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OPINIÓN
 JAQUE MATE
Sergio Sarmiento
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Twitter: @SergioSarmiento
El papa
y la virgen
Hay que reconocer que otras visitas papales, particularmente las
de Juan Pablo II, generaron un entusiasmo igual o incluso superior.
Sin embargo, esto no ayudó a revertir la caída en el número de fieles
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E
sta Semana Santa sabremos realmente qué tanto
penetró el mensaje del papa Francisco en su visita
a México en febrero. El pontífice atrajo multitudes
entusiastas tanto a sus presentaciones oficiales como a
sus recorridos. Ofreció también mensajes muy duros
cuestionando la corrupción en el gobierno y la Iglesia
que tanto políticos como obispos aplaudieron. Uno de
los propósitos de la visita era renovar la fe de los mexicanos en el credo católico tras una declinación que dura
ya varias décadas.
Hay que reconocer que otras visitas papales, particularmente las de Juan Pablo II, generaron un entusiasmo igual o incluso superior. Sin embargo, esto no ayudó
a revertir la caída en el número de fieles ni la práctica
del catolicismo por parte de los mexicanos. Hay razones para pensar que los mismos políticos y prelados
que aplaudieron al papa cuando cuestionó la corrupción,
hoy han regresado a sus conductas habituales. Por otra
parte, las iglesias, que quizá durante e inmediatamente
después de la visita del pontífice se llenaron más que de
costumbre, han regresado a su ocupación habitual. No
hay ninguna indicación de que el cumplimiento de las
conductas de los católicos practicantes haya aumentado.
La Semana Santa fue durante siglos el momento de
mayor devoción entre los católicos del mundo. Pero la
intensidad de esta devoción se ha venido perdiendo. En
México, la llamada “semana mayor” ha perdido mucho
de su contenido religioso. Sí, la gente acude a las iglesias en mayor número que el resto del año, pero no tanto
como uno pudiera suponer. Para la enorme mayoría de
los mexicanos la Semana Santa es hoy principalmente
una temporada de vacaciones.
Curiosamente, el descenso del entusiasmo en Sema4
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SIGLO NUE V O
na Santa se ha visto acompañado en las últimas décadas
por un aumento en la fe por la virgen de Guadalupe. Las
peregrinaciones a la basílica del Tepeyac, lejos de disminuir, han venido aumentando en número y en concentración de fieles. El catolicismo mexicano siempre ha sido
muy guadalupano. Pero esta actitud parece fortalecerse
antes que debilitarse.
Lo interesante es que la fe por la virgen de Guadalupe fue considerada por algunos, desde los tiempos de
la Colonia, como una forma de hacer más aceptable el
cristianismo a los pueblos indígenas mexicanos después
de la conquista. Muchos prelados consideraron el culto
como una forma de paganismo. Si bien es posible que
esta apreciación tuviera razón, la figura de la virgen de
Guadalupe ha tenido una importancia creciente en la
forma en que se vive la religión en México. Las comunidades con mayores raíces indígenas son las que tienen
un mayor apego por la figura de la virgen.
Con frecuencia se ha señalado que para la población
indígena la virgen de Guadalupe fue siempre una figura
eminentemente aceptable, quizá por su semejanza a la
diosa Coatlicue. Jesús era mucho más difícil de entender para un pueblo que veía a las figuras divinas como
triunfadoras y que no comprendía como tal a un hombre
ensangrentado y crucificado. El Espíritu Sato y Dios
Padre, por su carácter más abstracto, eran francamente
incomprensibles para muchos indígenas.
El papa Francisco, quien ha dicho que él mismo es
guadalupano, decidió acudir personalmente a la basílica de Guadalupe para oficiar una misa ante miles de
fieles. Qué lejos han quedado los tiempos en que incluso
el abad de la basílica, Guillermo Schulenburg, decía que
el milagro guadalupano era un simple mito.