tinieblas y se a l i m e n t a n de h u m o . Además de lo dicho, son t a n injustas como perjudiciales: los hombres no son ángeles y cam i n a n hacia sus fines, como los que desconfían de ellos c a m i n a n hacia los sayos: ¿exigirán éstos que sus intereses sean mirados por ios demás hombres con mayor atención que los i n t e reses que á estos mismos hombres pertenecen? El mejor medio para moderar las sospechas, es tomar precauciones como si fueren fundadas y disimularlas como si fueren falsas; porque la. ventaja que proporcionan las sospechas gober- nadas de este modo, consiste en que nos conduciremos de tal suerte, que a u n en el caso de jue sean verdecieras no tendremos nada que temer. Las qee sin motivo a l g u n o nacen en nosotros mismos, no son otra cosa que u n zumbió tan impertinente como vano y ridiculo: pero las que nos inspiran y las que fomentan en n u e s tro animo las intenciones maliciosas ó inconsideradas de los chismosos y charlatanes, tienen ana, especie do aguijón que las hace penetrar m u y profundamente. El mejor remedio para salir del laberinto de las sospechas, es confesarlas con franqueza á las personas en quienes las hacemos recaer. De este modo nos procuraremos arofiablemente a l g u n a s luces sobro el sugeto que nos h a y a inspirado desconfianza, y lograremos además hacerlo más circunspecto y cuidadoso de sí mismo, para que no vuelva á lar motivo á semejantes recelos. Pero guardaos bien de hacer tales confesiones á un alma baja y pérfida, porque cuando u n hombre do este carácter conoce que inspira desconfianza, no hay que contar en lo sucesivo con su fidelidad: isí lo dice el proverbio italiano, suspetto Hcenzia /"ede, como si la. sospecha debiese excluir y ahuyentar la buena fé. siendo así que debe, por el contrario, obligar ¡i, manifestarse tan claramente, que no se pueda volver á dudar en lo sucesivo. XXXII. !)F, I.A COXVKKSACrOX. Se encuentran muchos hombres que en la conversación cuidan más de hacer alarde de su ingenio y de manifestar que se encuentran capaces de defender toda clase de opiniones y de hablar sin descanso sobre toda clase de asuntos, que de dar pruebas de un juicio bastante sano para .separar prontamente la verdad del error: se conducen como si el verdadero talento en este punto consistiera en saber todo lo que se puede decir, más bien que todo lo que se debe pensar. Hay otros que t i e n e n u n cierto número de Jugares comunes sobre los cuales j a m á s se c a n san de hablar, pero que fuera de ellos se ven obligados á reducirse al silencio. Este género de esterilidad les hace parecer monótonos, e n fadosos y hasta m u y ridículos, después que se les descubre este defecto. El papel más d i g n o que se puede desempeñar en la conversación, consiste en alimentarla impidiendo que ruede largo tiempo sobre u n mismo particular, y procurar con destreza que pase de u n asunto á otro, haciendo el oficio, si vale decirlo así, del que dirige las figuras y movimientos en u n baile. Es bueno variar el tono de la conversación, entremezclando t a m b i é n en ella los discursos sobre asuntos presentes y del momento, y sobre sucesos pasados y venideros; las narraciones con los razonamientos, las interrogaciones con las aserciones, y en fin, lo burlesco con lo serio. Se hace pesada y l a n g u i d e c e cuando se fija mucho sobre u n mismo p u n t o . E n cuanto a las bromas, diremos que h a y cosas que j a m á s deben ser objeto de ellas, y que en cierto modo ueben gozar u n privilegio: tales son la religión y los asuntos de Estado, los g r a n d e s h o m bres, las personas constituidas en. d i g n i d a d , los — ruto - asuntos graves de las personas presentes, y también toda desgracia que deba inspirar compasión. Hay sugctos que temerían dormirse si de vez en cuando no lanzasen a l g u n a sátira picante: pero este es un hábito detestable y de! cmd debemos t r a t a r de despojarnos. •• perro. /ii'Ci . s / i t / i / ' l / . s . c( _/})/•/'i/f.s i'fi'i'i', I n r i s . No I n g a s mucho uso de las espuelas y ¡en la brida sujeta. -'Ovidio. Metamorfosis i!, i27. • 1 Existo g r a n diferencia entre una broma graciosa y u n a sátira a m a r g a , y es preciso no confundir una palabra brillante con un sarcasmo; porque si un hombre satirice hace temer a los demás hi agudeza de su i ¡¡genio. <•! debe u su vez temer.á su propia memoria. ISI que suscita cuestiones á m e n u d o , aprende mucho y agrada g e n e r a l m e n t e , sobre todo si sabe apropiarías al género de i n t e l i g e n c i a de las person a s á quienes las propone. En proporcionándoles oportunidad de hablar de l o q u e mejor saben, se satisfacen de sí mismas y de quien les dio ocasión a ello, y lo ilustran con nuevos conocimientos que le cuestan bien poco. Sin embargo, es preciso guardarse de ser importuno, proponiendo demasiadas cuestiones tinas detrás die otras y como haciendo sufrir a los interlocutores u n a especie de examen 6 interrogatorio. Dejad que cada cual hable a su vez. y si se < ncueutr» a l g u n o que tomando la palabra frec u e n t e m e n t e la conserva largo rato haciéndose de e>te modo el ¡irauo de ¡o, conversación, e x traviarle ti propósito, para que otros de los que g u a r d a n .silencio puedan t a m b i é n entrar en t u r n o . Si tenéis a l g u n a vez la destreza de u n g i r i g n o r a n da de lo que mejor soltéis, pareceos í'recuenteiuiuig; que sabéis a u n aquello que ignoráis. Es conveniente hablar poco de nosotros mismos, y esto poco con mucho tino y cuidado. L ú a persona, á. quien nosotros conocemos, decía "un temo irónico de otra que tenia esta. ílaque>.a: «Preciso es que este hombre sea un dechado de sabiduría y de prudencia cuando tanto había de sí mismo.o No hay más que u n a sola m a n e ra do alabarse con oportunidad, y ésta consiste cu- hacer en otro el. elogio de u n a virtud ó un. talento que uno mismo posee. Guardaos mucho de permitiros con frecuencia alusiones p i cantes que se refieran á personas presentes. La conversación debe ser como u n paseo por terreno llano y despejado, y no como u n camino que conduce á tai ó a cual ciudad, ó como u n sendero que lleva, al castillo de este ó del otro personaje. He conocido en u n a de nuestras provincias occidentales dos sugetos, uno de los cuales se d i s t i n g u í a por la noble y elevada m a n e r a con que dispensaba la hospitalidad y por la abundancia y esplendidez de su mesa, pero que era aficionado á sátiras y burlas, y bacía de este modo que su magnificencia costase demasíado cara. P r e g u n t a n d o el otro cierto dia á uno de sus amigos, que había comido en casa de este magnifico chanceador, si m i e n t r a s estuvieron á la mesa no había lanzado n i n g ú n e p i g r a m a contra a l g u n o de los asistentes, el sugeto á quien se hizo esta p r e g u n t a le respondió que en efecto se había tomado esa libertad . á cuyo propósito dijo el i n t e r r o g a n t e : «Yd sospechaba yo que de ese modo habría echado a perder u n a b u e n a comida.» La discreción y oportunidad en los discursos valen más que la elocuencia, y el apropiar bien io que se dice al carácter y al género de talento del auditorio, es preferible á u n modo de h a b l a r metódico y e l e g a n t e . Saber hablar de seguido sin hacer una división pronta y cabal, es u n síntoma de pesadez en el espíritu. Hacer u n a rápida división y no saber formar u n discurso continuado, indica u n entendimiento estéril y que tiene poco fondo. Se sabe que ios animales que más corren no son los que tienen mayor facilidad para hacer marros, y esta es la diferencia que se observa entre el galgo y la liebre. Circunstanciar minuciosamente todo lo que se dice y detenerse en un largo preámbulo antes de venir al hecho, hace las conversaciones fastidiosas; pero no especificar n i n g u n a circunstancia, hace el discurso áspero, seco y descarnado. XXXIII, ÜK O.AS COLONIAS d FUNDACIONES DE PUEBLOS. De todas las empresas acometidas en los tiempos primitivos, las más heroicas fueron las colonias ó fundaciones de pueblos. El mundo producía en su juventud más hijos que ahora que se halla en la vejez, puesto que las colonias - fio i- — se pueden mirar como la verdadera prole de las naciones más a n t i g u a s , que (i su vez nacieron de otros pueblos anteriores. La fundación de un pueblo debe hacerse en u n suelo deshabitado, es decir, en un paraje donde no sea preciso expulsar á unes moradores para que se establezcan los otros, pues esto seria, propiamente hablando, una injusta extirpación y no u n a verdadera fundación. Lina colonia es como un bosque que se ¡danta: no se dc «e esperar que dé a l g ú n producto hasta después de una v e i n t e n a de años, ni grande? rendimientos hasta que haya transcurrido un reioodo oe tiempo mucho mas largo, lil deseo de una g a n a n c i a p r e m a t u r a ha destruido la mayor parte de las colonias: pero sin e m bargo no deben despreciarse los provechos obtenidos p r o n t a m e n t e , siempre que no decaiga, la colonia uno los produce. Es u n a empresa vergonzosa y m u y desacertada, el querer formar una colonia con la espuma ó ios desechos de una nación, es decir, con los malhechores, los desterrados y demás criminales. Jo cual seria corromperla y perderla de a n t e m a n o . Los hombres de esta clase son incapaces de una vida arreglada, son perezosos, y sienten aversión hacia todo trabajo útil y pací! ----- :>35 - - fleo; cometen nuevos crímenes, cousumen con despilfarro ios provisiones, se cansan m u y pronto de esta manera de vivir, y envían á !a m e t r ó poli faisas noticias con g r a n d e perjuicio de la colonia. Los hombres que deben preterirse para esto objeto s o n los que ejercen las profesiones activas más necesarias, como jardineros, labradores, obreros en hierro y m a d e r a , pescadores, cazadores, farmacéuticos, cirujanos, cocineros, cerbeeeros, etc. En arribando al país donde se trata de establecer la colonia, de'oe comenzarse por observar entiles son Pos productos, sobre todo ios alimenticios, <pie el suelo suministra natural y espont á n e a m e n t e , tales como castañas, nueces, pinas, ciruelas, cerezas, aceitunas, dátiles, miel silvestre, etc. Después debe i n d a g a r s e cuáles son entre la misma clase de productos a l i m e n ticios, los (pee crecen en el espacio de u n año, los que el país produce por sí misno y los que puede producir fácilmente, tales como las zanahorias, chirivías, nabos, cebollas rábanos, coles, molones comunes, sandías, m a í z . etc. El trigo, la cebada y la avena, e x i g i r í a n ai principio demasiado trabajo; pero se pueden sembrar liabas y g u i s a n t e s , que viven sin m u c h o cultivo y que pueden suplir á la carne y ai pan: el arroz que r i n d e m u c h o , puedo llonar el mismo objeto. Se deberá tener, sobre todo, u n a a b u n d a n t e provisión de g a l l e t a y de h a r i n a para atender á la subsistencia de la colonia, basta que ella pueda cosechar trigo en el país mismo. E n cuanto al g a n a d o y la volatería, conv e n d r á escoger las especies menos expuestas á enfermedades y que m á s se m u l t i p l i q u e n , como cabras, puercos, g a l l i n a s , ánsares, pavos, palomas, conejos, etc. Los víveres deben distribuirse por raciones como en u n a ciudad asediada. El terreno empleado en la j a r d i n e r í a y en la labor debe ser común y los productos deben encerrarse e n depósitos públicos. A veces deberán e x ceptuarse a l g u n o s pequeños trozos de tierra, cuyo aprovechamiento se dejará á los particulares para que en ellos ejerzan su industria. E n t r e las producciones naturales del país, obsérvenselas que podrían ser objeto de comercio y fuente de riqueza para la colonia, como se h a hecho con el tabaco de la V i r g i n i a : esto podrá contribuir á los gastos del establecimiento, en la suposición de que tales empresas no sean más perj udicíales que útiles para la colon i a . E n la m a y o r parte de los l u g a r e s donde se establecen colonias, se e n c u e n t r a abundancia de maderas, que son u n a m e r c a n c í a de fácil salida y que podrá servir de mucho en el mismo país, con tal de que se e n c u e n t r e n a l g u n a s m i n a s de hierro ó a l g u n a s corrientes de a g u a para los molinos. Si el calor del clima p e r m i t e e s t a blecer salinas, debe ensayarse esta i n d u s t r i a , que puede procurar g r a n d e s r e n d i m i e n t o s . Si la seda vegetal se e n c u e n t r a en el país, será t a m b i é n u n artículo m u y lucrativo. La pez, la brea y el a l q u i t r á n a b u n d a r á n asimismo e n u n país donde se crien muchos pinos y abetos. Las drogas y las maderas de olor deben considerarse como unas mercancías preciosas. Lo mismo puede decirse de la sosa y de otros muchos artículos de comercio; pero no h a y que afanarse demasiado en las m i n a s , especialmente en los primeros tiempos de la colonia, pues son con frecuencia empresas engañosas que ofrecen g a s tos considerables, y el cuantioso provecho que se espera sacar de ellas hace que se descuiden los negocios más seguros. Respecto del gobierno, nos parece que debería estar en las manos de uno solo, auxiliado por u n consejo. Este gobierno deberá ser m i l i tar, suavizado a l g u n a s veces por prudentes restricciones. Evítese á todo t r a n c e depositarlo en m u c h a s personas, con especialidad si están in- teresadas en Jas empresas de la colonia: más valdría, que estuviese gobernada por g e n t i l e s hombres que por mercaderes, porque estos últimos no a t i e n d e n , por regla g e n e r a l , sino que al provecho présenlo y á las g a n a n c i a s prematuras. La colonia deberá hallarse libre de impuestos basta que h a y a adquirido cierto desarrollo, y asimismo, deberá tener completa libertad para trasportar y vender sus géneros donde m á s le c o n v e n g a , á menos que a l g u n a razón particular é i m p o r t a n t e aconseje poner l i m i t a ciones á su comercio. Debe cuidarse t a m b i é n de no a u m e n t a r la población de la colonia sino que p a u l a t i n a m e n t e , s e g ú n lo exija la necesidad de nuevos b r a zos y s e g ú n lo p e r m i t a n los medios de subsistencia con que se c u e n t e . Sucede m u c h a s veces que se destruyen ó a r r u i n a n en poco tiempo las colonias por haber sido establecidas demasiado cerca del m a r , de los rios ó de l u g a r e s pantanosos. Siempre será conveniente en los principios no alejarse de las costas ó de las orillas de los rios navegables, para prevenir la dificultad de los trasportes ú otros parecidos inconvenientes. Pero pasada esta época, será más provechoso penetrar en el interior del pnw y establecerse en parajes más sanos, que permanecer en sitios donde ia excesiva abundancia de ias a g u a s perjudiquen á la salubridad del aire. T a m b i é n interesa m a c h o á la salud de los colonos que t e n g a n una g r a n provisión de sal, tanto para usarla e n los alimentos ordinarios, como para hacer y conservar salazones. Si se establece la colonia en un país de salvajes, no bastará contentarlos con regalos de poco valor: será preciso g a n a r su corazón con una. conducta constantemente moderada y j u s ta, sin olvidarse un momento de atender a la propia seguridad. Xo deberá g a n a r l e su a m i s tad ayudándoles á combatir á sus enemigos, sino solamente protegiéndolos y acudiendo á su defensa. T a m b i é n será conveniente enviar de vez en cuando a l g u n o de estos salvajes á ia metrópoli, á lin de que p u e d a n ver por sus m i s mos ojos que la condición de los hombres civilizados es más dichosa que la suya, y puedan dar de ello una alta idea á sus compaisanos. Así que la colunia se h a consolidado, es la ocasión oportuna de llevar mujeres, á fin de no depender del exterior para reponer el descenso ó las mermas de la población. Xo h a y bajeza más criminal n i más odiosa — 2 4 0 — que la de abandonar una colonia después de haber hecho que los individuos que la compon e n abandonen la metrópoli. La infamia que lleva consigo una conducta semejante, es la de sacrificar á una infinidad de desgraciados, en cuyo mayor apuro los desampara el mismo que los comprometió. XXXIV. nrc LAS R](>I;EZAS. Para dar una justa y cabal idea de las riquezas, deberían llamarse el bagaje de la virtud: calificación que sería aún más exacta si pudiéramos emplear un término que significase precisamente lo que la palabra impedimenta, por la cual designaban los romanos el bagaje de un ejército; pues es indudable que ese mis- rao oficio hacen las riquezas respecto de la virtud. Es, sin disputa, el bagaje m u y necesario, pero embaraza la m a r c h a , y el cuidado de defenderlo hace perder ocasiones de las cuales depende la victoria. La utilidad de las riquezas consiste en el placer que proporciona el gastarlas, siendo todo lo demás u n a ilusión engañosa. A la sombra de la opulencia prosperan u n a porción de personas: ¿pero qué ventaja real y positiva proporciona esto al poseedor de las riquezas? Cuando m á s , la de presenciar el g r a n d e despilfarro que se hace á sus expensas, que es u n placer sólo agradable) á los ojos. Por consiguiente, el que dispone de u n a g r a n fortuna no goza de la totalidad de lo que posee, y todo el fruto de m s inmensos bienes está reducido al trabajo de guardarlos, al cuidado de darles inversión, o al necio placer de a l i m e n t a r con ellos u n lujo t a n ostentoso c o m o vano. ¿Sabéis por qué se ha atribuido u n precio i m a g i n a r i o á ciertos g u i jarros relucientes, y por qué se h a n emprendido n i n f a s y t a n fastuosas obras? Pues ha sido con objeto de que tan g r a n d e s riquezas parezcan útiles para a l g u n a cosa. Xo desconozco que á esto podrá p r e g u n t a r se: el que las posee, ¿no puede servirse de ellas ¡i; para defenderse y librarse en cierto modo de los peligros, de los trabajos, de molestias y penalidades sin n ú m e r o á que s- i ¡rilan expuestos los pobres? pero responderé .>íu vacilar n e g a t i v a m e n t e , siendo el misa.o Salomón quien m e ofrece la respuesta: Id rb-e. dice, se cree m u y fuerte contemplando so- inmensos bienes, pero toda su fuerza consi -a <. u una for taleza que ha fabricado en su i - v i g m a e i o n Se ve, pues, cuan acertad á m e n l e - 0 0 0 0 ; este sá Ido monarca, que el poder del ro-o os i«n falso como un ensueño, ó mejor a ú n . coum un castillo de leve h u m o . Sirven en efecto ¡as riquezas pam vender á sus poseedores, más bien que para rescatarlos, y no cabo duda, en que es m a yor el n ú m e r o de ricos á quienes pierden, que el n ú m e r o de los que s a l v a n , lo cual debe retraernos de aspirar á una fastuosa opulencia. ¿Y no debernos contentarnos con una. fortuna que so pueda adquirir h o n r a d a m e n t e , que se gaste sin apuros n i despilfarro, y que no eause u n a profunda pena si se pierde? No aconsejamos por esto que se afecte u n desprecio filosófico por las riquezas: conviene más aprender a hacer buen uso de ellas, siguiendo el ejemplo de Rabirio Postumo, cuyo elogio hace Cicerón en estos términos: «La naturaleza misma de ios medios que emplea para a u m e n t a r su fortuna, prueban sobradamente que al aspirar á la opulencia, no busca u n a presa para su avaricia, y *í un medio para dispensar su beneficencia.>• Escuchemos ahora á Salomón.- y guardémonos de correr tras las riquezas: edil que corre en busca de ¡as riquezas, no permanecerá mucho tiempo inocente. S e g ú n una definición de los poetas, cuando floto, dios de ¡as riquezas, es enviado por J ú piter, camina m u y despacio como si fuese por una senda escabrosa: pero cuando es enviado por Pintón, corre r á p i d a m e n t e : alegoría cuya siguí bou d o n os que les ríemelas- nciqmñúns con un trabajo honrado y laborioso l l e g a n á paso lento, y que; por el contrario, las que vienen por m u e r t e de otro, es decir, por herencias, legados, etc., Hueven ó descargan en cierto modo sobre las personas á quienes v a n á e n r i q u e cer. P a n d o á. esta fábula diverso sentido y considerando a Pluton como el demonio, también se podra hacer de ella u n a aplicación i g u a l m e n t e oportuna: porque cuando las riquezas son dispensadas por el favor del infierno, se adquieren por medio del fraude y la violencia, por injusticias y manejos c r i m i n a l e s , de tal suerte que parece que l l e g a n corriendo. — 244 — Hay muchos medios de enriquecerse, pero son pocos los medios honrados, debiendo considerar la economía como uno de los más seguros entre los de la ultima especie, s i n embargo, la m i s m a economía nó es completamente intachable, porque aparta un poco del cumplimiento de los deberes que impone la filantropía y la caridad. La perfección de los métodos de a g r i c u l t u r a son el camino más expedito y n a t u r a l para e n riquecerse en esta profesión, y los productos que da ia tierra á los hombres que saben m e r e cerlos por su trabajo y su i n d u s t r i a , son los dones de la m a d r e común de ios moríales. Esto camino es a la verdad un poco largo: poro cuando los hombres y a ricos dedican sus capitales al cultivo, su fortuna adquiere u n rápido y prodigioso acrecentamiento. Yo conocí u n lord que había adquirido u n a fortuna i n m e n s a por este medio, que t e n i a g a n a d e r í a s de varias clases, bosques, m i n a s de carbón, de plomo y de hierro, rentas de trigo y otros productos de esta n a t u raleza; de suerte que la tierra era para él u n a especie de s e g u n d o océano que le proporcionaba todo género de bienes. Este sugeto había sufrido, en los principios de su fortuna., muchos afanes y trabajos para adquirir algunos recursos: pero así que los hubo conseguido, avanzó con m u c h a menos dificultad hasta llegar á la más g r a n d e opulencia. Sucede, en electo, que cuando u n hombre dispone de fondos considerables, tiene u n a v e n taja inmensa y constante sobre ios demás; puede aprovecharse de las mejores ocasiones, e m plear en g r a n d e y á precios más baratos, reservar sus géneros para el tiempo en que se v e n dan unís caros, y por ú l t i m o , participar de las g a n a n c i a s de aquellos mismos que, teniendo menos intereses, so ven precisados á pedirle á préstamo ó á surtirse de sus almacenes: medios todos que i n d u d a b l e m e n t e c o n t r i b u y e n á e n r i quecerle en poco tiempo. Las g a n a n c i a s y emolumentos de las diferentes profesiones son justas y l e g í t i m a s , y las cansas que pueden a u m e n t a r l a s son la a c t i v i dad y u n a reputación de honradez adquirida con u n a conducta i n t a c h a b l e . Las utilidades del comercio son de naturaleza u n poco más dudosa, sobre todo cuando se obtienen abusando de la estrechez y a n g u s t i a de los demás, c u a n do para lograr las mercancías á precio más barato se corrompen los dependientes, comisionados, etc., de los vendedores, y cuando se alejan por medios fraudulentos los concurrentes que se hallarían dispuestos a ofrecer por ios artículos un precio más crecido. Cuando ios hombres de esto carácter compran para revender, soborn a n á los corredores para g a n a r de antemano por dos conceptos. Las compañías ó sociedades de comercio son también u n medio de enriquecerse, cuando se tiene buen acierto ¡¡ara elegir los asociados. La usura es uno de los medios más eficaces para adquirir fortuna; pero es t a m b i é n uno de los más inicuos; el usurero come el p a n que otro g a n a con el sudor de su frente, y se puede decir que trabaja, el d o m i n g o . Sin e m b a r g o , a u n q u e este medio es bastante seguro, no deja do tener sus riesgos: los notarios y a g e n t e s exageran por su interés particular la fortuna del que pide el préstamo, a u n q u e sepan que sus negocios se e n c u e n t r a n en m u y mal estado. El que i n v e n t a u n a cosa útil ó m u y agradable, el primero que la presenta al público ó el que tiene privilegio para explotarla, adquiere a l g u n a s veces por estos medios u n a copiosa fuente de riqueza, como sucedió con el primero que hizo el azúcar en las Canarias. Asi pues, cuando u n hombre posee á u n mismo tiempo m u y buen juicio y m u c h o i n g e n i o de i n v e n ción, tiene en su mano un g r a n recurso pura enriquecerse m o n i a m e n t é , sobre todo si las circunstancias le son favorables. El que solo quiere g a n a n c i a s bien aseguradas, pocas veces llega a conseguir una g r a n fortuna, y el que es ariciomido a arriesgar el todo por el todo, concluye por labrar su propia r u i n a . Deben combinarse las empresas peligrosas con aquellas otras cuyas utilidades son más seg u r a s , á liu do que estas últimas p o n g a n en estado de soportar las pérdidas á que exponen la- primeras. También se adquieren riquezas en poco tiempo valiéndose de los monopolios, ó solamente empleando en junto para surtir á los vendedores al menudeo, cuando las leyes no ponen trabas á este género de comercio: y se adquieron, sobre todo, cuando se discurro con bastante acierto, para proveer en qué tiempos y en qué lugares será mayor la d e m a n d a de la mercancía que se ha comprado. 'Las riquezas adquiridas al servicio de los reyes ó de ios g r a n d e s , son honrosas por sí mismas: pero cuando constituyen el precio de la adulación y de la i n t r i g a , d e g r a d a n y envilecen en vez de honrar. Sin e m b a r g o , el arte de atrapar, por decirlo así, las herencias y legados de los ricos, arte que Tácito reprende en Séneca., diciendo que parecía envolver en sus redes á ios hombres poseedores de g r a n d e s fortunas, es para enriquecerse u n camino más vergonzoso a ú n que el anterior, y t a n t o más infame, cuanto que obliga á emplear la adulación con personas de u n orden subalterno. No debe creerse siempre á esos sugetos que afectan despreciar las riquezas; porque los que las desprecian t a n fácilmente, son por lo r e g u l a r los que desesperan de poder adquirirlas y los mismos q u e m a s las estiman si a l g u n a vez llegan á poseerlas. Tampoco debe llevarse la economía, hasta la miseria: no debe olvidarse que si las riquezas t i e n e n alas, con las cuales a l g u n a s veces se alejan para no volver, otras veces conviene hacerlas volar á g r a n distancia, á fin de que vuelvan a u m e n t a d a s . Los hombres al morir dejan sus bienes á sus hijos, á sus parientes colaterales, á sus amigos ó al público. Cuando los legados de estas diversas especies no son de g r a n d e s cantidades, producen efectos más ventajosos. Una g r a n fortuna dejada á un heredero, es u n cebo que llama á las aves de rapiña en torno suyo, no pudiendo defenderse de la voracidad con que éstas le amen a z a n , si no le a y u d a n la edad y u n juicio experto y maduro. De i g u a l modo los g r a n d e s donativos hechos al público por los que m u é - — 21-í) — ren, y las fundaciones fastuosas que forman parte de sus disposiciones testamentarias, se parecen á ios sepulcros lujosos, que á pesar de su brillante apariencia, bien pronto no encierran otra cosa que corrupción. Asi pues, no midáis el valor de vuestros donativos y legados por la cantidad á que asciendan, sino por su conveniencia y por la utilidad que h a y a n de producir, observando en esto como en todas cosas, justas y prudentes proporciones. Por último, no difiráis estos legados hasta la hora de la m u e r te, pues hablando con propiedad, un m o r i b u n do al disponer de lo suyo, dispone de lo que en cierto modo ya no le pertenece, XXXV. SoL;i:L LAS P u o r i l C L V S Y OTRAS Í01K Ol LO'iüXIO-.. No hal liaremos en este articulo de las profecías sagradas contenidas en los libros santos, ni de los oráculos de los paganos, n i tampoco de los pronósticos naturales: sino solamente de las predicciones que lian llegado á adquirir cierto renombre y cuyas causas son e n t e r a m e n t e desconocidas. Se lee. por ejemplo, en el Antiguo Testamento, que la Pitonisa consultada por Saúl le dijo: « M a ñ a n a , tú y tus hijos estaréis conmigo.» E n Virgilio se e n c u e n t r a n versos imitando á los de Homero, que dicen en sustancia: «'Un dia llegará en que los descendientes de Eneas reinen sobre todas las naciones del universo, prolongándose este imperio hasta los siglos más remotos:» profecía que parece referirse ai imperio romano. También se conocen estos versos de Séneca el trágico: •<AIguna vez en los tiempos venideros, habrá n a v e g a n t e s audaces que abran u n camino á través del océano, y que descubran una, tierra inmensa que este m a r g u a r d a en s u vasto seno: entonces aparecerá u n nuevo m u n d o á los ojos de los mortales ahombrados, y la Islandia dejará de ser el ultimo eoniin del m u n d o conocido.» Como se ve. esta profecía parece a n u n c i a r el descubrimiento de las Americas. La bija, de Pollera tes. tirano de Samo?, vio en sueños á su padre bailado por J ú p i t e r y recibiendo la unción de, manos do Apolo. Sucedió e n efecto, poco tiempo después, que h a b i e n do sido este tirano enclavado en una cruz en u n l u g a r descubierto y con el cuerpo expuesto á un sol ardiente, se cubrió de sudor y fué en seguida bañado por la lluvia, írílipo, rey de Macedonia, soñó que halda puesto su sello sobre el vientre de su esposa: y explicándose este sueño á su m a n e r a , dedujo que era estéril: pero Aristandro, su adivino, le dijo que m u y por el contrario, debía creer que su esposa estaba en cinta, fundándose en que o r d i n a r i a m e n t e no se sella sobre cosa que esté, vacía. L.a fantasma que apareció á Bruto en su tienda, le dijo: c T á m e volverás á ver en Filipos.» Tiberio dijo un dia á Galba: <<TÍL larabien, (Jaiba, tú también gozarás u n poco del poder soberano.-' Cuando Vespasiano estaba aún en dudea. una, profecía, que se extendió mucho en ios países orientales, anunciaba, que el que partiese de allí en dirección á la Italia, obtendría, el imperio clel universo: profecía que se podría aplicar al Salvador del. m u n d o , pero que Tácito, que es el escritor que la refiere, la aplica al emperador Vespasiano. Don a c i a n o vio en sueños la noche que precedió al dia. en que fué m u e r t o , u n a cabeza de oro naciendo de su cuello. Sucedió realm e n t e que los príncipes que le siguieron hicieron renacer una nueva edad de oro. E n r i q u e VI, r e y de I n g l a t e r r a , dijo cierto dia que se lavaba las m a n o s , señalando á u n ¡oven caballero que le tenia el a g u a m a n i l y que reinó después con el n o m b r e de E n r i q u e V i l : «Este joven será al fin el dueño de la corona que h o y nos disputamos.» Recuerdo haber oido al doctor Pena, cuando m e encontraba en F r a n c i a , que la, r e i n a madre, Catalina de IMédicis, que creía en la astrología. fué en u n a ocasión á conocer el horóscopo de E n r i q u e II. su esposo, dando solamente la hora del nacimiento.de este príncipe y suponiéndole otro nombre: y el astrólogo, después de haber hecho su cálculo, respondió á la reina que su maridó moriría en un duelo. Esta respuesta le hizo reir, creyendo m u y s e g u r a m e n t e que el r a n g o eievadísimo que ocupaba, su esposo lo ponía á cubierto de la desgracia que le habían presagiado. Pero el hecho i'ué que E n r i q u e 11 pereció en un torneo, donde luchando con el conde de Montgoinmcry, se rompió h i l a n z a de este, y uno de los pedazos se introdujo por la visera, del r e y . hiriéndole mortalmente. Se conoce t a m b i é n esta predicción del astrónomo J u a n rvlúller: <E1 año 88 (1588; será u n año memorable.» So ha creído que esto pronóstico se cumplió cuando Felipe II. rey de España, mandó contra I n g l a t e r r a aquella escuadra formidable que los españoles llamaron arniada iftrmcilde, la m a y o r que j a m á s se había visto en los mares, si nó por el número de los buques, á lo menos por su fuerza. E n cuanto al sueño ele (íleon, se puede creer que no fué más que u n a broma: soñó que u n d r a g ó n de u n a l o n g i tud prodigiosa le devoraba, y se asustó mucho con la explicación que de este sueño le dio u n tocinero. Las predicciones de esta especie son m u y numerosas, sobre todo si se c u e n t a n las de los astrólogos y los sueños proféticos, y por esto causa lie creído deber referirme sólo á los más conocidos y acreditados. Estas supuestas profecías deben ser todos igualmente despreciadas, y merecen clasificarse entre esos cuentos que sirven para entretener a las g e n t e s sencillas, cuando están alrededor ¡leí fuego d u r a n t e las largas noches de invierno. Pero cuando digo que deben despreciarse, quiero siguííicar solamente que no son d i g n a s de n i n g ú n crédito: y el cuidado que ponen ciertas personas en extenderlas y acreditarlas, merece tanto más llamar la atención del gobierno, cuanto que a l g u n a s veces h a n ocasionado grandes desgracias. E n muchos países existen leyes m u y severas, destinadas expresamente á prohibirlas y evitarlas. No desconozco que podrá preguntárseme: ¿cómo unas predicciones t a n aventuradas so h a n podido acreditar? Esto se puede atribuir á tres causas: I d Cuando el acontecimiento verificado es conforme al pronóstico, los hombres observan esta conformidad; pero en el caso contrario, pasa desapercibida la falsedad del presag i o . — 2 , Ocurre con frecuencia, que conjeturas probables ú oscuras tradiciones, se convierten en profecías después que se cumplen casualm e n t e , y seducido el hombre por una afición — 2.V> - - i n n a t a á todo lo que le ofrece a l g ú n misterio, y por u n vivo deseo de conocer el porvenir, se i m a g i n a con m u c h a facilidad que puede predecir atrevidamente lo que solo le es permitido conjeturar: explicación que puede aplicarse á ios versos profétieos de ¿('meca el trágico, puesto que las tierras conocidas en su tiempo constituían una pequeña parte de la superficie del globo, y en vista de esto era fácil presumir q u e existiesen más allá del Océano Atlántico comarcas de u n a g r a n d e extensión; y siendo, por otra, parte, completamente improbable que u n wpacio t a n dilatado no fuese mas que u n m a r >in continente y sin islas, y estando además apoyado este razonamiento por la a n t i g u a tradición que se e n c u e n t r a en el Timeo de Platón y por lo que dice de la Atlantida, pudo m u y bien atreverse el. poeta á convertir la conjetura en profecía.—3.' La principal y ú l t i m a causa está en que la mayor parte de estas predicciones, cuyo número es infinito y que son el fruto de la impostura ó de la locura, han sido hechas sobre datos seguros. XXXVI. i » ! T.A A M i i K j r n X . La ambición es u n a pasión cuyos efectos son m u y semejantes á los de la bilis; pues se sabe (pae cuando este liumor funciona sin obstáculo, hace filos hombres activos, ardientes y emprendedores, m i e n t r a s que cuando se siente detenido se vuelve m a l i g n o y venenoso, siendo esto mismo lo que sucede con la ambición. En tanto que un ambicioso encuentra expedita la senda por donde puede elevarse y adel a n t a r en su carrera, es m á s inquieto y ruidoso que temible; pero si sus deseos encuentran obstáculos insuperables , un descontento secreto que le mortifica le hace m i r a r con malos ojos á ios hombres y los negocios, y no se satisface sino que cuando iodo m a r c h a desastrosamente, lo cual constituye la más criminal y peligrosa de c u a n t a s disposiciones puede tener u n h o m bre consagrado al servicio del príncipe ó del Estado. Así pues, siempre que u n príncipe se crea en la necesidad de servirse de u n ambicioso, debe emplearlo y dispensarle las recompensas, de modo que n u n c a deje de a d e l a n t a r a l g o . Pero como este movimiento siempre progresivo en un «ugeto, expone al monarca á muchos inconvenientes, acaso sea mejor no emplear de u n a m a n e r a directa á hombres de este carácter; porque si sus servicios no le hacen prosperar, se conducirá de suerte que c a i g a n con él y se i n utilicen al mismo tiempo. Como hemos dicho que el príncipe no debe valerse de hombres ambiciosos sino que en los casos do m u v u r g e n t e é imperiosa necesidad, «c O I ? convendrá que señalemos aquellos en que pueden ser necesarios. Para el m a n d o de los ejércitos es preciso escoger á los hombres m á s h á b i les en las artes de la g u e r r a , sin reparar si son b no ambiciosos. Los servicios de esta especie se hacen tan necesarios, que compensan todos los otros inconvenientes, y querer privar á u n m i litar de su ambición, sería querer arrebatarle sus esperanzas. Un príncipe puede convertir ñ u n ambicioso en u n a especie de pelo ó broquel para defenderse de los golpes de la envidia y de otras clases de peligros: ¿quién s e acomodañ a á desempeñar este papel t a n comprometido sino que el ambicioso, semejante á un j u g a d o r inexperto que cada vez compromete más su suerte sin conocer lo que se trama á so alrededor? También puede servir un h o n d e e de esta clase para a b a t i r á otro que se eleve demasiado, como Tiberio empleó á Macron para, abatir á Seyano. Asi pues, ios ambiciososos pueden ser útiles en los casos que acabamos de indicar, quedando a ú n por decir cómo se les puede reprimir y emplear de suerte que no haya nada que temer ele ellos. U n ambicioso es menos t e m i b l e cuando pertenece á u n a clase modesta, que cuando junta á sus demás ventajas la de u n nacimiento ilustre: lo mismo sucede cuando tiene u n a s maneras bruscas, inciviles y descorteses, en vez de ser afable, simpático y popular. También ofrecerá menos peligros cuando su elevación es a ú n reciente, que cuando habiendo encanecido en los puestos honrosos que ocupa, parece que ha echado en ellos profundas raices. C o m u n m e n t e se considera como u n a debilidad el que un príncipe t e n g a u n favorito. Xo soy e n t e r a m e n t e de este parecer, y eso mismo que otros censuran, lo miro por el contrario como el mejor remedio para contener la ambición de los g r a n d e s ; porque cuando el favor ó la desgracia dependen de u n privado, no h a y miedo de que nadie se eleve demasiado. Tin método no menos seguro para enfrenar á u n a m b i cioso, consiste en oponerle u n a persona que t a m b i é n lo sea para que de este modo se contrállala uceen. Pero en este caso es necesario tener otro sugeto de u n carácter moderado y conciliador, para m a n t e n e r el equilibrio entre ambos y evitar las discusiones y desaven e n c i a s , pues sin esta especie de lastre, la nave correría demasiado y estaría expuesta á zozobrar. El príncipe puede t a m b i é n proteger y alentar á a l g ú n individuo de u n orden inferior, q u e le servirá como de látigo para corregir de vez en cuando á los ambiciosos. En cuanto al medio que consiste en hacerles entrever u n a r u i n a ó desgracia próxima, concedemos que pod r á ser bastante para enfrenarlos cuando sonde carácter tímido; pero este recurso será m u y p e ligroso si se trata de u n hombre audaz y emprendedor, y lejos de servir para contenerle, podrá inducirle á precipitar la ejecución de sus designios. — 260 — Hablando ahora de los medios de abatirlos, cuando la necesidad de los asuntos lo exige y cuando no se puede hacer todo de u n solo golpe, diremos que la conducta m á s oportuna que con ellos puede seguirse, es entremezclar de t a l modo los favores y los reveses, que no puedan figurarse cabalmente lo que deban a g u a r d a r ó temer, y se e n c u e n t r e n como perdidos y desorientados en u n laberinto. l i n a noble ambición que t e n g a por origen el deseo de distinguirse llevando á término g r a n d e s empresas, es desde luego menos peligrosa que la do u n hombre lleno de pretensiones, que aspirando á sobresalir en todo, no h a y nada en que no se quiera mezclar: esta especie de ambicon es una fuente de confusión y de desórdenes. Sin e m b a r g o , u n ambicioso que de todo se ocupa por sí mismo, por más activo que sen, es menos temible que el que llega á hacerse poderoso por el g r a n número de sus favorecidos y de las personas que de él dependen. EL hombre que desea ocupar el primer puesto entre los más h á biles y eminentes, se impone u n a penosa tarea que no podrá cumplir sin hacerse verdaderam e n t e útil á su patria. Los hombres se pueden proponer la consecución de tres especies de ventajas: la de poder — 2 6 1 — hacer el bien; la de poder aproximarse al p r í n c i pe y á los g r a n d e s , y la de a u m e n t a r su r e p u t a ción y su fortuna. Fd individuo que sólo aspira á la primera, es honrado y virtuoso, y la verdadera sabiduría, de u n príncipe consiste en saber d i s t i n g u i r entre todos los que le sirven, á los que obran movidos por t a n laudable estímulo. Asi pues, los príncipes y los gobiernos deben preferir para los enípleos públicos, á los sirgólos que cuidan más do desempeñar bien sus obligaciones que de elevarse, y á l o s que c u a n do se e n c a r g a n de los negocios los t o m a n como co^a propia, aspirando más á la satisfacción de su conciencia, que á obtener resultados b r i l l a n tes. Por ú l t i m o , no se debe confundir á u n hombre i n t r i g a n t e con otro c u y a actividad tiene por estímulo el deseo de practicar el bien. XXXVII. DEL CARÁCTER NATURAL EN LOS HOMJSRES. El carácter natural se encubre ó disfraza con frecuencia, algunas veces se domina, y casi nunca se muda por completo. Cuando se le violenta, vuelve con mayor energía así que de nuevo logra la ventaja. La instrucción y los buenos preceptos pueden moderar su impetuosidad : pero solamente los hábitos tienen eJ poder de domarlo y cambiarlo. El que quiere acostumbrarse á vencer su carácter natural, no debe imponerse una tarea demasiado g r a n d e ' n i demasiado pequeña: en el primer caso se desanimaría de ver que sus esfuerzos eran impotentes, y en el segundo no adelantaría bastante en su empresa, aunque con frecuencia obtuviese a l g ú n buen resoltado. Al principio y para hacer el trabajo menos penoso, conviene buscar alguna, a y u d a , de i g u a l modo que u n a persona que aprende á n a d a r se vale de v e g i g a s llenas de aire para sostenerse más fácilmente sobre el a g u a ; pero al cabo de a l g ú n tiempo, deben a u m e n t a r s e á propósito las dificultades ejercitándose por el sistema de los bailarines, que para adquirir m a y o r a g i l i dad usan d u r a n t e su aprendizaje unos zapatos m u y pesados, conociendo sin d u d a que cuando los ensayos son más difíciles q u e las ocupaciones ordinarias, y por decirlo así obligatorias, éstas so perfeccionan más pronto y se practican con más soltura. Cuando por ser el carácter n a t u r a l m u y fuerte y enérgico es más difícil la victoria, es necesario ir g a n á n d o l a poco á poco y como por grados. lie aquí en qué consiste esta g r a d a ción: 1." Es preciso tratar de reprimir del todo el carácter n a t u r a l d u r a n t e u n cierto tiempo, imitando el ejemplo del que así que se siente agitado por la cólera, p r o n u n c i a las v e i n t e y cuatro letras del alfabeto antes de resolverse á hacer las cosas.—,2.° Es preciso moderarse poco á poco y g a n a n d o terreno p a u l a t i n a m e n t e , como lo haría una persona que queriendo per- - - 264 — der la costumbre de beber vino, empezase á tom a r dos copas en l u g a r de tres, después una en l u g a r de dos, y que redujese en seguida la porción á medias copas y más tarde ú copas peq u e ñ a s , basta abstenerse completamente del uso de este licor.—3.° Deberá, por último, dom i n a r s e del todo el carácter natural sin hacerle n i n g u n a concesión, ó haciéndole a l g u n a m u y pequeña. Pero sin e m b a r g o de lo dicho, si se tiene b a s t a n t e constancia y fuerza de voluntad para sacudir de u n a sola vez la tiranía del carácter, esto será lo preferible. El hombre c u y a alma ha recobrado u n a completa libertad, es el que después de haber sabido romper todas las a t a d u r a s que le sujetaban, ha cesado de sentir la violencia que antes necesitaba para contenerse. No debe despreciarse aquella a n t i g u a regla, que prescribe plegar el g e n i o y el espíritu en sentido contrario al carácter n a t u r a l para corregirlo más fácilmente, á la m a n e r a que se dobla u n bastón en sentido contrario á su curva para enderezarlo; pero este precepto debe observarse ú n i c a m e n t e en el caso de que este extremo opuesto no sea por sí mismo u n vicio. Cuando us hayáis empeñado en adquirir u n nuevo hábito, no lo h a g á i s con un esfuerzo de- masiado continuo, y tc.nad de vez en cuando a l g ú n descanso. La interrupción y a l g ú n reposo r e a n i m a n el vigor y d a n ánimo para proseg u i r la tarea, sin contar con que u n a persona que todavía no so halla bástanle perfeccionada en la cosa que practica sin interrupción, contrae el hábito de ios defectos lo mismo que el de las perfecciones, siendo el m á s seguro remedio para este i n c o n v e n i e n t e , el suspender á propósito el ejercicio que se practica. Sin e m bargo, no h a y que fiarse mucho de cualquier victoria conseguida sobre el carácter n a t u r a l : podrá permanecer mucho tiempo oculto; pero en la primera ocasión propicia que se, le p r e sente volverá de nuevo á aparecer: asi lo atest i g u a aquella g a t a de que habla Esopo en una de sus fábulas, que habiendo sido convertida, en mujer, se m a n t u v o decentemente colocada á la mesa, hasta el momento en que vio correr u n ratón. Evitad, pues, estas ocasiones, ó t r a t a d de acostumbraros á ellas para que no os p u e d a n impresionar. El carácter natural, de u n individuo se m a nifiesta de u n a m a n e r a clara y desembozazada en la vida privada y en las relaciones í n t i m a s , porque no habiendo n i n g u n a causa para disfrazarlo, se muestra sin disimulación. T a i n - — 2G(J — bien se descubre al sentir emociones violentas que hacen olvidar todas las reglas y precauciones, y en una situación nueva é imprevista en que los hábitos nos abandonan. ¡Dichoso el mortal cuya profesión se armoniza con su carácter! en el caso contrario podría decir: «Mi alma ha estado largo tiempo fuera de su morada.» Y en efecto, ¿qué vida más insoportable que la de u n hombre que perpetuamente se halla ocupado en cosas á que no tiene afición? Por lo que mira á los estudios, conviene tener horas fijas para dedicarlas á aquellos á que naturalmente no somos inclinados; y respeto de los que son de nuestro gusto, no hay que inquietarse en destinarles horas señaladas: nuestro pensamiento se inclinará hacia ellos sin que haya que estimularlo, pudiendo reservarles el tiempo que no reclamen los asuntos y los estudios menos agradables, aunque más útiles y necesarios. La naturaleza ha sembrado, por decirlo así, en nuestra alma semillas buenas y malas. Empleemos, pues, nuestra vida toda en cultivar las primeras y extirpar las segundas. — 207 — XXXVIII. DE LOS i i . í l i l I O S Y DE LA EDUCACIÓN. Los pensamientos de los hombres dependen de sus inclinaciones y de sus gustos; sus discursos dependen de sus luces, de los maestros que h a n tenido y de las opiniones que h a n abrazado; pero sus acciones se d e t e r m i n a n solamente por sus hábitos, como lo observa Maquiavelo, a u n q u e aplicando esta observación á u n caso de m u y odiosa naturaleza. Tratándose de ejecutar, es necesario no fiarse de la energía del carácter n i de las más e n carecidas promesas, si todo ello no está fortalecido y como sancionado por los hábitos. «Por ejemplo, dice el autor citado, para verificar u n atentado peligroso y comprometido, y a sea de conspiración . ya de cualquiera otra especie, no os fiéis de la ferocidad n a t u r a l del i n d i vidué n i de la audacia con que lo emprende, sino de u n hombre que ya t e n g a templadas sus m a n o s al calor de la sangre.» Esto es cierto, pero también lo es que Maquiavelo no habia oido hablar del m o n g e Jacobo C l e m e n t e , n i de Ravaillac, n i do J á u r c g u y , ni de Baltasar Gerardo, n i de Guido F a u x . Sin embargo de estas excepciones es su regla m u y segura, siendo indudable que el carácter natural y los más sagrados compromisos, no tienen tanto poder como los hábitos. Solamente el fanatismo puede rivalizar con ellos , habiendo hecho en nuestros dias t a n g r a n d e s progresos, que los asesinos cuyo brazo h a armado por primera vez, no h a n cedido en firmeza, y seguridad á los criminales más e n d u recidos: de i g u a l modo, las resoluciones dictadas por la superstición t i e n e n para todo acto sang r i e n t o la m i s m a fuerza que los hábitos; pero en todos los demás casos, la preponderancia y ventaja de los hábitos son bien claras y man i ti estas. ¡Oh! ¿quién podrá dudar de su poder, c u a n do se ve á los hombres que después de tantas promesas, de t a n t a s protestas, de compromisos formales, de palabras empeñadas, hacen y repi- — 2 ( 3 9 — ten precisamente lo mismo que otras veces h a n hecho, como si fuesen autómatas ó m á q u i n a s movidas sólo por el resorte de los hábitos? He aquí algunos ejemplos de su poder tiránico. H a y indios, y entiéndase que sólo hablamos de ios gimnosofistas, que se sientan tranquilamente sobre u n a hoguera y se sacrifican a b r a sados. Se ve también á las viudas disputarse el honor de ser quemadas con los cadáveres de sus esposos. Los jóvenes de Esparta se dejaban azotar sobre los altares de Diana basta que su piel brotaba s a n g r e , sin exhalar u n a sola queja. Recuerdo (pie en el principio del reinado de la reín a Isabel, un rebelde de Irlanda que Labia sido condenado á la ú l t i m a pena, hizo presentar u n memorial para obtener la g r a c i a de ser ahorcado con una cuerda de m i m b r e s torcidos, y no con u n a ordinaria, por ser ésta, s e g ú n decía, la costumbre de su país. E n la Moscovia h a y nronges que. d u r a n t e el i n v i e r n o , se i m p o n e n " la penitencia de meterse en el a g u a y permanecer en ella hasta que se hiela en su derredor, lina vez que tal es el poder de los hábitos, tratemos de adquirir solamente los buenos. Los hábitos contraidos en la niñez son sin disputa los más d o m i n a n t e s . Lo que llamamos educación, no es en el fondo otra cosa que h á - bitos adquiridos en la infancia. Se sabe, por ejemplo, que los niños y los jóvenes aprenden las l e n g u a s más fácilmente que los adultos; y esto consiste en que en las dos primeras edades la l e n g u a es más dócil y se presta más fácilm e n t e á. los movimientos que e x i g e la formación de los sonidos articulados. Por la misma razón, teniendo más soltura y docilidad los miembros d u r a n t e el período de la j u v e n t u d , el cuerpo de los jóvenes se acostumbra con m e nos inconvenientes á toda clase de ejercicios y movimientos, m i e n t r a s que los que empiezan m á s tarde e n c u e n t r a n mucho más trabajo para vencer las dificultades (pie se les presentan. H a y , sin e m b a r g o , que exceptuar á a l g u n o s i n dividuos, que t i e n e n cuidado de dejar su a l m a abierta á las nuevas impresiones, sin contraer n i n g ú n hábito de que no p u e d a n deshacerse, á fin de estar siempre en disposición de perfeccionarse. Pero si los hábitos t i e n e n tanto dominio sobre los individuos aislados, t i e n e n t a m b i é n u n g r a n poder sobre los que se hallan reunidos en colectividad, como en u n ejército, en u n coleg i o , en u n convento, etc. E n este último caso, el ejemplo i n s t r u y e y d i r i g e , el trato con los demás sostiene v fortifica, la emulación desv 7 pie ría y aguijonea, y los honores y recompensas elevan el á n i m o : de suerte que en estas corporaciones, los hálatos adquieren el m á x i m u m de su fuerza. La experiencia prueba sobradam e n t e que la multiplicación de las virtudes en nuestra especie, es el efecto de sabios i n s t i tutos gobernados por u n a juiciosa disciplina, y de otras asociaciones bien ordenadas y d i r i g i das. Se observa que las repúblicas, y en g e n e ral los buenos gobiernos, a l i m e n t a n las v i r t u des y a nacidas, pero rara vez saben sembrar la semilla de otras nuevas y hacerla g e r m i n a r . La dificultad consisto hoy dia en que los medios más eficaces se aplican á fines poco dignos del hombre. ~-^Sfü>^g^^.~— XXXIX. DE TA FORTCXA. No so puede 'Indar que h o y muchas causas p u r a m e n t e accidentales que pueden conducir á los hombres m u y rápidamente hacia la fortun a , tedies como el favor de los g r a n d e s , u n a casualidad dicho-a, la m u e r t e de otros individuos, ó sean las herencias, y las ocasiones favorables á las virtudes ó talentos que nos son propios; pero lo más frecuente' es que la, suerte de cada h o m bre esté en su manos, como lo h a dicho un poeta en esta frase: -/Cada cual es el autor de su fortuna.» Mas para designar con mayor precisión la principal y más poderosa, de las causas que h e mos enumerado, diremos, a u n q u e parezca mu- cho a t r e v i m i e n t o , que la necedad y descuidos de unos hacen la fortuna de otros. P r u e b a , en efecto, la experiencia que el medio más rápido y seguro pura prosperar, es estar siempre dispuesto á aprovecharse de las faltas y desaciertos de los extraños. Una ser]dente no se convierte en dragón hasta que ha devorado á otra serpiente. Las virtudes brillantes y de g r a n d e apariencia, sólo procuran elogios á quien las posee: ¡¡uro h a y virtudes secretas y escondidas que contribuyen más á n u e s t r a fortuna: á esta especie pertenece u n a cierta m a n e r a delicada y fácil de hacerse valer, que los españoles expresan en parte por medio de la palabra rfe.xoicultura: lo cual significa que para buscar la suerte hay que t e n e r , en vez de un carácter áspero y difícil, un genio dócil, versátil y siempre dispuesto á volverse con la rueda caprichosa de la fortuna. Queriendo dar Tito Libio u n a j u s t a idea de Catón el Censor, se expresa así: <-¥Á v i gor de alma y de cuerpo llegan á tal p u n t o en este hombre, que en cualquier país que h u biese nacido habría hecho su fortuna;,* y después añade: «Tenia un carácter acomodaticio y versátil.» Por poco perspicaz que un hombre t e n g a la is — 274 vista para mirar en torno suyo, tarde ó t e m prano descubrirá esa fortuna de (pie hablamos: porque si puede haber hombres ciegos, ella no es n u n c a invisible. E l camino para conseguirla es semejante á la vía láctea; es una. reunión de estrellas pequeñas, cada una de los enale* pasaría desapercibida si estuviese separada de las demás, pero que hallándose ínula- despiden una. luz bastante viva; y para expresarnos sin e«te sentido f i g u r a d o , diremos que dicho camino consiste en un conjunto de facultades y de hábitos, de talentos y virtudes apena* perceptibles. E n t r e las cualidades necesarias para hacer fortuna, los italianos indican a l g u n a s de cuya verdad no puede dudarse. S e g ú n ellos, para que un hombre posea todas las condiciones pue se requieren, y para que cuente con la, seguridad ele llegar al logro de sus deseos sobre este particular, es indispensable que tonga >ni ¡meo di iti«t(ú, es decir, una vena de loco. E n efecto, hay dos calidades esenciales para abrirse paso en el camino de la fortuna; la primera es esa v e n a de loco, y la otra no ser demasiado honrado. Así vemos que los que se consagran únic a m e n t e á su patria y á su soberano, obtien e n rara vez g r a n d e s beneficios: porque míent tras mi hombre aparta sus miradas de sí mismo y las dirige á u n asunto extraño, pierde el camino que lo conducía bácia el objeto de su propio interés. Una prosperidad rápida hace á los hombres presuntuosos, inquietos, y usando de u n a expresión francesa ( r e m u a n t d atrevidos y travieso^: pero u n a fortuna adquirida con el trabajo y la perseverancia, les a u m e n t a su h a bilidad y sus buenas cualidades. La, fod ana. merece nuestros respetos y h o menajes, a u n q u e solo sea por consideración a sus dos h i j a s . la confianza y la reputación, pues tales son los dos efectos que producen los m e d í a i s : f d i e e s . el uno en nosotros mismos, y el ob'a en las personas con quienes vivimos y en su fenduota respecto de nosotros. Los l u m b r e s prudentes, para ponerse á. cub i o r m d c h i envidia á que están expuestos por sus PiJe; y . y virtudes, atribuyen el suceso de .•sus negocios ó Ja fortuna ó á la divina Providencia. Per esto medio disfrutan en paz de su prosperidad, á lo que también se añade que u n poi'muaje ilud.ro da más alta idea de sí mismo cuando pn<xlo persuadir que un poder superior \ e l a por sus destinos. Con esta idea dijo César ó un pifaf) en una, tempestad: «Nada temas, a m i g o mbu llevas á César y su fortuna:» y con la misma profirió Sila la calificación de afortutunado á la de g r a n d e . Se observa también que los que lian tenido la presunción de atribuir los buenos resultados de sus empresas á su pru ciencia y á sus propias disposiciones, h a n concluido por ser m u y desgraciados: observación que se comprueba en lo que sucedió al ateniense Timoteo. En una, a r e n g a donde daba cuenta de sus operaciones militares ante la asamblea del pueblo, repitió m u c h a s veces estas palabras; «Observad, atenienses, que en esto no h a tenido n i n g u n a parte la fortuna,:» y después de esta época no pudo realizar felizmente n i n g u n a de las empresas que i n t e n t ó . E n t r e las personas que logran resultados ventajosos, h a y a l g u n a s cuya fortuna se parece á los versos de Homero, que son más fáciles y fluidos que los de los demás poetas, como lo observa Plutarco en la vida de Timoleon, al comparar la. fortuna de éste con la de Agesiiao y Epaminondas. XL. m: i . A usur I . Muchos escritores ingeniosos h a n atacado á la usura y á los usureros. «¿Q.aé cosa más odiosa, dicen los unos, que dar al diablo el diezmo que pertenece á Dios?»—«El usurero, dicen otros, es el más i n d i g n o profanador de los dias de fiesta y trabaja basta en el domingo.> Algunos a ñ a d e n que la usura es el z á n g a n o de que habla Virgilio cuando dice: «Las abejas t r a b a j a n el panal, mientras los zánganos están ociosos. •> Los h a y <pie suponen que el usurero i n fringe la primera ley que Dios impuso al hombre después que este hubo caido de su g r a c i a , la cual está "nucebida en estos términos: «Ganará* el p a n con el sudor de tu frente,-> y no con el sudor de la frente de otro. Algunos quieren aún. que los usureros g a s t e n gorro amarillo, puesto que lo que hacen no es otra cosa que judaizar y en fin, dicen otros que aspirar á que la plata produzca plata, es buscar una. ganancia, contraria á la n a t u r a l e z a . E n cuanto á m í , todo lo más que mí.- permitiré decir sobre una cuestión t a n d-.-ba1*da, está reducido á que la usura es una do esas concesiones hechas á la dureza del corazón h u m a n o , y un abuso que es preciso tolerar, en atención á que los préstamos son necesarios á ..da inst a n t e , y á que la mayoría de los hombros son demasiado interesados para hacerlos sin g a nancias. Algunos autores h a n i m a g i n a d o llenar este objeto estableciendo bancos nacionales, que antes de hacer sus operaciones se asegarrasmi del estado de la fortuna del que solicita, el préstamo, indicando para este fin medios ingenioso? y sutiles, y por consiguiente inseguros: pirro pocos h a n sido los que h a n suministrado luces: verdaderamente útiles sobre la cuestión de la usura. Es, pues, indispensable presentar u n a especie de cuadro donde consten sus ventajas é i n c o n v e n i e n t e s , á fin de que se pueda distinguir lo bueno de lo malo, para procurar lo pri- :/7: 1 mero y poner remedio ;'i lo s e g u n d o : peí o cui • lando sobre todo de no i n c u r r i r por equivocación en aquello mismo de que queremos apartarnos. /,»;,,ii-fnieufi'xth: la usara.—1." Disminuye el número de los comerciantes: porque si el dinero no estuviese desperdiciado en este vil agiotaje que lo hace estéril, estaría invertido en mercancías, haciendo fructificar el comercio, que es la principal arteria del cuerpo político, ó el canal que sirve para la importación de las riqueza". 2." I,a usura empobrece t a m b i é n á los comerciantes, pues así como u n arrendatario no puede hacer g r a n d e s adelantos en su industria agrícola., ni obtener u n producto considerable de la tierra que labra cuando está obligado á pagar una renta m u y crecida, así u n mercader no puede hacer su comercio con tanto desahogo, n i obtener tantos rendimientos, cuando se ve precisado á buscar el capital que necesita á u n interés excesivo. El tercer i n c o n v e n i e n t e , que es una consecuencia de los dos primeros, consiste en Ja disminución de la r e n t a de las aduan a s , que tiene necesariamente su flujo y reflujo, ¡ue corresponden y se acomodan á los del comercio. 4 . " La usura concentra y amontona ios capitales de una nación en las manos de un pequeño n ú m e r o de personas: porque siendo seg u r a s las g a n a n c i a s del prestamista y m u y inciertas las del n e g o c i a n t e , ora comercio con sus propios fondos, ora con fondos tomados á préstamo, claro está que antes ó después, el resultado del j u e g o será que todo el dinero quede en manos del que m a n e j a los naipes. Además de lo dicho, la experiencia demuestra que u n Estado es siempre más floreciente, cuando los capitales están más i g u a l m e n t e distribuidos. 5.° La usura hace bajar ei precio de las tierras y demás propiedades inmuebles, pues sucede con m u c h a frecuencia, que casi todo el diariero que se e n c u e n t r a empleado en el comercio y la industria agricola, lo distrae la usura llamando hacia sí los capitales. G.* Apartando á los ciudadanos del trabajo en que se ocupan, hace que languidezcan la < industrias y d i s m i n u y e el número de invenciones útiles (pie tienden á la perfección de las arles: obstruye t a m b i é n todos los caminos que el capital seguiría n a t u r a l m e n t e para fructificar, si no fuese absorbido por esto abismo, donde permanece estancado. 7.'' La usura es u n a especie de sanguijuela que chupa continuamente la s a n g r e más pura de una infinidad de particulares, y que al fin los consume, e x t e n u a n d o al mismo tiempo al Estado. Vejttdjíts de la asara.—1/ A u n q u e la usura sea perjudicial al comercio bajo cierto punto de vista, le es útil, en otro concepto: se sabe que la mayor parte del comercio se bace por negociantes jóvenes a ú n ó no m u y ricos en g e n e r a l , que casi siempre t i e n e n necesidad de pedir dinero prestado á réditos; de suerte que sí el prestamista retirase ó retuviese sus capitales, resultaría u n a paralización en el comercio. 2.' Si se quitase a los particulares la comodidad de procurarse dinero á interés para hacer frente á sus apremiantes necesidades, no tardarían mucho en verse reducido* al m a y o r apuro v obligados á malbaratar sus bienes, tanto muebles como inmuebles, y por consiguiente se les habría apartado de u n mal deplorable para entregarlos á otro más g r a n d e a ú n ; pues la usura no bace más que minarlos poco á poco, mientras (pie en el caso que hemos supuesto quedarían arruinados de u n solo golpe. Las h i potecas no remedian este mal; por pie los que prestan con ellas e x i g e n t a m b i é n que se les abonen intereses, y si no se les reembolsa el día señala,lo para el payo, proceden con todo rigor y no t i e n e n escrúpulo en quedarse con la finca que ten ion e n g a r a n t í a . Recuerdo lo que á este propósito d e - l a un aldeano m u y rico y m u y codicioso: «¡Malditos sean los usureros! e x c l a m a b a , e l l o s recogen toda la utilidad que sacamos de be" adcbnitos hechos ;i, cuenta de salarios, cuando no podemos cumplir nuestros compromisos.» E n cuanto á la tercera y última, ventaja de la usura, d i r utos que es una esperanza q u i m é rica la de que se p u e d a n i m a g i n a r alguna vez disposiciones euyo objeto sea batan más frecuen1 tes los préstamos sin interés; y de atreverse á prohibir á, los prestamistas que cobrasen réditos por su dinero, resultarían una iuíinidad de serios i n c o n v e n i e n t e ? . Así pues, no se piense en abolir l e g a l m e n t e la usura, pues todos los g o biernos, tanto monárquicos como republicanos, la h a n tolerado, unas veces fijando el tipo del interés, otras adoptando otras medidas. S e m e jante idea debe enviarse al catálogo de las utopias. Hablemos ahora de la m a n e r a de arreglar y moderar la usura, ó lo que es lo mismo, de los medios con cuya a y u d a pueden evitarse sus — 283 — inconvenientes, sin perder sus ventajas. Creo que en combinando j u i c i o s a m e n t e los unos con las otras, no será imposible asegurar las p r i n cipales de estas ú l t i m a s . Uno do dichos medios es limarle los dientes para que no pueda morder tu ido á pesar de su voracidad, y otro consiste — proporcionar á los capitalistas facilidad y seguridades que les i n d u z c a n á prestar su dinero á los negociantes, lo cual contribuiría mucho al fomento y desarrollo del comercio. Este doble objeto no puede lograrse sino que lijando dos tasas diferentes para el interés del dinero, la u n a más alta, que la otra; porque si no so estableciese mas que u n a un poco baja, esta disposición aliviaría á los deudores, pero los comerciantes t e n d r í a n m u c h a dificultad en encontrar dinero, siendo cierto además que esta profesión es la más lucrativa de todas, por cuyo motivo puede sufrir u n a tasa más elevada. He aquí lo que conviene hacer para r e u n i r y conciliar todas las ventajas de que hemos h a blado: que h a y a , como dejamos dicho, dos t a sas diferentes, la u n a para la usura libre y permitida á todos los ciudadalos sin excepción, y la otra para la usura permitida solamente á ciertas personas y en ciertos l u g a r e s donde h a y a u n g r a n comercio: que la primera sea de — 2 «4 — u n 5 por 100; tpie se h a g a pública por medio de u n edicto y una deolaracion donde se cons i g n e que los préstamos á este interés son libres para todo el m u n d o , y en consecuencia, que el gobierno del monarca ó de la república prometa no e x i g i r m u l t a n i n g u n a á los que se cont e n t e n con ese módico beneficio: de este modo los préstamos serán más fáciles de obtener y procurarán u n g r a n d e alivio á los labradores. Estas mismas disposiciones t a m b i é n contribuir á n mucho á subir el precio, ó sea á a u m e n t a r el valor relativo de las fincas rústicas; porque siendo la renta» a c t u a l m e n t e en I n g l a t e r r a de u n 6 por 100, excederá á la tasa del interés del dinero, que sólo se eleva ¡i u n 5. Otro efecto de estas medidas será el movimiento y desarrollo que tomasen las demás industrias y todas las artes, tendiendo á la perfección de las cosas útiles; porque entonces el mayor número de los que dispongan de fondos, y especialmente los acostumbrados á obtener g r a n d e s beneficios, preferirán emplearlos de esta m a n e r a , á fin de proporcionarse u n a g a n a n c i a superior al i n t e rés establecido por la ley. Además de esto, deberá permitirse á determ i n a d a s personas, como ya hemos indicado, prestar dinero á los comerciantes a u n interés más alio eme el que lija la primera tasa y con las condiciones siguientes: 1." Que el interés, a u n para estos mismos comerciantes á que nos referimos, sea un poco más bajo que el que p a g a b a n antes. Con esta doble disposición, todos los deudores, y a sean ó no mercaderes, t e n d r á n u n cierto alivdo, debiéndose comprender que estos préstamos no se h a r á n por medio de u n banco ni n i n g ú n otro sistema de fondos públicos, sino que m u y por el contrario, cada cual quedará dueño de manejar su dinero sin i n t e r vención de nadie. Y no se crea que digo esto porque desapruebe e n t e r a m e n t e los bancos, sino porque es m u y difícil que inspiren confianza al público.—2." (¿ne el gobierno del soberano ó de la república exija a l g u n a contribución por los permisos ó autorizaciones que concedo, y que el resto del beneficio quede todo á favor del prestamista. Si este derecho que se i m p o n g a g r a v a poco el interés, no bastará para desanimarlo; porque la persona que prestaba antes, por ejemplo, á un nueve ó diez por ciento, se conformará con el ocho, m á s bien que abandonar su e s peculación y dejar g a n a n c i a s seguras por otras eventuales. El número de los permisos para prestar, no debe limitarse; pero sólo deben concederse en las ciudades donde el comercio se halle lloreciento. De este modo los prestamistas no podrán abusar de su autorización para prestar el dinero a g e n o obtenido á más bajo precio; y la tasa de n u e v e por cíenlo lijada para los que t e n g a n permisos particulares, no impedirá los préstamos verificados con arreglo á Ja tasa inferior de cinco por ciento, puesto que nadie g u s t a de emplear su capital m u y lejos de su residencia n i de confiarle á manos desconocidas. Si se me objetase que lo que acabo de decir autoriza en cierto modo la usura, y que ademáis la permite sólo en determinados lugares, respondería que es mucho mejor permitir una. usura franca y declarada, que sufrir todos los estragos que ocasiona cuando se ejerce secretam e n t e , por la connivencia de ios que la hacen coa los que t i e n e n necesidad de los préstamos, ó porque los que están obligados á castigarla la favorecen. XLI. W. LA J T V K X T U D Y LA VL.TEZ. Un hombro puede sor jó ve.: por su edad, y viejo por el buen empleo que lio ya hecho de sus años; ¡»cro oslo acontece m u y rara vez. Hablando en general, la juventud os emuo los primeros pensamiento:?, que son ordinariamente m e nos juiciosos que los que se tienua después, siendo u n a verdad que los pensamientos tienen también su j u v e n t u d como los Individuos. La j u v e n t u d es n a t u r a i m o n í o más i n g e n i o sa que la vejez, y más fecunda en concepciones sublimes, que parecen a l g u n a s veces inspiraciones divinas. Los hombres que tienen ;ni a l m a de fuego agitada con frecuencia por violento? deseos, no adquieren madurez para obrar, hasta que lian pasado el verano de la vida. Tales fueron Julio César y Séptimo Severo: la j u v e n t u d de este último fué, según dicen los historiadores, u n a cadena de extravíos, y en ella se vio agitado por pasiones violentísimas y casi furiosas, sin que esto impidiera que fuese después uno de los hombres m i s dignos de la suprema autoridad. Una persono, de u n carácter más pacifico, más sereno y m á s templado, puede distinguirse y hacer g r a n d e s cosas desde su j u v e n t u d , de lo cual tenemos ejemplos en A u g u s t o , Cosme de Mediéis, Gastón de Foix y algunos otros. Un hombre de edad madura que conserva el fuego y la vivacidad de ¡ a j u v e n t u d , es muy;'; propósito para los negocios. La j u v e n t u d es más apta para la i n v e n c i ó n que paca, las cosas que requieren el juicio maduro y el razonamiento severo: más para la ejecución que para las deliberaciones; y más t a m b i é n para los nuevos proyectos que para las cosas ya establecidas. La experiencia de las personas de edad m a d u r a es para ellas un g u i a m u y seguro en todos los casos en que esta experiencia puede aplicarse: pero en los casos nuevos suele e n g a ñ a r l a s , y casi siempre concluye por extraviarlas ó detenerlas en su c a m i n o . Los errores de ios jóvenes a r r u i n a n por reg i a g e n e r a l los negocios; los de los viejos los perjudican t a m b i é n , y las más veces no logran el objeto por no hacer lo suficiente ó por no h a cerlo con presteza. Los jóvenes abrazan más de lo epue permite la fuerza de sus brazos; saben producir movimientos que después no pueden detener, y vuelan hacia el fin sin pararse en la necesidad de pesar, de escoger, de moderar y de g r a d u a r los medios: s i g u e n c i e g a m e n t e u n pequeño número de principios atrevidos, y se precipitan hacia aquello que les l l a m a la a t e n ción por su novedad, de donde n a c e n inconvenientes que no saben preveer y evitar, i n t e n t a n los remedios extremos desde el principio, y lo que empeora y a u m e n t a todas sus fallas, es que no"quieren n u n c a convenir n i trabajar en repararlas, semejantes á u n caballo fogoso que se n i e g a á volverse y á detenerse. Los viejos, por el contrario, presentan demasiadas objeciones, pierden m u c h o tiempo en deliberar, no t i e n e n atrevimiento suficiente, vacilan y se arrepienten antes de haberse equivocado, rara vez l l e g a n hasta el fin, y se cont e n t a n casi siempre con u n resultado incompleto. l ' n medio aconsejado por la prudencia seria 10 combinar reunidas las dos edades: mediante esta combinación, las virtudes y los talentos propios de cada u n a de ellas, remediarían por el m o m e n t o los vicios y defectos peculiares de la otra, y en el porvenir, los jóvenes h a b r í a n aprendido á desempeñar mejor sus popeles, cuantiólos viejos todavía podrían sor actores. Por ú l t i m o , esta juiciosa combinación product-' ría t a m b i é n otros buenos efectos: porque si es verdad que la vejez goza de autoridad, no lo es menos que la juventud inspira mayores simpatías. En los jóvenes es más estimada la moralidad, sin duda porque no tienen c o m o ¡os viejos para conservarla, el recurso de la prudencia y la política. Cierto rabino fijaba su atención en. el texto de la S a g r a d a Escritura . que dice: «Vuestros jóvenes t e n d r á n visiones, y vuestros ancianos sólo t e n d r á n sueños; > é. infería que los jóvenes eran preferidos á los viejos por la Divin i d a d , en razón, s e g ú n él aseguraba, de que u n a visión es u n a revelación más clara y m a nifiesta que un sueño. Cuanto más se h a vivido en este m u n d o , más cantidad de veneno se ha comunicado al a l m a , paos la vejez sirve para perfeccionar las facultades intelectuales, más bien que para roe- — 291 — lid car los deseos de la voluntad. Ciertos t a l e n tos que m a d u r a n antes de tiempo, pierden m u y pronto toda su savia: á éstos pertenecen Jos que por ser demasiada) agudos ó sutiles se g a s t a n fácilmente. Tal fué el del retórico Flermó¿rcnes. que después de haber compuesto libros de u n a excesiva sutileza de pensamientos, cayó m u y temprano en u n a especie de imbecilidad. T a m b i é n se pueden comprender en la m i s m a d a s : ó los que t i e n e n facultades y disposiciones más propias de la j u v e n t u d que de la edad m a d u r a , .-orno una elocuencia fácil, a b u n d a n te y florida: esta es una, observación que hace Cicerón respecto al estilo oratorio de TIortensio: «•Permaneció siempre el mismo; pero las m i s mas cosas no le convenían siempre.» Otro t a n to puede decirse de los que tomando en el p r i n cipio u n vuelo, por demás elevado, se e n c u e n t r a n en seguida como oprimidos por el peso de su propia g r a n d e z a : u n ejemplo de estos nos ofrece J'lscinion el Africano, del cual dice Tito T.ivio, que «sus últimos años no correspondieron á los primeros do su vida.» 1 XLII. :)K r,\ BELLEZA. La virtud se asemeja á un brillante, que t i e n e más vista cuando está montado con eleg a n c i a y sencillez que cuando está recargado de adornos, y aparece t a m b i é n mucho mejor en u n a persona que t e n g a cierto aire de respetable d i g n i d a d , más bien que u n a belleza afem i n a d a que a g r a d e solamente á los ojos. fiara vez las personas de m u c h a hermosura r e ú n e n u n mérito trascendental. Parece que al formarlas h a tenido la naturaleza más c u i dado de hacer u n todo r e g u l a r que u n conjunto de u n a sublime perfección. Se observa que se e n c u e n t r a n libres de defectos más frecuentem e n t e que distinguidas por cualidades de p r i - mer orden y por u n a l m a elevada, siendo por r e g l a común más deseosas de brillar por los adornos exteriores que aficionadas á adquirir u n mérito verdadero. H a y , sin e m b a r g o , e x cepciones, tales como César A u g u s t o , Tito Vespasiano, Felipe TV, rey de F r a n c i a , llamado el Hermoso, Eduardo IV, rey de I n g l a t e r r a , Ismael y el ateniense Alcibiades, que eran todos personajes dotados de u n a a l m a g r a n d e y elevada, y que al mismo tiempo fueron los h o m bres más hermosos de su tiempo. E n materia de belleza, se prefiere la g r a c i a de las formas á la hermosura del color, y la gracia del semblante y de los movimientos de todo el cuerpo á la perfección de las formas. Y así sucede, que lo que h a y de más seductor en la belleza, no puede expresarlo la p i n t u r a : no está á su alcance comunicar el aire y la a n i m a c i ó n de una, persona viva, n i esa impresión i n e x p l i cable que produce á p r i m e r a vista. No existe ninguna, persona que m i r a d a en su totalidad, se e n c u e n t r e completamente e x e n t a de defectos. Sería difícil a v e r i g u a r cuál de los dos estuvo más desacertado entre Apeles y Alberto I ) u rer, de los cuales el uno quiso componer u n a belleza ideal con la a y u d a de proporciones g e o métricas, y el otro reuniendo todas las partes — 29i — más perfectas que pudieran encontrarse en diferentes fisonomías. Me figuro que tales bellezas g u s t a r í a n sólo al pintor que las compusiese, y creo que j a m á s pintor a l g u n o podrá componer u n rostro ideal m á s bello que todos los que existen; y si acertase á trasladar al lienzo u n a creación semejant e , sería en todo caso por u n a feliz casualidad, ó del mismo modo que el músico compone u n a pieza preciosa, sin otra regla que el s e n t i m i e n to y el gusto. Por poco que lijemos la atención sobre esto, se comprenderá que h a y m u c h a s fisonomías cuyas facciones tomadas u n a á u n a no son nada perfectas ni hermosas, y cuyo conjunto no deja de ser a g r a d a b l e . tíi es verdad que la circunstancia más esencial de la belleza está en la g r a c i a de los movimientos, como hemos dicho más arriba, no deberemos asombrarnos de ver personas que en su edad m a d u r a son más agradables que otras que se hallan en la j u v e n t u d , lo cual está conforme con esta frase de E u r í p i d e s : «El otoño de las personas bellas, es bello todavía.» Los jóvenes no pueden observar siempre las conveniencias necesarias t a n bien como las personas de más edad, y la g r a c i a que se les enc u e n t r a nace en parte de que su misma j u v e n - í ii ti les sirve de excusa. La belleza se parece á los primeros frutos del verano, que se corrompen fácilmente y no sirven para g u a r d a r s e . Los frutos más comunes de la belleza son el libertinaje en la j u v e n t u d y el arrepentimiento en la vejez; sin embargo, cuando es lo que debe ser oscurece los vicios y hace brillar las v i r t u d e s . XL1ÍI. 1)0 LA l'UALDAD Y DE LA DEFORMIDAD. Las personas feas ó deformes están por lo común en paz con la naturaleza; ésta las h a maltratado, y ellas la m a l t r a t a n á su vez: ordin a r i a m e n t e sucede, como lo dice la m i s m a Escritura, que no t i e n e n b u e n carácter. Es i n d u dable que h a y u n a correspondencia n a t u r a l entre el cuerpo y el alma, y cuando la n a t u r a l e - — 2¡W — za h a errado en lo uno, es de presumir que también habrá errado en lo otro. Pero estando el hombre dotado de libre albedrío, las inclinaciones naturales pueden ser dominadas por la viva luz de la ciencia y la virtud, como el débil brillo de las estrellas lo es por los intensos resplandores del sol. Por consig u i e n t e , no se debe m i r a r la fealdad ni la deformidad como u n indicio seguro de m a l carácter, sino solamente como u n a causa que f produce y que pocas veces no va seguida de su efecto. Cualquiera que se conoce u n defecto personal que no puede quitarse y que le expone cont i n u a m e n t e al desprecio, tiene en esto solo un aguijón que le excita sin descanso á hacer esfuerzos para ponerse á cubierto de ese mismo desprecio. Así vemos que las personas feas son con frecuencia m u y atrevidas; primero porque lo necesitan para su propia defensa, y después porque el hábito les obliga á serio: y esta mism a causa les hace más inteligentes y perspicaces para descubrir los defectos de los otros, á fin de procurarse las mismas armas y recursos contra ellos y de poder tomar el desquite. Además de lo dicho, su deformidad las libra de la e n v i dia de las personas que tienen alguna, ventaja natural en este concepto, y que se i m a g i n a n que siempre estarán en situación de poderlas despreciar. Su inferioridad n a t u r a l a d u e r m e á sus émulos y rivales, que creen imposible que se puedan elevar basta cierto p u n t o , y que no se persinaden de lo contrario hasta el momento en que las ven ocupando puestos elevados. Así pues, la deformidad en u n i n g e n i o superior es u n medio excelente para e n c u m b r a r s e . Los revés t e n i a n otras veces, v a u n hov dia sucede lo mismo en a l g u n o s países, mucha, confianza en los eunucos; porque los individuos expuestos siempre al desprecio g e n e r a l , tienen por io común más fidelidad, para aquellos que son su única defensa; pero esta confianza que se les dispensa es sólo para encargos ó comisiones despreciables, considerándoles más bien como buenos espías y diestros charlatanes, que como m i nistros de g r a n d e aptitud capaces de prestar importantes servicios. Todo lo anterior, y por las m i s m a s razones expuestas, puede decirse t a m b i é n de las personas feas: pues cuando tienen i n t e l i g e n c i a y disposición no omiten n i desperdician n i n g ú n cuidado para librarse del desprecio, ora sea valiéndose- de la virtud, ora valiéndose del vicio. Por consiguiente no debe asombrarnos el que i n d i - 2!J8 — •- viduos desgraciados por naturaleza hayan ¿fe- gado a l g u n a s veces á ser g r a n d e s hombres, como sucedió con Agesilao, Z e h a n g i r , hijo de Solimán, Esopo y Guasca, presidente del Perú, á los cuales podria añadírseles Sócrates y algunos otros. XLIV. * COXSIUEKACIOXES SOliRE LOS JAUDIXES. E l primer j a r d í n que hubo en el m u n d o lo plantó Dios. E n t r e todas las delicias de la vida h u m a n a , no h a y n i n g u n a t a n pura como la que encontramos en los j a r d i n e s , siendo t a n útiles á la salud de los hombres como á su recreo: sin ellos, los edificios y los palacios no son más que obras mecánicas del arte, sin n a d a que se asemeje á la n a t u r a l e z a . Sin e m b a r g o , es digno de — -2U<) — observarse que en los siglos que lian hecho m a yores progresos en civilización y m a g n i f i c e n introducido la costumbre de construir hermosos edificios, más bien que la de plantar j a r d i n e s elegantes y a g r a d a b l e s , como si se h u biese olvidado que no h a y nada t a n perfecto como la belleza de u n j a r d i n . Yo desearía que cada mes del año, los j a r d i nes reales apareciesen renovados; es decir, que en ellos se pusiesen por t u r n o todas las p l a n t a s , según la época en que brotan y florecen. P a r a fin de N o v i e m b r e , Diciembre y E n e r o , so escog e r í a n las plantas que están en todo su v i g o r d u r a n t e el invierno, tales como el acebo, la hiedra, el l a u r e l , el enebro, los cipreses, el tejo, el box, el p i n o , el abeto, el romero, el espliego, la vincapervinca de flor blanca, purp u r i n a y azulada: la camedris y los iris, por las hojas que echan; los naranjos, los limoneros y los mirtos ó arrayanes, que se conservarían en estufas calientes, y la m a y o r a n a , que se plantaría cerca de u n muro que mirase al m e diodía. Después, para fin de Enero y el mes de f e brero, debería buscarse la camelia de Aleman i a , que florece en dicha época; el azafrán de primavera de flor amarilla y azulada; las bello- — 3oo — ritas, la a n e m o n e , el tulipán temprano, el j a cinto de indias y la fritilaria. Para Marzo podían tenerse toda clase de violetas, especialmente las sencillas de color de p ú r p u r a , que son las más t e m p r a n a s ; el n a r c i so falso de color amarillo, las m a r g a r i t a s y el almendro, que florecen entonces, el naranjero y el cornizo, que t a m b i é n están en flor, y el escaramujo oloroso. E n Abril, la violeta, blanca, la. parietaria a m a r i l l a , el clavo, el césped, los iris, todas las clases de lirios, el romero, el t u l i p á n , la peonía doble, el narciso silvestre, la madreselva, el g u i n d o , el peral y el ciruelo de diferentes especies, que se cubren entonces de flor, y el a c a n to y las lilas, que comienzan á abrir sus hojas. Para Mayo y J u n i o deberán procurarse muchas clases de claveles y rosas, exceptuando las que son más tardías: la fresa, el espino blanco, la a g u i l e ñ a , la buglosa, el cerecero, que lleva en este tiempo su fruto; la grosella, la h i g u e r a breva 1, el frambueso, las vides, el espliego, el satirión de flor blanca, el lirio de los valles, el m a n z a n o y la coronilla. Para Julio, el clavel de Indias de diversas clases, las mosqnetas, el tilo en flor, los perales, los manzanos y los ciruelos tempranos. - 301 — Para el mes de Agosto, h a b r á ciruelas de todo g é n e r o , peras, albaricoques, avellanas, melones de g r a n t a m a ñ o , v las espuelas de todos colores, ó consólidas reales. En Setiembre, se t e n d r á n uvas, amapolas de diferentes colores, naranjas, albérchigos, higos, cora izólas y peras de invierno ó m e m brillos. Para Octubre y principios de Noviembre podrá haber serbas, nísperos, ciruelas silvestres, rosas tardías, malvarosas y otras plantas semejantes. Las que acabo de e n u m e r a r convienen al clima de Londres; pero m i objeto es que se adopte m i idea, para, que pueda haber en todas partes u n a primavera eterna, en cuanto lo permita la n a t u r a l e z a del paraje. Es ciertamente más agradable respirar el aroma de las llores, que se d e r r a m a en el aire y ondula en él como la armonía de la música, que arrancarlas de su tallo. Nada contribuye tanto al placer que hace e x p e r i m e n t a r su perfume, como el conocer las flores y las plantas desde que brotaron hasta que, y a crecidas, exhalan en el aire su hálito delicioso. Las rosas amarillas, i g u a l m e n t e que las enanas, no prestan n i n g ú n olor m i e n t r a s están creciendo; y esto es t a n cierto, que paseándose cerca de u n seto, no se percibirá aroma n i n g u no a u n q u e se h a g a la, prueba en las primeras horas de la m a ñ a n a , a i laurel tampoco da casi n i n g ú n olor m i e n t r a s crece, pudiendo decirse lo mismo del romero y de la m a y o r a n a . Pero lo que más llena el aire en el periodo de su crecim i e n t o de un perfume suavísimo, os la violeta, sobre todo la violeta blanca de flores dobles, que florece dos veces al a ñ o , u n a ¿mediados de Abril y otra á fines de Agesto. I n m e d i a t a m e n t e después de esta viene la rosa espumosa, en s e g u i da las hojas de fresal, que cuando comienzan á marchitarse prestan u n olor t a n suave que d i lata y consuela el corazón. Citaré a ú n las flores de la v i d , n u e v a m e n t e descubiertas, que se e n c u e n t r a n en los racimos y que se asen aojan á las que, vemos sobre el tallo del l l a n t é n ; el escaramujo oloroso, la parietaria a m a r i l l a , que da u n aroma m u y a g r a d a b l e cuando se la coloca cerca de las v e n t a n a s de u n salón ó do u n a alcoba , expuesta al m e d i o d í a ; los claveles, t a n t o g r a n d e s como pequeños, la flor de tilo, las de m a d r e s e l v a , que se elevan á g r a n d e alt u r a , y por último, las flores del espliego. No hablo de la flor del h a b a , porque es propia del campo. H a y a ú n tres plantas que d e r r a m a n en el aire el olor más agradable: la pimpinela, el — ;•}():} — serpol y la monta acuática. De éstas deberán e s tar poblados los paseos, para que el ambiente esté saturado con su perfume. E n cuanto á, la extensión de ios j a r d i n e s ;y no se pierda, de vista que hablo 'de los j a r d i n e s reales-, no debe ser menor do t r e i n t a y u g a das, que convendrá dividir en tres partes: una á la entrada cubierta de yerba m e n u d a : otra á la salida, que servirá para tener los planteles, y la tercera., que estará, en m e d i o , para j a r d í n principal, y á cuyos lados deberán formarse p a seos. Yo destinaría cuatro y u g a d a s para prado, seis para los planteles, ocho para los paseos ó calles laterales, y doce para la colocación del cuerpo principal del j a r d í n . La yerba m e n u d a debo plantarse por dos razones: p r i m e r a m e n t e porque deleita los ojos, no habiendo nada, q u e los encante tanto como u n césped bien segado y cubierto, sin e m b a r g o , de verdura; en s e g u n do l u g a r , porque la parte destinada á, este objeto sirve para abrir u n a e n t r a d a que conduzca á u n a magnífica hilera de árboles, de que debe hallarse rodeado el j a r d í n . Como la senda será larga, y como además en las horas de gran calor la sombra se proyectará solamente en los paseos, será conveniente construir por medio del césped pasadizos cubiertos, de doce pies de altura, á fin de poder penetrar en el j a r d í n por u n a sombra no i n t e r r u m p i d a . La figura cuadrada es la que más convien e á los jardines: por los cuatro lados deben estar rodeados de u n a espesa hilera de carpínos, elegante y bastante arqueada. Conviene t a m b i é n que se eleven arcos sobre pilastras form a n d o enrejado; que t e n g a n diez pies de a l t u r a por seis de ancho, y que los espacios que m e d i e n entre las pilastras sean de la misma dimensión que la a n c h u r a del arco. Que los carpinos sean cuatro pies más altos que los arcos y que no dejen de formar enrejado; que en la parte superior de cada arco se construya una. torrecilla bastante espaciosa para colocar u n a j a u l a ó pajarera; y en fin, que se p o n g a n sobre los intersticios a l g u n a s figuras doradas de poco t a m a ñ o y cubiertas de cristales, donde v e n g a n á reflejarse y descomponerse en colores variados y brillantes los rayos del sol. Me parece que el plantío de los carpinos que dejo indicado, deberá colocarse sobre u n a e m i n e n c i a ó montecillo l i g e r a m e n t e inclinado, de seis pies de a l t u r a y e n t e r a m e n t e cubierto de flores. T a m b i é n desearía que el cuadro del j a r din no ocupase tocia la l o n g i t u d del terreno, debiendo dejarse bastante espacio para formar varios pasadizos á los dos lados, donde viniesen á t e r m i n a r las avenidas cubiertas de césped de que be hablado a n t e s ; no obstante esto, á la e n trada y a l a salida del j a r d í n deberá evitarse el que dichos pasadizos se j u n t e n á la alameda de los carpí nos; á la e n t r a d a , para que con el césped no se pierda la hermosa vista que presente la referida alameda; á la salida, para no tapar la vista de los planteles á través de los arcos. En cuanto á la disposición del terreno comprendido en la cerca de que hablarnos, se puede variar según el g u s t o de cada cual, y todo lo que me atrevo á e x i g i r es que, cualquiera que sea la distribución que se h a g a , no se ponga mucho esmero en las cosas que ú n i c a m e n t e son de pura curiosidad y de paciencia. No soy aficionado á las figuras talladas en el enebro 6 en otro cualquier arbusto, y las considero como verdaderas bagatelas, m á s propias de niños que de hombres; sin e m b a r g o , admito pequeñas hileras de carpinos bajos y redondeados en forma de orla, con pirámides de poca elevación. A d mitiría i g u a l m e n t e columnas y altas pirámides en forma de enrejado, distribuidas en diferentes sitios, y t a m b i é n cubiertas de la a n t e d i c h a planta. Las avenidas deben ser, en m i j u i c i o , g r a n d e s y espaciosas; los pasadizos estrechos y cubiertos son buenos para ios jados, pero deberán, estar independientes del cuerpo del j a r d í n . Aconsejaría t a m b i é n que en el centro se levantase u n montecillo, á cuya cima podría subirse por tres escaleras y tres sendas bastante anchas para que cuatro personas pudieran m a r c h a r por ellas de frente, procurando que dichas sendas tendiesen á formar u n círculo perfecto y sin n i n g u n a apariencia de fortificación. La altura del montecillo deberá ser de t r e i n t a pies, const r u y e n d o en la cúspide u n e l e g a n t e pabellón g u a r n e c i d o de chimeneas ordenadas con gusto y provistas de cierta cantidad de cristales. Hablemos ahora de las fuentes, que son uno de los más útiles adornos de los jardines á causa de la frescura que les comunican; empero no se c o n s t r u y a n estanques n i viveros, que h a cen el aire malsano y lo llenan todo de insectos, de r a n a s y de otros animales no menos incómodos. He aquí las fuentes que yo aceptaría: u n a s donde corriera el a g u a c o n t i n u a m e n te, y otras que más bien fuesen receptáculos de u n a g u a limpia, formando u n cuadrado de treint a ó cuarenta pies, y donde n u n c a se echasen peces, para evitar el que llegaran á ponerse cenagosas. Eespecto á las primeras, los adornos dorados y de mármol que en el dia se usan, po- drian emplearle con e l e g a n c i a , si en esta clase de fuentes no ofreciesen u n a dificultad: es n e cesario dirigir el a g u a de m a n e r a que corra continuamente, sin detenerse n u n c a n i en la pila, ni en la cisterna, y os preciso al mismo tiempo que la estagnación no le h a g a perder su color, poniéndola unas veces verde y otras colorada., y que no crie musgo ni exhale malos olores. Para conservarlas curiosas, se las l i m piará á mano d i a r i a m e n t e . Convendrá t a m b i é n rodearlas de a l g u n a s gradas pana subir á ella y cercarlas do u n pretil e l e g a n t e . La s e g u n d a especie de fuentes, á que puede darse el nombro de baños, es susceptible de recibir muchos objetos de adorno y curiosidad, sobre los cuales no nos detendremos: por ejemplo, el fondo, i g u a l m e n t e que los lados, podrán decorarse con diferentes piezas, sembrando e n sodas direcciones algunos vidrios do diversos colores y otros cuerpos lisos y brillantes que derramen claridad con sus resplandores: t a m bién podrá colocarse sobre los bordes u n círculo de estatuas de poco t a m a ñ o . Pero lo i m p o r t a n ta, según ya lo hemos dicho al h a b l a r de la otra clase de fuentes, es tener el a g u a en m o v i miento continuo, para lo cual será necesario que se la renueve por medio ele u n receptáculo colocado á mayor a l t u r a , á donde se conduzca por tubos subterráneos de la misma, dimensión unos que otros, á fin de que no se d e t e n g a nada. Si fuese necesario decir lo que pien«o de las cosas de pura curiosidad, como la do dar al a g u a la figura de p l u m a s , de copas de cristal, de velos, de campanas y otras semejantes: y si m e viese obligado á hablar de las rocas artificiales y demás adornos de este género, diria que todas ellas son cosas que pueden a g r a d a r á la vista, pero que no contribuyen nada á la, salubridad y al verdadero encanto de los j a r d i n e s . Yo desearía que el bosque que hemos considerado como la tercera parte del j a r d í n , representase, en cuanto fuese posible, la. i m a g e n de u n a selva, n a t u r a l . No debería encontrarse allí u n solo árbol plantado con orden, si se except ú a n las hileras de los que he aconsejado poner en ciertos sitios, para formar una. calle ó avenida a b r i g a d a por las ramas y el follaje, i n t e r r u m p i d a en varias partes por g r a n d e s aberturas. Esta calle podrá recibir en algunos lugares los rayos del sol, y t e n d r á en abundancia llores odoríferas, de modo que al pasear por ella se respirase u n aire embalsamado: además de esto, dejaría en el bosque algunos parajes descubiertos y despoblados de árboles. También desearía que estuviese cortarlo en diversos sitios por m a torrales de escaramujo oloroso, de madreselvas y de viña silvestre; pero lo que debe preferirse especialmente, es cubrir el terreno por todas partes de violetas, y con mayor preferencia de fresas y bellorilas, porque estas plantas derraman un olor delicioso y se crian m u y bien á la sombra. En cuanto á los matorrales y á las hileras de árboles, creemos que el gusto y no la simetría deben señalar los sitios donde se coloquen. También apruebo esos cerro tilles, semejantes á los montones de tierra que forman los topos en los lugares donde habitan, y opino que los unos deberán sombrarse de serpol, de claveles pequeños y de camedris, cuyas flores son m u y bellas, de vincapervinca, de violetas y de fresas; y los otros de margaritas, de rosas encarnadas, de lirios de los valles, de eléboro, de flor de púrpura y de todas las plantas hermosas que tengan un perfume suave y agradable. También deberán ponerse algunos arbustos en la parte superior de estos cerretillos, tales como el rosal, el enebro, el acebo, la oxiacanta, que deberá estar en menor cantidad que los otros, á causa de la fuerza que tiene su olor cuando está floreciendo, el grosellero de fruto encarnado, la acacia, el romero, el laurel, el escaramu- j o oloroso, etc. Es indispensable podar estos ¡irbustos para que no l l e g u e n á hacerse demasiado g r a n d e s . Nos queda que distribuir el terreno de los lados en pasadizos particulares que estén cubiertos de sombra durante todas las horas del dia. Es necesario poner algunos al abrigo ele la violencia de los vientos, de m a n e r a que se pueda pasear por ellos como en u n pórtico. Para lograr este objeto, deben estar cerrarlos por las extremidades, y el suelo se cubrirá de arena en vez de césped, á fin de que se pueda a n d a r por ellos sin recibir h u m e d a d . A los lados de la m a yor parte de estos pasadizos se colocarán á r b o les frutales de diversas especies, convenientemente distribuidos. Es necesario observar que la eminencia donde se p l a n t e n los árboles frutales debe ser ancha y baja, y que vaya suavem e n t e ascendiendo: también podrán ponerse en ella a l g u n a s flores odoríferas, a u n q u e en pequeño n ú m e r o , para que no roben la sustancia que debe a l i m e n t a r á los árboles. E n las e x t r e m i dades del terreno lateral, harían m u y buena vista montéenlos de la misma altura que la cerca exterior, cíesele los cuales pudiesen verse las inmediaciones. Volviendo al cuerpo principal del j a r d í n , — :;i i — diré que no nie opondría á que se hiciesen en ('•1 a l g u n a s calles ó avenidas espaciosas y p l a n tadas á los lados de árboles frutales, y a u n adm i t i r í a que de trecho en trecho se pusiesen algunos pies de estos árboles, no pareciéndome mal tampoco algunos emparrados con asientos, distribuidos con orden y elegancia: pero todo ello no deberla estar m u y profuso y a m o n t o n a do, puesto que el j a r d í n debe hallarse descubierto para que el aire circule libremente. .Me parece, por último, que cuando se pasee d u r a n te las horas calorosas del día, debe buscarse la sombra de las calles laterales; porque el j a r d í n debe servir solamente para las estaciones más temperadas del a ñ o , que son la p r i m a v e r a y el otouo, no debiendo llegarse á él en el estío sino que por la, m a ñ a n a y por la tarde y en los alas nebulosos. Xo me g u s t a n las pajareras, á menos que sean bastante g r a n d e s para tener el suelo cubierto de césped, y a u n a l g u n o s arbustos en plena vegetación: de este modo vuelan los pájaros con más libertad, t i e n e n más independencia, cu sus placeres y en su modo de vivir, y se consigue t a m b i é n que en n i n g u n a parte de la pajarera se vea u n a falta de curiosidad que siempre disgusta. Como para formar en las calles del j a r d í n subidas y declives variados y agradables es necesario contar con la naturaleza del terreno, y como por esta razón no se pueden construir en todas partes , hemos propuesto solamente plantas y paseos que convienen á todos los lugares. Dejamos trazada la forma de un j a r d í n real, obedeciendo en parte á preceptos que hemos establecido, y en parte á una medida g e n e r a l y variable. Nos hemos mostrado pródigos en los gastos que ocasionaría; pero poco importa esto á los príncipes, que s e g ú n se ve en nuestra época, pasan la m a y o r parte del tiempo en sus jardines y consumen sumas considerables en r e u n i r en ellos los objetos más e x t r a v a g a n t e s : a c u m u l a n las estatuas y otros trabajos rielarte, m u y buenos para la pompa y magnificencia, pero completamente inútiles á la verdadera a m e n i d a d de los j a r d i n e s . XLV. DE LAS NEGOCIAUIONKS, ó DKL AB7K l>F. jr.VXEJAR I.uS NEGOCIOS. Generalmente hablando , es mejor tratar verbalmente que por cartas, y valiéndose de una tercera persona; mejor t a m b i é n que por u n o mismo. Las cartas son buenas cuando se desea conseguir u n a contestación escrita, cuando se lleva la m i r a do presentar en tiempo y l u g a r determinados, para justificarse, los originales ó las copias que se conserven, ó en fin, cuando se teme ser escuchado por a l g u i e n , ó interrumpidos en u n a conversación sobre n e gocios. Toda persona que tiene u n exterior i m p o n e n t e y respetable, ó que desea tratar con u n i n ' e r i o r , d e b e por el contrario negociar v e r b a l - m e n t e y h a b l a r por sí m i s m a . También se debe seguir este método, cuando uno se propene revelar las cosas en los ojos, y dejar solamente que las a d i v i n e n sin decirlas, ó cuando uno quiere reservarse la libertad de retractarse de lo que se h a y a dado á entender ó de interpretarlo de cierto modo. Si negociáis con la ayuda de un tercero, escoged m á s bien u n a persona de un carácter recto y do un espíritu adocenado, que seguirá, exactamente las órdenes que h a y a recibido y os referirá fielmente todo cuanto baya visto ú oido. que uno de esos hombres diestros que, al entrometerse en los asuntos ágenos, salten apropiarse el honor ó el provecho que proporcionan, y que al referir una respuesta a ñ a d e n lo que les parece útil para contentaros y hacer valer su habilidad. Tened t a m b i é n cuidado de elegir con preferencia personas que deseen v i v a m e n te el b u e n resultado del negocio que les encarguéis : este deseo los h a r á más activos y más i n t e l i g e n t e s : preferid asimismo sugetos cuyas disposiciones y carácter sean propios para los asuntos que h a y a n de desempeñar: por ejemplo, u n hombre audaz será bueno para, las quejas y reproches; uno i n s i n u a n t e , para persuadir: uno de i n g e n i o sutil, para observar y hacer indagaciones; v ñor ú l t i m o , u n liomliro brusco, • a i « . ' 1 7 7 enérgico é intratnblc. para u n asunto que t e n g a algo de injusto y arbitrario. Emplead t a m b i é n preferentemente los que y a hayan acertado en negocios' que antes les hubieseis encarg ido: t e n d r á n más confianza en su propia habilidad, h a b r á n formado do sí m i s mos u n a idea ventajosa, y pondrán de su parte cuanto les sea posible para sostener la opinión que sus primeros trabajos os h a y a n dado de su capacidad. Es mejor tantear poco á poco á aquel con quien vais á entablar a l g ú n negocio, que entrar de u n a vez en materia, á menos que t e n gáis el designio de sorprenderle con u n a cuestión imprevista. De i g u a l modo, es más conven i e n t e entenderse con los que no t i e n e n satisfechas aún sus aspiraciones, que con aquellos que han obtenido cuanto deseaban y están contentos en su situación. E n una negociación donde las exigencias son recíprocas, el primero que consigue lo que desea puede decir que tiene casi g a n a d a la part i d a : ventaja á la cual no podrá razonablem e n t e aspirar, si el asunto es de tal naturaleza que no permite sea su e x i g e n c i a la primera en satisfacerse, ó si no tiene la destreza de per- sxiadir á la persona con quien trata, de que á su vez sentirá la m i s m a necesidad en otra ocasión, ó si no a b r i g a , por ú l t i m o , dicha person a u n a entero confianza de su probidad. El objeto de todos los tratos y negociaciones, es descubrir ú obtener a l g u n a cosa. Los h o m bres descubren sus designios por la confianza, por la cólera, por sorpresa ó por necesidad, es decir, cuando se les estrecha lo bastante para ponerlos en la impotencia de encontrar pretextos de ir hacia sus fines, sin descubrirse y dejarse comprender. Para dominar á u n hombre, es necesario conocer su carácter y sus gustos: para persuadirle, saber á qué punto dirige sus miras; y para i n t i m i d a r l e , conocer sus debilidades y flaquezas, ó g a n a r á sus amigos y á las demás personas que ejerzan m a y o r poder sobre su espírit u , á fin de influir por este medio. Cuando se trata con personas sagaces y artificiosas, es necesario, para penetrar el verdadero sentido de sus discursos, tener la vista fija en el objeto que se proponen. Conviene hablar m u y poco con ellas y decirles lo que menos a g u a r d a n ; y e n todos los asuntos u n poco difíciles, es preciso no querer sembrar y coger al mismo tiempo, debiendo tenerse el cuidado de preparar los n e - — 317 — gocios y de conducirlos g r a d u a l m e n t e á su punto de m a d u r e z . ¿ti XLVI. DE LOS CLIENTES Y DE LOS AMTOOS DE UN ORDEN INFERIOR. Conviene desembarazarse de los clientes ó protegidos n m y costosos, porque a l g u n a s veces traen detrás de sí u n a cola demasiado l a r g a y pesada; por clientes costosos e n t i e n d o , no solam e n t e los que nos m e t e n en g r a n d e s gastos, sino también los que con m u y frecuentes e x i gencias nos o r i g i n a n por este concepto sacrificios considerables. Todo lo que los clientes ordinarios pueden e x i g i r de sus protectores, es el apoyo, la recomendación y protección que necesiten. Con mayor cuidado a ú n es menester evitar los b o m - bres de u n carácter inquieto y turbulento, que no se os acercan por apego á vuestra persona, sino más bien por odio que sientan hacia a l g u n a otra que los t e n g a resentidos: esta es u n a délas principales causas de esa mala inteligencia que frecuentemente se ve reinar entre los grandes. Lo mismo diremes de esos clientes llenos de vanidad que alaban con g r a n d e s voces á sus protectores y se convierten en las trompetas de su tama: descomponen todos los asuntos con sus indiscreciones, y en cambio del honor que reciben con vuestro trato, os procuran u n a infin i d a d de envidiosos y e n e m i g o s . Hay otra especie de clientes más peligrosa a ú n , que la forman ciertos hombres excesivam e n t e curiosos, que se puede m i r a r corno verdaderos espías, y que buscan continuamente ocasión de penetrar los secretos de u n a casa para llevarlos en seguida á otra, (tozan ordin a r i a m e n t e de favor, porque parecen serviciales y chismean y m u r m u r a n de todo el mundo. Que los subalternos se a p e g u e n á sus superiores de la misma profesión, como por ejemplo los soldados á los oficiales y éstos á los g e nerales á cuyas órdenes h a n servido, es una conducta laudable y g e n e r a l m e n t e aprobada, - :]!!> — a u n en las monarquías, siempre que no la i n s pire el deseo de fausto y de popularidad. Entro todas las m a n e r a s do adquirir olientes, la más honrosa y la más j u s t a es dedicarse á proteger y honrar á los hombres d e m é r i t o , de cualquiera orden y condición que sean. Sin embargo, cus;rido da diferencia no es m u y sensible , es J n á s ventajoso tenor por clientes á hombros de u n mérito algo más elevado que el de la generalidad, que á hombros de u n mérito superior: y si hemos de decir la verdad completa, añadiremos que en u n a época de corrupción, u n hombre m u y activo presta mejores servicios que un hombre virtuoso. En el gobierno do u n Estado, conviene que el trato ordinario sea casi i g u a l para, todas las personas de u n a m i s m a categoría; porque si se atestigua á ios unos u n a preferencia m u y m a r cada, se les hace insolentes v se disgusta á los demás. Pero al dispensar las gracias y favores, se debe proceder con prudencia y b u e n discernimiento, lo cual hace más agradecidas á las personas que han recibido el beneficio, y sirve de estímulo provechoso a l a s demás: porque e n tonces, s e g ú n lo acabamos de indicar, lo que se hace es u n favor, y no el pago de u n a cosa que se debia. Sin e m b a r g o , es preciso no favorecer m u cho a, u n mismo individuo, porque seria, imposible continuar haciéndolo en la m i s m a proporción, lo que al fin lo baria insensible á c u a n tos favores recibiese. Es peligroso dejarse gobernar por u n a sola persona, y además de ser esto u n signo de debilidad, da pasto á la m u r m u r a c i ó n ; porque el que no se atreva á censuraros directamente, no dejará de hacerlo del sugeto que os d i r i g e , perj u d i c a n d o de este modo vuestra reputación. A pesar de lo dicho, es todavía más peligroso escuchar y seguir los consejos de muchas personas á la vez. El que no evita esto con cuidado, logra hacerse inconstante y adquiero la costumbre de seguir el parecer del último que llega. Aconsejarse con u n pequeño número de amigos, es u n a conducta m u y juiciosa y p r u dente, porque los que m i r a n el j u e g o ven más que los que están j u g a n d o . La verdadera a m i s tad es m u y rara en el m u n d o , sobre todo entre i g u a l e s , y por esto sin duda ha sido la más celebrada. Si existe esta sublime amistad es sol a m e n t e entre el superior y el inferior, porque la fortuna del uno depende del otro. XLVII. Di: i-OS i'KOOOllADOUKS Y DE LOS .l'ilUTEN n i E N T E S . E n Ja inmensa, m u l t i t u d de los negocios se encuentran m u c h a s pretensiones y proyectos injustos, y frecuentemente sucede que el i n t e rés de los particulares perjudica a los intereses públicos. H a y muchas cosas, buenas en si m i s m a s , que se pretenden con m a l a intención, y no sólo con miras injustas relativamente al objeto, sino t a m b i é n con m a i a le r e l a t i v a m e n t e al resallado, y h a y asimismo otras que se comienzan sin el menor deseo de terminarlas: se e n c u e n t r a n muchas personas que se encargan, de nuestras pretensiones y que prometen servirnos con celo y actividad, sin cuidarse de c u m p l i r su promesa. 21 Sin embargo , si se aperciben de que el asunto está próximo á terminarse por mediación de otro individuo, querrán tener p a r t e e n el resultado y buscarán medio de persuadirnos de que ellos t a m b i é n h a n contribuido, colocándn se en segundo t u r n o entre las personas a quienes t e n g a m o s que recompensar. Mientras el asunto esté p e n d i e n t e , sacarán partido do las esperanzas del interesado. H a y i g u a l m e n t e sugetos que se e n c a r g a n de los negocios con la sola mira, de arrebatárselos á otro, ó para enterarse de a l g u n a cosa que ú n i c a m e n t e por este medio podían saber, sin cuidarse de la suerte del negocio ni m i r a r más que á su interés particular; ó bien que se valen de los asuntos ágenos para realizar los suyos y como medio de llegar al p u n t o que se proponen. T a m b i é n se e n c u e n t r a n individuos que se prest a n á solicitar por otros con el designio premeditado de hacerles naufragar, para servir ó favorecer de este modo á q u i e n figura como parte contraria, como competidor ó e n e m i g o declarado. Observando a t e n t a m e n t e se reconocerá que en toda petición h a y siempre u n derecho de equidad, si es petición de justicia, y u n derecho de mérito, si la petición reclama alguna gracia. E n el primer caso, si es vuestro deseo favorecer á la parte culpable, servios de v u e s tro prestigio para t r a n s i g i r el asunto más bien (pie para g a n a r l o . E n el s e g u n d o caso, si os i n clináis al que tiene menos merecimientos, absteneos por lo menos de censurar ó deprimir al más d i g n o . Cuando no conozcáis la razón de ciertas peticiones, valeos de cualquier a m i g o i n t e l i g e n t e y leal que os i n s t r u y a con su juicio de lo que podéis hacer sin ofensa de la h o n r a dez; pero en este caso es indispensable m u c h a prudencia y g r a n discernimiento para la elección de u n amigo que merezca semejante confianza, pues de otro modo correríais el peligro de ser engañados en vuestra propia cara. Hoy dia, los solicitadores y pretendientes se h a l l a n t a n sujetos á sufrir dilaciones y aplazamientos i n t e r m i n a b l e s , que u n a conducta franca y abierta, ora sea rehusando c l a r a m e n t e el encargarse de los negocios, ora d e s e n g a ñ á n doles respecto del resultado, y a diciéndoles sin embustes n i rodeos el estado en que se e n c u e n t r a n , y no pidiéndoles más recompensa que la verdaderamente j u s t a , que esta sinceridad se h a hecho, no sólo laudable y e q u i t a t i v a , sino m u y del agrado de los interesados que reciben e n ella u n verdadero servicio. E n c u a n t o á las pretensiones de gracias, direinos (pie la d i l i g e n c i a de aquel cuya petición se adelanta á las de todos los demás, no será razón suficiente para preferirlo; pero si de sus palabras se sacan luces que no L a y a n podido conseguirse de las de n i n g ú n otro, no habrá motivo para predisponer en su contra, y doliera considerarse justo que saque partido d e s ú s medios, y a u n deberá tenerse en cuenta su actividad y los conocimientos que h a y a proporcionado. Desconocer el valor ele lo ¡ene se pide, es una señal de inexperiencia y (le impericia, como no d i s t i n g u i r ia j u s t i c i a y la injusticia es la prueba, de u n a conciencia puco delicada. Un profundo secreto sobre las peí ¡ d o n e s que so quimón hacer, es u n o de los medios más seguros para lograr el objeto: por-iue a u n q u e se pueda d o - a n i m a r a l g u n o que otro de ios competidores manifestándoles claramente las esperanzas bien fundadas que se t e n g a n , esta, publicidad no deja, sin embargo, do suscitar otros nuevos y do estimularlos á entorpecer el n e g o cio. Lo esencial pora obtener una g r a c i a , es saber elegir las ocasiones, no solamente con relación á los que tienen el poder de concederla ó n e g a r l a , sino también por lo que mira á los que se b a i l a n dispuestos á formar concurrencia. ó á hacer oposición por cualquiera otro motivo. E n la elección de las personas que queráis e n c a r g a r del cuidado de vuestros negocios, atended más bien a la aptitud y disposiciones que t e n g a el sugeto para el negocio mismo que á su rango y categoría. Por igual razón conviene preferir al que tiene pocos negocios mas bien que al que los abarca todos. A l g u n a s veces, la indemnización que se os concede después de haberos hecho sufrir una n e g a t i v a , es preferible á lo que se os habia rehusado, con tal de que no aparezcáis m u y desanimados n i m u y descontentos. «Pedid u n a cosa injusta, para conseguir más fácilmente u n a cosa justa.. •> Esta m á x i m a puede ser m u y útil á u n hombre que noce de g r a n favor: pero en distinto caso le con vendría más g r a d u a r las e x i g e n c i a s , á íin de llegar por grados á lo que se desea, y a g u a r dar hasta, obtener siempre a l g u n a cosa; porque el que h a y a corrido el riesgo de perder por una primera n e g a t i v a el afecto del p r e t e n d i e n t e , no querrá exponerse en seguida, siendo de nuevo desatendido, á alejarle para siempre y á perder de este modo el fruto de las gracias que anteriormente le haya, conseguido. Nada cuesta menos, en apariencia, á u n personaje e m i n e n t e , que las cartas de recomendó- eioii, y parece que no tiene disculpa para r e husarlas. Sin embargo, cuando se prodigan á hombres que no las merecen, perjudican mucho á la reputación de quien las da. Nada h a y mas peligroso en L U Í país quo esos procuradores p ú blicos que acceden á dar á las pretensiones del primero que ¡lega u n a apariencia de derecho y de equidad: esta es u n a condescendencia funesta á los asuntos públicos y una verdadera calamidad en los Estados. XLVIII. !)!•: L O S KSTl'Dk Eos estudios son para el espíritu u n origen de recreo, de adorno y de capara dad. Un oríg e n de recreo, en el retiro y la soledad; u n origen de adorno, en el trato particular y en los — 327 — üscursos público?, y u n origen de capacidad, en la vida activa en que ponen en estado de nacer observaciones j uiciosas. Un hombre instruido solamente por la ex periencia, es propio para la ejecución, y a u n para juzgar en detalle de las personas y de las cosas, tomadas u n a á una separadamente; pero лп hombre instruido por el estudio, se le aven taja mucho para las miras generales y la direc ción principal de los negocios. Emplear demasiado tiempo en el estudio, no es otra cosa, que una, pereza disfrazada con u n hermoso nombre: hacer alarde de los ad or nos que se puedan sacar do los estudios, es una verdadera afectación: no j u z g a r de los hombres y de las cosas nada más que por las reylas sa cadas cielos libros, es u n método que sólo con viene á, un escolástico ó á u n pedante. has letras perfeccionan la naturaleza, y ellas mismas son perfeccionadas por la expe riencia: ios talentos naturales, d e i g u a l mod o p.ie las plantas, t i e n e n necesidad, de c u l t u r a : aero cuanto se aprende en ellas es m u y vago v general si la experiencia no lo señala y d e termina, nos i n t r i g a n t e s desprecian las letras, .os simples se contentan con admirarlas y ios sabios saben sacar partid o de ellas: las letras solas son 111801101.311168. y aun no bastan para enseñarnos el modo de aprovecharlas. Lo que puedo e s s e ñ a m o s á usarlas bien, es ciería prudencia que no se encuentra en ellas, que es inferior á ellas, y que sólo se puede adquirir por la experiencia y la observación. Cuando leáis u n a obra, que no sea para contradecir ó refutar al autor, n i para adoptar sin e x a m e n sus opiniones y creerlo por su palabra, n i tampoco para brillar en las conversaciones, sino para aprender á reflexionar, á pensar, á e x a m i n a r y á. pesar lo que d i g a el autor y todos los demás pensamientos que su lectura sugiera. ; h y Loras de los cuales sólo se debe g u s t a r un poco, otros que se deben devorar, y otros, en fin. a u n q u e en pequeño n ú m e r o , que es n e cesaria, por decirlo así, masticarlos y d i g e r i r lo-. Lo que quiero expresar con esto es que hay libros de les cuales no debe leerse más ¡pie cierta parte: que h a y otros que conviene leerlos por entero, pero r á p i d a m e n t e y sin analizarlos: y por ú l t i m o , que h a y un pequeño número de obras que es preciso leer y releer con u n a ext r e m a d a aplicación. T a m b i é n pueden leerse los luiros en cierta m a n e r a por delegación, m a n dando á otras personas que los reduzcan á ex- — :)29 — tractos. Se sobreentiende que, de este modo, sólo se leerán los que traten de asuntos poco importantes, ó los que h a y a n sido escritos por autores adocenados. E n todo otro caso, los l i bros así extractados son tan insípidos como esas aguas destiladas que se e n c u e n t r a n en el comercio. La lectura da al espíritu a b u n d a n c i a y fecundidad: la conversación, presteza y facilidad: la costumbre de escribir, precisión y exactitud, d'odo hombre que es perezoso para escribir t i e ne necesidad do u n a g r a n memoria para suplir este defecto: el que habla rara vez, necesita de una g r a n d e vivacidad n a t u r a l de espíritu para suplir esta, falta de costumbr< : el que ha leido poco, no puede gobernarse sin a n a g r a n d í s i m a destreza para a p a r e n t a r que sabe lo que ignora. .Según es la índole y naturaleza de las obras, asi son los diferentes (decios que producen en las personas que las leen. La historia hace al hombre más prudente; la noe'sía lo hace m á s espiritual: las matemática?, más penetrante; la física ó filosofía n a t u r a l , más profundo; la m o ral, más g r a v e y más circunspecto; la retórica, y la dialéctica, más contencioso y más fuerte en las disputas. E n u n a palabra, los estudios llegan á convertirse en costumbres ó á í n c u l - — 330 — earse en ellas, y a u n diré que no h a y en el e n t e n d i m i e n t o vicio ó defecto que no pueda coiregirse por medio de estudios bien proporcionados y dirigidos, de i g u a l modo que se pueden prevenir, curar ó aliviar las enfermedades del cuerpo con la a y u d a do ciertos ejercicios. Por ejemplo, j u g a r á los bolos es u n remedio ó u n preservativo para las arenillas ó mal de ríñones: disparar ñochas con el arco... sirve para la pulmonía y los padecimientos del pecho; el paseo es saludable para el estómago, la equitación para el cerebro, etc. De la m i s m a m a n e r a , u n hombre cuyo pensamiento está, sujeto á frecuentes extravíos y que no puede lijarse sin trabajo, debe estudiar las matemáticas; porque con poco que uno se distraiga al leer ó escuchar u n a demostración de este g é n e r o , es necesario empezar de nuevo. E l q u e s e a confuso y poco exacto en sus distinciones, que estudie á los escolásticos, hombres dotados de un talento maravilloso para dividir en cuatro partes iguales u n g r a n o de alpiste; el que tiene pocas disposiciones naturales para discutir las materias y rebuscar en los libros ó en su m e m o r i a los medios de aclarar una idea con la a y u d a do oíros, que se familiarice con las cuestiones de los jurisconsultos. Así pues, el estudio puede proporcionar remedio específico para cada vicio ó defecto de que es susceptible el espíritu. XJLIX. DE CAS E.VCCIOXEK Y DE LOS l ' UtTPVl.S. Muchos políticos h a n abrigado u n a opinión que nos parece desprovista de fundamento: seg ú n el ios. un principe en el gobierno de sus Estados y un g r a n d e en el manejo de sus n e gocios, deben atender sobre todo a los partidos que se formen á su alrededor. Si hubiésemos de creerlos, esta sería la parte más esencial de la política. Pero m e parece, m u y por el contrario, que la verdadera prudencia consiste en ocuparse preferentemente de los intereses comunes y preferirlas instituciones en que están de acuer- do los diferentes partidos. No quiero decir con esto que los partidos jamás lia van de tomarse en consideración. Las personas de u n orden inferior que aspiren á elevarse, deben unirse á un partido; pero la conducta más acertada para los g r a n des y otros personajes que por sí mismos son ya bástanle poderosos, consiste en permanecer neutrales y conservar el equilibrio sin inclinarse á n i n g u n o do los extremos de la balanza. Sin e m b a r g o , si u n hombre que a ú n no se ha elevado mucho y que se h a unido á un partido, lo sirve con bastante moderación y sensatez para no hacerse odioso al partido contrario, se abre u n a senda más llana y expedita, m a r c h a n do, por decirlo así. entro las dos facciones ene migas. El partido más débil tiene ordinariamente más armonía, constancia y unidad, observándose con frecuencia que una facción compuesta de un pequeño número de hombres resueltos y obstinados, alcanza ventajas sobre otra más numerosa y de conducta más moderada. Cuando una de las dos facciones ha sido destruida, del seno de la otra s u r g e n nuevas divisiones; y así vemos, por ejemplo, que m i e n t r a s el partido de Lúoulo y de ios principales senadores pudo sos- tenerse contra el de César y Pompeyo, estos últimos permanecieron estrechamente unidos; pero cuando la autoridad del senado fué completamente aniquilada, los vencedores se d i v i dieron a su voz. Sucedió lo mismo al partido de Octavio y Antonio contra Bruto y Casio, pues cuando éstos fueron derrotados, los dos primeros rompieron su acuerdo. Estos ejemplos se refieren directamente á las facciones ó partidos que se hacen u n a g u e r r a abierta; pero s u cede lo mismo con todos ios que pueden existir, cualquiera que sea su m a n e r a de luchar. El que ocupa el segundo puesto en un partido, suelo elevarse al primero cuando se verifica la división, sucediendo a l g u n o s veces que pierdo e n t e r a m e n t e su crédito: porque ciertos hombres solo sirven para el combate, y cuando ese cesa, son del todo inútiles. So ven t a m b i é n muchos hombres que una vez elevados al puesto que a m b i c i o n a b a n , abandonan el partido que les ha. ayudado a elevarse, y se pasan á las illas opuestas: sin duda lo hacen porque creyéndose seguros de conservar sus antiguos partidarios, t r a t a n de a u m e n t a r su influencia adquiriendo nuevos amigos. Se observa también con bastante frecuencia, que cuando un traidor abandona su partido con pro- pósito deliberado, se eleva más pronto: porque cuando la balanza está en equilibrio basta u n solo hombre para inclinarla, y sobre éste recae todo el honor de la victoria. La conducta mesurada de u n hombre que se m a n t i e n e neutral e n t r e dos partidos, no es siempre una prueba de moderación: frecuentemente se ve que es un manejo para conseguir a l g ú n objeto particular obteniendo ventajas de entrambos lados á un mismo tiempo, y haciéndose empujar en el camino que se ha trazado por los dos partidos á la vez. E n Italia se hace sospechoso el Pontífice que tiene siempre en los labios las palabras de padre común; y fundándose en este indicio se presume que no empleará el poder de que se halla revestido, n a d a m á s que en el e n g r a n d e cimiento de su familia. Es u n a falta g r a v í s i m a en u n soberano h a cer causa c u m u n con uno de los partidos que se h a y a n formado en sus Estados. Esta conducta es siempre funesta á las monarquías, y establece en apariencia u n a s relaciones más estrechas de lo que permite la obediencia y el respeto debidos al monarca, pues los miembros del partido á que éste pertenece lo m i r a n como á uno cualquiera de entre ellos. De esto se ha visto un ejemplo elocuente en la famosa liga de Francia. Cuando dos facciones t i e n e n g r a n d e influencia y hacen mucho ruido en u n Estado, es u n a señal segura de la dehilidad del príncipe, no habiendo n a d a t a n perjudicial como esto á sus asuntos y á su autoridad. Los movimientos de ios partidos en u n a monarquía deben regularse por los del soberano, que ha de ser el principal móvil de todo el sistema político. Diremos en u n a palabra y empleando las ideas y el l e n guaje de los astrónomos, que los movimientos de que hablamos deben ser semejantes á los délos astros inferiores, que a u n q u e obedecen al suyo propio, no dejan de ser arrastrados por el movimiento general y común de todo el sistema á que pertenecen. ПК LOS . U O D A I . E . S , Y DE LA COXVE;S.[EXGL\S 0 1 ¡ S K K Y . W I ' ¡ S DE LAS SOCLU.ES. Cuando el hombre está red ucid o á u n méri to sólido y verd ad ero, necesita que este mérito sea m u y considerable, así como las piedras p r e ciosas deben ser m u y superiores para que sean m o n t a d a s al aire. Formando i m a j u s t a idea de la importancia, de los buenos modales, se comprenderá que 'pro porcionan tantos elogios como utilid ad : s e g ú n el proverbio, las g a n a n c i a s pequeñas son las que llenan el bolsillo, porque se obtienen fre cuentemente, mientras que los provechos con siderables se logran rara vez. De i g u a l mane ra, estas pequeñas perfecciones de detalle d e que nos ocupamos, son las que nos proporcio naii más elogios, por lo mismo que es su uso continuado y que se hacen observar a cada i n s t a n t e , en tanto que rara vez se presenta ocasión de acreditar una g r a n virtud y un talento do primer orden. Así pues, esas consideraciones y esas pequeñas atenciones (pie componen lo que se llama el trato del m u n d o , pueden aumentar mucho nuestra reputación. Creamos sobre este particular á la reina Isabel de Castilla: «Las maneras linas y corteses, decia, son perpetuas certas de recomendación para los que las tien e n . » Y no se crea que el adquirirlas es una obra m u y difícil: basta para ello no desdeñarse de intentarla, ser un poco observador de los modales de los demás, y para conseguir el resto, tener a l g u n a confianza en uno mismo : porque si se estudian demasiado esas pequeñas conveniencias que deben cogerse al vuelo, las buenas maneras que u n o quiera, tener perderán lo (pie las hace más a g r a d a b l e , que es u n a fácil naturalidad, siendo la afectación en este punto, como en cualquiera otro, u n a cosa de m u y m a l efecto. Las maneras estudiadas de ciertas personas, se parecen á los versos que t i e n e n contadas todas sus sílabas. No tener atención n i cortesía con los (lomas, es enseñarles á que sean lo mismo con nosotros y á qne nos pierdan el res-pelo que nos deban. Especialmente con iomextranjeros v coa ios aficionados á la formalidad, es necesario no dispensarse d é l o s cumplidos y pequeñas atenciones. Sin e m b a r r o , el aire ceremonioso y la urbanidad excesiva no solamente fastidian, sino que dan que sospechar y hacen perder la confianza de las personas a quienes se trata de ese modo. Ei arfe de insinuarse en el ánimo do [os demas y de g a n a r sus simpatías, tiene puntos de contacto con ciertas fórmulas de política. <*n el fonda bastante comunes, pero que, á la larga, son de g r a n d e efecto cuando se las sabe escoger y emplear á propósito. Como la excesiva familiaridad so establece fácilmente entre personas de u n a misma- categoría y de u n a m i s m a edad, debe procurarse conservar con ellas u n a poca entereza: este peligro es menor respecto de los inferiores, con ios cuales somos siempre dueños do hacernos respetar. El que siempre quiere estar en medio, y a se trate de la sociedad, ya de los negocios, consigue que 'se cansen de él y disminuyo su prestigio. Es bueno tener frecuentemente deferencias con los flemas, acomodándonos á seguirlos y secundarlos, y (laudóles á conocer que no obramos así por una excesiva docilidad, sino por política v consideración hacia ellos. Sin e m b a r g o , al acomodarse al sentimiento 6 al gusto de los extraños, es conveniente a ñ a d i r siempre alg u n a cosa, de uno mismo: por ejemplo, si adoptáis una, opinión, modificad u n poco vuestro a s e n t i m i e n t o , añadiéndole a l g u n a s variaciones: al aceptar un consejo, exponed también alg u n a s razones distintas de las que b o y a n e m pleado para persuadiros. No seáis c u m p l i m e n teros, porque si tenéis este delecto, vuestros envidiosos, olvidando las buenas prendas que os adornen, no desperdiciarán la ocasión de poneros en ridículo y de acomodaros el epíteto de aduladores. Un delecto i g u a l m e n t e perjudicial en los negocios es atribuir demasiada importancia á pequeñas cosas, y ser m u y cuidadoso de aprovechar las ocasiones y los momentos oportunos. Salomón dice á este propósito: o El que teme demasiado á los vientos, se queda sin sembrar: y el que mira mucho á las nubes, no hace la recolección.» Un hombre diestro sabe procurarse más ocasiones do las que n a t u r a l m e n t e se le habían de presentar. Las m a n e r a s , como los h á - bitos de tados n i bastante y le den u n hombre, no deben ser ni m u y afecm u y severos, sino corteses á la vez que sencillos para que le sirvan de adorno prestigio sin entorpecer su m a r c h a . LI. DE LA ALABANZA. Las alabanzas son los rayos que se reflejan de la v i r t u d : pero como la i m a g e n no es semej a n t e al objeto que la produce sino que cuando el espejo es fiel, la gloria que proviene del pueblo es ordinariamente falsa, porque éste atiende g e n e r a l m e n t e á las apariencias y no al verdadero m é r i t o . Un mérito trascendental esta m u y por encima de la comprensión del vulgo: alaba sin dificultad las virtudes del orden más inferior; las de segundo orden le causan admiración ó más Lien asombro, y desconoce el sentimiento de las virtudes sublimes. La apariencia del m é rito y el simulacro de la virtud, arrastran los sufragios de las m u c h e d u m b r e s . La faina es semejante á un rio que sostiene los cuerpos ligeros y que lleva hundidos en su fondo á los que tienen más peso y solidez. Pero cuando los sufragios de los hombres distinguidos por su nacimiento ó su mérito sojuntan a ios de la. m u l t i t u d , entonces solamente es cuando se puede decir con la Sagrada Escritura, que una buena reputación es semejante á los perfumes más suaves; se extiende á lo lejos, y no desaparece nunca, porque es lo mismo que el aroma de las sustancias untuosas á que Salomón se redero, que es de más larga duración que el de las dores. Entra t a n t a falsedad en la mayor parte de los elogios, que no pueden creerse y deben considerarse fuodadaniente sospechosos, siendo con frecuencia una pura adulación. Si se trata de u n adulador v u l g a r , t e n d r á l u g a r e s comunes que lo servirán para repartir incienso á toda clase de personas indistintamente; pero si es un adulador ai estío, su voz no será otra cosa que o! eco do! adulador por excelencia, os decir, el — — eco del amor propio ele la persona á quien trate de alabar. Tendrá, cuidado de al rihuirlos el g é nero do virtudes y talentos de que es eroais más adornados: se atreverá á lison•;•-aros por las cualidades de que vosotros mismos so liéis umy bien que carecéis, y aun se referirá a, aquellas do une interiormente os ruborizáis, si o embarazarse por lo que oe digo, vuestra propia oaaciaueia. H a y otras alabanzas que son hijas de u n a buena intención y aconsejadas par el r e s u d o . De esta especie son los homenajes que se t r i b u t a n á los principes y á los groados, o. lo cual llamaban los antiguos: •. Instruir á las personas con los mismos elogios que s,. | s dispénsame refiriéndose á las alabanzas q u e s o les iueam de aquella-: virtudes que no t i e n e n y que deberían adquirir, i i a y hombres a, quienes so alaba maliciosamente y con el designio premeditado de perjudicarles atrayéndoles muchos envidiosos: «Los peores enemigos son los que a l á b a m e Los griegos t e n í a n u n proverbio supersticioso, que decía: oque cuando u n a persona elogiaba á. otra con intención de causarle daño, le salla una pústula en la nariz:•> lo cual tiene parecido con este proverbio i n g l é s : «Al que m i e n t e se le forma, una. hinchazón en la lengua.,o No es dudoso que los elogios moderados he1 — :U:'i —chosoportunamente y sin estrépito, contribuyen rancho á ¡a reputación del que Jos recibe. Salomón ha dicho: - E l que m a d r u g a mucho para, alabar en a b a voz a su a m i g o , será para ai una musa, be maldición.» Alabar con g r a n ruido á una persona o u n a cosa., es estimular á sos c a r i diosos ó contradecir íes elogios y á. '•'oprimirla. Xo conviene elogiarse, nao mismo sino que en ciertos caes-; m u y raros; pero e 4 á permitido á cada uno alabar su empleo ó profesión, podiendo hace -so esto con desembarazo y arm con cierta d i g n i d a d y elevación. Eos cardenales romanos que, son teólogos, mongos o e-smlásticos. usan palabras á proposito despreciativas e injuriosas para hablar de los empleos y oficios relativos a ios asuntos témporab-m rulos como los ao embajadores, minisiros. ge-amales de ejército, jueces, magistrados, ote. Los dan irónicamente el nombre de esbirros, como si semejantes cargos no tuviesen más i m p o r t a n cia que los de alguacil, ujier, bedel, etc. Al hablar San Labio do sí mismo, dice más de una, vez: <-:En cuanto á, mí, hablo como de n a i n sensato:-- pero refiriéndose á su ministerio, exclama: (-aso temeré enaltecer en toda ocasión mi apostolado.» — 344 — LII. DK L A VANIDAD ó DK LA V A N A 0 T . 9 P J . V . Una do las fábulas más ingenio?.: es aquella do la mosca que, colocándose sobre el eje de u n carro, e x c l a m ó : «¡Oh! ¡cuánto polvo voy á levantar!» Las personas de quienes esta mosca es emblema son t a n vanas y presuntuosas, que cuando u n a cosa marcha bien por sí misma ó por un poder superior, por pequeña que sea la parte con que h a y a n contribuido, se i m a g i n a n que á ellas se les debe todo. Los orgullosos son siempre de u n carácter inquieto y t u r b u l e n t o , porque no existe la vanidad sin u n a comparación entre uno mismo y los extraños. Es necesario además que sean algo violentos para sostener .sos fanfarronadas; pero dichosamente son incapaces de g u a r d a r reserva, lo cual les hace menos peligrosos, como lo dice este proverbio en que están caracterizados: «Mucho ruido y pocas nueces.ó A pesar de lo dicho, este mismo defecto puede ser útil en los negocios. Cuando se quiere haeer y propagar a l g ú n ruido, orear a l g u n a opinión, adquirir u n a reputación de talento, de virtud ó de grandeza y poder, son excelentes t r o m p e t a s . También son útiles en los casos semejante'? á aquel en opie se encontraban Autíoco y los Ktoüos. pon¡ue h a y ocasionas en qoe las mentiras y exageraciones puestas en j u e g o en dos pa.rt.es á, la vez, pin -o prouooir un g r a n d e electo. Supongamos, por ejemplo, qoe queriendo un hombre comprometer en g u e r r a á, dos potencias contra u n a , exagero, á, cada u n a separadamente las fuerzas de la otra: esta astucia podro hacerle conseguir su o!¡joto en ambas par: . Algunas veces, u n hombre (pie os mediador de un asunto entre dos personas, ponderando á cada una de ellas el poder que él ejerce sobre el ánimo de la otra, puede de este mude a u m e n t a r su inlluenoia sobre los dos ai mismo tiempo. En esto caso y en todos ios casos so m e - j a n t e s , u n ombuslero puede hacer de !a nada a l g u n a cosa: porque u n a m e n t i r a produce una. o p i n i ó n , y esta opinión produce resultados m u y reales y efectivos. Es bueno que los m i l i tares sean u n poco jactanciosos: porque h» mismo que u n hierro a g u z a á otro hierro, las proezas y j a c t a n c i a s de los unos estimulan el valor de los otros. fin todas las empresas difíciles, g r a n d e s y peligrosas, son necesarios los hombres presuntuosos para dar el primer movimiento y poner á los otros en j u e g o , pues de los que son circunspectos puede decirse «pee tienen más lastre que velan Po mismo sucede con la gloria, de u n hombro de letras; su lanía volará más a l t a si la. vanidad le presta a l g u n a s p l u m a s . Los autores que h a n escrito sobro el menosprecio que debe tenerse de la gloria . h a n puesto sus nombres á la cabeza de sus tratados. Sócrates, Aristóteles, (¡alono y a u n el mismo Hipócrates, eran vanidosos. La experiencia prueba que la vanidad de un personaje contribuye mucho á perpetuar su memoria, y las virtudes más celebradas y enaltecidas han debido á esta causa el reconocimiento y la justicia de los otros hombres, más bien que á la bondad de sí mismas, i n d u d a b l e m e n t e la reputación de Ci- cerón, do Séneca y do Plinio el j o v e n , hubiera sido menos duradera sin una, cierta mezcla de vanidad que entraba en la composición de su genio y do su carácter. 0:1 lo cual e s t a vanidad se parece a esos barnices que á un mismo tiempo dan á los cuadros brillantez y duración. Pero el delecto de que hablo aquí, no ha, de contundirse con la cualidad que Tácito a t r i b u ye á Mucio. «Moto hombre, dice, tenia, u n t a lento particular para hacer valor todo lo (pie habla, dichón hecho.» Sin e m b a r g o , un talento de este genero no procede de vanidad, sino de una. rara, prudencia q u e . siendo una mezcla de grandeza d o alma y de discreción, es útil al mismo tiempo (pie agradable, diodas esas comióos que un escritor da á sus lectores, esa deferencia que m a e s t r a hacia ello? y su mism a modestia, ¿qué son sino una ingeniosa ostentación y un medio de hacerse valer? Pero de todos los medios que á este objeto contribuyen, el más juicioso y el más discreto es aquel de (pao habla Plinio el j di ven, que consisto en alabar en los otros las virtudes y talento de que uno mismo se halla adornado. «Elogiando de este modo á, un extraño, dice, está claro que trabajáis para vosotros mismos; porque si siéndoos inferior en el particular á que os referís no deja de merecer elogios, con m a y o r motivo los merecéis vosotros; y si os lleva ventajas y no merece n i n g u n a alabanza, como se podría creer si no tenéis el cuidado de dispensarlas, menos podréis vosotros merecerías.» U n vanidoso es el j u g u e t e de los discretos, el ídolo de los tontos, la presa de los aduladores y el esclavo de su propia vanidad. Lili. DE L A GLORIA Y LA REPUTACIÓN". La, reputación depende de u n cierto arte de hacer valer los talentos y las virtudes, dándolos á conocer bajo u n punto de vista ventajoso, pero sin incurrir en afectación. Los que corren a b i e r t a m e n t e hacia la gloria, sucede con frecuencia que h a b l a n de sí mismos más de lo que conviene, sin conseguir inspirar la más pequeña admiración. Otros, al contrario, parece que desean oscurecer su propio mérito cuando convendría que lo manifestasen, y por este descuidado proceder no logran la reputación que j u s t a m e n t e m e recen. Cuando u n hombre consigue ejecutar lo que j a m á s nadie emprendió, lo que se h a i n t e n tado sin resultado satisfactorio, ó lo que si alg u i e n ha llevado á t é r m i n o ha sido con poca perfección, adquiere unís renombre que si guiándose por las huellas do otro hubiese ejecutado u n a empresa más difícil ó que exigiese mayores talentos y virtudes. Si u n hombre sabe dominar sus acciones y atemperar las u n a s con las otras de tal m a n e r a que a l g u n a s sean agradables á todos los p a r t i dos, y en g e n e r a l á todos los cuerpos que form a n el Estado, el ruido de las alabanzas que le dispensan se compondrá de m a y o r n ú m e r o de voces, pero sin t a n t a energía y sonoridad. Esto es desconocer los verdaderos medios de adquirir reputación y empeñarse en u n a empresa donde cualquier descalabro sería más vergonzoso que glorioso u n b u e n suceso. La gloria que se adquiere aventajando á los rivales, es por lo común m u y brillante, y puede compararse á u n a piedra precioso, que puliéndose y tallándose: en íacetas, despide cada vez mayores resplandores. Así pues, proponeos sobrepujar á Amostras competidores, aventajándolos, si es posible, en aquello mismo en que sobresalen. Los criados, los clientes y los amigos discretos, contribuyen mucho á nuestra reputación, como lo dice esta sentencia de los antiguos: «Tocia reputación, b u e n a ó mala, nace de aquellos con quienes vivimos.» fil mejor medio de prevenir la envidia y defenderse de ella, consiste en declarar abiertamente y probar con nuestra conducta misma, que so desea más m e recer u n a gloriosa reputación que obtenerla: esto se hace a t r i b u y e n d o nuestros triunfos y ventajas á la fortuna y á la Divina Providencia, más bien que á nuestros talentos, á nuestras virtudes, ó á la prudencia de nuestras acciones. ile aquí la idea, que formamos de los diferentes grados de gloria y de reputación, debidos á ios hombres que tienen sobre los demás u n a autoridad soberana. Al primer orden pertenecen los fundadores de los imperios, sean monarquías ó repúblicas, tales como Pómulo, Ciro, César, Othman é Ismael. Kl segundo comprende á los legisladores, honrados con el titulo de segundos fundadores, y tjue gobiernan después ele su m u e r t e por las leyes que han dejado establecidas, por cuya razón pueden mirarse corno u n a especie de principes perpetuos. De este número son Licurgo. Solón, dusfiniano, E d g a r y Alfonso do (.'astilla, a p e llidado el Sanio, que escribió las ,SVo/a ¡>,iyf¡díis. Al lercer orden corresjjonden los salvadores ó libertadores de <u patria, es decir, les que la h a n puesto á cubierto de cualquiera calamidad, tales cerno de las guerras civiles, de lo? tiranos, del y u g o extranjero, etc. En esta (dase so pueden considerar ó. ('osar, Augusto. Yespasiano. Aureliano, Teodoro y Enrique V í i , r e y de I n g l a t e r r a . Para el cuarto orden señalaremos á los que por brillantes victorias h a n extendido los l í m i tes del territorio de su patria, ó la han g a r a n t i zado d é l a s invasiones de los extranjeros. Al último r a n g o corresponden ios v e r d a d e ros padres de los pueblos, es decir, los que g o bernando conforme á los preceptos de la j u s t i cia, hacen la dicha de su patria d u r a n t e su. existencia. Los que colocamos en estas dos ú l t i mas clases son en número considerable, por lo cual sería i n ú t i l que citáramos ejemplos. E n cuanto á los grados de gloria y de r e - nombre de que son dignos los personajes de u n orden más inferior, diremos que al primer l u g a r pertenecen los que los romanos l l a m a b a n p a r 11c i j m CHi'füuon; es decir, esos sugetos sobre los cuales descargan los soberanos la mayor parte del peso de los negocios, v u l g a r m e n t e llamados sus brazos derechos. Se deben colocar inmediatamente después los g r a n d e s capitanes que no h a n mandado los ejércitos, sino que en calidad de l u g a r t e n i e n t e s del príncipe, y que le lian prestado señalados servicios. Al tercer puesto corresponden los favoritos, en los cuales comprendo solamente á ios que permaneciendo en la posición que deben ocupar, se contentan con ser útiles y agradables al príncipe y contribuir á su dicha por medio de u n a dulce intimidad, sin ser perjudiciales al pueblo. E n el cuarto ponemos á los hombres de Estado, es decir, á los que se e n c a r g a n de los destinos más elevados y difíciles, y cumplen honrosamente el deber que se les h a impuesto. H a y otro género de gloria que quizá podríamos colocar en el primer orden, la cual pertenece á esos hombres, t a n raros como sublimes, que se condenan á u n a muerte segura por el bien ó la honra de su patria, como fueron Rég u l o y los dos Decios. LIV. DE EOS DEBERES DE UN JUEZ. Los jueces j a m á s deben olvidar que su oficio es JHx dice-re- y no jas d a r é : es decir que su oficio es interpretar y aplicar la ley. y no hacerla ó imponerla como c o m u n m e n t e se dice. De otro modo, la autoridad que usurparían seria semej a n t e á la que se arroga la Iglesia romana, que con pretexto de explicar las Santas Escrituras, no halla dificultad en alterar su sentido, en añadirles lo que m á s le agrada y acomoda, y en declarar artículo de fe lo que no encuentra en ellas, introduciendo así, en nombre de la a n t i g ü e d a d , verdaderas innovaciones ( I b (l| Todn-i ln-, crOiilicu-; de'iernos considerar calumniosos ios rinlenuiv:, ivii-jonr-. S o n u n ultraje t\n» el anglieano Bai:o;¡ di i'is' ' contra In Ijflesi» Romana. 1 í n j u : z debe ser más s;d)io que ingenioso, más respectable que simpático y popular, y más circunspecto que presuntuoso. Pero ante ludo debe sor íntegro, siendo ésta para, él u n a virtud principal, y la calidad propia, ib; .<n oficio. «.Maldito sea, dice la ley, el que muda las señales destinadas á marcar los límites de las posesiones. • El (¡ue arranca u n a simple piedrque sirve de lindero, es en efecto m u y dolí-•cuento; pero, mucho más lo es un juez parcial que se hace culpable de este crimen, y que cambia una. infinidad, de lindes dando una sentencia inicua, sobre tierras ó sobre cualquier otro género de propiedades. Ú n a s e l a sentencia injusta ocasiona mayores males que un g r a n número de crímenes cometidos por los particulares: estos corrompen sólo ios cauces y el remanente de las a g u a s , m i e n t r a s que el j u e z corrompe el nacimiento mismo, como lo dice Salomón: «Que el justo pierda, su causa por un injusto adversario, es una calamidad comparable á, una agua sucia y corrompida desde su origen.» El oficio y los deberes de u n juez tienen relación con los l i t i g a n t e s , con ios abogados, con los notarios, escribientes, procuradores y demás empleados subalternos de la j u s t i c i a , y asimismo con el príncipe y el gobierno á quienes representa. Por lo que mira á las causas y á las partes interesadas, la Escritura dice: «Hay jueces que convierten la sentencia en ngenjos:.» pero á esto podría haber añadido, que h a y otros que la convierten en v i n a g r e . La injusticia de u n a sentencia la Lace a m a r g a , y la dilación la pone agria. El primer deber tic u n juez y el principal objeto de su destino es reprimir la violencia y al fraude. La violencia es tanto mus perniciosa cuanto es más descarada. y el fraude es tanto más funesto cuanto es más reservado y escondido. A esto se puedo añadir, que los procesos m u y contenciosos deben rechazarse por los tribunales de justicia, como un alimento indigesto y envenenado, l.'n juez debí allanarse los caminos para llegar á u n a sentencia justa, como Dios prepara ios suyos elevando los valles y bajando las colinas. Por consiguiente, cuando el j u e z conozca que u n a d é l a s partes t i e n e m u c h a preponderancia sobre la, otra por la violencia de su marcha, por la destreza con que sabe aprovecharse de sus ventajas, por u n a i n t r i g a ó maquinación que la apoya, por la protección de los hombres que se h a l l a n en el poder, por la h a bilidad de su abogado ó por otra causa semejante, debe entonces dar u n a prueba sensible de 1 — 35 G — su prudencia é i n t e g r i d a d , manteniendo en íiei la balanza á pesar de estas desigualdades, á fin de poder cimentar la sentencia sobre un suelo seguro y perfectamente nivelado. «El que se suena con demasiada fuerza se hace s a n g r e , y cuando la uva se pisa mucho el vino saca u n gusto áspero que sabe al racimo.» El j u e z , pues, rio debe fundar su fallo en u n a interpretación m u y rigorosa de la ley ni en lejanas consecuencias, sobre todo cuando se trate de las leyes penales: no debe hacer i n s t r u m e n t o de crueldad, aquello que en la i n tención del legislador es solamente u n medio de terror. De otro modo parecería desear que cayese sobre el pueblo la lluvia de que habla la Escritura en este versículo: «Hará llover redes sobre ellos.» Porque cuando las leyes penales so s i g u e n con excesivo vigor, se las puede comparar á i .a P u v i a de asechanzas o lazos que cae sobre ios pueblos. Y así es que cuando dichas leyes no se h a n aplicado en mucho tiempo ó cuando no convienen al tiempo presente, está en ia prudencia del juez restringirlas en su aplicación: pues su deber consiste en considerar, no -sólo 'las cosas mismas, sino t a m bién el tiempo do cada cosa. E n las causas capitales el j u e z debe m i r a r con ojos severos e] ejemplo que da el delito, y con ojos de conmiseración la persona del delincuente. E n cuanto á los abogados y á la defensa de las partes, diremos que la gravedad y la paciencia en escuchar á los litigantes, son elementos esenciales de la justicia. Un juez m u y hablador y que interrumpe frecuentemente la palabra, no es otra cosa que un címbalo que aturde y desconcierta. No es propio de un juez el querer hacer ostentación de la vivacidad de su espíritu previniendo lo que el abogado debe decir, y sobre lo cual lograría informarse mejor con sólo la paciencia de escuchar. De n i n g ú n modo debe pues interrumpir ó cortar las pruebas y las deducciones de los abogados ni ir delante de las informaciones con preguntas precipitadas, ni aun suponerlas oportunas aunque merezcan este dictamen, sino que ha de escuchar atentamente hasta el fin. Las funciones y obligaciones de un juez se reducen á cuatro: l."Debe comprender y determinar el orden y encadenamiento de las pruebas.—2." Debe moderar las palabras de los litigantes evitando las repeticiones inútiles, todo lo que no tenga n i n g u n a relación directa con el asunto ni se refiera á la causa, las digresiones y las irregularidades.—3." Debe recapitular, entresacar, comparar y reunir ios puntos esenciales (Je todo lo nielado por ambas partes.— 4 . " Tiene, por último, que p r o n u n c i a r la sentencia. Cualquiera otra cosa que se h a g a está de m a s , y o r d i n a r i a m e n t e tiene por causa la v a n i d a d del j u e z , la comezón de h a b l a r , la impaciencia al escuchar, l a falta de memoria, y la impotencia para fijar y sostener la atención. Alguna.- voces asombra el ascendiente que u n abogado audaz puede adquirir sobre un j u e z , el cual para hacerse semejante á Dios á quien representa cuando se encuentra sentado en su t r i b u n a l , deberla, abatir á los orgullosos y l e v a n t a r á los h u m i l d e s . Pero más chocante es todavía el que los jueces t e n g a n abogados predilectos á los cuales dispensan un favor escandaloso: parcialidad que a u m e n t a n d o los honorarios de los abogados v los derechos del iuez, hace á éste sospechoso de corrupción y colusión. Sin embargo, cuando una causa ha sido bien defendida y manejada, con mucho acierto y claridad, el juez debe tributar algunos elogios al abogado, sobre todo al que ha perdido la causa. Estos elogios tienen el doble objeto de sostener el crédito del abogado en el concepto de su cliente, y hacer p e r d e r á éste su obcecación en favor de su propia causa. El interés público exige también que el j a e z , con l a conveniente cortesía y moderación, dirija a l g u n a s reprensiones á ios abogados, cuando éstos dan á sus clientes consejos engañosos; cuando con u n a negligencia visible hacen la defensa m u y débil; cuando ios hechos son más expuestos y m u y poco circunstanciados: cuando son c a p c i o s o . ? l o s medios de que se valen en el proceso; e r a n d o litigan con u n a audacia, ofensiva, para el j u e z , y por ú l t i m o , cuando d e f i e n d e n una causo v i s i b l e m e n t e injusta. El abogado no debe a t u r d i r al j u e z con sus voces n i usar artificios y manejos para v o l v e r á renovar una, (cansa ya j u z g a d a . Kl juez por su parte, no (lidie i n t e r r u m p i r al abogado,, ai detenerle en untad de su camino; sino que por el contrario ha do dejarle tiempo de explicarse, para no dar l u g a r á que la parte que defiende se q u e j e de (pie su abogado y sus pruebas no han sido completamente escuchados. Respecto de los procuradores, de ios notarios y de otros empleados subalternos, diremos (pie el lugar donde se a d m i n i s t r a la justicia es u n l u g a r sagrado, y que no solamente el t r i b u n a l , sino los bancos mismos y todo aquel recinto, deben hallarse exentos de escándalo y corrupción. Porque, como lo dice la Santa Escritu- ra: «No se vendimia nada entre las zarzas y los espinos.» De igual modo la justicia no puede dar sus preciosos frutos entre los zarzales y los abrojos, ó lo que es lo mismo, entre los curiales m u y interesados y codiciosos. De estos se encuentran en el toro m u y distintas especies: 1. Los que sembrándolo de procesos enriquecen á los tribunales de justicia empobreciendo á los pueblos.—2. Los que empeñan las audiencias en cuestiones de competencia, llamándose jactanciosamente sus amigos y defensores, sin ser otra cosa que los parásitos que las esquilman; que alimentan su orgullo y las estimulan con sus adulaciones á traspasar los límites de sus dominios, y que hacen, por último, su negocio á expensas de los mismos á quienes extravian con sus lisonjas.—3. Los que se pueden considerar como la mano izquierda de los tribunales, que por medio de rodeos ingeniosos y de enredos hacen tomar un mal camino á los procedimientos, extraviando la justicia en senderos tortuosos y en un verdadero laberinto.—4/ Los exactores impíos, que son á los que se aplica con especialidad la comparación que se hace ordinariamente de los tribunales de justicia y de los espinos, bajo los cuales encuentran los rebaños un abrigo dua a a rante la tempestad, pero donde dejan parte de su lana. Por el contrario, un escribano encanecido en su profesión, de una probidad reconocida, bien enterado de los procesos seguidos y de los juicios pronunciados, circunspecto en los que estienda de nuevo, instruido en los procedimientos y conocedor del tribunal, es un excelente guia y muestra frecuentemente al juez mismo la ruta que debe seguir. Respecto de lo que concierne al príncipe ó al Estado, los jueces deben, ante todo, recordar siempre esta conclusión de las Doce tablas: «Que la salud del pueblo sea la suprema ley;» y repetir al príncipe que «si las leyes no tienden á este objeto, se las debe mirar como reglas engañosas y como falsos oráculos.» Se ve realmente que todo marcha con más orden y armonía en un Estado, cuando los príncipes conferencian frecuentemente con los j u e ces, le mismo que cuando los jueces consultan frecuentemente al soberano ó á su gobierno: el príncipe debe hacerlo cuando una cuestión de derecho se atraviesa en las deliberaciones políticas, y los jueces cuando consideraciones que interesan al Estado se presentan mezcladas en las materias de derecho. Sucede con bastante frecuencia que un ne- — 3ü2 — gocio que se v e n t i l a en los tribunales de j u s t i cia y que sólo parece afectar á intereses particulares, puede tener consecuencias importantes para el listado: considero como asuntos de Estado, no sólo los que t i e n e n relación con los intereses del monarca, sino t a m b i é n lodo lo que puede ocasionar u n a g r a n d e novedad ó of recer a l g ú n ejemplo peligroso, y cuanto interesa visiblemente á u n a considerable parte de la nación. Xadie considere como cierto el falso principio que dice que existe u n a incompatibilidad n a t u ral entre las leyes justas y la verdadera política. Los jueces deben t a m b i é n acordarse de que el trono do Salomón estaba sostente'> por leones. Por consiguiente será bueno que los jueces sean leones, pero que estén colocados debajo del trono, velando c o n t i n u a m e n t e para impedir que se ataquen los derechos de la soberanía. E n fin, los jueces deben conocer suficientemente su autoridad y preregaíivas, y no ignorar q u e su deber les manda y su derecho les permite hacer u n uso prudente y una, juiciosa aplicación de las leyes. E n este sentido deben aplicarse las siguientes palabras del Apóstol, en que se refiere á la ley superior á todas las leyes h a m a nas: «Sabemosque la l e y e s b u e n a , siempre que se usa l e g í t i m a m e n t e . » cólera es una pretensión descabellada, d i g n a de u n estoico. En esto tenemos u n oráculo más seguro para guiarnos: «Encolerizaos, dice la Sagrada Escritura, pero guardaos de pecar, y que el sol no se ponga, sobre vuestra cólera;» lo cual indica que se la deben poner límites, ó l o q u e es lo mismo, quo se deben moderar sus movimientos y abreviar su duración. Mostraremos primero cómo se puede, g e n e ralmente hablando , dominar la tendencia v la disposición habitual á la cólera ó irascibilidad: diremos en seguida, cómo los movimientos particulares de esta pasión pueden ser reprimí- dos, ó por lo menos, cómo se puede impedir eme ocasionen consecuencias m u y funestas; y por último, indicaremos la manera de calmar ó encender esta pasión en los extraños. El mejor remedio para conseguir lo primero es reflexionar sobre los efectos que esta pasión produce ordinariamente, y sobre los desórdenes innumerables que causa en la vida humana. El momento más oportuno para estas reflexiones es después que el acceso de cólera ha pasado. Séneca ha dicho con razón, que los efectos de la cólera se asemejan á la caida. de una casa, que al desplomarse sobre otra ella misma se desmorona. La Sagrada Escritura nos exhorta á gobernar nuestra alma con la paciencia, y realmente sucede que el que pierde la paciencia, pierde la posesión de su alma. El hombre no debe parecerse á la abeja, que deja su vida en la herida que hace. La cólera es una flaqueza, y se sabe que son ordinariamente los individuos más débiles, tales como los n i ñ o s , las mujeres, los viejos, los enfermos, etc., los más expuestos á ella. De cualquier modo que sea, cuando uno se siente encolerizado , vale más mostrar desprecio que miedo, á fin de presentarse superior más bien que inferior á la injuria recibida y á la persona que la hace, lo cual será siempre fácil, por poco que uno sepa dominarse en los m o mentos en que se sienta agitado de esta pasión. Respecto del s e g u n d o p u n t o , observaremos que las causas ó motivos de la cólera se reducen á tres: 1." Una g r a n d e sensibilidad á las injurias, y u n a excesiva suceptibilidad de carácter. Nadie se encoleriza m i e n t r a s no se cree ofendido, lo que indica jque las personas delicadas y m u y susceptibles en materias de honor, son más irascibles que las otras: h a y u n a infin i d a d de cosas que les hieren y que u n a naturaleza, más fuerte no sentiría.—,2.' La i n c l i nación á encontrar en las circunstancias de la ofensa señales 'de desprecio, lo cual provoca y enciende la cólera tanto como la ofensa m i s m a : así es que las personas ingeniosas para interpretarlo todo de este modo, se i r r i t a n más frec u e n t e m e n t e que las demás.—3." E l temor de que la injuria perjudique á la reputación. El verdadero remedio de todos estos inconvenientes, remedio indicado por Gonzalo de Córdoba, consiste en tener u n honor semejante á u n a tela fuerte. Pero el mejor preservativo contra esta pasión esta en g a n a r tiempo, persuadiéndose, si es posible, de que el momento de — :)u<:> — la v e n g a n z a no ha llegado a ú n , de que uno lo g r a r á la ventaja en otra época, y de que no teniendo necesidad de apresurarse conviene más tener paciencia. E n cuanto á los medios para impedir que la cólera produzca efectos de qoe lia ya que arrepentirse, h a y que tomar dos precauciones para conseguir el o! j e t o . La primera es abstenerse detoda expresión demasiado dura y do toda personalidad m u y picante, pues sólo las invectivas que se pueden d i r i g i r á toda d a s e de personas, son la? que hacen menos impresión en cada, i n dividuo en particular. La segunda consiste en guardarse-de revelar un secreto por un m o v i miento de cólera, porque semojaníe indiscreción alejarla para siempre á u n hombre de Ja. sociedad, donde sería u n a p l a g a . Es necesario t a m b i é n , cuando se tiene entre manos a l g ú n asunto, tener la precaución de no descomponerlo por causa de la cólera, y a ú n en el caso mismo de abandonarse á u n acceso do esta pasión, no hacer al menos n a d a de que h a y a después que arrepentirse. Tratando ahora de ios medios de excitar ó de calmar la cólera en otra persona., diremos que todo depende de saber elegir los momentos. U n a persona que está ya de mal humor, es m u y — mi — fácil de irritar: y asimismo se conseguirá esto interpretando las acciones, las palabras, etc.. de cualrpiier individuo, de m a n e r a que se le Laga c m e r q u e h a y descontento y aún mucho desprecio hacia ella, cuyo medio está, conforme con lo (¡uo más arriba dejamos dicho. En vista de esto. .«<>. o oirá, por consiguiente calmar esta p a sión con medios d i a m e t r a i m e n t o opuestos: es decir, i j u e para hablar á u n a persona las primeras p a l a b r a ? sobro u n a cosa que pueda irritarla, e s noce-ario escoger los momentos cu que se la encuentro de buen humor, siendo así que todo depende e la primera, impresión. MI segundo medio consiste en interpretar b e n i g n a m e n t e la ofensa mórbida: os decir, hacer creer á la persona ultrajada, que el ofensor no h a tenido el deseo di? despreciarla, v atribuir el accidente á una malo i n t e l i g e n c i a , al temor, á la pasión, ó á eiudquiera otra causa de esta naturaleza. ! LVI. DE LAS VICISITUDES DE LAS COSAS. • Nada h a y nuevo sobre la tiera,» h a dicho Salomón: idea que tiene puntos de semejanza con el d o g m a i m a g i n a r i o de Platón, que dice: «Todo lo que se sabe son reminiscencias;» y con esta otra sentencia del mismo Salomón: «Toda cosa n u e v a , no es más que u n a cosa que se ten i a olvidada:» de donde se puede concluir que el rio Letheo corre en la tierra i g u a l m e n t e que en el infierno. No sé qué astrólogo cuyas ideas son u n poco abstrusas, pretende que, sin la acción combinada de dos causas cuyos efectos son p e r m a n e n t e s , u n a de las cuales consiste en que las estrellas están siempre á la misma distancia u n a s de otras y en la m i s m a situación respecti- — ;j<¡9 —• va, y la otra en que el movimiento diurno es perpetuo y uniforme, n i n g ú n ser podría subsistir un solo instante. La naturaleza, no se puede dudar que está en un ñu jo y reflujo perpetuos, y hablando propiamente podemos decir que no h a y reposo absoluto y perfecto. Las dos grandes sábanas que envuelven las cosas en el olvido, son los diluvios y los temblores de tierra. Las g r a n d e s conflagraciones, ó grandes incendios espontáneos, y las g r a n d e s sequías, producen u n efecto que no llega jamás á destruir todos los habitantes de los parajes donde estos desastres se verifican. Kl carro de Faetón estuvo rodando u n solo dia. lo cual indica que el incendio alegóricamente figurado en esta fíbula, no fué de larga d u r a ción. La sequía que hubo durante tres años «MI tiempo de filias, y que este profeta habia anunciado, fué particular á cierto país, y no destruyó toda la población. En cuanto á esos incendios ocasionados por el rayo, tan frecuentes en las Indias Occidentales, no son otra cosa que un accidente puramente local, y que se e x tiende, poco. Respecto de los otros géneros de calamidades ó desastres, los individuos que de eilos escapan son per lo general hombres rústicos é ignorantes obligados á vivir en las inon- t a ñ a s , y que no pueden conservar n i n g u n a tradición auténtica de los tiempos que han precedido á estos accidentes terribles; de suerte que todo permanece en u n olvido tan completo v universal, como si no hubiese escapado con vida n i n g ú n i n d i v i d u o . l'or poco a t e n t a m e n t e que se. considere la constitución y manera, de vivir de los n a t u r a les de las indias Occidentales, se pueden mirar, con bastante probabilidad de acierto, como u n a raza más joven que todas las del a n t i g u o m u n do. Y es a ú n más verosímil que su destrucción casi completa, no fué ocasionada, por temblores de tierra, a u n q u e así lo hubiese asegurado al ateniense Solón u n sacerdote de Egipto, que suponía, que la Atlántida se había sumergido en u n a revolución de esta especie. Esta catástrofe debe atribuirse más bien á u n diluvio parcial, puesto que los temblores de tierra son raros en América, m i e n t r a s que se ven, por el contrario, un g r a n número de ríos largos y profundos que r i e g a n dilatadas comarcas, y en comparación de los cuales todos los de Asia, África y Europa son pequeños arroyos. A esto h a y que añadir que la cordillera de los Andes es mucho más alta que todas las del a n t i g u o c o n t i n e n t e , podiendo haberse refugiado en sus elevadas cumbres los restos de esta infortunada raza, tanto el diluvio como después de él. durante Respecto á la observación de Maquiavelo. que pretende que la envidia, y animosidad recíprocas de las sectas, es una de Jas causas que contribuyen m u y eficazmente á borrar la m e moria de las cosas, censurando en Gregorio el Grande su empeño por destruir del todo las antigüedades paganas, diré que no creo que este fanatismo haya ocasionado tan considerables efectos, ó al menos efectos d u r a d e r o s . como lo prueba el ejemplo de Sabiniano. uno de sus sucesores, que halló medio de hacer revivir todas estas mismas a n t i g ü e d a d e s . Na es este lugar oportuno para tratar de las vicisitudes y revoluciones de los cuerpos celestes. Sin duda que si el m u n d o no estaba desde su origen destinado á. perecer, el g r a n d e año de Platón habría podido tener a l g u n a realidad, y reunir en conjunto los mismos fenómenos, aunque no haciendo aparecer precisamente los mismos individuos en las mismas situaciones, lo cual no es más que u n a opinión quimérica inventada por ios que a t r i b u y e n á los astros, no ya una influencia general y vaga, sobre Ioscuerpos terrestres, como nosotros mismos reconocemos, sino una influencia más precisa y capaz de producir u n efecto específico sobre u n individuo d e t e r m i n a d o . Respecto de los cometas, es indudable que ejercen una influencia sensible sobre los movimientos y las maneras de ser de los cuerpos s u b lunares, pero basta el d í a s e ha tratado más de d e t e r m i n a r sus órbitas y predecir sus reapariciones, que de observar detenidamente sus efectos, y sobro todo sus electos résped ¡vos y comparados: es decir, que se h a tratado especialm e n t e de conocer con precisión los efectos propios de estos astros, su m a g n i t u d , su color, la dirección de su cola, su situación en las regiones del cielo, la época de su aparición, su duración, etc. fixi<te sobre este particular u n a opinión un poco atrevida, que sin embargo no quisiera rechazar del todo, y que en mi juicio merece ser comprobada. Dícese que se ha observado en los Paises-Bajos. no recuerdo en qué paraje, que al cabo de t r e i n t a y cinco años se reproduce la m i s m a época con las mismas particularidades en las estaciones, es decir, con los mismos fenómenos meteorológicos, tales como grandes hielos, g r a n d e s lluvias, grandes sequías, inviernos templados, estíos frescos, y todo ello casi en u n orden correspondiente. He creído — -ATA deber hacer mención de esto, porque habiendo comparado yo mismo ciertos años, de los cuales me acordaba con los que les correspondían en el pasado, encontré realmente que los últimos eran m u y parecidos á los primeros. Poro abandonemos estas observaciones sobre la naturaleza y fijémonos en lo que concierne al hombre. Las mayores vicisitudes que se observan entre los hombres, son las que se refieren á los religiones y las sectas, porque á ellas pertenecen las creencias que más poderoso influjo ejercen en el espíritu h u m a n o . La verdadera religión es la única que se ha fabricado sobre r o c a d u r a , habiendo sido todas las demás levantadas sobre arena movediza y continuamente a g i t a d a por las olas del tiempo. Así pues, vamos á dirigir a l g u n a s miradas y á a v e n t u r a r a l g u n a s observaciones sobre las causas que ocasionan el nacimiento de las nuevas sectas, y añadiremos también algunos consejos sobre estemismo asunto, todo ello en cuanto sea p e r m i t i do á la debilidad propia del espíritu h u m a n o detener el desarrollo de estas opiniones t i r á n i cas, y encontrar a l g ú n remedio á sus g r a n des males. Cuando la religión que viene aceptada y establecida desde largo tiempo es objeto de dis- putas y controversias; cuaudo sus ministros en l u g a r de atraerse la veneración pública con una vida santa y ejemplar se hacen odiosos y despreciables con u n a conducta escandalosa, y cuando al misino tiempo los pueblos están sumidos en la ignorancia y la. barbarie, entonces es cuando debe temerse el n a c i m i e n t o de algun a secta., sobre todo si coincide con estas circunstancias la aparición de a l g ú n talento extraordinario q u e s e a aficionado á paradojas, bast a n t e audaz para sostenerlas públicamente, y bastante obstinado para defenderlas á todo t r a n c e . Todas estas circunstancias de 'que hablamos existían reunidas cuando Muhoma publicó su ley. fiero h a y otras dos condiciones sin las cuales u n a secta y a formada no puede e x tenderse m u c h o : la u n a es el designio público y manifiesto de destruir ó debilitar la autoridad establecida. pues nada h a y que sea para el pueblo tan a g r a d a b l e como esto, n i tan propio para seducirlo; y la otra consiste en dejar mucho campo á las inclinaciones y apetitos sensuales que d o m i n a n á los hombres. Las herejías especulativas, tales como fueron otras veces las de los arríanos, pueden arraigarse hasta cierto punto en el espíritu; pero n u n c a pueden ocasionar g r a n d e s revoluciones — 375 — c \ i Jos Estados, ¡i menos que se encuentren combinadas con ei descontento g e n e r a l y con otras cansas políticas. Se pueden fundar las nuevas sectas por tres clases de medios, a saber: con milagros supuestos (i prodigios de cualquiera especie: con la elocuencia, ó la. fuerza de la persuasión, y valiéndose de las armas. Respecto de los m á r t i r e s , no titubeo en calificarlos de seres milagrosos, pueslo que parecen exceder á las fuerzas de la naturaleza h u m a n a : la m i s m a opinión a b r i g a mos de u n a rara, pureza de costumbres y de una, vida de apariencia e n t e r a m e n t e santa. El más seguro medio para a h o g a r en su n a c i m i e n to las sectas ó los cismas, es corregir los abusos, t e r m i n a r toda clase de diferencias, proceder con suavidad absteniéndose de toda persecución s a n g r i e n t a , y en fin. atraer y reducir á los principales jefes, ganándolos mas bien con d á divas, con destinos y honores, que irritándoles con la violencia de la crueldad. Ira historia nos ofrece una m u l t i t u d de ejemplos de m u d a n z a s y vicisitudes ocasionadas por las g u e r r a s . E n este caso dependen de tros causas principales, que son: el teatro de la guerra; la naturaleza y la calidad de las a r m a s , y la disciplina militar y la táctica, ó sea el g r a - do de perfección de este arte. Parece que en los tiempos más remotos caminaban las guerras de Oriente á Occidente; y asi vemos que los asirlos, los persas, los egipcios, los árabes y los scitas que h a n hecho sucesivamente invasiones, eran naciones orientales. Los galos eran sin duda u n pueblo occidental, pero de las dos irrupciones que hicieron, la una fué en la p a r te del Asia menor, llamada después Galia-0recia, y la otra contra los romanos. Es cierto que el Oriente y el Occidente no tienen en los cielos n i n g ú n punto fijo que los señale sobre la tierra y que se relacione al uno más que al otro, y tampoco la historia suministra n i n g ú n punto de observación constante, que pruebe que las g u e r r a s van más bien de liste á Oeste, que en sentido contrario. Pero el Norte y el Mediodía se d i s t i n g u e n por diferencias permanentes y que dependen de su situación con relación á los cielos. Kara vez se ha visto á los pueblos meridionales invadir los países del Norte, mientras lo contrario h a sucedido con mucha frecuencia, lo cual prueba suficientemente que los moradores de las comarcas septentrionales son por n a t u r a leza más belicosos: este fenómeno puede depender de que los astros ejercen m a y o r influencia sobre el hemisferio boreal: ele la grande extensión de territorios situados hacia el Norte, bien á diferencia del hemisferio austral que, por lo menos en su parte conocida, se halla casi del todo ocupado por las aguas; ó en fin, del intenso frió que reina en las regiones septentrionales, que es la causa que debe considerarse como principal. Independientemente do Ja disciplina de ios ejércitos, el rigor del clima que hace más duros los cuerpos y capaces de mayor resistencia, hace también á los hombres más robustos y valerosos, listo se comprueba en el ejemplo de ios araucanos, cuyo país está situado en la parte más fria de la América, y cuyo valor superaba al de los habitantes del Perú. Todo imperio que entra en el periodo de su decadencia y que ha perdido la mayor parte de sus fuerzas militares, debe guardarse de provocar guerras: mientras los grandes imperios se hallan en un estado de vigor y prosperidad, ponen su confianza solamente en las tropas nacionales, y enervan y destruyen así las i'uerzas délas provincias conquistadas: pero cuando sus tropas flaquean ó se debilitan, todo se pierde instantáneamente y vienen á ser la presa de sus enemigos. Un notable ejemplo de esto se encuentra en la decadencia del imperio romano, y en la del imperio de Occidente después de la m u e r t e de Cario M a g n o , época en que las cosas volvieron á su estado anterior. Esto mismo es lo que ocurrirá a la monarquía española si sus tuerzas llegan á decrecer sensiblemente. El acrecentamiento m u y considerable ó m u y ráindo, y la reunión de Estados cuyo efecto es con frecuencia este mismo acrecentamiento, son t a m b i é n causas naturales de g u e r r a s . Porque un reino cuya extensión y poder crecen de pronto, es comparable á u n rio, cuyas aguas a u m e n t a n de u n a m a n e r a extraordinaria, y que rebosando por sus m á r g e n e s i n n u n d a n las comarcas v e c i n a s . tura observación que merece ser conocida de los políticos, es que cuando en u n a parte del m u n d o se e n c u e n t r a n a l g u n a s naciones sumidas en la barbarie entre otras m u c h a s civilizadas, los hombres no se d e t e r m i n a n fácilmente á contraer matrimonios ni aspiran a t e n e r hijos, á menos que cuenten con la seguridad de poder atender á la subsistencia de éstos y á sus demás necesidades (observaciou que puede aplicarse á todas las naciones hoy existentes exceptuando á los tártarosj; y entonces esas grandes inundaciones de hombres que otras veces han tenido l u g a r , son m u y poco de temer. Si por e) - :ga -- contrario abundan más ios pueblos pobres eu ios cuales no cuidándose de la subsistencia de los hijos se multiplica mucho la población, e n tonces es u n a necesidad que u n a vez cada siglo, <> cada dos siglos por lo menos, descarguen el exceso de sus habitantes invadiendo los países vecinos. Esto t e n í a n costumbre de hacer los a n t i g u o s pueblos del \ o r t e , e n c o m e n d a n d o á la suerte que decidiera, cuáles habían de permanecer en la patria d e s ú s mayores, y cuáles habían de ir á buscar fortuna á otra parte. Cuando una nación guerrera pierde su espíritu belicoso y se entrega, al lujo y la molicie, puede conlar con la seguridad de ser atacada: porque g e n e r a l m e n t e sucede que degener a n los pueblos á medida que se enriquecen, ofreciendo asi u n a rica presa, al mismo tiempo que una presa sin defensa, lo cual es u n doble motivo que provoca la invasión. E n cuanto á la naturaleza y calidad de bisa n u a s , diremos que es asunto sobre el cual puede hablarse m u y poco: sin embargo, también sufren sus vicisitudes, siendo cierto que los h a bitantes de la ciudad de los oxidracas usaban u n a especie de artillería que los macedonios calificaban de rayos, de relámpagos y de armas mágicas. Se sabe en la actualidad que la pólvora, igualmente que las armas de fuego de grueso y pequeño calibre, eran conocidas y empleadas en la China hace más de dos mil años. He aqui las condiciones que deben reunir las armas d e esta especie, y hacia las cuales han de ir perfeccionándose: 1 . ' Deben alcanzar á gran distancia para que ocasionen mayor estrago en los enemigos, consistiendo en esto la ventaja de los cañones, de los mosquetes, de los trabucos, de los pedreros, etc. 2." La fuerza del proyectil debe también tomarse en consideración, y bajo este punto de vista, la artillería moderna lleva grandes ventajas á los arietes y á todas las máquinas de 'guerra de los antiguos. •i/ Deben ser también de fácil manejo, de suerte que se pueda hacer uso de ellas en todos tiempos; es decir, que sean fáciles de trasportar, de dirigir, etc. Respecto del modo de hacer la guerra, las naciones han considerado el número, la fuerza y valor de sus soldados como la medida del poder d e s ú s ejércitos. Para resolver sus diferencias se presentaban en batalla campal señalando el dia y sitio del combate; pero á estos ejércitos tan numerosos no se sabía aun ordenarlos, después la experiencia hizo sentir los inconve- nientes de unas m u c h e d u m b r e s tan embarazosas, y se redujo su n ú m e r o : entonces fué cuando se aprendió el arte de escoger ias posiciones ventajosas, de hacer escaramuzas, c a m p a m e n tos, marchas y c o n t r a m a r c h a s , de establecer las reservas, y ele valerse de retiradas verdaderas o u n g i d a s , etc., é i g u a l m e n t e la t á c t i c a , q u e hizo t a m b i é n progresos considerables. En la, j u v e n t u d de los imperios ilorece la profesión militar, y después aparecen las letras, las ciencias y las artos. En la época que sigue i n m e d i a t a m e n t e á la anterior, las armas y las artes liberales llorecen a ú n rentadas por a l g ú n tiempo. En el período decadente de las naciones, las artes mecánicas y el comercio g o z a n el honor y la preferencia. L a s letras tienen t a m bién su infancia, en q u e . por decirlo así. no hacen más que balbucear. E n seguida viene su j u v e n t u d , caracterizada por esa a b u n d a n c i a y ese lujo de pensamiento y .expresiones que son propios de esta edad. En.su época de m a d u r e z , ias ideas y el (estilo se abrevian y d e p u r a n , h a ciéndose por consiguiente más sólidos, a d q u i riendo por último en la vejez mayor brevedad, y energía. 'Respecto do los aficionados á la filología que han ejercitado su pluma sobre el asunto de que nos ocupamos, observaremos q u e sus escritos no son más que un tejido de cuentos y consideraciones fútiles, que en un tratado tan serio como este no merecen ocupar un lugar. i-rs INDICE Piçincei. l'i-,>].->-,> del lr;idn..lor I.IV ' 1 h.Vrdud 3 î; - De la nisi.'i-l.' III .—Di' In unidttd >!il ^nOmUnl.. cn !» Ì£i<sh msilana IV. — D e la ventranza *> V.--I),.. la advor-idad ?'S VI.Di' hi ilisiniiilacion y ci fiouimioaio 41 Vii. De |,>s (..idivs v de los liijus 4S Vili. —Del iiiairimonio y del eciUaUo 52 IX. — He la cnvidia. >p X. — Del a r Kì.~ Ile liw d.-sl'm.K elevai!..s V lì.' U* iìgnìdades TI XII.—De | andaeia -° Xill.—I)'' liumlad nalural i'i ail<| n'irida XIV. — D a la noMcza ''l XV. — De los moline-, y sili»! vaeiaui.'s, •'•'» XVI —Ilei aleismo Ili XVII.— De la -i:persiie.i in IH» XVIII. — D e los vi Mes 12» XIX. De ia sobenvea y del aile de tiiandar p» XX. —Dei eonsejo y de los t.\.it:Vj..s de 0>tado. ìli XXI.—De la dilacmn v de la !•• atil ed eli ios i:e;l w « : !•>! XXII.—De laaslueiav de la soli!,-za XXIII. —De. la la'MI prodriicia (lei <.<^<\-l • H»7 XXIV.—Do l.u innova.-ioaes ', 'g X X V . — He la i'\|iei'a'ioi) en lus li •_; 11 e i i ) -; 1"» K X V l a al'eelae.ion de pnuleneia y de! maiieju que usan los alieinnados a i'onnalidades '<!> XXVI!. — D e la ainisl-ad 1*2 XXVII!.—De los ^aslo, № 1 — o5>4 — XXIX.•—Di' la verdadera yranckva de las naciones '¿f'2 X X X . — D e la manera de conservar la salud 2M¡ XXX! —lie l.-i <.is¡ie.-lia 225 X X X II.—De laconversaeioo 22.S XXMili - De 'as colonias (i rumiaciones di: pueble». 2H3 XXXIV.-IV las ric|neza> 21o XXXV.—Sobre las profecías v oirás predicciunes.. 2.">» XXXVi — D e [:i anibPion " 2.VI X X X V II.—De earácler naloral ni los hombres W,2 X X X \'!i¡. — ¡) ],,.. liab¡'is y de la educaei.,:: 2<u XXXIX. — D e la orama ¿72 1 (: \!J. - De la ¡nvenlud v la vejez 2s" XI, I. — D e la I, -l!e/a. . .". -'<¿ X !!!!. —lie ¡a fealdad y >',,• l.i ileíonn'eJad \ 1,1 V.— Cánsale raciono- sobre los j ardil le s áí'S VI,V. _|i,. |- iieífc<Mai-i'»nes, ii del arle de maliciar ION neuoclo 31'! XI VI.—pe *;„, .-í¡..ules v de les amares (b- un orden inferior. . ! 3K XLVÍÍ.—De le-, proeuradeivs y de ios pretiMlls ,!ienles '21 : Xí/Vlli. — D e lo- eslu'liue-S XI.¡X. - De la-, facciones y de los purlidos ÍMf í . -pe !ns nodales y de la nbservncion de las c u veuleiicia- sociales •>¿'> !.i - De ¡a alabanza. :¡tí> l.ll. -De la vanidad ó de la v.ma^loiia Uí'.— De • -loria y la reputación :U* l.IV - De i,,- debelas (le en pie/ I V — De !;. cblera 'M>:i !.VI.~De la» vidsiUules de la-osas -V-s 1
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