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Colette Capriles: “La gente está absolutamente arrecha”,
por Hugo Prieto
Hugo Prieto · Sunday, May 8th, 2016
Colette Capriles retratada por Roberto Mata
Algo que quedó muy claro con el tema de las firmas es que la gente quiere una salida
constitucional y ordenada. “Va a firmar las veces que sea y a poner la huella donde
sea”, dice Colette Capriles, psicólogo social, filósofa y escritora. Y además se van a
tomar sus selfies “a mí eso me parece maravilloso”.
Esa percepción de orden se antepone al caos horrendo que ha creado el chavismo.
También hay una continuidad de movimiento, de la voluntad expresada en las urnas el
6-D. El chavismo, que tenía legitimidad popular, la perdió ese día. Pero las conexiones
de la dirigencia opositora con la sensación de urgencia y la necesidad de cambio no
encajan claramente en una propuesta transformadora. No es una tarea para
aventureros.
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Y de por medio hay un tema que proyecta una sombra inquietante: el papel que juegan
los militares y lo que puso de manifiesto la irrupción de Hugo Chávez en 1998, que no
es otra cosa que “una reconfiguración de las relaciones entre el mundo civil político y
un estamento militar, ahora politizado”.
Hubo gente que soñó con la alternabilidad a partir del resultado del 6-D y,
aparentemente, había un escenario para que eso sucediera. Sin embargo, no
hemos visto nada parecido a eso.
Yo creo que eso es una ilusión como tantas otras. La política venezolana es un juego
de ilusiones permanente. La gran impostura del chavismo, como una gran ilusión, y la
idea de que esa percepción errónea se podía desarmar con otra ilusión. Es un juego
mutuo paralizante. Creo que hubo una lectura equivocada, no en términos políticos
pero sí en términos discursivos, de lo que ocurrió el 6-D. Personalmente, pensaba que
el mejor escenario para la oposición era, precisamente, no tener esa mayoría
aplastante, entre otras cosas porque se iba a precipitar la construcción del fast track,
de que ya el mandado estaba hecho, de que la marea sola nos llevaba al puerto. Y
resulta que el 6-D no era sino el primer escalón de una lucha política que sube a otro
nivel. ¡Qué interesante y paradójico¡ Porque más bien es la ruptura de la ilusión. La
gente pide a gritos un cambio y eso es real, no es ilusorio, pero esa voluntad de
cambio constitucional y ordenado se precipita, casi como un hecho químico que la
convierte en otra cosa, precisamente en esa idea del fast track, al no haber una
administración del cambio político. Ojo: eso no tiene que ver con la velocidad de los
tiempos políticos, sino con la estrategia. El 6-D, de hecho, es el prolegómeno del
cambio. Realmente, cambió el país. Eso es verdad.
Parte de la dirigencia opositora planteó ir hacia el cambio “más conveniente y
menos traumático”, como si la lucha política fuese un arreglo comercial. ¿No
es parte de la ilusión?
El gran problema es que a partir del 6-D conviven dos discursos de la oposición que
han existido desde 1998 y que son como hermanos siameses, que tienen que estar
juntos, que no se pueden separar, pero son totalmente distintos. Hay sectores de la
oposición, dentro y fuera de la política, que no conciben el cambio en Venezuela, el
abandono del chavismo, sin un evento traumático. No lo conciben. No entienden la
política fuera del trauma, digamos. Y eso es un problema, porque es muy difícil
oponerle a eso algo como este otro hermano siamés que cree que las cosas se hacen
de acuerdo con el aprendizaje reciente. Es decir: acumulando fuerzas, construyendo la
oportunidad, actuando desde la dirigencia política hacia la sociedad, articulando. Son
dos visiones opuestas. Obviamente, no se le puede negar a nadie que hay cambios
políticos que no son precisamente secuenciales, ni son precisamente ordenados ni
pactados ni convenidos, sino que ocurren bajo cierta espontaneidad. Pero la realidad
es que, desde 1998, cada vez que las espontaneidades han aparecido en la política se
han traducido en fortalecimiento del gobierno y en momentos de crisis que el gobierno
ha aprovechado muy bien.
¿A partir de cuáles elementos el gobierno ha aprovechado esas crisis? No es
algo sencillo de entender.
Lo más dramático de todo esto es que el chavismo tuvo (y en alguna medida tiene)
legitimidad popular. Nació legítimo en ese sentido. No es un hijo ilegítimo de los
militares. Tiene partida de nacimiento, bautismo y primera comunión.
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Nació en la Concepción Palacios…
Sí, porque nació de un evento electoral y tuvo un apoyo popular que se manifestaba en
cada elección y fuera de ellas, en la calle. Eso no es mentira. El problema es que parte
de la oposición nunca ha aceptado ese predominio popular que tuvo el chavismo. Eso
es lo que se rompe el 6-D. Pero de una manera súper dramática, además, para todo el
mundo.
¿Esa ruptura no era el momento para reelaborar, resetear el programa y
vincularse, digamos, con esos sectores que están pidiendo cambio, donde
además hay una presencia importante de sectores populares?
Es que ése es el objetivo, justamente. La tarea pendiente consiste en repolitizar a la
sociedad en un sentido de eficacia política. Yo creo que ese entusiasmo del 6-D
alimentó la hoguera de las vanidades. Alimentó el voluntarismo político, la fantasía de
que una vez que se ha demostrado, con tanta contundencia, que el chavismo ya no es
una fuerza popular lo demás venía por añadidura. Es decir, que se podía ir
directamente a la raíz del problema, que no es otro que la permanencia del gobierno
en el poder. Allí hubo una percepción equivocada. Yo creo que lo primero que tendría
que haber hecho la Asamblea Nacional era reconstituirse a sí misma, porque el
chavismo la había destruido. Pero esas dos visiones de la política producen una
desconexión que muchos celebraron porque precisamente crea la ilusión de que por
fin vamos a llegar a la tierra prometida. ¿Y cómo que no? ¡Si allí está el oasis, a la
vuelta de la esquina! Pero si los judíos tardaron más de 40 años en llegar a ese
pedacito de tierra. Digo esto en contraposición al sentido de urgencia, una ilusión que
se construyó sola, digamos, y que tal vez no dejó ver las prioridades políticas, que
pasaban por convertir la Asamblea en un poder real, no para enfrentar al Ejecutivo,
sino a quien te iba a poner los obstáculos, es decir, al Tribunal Supremo de Justicia.
Allí es donde tenía que incidir la estrategia.
Ciertamente hay una desconexión: una dirigencia política concentrada en el
tema del referéndum revocatorio y una población desbordada por una
cotidianidad que no la deja pensar. Son como dos aviones que van en la misma
dirección, pero uno vuela a la altura de 45.000 pies y el otro a 30.000 pies. No
están en sintonía. Ni siquiera se ven desde la ventanilla.
Allí es donde yo diría que hay que construir una política de la urgencia. El problema
con la urgencia que todos padecemos es cómo hacer de eso un instrumento político.
¿Cómo construir una política que no siga viviendo en el aislamiento, sino que se
articule con esa urgencia? No tanto por eficacia política, sino más bien por el instinto
de supervivencia de las clases políticas, tanto de la oposición como del gobierno. Y es
que en la medida en que la gente esté desconectada de la política, los riesgos de la
anomia y de la conmoción social, vamos a llamarla así, aumentan. De hecho, ahí tienes
estas espontaneidades (saqueos, protestas), que son meramente disolventes.
Esos microestallidos de malestar social están a la orden del día, ¿pero le dicen
algo a las clases políticas? ¿Le dicen algo a la sociedad venezolana?
Sí le dicen. Y hablan muy fuerte. Pero no se traducen en discurso, aunque tienen
muchísima eficacia. Creo que el gobierno está extremadamente atento, su escenario
primario, en este momento, es la contención de la protesta, del saqueo, de la anomia.
Eso es su objetivo fundamental, porque de eso depende el éxito de su estrategia, que
no es otra cosa que mantenerse, un día a la vez, en el poder: amanecer al día siguiente
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en el poder. El gobierno percibe la amenaza en ese plano, no en el plano político.
¿Por qué no hay una conexión con la urgencia?
Fíjate qué paradoja: la conexión existe, pero está mal hecha. La oposición justifica, en
algunos casos, decisiones que a mi modo de ver son equivocadas como, por ejemplo,
anunciar que en seis meses vamos a salir de Maduro por vías constitucionales, pero
sin establecer un camino claro. ¿Por qué? Precisamente porque es una presunta
respuesta a ese sentido de la urgencia. Pero resulta que es la peor respuesta, porque
no le da satisfacción a esa necesidad, a ese imperativo, que no puede ser manejado
políticamente como algo que tiene una solución mágica ni inmediata. La única forma
de satisfacerlo es mediante un proceso muy complejo de transformación de lo que
tienes actualmente en lo que sería el proyecto alternativo. Conectarse con la urgencia
es precisamente —y es muy duro lo que voy a decir— no prometer lo prometido. Aquí
hay que dar una lucha política muy dura y la salida de Maduro no significa que se
acabaron los problemas. La urgencia también hay que entenderla en su dimensión
trágica, que la tiene.
No solamente es la dimensión trágica: encarar ese desafío conlleva a grandes
sacrificios.
Claro, que ya estamos haciendo.
Nos guste o no, habrá que hacerlos.
Hay una gran diferencia discursiva entre decirle a alguien lo que están padeciendo, lo
que padecen los venezolanos, digamos, la urgencia que impone la terrible
cotidianidad, a decirle que la realidad que enfrentan es tan dramática que no hay
solución inmediata a lo que estamos viviendo. Son cosas que ningún político quiere
enunciar, obviamente.
Pero hay que decirlo…
Ahí es donde te haces creíble como líder: en la medida en que haces creíbles las
posibilidades de cambio. No puedes ser un vendedor de ilusiones.
Pero, además, necesitamos un liderazgo transformador.
Yo no soy muy proclive a la tesis de que la política la hacen solamente los líderes. Creo
que hay una combinación entre liderazgos oportunos, buenos liderazgos, condiciones
económicas, instituciones y quiebres donde tenga que haberlos. Es una cocina muy
completa. Y aquí voy a decir otra cosa que también es muy dura, bajo las condiciones
que estamos viviendo, hay que crear la política del entusiasmo. Un psicoanalista diría
que tendríamos que redivinizar al país, como volverlo a querer. Y éste es el peor
momento para decirlo, porque todos estamos odiando esto en carne viva, no desde una
esfera intelectual o estética. No: es en el sentido de que te odias a ti mismo por estar
llevando la vida que llevas.
Los quiebres, las rupturas, son casi siempre revoluciones. ¿En Venezuela hay
un Lenin?, porque ese si sabía de revoluciones.
Me temo que no y me felicito por ello. Una de las cosas más sorprendentes de la forma
rupturista de mirar el cambio político es que no identifica algo que es un fundamental
en el caso venezolano. Me refiero al tema militar. Yo me he venido convenciendo, cada
vez más, de que el gran drama que se pone en escena a partir de 1998 es la
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reconfiguración de las relaciones entre el mundo civil político y el mundo militar, que
también está politizado. Unas relaciones que siempre fueron difíciles desde el retorno
a la democracia con el Pacto de Punto Fijo. Se empieza a crear una crisis tan grande
que justifica el chavismo. El chavismo es, ante todo, una propuesta de reconfiguración
de las relaciones que existen entre el Estado y el estamento militar y entre la sociedad
y los militares. Ésa es su esencia. Le puedes poner cualquier ideología, desde la
tercera vía de aquel Chávez que todavía usaba corbata al leninismo más brutal, al
estalinismo más peliagudo… no importa: eso es irrelevante. Lo que sí es relevante es
que hay una crisis ideológica dentro del chavismo, justamente, porque se acabó su
fundamento material, que es la renta petrolera, y a la vista aparece la criatura
enflaquecida, a la que se le ven los huesos. Pero allí está esa estructura que desafía al
modelo de control civil que había imperado en Venezuela durante la etapa
democrática. Es algo casi esotérico, metafísico, ya no es política. ¿Cómo puedes
rediseñar esas relaciones? ¿Como si fuera una pareja? ¿Vamos a una terapia y
entonces hablamos?
Ese tema es de alto calibre y muy profundo.
Sí, porque es de vieja data. No es una invención del chavismo.
Se han hecho muchas críticas al sector militar por el papel que han jugado
como soporte del gobierno de Maduro, por la ocupación de espacios y cargos
en la administración pública. Pero no hay quien proponga una discusión sobre
este tema.
Hay que pensarlo.
Y darle respuesta, porque el interlocutor está politizado.
Totalmente. Sin una respuesta clara a ese dilema que está planteado no hay cambio
político en Venezuela. Es decir, el factor militar es tan importante en lo que pueda
pasar en los próximos meses, en los próximos años, que tiene que haber una política
clara. Y hay que ser consecuentes con esa política que se diseñe.
¿El siamés rupturista está soñando con el golpe de abril de 2002?
No lo creo. Justamente es un sueño. Es una ilusión de nuevo. Es como si por otros
medios se pudiera lograr el mismo efecto. Diría que eso es lo que hay, porque
obviamente no hay en Venezuela alguien que crea que la Fuerza Armada está dividida
o a punto de resquebrajarse o a punto de repetir esa rebelión extraña que hubo en
abril de 2002. Rarísima. Una rebelión un poco grasienta, diría yo. Unos tipos gordos
que al final dicen “Está bien”. Para mí la estampa de esa rebelión es el propio general
Rosendo. Creo que nadie, en su uso de razón, puede creer lo que dicen algunos
twiteros de que la Fuerza Armada está harta de la situación, que se compadecen de
sus conciudadanos, que sus familias también sufren. Pero la gran pregunta es si eso
los disuade de pensar en su futuro político. Creo que eso es una fantasía asociada con
la idea de que en Venezuela puede haber una primavera árabe.
¿No hay demasiado conformismo frente a la incompetencia del gobierno?
Frente a la imposición de una cotidianidad cada vez más brutal.
No siento que la gente sea particularmente conformista. Todo lo contrario. Me parece
que la gente está absolutamente arrecha y está dispuesta a cualquier cosa. Sólo que,
por no tener la contención política suficiente, esa arrechera se distribuye minuto a
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minuto, a lo largo del día. Por otra parte, está la imagen de la ocupación de Francia
por los nazis. Era absolutamente obscena, entre otras cosas, porque quería significar
la supremacía cultural de la Alemania de Hitler. Uno no puede acusar a los franceses
de haber sido conformistas. Estaban en guerra. Había un enemigo. Estaban sitiados.
El ocupante es el que tiene más poder. Esa es una realidad. Yo creo que lo que esta
etapa horrenda que estamos viviendo puede enseñarnos es que el poder existe, que el
poder no se suaviza con el lubricante de la renta petrolera. Es el poder desnudo, que
antes lo veíamos rodeado de gordura y de tocineta. Ahora está en los huesos. La gente
se ha encontrado con su propio engaño. Esa dimensión horrenda del chavismo que es
la armonía como mercancía: a lo mejor saliste de un rancho, tuviste una misión, pero
eso nunca fue masivo. En ese tema también funciona la propaganda. Esa sensación de
que había consumo, de que había dinero en la calle. Hay como una mala conciencia:
“Yo contribuí con ese engaño, fui actor de ese engaño“. Y ahora lo peor que se puede
hacer es trabajar eso desde el resentimiento. Y en eso quiero ser muy clara.
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on Sunday, May 8th, 2016 at 7:00 am and is filed under Actualidad
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