3ª Movida Misionera Subsidio formativo Nº 2 Seamos Misioneros de la Eucaristía Objetivos: 1) Presentar en forma general la dimensión misionera de la Eucaristía. 2) Profundizar la relación entre Eucaristía y Misión AMBIENTACIÓN Se preparará un altar, y sobre el mantel se ubicará una cruz en el centro, y a sus pies una biblia y una bandeja pequeña con hostias de papel. También se buscará un lugar visible para colocar un afiche con el logo del XIº Congreso Eucarístico Nacional (que se incluye al final del subsidio). ORACION DE INICIO Oración por la Movida Misionera Dios, Padre amoroso que nos diste la Vida, te damos gracias por habernos llamado a ser tus hijos y por el inmenso Amor gratuito y efectivo que nos tienes a cada uno. Jesucristo, Dios Hijo, que diste tu vida para salvarnos, ayúdanos a amar generosamente a toda la humanidad y a compartir con todos la alegría de sabernos amados por Ti. Espíritu Santo, que nos renuevas cada día, danos fuerzas para dar testimonio de nuestra fe y ser testigos del Amor del Padre en todo momento y en todo lugar. Ayúdanos a salir de nosotros mismos y a acudir al encuentro de los que no te conocen, de los alejados, y especialmente de los más pobres y necesitados. Te pedimos, Señor, por los frutos de la Movida Misionera, para que sean muchos los que se dejen tocar por tu Amor y se encuentren personalmente contigo. Que los que no te conocen, reciban el anuncio de tu Buena Noticia. Que los que están alejados de Ti, te abran las puertas y te dejen entrar en su corazón. Que los que están cerca tuyo, perseveren fieles a tu Palabra y crezcan cada día en su fe. Ayúdanos a decirte siempre “Sí”, como lo hizo tu madre, la Virgen María, modelo de nuestra Fe. Y que como ella, vivamos siempre unidos a Ti y a tu Iglesia. Amén. MOTIVACIÓN - EXPERIENCIA DE VIDA Se propone leer el relato sobre el niño mártir de la Eucaristía: San Tarsicio (Siglo III) “Valeriano, emperador romano duro y sanguinario, perseguía a los cristianos como enemigos del Imperio y estaba dispuesto a acabar con ellos. Los cristianos se escondían en las catacumbas o cementerios romanos para poder celebrar la Eucaristía. Con alguna frecuencia, los soldados los sorprendían llevándolos al martirio. Un día que celebraba la Eucaristía el Papa Sixto en las catacumbas, se acordó de los cristianos que estaban en la cárcel y que no tenían sacerdote y sintió gran lástima hacia ellos porque no podrían fortalecer su espíritu para resistir en la lucha, si no recibían el Cuerpo del Señor. Pero, ¿quién sería el alma generosa que se ofreciera para llevarles el Cuerpo de Cristo? Muchos se ofrecieron voluntarios, entre ellos Tarsicio, que tenía once años. Tarsicio le dijo al Papa: -Padre, nadie sospechará de mí por mis pocos años. El Papa tomó las Sagradas Formas y las colocó con gran devoción en un relicario, diciéndole a Tarsicio: -Cuídalas bien, hijo mío. -Descuide, Padre, que nadie las tocará; antes pasarán por mi cadáver. Al poco rato de salir de las catacumbas, se encontró Tarsicio con uno muchachos de su edad que estaban jugando. -Hola, Tarsicio, juega con nosotros. Necesitamos un compañero. -No, no puedo. Otra vez será –dijo Tarsicio mientras apretaba sus manos sobre su pecho. Entonces, uno de aquellos muchachos exclamó: -A ver, a ver. ¿Qué llevas ahí escondido? Se acercaron a él, lo zarandearon y lo derribaron a tierra. Los agresores intentaron abrir los brazos de Tarsicio sin conseguirlo. Entonces comenzaron a darle pedradas, cada vez con más fuerza y más rabia. Tarsicio, en el suelo, iba derramando su sangre. Todo inútil. Ellos no se saldrán con la suya, pensaba para sí Tarsicio, mientras encomendaba su alma a Dios. Por nada del mundo permitió que le robasen aquellos Misterios a los que amaba más que a sí mismo. Momentos después pasó por allí Cuadrado, un fornido soldado que estaba en el período de catecumenado y que por eso conocía a Tarsicio. Al verle, los brutales niños huyeron corriendo. Poco después, Tarsicio agonizó llevado en brazos de Cuadrado hacia las catacumbas donde estaba el Papa. Al llegar, Tarsicio ya había entregado su alma a Dios.” (Texto extraído del libro “Religión Católica- Nueva Evangelización 2 secundaria, de Pedro de la Herrán (coord.) y otros. Editorial Casals. 3º ed. Barcelona, 2008) Luego de haber leído la historia de Tarsicio, invitar a los participantes a reflexionar y extraer mensaje del relato, guiándose con las siguientes preguntas: 1.- ¿De qué forma se muestra en este relato el amor a la Eucaristía? 2.- ¿Qué virtudes destacarías más en Tarsicio? 3.- ¿Cómo valorarías el comportamiento de los que le atacaron? 4.- En tu opinión, ¿cuál es el principal mensaje que nos muestra este relato histórico? ILUMINACIÓN Explicación del Animador Al realizar la exposición del tema, se recomienda hacer eco del lema, la cita bíblica y frase de la 3º movida misionera ya trabajadas en los subsidios anteriores. Lema:”Seamos testigos del amor de Dios” Cita bíblica: 1Jn 4,8 Frase: “Dios te ama, ¿y vos?” a.- Dimensión Misionera de la Eucaristía En la Sagrada Eucaristía está realmente presente Jesús. El mismo que nació en Belén, que vivió en Nazareth, que predicó el reino de Dios por Palestina y realizó milagros, que murió crucificado en Jerusalén, que resucitó de entre los muertos, que subió al Cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre. Y está con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Cristo, realmente presente bajo las especies consagradas, se ofrece al Padre como víctima en el sacrificio de la Misa y se da como alimento espiritual a los fieles en el banquete pascual de la comunión, que debe recibirse en gracia de Dios. La Eucaristía es el regalo más grande que Jesús dio a su Iglesia” (Carta de Juan Pablo II a todos los obispos, Nº 12). Es la mejor manera de unirnos a él. Y esto lo comprendieron los primeros cristianos. Había que compartir este regalo, había que alimentar a los más desvalidos para que pudieran “fortalecer su espíritu para resistir en la lucha”. Todo creyente está llamado a ser misionero. Toda la Iglesia es por su naturaleza misionera. "La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y resurrección gloriosa" (EN, 14; LG, 9). Ahora bien ¿De dónde brota la necesidad de llevar a los hombres el Evangelio? El Señor Resucitado es la fuerza que anima la misión universal de la Iglesia: los apóstoles, entrando con él en íntima comunión, comparten su amor por todos los hombres y llegan a ser sus colaboradores en la obra de la salvación. El Señor les confía el gran deber de hacer discípulos a todas las gentes y de introducirles en la vida de Dios. “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará…Ellos fueron a predicar por todas partes” (Mc 16, 15-16.20a) La conjugación “vayan” nos muestra la existencia de una dinámica: somos convocados y enviados. En el relato, Tarsicio y los demás que se ofrecieron son convocados cuando el Papa se pregunta “¿quién sería el alma generosa que se ofreciera para llevarles el Cuerpo de Cristo?” El amor de Tarsicio hacia la Eucaristía despertaba en él el amor y la compasión hacia sus hermanos encarcelados impedidos de alimentarse con el Cuerpo de Jesús. La experiencia de Dios que el cristiano tiene en la Eucaristía, donde se siente sumamente amado por Él que ha dado por nosotros a su Hijo, es un “Pentecostés semanal" que hace abrir de par en par las puertas y emprender la misión para anunciar las maravillas de Dios experimentadas. En la época de los primeros cristianos, o sea de la Iglesia Primitiva, su vivencia del cristianismo y más aún de la Eucaristía, implicaba el compromiso de dar testimonio del Mensaje de Jesucristo, inclusive hasta dando la propia vida. El que participaba de la fracción del pan, era enviado como una consecuencia lógica de esta celebración, a anunciar a Jesucristo a los demás. Hoy nosotros estamos llamados, convocados a celebrar junto a Jesús, recibir su Cuerpo y Sangre, alimentarnos de Él, para recién poder compartir y ser testigo con los demás de este amor de Dios hacia nosotros. Dios nos ama (1Jn 4, 8) y por amor, Jesús instituyó la Eucaristía en la última cena, al celebrar la fiesta de la Pascua con el cordero pascual. Quiso dejar su presencia entre nosotros. La Eucaristía, en la que Cristo se da generosamente, es una llamada a sus discípulos para hacer lo mismo. Nos dice Juan Pablo II que cuando se participa en el Sacrificio Eucarístico se percibe más a fondo la universalidad de la redención, y consecuentemente, la urgencia de la misión de la Iglesia, “cuyo programa se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Ecclesia de Eucharistia, 60). Ahora bien, el que ama da una respuesta de amor. Da testimonio de su amor a Dios, de su amor a la Eucaristía… Sale a anunciar lo que ha visto y oído en la Eucaristía a los demás, como los discípulos de Emaús. (Cfr. Lc 24,13-35). Esta necesidad de responder al amor de Dios, es lo que expresa la frase de la Movida Misionera: “Dios te ama. ¿Y vos?” En la celebración eucarística somos enviados al mundo. Al término de cada santa Misa, cuando el celebrante despide la asamblea con las palabras "Ite, misa est", que en nuestra lengua vernácula el sacerdote nos dice “Vayan”, o bien: “Pueden ir en paz”, todos deben sentirse enviados como misioneros de la Eucaristía a difundir en todos los ambientes el gran don recibido. De hecho, quien encuentra a Cristo en la Eucaristía no puede no proclamar con la vida el amor misericordioso del Redentor. “En cada Eucaristía, Dios se aproxima a nosotros. En ella, los cristianos celebran y asumen el Misterio Pascual, participando en él. La Eucaristía es Presencia real por lo tanto un misterio para ser creído, es Sacrificio por lo que es un misterio para ser celebrado y es Comunión, por lo tanto un misterio para ser vivido. Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante. Para poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no podemos estar en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con Cristo. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia. Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada nutritiva, porque es el alimento de nuestra alma que conforta y vigoriza en ella la vida sobrenatural. Al estar más unido al Cuerpo Místico de Cristo, aquél que recibe la Eucaristía, se hará más consciente de las necesidades de los otros miembros. Se identificará con los intereses de Cristo, sentirá el compromiso de ser apóstol, de llevar a Cristo a todos los hombres sin distinción y de ayudar en sus necesidades espirituales y materiales a los pobres, los enfermos y todos los que sufren. El “colmo del amor y donación” de Jesús hacia nosotros en la cruz, se renueva y conmemora en la Eucaristía.” Y así, viviendo su fe en este Misterio, logran que su vida sea cada vez más “vida eucarística”, a través de la Eucaristía, donde a su vez fortalece su identidad como discípulo y despierta su voluntad de anunciar lo visto y oído en la celebración eucarística. Es acercarnos al Padre por Jesucristo a través de la Eucaristía. He aquí la importancia del precepto dominical, del “vivir según el domingo” (expresión de nuestros Obispos latinoamericanos en la V Conferencia General). Sin una participación activa en la celebración eucarística dominical y en las fiestas de precepto no se puede llegar a una maduración misionera. Se nos invita a “descubrir con nueva fuerza el sentido del domingo: su misterio, el valor de su celebración, su significado para la existencia cristiana y humana”. b.- Relación entre Eucaristía y Misión Existen lazos entre el misterio eucarístico y el misterio de la Iglesia. Reunida alrededor del altar, la Iglesia comprende mejor su origen y su mandato misionero. "Eucaristía y Misión", forman un binomio inseparable. “Eucaristía y Misión”, estas dos características, propias de nuestros tiempos, no coexisten simplemente, sino que se compenetran profundamente una y otra. La Eucaristía es el origen, la fuente, la cumbre y la finalidad de la misión de la Iglesia, mientras que la misión de la Iglesia es el fruto natural de la Eucaristía. Celebrando y viviendo conscientemente todas las dimensiones y fuerzas de la Eucaristía, la Iglesia se hace misionera. En la Eucaristía el Amor de Dios encarnado en Cristo llena el corazón del discípulo y con ese amor nos acercamos a nuestros hermanos para anunciarle a Jesús. La Eucaristía me compromete a anunciar a Cristo en los lugares dónde me toca estar. Existe, entonces, una relación entre Eucaristía y Misión y se da principalmente en tres aspectos: como Fuente, Medio y Culmen de la Misión. - Como “fuente”, porque de ella brota la misión, de ella surge y se inicia. - Como “medio” porque a través de ella se desarrolla la misión, se hace efectiva - Como “culmen” porque la misión concluye nuevamente en la Eucaristía. Es así que la Eucaristía, al ser acción de la Iglesia, entra a formar parte del proceso evangelizador y, consiguientemente, pertenece a su misión. Sin embargo, no es una acción más, sino que es fuente y culmen de la evangelización (Presbyterorum Ordinis 5) Dentro de este proceso evangelizador, la eucaristía representa el final de la iniciación cristiana y la plenitud del ser de la Iglesia. Actividad: Se propone dividir a los participantes en 3 pequeños grupos (o múltiplo de tres) y entregarles a cada grupo el texto que corresponde a una de las relaciones entre Eucaristía y Misión para que lo lean, extraigan las ideas principales, y luego compartan en plenario lo aprendido . Entonces, un grupo trabajará sobre la Eucaristía como Fuente de la Misión, otro sobre la Eucaristía como Medio para la Misión, y otro, sobre la Eucaristía como Culmen de la Misión. La Eucaristía es fuente de la Misión La Eucaristía es fuente de la misión porque Jesús encomendó a la Iglesia, como parte de su misión, celebrar la Eucaristía. Es así que, “instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndolos entonces sacerdotes del Nuevo Testamento” (CIC 1337). La Eucaristía es también fuente de la misión porque al alimentarnos con ella, nos da fuerzas para proclamar a Jesucristo. En ella se actualiza el misterio pascual, origen de toda misión y fundamento mismo del ser de la Iglesia. La fuerza expansiva del ser eclesial tiene su origen en el cuerpo partido, la sangre derramada y el Espíritu entregado de su Señor. De hecho, quien encuentra a Cristo en la Eucaristía, no puede no proclamar con la vida el amor misericordioso del Redentor. Vemos entonces, que a partir de lo dicho hasta aquí, la Iglesia no podría realizar su propia vocación sin cultivar una constante relación con la Eucaristía, sin nutrirse de este alimento que santifica, indispensable para su acción misionera Es fuente de la misión, porque cada Eucaristía implica un nuevo “envío misionero” de todos los que han participado de ella, para anunciar con hechos y palabras a Jesucristo en todos los ámbitos de su vida. Es por eso que al término de cada santa Misa, cuando el celebrante despide la asamblea con las palabras “vayan en paz” o “pueden ir en paz” (en latín se decía: “Ite, missa est”), todos deben sentirse enviados como misioneros de la Eucaristía a difundir en todos los ambientes, en los lugares cotidianos el gran don recibido. La Eucaristía es Medio para la Misión La Eucaristía es medio de la Misión porque en ella se hace presente Cristo en medio de los hombres. En la Eucaristía volvemos a vivir el misterio de la Redención culminante en el sacrificio del Señor, como lo señalan las palabras de la consagración: “mi cuerpo que es entregado por ustedes.... mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lc 22, 19-20) Cristo ha muerto por todos; el don de la salvación es para todos, don que la Eucaristía hace presente sacramentalmente a lo largo de la historia.” La Eucaristía es medio para la misión porque la profesión de fe que hacen los cristianos que participan de la Eucaristía es también testimonio y proclamación de Jesucristo ante el mundo. Cuando el Sacerdote pronuncia o canta: “¡Este es el Misterio de la Fe!”, los presentes aclaman: ´Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”. Entonces, cada vez que los cristianos celebran la Eucaristía proclaman al mundo el nombre de Jesucristo, su muerte y resurrección y anuncian su venida gloriosa, tal como San Pablo lo expresaba en su carta a los Corintios: “siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán (anuncian) la muerte del Señor hasta que él vuelva” (1Cor 11,26) Es también medio para la Misión porque la asamblea reunida en la celebración eucarística es testimonio de Cristo ante el mundo. Participando del sacrificio eucarístico, los cristianos, reunidos en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo de Dios (LG 11) . La celebración de la Eucaristía, al ser un culto público, manifiesta a la Iglesia, le da la posibilidad visible de mostrarse al mundo y de esta manera, ser testimonio de Jesucristo. La Eucaristía como Culmen de la Misión La Eucaristía es culmen de la Misión porque toda la vida del hombre está orientada a la felicidad que sólo el amor de Dios puede dar. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística. De este modo, aún siendo todavía como «extranjeros y forasteros » (1 P 2,11) en este mundo, participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada. La Eucaristía es el culmen de la Misión porque un objetivo de la misión es que los hombres se unan a Cristo, y esta unión plena se da en la Eucaristía del modo más alto como puede darse en nuestra condición histórica. Cristo ha venido para congregar al Pueblo de Dios disperso (cf. Jn 11,52), manifestando claramente la intención de reunir la comunidad de la alianza, para llevar a cumplimiento las promesas que Dios hizo a los antiguos padres. Ella alimenta a la misión y la misión es llamada a culminar todos sus esfuerzos en la Eucaristía. La Eucaristía es en sí una respuesta de Dios a los anhelos del hombre. Ella es el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo. La Eucaristía es culmen de la Misión porque toda la misión eclesial y todo proceso evangelizador tienen como fin el poder celebrarla. La comunión en ella significada es el final hacia el que la Iglesia tiende, final histórico que apunta y actualiza un final escatológico que esperamos y para el que vivimos (Ecclesia de Eucaristía Nº 22). “Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.” (SC 10) Luego de que cada grupo ha leído y compartido el texto que le tocó, se invita a que cada grupo presente en plenario la relación entre la Eucaristía y la Misión que le tocó compartir. Por último, se dividirán nuevamente los pequeños grupos para compartir las siguientes pautas para la reflexión: - ¿La vocación misionera de la comunidad a la que pertenezco encuentra su fundamento, su fuente en la Eucaristía? Y de qué manera lo manifestamos?. Si esto no ocurre, cómo podemos lograrlo? - ¿De qué manera podemos en comunidad crecer en la vida eucarística? ORACION FINAL – COMPROMISO El animador entregará a cada participante una hostia de papel y los invitará a escribir en ella la principal enseñanza que les haya dejado este encuentro. Para la oración final, se invitará a los participantes a que le digan a Dios aquello que les surja a partir de lo vivido en el Encuentro. Podrá agradecerse por el don de la eucaristía recibido, pedir a Dios que fortalezca la devoción eucarística personal o comunitaria, pedir perdón si no se la vive adecuadamente, etc. Como gesto, cada participante acercará su hostia de papel al altar, mientras hace su oración. Puede acompañarse este momento con algún canto eucarístico, por ejemplo: Pacto de Esperanza (de Martín Valverde), “Alma de Cristo” (la oración de San Ignacio Loyola), u otro que se considere apropiado. Para finalizar, se propone como Compromiso: - Poner como intención en las oraciones personales la realización de la Movida Misionera. - Participar como comunidad de la Santa Misa y renovar así en cada Eucaristía el impulso misionero en preparación a la 3º Movida Misionera. Textos para repartir para el trabajo en grupos La Eucaristía es fuente de la Misión La Eucaristía es fuente de la misión porque Jesús encomendó a la Iglesia, como parte de su misión, celebrar la Eucaristía. Es así que, “instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndolos entonces sacerdotes del Nuevo Testamento” (CIC 1337). La Eucaristía es también fuente de la misión porque al alimentarnos con ella, nos da fuerzas para proclamar a Jesucristo. En ella se actualiza el misterio pascual, origen de toda misión y fundamento mismo del ser de la Iglesia. La fuerza expansiva del ser eclesial tiene su origen en el cuerpo partido, la sangre derramada y el Espíritu entregado de su Señor. De hecho, quien encuentra a Cristo en la Eucaristía, no puede no proclamar con la vida el amor misericordioso del Redentor. Vemos entonces, que a partir de lo dicho hasta aquí, la Iglesia no podría realizar su propia vocación sin cultivar una constante relación con la Eucaristía, sin nutrirse de este alimento que santifica, indispensable para su acción misionera Es fuente de la misión, porque cada Eucaristía implica un nuevo “envío misionero” de todos los que han participado de ella, para anunciar con hechos y palabras a Jesucristo en todos los ámbitos de su vida. Es por eso que al término de cada santa Misa, cuando el celebrante despide la asamblea con las palabras “vayan en paz” o “pueden ir en paz” (en latín se decía: “Ite, missa est”), todos deben sentirse enviados como misioneros de la Eucaristía a difundir en todos los ambientes, en los lugares cotidianos el gran don recibido. La Eucaristía es Medio para la Misión La Eucaristía es medio de la Misión porque en ella se hace presente Cristo en medio de los hombres. En la Eucaristía volvemos a vivir el misterio de la Redención culminante en el sacrificio del Señor, como lo señalan las palabras de la consagración: “mi cuerpo que es entregado por ustedes.... mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lc 22, 19-20) Cristo ha muerto por todos; el don de la salvación es para todos, don que la Eucaristía hace presente sacramentalmente a lo largo de la historia.” La Eucaristía es medio para la misión porque la profesión de fe que hacen los cristianos que participan de la Eucaristía es también testimonio y proclamación de Jesucristo ante el mundo. Cuando el Sacerdote pronuncia o canta: “¡Este es el Misterio de la Fe!”, los presentes aclaman: ´Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”. Entonces, cada vez que los cristianos celebran la Eucaristía proclaman al mundo el nombre de Jesucristo, su muerte y resurrección y anuncian su venida gloriosa, tal como San Pablo lo expresaba en su carta a los Corintios: “siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán (anuncian) la muerte del Señor hasta que él vuelva” (1Cor 11,26) Es también medio para la Misión porque la asamblea reunida en la celebración eucarística es testimonio de Cristo ante el mundo. Participando del sacrificio eucarístico, los cristianos, reunidos en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo de Dios (LG 11) . La celebración de la Eucaristía, al ser un culto público, manifiesta a la Iglesia, le da la posibilidad visible de mostrarse al mundo y de esta manera, ser testimonio de Jesucristo. La Eucaristía como Culmen de la Misión La Eucaristía es culmen de la Misión porque toda la vida del hombre está orientada a la felicidad que sólo el amor de Dios puede dar. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística. De este modo, aún siendo todavía como «extranjeros y forasteros » (1 P 2,11) en este mundo, participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada. La Eucaristía es el culmen de la Misión porque un objetivo de la misión es que los hombres se unan a Cristo, y esta unión plena se da en la Eucaristía del modo más alto como puede darse en nuestra condición histórica. Cristo ha venido para congregar al Pueblo de Dios disperso (cf. Jn 11,52), manifestando claramente la intención de reunir la comunidad de la alianza, para llevar a cumplimiento las promesas que Dios hizo a los antiguos padres. Ella alimenta a la misión y la misión es llamada a culminar todos sus esfuerzos en la Eucaristía. La Eucaristía es en sí una respuesta de Dios a los anhelos del hombre. Ella es el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo. La Eucaristía es culmen de la Misión porque toda la misión eclesial y todo proceso evangelizador tienen como fin el poder celebrarla. La comunión en ella significada es el final hacia el que la Iglesia tiende, final histórico que apunta y actualiza un final escatológico que esperamos y para el que vivimos (Ecclesia de Eucaristía Nº 22). “Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.” (SC 10)
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