CONTRAPORTADA AÑO 6 / NÚMERO 285 DOMINGO 03 DE ABRIL DE 2016 La enfermedad de Flaubert Federico Álvarez La novia desnudada por sus solteros [En su lucha radical contra la fetichización, mistif icación y comercialización del arte, los conceptualistas acuden in extremis a la producción de obras antiestéticas como una forma segura de liberar al arte de su valor de cambio, y como el fabricante de espejos de Juan Manuel Roca «al horror agregan más horror». Lo que parecen ignorar es que todo producto material, obediente o contestatario, es asimilado por la sociedad, y al f inal es tasado cuantitativamente como valor de cambio.] SAMUEL VÁSQUEZ La crítica de las instituciones y el desprecio por el valor de cambio de la obra de arte son dos de las motivaciones primordiales de los artistas conceptuales. Se crítica el Museo como institución que neutraliza la fuerza señalativa y cuestionadora de las obras de arte; se critican las Galerías de Arte por su vocación eminentemente comercial que ha reducido la obra de arte a su exclusivo valor de cambio; se critica al crítico por autoinstituirse en la conciencia del público; se critica al artista por oficiar de artista, por su mistificación del arte y su producción individualista, cómplice del arte-objeto: en una sociedad de consumo capitalista el objeto es mercancía, la mercancía riqueza, la riqueza poder: se critica el capitalismo, la mercancía, la riqueza y el poder. Al hacer desaparecer el objeto artístico se supone que desaparece automáticamente el valor de cambio que el objeto mismo propiciaba, y queda la obra con su solo valor de uso. El valor de uso es un concepto marxista que estos artistas reelaboran junto con otros conceptos como la crítica del fetichismo de la mercancía artística y de la institucionalización del arte y del artista, y constituye el eje primordial del pensamiento antiobjetualista en el arte conceptual. Pero, es increíble que lo ignoren, el valor de cambio no depende de la buena intención de los productores, sino que es inherente a las relaciones sociales vigentes. Creer que el valor de cambio se suprime por la sola buena voluntad del autor, es ingenuidad. La sociedad tiende a asimilar toda oposición para neutralizarla, y la más eficaz manera es institucionalizándola: llevamos muchos años padeciendo la oportunista y vulgar institucionalización que se ha hecho de un artista tan anómalo como el mismo Marcel Duchamp. Una ilusión muy extendida hoy en día, es que muchos artistas conceptuales piensan en procesos y debates, y se olvidan de que «un debate necesita una relación situada históricamente, en un contexto de características determinadas: existe la creencia de que el procedimiento es autónomo, lo que lo convierte en una nueva clase de formalismo». «Otra ingenuidad del arte conceptual radica en la ilusión de que la transformación de la obra de arte en una intervención lingüística y textual, provoca indefectiblemente un aumento del número de espectadores (que ahora son lectores), y una inequívoca politización de las manifestaciones artísticas. Se trata de una ingenua puesta al día del ensayo de Walter Benjamin sobre la reproducción mecánica». De allí mismo deriva la actual preponderancia que dan a la fotografía. De allí mismo la idea extendida y aceptada de que, sin convenciones de ninguna índole, la fotografía posee una información directa y pura tal, que no necesita de conocimientos previos porque «la fotografía, como información, es accesible directamente a nivel de lectura espontánea». Haciendo una analogía mecánica de esta tesis, Andy Warhol resultaría siendo el novelista y cineasta más importante del siglo XX porque toma «en bruto» diálogos e imágenes de la realidad, sin transformarlos. Lo que parecen olvidar es que lo importante no es el color untado o chorreado, lo importante no es la forma cincelada o construida o encontrada, lo importante no es que el procedimiento sea digital, mecánico, artesanal o reciclado: lo realmente importante es la imagen y la sintaxis de las imágenes, lo verdaderamente importante es la palabra y la sintaxis de las palabras, lo importante es el vacío y el espacio de silencio que propicia ese vacío, lo definitivamente importante es la poesía y la herida de luz que inflija su verdad. En su lucha radical contra la fetichización, mistificación y comercialización del arte, los conceptualistas acuden in extremis a la producción de obras antiestéticas como una forma segura de liberar al arte de su valor de cambio, y como el fabricante de espejos de Juan Manuel Roca «al horror agregan más horror». Lo que parecen ignorar es que todo producto material, obediente o contestatario, es asimilado por la sociedad, y al final es tasado cuantitativamente como valor de cambio. Sigue››› 2 LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 03 DE ABRIL DE 2016 ›››Viene de Portada Duchamp ataca la funcionalidad simbólica de la pintura y de la imagen pictórica con los ready-made. Pretende acabar con lo simbólico reemplazándolo con un objeto, pero, ¿se puede reemplazar la poesía con una rosa? Y si Duchamp quería combatir el poder simbólico de la pintura introduciendo el «objeto encontrado», Warhol combate el «objeto encontrado», con el producto masivo que no tiene necesidad de encontrarse porque ha sido impuesto por el mercado. A Warhol le interesa el producto hecho en serie que destruye o aleja significativamente la ilusión de identidad, que es uno de los valores sagrados de la burguesía. Y ¿cómo responde la burguesía? Consumiendo la obra de Warhol como un producto más… y consumiéndolo a él como producto. Los ready-made son los propios objetos técnicos sin «marcas», mientras que lo que muestra Warhol son marcas de productos, vaciados de su materialidad y de su contenido, lo que constituye un regreso a la representación retiniana que el Duchmap mismo pedía abandonar. Al utilizar la rueda de bicicleta o el urinal, lo que pone en cuestión Duchamp es el valor de uso de esos objetos y el valor de uso del arte mismo. Warhol apunta más al valor de cambio de las marcas. Warhol toma como materia prima de su obra el producto masivo de marca que se produce industrialmente (sin criticar ni exaltar su proceso productivo), y lo representa por medios industriales fríos —no artesanales—, lo que pareciera constituir un paso atrás del «objeto encontrado» que juega al azar y a la elección. Al final la institución del arte que pretendía criticarse termina transformándose en la institución de la industria cultural, en «la Fábrica» fundada por Warhol en la quinta planta del número 231 de la calle 47 Este en Midtown, Manhattan, Nueva York, en donde producía su obra en serie. En la cadena de depredadores culturales posmodernos, las vanguardias son engullidas por la academia de las vanguardias y ésta a su vez es devorada por la industria cultural. ¿Cómo tratar de adivinar la decisión estética de Duchamp? Tiene en la misma Francia fuentes fundamentales donde beber: Baudelaire, Nerval, Lautréamont, Jarry, Schwob, Picasso, Matisse… Mallarmé… Rimbaud… Mallarmé nos da consciencia del espacio. De la composición del espacio. Nos propone descontextualizar la sintaxis tradicional, extranjerizar la lengua para construir un nuevo edificio en donde el Ese ahora que es el momento del arte, cuando se encuentran obra y espectador en un diálogo callado, es el momento del silencio, un silencio que le ha sido esencial a la pintura desde los tiempos primeros. espacio se sienta y no sea estorbado por los muebles. Establecer una nueva respiración. Una respiración que ve el aire que los otros no ven. Eludir las descripciones y, «no sin terror» inventar una lengua surgida de una poética que define así: Pintar no la cosa sino el efecto que ella produce. El verso aquí no debe entonces componerse de palabras sino de intenciones, y todas las palabras deben borrarse ante las intenciones (…) después de encontrar la Nada encontré la Belleza. […] no hay más que la Belleza —y no tiene más que una expresión perfecta: la Poesía. Todo lo demás es mentira— excepto para los que viven el amor, y ese amor del espíritu, la amistad. (…) No debe haber más que alusión. La contemplación de los objetos, la imagen que se echa a volar a partir de los sueños suscitados por ellos, son el canto. Cuando se toma la cosa por entero y se muestra, carece de misterio; se le quita a los espíritus la alegría deliciosa de creer que crean. Nombrar un objeto es suprimir las tres cuartas partes del goce del poema que está hecho de adivinar de a poco: sugerirlo, he ahí el ensueño. Rimbaud, en cambio, desconfía de la Belleza. «Una noche senté a la belleza en mis rodillas –. Y la encontré amarga -. Y la injurié…». No le interesa el espacio. No desea construir. Quiere cavar. Cavar en lo cavado, cavar en el vacío… hasta la alucinación. «Esta inspiración demuestra que lo he soñado». Aprecia en el escritor «la ausencia de facultades descriptivas o instructivas» y «encontraba ridículas las celebridades de la pintura y de la poesía moderna». «He invocado los desastres para ahogarme con arena y sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he tendido en el cieno. Me he secado con el aire del crimen. Le he gastado buenas chanzas a la locura. Y la primavera me trajo la risa horripilante del idiota […] Ninguno de los sofismas de la locura —la locura que se encierra— ha sido olvidado por mí: podría repetirlos todos, tengo el sistema». Nos propone el desarreglo razonado de todos los sentidos… hasta la locura… nos conmina a la necesidad de hacernos videntes. Pero Duchamp se siente más cercano a Raymond Roussel, y al preferirlo a él, toma el camino de la vulgata —del lenguaje común—, y no el del lenguaje culto y de alto refinamiento estético de Rimbaud o Mallarmé. «Asistí a Impresiones de África de Raymond Roussel con Picabia y Apollinaire ¡Fue formidable! En escena había un maniquí y una serpiente que se movía muy poco, todo muy loco, muy insólito. […] Ese hombre fue un revolucionario, al nivel de Rimbaud. Rompió con todo». Tal vez en las palabras del propio Roussel encontremos algún parentesco entre los dos: Impresiones de África apareció por entregas en La Gaulois du Dimanche y pasó completamente inadvertido. Tampoco prestó nadie atención a esta obra cuando apareció en forma de libro. Sólo Edmond Rostand, a quien había mandado un ejemplar, la comprendió inmediatamente, se apasionó por ella y habló de ella a todo el mundo. Solía decirme: “Su libro podría proporcionar materia para una extraordinaria obra de teatro”. Estas palabras me influyeron. Además, me dolía la incomprensión que me rodeaba y pensé que tal vez ganaría más fácilmente el favor del público a través del teatro que a través del libro. Convertí Impresiones de África en una obra teatral que hice representar primero en el teatro Fémina y luego en el teatro Antoine. Fue más que un fracaso. Fue un auténtico escándalo. Me llamaban loco, jaleaban a los actores, arrojaban calderilla al escenario y el director del teatro recibía cartas de protesta. Hice una gira por Bélgica, Holanda y el norte de Francia sin alcanzar mejores resultados. Entre tanto iba escribiendo Locus Solus. En las librerías las ventas fueron nulas. Quise recurrir de nuevo al teatro y pedí a Pierre Frondaie que escribiera una adaptación escénica. La hice representar con gran riqueza de medios en el teatro Antoine. El día del estreno se produjo un tumulto indescriptible. Fue una verdadera batalla porque, en esa ocasión, aunque casi todo el auditorio me era adverso, contaba al menos con un grupo de fervientes partidarios. El hecho fue muy comentado y me convirtió en un personaje conocido de la noche a la mañana. Pero no fue un éxito sino un escándalo ya que, aparte del grupo favorable, la opinión me era unánimemente contraria. El posmodernismo se cabreó con que la obra fuese ella misma la acción pictórica y no el relato de una acción. Que ella misma fuese un objeto abstracto sin objetividad, y sin abstracción de un tema anterior al acto mismo de pintar. Que ella misma fuese el caos y no la narración exaltada del caos. El posmodernismo —filosófico y palabrero—, se asusta con la ausencia del discurso previo y del discurso posterior que estas acciones artísticas cometían, e impusieron con sus curadores eunucos que el previo manifiesto de intenciones, y el discurso estético posterior, constituían lo más importante de las artes plásticas y visuales. Que el antes y el después de la obra es más importante que el ahora, el instante mismo de la obra. Ese ahora que es el momento del arte, cuando se encuentran obra y espectador en un diálogo callado, es el momento del silencio, un silencio que le ha sido esencial a la pintura desde los tiempos primeros. Las artes plásticas fueron las únicas que asumieron el silencio desde el principio. Todas las demás artes se alejan de él en su búsqueda, y éste se les hace cada vez más esquivo. Sin embargo, los artistas y curadores de hoy rompen ese silencio del que puede gozar la pintura y se empeñan en introducirle ruido. Las artes plásticas no hablaban pero hacían hablar. Unas artes plásticas y visuales a las que les arrancaron los ojos, a las que les cercenaron las manos. En definitiva el conceptualismo es un discurso al que no le hace falta la obra. A partir de los nuevos curadores toda manufactura es academicismo condenable. Toda visibilidad es pasatismo deleznable. Así toda forma y toda composición quedan condenados al fuego, en la mayor inquisición que una contrarreforma artística haya realizado en la época contemporánea. En Minima moralia, Theodor W. Adorno dice: Se ha llegado al punto en que la mentira suena como verdad, y la verdad como mentira. Cada pronunciamiento, cada noticia, cada pensamiento, están preformados por la industria cultural. Lo que no lleva el sello de tal preformación carece de antemano de todo crédito, y más todavía desde que las instituciones de la opinión pública acompañan a cuanto sale de ellas de mil comprobantes fácticos, de todas las pruebas que la manipulación total puede recabar. DOMINGO 03 DE ABRIL DE 2016 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS Portafolio Roberto Arlt por sí mismo [En abril celebramos el nacimiento de Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900), cuya obra —acusada en su época de «descuidada»— es hoy referencia importante en la literatura argentina del siglo XX. En sus incorrecciones, Arlt asoma la realidad otra del país que le tocó vivir, protagonizada por la pobreza y la opresión; una sociedad corroída por los gobernantes subordinados a los intereses gringos, o como él mismo los definiera, «bandidos vendidos a empresas extranjeras». Hoy, a 116 años de su nacimiento, cuando su país natal retrocede a la infamia, a la venta de las riquezas nacionales por el comerciante de turno; es justo recordarlo a través de su breve autobiografía.] Letras Ccs Autobiografía humorística Roberto Artl Me llamo Roberto Godofredo Christophersen Arlt, y he nacido en la noche del 26 de abril de 1900, bajo la conjunción de los planetas Mercurio y Saturno. Esto de haber nacido bajo dicha conjunción es una tremenda suerte, según me dice mi astrólogo, porque ganaré mucho dinero. Más yo creo que mi astrólogo es un solemne badulaque, dado que hasta la fecha no tan sólo no he ganado nada, sino que me he perdido la bonita suma de diez mil pesos. Además, por la influencia de Saturno —aquí habla mi astrólogo— tengo que ser melancólico y huraño, y no sé cómo hacer para estar de acuerdo con dicho señor y mi planeta, ya que colaboro en una revista que es humorística y no melancólica. Ahora bien: Como el señor Director de Don Goyo me ha asegurado que hasta de Kublatrán y la Nigricia recibe cartas pidiéndole detalles de mi maravillosa existencia, no tengo inconveniente en complacer a tantas lectoras lejanas. He sido un «enfant terrible». A los nueve años me habían expulsado de tres escuelas, ya tenía en mi haber estupendas aventuras que no ocultaré. Estas cuatro aventuras pintan mi personalidad política, criminal, donjuanesca y poética de los nueve años, de los preciosos nueve años que ya no volverán. Yo y Ferrer Aunque parezca mentira, ya tenía un concepto profundo de lo que era la política internacional y derecho privado. En esta época fue cuando en Montjuich (España) fusilaron a Ferrer, el fundador de la Escuela Moderna. Este hecho, comentado por mis padres, me indignó de tal forma que, fabricando con papel de barrilete una bandera española, resolví vengarlo a Ferrer. Al efecto, colocándole un asta a la bandera, seguido de todos los vagos del barrio, me coloqué frente al almacén de un asturiano bruto, y en medio de la gritería de los muchachos incendié el símbolo español. Luego, de una pedrada, le rompí al comerciante un vidrio del escaparate, y huí contento, seguro de que Ferrer, desde el cielo, aplaudía mi desagravio. Jefe de mano negra En aquellos días se hablaba mucho de los procedimientos de la Mano Negra para extorsionar a los que amenazaban. El asunto me interesó de tal forma que resolví hacer la prueba, y escogiendo como víctima a una señora vecina que sufría terribles ataques de epilepsia, le escribí una carta en la cual la informaba que si no ponía mil pesos en un árbol de su jardín, una noche de esas la degollaría. Al final de la esquela había impreso con betún una descomunal mano negra, y eso ya no parecía carta, sino el mensaje de un carbonero con oficial residencia en el infierno. Cuando la pobre señora leyó el brulote, fue tal el susto que recibió, que le sobrevino un ataque del que casi se muere. Su esposo, que averiguó que yo era el autor del desaguisado, me hizo dar por mi padre una formidable paliza, y desde aquel día las comadres del barrio murmuraron que yo moriría en la cárcel porque tenía madera de futuro ladrón. Mi primer amor Era pecosa y bizca, pero yo la creía más hermosa que la luna; y por eso le escribí esta carta: «Señorita: Escapémonos al mar. Vestido de terciopelo negro la voy a llevar a mi barco pirata. Juro por el cadáver de mi padre ahorcado que la amo. Suyo hasta la muerte: Roberto Godofredo, señor de Rocabruna, capitán del ballenero. «El Taciturno». Todos estos nombres los había tomado de una novela de Salgari. Pues, ¿creerán ustedes?, la madre de esta pelandusquita, habiendo secuestrado la carta, casi me hace procesar por corruptor de menores. Mi personalidad literaria Yo soy el primer escritor argentino que a los ocho años de edad ha vendido los cuentos que escribió. En aquella época visitaba la librería de los hermanos Pellerano. Allí conocí, entre otros, a don Joaquín Costa, distinguido vecino de Flores. El señor Costa, que conocía mis aficiones estrambóticas, me dijo cierto día: —Si traes un cuento te lo pago. Al siguiente domingo fui a verlo a don Joaquín, ¡y con un cuento! Recuerdo que en una parte de dicho esperpento, un protagonista, el alcalde de Berlín, le decía a un ladrón que, escondido debajo de un ropero, no podía moverse: —¡Infame, levanta los brazos al aire o te fusilo! A don Joaquín lo impresionó de tal forma mi cuento que, emocionado, me lo arrebató de las manos, y prometiéndome leerlo después me regaló cinco pesos. Y ése fue el primer dinero que gané con la literatura. Señor Director de Don Goyo. Lo que he hecho después de los diez años de edad ocuparía, sin exagerar, diez volúmenes. Y mejor es terminar aquí. 3 4 LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 03 DE ABRIL DE 2016 La enfermedad de Flaubert FEDERICO ÁLVAREZ En esto de la «enfermedad de Flaubert» (su incapacidad para soportar la estupidez ajena) hay que andarse con tiento. Es relativamente fácil con-sentirla. La estupidez —que no debe confundirse con la ignorancia— es casi siempre petulante, y fastidia. Si no, se perdona. Los latinos podían, clementes, llamarla lapsus, y confundirla con el desliz casual. Pero en Flaubert se establecía en seguida la distancia. Y en eso consistía su enfermedad: en sentirse de otra jerarquía. No faltará quien diga que en él había más petulancia que en el estúpido, pero no se olvide que se trata de una enfermedad: la de no poder evitarlo. Decir con Nietzsche: «¿Me aplauden? ¿Qué estupidez habré dicho?». Soberbia y conciencia de poder. Una secta cuyos fieles se reconocen mirándose sólo a los ojos: los sentidos afinados hasta la hiperestesia y temiendo engañarse. Decía un ilustre crítico de arte, actuando como jurado en una exposición de pintura: «Quítenme de delante ese cuadro, o acabará gustándome». No gustar lo que a todos, distinguirse sin proponérselo. Podríamos llamarlo la crueldad de la cultura. Pero, si la cultura es cruel, ¿qué cultiva? No cultiva nada: se cultiva a sí misma; es un placer y un privilegio de la percepción, todos los sentidos puestos en sencilla y callada actividad. Afinación. Estar entonados con cierto valor oculto de las personas y de las cosas. Y saberlo decir. Tener listas las palabras que dicen eso. Saber más palabras: saber más. Sí, se le llama cultura. De repente Bajtín y, apoyándose en Rabelais, y en Cervantes, y en los géneros cómico-serios de la Antigüedad y de la Edad Media, inventa lo de la carnavalización: ¡ahí es nada: el arte plebeyo!, ¡y allí va el culto a bailar con la plebe! Goethe una zarabanda y Lezama un danzón. Porque cultura también es ver al otro, ver la cultura del otro. Bajar del balcón a la calle. ¿Bajaba Flaubert? No bastaba sentir, había también que con-sentir. Un auténtico carnaval todo el año: la risa del que piensa y siente seriamente. El arte y la cultura nos hacen sentir y gozar, pero también pensar; el intelectual y el artista verdaderos saben como Michel Serres que «el mundo se deja ver al mundo que le ve». Y Sartre insistió en que, por encima del arte hacía falta algo más para hacer al hombre justo: el conocimiento de los fines de la vida. Frente a «la enfermedad de Flaubert» habrá, pues, que vacunarse, porque las virtudes minoritarias pueden ser grandes defectos, fichas faltantes en el reparto del juego de la vida. *Tomado de Vaciar una montaña, de Federico Álvarez (2009) Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter: @LetrasCcs La librería mediática Marialcira Matute Libros, mil, más... y nuestro inolvidable Carlos Márquez Libros, mil, más. De Las Mil y una noches he leído muchas versiones. La más noble y decorosa a mi juicio es la publicada en Cuba en papel periódico, presentada con originalidad y buen criterio por Esteban Llorach Ramos, como parte de la Biblioteca Familiar. Es uno de los títulos del conjunto de 25 libros seleccionados entre los más importantes de la literatura universal que se distribuyeron en 2003 desde el Gobierno Bolivariano —gratuitamente y por millones— a los estudiantes de Misión Robinson en Venezuela para que, luego de alfabetizados, se acercaran a literatura variada y de calidad. Es una edición resumida y adaptada para todo lector, a partir de la hecha por AbuBen-Ishak. La más hermosa y completa compilación de Las Mil y una noches es, a juicio de muchos críticos, la de J.C. Mardrus, medico libanés, cuya traducción al castellano no está expurgada y fue hecha por Blasco Ibáñez. Pude leerla hace unos años y el proyecto me tomó casi nueve meses, en una edición hermosa en tres voluminosos tomos con papel de seda y bordes dorados que una vez me prestaron... y devolví (lamentablemente, porque sospeché siempre que sus dueños son de los que usan los buenos libros para la decoración y el exhibicionismo, más no para leer). Cuenta Llorach Ramos sobre esa versión que «Mardrus viajó por todo el Oriente... para conformar un poema novelesco... considerado por los pedagogos burgueses no apto para niños y jóvenes...». Ahora circula en librerías una novela del británico Salman Rushdie, nacido en Bombay en 1947. Es su más reciente libro y en él coquetea con Las Mil y una noches. Se titula Dos años, ocho meses y veintiocho noches. Filosofía, magia, humor y crítica social se conjugan en una obra de ficción en la que el papel de Scheherezade es versionado muy originalmente por un personaje particular. No vamos a arruinar la sorpresa a los lectores que decidan descubrir esta novela. Sólo compartiremos, como la Scheherezade de los cuentos originales, un asomo del contenido: «Como si una historia se apareara con su lector para producir otro lector». «Para él fue un alivio descubrir que su ardor físico se podía saciar con relatos». «De forma que él era una especie de anti-Scheherezade». Rushdie continúa siendo provocador en el tema de la religión como lo hizo en aquella novela Los versos satánicos, que lo dio a conocer y lo hizo un perseguido por motivos religiosos. Nos agrada su desparpajo narrativo, tanto como a otros podrá molestar su invitación a «discutir como es debido, mostrando cortesía hacia la persona y ferocidad hacia las ideas». Y como vivimos en un país con libertad de cultos, en el que nuestra Constitución protege abiertamente la expresión de toda una gama de posibilidades, incluyendo la de no profesar religión o creencia alguna, elegimos también esta frase: «Nuestra postura es que Dios es una creación de los seres humanos». Inolvidable Carlos Márquez. En vísperas del Día Internacional del Teatro, el 26 de marzo pasado, casi con 90 años y activo, lúcido, trabajando, con mil logros y muchos proyectos por realizar partió, digno y sereno, Carlos Márquez, grande de la escena venezolana. Inolvidable, como su obra que tuvo en cartelera hasta hace pocos meses. Intenso y sincero como su libro Lo que me tocó vivir. Al no ser creyentes, nuestro consuelo es recordarlo, es el afecto inmenso que nos unió y es el haber compartido con él los ideales y luchas de nuestra Venezuela bolivariana así como el amor a la literatura y al teatro. Ciudad CCS es un periódico gratuito editado por la Fundación para la Comunicación Popular CCS de la Alcaldía de Caracas | Plaza Bolívar, Edificio Gradillas 1, Piso 1, Caracas | Teléfono 0212-8607149 correo-e: [email protected] | Depósito legal: pp200901dc1363
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